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El Mito del Santuario


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#741 -Felipe-

-Felipe-

    Bang

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Publicado 21 marzo 2020 - 16:16

Disculpen, el siguiente capítulo es un poco largo (en especial comparado con el anterior, más corto que el promedio), pero consideré necesario que así fuera, para narrar bien una batalla a dos frentes, y explicar correctamente lo que allí ocurre.

 

Además, al final del capítulo, hay un Anexo escrito por Placebo, tanto un flashback como un cambio de perspectiva sobre los eventos finales de este capítulo. Como siempre, se aprecian todas las críticas constructivas.

 

 

DOHKO IV

 

Río Aqueronte. Inframundo.

La Ley del Dolor se había vuelto algo insoportable. Irritante. No se le podía vencer con puro Cosmos, con fuerza de voluntad o los deseos del corazón, pues estaba sobre eso y cualquier Santo o Espectro. Lamentablemente solo uno poseía la llave para abrir aquella frustrante puerta, Caronte de Aqueronte, y mientras alguien quisiera infligir dolor, la ley del río repelía todo lo que le lanzaran al malnacido, que podía quedarse tranquilamente esperando a que los buques que le acompañaban terminaran con todos sus Santos con el solo hecho de esperar. Era la paciencia, aprovechando el agotamiento de sus compañeros de armas, lo que le estaba irónicamente haciendo perder la suya. El miedo a sus muertes, como la de Higía de Ave del Paraíso, le tenía contenido.

¿Qué más podía hacer? Los Santos de Pata y Bronce restantes se encargaban de dirigir el Navío en bajada, a lo más profundo del infierno, a la vez que terminaban con los Esqueletos que subían a bordo. Dohko debía controlar a Caronte, y Caronte controlar a Dohko, pues sabía que en el menor atisbo de duda, no alcanzaría a activar la Ley del Dolor antes de sus Cien Dragones, y sería su fin. El problema era que no había bajado la guardia ni un mísero instante durante el recorrido, y era Dohko el que se frustraba. Podía culpar a su falta de ejercicio durante dos siglos, pero la verdad era que nunca se caracterizó por su calma y mansedumbre en el campo de batalla. Eso era trabajo de Sion. Ahora era cuando más lo extrañaba… ahora que había muerto dos veces. ¡Necesitaba tiempo para pensar!

¿Quién diría que eso bastaba para que el pensamiento fuera relevante? Asterion le leyó la mente sin ningún problema, y convocó a Frauke y Retsu para que manifestaran sus defensas entre Dohko y Caronte, los Siete Rugidos del Norte y el Cristal de Garras.

A la vez que Venator viraba con brusquedad y el Navío de la Esperanza se metía entre un par de grandes montañas que Dohko no había percibido, éste se volvió de nuevo a su tripulación, que dirigidos por el Fuego Forajido de Kazuma de Cruz del Sur, terminaba con los Esqueletos restantes. Detrás, Caronte y sus otros barcos lo seguían.

—¿Q-qué diablos pasó? ¿No les dije que…?

—Que las peleas eran de uno contra uno —recitó Asterion, como de memoria—, pero solo le estamos dando un entre medio, un descanso. Ya podrá retomar la pelea.

—¿Dónde estamos? ¿Qué es esto?

Dohko miró por la borda, a la vez que todo alrededor se oscurecía, proyectadas las sombras por las grandes piedras que casi ocultaban el firmamento de un rojo cada vez más oscuro, repleto por rayos grises que entonaban su propia sinfonía monstruosa. Hades había dado inicio a su plan, y no parecía ser un simple lienzo en el cielo de la Tierra, como la vez anterior. Las estrellas se estaban convirtiendo en rayos, y eso quería decir que el Sol, en la superficie, también se había transformado.

Abajo del Navío también cambiaban las cosas. El Aqueronte, de aguas amarillas antes, estaba evidenciando manchas negras como de brea, pequeñas motas que se hacían cada vez más frecuentes y que flotaban como algo que no quería decir en voz alta.

Detrás de las montañas rocosas había otras más, cada vez más grandes e inclinadas en bajada. El buque estaba pasando debajo de una suerte de túnel natural del infierno con tanta precisión que habían logrado dejar a Caronte detrás, cuando antes estuvo entre ellos y la costa.

Tardó más de la cuenta en entender, y fue la malherida Yuli quien le recordó que, a pesar de su nueva juventud, todavía parecía evidenciar problemas de memoria.

—Ían y yo seguimos los mapas que nos dio —explicó, mostrándole los rollos que el mismo Dohko les había encargado seguir, que había recopilado con información de la anterior Guerra Santa—. Este es el camino que baja hacia las siguientes Prisiones.

Allí fue cuando cayó en cuenta.

—¡El Estigia! —Claro, se lo habían explicado hacía dos siglos. El Aqueronte tenía una afluente en el Estigia, el segundo río del infierno, y había un camino único que podía llevarlos en bajada incluso hasta el Lethe. Estaba sorprendido de no haberse percatado de ello a la vez que el barco viraba.

No. Lo cierto era que su mayor sorpresa, y lo que le causaba tanto orgullo, era que mientras luchaban contra las fuerzas de Hades, Yuli e Ían habían continuado analizando los mapas, estudiando los caminos y la costa de las primeras Prisiones, y habían dado sus instrucciones a Venator para que este, con igual maestría, les guiara hacia el túnel que los llevaría al Estigia sin perder ni un segundo la concentración.

—Pensé varias veces que me perdería, me empecé a desesperar —admitió el Santo de Delfín, con las manos clavadas al timón—. Pero si puedo hallar a mi inquieta Alicia entre las prendas de ropa que se ofrecen en el mercado del vertiginoso Rodrio, entonces puedo encontrar el túnel que baja al Inframundo —añadió, con el alma llena de orgullo y añoranza por regresar con su hija.

—El trabajo de ustedes tres fue sencillamente impecab… ¡abajo! —A la orden del jefe del Santuario, los Santos se agacharon a tiempo para evitar una serie de bombardeos de los barcos que iban detrás. Balas de Cosmos oscuro que no podían percibir…, pero sí ver—. ¡Malditos sean estos tipos! ¡No me dejan ni felicitar a mis hombres!

—Señor…

—Ah, ¡y mujeres! Sí, dime, Yuli.

—No, no me refería a eso. No sabemos lo que encontraremos en el Estigia, pero sí averiguamos el camino para seguir hacia abajo. ¿Qué haremos al llegar?

Dohko miró de nuevo por la borda. El agua tenía tonos impecablemente iguales de amarillos y negros, por lo que no les quedaba mucho tiempo para adentrarse en la Cuarta Prisión. Allí se encontrarían con el guardián del río, y tendrían su batalla más intensa a dos frentes. Si no actuaban con eficiencia…

—Harán un emparedado de nosotros —terminó Asterion su idea.

—Ah, por eso es que Aiolia siempre se quejaba de que te metieras en su mente.

—Lo siento, señor, es una mala costumbre.

—¿Emparedado? —preguntó la Hidra, y Unicornio fue preciso en su explicación. Ambos mostraban cicatrices en sus rostros, no solo por los combates, heridas que ya no podían curar, sino por las marcas de lágrimas tras la muerte de la única que podía sanar a sus compañeros, en el Aqueronte.

—Si hay un guardia para el Aqueronte también debe haber uno para el Estigia, por lo que nos atacarán tanto desde proa como desde popa.

—¿Qué? —se alteró Sextante, tomándose nerviosamente el brazo cuya movilidad casi había perdido tras la lanza que le arrojaron—. ¿Acaso tomamos tan mala decisión?

—¡No! De hecho, fue excelente —intervino Dohko, con toda sinceridad—. Nos encontrábamos en tablas, y solo era asunto de tiempo para que Caronte las rompiera a su favor, por culpa mía, que estaba ensimismado en nuestra batalla.

—Pero es verdad, si el guardián del Estigia tiene manejo de su río como Caronte con el suyo, entonces estaremos en problemas —dijo Nam, Santo de Dorado.

—Por eso tenemos que encontrar una estrategia —replicó June, la Camaleón—. Una que, en lo posible, nos permita matar dos pájaros de un tiro.

—Exactamente. —«Pero será difícil sin sacrificar algo de nuestro lado», pensó el Santo de Libra. Todas las maneras que se le ocurrían implicaban un costo alto para burlar a los dos Espectros Celestiales que se enfrentarían, y vencerlos en su propio juego.

Luego, Dohko se dio cuenta de que alguien lo observaba más atentamente que los otros. Sus ojos brillaban con resplandor dorado, y Dohko trató de evitar a toda costa que abriera su boca, decirle que podían encontrar otros métodos…

Pero Asterion, el Sabueso de Plata cubierto de vendas desde la batalla contra los Espectros en el Santuario, calló. Cerró los ojos en completo silencio y mostró el atisbo de una sonrisa, como si hubiera llegado a una resolución evidente. Dohko ocultó sus propios pensamientos, pero ya era tarde, y solo le quedó decidir firmemente que no permitiría más pérdidas innecesarias; solo él mismo podía ser la excepción.

—¿Y cuál es el plan? —preguntó Geki, antes de que otro bombazo de Caronte les pasara por encima—. ¡Oh, qué infeliz más molesto! ¡Voy a matar a ese payaso!

—Retsu, Frauke, vayan a popa y levanten las defensas. Kazuma, dirige a los Santos de Bronce detrás de ellos y enfrenten a Caronte, manténganlo a raya y esperen hasta que esté lo suficientemente cerca para quemar su flota con el Fuego Forajido. Los soldados se distribuirán a babor y estribor con las lanzas en alto, nunca las bajen. June, Geki, ustedes vienen conmigo, enfrentaremos al guardián del Estigia. Yuli, sube con Holokai a la cofa y apunten a direcciones opuestas, en lo posible a la cabeza de los guardianes de los ríos. Se nos ocurrirá algo en el momento, estoy seguro.

Los Santos y soldados se dispersaron apenas les dio la señal. Estaban incluso más concentrados con él, y tenía que admitir que, en ese caso, el rango sí importaba. Con un dominio mayor del Cosmos, tenía más chances de sobrevivir que ellos, que luchaban por sus vidas a cada segundo que transcurría, y la eficiencia que demostraban debido a ello era algo digno de admirar. Por eso era que los protegería a toda costa, usaría esa superioridad que le había dado el maldito destino del que siempre parloteaba a Sion para protegerlos como Sumo Sacerdote del Santuario, como Santo de Oro de Libra, y como hombre.

Pensando en ello se volteó hacia donde dos Santos susurraban en silencio, sin aún tomar sus posiciones en el siguiente combate.

—No te rindas ahora, nos dieron nuestras órdenes.

—¿Acaso no temes morir?

—¡Por supuesto que sí! Pero somos soldados, juramos dar la vida en el campo de batalla por Atenea.

—Yo me dedicaba a los establos, Miguel. ¿No te parece coherente que ahora me esté arrepintiendo de la decisión que tomé?

—Sé que este no era tu mundo, Thelma, pero… si es necesario, yo lucharé por los dos. Ahora somos Santos de Atenea, y es nuestro deber. Te protegeré a la vez que sacas fuerzas de tu honesta flaqueza.

 

Esos eran Miguel de Paloma y Thelma de Liebre. Uno había sido un ladrón en un pueblo de Perú por donde anduvo Asterion antes de la guerra (y a quien trató de robarle la billetera, antes de viajar juntos a Atenas), y el otro era un huérfano que trabajaba en los establos del Santuario, y a quien usaron para enseñarle griego al otro, además de guía por el recinto sagrado. Ambos eran los Santos más recientes con los que contaban, un par de novatos demasiado jóvenes, y que se habían unido a la lucha tan fervientemente como los otros, cuando se reunieron en la Palaestra. Eran amigos desde hace mucho tiempo, los dos habían entrenado juntos, y básicamente no tenían a nadie más en el mundo que a sí mismos. Esos eran los lazos que Dohko deseaba proteger, y que a ellos atemorizaban.

Pero, no había nada más natural que el miedo. Ambos lo sentían, pero de distinta forma lo interpretaban y manifestaban. Miguel lo hacía a través de su ira y frustración, como Ikki, y Thelma, dulce y gentil, muy parecido a Shun, lo expresaba con sus lágrimas.

—Chicos.

—¡S-señor Dohko! —exclamaron al unísono.

Antes de que hicieran la protocolar pose militar, el Santo de Libra apoyó las manos sobre sus hombros.

—No se pongan tanta presión. Los Santos vivimos en el campo de batalla, eso es cierto, pero no nos exponemos a nuestras muertes de forma irresponsable. Nos cuidamos entre nosotros, aunque tengamos miedo.

—¡No tengo miedo, señor! —mintió Miguel. Era muy joven, inexperto e impulsivo hasta para pensar. Pero Dohko también había sido así años atrás, era natural.

Sin embargo, ahora era viejo. Debía admitírselo a sí mismo y recordarlo hasta el día de su muerte. Era momento de actuar como tal.

—Todos tenemos miedos, Paloma.

—¿Usted también? —preguntó el Santo de Liebre.

—Por supuesto. Lo importante es sacar fuerzas de ello, en lugar de perder ante el terror. Ahora, vayan a sus puest…

Fue entonces… cuando sintieron una explosión de Cosmos. Un Cosmos absurdo, antinatural, muy superior al de todos ellos juntos, Dohko incluido. Un Cosmos divino, en dirección al Estigia, en el que ya estaban entrando.

El Cosmos de una diosa.

 

Avistaron unos pocos centauros con Surplices, cargando arcos y flechas en todas direcciones, menos hacia las almas al interior de la laguna más grande y maloliente que Dohko hubiese conocido en su larga, larguísima vida.

Las aguas negras estaban agitadas, tan nerviosas como los Esqueletos que parecían buscar enemigos con la mirada, apuntando a todos lados. También pudo Dohko avistar algunos sobre bajo el agua, flotando. No solo llamas azules que todavía sufrían su tortura, sino que decenas de cadáveres pertenecientes a Esqueletos-centauros que pintaban el agua con motas rojas.

—¿Acaso…? ¿Acaso ella hizo esto? —se preguntó Dohko, buscando hacia todos lados algún rastro de su diosa, pues solo a ella le podría pertenecer un Cosmos así. Algo enorme e imparable, una guerrera milenaria, brutal contra los enemigos de la paz. Solo podía significar una cosa—. ¿Está recuperando sus memorias y personalidad divina ahora que Saori Kido está muerta, caminando por el infierno?

—¡Dohko! —le llamó Geki, a su lado—. Alguien viene hacia acá.

Al mismo tiempo escuchó los gritos de batalla desde popa, así como el retomar de los bombardeos, lo que significaba que Caronte atacaba. Dohko, sin embargo, puso su atención en el enemigo que se acercaba remando sobre una balsa de madera, humilde y pequeña, luciendo como un perro humanoide.

—¡Oye! ¿Qué quieraquí? ¿Va’ a ser mi cena? —preguntó.

—Somos los Santos de Atenea. ¿Eres el guardián del río Estigia? —preguntó Libra con la intención de hacer algo de tiempo para estudiarlo. Se veía como alguien experto en el combate, su postura de guerra era evidente a pesar de fingir relajo. Tenía garras filosas y sus piernas eran fuertes, un claro luchador cuerpo a cuerpo, brutal y sanguinario. Había visto tantos en su vida que ya podía reconocerlos perfectamente.

—Phlegyas de Licaón, guardián del’Estigia, la Cuarta Prisión. —El Espectro armó una sonrisa siniestra y se relamió los labios intensamente—. No me’spondiste.

—¿Qué pasa con este tipo? —inquirió June. Dohko sabía a lo que se refería. Había algo extraño con el Espectro, un olor nauseabundo que no provenía solo de la laguna. A su alrededor había decenas de cadáveres, probablemente trabajaban para él, pero parecía importarle tan poco como los bombardeos detrás. No estaba atacándolos.

De un momento a otro comenzó a rascarse la entrepierna, por encima del faldón de la Surplice, y su peto se manchó con la saliva que caía por su mentón poblado de barba mal cortada. June estaba muy nerviosa y Geki no entendía nada, pero Dohko comenzó a percibir algo siniestro.

—Ah… ah… bueno… ora me dio má’ hambre… ah…

—Muchachos, tengan cuidado. Este no es un Espectro común y corriente. —Con el rabillo del ojo captó a Holokai en lo alto de las velas, apuntando con su Zoom Flash. Si tenían suerte, no tendrían que entrar en una batalla a dos frentes. También le preocupaba el paradero de su diosa, que tras esa explosión de Cosmos había desaparecido.

—¡Señor Phlegyas! —gritó uno de los pocos Esqueletos sobrevivientes—. Atenea estuvo aquí, ¡la diosa Atenea fue la que…!

No logró terminar la oración. Dohko quiso probar su teoría y lanzó un rapidísimo golpe con su diestra, un Tigre Feroz, y el Espectro terminó en la brea, junto a sus amigos muertos y las almas que había torturado, poco después.

—Sabía que la señorita Saori estaba por aquí —dijo Geki, golpeándose los puños, inspirado por la esperanza de que la joven que había conocido desde que era niño estaba bien. Sonrió y se preparó para la batalla con ansias, al igual que Holokai, June, Miguel y Thelma, que estaban cerca—. Pero sería mejor que nadie más se enterase.

—Dohko, ninguno de nosotros puede combatir a larga distancia, ¿cuál es el plan? —preguntó June, con el látigo en lo alto. Era cierto, eligió a aquellos más preparados para el combate físico, y eso se debía a que atraería a los enemigos allí para que los destrozaran. Era la única manera de evitar el poder mágico de los ríos.

—Cuando suba a Phlegyas al barco, lo destruyen, ¿entendido?

—Entendido —contestaron Geki y June al unísono.

 

El Estigia se meció con fuerza. La temperatura aumentó en la popa, lo que parecía indicar que Kazuma se estaba divirtiendo. Dohko escuchó explosiones y exclamaciones, los muchachos lo estaban dando todo en la parte trasera del Navío de la Esperanza. Era el momento de la verdad.

Dohko encendió su Cosmos y lo concentró en sus manos. Se preguntó si en esas aguas mandaba la ley del Aqueronte, la del Estigia, o ambas. El rugir del primero le dio la señal que necesitaba, de que todo podía salir bien a pesar de sus preocupaciones.

El barco de velas negras de Caronte se estaba hundiendo, como indicaban así los gritos de los Esqueletos que lo tripulaban. Sextante había encontrado la manera perfecta de destruirlo, algo que al mismo Dohko no se le había ocurrido, y no daba más de orgullo por sus soldados. Con un preciso Ojo de Spindle había atacado al buque negro en lugar de a Caronte. Los barcos no sentían dolor, y se había aprovechado de lo estrecho del río.

El Espectro de Aqueronte se había visto obligado a subir a bordo, y ahora usaba su Remo Giratorio contra el fuego de Kazuma, a medida que maldecía a medio mundo con su voz ronca y aguardentosa, casi cantarina. La Ley del Dolor no podría repelerlos a todos a la vez, era cosa de tiempo para que las sombras no atraparan a uno de los Santos.

—¡¡¡Noooo!!! Mi precioso barco, ¿¡qué le hicieron a mi belleza!?

La situación estaba controlada. Había sido cosa de tiempo, y felicitarían a Yuli con todas sus fuerzas por dar vuelta las cosas. Pero, entonces…

 

—Oye, chico dorado… ¿me odias? —preguntó Phlegyas, con sorna. Su sonrisa se contorsionó en una mueca deforme que poco tenía de humana. No estaba ni siquiera un poco interesado en lo que le había ocurrido a Caronte.

—¿Qué cosa?

—Es que vi a varios usando armaduras de ese color en Cocytos. Chicos dorados. A ver si me odias sabiendeso.

—¿De quiénes estás…? —Dohko sintió hervir su sangre con ira y odio, sus puños enrojecieron y se rodearon por Cosmos. Tuvo una punzada de dolor al intentar adivinar de quiénes estaba hablando. Hombres con Mantos de Oro, frescos llegados a Cocytos, el infierno congelado. Ya era el fin para ellos.

Pareque sí está’ enoja’o. Invoco a la Ley, ¡Río del Odio![1]

Unos brazos de brea salieron de la laguna Estigia y se dirigieron a Dohko. Éste los vio, pero no pudo reaccionar a tiempo ante ellos, y se ataron a sus muñecas, anulando el Cosmos que había concentrado en ellas, como si no fueran capaces de producirlo. «No, no, no, no, ¡no!», se dijo Dohko, adivinando lo que se avecinaba. Observó a su alrededor, desesperado por un error que sabía que les costaría caro.

Los miembros de agua negra habían contenido a Geki y June, ambos incapaces de contener su ira ante las palabras de Phlegyas, y cayeron también en la trampa. La Ley del Odio del Estigia inmovilizaba con brea a cualquiera que odiara a su dueño, y ellos ya tenían enfado acumulado desde la muerte de Higía. Ahora solo podía hacerse peor. Era su culpa. ¡Las siguientes víctimas serían su culpa!

Atrás, Caronte tenía a Kazuma agarrado de la garganta, y hacía mover su remo a altísima velocidad con la mano libre para defenderse de los ataques de Nam, Ían, Frauke, Retsu, Jabu y Yuli, así como de los soldados rasos que habían acudido al rescate.

—Oye, oye, tú sí que molestas, ¿eh? ¿Eres tarada, cruel o algo así, destruyendo mi medio de trabajo? ¡Mi Remo es ataque y defensa a la vez!

Justo después de que un nuevo Ojo de Spindle fuera arrojado, fue retornado por el poder de Caronte a su dueña. Sin embargo, en las alturas, Holokai se interpuso y recibió el ataque en su lugar en el hombro, lanzando una maldición de dolor.

—¡Yuli, ya estás herida, baja de aquí!

—¡Holokai!

Dohko hizo arder su Cosmos, pero a medida que aumentaba su odio, el agarre de una fuerza de la naturaleza como era la Ley del Odio lo ataba todavía más fuerte. Delante de él, Phlegyas aulló como un animal salvaje.

—¡Vamo’ ahora, barquero bufón!

—¡Que arda el infierno, sabueso!

¡Trituradora de Corrientes![2]

—¡Infierno Aullador![3]

Ambos ataques fueron devastadores. El primero era una máquina demoledora que mezclaba dos fuerzas opuestas, formando un torbellino. El segundo era un grito que dejó por unos segundos sordo a Dohko, y que iba acompañado de dos huracanes de Cosmos que arrasaron incluso con el viento infernal.

Las velas se rasgaron y el mástil principal se quebró en pedazos, a la vez que Yuli y Holokai eran atrapados por la mezcla de ataques, y sus Mantos se quebraban poco a poco. Se avecinaba el momento final de ambas técnicas, y Dohko no podría evitarlo mientras odiara tanto como odiaba en esos momentos.

Pero… había alguien que ya no conservaba odio en su corazón. Su mejor amigo había perecido en la Guerra Civil, frente a Shun y June, y no guardaba ningún sentimiento negativo hacia ellos. Tenía ya demasiadas batallas encima, y a pesar de estar gravemente herido, su Cosmos ardía con la fuerza de una numerosa jauría de perros salvajes.

Asterion, el Sabueso de Plata, corrió hacia Caronte esquivando con precisión los flechazos de los Esqueletos-centauros del Estigia. Había encontrado a su presa y no iba a dejarle ir.

—Je, je, je, otro tonto. Río del Dolor. —Las olas de sombras que surgieron del río como un manto nocturno, cubrieron a Asterion… pero él siguió corriendo. De esa forma pudo Dohko entender su plan, aquel gesto de antes que percibió de él.

Caronte soltó a Kazuma, sin entender, y dirigió su Trituradora de Corrientes, con las dos manos esta vez, hacia Asterion. Éste desapareció apenas el ataque hizo contacto con él, como si nunca hubiera estado allí.

Porque no lo estaba.

—Este truco me lo enseñó Marin. —Asterion, así como el Águila de Plata, era un ilusionista experto, pero generalmente utilizaba su habilidad telepática y sus ilusiones en conjunto para su técnica Millón de Fantasmas. En este caso, lo que hizo fue adivinar dónde atacaría Caronte después de descubrir la treta, y usar uno de esos fantasmas para atacar al Espectro de Aqueronte por el lado contrario.

Caronte recibió un golpe penetrante en su costado, a través del remo, que al fin se rompió, liberando una serie de humos plateados. Caronte emitió entonces un chillido de dolor que fue silenciado por los bombardeos de sus hombres, desde la retaguardia. El semblante del Santo de Plata era sereno a pesar de lo que se avecinaba, y así también Dohko se dio cuenta de que debía tranquilizarse.

Debía salvarlos a todos… y para ello, no podía seguir usándolos de escudo. No como a ese chico, tan calmo y tan valiente, a pesar de sus miedos anteriores, que saltó con todas las fuerzas de una Liebre para salvar a su superior, superando la Ley del Odio con una facilidad que solo podía provenir de su pureza natural.

 

Caronte perforó con la mano derecha el abdomen de Asterion y activó su Trituradora de Corrientes, desgarrándolo fatalmente desde adentro. Dohko logró su calma al mismo tiempo que Asterion emitió sus últimas palabras.

—Así te quería. El Sabueso no deja ir a su presa. —Asterion tomó ambos brazos de Caronte a pesar de que la Trituradora continuaba rompiéndolo—. ¡Kazuma, Retsu!

—Je, je, je, oh, vaya… al menos disfrutaron de mi canción —dijo Caronte, que al prever su destino se puso a silbar una canción.

Los dos valientes Santos, uno de Plata y otro de Bronce, ambos con rostros llenos de lágrimas, saltaron al llamado de su líder. Un segundo después, el Huracán de Garras y la Flama Forajida arrasaron con Caronte, con todo y Surplice, usando todo su poder.

 

—¡Suéltalo ya!

—Espera, no puedes… ¡Alto, Thelma!

