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El Mito del Santuario


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807 respuestas a este tema

#721 Cannabis Saint

Cannabis Saint

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Publicado 19 enero 2020 - 20:02

Me entretuve con el capitulo de Seiya y la aparición de Kanon, jugando con la.mente de Lune, muy buen capitulo, a esperar más por esta temporada o tanda del inframundo, muy genial, a esperar ese desenlace entre los tanques! Saludos y feliz año

#722 -Felipe-

-Felipe-

    Bang

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Publicado 25 enero 2020 - 14:14

Me entretuve con el capitulo de Seiya y la aparición de Kanon, jugando con la.mente de Lune, muy buen capitulo, a esperar más por esta temporada o tanda del inframundo, muy genial, a esperar ese desenlace entre los tanques! Saludos y feliz año

Muchas gracias Cannabis, espero no decepcionar.

 

KANON I

 

Dikasterion. Primera Prisión. Inframundo.

¿Ese era el famoso Pegaso? Lo recordaba vagamente de las batallas en el templo submarino de Poseidón. De hecho, le había dado la bienvenida junto a Andrómeda, bajo el disfraz de Salem de Dragón Marino. No lo mató debido a un acuerdo entre Poseidón y Atenea, lo que provocó la muerte de Baian. Después, Pegaso dio la lucha de su vida frente al mismísimo dios del mar. Honestamente, le había parecido un poco admirable.

Pero verle ahora, débil y asustado por su pasado, por su humanidad, era irritante. Y también nostálgico; Pegaso le recordaba mucho a Aiolos y Saga, ambos tan buenos, justos y sinceros que llegaban a dar dolor de muelas.

—E-eres… Kanon. ¿P-por qué estás usando esa armadura? —preguntó el Pegaso, poniéndose de pie—. ¿Acaso te la dio Sion?

—¿De verdad crees que te debo explicaciones a ti, un niño así de sensible y llorón?

—¿Qué dices? Oye, se supone que estamos del mismo lado.

—Juré fidelidad a Atenea, pelearé por ella hasta el último suspiro. Sin embargo, no recuerdo haberme aliado con ustedes, especialmente cuando se comportan de esa manera tan imbécil que mostraste.

—¿D-de qué estás hablando?

—Oye, te recuerdo que tu enemigo está delante —dijo Lune de Balrog. Su látigo de fuego estaba enroscado alrededor de la muñeca de Kanon, que comenzaba a doler por el calor que emitía.

—Ah, sí, tú… Será mejor que me sueltes, no quieres terminar perdiendo la mano si se te suben los humos a la cabeza.

—¿Sabes a quién le hablas? Soy uno de los cuatro de élite de Lune de Balrog, soy el juez interino del Dikasterion y soy una Estrella Celestial, mientras que tú eres solo un Santo… además, no soy yo el que tiene la mano en proble… ¡Maldito!

Kanon bajó del segundo nivel a alta velocidad, acortando la distancia entre Lune y él. Tal como esperaba, para evitar el puñetazo de Kanon, el Espectro tuvo que deshacer la atadura y así hacer uso de ambas manos para protegerse del ataque.

Lune retrocedió tras el impacto y lanzó una ola de Cosmos hacia Géminis, quien se defendió con ambas manos. Pegaso, como un idiota, seguía allí, mirando todo.

—Veo que eres un poco más fuerte que el chiquillo de Bronce —admitió Lune.

—Desde luego. Y tú no eres tan debilucho como la pacotilla que lucha en el río.

—Ah, así que viniste hasta aquí cruzando el Aqueronte. ¿Cómo es que Caronte no te vio? Tu armadura no es poco llamativa.

—La ilusión de invisibilidad de antes fue una de las primeras que aprendí. Apenas mi transporte estuvo cerca de la orilla durante el bombardeo mutuo, salté hasta aquí. Y te vi metiéndose en la cabeza de Pegaso. Tengo que admitir que fue difícil conectar la Ilusión Diabólica con lo atento que estabas a todo a tu alrededor.

—¿La Ilusión? —inquirió Seiya, que seguía inmóvil en su posición—. ¿La técnica de Saga e Ikki? Ahora lo recuerdo… usaste esa técnica contra Drbal, ¿no?

—Pero Lune no pudo recibirla entera. Al menos logré engañarlo por un rato para salvar tu inservible vida.

—¡Muy bien, ya me harté de tus insultos, Kanon! —Como el idiota que era, Seiya de Pegaso se arrojó sobre Géminis con el puño en alto, y éste lo estampó contra el suelo a una velocidad mucho mayor. Una que manejaba perfectamente bien.

—Oh, esto se está poniendo interesante, ¿van a matarse entre ustedes? —preguntó Lune, mirando al estrado—. Así podré seguir haciendo mi trabajo.

—¿Q-qué estás haciendo, K-Kanon? —empezó a decir Pegaso, cuando Kanon se le puso en frente y le agarró del peto de la armadura—. ¡O-oye!

—Escúchame, niño. Quiero que cruces las puertas del Dikasterion y sigas adelante, tal vez seas útil para algo. Pero también quiero que te dejes de estupideces, porque toda la sensiblería barata de antes sobre el bien y el mal, esa palabrería sobre merecer castigos por los pecados, es una ridiculez que solo te servirá para hallar el féretro. ¿Dudas de haber matado a tus enemigos porque es un pecado? ¿Sientes que estuvo mal, a pesar de que de no haberlo hecho serías tú el muerto? ¡No puedes rendirte en medio de la batalla!

—K-Kanon… —la ira desapareció de los ojos de Pegaso, que estaban clavados en los de Kanon, y había sido reemplazada por culpa y la humillación, viéndose débil.

—No solo tú sufrirás, sino que también tus seres queridos. Debes matar a quienes se interpongan en tu camino, aunque eso incurra en un pecado. —Kanon soltó a Seiya, que cayó sin ningún sonido sobre el piso—. A pesar de que yo me ensucié las manos con todo tipo de pecados, tengo mis ideas claras.

—¿Qué? ¿Dices que tienes control sobre todos tus pecados? ¿Acaso no le temes al castigo divino, o es que no recuerdas todas las atrocidades que has cometido? —Lune se desplazó con las alas abiertas, rápidamente, hacia Kanon, que no hizo amago de querer  detenerlo—. Abre los ojos, Gemini Kanon, ¡Reencarnación!

La mano derecha del Espectro brilló. Kanon pestañeó, y de pronto se encontró en un salón oscuro, lleno de sombras. Imágenes de su pasado surgieron de aquellas sombras, memorias de sus innumerables daños a otros, heridas, las muertes de millones de personas tras controlar a Poseidón. Imágenes de Saga, Aiolos, Nicole, Sion, Ikki, Atenea…

 

“Nunca pudiste controlarme de verdad, Kanon”

“Así que ese es tu hermano… pues, no tiene nada que envidiarte, Saga”

“A pesar de todos los problemas que me has dado desde que te encontré en aquel orfanato, sigo confiando en ti, chiquillo insolente”

“Hablo de un Santo de Oro. Kanon de Géminis”

“No vale la pena luchar contigo”

“Kanon, te confío la Daga de Physis…”

 

Kanon le dio un puñetazo en la cara a Lune y lo arrojó volando hacia un pilar, que se desmoronó ante el impacto. El Espectro se hallaba herido en su orgullo, con hilos de sangre que corrían por su frente debajo del yelmo con cuernos.

—¿Q-qué acaba de pasar? —se preguntó, rojo de ira. Pegaso también mostraba esa expresión de confusión.

—¿Cómo es posible? Kanon, ¿a-acaso no viste todas esas imágenes…?

—Por supuesto que las vi, pero fue una estupidez creer que algo así me afectaría. —Kanon encendió su Cosmos y se preparó para la verdadera batalla, pues sabía que lo de ahora solo había sido un tentempié—. Soy consciente de todos mis errores, de la gente a la que he lastimado, las muertes que he provocado; en fin, de todos mis pecados. Si tengo que pagar por ellos tras mi muerte, que así sea, incluso si merezco el más terrible infierno. Pero primero me desharé de todos los males que hay en este mundo, y así podré después descansar con la consciencia un poco más tranquila.

—Kanon… está bien, lo entiendo —dijo Pegaso, que recuperó su mirada natural tras su crisis de identidad. La misma que había visto cuando lo conoció, y cuando otra vez se lo encontró, en frente de Poseidón. Estaba llena de firme convicción y devoción a sus propios deseos, a Atenea… por más egoístas y poco heroicos que fueran esos deseos.

—Entonces, largo de aquí, Pegaso. Más allá del Dikasterion encontrarás un largo puente. Ve y crúzalo, aquí solo me estorbas.

Kanon soltó a Pegaso, y este le dio un ridículo puñetazo de camaradería en el peto del Manto de Gemini. Qué niño más estúpido. Pero… pensar que le había dicho a Ikki, tiempo atrás, durante su batalla, que no tenía intención de expiar sus pecados. Tal vez él también era un niño estúpido, en cierta forma.

Y estaba bien con eso. Era un niño estúpido cuando Nicole lo encontró. Y por eso se encontraba allí ahora.

—¿De verdad creen que pueden escaparse de mi látigo? —preguntó Lune, que le disparó a Pegaso con su arma tan absurdamente larga, pero Kanon se interpuso y detuvo el ataque sin ningún problema, otra vez enroscando el látigo en su mano. Pegaso subió las escaleras a alta velocidad y cruzó la puerta del segundo nivel, la salida del tribunal.

—Hablas mucho para alguien que se queja tanto por el ruido aquí.

—Miserable cretino, me desharé rápidamente de ti y luego perseguiré a ese chico. Con tu osadía hacia la mano derecha del señor Minos, solo provocaste que te dictara una sentencia mucho más severa. Arde con el Daño de Fuego.

El látigo extendió su longitud y se arremolinó cientos de veces alrededor de él, sin que pudiera hacer algo para detenerlo. Kanon trató de zafarse con un salto, pero el látigo también giraba por encima y frenó su intento.

La cuerda se apretó contra su cuerpo tomando un ardiente color rojo. El Manto de Gemini se estaba sofocando, y las partes descubiertas de su piel estaban quemando ante el fuego vivo. Kanon sintió el olor de la carne quemada en sus mejillas, cuello y antebrazos.

Pero, desde luego, eso no iba a detenerlo.

¡Implosión de Dioscuros: Pólux![1]

 

Kanon y Saga habían aprendido una técnica con dos versiones, de parte de algunos predecesores, Santos de Géminis, de quienes leyeron en libros. Era la Implosión de Dioscuros. La técnica abría un par de portales dimensionales; absorbía energía por una de las puertas y la liberaba por otra. En el caso de Cástor, Saga la aprendió porque la requería como método de defensa, dado que no era muy dado a ese estilo de combate. Era directa: recibía un ataque con la puerta de un portal, y el ataque salía por otro lado con la misma intensidad, concentrado en un solo punto.

En cambio, Kanon, que era mucho más adepto al estilo de lucha dimensional, se dedicó a dominar Pólux, que tenía una gran diferencia. En la entrada, no requería recibir de lleno un golpe para absorber la energía, ya que funcionaba de manera más estática. Bastaba con que la fuente de poder estuviera cerca para absorber su Cosmos. En la salida no se abría un solo portal, sino que decenas de ellos, con fracciones del Cosmos entregado y liberado desde múltiples ángulos.

Lo que absorbió con Pólux fue el Cosmos calórico del Daño de Fuego alrededor de su cuerpo. Con su gran manejo dimensional, dominó el fuego y lo hizo pasar a través de innumerables conductos alternativos; cuando abrió los canales de salida, ni siquiera Lune pudo detener toda la lluvia de fuego que le cayó encima.

Luego, y a pesar del dolor y las quemaduras en su piel, Kanon tomó el látigo y con todas sus fuerzas se deshizo del potente agarre. La cuerda negra estuvo inerte el tiempo suficiente para que Kanon diera un salto a través de un portal que había abierto sobre él, y salió detrás de Lune, que apenas se estaba recuperando de las llamas que habían caído, y no pudo contener bien el golpe en su costado.

Sin embargo, se recuperó rápidamente (había que admitir que no era cualquier rival de turno, sino que un enemigo muy poderoso). Lune hizo girar su látigo a su alrededor, pasando por encima de las almas azules, que no se inmutaron ante la destrucción y el fuego a su alrededor. Solo se limitaron a lamentarse. Muertos débiles que no habían hecho nada bueno en sus vidas… pero que tal vez pudo haber podido proteger. ¿O, acaso, ellos habían sido víctimas suyas y de Poseidón?

—Me estás haciendo perder la paciencia… ¡Furia de Fuego![2]

La velocidad era demasiado alta, así como la temperatura del látigo de Balrog, que bailaba en todas direcciones creando un muro alrededor de Lune. Kanon no iba a poder acercarse sin ser cercenado o quemado, o ambas cosas. Por supuesto, no era un problema. Lune era un enemigo poderoso, pero no necesariamente peligroso. Rápido, pero no hábil. Un gran suplente de un Magnate, pero no uno de ellos, al fin y al cabo.

Y Kanon era demasiado versátil para él. «Muchas gracias, maestro Nicole».

 

Kanon se acercó a toda velocidad y esquivó los primeros azotes del látigo, aunque no pudo evitar nuevas quemaduras en la cara y las piernas. Por ahora no era tan doloroso, pero cuando la adrenalina disminuyera, sería una tortura.

—Tú solo buscas que sea también tu verdugo, ¿eh?

—Yo soy mi propio verdugo, soy consecuente con mis pecados.

—El número de vueltas que da mi látigo de Balrog indica la cantidad de pecados que tienes en el corazón… ¡al morir caerás directo en una fosa de lava ardiente, y nunca podrás reencarnar en otra criatura!

Pero Kanon ya no le temía a ese destino. Expiar sus culpas no le exculpaba de sus errores, y ya había hecho las paces con su fin. Ya cerca de Lune, Kanon tuvo que meterse en un nuevo portal dimensional para esquivar una centena de entre los millones de azotes por segundo. Al salir, abrió sendas manos y abrió un sinfín de portales alrededor de Lune, todos con el mismo canal.

El Arco de Geminga, una técnica que permitía al usuario crear una dimensión de alta gravedad en torno al rival, haciendo que, eventualmente, hiciera implosión por la presión. Era una técnica peligrosísima que le había costado mucho replicar, pues todas las puertas debían tener la misma sintonía, y así crear un “huevo” alrededor de la víctima.

En este caso, la víctima era Lune, que rápidamente se dio cuenta de su situación y utilizó su Cosmos para evitar ser aplastado hasta la muerte por el Arco de Geminga. Su arma seguía danzando a su alrededor, ardiendo… Lune moriría por calcinación o por presión, una u otra, si seguía así.

—Miserable infeliz… ¿c-crees que algo así va a d-detenerme? —dijo Lune, con las venas hinchadas en su frente, tratado de contener la gravedad, superarla, y salir así de su prisión. Su Cosmos debía estar elevándose hasta su límite.

—Tal vez. Si quieres hacer explotar esa cosa, tendrás que usar esa cuerda para salir, ¿no crees? —le desafió Kanon. Su plan estaba saliendo tal como lo esperaba. Ese juez de segunda dependía de su látigo para luchar, y pronto eso ya no sería un problema. Quería verlo humillado, desarmado, desprovisto de toda esperanza para ganar, tal como eran las millones y billones de almas que enviaba al infierno por las razones más estúpidas.

 «En realidad, ninguno de ellos merecía tanto castigo. No como yo».

Lune agarró con ambas manos la cuerda y aplicó su Cosmos en ella. Kanon dio un salto hacia atrás y esperó lo que sabía que ocurriría. Lune dio un grito que le haría merecer un castigo por lo que él mismo pregonaba, y la explosión resultante, cuando se liberó el Cosmos del látigo contra el Arco de Geminga, atrapó todo el tribunal y generó un intenso y terrible remezón.

 

Así era el Santo de Géminis. Había planeado por más de diez años como controlar a Poseidón y hacerse con la Tierra. Paciencia y astucia eran todo lo que se necesitaba. En el momento en que vio a Lune de Balrog calcinar a su sirviente, y luego atacar a Pegaso, Kanon comenzó a construir su plan para cobrar venganza por todas las almas que eran enviadas injustamente a los peores castigos, mientras Hades se liberaba de su prisión. Era verdad que, quizás, muchas de las almas que estaban allí hubieran sido enviadas por él; sin embargo, sabía que ya se disculparía con ellos, cuando se convirtiera en uno más. Para eso había despertado el Octavo Sentido, mucho tiempo atrás… posiblemente había sido Eris quien había abierto su “Tercer Ojo”.

Kanon salió del tribunal oliendo su piel quemada, rodeado por un sinfín de almas que ya no hacían fila. No sabían qué hacer, pero ese no era problema de Kanon. En algún momento volvería el orden natural al Inframundo, cuando Hades fuera sellado de nuevo, o destruido. Fuera como fuese, era cosa de tener paciencia.

Bajó una larga escalinata mientras los escombros caían sobre él como una lluvia. El Dikasterion, tras él, era un edificio derruido, partido en dos por su propio guardián, que probablemente sería despedido cuando Minos arribara. Si es que llegaba a encontrarse con él, claro estaba.

Más allá de las escaleras de bajada se hallaba un larguísimo, casi sin fin puente de piedras amarillentas, sobre un precipicio repleto de púas en las que se hallaban almas y los Esqueletos que Pegaso había arrojado allí. Probablemente se encontraba más adelante ya. El viento soplaba con mucha más fuerza que en cualquier sitio de la Tierra, y era mucho más raro también: podía verse. Había una suerte de “hilos” negros a su alrededor, que al tocar su rostro lleno de quemaduras lo enfriaban de una manera que le hizo agradecer. La ironía del mundo de los muertos.

Kanon comenzó a caminar por el puente, y se detuvo súbitamente. No era miedo, pero no estaba de más ser precavido.

—¿Prefieres suicidarte o te arrojamos al fondo nosotros mismos? —preguntó una voz. Aunque no podía sentir sus Cosmos, eran sumamente ruidosos, y los oyó aterrizar detrás de él sin problemas.

—Este es el Puente de Vientos Negros. Ante los azotes del frío viento encontrarás tu tumba —dijo una segunda voz.

Tres Espectros. Querían parecer amenazantes, pero sencillamente no les resultaba. Cuando Kanon se volteó, se encontró con tres matones ruidosos, tan insignificantes que se les olvidó su apariencia apenas pestañeó. Curiosamente, los tres despedían un intenso olor a… tierra. Suelo húmedo, plantas, algo que no había percibido en todo el tiempo que llevaba en el Inframundo (algo que Kanon no era capaz de calcular, de todas maneras).

—¿Y ustedes?

—No esperábamos encontrar un Santo de Oro en este lugar —dijo uno.

—Mejor así, ahora podremos vengarnos en grande por los compañeros caídos —secundó otro.

—Nada mejor que un Santo de Oro de Atenea para recuperar el honor de nuestra tropa —dijo el tercero.

—¿De qué están hablando?

—Somos Sila de Buitre, la Estrella de la Majestad; Lama de Cabra, la Estrella Fiera; y Kim de Wagyl, la Estrella de la Eficiencia —explicó el más grandote, abriendo las feas y pequeñas alas como si luciera aterrador.

—Somos los últimos Espectros Terrestres de la tropa de Radamanthys —dijo el tal Lama, manifestando una estrella púrpura invertida sobre su cabeza.

—Y le llevaremos directamente la cabeza de un Santo de Oro —dijo Kim, que le dedicó un puño en alto.

«¿Radamanthys? ¿Uno de los tres Magnates del Inframundo?» No cualquiera. Era el que asesinó a Aiolia y los otros. Era una cosa bastante personal. Y solo le quedaban tres Espectros Terrenales, pues casi todos los demás habían sido asesinados en el Santuario.

 

Kanon no supo con qué diablos lo atacaron. No importaba. Se desplazó lejos de ellos en un santiamén, sin que lo notaran. Se alejó un poco más allá, por el Puente, y no requirió de sus portales dimensionales.

