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Némesis Divino I: El juicio de las Horas


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#221 Killcrom

Killcrom

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Publicado 24 marzo 2015 - 19:50

Ya casi acaba marzo. ¡Pero qué rápido pasa el tiempo! Sigo diciendo que me da mucho miedo. 

Bueno, aquí os traigo el capítulo 10, parte uno. ¡Ya empiezan los porrazos! Antes, responderé vuestros comentarios, pero los dejo entre spoiler para no entorpecer la lectura de la historia. 

 

Spoiler

 

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RESUMEN DEL CAPÍTULO 9 (PARTE 2)

 

Spoiler

 

PERSONAJES RELEVANTES

 

- Astrea: recién nombrada santo de Virgo. 

Therón: santo de plata de Perseo. Mula de carga de Astrea. 

Baltsarós: caballero desertor de Leo.

- Kishut: el Patriarca del Santuario.

- Evander: santo de Águila y difunto maestro de Astrea. 

 

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(Capítulo 10. Parte 1 de 2)

 

22 de enero de 1492

 

Debía de ser más de medianoche ya. Desde que llegaron a la pequeña casa de Baltsarós y hablaron y acostaron a la febril Astrea en la cama, el tiempo había volado. El cielo seguía encapotado por un mar de nubes oscuras, no era posible ver más que formas negras a ras del suelo. Gracias a su cosmos, que actuaba como una antorcha, Leo podía guiarse por las ruinosas calles hasta el lugar en que descansaba su maltrecha armadura.

 

Me pregunto si esas dos energías serán de las Horas que menciona el viejo en la carta… Sea como sea, no juega limpio. Siempre fue así se dijo el hombre mientras giraba por una estrecha avenida, siempre utilizaba a los demás como herramientas. Parece que el tiempo no le ha cambiado en absoluto.

 

Cuando Perseo y Virgo llegaron a la ciudad, Baltsarós les había sorprendido en aquella atalaya semiderruida. No le resultó extraño, pues había imaginado que llegaría el día en que le pidieran regresar al Santuario. Ese fue el pacto que hizo con el Patriarca seis años antes, cuando acordaron que sería reconocido como desertor. Y es que el Sumo Sacerdote era así; nadie sabía qué era lo que pensaba en realidad. Era un estratega, y como tal, la deserción de Leo había sido uno de sus escenarios.

 

Pero no se imaginaba que el juego siguiese, y cuando Astrea le entregó una carta lacrada mientras caminaban hacia su casa, se sorprendió antes de sonreír. Sin duda, el sello del Santuario en el lacre rojizo destacaba. Su viejo amigo Kishut debía tener algo en mente. Las palabras viajaron a la deriva en su cabeza cuando las leyó, pero ahora, al haber sentido esas dos tenues cosmoenergías, presentía que todo encajaba. Repasó una vez más el contenido de la carta en su mente. Contenido que literalmente decía:

 

«19 de enero de 1.492.

 

Presiento que el Santuario será atacado, pero desconozco la naturaleza del enemigo. Iskandar de Escorpio se enfrentó a él, y según dijo, utilizó una técnica que desata el egoísmo y la maldad de su objetivo. Los efectos son irreversibles, afirma, pero sé que hay algo que omite; al fin y al cabo, él aparenta ser el de siempre.

 

Tus órdenes son las siguientes: en caso de que se presente el enemigo en Melitón, evita a toda costa recibir esa técnica. Pero asegúrate de que Astrea no tenga tanta suerte. Quiero que me informes de los efectos de la misma. Redúcela si es necesario y tráela de vuelta al Santuario. Aunque no me gustaría prescindir de Astrea, es la más joven y la única en quien pienso correr el riesgo.

 

No te preocupes por Perseo. Parece que los objetivos de esa técnica somos tan solo los santos dorados.

 

A la vuelta, trae tu tesoro.

 

Confío en ti, Príncipe. Que Atenea perdone nuestros pecados.

 

Firmado: Kishut de Capricornio, Sumo Pontífice del Santuario de Atenea.»

 

Claro que sigue siendo el mismo Patriarca murmuró Leo antes de bajar por un callejón y atravesar una casa destrozada. ¿Quién si no utilizaría a sus santos dorados como peones?

 

*  *  *

 

La fría casa de Baltsarós seguía a oscuras acogiendo solo a la agotada Astrea entre sus muros. Esta, que seguía en la cama dormida y tapada por mantas viejas, balbuceaba en sueños. El nombre de su maestro era una constante entre las palabras ininteligibles. Para ella no era un sueño; era una visión de la realidad.

 

Maestro Evander, ¿a dónde va? Las lágrimas le caían por el rostro incesantes. Sentía el estómago encogérsele en mitad del torso.

 

Volveré antes de la medianoche. Antes…

 

Mentira. Se irá  para no volver…

 

Vestida con un traje blanco ceñido y largo, se vio de nuevo con apenas diez años. Estaba en mitad de un campo de tierra envuelto de un negro tan intenso como el del firmamento, delante del hombre que la había cuidado desde niña.

 

En aquel mundo vacío y agitado por el vaivén de la oscuridad, tan parecido al del oleaje marino, empezó a alejarse la figura del maestro: un hombre de melena argenta, alto y de espaldas anchas. Su armadura brillaba como la pared lamida por las llamas de una antorcha; las hombreras, que eran alas que le abrazaban, se iban haciendo cada vez más pequeñas junto a él, que no dejaba de caminar.

 

¿A dónde va, maestro? La voz de la niña resonó entre los pasos metálicos de Evander.

 

Voy a hacer lo que tengo que hacer. No debes ser tan curiosa, pequeña…

 

El santo de plata siguió alejándose por el horizonte en tinieblas, y por más que corrió la niña Astrea tras él, no pudo tan siquiera acercársele un poco. Para desagrado suyo, el oleaje que resonaba de fondo se fue haciendo más y más fuerte, hasta que se volvió insoportable y la hizo caer de rodillas para llevarse las manos a las orejas. Se le manchó el bajo del vestido de tierra batida, pero lo que más le asustó fue ver unas gotitas rojas resbalándole por sendas muñecas y tiñéndole las mangas de carmesí intenso.

 

No tengas miedo escuchó. La voz parecía conocida; como si aquella mujer que le hablaba le fuese muy cercana. Aunque la pequeña Astrea se giró, todavía tapándose los oídos, no vio nada. Tan solo sintió un calor en el pecho que la hizo sentir algo mejor. Para su sorpresa, algo parecido a un torbellino de luz empezó a girar sobre su cuerpecillo haciendo que la larga cabellera de rizos solares que le tapaba la espalda ondease. No te asustes, niña… repitió.

 

¿Quién eres? ¿Por qué estoy aquí?

 

Porque eres muy curiosa. A veces es mejor dejar pasar las cosas; cerrar los ojos y que no te importe nada. De lo contrario, deberás ver cosas que desearías jamás haber visto…

 

¿Ver cosas?

 

Estás soñando. O quizá no. Pero eso da igual. Lo único que quieres es ir con tu maestro, ¿verdad?

 

Sí. No me dijo por qué se iba. Quiero estar con él. Quiero ayudarle…

 

Ese hombre se tiene que marchar, Astrea. Tiene que irse…

 

¿Por qué tiene que irse? ¿Cómo sabes quién soy? La niña Astrea gritó de rabia. Detestaba que le dieran consejos como si fuese una cría… Todavía lo odiaba más cuando lo hacía una persona extraña.

 

¿Quién mejor que tú misma para saber quién eres? El resplandor de oro desapareció antes de que la pequeña pudiera responderle. Se quedó helada, descompuesta, pero no llegó a comprender por qué.

 

El manto de oscuridad que le rodeaba se resquebrajó como el cristal golpeado con violencia. Desveló tras de sí un sinfín de plumas blancas cargadas de luz inmaculada. Estas, que remoloneando fueron cayendo al suelo, dibujaron una senda de peldaños que parecía no tener fin. Sobre ella, brilló la luz de la luna llena, pero no de cualquier luna, sino la misma que solía salir en Rodorio: la romántica luna gigante que Astrea recordaba con lucidez.

 

Conforme fue ascendiendo la escalera inmaculada, empezó a nevar. No había nubes sobre su cabeza; tan solo el hermoso satélite de la Tierra que la hechizaba con su mágica presencia. Pero a cada peldaño, este se iba tornando en rojo, y de la misma forma, los copos de nieve fueron tiñéndose del mismo matiz. Uno de ellos se fue a aposentar en la naricita de la niña, que lo recogió con un dedo. Contempló horrorizada cómo se licuaba resbalándole por el índice y dejando el surco tan propio de la sangre.

 

Cerró los ojos, corrió por el camino deseando llegar a donde llevase, y sintió que había llegado por fin más allá del último escalón. Cuando los abrió, se topó de frente con el hombre al que había estado siguiendo.

 

—¡Maestro! gritó. ¡Le he echado tanto de menos! ¡Le quiero tanto! Una risita nerviosa precedía sus pasos. Fue interrumpida por el grito que arañó sus tímpanos y le hizo detenerse con brusquedad, haciéndola caer contra el suelo. ¿No eran aquellos los adoquines de cierta parte de Rodorio? La nieve sangrienta ensució aún más su vestido albo. Levantó y se arrastró hacia donde estaba el hombre. No sabía por qué, pero de pronto le costaba tanto moverse como respirar.

 

¡Maestro Evander! acertó a gritar. Cuando este se dio la vuelta, vio que había algo tras él aún más rojo que la nieve. Cuando comprendió lo que era, ahogó un grito llevándose las manos a la boca. Sus ojos se desorbitaron y algo en el corazón se le rompió. Maes… tro…

 

Aquello era imposible de confundir: una mujer muerta, tumbada boca abajo sobre un charco escarlata, rodeada de un cordón de órganos empapados. Un soplo de viento se llevó el cadáver convirtiéndolo en copos de nieve y manchando la luna aún más de rojo.

 

La niña comenzó a llorar. Se dejó caer de rodillas al suelo. Desconsolada, miró a su maestro como negándose a creer lo que había hecho. Este la contemplaba desde arriba con la mirada cansada, vacía… Sus ojos dorados no podían expresar más que el hastío propio del deber odiado.

 

Expiación. Esto es lo que un hombre debe hacer para pagar sus pecados.

 

—No, tú no eres mi maestro… —Astrea lloraba y lloraba. Se irguió hasta que sus manitas alcanzaron a rodear el cuello de aquel hombre—. Tú no eres Evander… Eres un asesino. Mi maestro no… él nunca lo habría hecho… —Conforme repetía aquello una y otra vez, empezó a apretar más y más, mucho más. Los gritos empezaron a violentarse. Cuanto más apretaba, más pena sentía. Los ojos de Evander le suplicaban el perdón, pero él no hacía nada por zafarse del agarre. La decepción y el desengaño se introdujeron por los dedos de Astrea, que siguió oprimiendo aquel cuello musculoso—. Te quiero. Te quería tanto… —Se escuchó un chasquido seco.