Dohko no podía perder un segundo. Se liberó de las cadenas de brea y enfrentó a Phlegyas con la mirada. Éste había desgarrado, en medio del caos causado por su propio Aullido Infernal, el cuello del valeroso Thelma de Liebre, ante los alaridos del Santo de Paloma, que lo había estado enfrentando antes. Lo había hecho con sus propios colmillos. Thelma le había roto el casco con una de sus técnicas, salvando a Miguel de una muerte segura, antes de ser atrapado por aquella bestia…

El cuerpo de Phelgyas, ante el furtivo ataque de Liebre, se había transformado. Le había salido un montón de pelo por todos lados, su cabello se había extendido, así como algunas zonas de su Surplice, como las garras, la cola y los cuernos. Su boca se había alargado, también sus colmillos, con los que había asesinado al pobre Thelma, y a varios otros soldados que se despachó en menos de un segundo. Sus ojos estaban desorbitados, parecía haber perdido todo control de sí.

—¡T-Thelma! —exclamó Miguel de Paloma, dispuesto a lanzarse como un poseso lleno de ira, pero fue bloqueado por Dohko—. ¡Pero maestro! Thelma… él me salvó... t-tengo que… m-maest…

Dohko lloraba. Les había fallado a sus valientes guerreros de la esperanza, que ahora de seguro la perderían, y no volvería a hacerlo, para que ellos pudieran recuperarla. Su dolor era incalculable, se le había roto el corazón viendo los cadáveres de sus hombres a su alrededor. Asterion se había sacrificado para vencer a Caronte, y Thelma de Liebre se había sacrificado, cansado de los combates, en su único acto impulsivo. Holokai y Yuli tal vez se encontraban en las mismas condiciones. Ellos habían tomado aquellas decisiones estúpidas que los llevaban a las tumbas en unos segundos… pero Dohko guio sus manos.

No más. No volvería a suceder. Por eso Sion mantenía a los Santos en esa marcada jerarquía militar, para no formar ese tipo de lazos que tanto lo abrumaban ahora. Sus dos puños ardían con un Cosmos verdoso, sin ira, sino que con una pena infinita. Ni siquiera los bombardeos de los amigos de Caronte le preocupaban ya.

—Muchachos… no intervengan.

—P-pero, Dohko… —dijo Geki, que había enfocado el Cosmos en sus manos. El enemigo estaba sobre la cubierta del barco, consideraba que era su momento de atacar a corta distancia, tal como lo habían hablado antes.

—Con mi látigo podría descubrir su…

—No se metan. Ya no más. Es una bestia fuera de sí, un Espectro que se hizo más poderoso cuando abandonó su humanidad. Un hombre lobo, un verdadero Licaón. Yo lo enfrentaré, y cuando lo haga, quiero que se larguen. Regresen al Santuario.

—¿Qué? —dijeron los presentes al unísono, empapados de lágrimas. Era el colmo, la gota que rebasó el vaso, ellos lo sabían. Los había traído hasta allí para dejarlos ir, era una vergüenza como líder. Sin embargo, a cambio de salvar sus vidas, se aseguraría de pagarles con la suya, especialmente si la arrojaba contra el mismísimo Hades por arrebatar las de aquellos valientes guerreros.

—No puedes hablar en serio —dijo el veterano Santo de Lince, que sostenía el cadáver de Asterion. Ninguno había quitado los ojos de encima al cuerpo de Thelma, que era abrazado por Miguel.

—Es una orden.

—Ufff, y pens… lo apetitosos que se ven, y lo’quieren lan… al Cocytos —dijo con dificultades de habla el Espectro Celestial, con la lengua afuera, llena de sangre, el hocico hacia arriba y la pelvis moviéndose como un perro frenético—. Quiero comemás.

—Oye, dime algo, si es que puedes. —Dohko dio un paso adelante, a la vez que se limpiaba las lágrimas del rostro—. ¿Quiénes están en Cocytos?

—Solo el fuego del Flegetonte podría ‘struir un infierno tan hela’o como Cocytos —dijo Phlegyas, concentrando su energía en las manos, torciendo la espalda cual animal en celo, escupiendo babas en la cubierta del Navío—. Allí están los chicos dorao’s por la eternidad. No quiero llevarlos allí austede’. Quiero comérmelos.

 

El Espectro Celestial, a una velocidad digna de un Santo de Oro, se arrojó sobre June, que apenas consiguió a mover un músculo de su brazo para defenderse. Dohko, en cambio… sí era un Santo de Oro.

—No volverán a hacer de las suyas en este lugar. —Sus manos ardían, y la Ley del Odio no las alcanzaría, pues no había odio en su corazón, sino que solo tristeza. Los Cien Dragones lanzaron alaridos fúnebres de lamento, y Dohko dedicó cincuenta de ellos en honor de Asterion, y la otra mitad para Thelma—. ¡Hierve, Cosmos!

La técnica más terrible del Monte LuShan se desbordó, y los dragones surcaron el cielo escarlata como estrellas fugaces de jade. Llenos de sufrimiento, la mayoría de ellos se dirigió a popa y arrasó con todos los barcos negros que pertenecían a Caronte; ya después tendría tiempo de preguntarse cómo afectaría el funcionamiento del Más Allá por culpa suya, pero no era el momento.

Algunos otros dragones, menos pero más precisos, devoraron a los Esqueletos-centauros que quedaban, con todo y arcos, y así ninguno de ellos podría dar aviso sobre la presencia de ellos o de Atenea en las cercanías.

Las fauces de los más brutales alcanzaron a Phlegyas antes de que éste terminara de usar su Aullido Infernal, que no tocó ni un solo cabello de la joven Santo de Camaleón. La Surplice de Licaón estalló en millones de pedazos, y Dohko canalizó tanto de su poder interior en el cuerpo de los dragones esmeraldas que se aseguró que no quedaría ni huesos ni músculos de él, hasta sus restos fueron alcanzados por ataques sucesivos que no daban ni la oportunidad de intentar defenderse. La sangre del Espectro cayó sobre la laguna y allí se quedaría hasta que el Inframundo cesase de ser. La Ley del Odio nunca pudo alcanzarlo.

 

En silencio, tras bajar sendos brazos, Dohko contempló su obra. Sin un atisbo de dudas bajó del barco, donde ninguno de sus hombres podría alcanzarlo, y subió a la balsa que Phlegyas había dejado atrás. La mayoría de los Santos de Bronce, los soldados rasos y Kazuma llamaron su nombre, pero no quería escucharlos. Solo deseaba que cumplieran su orden, que regresaran por donde vinieron.

Y eso, lamentablemente, fue lo único relevante que escuchó con atención, pero ya no había cómo mirar atrás. Solo le quedaba orar porque usaran la cabeza.

—¡No nos iremos, Dohko! —Había sido June la primera.

—¡Somos Santos como tú! —Ese había sido Geki.

—¡Nos volveremos a ver! —Aquel había sido el juramento de Jabu.

—¡No te atrevas a morir! —gritó Retsu. Y eso fue lo último que Dohko escuchó mientras tomaba el remo de Licaón y se alejaba del Navío que lo había llevado a su lugar de descanso, después de cientos de años, pues su planea involucraba justamente dejar de vivir. Pero, antes de ello, llegaría a Cocytos, del que tanto habló Phlegyas.

Había personas a las que debía rendirle honores primero.

 

 

--- Anexo ---

 

—Te lo dije. No digas que no te lo advertí, porque te lo dije. —Miguel levantó su cabeza desde la novela que lo tenía atrapado, notando perfectamente en qué momento el cuidador de los establos entraba a la enfermería. Aquel olor a excremento de caballo, a perro mojado, a tierra y pasto, y pelajes de tantos animales que su nariz se mareaba de solo recordarlo. A veces le daba asco estar junto a él por un tiempo largo, otras veces le daba pena verlo bañarse con salsa de tomate para neutralizar el hedor, pero Thelma nunca lograba deshacerse del todo de su zoológico corporal—. Te advertí que los caballos patean si te paras detrás de ellos, y los del Santuario están entrenados para romper muros.

—Ok, mamá, ya entendí. ¿No me trajiste algo de comer?

Thelma le acercó una caja llena de todo el pan y queso que, obviamente, pudo robar de la cocina del Santuario. Miguel acercó la mano para meter un queso a su boca, al mismo tiempo que terminaba de leer las últimas líneas del capítulo.

—¿Cómo es que nunca había leído esta cosa de los magos? Debiste presionarme antes a que lo leyera. —Las siguientes frases se perdieron entre el pan, queso y leche que trataba de comer.

—Recuerda masticar o Golg tendrá que enterrarte con una lápida de Murió por mucho queso y pan. No sabía comer el pobre. —Thelma nunca decía algo malintencionado, y si quedaba alguna duda, su enorme sonrisa (con esos enormes dientes de conejo que tanto lo martirizaban) dejaban su alegría en claro—. Y no, no sé cómo vivías sin leer a Harry Potter. ¿Es el cuarto libro?... Ese es mi favorito.

—Dios mío, esos caballos sí que golpean fuerte, en todo caso.

—Pobrecito, pobrecito, ¿cómo puedo hacer que te sientas mejor? —Thelma tomó un marcador que había traído especialmente para la ocasión. Pobre Miguel, llevaba un par de días enyesado y debía aburrirse de lo lindo—. Ya sé, ¡déjame firmar tu yeso!

Miguel podría haberse negado, pero estaba ocupado en un nuevo capítulo y un nuevo pan. Una de sus piernas se encontraba levantada (suspendida por un sistema de correas que aún no terminaba de importarle lo suficiente como para comprenderlo), envuelta en un duro yeso, al igual que su brazo izquierdo.

—De todas formas, te fue mucho mejor de lo que esperaba. Hay personas que pierden la columna y tú, el poderoso Santo de Paloma, solo te lastimaste un brazo y una pierna. —Thelma dibujó un pequeño autorretrato, tratando que se pareciera lo más posible; pecas, lentes, cabello ondulado y desordenado, incluso le hizo unos enormes dientes frontales. A un lado del dibujo, en su letra más bonita, escribió: Mejórate pronto y aléjate e los caballos. -T. De paso, puso algunas estrellas y sonrisas, para coronar su obra—. Igualmente, Higía me dio una hora solamente, así que te traje esto… —Debajo de su brazo había otro libro, que dejó sobre la mesa junto al pobre accidentado—. Es el quinto libro, ya que vas tan rápido con ese… y alégrate, tú sabes que nunca te dejaré solo. Para eso son los amigos.

Miguel puso cara de exasperación, pasando la página con cuidado para no romper el libro.

—Ya te pusiste cursi. De todas formas, no tienes que preocuparte, porque yo puedo pelear por los dos y tú solo concéntrate en cuidar a los caballos.

Thelma sonrió con un poco de tristeza, como si supiera que era más una predicción, que una promesa.

—Espero que no tengas que pelear por mí, Miguel.

 

Miguel recordó esto, entre muchas cosas más, cuando Thelma se lanzó frente a él. Creyó que la bestia le rompería la garganta, que este era su heroico final, que todo se iría a negro para siempre.

Un lúgubre pensamiento pasó por su mente, mientras se preparaba para atacar al licántropo. Tenía que matar a la bestia, tenía que defender a Thelma. Es es demasiado suave, demasiado miedoso, no puede defenderse sólo, pensó. No podía permitir que le hicieran daño a su hermano.

Pensó que podría hacerlo. Él era el músculo, Thelma era el corazón. Es natural que debiera protegerlo. Tan sencillo como eso. Atacar y golpear más rápido que el enemigo, hacer lo necesario para salir de allí con vida. Sacrifícate por la única persona que tienes en el mundo. Y si lograba hacer eso, podría cumplir con su deber de defender a Atenea.

Miguel escuchó el aullido animal y se quedó petrificado, el pánico en su cabeza se extendió a su cuerpo entero, y le entraron ganas de llorar. No quería morir, aunque fuera por Thelma; de verdad no quería morir. No quería morir, porque quería seguir pasando tiempo con Thelma.

Ahí estaba él, su garganta abierta por una hilera de dientes animales, borbotones de sangre saltaron al rostro de Miguel. Gritó como si lo estuvieran destrozando, su cuerpo logró moverse únicamente para tratar de agarrar el cuerpo inerte de su hermano.

 La bestia parecía satisfecha con el mordisco, se relamía el hocico lleno de sangre, pedía más carne para comer. Thelma tenía los ojos abiertos en una expresión de horror, su cuerpo empezaba a palidecer por la pérdida de sangre. Miguel pudo notar que, aún en la muerte seguía, Thelma seguía oliendo a establo y sus lentes seguían intactos sobre su rostro. Su mejor amigo era un trozo de carne, como quien come un trozo de carne y tira el resto a la basura, desechado cuando no pudo saciar el hambre de aquel Espectro.

Y entonces, lo decidió. Fuera como fuese, y sin importar quién estuviese en frente, Miguel, Santo de Columba lucharía por los dos. El alma de Thelma, Santo de Lepus, viviría ahora en su puño, y nadie podría romperlo de nuevo.

 

 


[1] Hatred River, en inglés.

[2] Current Crusher, en inglés.

[3] Howling Inferno, en inglés.


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#742 Cannabis Saint

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Publicado 22 marzo 2020 - 16:07

Excelente capitulo, hace de está cuarentena un poco más tolerable, jaja me agrado la forma de retratar a Flegias y lo centauros fue muy creativo, el final de la batalla fue genial, y el capítulo de Atena me deja queriendo ver más el dilema dd la diosa humana, buen par de capítulos! Saludos y esperar por otro en esta semana para pasar el encierro!

#743 -Felipe-

-Felipe-

    Bang

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Publicado 28 marzo 2020 - 13:53

Hola Cannabis, que bueno que te gustara. Me alegro que Phlegyas no se hiciera demasiado desagradable, y los centauros los saqué de la Divina Comedia, pues son los guardianes de aquel Círculo infernal. Espero no decepcionar con la historia de Saori.

 

Muchas gracias por pasar, y espero que te cuides en medio de todo esto (y que me permite más libertad para escribir jaja). ¡Saludos!

 

 

RADAMANTHYS II

 

Caina, Octava Prisión. Inframundo.

Estaba perdiendo la paciencia, y eso que no era mucho la que poseía. Bebió unos cuantos litros más, pero ni todo el licor del mundo iba a calmar su ansiedad. Miró otra vez a la bóveda de Caina, resplandeciendo con una lúgubre luz verde, estudió el estado de los Espectros otra vez, y volvió a beber. Para estar seguro, volvió a hacerlo justo después.

¿Qué diablos estaba sucediendo? Sentía que el mundo se estaba desmoronando. La cantidad de Espectros había bajado considerablemente, y podía entender que con alguna artimaña pudieran caer los Terrenales, pero ahora había Celestiales cuya presencia se había esfumado del Inframundo.

El Inframundo se componía de 108 Espectros, separados en tres tropas de 36. Los Tres Magnates estaban a cargo de 24 Espectros Terrenales y 11 Espectros Celestiales cada uno. De entre los 11 Espectros, seis eran regulares, cuatro eran los llamados «la élite», y el restante era uno de los Tres Demonios. Radamanthys, inexplicablemente, había perdido a todos sus Espectros Terrenales, mientras que Aiacos había perdido a la mayoría y Minos aún los conservaba a casi todos, pues habían permanecido en el Inframundo durante todo ese tiempo. De todas maneras, el gran peso del ejército de Hades recaía en sus Espectros Celestiales, y ¡ocho habían muerto ya!

Fyodor de Mandrágora a manos de la gobernante de Asgard con una espada mágica, era hasta cierto punto comprensible, pero Lune de Balrog, uno de los cuatro de élite de Minos y su mano derecha había caído –literalmente- ante un simple Santo de Oro. Por otro lado, Byakku de Nigromante y Vampen de Lamía habían sido asesinados por… y esto sí que no lo podía entender… Atenea en persona, a quien todos estaban buscando por todos lados. ¿Cómo podía moverse libremente en el Inframundo? ¿Las reglas para ella habían cambiado, a pesar de que su cuerpo era humano? Lo último que vio Byakku fue que sus ojos verdes habían cambiado a grises, y Vampen atestiguó su cambio de actitud.

Los casos gravísimos eran los de Pharaoh de Esfinge y Caronte de Aqueronte, de la tropa de Minos también, que fueron asesinados por aún más insignificantes Santos de Plata (uno de ellos un traidor a los señores Hades y Perséfone con el que pensaba lidiar de forma personal); peor aún, Tolka de Oro, ¡a quien mató un Santo de Bronce! Cuando vio eso en las vagas memorias de Tolka no podía creerlo, pensó que era una broma. Además, eso confirmaba que los Santos que estaban en el castillo de Lady Pandora habían bajado al Inframundo y podían moverse también con toda naturalidad. Se le ocurría una explicación posible, pero no deseaba considerarla, aunque estaba en el centro de sus pensamientos. El Espectro de Wyvern volvió a beber. Tres tragos más. Se acabó la botella y tomó otra.

Phlegyas de Licaón era el primer Espectro Celestial de su tropa en morir. Lo había entrenado hace milenios, sabía cómo pensaba, cómo actuaba, así como sus habilidades. Él había sido víctima del Sumo Sacerdote del Santuario, que dirigía un enorme navío lleno de Santos de Bronce. Alguien del calibre de Licaón no podía morir ante un Santo, por más fuerte que este resultase para la gente de la superficie. ¿Por qué había ocurrido eso? ¿Por qué parecía que estaban perdiendo, cuando eran 108 contra una veintena de mie.rda?

Diversas amenazas se acercaban, y él, como Vigía del Inframundo, tenía el deber de informar a Lady Pandora y el rey Hades de lo que acontecía. Dos Santos cerca del Laberinto, tres más (incluyendo al trovador traidor) en las catacumbas tras la Necrópolis, Atenea misma cerca de las Fosas, un barco gigante en el Estigia, el Santo de Géminis en el fondo del Puente de Vientos Negros, quizás vivo… Era solo cosa de volar a Judecca y dar su reporte, lo que causaría que Lady Pandora ordenase a los Espectros dejar sus puestos de guardia y dirigirse a los puntos potenciales de catástrofe y acabaran con los Santos con la fuerza de la mayoría, con toda la facilidad de la que eran capaces. Ese era su deber. Mas, estaba sentado en su sillón, en el tercer piso de Caina, bebiendo whisky sacado de la superficie, mirando fijamente la estrella roja en el centro de la bóveda.

Hades había despertado. Su presencia se sentía en todo el Inframundo, su Eclipse Eterno había dado inicio, en el cielo carmesí se oían truenos que harían sufrir aún más a los torturados, los relámpagos los harían estallar como el maldito Zeus a los Titanes, y cientos de humanos por minutos estaban siendo arrastrados a la sombra del sol. No sabía cómo iban a cruzar el Aqueronte sin el barquero, pero no era lo que abarcaba los pensamientos de su mente, en su mayoría. Hades… ¡Hades era…! No. Ni siquiera podía terminar la oración en su cabeza. Su dios, su señor, su rey, aquel por quien había jurado dar su vida sin ninguna dificultad, había tomado un cuerpo así para manifestarse en el Inframundo. Un cuerpo tan sucio, tan horrendo… ¿¡Por qué!? Aiacos había estado tan sorprendido como él, y en su expresión facial pudo adivinar su deseo apenas abandonó la Judecca y se dirigió a Antenora: probablemente el Espectro de Garuda intentaría… No. Era un Espectro, no se atrevería… ¿o sí?

Pero ¿qué haría él? ¿No pensaba similar? ¿No tuvo, aunque fuera por un segundo, en mente lo mismo? No había una razón, en realidad, era simplemente el cuerpo que su señor decidió tomar. Aquel que uno de sus hombres había asesinado personalmente. ¿Se iba a callar eso también? Todo era demasiado complejo para su gusto, y Lady Pandora se ponía a actuar como si no fuese la gran cosa. Minos también guardó completo silencio, y Radamanthys no podía adivinar sus pensamientos, así que, por ahora, solo con Aiacos iba a tener problemas.

Porque era claro que los tendría. Garuda había tomado una decisión, y estando al tanto de ello, se suponía que Wyvern debía enfrentarlo si iba a proteger a su señor. Pero ¿lo haría? ¿Acaso no pensaba que Hades tomando ese cuerpo era, quizás, la razón detrás de que tantos Espectros hubieran muerto? El ser más puro del universo. ¿No podía seguir ayudando a los Santos para deshacerse de los Espectros con una facilidad que, de manera natural, no tendrían?

Radamanthys lanzó lejos la botella cuando se la acabó, y apenas escuchó el sonido del vidrio quebrándose contra los muros de Caina, se puso de pie. Se tambaleó, caminó a tropezones y golpeó la estatua de un dragón, a la vez que la bóveda seguía mostrándole las posibilidades de una traición en tono de jade. Sudaba, estaba nervioso. Él, uno de los tres Magnates del Inframundo, estaba nervioso. ¿Cuándo se había visto algo así?

 

Escuchó entonces un tintineo, como un sinfín de campanas. Miró hacia la escalera que llevaba a la cúpula y se encontró con las diez hadas que había enviado a vigilar, y que había invocado apenas salió de Judecca. Ahora que Myu había muerto, solo Radamanthys podía controlarlas y escucharlas, con solo tocarlas.

Se posaron en su brazo y escuchó sus débiles y aterradas voces, las del respeto y la admiración que le dedicaban. Myu juraba que todas hablaban con un tono distinto, pero para Radamanthys, que no tenía el oído más fino, todas sonaban igual y tenían la misma carga de malas noticias. La que había dejado estacionada en la Judecca, por ejemplo, le informó que Lady Pandora permanecía junto al trono de su señor, y que éste apenas había abierto la boca o se movía; todas las instrucciones las daba Pandora.

El Eclipse Eterno seguía su curso, pero hasta que no viera los resultados y las almas recolectadas de la Tierra bajaran al Inframundo juntas, no podía ni siquiera teorizar si había gato encerrado o no. Los deseos de Hades eran absolutos, todas las almas sobre la faz de la Tierra habían cometido pecados y la habían ensuciado por milenios, por lo que debían ser encerradas en las Prisiones y someterse a sus castigos por siempre. Pandora y Hades podían jurar que era para darles paz final, pero Radamanthys podía leer entre líneas que el mensaje era mucho más simple: ningún humano valía la pena, y la Tierra debía caer en sus manos para reconstruirla como se debía. Solo si el Eclipse Eterno se completaba no habría más dudas.

¿Acaso no era más que una prueba de fe puesta por Hades? Si así era, Aiacos había fallado y debía ser castigado. Y Radamanthys, que se estaba dando cuenta de sus errores, también debía pagar, pero lo haría luchando y protegiendo a su señor. Así era. El Wyvern se golpeó la cara hasta que el mareo pasó y pudo volver a concentrarse. Todo era sencillo. No tenía razones para complicarse. Miró al cielo de Caina y admiró el brillo de la estrella escarlata, que desplegaba un halo que, poco a poco, iba tiñendo el mundo de preciosa oscuridad. Era normal que tuviera esas dudas, y llegar a la conclusión de que su dios había escogido ese cuerpo solo para comprobar la lealtad de sus lacayos era también natural. Lo esperable era, sin duda, que Aiacos se complicara la existencia, y allí estaría Radamanthys para detenerlo, a la fuerza si era necesario. ¿Por qué habían muerto esos Espectros, tanto Terrenales como Celestiales, sino por su falta de fe, y admiración a los trucos baratos y los fuegos artificiales arrojados por los Santos? Solo ineptos había, pero Hades siempre podía contar con al menos cinco hombres fieles: Radamanthys y su élite.

 

Escuchó a las otras hadas con atención. Cocytos estaba tranquilo a pesar del caos en el falso cielo del Inframundo, y los Santos de Oro que había arrojado allí se habían convertido en estatuas de hielo. Un par de Santos de Bronce se encontraba ahora en el Laberinto del Minotauro, así que envió un par de hadas para avisar a Queen y Gordon de que estuvieran atentos. No podían confiarse.

Envió otra a Valentine, para que le trajera a Pegaso ante él. Ese chico estaba vivo y había asesinado a uno de sus Espectros de una manera muy extraña e ilógica. Eso atraería también la atención del traidor, que eliminaría con sus propias manos apenas las hadas lo hallaran, aunque sabía lo difícil que podía resultar gracias a las ilusiones del músico.

Finalmente, envió las hadas restantes a vigilar a los Tres Demonios y a Minos. De los primeros tres no podía esperarse menos que una catástrofe caótica, y Lillis claramente esperaba un desastre, tal como se lo había dado a entender en el castillo Heinstein. Minos era un caso mucho más complicado, pues no sabía si defendería o atacaría a Hades, y para peor, su palacio era el más cercano a Judecca.

—¡Sylphid! —llamó, solo por protocolo, para que se hiciese visible.

—Sí, señor —contestó el Basilisco, líder de su élite, apareciendo súbitamente de las sombras sosteniendo los pedazos quebrados de la botella que había arrojado. El Espectro se arrodilló y evidenció su absoluta lealtad con su expresión facial.

—¿Sabes lo que estoy pensando, Sylphid?

—Puedo adivinarlo, mi señor.

—¿Y qué opinas?

—Que haré lo que usted desee.

—Bien. No alarmes a Gordon, Valentine o Queen, ellos tienen asignadas ya sus misiones. Te harás cargo de todo en caso de que algo malo ocurra.

—Lo dudo mucho, mi señor. —Su soldado leal, siempre silencioso y lúgubre, se permitió una sonrisa, y para mostrar el orgullo que el Basilisco admiraba, Radamanthys no se la devolvió. Sin embargo, le concedió recibir un golpe suyo en el pecho, a sabiendas de que su veneno jamás lo afectaría.

—También yo. El foco no es Atenea ni Aiacos, sino la protección del rey Hades.

—No me importa a quien enfrentar, sean Santos o Espectros, mientras se cumpla su voluntad.

—Sea.

Radamanthys le dio la espalda a su subordinado, abrió las alas, y salió al cielo rojo del Inframundo por el boquete que él y Aiacos habían dejado cuando se enteraron de lo que ambos esperaban, el despertar de su dios Hades, por el cual habían tomado caminos muy dispares. Enfocó primero los ojos hacia arriba, a donde debía estar Orphée de Lira burlándose de todos ellos. Luego se concentró en Cocytos, en la dirección opuesta, y en la lejana Antenora. Hizo chirriar los dientes y sus puños se endurecieron.