—¿Eso es todo? —En realidad, tampoco le hubieran hecho daño, pero necesitaba tiempo. Consiguió el suficiente cuando, a medio camino entre los tres Espectros y Kanon, aterrizó Lune de Balrog, fiero y determinado. Su Surplice no estaba muy dañada, pero sí su cuerpo, y especialmente su orgullo, tras la explosión que él mismo había provocado. Lo habían engañado con absoluta facilidad… y era ignorante de que seguía en su mano.

—¿Qué hacen ustedes aquí? Son Espectros del señor Radamanthys, deberían estar con él. —Lune, que ya no cargaba su látigo, le dedicó a Kanon una mirada de respetuosa y precavida ira—. A este hombre no lo podrán ni tocar.

—¿Q-qué es lo que dice, señor Lune?

—No se burle de nosotros, p-podemos…

—Aunque sea de una tropa distinta, no debería…

—No. Él tiene razón. Si aprecian su vida, se largarán de mi vista en los próximos instantes —les amedrentó Kanon, elevando su Cosmos, sin quitarle la mirada de encima a Lune—. Porque la batalla se terminará.

—¿Crees que no podría luchar sin mi látigo? —Lune abrió las manos y levantó los brazos. Detrás de él surgió un enorme monstruo de fuego, con cuernos y grandes alas, tal como la criatura que su Surplice representaba—. Lo que hago es limitarme… soy mucho más peligroso de lo que crees. Prueba mi Eterno de Fuego[3]y arde hasta que no queden de ti más que huesos.

La temperatura se elevó de sobremanera. Kanon ya había encontrado otra manera de confirmarlo, además de sus heridas. Lune era un enemigo con un gran poder, incluso para amedrentar y poder dañar de gravedad a un Santo de Oro. El cúmulo de fuego, que se seguía elevando, era muestra de su inmenso y amenazante Cosmos.

Sin embargo, lo que determinaría el destino de la batalla era algo que Lune nunca podría entender. Algo con lo que Kanon había vivido desde que tenía memoria. Algo que los jueces de un tribunal necesitaban para ejercer su trabajo, y por lo cual definía a Lune como un fracaso.

—¿Sabes algo muy extraño? En este sitio puedo abrir portales a otras dimensiones, aunque no conozco para nada como funciona el Inframundo. Significa que este lugar es también una dimensión alterna, ¿no? Tampoco es que necesite desplazarme mucho.

—¿De qué estás hablando? —preguntó uno de los Espectros Terrenales, mientras que otro saltó por encima de él canalizando su Cosmos en su cabeza.

—¡Qué más da! Matemos al gusano dorado y llevemos su cabeza a Radamanthys.

—¡No dejaremos que el señor Lune se lleve el crédito!

Los tres estaban en posición de ataque, aunque Lune aún estaba sobre el Puente, descargando toda su ira y orgullo herido en el gran monstruo de fuego, el Fuego de Eterno que arrasaría todo a su paso. Si Kanon lo recibía… quizás qué sucedería.

Lo bueno era que nunca conocería sus efectos.

—Con ustedes ni siquiera necesito usar mis propias técnicas. ¡Pilar Sagrado! —gritó Kanon, replicando la técnica que había pertenecido al verdadero Dragón Marino, Salem. Con cinco aros de Cosmos de distintos colores creó una serie de torbellinos, como torres de presión cósmica, que se llevaron consigo los ataques de los Espectros Terrenales, y los elevaron mientras los desgarraban. El Pilar Sagrado no se detendría hasta que toda la tropa terrenal de Radamanthys se hiciera pedazos.

—¿Te ocultas con esos remolinos? —preguntó Lune, detrás de las torres—. Fuego de Eterno arrasa con todo lo que esté a su paso, pagarás por haberme humillado el día de hoy, a mí, ¡la mano derecha de Minos de Grifo!

—Cuento con ello. ¿Sabes lo que nos diferencia? Circunstancias. —Kanon frenó con una mano, momentáneamente, la técnica de Lune, y con la otra concentró su Cosmos mientras los Pilares Sagrados seguían girando a su alrededor a toda velocidad—. Así como con las almas, cuyos hechos de vida son dictados por las circunstancias, y no pueden juzgarse como buenas o malas, sino como consecuencias de eventos que los sobrepasan. Las circunstancias son las que te llevarán a la tumba.

Con circunstancias se refería a que las alas de Lune no le permitirían escapar de su caída cuando el Puente de Vientos Negros se rompiera en mil pedazos gracias al Cosmos de Kanon. Con circunstancias se refería a que un juez sustituto que leía una serie de datos en un libro no conocía a cabalidad a una persona, ni a toda su capacidad y astucia. Con circunstancias se refería a que Kanon podía abrir portales dimensionales y Lune no. Con circunstancias se refería a que la vida había convencido a Kanon de que tenía que planear de antemano todo, especialmente contra enemigos que podían superarlo.

—¡M-maldito seas, Gémi…! —gritó Lune, tratando de escapar a su destino fatal, a la vez que el Puente se hacía mil pedazos. Kanon, en caída libre, se acercó a él y le rompió la quijada de un puñetazo, arrastrándolo hasta que se clavó en una de las púas y perdió la vida, mientras el Santo de Géminis abría un portal y se dirigía hacia otro lado.

Y luego… siguió cayendo. Pero ni siquiera eso lo detendría.


[1] Dioscuri Implosion: Pollux, en inglés. Hay dos versiones de la técnica; Saga solo sabe utilizar “Cástor”, mientras que Kanon aprendió “Pólux”.

[2] Fire’s Fury, en inglés.

[3] Fire’s Eternal, en inglés.


Editado por -Felipe-, 16 marzo 2020 - 14:00 .

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#723 Cannabis Saint

Cannabis Saint

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Publicado 25 enero 2020 - 17:25

Que buen capitulo, buena batalla, a esperar el siguiente capítulo, gracias por tu fic!

#724 -Felipe-

-Felipe-

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Publicado 01 febrero 2020 - 13:58

Gracias, Cannabis! :D

 

 

shaina ii

 

Río Aqueronte. Inframundo.

Cinco soldados murieron. Había temido que eso ocurriera, pero en el fervor de la batalla no podía pararse a lamentarlo. Para contrarrestar el dolor, especialmente después de haber vivido sus peores miedos gracias a Dohko de Libra, Shaina se deshizo con sus Truenos de decenas de Esqueletos. De hecho, Dohko le había dicho que solo bastaba con salvar a una persona para saber por qué luchaba, pero aún no conseguía sentirlo todo.

El Navío de la Esperanza recorría las aguas doradas a toda velocidad, perseguido por Caronte y los demás barcos de velas negras. Bombardeos de Cosmos cruzaban de un lado a otro el cielo sin estrellas, y los Santos de Bronce destacaban por su valentía. En el caso de que alguno sufriera heridas, iba Higía y les entregaba primeros auxilios con ayuda de su Cosmos, lo que llamaba Aliento[1].

—¡Jabu, acá! —indicó Retsu, el mayor entre los Santos de Bronce, dando órdenes mientras Higía utilizaba su Cosmos para frenar el sangrado de su brazo izquierdo.

—¡Sí! —Y Jabu saltó y arribó de pura suerte a donde le ordenaron, pues era difícil ubicarse en el Inframundo. Se deshizo con su Trote de tres Esqueletos que habían subido al Navío, a través de un agujero en el muro de hielo creado por Hyoga.

—¡Holokai, Yuli, hacia donde indica mi brazo! —ordenó Asterion, más preciso, y los dos Santos de Bronce atacaron a larga distancia para destrozar uno de los barcos en el momento más propicio.

Shaina usaba alrededor de su cuerpo la Piel de Serpiente. No estaba atacando, solo se limitaba a defenderse mientras veía un gran cuerpo de tierra a lo lejos, cada vez más y más grande. Tierra firme. ¡El Inframundo!

Shaina miró a Holokai, en lo alto de la cofa, y el Santo de Telescopio confirmó lo que veía con un “¡tierra a la vista!” que casi le saca una carcajada. Luego desvió la mirada hacia Dohko, el Sumo Sacerdote, pero éste estaba ocupado en prepararse a saltar al buque de Caronte. ¿Qué debían hacer si llegaban a tierra firme? ¿El barco podía navegar por sobre el aire? ¿Debía continuar por la costa?

Por otro lado, sentía que las dudas eran innecesarias. No sabía cómo explicarlo. Al abrir los ojos después del “ritual” de Dohko, no se sentía diferente. Al igual que Shiryu y Hyoga, solo estaba cansada y afligida por cosas que no deseaba relatar. Cosas demasiado personales. No sentía, en lo absoluto, que había despertado un “sentido”. Además, ¿cómo iba a saberlo? Más allá de los sentidos físicos, de la percepción natural, y de su potente e increíble conexión con el Cosmos desde que había despertado el Séptimo Sentido, Shaina desconocía cómo era “sentirse una con la muerte”.

Sin embargo, después de un rato, al salir a la cubierta, sintió la cosa más extraña del mundo: en medio del caos, de los muertos en el río, de las llamas azules en la orilla, de los Espectros que se arrojaban como cohetes, del cielo rojo, Shaina se sintió casi, casi como en casa. Era como si conociera el Inframundo, y cómo funcionaba la física allí. Bueno, a decir verdad la orientación y el tiempo seguían sin tener sentido, pero no se le complicaba pensar y asumir que con una cierta cantidad de saltos podría llegar a tierra firme.

—¡Shiryu, Hyoga, Shaina, cuidado allá! —dijo Higía, lejos de su frialdad habitual, que lanzaba su Aliento sobre Frauke y Nam a la vez, detrás de una construcción de hielo conjurada por el Cisne, que funcionaba como una improvisada sala de primeros auxilios.

—Lo sabemos —afirmó Hyoga, que llevaba un buen rato congelando tanto a los Esqueletos como a los cañonazos con la mano izquierda, mientras con la derecha trataba de buscar un buen ángulo para atacar a Caronte.

—¿Cómo lo llevas? —le preguntó Shaina, con un grito.

—Mi trabajo es asegurarme de que estén bien —respondió Ave del Paraíso con el ceño fruncido—; solo pido que no me den trabajo de más por puro gusto.

Caronte estaba en medio de una lucha de aguante con Dohko. El Espectro atacaba con su Trituradora de Corrientes, que era bloqueada por Dohko. El Santo contraatacaba con el Tigre Rugiente, que era repelido por la Ley del Dolor que Caronte dominaba. En el instante en que uno de ellos saltara al otro buque, quedaría desprotegido. Primero necesitaban dar con el blanco, conectar un ataque, y recién después saltar.

—¡Maestro, le daré una ventana para atacar! —gritó Shiryu, apresurándose hacia su mentor con el escudo levantado para protegerse.

—¡¡¡NO!!! —bramó Libra, a quien los Esqueletos no eran capaces de acercarse. A penas se ponían cerca suyo eran repelidos por la sola presión de su Cosmos—. No olvides lo que te he enseñado, Shiryu, sobre el honor de un combate uno contra uno.

—P-pero, maestro…

—¡Shiryu, no es momento para esto! Tenemos que saltar a la orilla, no hay tiempo para perder —gritó Shaina, que luego se dirigió al Santo de Delfín—. ¡Venator, más cerca!

—Qué moscas más molestas, ¡no perturben el río al que canto! —gritó Caronte, y el Río del Dolor se alzó y desbordó como un gigante de sombras. Los Santos no sentían su Cosmos, pero podían adivinar que estaba usando todo de sí.

El Navío de la Esperanza zozobró y amenazó con volcarse. Estaba rodeado por más y más barcos negros, que parecían aparecer de la nada, cada vez en mayor cantidad. Dohko se apresuró a atacar, pero la Ley del Dolor también lo estaba cubriendo a él, por lo que usó sus fuerzas principalmente para protegerse. Shaina, protegida aún por la Piel de Serpiente, buscó alguna ruta por donde salir y, quizás, atacar al propio Caronte, cuando su mejor —quizás única— amiga le dio una indicación:

—¡Shaina, ahora, a tu derecha! —Yuli de Sextante, sobre una de las velas, no había terminado de anunciar la dirección, cuando dos cosas ocurrieron a la vez:

La primera fue que Shaina salió del barco por un boquete dejado por Hyoga. No lo pensó una segunda vez, como si se hubiera olvidado de todas sus preocupaciones, como si los miedos a los que se había enfrentado ya no existieran, como si corriera por el patio de su casa.

La segunda fue que uno de esos miedos se hizo realidad en ese mismo instante. El peor, de hecho. Shaina estaba en pleno salto cuando vio pasar sobre su cabeza un enorme remo. Un remo largo, negro, velocísimo. Miró hacia atrás, y vio a Yuli tratando de evitar el golpe, recibiéndolo, sin embargo, en el hombro derecho, que atravesó. Yuli gritó y cayó de lo alto, llevada lejos del Navío por el impulso.

¿Qué diablos iba a hacer ahora? Su Séptimo Sentido iba a ser completamente inútil mientras se hallara en el aire. Shaina miró hacia atrás, desesperada. Su amiga iba a morir y ella no podría hacer nada por evitarlo. Perdería a otro soldado. La Muerte se acercaba… y nadie estaba a salvo.

—¡Maldita sea! ¡Yuli! —gritó una mujer, por última vez.

Entonces vio una sombra saltar. Otras dos lo hicieron muy tarde. La primera tomó a Yuli, le entregó su último Cosmos y la lanzó a las otras dos sombras, al mismo tiempo que un ejército de Esqueletos la agarraba a ella en su lugar, y la empujaba lejos del barco. Las otras dos sombras solo consiguieron rescatar a Yuli y bajarla al nao.

Era cierto lo que decía. Su trabajo era asegurarse de que todos estuvieran bien. Sin embargo, allí, rodeada por un sinfín de Esqueletos que habían formado una masa negra gigante, destrozándolos con sus puños, Higía de Ave del Paraíso era una verdadera Santo, así como la más profesional médico. Una Santo de Bronce que, siempre pendiente, vio a una compañera en aprietos, que saltó a rescatarla antes que Hyoga y Shiryu, que como una doctora le entregó un Aliento para sanar su herida, que la arrojó de vuelta al barco, y que se sacrificó ante los cientos de Esqueletos que se habían ocultado detrás del Navío. Ellos habían aprovechado la marejada de Caronte, y ni siquiera Dohko se había percatado.

Shaina no quiso ver a Higía caer al Aqueronte, pues sabía lo que sería de ella. Su alma se uniría a las demás. Era ya parte del Inframundo cuando Shaina comenzó a correr por los barcos negros que se habían ordenado para hacerle un puente, tal como Yuli le había indicado. ¿Por cuánto tiempo había cuidado Higía de ellos? ¡Casi toda su vida como Santo, por lo que recordaba! Aunque era seca y cortante, su Cosmos era el más cálido y benevolente, y se había dedicado a proteger a otros más que ningún otro. La guardiana de la Fuente había decidido defender la vida… pero en el reino de la muerte, no habría estado nunca cómoda, pues el mismo universo estaría en contra de su vocación y deseo.

La oficial de la Fuente de Atenea, Higía de la constelación de Apus, murió al hacer contacto con el Aqueronte. Shaina no había podido salvarla. No se permitiría más fallas.

 

Necrópolis. Segunda Prisión. Inframundo.

Shaina corrió, intentando no pensar en lo que había visto… sin éxito. Ya había dejado a sus pares muy atrás, se adentraba en lo desconocido, en bajada hacia los infiernos más profundos. A su alrededor había montañas rocosas, sumamente deformes (estaba segura de que algunas iban en contra de las leyes de la física), golpeadas por la lluvia más fría que hubiera sentido en su vida. Sentía que le calaba en los huesos, que cada gota se metía bajo su piel y le congelaba los músculos, dificultándole correr. ¡Y ni siquiera había nubes arriba! La lluvia solo caía del cielo, así nada más, arremetiendo con bríos contra aquellas millones de llamas azules que se encontraban alrededor, y que no deseaba tocar otra vez. Ya lo había hecho unos minutos atrás (¿o habrían sido horas?), y desde ese momento se decidió por ignorarlas. Ni siquiera quería pensar.

Pero, al menos, el sonido de la lluvia la hacía sentir viva. Sin saber cómo, había despertado el Octavo Sentido. Durante el ritual de Dohko se había enfrentado a la muerte, había visto a sus compañeros morir (incluyendo a la propia Higía) una y otra vez. También vio su propia muerte. Lo vio tantas veces que la muerte se le hizo natural.

Tal vez por eso no había llorado. Quizás después, cuando pudiera enterrarla. No se había vuelto desalmada, sino que ahora era una con el concepto de la muerte. No sentía nada muy distinto, a pesar de que se encontraba en el mismo estado que Shaka de Virgo durante gran parte de su vida… la idea le hacía temblar aún más que la lluvia.

No le sorprendió lo que encontró después de un rato, a pesar de lo ridículo que era verlo allí en el infierno. De verdad se sentía como si el Inframundo fuera otra ciudad, u otro país, como cuando fue llevada a Atenas desde Milán. Pero si no era con la palabra “ridículo”, ¿cómo más podía describir ver a un templo egipcio en medio del infierno?

Si recordaba bien, era el Templo de Abú Simbel. Una réplica, claramente. Un muro enorme, que de alguna forma era la única cosa no corroída por el viento y la lluvia, y que se extendía por unos 400 metros a ambos lados. Shaina no era capaz de adivinar de qué estaba hecho, pero de seguro no era piedra. Tenía también una entrada al centro, rodeada de gigantescas columnas en ruinas; no de forma decorativa, sino como un claro resultado de un combate. ¿Qué habría ocurrido allí?

También se encontraban las cuatro famosas estatuas de Ramsés II sentado, pero allí se ponía raro el asunto. Las cuatro estatuas tenían gemas reemplazando a los ojos, que irradiaban un resplandor púrpura, como las Surplice; además, en lugar de tener las manos sobre las rodillas, las tenían hacia el frente, como si previnieran a los visitantes indeseados de entrar. Tampoco parecían hechas de piedra, sino de algo más vivo. Algo que Shaina no deseaba reconocer. Y lo más raro de todos era, evidentemente, que parecían hablar.

—No te acerques, intrusa —dijo la voz de una de las estatuas.

—No te acerques. No eres bienvenida —dijo otra.

—No puedes entrar. No hueles a muerte.

—No se permite la entrada a alguien vivo.

Las voces se mezclaban con el viento, las estatuas se mezclaban con la potentísima lluvia negra, la entrada se mezclaba con el muro gigantesco, y los ojos se mezclaban con verdaderas Surplice.

Pero no podía perder más tiempo en la arquitectura y en la locura que presenciaba durante cada minuto de su travesía, Shaina corrió hacia la entrada del templo en ruinas, segura de que tenía que ser la ruta correcta para seguir bajando. Tal vez había sido Atenea quien había dejado esos destrozos. ¿O se encontraría aun detrás de ella? ¿O quizás había sido ya víctima de los Espectros? ¡No saber era desesperante!

 Entonces, mientras se acercaba a la entrada, comprendió por qué los ojos parecían Surplice. Dos de ellos, efectivamente lo eran. Se olvidó de aquello en lo que pensaba.

—Te dijimos que no puedes entrar a la Necrópolis, intrusa —dijo un Espectro con yelmo cornudo y de rostro bruto, portaba una lanza en la mano derecha. Estaba sentado en la cuenca vacía del ojo de una de las estatuas, y por eso parecía uno más.

—Oye, ¿es que acaso está viva? —dijo el otro Espectro, flacucho y pequeño, que cargaba un arco más largo que él, de color negro como la noche. Su Surplice parecía estar cubierta de gruesas escamas.