 

Cuando la niña Astrea aflojó el agarre de sus manos, Águila cayó al suelo muerto. Ella no dejaba de murmurar. Una ola de recuerdos la atravesó: Evander, siempre duro, mas dulce con ella, solía apartarle aquel mechón de pelo travieso para besarla en la frente y desearle las buenas noches cada día.

 

Los ojos se le llenaron de lágrimas. Sus gritos desgarraron la oscuridad tiznándola con desesperación.

 

—Evander siempre fue la luz de tu corazón —dijo alguien. Su voz parecía la del caballero de Libra, Marduk, que entrenó a Astrea desde los diez años—. No debes culparle. Él simplemente hizo lo que le pidieron.

 

—¿Lo que le pidieron? ¿Quién le pidió asesinar a una mujer? —preguntó con pena.

 

—Has actuado con justicia, pues no se puede justificar lo injustificable. Virgo te ha reconocido. Si puedes superar el entrenamiento, serás su legítima portadora. Serás una santa dorada.

 

—¿Pero qué será de Evander?

 

—¿Cómo podría yo saber eso? Deja de llorar y abrázame. No volverás a estar sola, Astrea.

 

La niña obedeció y abrazó a aquel hombre difuso que se erigió ante ella. Pudo notar su calor humano, el consuelo que vino de su corazón. Y recordó cómo Marduk de Libra la había comprendido, apoyado, y perdonado. Eso era todo lo que necesitaba; alguien que creyese en ella, alguien que la quisiese aunque hubiera sido la asesina de su primer maestro.

 

¿De verdad había sido la ejecutora de la justicia? Todo empezó a tornar en un mar de tinieblas. La luna desapareció del cielo. El suelo se evaporó. El propio cuerpo de Astrea se convirtió en neblina evanescente.

 

—Esta será la carga de tu corazón… —escuchó entre tonos distorsionados.

 

—La carga de mi corazón —se dijo.

 

*  *  *

 

Baltsarós caminó a través de los densos ventisqueros acumulados en las calles de Melitón hasta que por fin llegó a su destino: una ruinosa casa que no era más que la sombra de lo que fue. Vio gracias a la luz dorada de su cosmos, caminó sobre los escombros apenas protegidos por un techo ladeado que amenazaba con caer sobre la nieve. Se detuvo a escasos pasos de una trampilla de madera astillada y húmeda con una esquina rota, hueco que aprovechó para meter la mano y abrirla. La puertecilla de madera chocó contra el muro cercano revelando una vieja escalinata de piedra que penetraba en la penumbra de un sótano. El hombre descendió por el angosto pasillo tratando de tocar siempre la pared para mantener la estabilidad. Tras la hilera de escalones, llegó por fin al oscuro rellano, cuyas sombras parecieron danzar al contacto con la luz que irradiaba.

 

Aquel lugar debió ser una bodega, pues aún quedaban botelleros para el vino. Ninguna de aquellas estanterías podría haber sido aprovechada; las que no estaban volcadas y con tablas partidas, estaban agrietadas, hinchadas, o incluso hechas jirones. Cuando el apocalipsis llegó a Melitón aquel día, nada se salvó…

 

Leo siguió caminando por el sótano sin importarle nada más que la caja que vio al girar la esquina. Era el lugar donde aguardaba su armadura moribunda; un recipiente dorado y rectangular que recibía por nombre caja de Pandora.

 

—Mi amiga, ha pasado mucho tiempo, ¿no? —Sonrió Baltsarós al verla. Dio los últimos pasos con calma, como contemplándola y pensando las aventuras que habían vivido juntos—. Lo siento por aquello. Después de la paliza que nos dieron, no se me apetecía mucho verte—. El santo suspiró exhalando una nube de pena condensada—. Bueno, ya da igual, volvemos a estar juntos.

 

La mano diestra del hombre de coleta negra se posó en una de las líneas de la caja dorada. Sintió un tacto frío, cadavérico en el metal. Se decía que las armaduras de Atenea eran seres vivos, y como tales, susceptibles de morir. Leo sabía que su vestimenta murió aquel día ya lejano.

 

Apenas tuvo un instante para reflexionar, pues sintió que las presencias que había advertido en la ciudad abandonada se movían rápido. «Se han separado y empiezan a moverse deprisa». Sin perder tiempo, agarró la caja de Pandora por una de las asas de cuero envejecido y la cargó como una mochila. Empezó a deshacer el descenso hacia la ciudad con presteza.

 

*  *  *

 

El caballero de plata de Perseo aguardaba en la estrecha calle con paciencia. Su espalda estaba en contacto con uno de los muros de la casa de Baltsarós. Aunque podría iluminar en derredor con el mero resplandor de su armadura, se mantenía a oscuras ocultando su cosmos mientras acechaba los movimientos de sus enemigos potenciales.

 

En aquel momento ya había sentido con claridad la energía de las dos personas desconocidas. Se movían rápido, al parecer en direcciones opuestas; una de ellas avanzaba rauda hacia donde estaba. Quizá hubieran estudiado el terreno antes y ahora supiesen exactamente a dónde ir… Dedujo que seguir ocultando el cosmos no le sería útil, pues si estaban atacando Melitón —¿para qué otra cosa habrían ido si no era así?— era porque sabían a lo que se iban a exponer.

 

Dejó de apoyarse en la pared y caminó para girar tras la fachada hacia un callejón angosto. Lo atravesó sorteando ventisqueros y escombros hasta que por fin hizo contacto visual con uno de aquellos asaltantes. Puesto que aún estaba lejos, no supo diferenciar si era hombre o mujer, si estaba armado o no; tan solo vio cómo avanzaba rápido en su dirección. ¿Acaso pretendía atacar directamente? Therón saltó con agilidad felina sobre el techo de la casa de Leo. Equilibró sus movimientos en el inclinado tejado de pizarra. A continuación, hizo resplandecer la energía de su corazón templando la oscuridad con destellos de plata.

 

«O todo o nada. No dejaré que se acerque a Astrea.» Perseo respiró con calma antes de ver cómo el asaltante se detuvo en seco tras ver el destello de luz argéntea. Sin duda había sentido su presencia. Los dos contendientes se contemplaron en silencio. Ante Perseo se erguía una bestia de casi dos metros envuelta en una toga blanca. Cuando habló, aun teniéndola cerca, el plateado dudó de si era una mujer…

 

—Así que uno de los pajaritos ha abandonado el nido… —La monstruosa mujer contempló con gesto confiado al que tenía delante. Dio un saltito para colocarse delante de él, en el tejado. Cruzó los brazos dejando intuir aquellos bíceps casi tan gordos como su propia cabeza—. Pero este es el pajarito que no sirve —sonrió.

 

—¿Debo asumir que estáis aquí para suicidaros? —preguntó Perseo con voz seca—. Nadie sería tan estúpido como para atacar a dos santos dorados y uno de plata sin temer.

 

—¿De verdad? —A pesar de que tan solo les iluminaba el cosmos de Therón, la mujer, de voz grave, se quitó la capucha para dejar al descubierto su aspecto poco agraciado. Las sombras bailaban por su rostro de facciones duras; el pelo lo tenía tan corto que a plena luz del día habría sido posible ver la piel del cuero cabelludo. Su hostilidad evidenció intenciones cuestionables, o al menos esa fue la idea que atravesó la mente de Perseo.

 

—¿A qué habéis venido tú y tu compañero? —preguntó. Miró en la dirección en que sentía la energía de la otra persona—. Porque sois dos, ¿no es así?

 

—Correcto. No somos enemigos. No necesariamente. Pero los caballeros de Atenea sois tercos por lo que tengo entendido…

 

—Quizá si me explicas lo que queréis podamos entendernos… Si no lo intentas, acabaremos matándonos aquí mismo —Therón expulsó parte de su energía haciendo temblar el inclinado suelo bajo sus pies y alargando las sombras al emitir una intensa luz de plata. Un manto de nieve se precipitó por debajo de ambos, susurrando. Mientras duró su exhibición, los copos helados que caían en derredor se evaporaron antes de tocar algo firme.

 

*  *  *

 

Leo ya era consciente de que Therón había interceptado a una de las dos personas que habían irrumpido en Melitón. Debían ser esos enemigos de los que le había escrito Kishut. Él lo comprobaría enseguida, pues ya podía ver ante sí una silueta. Antes de que fuera completamente visible, espetó una bienvenida.

 

—Empezaba a cansarme. ¿A qué se debe el honor? —La segunda asaltante caminaba con la capucha a la espalda, por lo que no le fue difícil a Baltsarós intuir que se trataba de una mujer. Eso sí, una mujer muy poco deseable, pues a sus ojos era fea, baja y parecía malhumorada. Además, bajo las ropas, blancas como la misma nieve que empezaba a caer con timidez, parecía más ancha de lo que al dorado le hubiese gustado. «Espero que no hayas venido a flirtear…», pensó mientras se le escapaba una risilla.

 

—Mi nombre es Ave. Soy una de las Horas de Diké, aunque puede que a estas alturas ya lo imaginases…

 

—Para nada. Sigue —interrumpió.

 

—Ave de Anatole, el Amanecer. —La mujer rolliza agarró la toga que la envolvía y tiró de ella arrancándosela con violencia. Entre tela y nieve, dejó entrever un destello metálico que pronto cobró forma ante los ojos del león dorado. Aquello era una armadura; no una de las prendas sagradas de Atenea, pero su fin era el mismo sin lugar a dudas. Por arte de magia, una corona acabada en un sol de seis picos apareció sobre su frente, recogiendo la corta melena marrón que surcaba su espalda en un moño.

 

—Me pondría mi armadura —explicó Baltsarós—, pero está algo… indispuesta. Sin embargo la tengo aquí atrás, conmigo —dijo señalándose la espalda—. Es Leo. Soy el caballero de Leo. Baltsarós. —La sonrisa que dedicó a la Hora fue casi amistosa.

 

—En realidad no es necesario que la utilices. No somos enemigos. Supongo que el caballero de Escorpio os contó lo que sucedió con Hésperis, ¿no es así?

 

—¿Hésperis? —Baltsarós apenas sabía de las Horas por la escueta carta del Patriarca—. Agradecería que me contases de qué hablas. Digamos que llevo unos cuantos años sin hablar con mis amigos del Santuario.

 

—Así será entonces. Nuestra señora, Diké, es la diosa de la justicia. Su misión consiste en impedir la injusticia…

 

—Muy aguda —interrumpió el dorado con algo de malicia.

 

—Impedir que la tragedia se cierna sobre vosotros —continuó la mujer, que ignoró el comentario—. Para ello, nos ha otorgado un don: el Juicio de las Horas. Nuestra misión es muy sencilla, Leo. En esta ciudad hay dos santos dorados, y nosotras somos dos Horas. Todo será tan fácil como dejar que utilicemos nuestro don en vosotros.

 

—¿Y entonces qué ocurrirá? —El hombre de coleta negra se había sentado sobre la caja de Pandora y miraba con interés a su interlocutora.