 

Río Cocytos. Octava Prisión. Inframundo.

El Wyvern tomó impulso, rugió, y se arrojó como una bala hacia su objetivo. No iba a permitir planes inútiles, faltos de fe. No iba a permitir traiciones de más después de que los habían humillado tantas veces. ¡Demonios!, pensó. Esa debió ser la razón de que fuéramos derrotados en las Guerras Santas anteriores, la ambición de algunos Espectros de mier.da que ya olvidaron su misión. ¿Cómo no se había dado cuenta antes?

A su alrededor, podía ver el Cocytos cambiar con el Cosmos del dios del infierno, retomando su forma real, nunca olvidada por el tiempo. Montañas de hielo y ventiscas congeladas comenzaron a arrasar con los pecadores, pero él, un Espectro, jamás sería afectado por ello.

Antenora estaba ante sus ojos, podía admirar incluso el gran ave en la cima de la construcción, un Garuda de mortemita blanca con las grandes alas abiertas. Rugió otra vez, con más fuerza y vigor que antes. Si tenía que destruir todo el palacio con Aiacos, Violette y quien fuera más que estuviera adentro, lo haría sin dudar. Ya luego le pediría el perdón divino a Hades y Perséfone, si es que su señora regres…

Algo interrumpió sus pensamientos. Algo le distrajo, ¡como pocos podían hacer! La ruta de hielo liberó un sinfín de pequeñas y molestas motas negras que se metieron en su campo de visión, dejándolo en la oscuridad por un cuarto de segundo. Con un tercer rugido, desde luego, se deshizo de aquellas cosas que estaban en su camino. Y, entonces, cayó en la cuenta de que solo ese cuarto de segundo bastó.

Un rayo de sulfuro rojo destelló en su dirección. Fuego ardiente nacido de la más oscura pesadilla nocturna, veloz, imposible de esquivar con ese breve instante de estúpida distracción. Su cuarto rugido no abandonó sus pulmones. El Garuda de Antenora había declarado su intención, y Aiacos le golpeó con su arma en el pecho, justo donde Pegaso le había golpeado en Alemania, con una brutalidad que de otra forma habría admirado.

Radamanthys de Wyvern sintió el sabor de la sangre en su boca, y sus alas dejaron de elevarlo. Cayó pensando en Hades. Fuera como fuese, su fe sería inquebrantable. Lo protegería aunque se convirtiese en un muerto.

Cuando su pesado cuerpo sintió el frío de Cocytos, que ni siquiera tembló ante la caída, volvió finalmente a sentir el mareo, y su consciencia esta vez se apagó.


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#744 Cannabis Saint

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Publicado 28 marzo 2020 - 17:31

Un capítulo muy interesante, ahí si que me sorprendes. Hay que ver el lado bueno, aunque en unas situaciones es muy difícil, espero estés bien en tu lugar, acá están muy difíciles. Saludos

#745 -Felipe-

-Felipe-

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Publicado 03 abril 2020 - 13:49

Gracias, Cannabis, me alegro que te gustara. Y espero lo mismo, que estés bien en casa. Saludos!

 

KANON II

 

Ciudad de Dite. Quinta Prisión. Inframundo.

A pesar de que el Inframundo se hacía cada vez más profundo y que las prisiones se hallaban “en bajada”, todavía se le hacía difícil comprender y concebir cómo era que funcionaba el sitio. Sabía que cada vez que caminaba en realidad iba bajando, pero tanto la lógica como su visión le indicaban que el infierno era un lugar lúgubre, inhóspito, plano y repetitivo, carente de sentido tanto espacial como temporal. Era muy extraño que, tras caer quizás cuántos kilómetros en el Puente de Vientos Negros, se hallara en un lugar que parecía una mansión sin pendiente.

¡Una verdadera mansión! Por las ventanas podía ver el cielo rojo de siempre a la distancia; sin embargo, al interior parecía un mundo completamente distinto, y ni siquiera recordaba haber entrado allí. No había puertas, solo muros que tenían orificios cuadrados de los que caía fuego en forma de magma negra, líquida y brillante. Era un lugar de cinco pisos, y él estaba sobre una plataforma con suelo de piedra en el nivel medio, una de las muchas que colgaban de cadenas y estaban separadas entre sí; tanto en los pisos inferiores como en los superiores contemplaba las mismas penurias, y estaban repletos de lo que parecían ser… ¿demonios? Eran como los Esqueletos, solo que mucho más pequeños, también usaban armaduras, pero eran de color rojo sangre. Lucían colas y pequeñas alas de murciélago que les hacían flotar un poco sobre el piso y se movían alegremente como si celebraran el castigo al que habían sometido a las almas, sepultadas en miles de millones de tumbas abiertas y ardientes.

Cuando lo pensaba en esos términos se le hacía muy extraño, pero es que así era. Un sinfín de orificios rectangulares se repartían por los suelos en los distintos pisos, sin orden alguno, de los cuales salían fuegos negros que elevaban la temperatura. Entre medio de las llamas negras, fue capaz de atisbar algunos destellos azules. Oyó chillidos y gritos que en otras circunstancias (como vivir aun en el orfanato y tener 3 años de edad) le harían incapaz de dormir más. Sabía que eran tumbas porque una lápida, junto a cada uno de los orificios, indicaba con una inscripción el nombre del muerto. Sobre las tumbas saltaban y bailaban los enanos de rojo. Saltaban y bailaban sobre llamas azules…

…Eran almas. Se quemaban sin parar en aquellas tumbas. Almas de personas de verdad que se incendiaban, liberando un olor a quemado y azufre que sería solo posible si fueran cuerpos. Cuando Kanon se acercó, notó que los fuegos azules que tomaban forma alargaban los brazos y hacían hasta lo imposible por tratar de salir de sus horripilantes castigos, pero las reglas del infierno, y el mismo fuego, se los impedía.

Se le ocurrió que el infierno debía tener portales dimensionales repartidos por allí y por allá, para trazar las largas distancias entre un punto u otro (quizá tan largas como las que había entre los Pilares del Poseidón, aunque era difícil estar seguro). Sin embargo, definitivamente Kanon de Géminis había tomado un portal -si existía- de pura suerte, y así como así había caído al interior de aquella mansión.

No. Por un lado, ver eso no tenía nada de suerte, y por otro lado, eso no era una mansión. Era una verdadera ciudadela, con todo y habitaciones para las criaturas coludas en los cinco niveles, cuyas sombras malditas se proyectaban en la lava que brotaba de los muros. Había caído en un verdadero infierno, y no sabía si había avanzado o no, ni hacia dónde estaba la salida, por lo que se acercó a un monje que tenía cerca. Un monje muy distinto a los demás Espectros y Esqueletos, pero a la larga… un Espectro.

Utilizaba una Surplice tan poco metálica que parecía una túnica negra, con un par de largas hombreras que sujetaban cuerdas negras y cintas rojas, un cinturón de paño blanco alrededor de la cintura, y un yelmo que imitaba al kasa que usaban los monjes de la tradición oriental. Su Surplice de tela también cubría su boca, por lo que, también debido a la sombra del kasa, nada de su rostro podía verse. Como esos monjes. Más aún, llevaba en su mano derecha un bastón con anillos en la punta, un Khakkhara usado para orar. Así que, para Kanon de Géminis, era solo un monje, y le daba igual como se identificase el malnacido; se referiría a él como monje.

El monje se acercaba a las tumbas haciendo ruidos con los anillos de su bastón mientras lo agitaba lentamente… y luego acababa un chillido. Era instantáneo, absurdo e irreal, pero el bastón parecía ayudar a desvanecer el alma, convirtiéndolo en un cúmulo de luces blancas que iban a parar a los anillos. Después, el monje pasaba a la siguiente tumba, dejando la anterior apagada, hasta que otra alma caminaba hasta allí desde una fila que se estaba armando al lado de Kanon, una línea de muertos que, quizás él había asesinado, cuando manipulaba la voluntad de Poseidón.

El Santo de Géminis levantó una mano y arrojó una ola de Cosmos en dirección a las tumbas que tenía más cerca. Con esa ola abarcaría unas trescientas, y en el mundo real podría apagar el incendio del bosque más grande con ese gesto… pero, desde luego, esto era el Inframundo. Los fuegos negros se apagaron tan solo un instante, permitiéndoles a las almas descansar, hasta que se encendieron abrupta y ruidosamente otra vez, y aquellos espíritus volvieron a su suplicio. Quizás necesitaría más fuerza…

—¿Qué haces? —preguntó el monje, torciendo el cuello para encararlo detrás de las sombras de su sombrero. No había percatado en su presencia hasta que intentó apagar las llamas—. ¿Q-qué…?

—Podría preguntarte lo mismo. ¿Qué haces con esas almas?

El monje ocultó rápidamente el báculo detrás de su túnica negra. No había que ser un genio (y ciertamente que Kanon lo era) para darse cuenta de que estaba haciendo algo que no debía. El Santo de Géminis sonrió y se cruzó de brazos.

—Tranquilo, no soy tu gendarme… solo soy quien te hará pedazos si no me dices dónde demonios estoy.

—¿Me estás amenazando? —gritó el monje, que levantó el cetro, el cual liberó cien anillos blancos de luz. Estos incrementaron su tamaño y rodearon el cuerpo de Kanon—. ¿Ah? ¿Crees que no me enteré de que eres un simple Santo? ¿¡Ah!? ¡Soy el Espectro Dai Quang Bao de Kageboshi, hijo de la gran pu.ta, de la maldita Estrella Terrenal Guardiana[1]! ¡Mi nombre quedará en la historia como aquel que encerró a un mier.doso Santo de Oro!

—¿Dai qué? —Kanon se dejó rodear por esos anillos de luz, que se cerraron hasta que lo ataron completamente, de los tobillos hasta el cuello. Notó que los aros parecían hechos de un material entre gaseoso y líquido, viscoso pero humeante—. Lo siento, dudo que un nombre tan complicado como el tuyo quede en la historia de nadie. Y, por cierto, ¿esto qué es? ¡Y una cosa más! ¿Qué clase de monje habla así?

—Mi Khakkhara puede almacenar la esencia de las almas para hacerme más fuerte. Mi señor Minos me lo prohibió, pero, mierd.a, ¡él no está aquí ahora, put.o!

—Ah, Minos, el jefe de Lune… —Los anillos comenzaron a hacer presión, pero el apretón era para Kanon como la de un cúmulo de almohadas—. Dime, ¿cómo llego ante el tal Minos? Aún no me dices dónde estoy, solo te has dedicado a maldecir como loco, debes ser el monje más grosero que he conocido, pero claro, esto es el Inframundo. En fin, que es difícil ubicarse.

Kanon dio tres pasos hacia adelante y dejó de sonreír.

—P-pero… es extraño —dijo Kageboshi, moviendo el cetro con más ímpetu, como si así fuera más doloroso su ataque—. Mi Flor de Sombras[2] debió inmovilizarte de manera completa. Mientras más esencias absorbiera sería más fuerte, pero estás…

—Aun no me respondes dónde estoy, ni cómo llegar con Lune. Empiezo a perder la paciencia.

 

De pronto, dos cosas que no vio antes se le acercaron por los lados. Kanon los vio a tiempo, pero cuando trató de apartarse, notó sus piernas ya aferradas por un par más de cosas, unas tenazas negras. Las primeras habían sido manos… manos enormes, capaces de cubrir sus hombros y brazos completos con sus dedos, al mismo tiempo que las negras tenazas agarraban sus piernas.

—No me interesa tanto lo que ocurra con Minos como con el señor Aiacos, pero creo que no conocerás a ninguno de los dos —dijo alguien a su espalda, el hombre que lo tenía atenazado.

Ahora no solo eran anillos de almas, sino también un par de garras y brazos de un segundo Espectro, gigantesco, con un yelmo con forma de cabeza de escarabajo que solo dejaba al descubierto sus ojos negros. Las tenazas eran más bien patas de bicho, y varias más salían como protuberancias de su Surplice. Era grande y pesadísimo, muy complicado de desafiar con solo fuerza física.

Quédate conmigo[3], así se llama esta técnica de la que incluso el señor Aiacos tendría problemas para salir. Soy Stand de Escarabajo, Estrella Terrenal de la Fealdad[4], lo digo para que sepas quién te envió al infierno.

—Ju, ju —rio Kanon, todavía con los brazos cruzados delante del pecho—, pensé que ya estaba allí.

—Miserable gusano, cuando te aplaste solo quedarán de ti los huesos. ¡Dai Quang! Trabajaré contigo por esta vez, los Magnates del Inframundo están algo nerviosos por los invasores de Atenea y será mejor terminar con ellos de una vez.

—Estoy de acuerdo, ¡pero date prisa de una pu.ta vez! —gritó Kageboshi, agitando con más intensidad su báculo, que comenzó a liberar nuevos anillos de luz—. Aún tengo mucho trabajo que hacer, Stand.

—Santo, ya que preguntabas, estás en la Quinta Prisión, ¡la Ciudad de Dite! Aquí caen los herejes a los dioses, aquellos que no bajaron la cabeza ante el señor Hades… Creo que será un buen lugar para ti, arderás por toda la eternidad, y los diablos ya te están preparando una tumba limpia, ¡ja, ja, ja, ja!

Así era. Kanon sintió un intenso olor a químicos, algo rarísimo durante su estadía en el Inframundo, y captó cerca de él a unos diez de los enanos de rojo que había visto en los otros pisos de la mansión. Mientras bailaban, habían cavado rápidamente un agujero en el suelo, y en una lápida de piedra habían escrito su nombre: Gemini Kanon. A la vez que la tumba se encendía con las llamas negras que provenían del magma de los muros, y que pasaba por debajo de las plataformas, Kanon se rio.

«¿Así que para el infierno me apellido Gemini y no Laskaris? Supongo que eso es una buena señal», pensó, a pesar de que ese lugar que llamaban “Ciudad de Dite” parecía el lugar más adecuado para Kanon. Eso también le hizo reír. ¿Era un hereje? No quería creer en los dioses y los rechazaba, pero había tenido alianzas con Poseidón, Eris y, más recientemente, Atenea. Y se enfrentaría a Hades. ¿Podía odiar y rechazar algo, pero creer en ello a la vez? Más aún, ¿creía en Atenea o solo quería devolverle el favor por ayudarle? Tal vez no habría terminado en esa prisión en específico si Saga o Sorrento le hubiesen asesinado. ¿Se sentía aliviado por no arder eternamente? O…, ¿tal vez lo deseaba?

En ese momento, Kanon sintió un pequeño piquete.

—¿De qué tanto te ríes? N-no falta mucho para que te hagamos pedazos, ¡¡ahh!!

—N-no… Stand, hace mucho que lo llevo intentando, ¡m.ierda, m.ierda! ¡Ah! ¿Pero qué mier.da sucede con este miserable hijo de put.a? Mi Flor de Sombras no parece hacerle ni siquiera un p.uto rasguño. —Tanto Kageboshi como Escarabajo parecieron incrementar su Cosmos, pero estaban más dispuestos todavía a no responder la pregunta que les había hecho hacía mucho.

Honestamente, Kanon ya estaba harto.

—Ah. Que no se diga que no lo intenté por las buenas. ¿Cómo lo hacen Pegaso y los demás para ser pacientes, de todos modos?

Kanon se liberó de los anillos tras separar los brazos, y al encender su Cosmos, las extremidades reales y ficticias de Stand se deshicieron en polvo. Éste, salpicando sangre a chorros, emitió un grito más gutural y angustiante que el de los hombres y mujeres que se quemaban en las tumbas.

—¡N-no puede ser! ¡H-hay que llamar a Aiacos y Minos!

—¡Hay que atraparlo de nuevo! ¡No podemos perder tiempo!

—Escorias.

Kanon liberó abruptamente su Cosmos, asesinando a ambos Espectros de una vez. Sus Surplices se vaporizaron, y un cúmulo de luces blancas se proyectaron de regreso a las tumbas abiertas, encendidas, desde el báculo roto de Kageboshi. Miles de almas atrapadas retornaron a sus torturas.

 

—No fue una buena elección, ¿verdad? —dijo una voz gutural y grave, desde el piso superior de la ciudadela—. En realidad, creo que las almas estaban mejor con Dai Quang Bao que a tu merced.

Kanon dio un salto y subió a la plataforma de arriba, que colgaba de cadenas, y también estaba poblada de tumbas ardientes con millones de almas hasta donde alcanzaba la vista. Allí se encontraba un Espectro de lo más inusual. No él en sí, sino su Surplice, una perfecta combinación de los Mantos Sagrados de Leo y Escorpio, en versión oscura, con las perneras y brazales con garras de Aiolia, y el yelmo que simulaba la melena de la bestia capturada por Heracles; su peto y faldón eran increíblemente similares a los de Milo, y sus hombreras contaban con dos largos apéndices como los que la armadura llevaba colgando del casco.

El Espectro era alto, de tez morena, cabello blanco, largos colmillos, ojos furiosos, nerviosos y verdes, hombros anchos, manos grandes y una sonrisa siniestra. El fuego de la tumba más cercana le tocaba la pierna izquierda, pero no parecía sentir dolor. Comparado con el monje y el grandote de antes, éste sí parecía peligroso, similar a Lune. Sin duda era un Espectro Celestial, y estaba cruzado de brazos como si no importase su presencia.

—Imagino que tú eres el que manda aquí. ¿Por qué no defendiste a tus hombres?

—No me interesa ni un poco lo que le ocurra a las huestes de Aiacos o Minos. Soy Caveh de Mantícora[5], Estrella Celestial del Equilibrio[6], tropa de Radamanthys, guardián de la Quinta Prisión.

—Kanon de Géminis, Santo de Oro.

—Saludos, Kanon. ¿Puedes ver esto? Una ciudad entera de almas solo para mí, ¿no te parece fascinante? ¿No?

—La verdad es que no. No soporto tantos chillidos. —Kanon se puso en guardia. No había sentido la presencia del Espectro antes, y aunque el otro no insinuaba un ataque pronto, no podía subestimarlo.

—En cambio para mí son cantos de cuna. Y me refiero a que literalmente duermo aquí, ¿sabes? En el fuego de los condenados que no fueron leales a Hades.

—Es extraño. Tanto tú como los sujetos de antes definieron así a los herejes que están enterrados en estas tumbas. Dime algo, ¿consideras un pecado si sirvo o venero a alguna divinidad que no sea Hades?

—Eso solo podría responderlo el propio Hades, que crea las reglas aquí. El trabajo de nosotros los Espectros es seguirlas y nada más, ¿no?

—No me sorprende. Ustedes parece que se especializan en seguir normas sin tener que cuestionarlas, como perros haciéndose los muertos cuando sus dueños les dan unas galletas. Cada quien con lo suyo. Solo una pregunta más. ¿Sabes cómo salir de aquí?

—Por supuesto que sí.

—¿Y bien? —preguntó el Santo de Géminis, soltando un suspiro de resignación al momento siguiente, a sabiendas de la respuesta.

—No, no. Eso ya sería una segunda pregunta, ¿no?

Caveh seguía cruzado de brazos, sin dar muestras de que iría a pelear. Kanon no se perturbó y bajó de la plataforma hasta el nivel donde estuvo antes. Caminó y buscó con la mirada una salida, deseando tal vez haber torturado un poco al par de Espectros de antes por la respuesta. Bueno… ya no había necesidad.

El Espectro de Mantícora bajó sobre una tumba abierta, aplastando al alma que se quemaba al interior. Kanon no pudo evitar una mirada de asco.

—¿Te molesta esto? Tampoco puedes hacer nada para cambiarlo, ¿no?

—¿Qué es lo que quieres?

—Es que ni siquiera te despediste, eso fue muy descortés. —Caveh se movió. El Santo de Oro había estado algo distraído, no lo vio preparar una postura de batalla, por lo que tampoco se esperó el veloz ataque sobre su pecho; un dolor muy agudo y familiar le ardió cerca del corazón—. Soy un Espectro, mis trabajos son vigilar las almas de Dite y eliminar a los intrusos. No lo habrás olvidado, ¿no?

Kanon se llevó la mano al pecho, que le dolía como si una fuerza sobrenatural lo fuera consumiendo, debilitándolo poco a poco, y se le dormían las zonas aledañas, como el hombro y la cadera. El Manto de Géminis no tenía una sola marca, el ataque debió ser producto de pura presión.

—¿Entonces tengo que matarte para salir de aquí?

—Puedes intentarlo, aunque no te auguro suerte. Podrías destruir toda la Ciudad de Dite también, pero eso significaría que las almas, despedazadas, seguirían quemándose por toda la eternidad, repartidos por el Inframundo. Aunque eso no te interesa, ¿no?

—¿Te han dicho que eres muy bueno para parlotear? —Kanon dio un paso rápido hacia al lado, concentró su Cosmos en el puño derecho e intentó arrancarle la cabeza de cuajo… pero falló—. ¿Qué diablos…?

Sentía el brazo derecho aturdido, desde los dedos hasta casi el hombro. Pronto se paralizaría completamente. Caveh, delante de él, se movió rápidamente otra vez y le clavó otro golpe en el vientre, adormeciéndoselo al instante.

—Hice una apuesta conmigo mismo… que, como la mayoría de los hombres, eras diestro. Hace mucho rato que te clavé mi Aguijón de Obsidiana[7] en el brazo. Iba a lanzar un par más, pero asumí que reaccionarías a ello si lo hacía más de una vez. A diferencia de mi señor Radamanthys no los subestimo, Santos de Atenea.

Otro golpe. Esta vez en la pierna izquierda, lo que le hizo tambalear la rodilla.

—Ju, ju, no sabes la nostalgia que me causa esto. ¿Es veneno?

—Sí, iba a preguntarte. ¿Ya te han hecho algo así? Mi Aguijón de Obsidiana aplica su presión en la piel, sin importar la protección que lleve, y causa un agujero por donde pasa el veneno del escorpión… pero pareciese que ya tenías los orificios hechos, ¿no?

—Milo de Escorpio… un hombre mucho más peligroso. —Kanon se puso de pie e intentó contraatacar, pero Caveh se hizo a un lado, retrocedió, y volvió a ponerse frente a él, pisando sin compasión otra de las tumbas ardientes—. Asumo que por eso me estoy debilitando tan rápido.

—Sí. Tras golpear tus piernas, brazos, cintura y pecho, solo me resta romperte el cuello con la furia del león, con mi Rugido de Ónice[8]. La bestial mantícora caza a sus presas con mucha facilidad, ¿no?

—Así parece. —Kanon cayó de rodillas y miró a su contrincante con su más astuta y confiada sonrisa—. Y, sin embargo, no parece ser un animal que migre mucho.

—¿Qué? —Caveh se cruzó de brazos de nuevo y sonrió con un dejo de sorna; era como la versión oscura y sin piedad de Aldebarán—. ¿Acaso mi Aguijón ya te comenzó a afectar el cerebro? El tal Milo sí que se puso medieval contigo, ¿no?

Mantícora separó las piernas y arqueó el brazo derecho hacia atrás, donde acumuló su brillante Cosmos azul. Sus ojos estaban clavados en Kanon, como el rey de las bestias frente a su débil e incapacitada presa. Sonrió y desplegó un rayo de energía de color negro con destellos azules, que se estampó con el Santo de Géminis.

Éste cayó inerte en el piso, incapaz de articular palabra, pues le habían quebrado la tráquea y había quemado sus cuerdas vocales. El adormecimiento de los Aguijones había ya alcanzado todo su cuerpo, por lo que solo le quedaba morir.

Caveh se acercó lentamente a él, pateando con descaro a algunas almas que había en su camino. Se arrodilló y tomó a Kanon del cuello para poder mirarlo a sus ojos verdes y aterrados, que contemplaban los últimos momentos de su vida.

—Esas almas… quiero que sepas que les diste una peor vida que cuando estaban en el Khakkhara de Dai Quang Bao, tras asesinarlo. Quiero que sepas, antes de morir, que a pesar de ser un valiente y justiciero Santo de Atenea le arruinaste la vida a cientos de personas en el Más Allá. Quiero que sepas que ustedes no son tan puros como creen.

—Y yo quiero que sepas… —Kanon arqueó el cuello y se separó del resto de su cuerpo maltratado. Rápidamente generó un nuevo torso, brazos y piernas debajo de él, y encaró al Espectro con una sonrisa maliciosa, al tiempo que Caveh retrocedía aterrado—, que conozco leones más feroces y escorpiones mucho más inteligentes que tú.

—¿Qué está…? ¿Qué…?

 

El Espectro Celestial cayó de rodillas. Su mano aún concentraba su Rugido de Ónice, que nunca llegó a lanzar, pues la Ilusión Diabólica había sido mucho más rápida y efectiva. Después de las Cien Agujas que Milo le propinó como castigo, habría sido ridículo no ser capaz de esquivar y los Aguijones de alguien que no estaba a la altura. Fugazmente pasó por su cabeza el pensamiento de que, si no hubiera enfrentado a Milo antes, o no conociera a Aiolia y Aiolos desde que eran niños, y que tenían una postura de combate similar a la del Rugido de Ónice, quizás qué habría ocurrido.

Sin embargo, no valía la pena pensar en ello. Kanon se acercó a Mantícora y lo vio hacia abajo, como un cazador despiadado ante la bestia herida.

—¿Una ilusión? —inquirió Caveh, con un hilo de sangre corriendo por su frente, muestra de daño directo en el cerebro—. Usaste una ilusión, ¿no?

—Sí. Aunque sí fueron verdad las partes en que me dejaste adormecido el brazo derecho y parte de la cintura; espero que no tarde mucho en pasar el efecto.

—Ja, ja. Muy bien. Yo creo que pasará una vez abandones este sitio. Imagino que ya conoces la salida, ¿no?