—No tiene sentido, debe ser un espíritu desviado de su camino. —El Espectro, en la cabeza de la estatua, apareció súbitamente frente a Shaina y le golpeó en el vientre, enviándola a volar—. ¿¡Te atreves a enfrentar a la Estrella Terrenal Silvestre[2], Eanos de Becerro?! ¿Y a Alinos de Caimán, Estrella Correcta[3]? ¡Somos Espectros elegidos por el mismísimo señor Aiacos!

—Un momento, ¿pudiste golpearla? ¿No estaba muerta?

Shaina se estampó contra una columna y rápidamente voló hacia el Becerro, con la mano derecha cargada de electricidad. El Espectro usó su lanza y Shaina fue rasguñada en el rostro antes de destruir el arma con un Trueno.

—¿Pero qué diablos está…?

—Te metiste con la guerrera equivocada, ¡déjame pasar!

Shaina utilizó la Mordida Sónica y rápidamente le arrebató la vida al Espectro, con una furia que le estaba costando controlar. Pero no podía negar que se sentía sumamente cómoda allí en el Inframundo.

Además, su Séptimo Sentido parecía estar despierto. Era consciente de todo a su alrededor, y así pudo esquivar las flechas que Alinos le disparó. Era sencillo. Después de un rato, Shaina saltó hacia la estatua con Truenos en sus manos, pero no esperó que el tal Alinos contraatacara tan bien, con un rodillazo en su cara.

—¡Estás viva! ¡Hay un humano vivo en el Inframundo! ¡En nuestra Necrópolis! —exclamó, acercándose a ella mientras ambos caían. Tensó el arco, buscaba clavar todas sus flechas apenas ella se estampara contra el piso.

—¡Por favor, hazlo callar ya! —pidió Shaina, consciente de lo que se hallaba a su alrededor. De quién se hallaban a su alrededor.

Una ráfaga azul atravesó el cielo a toda velocidad, y un puñetazo de zafiros chocó contra la mandíbula del Espectro, enviándolo brutalmente hacia una de las estatuas, que perdió de inmediato la cabeza con el impacto. Un breve temblor remeció a Shaina a la vez que caían las piedras y los escombros, y el templo se parecía más al que se encontraba en el mundo de los vivos.

Momento de silencio. Se le acercaron pisadas, pero Shaina no levantó la guardia, y menos cuando él habló.

—Oye… sé que hemos tenido nuestros problemas, pero…

—Haz lo que quieras —dijo Shaina, que escupió al suelo a la vez que Seiya, Santo de Bronce de Pegaso, y uno de los seres más significativos para ella, le daba un resuelto y cálido abrazo. Ella tuvo que hacer uso de toda su fuerza de voluntad para no expresas sus más cálidas emociones de vuelta.

Seiya estaba vivo. ¡Realmente estaba vivo! Había una luz de esperanza en el medio de la oscuridad, no todo había salido mal.

—Los extrañé mucho, necesitaba ver a cualquiera de ustedes —admitió el tarado de Seiya, cuyo rostro estaba cubierto por el negro cabello de ella—. Incluso Ichi servía.

—Bien, bien, basta —dijo Shaina, apartando a su compañero de armas. Muy tarde se dio cuenta de que estaba sonriendo, y le dio un puñetazo a Seiya en el estómago—. No vuelvas a hacer eso, ¿oíste?

—S-siempre un gusto, S-Shaina —respondió Seiya, de rodillas, alzando el pulgar.

Shaina comprobó rápidamente que los dos Espectros estuvieran muertos y revisó el lugar para saber si había más enemigos. No podía sentir Cosmos enemigos, pero eso no evitaba que hicieran ruido.

—¿Cómo has estado? —le preguntó a Seiya, que al fin se puso de pie.

—Me encontré con Kanon, está luchando más atrás. ¿No lo viste?

—¿Kanon? —Debía ser una pequeña sorpresita de Dohko, pero si él confiaba en Kanon, ella no iba a complicarse la vida—. No… yo llegué por otro lado.

—¿Otro lado? Espera, primero respóndeme una cosa. ¿Cómo estás aquí? ¿Cómo puedo estar vivo? Me habían dicho que aquí todo lo vivo se moría. ¿Estoy muerto?

—Eso es más de “una cosa”. Y asumo que el puñetazo te dio la prueba de que tú y yo estamos igual de vivos. Sobre lo otro… parece que tengo algo que relatarte. Y tú debes aprovechar de decirme lo que sabes, Seiya.

 

La conversación se extendió por lo que parecieron varios minutos. U horas. Algún punto entre medio. La lluvia seguía cayendo, pero ambos se habían acostumbrado. Solo el viento era algo molesto, pero no tanto por su intensidad, sino por el olor nauseabundo que estaba trayendo desde el interior del templo. Las llamas azules, o almas, como explicó Seiya, seguían dando vueltas por allí y por allá, golpeadas por la lluvia y arrastradas por el piso. Una escena violenta, desconcertante y desesperanzadora. Algunos los observaban, pero incluso así seguían sin intentar abandonar su castigo. Así eran las leyes de Hades.

—Entiendo. Así que Atenea está delante de nosotros todavía… pero, eso significa que necesariamente debió pasar por aquí. El resto solo son montañas, pero la única vía en bajada es esta.

Seiya, sin embargo, no la escuchaba. Se había retirado, en silencio, absorto en sus pensamientos y sentimientos, desde hacía un rato.

—¿Están todos aquí? ¿Shiryu y todos los demás? —musitó.

—Sí. No solo por ti, Seiya, sino por Atenea.

—¿Es que no se dan cuenta? Este es un mundo de muertos, donde no sobreviven los que carecen de este… ¿cómo se llama? ¿Ayarashaka?

Arayashiki. Y tienes razón, solo seis Santos lo hemos despertado, incluyendo a Kanon; por eso está el Navío de la Esperanza.

—Donde Higía murió —dijo Seiya, y sus palabras fueron como un puñetazo—. La encargada de sanarnos fue la primera en caer. ¿Y cuántos le van a seguir? ¿Por qué diablos tuvieron que seguirme?

—Dijiste que estabas contento de verme. De ver a cualquiera de nosotros.

—¡Eso fue antes de saber que fuera del barco podían morirse! —explotó Seiya, cambiando de ruta y dirigiéndose en dirección contraria al templo.

—¡Seiya!

—¡No me detengas! Voy a ayudarlos a todos, no dejaré que nadie más muera.

Shaina se le puso en frente y estuvo a punto de golpearlo en la cara. Sin embargo, sin poder entender por qué, apoyó la mano sobre su hombro con gentileza. Obviamente ya había perdido la cabeza, y no podía parar de hablar.

—Seiya, yo tampoco quiero eso. No quiero perder a nadie más, y tú sabes lo que he perdido, ¿no? Sabes de Cassios y Dante. Te hablé de Al-Marsik. Ahora Higía y tal vez Yuli también. Sabes todo eso.

—Sh-Shaina… —Seiya realizaba el esfuerzo más mínimo para responder. Agua se hallaba en su rostro, pero bien podría haber sido la lluvia que mojaba su cabello castaño. No aplicaba fuerza, al no verse convencido.

—Shiryu, Hyoga, Shun y tú hicieron una promesa hace tiempo, ¿no es así? ¿Serías tan amable de recordarme qué era?

—Nunca mirar hacia atrás —contestó en seguida el Pegaso, que recuperó sus ojos de guerrero súbitamente. Determinación y corazón eran sus más bellas cualidades.

—Así es. Nuestra misión es seguir adelante, encontrar a Atenea y vencer a Hades. Y somos los que están más cerca de ella. Shiryu, Hyoga y el maestro Dohko vendrán, y cuando lo hagan será mejor que tengamos el camino lo más libre posible. Hazlo por ella, Seiya… por Saori Kido.

Seiya se separó de Shaina y le dio la espalda, enfrentando nuevamente a las cuatro estatuas, una de las cuales había derrumbado con un solo puñetazo. Había despertado su Séptimo Sentido con solo ponerse a combatir, y el Octavo sin siquiera saber de qué se trataba o cómo se le invocaba. Era joven, pero ya era el guerrero que Marin esperaba que fuera, y que Shaina había visto frente al dios Poseidón, tiempo atrás.

«¿Desde cuándo tienes la espalda tan ancha, Seiya?», se preguntó Shaina, antes de darse un fuerte puñetazo en la cara mientras Pegaso le daba la espalda.

—Qué estúpida —susurró ella.

—Tienes razón, estaba siendo muy estúpido. Mi trabajo es hallar a Saori y acabar con Hades. No debería ser tan precipitado cuando ella depende de nosotros. Y los demás también son Santos, sabrán cuidarse solos. No volveré a mirar atrás —sentenció Seiya, mientras ella se daba un par de cachetadas más. ¡Ella también era una Santo, por el amor de todos los dioses! Era el colmo—. Gracias, Shaina, y lamento el retraso.

—D-da igual —dijo ella, y pasó junto a él. Ambos miraron el templo egipcio y, sin decirse nada más, comenzaron a correr hacia la entrada. Hacia donde el olor era peor, más nauseabundo a cada paso que daban, similar al Templo del Cangrejo.

Ahora sí que nada los detendría. Habían hecho las paces consigo mismos. Eran los Santos de Atenea, los guerreros de la esperanza. Y, si no era por ellos mismos, al menos debían hacerlo por aquellos que apreciaban. Sus seres queridos, y también los que habían dejado el mundo y se habían unido a las estrellas.

 

Al atravesar el arco, el olor se hizo casi insoportable, pero pudieron ignorarlo por un segundo ante el terror que les causó una llama flotante que se les acercó agresivamente. Se había separado de un grupo de otras almas, todas azules, las únicas luces en un sitio oscuro… pero ésta era blanca como la nieve, el fuego más extraño que hubieran visto.

—Maldita sea, ya no quiero ver estas cosas —se quejó Seiya, retrocediendo hacia la salida con pasos nerviosos.

—Espera, se dirige a nosotros.

—¡Por supuesto que lo hace! Son almas, Shaina, son gente que murió de verdad, y no me gusta…

—No. Se dirige a nosotros. Ninguna de las otras puede, son incapaces de escapar a las leyes de Hades.

—¿Ah? Un momento, es cierto. ¿Y por qué es blanca?

Ambos se pusieron en guardia, y la flama, rauda, se detuvo abruptamente cuando estuvo a escasos centímetros del brazo extendido de Shaina. Ante la cercanía con ellos, la blanca llama comenzó a tomar forma, y lo primero que hizo fue emitir un sonido:

Shhh, por favor no griten, y síganme.

Eso fue útil. Ambos tuvieron que ahogar el grito, y de no ser por la advertencia, al menos Seiya lo habría lanzado. Quizás también Shaina, no sabía qué decir. Una persona se encontraba frente a ellos. Un alma, pero que se había dirigido a ellos personalmente. Una joven de cabellos rubios, pestañas larguísimas, ojos negros, piel tersa y un largo vestido blanco flotaba frente a Shaina y Seiya. Para la primera, esa figura se le hacía extrañamente familiar. Como alguien que solo hubiera visto de manera lejana, pero que era, al mismo tiempo, alguien importante.

Síganme y no hagan ruido, por favor —rogó, antes de alejarse hacia la izquierda, junto a un muro. Se había convertido nuevamente en una flama blanca, y se alejaba.

Seiya la miró. Shaina a él. No tenían muchas opciones.


[1] Breath, en inglés.

[2] Chishou, en japonés; Dichang, en chino. En la novela Al Borde del agua, es la estrella correspondiente a Kong Ming, la “Estrella Peluda”.

[3] Chizen, en japonés; Diran, en chino. En la novela Al Borde del agua, es la estrella correspondiente a Fan Rui, el “Demonio del Caos”.


Editado por -Felipe-, 01 febrero 2020 - 13:58 .

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#725 Cannabis Saint

Cannabis Saint

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Publicado 02 febrero 2020 - 08:42

Buena historia, me gusta como Shaina ocupa el lugar de Shun, jaja, y creo saber quién es esa alma, me gusta el rumbo que está tomando el Chapter inferno, saludos

#726 -Felipe-

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Publicado 08 febrero 2020 - 16:55

La verdad es una decisión con la quedé conforme, pero no es tan así tampoco. Al principio, sí, Shaina actuará como "reemplazo" de Shun, pero eso será solo para los eventos de la Necrópolis. Luego, ya tendrá un rol propio.

 

Gracias por comentar, compañero Cannabis, y muy rápidamente. Muchas muchas gracias.

 

 

 

El siguiente capítulo es algo raro, lo lamento, pero pasan varias cosas allí y hay muchos involucrados. Ojalá lo disfruten.

 

 

SEIYA IV

 

Necrópolis. Segunda Prisión. Inframundo.

Persiguieron al extraño fantasma con cuerpo de mujer, pegados al borde del muro de la izquierda. El ánima les pidió encarecidamente que se quedaran a cierta distancia de ella para que pudieran aún verla y seguirla, pero no lo suficiente como para ser iluminados y potencialmente descubiertos debido al destello de su alma. Necesitaban permanecer en la oscuridad, especialmente ahora que no podían confiar en la cobija del silencio.

Una melodía lúgubre, vibrante, estridente y muy incómoda resonaba a través de los salones que recorrían. Seiya podía oír gritos aterradores y chillidos agonizantes. Sentía que se pondría a temblar si seguía acercándose a la fuente del sonido. Era un arpa, eso era claro, pero al mismo tiempo era como ningún arpa que hubiera oído jamás antes, y esos instrumentos eran muy usuales en Rodrio.

—Shaina, esto es…

—Silencio, Seiya —le ordenó la Santo de Ofiuco. Su voz podía parecer tranquila, pero Seiya la conocía ya demasiado bien, y sabía que ocultaba sus verdaderas emociones: estaba tan nerviosa como él.

Avanzaron hasta una sala donde el sonido era más molesto e intenso. Demasiado como para aguantar sin ponerse las manos en las orejas, tal como Seiya y Shaina hicieron poco después. El verdadero desafío fue no emitir un grito cuando vieron lo que vieron.

Cientos de llamas azules se encontraban en el centro del enorme salón, almas que se hallaban sumergidas en una suerte de fango negro, como brea. Gritaban. Aullaban. Se retorcían liberando pequeñas ascuas del mismo tono azulado, y las ascuas eran golpeadas por la lluvia negra que caía por un agujero perfectamente redondo en el techo. Podían ver el techo, a pesar de lo alto que estaba, justamente debido a las almas que se encontraban ahí sufriendo. Seiya no había sentido tanto dolor reunido nunca. Ante tanta aflicción, no pudo evitar ponerse a llorar. El Octavo Sentido que despertaban todas las almas te hacía capaz de recordar todos tus pecados… pero las leyes de Hades impedían el escapar.

—No te detengas, Seiya —le advirtió Shaina, aún más pegada a la pared que antes, tratando de esquivar la luz emitida por las almas. El misterioso fantasma seguía avanzando a una prudente distancia delante de ellos.

—Shaina… e-ese es…

—¡Sigue caminando! —musitó Ofiuco, con fuerza.

Seiya se había quedado paralizado, en parte, mirando al hombre que tocaba el arpa, recostado en un sillón poblado de joyas, frente a cientos de almas. Era un hombre de piel morena, de cabello negro azabache, liso y peinado al estilo Cleopatra, usando una Surplice que también evocaba el tema egipcio. Llevaba un brazalete en el antebrazo derecho, de un tono dorado apagado, y una serpiente metálica enroscada en el izquierdo, de color negro. La asombrosa Surplice, que mezclaba negros y dorados, incluía una diadema adornada con una cabeza de gato, largas hombreras, un taparrabos de mortemita y un arpa alargada de diez cuerdas, como un arco, de color gris. El Espectro rasgueaba con brusquedad las cuerdas del arpa, conservando los ojos cerrados y una sonrisa pérfida que indicaba que disfrutaba de lo que fuera que estuviera haciendo a las almas.

Sin embargo, eso solo fue algo que Seyia recordaría más adelante, después de mirar lo más horroroso que hubiera visto en su vida. De alguna manera, en ese salón gigantesco y repleto de columnas majestuosas y llenas de jeroglíficos, se encontraba una criatura tan terrible que pensó en principio que estaba soñando o que había visto mal.

En el fango se hallaba una suerte de cocodrilo, de unos veinte metros de largo, que asomaba la cabeza, la cola y los ojos de vez en cuando. Parecía ser del mismo color negro brea que el agua donde se hallaba. Las veces que sacaba además las fauces a la superficie, se podía encontrar una hilera de dientes aserrados que pronto devoraba algún alma que tuviera cerca, y lo tragaba con celeridad. Tenía muchísimas patas, algunas con dedos que lucían como gusanos, y otras con garras como espadas. Como los Cetos que azotaron el mundo durante el Mabelmok, era una criatura salida de las más feas y vulgares pesadillas, una bestia nacida en las sombras.

—¡S-Seiya! —le llamó Shaina otra vez, muy lejos de él ahora. Si continuaba iba a dejarse oír, y el plan del fantasma fallaría… pero sentía que debía hacer algo.

—T-tengo que detenerlo; está torturando a toda esa gente y…

—¡Seiya! —exclamó Shaina esta vez, mucho más claro, y Seiya volteó hacia ella.

—Parece que encontramos un muchachín astuto —dijo un hombre frente a él. Un Espectro de frente amplia, cabello y ojos negros, un aro en la oreja, y un torso esbelto que lucía desproporcionado en comparación con sus grandes piernas. Lucía una Surplice con escamas y garras en las hombreras, similares a las de Shiryu. ¡Lo había descubierto!

—¿Quién…?

—¡¡Seiya!! —gritó Shaina, a quien ya no podía ver.

—Al señor Pharaoh no le gusta que se le escapen las ratitas —dijo el Espectro, que se acercó rápidamente a Seiya. Éste levantó la guardia y se protegió de todos los ataques que le arrojó con las manos y brazos. Era rápido, pero no más que él—. ¿Hm? ¿Qué pasa con este muerto?

—¡Es que no está muerto! —dijo una mujer, a espaldas de Seiya. Éste no consiguió protegerse de su ataque a tiempo, y terminó arrojado hacia el centro de la sala por una patada de burro que hubiera esperado de la misma Shaina. Le hartaba esto de no sentir el Cosmos de los Espectros.

—Seiya… —susurró Shaina, lejos de él. De no ser porque conocía su voz, habría reconocido el sonido como el viento.

—¡El muchacho era mío, Tamako! —chilló el primer Espectro.

—Aún no está muerto, Camilo —explicó la mujer de rasgos asiáticos y cabello corto, que lucía un Surplice con alas marrones, plumas que salían de brazales y perneras, y una extraña cola que aparentaba ser una tercera pierna. De hecho… ¿acaso se movía?

—¡No me vengas con estupideces! ¡Es mío y del señor Pharaoh, de nadie más!

—Deja de ponerte tan celoso.

Seiya, peligrosamente cerca del pozo, se puso de pie, se alejó del cocodrilo e hizo arder su Cosmos. Eran Estrellas Terrenales, como los que atacaron afuera. Más peligrosos que un Esqueleto, pero nada que le complicara la vida. Sin embargo, se sentía afligido y dolorido. Su atención no estaba puesta en los dos enemigos de adelante, sino en el músico que seguía tocando su arpa, y cuya música le estaba haciendo daño lentamente.

El Espectro no abrió los ojos, pero sí la boca. Su voz era suave y relajante, lo que contrastaba irritantemente con la música que proyectaba. Sonreía como si todo estuviera bajo su entero control. Las joyas relucieron con el reflejo de las luces oscuras de su negra Surplice, y tintinearon cuando el Espectro se acomodó y cambió la pierna de apoyo por la otra, que se recostó con todo placer.

—Camilo de CaiCai[1], Estrella Prisionera[2], Tamako de Yatagarasu[3], Estrella Fuerte[4]. ¿Podrían explicarme por qué este hombre se ve tan vivo? —Apenas habló, el cocodrilo de la fosa vomitó el alma que estaba comiendo, volvió a salir a flote, y observó con sus ojos rojos a Seiya, casi como si observara su alma. El alma, llorando, estaba tan masticado que ya no era posible reconocerlo, ni como un vivo ni como un muerto.