 

—Seréis salvados. A todas las Horas se nos presenta una visión de vuestro futuro en caso de no recibir nuestro juicio. Todos y cada uno de vosotros acabaréis muriendo por vuestro egoísmo si no recibís la salvación que os ofrecemos.

 

—Ya veo. Y sin embargo, Iskandar de Escorpio tuvo un pequeño percance, al parecer… —Ave quedó en silencio—. Sí, mira. Está aquí escrito —El león sacó el pergamino que le había presentado Astrea y comenzó a leer en voz alta—: «Iskandar de Escorpio se enfrentó a él, y según dijo, utilizó una técnica que desata el egoísmo y la maldad de su objetivo. Los efectos son irreversibles.» ¿Cómo es eso compatible con lo que me has dicho, Avecilla?

 

¿Avecilla? ¿Quién se pensaba que era? Ave alzó la cabeza para mirar al cielo. Su rostro se estremeció y quedó sin aparente respuesta. No le gustó nada aquel reproche. Lo cierto era que el juicio de Escorpio no fue como debió haber ido, pero Diké no les había explicado nada. ¿Sería posible que su diosa las estuviera manipulando? No, eso no tenía sentido. Ella habría hecho cualquier cosa que se les hubiera ordenado. No había diferencia entre salvar a un santo o condenarlo. ¿Para qué mentir entonces?

 

—Mi señora no tiene necesidad de ocultar sus intenciones —se defendió—. Nuestro juicio busca salvaros, no condenaros.

 

—Sí, pero lleváis armadura por si nos negamos a recibirlo amistosamente, ¿no? Eso habla en vuestra contra, mi amiga —regañó Leo mientras contemplaba la armadura anaranjada de Anatole—. Pero bueno, ya está pensado, así que no te preocupes. Voy a probar eso del juicio —sonrió.

 

—Me parece lo más sensato —apuntó Ave a la par que uno de sus brazos se alzaba—. ¿Empezamos, pues?

 

—Espera, aquí pone algo más… —Leo volvió a mirar el pergamino, que pudo leer gracias al cosmos que le rodeaba—. «Tus órdenes son las siguientes.» ¿Eso se refiere a mí, verdad? —continuó—. «En caso de que se presente el enemigo en Melitón, evita a toda costa recibir esa técnica…» ¡Me parece que tienes un problema, Ave!

 

Leo sonrió con el ceño fruncido, y antes de que la mujer pudiera hacer algo, se lanzó a por ella propinándole un puñetazo en pleno estómago. El golpe fue tan fuerte que arrojó a la mujer al aire. A la vez, un ruido metálico fue acompañado de varias esquirlas de armadura, que caían. Cuando esta cayó de espaldas al suelo, se encontró con el caballero de Leo, que la miraba desde arriba.

 

—No podéis esperar que os creamos. No después de que el primero de vuestros juicios fuera un burdo engaño.

 

Ave giró rápida sobre sí y saltó hacia atrás alzando la guardia. Cuando tocó el suelo de nuevo, sus pies se hundieron en un palmo de nieve. Supo al instante que su oponente era fuerte; muy fuerte. Pero no se amilanó y cerró los puños a la vez que afiló la mirada.

                                                                                            

—¡El Juicio de las Horas no es ningún engaño! —exclamó ofuscada—. ¡Si tengo que obligarte a recibirlo, lo haré!

 

—¿De verdad? —cuestionó leo mientras se encogía de hombros—. ¿Y cómo piensas hacerlo?

 

—Las Horas hemos sido agraciadas con un cosmos equivalente al de un santo dorado. Podemos defendernos de cualquier ataque y doblegar a nuestro enemigo.

 

—Lamento decepcionarte, pero yo tengo la impresión de que tu poder es como mucho el de un caballero de plata. Uno fuerte, pero de plata al fin y al cabo. Y todo el mundo sabe que con eso no podrás hacerme frente… —Leo siguió hablando con aquel tonillo jactancioso que tanto empezaba a molestar a Ave—. Además, aunque de verdad tuvieses el cosmos de un santo dorado, tampoco podrías hacer nada. Yo tengo mucha más experiencia que tú.

 

»Por ponerte un ejemplo, sería como si la niña a la que acojo se enfrentase a mí: es el caballero dorado de Virgo, sí… pero acaba de recibir la armadura. ¿Cuántos segundos crees que me tomaría derrotarla? ¿Tres? ¿Cuatro? Pues aun así, tú no podrías con ella. La diferencia entre nosotros es abismal. ¿Y todavía crees que podrás obligarme a recibir tu juicio por la fuerza?

 

—Hablas mucho, león. —Aunque intentó mostrarse impasible, en el fondo intuía que aquello era verdad—. Pero me estás dando la razón de ser como tú dices. ¿Para qué vendría a pelear si tuviera solo una parte de tu poder? ¿Para morir? Eso deja claro que mis intenciones no son hostiles.

 

—¡Mala respuesta! —Baltsarós encorvó el cuerpo y corrió a la velocidad del rayo para propinar un puñetazo en el rostro de Ave. Apenas vio venir el golpe; la Hora encajó el puño en la mandíbula y fue proyectada con fuerza hacia atrás, hasta que una pared la detuvo con sus brazos pétreos. El ruido resonó por encima de la quietud. La mujer cayó al suelo de rodillas escupiendo sangre.

 

«Diké, dame fuerzas para cumplir la misión que me has encomendado»

 

—¿Te das cuenta? ¿Qué harás? ¿Vas a morir así, Pajarillo?

 

—¡Mi nombre es Ave! —La mujer rolliza se encaramó de nuevo, apoyándose en el mismo muro que la había detenido. Le resbalaba un hilo rojo por la comisura del labio e irradiaba ira.

 

—Escúchame. No soy una persona violenta. A veces se me escapa algún que otro golpe, pero solo lo hago para asustar. Ahora que deberías comprender que no tienes posibilidad, te ofrezco un trato. Al fin y al cabo siempre ha sido mi estilo: ¿para qué matar si puedo beneficiarme de ti?

 

—¡No hay tratos que valgan! —Obcecada, Anatole trató de propinar una patada rauda en el costado de Leo, pero este la detuvo con el antebrazo y siguió hablando.

 

—Mi amiguita Astrea tampoco aceptará de buen grado vuestro regalo. Es novata, pero sigue siendo más poderosa que vosotras. No sé quién es esa Diké, pero no parece muy inteligente. —Las palabras que profirió irritaron a la Hora, que seguía tratando de golpear al santo dorado sin éxito. Este esquivaba, bloqueaba o simplemente retrocedía. Sus palabras seguían fluyendo—. Enviar morralla a enjuiciar a la élite de Atenea… ¡Patético! —Entonces, uno de los puños de Ave alcanzó al dorado en pleno rostro. Este lo encajó sin inmutarse; apenas le hizo cosquillas, ¡y eso que le había dado en plena nariz! Por primera vez, el león frunció el ceño y cerró el puño—. ¡Escúchame de una maldita vez! —Dio un cabezazo en la corona de Anatole partiéndola y arrojando a esta de culo contra un ventisquero—. ¿Es que no te das cuenta de que te estoy humillando?

 

La Hora, más enfurecida que sensata, levantó. Otro surco de sangre le resbaló por la frente y sobre la nariz, hasta gotear tiñendo la nieve de rosáceo. Miró los fragmentos de su corona destrozada y bajó la cabeza, como avergonzada. Tuvo que tragarse la ira y el orgullo.

 

—Te escucho.

 

—Tienes la suerte de que mis órdenes son muy claras. Vas a enjuiciar a Astrea de Virgo, y para ello, colaborarás con tu compañera. Ella sola no tiene la más remota posibilidad. Entre las dos lo lograréis. Una vez haya visto si tus palabras son ciertas o un engaño, actuaré en consecuencia.

 

—¿Vas a utilizar a tu amiga como… señuelo? —Anatole se sorprendió. Vale que no tuviera mucho aprecio a Ánfora ni al resto de Horas que había nombrado Diké, pero no las utilizaría de reclamo nunca. Jamás. Aquello le resultó repugnante y rechinó los dientes, aún con la cabeza gacha.

 

 

—¿Señuelo? ¿Eso significa que vuestro juicio es un engaño? ¿Por qué tendría que temer si decís la verdad, Hora?

 

—¡Digo la verdad! —explotó. Tras alzar los dos brazos, una bola de color amoratado empezó a brillarle sobre la cabeza. De ella, brotaron pequeños relámpagos. Unos chocaron contra la nieve de alrededor evaporándola y dejando surcos ennegrecidos, otros treparon por muros hasta perderse en el cielo tras destellos lumínicos—. ¡Trueno del Amanecer!

 

La intensidad de la luz cegó a Baltsarós mientras la esfera relampagueante acortaba distancias entre ambos. Su velocidad era considerable, y sin poder ver, al santo no le quedaban muchas opciones. Tras gritar, una cortina de fuego le rodeó expandiéndose muy veloz a su alrededor. Su radio se amplió tanto que abrazó con llamas candentes a Ave. La nieve agonizaba y ascendía al cielo como vapor a la par que las lenguas ardientes chisporroteaban. Fuego y electricidad colisionaron; gritos agudos arañaron los tímpanos de ambos contendientes. El suelo tembló y una columna de cosmos subió hasta atravesar las nubes tormentosas dejando tras de sí un murmullo colérico.

 

 

—Es eso o la muerte, Ave —espetó el dorado al ver a su oponente tirada sobre la tierra batida. No quedaba un simple copo de nieve en derredor, y a través de aquel agujero entre las nubes podían contemplarse las estrellas, tímidas—. Tú decides. —La Hora estaba visiblemente maltrecha…

 

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Salió un poco larga esta parte, pero no creo que eso sea un problema. Un agradecimiento especial para Rexomega y Tetza, que me ayudaron con los errores. Y siento la pequeña demora: tuve clase hasta ahora. 

Un abrazo, compañeros.

 

¡Nos leemos!


Editado por Killcrom, 24 marzo 2015 - 20:23 .

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(Parte 3 de 3)

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Felicidades Kill, sigue así!!!


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#223 xxxAlexanderxxx

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    Seras una excelente marioneta....

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Publicado 25 marzo 2015 - 08:52

Omg, que bueno estuvo el capitulo, leo es un maldito a mi parecer pero sin duda es un buen personaje, recordando un poco imagine a la horas igual de poderosos que los dorados, pero al ver la aclaración que le hicistes a nuestro amigo Felipe, veo que mas bien fue el poder de itsvan que el de una hora, eso significa que tendremos una buena pelea entre perseo y la horas que mide dos metros, quiero verla, me sigue gustando la manera en que escribe, hace que los capítulos se hagan netamente cortos excelente capitulo al fin, un saludo!!!!

Pd: No quiero darte con un remo quiero panzarte un piano entero jajaja pero como nos das una historia asi de buena prefiero aguantar :3

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#224 -Felipe-

-Felipe-

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Publicado 25 marzo 2015 - 09:08

¡Muy buenas Killcrom! Espero que la vida aún te sonría, y tal vez se nota por este capítulo.