—Por supuesto —contestó Kanon, frente a un enemigo honorable, consciente de la noche que se le avecinaba—. Hiciste demasiados esfuerzos por dar la espalda siempre a la salida, previendo que yo podía encontrarla y salir. Está en esa dirección, ¿no es así?

—Sí. Me di cuenta demasiado tarde de mi error. ¿Vas a acabar ya?

—Así es. A diferencia de aquellos que ya abandonaron el mundo, no tengo piedad ni remordimientos contra mis enemigos, y juré acabar con todos aquellos que se pusieran por delante de mí.

—Parece justo. Hazlo rápido.

—Ya está hecho.

 

Un par de segundos después, Caveh de Mantícora bajó la cabeza súbitamente, pues su cerebro había dejado de funcionar. Su Ilusión Diabólica se había encargado de destruir sus conexiones nerviosas, dándole el tiempo suficiente para parlotear, pues ese parecía ser su pasatiempo favorito.

Kanon miró a su alrededor y golpeó el vacío millones de veces. Cada uno de los golpes proyectó una intensa corriente de aire que apagó las llamas de miles de tumbas a la redonda, en los cinco pisos de la Ciudad de Dite. Luego abrió una serie de portales dimensionales, aquellos que había creado desde que era un niño entrenando bajo la instrucción de Nicole, y las corrientes de aire entraron y salieron por el mismo lugar.

De esa forma, atrapados en un ciclo infinito, los golpes apagarían las llamas negras continuamente. Las almas no podrían escapar de las tumbas… pero, al menos por algún tiempo, hasta que llegara algún Espectro a frenar sus ataques de Cosmos, no arderían. No sabía si hubo herejes que llegaran allí por su culpa, ni menos cuántos… pero respetaba su opción de no creer, y no consideraba nada justo que se les castigara así por ello. ¿Era un hipócrita dado todo lo que le dijo a Pegaso antes?

Probablemente, sí.


[1] Chichin, en japonés; Dizhen, en chino. En la novela Al Borde del agua, es la estrella correspondiente a Mu Chun, el “Pequeño Restringido”.

[2] Kage no Hana, en japonés.

[3] Stand by Me, en inglés.

[4] Chishuu, en japonés; Dichou, en chino. En la novela Al Borde del agua, es la estrella correspondiente a Shi Yong, el “General de Piedra”.

[5] Criatura tercio humano, león y escorpión de la mitología persa.

[6] Tenpei, en japonés; Tianping, en chino. En la novela Al Borde del agua, es la estrella correspondiente a Zhang Heng, el “Barquero”.

[7] Absnjan Absadan, en persa.

[8] Ghrsh Awnaken, en persa.


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#746 Cannabis Saint

Cannabis Saint

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Publicado 03 abril 2020 - 19:20

Muy interesante el combate inédito de Saga con el manticor, me imaginé la armadura, jaja me dan ganas de dibujarla, a ver con qué aventura se encuentra Kanon que al parecer tiene su corazoncito dentro! Saludos

#747 -Felipe-

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Publicado 10 abril 2020 - 00:43

¡¡Sería genial ver tus dibujos de los personajes, Cannabis!! Vamos, dale.

Y bueno, sí, Kanon tiene su corazón, siempre lo ha tenido, solo que está debajo de muchas, MUCHÍSIMAS capas de badassería jaja

 

¡¡Saludos!!

 

 

SHIRYU II

 

Laberinto del Minotauro. Inframundo.

¿Quién diría que algo así podía encontrarse en el Inframundo? Antes de llegar allí, probablemente nadie lo haría, pero ahora que habían enfrentado tantas cosas durante esos meses, ni Shiryu ni Hyoga llegaron a sorprenderse. Tampoco de los rayos provenientes de arriba que casi los fulminan un par de veces.

Estaban frente a un gigantesco laberinto. Las paredes frontales, de piedra negra, y que contaban con un orificio rectangular que servía como puerta, se extendían por varios kilómetros hacia los lados, impidiéndoles esquivar el laberinto y pasar de largo. Pensaron tomar una ruta alternativa, una suerte de ciudadela relativamente cerca de ellos, colina arriba; fue Hyoga el que decidió tomar el laberinto. Cuando le preguntó cómo sabía que era un laberinto, el Santo de Cisne le indicó que mirara hacia el interior. Un largo corredor se extendía hasta quién sabía dónde, con paredes tan altas que no podrían sortearse de un salto. Considerando las dimensiones de las paredes frontales, un pasillo tan angosto solo podía ser uno de tantos, partes de un inmenso laberinto. Hyoga le confesó que en casa – en otras palabras, en el palacio de su madre-, tenían uno de árboles y matorrales, y que le aburría por lo fácil que era cruzarlo una vez conocías el truco.

—Nunca dejes de doblar a la derecha, Shiryu —le dijo mientras se adentraban—. Tu mano debe tocar siempre el muro derecho, sea donde sea. Eventualmente, por simple geometría, llegaremos a la salida.

—¿Te dijeron ‘cerebrito’ alguna vez, Hyoga?

—Sí. Seiya lo hizo. Varias veces.

Su presencia no solo estaba en sus recuerdos, sino también en sus puños. No solo Seiya, sino que también Ban, Nachi y Shun. No dejarían de pelear por sus camaradas, por sus memorias juntos, por la sangre, sudor y lágrimas derramadas. Por los hermanos que Shiryu tanto quería.

 

El recorrido se estaba volviendo repetitivo. Siempre bordeados por altos y macizos muros de piedra, grises y solitarios, era imposible saber si iban en buen camino o no. Por lo general, los laberintos de ese estilo tenían letreros, inscripciones o señales para que los visitantes no se volvieran locos. O, si eran de los clásicos con enredaderas y verde, podían guiarse por las diferencias en la flora. Pero algo así dificultaba mucho la sanidad, incapaces de, además, medir el tiempo que llevaban corriendo. Algo les decía que no era mucho, tal vez unos cuantos minutos, pero el cansancio y la tensión muscular bien podían indicar un par horas. ¡O de días! Era bueno que no necesitaran comer ni beber en el infierno.

Incluso Hyoga estaba perdiendo la seguridad en su método. Siempre se aseguraban de doblar hacia la derecha, pero, ¿y si ese laberinto estaba construido precisamente de esa forma para despistarlos? ¿Qué sucedía si no se regía por las leyes de la matemática? Los dos debían estar pensando lo mismo. Ya se habían enfrentado a algo así antes, tanto en el Templo de los Gemelos del Santuario como en el recorrido hacia los Pilares. ¿Y si no era más que una trampa? ¡Hacía mucho que debían haber salido del laberinto!

Siguieron corriendo, y corrieron y corrieron. No se detuvieron a reflexionar ni a descansar. No podían permitírselo, o serían atrapados por sus propias dudas. Sin decirse nada debían seguir, o compartirían su miedo. No debían frenar, o sus corazones hallarían la desesperación y el desconcierto. Seguir corriendo. Seguir. Seguir.

Hyoga se detuvo tan bruscamente que Shiryu casi le golpea la espalda. ¿Cuánto había transcurrido ya? Era difícil de creer que el Cisne parara primero, aunque no había duda de que Shiryu lo estaba considerando, a pesar de que todo le indicaba que era una estupidez. Hyoga sudaba copiosamente y difícilmente se debía al agotamiento.

—Shiryu…

—No, Hyoga. Tienes razón, si seguimos por este camino…

—Este es el Inframundo, Shiryu. ¿Sabes cuánto tiempo llevamos corriendo? No lo sabes, ni yo tampoco, porque aquí nada tiene sentido.

—Hyoga, tú no eres así. ¿Qué te ocurre? —La mente lógica del Cisne había dejado de funcionar, y Shiryu sería el siguiente. Sabía que habían regresado muchas veces por su camino debido a la geometría de los corredores, pero aunque su método era de efecto lento, no era un motivo para que se rindieran. Debía haber algo más, que desconocían.

Hyoga dio con la respuesta poco después.

—¿Por qué habría un laberinto aquí, de todos modos? No hemos visto ni un solo alma. Tampoco Espectros ni Esqueletos. Nadie está siendo condenado en esta prisión; entonces, ¿qué hay detrás de este laberinto?

Shiryu dio un par de pasos más adelante. Aún tenía la mirada puesta en la muralla a su diestra. Apoyó en ella su cabeza y la golpeteó brevemente. No podían saltar sobre los muros, y si era una trampa o no encontraban la salida, no ayudarían a Saori, que ya se les había adelantado. Shiryu cargaba en su cinturón algo demasiado preciado para todos, no podían perder el tiempo allí.

En verdad, nada indicaba que les faltaba mucho tiempo para hallar la salida, nada iba en contra de la idea matemática de Hyoga… pero también era cierto que la existencia de un laberinto de tales dimensiones en un lugar que ni siquiera había sido visitado por Santos antes de que ellos arribaran, además de la completa ausencia de carceleros y reos, y de lo ilógico de su existencia… Todo era… era…

—Desesperanzador —descubrió Shiryu. Aunque ya los tenía abiertos, el Santo de Dragón sintió que abría los ojos por primera vez en demasiado tiempo. Volteó la cabeza a un lado y se percató de la sombra de un Espectro que bajaba rápidamente los brazos en forma de cruz, sobre la cabeza de un Hyoga que estaba de rodillas.

Shiryu extendió el brazo izquierdo, donde estaba el escudo que había sido dañado por Tolka de Orco, y afortunadamente pudo evitar que Hyoga fuera decapitado. Dragón sintió el corazón en la garganta, casi pierde lo que era según su maestro era el remate de una suerte de broma del Inframundo: aquellos que entran deben dejar atrás la esperanza.

El Espectro retrocedió, su ataque sorpresa había sido anulado.   Shiryu lo vio y tuvo recuerdos demasiado dolorosos como para expresarlos con palabras, así que concentró su atención en Hyoga, que se dio cuenta de lo que ocurría. Apenas el Cisne clavó su ojo en los de Queen de Alraune, de la élite de Radamanthys, recuperó completamente su aura gélida de siempre, la del hermano con quien Shiryu lucharía hasta el final.

—Hm. No funcionó como pensé —se quejó el Espectro de cabello carmesí, cuyos largos apéndices caían al suelo con la misma desazón—. Hm. Ese escudo es más duro de lo que creí.

—¡Tú! —exclamó Shiryu, ayudando a Hyoga a levantarse. Aunque solo tenían un enemigo delante, probablemente ambos veían un escenario distinto, con dos personas: el Espectro, y un valiente y dulce Santo perdiendo la cabeza debido a sus afilados brazos—. El que mató a Shun… tú…

—¿A quién? Hm. —Queen parecía sinceramente haber olvidado sus rostros por un momento, así como del asesinato de Shun; no parecía estarse burlando de ellos—. Ah, los del castillo. ¿Cuál era el tal Shun? ¿El de los relámpagos? ¡No, no, no! A ese lo asesinó el señor Radamanthys…

—Se refieren al chiquillo de mier.da que decapitaste, Queen —dijo una voz gruesa y robusta detrás de ellos, una que Shiryu recordaba mejor que bien—. Siempre me das la reprimenda de que soy demasiado despiadado cuando ejecuto, pero es que tú ni siquiera te molestas en recordar sus caras, ¿eh?

Gordon de Minotauro estaba detrás de ellos, y en aquel sector del laberinto no se veían pasillos laterales, por lo que cortaban sus dos posibles salidas. «Este es el laberinto del minotauro», comprendió Shiryu. Gordon era el guardián, acompañado por Queen. La desesperanza significaba que se encontraban muy profundo en el Inframundo; las cosas solo se complicarían más que antes.

—Hm, puede ser. ¿Querrán venganza estos chicos?

—Si eso quisieran, no se habrían metido al put.o laberinto.

—Este lugar te pertenece, ¿no es así? —inquirió Hyoga, liberando cristales de aire frío a su alrededor. Aunque no había nubes en el cielo, de igual manera empezó a nevar, por el puro Cosmos del Cisne. Había llegado a la misma conclusión que Shiryu.

—¡Ja, ja, ja, ja! ¿Tan obvio es? Sí, mi Laberinto marca la frontera entre el Alto y el Bajo Inframundo. Desde este punto ya no hay vuelta atrás, debieron haber perdido toda la p.uta esperanza ya.

—Jamás lo haremos. —Shiryu apoyó su espalda contra la de Hyoga y plantó en Gordon su mirada. Ya lo había enfrentado en el castillo, en Alemania, y sufrió dolores que ni siquiera conocía, pues ese hombre tenía una fuerza física incomparable con nadie con quien hubiese luchado. Pero nunca habían tenido una batalla fácil, y siempre lograban salir adelante, así que no era motivo para bajar los brazos—. No sé qué será eso del Alto y Bajo Inframundo, pero imagino que la naturaleza del Laberinto causa en sus visitantes total desesperanza de hallar una salida, lo cual los deja a su merced fácilmente.

—También es evidente que este Laberinto no tiene salida. En Creta se encontraba un laberinto como este, guardado también por un minotauro, y el héroe Teseo consiguió salir con ayuda del hilo de Ariadna. Pero aquí, en el Inframundo, la desesperanza es ley. —Hyoga tocó el muro a su derecha y, aunque su voz y expresión facial no lo indicaban, Shiryu lo conocía lo suficiente como para saber que estaba muy molesto—. Ya pasamos tres veces por aquí, fui dejando marcas de hielo para guiarnos. Nunca hubo salida.

—Hm, no me gustan los listos, Gordon. ¿Qué hacemos con ellos?

 

Shiryu notó un intenso cambio en el ambiente, una ínfima pero abrupta alteración en la postura de combate del monstruo que tenía delante. Levantó el brazo izquierdo con el Dragón Eterno activado, expandiendo su Cosmos de forma esférica. Detrás de él, Hyoga los protegió a ambos con una gruesa capa de hielo. Una fracción de segundo después, ambos Santos se remecieron.

Gordon los golpeó con su brutal peso, su Gran Estampida, mientras que Queen los atacó con su Polen de Flores Sangrientas, una serie de rápidos y penetrantes tentáculos. El Espectro de Alraune estaba cruzado de brazos con una sonrisa de autosuficiencia y suma paciencia, esperando que el hielo comenzara a romperse. Sin embargo, Shiryu sabía que el verdadero peligro era Minotauro, cuyo brazo derecho golpeaba incesantemente la doble pared cósmica. Shiryu ya había sido víctima de ese brazo, la Gran Hacha Destructora.

Había sobrevivido con todos sus miembros intactos, en esa ocasión, solo porque su escudo había sido reparado poco tiempo antes, y estaba al máximo de su fuerza, como nuevo. Pero ahora que había transcurrido quizás cuánto tiempo, y que se había enfrentado a decenas de enemigos desde que había llegado al castillo para ayudar a los Santos de Oro, no podía saber cuánto aguantaría su nueva armadura.

El mundo a su alrededor se convirtió en un caótico concierto de ruidos y golpes. Nada tenía sentido, el hielo de Hyoga se quebraba como el vidrio y rápidamente lo volvía a construir, a medida que su Cosmos se incrementaba. Por su parte, el brazo izquierdo de Shiryu estaba al borde del completo entumecimiento. Gordon reía frente a él, pero no lo podía oír en medio del caos. Solo a su compañero lo pudo escuchar.

—¡Shiryu, defendernos no nos va a servir de nada! —gritó el Cisne.

—Estos son los que pusieron en aprietos a Muu, Milo y Aiolia, ¿qué vamos a hacer nosotros, Hyoga?

—¡Son fuertes contra enemigos debilitados, cansados y en minoría numérica!

Shiryu lo sabía, y entonces entendió que el efecto desesperanzador del laberinto lo estaba golpeando de nuevo a la vez que el brazo del Minotauro, pero en esta ocasión, fue su amigo quien lo liberó.

—Debemos elevar nuestro Cosmos al máximo, Hyoga… ¡tenemos que despertar nuestro Séptimo Sentido!

—Shiryu… hace ya mucho que lo hicimos.

¿Así de natural era ahora?, pensó Shiryu. Aunque su brazo estaba paralizado, no se había movido ni un centímetro hacia abajo por los golpes de Gordon, desplegando cada vez más energía en su Dragón Eterno. Sus piernas eran como robles, echando raíces gruesas al suelo, y con absoluta precisión había evitado los ataques traicioneros del Polen de Flores Sangrientas del Espectro de Alraune, porque estaba consciente de sus movimientos.

—Bien, no podemos enfrentarlos así, con un enemigo a nuestras espaldas.

—¡Tenemos que separarnos!

¿Cómo dividir y conquistar en un lugar tan estrecho? ¿En medio de un pasillo que no llevaba a ninguna salida? Hyoga dio con la solución casi de inmediato, y apenas movió el brazo hacia la pared que habían estado tocando, Shiryu enfocó su Cosmos en el brazo derecho. No necesitaban decirse nada más, sabían cuáles eran sus misiones y a quién iba a enfrentar cada uno.

Se despidieron con una sonrisa. El objetivo era que se encontraran a las afueras del laberinto, pero a esas alturas cualquier cosa era posible. Llegados al Bajo Infierno, estaban de lleno en las batallas de sus vidas.

Hyoga congeló la pared del laberinto al mismo tiempo que dejaba de crear nuevas paredes de hielo a su alrededor y daba un gran salto. Shiryu se movió a un lado con la diestra rugiendo destellos esmeraldas. Por un breve intervalo de tiempo los Espectros no supieron qué estaba ocurriendo, perdiendo el paso. El Dragón Ascendente despertó en el fondo del corazón de Shiryu, y voló hacia la pared de hielo.

Como si hubiera sido la víctima de una bomba, la pared estalló en pedazos de hielo cuando Shiryu la golpeó, llenando el aire con pequeños cristales blancos. Un boquete lo suficientemente amplio como para que pasara se abrió, y mientras Shiryu lo atravesaba, un crujido como el rugido de una bestia lo hizo trastabillar. Un terremoto remeció la tierra y no pudo aterrizar bien, mientras era golpeado por los pesados escombros dejados por un segundo puñetazo.

A su lado, Gordon de Minotauro se reía, mirándolo a los ojos, ambos detenidos en el aire y el tiempo. Con su Gran Hacha Destructora destruyó no solo parte de la pared junto al boquete creado por Shiryu, sino el muro entero, desde una esquina a la otra cayó como un edificio presa de la demolición.

Detrás de Shiryu había comenzado una batalla, podía sentir el aire frío de Hyoga a la vez que aterrizaba del otro lado de aquel muro, perseguido por Gordon. Forzó sus pies a acomodarse a pesar del dolor que le recorrió el cuerpo, que rodeó con intensas llamas verdes, y atacó al Espectro con el Dragón Volador. El Minotauro contraatacó con su Gran Estampida, y el choque con Shiryu le causó a éste un dolor terrible en la espalda antes de ser arrojado lejos, a través de una serie de muros que se iban despedazando a su paso.

—¡Ja, ja, ja, ja, pero no huyas! ¿O es que se te entumeció el cuerpo? —Gordon dio un par de saltos y ya estaba a medio metro de él. Su sonrisa era algo tétrico, sacado de una pesadilla, digno de alguien que disfrutaba romper los huesos de sus víctimas—. ¡No te preocupes, yo lo despertaré a golpes, DIABLO!

 

Shiryu concentró su Cosmos en el brazo derecho nuevamente. No podía fallar, no habría segundas oportunidades, pues el enemigo no era tan honorable como Krishna de Chrisaor había sido. Debía canalizar el Cosmos que residía en su brazo a la perfección, sin dudar un segundo.

En medio del derrumbe de los muros que aún estaba en curso, y segundos antes de que Gordon lo alcanzara, Shiryu movió su brazo derecho de manera vertical, cerrando los ojos. Percibió un destello verde y la subsecuente corriente de aire afilado, que desmoronó los escombros que iban hacia él, y dio en el blanco. Con un grito, el pesado Minotauro fue arrojado hacia atrás, golpeando las piedras que él mismo había lanzado, y estrellándose en otro de los muros del laberinto, que se hizo polvo al contacto.

Shura de Capricornio le había legado cosas muy importantes y preciadas, no solo su determinación, su espíritu y sus deseos antes de morir, las dos veces, sino que también el arma que había sacado de la piedra cuando entrenaba con su maestro Izo, y que había convertido en una hoja definitiva en plena batalla con el Titán Críos. La Caliburn que se había convertido en la Espada Sagrada: Excálibur.

Los pedazos de muralla tocaron el suelo. Al mismo tiempo, Shiryu chilló de dolor cuando sintió que sus piernas habían sido comprometidas. Al mirar abajo, perdiendo una fracción de segundo imposible de recuperar, descubrió un par de tentáculos atravesando sus muslos, manchando sus rodillas de sangre. Sintió la presencia detrás demasiado tarde, sabía que perdería la cabeza. ¡Queen estaba detrás de él!

Debía ser rápido. Shiryu intentó moverse al lado lo más rápido posible, a pesar del dolor en sus piernas que, al menos, le confirmaban que aún era capaz de mover. Las forzó todo lo que pudo, aunque gritó; torció el cuello para evitar el último ataque. Pero… No. Era imposible. A la velocidad a la que ambos se estaban moviendo, el segundo perdido al mirar abajo y las graves heridas en sus muslos… No había duda.

«Shunrei…» ¿Qué estaría haciendo? ¿Rezando por él y por su padre adoptivo en la más alta montaña de LuShan? ¿Rogando para que pudiesen verse todos juntos, quizás con Genbu también? «Perdóname, Shunrei», le había dicho. Al final, había tenido razón.

Iba a morir. Cerró los ojos.

 

—Hm. ¿¡Qué diablos sucedió!?

Shiryu no dejó de moverse. Había pasado ya medio segundo, así que abrió los ojos y comprobó que había logrado esquivar casi la totalidad del golpe, y que la hoja luminosa de la Guillotina de Flores Sangrientas había pasado de largo por sobre su cabeza. Le dolía el cuello, pero no podía preocuparse de eso mientras aquel enemigo estuviera aún detrás de él. Un enemigo que había fallado.

El Santo de Bronce se volteó y su Dragón Ascendente despegó con todas sus fuerzas, golpeando al estupefacto Queen, que salió despedido por los aires.

Shiryu cayó de rodillas. Comprobó que tenía un profundo corte en el costado del cuello, por la derecha, y que, dado que se había movido hacia la izquierda, significaba que el ataque sí lo había alcanzado, solo que no de lleno. Ni siquiera era fatal, aunque lo sería si no trataba la herida rápidamente. Se rasgó un largo pedazo de tela del pantalón y vendó tres veces su cuello para contener el sangrado. No tenía suficiente para vendar las heridas en los muslos, pero había evitado desangrarse de la herida más peligrosa. Nada evitaría que se pusiera de pie. Pero… ¿por qué no había perdido la cabeza?

Queen y Gordon, frente a él, en medio del polvo causado por los escombros y los gigantescos muros derribados, parecían preguntarse lo mismo, hasta que Alraune, que se estaba poniendo de pie tras el golpe, dio con la respuesta:

—Claro, mis brazos están más lentos, hm.

—¿Por?

—El Cisne me los congeló antes de caer, hm. Hm. —Queen, cuyo peto había sido gravemente dañado, se miró los brazos con absoluta desazón, como si le hubieran quitado parte del alma—. Solo el señor Radamanthys lo había esquivado, ¿cómo voy a desear el honor de querer la cabeza de mi señor, si no puedo con un chico? No, aún más, ¿cómo voy a mirarlo a la cara cuando él había hablado tan bien de mi técnica? Con solo un poco de hielo me…

—Y una mie.rda, ya cállate. —Gordon no se limpió los hilos de sangre que corrían desde su frente y brazos, con los que se había protegido del ataque. Su yelmo había sido partido en dos, pero no su cabeza—. Si vas a seguir lloriqueando será mejor que te quedes detrás de mí y no molestes.

 

Shiryu había fallado también. Intentó ponerse de pie, pero el dolor en sus piernas y en el cuello eran terribles, sin mencionar el entumecimiento en el resto del cuerpo. Su Excálibur no había desatado todo su poder, le había fallado al sacrificio de Shura.

—¿Dónde está Hyoga? —No podía sentir su presencia, pero dudaba que hubieran cortado su cabeza así nada más, en tan poco tiempo; además, Queen no se vanagloriaba de ello… pero, después de lo que le había hecho a Shun…

—Hm, ¿y yo qué sé? Se cayó por el precipicio debajo del Laberinto en medio del caos que ustedes causaron, por lo que se debe haber estrellado en una de las Fosas.

—¿Qué? ¿Lo dejaste ir? ¡Eres un put.o inútil, viejo!

—¿Te recuerdo quién es el que le ha dejado más heridas a este niño? ¿Hm?

Shiryu logró ponerse de pie con nuevas energías. Hyoga no estaba muerto, no iba a morir por algo así. Y era mejor, pues de esa manera uno de ellos podía seguir adelante; el otro tendría la misión de terminar con los Espectros del Laberinto.

Sin pensarlo dos veces, Shiryu disparó el filo brillante de la Espada Sagrada, que el Espectro de Alraune esquivó con facilidad. El Dragón se lanzó sobre ambos convertido en un meteorito esmeralda, pero Queen lo detuvo con su Polen de Flores Sangrientas.

Luego, Gordon se le acercó rápidamente. Shiryu esquivó su golpe y contraatacó con su Dragón Ascendente. El Minotauro, sin perder la sonrisa pérfida, detuvo el ataque con la mano izquierda, y con la diestra le conectó un imposiblemente brutal golpe a la zurda de Shiryu, que se alzó a tiempo para protegerlo con el Dragón Eterno.

En esta ocasión, el escudo se trizó todavía más, perdiendo su circularidad perfecta, y Shiryu fue estampado contra otro de los muros del laberinto, reduciéndolo a escombros. Tras dos intentos, al tercero, Shiryu volvió a ponerse de pie… Estaba agotadísimo, y su cuerpo entero estaba tenso y dolorido, como si lo hubieran golpeado en todas partes a la vez. Sudaba copiosamente, respiraba con fuerza, pero no perdió de vista a los enemigos.