—Disculpe, señor Pharaoh, no me di cuenta, pensé que era simplemente un alma que intentaba escapar —se excusó Camilo, arrodillándose ante el tal Pharaoh hasta que su frente tocó el suelo.

—Recuerdas lo que eras, ¿verdad? Un simple hombrecito que educaba a humanos de día, y que de noche deseaba, por así decirlo, ser educado por otros.

—S-sí, mi señor, pero ahora ya no…

—Claro que no, eso ocurría cuando eras humano. Ahora eres un Espectro, y como tal, debes cumplir con tus obligaciones. Eso incluye no interrumpirme cuando interpreto mis melodías —dijo Pharaoh, aún sonriente y tranquilo—. Eso incluye no molestar a mi querida Ammyt[5]. Eso incluye que no te recuerde tus pecaditos en el mundo humano con tus conversaciones sucias a distancia para que ella no te devore (¿uno de tus interlocutores no era Zhou? Me parece hilarante). Eso incluye que si vuelves a hacer algo como esto, el beso que tanto anhelas no será uno que te guste. ¿Entiendes lo que digo?

—Sí, mi señor. —Camilo parecía a punto de enterrarse bajo tierra. ¿Tal nivel de devoción producía el otro Espectro?

Seiya no se movía. No porque no pudiera, sino porque sentía que cualquier intento de defenderse de la mujer, Tamako, que sí estaba en guardia, supondría dejar de vigilar al tal Pharaoh, lo que sería fatal. Aunque no estaba en guardia ni emitía Cosmos, Seiya sabía que era increíblemente peligroso con solo mirarlo.

Su música continuaba. Su horripilante melodía del infierno. Seiya notó demasiado tarde que sus oídos se habían puesto a sangrar hacía un buen rato.

—Ahora, Tamako, en tu vida humana parecías ser buena para asesinar desde muy joven, ¿no es así? —El hecho de que Pharaoh fuera consciente de las vidas pasadas de los Espectros, que supuestamente las olvidaban, le hacía parecer muy peculiar. Seiya no sabría cómo enfrentarlo.

—No lo recuerdo, mi señor —argumentó ella.

—No importa. Cuando pregunté por qué este hombre seguía vivo, esperaba que tú me respondieras, así que si no puedes hacer eso, al menos deshazte rápido de este niño.

—En seguida, señor. Mito del Sol[6]

En su mano, Tamako conjuró una inmensa bola de fuego rodeada por plumas de color negro como la noche. Aunque no quemaba su mano, sí parecía emitir calor, y las almas de la fosa de brea se movieron lejos de ella, aun chillando de dolor.

¿Qué haría? Podía defenderse del ataque, pero estaba seguro de que no debía, de ninguna manera, perder de vista a Pharaoh. No se esperó, sin embargo, el ataque sorpresa del otro enemigo presente.

¡Mito del Mar![7]

La bola de fuego despegó cuando Seiya se estaba protegiendo del torrente de agua a presión que le arrojó Camilo, desde el suelo. Pharaoh iba a tener que esperar: tenía que defenderse y contraatacar.

Seiya golpeó velozmente el aire, en horizontal, y creó un vacío de aire por donde el Mito del Mar se desvió. No había practicado el movimiento, se le ocurrió en la lucha con Caronte y su Trituradora de Corrientes. El Mito del Mar se convirtió en una lluvia que se mezcló con la que caía por el agujero en el techo, fría y desalmada, y Seiya aprovechó la perturbación para dar un gran salto y patear el Mito del Sol de vuelta a su dueña.

Ésta, sin embargo, contraatacó con otro ataque idéntico para protegerse, y se alejó con ayuda de sus tres piernas y alas. El vapor que Seiya buscaba se dispersó por toda la estancia, y por tan solo unos segundos, las almas dejaron de aullar de dolor. Eso calmó el corazón de Seiya, aunque fuera por unos tiernos y dulces instantes. Estos acabaron tan pronto como comenzaron.

 —¿¡Pero qué demonios…!? —gritó Seiya, cuando la bestia de la fosa, el Ammyt, salió cubierta de brea y le agarró de la pierna. El Santo de Pegaso tuvo que desviar todo su Cosmos a ella para que el monstruo no se la arrancara de un tirón, a la vez que lo levantaba por los aires.

—Mi Ammyt no soporta el olor de lo que está vivo. ¿Será que deberá aprender a masticar lo que no está muerto? La bestia condena las almas de los que fallan en el juicio.

Era enorme, con dientes y garras como largas y filosas espadas. Mientras golpeaba con los puños a la bestia, sin éxito debido a su tamaño, Seiya pudo ver a Pharaoh, que le dedicaba por primera vez su mirada, dorada como las joyas que decoraban tanto su Surplice como su sillón. Aún sonreía. No debía protegerse de Pharaoh en sí, ¡sino de su dominio sobre su mascota!

—Fue una buena idea mantenerme a raya, chico, pero no te ocupaste de todos los peligros, ¿no crees? —se burló con su voz más irónica.

—Y tú tampoco te percataste de todas las variables; ¡ahora sería un buen momento para que salgas, Shaina!

Pero el Trueno de la Santo de Ofiuco destelló antes de que Seiya acabara la oración. La electricidad, en conjunto con las distintas lluvias, causaron una explosión cósmica que arrasó con los dos Espectros Terrenales.

El Ammyt también soltó un rugido de dolor cuando el Trueno le alcanzó. El fulgor del Cosmos de Shaina se dirigió principalmente a la mitológica bestia, que cayó quemada sobre el fango, a la vez que Seiya se escapaba de sus fauces (y el fuego que se potenció con la misteriosa brea) con un salto, dejando una estela de sangre de su pierna a su paso. No iba a poder caminar normalmente si no trataba pronto sus heridas.

En el aire, mientras sentía a Shaina acercarse, encontró la mirada de Pharaoh, que no se había movido un solo ápice. Seguía sonriendo, observándole con confianza. Seiya llevó su Cosmos a su puño derecho y proyectó un potente Cometa que cortó el aire y fue en picada hacia el Espectro Celestial.

Beso en la Oscuridad —dijo Pharaoh. Sorpresivamente, lanzó un ósculo al aire. En seguida, todo se volvió negro, como si en principio nada hubiera existido allí. Solo el arpa y sus notas estridentes y macabras se escuchaban en el salón.

La oscuridad reinaba y hasta la luz de su Cometa se había apagado. De hecho, Seiya ni siquiera era capaz de ver sus manos o sus piernas.

—Esta es la Necrópolis, la Ciudad de los Muertos. Yo soy el Espectro Pharaoh de Esfinge, Estrella Celestial Guardiana[8], uno de los hombres de confianza de Garuda. En mi ciudad, todos son juzgados. En mi Necrópolis, su ley es mi ley.

Cuando la luz regresó, Seiya se encontraba de rodillas frente a Pharaoh. Sus pies tocaban la brea donde navegaba el Ammyt, que aún debía seguir viva, y las cien almas de diversas personas eran torturadas por el arpa. No… lo sentía ahora. En todo su cuerpo. El pozo era increíblemente profundo. Las almas que había visto eran las de la superficie, pero debía haber millones más sumergidas en el asqueroso fango negro. ¿Acaso el Ammyt estaba abajo con ellas ahora?

Quiso ponerse de pie, pero Camilo y Tamiko le tenían sujeto fuertemente, con las manos en la espalda, a pesar de que habían resultado gravemente heridos por el Trueno de Shaina. La Santo de Plata estaba de rodillas a su lado, pero en su caso estaba dominada por el… ¿era un bastón? Un báculo rojo, larguísimo, portado por un Espectro de cabello castaño que bien podía pasar por un chimpancé, dados sus rasgos faciales. Su Surplice incluía cola, corona y varios símbolos de arte chino. Sus ojos eran negros y traviesos, lucía una sonrisa desproporcionada con su cabeza, una nariz chata y la barba mal cortada.

—¿Q-quién diablos eres tú? —preguntó Shaina. De alguna manera, el bastón en su cuello había bloqueado todos sus movimientos.

—Estrella Terrenal Maligna[9], jajajajaja, lo siento, pero me hace mucha gracia que un Santo no pueda moverse, jajaja, una mujercita a merced de mi Vara de Anillos Dorados[10].

—¿Qué dijiste, hijo de pu.ta?

—Zhou de Sun Wukong, hace un rato estaba hablando de ti —dijo Pharaoh, que cambió el ritmo y la melodía de sus rasgueos en el arpa. Los oídos de Seiya y Shaina se pusieron a sangrar profusamente. Pero lo peor era el dolor en el pecho—. De que solías conocer a Camilo, ¿no?

—No lo recuerdo, jajajajaja —rio Zhou, mientras CaiCai escupía a la fosa de brea.

—Bueno, no importa. ¿Conf… lo que te pedí?

—Por supuesto, y es verdad jajajaja. Estos dos son Santos vivos que se infiltraron en el Infr…; el resto está …ando ahora contra Ca…e en el río.

—Santos vivos, ¿eh? Me pregunto cómo lo logr…

Le costaba mucho escuchar oraciones completas. Seiya tenía un dolor horrendo en el pecho, como si sus costillas se quebraran y algo quisiera salir de allí. ¿Su esternón? No lo sabía, pero le estaba costando un mundo respirar. Le estaban desgarrando el pecho desde el interior, y no era capaz de hacer nada para evitarlo.

—Santo de Atenea, lo que estás sufriendo es mi Maldición de la Balanza[11], un arte de la antigüedad para juzgar a los avaros de …lugar. Incluso Cleopatra, cuya alma está en lo prof… de la brea que toca tus pies, fue …ntada por el peso de sus pecados.

—Ya me juzgaron antes, ¡no necesitas recordarme que para ustedes es malo cazar insectos y pescar en el río! —Trató de zafarse, pero Camilo le golpeó en la cabeza. Estaba perdiendo las fuerzas ante la fuerza del mar y el sol de los dos Espectros, y mucho más ante el insoportable ruido del arpa.

—No me interesa lo que hicieras, ya que es tu propio corazón el que te condenará. —Detrás de Pharaoh apareció una gigantesca balanza dorada, con dos platillos plateados que parecían flotar por Cosmos puro. El resto era oscuridad que no era iluminada por los destellos de los fuegos fatuos cerca de él. En uno de los platillos, el de la derecha, apareció un ave brumoso, que dejó una pluma infinitamente real.

—M-mi pecho… ¿qué…? —dijo Seiya. Algo brillaba en la zona de su corazón.

—Este es el juicio de Osiris, cuando el Ib[12] se somete a pesarse con la Pluma de Maat —explicó Pharaoh, que aceleró. Cada rasgueo era sinónimo de dolor.

—S-Seiya, ag-aguanta —dijo Shaina, que respiraba entrecortadamente. Seiya pudo ver como se inflaba su pecho, sobre uno de sus senos, bajo el Manto de Plata. Algo del porte de una manzana intentaba salir, y ella cerraba los ojos como para tratar de aliviar el dolor. Seiya descubrió que lo mismo le ocurriría a él, después que a ella.

—Es muy sencillo: si el Ib que te arranque pesa más que la pluma de Maat, caerás a lo más profundo del pozo, donde mi Ammyt, cuando se recupere, te masticará por la eternidad. Si la pluma pesa más, entonces aliviaré tu dolor y te dejaré cruzar mi ciudad. —Pharaoh soltó una pequeña carcajada que Zhou se apresuró a tapar con su mano, como si estuviera acostumbrado—. Mucho mejor. Entenderás que eso nunca ha ocurrido, pues el ser humano es asquerosamente sucio. Yo soy quien más cumple con las reglas del señor Aiacos, y desde luego de mi dios y rey Hades, de quien soy su músico predilecto, uno de sus Espectros favoritos. Jamás le he fallado, y tampoco lo haré ahora. ¡Despídanse de sus corazones y que el juicio sea justo!

 

Shaina parecía sufrir demasiado, hasta más que él. Se encontraban en problemas. Tenía que hacer algo antes de que sus corazones fueran arrancados por la Maldición de la Balanza, y solo había dos estorbos.

—Este tipo debería estar muerto —dijo Tamako, con frialdad.

—Deja de decir eso, tonta, ya lo sabemos —le espetó Camilo.

—No, me refiero a que no se está muriendo. Está muriéndose menos.

—¿Qué?

Seiya elevó su Cosmos a pesar del dolor que sentía. Un dolor horrible, tenebroso, como si lo abrieran de adentro hacia afuera. Sin importar nada, incluso si una de entre sus enemigos era mujer, la vencería para salvar a Shaina. ¡Debía hacerlo aunque se le rompiera el pecho! ¡Por ella, que fue tantas veces su escudo!

Sintió que la brea ardió, pero cuando Seiya recuperó la audición, vio los ojos de Pharaoh abrirse como platos, y notó que perdió su sonrisa, supo que iba en buen camino. Hizo estallar su Cosmos, sintiendo algo similar a lo que ocurrió en el bosque, ante Dio Sirius y Algheti. Dominaba su Cosmos y podía atravesar a los Espectros con el mismo.

Tamako y Camilo fueron letalmente repelidos por Seiya, mientras Zhou mantenía su distancia gracias a su báculo. Shaina se puso de pie aprovechando la breve fracción de segundo en que el mono perdió la concentración, y lo aniquiló con su Mordida Sónica, que parecía llevada por la más profunda ira y frustración.

Shaina cayó nuevamente, cuando su Manto de Plata se trizó. Su pecho estaba por romperse, y Seiya se apresuró más que nunca, moviéndose casi a la velocidad de la luz. Su Cosmos azulado estaba al límite, y su puño se alimentó de él para acabar con Pharaoh de una vez, antes que les arrancara el corazón a ambos.

—¡Muere de una vez!

—Jamás me tocaron, ni como humano ni como Espectro. Y tú no serás el primero —dijo Pharaoh, que cerró los labios para conjurar su misterioso Beso en la Oscuridad, que parecía capaz de frenar sus movimientos.

Sin embargo, algo veloz se adelantó tanto a Seiya como a Pharaoh.

Un destello blanco. Fugaz. Sereno. Doloroso.

Una melodía suave que se interpuso en las notas siniestras de Esfinge.

Una melodía cuyas ondas recorrieron los cuerpos de Seiya y Shaina como si de electricidad se tratase. Ambos gritaron, pero sus voces fueron absorbidas por la segunda melodía, tan llena de pureza como de tristeza.

Una tristeza que Seiya jamás, en toda su vida, había sentido. También fue lo último que percibió antes de quedarse dormido por el dolor.

 

Jardín de Perséfone. Inframundo.

Olía a rosas. Flores. Fresas. Almendras. Igual que en el mundo de los vivos, muy lejos del Inframundo. ¿Estaba de vuelta?

No. El aire, si bien hacía bailar las flores que vio apenas abrió los ojos, todavía era algo tóxico. Aún podía escuchar la fría lluvia que helaba los huesos. Al levantar la mirada, el cielo aún era de un tono escarlata.

Seiya comprobó el estado de su corazón. El Manto de Bronce estaba intacto, pero podía sentir sangre reseca en el pecho. Le dolía como si le hubieran pegado mil veces ahí, y aún le costaba respirar. Trató de ponerse de pie, pero la herida en la pierna causada por el Ammyt le dolía como mil demonios.

—Vamos, arriba.

—¿Shaina?

Shaina, a su lado, le ayudó a ponerse de pie. Ella tenía todo el cabello empapado de sudor sobre el rostro. Le temblaba el mentón. Había un gran agujero arriba de su seno izquierdo, en la armadura de Plata rota. Podía ver su piel debajo, moreteada.

—S-Shaina, ¿estás bien?

—Tanto como tú —dijo ella, cuando al fin logró ayudarle a pararse. Ambos tenían demasiadas heridas acumuladas ya, y eso que habían llegado hace poco al Inframundo. La situación se veía peor de lo que esperaban.

—¿Dónde demonios estamos ahora?

—Claramente en un lugar que no debería existir.

Había flores por doquier. Un jardín de tonos azules, rojos, rosas, blancos, celestes, amarillos, y un verde amplio y maravilloso. El jardín se extendía, según sus estimaciones, por unos 400 o 500 metros a la redonda. Más allá se encontraban montañas, lluvia, rocas y, un poco más cerca, la zona lateral de la entrada a la Necrópolis. No se habían movido demasiado, pero sí lo suficiente como para alejarse de Pharaoh.

Me alegra tanto que estén aquí, Santos de Atenea. ¡Por favor, cumplan mi deseo!

Seiya y Shaina se voltearon a la vez, listos para subir la guardia, cuando se toparon con algo que les hizo relajarse de la manera más triste. Frente a ellos no se encontraba una amenaza, sino una figura que ahora hablaba mucho más claramente.

Era la mujer de cabellos rubios y vestido blanco, que flotaba sobre el césped y emitía un resplandor único, albo en tono, de fuegos fatuos. Una muchacha de ojos negros que transmitía una infinita tristeza, derramando fantasmagóricas lágrimas.

—¿Quién eres? —preguntó Ofiuco—. ¿Cómo eres capaz de…?

Mi nombre es Alexandra, pero mi amor, la razón de tanto mi vida como de mi condición más allá de ésta, me llama Eurídice.

—Alexandra… ¿La Princesa Alexandra?

—¿Princesa? —preguntó Seiya mientras el fantasma asentía con tristeza.

—Es la princesa Alexandra de la Familia Real de Grecia, idiota. Sabía que te había visto en alguna parte. Hace cuatro o cinco años desapareciste y se creyó que te habías ido con algún… amante, o algo así —finalizó Shaina, cuidadosamente.

—¿Lees la prensa rosa?

—Silencio, Seiya. Pero no entiendo. ¿Cómo…? ¿Moriste? Pero, entonces…

No tenemos mucho tiempo hasta que nos encuentren, así que permítanme explicarles. Puedo moverme libremente porque, tras mi muerte, le fue solicitado al rey Hades que se me permitiera regresar al mundo de los vivos, y se me dio esta forma para recuperar la humanidad apenas me hallase afuera, junto a mi amado.

—¿Tu amado? —Seiya pensó que la muchacha era increíblemente bella, como una verdadera princesa, pero también inmensamente triste, como una figura trágica del teatro. Su amado no le daba felicidad. No tenía sentido. Algo no cuadraba. Algo siniestro—. ¿Él pudo convencer a Hades de que te llevara al mundo de los vivos de nuevo?

Sí. Sin embargo, cometimos un error y quedé atrapada en este lugar para siempre. Es el jardín de la diosa Perséfone, la reina del Inframundo, que se retiró a los Campos Elíseos hace tiempo. Es un lugar creado para mí y mi amado, donde las almas elegidas por la dulce Perséfone pueden vivir sin ser torturadas por las leyes de Hades. Por ahora soy la única con esa condición en este jardín, pues las demás almas que estuvieron aquí ya reencarnaron.

—¿Tienes el Octavo Sentido sin ser sometida a las leyes del Hades?

—Espera, ¿Quién es Perséfone?

—Eres un maldito ignorante.

Pero ella ya no está aquí y mi destino está marcado. Mas, no así el destino de mi amado, pues el dulce Trovador de Plata está vivo en el Inframundo. Por favor, Santos de Atenea, les pido que se lo lleven. Él no pertenece aquí.

—No entiendo. —Seiya se le acercó a tropezones, tratando de cuidar sus palabras. Acababa de salir de una pelea, y ahora había entrado a una situación de rescate. Deseaba tener las cosas claras de una vez—. ¿Dices que tu amado está vivo y quieres que nos lo llevemos? Pero, ¿por qué? Y más aún, ¿cómo es que está aquí?

—¡No puede ser! —exclamó Shaina, detrás de él. Parecía petrificada por su mente, como si acomodara un rompecabezas en ella—. ¿Acaso él…? Espera. Cinco años atrás. Un trovador. La princesa griega desaparecida. ¿No me digas que…?