 

Sobre las respuestas que diste, esto me quedó dando vueltas:

a. Lástima lo de Perseo, por ser plata queda relegado, pero en cierta forma es comprensible.

b. Piscis, Escorpio, Capricornio. Leo es aceptable, pero los otros tres sí que son sorpresivos.

c. ¿Cómo escribo tan rápido? No sé, imagino que compenso eso con una historia menos cuidada, quizás. Aunque también eso explicaría por qué cierta personilla ha estado tan molesta de que he pasado poco tiempo con ella xD

 

Ahora el review en sí:

 

1. Es interesante eso de que usen el Cosmos como lámpara. Tú no le das tanto características de "aura" que solo algunos puedan ver, sino como una llama interna o algo así, es interesante. Seiya y sus compañeros se hubieran ahorrado muchos problemas si lo hubieran utilizado así xD

 

2. Ah! O sea que la deserción fue un acuerdo, wow. Estos patriarcas siempre un paso adelante. Como dijo Sage, es su trabajo y....

 

...A ver, espera... prescindir de...?? 

 

<_<

Ok... retiro lo dicho. Oficialmente detesto a tu Capricornio xD

 

 

3. ¡Y ahora dices que mató a su maestro! Por los dioses, al final va a ser que todos tienen su pecadillo xD

Pero muy buena la visión/recuerdo/delirio de Astrea. Complejo, angustiante, interesante, tuvo de todo.

 

Sobre ella, brilló la luz de la luna llena

4. Creo que aquí está de más la coma. Hay un par más por ahí, pero parece que quedé ultra paranoico por el tema (Para ello, nos ha otorgado un don, o  De ella, brotaron pequeños relámpagospor ejemplo) igual evitaré mencionarlo en el futuro ya que puedo estar erróneo. Gracias jaja

 

—Me pondría mi armadura —explicó Baltsarós—, pero está algo… indispuesta. Sin embargo la tengo aquí atrás, conmigo —dijo señalándose la espalda—. Es Leo. Soy el caballero de Leo. Baltsarós. —La sonrisa que dedicó a la Hora fue casi amistosa.

5. Esta línea me hizo muuuuuucha gracia jaja. "Podría ponerme la armadura, que como ves es dorada... como los caballeros dorados... soy un caballero dorado... soy mejor que tú" xD

¡Y de qué forma lo demuestra!

 

Impedir que la tragedia se cierna sobre vosotros

6. ¿Ahí podría ser "cierne"?

 

 

7. Como sea, Leo es graciosísimo, gran personaje Killcrom. Y parece que, como Ikki, no tiene problemas en darle puñetazos a mujeres, y en este caso ni siquiera fue en defensa propia! o.O

 

8. Hay otra cosa que me llama la atención de esa pelea. Y es que los motes de Baltsarós solo funcionan si hablan en español, un detalle que puede ser insignificante (y hasta molesto, si es así me disculpas), es solo que me llamó la atención en una historia que cubre casi perfectamente los detalles.

 

9. Una pregunta, ¿qué es morralla?

 

 

Un capítulo largo, pero para nada pesado. Tuvo de todo, primero fue medio vertiginoso como en una ensoñación y luego acción pura sumado a arrogancia más que justificada.

 

Gran capítulo. Saludos.


Editado por Felipe_14, 25 marzo 2015 - 15:25 .

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#225 Lunatic BoltSpectrum

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Publicado 25 marzo 2015 - 09:51

Felicitaciones como siempre excelente capitulo

 

Baltsaros se vio genial en este capitulo

 

a la espera de la continuación de la historia

 

saludos

 

:s50:



#226 Patriarca 8

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Publicado 25 marzo 2015 - 16:25

Tu patriarca resulto mas manipulador que saga, solo envio a la novata como señuelo.Luego se quejan de que existan traidores en el santuario <_<

 

el caballero de leo demostro que tiene una gran fuerza

 

 

esperando el prox capitulo para saber que le pasara a la

santa de virgo


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#227 unikron

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Publicado 25 marzo 2015 - 18:30

buen capitulo 

PD cuando vuelves a dar reviews



#228 Killcrom

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Publicado 04 abril 2015 - 09:25

Espero que hayáis tenido feliz semana santa/vacaciones/vida. Yo sigo aquí, viviendo y descansando de no hacer nada. Definitivamente, necesito más disciplina. 

 

Bueno, a lo que vamos. Es día 4 y toca cerrar el capítulo décimo. ¡Las cosas se pondrán tan serias que querréis que llegue mañana mismo el día 14!  :lol:

 

Añado los comentarios en spoiler confiando en que sea la última semana que deba hacerlo. Digo esto porque quisiera pasarme más a menudo por el tema y el foro en general.

 

Spoiler

 

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RESUMEN DEL CAPÍTULO 10 (PARTE 1)

 

Spoiler

 

PERSONAJES RELEVANTES

 

Astrea: recién nombrada santo de Virgo. 

Therón: santo de plata de Perseo. Mula de carga de Astrea. 

Baltsarós: caballero desertor de Leo.

Kishut: el Patriarca del Santuario.

Ánfora y Ave: las dos horas enviadas por Diké para sentenciar a los santos de Virgo y Leo con el Juicio de las Horas.

 

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(Capítulo 10. Parte 2 de 2)

 

22 de enero de 1492

 

El destello en el cielo llamó la atención de ambos: Therón y Ánfora contemplaron cómo un pilar de truenos llameantes ascendía rasgando la mismísima faz de la tormenta. Ambos quedaron en silencio hasta que el estruendo cesó.

 

—Ave… —La voz de Ánfora evidenciaba sorpresa. No alcanzaba a entender o no quería comprender lo que había sucedido, pero el cosmos de su aliada había desaparecido casi por completo—. ¿Qué ha ocurrido?

 

«Si Baltsarós, del que nos avisaron que era pacífico, ha atacado así, debe ser porque sus intenciones no son para nada amistosas.» El santo de plata volvió a alzar la guardia. No concedió crédito alguno a las palabras que había escuchado sobre un juicio que impediría que Astrea cometiese errores en el futuro.

 

—Ahí tienes tu respuesta, Ánfora —advirtió Therón—. No te dejaré acercarte a ella. Tendrás que luchar contra mí…

 

—¡Que así sea! —La enorme Hora iluminó su cosmos y lo hizo arder quemando la toga alba que la había cubierto.

 

A la vez que los jirones de tela ascendían consumiéndose, la brillante prenda de combate que portaba empezó a resplandecer. Primero las botas y perneras, plagadas de púas blancas y celestes. Las rodilleras, también añil, eran rombos estilizados que se acentuaban en el vértice superior. Las musleras no eran más que una cota de malla plateada, pero el cinturón sí destacaba por su gran tamaño: rodeaba el cuerpo de la ya de por sí colosal mujer protegiendo sus muslos y trasero con placas metálicas blancas, curvas y gruesas. El broche del cinturón era una piedra preciosa roja en cuyo centro estaba grabado el número seis en caracteres romanos de color oro. Los guantes y brazales eran como una masa metálica entre gris y azul en la que incluso los dedos eran agujas curvas. La parte más desproporcionada del conjunto era la pechera, una aparatosa combinación de placas superpuestas que imitaban la silueta del torso de una mujer de curvas generosas. Entre los dos senos destacaba otro rubí grabado. En los hombros, resplandecía en tonos celeste y marino dos piezas que recordaban a conchas marinas estriadas. No había casco que protegiera aquel rostro varonil.

 

—¿A quién tendré el honor de despedazar? —La amenaza de Ánfora iba en serio. El santo se sentía intimidado por la armadura de su enemiga, pero no se dejó acobardar por sus palabras.

 

—A Therón de Perseo, caballero de plata de Atenea. Si eres capaz, por supuesto…

 

Perseo casi voló de lo rápido que se movió entre las tejas para colocarse a la espalda de la Hora. Saltó y estrelló su pernera esmaltada en morado brillante contra la enorme espalda de la mujer. El golpe no surtió efecto como había imaginado, pero lo que no esperó fue que ella se girase rauda como el viento y le agarrase por la espinilla. Esta saltó voleándolo con su implacable puño. El impacto sonó como el grito de un demonio y el santo de plata se estrelló contra unas ruinas semienterradas desparramando escombros y ventisqueros.

 

Antes de que pudiera tan siquiera incorporarse, la Hora, que ya estaba de nuevo en guardia, cerró el puño derecho en torno a su pecho y lo movió hacia fuera como si estuviese sacando algo de él. Cuando acabó de moverlo, brilló en ella una espada de cosmos que fue solidificándose hasta parecer envuelta en acero basto. Su hoja se veía muy afilada.

 

Desde los cascajos, Therón lanzó un destello de cosmos que acortó distancias entre ambos con el único propósito de estrellarse contra la Hora. Esta lo cortó con su nuevo mandoble y saltó hacia abajo, al encuentro de Perseo. Pero él ya había imaginado que ocurriría eso también, y no estaba allí.  Ánfora tuvo que reconocer que era rápido… ¡pero no tanto como ella!

 

El puño del santo chocó contra la hoja de la espada, colocada estratégicamente para detener el golpe. La Hora sonrió mientras él chistó. «Buen intento.» Arqueó el arma, que impactó contra la coraza del caballero generando una corriente de chispas amarillentas y anaranjadas. Arrodillado por el empuje, Therón no tuvo más remedio que rodar a la izquierda y dar una acrobática voltereta que le dejó a varios metros de Ánfora. Se sintió tan vivo como cuando años atrás luchó en aquella competición contra su buen amigo, el caballero de Orión. ¡Dulces recuerdos de batalla! Eso era. Aquel combate también le traería recuerdos.

 

La bota del santo rasgó el antebrazo de la Hora. Esta le respondió con un revés de izquierda que desvió con una hombrera. El intercambio de golpes prosiguió mientras Therón trataba por todos los medios mantenerse a menos de medio metro de su oponente. Sabía que al alejarse más cedería ventaja a aquel mandoble tan áspero a la vista. Cuando Ánfora se dio cuenta de lo que estaba tratando de lograr, blandió el arma sin importarle más que alejar al caballero. Este recibió el golpe en el costado, pero gracias a su pechera no fue herido. Eso era lo que había estado esperando, un golpe innecesario y a distancia corta, para que no cogiera fuerza. Ahora, con la defensa abierta, cerró el puño y golpeó con todas sus fuerzas el rostro de la fea mujer. Esta trastabilló y dio varios pasos hacia atrás, pero Therón la persiguió, dio un salto y quedó suspendido en el aire el tiempo suficiente para ejecutar una de sus técnicas.

 

Desde el cielo, una delgada línea de energía ondeó hasta chocar con la armadura de la Hora. Brotaron chispas como sangre de una garganta desgarrada, y cuando quiso dar cuenta de qué había pasado, Ánfora se encontró una grieta profunda que recorría en diagonal desde su brazalete izquierdo hasta el rubí del cinturón, partido en dos. La profundidad de aquel surco casi atravesaba por completo la pechera, a pesar de que era la pieza más gruesa de toda la vestimenta. Se dio cuenta de que le sangraba el brazo.