—No puedo creerlo… ¿qué mie.rda estás haciendo? —preguntó Gordon, por vez primera perdiendo la sonrisa. Su semblante evidenciaba sincera curiosidad y sorpresa.

—¿De qué hablas? —inquirió Shiryu a su vez, detrás del escudo.

—¿Por qué sigues? Se supone que desde nuestra lucha en el castillo de Pandora te debió quedar claro que eras inferior a mí, y que no podrías con Queen y yo a la vez. Si te soy sincero, puedo creer lo de antes porque eran dos contra dos. Pero ahora… ¿Por qué sigues luchando, entonces?

—¡Soy un Santo de Atenea! Mi maestro me enseñó que no debía rendirme, y en ninguna de mis batallas anteriores lo hice. No sé por qué te extraña.

—Hm, ¿de verdad no lo entiendes? —dijo Queen, levantando una ceja. Era como si estuvieran hablando distintos idiomas.

—¿Qué debo entender? Si ustedes quieren rendirse y huir es cosa de ustedes, pero así no somos los Santos. —Shiryu encendió su Cosmos, y apenas lo hizo sus piernas se pusieron a temblar. Las heridas que habían atravesado sus muslos se estaban abriendo—. Así también protejo a mi amigo Hyoga, luchando, aunque todo esté en mi contra.

—¿Huir? Pffff, de verdad que no tienes pu.ta idea de qué estás hablando. ¡Queen! Dime qué harías conmigo si estuviera perdiendo la pelea.

—Eso es sencillo. Te cortaría la cabeza, hm.

Shiryu no pudo ocultar su sorpresa, su boca se abrió con fuerza. ¿De qué estaban hablando? ¿No eran compañeros de armas? ¿Amigos, incluso? ¿Tan despiadados y crueles eran los Espectros de Hades entre sí? Así se los hizo notar… y entonces entendió.

—¿Amigos? Claro que lo somos, y por eso yo le arrancaría la cabeza de cuajo si él perdiera un combate. Los cinco, el señor Radamanthys incluido, hicimos ese juramento hace milenios, y sin importar cuántas memorias perdamos, eso no lo olvidamos. —¿Había emoción en la voz de Gordon? ¿Una pequeña gota de orgullo? Shiryu jamás pensó que presenciaría algo así.

—Estar ante una batalla perdida significa que no tienes valor como guerrero, hm. A su vez, eso quiere decir que ganas el honor de morir en tus propios términos, debido a la gente que elegiste para ello. Lo que hacen ustedes… es ridículo. Hm. ¿No es lo que se llevó a tu otro amigo, el de las cadenas, a la tumba? ¿Pelear ante todo pronóstico?

Así que sí lo recordaba. Shiryu se olvidó de sus dolores y se ubicó en posición de ataque. Esta vez no iba a fallar, y se debía decapitarlos él mismo lo haría. Por Shun. Un concepto tan retorcido de honor y amistad le haría perder la razón si olvidaba lo que le había ocurrido a su hermano de las estrellas, cuya sangre aún debía manchar los brazos de uno de los hombres que tenía en frente.

No quería ver a nadie más morir. No quería que su muerte hiciera sufrir a sus seres queridos tampoco. Sin embargo, la alternativa era la única salida, y era vengar a Shun y dar un descanso final a ambos compañeros de armas.

—Queen, hazte a un lado —ordenó Gordon—. Si este chico quiere ir con todo hasta el final como un cretino, yo lo llevaré a su p.uta tumba personalmente. No te metas.

—Hm, como quieras.

—Shura… dame fuerzas —rogó Shiryu apenas el Minotauro se puso en guardia.

En los brazos derechos de ambos destellaron luces cósmicas. El Gran Hacha del Minotauro contra la Espada Sagrada de la Cabra de Oro, el legado de Capricornio. Esta vez sí sería capaz de sacar todo el poder de la técnica, estaba seguro. Debía ganar, tenía una misión mucho más importante aún. El objeto en su cinturón así se lo indicaba.

—¿Preparado, hijo de put.a?

—¡Adelante!

Shiryu corrió hacia Gordon; Gordon corrió hacia Shiryu. Éste observó durante los primeros instantes los movimientos de Queen, pero, al darse cuenta de que respetaría las instrucciones de su compañero, el Dragón se concentró enteramente en el Minotauro.

Sintió el poderoso Cosmos en su brazo derecho. El brazal liberó algunos fulgores dorados junto con los verdes, y supo que era su Séptimo Sentido. El alma de Shura rugía en sincronía con su corazón y su brazo, y esta vez la espada cortaría lo que tuviera en frente.

Shiryu saltó al mismo tiempo que Gordon hacia adelante, y levantó la espada. Una fracción de segundo después la bajó y sintió un sinfín de vientos cortarse a su alrededor, exaltados ante el fuego de la hoja santa. Gordon hizo lo mismo, y su robusto brazo chocó con el de Shiryu.

Sin embargo, éste sintió que le arrancaban parte de él en un caos de horrendo dolor, un sufrimiento como miles de almas en el Yomi. Sus dientes crujieron y lo mismo hicieron sus huesos, desde las falanges en los dedos hasta el omóplato, pasando por el cúbito, el radio y la clavícula. Sintió una serie de músculos reventando.

De pronto, se encontró enterrado en el piso, con la espalda medio apoyada en uno de los muros que todavía estaban intactos. Temblando de pies a cabeza, Shiryu volteó sin dudar a mirarse el lado derecho, y descubrió que el brazo le colgaba sin vida desde un hombro completamente morado. Estaba torcido a la mitad del antebrazo y el brazal de la armadura de Dragón había estallado en mil pedazos. Comprobó con horror que, por más que lo intentase, no podía mover ni siquiera los dedos, cuyos huesos estaban rotos, y cuya piel se había vuelto púrpura. La mitad de la hombrera se había roto, estaba seguro de que el brazo ya no estaba conectado al resto del esqueleto, y que solo lo unía carne desgarrada.

Excálibur, así como el alma de Shura de Capricornio y la determinación previa de Shiryu, habían sido completamente aniquilados. Y ahora solo quedaba dolor.


Editado por -Felipe-, 04 julio 2020 - 12:19 .

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Rexomega

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Publicado 10 abril 2020 - 13:57

Saludos

 

Se presenta el comentarista más inconstante del foro, con los primeros capítulos de Orfeo y el de Hyoga, página 37.

 

El de Hyoga abre fuerte, todavía falta para que reveles el papel de la tripulación de este barco durante la guerra, ahora que Shiryu y Hyoga ya han bajado a tierra, pero me gusta lo que leo. Hay seguimiento para cada grupo, se siente que hay batallas aquí y allá, una Guerra Santa en definitiva. Aprecié el peso que la muerte de sus compañeros tuvo en este capítulo, incluso si prevalece el espíritu de nunca retroceder, tan propio de Saint Seiya. Higía, Nachi, Ban... ¿Cuántos conocerán el mañana cuando todo acabe?

 

¿Qué es un viaje al inframundo si los forasteros no se encuentran con los muertos, lo que siempre causa impresión? En este caso, no solo vemos un encuentro entre Hyoga y un viejo conocido, sino que el mismo va a tener una importancia en su crecimiento de personajes, que no sé si es impresión mía pero creo que ahora te desenvuelves con más naturalidad con él. Desde el momento en que sin saber por qué se ve impelido a hablar a un fantasma, duda en su combate por verlo e incluso acaba conversando con su hermano de armas (¿o sería más correcto decir Mantos?) sobre el efecto que tendrá la muerte de Hades sobre todas esas almas. Creo haber dicho ya que a lo largo de esta saga noto interés en que se sienta que están invadiendo el infierno, no otro país en el que está el villano más villano, y que se cuestionen sobre lo que ven, que lamenten el no poder cambiar las cosas y que se cuestionen las consecuencias que tendrán sus acciones es algo que refuerza mucho y bien esto.

 

La parte de la acción, bastante bien, la verdad, solo que me pasé un rato preguntándome qué te hizo el pobre Iwan de Troll para tratarlo tan mal. Entiendo la parte de cortar la presentación, porque decir tu nombre y título es un cliché tan antiguo como darle nombre y apellido a ese puñetazo que das esperando romperle el cráneo a tu rival, pero el paso de la invulnerabilidad de la armadura del espectro a pulmones congelados me sonó algo brusco. Entendí qué ocurrió y es una buena estrategia para el engorroso problema de armaduras indestructibles, pero hice yo el razonamiento y sentí que me había saltado algo, puede que ocurriera así. La lucha contra Rock de Golem la disfruté más, en parte por tocar el tema de si la existencia de un infierno es justa o no y que esta fluya con naturalidad con el combate en sí, en parte porque si pensaba que a estas alturas de la historia un enemigo que lanza rocas sonaba como... no sé... serpientes, sí, serpientes y encantadores de serpientes, remontarlo al pecado de Sísifo le da un significado más apropiado, me remonta a ese gran momento de Aldebarán en el Episodio G. En esa parte creo que Shiryu se roba el capítulo de Hyoga con unas frases y un espíritu que siendo muy de Saint Seiya, se sienten a la vez muy de Shiryu, por completo. Acabadas las batallas no esperé que apareciese Sloth, pero al parecer nuestros protagonistas sí que tenían claro que vendría un jefe de mazmorra Espectro Celestial, que primero pensé que era el que mató El Cid, para luego ver que no, pues este no era tan grande. Sí, los tipos enormes se sienten algo fuera de lugar en una historia donde un enclenque japonés vence a un mastodonte como Cassios en el primer capítulo, pero nada como unos doce metros para pasar el hecho de que no todos los miembros de un ejército de 108 enemigos puede tener una gran personalidad. Dar los nombres, armaduras y técnicas de tantos personajes, ¡qué molestia! Esta pelea me remontó a Docrates, por cierto, y estoy conforme con ello.

 

Voy a admitir aquí una cosa, y es que prefiero que en el mito de Orfeo sea él quien tenga la culpa, no que sea un ardid. No obstante, siendo el ejército de Hades el que es, con Lost Canvas como pasado, y siendo que la parte de Orfeo es de las tramas trabajadas del material original, baúles sospechosos aparte, sabía desde un principio que habría algo raro. Como de costumbre, aprecio sobre todo las variaciones, lo nuevo. Para quien gusta tanto de los mitos griegos, todo el pasaje de su descenso a los infiernos fue como agua de mayo, sobre todo por incluir a Perséfone. No me agrada Pandora como personaje, lo habré dicho más de una vez aquí y en el foro, así que estuvo estupendo ver a la verdadera Señora del Inframundo allí, considerando el papel que ella tuvo en el mito de Orfeo. Que se tratara a esta como un ser tan distinto a los seres humanos, perfecto, alejado de toda la cuestión de dioses menores y dorados bajos que por descontado no espero ver nunca en este relato. Intrigante la cuestión de la alegría y la tristeza, porque a como es Hades en Saint Seiya, di por sentado que optarías por la vía en la que no está muy cómoda con su secuestro, hasta ahora que pienso que hay algo más. ¿Habrá profundización en el hermano mayor o quedará en ese villano ochentero que quiere que mueran los animales para que la humanidad no contamine otros planeta? Las particularidades del trato, por extensivas, la amable solicitud de respeto de Perséfone, por ser tan visceral que uno teme siquiera sugerir que un ser superior no tiene por qué hacer eso para que otros acaten su voluntad, y la desconfianza inicial de Pandora frente al juramento desesperado de Orfeo, sólidos. Me gusta lo nuevo, aplaudo los añadidos, pero hacer un remake a veces implica cierta pereza, pensar que como el lector ya se ha visto la serie dará por puesta cierta información, como ocurre con ciertas adaptaciones cinematográficas de libros; no es tu caso, sigues tan concienzudo como de costumbre, lo que es estupendo. ¿Ves que vale la pena no decir el nombre que todo el mundo ya conoce? 

 

No se nota nada que me pierden las referencias mitológicas, ¿no? Iba a detenerme en que salió Cerbero y que dada su relevancia en los mitos espero que no sea despachado como un monstruo genérico, pero centrémonos en lo importante: Shaina. Ha salido en dos capítulos y no he hablado nada de ella, podrías decir que he usurpado la cuenta de Rexomega y soy un impostor... Ejem, más en serio, sigo considerando que la idea de los Santos de Plata como una familia es estupenda y es aquí, cuatro arcos después de que se estableciera con más énfasis, donde se hace notar bastante. De un lado, tenemos a un hombre que lo ha dado todo por amor y es feliz viviendo en un engaño. No me refiero al engaño de Pharaoh, sino en el de esa vida en muerte en la que ha estado por cuatro años. De otro, Seiya. ¿Quién es Seiya? Para los lectores, es el protagonista, el héroe. Para Orfeo no es nadie, aunque puede sentir admiración por él, porque, ¿qué santo no sentiría admiración por quien desde la más baja casta hace lo imposible? Es Shaina en la que piensa, porque ella es su hermana. Shaina está aquí porque debía estar, no porque hacía falta que alguien ocupara su lugar. Entre la presencia de esta guerrera y las palabras de Euridice, Orfeo duda, y quizá habría dudado solo un poco si no hubiese llegado Leprechaun a estropearlo todo. Sea como sea, y aunque fue la presencia y la aparición de este villano lo que impulsó los acontecimientos del capítulo posterior, yo me quedo con que todo suma.

 

Más de una vez he visto esa situación, uno está en el bando contrario al que debería, por lo que los que deberían ser sus compañeros lo ven como un espía y en algún punto de la trama le dicen que tiene que matar a un amigo suyo. Pocas veces el resultado de esa encrucijada me ha sorprendido, pero no por falta de valor o creatividad, sino porque me pongo en la mente del primero y pienso: ¿Por qué tengo yo que convencer a este random de nada? Es duro ser un traidor, supongo, y Orfeo no iba a arriesgar esa vida por una cuestión de orgullo. El problema en realidad no estuvo en Leprechaun, pues él no sabía de las travesuras de Pharaoh según entiendo, él presumió de sus monedas porque eso es lo que haces si eres un personaje de Saint Seiya y no llevas el título de protagonista. Hay que mantener las formas. Hablar, empero, puede ser peligroso y este Leprechaun pasó a mejor vida. No estaba al tanto de que morían así, pero bien por seguir la tradición, hay una conexión especial entre los guerreros sagrados de Saint Seiya y lo que representan, y en el caso de los Espectros de Hades a veces esta tiende a saltarse la barrera de lo humano. Os veo, Myu de Papillion y Raimi de Gusano. Llegados a este punto, lo demás era inevitable, por lo que agradezco a Pharaoh no andarse con rodeos. Dije que prefería que la culpa fuera de Orfeo, pero esto ayuda a caracterizar a Pharaoh, que sería un órgano empotrado y amargado si lo convirtieran en un mueble. Y más importante, el tema de la desesperación de Orfeo está presente en toda su historia, en cómo vive ese cielo en el infierno, en cómo se cuestiona entre salvar lo que murió y lo que aún vive, aquí es donde creo que todo influye, desde su condición de Santo de Atenea a su hermandad con Shaina, porque es muy duro para alguien así dejar todo lo que amó atrás... Y lo cierto es que no lo hace, pues espera reencontrarse con su Eurídice pronto, confía en morir pronto, después de hacer lo que debe. Es Orfeo, de la cabeza a los pies, por eso y porque me facilita más escribirlo me estoy saltando el nombre que le diste y pido disculpas por ello.

 

Tendré que darle otra leída a la batalla, pues estaba tan encantado con la idea de que Orfeo usara sus cabellos para tocar música, de tan absurdo que sonaba (recordemos que shonen significa absurdo en japonés, ¿o era joven?),  que luego no estuve seguro de qué parte era una ilusión y qué parte no. Tanto la progresiva desaparición de la surplice de Lira, cuya presencia de hecho agradezco porque resultaría raro que un Santo de Atenea estuviera en el Hades con su armadura de siempre, y Eurídice, como la aparición del Manto de Lira en el último momento le dan al conflicto de Orfeo la resolución épica que necesitaba. Sí, quiere patearle el trasero a Pharaoh porque lo engañó, pero no va a traicionar a Hades por ese engaño, sino que va a luchar por los vivos por la misma razón que ya tenía antes de entrar al inframundo. Tomó una decisión y vivirá con ella. Y bueno, dije que le iba a patear el trasero a Pharaoh, pero lo cierto es que lo masacró. Me quedé esperando todo un capítulo sobre su pelea, como en esas batallas de la serie clásica que duraban varios episodios de veinte minutos, y fin, Pharaoh muerto y nos vamos por un atajo a matar a Hades y salvar el día. Sí, el que nace Santo de Atenea, muere Santo de Atenea.

 

Salvo Deathmask, ese es un mundo aparte.

 

Me despido por ahora, dejándote algunos errores que vi en estos capítulos:

sabía se escuchaba casi idéntica a la real

 

 


 

Algo vivo había cambiado en sus almas, durante los cientos de metros que cruzaron de un salto.

No debemos cargar con el peso del pasado, sino que con la voluntad del futuro.  

E-está trisado.

 

 

(la primera vez que tocó frente a él casi muere de un ataque cardíaco, debido a la ansiedad)

por si finura y precisión como la lucha musical.

 

Él no estaba muerta, 

careces de emociones para nadie más que tú mismo


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carloslibra82

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Publicado 17 abril 2020 - 00:48

Uff, Felipe, otra vez he dejado pasar varios capítulos sin comentar. A veces, el teclear se me hace aburrido, y sólo leo los capítulos. Pero aquí vengo a ponerme al día, no sin antes desearte lo mejor en estos días difíciles a los que nos tiene sometidos a todos este virus. Pero paso al review:

1° Helios: Vaya, vaya, un capítulo sorpresivo, pues hasta ahora pensaba que los tres magnates eran los más terribles de los espectros, pero parece ser que estos tres llamados "demonios" son aún más poderosos y terribles. Realmente no lo esperaba. Es así o no? Tal vez se aclare más adelante. Viendo esto, se ve difícil imaginar cómo los santos van a ganar al final (aunque sinceramente, puede que en tu versión no obtengan la victoria, jajaja). Ya hay una gran diferencia entre la elite y los mismos magnates, y ahora esto. Se las pusiste muy difícil a los santos. Pero, ese final, verdaderamente, no lo esperaba, ya quiero ver a Helios en acción, Aiacos parece que tendrá serios problemas.

2° Saori: Realmente, Felipe, lo que has hecho con Saori en su paso por el inframundo es una obra maestra. Me acuerdo cuando dijiste que poco a poco iría madurando como diosa, y lo has plasmado de gran forma. Es genial ver como se combina la humana Saori Kido con la personalidad de la diosa de la guerra. Y el asunto de los ojos, que me imagino son los originales de la diosa, el terror que causa como diosa a los espectros y el recibimiento final de Shaka, realmente, es algo digno de aplauso. Mis felicitaciones, disfruté mucho este capítulo.

3° Dohko: Otro gran capítulo, Felipe, un Dohko como todo un líder, pero que comete errores, y, al final mostrando parte de su enorme poder desintegrando a un espectro celestial. También es muy bueno como destacas a los otros miembros del ejército, no sólo te centras en el factor "amarillos" y protas. Y, como en toda guerra, hay sacrificios, como los santos de bronce y Asterión. Conmovedor también el anexo, y el ver las emociones de los personajes de esa manera. Muy bien también, Felipe

4° Radamanthys: Bueno, fue un capítulo corto, pero sorprendente. No me esperaba eso, me sorprendiste. Tengo una duda, quien hizo caer a Rada fue el mismo Aiacos o la estatua de su palacio?? Tal vez se me pasó, no sé. Creo, eso sí, que medió el factor sorpresa, no creo que lo hubieran hecho caer así de fácil. Pero, al menos, lo de la inconsciencia hace ver que no es lo último que veremos de este magnate.

5° Kanon: El buen Kanon, tan badass como siempre, encontrando la forma de ganar y de avanzar, pero no con la facilidad que vimos en la obra original, siendo superior, pero no saliendo ileso. Pregunta: creo que una vez dijiste que Kanon era experto en un área del poder de los Géminis y Saga de otra, me puedes recordar cual, por favor? Muy bien narrada la batalla.

6° Shiryu: Tengo sentimientos encontrados con este capítulo. Pero sé que es cosa mía. Sé que estos dos espectros son la elite de Rada, pero, creo, sólo creo, que exageraste un poquito con su poder.. Destaco tus alusiones a la batalla clásica, pero las condiciones en las que quedó Shiryu al final me hacen pensar, ¿cómo va a pelear ahora? Tienes solución para eso?. Casi se queda sin brazo. Lo único que me da esperanza y que me daría mejor sensación es que sólo relataste lo que le pasó a él después del choque, no dijiste nada de lo que le pasó a Gordon, así que hay opciones de que haya quedado peor o al menos en las mismas condiciones que Shiryu. Ya sé que en tu fic el séptimo sentido no es sinónimo de triunfo sin problemas, y lo comparto, pero no me parecería que un Shiryu que usó Excalibur con el séptimo sentido a tope no le haya hecho nada a su oponente. Al menos, debió herirlo de consideración, creo. No lo tomes como crítica, sólo te expongo mis sentimientos, aunque suene ridículo.

Bueno, ahí me puse al día. Todo genial, como siempre, y no creo que sea un misterio para ti que espero con ansias cada nuevo capítulo. El que me hagan aflorar mis emociones como dije recientemente hablan muy bien de tu capacidad de escritor. Un gran saludo y cuídate mucho en estos días difíciles!!



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Publicado 17 abril 2020 - 11:52

 

Saludos

 

Se presenta el comentarista más inconstante del foro, con los primeros capítulos de Orfeo y el de Hyoga, página 37.

Sabes, Rexo? Antes que nada te agradezco. A veces me arrepiento de haber alargado tanto esta historia, que sigue siendo un retelling de lo que ya vimos con alguno que otro cambio, un remake con pecas de reboot, y siento algo tipo "para qué diablos sigo?", pero luego leo comentarios así, leo lo que yo mismo escribo, y pienso, "ya que estoy en esto, tengo que terminarlo". Además, me gusta contar de otra forma la historia. Así que sí sirve. Gracias.

 

Es bueno que se note el peso de una guerra, en especial cuando algunos personajes mueren... porque no son protagonistas, no están protegidos por la trama. Entonces, si se nota ese "peso", significa que están bien caracterizados al menos, y eso me alegra.

 

¡Exacto! Siempre me chocó que, en la obra original, no interactuaran con ningún muerto que no fuera Eurídice. Tenían el potencial de encontrar una multitud de personas de sus pasados, y quedó en nada. ¿Para qué sirve el Inframundo en términos de trama, entonces? Como dices, es una invasión a un mundo distinto, ajeno, y no solo recorrer un santuario alternativo. Si se siente más natural mi forma de escribir al ganso, pues... ¡qué bien! Especialmente porque sigue sin gustarme xD

 

Oh, nada tengo contra Iwan. Pude haberle dado más caracterización, pero siempre me hizo tanta gracia la forma tan absurda en que se murió, que tuve que dejarlo medio parecido. ¿Fui algo demasiado cruel con él? Sí... pero no me arrepiento. En algún momento tenía que usar los efectos naturales que el aire frío puede tener en una persona, y decidí que el Troll fuera mi conejillo de indias. Por otro lado, sí estoy orgulloso de cómo metí lo de Rock y la discusión filosófica de los pecados, además de meter las virtudes del dragón, así que me alegro que te gustara. Sobre Sloth (sí, sí, es Sloth, no voy a negarlo a estas alturas jajaja) Oh, el que mató El Cid saldrá más adelante, creo. ¿O ya lo publiqué? Honestamente no estoy muy seguro, pero me parece que ya publiqué ese. Y por cierto, sí, está completamente basado en Dócrates, quería hacerle un pequeño "homenaje" en algún punto. Más allá del asunto "de la policía", era uno de los pocos originales del anime que me gustó.

 

Sobre Orfeo, yo mismo estoy medio "dividido" en mi opinión, y creo que se debe a la caracterización de Kuru. Me gusta que el Orfeo original (que fue un proto-Saint en este mundo) haya tenido la culpa, por su propia curiosidad, ,impaciencia y humanidad. El tema es que con Orphée no fue curiosdad, fue un engaño, y fue uno TAN MAL HECHO que sentía la responsabilidad ética básicamente de hacerlo ver mejor. Por eso cambié las reglas, Eurídice no puede tocarlo ni hablarle (como la original), hay una ilusión que da la impresión de que el sol está encima, en lugar de un cielo rojo todavía muy cerca de la segunda prisión, y muy lejos del Aqueronte, etc. Los pecados de Orphée vienen después, cuando no es capaz de move on y se comporta como un pesado con la mujer que ama, que solo quiere que sea feliz... ¿pero no sería cualquier enamorado así de idiota si puede compartir la eternidad con la otra persona?

 

De aquí te adelanto, que mi Hades es distinto al de SS, porque fue mi meta desde el principio, y por lo mismo, también lo es la Reina del Inframundo, así como los misterios que ella tiene detrás. Dato irrelevante: con Placebo desarrollamos toda la trama de la pareja infernal mientras jugabamos con un perro en una playa, que nos traía una piedra perfectamente circular (y que no aceptaba ninguna otra). Como ves, Perséfone no está incómoda pasando sus inviernos junto a su esposo, y eso ya da algunas pistas. Me extrañó que no hablaras de la Domadora de Serpientes xD Genial que apruebes la manera en que está relatada, no como un reemplazo de Shun, sino como ella misma, con un rol que solo ella puede tener. También el Leprechaun, demasiado conectado a su propio mito, y demasiado no-protagonista, para su propio bien.

 

Lo de tantos errores que se me siguen pasando, sin importar cuántas veces lea antes de publicar... ya es vergonzoso, y te pediré que los sigas apuntando cuando y si comentas. Es que claro, desactivé el corrector del word, y tengo que sobrevivir con solo mis ojos, y ellos ya están cansados y viejos. O, al menos, lo primero.

 

Muchas gracias Rexo, y cuídate mucho!!

 

 

 

 

Uff, Felipe, otra vez he dejado pasar varios capítulos sin comentar. 