—¿Qué hacen aún aquí? —dijo una voz. Apagada. Serena. Seca. Llena de tristeza, aún más que Alexandra. Tristeza como la proyectada por la melodía que los arrojó allí.

Al voltearse, se encontraron a un hombre vestido con pantalones blancos gastados, sandalias grises rotas por el paso del tiempo, y una camisa azul roída y empapada por la lluvia. El hombre tenía piel tersa, tan blanca que parecía enfermo. Sus ojos eran azules y tristes, y su cabello rubio y ondulado. Sus labios eran finos y femeninos. Su cuerpo era esbelto, pero con músculos marcados en los brazos descubiertos.

Seiya tardó en recordarlo, pero por supuesto que lo conocía. Shaina aún más. Era su hermano, un hombre de plata perdido en el tiempo, pero nunca olvidado.

—¿Aquí, todos estos años? —Había ira en la voz de Ofiuco. Lamentación. Shaina se olvidó de su dolor en el pecho al ver a uno de los infames Cuatro de Oro Blanco.

—Hola, Shaina. Ahora, largo —ordenó con su natural frialdad. Súbitamente, su voz le recordó a Seiya los desayunos y almuerzos en el Santuario, donde él hacía bromas a todo el mundo y contaba chismes, mientras un hombre se quedaba en el fondo de la mesa, reposando en su lúgubre melancolía.

Era la fría voz del mismo hombre.

—¿Qué diablos pasó contigo? Santo de Plata, ¡Lyra Orphée!


[1] Bestia de la mitología chilota con el poder de dominar el mar, y que tiene a TrenTren como rival.

[2] Chishuu, en japonés; Diqiu, en chino. En la novela Al Borde del agua, es la estrella correspondiente a Zhu Gui, el “Cocodrilo de Tierra Seca”.

[3] Monstruo similar a un cuervo de la mitología japonesa, con tres patas, y que representa el sol.

[4] Chikyou, en japonés; Diqiang, en chino. En la novela Al Borde del agua, es la estrella correspondiente a Yang Shun, el “Tigre Multicolor”.

[5] Diosa de la mitología egipcia encargada de devorar a las almas impuras tras su muerte, con cuerpo de cocodrilo y piernas de león.

[6] Sun’s Myth, en inglés.

[7] Sea’s Myth, en inglés.

[8] Tenyuu, en japonés; Dizuo, en chino. En la novela Al Borde del agua, es la estrella correspondiente a Lu Fang, el “Marqués de Wen”. En la obra de Masami Kurumada, Pharaoh es la Estrella Bestial.

[9] Chisatsu, en japonés; Disha, en chino. En la novela Al Borde del agua, es la estrella correspondiente a Huang Xin, el “Guardián de las Tres Montañas”.

[10] Ru Yu Bang, en chino.

[11] Curse of the Balance, en inglés.

[12] Corazón.

 

 

Disclaimer: Los Espectros de Yatagarasu, CaiCai y Sun Wukong fueron creados por Placebo.


Editado por -Felipe-, 16 marzo 2020 - 14:02 .

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#727 carloslibra82

carloslibra82

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Publicado 14 febrero 2020 - 18:11

Vaya, dejé pasar cinco capítulos sin comentar!! No me había dado cuenta. Pues bien, aquí va un review breve de cada uno

1° Sobre el de Dohko, me pareció interesante la manera que usaste para despertar el octavo sentido de Shaina, Shiryu y Hyoga. Recordarles sus más profundos miedos debe ser sólo para unos pocos, y la experiencia de Dohko le sirvió mucho para identificarlos. Me gustaría saber de donde sacaste la idea. Y la entrada final de ellos ya listos te quedó genial, felicitaciones. Pregunta, Dohko me lo imagino con un poder mayor al de los otros santos de oro, superior incluso a los espectros celestiales, y tal vez como el único capaz de complicar a los jueces. Estoy en lo cierto o no? Es que lo vi muy igualado con Caronte, aunque dudo que haya ido en serio.

2° Me gustó la escena de Seiya con Maroquino, quedó muy graciosa. Y este Lune es imponente. Su látigo destruye con más facilidad a los que son más débiles? Pq a Seiya no lo descuartizó, ni tampoco después a Kanon, sólo los quemó. Genial la entrada de Kanon.

3° La pelea de Kanon con Lune te quedó genial. Muy igualada, con un Kanon muy estratégico, no subestimando al rival. Son terribles en tu fic los espectros celestiales, al mismo nivel que los dorados, aunque Kanon no usó la explosión de galaxias, por lo que creo que aún no muestra todo su poder. Veremos qué pasos dará ahora. Otra duda, tú también te guías por esas clasificaciones que algunos usan entre los santos de oro de nivel promedio o elite para determinar a los más fuertes o no??

4° Shaina tiene una personalidad genial en tu fic, y le has dado la importancia que se merece, no anda sólo quemando tumbas, haciéndose la fuerte ante los protas o atajando con su cuerpo bolas de energía. Tengo ganas de ver qué pasará con ella, y que hará con Seiya.

5° Finalmente el último capítulo, se ve ya la clara inferioridad de los espectros terrestres, pero el gran poder de los celestiales. Faraoh estuvo a punto de matarlos con su melodía. Y la pregunta más importante que quería hacerte, qué es esa cosa que come muertos?? Dónde está Cerbero?? Pq no lo usaste?? Jajajaja, no, pero me gustaría saber pq usaste a ese ser y no a Cerbero.

Bueno, eso sería, igual me alargué, pero quería hacerte los reviews que te debía. Sigue así, espero todas las semanas los capítulos, me ha atrapado demasiado tu fic, saludos, Felipe!!



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Publicado 15 febrero 2020 - 15:49

Hola Carlos, no te preocupes no hay problema, muchas gracias por pasar a comentar!!!! :D

 

Vaya, dejé pasar cinco capítulos sin comentar!! No me había dado cuenta. Pues bien, aquí va un review breve de cada uno, saludos, Felipe!!

 

1. Para serte honesto, si bien estoy seguro que el "ritual" de Dohko lo saqué de alguna parte, no puedo recordar cuál. O al menos me inspiré en algo, no sé qué. Si me acuerdo lo digo xD Sobre lo de su poder... en general está a la par de aquellos que son superiores a la media, o sea, el trío de vacas sagradas, pero es su experiencia la que lo hace el más peligroso de los Santos de Oro. Diría que sí es superior a Caronte, por bastante. Aquí el problema (aunque se explica más adelante con más detalle) es que Caronte maneja la Ley del Dolor del río Aqueronte, que provoca que todo aquel que quiera hacerle daño al guardián sea repelido por el río. No se trata del poder de Caronte en sí, sino de un efecto producido por el mar amarillo. En ese caso, el poder que tengas es irrelevante, porque es algo así como enfrentar a la naturaleza del infierno.

 

2. Sí, efectivamente el látigo destruye con más facilidad a alguien que no tenga un Cosmos suficiente como para proteger su cuerpo. El Cosmos rodea a los Santos como una barrera de manera constante, por eso incluso las partes desprotegidas por la armadura no se hacen polvo cada vez que los golpean allí. Kanon y Seiya tienen el poder suficiente para no ser automáticamente destrozados, aunque no para no ser quemados y eventualmente desgarrados. Debí explicarlo mejor en el capítulo, lo lamento. Ojala su entrada no haya quedado tan idéntica a la del manga, fue difícil evitarlo justamente porque es muy badass xD

 

3. ¡Me alegra que te gustara el combate! Algo que debo aclarar es que no todos los Espectros Celestiales tienen el mismo poder. Lune pertenece a la élite de Minos, son cuatro Espectros de nivel similar, de la misma forma que los de Radamanthys (Sylphid, Gordon, Queen y Valentine) o los de Aiacos (Veronica, Violette, Tokusa y Helios). Hay otros Espectros Celestiales, digamos, "menores", pero Lune pertenece a las ligas mayores.

 

Aquí paso a hacer otra aclaración. Lo he mencionado muchas veces en EyV pero creo que no aquí, así que es bueno que lo apuntaras. De manera personal, y así lo transmití en el fic, yo no creo en esa "separación" tan marcada que hace el fandom entre los Santos de Oro, solo porque les gana el fanatismo por su signo. El término "dorado bajo", si bien puedo aceptarlo, implica también que no es gran cosa, pero sigue siendo un Santo de Oro, por eso no lo uso. Luego tenemos el término "élite", que en este fic solo he usado para referirme a los doce Santos de Oro, en general y todos incluidos, porque, como he dicho, para mí no hay mucha distancia entre el poder de los Santos de Oro. Más aún, la mayoría son iguales para mí, solo cambian sus recursos. Ya si entramos en lo que hacen algunos con "legendario" o "superior a la élite", a pesar de que la definición de élite implica lo más alto, es ridículo, y solo se hace para que el dorado con más fans de turno no se vea nunca como "no lo más alto".

 

Considerando todo esto, lo que yo hago es dividirlos en esto: Santo de Oro promedio, inferior al promedio y superior al promedio. Nada más. Promedio son Aiolia, Mu, Aldebarán, Afrodita, Shura, Camus y Milo, todos equitativos pero con distintos recursos. DM es inferior al promedio, pero no por su poder en sí, sino porque no lucha con un ideal de justicia y la misma armadura no le entrega tanto poder. Superior al promedio son los superdotados, Saga, Kanon, Shaka y Aiolos. De todas formas, la distancia entre ellos y los "promedio" es mínima. Finalmente, como ya expliqué, Dohko es un Santo de Oro entre promedio y algo superior, pero es su experiencia la que marca la diferencia, lleva desarrollando su Cosmos más de dos siglos, así que bien podrías llamarle el Santo más poderoso en estos momentos.

 

Aquí voy a dejar unos esquemas que hice para el volumen 2, para ejemplificar lo que digo.

 

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4. Siempre fue un ideal mío ir mostrando a Shaina como una protagonista más, aunque tratando de no desmerecer lo que los cinco otros hicieron. Por eso fui desarrollándola siempre aparte, pero con radical importancia, hasta que llegamos a este punto en que la única diferencia entre ella y los otros es que no tiene sangre de Atenea en su armadura. Así Rexomega también está feliz, ¡todos contentos! xD

 
5. Un Ammyt es una criatura parecida a un cocodrilo de los mitos egipcios, que se come el corazón de los caídos en esta historia, por la Balanza de la Maldición. Me hizo mucho sentido que la mascota de Pharaoh fuera una criatura de su propia mitología. Y Cerbero es el perro guardián de Hades, nunca me hizo mucho sentido que estuviera así sin más en la segunda prisión, tan lejos de Hades. En el capítulo de hoy saldrá mencionado, por lo que existe, solo que está en una ubicación muy distinta, y mucho más estratégica ;)
 
Muchas gracias por tus comentarios siempre precisos y constructivos, Carlos, siempre los he apreciado mucho, muchísimas gracias.
 
Saludos!
 
El siguiente capítulo es muy importante, aunque es algo largo, no solo porque muestra mi versión de la travesía de Orphée y lo que ocurrió con él y Eurídice, sino porque aparece un personaje MUY relevante para la trama, que tiene lógica que exista aunque Kuru le ignoró. Espero que lo disfruten.
 

ORPHÉE I

 
Jardín de Perséfone. Inframundo.

Hacía mucho que no tenía tantos sentimientos y pensamientos opuestos. Por un lado, una de sus hermanas de antaño estaba allí, frente a él. Por otro lado, ya hacía mucho que había abandonado las emociones por todo el mundo, exceptuando a Eurídice. Ella lo era todo en el universo, que había abandonado para buscarla en el Inframundo, luego de que Neikos del Odio, un Hamadríade de Eris, la Discordia, le arrebatara cobardemente la vida a la mujer que amaba.[1] Después de que eso había ocurrido ya nada le importaba.

—Responde, ¿qué diablos haces aquí, Orphée? —exigió Shaina, mientras Orphée pasaba junto a ella y acariciaba el rostro más bello del universo.

—¿Estuviste llorando, Eurídice?

Orphée, ellos son Santos —sollozó ella. A pesar de ser un alma, le habían permitido moverse con libertad en el infierno además de conectarlos a nivel espiritual, por lo que, durante unos segundos, podía tocarla y besarla como en el mundo de los vivos—. Esto es lo que yo esperaba, amado mío. ¡Debes irte con ellos!

Ya había escuchado esa súplica antes. Orphée sabía que ella quería lo mejor para él, ¿pero qué había de lo que él deseaba? No podía dejarla sola en el Inframundo, no luego de que ella cayera allí por culpa de él.

—Sé lo que piensas, pero ya te he dicho que no tengo nada que ver con los Santos.

—¿Qué dices? —intervino Shaina, que poco había cambiado con los años. Se le acercó por la espalda y abrió los brazos para acentuar sus palabras—. ¿Estás loco? ¿Qué es eso de que no tienes nada que ver con los Santos?

—Shaina. Me alegro de verte —mintió Orphée, mientras le daba la espalda—.  Sin embargo, no entiendo qué haces aquí cuando no eres nada en comparación con el señor Hades. Por ello te daré un último consejo: largo de aquí, y no regreses.

—¡No te entiendo, Orphée! —exclamó la Santo de Ofiuco—. Apareces aquí nada más, después de que te buscamos por todos lados, ¿y me vienes con el “señor” Hades? ¿Con que no podemos vencerlo? ¿No eres un Santo, acaso?

Orphée sí lo es, pero… —se apresuró a responder Eurídice, mas, Orphée acalló su voz con una caricia en su rostro. Esta vez, la caricia duró medio segundo hasta que ella se hizo intangible de nuevo. Estaba acostumbrado, pero le bastaba con un breve instante.

—Por respeto a nuestro pasado juntos como camaradas fue que los rescaté, a ti y a tu compañero, de Pharaoh. Fingí utilizar mi Nocturno, pero en realidad los envié aquí con un pequeño truco. Nuestra deuda está pagada, y ahora Pharaoh vendrá por ustedes. Pero no te salvaré de nuevo, Shaina. Lo mejor es que se larguen. Él es muy peligroso.

—¿¡De qué porqueria estás hablando!? —El chico que la acompañaba le intentó dar un puñetazo, que Orphée detuvo sin complicaciones con una mano. El muchacho siguió gritando con el rostro rojo de ira—. ¿Eres un perro de Hades? ¿Acaso eras un espía del Inframundo en el Santuario?

—Hum. Te recuerdo, eres el alumno de Marin, ¿no? —preguntó, y al parecer había dado en el clavo. Aplicando un poco de su Cosmos hizo retroceder al chico y se volteó para encararlo—. Dime, ¿acaso fue el Sumo Sacerdote quien te pidió que repitieras todo ese discurso cual cotorra?

—Tal vez no lo sepas —se defendió el muchacho, que volvió a avanzar después de que lo había arrastrado lejos—, pero Atenea está ahora en el Santuario. El Sacerdote era en realidad Saga de Géminis, un verdadero traidor. ¡Debes volver al Santuario, maldito!

—Ah, eso ya lo sabía. Fue tu maestra quien nos lo dijo a Mayura, Daidalos y a mí.

—Espera… ¿entonces Marin ya sabía todo esto? —el chico y Shaina cruzaron una mirada rápida, pero pronto volvieron a enfocarse en él—. Si bien eso explica muchísimas cosas, no hace lo mismo con tu actitud. ¿Por qué eres tan apático? Tu misma novia te está exigiendo que regreses con nosotros a Grecia. ¡Ella nos fue a buscar a la Necrópolis!

—Seguramente solo quería estirar las piernas. Eurídice y yo vivimos felices aquí gracias al rey Hades y la reina Perséfone. Les debo todo, por eso juré luchar por ellos. Es tan simple como eso. Mientras pueda vivir aquí, en este paraíso de flores del infierno, junto a mi Eurídice, no necesitaré de nada más, y menos volver a Grecia. Están perdiendo el tiempo aquí, tanto ustedes como la diosa Atenea; no pueden compararse con Hades.

—¿También sabías que ella estaba aquí? —preguntó la Santo de Ofiuco, que ya parecía haber armado el puzle en su cabeza.

—P-pero… eso es traición, ¡miserable! —explotó Seiya, que intentó golpearlo de nuevo con la mano derecha, hasta que Orphée le mandó a volar al suelo con un manotazo de revés. No quería enturbiar la paz de Eurídice ni ensuciar el jardín de la reina Perséfone, y si tenía que desequilibrar la balanza de sus sentimientos y pensamientos, en contra de su ex hermana y el discípulo de otra, lo haría.

—Ya dije todo lo que debía decirles, y no deseo justificarme más. —Orphée hizo arder su Cosmos, que pasó de un tono plateado a uno púrpura, negro y rojo, los colores del Infierno—. Si van a seguir aquí molestándonos, cumpliré con mi deber hacia Hades, contra los Santos de Atenea. ¿De verdad me obligarán a ello?

La mortemita funcionaba de manera distinta al gamanio y el oricalco, de los que los Mantos Sagrados y las Escamas estaban formados. La mortemita estaba en el aire, y con el pensamiento de un Espectro podía conformarse a su alrededor como una mortaja tras el deceso. Lady Pandora había creado una Surplice especialmente para él, una réplica de la armadura que había abandonado luego de recuperar a Eurídice y llorar por 30 días y 30 noches por no haberla llevado al mundo de los vivos.

Sobre su cuerpo sintió el peso de la mortemita, ligero pero macizo. A su alrededor apareció la Surplice de Lira, incluyendo su propia arpa negra. La tomó en sus manos, y aunque no sentía cariño hacia ella, sabía se escuchaba casi idéntica a la real, si bien un par de notas más bajas. Guanteletes, yelmo, falda y perneras surgieron de la bruma pálida bajo el cielo escarlata, y entonaron la melodía de la muerte a juego con sus manos, que ya rasgueaban las cuerdas. La Obertura había comenzado.

Decenas de imágenes aparecieron alrededor de Seiya y Shaina, réplicas ilusorias de Orphée, creadas para darles una oportunidad de rendirse. No deseaba luchar; en realidad, nunca le había parecido particularmente interesante, y solo lo hacía porque era su deber. En este caso, ese era proteger al amor de su vida de la esperanza imposible de regresar a la Tierra; de contemplar inocentemente la idea de volver.

—¿Una Surplice? —preguntó Shaina, casi con asco… pero ella no podía entender. Nadie podría jamás entenderlo.

—¿Ilusiones? Estamos rodeados por imágenes de Orphée —dijo Seiya, antes de ponerse a golpear todo con sus Meteoros, los mismos que los de Marin. Lo había entrenado muy bien. Podía admitir eso.

—Detén esto, Orphée, ¡no somos tus enemigos!

—La armadura que porta dice lo contrario, Shaina. Es un Espectro… y como tal, acabaré con él. ¡Lo siento, princesa Alexandra!

Así que no se detendrían. Eso era lo que destacaba a los Santos, eran incapaces de rendirse. Él mismo había sido uno de ellos hacía mucho tiempo, y Eurídice siempre se lo recordaba. Pero el pasado había quedado atrás.

Ahora era un Espectro. Lo era desde el mismísimo momento en que abrió el portal al infierno, después de que el mundo entero escuchara su grito.

 

***

 

—¡INFIERNO! ¡ABRE TUS PUERTAS, DESGRACIADO!

«Si lo haces, mi alma será tuya para siempre»

Y las puertas se abrieron. O, más bien, la tierra misma se había desgarrado bajo sus pies. No quería olvidar a la mujer que amaba, pero, en su lugar, se olvidó hasta de la vida. Su Cosmos había tomado las propiedades de la mismísima muerte, y la noche salida de la tierra lo arrastró hacia abajo. No deseó negarse ni evitarlo.

Al llegar abajo pensó que estaba muerto. No le importó. Se vio rodeado de todos los Espectros que luego se convertirían en sus aliados, pero ninguno de ellos le atacó. Tal como si fuera un muerto más.