 

—El Destello de Adamantio[1] —proclamó el santo de plata mientras tocaba el suelo tras levitar—. Una técnica capaz de atravesar cualquier material que toque. A pesar de todo, tu armadura lo ha soportado bastante bien.

 

—No está mal. ¡Pero nada impedirá que aplaste tu cabecita, miserable! —Apenas creía la Hora aquella herida que lucía su gruesa prenda. Volvió a erguir sus fuertes brazos sobre la empuñadura del mandoble, que alzó como si fuese tan ligero como una pluma—. Es mi turno…

 

«Eso será si yo te dejo… —El santo de plata no se consideraba tan estúpido como para acceder a una lucha por turnos, por lo que chasqueó los dedos y desapareció ante los ojos de Ánfora, que quedó extrañada. A pesar de todo, la mujer no bajó la guardia; arqueó el gran mandoble dibujando un círculo alrededor de su cuerpo. Pero no topó con nada. Therón, sin embargo, seguía estando en el mismo lugar, observándolo todo con cautela—. Pero no le he hecho demasiado daño. Y el escudo de Medusa… es mejor no utilizarlo a la ligera».

 

—¿Confusa, Ánfora de Mesembria? ¿Qué te ocurre? —La Hora escuchó la voz de su enemigo por delante, pero también por detrás. Incluso parecía que reverberaba a los lados. ¿Dónde estaba? Ella frunció el ceño y entornó los ojos.

 

—Solo los cobardes se esconden —escupió.

 

—¡Es cierto! —El santo apareció tan rápido como el chasquido de un trueno clavando su puño en el rostro de la mujer, que retrocedió, pero logró agarrar el brazo hostil. Entonces sonrió dejando ver cómo un hilillo de sangre le resbalaba por la comisura de la boca.

 

—¡Eres mío! —Therón chistó, pero no pudo hacer más. Una masa de energía le golpeó como la ola que rompe entre las rocas ahogándole entre estruendosos crepitares. El impacto fue lo suficientemente violento como para agitar el suelo y quebrarlo. Perseo, alcanzado de lleno, voló de espaldas contra un muro. Chocó contra él y lo hizo añicos quedando sepultado por los escombros y la nieve. Repetidos restallidos pétreos se sucedieron hasta quedar acallados por el viento y la respiración de Mesembria.

 

El caballero de plata se alzó. Los cascotes cayeron a sus pies mientras terminaba de erguirse. Sus ojos estaban entornados, brillando con rabia. No esperaba una reacción así; cayó en la trampa como un novato. ¿Cómo había podido ceder ante una provocación tan evidente? Aquello debía ser fruto de infravalorar a su enemiga. Ya no había espacio para aquello; tenía que tomárselo en serio o le costaría muy caro.

 

El cosmos argénteo de Therón de Perseo se incendió alzándose sobre su cuerpo con lenguas susurrantes. El siseo de su energía tornó en un aullido iracundo y hostil que pronto inundó el campo de batalla. La Hora, por su parte, alzó la guardia inclinando el mandoble en señal de ataque.

 

Pronto, los dos se abalanzaron el uno contra el otro y continuó la lluvia de golpes. Ambas estelas mágicas, la plateada y la celeste, se abrazaron con pasión. Los puñetazos y patadas de Therón chocaban contra la hoja de Ánfora, quien la agitaba como poseída. El santo de plata esquivaba las embestidas también. Entre gritos, los contendientes danzaban bajo una lluvia de nieve y golpes, y ninguno lograba tocar al otro. Para sorpresa del santo, estaban igualados; tan igualados que temió por un momento. «No tengo más remedio.»

 

Perseo dio un largo salto hacia atrás quedando a varios metros de Ánfora y se llevó la mano a la espalda. Allí, al dorso de su coraza, había dos pequeñas correas paralelas de cuero envejecido sujetas por ambos extremos; eran las enarmas de su última carta. Deslizó los dedos bajo ellas y apretó el puño antes de tirar. Un chasquido metálico sonó, siendo apenas perceptible para el propio Therón. Era como si hubiese desensamblado algo. El santo jugaba con la curiosidad de su oponente, que no dejaba de observar con cautela. Ella jamás podría imaginar lo que haría a continuación… «La ingenuidad será su perdición», se dijo.

 

De la espalda, Perseo mostró una pieza de metal con el mismo lacado entre rosa y morado que el resto de la armadura; era un escudo del tamaño de su antebrazo con forma hexagonal. El patrón del mismo no era sino el rostro de Medusa, cuyos cabellos, serpientes según la mitología, hacían las veces de refuerzos radiales. El rostro grabado de la bestia mitológica parecía sereno; sus ojos lucían cerrados, los labios, firmes sobre el metal.

 

—¿Un escudo? —inquirió la Hora con hastío—. Esperaba algo más impactante.

 

—¿No es lógico usar un escudo ante una espada? —Perseo había previsto aquella reacción. No en vano, siempre que usaba su escudo era objeto de mofa de su oponente. Ahora hacía de ello su fortaleza; un escudo para su escudo. «Perfecto. Es mía.»—. ¿Por qué no atacas? —sugirió mientras alzaba su nuevo juguete.

 

Pero Ánfora había desviado la mirada. Sus ojos reflejaban un interés insólito que era reforzado por la amplia sonrisa en su feo rostro. Sin saber lo que ocurría, el santo de plata usó el reflejo del dorso del escudo para mirar tras de sí de reojo. Tras mover ligeramente el brazo, vio una silueta conocida; era Astrea, que lo observaba todo desde el techo de la casa de Baltsarós ataviada con la armadura de Virgo. ¿Cuándo había…?

 

—Es suficiente, Therón. Ya me ocupo yo —replicó la muchacha desde las alturas al notar el cansancio en el cuerpo de su camarada. Lo cierto era que Perseo, le gustase o no, se había desgastado más de lo necesario en aquella batalla. Virgo dio un saltito y la gravedad hizo el resto; cayó entre los dos contendientes, grácil como los copos de nieve que la acompañaban. Se irguió con delicadeza y dedicó una sonrisa a su compañero. Su rostro lucía rosado, congestionado, por lo que el santo de plata dedujo que aún debía tener fiebre. Una ráfaga de aire traviesa le meció los ondulados rizos dorados. 

 

—Así que por fin se digna a aparecer mi plato fuerte —declaró la Hora. Mesembria había clavado el mandoble en el ventisquero que tenía bajo los pies y apoyaba en él su peso. Therón volvió a colocar el escudo de Medusa con la cara hacia dentro en el hueco que la coraza le dejaba en la espalda.

 

—Señorita Astrea, puedo encargarme perfectamente de ella —señaló el plateado. Pero Astrea le dedicó una mirada severa y negó con énfasis.

 

—No voy a permitir que luches por mí solo porque esté algo cansada.

 

La muchacha parecía aún más bonita bajo la nieve, en la penumbra, y con el rostro enrojecido. Parecía una adolescente enamorada. Pero Therón incidió más en sus palabras. «Primer error: admitir que no estás en condiciones». Precisamente por eso, se mostró reacio a pasar el relevo. Pero Ánfora interrumpió antes de que pudiese replicar.

 

—Entérate de una vez, escoria… ¡No me interesas! —dijo señalando a Perseo—. Mi único interés es esa niña. ¡Yo estoy aquí por ella, no por ti!

 

—¿Todavía esperas que me crea ese cuento del juicio? —contestó el santo de plata. Volvió a alzar la guardia y casi a punto estuvo de reanudar su ataque. Pero una voz le sorprendió por detrás.

 

—Aunque no lo creáis, es cierto. —Todos se giraron para ver quién hablaba—. El Juicio de las Horas no es ningún engaño. —Ante la tríada de espectadores apareció la que se llamaba Ave; la mujer baja y rechoncha que recogía su melena castaña en un moño—. Nosotras, las Horas, no somos vuestros enemigos, caballero de Atenea. —Ahora se dirigía hacia Therón—. Tan solo queremos otorgaros el don de Diké, la diosa de la justicia, para que vuestras muertes no estén empañadas por el egoísmo.

 

—Eso dijo tu compañera, pero no podemos simplemente creeros.

 

—Ave está siendo sincera —dijo Ánfora mientras se relamía la sangre reseca que seguía teniendo en la comisura del labio—. Pero sois tercos. Más de lo que deberíais. Y por lo que veo vuestro amigo ha tratado de parar a mi compañera por la fuerza, ¿no?

 

Ave de Anatole asintió. Tenía una brecha en la frente, y de alguna manera, la sólida coraza que llevaba había sido agrietada en el pecho, probablemente por un golpe directo. Además, aunque no le gustó reconocerlo, Ánfora percibió cómo su camarada irradiaba un cosmos algo afligido. «¿Qué le habrá pasado?»

 

—Os lo diré una sola vez más —dijo la recién llegada—, así que escuchadme y actuad en consecuencia.

 

»Las Horas de Diké pretendemos salvaros del destino negro que os aguarda. Estáis condenados. Lo hemos visto. Todos los santos dorados moriréis a causa de vuestra estupidez y egoísmo si no recibís el Juicio de las Horas. Para ello, Diké, la diosa de la justicia, nos ha agraciado con un don, el Juicio de las Horas. Debéis aceptarlo para ser purificados. Y por eso estamos aquí.

 

—Pero… —Therón quiso preguntar algo, mas Ánfora le interrumpió señalándole con el mandoble, que esgrimía con una de sus manos.

 

—Solo para caballeros dorados. Tú aquí no pintas nada, Perseo.

 

—Así es. Ni caballeros de plata, ni caballeros de bronce. Solo caballeros dorados, Therón. —Aquella voz no podía ser más que de una persona. Entre las tinieblas, caminó con parsimonia llevando la caja de Pandora de Leo a la espalda. Baltsarós sonreía, como siempre, pero había algo que no acabó de gustar al santo de plata.

 

—¡Baltsarós! ¿Acaso has aceptado recibir el juicio?

 

—Podría decirte que sí. Podría mentiros a la chica y a ti, pero… —El dorado caminó hacia su compañera de Virgo y tomó su mano entre las suyas. La muchacha se sonrojó más de lo que ya estaba por la fiebre y le devolvió la mirada. Sus ojos eran profundos, pero inescrutables—. Lo cierto es que no me gusta ser hipócrita. El Sumo Pontífice ha ordenado que seas tú, Astrea, quien reciba el juicio. Si este funciona de verdad, yo lo aceptaré, y después, el resto de santos dorados también lo hará. Pero si falla… ¡ah! Si falla, yo mismo tendré que mataros a las tres. Sí, Astrea, a ti también… —explicó, haciendo una jocosa reverencia a la muchacha febril.

 

-----

[1] Esta técnica de Perseo es simplemente un guiño a la hoz irrompible que recibe de Hermes en el relato mitológico.

 

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Hasta aquí llega el capítulo diez de la historia. Los que leyeron hasta aquí en la versión anterior del fic habrán visto que la historia da un giro muy diferente. ¿Qué explicación podría dar? Sencilla: no puedo traer lo mismo de nuevo, ¿no? ¡Espero que disfrutéis con lo que está por venir! ¡Se viene una batalla demencial!