Bueno, ahí me puse al día. Todo genial, como siempre, y no creo que sea un misterio para ti que espero con ansias cada nuevo capítulo. El que me hagan aflorar mis emociones como dije recientemente hablan muy bien de tu capacidad de escritor. Un gran saludo y cuídate mucho en estos días difíciles!!

Nunca sientas la "obligación" de comentar, Carlos. En realidad, claro, yo agradezco todas las críticas, sugerencias, apreciaciones, reviews en general, pero escribo para que otros puedan leer. Así que, pues nada, te agradezco un montón que te tomases el tiempo para escribir todo esto, de verdad lo aprecio.

1. Los Tres Demonios, no se si sean más "poderosos" que los Magnates, sino más bien peligrosos. Sus habilidades son únicas, y muy molestas. Sobre su poder cósmico en sí, habrá que esperar y ver, no son cualquier cosa tampoco, pero en lo que hay que fijarse con ellos es su manera de luchar, sus habilidades específicas.

 

2. Ah, voy a comentar sobre los ojos, aprovechando. Atenea es la diosa de ojos grises, así se le conoce en el mito. Pero Saori tiene los ojos verdes, así la describí y dibujé siempre, por lo que me di cuenta muy tarde de que me equivoqué de color. Así que se me ocurrió el cambio de color de ojos (tan común en los shonens) para cuando su personalidad de Atenea toma el control. Debió ocurrir también en su combate contra Poseidón, donde usó su Dunamis por primera vez, pero creo que, o lo edito para la versión PDF, o lo dejo pasar nomas XD Me alegro que te gustara tanto.

 

3. Qué bueno que te gustara el de Dohko, porque me costó un montón escribirlo. Había tantos personajes repartidos por todos lados, con tantas batallas a la vez que fue algo engorroso, así que, bien que resultara.

 

4. El que hizo caer a Radamanthys, técnicamente ambos. Es la estatua de Garuda arriba del templo, sí, pero el que maneja esa estatua es el propio Aiacos. Así como las leyes de los ríos, el rayo lanzado por el Garuda no puede ser bloqueado por nadie, sin importar su poder, porque es como si el propio Inframundo te golpease. Se usa poco porque, bueno, el Inframundo no suele ser invadido, pero así como Radamanthys tiene el poder único de ver el estado de todos los Espectros, Aiacos tiene el poder más "físico", siendo capaz de repeler lo que desee. Y sí, por ahora el cejón está inconsciente, no muerto.

 

5. Kanon es un experto en materia dimensional, incluso mejor que Saga. Su dominio sobre distintas dimensiones, tanto espaciales como temporales, lo hace destacar sobre todos los demás. En el caso de Saga, si bien por supuesto es tremendo en estas áreas, su dominio es más bien físico. Por así decirlo, la mejor técnica de Saga es la Galaxian Explosion, mientras que la de Kanon es la Another Dimension (o sus múltiples variantes).

 

6. Bueno, es entendible que te chocara un poco cómo quedó Shiryu y el poder de estos dos, así que intentaré explicarlo. Shiryu está luchando contra dos Santos de Oro a la vez, básicamente, cosa que nunca hizo antes. A mí siempre me chocó que se cargara con tanta facilidad a tres de ellos en el Muro con una técnica que usaba por primera vez, así que decidí variar, y Shiryu no es capaz contra ambos. Quizás contra uno resulte, pero dos ya es mucho. Además, en la obra original ya habíamos visto que el Hacha del Minotauro era superior a Excálibur... pero la clave está en que Excálibur es la Espada Sagrada de Shura, no de Shiryu... el brazo derecho del dragón no ha dicho su última palabra.

 

Muchas gracias por todos los comentarios, saludos, y espero que estés bien en casa, Carlos. Cuídate.

 

 

 

SEIYA V

 

Primera Fosa. Séptima Prisión. Inframundo.

Quizás por cuánto tiempo estuvo bajando. Las siniestras catacumbas debajo de la Necrópolis que llevarían a los Santos al Bajo Inframundo eran largas, sinuosas, profundas y malolientes, pues estaban conectadas al foso donde habitaba el Ammyt de Pharaoh. No le acompañaban ni Shaina ni Orphée, pues tal como éste había anticipado, se separarían apenas cruzaran el umbral final de la Necrópolis y comenzaran a caer.

Estuvo a punto de resbalar en varias ocasiones. De vez en cuando le golpeaba un viento frío que venía desde el interior de la catacumba, o tal vez desde más allá. El suelo rocoso era trazado por delgadas líneas rojas y serpenteantes de lava que era fácil esquivar, pero que emitían constantemente un vaho apestoso difícil de evitar, incluso tapándose la nariz. De todos modos, esas líneas eran lo único que iluminaba esas estrechas cavernas monstruosas, así que lo agradecía. Eso, y la falta de almas. No sabía cuánto aguantaría observando a esos pobres entes, personas de verdad que habían perecido, que no podrían regresar a experimentar los bienes del mundo de los vivos. Se le dificultaba pensar en ello sin deprimirse. Verdadera gente muerta…

¿Cuánto tiempo llevaba allí, caminando con la mano en la roca? Recostándose en los muros de la caverna, se quedó dormido unas cuantas veces para lidiar con el cansancio acumulado, no supo cuántas. Sin embargo, al no padecer hambre o sed, ni tener al sol en la cabeza, no podía medir el paso del tiempo adecuadamente. No había envejecido, no le había salido barba siquiera, pero Pegasus había perdido brillo y, en ocasiones, le pesaba un montón sobre el cuerpo. Eso significaba que, tras llegar al Inframundo, había adquirido algún tipo de cuerpo espiritual, o ciertas características, pero seguía sintiendo cansancio y dolor. Y podía morir, como aquellas personas devoradas en la Necrópolis, juzgadas en el Dikasterión, hundidas en el Aqueronte, y sollozando en los Asfódelos. Gente muerta.

En todo caso, bien podía decir que había caminado por menos de una década. Tal vez menos de un año. Posiblemente más de una hora. A veces se le antojó decirse que había bajado por cinco o seis meses, para darse cuenta de que había pensado lo mismo un par de minutos antes. Orphée le había advertido que eso podía ocurrir en todo el infierno, especialmente en el Bajo Inframundo, pero le impulsó a no perder la esperanza, continuar bajando por las catacumbas y tener la certeza de que, eventualmente, llegaría al final.

Y mientras recordaba las palabras del Santo de Lira por, quizás, quinta o sexta vez, Seiya arribó a ese final.

 

Seiya asumió que al salir de la cueva en la que se hallaba quedaría cegado por las falsas estrellas del firmamento escarlata, pero en su lugar, se halló bajo un mundo oscuro, de un tinte que mezclaba rojos, negros y cafés, como la sangre. Las estrellas se habían ido, reemplazadas por ruidosos rayos grises que se estampaban contra montañas repletas de almas torturadas, destrozándolas sin piedad. Seiya se encontraba a la mitad de uno de esos cerros rocosos; hacia abajo había un foso negro sin fin bordeado por un camino de roca roja y ardiente que se extendía hacia otro monte, a lo lejos. Hacia arriba, Seiya vio llamas azules encadenadas a la piedra negra, y a los lados apenas podía divisar cosas con detalle, por culpa de la ventisca helada y sucia que lo poblaba todo. ¿Se encontraba en un mundo completamente distinto, o el infierno había cambiado en el poco tiempo durante el cual caminó debajo de la Necrópolis? ¿Qué había ocurrido?

Después de admirar el tétrico espectáculo por un rato, Seiya saltó hacia abajo, a la estrecha ruta por donde vagaban miles de flamas azules, azotadas por Esqueletos enormes con látigos con púas, en dos filas larguísimas. ¿Qué había de justo en ello? ¿Les divertía toda esa tortura? ¿Era de alguna forma chistoso, o estaban todos aburridos en el infierno?

Seiya golpeó a uno de los Esqueletos en el rostro y lo envió a las profundidades del colosal abismo donde todos ellos se encontraban. Los demás Esqueletos, muy inquietos, se voltearon y lo miraron con odio, levantando las armas. Las almas que tomaron forma, en su gran mayoría hombres viejos, se lanzaron al suelo, aterrados… pero no pudieron dejar de avanzar hacia adelante, arrastrándose con las rodillas, mientras otros hacían lo mismo en dirección contraria. En sus cuerpos espirituales había marcas de cortes y sangre blanca, que resplandecía a juego con los rayos en el cielo rojo sangre que se volvían cada vez más caóticos e intensos.

—Vengan, con ustedes no me guardaré nada —les dijo Seiya, frente a una maraña negra de látigos y cadenas, pertenecientes a las decenas de Esqueletos que había en aquel sitio lúgubre.

Utilizó el Meteoro y los Esqueletos salieron despedidos hacia todos lados, en menos de un segundo. Había sangre por doquier, y Seiya notó por primera vez cuánto detestaba ver eso. ¿Era acaso que nunca lo había visto antes? Como si nunca hubiera asesinado. Los Esqueletos de Hades se derrumbaban en las montañas o caían a las profundidades, y Seiya podía sentir cada golpe en sus vientres o cráneos.

—Qué violento.

Seiya bajó abruptamente su puño derecho. Los enemigos enviados al aire por su Meteoro caían como moscas muertas mientras el Santo de Pegaso volteaba la vista hacia un alma silenciosa, separada de las demás, aunque también estaba en el suelo, con su cuerpo espiritual herido. A diferencia de los demás, no se estaba arrastrando a un lado o el otro.

Era un anciano con largos cabellos y barbas, descalzo y luciendo harapos por ropa. No podía ver sus rasgos faciales, pero aunque era la primera alma lo suficientemente poco aterrada para hablarle, tampoco quería averiguar más.

—¿M-me estás…?

—Sí, a ti te hablo. Eres demasiado violento —dijo el anciano, moviendo la cabeza de lado a lado, iluminado por un mortecino brillo azul.

—Acabo de matar a aquellos que los torturaban, y que lo harían por la eternidad. No pido que me agradezcas, ¿pero no estás satisfecho? —Más Esqueletos se acercaban corriendo desde las lejanías, más allá del frío vendaval, ¿y a este pobre hombre le parecía que protegerlo de ellos estaba mal?

—Llevo aquí más de mil años y jamás hemos escapado de este suplicio que, a fin de cuentas, nosotros mismos nos buscamos. Esta es la Primera Fosa, donde caminamos los que se aprovecharon de la pasión de otros en búsqueda de regalías y placer personal. Somos seductores, somos proxenetas, somos extremos complacientes… merecemos este castigo, así como el tuyo por tu violencia.

A medida que el hombre volvía a la fila y comenzaba, lentamente, a arrastrarse otra vez, Seiya recordó que lo mismo le había dicho Lune en el Dikasterión. Que era violento y merecía sufrir en no sabía cuál infierno, que ardería en mares hechos de su propia sangre, y que incluso haber luchado por Atenea era un pecado. Que haber asesinado…

«¿Asesinado? ¿Soy un asesino?» Fue extraño, era como si jamás hubiera usado esas palabras antes. ¿Desde cuándo podía considerarse un asesino? Utilizaba otros términos. Siempre vencía a sus oponentes, derrotaba a los enemigos, ¡no los asesinaba!

—Sí asesinas. A mí sí me asesinaste.

Seiya se preparó para atacar con su Meteoro a aquel Esqueleto que tenía detrás, pero se quedó petrificado en el acto cuando vio de quién se trataba. Retrocedió con nerviosos pasos, casi tropezó dos veces, y pasó a través de las almas con la intención de alejarse de él lo más posible. ¿Qué clase de broma era esta?

Baian de Hipocampo se encontraba allí, con todo y Escamas, envuelto en un azul resplandor fúnebre que daba cuenta de su estado. Sus ojos castaños no emitían expresión alguna, pero la postura de su cuerpo evidenciaba que no guardaba simpatía por Seiya. Era uno de los hombres de confianza del dios Poseidón, uno de los 7 Generales, o Mok Bipan, de la Armada del mar.

—B-Baian… ¿cómo…?

—¿Cómo llegué aquí? ¿Acaso no fuiste tú quien me asesinó, Pegaso?

—¿Por qué sigues usando esa palabra? —Seiya se movió hacia adelante unos pasos cuando notó que le atravesaban algunas almas. Los Esqueletos de antes organizaban las filas de almas, para retornar prioritariamente al estado en que estaba la Primera Fosa antes de que Seiya llegara. Ahora podía enfocarse completamente en el espíritu que tenía en frente, maldita era su suerte—. ¿Asesinar? Eras mi enemigo, defendías el ideal de tu dios de ahogar a todos los seres humanos de la Tierra, ¡y lo lograron con muchos que ahora se encuentran aquí! ¿Cómo es evitarlo “asesinar”?

Seiya fue arrojado rápidamente hacia arriba, por el simple actor de soplar de parte del hombre que tenía enfrente. Estaba atrapado en un remolino, el Soplo Divino, que Baian había conseguido invocar a pesar de estar muerto. El Cosmos estaba en el corazón, como decía Shiryu siempre, y no perdía fuerza ni con la muerte.

—Puedes excusarte como quieras, pero jamás has tenido consideración por la vida, ¿no es así? —dijo Baian, cuando Seiya aterrizó de cabeza, peligrosamente cerca del abismo detrás del General, que se volteó—. Una sola batalla me bastó para saberlo. En el pasado no tuviste inconvenientes de arrancar a alguien la vida, de negarle vivir quien sabe cuántas cosas en años futuros, de hacerle cambiar a la fuerza.

—¿D-de qué diablos estás hablando? —Seiya sufrió un dolor terrible. No era solo físico, sino que también padecía un intenso dolor de cabeza. Baian había conservado sus fuerzas de vivo, su Soplo Divino seguía siendo capaz de romper huesos—. ¿No tenías tú la intención de hacer lo mismo conmigo?

—¿Ahora tu excusa es culpar a los demás de tus crímenes?

Cuando Seiya se puso de pie e intentó contraatacar, fue golpeado por otra intensa borrasca de agua que le envió por los aires. Escuchó crujir sus huesos, su armadura trizar, no sabía dónde, pero si no se recomponía, caería definitivamente en el mismo lugar por donde había arrojado a los Esqueletos, el fondo de la Primera Fosa.

Golpeó el aire con todas sus fuerzas, y aprovechando también el viento frío, que de paso le congeló los huesos, se impulsó hacia la pared de la montaña lúgubre de la fosa. Se estrelló contra las piedras, y al abrir los ojos, estaba el anciano de nueva cuenta delante de él, moviendo la cabeza negativamente, con decepción.

—Tantos asesinatos en un solo joven. Tanta violencia en un puño lleno de sangre. ¿Está seguro de que no perteneces al infierno?

—¡No! —Seiya se puso de pie y miró con intensa furia al viejo que lo juzgaba sin conocerlo. No sabía quién era, ni él ni la diosa por quien luchaba. ¿Qué diablos se creía, si era solo un alma? No iba a permitirlo—. Lucho por la justicia, he tenido que arrebatar las vidas de mis enemigos para conseguir algo de paz, ¡para proteger a gente como tú!

—Pero, más allá de que sea tu deber, no te ha importado hacerlo, ¿no? Jamás has pensado en tus acciones, asesinando a otros, robándoles la vida. ¡Eres violento!

—Sonríes y levantas el puño en señal de victoria cuando matas a otro. —Esta vez, Baian se adelantó y le dio un golpe en el estómago que casi le hace desmayar—. No soy, ni ninguno de tus enemigos, un simple Pilar que puedes destruir sin consecuencias en tu alma. Es tu karma el que ahora te martiriza.

Seiya notó la sangre en el cuerpo de Baian, justo en los lugares donde sus Meteoros lo habían golpeado en esa ocasión fatal. Le había arrancado la vida, y las marcas de aquel acto eran ahora visibles ante él. Ahora, su cuerpo era el atacado por un espíritu leal a su causa, aunque estuviera del lado contrario del Santuario. ¿Acaso, de todas formas, había cometido un crimen atroz? ¿El Soplo Divino era su propia guillotina?

—Violento.

—Nunca te cuestionaste las vidas que quitaste.

—Las vidas que pudieron haber sido.

—Y que nunca fueron.

—Un ser increíblemente violento.

—Un Santo que nada tiene de sagrado.

—Mover el puño en señal de victoria

Ahora no solo le hablaban el anciano y Baian, sino que otras apariciones se habían manifestado a su alrededor. Todos lo juzgaban con sus ojos, todos con vidas arrebatadas por sus puños, sin contemplar el valor de una vida, ni el respeto después de quitarla. Seiya los miró y sus ojos se llenaron de lágrimas.

Misty, Sirius, Dio y Algheti estaban ante él, así como algunas Sombras de Reina de la Muerte. Todos lo rodeaban, la mayoría lo señalaban con el dedo, pero esos cuatro, esos valientes Santos de Plata que trató como enemigos y asesinó sin contemplación, como si no hubieran sido guerreros leales que fueron engañados… Ni siquiera lo pensó. No oró por ellos ni visitó sus tumbas.

El Santo de Pegaso se puso de pie y, esquivando a Baian, que en esta ocasión no iba a necesitar ejecutar su Soplo Divino, caminó hacia el borde de la Primera Fosa. El viento helado parecía atravesarle los músculos con lanzas congeladas, cada paso era un recuerdo de manchas de sangre que salpicaban su rostro, y cada memoria llevaba consigo un dolor de cabeza mayor. Era momento de que terminara.

Misty, Sirius, Dio y Algheti se acercaron a él. Entre los cuatro le tomaron cada uno un hombro y un antebrazo. Le ofrecieron una mirada significativa, muy distinta a la de los demás. Seiya entendió que estaban con él hasta el final, y les sonrió, agradeciéndoles por haber sido tan buenos guerreros, leales a su causa, valientes y nobles.

Seiya había sido violento en vida. Había asesinado quizás a cuántas personas. No quería ni necesitaba saberlo, solo era consciente de sus pecados. Saltaría y acabaría con todo. El Santo de Pegaso cerró los ojos…

 

 

***

—Promételo. Promete que la protegerás hasta el fin de los tiempos si es necesario —dijo una mujer con alas emplumadas en lugar de brazos. Su cabello, lacio y largo, era de color castaño, llevaba una armadura que nunca había visto, con muchas plumas por todos lados, y sus ojos eran completamente negros, sin esclerótica, y muy grandes. Los ojos más raros que hubiera visto en su vida.

—Sabes perfectamente que así será. Me conoces bien —respondió él. Sí, no había duda de que era su voz, pero no recordaba haber dicho eso. Sonaba al tipo de cosas que decía a menudo, pero estaba seguro de que no lo había dicho.

Alrededor había nubes y un cielo tan azul que parecía no haber tenido jamás una pizca de contaminación. Todo brillaba con un resplandor blanco que le daba paz, que se le antojaba como un hogar, el lugar más cómodo y santo.

—Te conozco, por eso te pido que la protejas sin meterte en problemas —siguió la mujer de ojos negros. Entonces sintió que no eran los más raros que hubiera visto en su vida, sino en un tiempo. Le parecía haberla visto en otro lado… aunque lucía distinta. ¿Tal vez algo más mayor? Reconocía esos ojos, no podía olvidarlos.

—Si lo hago, será solo por su bien. Nada más importa —contestó, y su mirada se dirigió a una mujer bellísima, físicamente casi idéntica a Saori, aunque con ojos grises en lugar de verdes, que se apareció de pronto dejando un rastro de luz azul detrás, azul cual agua de mar—. Le prometo que su hija estará segura conmigo, de aquí hasta el fin de mis días. De todos los que vaya a tener.

—Lo sé, pero eres un humano, y por eso envío a la lechuza a vigilarte, en caso de que esa humanidad impida que la protejas en algún momento de tus vidas —se sinceró la mujer tan igual a Saori, y él no notó malicia en su voz—. Pero, dime, ¿estás seguro de que estarás dispuesto a todo?

—Sí.

—¿Incluso a arrebatar las vidas de sus enemigos?

—Sí, desde luego que sí.

—¿Estás dispuesto incluso a poner su bienestar por sobre el de ese… planeta?

—Sí —contestó sin dudar un segundo.

¿Cómo era posible que hablara con tanto descaro de esas cosas? ¿Cómo podía escucharse tan honesto? ¿Cuánto había ocurrido eso? ¿Dónde diablos estaba?

 

*

 

Luego se vio a sí mismo. Esta vez era una sensación distinta, pues el mundo frente a sus ojos estaba iluminado por brillos dorados en lugar de blancos, y tenía una sensación ajena, como si viera una película. Ya le había ocurrido eso una vez, justamente en su pelea contra Baian de Hipocampo.

—Eres un chico imposible, ¿lo sabías? —le preguntó Aiolia de Leo, dueño de esas memorias, y aquel que había derramado su sangre sobre el Manto de Pegaso.

—Yo solo hago lo que creo que debo hacer, ¿para qué molestarse? —le respondió el propio Seiya, frente a Aiolia, cuando ambos eran mucho más jóvenes. Seiya recordaba esa conversación, aunque desde la otra perspectiva.

—A veces es necesario cuestionarse algunas cosas, aunque lo bueno es que tengas un norte claro. Hm… se supone que ese norte tiene que ser Atenea.

—Por favor, deja de tratarme como un chiquillo imbécil, Aiolia, y no vengas una vez más con la tontería esa de la diosa del amor que no existe.

—Diosa de la guerra, Seiya. Pero, ¿y si lo hiciera? ¿Y si estuvieras equivocado?

—Bueno, veré si merece la pena que le cuide el trasero.

—¡Seiya, maldita sea, pueden escucharte! —exclamó el guerrero que, en esa época, Seiya pensaba que era solo un centinela más del Santuario, tapándole la boca.

—Oye, oye, ¡suéltame! Está bien, si tengo que hacerlo supongo que lo haré, pero nadie me va a obligar, ¿eh? Hago lo que hago solo porque quiero, no me complico la vida como tú, y menos por un cuento de hadas como Atenea.

—Lo que digas, Seiya… espero que algún día cumplas esa promesa.

***

 

 

Seiya abrió los ojos de golpe, medio segundo después de dejarse caer al vacío. Alzó un brazo y se agarró del borde del abismo con la mano.

El anciano se apresuró a pisotearlo para matarlo, pero Seiya saltó y, sin perder un solo segundo, le arrojó con un puñetazo al muro de piedra que estaba detrás de él. Tras buscar a Baian y los demás, no los encontró, y confirmó las sospechas que tuvo durante esa fracción de segundo. Cuando los Esqueletos se acercaron, sabiendo que el plan no les había funcionado, Seiya los arrojó a todos al vacío con un furioso Meteoro.

El anciano se puso de pie, dispersando a los escandalizados espíritus que moraban en la Primera Fosa. Solo que, ahora, ya no era un anciano, sino un Espectro con Surplice azul oscuro, aletas en brazos y piernas, un yelmo con crines que caían hasta las rodillas, y con colmillos demoníacos en las hombreras y faldón.

—¿C-cómo…?

—Así que esa es tu verdadera forma. ¿Honestamente pensaste que iba a creerme que todos ellos estaban en el mismo infierno (uno de proxenetas, para peor, y ni siquiera Misty había sido tan seductor), y hablando con las mismas palabras?

El Espectro parecía confundido y aterrorizado. Buscaba una salida o una solución en todos lados, pero solo se encontraba con los Esqueletos caídos y los relámpagos en el cielo. Sus ojos nunca encontraron a Seiya, y se fijaron en sus propias manos.

—¿Cómo…? A mí, Brook de Kelpie[1], Estrella Celestial de la Velocidad[2], el señor Radamanthys me confirió esta habilidad infalible. No podía fallar, y el Bajo Infierno debió hacerte perder toda esperanza…

—Mi esperanza es Saori, nadie ni nada más. —Seiya dio un paso adelante, con el puño en alto… y se detuvo—. Largo. Si me atacas acabaré contigo, por haber creado a un anciano, a Baian y a los Santos de Plata que maté para jugar con mis emociones, pero si ni siquiera lo intentas, entonces te dejaré ir. Solo por esta vez, ya que estás indefenso. Lo del anciano que no seguía la fila fue una estupidez, y más mía por no fijarme bien, así que no voy a culparte por ello.

—¿D-de qué estás hablando? —preguntó Brook, a medida que Seiya se alejaba con presteza, dándole la espalda—. ¿Santos de qué?

—Santos de Plata. No sé cómo lo hiciste para sacarlos de mis memorias, pero…

—Me transformé en el anciano y te ataqué con algo que fuera similar en tu cabeza, un caballo marino como el Kelpie que represento. Pero no hice nada más que eso.

—¿Qué dices? —Seiya lo observó de nuevo. Allí había un Espectro Celestial cuyo plan había fallado, aterrado y débil, que no parecía mentirle. Sus ojos verdes eran sinceros, incluso podía verlo ahora en un Espectro. ¿Y por qué mentiría?

Pegaso, Hipocampo, Kelpie. Tenía hasta sentido; pero, entonces, ¿de dónde habían salido los cuatro Santos de Plata que claramente vio? ¿Los que le sonrieron en sus casi momentos finales, y le tomaron los brazos, como si quisieran detenerlo de saltar?

¿No sería que…? Seiya miró hacia abajo, hacia sus manos. Sobre ellas cayeron unas cuantas gotas cristalinas, manifestación de una contradicción emocional. Lloraba de pena y de alegría a la vez.

«Gracias», les dijo a sus Cosmos, a sus espíritus, donde fuera que estuviesen ahora en su descanso eterno. «Y, por sobre todo… les pido perdón».

—Si sigues por ese camino, en esa caverna —intervino el Kelpie, sacándolo de sus pensamientos, bajando la cabeza con humildad—, terminarás en la Octava de las Diez Fosas que componen esta Séptima Prisión. Ese es mi pago por mi vida, que decidiste no sesgar. Es protegida por Val…

—Maldito débil y p.uto traidor; por eso el señor Radamanthys te puso en este lugar abandonado por los dioses.