Sin embargo, tenía algo que los demás muertos no. Afinó las cuerdas del arpa que siempre cargaba y comenzó a rasgarlas con todo el dolor de su corazón. Lloró más que en toda su vida junta, lloró como el más triste desgraciado, lloró incluso después de que ya no le quedaban lágrimas, y su arpa lloró con él.

En el Aqueronte, el Espectro que navegaba sus aguas se enterneció al escuchar su melodía y lo llevó hasta el círculo más profundo del infierno. Todos los Espectros, que no habían tomado forma todavía y seguían encerrados por Atenea, le escucharon. Algunos se pusieron a sollozar como si el dolor de Orphée se hubiera traspasado a ellos.

En la Octava Prisión del Inframundo, su espectral guía le llevó por el río Cocytos, hasta donde Orphée le había pedido, la Judecca, el centro del Inframundo. El can del infierno, Cerbero, cerró las fauces y bajó sus tres cabezas con tristeza.

 

Fue al interior de Judecca cuando tuvo el primer gran susto de su vida, a pesar de todo el sufrimiento por el que estaba pasando. Ya había conocido una diosa, la Discordia Eris, pero a ella solo la había percibido a través de algunas ramas, de sus Hamadríades, y del cuerpo que ocupó, la joven sacerdotisa Hanako. Sin embargo… nunca había visto algo así en persona. Nunca algo real.

Cerca de la adolescente de ropas negras que conocería como Pandora, y que sería algo así como su jefa directa, había una mujer… impresionante. Incluso si fue solo por un momento, perdió la compostura y dejó de tocar. Al hacerlo, sintió el terror de las distintas amenazas del Inframundo al acecho, y debió volver a entonar su melodía para conservar la vida. Solo por un segundo, hasta se olvidó de su tristeza, incluso de Eurídice. Solo una diosa podía lograr algo así.

A diferencia de aquellos que debían interactuar con el mundo físico, y que para ello requerían de un avatar corpóreo, la divinidad frente a Orphée se hallaba en su verdadero cuerpo. Era su propia figura, rodeada por llamas rojas y negras. Su Cosmos era difícil de comprender. Podía sentirlo y era magistral, pero era tan distinto al de un Santo, o al de las Dríades, o al de los humanos, que le resultaba difícil captarlo bien. Era como una partitura con notas, alturas y alteraciones que conocía, pero en un pentagrama de cuarenta líneas, circular y sin cierre. Por eso se le hacía difícil hasta mirarla, y tuvo que bajar la vista hasta que sus ojos solo se toparon con las piernas y la cintura de la mujer. De la diosa, más bien, pues los dioses eran una especie completamente distinta. Solo consiguió ver un retazo, como una fotografía rápida.

Lo que logró ver fue que tenía cabello castaño rojo, piel blanca, más que pálida, como si estuviera descolorida. Sus labios eran de un tono rubí como la sangre y en su espalda captó por solo un momento alas del mismo color, hasta que súbitamente ya no pudo verlas. Nunca supo si había sido su imaginación.

La diosa lucía un corto vestido negro, pero tan brillante que parecía blanco. Era una contradicción imposible, pero parecía confeccionado con una tela distinta a la que cubría, por ejemplo, a la recatada y silenciosa Pandora. Las piernas de la divinidad eran largas y torneadas, cubiertas por dibujos negros que simulaban flores hasta sus tobillos, que eran protegidos por elegantes botas plateadas. También plateados eran los brazaletes en sus muñecas y la corona de rubíes en su cabeza, que solo vio una vez.

—Así que tú eres el Santo que desafió al señor Hades —dijo Pandora, creando un tridente en su mano, salido de la nada. Sus mejillas, sin embargo, eran surcadas por tiernas lágrimas que no intentó controlar—. Se nos informó de tu llegada.

—Más que desafío, lo que solicito es una audiencia con Hades —replicó Orphée, sin dejar de tocar. Comenzó a llorar otra vez. El dolor en su corazón era implacable.

—El señor Hades, dirás. ¿Cómo sabemos que no es una trampa? ¿Cómo sé yo que no debería convertirte en un alma más de este sepulcro? Eres un Santo, después de todo. Maldita sea, ¿por qué estoy llorando?

—El hecho de que esté vivo en este lugar es prueba suficiente, Pandora —dijo la voz de la divinidad. No la vio hablar. Tampoco escuchó el sonido de su respiración antes de comenzar a verbalizar, lo cual era algo que jamás le había ocurrido. Como músico, se había acostumbrado a reconocer todos los sonidos que podía, incluso si no los escuchaba en muchos años. Sin embargo, no oyó a la diosa más que en su corazón, y a la vez, en todo el sitio—. Hace siglos que no sentía tanto dolor en el corazón de un humano. Tanto pesar que te ha hecho llorar, e incluso está enterneciendo mi alma inmortal.

—Convirtió a su alma en la de un muerto. Su pareja fue asesinada por un vástago de la Discordia. Por eso puede estar aquí. ¿No vas a atacarnos, entonces?

—No lo haré. Como dije, si Hades cumple mi deseo, le entregaré mi alma por toda la eternidad.

—Eso es ridículo. Toda alma le pertenece al rey Hades por definición. ¿Por qué es diferente si se la das ahora o en unos cuantos años, cuando todo muera?

—Porque haré de mi Cosmos su arma. Porque mi música será suya. Mi voluntad le pertenecerá. Solo deseo que Eurídice vuelva conmigo al mundo de los vivos, y de ser así, seré el brazo del rey Hades. —No había dudas en su corazón. No se había planteado esa traición durante el recorrido por el Inframundo. Se le ocurrió en el momento, sin titubear ni un instante. Estaba traicionando al Santuario entero, sería maldecido hasta el fin de los tiempos, igual que Aiolos de Sagitario y tantos otros antes. Y no le importaba.

Pandora cayó de rodillas, sosteniéndose con el tridente. Lloraba a mares, su mano libre se apretujó contra su pecho como si quisiese contener así el dolor.

—¡Eres un brujo! Pensé que ya no tenía corazón, pero tú lo has encontrado. Eso significa que tu voluntad es fuerte y sincera. ¡Maldito sea! —En aquellos tiempos, Pandora era mucho más emocional que ahora. Aunque lúgubre, parecía conservar emociones que en la actualidad nadie podría descubrir.

—Solo necesito una audiencia con Hades y probaré definitivamente que hablo con la verdad. ¿Dónde puedo encontrarlo?

—En estos momentos, mi marido se encuentra lejos de los límites infernales, en las alturas del Olimpo —dijo la diosa, nuevamente hablándole a su alma. Orphée de Lira pensó que, de no ser porque estaba distraído tocando la melodía, su corazón se habría roto en mil pedazos. ¿Cómo era posible que una divinidad tuviera tantas emociones a la vez? Alegría y tristeza, la contradicción imposible se hallaba en su voz imposible, como si la noche y el día se unieran en su presencia.

Era la esposa de Hades. Por supuesto. ¡Estaba en presencia de la reina del Infierno, la Hija de la Tierra!

—E-entonces… —No. No debía dudar. Debía tocar más y más, sin dejar que lo alcanzara la noche del Inframundo, tan cerca de su espalda que sentía que la perdía—. Es contigo con quien debo hablar, ¿no?

—Sí. Pero creo que merezco un poco más de respeto.

Orphée gritó. Aulló de dolor, solo por un breve segundo. Un mísero instante. El más horrible caos que cualquier hombre hubiera sentido en la historia. Su alma se quebró como el cristal, y los pedazos fueron lanzados al averno.

No fue un dolor físico, sino emocional. Como si todos sus seres queridos hubieran muerto frente a él miles de veces al mismo tiempo, convirtiendo cada tragedia en un golpe distinto, a la vez transformado en un solo cúmulo que le arrancó el corazón. Su garganta se desgarró, y fue la misma diosa la que tuvo que repararla justo después de que su alarido despertó a las grandes bestias del infierno y su arpa emitió un horrendo y violento acorde, como si hubiese sido emitido por las fauces de Cerbero.

Su alma rota también debió ser reconstruida por la divinidad, con la precisión de la más grande artista, inalcanzable por cualquier humano, como si las almas fueran tan solo extensiones de su mente, familiares para ella como sus dedos o su voz. Orphée pensó, en medio de un mar de sufrimiento infernal, que esa diosa podía hacer crecer la más bella de las flores, y luego pudrirla hasta que perdiera todo color, con la misma facilidad, un solo chasquido de sus dedos.

—Ah… ah-ah… E-es con usted con q-quien debo pedir audiencia, ¿no es así? Mi r-reina P…

—Así está bien. Y sí, es correcto. —No podía ver más que sus piernas. No podría atreverse a mirar más arriba. Era una diosa, algo completamente fuera de su alcance. Al mismo tiempo, alguien capaz de cumplir cada uno de sus deseos—. Te entregaré el alma de Alexandra y podrán salir a la superficie. La hallarás en mi jardín, detrás de la segunda prisión del infierno; sin embargo, hay varias condiciones para que conceda a su espíritu la completa libertad.

—U-usted dígalas, mi d-diosa.

—Primero, las almas de ambos me pertenecen, puedo hacer con ellas lo que desee. No quiero el mal para nadie, pero sabrás que deberás atenerte a las consecuencias.

—Haré lo que usted ordene.

—Segundo, deberás venir a tocar tus melodías cada trece días, aquí en Judecca, ya sea ante mí o ante mi marido. Siempre habrá un gobernante en el Inframundo. Ambos valoramos la música y bastará que hables con Pandora, en su castillo en Alemania, para que te permita la entrada.

—Si estoy con Eurídice, podré crear las más bellas melodías para ustedes, mi reina.

—Tercero, cuando te encuentres con tu amada, tendrás tres segundos para darle la espalda. Si vas a ser mi lacayo, quiero saber que hay confianza entre nosotros. Saldrás del Inframundo sin mirar atrás, realizando el mismo recorrido que hiciste para llegar aquí. El barquero te transportará al Portón sin problemas. Sin embargo, si llegas a voltearte a verla o le hablas tan solo una vez, significará que no confías completamente en mí, y Alexandra volverá a mi jardín, donde permanecerá por la eternidad mientras me seas fiel. Por ello, durante el recorrido, ella será muda. Aun así, las condiciones uno y dos se llevarán a cabo, pues el pacto con una diosa es infinito. Tendrás que ganarte mi confianza de nuevo, o la de mi marido, durante toda tu vida, tanto mortal como inmortal.

Orphée dudó otra vez. Solo por un segundo. Su melodía, sin embargo, no titubeó.

—Así será, mi diosa.

—Puedes retirarte. Dirígete a la Necrópolis. Eres mío, Orphée de Lira, y aunque tu música me enternece (y esa es la razón de que te asegure que tu alma nunca será torturada más allá de la muerte), también eres un arma del Inframundo. Un Espectro bajo el solo comando de Pandora.

Esa era la palabra de Perséfone, Hija de la Tierra, Reina del Infierno.

 

Orphée recorrió el Inframundo de regreso. En la Necrópolis conoció a Pharaoh, quien lo llevó ante Eurídice con ira en la mirada. Ella saltó a sus brazos. Pudo tocarla, tal como si estuviera viva. Durante tres segundos, Orphée se convirtió en el sujeto más feliz del universo. Tras un beso y rogarle que lo siguiera, el ex Santo se volteó.

Caminaron juntos hacia el Aqueronte. No podía mirar atrás. No podía hablar con ella, y dado que era un alma, no podía escucharla ni respirar. ¿Qué pasaría en el mundo de los vivos? ¿Tan solo se convertiría en un cuerpo físico? ¿Se metería en el cadáver que había dejado tirado? ¿Era siquiera algo verdad? ¿Podía confiar en la Hija de la Tierra?

No miró. No debía mirar. No debía hablar. Debía seguir caminando, debía limitar sus oídos a la estridente voz de Caronte solamente. Debía continuar, continuar, continuar, continuar, continuar y continuar…

Entonces miró al cielo. La luz del sol se distinguía sobre su cabeza y se volteó para celebrar. Pero había sido su imaginación, su torpeza y su inocencia. Su estupidez de porqueria. El cielo no era azul, seguía siendo rojo. El sol no había sido más que una estrella muy grande. Había estado seguro de que estaba afuera, pero simplemente, desesperado, lo había imaginado.

No habían escapado del Inframundo. Una imagen triste de Eurídice, suplicante, se esfumó delante de él y, como una bruma, regresó velozmente al infierno. A la segunda de sus prisiones, en el jardín que la diosa había destinado para ella.

Por más que corrió y suplicó, por más que entonó las más tristes de sus canciones, por más que abandonó su vida como Santo y se juró defender a Hades hasta la muerte, su música perdió su efecto y a nadie conmovió. Pandora solo mostró una sonrisa satisfecha de falsa piedad. La diosa Perséfone ni siquiera se presentó ante él, y se quedó detrás de las rojas cortinas.

Su juramento debía perdurar. Desde ese día sería un perro de Hades. Sin embargo, al menos, podía vivir con su Eurídice por la eternidad, en el Jardín de Perséfone.

 

***

 

—¡Maldito traidor!

Museta.

El chiquillo de Pegaso fue golpeado en innumerables ocasiones por las cuerdas del arpa, que se habían convertido en tentáculos perforadores. Cruzó los brazos por delante de su cuerpo, en especial su cara, y solo eso lo salvó de perder algún ojo. Orphée había esperado desgarrar su Manto de Bronce con la potencia que llevaban sus cuerdas, pero en su lugar, apenas le hicieron algunos rasguños.

¿Sería que su Cosmos había disminuido, o que el arpa de su Surplice no era como la que usaba como Santo? En esos cuatro años no había tenido una pelea de verdad; tan solo algunos encontrones con Esqueletos que, desde luego, no habían pasado a mayores.

Shaina saltó esta vez, y su mano estaba cargada de electricidad. Ejecutaría su Trueno contra su hermano, sin titubear. Él tampoco lo haría.

La esquivó sin problemas, comprobando de paso que físicamente se encontraba en perfectas condiciones, a pesar de no haber probado bocado en cuatro años. Lo que fuera que despertó cuando entró al Inframundo le había dado una suerte de cuerpo espiritual, y no necesitaba de nada más que ejercicio para conservar su físico.

—¿En serio nos has traicionado, Orphée? —preguntó Shaina, que saltó de nuevo hacia él, una fracción de segundo después de tocar el verde jardín con la punta de su bota.

—No lo comprenderías a menos que hubieras vivido lo que yo viví. —Orphée no dejaba de tocar el arpa oscura que llevaba. Había aprendido a luchar e interpretar música a la vez incluso antes de saber escribir. Usó la Museta otra vez, y la presión de las cuerdas mantuvo a Shaina y Seiya bajo control.

¡Orphée! —exclamó Eurídice, intentando acercarse a él, sin éxito. Lloraba, pero sería mucho peor si le permitiera cumplir sus deseos. Tenía buenas intenciones, pero no podía entender que él era feliz allí, con ella, no en la superficie. Que el Santuario y Atenea no eran nada para él. Que nadie le causaba el menor atisbo de compasión. Había sido así desde que era un Santo que veía en secreto a la princesa de Grecia.

Ella había intentado muchas veces convencerlo de regresar, o de luchar contra el señor Hades. Ella, a quien muchos Espectros habían buscado torturar, y lo habrían hecho de no haber estado Orphée allí. No podía entenderlo. Eurídice no podía entender que una vida sin ella no era vida, y que, en las condiciones en las que estaban, ella tampoco podía vivir sin él.

—¡Aléjate, Eurídice, o mis cuerdas te rasguñarán!

Orphée, ya estoy muerta, ¡lo único que me rasguña es verte aquí estando vivo! —dijo Eurídice, atreviéndose a entrar al enjambre de cuerdas.

Orphée no sabía si le afectarían o no, así que dejó de tocar. Seiya se aprovechó de su breve momento de debilidad, se le acercó, y le dio un feroz puñetazo en el rostro, que le hizo retroceder. El Santo de Lira devolvió la cortesía con un golpe que mandó a Seiya a volar a treinta metros de ellos.

—¡Seiya! —gritó Shaina, sin perder de vista a Orphée. Siempre era sagaz, sus ojos verdes no perdían nunca de vista a su presa. Pero esa preocupación… ¿por un Santo de Bronce? ¿Y el alumno de Marin, además? ¿Qué cosas habían sucedido durante esos años?

—Eurídice, por favor, deja de…

No. Tú detente, Orphée. —Ella lo abrazó. La frialdad de sus brazos espirituales eran lo más cándido que él podía sentir. Esta vez, no se hizo intangible, y ella pudo seguir abrazándolo por casi un minuto—. ¿No entiendes? ¿No te das cuenta en lo que te has convertido? ¡Eras un Santo, Orphée!

—Antes que nada soy un hombre, Eurídice. Uno que es feliz solo aquí, contigo. Si no estoy aquí, los Espectros te torturarán sin cansancio, y en el mundo de los vivos solo me quedará morir de pena y volver aquí como un alma sometida a las leyes de Hades.

No… Orphée, lo que me causa dolor es que pierdas así tu vida, lo más hermoso que nos han dado los dioses. —Eurídice le besó el brazo. Sus ojos eran preciosos. Todo en ella era lo que consideraba absoluta perfección. ¿Por qué se oía tan triste, entonces?

—Euríd…

Déjame hablar —le cortó. Tal como hacía cuando estaban vivos y se ocultaban en el bosque—. La vida que perdí era mía para empezar, desde el principio hasta el fin. Y la viví con gusto. Pero la tuya no ha acabado. ¿Es que no comprendes que esto es lo que estuve esperando todos estos años? Estos dos Santos pueden darle al hombre que amo la vida que abandonó de vuelta. ¡Ser un Santo otra vez!

—¿Por qué quieres tanto que sea un Santo?

¡Porque me enamoré de uno!

El corazón de Orphée crujió. Momentáneamente se olvidó de cómo tocar. ¿Qué le acababa de decir? ¿Qué amaba a un Santo? ¿Lo amaba por usar una armadura y defender a una supuesta diosa? Pero… ¿por qué?

 

—Qué bonito momento, lamento interrumpirlo —dijo una voz solemne. A cierta distancia del combate, Seiya estaba rodeado por aros de luces de los colores del arcoíris. Seiya trataba sin éxito de zafarse, pero no podía ver al hombre que los usaba, pues estaba justo detrás de él.

—¿Qué porqueria es esta cosa? —preguntó Seiya, de rodillas, completamente atado en los brazos, cuello, cintura, muñecas y piernas, incapaz de mover ninguna. Las extrañas luces eran proyectadas por una moneda dorada, cargada en la mano por un Espectro, que se encontraba plácidamente recostado en el césped—. ¡Oye, da la cara, miserable!

—¿Puedo matarlo ya? —preguntó el pequeño Espectro de cabello cobrizo y rostro paliducho. Medía poco más de un metro, era regordete, y su Surplice entera estaba llena de pequeños trozos dorados que simulaban ser monedas. En su mano llevaba una de ellas, y cuando la apretó con sus dedos, la piel de Seiya comenzó a sangrar.

—¿Qué le estás haciendo a Seiya? —Shaina se volteó e inmediatamente saltó a dar muerte al Espectro, pero Orphée cumplió con su deber, tocó un par de notas a velocidad luz, y Shaina quedó perforada en el suelo por la Museta, que la golpeó una y otra vez.

—Yankee de Leprechaun, Estrella Terrenal de la Soledad[2]. ¿Qué haces aquí?

—Bueno, me enteré que los otros tres esclavos del señor Pharaoh murieron. Está muy molesto y ya viene hacia acá. Como el único de su guardia que queda, decidí dar un paso adelante y dejárselos en bandeja. —Puso más presión en la moneda. Seiya comenzó a escupir sangre—. Este debe haber estado muy cansado ya. Ni siquiera estoy aplicando tanta fuerza. Mi Ilusión Féerica[3] no funcionaría tan rápido con alguien entero. Eso significa que has hecho un buen trabajo, Orphée.