Editado por Killcrom, 04 abril 2015 - 09:27 .

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(Parte 3 de 3)

Publicado: ?? de ? de 2018


#229 unikron

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Publicado 04 abril 2015 - 15:32

el patriarca dispuesto a sacrificar a  sus compañeros aun no se ve si tiene remordimientos o no y leo diciendo esas cosas como si nada ambos me recuerdan al prota de mi fic xD 



#230 Patriarca 8

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Publicado 05 abril 2015 - 14:31

muy buen combate el del caballero plateado de perseo

el final fue muy intrigante 

 

me pregunto si en verdad el caballero de leo recibirá el juicio de las horas o tramara algo mas

 

buen fic

 

 

 

 


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#231 Lunatic BoltSpectrum

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Publicado 06 abril 2015 - 13:38

bueno como siempre un muy buen capitulo

 

esperando la continuación

 

saludos



#232 Killcrom

Killcrom

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Publicado 14 abril 2015 - 15:09

Buenas tardes, gente. Ya es día 14 y aquí estoy. Tengo problemas para actualizar la firma, pero creo que podré solucionarlos un poco más tarde. Sin rodeos, respondo comentarios y dejo la primera parte del capítulo 11. 

 

Spoiler

 

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RESUMEN DEL CAPÍTULO 10 (PARTE 2)

 

Spoiler

 

PERSONAJES RELEVANTES

 

Astrea: recién nombrada santo de Virgo. 

Therón: santo de plata de Perseo. Mula de carga de Astrea. 

Baltsarós: caballero desertor de Leo.

Kishut: el Patriarca del Santuario.

Ánfora y Ave: las dos horas enviadas por Diké para sentenciar a los santos de Virgo y Leo con el Juicio de las Horas.

 

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(Capítulo 11: parte 1 de 2)

 

Therón no pudo evitar el temblor que le recorrió. Aquellas frías palabras le habían sonado tan reales que de verdad sintió su peso. ¿Sería capaz el león de cumplir su amenaza? Fuera como fuese, ¿qué posibilidades tenían de negarse a lo que acababa de proponer?

 

¿Ha perdido la cabeza? recriminó Perseo. ¡Está amenazando a su propia compañera, maldita sea! El santo de plata apretó los puños y tragó saliva, frustrado.

 

¿No me has oído? ¿Prefieres que mienta? ¡Estas son mis órdenes! dijo Baltsarós mostrando el pergamino que Astrea le había dado al llegar a Melitón. ¡Si tienes algo que decir, díselo al Patriarca del Santuario! ¿Acaso crees que me gustará hacerlo? Pero son mis órdenes, Therón.

 

Curioso, viniendo de un desertor como usted acusó el santo de plata. ¿Es su penitencia por haber traicionado a Atenea?

 

¿Penitencia? ¡No seas estúpido! En primer lugar, yo nunca fui un desertor declaró. Aquello hizo que Therón se sorprendiese aún más. Astrea, que seguía frente a Leo, se zafó del agarre de sus manos y le miró con hostilidad. Piénsalo bien, ¿crees que el Santuario dejaría vivir a un desertor sabiendo su ubicación desde el primer momento en que abandonó sus obligaciones?

 

¿Q-qué está pasando aquí? inquirió la joven de Virgo a la vez que retrocedía varios pasos, insegura. Ya no solo era que Baltsarós había delatado sus intenciones, sino que ante ella había dos enemigas sonrientes; dos mujeres ataviadas con armaduras desconocidas que se miraban como si la fortuna hubiera dado un giro en su favor.

 

¿De qué os reís vosotras dos? interrumpió con brusquedad el león mientras se giraba hacia ellas. Las señaló con el índice, desafiante. Si el juicio es un engaño vais a ser las primeras en morir.

 

Ánfora de Mesembria explotó en una carcajada como si hubiera escuchado un buen chiste. Agarró el mandoble y lo irguió con su musculosa figura apuntando a Astrea.

 

Nosotras estamos condenadas desde el mismo instante en que aceptamos el don de Diké. O eso es lo que dice mi amiga Ave. ¿Me equivoco?

 

Somos las dos únicas Horas que lo saben. La señora Diké tuvo que decírmelo cuando Hésperis murió al sentenciar a Escorpio. Lo vi y no pudo mentirme.

 

¿Y aun así estás aquí? ¡Eso es devoción! aplaudió Leo. ¿Y a qué esperáis? Tengo ganas de acabar con este maldito encargo…

 

¡No la voy a dejar sola! Therón de Perseo avanzó hacia donde estaba la joven Astrea. Asintió mientras la miraba directamente a los ojos y alzó la guardia, pero antes de que pudiera hacer o decir algo más, se vio arrastrado con violencia contra un muro. Una fuerte mano le estaba oprimiendo el cuello. Se encontró con Baltsarós y su ceño fruncido. «No he podido verle…»

 

¡Deja de decir estupideces! ¿No te das cuenta de que esto es fundamental? ¡Maldita sea, a mí tampoco me gusta! Pero si es verdad que el juicio es un engaño, ¿cuántos de nosotros tendrán que pagarlo? El dorado apretó aún más el cuello de Perseo, quien tosía y agarraba el brazo tratando de zafarse del sólido agarre. ¡Por mucho asco que te dé, piénsalo! ¡Lo mejor es probarlo con ella! ¡Es la pieza más débil, la más prescindible! ¿Que es injusto? ¡Lo sé! ¿Pero qué otro remedio propones? ¿Matar a las Horas? ¿Y si esa basura de que moriremos por nuestro egoísmo es cierta y en verdad vienen a salvarnos?

 

Egoísmo… susurró Therón con dificultad, ¿acaso no es lo que… lo que estás siendo ahora? Apenas pronunció sus palabras, siguió tosiendo. Por fin, el león dorado dejó de apretarle el cuello. Therón cayó en cuclillas ante él.

 

¿La más débil? murmuró Astrea. Sus palabras no fueron escuchadas hasta que lo repitió gritando. ¿Solo soy eso? ¿Una pieza prescindible? Sendas lágrimas comenzaron a resbalar por sus mejillas sonrosadas. Tenía los dientes apretados y los ojos le ardían. Con rencor, miró a Leo; sentía puro odio en sus entrañas. Junto a él, casi arrodillado y recuperando el aire, Therón seguía tosiendo. La visión del santo de plata le causó náuseas. ¿Soy más patética incluso que él? dijo señalándole. ¿Y para esto seguí entrenando? ¿Para ser un maldito peón?

 

Así es respondió Baltsarós con frialdad. No estoy de acuerdo, pero yo también preferiría sacrificarte a ti antes que a cualquier otro santo dorado. Además, no tiene por qué salir necesariamente mal, niña. ¡Acepta tu papel!

 

«Acepta tu papel» decía; «acéptalo». Como si fuera tan fácil; como si fuera la primera vez que hubiera escuchado aquellas palabras… Debía tener siete u ocho años cuando un Evander de Águila en el apogeo de sus días se lo dijo:

 

«Todo aquel que llega al Santuario tiene un destino que cumplir. Tú también lo tienes, Astrea. Será duro y sufrirás mucho, pero podrás salvar a muchas personas. ¿Quieres salvarlas? Tendrás que aceptar tu papel.»

 

Las dos Horas seguían mirándose y estudiando la situación. Ave asintió y Ánfora tragó saliva. La sexta Hora, de aspecto varonil y belleza nula, movió las manos con disimulo dejando el mandoble clavado en la tierra, bajo el ventisquero de nieve que cubrió parte del metal con blanco helado. Ave caminó hacia la muchacha febril, que ahora era un mar de rabia y confusión.

 

«¿Salvar a personas significa que debo sacrificarme? ¿Entonces, por qué he estado entrenando todos estos años? ¿Por qué me han hablado tanto de la justicia y del valor de la vida? ¿Debo sacrificarme? ¿De verdad debo sacrificarme? ¡No! —En su mente se repetía aquella última palabra superponiéndose a cualquier otro pensamiento con fuerzas.»

 

No respondió Virgo con decisión. ¡No! Su cosmos estalló entre destellos dorados y se desbordó iluminándolo todo con luz resplandeciente e iracunda.

 

«Estás llamada a ser grande entre los grandes. Eres la Hija de la Justicia.»

 

Se escuchó un silbido antes de que Virgo desapareciese. Ave no pudo más que contemplar cómo Astrea se encontraba flotando sobre todos ellos y empezaba a perder altura envuelta en un halo amarillo. Su cosmos volvió a restallar antes de que apareciese delante de Baltsarós con un puño en su mandíbula. El león, incrédulo, se encontró trastabillando cuando una patada le sorprendió por el costado izquierdo. El golpe fue seco, rápido; chocó contra el mismo muro en que había retenido a Perseo y sintió un dolor punzante en el abdomen.

 

—¡Maldita seas! se quejó. Pero por suerte, Ave la entretuvo con un golpe en la espalda antes de que pudiera volver a agredir a Leo. No le hizo daño alguno, mas procuró el tiempo suficiente para que Baltsarós agarrase a Therón por el brazo y se alejara junto a él. Deja esto a las Horas. ¡Está fuera de control! ¡Ven, rápido!

 

«¿El valor de la vida? ¿El valor de mi vida? Absoluto. Yo seré quién decida cómo y cuándo morir. Yo seré el blasón de los inocentes. Cualquiera que no esté de acuerdo conmigo puede morir en paz… ¡o sin ella!»

 

—¡Espada del Juez! —Ambos lo escucharon desde la retaguardia. Aquella era la primera vez que Therón veía a la muchacha atacar con una técnica. Una nube de energía brotó del brazo de la joven para replicar una espada encaramada en su mano erguida. Cuando aquel espejismo de cosmos se volvió nítido, rechinó esparciendo nieve por todas partes.

 

Solo se vio un destello raudo y celeste cortar el aire. En su avance hacia Ave de Anatole, generó un rumor estridente. La Hora de armadura naranja no pudo hacer nada para esquivarlo; fue tajada por la mitad a la vez que una corriente de energía empujó su torso, que se perdió en la oscuridad de Melitón. Las piernas cayeron hacia atrás conforme una manta de sangre teñía los ventisqueros y el rostro de Virgo de escarlata. Las vísceras de la Hora cayeron ante ella fundiendo la nieve y haciendo que de su manto coloreado danzase vapor, alzándose junto con el hedor de su vida.

 

De inmediato, la muchacha clavó sus ojos en Leo, que aún aguardaba a lo lejos junto a Therón de Perseo. Su porte había dejado de ser el de una niñita febril para asemejarse más al de un monstruo ávido de sangre: tenía alineadas las piernas en diagonal y el torso ladeado, un brazo extendido en horizontal como si se tratase de un arma, y el otro, con el puño cerrado protegiéndose el pecho. Los ojos parecían desorbitados en sus cuencas, su rostro lucía congestionado y manchado de sangre, y el ceño fruncido y los dientes apretados revelaban sus intenciones. No se dignó a mirar el cadáver —o la parte de él que tenía ante sí— de su primera víctima.