Seiya vio, impactado, cómo caía la cabeza de Brook sobre su regazo tras verla ser cortada por una hoja de luz que cayó desde el cielo. Al mirar hacia arriba se topó con un hombre que volaba con grandes alas, de cabello blanco, que pronto descendió hasta él a una velocidad inaudita. En medio del viento gris no pudo reconocerlo bien…

—¿Quién…?

—Ahora nada importa, de todos modos el mundo y sus reglas se fueron al tacho de la basura.

Cuando Seiya bajó la mirada, el hombre ya le había penetrado el estómago con su propia mano, ahora cubierta de sangre. Sintió frío, su cuerpo comenzó a temblar, sus ojos se llenaron de brumas, como en una ensoñación. Percibió sangre también en su barbilla y su cuello, y buscó con la mirada a su atacante, a la vez que intentaba enfocar su Cosmos en su puño para contraatacar.

—No, no podrás, Pegaso.

Seiya lo encontró con la mirada, cuando ya todo se estaba llenando de sombras. Lo reconoció como uno de los hombres con quienes luchó en el castillo de Pandora, uno de los miembros de élite del malnacido de Radamanthys.

—Miserable… —dijo, mirando por última vez al cadáver del Espectro de Kelpie, que lo distrajo de poder defenderse. Ese miserable bien podía estar dirigido a él, o a Arpía, o quizás, a sí mismo.

Lo más probable es que fuese la última opción.


[1] Caballo demoníaco de la mitología celta, de la que se decía que atraía a sus víctimas a los lagos y mares donde habitaba, convirtiéndose en otras personas.

[2] Tensoku, en japonés; Tiansu, en chino. En la novela Al Borde del agua, es la estrella correspondiente a Dai Zhong, el “Viajero Mágico”.


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Publicado 17 abril 2020 - 16:16

Bueno Felipe, ya que decidí leer por fin su Fanfic y no seguir con la procrastinación, voy a ir dejando unos cuantos comentarios referidos a la primera parte de su historia. Espero no le molesten los años de tardanza… (Por supuesto me gustaron todos y por eso no lo reafirmo en cada comentario. Si alguno no me terminó de convencer se lo hago saber abajito).

 

Spoiler

 

Ya volveré a comentar de nuevo cuando tenga otra tanda de capítulos leídos... Espero que no pasen otros 2 años hasta entonces.

 

Saludos Lord Felipe.


Si deseas leer un fanfic, puedes echarle un vistazo a mi historia, se agradecería:

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                              "Los Reinos de Etherias"      Ya disponible hasta el Cap. 34

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Publicado 18 abril 2020 - 14:40

Muy buen capitulo el de Seiya y la entrada de Valentín me gustó mucho, a ver cómo se desarrolla está pelea en tu fic saludos

Editado por Cannabis Saint, 18 abril 2020 - 14:42 .


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Publicado 18 abril 2020 - 15:00

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algo asi es como me imagine a manticore, jaja un poco feo pero lo hice medio inspirado, jaja me costo mas aprender a subir imagenes que dibujarlo, saludos



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Publicado 19 abril 2020 - 10:27

Saludos, en que tanto se diferencia el manga del anime? Ya que siempre o en la mayoria hay detalles que identifican el uno con el otro

#755 -Felipe-

-Felipe-

    Bang

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Publicado 26 abril 2020 - 21:32

Por esta vez, las respuestas a sus magníficos comentarios las dejaré en spoiler, por una asunto de longitud.

 

Spoiler

 

 

SHIRYU III

 

Laberinto del Minotauro. Inframundo.

Aferrándose el hombro derecho como si temiera que se le cayese, Shiryu volvió a levantarse. Sus piernas, atravesadas por el Polen de Flores Sangrientas de Alraune, temblaban. La profunda herida en su cuello estaba en peligro de abrirse de nuevo. Los dedos de su mano derecha, antes la punta de la espada que Shura le había legado, estaban cubiertos de sangre y no respondían al menor impulso. Su mirada temblaba y su cuerpo se estremecía al contacto con el viento del miedo, que ahora le acariciaba el rostro.

Su Excálibur había sido rota con tanta facilidad que parecía absurdo. Era la espada mágica de uno de los Santos de Oro, desarrollada tras años de duro entrenamiento, tanto en España como en Japón, forjada por la sangre de su maestro, pulida por la brutalidad de la Titanomaquia, legada con el honor y la vida de Shura de Capricornio, Santo de Atenea, a segundos de su muerte.

El Minotauro la había destrozado así nada más, como si no importase, como si se estuviese burlando de él. Sin embargo, no reía, y tampoco lo hacía Queen, que observaba la escena pacientemente detrás de su compañero.

—Si fuera tú acabaría con mi propia vida —dijo Gordon, sin dejo de sorna alguno, y eso fue un hachazo más en el orgullo del Dragón. No lo decía para burlarse, sino con verdadera intención de sugerirle una salida a su humillación, como si quitarse la vida fuera por su bien.

—Hm, es en serio, ¿por qué te pusiste de pie? ¿Ahora qué estás haciendo?

Shiryu alzó el brazo izquierdo y concentró allí su Cosmos. Por ahora, solo quedaba la opción de defenderse, pero no moriría sin luchar. Rendirse no era parte del código de los Santos de Atenea, incluso si todas las apuestas estaban en su contra.

—¿Vas tú esta vez, Queen?

—Hm, sí, yo lo termino. Luego podemos ir a beber algo.

—Eso sí que me sube el ánimo, ¡date prisa!

«Shunrei… ¿Aún rezas por mí? ¿Aún confías en que volveré con vida?», pensó el Santo de Dragón, mientras el Espectro de Alraune levantaba los apéndices de la flor de su espalda y preparaba el Polen de Flores Sangrientas.

¿Por qué se acordó de ella en ese instante, y con esos pensamientos? ¿Sería que, en el fondo, no tenía pensado regresar a China con la mujer que amaba?

 

Recordó cuando se besaron por primera vez. Se estaban bañando en la Laguna del Dios de la Luna, Shiryu había ido ahí a aliviar sus músculos cansados luego de pasar por el duro entrenamiento de Dohko, que le había hecho mantener equilibrado su cuerpo sobre su dedo índice por una hora.

Shunrei se lanzó al agua también, con la ropa puesta, y como los niños que todavía eran comenzaron a chapotear y arrojarse agua al rostro. En algún momento, uno de los dos resbaló con una piedra (Shunrei juraba que había sido Shiryu, pero él aseguraba lo contrario), el otro le atrapó con la mano y luego… ya estaban abrazados. Ya sus labios se habían unido. En esos momentos, Shiryu se convirtió en el hombre más feliz de la Tierra. Varios pensamientos pasaron por su mente durante ese largo, torpe, pero precioso beso, y uno de ellos fue que deseaba hacer eso hasta el fin de sus días; que deseaba sentir el calor de la piel de esa chica hasta que el anochecer de su vida, pues sabía que sus ojos seguirían siendo así de brillantes.

Apareció la luna, y ellos seguían unidos por ese tierno beso. Entonces, a Shiryu se le vinieron unas palabras a la mente, algo que había leído en alguna parte, quizás, en uno de los tantos libros que Dohko le hacía leer.

Sobre el mar crece una luna de lino.

Los dos la miramos desde un extremo distinto.

Triste, lamento la noche tan larga y te recuerdo.

Apago el farol; la luz de luna prefiero.

Me pongo la capa y salgo, siento el rocío en mi rostro.

Me duele no atrapar un rayo de luz para dártelo.

Regreso y me tiendo en el lecho.

Tal vez te vea en mi sueño.

Shunrei sonrió cuando le dijo esas palabras en voz alta, aprovechando de recuperar aire, y lo besó por segunda vez. Esta vez, fue menos torpe, y mucho más satisfactorio. Un par de días después, ella le sorprendió con un pergamino atado con un lazo azul, en el que estaba anotado a mano su poema, que tan bien había recordado. Shiryu juró que estaría a su lado para siempre…

Luego, pasó el tiempo. El ideal del Santo se alojó en su pecho, los valores y las cien virtudes del hombre lo cobijaron, y Shiryu aprendió las leyes de los Taonia. Dejó de temer a la muerte, dejó de soñar con ella hasta la madrugada, y comprendió que era su deber el proteger a las personas de la Tierra que no podían defenderse a sí mismas. Entendió que se debía convertir en el hombre más fuerte del mundo para cuidar a sus seres queridos, y estaba dispuesto a ofrecer su corazón, fuente de su Cosmos, para ello.

Había arriesgado su vida muchísimas veces ya. Se había despedido de Shunrei, sin saber si regresaría. Había ofrecido su corazón a Saori Kido, y su vida a su Manto Sagrado de jade. Incluso había dejado de lado a esa armadura, comprometiendo más su vida, solo con la intención de vencer a sus oponentes. Su vida no le interesaba… ¿pero no era que deseaba pasarla con su amada hasta el fin de los tiempos?

Hasta que no pasó por el despertar del Octavo Sentido de Dohko, no consideró lo que Shunrei podría pensar o sentir si algo le ocurría, después de hacerse el héroe. El bien del mundo era importante, ¿pero valía la pena si la persona que más quería sufría, quizás por cuánto tiempo? ¿Podía arrojar su vida a la basura, así como así? ¿Cómo era diferente eso de rendirse?

 

Unos filamentos rojos surgieron del suelo y las paredes del laberinto, justo cuando el Dragón Eterno lo estaba protegiendo de los múltiples ataques de Queen. Los apéndices le atraparon las piernas doloridas y lo pusieron de rodillas, otros atraparon el brazo que aún le funcionaba, desactivando su defensa, y un par más le ató el cuello, exponiéndolo a un ataque certero y sencillo.

Corona de Flores Sangrientas[1]. Hm, creo que no será difícil imaginar que estos serán tus momentos finales, así que, ¿tienes algo que decir?

Queen levantó ambos brazos sobre su cabeza, que brillaron con reflejos rojos. El Minotauro observaba, golpeando el suelo con su bota, impaciente.

—No te daré la satisfacción… —Shiryu encendió su Cosmos, intentando liberarse de los apéndices con su fuerza bruta, y pronto entendió que era imposible. Las ataduras eran más potentes que su Cosmos, y provenían de un hombre que nada tenía que envidiar a Milo de Escorpio, con quien se había medido en duelo en el castillo. Había pensado que debía cuidarse principalmente de Gordon, y con ello había caído tanto en un error básico de idiotez, como de arrogancia.

Shun había muerto de la misma manera que él lo haría en pocos segundos. Hyoga, tal vez, también había sido víctima suya. En el Laberinto del Minotauro del infierno sería su fin. La herida de su cuello se abrió todavía más…

 

***

—¿Qué tan fuertes son las armaduras? —preguntó un niño pelirrojo y ojos lilas, de unos ocho años de edad, frente a él.

—Los Mantos Sagrados son los protectores de los Santos, les otorgan una defensa indispensable, pues de otra forma todos los golpes serían letales. Se fortalecen con nuestra sangre, y están conectadas con nuestros puntos estelares para cuidarnos de los enemigos, siempre que los usemos en nombre de la justicia. —Se miró las manos, en las que cargaba herramientas que había visto en el pasado, portadas por Muu de Aries cuando…

Shiryu tardó un momento de más en darse cuenta de que estaba en las memorias de aquel que había reparado su armadura, antes de la batalla contra Poseidón. Algo similar le había ocurrido durante su combate contra Krishna. Ahora, él era Muu… ¿pero por qué estaba reviviendo esos recuerdos ahora?

—Pero usted dijo que también les daban fuerza, ¿no es así? —preguntó Kiki, con los ojos grandes, llenos de curiosidad e interés. Detrás de él había una ventana cuadrada que daba a las afueras de un cielo celeste, adornado por grandes montañas níveas.

—Sí. En general, los Santos se hacen más poderosos cuando llevan sus armaduras, aunque podríamos considerarlo un extra, Kiki. Como le dije a este valeroso muchacho, las armaduras se conectan con sus Santos en sangre y alma, a través de sus puntos estelares, dándoles algo de protección y fuerza… pero, no es lo único que debemos considerar.

—¿Se refiere al Cosmos?

—Desde luego, y ese joven lo entendió bien. El Cosmos, como su mismo maestro se lo debe haber dicho, nace del corazón. Sin importar el tipo de Manto Sagrado que lleve el Santo, su verdadera fuerza brota de su esencia fundamental, de su conexión con el cielo y el universo, de su cultivo de sus energías y de su determinación. —Muu golpeó con el cincel la superficie de una armadura que recuperaba el color azul lentamente. Como si los estuviera mirando a través de una cámara, Shiryu notó de reojo una segunda armadura, de color verde, al lado de la primera.

—Entonces, ¿no es la armadura una carga? ¿No sería mejor desprenderse de ella para no depender de su fuerza y luchar con su verdadero Cosmos?

—En ciertas circunstancias, quizás sea posible. Pero, como te he explicado varias veces, el Cosmos nos une a nuestras armaduras y luchamos como uno solo. Las estrellas nos dotan de un lazo irrompible, y por eso Atenea construyó los Mantos Sagrados.

—¿Usted está conectado con su Manto de Oro?

—Llevamos muchos años juntos, Kiki. Ah, no lo olvides, si este muchacho llega a despertar, no debes decirle sobre Aries.

—Vaya… ¡Me sorprende lo conversador que está hoy, maestro Muu!

Muu se permitió una risa, la primera que Shiryu escuchaba desde que lo conocía. Fue débil y la calló rápidamente, pero allí estuvo. Hasta él había sido humano, alguien que había combatido por sus ideales hasta la muerte.

—Deberías revisar al joven de nuevo, Kiki, en lugar de hacer bromas. Creo que ha recuperado algo más de color, ¿no crees? —indicó Muu a un muchacho de espaldas, con largo cabello negro, detrás del pequeño aprendiz, también al interior de la pagoda que les servía de residencia.

Kiki se arrastró hacia él, y así Shiryu pudo descubrir que se trataba de él mismo. El niño le tocó la frente y sonrió; cuando le puso la mano en el pecho, saltó con los brazos en alto, chillando de felicidad.

—¡Está vivo! Usted tenía razón, ¡está vivo, maestro Muu!

—Así es, porque esa es la fuerza de su espíritu, y porque no desea que Draco luche solo. En algún momento, comprenderá el valor de la vida, incluso siendo un Santo. Estoy seguro de que aprenderá a no arriesgarse tan fácilmente como lo hizo al venir hasta aquí.

—¿Está enojado con él, maestro?

—En parte, pero creo que comprendo por qué el viejo maestro lo valora tanto, es un muy buen hombre. Es un verdadero ser humano.

***

 

Shiryu le susurró una petición a Draco, y éste se separó de su cuerpo, arrancando los filamentos de su cuerpo, y permitiéndole a Shiryu esquivar una vez más el ataque de su letal oponente. La Guillotina pasó de largo y cortó la pared de atrás a la mitad.

—¿Qué diablos estás…? —dijo Queen, que ahora estaba lejos de Shiryu.

—¿¡Qué estás haciendo, hijo de put.a!? —exclamó Gordon, a quien el Dragón tenía como objetivo ahora. Corrió hacia él a pesar de los horrendos dolores corporales, sin los miedos de antaño, con la mente más despejada que nunca—. ¿En serio vas a atacarme sin tu armadura? ¿Se te hizo mie.rda ya el cerebro?

Le habían dicho que al llegar al Bajo Infierno las almas perdían la esperanza, pero en el corazón de Shiryu solo había espacio para ella. Había comprendido el valor de ser un Santo, el verdadero ideal de un guerrero de Atenea, y aunque en sus ojos se reflejaba el Gran Hacha Destructora de Gordon, en su cabeza estaba la imagen de Shunrei, que esperaba a tenerlo cerca para abrazarlo y besarlo.

Shiryu concentró su Cosmos en el brazo izquierdo, lo arqueó hacia atrás, y apenas se detuvo frente a Gordon, separó las piernas. El Espectro levantó el brazo derecho, su hacha fatal, que surcó el cielo rápidamente. También estaban allí una serie de cometas de resplandor como el jade, volando por todos lados, esperando su oportunidad.

En el instante exacto, durante el milisegundo preciso en que el Hacha y su brazo izquierdo hicieron contacto, el brazal con el escudo del dragón se unieron a su cuerpo, y la potencia combinada de sus fuerzas se equipararon a la fuerza de Gordon, con lo que los dos guerreros fueron repelidos hacia atrás. Los muros del Laberinto se remecieron, y el temblor que movió sus piernas fue casi tan ruidoso como los truenos que cubrían el cielo escarlata. En el rostro del Minotauro no había espacio más que para el estupor, la sorpresa y la completa incredulidad.

—Ah… e-este tipo… ha d-detenido mi…

—Hm. ¡Acabaré con él de una buena vez!

El Polen de Flores Sangrientas se acercó por su espalda, y Shiryu, a sabiendas de eso, se volteó y dispersó los tentáculos con un brusco movimiento de su brazo, utilizando el Dragón Eterno. Luego, saltó hacia Alraune y le clavó una patada en el pecho, uniendo justo en ese instante las perneras de Draco a su cuerpo. Notó entonces que las extremidades de la armadura liberaban relámpagos dorados, y que también su Cosmos emitía breves luces de ese color, en medio del fuego esmeralda.

—Está claro que estás demente. Si sabes que somos superiores a ti, ¿qué ganas con luchar de más? ¿Hm? —preguntó Queen, mientras era arrastrado hacia atrás.

—¿Qué ganas con intentar seguir adelante si tu pu.to destino está sellado? ¿Tanto quieres morir en una batalla perdida desde el principio?

Los dos poderosos Espectros estaban ya a sus lados, uno a cada extremo, a unos tres metros de distancia. Shiryu intercambió miradas con ellos, analizándolos. Era claro que los dos se movían con perfecta coordinación, cubriendo los puntos ciegos y débiles del otro, prueba de muchos siglos de lucha juntos. Aunque no podía sentirlo, sus Cosmos y su velocidad se incrementaban con el paso de los segundos, adaptándose no solo al rival que tenían en frente, sino que también a sí mismos. Le recordaba a él y sus amigos, a Seiya y Shun, que habían fallecido; a Hyoga e Ikki, que probablemente también habían seguido ese camino…

Él era quizás el último, pero eso no cambiaba su determinación. Sabía lo que tenía que hacer, sabía lo que deseaba para su vida, y nada rompería ese deseo. No se limitaría a verla en un sueño, sino que volvería a ver a Shunrei… ¡en cuerpo y alma!

—No tengo intenciones de morir. —Shiryu inspiró y exhaló, sin perder de vista a sus enemigos, con una postura relajada, controlando el dolor que de otra forma lo haría desfallecer—. Por el contrario, lo que quiero es vivir.

Esa era la verdadera sabiduría para la que, según Dohko, aún no había estado listo antes de bajar al Inframundo. El Talento del Sabio que residía en la quinta montaña de Lushan, al sur, la Cima del Balance. Era una enseñanza que mucho se le había complicado entender, aprender y abrazar… pero ahora, lo había entendido.

—¡Hm, estás delirando! —Queen saltó con los brazos en alto, cruzados, y los bajó sobre la cabeza de Shiryu, que seguía perdiendo sangre, a la vez que con la Corona de Flores Sangrientas hacía surgir nuevos filamentos del suelo.

—¡Muere de una vez! —Gordon, que claramente ya no confiaba en su Hacha, lo atacó con la Gran Estampida, tratando de molerle los huesos solo con su fuerza bruta, o tal vez con la intención de ocupar su escudo para que Queen terminara el trabajo. Pocos se coordinaban a tal nivel.

Shiryu se colocó el resto de su Manto Sagrado, verde, emitiendo destellos dorados. Extendió el brazo izquierdo hacia Gordon, frenándolo en su carrera momentáneamente con todas sus fuerzas físicas, sintiendo que varios huesos más crujieron. Se dejó arrastrar por él, lejos de la Guillotina y la Corona de Queen, y solo entonces se separó con ayuda del Dragón Volador.

Por primera vez, ambos estaban desorientados al mismo tiempo, y frente a él. Uno había fallado completamente su ataque por culpa del otro, y el otro no había considerado usar su Hacha para terminar el combate rápidamente.

Shiryu incendió su Cosmos y sintió el tatuaje de dragón rugir en su espalda. Más que nunca en toda su vida deseaba vivir, y pondría toda su alma en ese deseo. ¡Ese era el valor de la vida!

Con Gordon pegado a él, Shiryu arqueó el brazo izquierdo hacia atrás, el arma que le restaba, y enfocó allí su Cosmos. El Minotauro impedía a Queen ver a Shiryu, y los dos quedaron en línea recta, a punta de un disparo. De liberar toda su pasión, de toda su furia y de su energía, al mismo tiempo que conservaba su vida. Separó las piernas y gritó como un noble dragón que vuela hasta el firmamento, sabiendo que no podría moverlas más.

Aunque solo lo había visto una vez, sabía que podía imitarlo… En realidad, era un método que comprendió apenas lo vio, pues sabía que Dohko se lo había enseñado entre medio de todas las demás instrucciones, a lo largo de su entrenamiento.

—Espera, ¡hazte a un put.o lado, Queen!

—¿Qué dijiste?

—Vuelen y rujan, ¡Cien Dragones!

Shiryu perdió el equilibrio, sus piernas dejaron de funcionar, pero aun así logró dar un puñetazo al aire, seguido por cincuenta y cuatro más antes de tocar el suelo, desatando Dragones Ascendentes en cada uno de ellos. La técnica máxima de Dohko requería entender y apreciar el valor de la vida, y para ello, el Gran Maestro de los Taonia vivía tantos años. Él, que era joven, no se había acercado a ese conocimiento hasta que estuvo en el mismo infierno, rodeado de muertos. Más que nunca extrañó a Shunrei y añoró su calor. No le bastaba solo con verla en sus sueños. Atraparía un rayo de luna para entregárselo.

Pero, por ahora, los únicos rayos que se veían eran los que, después de atravesar el vientre de Gordon, y matar a Queen, justo detrás de él; arrancaban de cuajo las paredes de aquel terrible laberinto, liberando vientos que el propio Shiryu no podía controlar, viendo a los dragones volar hasta la luna inexistente del Inframundo, mientras destruían todo sobre la Tierra solitaria. Apropiadamente, el suelo se desgarró, y Shiryu, a punto de perder el conocimiento, cayó al vacío, a la vez que su brazo izquierdo dejaba de reaccionar, sin dejar de lanzar los cincuenta y cinco dragones que reunió con su pasión y deseo de vivir.

Era sin duda una técnica increíble, que se manejaba casi por sí sola, que todavía no aprendía a dominar. Esperaba algún día hacerlo, si sobrevivía… Quería hacerlo, pero lo irónico de todo esto, es que estaba perdiendo muchísima sangre, y el dolor acumulado le haría perder el conocimiento en pocos segundos. Se desmayaría, y quizás, no habría nada más que oscuridad después.

Sin duda, había sido una broma del destino valorar vivir, justo cuando estaba a punto de morir. Pensando en ello, Shiryu cayó debajo de un laberinto destruido…


[1] Blood Flower Crown, en inglés.


Editado por -Felipe-, 26 abril 2020 - 21:34 .

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Publicado 27 abril 2020 - 22:08

Es que eres muy descriptivo, estaba pensando hacer a otro espectro que me encantó, lamia, aunque está será un poco más difícil, jaja muchas gracias además se agradece el esfuerzo de escribír tan buena obra para entretenernos.
Sobre el capitulo estuvo muy buen el desenlace, gran crecimiento que le has dado a Shiryu y maltrato sin olvidar la sensualidad, jaja saludos

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Publicado 29 abril 2020 - 00:45

Unos cuantos comentarios más, Señor Felipe, con esta tanda concluyo la lectura del primer pdf, tras tantos años de dejarlo de lado. Como escribo esto en un Word primero para no quedarme 30 años frente a la pestaña del editor de texto, no sé qué tan extensa pueda ser la conjunción de los comentarios un poco tontos que hago sobre cada capítulo. Pero bueno, comentarios un poco tontos, pero no malintencionados, al fin y al cabo.

 

(Por si le pareció extraño que los likes en su Fanfic y la publicación de esta reseña o alguna otra se dieran en días diferentes es porque soy muy demorón leyendo xD) (Aunque parece que sí podría terminar solo en un día la lectura del primer volumen…)

 

(Nota de Sagen tras acabar la redacción de este post: Terminé todo este día xD Ah, y le adelanto que los comentarios de los 16 capítulos tienen casi la longitud de un capítulo de fanfic mío xD)

 

Bueno empiezo con las reseñas:

 

Spoiler

 

Punto y aparte… Algo que se me olvidó introducir en alguna de las reseñas, en la mayoría de hecho, es que me encanta tu gran capacidad de describir armaduras, siempre tan detalladas todas y tan imaginables… Hasta me genera una cierta envidia xD Además de cierta curiosidad por el tiempo promedio que le toma redactar cada capítulo...

 

Muchos saludos Lord Felipe, cuídese. Hasta la siguiente tanda de reviews… (Creo que esta vez haré de tercio en tercio para no sacar un post como de 3000 palabras xD)

 


Si deseas leer un fanfic, puedes echarle un vistazo a mi historia, se agradecería:

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                              "Los Reinos de Etherias"      Ya disponible hasta el Cap. 34

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Publicado 01 mayo 2020 - 10:04

aca hice este diseño de lamia, jaja asi la imagine al menosIMG-20200430-211524-048.jpg



#759 -Felipe-

-Felipe-

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Publicado 04 mayo 2020 - 14:25

Primero, respondo sus amables reviews:

 

Spoiler

 

 

 

SAORI III

 

Segunda Fosa. Séptima Prisión. Inframundo.

—¿Está bien, Atenea?

—Sí, no te preocupes, Shaka. Gracias.

Había perdido la cuenta de cuantas veces habían tenido ese breve intercambio de palabras con el fantasma del Santo de Oro de Virgo desde que abandonaron la ciénaga del Estigia. Era difícil hablar de Shaka como fantasma, tanto como referirse a sí misma como alma, pues ambos estaban ahí, caminando, hablando, y hasta luchando contra enemigos, como un par de personas bastante vivas.