—¿Ilusión? —No había visto nunca al Leprechaun en acción. ¿Qué quería decir el nombre de su técnica? Mientras tanto, Shaina intentó defenderse del ataque, pero también estaba agotada, y a Orphée no le fue difícil controlarla, aplastándole la espalda con su pie.

—S-Seiya…

—Bueno, ya sabes cómo son las cosas, Orphée. Está convencido de que no puede oírme y de que unos aritos de arcoíris le hacen daño. Mi Ilusión le terminará haciendo creer que está muriendo, y así será. La gente ve lo que quiere ver.

Orphée pestañeó rápidamente. Observó bien. Shaina, en el suelo, también lo hizo. Hasta ese punto, Eurídice le había aferrado el brazo, incapaz de entender qué ocurría con el alumno de Marin.

Seiya estaba de rodillas, sin heridas ni ataduras. Sin sangre. La moneda le hacía ver lo que quería. ¿Un Espectro era capaz de eso?

—La influencia de la mente en el cuerpo es increíble, ¿no crees? Lo que no es de creer es tu actitud, Orphée. Eres un Espectro, ¿no? Así lo juraste a Lady Pandora, pero te vi hablando muy cortésmente con estos dos. ¿No me digas que tu lealtad va a otro lado?

Seiya volvió a escupir, lo que supuso que era sangre. Gritó. Ese muchacho moriría pronto de un ataque cardíaco, presa del pánico. Shaina, con exclamaciones y maldiciones, le explicó lo que ocurría desde el suelo, pero él no pudo oírla.

—No seas idiota, Yankee. Mi lealtad es para los señores Hades y Perséfone. Así lo juré —sentenció Orphée, sin dejar de mirar a Pegaso. Era joven, completamente devoto a su diosa. Shaina, por otro lado, se preocupaba por él de una manera desesperada. Con su fuerza física pronto rompería la bota de Orphée, aunque él podía evitarlo sencillamente al aplastarle la cabeza.

¿Por qué no lo había hecho aún?

Dolor. Sufrimiento.

Una persona herida.

—Pues, no lo sé, no habías visto a un Santo como estos en años. El señor Pharaoh se hará ideas, ya sabes.

—Él puede pensar lo que quiera. No sería primera vez que tenemos una discusión, pero negar que soy leal a Hades es risible.

Orphée… —musitó Eurídice, ahora detrás de él. Muchas veces había hecho eso, cuando no quería mirarlo a la cara. Era la mujer que amaba. Y se suponía que era algo recíproco. Entonces, ¿qué diablos estaba saliendo mal?

Seiya cayó de bruces. Salivaba. Comenzó a retorcerse, como si imaginarias líneas de arcoíris estuvieran atravesando su piel. Pronto entraría en shock. Era demasiado joven, pero así era la vida de un Santo, ¿no? Así eran ellos…

—El señor Pharaoh no confía en ti, y yo tampoco. Ver a estos dos vivos no le va a gustar. Solucionarlo sería muy fácil, y estoy esperando que mates a esa mujer para no dar explicaciones. ¿Dónde está su cráneo destruido?

 

Orphée miró hacia abajo. Notó que su pie no estaba aplicando presión. Debajo del pie, Shaina lo observaba. Con la cabeza de lado, uno de sus ojos de jade le atravesaba el alma. Había decepción, tristeza y frustración en su mirada.

—Orphée —pronunció, moviendo los labios sin emitir sonido. Como cuando eran más jóvenes y entrenaban juntos. No se tenían cariño precisamente, él era solitario y ella muy agresiva… pero aun así, los Santos de Plata eran hermanos. Esa hermana era quien lo observaba ahora, detenidamente, con paciencia. Podía haberse puesto de pie, pero no lo había hecho.

—No. Puedo hacerlo. La mataré para que dejes de balbucear tonterías. —Orphée miró de nuevo a Yankee. Seiya tenía los ojos abiertos de par en par, y se retorcía en el suelo, presa de una terrible ilusión que se acabaría si lo miraban.

Era lo único que sabía de ese Espectro: el hechizo de un Leprechaun se acaba cuando ves a la cara al Leprechaun. Sin embargo, ahora se enteraba de otra cosa. Podía hacerle creer a la gente que sentía y veía algo que no estaba allí…

—Bueno. Estoy esperando.

Orphée, por favor —suplicó Eurídice. El Santo de Lira, sin dejar de aplastar la espalda de Shaina, se volteó hacia él.

Ella lloraba. Estaba decepcionada, pero en todos esos años aún conservaba una pizca de esperanza. ¿Acaso él estaba equivocado? ¿Acaso él estaba siendo tan tonto?

—Ya veo. Traicionaste al Santuario y ahora traicionas al Inframundo. —Yankee se encogió de hombros—. Algunas personas no cambian, ¿eh? Al menos haz este trabajo, no seas idiota.

—¿Podrías explicarme algo, Leprechaun? Con esas monedas que cargas, consigues que cualquiera vea lo que quieras que vea, ¿no?

—Bah, no me des tanto crédito. La verdad cualquiera podría hacerlo, el poder está en estas monedas, no en mí. Son un arma increíble del ejército de Hades, ¿no crees?

—¿Alguna vez alguien ha usado alguna de esas monedas, aparte de ti?

—Bueno, el señor Pharaoh tiene algunas. Es parte de nuestro acuerdo íntimo, por así decirlo. Le presto monedas, me permite darle masajes, esa clase de cosas. ¿Por qué?

—Porque si así fuera… —Orphée, llevando la mano al arpa oscura, dejó de mirar a Seiya, Shaina, Eurídice y Yankee. Sus ojos se enfocaron en la fachada de la Necrópolis, cerca de ellos. Por primera vez en muchos años, sintió un cambio en sus emociones. En su corazón ahora había una chispa encendida de enfado—. Si así fuera, tendría que hablar con Pharaoh personalmente. Algo urgente.

—Pues qué bueno, ya viene en camino después de torturar a algunas almas con el Ammyt. Y me encantará oír qué explicaciones le das sobre que esa mujer esté viva.

—No creo que las oigas —susurró Orphée.

—En todo caso, al menos tendrás una víctima que presentarle, porque este de aquí ya está a punto de morirse y…

—Silencio.

 

Orphée estaba ahora detrás de Yankee. Tenía la moneda de oro en una mano. El Leprechaun abrió la boca.

Seiya se puso de pie, sin entender nada. Había mirado a Yankee, y éste, viéndose atrapado, quedó convertido en piedra instantáneamente, como pago por su habilidad. El hechizo de un Leprechaun se acaba cuando ves a la cara al Leprechaun.

Shaina se acercó a Seiya, con insólita ternura. Orphée los había observado, había aprendido. Ahora, sus ojos estaban fijos en el Espectro Celestial que caminaba elegante y solemnemente hacia ellos, cargando un gran arpa de tonos oscuros, pisando sin tapujos el Jardín de Perséfone.

Orphée encendió su Cosmos violeta y rojo. Despidió algunos destellos blancos.

—Eso es. Ven a explicarme tu pecado, Pharaoh. Ven… a tu tumba.


[1] Mito del Santuario Vol. 0, Héroe del Mañana, Capítulo 30.

[2] Chiko, en japonés; Digu, en chino. En la novela Al Borde del agua, es la estrella correspondiente a Tang Long, el “Leopardo de Manchas Doradas”.

[3] Fairy Illusion, en inglés.


Editado por -Felipe-, 15 febrero 2020 - 15:53 .

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Publicado 20 febrero 2020 - 18:08

HYOGA I

 

Río Aqueronte. Inframundo.

Habían perdido a una persona valiosa. No solo una Santo, la primera en caer de la tripulación del Navío de la Esperanza, sino que también era su médico. Ella había cuidado a Hyoga después de la Guerra Civil del Santuario y de la Guerra Santa con Poseidón. Pero la batalla no había hecho más que empezar.

El barco iba en bajada por un mar dorado que parecía no tener final. La ribera del río Aqueronte estaba aún cerca, después de que Shaina bajara. Por unos minutos, habían bajado los ánimos, y casi hacen lo mismo con los brazos. La pérdida de una compañera había golpeado fuerte en la moral de los Santos, pero Hyoga continuó creando muros de hielo para protegerles y mostrarles que había que seguir combatiendo; que, si desistían de luchar, habría más víctimas.

En el Infierno no podía estarse seguro de nada. La vida misma carecía de sentido allí. Era muy probable que todos murieran, y el mismo Hyoga había abarcado demasiadas dudas en su corazón cuando subió a bordo. Pero ya no más. Muchas personas habían sido víctimas de su hielo, muchos habían perecido por su culpa. Gracias a Dohko de Libra, el Santo de Cisne había aprendido que no podría jamás quitarse las manchas del pasado.

Sin embargo, el futuro estaba completamente limpio.

 

—¡Eso es! ¡Enciendan sus Cosmos! —ordenó Dohko, todavía enfrascado en una lucha personal contra la Ley del Dolor que manejaba Caronte. Teniendo en cuenta lo que ambos decían, el Aqueronte debió haber arrojado al Sumo Sacerdote a su interior hacía mucho, pero obviamente no lo estaba consiguiendo.

—Jejejeje, no entiendo cómo lo haces, pero qué más da. Santo de Oro o no, nadie puede oponerse a las leyes de Hades —dijo Caronte, con su horrendo tono cantor.

—Es fácil hacerlo cuando conoces los límites de tu Cosmos y lo extraes del fondo de tu corazón. ¡Shiryu, Hyoga, bajen a terreno! —Dohko lanzó una ráfaga de Cosmos y se deshizo de tres barcazas negras que se acercaban peligrosamente, dejando la vía libre para ellos—. Estamos muy profundo en el Inframundo, y salir ahora será un milagro. Pero ¿no es eso lo que hacemos los Santos?

Hyoga se preparó para saltar. Unos Esqueletos subieron a bordo y lo atacaron con sus guadañas, pero antes de que él se distrajera con ellos, apareció Geki y los desnucó con un solo movimiento de brazo.

¡Lanzamiento Bestial![1] —exclamó el Oso, antes de arrojar cinco enemigos al mar, sin vida, con sus bestiales armas. Entre los Santos de Bronce, nadie podía igualarse a Geki de Osa Mayor en cuanto a fuerza bruta—. Hyoga, te pido un favor. Lleva en tus puños la voluntad y fuerza de Nachi y Ban también. Al fin y al cabo, aunque estuviste poco tiempo en el orfanato, los diez crecimos juntos, ¡y te consideraban un hermano!

Hyoga se miró la mano derecha. Ya no sería un arma para arrancar la vida a sus seres amados, sino para protegerlos. No solo Shun y Seiya estaban allí, sino que también el bravo Santo de León Menor y el astuto Santo de Lobo.

Shiryu se encontraba a su lado, levantando al escudo para proteger a June de unos bombazos provenientes de uno de los barcos. Cuando aparecieron los correspondientes Esqueletos, June fue al frente y utilizó su Iris Paralizante para detener su sistema nervioso con su Cosmos.

—Asegúrense de que Shun descanse en paz —les dijo en japonés, que manejaba cada vez mejor. No debía pestañear para que la parálisis fuese efectiva hasta que alguien los rematara—. También Higía, si la ven.

Ichi aprovechó la oportunidad, cargó sus piernas con el veneno de la hidra y utilizó el Colmillo Espléndido (solo por esa vez, Hyoga no se burlaría del nombre de la técnica) para mandarlos al más allá.

—No mueran, chicossss, por favor no mueran —sollozó, mientras saltaba de un lado a otro, esquivando los ataques enemigos como una ágil serpiente—. ¡Y cuiden a la ssssseñorita Shaina!

—Protejan a Atenea… ¡a la señorita Saori! —exclamó Jabu, tras usar el Trote Fugaz para deshacerse de todos los enemigos que llegaron de estribor, impidiendo que subieran al Navío. Luego, les puso ambas manos en los hombros—. Por favor, tráiganla de vuelta con nosotros. Mientras tanto no bajaremos la guardia, y de seguro ustedes tampoco. No mueran. ¡Los estaremos esperando!

Inspirados por esas palabras, Hyoga y Shiryu cruzaron una mirada significativa. Se prepararon, tomaron impulso, y saltaron con todas sus fuerzas hacia la orilla del mar. En seguida sintieron el peso de la muerte. Algo vivo había cambiado en sus almas, durante los cientos de metros que cruzaron de un salto.

De alguna manera, ahora ya no estaban completamente vivos.

 

Gruta. Tercera Prisión. Inframundo.

Tardaron un poco en aterrizar, pues la ladera no era sino el borde de una gran fosa de tierra. Una de tantas, más bien, como pudieron comprobar durante el salto. Se trataba de laderas muy largas, progresivamente más empinadas a medida que se alcanzaba altura, donde pudieron ver cientos de rocas perfectamente redondas, arrastradas por pequeñas y luminosas llamas azules, tanto en subida como en bajada. Cada agujero tenía decenas de kilómetros de diámetro, y en el fondo se reunían un sinfín de piedras más.

Hyoga aterrizó en la ladera y se mantuvo allí congelando la tierra a sus pies. Había algo muy extraño en el lugar. En todas las fosas la situación era la misma. Flamas azules se ubicaban detrás de las piedras, y parecían empujarlas hasta que la gravedad hacía su parte y caían juntos hasta el fondo del hoyo, donde volvían a ascender.

—Shiryu… —le dijo a su compañero, a quien también le congeló las piernas en la pendiente—. ¿Ves esto? ¿Qué crees que son esas llamas?

—Hyoga, vi muchas de esas llamas cuando DeathMask me envió al Yomi. No son llamas solamente. Son almas.

 

Tuvo que tomarse algunos minutos para tragar el impacto de lo que había oído y contemplar la situación que tenía entre manos. Después de que Shiryu le relatara algunas cosas que deseaba nunca haber escuchado, Hyoga bajó un poco, ayudándose con su hielo y se detuvo junto a una de las piedras que rodaba hacia arriba. Al acercarse a la llama azul detrás de ella, ésta tomó forma y se convirtió en un hombre vestido con una capa púrpura y un montón de anillos en los dedos. Hyoga se horrorizó.

Por alguna razón que jamás llegaría a comprender, llevado por una sensación muy molesta de desazón, y haciendo algo digno de Seiya… le habló.

—Petró…

Hyoga. Eres tú, Hyoga. —Aunque pronunció palabras tan significativas, sus ojos estaban vacíos y no tenía entonación alguna.

—Petró, ¿necesitas ayu…?

No puedes hacer nada. Este es mi pecado —dijo el hombre, en perfecto ruso, con los ojos cansados y arrastrando las palabras, que repitió a medida que subía, alejándose de él, empujando con sus delgados brazos la enorme piedra que, poco después, cayó junto con él al fondo del abismo—. Este es solo mi pecado.

Hyoga se llevó la mano a la boca. ¿Qué diablos estaba haciendo? Él no era así, no actuaba jamás de esa manera tan imprudente. Pero es que… ¿En qué clase de lugar estaba parado? ¿Cuán mala era su suerte?

—¡Hyoga! ¿Qué ocurrió? —preguntó Shiryu, bajando para socorrerlo, aferrándose con las garras de su Manto Sagrado.

—Acabo de hablar con un muerto…

—Lo sé. Creo que están sujetos a las leyes de Hades, por lo que no pueden escapar de su castigo, recibir ayuda para cargarlo, ni moverse a otra parte.

—Sí, lo imagino. Pero, Shiryu… ese hombre, Petró, pertenecía a la corte donde me crie, era amigo de mi madre… alguien que murió junto a ella —explicó el Cisne, sintiendo que le escocían los ojos—. Estamos de verdad en el reino de los muertos. Y puede que yo mismo lo haya puesto aquí.

—Hyoga. —Shiryu le puso una mano sobre el hombro, tal como Jabu había hecho antes; era el único, además de Shaina, que comprendía el miedo a la muerte como él, pues los tres habían despertado la Octava Consciencia de la manera más cruel, la que los dejaba más sensibles y expuestos—. No debemos cargar con el peso del pasado, sino que con la voluntad del futuro. En nuestras manos están las almas de nuestros caídos, incluyéndolo. Y tenemos una misión aquí.

—Una misión que debemos cumplir. —Hyoga aferró la mano de Shiryu y la quitó de su hombro para estrecharla—. Gracias. No le digas a nadie sobre esto.

—Por supuesto.

—Ya me extrañaba que me sobraran dos rocas —dijo un tercero.

 

Hyoga y Shiryu elevaron la mirada. En la orilla del hoyo se encontraba un Espectro de cuerpo grande y macizo, portando una Surplice que le hacía ver tan redondo como las rocas que cargaba en ambas manos, idénticas a las que arrastraban los muertos. Tenía voz grave y un cuello y espalda anchos, la nariz chata y manos enormes, lo suficiente para levantar las piedras que a las almas tanto les costaba mover, sin problemas.

—¿Y tú quién eres? —preguntó Shiryu, poniéndose en guardia. Hyoga tardó unos segundos de más, tras captar por el rabillo del ojo una sombra espectral singular subiendo por la ladera.

—Soy Rock de Golem, Estrella Terrenal del Cuerno[2]; he sido desde hace tiempos inmemoriales aquel que crea estas piedras para cada alma que llega hasta la Gruta —dijo el Espectro, sentándose al borde del abismo, aún con las rocas en las manos alzadas—. Aquí caen los avaros y derrochadores, y en todos los agujeros se recibe el mismo castigo: se les condena a arrastrar estas piedras por la ladera, aunque nunca llegarán a la cima.

—Hay cientos de personas solo en esta fosa —replicó Shiryu, abriendo los brazos para tratar de abarcar a todas las almas, algunas de las cuales los esquivaban, subiendo y bajando, mientras hablaban—. ¿Qué clase de tortura es esta? ¡Es ridículo!

—Las rocas aparecen en mis manos cuando alguien llega aquí, y siempre mido su peso, pues equivale al tamaño de su avaricia en vida. Y créanme, la mayoría solo podrían ser sostenidas por mí y un puñado más de Espectros. Esta gente se lo merecía, y sufrirán aquí hasta que les toque reencarnar, en cientos o miles de años, con una forma peor.

—¡No me creo eso! —exclamó Shiryu, siempre tan idealista. Hyoga tenía los ojos puestos en su amigo y en Rock, pero los oídos los tenía atentos a lo que acechaba desde abajo, atrás de ellos—. Ninguna persona merece un castigo tan irracional. ¿Por qué cargar rocas que nunca lograrán subir? ¿Por qué los obligan a hacerlo una y otra vez, sin darles descanso? ¡Nadie se merece tanto!

—¿En serio? Pues yo diría que sí —reafirmó el Espectro, aún sentado con toda la comodidad del planeta en el borde, mirándoles con un dejo de burla—. Las rocas que tengo en mis manos pesan un montón, ustedes también cargan con pecados incapaces de ser pesados. ¿Por qué no los sostienen ustedes mismos?

Dicho eso, Rock de Golem dejó caer las piedras sobre ellos, casi sin intención. Las dos rocas bajaron a toda velocidad, como si estuvieran siendo impulsadas por el Espectro en lugar de la gravedad.

En ese momento, Hyoga confirmó que había otro enemigo detrás y reaccionó con velocidad. Utilizó su Polvo de Diamantes y lanzó al segundo Espectro colina abajo, pero de todos modos cayó junto con Shiryu, presa de sus propios pecados en forma de rocas.

 

O así habría sido, sino fuera porque contaba con un compañero tan impecable al tratarse de algo fantástico. Siempre salía con otra proeza más admirable que la anterior. En realidad, Hyoga lo sabía desde que lo vio luchar contra Ikki y las Sombras de Reina de la Muerte en aquel puerto hacía más de un año; sabía que podía confiarle su vida.

Shiryu sostenía en sus fuertes brazos ambas rocas. Aunque no podía lanzarlas al suelo, pues aplicaban presión sobre el Santo de Dragón, éste se mantenía impasible, como la Gran Cascada ante el viento.