 

«Esto no es normal. Esto no es nada normal. —Mientras Leo contemplaba los restos de Ave, no pudo evitar el recuerdo del pasado; vio en Astrea el reflejo de aquella que devastó Melitón—. ¿Está loca? ¿Es otra Beatrice? ¿Por qué me pasa esto a mí?»

 

Escucha, Therón murmuró Baltsarós mientras soltaba el brazo de su compañero, ¡tenemos que retroceder y confiar en que esa maldita Hora no nos haya mentido!

 

No cuente conmigo. ¡No voy a traicionarla! —Aunque intimidado por el espectáculo dantesco que acababa de presenciar, no pensó en dar la espalda a su joven compañera.

 

—¿No te enteras de que está… ? Leo fue interrumpido por una corriente de viento que solo podía ser ella; se había movido como un rayo solo para detenerse apostando ambos pies en la coraza de Perseo, que cayó de espaldas, empujado. Mientras tanto, Virgo caía acrobáticamente junto a Baltsarós. El santo sin armadura se agachó y trató de propinar un puñetazo en el vientre de Astrea. Aunque logró sorprenderla, cayó en la cuenta de que un golpe como ese jamás haría el más mínimo rasguño a una armadura dorada. Pudo esquivar los siguientes golpes de la joven enfurecida; aunque era rápida, no lo era tanto como para cogerle por sorpresa de nuevo. «No debo atacarle con una técnica. ¿Qué hago entonces?»

 

El veterano león dejó caer la caja de Pandora en la nieve y corrió para abrir espacio con Virgo. A su izquierda seguía Ánfora de Mesembria en la más absoluta quietud.

 

 «¿Acaso no se ha enterado de que ha partido en dos a su compañera? —Aunque Baltsarós pensó en llamarle la atención para que cumpliera con su deber, captó enseguida lo que ocurría: no era apenas perceptible, pero un atisbo de cosmos se acumulaba en la mano derecha de la Hora. Debía estar conjurando esa técnica milagrosa para no llamar la atención de Astrea, que parecía entretenida con él—. Comprendo. Quieres que haga de señuelo, ¿no? Más te vale que funcione o moriremos todos…»

 

¿Por qué no intentas comprenderlo? trató de explicar el santo. ¿No te parece lógico que en vez de sacrificar a todo un ejército se sacrifique solo uno de sus miembros? Sus pasos parecían aleatorios, pero con cada uno de ellos buscaba alinearse frente a la Hora, que seguía concentrada. Tal y como previó, Virgo volvió a surcar la distancia que les separaba en un abrir y cerrar los ojos. Intentó clavarle el puño en el pecho, pero Leo logró atraparlo y apretó con fuerza con las dos manos. ¡Eh, matarme es traición! reprochó. Ahora Astrea estaba dándole la espalda a Ánfora tal y como él quería. Solo tenía que aguantar un poquito más…

 

Los ojos de la enfurecida adolescente se abrieron de par en par y gritó. El brazo que tenía bloqueado se incendió con llamas azules que quemaron a Leo. Al apartar las manos, sintió cómo el cosmos de Astrea aumentaba como si fuese a ejecutar una técnica.

 

«O lo esquivo, o muero —se dijo Baltsarós.»

 

Al igual que ocurrió instantes antes, el brazo que Virgo tenía erguido fue envuelto por una neblina de energía que se condensó sobre su mano en forma de espada añil. Pulsaba frenética entre sus dedos, y más frenética aún avanzó Astrea contra el santo desertor al que tanto odio le había tomado en tan poco tiempo.

 

—¡Espada del Juez! —El halo azul que seguía a cada uno de sus tajos era cegador; causaba fulgores en los ojos de Leo, a quien cada vez le costaba más esquivar. Este, consciente de la desventaja en que se hallaba, cerró los ojos confiando en la lectura del cosmos de la niña furiosa. Se inclinó hacia la derecha; una parte del muro que tenía atrás se desprendió desgarrado por el corte espectral. Se agachó y otro tajo horizontal acabó por derribar la pared.

 

Baltsarós se vio obligado a saltar hacia atrás; no tenía intención de que su ahora oponente descubriese que tras ella, la guerrera de Diké, Ánfora, seguía preparando el Juicio de las Horas. «Qué curioso; mi enemiga es mi aliada, y mi aliada mi enemiga».

 

Un tercer corte de la espada de Astrea partió el suelo en vertical expulsando la gran masa de nieve que lo cubría hacia ambos lados. Para Leo la velocidad no era problema; seguía siendo más rápido que Astrea, y esta, notándolo, cada vez se enfurecía más. Acabó por dar una estocada que, imprevisible, rozó el cuello del caballero sin armadura. Baltsarós no dudó más de que Virgo, en aquel momento, no tenía más intención que quitarle la vida.

 

«¡Tengo que atacar o me matará!»

 

El veterano león propinó una patada en pleno estómago a Astrea. Sabía que no le haría nada, pero no era más que el preludio de su turno. Cuando esta retrocedió y volvió a erguir el sable de cosmos azul, Baltsarós ya estaba acumulando energía a una velocidad a la que no sabía que podía hacerlo. Arqueó todo su cuerpo para proyectar aquella cadena naranja que rápido se aferró a los brazos hostiles de la joven y se enrolló subiéndole por sendos hombros como serpientes, que se le enroscaron al torso y siguieron bajando por las piernas hasta anclarse al suelo. La nieve hervía bajo cada uno de sus eslabones, pues estaban hechos de puro fuego.

 

—¿¡Qué has hecho!? —gritó la adolescente notando cómo la cadena le oprimía ahora el cuello. Sentía un calor abrasador en su cuerpo; probablemente la armadura de oro estuviera protegiéndola de morir incendiada. Las cadenas seguían moviéndose alrededor de su esbelta figura dejando surcos llameantes por donde pasaban. Caían a la tierra plastas de algo que parecía magma férvido. El blanco níveo se alzaba en nubes vaporosas chisporroteando como agua hervida.

 

La Espada del Juez se desvaneció. Astrea trató de llevarse las manos al cuello, pero el agarre de las cadenas era fortísimo; superior a cualquier cosa que hubiera experimentado antes. No pudo más que gritar de frustración, a lo que el león le sonrió, jactancioso.

 

—No eres capaz de superar a un caballero de oro viejo y sin armadura —se rio—, y no comprendes por qué el Sumo Pontífice ha decidido usarte como señuelo. ¿Tengo que explicártelo? —Therón se acercó a Leo tan rápido como pudo para recriminarle sus acciones.

 

—¡Señor Baltsarós! —gritó—. ¿Qué está ocurriendo? ¿Por qué la ha retenido? —El santo de plata comprendió que aquellas cadenas incandescentes eran una técnica del santo de Leo.

 

—¿No te parece motivo suficiente que me haya intentado cortar el cuello? —La respuesta del hombre de coleta negra fue acompañada por un gesto de su pulgar, que señaló al lugar por donde le resbalaba un surco de sangre abundante.

 

Astrea intentó hablar, pero súbitamente, la cadena que le oprimía el cuello se alargó dando la vuelta a su nuca hasta taparle la boca. La joven solo pudo gruñir. Tenía suerte de que las armaduras de Atenea cubriesen más que las zonas que protegían; de lo contrario, su rostro se habría desfigurado de forma instantánea, y el cabello, esa melena ondulada que lucía, le habría ardido.

 

—¡Ahora te vas a relajar, maldita sea! —El león la miró enfadado y con los brazos en jarras—. Has estado a punto de cortarme la garganta, has pateado a un aliado y partido en dos a una mujer que decía no ser tu enemiga. ¿Y todo por qué? ¿Por qué? ¡Respóndeme! —Leo se dio cuenta de que acababa de taparle la boca con su técnica opresora y destensó el agarre solo alrededor de su cabeza—. ¡Sé que es injusto utilizar un señuelo, pero compréndelo tú también, amolar! —Las palabras del santo parecieron doblegar la ofuscación que sentía Astrea, al menos un poco.

 

»Las Horas no son nuestras enemigas, niña. O eso dicen —trató de persuadir—. Seguro que tú sabes más que yo de esto, pero Iskandar, el caballero de Escorpio actual, recibió el Juicio de parte de su hermano. Según dijo, salió mal y la rabia y la ira le cegaron. Pero ponte a pensar… ¿te das cuenta de que esta rabieta tuya podría haberte matado? ¡Acabas de demostrarme que un santo dorado que actúe de forma egoísta puede ser la ruina no solo del Santuario, sino del mundo entero! Después de todo, ese Juicio de las Horas podría ser necesario. ¿Te das cuenta de que tu actitud ha sido excesiva?

 

»¡Podría haberte matado yo mismo! Siento decírtelo, pero eres escoria comparada conmigo —Astrea protestó de nuevo—. Te seré sincero; comprendo que no estés de acuerdo con ser un peón, ¡pero es que lo eres! ¡Todos somos peones del Santuario! ¡Si tu papel es sacrificarte por tus compañeros, te sacrificas y punto!  —Pateó el suelo con rabia—. ¡Al igual que mi maldito papel fue exiliarme del Santuario y hacer de desertor, el tuyo es confirmarnos si ese juicio es necesario! —Leo se movió para señalar a la lejana Ánfora, que aún seguía concentrada—. Y si resulta ser un engaño, ¡en el peor de los casos, morirás como una heroína que se sacrificó por evitar que sus compañeros fuesen engañados también! ¡Y eres tú quien tiene que hacerlo porque eres la nueva, la más débil! ¡Eres tú quien tiene que hacerlo porque no eres capaz de doblegar ni a un hombre sin armadura!

 

—Si me lo permite, es lógico que no esté de acuerdo, señor Baltsarós —opinó el santo de plata, que escuchaba con atención mientras sentía cierta pena por Astrea, encadenada ante sus ojos. Él Miraba su carita entristecida y a la vez desafiante; contemplaba cómo se mecían aquellos bucles de cabello iluminados por el abrasivo abrazo de las cadenas del león. ¡Qué milagro el de las armaduras, que eran un velo invisible y protector!

 

«¿Y si lleva razón? ¿Y si mi papel no es más que este? Pero es injusto. ¿Por qué tengo yo que sacrificarme por ellos? Espera, nadie ha dicho que vaya a morir. Iskandar no murió. Pero es inaceptable… ¿Soy egoísta? ¿Soy justa? Debo estar loca… Me odian porque soy inútil. Pero si soy inútil, ¿por qué llevo la armadura de Virgo? —La mente de Astrea dejó de maquinar un instante. Había encontrado la respuesta, pero no fue capaz de esgrimirla hasta entonces—. Claro, porque soy Virgo. No soy más que eso, una virgen, un sacrificio… Y él será quien me mate —Sus grandes ojos azules empezaron a teñirse de lágrimas que le resbalaron por la mejilla. Se evaporaron al tocar la cadena candente. Sentía como si algo le martilleara la cabeza. Empezó a sentirse mal de repente—. Ah, la fiebre…»

 

El silencio pareció reclamar la palabra, y todo quedó en calma mientras la muchacha sollozaba entre las cadenas. A lo lejos se escuchó algo parecido a un cristal quebrándose. En ese justo instante, una delgada línea de oro surcó el vacío hasta posarse sobre el gorjal de la coraza de Virgo. Una columna de luz colosal cayó del cielo sobre el cuerpo de la adolescente hendiendo la tierra y restallando con violencia insólita. Fragmentos de piedra nevada se desprendieron en todas direcciones, y un empuje inhumano lanzó a Baltsarós y Therón a lo lejos.