El cielo se había vuelto loco desde hacía rato. Su color rojizo brillante había pasado a un tono tinto muy oscuro, amenazando con volverse café-negro como la sangre reseca. Para peor, las Diez Fosas de la Séptima Prisión eran tenebrosas, con montañas azotadas por fríos vientos negros, y cavernas en las que solo se habían guiado gracias al resplandor de la fantasmagórica armadura de Virgo. Tardó un tiempo en acostumbrarse a la idea de que el Manto de Oro no estaba físicamente allí, y era la manifestación espiritual creada por el deseo del Manto de seguir protegiendo a Shaka más allá de la muerte. Era algo que todas las armaduras, si estaban unidas a su portador, eran capaces de hacer, tal como se lo había explicado Shaka durante su largo entrenamiento, pero aun así era difícil de entender en todo su esplendor.

Los potentes truenos hacían muy difícil el escucharse, y a veces tenían que gritarse. Usualmente sus pláticas trataban de lo que había vivido Saori n los combates anteriores contra los Espectros a quienes había asesinado, y el Santo de Virgo hacía lo posible por tranquilizarla, explicarle que era normal, pero ella siempre lo cortaba, o los truenos lo hacían por ella… hasta que pasaba un rato y él volvía a preguntarle si estaba bien. Y ella respondía que sí.

Y mentía.

Todo lo que había acontecido hasta ese momento, incluyendo su encuentro con el espíritu de Shaka, el descubrimiento de los pasajes más seguros para que ellos bajaran con más facilidad hacia los terrenos privados de Hades, el cambio de escenario por el plan de Hades (que ahora sabían que se llamaba Eclipse Eterno), e incluso la posible transformación de Saori… todo eso estaba previsto.

Todo lo habían conversado cuando estaban vivos, en los meses de entrenamiento que tuvieron juntos, desde incluso antes del despertar de Poseidón. Ella sabía que algo así podía pasar, pero se lo ocultó a sí misma, prefirió pensar que era una imposibilidad absoluta, y como no vio a Shaka hasta muy abajo en el Inframundo, asumió por algunos instantes que solo habían sido suposiciones y no seguridades. Saori era una diosa sin memorias de su divinidad, por lo que podía seguir siendo Saori Kido, en lugar de la estricta, compasiva, sensata y racional, pero orgullosa e inmisericorde diosa de la guerra, Atenea. La primera había fallecido, su cuerpo físico ya se podría en el Santuario, y ante el shock espiritual que sufrió al quitarse su propia vida, sus memorias previas se remecieron, y la diosa comenzó a surgir, poco a poco. No era una posesión ni una personalidad extra, sino que su verdadero yo, consciente de todo lo que había ocurrido en milenios de divina existencia, para la que Saori Kido era solo un puñado de años más, un suspiro de tiempo para una diosa.

Ahora… ella no recordaba nada. Solo sentía vergüenza, las manos llenas de sangre por un acto que no había llevado a cabo conscientemente. Un acto cuya culpa no podía quitarse, pues Atenea y Saori Kido eran la misma persona.

—Abra bien los ojos, Atenea. Nos están observando —le advirtió Shaka, a su vez con los ojos abiertos también, tras salir de una caverna dentro del monte más puntiagudo, lo cual era matemáticamente una  imposibilidad, al hallarse tan abajo en el Inframundo.

Saori debió contener la respiración. Se tapó la boca y la nariz, y comenzó a toser. El camino, largo y sinuoso, se hallaba al borde de un riachuelo, donde miles de millones de almas nadaban en excremento, ante la atenta mirada de cientos de Esqueletos. Por el olor, adivinaba que pertenecía a muchos animales distintos, así como seres humanos. Saori sintió ganas de vomitar, y por esta vez no agradeció poseer aquella sensación incluso después de la muerte.

—¿Q-qué es este lugar, Shaka?

—Hasta el momento la orienté por las catacumbas de la Segunda Fosa para eludir este río, pero ya veo que es imposible. Aquí, los falsos aduladores son enterrados en heces de toda clase, hundiéndose en lo que el Inframundo considera sus palabras nauseabundas. Es el centro de la pudrición en el Inframundo.

Algunos Esqueletos, aparte de vigilar, empapaban las hojas de sus guadañas negras en el riachuelo de excrementos. Recordaba que su abuelo le había relatado que en antiguas guerras, se solía hacer eso para que las armas se volvieran tóxicas, y así envenenar, además de cortar, con las espadas. Los Esqueletos reían ante tales hazañas, y Saori debió desviar la mirada por unos momentos, convencida de que eso disminuiría también el hedor.

—¿Por qué tuvimos que venir aquí?

—Porque si continuamos por este trayecto hallaremos un pequeño agujero, donde puede percibirse un aire frío diferente. Si nos dejamos caer por allí, tomaremos un atajo a Judecca, desde donde Hades reina. Lamentablemente, Atenea, debemos seguir por aquí.

 

Escucharon un carcajeo. Una mezcla entre dientes chirriando, huesos dislocándose y risas cadavéricas. Saliendo de una pequeña caverna se hallaba una criatura horrorosa, un ente que, de no ser porque llevaba una Surplice pálida como la luna, habría asumido que era tan solo un animal del infierno, en lugar de un Espectro. Saori casi sintió pena por él, pero no lo suficiente como no para levantar el cetro, dispuesta a defenderse.

El Espectro caminaba con las manos y uno de los pies, con los brazos doblados hacia atrás, los huesos de los codos dislocados, la espalda casi rozando el suelo y el pecho apuntando al cielo. El pie restante lo tenía torcido alrededor del cuello, que sostenía una cabeza demacrada, con los dientes afuera, un ojo en su lugar y el otro debajo de la nariz, y un yelmo puntiagudo que cubría unos pocos mechones de tono negro.

En la Surplice predominaba el color rojo y tenía púas en los brazales y las perneras, mientras que en el torso, faldón y hombreras predominaban las curvas y algunas redondas gemas brillantes de amarillo, como topacio. Desde las rodillas salía una negra capa roñosa que arrastraba al moverse de un lado hacia otro, como una sombra lúgubre.

—No sienta pena por él, Atenea —susurró Shaka, oculto en la invisibilidad que le enseñó, y que ella también manifestaba ahora—. Nació como un hombre completamente normal, probablemente; sin embargo, la Estrella Oscura transfiguró su cuerpo, lo tornó en la criatura patética que se exhibe ante nosotros, y que no dudará en atacarnos si nos ve. Le aseguro, más aún, que es más peligroso de lo que aparenta, pues es un Espectro de alta casta, una Estrella Celestial.

El Espectro carcajeó nuevamente. Al acercarse al riachuelo, tropezó unas cuantas veces y se torció un par de huesos, aunque no pareció importarle. Le hacían mucha gracia las circunstancias en que se hallaban los muertos, y no paraba de reírse de ellos.

—¿Qué hacemos con él?

—Atenea…, todas las cuentas del rosario deben apagarse. ¿Comprende lo que eso significa? —preguntó Shaka, dando un par de pasos hacia adelante, sin hacer ruido.

—Espera, Shaka…

—No será necesario que intervenga, ni en esta ocasión, ni hasta que se encuentre con el rey Hades.

—Pero…

 

—Ja, ja, ja. Alen Mapule Huanguëlen Alen —susurró el Espectro, que los sorprendió sumergiendo la cabeza en el excremento sin ningún tapujo. Luego, el riachuelo comenzó a bullir, liberando asquerosas burbujas que brillaron del mismo color rojo que su Surplice.

Saori sintió una ola de energía negativa que le hizo desfallecer. Se sintió enferma y débil por un instante que pasó fugazmente. Al recuperarse, captó un centenar de miradas, de Esqueletos que bruscamente se voltearon en su dirección.

«Ya no puedo hacerme invisible».

Alen Chaile Macuñ Lë —dijo el Espectro tras sacar la cabeza del río, y apenas un instante después, dos docenas de Esqueletos estaban en el aire, encima de ella, luciendo unas esferas brillantes pegadas a los petos.

En una milésima de segundo, las esferas de más de veinte Esqueletos provocaron una gran explosión, llevándolos también a la muerte. Saori vio una ola de fuego caer sobre ella, casi en cámara lenta, pero su cuerpo no reaccionaba. Cuando necesitaba que su otro yo hiciera acto de presencia, la diosa Atenea no se manifestaba, y su brazo derecho no era ya capaz de sostener el cetro.

Om.

Ante la pronunciación de la sílaba fundamental, la explosión fue atrapada por una llamarada de luz dorada, que arrasó con el fuego y lo apagó como la brisa mañanera a una indefensa vela encendida.

Cuando Saori se volteó hacia su guardián, el Santo de Virgo estaba en el centro de un círculo repleto de cadáveres, decenas de Esqueletos muertos ante la voz de aquel que había alcanzado la Iluminación.

Muchas almas que se hallaban en el riachuelo de heces, aterrados al principio de la luz, miraron al cielo color sangre, y a Saori le pareció que sonreían. Tardó en darse cuenta de que tenían los rostros limpios, sus ojos por primera vez empapados en una claridad tal, que probablemente era como recuperar la visión después de una vida entera. Pronunciar el mantra no solo había extinguido al mal, sino que había dado algo de piedad y calma a los que ya estaban muertos.

—Oh. Estuvo cerca —dijo el Espectro, que no resultó afectado por la ola de luz de Shaka. Al contrario, parecía hacerle gracia haber fallado en su misión—. No esperaba que el escolta del que todo el mundo hablaba fuese un Santo de Oro.

Shaka desapareció como la bruma ante los primeros destellos del sol, y un instante después estaba de pie entre Saori y el Espectro, que si se sorprendió, no lo hizo evidente.

—¿Sabías de Atenea y de mí? —inquirió Virgo, que conservaba una postura de pie sumamente relajada. Los Esqueletos que no habían sido atrapados por la luz universal del Om no se atrevieron a acercarse más, y tampoco retomaron su rol vigilando las almas.

—La alarma se dio, y en la Segunda Fosa que yo, Espiridión de Invunche[1], Estrella Celestial del Daño[2] guardo, se halla un camino corto y directo hacia Judecca. —Invunche recogió un poco de excrementos con ambas manos, casi de manera ceremonial, y la arrojó al aire un poco después, pronunciando palabras que a Saori no le hacían sentido—. Alen Hueculën Athena Quemún Puelo. Ahora, acabo de dar aviso a las tropas de mi señor Minos que ustedes dos se encuentran en mi lugar de custodia, tal como había adivinado. No fue algo difícil de predecir.

Los “restos tóxicos” que había lanzado se dispersaron con el potente viento. Saori, por instinto, se protegió con los brazos y cuidó que su vestido no se manchara, lo que no tenía sentido alguno, pero ya nada lo tenía de todos modos.

—Un hechicero —reconoció Shaka, con marcada tranquilidad en la voz, a pesar de decir algo que a Saori le parecía una atrocidad.

«¿Magia?». Tanto los Santos como los Espectros y los Marina, y los otros ejércitos sagrados que existían en el mundo, utilizaban el Cosmos para luchar. Podían cambiar las propiedades de esta conexión con el universo, y así realizar milagros y otras maravillosas hazañas, pero la magia era algo distinto.

Se asumía como que no seguía reglas científicas de ninguna clase. Se le atribuía la capacidad de crear desde la nada, de destruir sin dejar rastro, de cambiar las normas de la física y de deshacer lo que ya está escrito. ¡No podía existir en un mundo que se regía por el Cosmos!

—Sí. Lo primero que hice fue incapacitarlos para seguir ocultándose. Aprendí que ustedes son solo almas sin cuerpo, pero todavía no comprendo cómo es posible que no se rijan por las leyes de Hades.

—Si las hordas de uno de los tres Magnates se dirigen hasta aquí, entonces no hay mucho tiempo que desperdiciar. —Shaka unió ambas palmas de las manos y pronunció una serie de palabras en un susurro—. Criatura, te hayas ante la presencia del Verbo de quien se liberó de la Rueda de Reencarnaciones, una entidad que no responde ni ante el Cielo, ni ante el Infierno.

—Hablas demasiado. —El Espectro Celestial carcajeó de nuevo, y al hacerlo, uno de sus brazos se torció hasta que sus cinco dedos apuntaron en direcciones distintas. Con una risa aterradora, que nada tenía que ver con su voz usual (lo único que le hacía ver casi como un humano), Espiridión dejó caer el cuello y enterró la lengua en la tierra manchada de rastros putrefactos—. Alen Ñübla Cañëlën Alen Ñubla Huelecalën Mine Puhuel…

—Atenea, manténganse justo detrás de mí, ¡Kan!

 

Saori se vio rodeada por un sinfín de luces doradas que formaban una esfera de luz perfecta, protegiendo tanto a Shaka como a ella. Era como estar en un domo. El Espectro había lanzado varias series de olas de algo maloliente que le daba arcadas, pero que no le hacían daño físico; ni siquiera le alcanzaban.

Delante de ella solo podía ver la espalda dorada de Shaka, con su cabello rubio en completa inmovilidad, igual que él. Se decía que mientras Buda se conservara en perfecta quietud, ni el fuego ni el agua podían afectarlo de ninguna manera, y pasaban a su lado, tal como si no existiera, o como si fuera uno con la naturaleza.

Así fue como entendió, al fin, el significado de una entidad que había alcanzado el estado de Nirvana, desprovisto de próximas y previas vidas.

 

***

—¿Qué ocurrirá contigo, Shaka? —le preguntó una vez, en el Templo Corazón del Santuario, mientras el Santo de Virgo le enseñaba a meditar lo suficiente como para crear ropas espirituales a su alrededor, lo que le serviría para la misión secreta que ambos iban a llevar a cabo.

—¿A qué se refiere, Atenea?

—Si yo muero, al ser mi cuerpo humano, iré al Inframundo.

—Tal como sus vidas previas.

—Sí. Y usaré esta octava consciencia de la que hablabas para ir directo ante el rey Hades y acabar con él de una vez por todas.

—Para eso, y muchas cosas más, es de menester que permanezca en silencio y de a su Cosmos un valor de vida y muerte. Concéntrese. Respire un poco más len…

—Espera —le interrumpió Saori, antes de que regresara a su habitual discurso del espíritu, y le dejara con más dudas que respuestas. Seiya siempre decía que Saori no podría soportar una plática con ese hombre, y aunque había probado que no era tan exagerado, sí había descubierto de sí misma que no era tan paciente como pensaba—. Tú dijiste que, si todo salía bien, encontrarías la paz desprovisto de dudas, alcanzarías el Nirvana y…, y…

—Y nos reencontraremos en el Inframundo, según lo planificado, después de que descubra la ruta más segura para enfrentar a Hades; la acompañaré en su travesía, Atenea, desde ese punto —completó Shaka la idea que Saori no era todavía capaz de tocar.

Como toda chica criada en Japón, Saori había estudiado sobre las religiones del Oriente, como el budismo y el hinduismo. Aunque su abuelo Mitsumasa Kido, hombre irónicamente ateo, lo consideraba un aprendizaje puramente académico, su nieta le había hallado algo de interés a esas creencias místicas. Así que, de cierta manera, se consideraba una joven instruida.

Alcanzar la Iluminación significaba liberarse del ciclo de reencarnaciones, incapaz de volver a este mundo, permaneciendo en un estado sin sufrimientos, sin deseos y sin consciencia del yo. Así entendía ella las cosas, pero Shaka…

—¿Cómo puede alguien en ese estado de nada ir al Inframundo de una divinidad griega y seguir luchando, con todas sus memorias y creencias, y con la consciencia de…?

—…De ser un Santo de Atenea —terminó Shaka la idea, cuando Saori le dio el espacio para ello. Necesitaba escucharlo de sus propios labios. Sabía que él la observaba, incluso con los ojos cerrados, y parecía estudiarla. Era un hombre misterioso, con muchos secretos en el corazón y sin ánimos usuales de plática—. Para ser sincero, Atenea, no sé muy bien cómo funciona esto. Esperaba que, en algún momento, usted me lo explicara.

La súbita y sorpresiva sonrisa de Shaka la dejó de piedra por unos instantes. No era solo un acto increíblemente inusual, sino que al mismo tiempo le pedía respuestas que no tenía… ¡y ni siquiera hacía las preguntas correctas todavía!

—¿Yo?

—Yo solo soy una luz guía, Atenea, pero es usted la que, siendo una diosa, puede mirar más allá. Siendo un Santo de Atenea, al parecer mi alma permanecerá protegiéndola hasta que cumpla mi misión; sin embargo, al mismo tiempo, me siento desprovisto de mis dudas, dispuesto a dar un paso a la siguiente etapa. Es una contradicción a la que, casi con fe, me estoy aferrando, pero solo gracias a sus acciones podré beber de esa verdad.

—¿Dices que solo era una luz, pero incapaz de mirar?

—Me convertiré en un candelabro en la oscuridad, y en tanto Santo de Atenea, soy tan capaz de ello como cualquiera de mis compañeros. Pero un candelabro encendido no es más que un camino para no tropezar en las sombras, y solo los dioses conocen la ruta a seguir, pues es para ellos un velo apartado desde antes de nacer.

—No te entiendo mucho, Shaka… —Saori se permitió una sonrisa. El Santo de Virgo no era amigo de simplificar las cosas a un “nivel no-monje”, como solía decir su querido Seiya—. ¿No te consideran a ti una especie de dios?

—Lo primero lo entenderá perfectamente cuando llegue la ocasión. Los dioses se encuentran en una esfera más allá de los conceptos de humanidad, mortalidad, vulgaridad, racionalidad y elocuencia. El camino se abrirá ante usted cuando tenga la suficiente luz, y yo seré esa luz. Brillaré con más fuerza en un sitio al que no llega la luz del sol. —Shaka se tardó un poco en continuar con la respuesta, con la cabeza gacha, los labios algo torcidos como si masticara la mejor respuesta, y los dedos de la mano izquierda jugueteando unos con otros, inusualmente nerviosos—. Lo segundo es que, y me avergüenza admitirlo, yo mismo me consideraba una divinidad. Así se lo hacía sentir a mis enemigos. Sin embargo, viéndola a usted en persona, delante de mí, tan humilde y sencilla a pesar de conservar en su mente respuestas a preguntas que ni en toda mi vida seré capaz de formular, me siento indefenso. Y eso es algo bueno. No soy un dios; tan solo un simple humano.

—No eres simple, Shaka. Eres un humano, y los humanos tienen la capacidad de brillar con luz propia.

Shaka sonrió otra vez. Y no sería la última.

—Sí. Así parece ser, Atenea.

***

 

Ni ella ni Shaka entendían muy bien cómo funcionaba la muerte del segundo, pero habían llegado a la conclusión de que Shaka alcanzaría la verdadera y última paz cuando su luz se apagara y cumpliera su misión de guiarla a través de las sombras. Saori jamás se esperó que esa luz tuviera un segundo efecto tan importante.

Sin apagarse su consciencia y ser reemplazada por la de una antigua divinidad de la guerra, Saori pudo ver, ante la luz de Shaka, respuestas que parecían memorias frescas ya en su mente. Respuestas que ya conocía. Podía mirar más allá de lo que podía ver con sus ojos verdes, pues en el reflejo de la armadura de Virgo comprobó que se habían tornado grises de nuevo.

Era como un aroma que gatilla memorias de la niñez, o un sonido que causa una serie de sensaciones familiares. Saori conocía a los dioses. Ante la luz que Shaka liberaba, frente a la magia del Espectro de Invunche, la diosa Atenea encontró una gran silla negra, hecha de sombras. Sentado sobre la silla, un hombre que reconocía y un dios que también podía recordar.

—N-no puedo moverme… —musitó Espiridión, sumergiéndose en las heces del río—. Mi magia no funciona. Mi Surplice no me responde.

—Te encuentras ahora en la Vía Circular de la No-Consciencia —dijo Shaka, que tenía atada a su mano una luz violeta, como un hilo de humo, que se amarraba al cuello de su víctima—. Mientras estés allí, no responderás a los impulsos de tu mente. Nada tiene ya sentido para ti, ¿no es así?

—N-no… no, nada lo tiene. ¡Pero no entiendo por qué! —El Espectro trató de salir de las aguas, y a duras penas consiguió sacar un pie del río nauseabundo—. ¿Para qué luchar? ¡Antes lo sabía! Alen Capulën Hu… Alen… A-Alen Capu…

—Lo que antes sabías no eran más que palabras, pero no te preocupes. —Shaka se irguió tanto que pareció un gigante de luz, y separó ambos brazos con las palmas de las manos abiertas—. El Verbo que sale de mi garganta te ayudará a hallar el mejor camino al descanso. Ya no tendrás que pensar. Mi rostro es el camino a la Verdad, míralo fijamente y permítete cesar.

Shaka liberó el Exorcismo, y su luz fue tan intensa que los Esqueletos, que nunca se atrevieron a atacar, se cubrieron los rostros, aterrados, antes de ser consumidos por la luz de Virgo, vaporizados por la fuerza de su Cosmos. Las almas que bullían en las heces se alzaron y levantaron las manos con algarabía.

¡Puedo ver!, aullaban. ¡Estoy limpio!, gritaban. Esa era la fuerza de Shaka. Aunque fuese algo temporal, les dio algo de tranquilidad y descanso a tanto justos como injustos. El Espectro Celestial de Invunche, entre tanto, fue destrozado, y sus restos arrojados por el violento torbellino del infierno.

Mientras tanto, Saori vio más y más. En la Tierra, sus queridos seres humanos eran fulminados por una fuerza invisible, caían en las calles de todas las ciudades y pueblos del mundo, y sus almas se unían lentamente con el Sol. Era un proceso sumamente lento, y cuando volvió a mirar al trono hecho de sombras, a quien lo usaba, y a la brillante cadena en su cuello, comprendió el por qué.

 

—¡Shaka! —dijo Saori, corriendo hacia su guardián. Éste le hizo una seña, y juntos se desplazaron juntos hacia la salida de la Segunda Fosa, haciendo lo posible por ocultarse entre las rocas esta vez (desprovistos completamente de la capacidad de hacerse invisibles con ilusiones), y de alejarse rápidamente de las huestes de Minos que ya se acercaban.

—Debemos ser rápidos y precisos. No detenga el paso, Atenea.

Shaka no se volteaba. Parecía nervioso como nunca, a pesar de acabar de eliminar a una serie de enemigos con facilidad. Caminaba con más prisa de la que tendría lógica admitir, y Saori ya había pasado demasiado tiempo con él para conocerlo bien, a pesar de su infinita apatía.

—Shaka, ¿qué te…? —Notó de pronto que Shaka llevaba algo entre las manos, y eso la hizo callar.

—Antes de eso, Atenea… —Shaka aceleró un poco más el paso. Poco después, se adentraron en una pequeña abertura entre las montañas y tuvieron que torcerse un poco para seguir caminando—. ¿Qué vio? ¡Dígame qué fue lo que vio! —alzó la voz Virgo.

—¿Cómo supiste que vi algo?

—Sus ojos se han vuelto grises, pero no despidió el Cosmos que mostró en el río Estigia. Asumo que nuestro plan funcionó, y ha visto algo que solo Atenea podría ver, no Saori Kido.

Más deprisa. Más tensión. Más impaciencia. Shaka parecía cubrir algo con ambos brazos, como un secreto que ni toda su luz podría revelar.

—Descubrí todo. —Saori casi se detiene, sintiendo un terrible dolor en el pecho, así como el llanto acumulándose en sus ojos. Alguien. Su cabello era rojo, sus ojos verdes, pero su rostro era ahora pálido como la Muerte—. Sé por qué el Eclipse Eterno se está tardando tanto en completar. Sé por qué los Espectros no nos han encontrado fácilmente. Sé por qué las huestes del infierno no han vuelto a levantarse tras la muerte. ¡Sé por qué el portador del Fénix renace de entre sus cenizas!

Shaka se volteó al fin hacia ella, y ambos frenaron. Por primera vez, el Santo de la constelación dorada de Virgo tenía los ojos abiertos como platos, su mentón temblaba nerviosamente, sus dedos estaban impacientes por aferrarse a una Verdad que, ahora que conocía, deseaba ignorar. Entre medio de algunos de esos dedos, resplandecía una cadena de oricalco y gamanio…

—Vino hasta mí porque compartimos la misma sangre. Distrajo al Invunche, y así pude atraparlo en mi Vía Circular de la No-Consciencia

—Él no solo está vivo, sino que está sentado en el Trono de la Muerte. Entre sus manos pálidas sostiene una Espada de Rubíes. —Saori sumergió por unos instantes su rostro en sus manos. Trató de contener el llanto, pero pronto le fue imposible. Le dolía muchísimo el pecho—. Debo salvarlo. Tenemos que llegar ante Hades rápidamente o…

—Atenea…

La mente de Shaka también debía estar procesando todo a altísima velocidad. Un pedazo de la cadena de ataque de Andrómeda comenzó a perder su brillo en el puño de Virgo. También la esperanza se escapaba de las manos de Saori Kido, en las que caía una lluvia de lágrimas.

Todo lo que habían planificado se había ido al tacho de la basura, por algo que ni ella ni él habían esperado que ocurriera. Jamás se les habría pasado por la mente.

—Shaka… dame una respuesta, por favor… No sé cómo hacerlo… Ya no… ya no tengo ideas. ¡Dime cómo arreglar esto! ¡Dime cómo puedo salvar a Shun!


[1] Criatura maliciosa de los mitos mapuches y chilotes, de quien se dice que ayuda a los brujos a realizar sus maleficios contra las personas buenas.

[2] Tenson, en japonés; Tiansun, en chino. En la novela Al Borde del agua, es la estrella correspondiente a Zhang Shun, la “Línea Blanca de las Olas”.


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Publicado 04 mayo 2020 - 22:45

Buen capitulo, Shaka humilde, Atena recordando y un raro espectro, muy buen capitulo! Aunque ese no puedo creer dibujarlo, jaja muy instructivo para empezar a deducir varias cosas! Un oakcer leerte, saludos!




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