 

Tirados de espaldas sobre la mullida nieve, contemplaron con sorpresa lo que estaba sucediendo. ¿Qué era aquello? El dorado lo imaginó enseguida: detrás de él se erguía Ánfora, que sostenía en su mano una gema roja hecha trizas. Su cara desfigurada por el dolor lo decía todo: aquello debía ser el Juicio de las Horas.

 

Tras el rayo de luz pálida que envolvió por completo a la adolescente de Virgo, un temblor sacudió la tierra. Acto seguido, Astrea quedó inconsciente y con los ojos en blanco. Solo las cadenas de Leo evitaban que cayese de bruces al suelo.

 

--------------------------------------------

 

Estimados amigos, esto es todo por esta semana. Os ruego que me tengáis un poquito de paciencia con vuestros comentarios. Ya os digo que hay un usuario que me ha convencido de volver a darlos con la misma frecuencia de antes. 

 

Un abrazo a todos y gracias por leer esta historia. Se agradecen los comentarios.


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Publicado 14 abril 2015 - 15:59

Que me late que se equivocaron de armadura en vez de darle la de virgo debieron darle la

de capricornio muy buena tecnica la de Astrea,un poco mas y termina en masacre 

 

estoy seguro que muchos sagistas y sobre todo dohkistas estaran de acuerdo en que los de

virgo son debiles XDDD

 

esperando el prox capitulo para saber si lograrar superar el juicio de las horas

 

buen fic

 

 

 

 


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#234 Killcrom

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Publicado 15 abril 2015 - 13:23

Que me late que se equivocaron de armadura en vez de darle la de virgo debieron darle la

de capricornio muy buena tecnica la de Astrea,un poco mas y termina en masacre 

 

estoy seguro que muchos sagistas y sobre todo dohkistas estaran de acuerdo en que los de

virgo son debiles XDDD

 

esperando el prox capitulo para saber si lograrar superar el juicio de las horas

 

buen fic

 

No sé qué me pasa con las espadas. Creo que me gustan demasiado. Espero no añadir más espadas al fic. Confío en ello.  :lol:

 

En realidad yo no creo que ningún santo dorado pueda ser débil. Tan solo se trata del momento y las condiciones de un combate. 

 

Gracias por el comentario, T-800. Te lanzo una pregunta para tu siguiente comentario, si me lo das. Soy horriblemente lento y aburrido, ¿verdad? Debo encontrar la forma de superar este laberinto de lentitud que llevo arrastrando tanto tiempo. 

 

Un abrazo.


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Publicado 15 abril 2015 - 14:43

¿Hay alguna razón en especial para que la más débil de los 12 sea justo la única mujer? Digo, la mitad de la población mundial podría estar algo en desacuerdo con esa idea xD

 

Estoy un poco apresurado, así que es lo único que comentaré por esta vez. Ah, y que tienes una mayúscula de más

Él Miraba su carita entristecida y a la vez desafiante; contemplaba cómo se mecían aquellos bucles de cabello iluminados por el abrasivo abrazo de las cadenas del león. ¡Qué milagro el de las armaduras, que eran un velo invisible y protector!

 

 

Y que me sentí triste por la pobre chica. Lo siento si fue muy corto el review comparado con otros.


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Publicado 15 abril 2015 - 16:29

No sé qué me pasa con las espadas. Creo que me gustan demasiado. Espero no añadir más espadas al fic. Confío en ello.  :lol:

 

En realidad yo no creo que ningún santo dorado pueda ser débil. Tan solo se trata del momento y las condiciones de un combate. 

 

Gracias por el comentario, T-800. Te lanzo una pregunta para tu siguiente comentario, si me lo das. Soy horriblemente lento y aburrido, ¿verdad? Debo encontrar la forma de superar este laberinto de lentitud que llevo arrastrando tanto tiempo. 

 

Un abrazo.

 

 

bueno la idea de las espadas no esta tan mal es un poco repetitivo pero la idea suele funcionar al menos asi se ha visto en diferentes animes.

 

-no creo que los dorados de tu fic sean debiles ,lo anterior lo dije porque recorde algunos de los comentarios que dejan en las encuestas y versus ,los respetables compañeros foristas que no piensan como yo xD

 

-bueno sobre si tu fic es aburrido honestamente te puedo decir que No ,es decir no sera tan fumado como el de zeus o tan epico como el de Abyssal o seyga 09 o tan gracioso como el de tetza 

-no pongo mas ejm de fics porque no acabaria nunca

 

-me parec muy buen fic con una estructura similar al de Nietz es decir se ve el esfuerzo por intentar recrear en el lector como era algunas de las costumbres antiguas,mostrarnos con detalles los escenarios donde se da la historia del fic,eso y otros detalles lo hacen un buen fic.

 

 

-sobre si eres lento para que Negarlo,.lo eres. Un poco mas y  eres mas lento que Don Ramon al pagar la renta XD

,te sugeriria que intetaras acortar un poco las escenas de relleno .me consta que el tiempo nos juega malas pasada por eso tambien  te sugiero que tengas almacenados algunos cuantos capitulos para los dias que no puedas escribir.

 

-sobre tu fic honestamente me parece un buen fic y que de vez en cuando nos da capítulos geniales pero la mayoria si son buenos.


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#237 Tetzauhteotl

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Publicado 15 abril 2015 - 19:29

Buen fic kill, sigue así. No le hagas caso a aquellos que dicen que tu fic es aburrido, ¡no es cierto!, seguro lo dicen por envidia  :smile5:. Saludos. 


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#238 unikron

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Publicado 15 abril 2015 - 21:23

buen capitulo vaya todos son peones y lo asumen me sigue recordando a mi fic donde los aliados del prota son iguales aunque en mi fic lo hacen mas por miedo a el y aqui es por deber y me dio algo de trizteza esa chica



#239 Killcrom

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Publicado 16 abril 2015 - 18:47

Como voy estando más activo, responderé estos comentarios sin esperar al día 24.  :lol:

 

¿Hay alguna razón en especial para que la más débil de los 12 sea justo la única mujer? ...

 

Un gusto leerte, amigo Felipe. Espero que todo te vaya bien. En breve paso por tu tema, que ya he empezado por fin a devolver reviews. Tetza me abrió los ojos.  ^_^

 

La razón por la que Astrea se suponga la más débil NO es que sea mujer. Esta generación de santos (la de mi fic), salvo tres o cuatro, es muy veterana. Incluso Iskandar, que estaría entre los más débiles, lleva varios años de ventaja a Astrea, que tiene en torno a dieciséis añitos. 

 

El cosmos de Astrea es fuerte, pero no tiene experiencia. Esa falta de experiencia es lo que la convierte en un blanco fácil. De todas formas, DICEN que es la más débil, pero aún no la hemos visto dándolo todo, ¿o sí?  :lol:

 

Comparto esta tabla para que veas la edad de los santos. Algún personaje está sujeto a cambios aún, como Géminis y Tauro, pero incluso Iskandar y Éurito, que apenas superan los 20, llevan unos cinco o más años como santos dorados. Imagina la experiencia que debe tener Libra, Capricornio... 

 

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No te preocupes por la longitud del review. Comprendo que puedes tener otras cosas que hacer, y tampoco yo te he comentado en este tiempo. Te lo agradezco mucho. ¡Y ánimo con tus cosillas!

 

Abrazo.

 

bueno la idea de las espadas no esta tan mal es un poco repetitivo pero la idea suele funcionar al menos asi se ha visto en diferentes animes...

 

Por suerte los santos que tienen espadas ya salieron (Capricornio y Virgo). Libra tiene, pero ya sabes que son parte de su arsenal. 

 

Tengo un poco de todo. Santos débiles y santos fuertes. Habrá que ver cómo encajan en la historia, que insisto, ESPERO hacer que avance más rápido desde ya. 

 

El problema de mi fic ya lo sabes: soy peor que Don Ramón. Buen ejemplo. La historia va algo avanzada y creo que aunque pueda encontrar solución, la primera temporada tendrá que arrastrar este lastre de primeros dieciséis capítulos. Gracias a vuestros comentarios y sugerencias, puedo prometer una segunda temporada más dinámica. ¡Alcanzaré el séptimo sentido del fanfiction!

 

Seguiré describiendo. Es mi estilo. Pero lo haré solo cuando sea necesario. No os agobiaré más con el interesantísimo relato de cómo Astrea se ata el cordón de los zapatos y cosas así. Igualmente, en los combates trataré de mantener el dinamismo. Espero poder traeros una sorpresa GRATA para la saga de los 4 grandes, que ocupará los capítulos anteriores al 20. Y tras eso, meteré el turbo para avanzar rápido y terminar la temporada.

 

Me perdonáis este experimento, pero desde el principio Némesis Divino pretendía ser pretexto para ayudarme a mejorar. Y ha cumplido su propósito. Sigue haciéndolo de hecho. Seré más dinámico y rápido. Promesa.  ^_^

 

El tema de tener capítulos guardados de reserva, los tengo. Aún me quedan 6. Pero debo retomar el ritmo de escritura. 

 

Para terminar de responderte, gracias por tomarte la molestia de contestar mi pregunta. Me esforzaré para que todos los capítulos a partir del 17 sean excelentes. Hasta entonces, perdonadme.  :lol:

 

¡Ah! Te dejé comentario, amigo.

 

Buen fic kill, sigue así. No le hagas caso a aquellos que dicen que tu fic es aburrido, ¡no es cierto!, seguro lo dicen por envidia  :smile5:. Saludos. 

 

Gracias, Tetza. Aunque eres un poco ácido y troll, tus palabras me ayudan mucho. Y ya sabes lo que te voy a decir: "equilibrio". Creo que ya lo veo. Es cuestión de practicarlo. 

 

buen capitulo vaya todos son peones y lo asumen me sigue recordando a mi fic donde los aliados del prota son iguales aunque en mi fic lo hacen mas por miedo a el y aqui es por deber y me dio algo de trizteza esa chica

 

Gracias, Uni. Me alegra decirte que te he dejado un comentario en tu historia. Un abrazo para ti y para Hatome. 


Editado por Killcrom, 16 abril 2015 - 18:49 .

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#240 Lunatic BoltSpectrum

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Defensa:
Velocidad:
Victorias:
0
Derrotas:
1
Total:
1

Publicado 19 abril 2015 - 15:50

como siempre un excelente capitulo

 

me gusto mucho el nivel que demostraron Leo y Virgo

 

saludos






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