—N-no lo entiendo, ¿cómo es que estás haciendo eso? —inquirió Rock, que bajó al fondo de la fosa, donde se reunían las miles de almas que nuevamente habían fallado en su inútil misión—. ¡Nadie puede cargar con más de un pecado!

—Yo siempre he creído en la amistad —dijo Shiryu, aplicando su Cosmos en sus piernas, para no ser aplastado por su propio peso—. Creo en los lazos que he formado en todo este tiempo con mis amigos, mis hermanos de las estrellas, tanto los vivos como los muertos. ¡Podría cargar con todos sus pecados sin problemas!

 

En tanto, Hyoga miró atrás y se encontró con el gigante que era el otro Espectro, aquel que había intentado atacarlos por sorpresa. Su Surplice contaba con largos cuernos en el yelmo, así como un par más que salía de sus hombros. Probablemente era más alto que Aldebarán, tenía la tez blanca como el hielo, un mentón cuadrado, poblado de barba, y pequeños ojos azules.

—Tú eres el que le habló a uno de los condenados, ¿no? —preguntó, también en un atropellado ruso. ¿Acaso lo había sido antes de ser convertido en un Espectro?

—Y tú eres el cobarde que ataca por la espalda.

—Soy el Espectro Terrenal de la Derrota, Iwan de Tr…[3]

—No me interesa —interrumpió Hyoga, utilizando otra vez su Polvo de Diamantes para quitarle la vida. Y otra vez no funcionaba; el hielo apenas lo empujaba—. ¿Eh?

—¡Jajaja! Soy el Espectro con la Surplice Terrenal más resistente de todas. Con mi Perestroika puedo convertir mi cuerpo en una estatua de hierro invencible. ¡Nada puede ni podrá perturbar a la Estrella Terrenal, Iwan de…!

—Vaya que hablan ustedes dos.

Hyoga encendió su blanco Cosmos y bajó aún más la temperatura de su ataque. Al mismo tiempo, Shiryu hizo arder una llama verde a su alrededor, cuidando de que ningún alma fuera lastimada, y sostuvo las dos rocas con un solo brazo, concentrando su Cosmos en el otro, el derecho con la garra del dragón.

—Entonces tendré que cargarte con aún más pecados de estos avaros miserables, ¡toma esto! —Rock materializó a su alrededor una docena de pesadas piedras redondas, y las lanzó con su Cosmos hacia ambos—. ¡Piedras Rodantes![4]

—Puedes lanzar lo que quieras, pero te demostraré con mi espíritu que cargaré con los pecados de todos los que lo necesiten. ¡Para eso soy un Santo! —Shiryu desencadenó la furia del Dragón Ascendente, y como si su nombre necesitara explicación, tanto las rocas que cargaba como las que habían caído sobre ellos se elevaron por los cielos escarlatas y se dirigieron, envueltas en llamas verdes, hacia Rock, lo que resultó letal.

—Imposible, por más hielo que uses contra mí, solo te cansarás, y así te remataré. Mi Perestroika me hace invulne… ¿pero qué…? —Iwan cayó súbitamente de rodillas, con la piel tornándose azul—. ¿Qué estás…?

—No sé qué tan invulnerable seas, pero estoy usando mi hielo para congelar tus pulmones y sistema respiratorio. No sé por qué alguien querría que llegara a eso, pero tú atacaste primero. —Hyoga volvió a disparar el Polvo de Diamantes. Iwan intentó acercarse de rodillas, pero tras unos segundos le fue imposible.

—P-p-pero yo soy… el Espectro Iwan de Troll…

—Como dije, no me interesa.

 

 

Dos Espectros menos. No importaba cuánto los amenazaran, los Santos se volvían invencibles cuando se trataba de proteger sus ideales, fueran cuales fuesen. Hyoga casi lo olvidaba, pero la bravura de Shiryu se lo había recordado. Tendría que pagárselo después.

Pero todavía no terminaban. Aunque había dos cadáveres de Espectros Terrenales a sus pies, en el fondo del abismo, esperaban que el guardián del lugar fuera un Espectro Celestial. Y éste no tardó en aparecer, acompañado del temblor que causaba a medida que descendía a encontrarse con ellos.

Aunque antes había pensado de Iwan como un gigante, era solo una metáfora para referirse a un hombre grande. No podían sentir el Cosmos de los Espectros, pero con una mirada bastaba para saber que este era una Estrella Celestial, solo por su tamaño, pues era realmente un gigante. Unos doce metros de altura, como los Cíclopes que Seiya encontró en su misión con Aiolia, meses atrás.[5] Podía intuirse lo peligroso que era.

Con brazos como robles, protegidos enteramente por la Surplice, piernas cubiertas por varias capas de mortemita férrea y negra, un casco horrendo y deforme como si lo hubieran aplastado de un puñetazo, y que cubría sus ojos y nariz, el Espectro solo dejaba a mostrar la parte inferior de su cabeza, destacando sus largos colmillos superiores que se deslizaban hasta su barbilla. El peto y la falda no tenían forma alguna, no eran asimétricos, sino que simplemente caóticos, como chatarra mal pegada para adaptarse a un cuerpo tan monstruoso. Su voz denotaba apatía y cansancio, como si no le importara lo que veía.

—Iwan y Rock… muertos… Qué molestia… ¿Qué hacer ahora…?

—¿Eres tú el encargado de la Gruta? —preguntó Shiryu, enfocando su Cosmos en su puño derecho nuevamente, preparado para luchar. Hyoga, en tanto, optó por esperar con la guardia en alto—. ¿El que ordenaba a Rock torturar así a toda esta gente?

—Hades decide… yo solo soy… Tolka de Orco… Estrella Celestial de Espada[6]… Guardia de Radamanthys… Él también decide… Radamanthys y Hades… deciden…

De pronto, sin siquiera anunciarse por su postura o ningún otro indicio, Tolka se lanzó como un bólido hacia ellos y arrasó con Shiryu y lo aplastó contra la pendiente de la fosa. Hyoga no alcanzó a reaccionar.

—¡Shiryu! —gritó hacia atrás.

Detrás de una cortina de humo apareció el inmenso Espectro, que había dejado un surco de tierra a su paso, casi como una fisura. Con su tamaño, ¿cómo era posible ser tan veloz que ellos no pudieran reaccionar?

Shiryu estaba sepultado en la tierra de la ladera, vivo y consciente, pero claramente dolorido. La sangre resbalaba por su barbilla, y se le había hinchado el brazo izquierdo.

—N-no puedo creerlo… —El Dragón se miró el famoso escudo, y comprobó lo que no quería comprobar. Lo que parecía imposible hasta ese punto—. E-está trisado. El escudo reforzado por la sangre de Saori tiene una pequeña fisura, ¿c-cómo es posible?

—Buen escudo… —dijo Tolka, rascándose la cabeza por sobre el amorfo casco de mortemita—. De otra forma… perder la cabeza… Qué molestia…

Luego, el Orco procedió a bostezar, y Hyoga no perdió ni un segundo. Conjuró en el suelo la Tierra de Cristal, creando un sinfín de boquetes, témpanos y espadas de hielo que avanzaron como perros de caza hacia el enorme monstruo.

Éste, con una agilidad inaudita, los esquivó y corrió hacia Hyoga a toda velocidad, y éste se hizo a un lado a tiempo para esquivar el impacto. El Espectro, sufriendo en los pies los efectos del hielo, resbaló y se estampó contra la roca de otra alma, que se vio libre por unos instantes de su castigo.

¡Era Petró, el amigo de su madre! Entre tantos cientos de almas que había en ese particular hoyo, ¿cómo podía ser tan maldita su suerte de encontrarse dos veces con él y hacerle dudar de su misión momentáneamente? Petró intentó subir por la ladera, sin su piedra, pero apenas el Orco se alejó de ella, el hombre ruso volvió arrastrando los pies, se ubicó detrás de la roca y se sometió a la ley de Hades de nueva cuenta.

Tolka atacó de nuevo, y esta vez Hyoga materializó con el pie su Tierra de Cristal. A duras penas pudo esquivar el choque del Orco esta vez, y sintió que su brazo izquierdo, con el que intentó frenarlo, se le entumeció completamente. Sin perder tiempo, utilizó el brazo derecho para disparar su Rayo de Diamantes, que se reflejó en todas las estructuras de hielo que había creado, pero Tolka las esquivó con gran velocidad y lo golpeó en el pecho con la palma de la mano. De no haber dado un paso atrás en el último segundo, Hyoga habría visto su esternón hecho pedazos en su interior.

—¡Hyoga, cuidado, va otra vez! —le advirtió Shiryu, que trataba de recolocarse los huesos del brazo izquierdo.

El Santo de Cisne resbaló y cayó con la presión de la velocidad del Orco, y debió hacer uso de toda la fuerza de sus piernas para saltar a un lado y esquivar el puñetazo del gigante, tan grande como todo el cuerpo de Hyoga, que abolló la Tierra de Cristal.

—Qué molestia… quédate quiero… Órdenes de Radamanthys…

Hyoga vio de reojo a las almas a su alrededor. Al amigo de su madre. ¿Acaso había sido su culpa? ¿Lo sería aún más si los ataques de Tolka impactaban con uno de ellos por estarlo esquivando?

Concentró enteramente su Cosmos en su espalda, preparándose para lo peor. Orco levantó sendos brazos, con las manos unidas, y le propinó un desalmado y brutal golpe en el hombro (gracias a un rápido movimiento de Hyoga que, de otro modo, le habría roto la columna vertebral), y así el Cisne lo tuvo cerca de él.

Elevó la velocidad de sus átomos y redujo la misma en sus manos, a pesar de que se había dislocado un brazo. Antes de recibir el siguiente impacto, que el gigante estaba ya preparando, Hyoga bajó la temperatura hasta el borde del Cero Absoluto con ayuda de su Cosmos acelerado. Una mezcla casi imposible, que había inventado al instante.

Tomó las piernas de Tolka de Orco y aplicó todo su Cosmos de una sola vez. En primer lugar los tobillos, luego los pies y rápidamente subió hasta las rodillas. Cuando el Orco se dio cuenta y le golpeó esta vez, debido a la sorpresa, con menor brutalidad en el hombro derecho, sus piernas se habían convertido en gigantescas estructuras de hielo sin forma, al igual que su maldito yelmo.

—Hielo… siento frío… Q-qué molestia… qué… mis piernas…

Hyoga reacomodó con un brusco movimiento de espalda y brazos, los que estaban pegados a las piernas del Orco, sus húmeros y clavículas. No iba a permitir que solamente Shiryu cargara la pesa.

—¡¡¡Ahhhhhhh!!! —Hyoga levantó al gigante sin muchos esfuerzos. Cuando no se trataba de Geki o Aldebarán, que combinaban ambas facetas como Santos que eran, la fuerza física era irrelevante en comparación con el Cosmos.

—No… levantar… necesito el… suelo…

—Lo sé. —Lo requería para moverse a tal velocidad. Desde allí no podría hacerlo, y el Cosmos del Cisne había alcanzado su paroxismo. Consciente de todo a su alrededor, el Santo de hielo arrojó a Tolka hacia arriba, y el monstruo se elevó aún más de lo que varias de las almas podían alcanzar con sus rocas. Shiryu, ya recompuesto, podría haberlo rematado a punta del Dragón Volador, pero así no eran las batallas de los Santos, y solo Hyoga estaba al límite en ese momento.

—Vuelo del cisne, ¡Tornado Frío!

El cuerpo de Tolka cayó convertido en una estatua de hielo deforme, debido a los fuertes vientos proyectados por el Tornado Frío que Hyoga había creado hacía tanto, en un tiempo que hasta parecía más sencillo. A estas alturas, ya no debía tener dudas.

 

Hyoga recompuso algunos huesos y ayudó a Shiryu a erguirse. Ambos miraron una vez más a las almas, incluyendo al pobre Petró, que resumieron su trabajo de subir y bajar piedras a pesar de que sus tres carceleros habían perecido, uniéndose al rosario de Shaka que Dohko cargaba. Las leyes de Hades los seguían obligando a cumplir con su castigo y destino, y aunque Hyoga lo desease, no podía sacarlos de allí.

—¿Estás bien? —le preguntó su amigo, aquel en que tanto confiaba, apenas ambos comenzaron a correr agujero arriba.

—Sí. —Y creyó ser sincero.

—¿Recuerdas lo que dijo el maestro? Este lugar es una prisión para almas, pero no siempre ha tenido esta forma.

—Sí. Existe desde antes que Hades lo use.

—Es un templo para él. Algo como nuestro Santuario.

—Shiryu… Eso significa que si lo destruimos, si acabamos con Hades y los 108 Espectros, ¿qué va a ocurrir con estas almas?

—Solo espero que sea lo mejor para ellas. Quiero creer que el universo, más allá de los dioses, es justo. Que los que lo merezcan de verdad obtengan su redención sin esperar a una supuesta reencarnación.

—¿No crees en eso?

—Con todo lo que he visto, no sé en qué creer, Hyoga.

 

Al salir a la superficie encontraron decenas de fosas repartidas por todos lados. En general, el terreno parecía descender, y decidieron tomar el camino más rápido que podían tomar, lanzándose por las pendientes que encontraran. Su destino estaba en la parte más profunda del inmenso Inframundo.

No miraron atrás. En el Aqueronte probablemente aún luchaban los Santos contra los Espectros. Sus amigos contra sus enemigos. Dohko contra Caronte. Y ellos debían continuar también, sin dudar. En el Inframundo, cualquier duda les costaría… y el costo sería unirse a esas almas sin decisión.


[1] Beast Throw, en inglés.

[2] Chikaku, en japonés; Dijiao, en chino. En la novela Al Borde del agua, es la estrella correspondiente a Zou Run, el “Dragón del Bosque”.

[3] Tenpai, en japonés; Tianbai, en chino, al ser una estrella celeste en la novela Al borde del agua. Es la estrella correspondiente a Ruan Xiaoqi, el “Rey Viviente Yama”.

[4] Rolling Stones, en inglés.

[5] Mito del Santuario Vol. 3, Sueño de Azules, Seiya II.

[6] Tenken, en japonés; Tianjian, en chino. En la novela Al Borde del agua, es la estrella correspondiente a Ruan Xiao’er, la “Estrella Inmóvil”.


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Publicado 20 febrero 2020 - 18:59

Saludos

 

En mi lento e injustificable avance, me he propuesto hoy comentar lo que me queda de la página 36, donde me quedaban tres capítulos de lo más interesantes. ¡Empecemos!

 

Es curioso, desde el pasado siglo, a través de varios medios, entre los que no voy a contar los videojuegos porque siempre oigo alguna queja respecto a esto, la industria del entretenimiento ha normalizado la muerte. Así me lo hizo saber en su día un amigo, cuando era muy joven como para pensar en esas cosas, de como se había convertido en algo 100% normal que el héroe mate a la mayor cantidad de enemigos posible, mientras que otros temas tabú se condenaban al instante. Como no se profundiza en ello, ni encajaría bien con el ritmo narrativo de según qué películas, el espectador no se plantea si está bien o mal lo que ve, y en cambio ve como algo fuera de la norma cuando ocurre lo más natural, que es un héroe que tenga dudas después de matar a alguien. Quizá mi comentario esté un poco desfasado, pues hoy en día habrá muchos personajes con ese tipo de desarrollo, incluso si lo primero que me viene a la mente es el caso de Kenshin Post-Battousai, pero es que lo recordé leyendo este primer capítulo de Saori. Yo mismo, en un primer momento, me descubrí preguntando por qué Atenea iba a sentirse mal por la muerte de un enemigo a estas alturas del conflicto, y según avanza el capítulo, me respondo enseguida. Claro, es la reencarnación de Atenea, pero ha vivido como Saori Kido, que aquí no ha matado a nadie, como tampoco mató a nadie en el original. Salvo a su tío. 

 

No me agradó mucho lo que Kurumada hizo con el personaje de Atenea ya desde la primera vez que vi la serie, e independientemente de que hoy en día comprendo lo complicado que es dar un rol activo a un personaje tan poderoso, en teoría, sigue sin agradarme. Teniendo esto presente, no te tengo que decir que me llama bastante la atención lo que harás con Saori Kido. ¿Deberá dar el paso para convertirse en la diosa de la guerra y la sabiduría? ¿Rechazará tal identidad e intentará vivir como humana, una vez acabe la guerra? ¿O habrá un punto intermedio entre ambos, donde divinidad y humanidad puedan convivir? Es una diosa en cuerpo humano, después de todo. Sea cual sea el resultado, y aunque mi lado mitológico me pida más de diosa de la guerra y la sabiduría, lo importante es cómo manejes estos asuntos. Lo digo arriba, la acción como la entendemos normalizó la muerte y convirtió en la excepción el héroe que duda de lo que hace, y eso ha creado dos caminos, donde unos tratan esas dudas con el debido respeto y habilidad, y otros no tanto, se quedan con solo plantearlo. En tu caso espero que estés en el primer camino, pero es mi deber ser exigente, creo, lo leí en un manual de instrucciones.

 

No consigo recordar nada de Nigromante, salvo que salió en Lost Canvas, así que con eso y tu comentario posterior asumiré que la habilidad y cómo funciona es cosa tuya. Muy apropiado para un espectro así, y también para Saori, porque habría sido muy fácil poner a un espectro carne de cañón para que se luciera. No fue así y se notó, tanto por las acciones del espectro como por lo que se dice de él. ¡A ver qué otros obstáculos se encuentra nuestra heroína! (Una de ellas.).

 

Dado el largo de este arco, no esperaba que el tránsito hacia el Octavo Sentido durase muchos capítulos. Quizá eso mitigue mi desconcierto a que todo se resumiera en uno solo. Fue mejor, eso sí, a que se limitaran a saltar al abismo de la muerte y de un momento para otro no se murieran, por la conveniencia de una muy oportuna explicación.

 

El fuerte del capítulo son las experiencias concretas de los tres protagonistas, porque a partir de hoy dejaré de preguntarte si Shaina va a tener ese rol y asumiré que lo tiene. Ya te hablé en un pasado comentario de cómo da fuerza a tus personajes que incluso ellos, héroes veteranos, tengan miedos, y aquí los exploras de un modo en que cada uno se diferencia del resto. Me chirría un poco Hyoga, aunque no es tanto culpa tuya cuanto que, en una ocasión en que quise explorar los miedos de los protagonistas y que por fortuna nadie leerá nunca, también topé pared con que el tema del Santo de Cisne iba a tener que ver con su madre, de algún modo. Es un buen giro que se trate no de solo sacrificar ese recuerdo (como con Camus y el ángel caído que probablemente no sé nombrar), sino de un sentimiento de culpabilidad, eso puedo decir. El tema de Shiryu me evoca a ese sueño... universo paralelo... lo que sea que ocurrió en Next Dimension, donde el Santo de Dragón descubre que una vida normal, con un final normal, no es para él y debe luchar, incluso si no fue ese el punto aquí. Hasta un héroe dispuesto a sacrificar su propia vida teme por la muerte de otros, y en especial, que temiera el daño que su propia muerte pudiera causar, me convenció bastante. No me lo esperaba. Y de Shaina, ¿qué decir? Hyoga teme vivir, ella morir; muy humano, poco heroico, ¿y qué, si al final del día ella luchará como los demás? Bastante coherente con cómo la has estado desarrollando hasta ahora, así que no tengo queja, sino esperanzas.

 

Por descontado que disfruté ese inicio de enfrentamiento campal... digo, naval, todo lo que huela a una auténtica Guerra Santa me agrada. Ver a los Santos de Atenea, no dos (estupenda referencia a la de un par arrasando con todo el ejército de Hades, si es que es una referencia y no solo soy yo haciéndome ideas raras), aportando siempre es de agradecer, e incluso si me chocó ver a los tres consiguiendo el Octavo Sentido al final, lo entiendo como una necesidad de la historia.

 

Me he perdido un poco con el pasado de Dohko, creo que no llegué a leer su Gaiden. ¡Vergüenza! ¡Vergüenza! ¡Vergüenza!

 

Haré un inciso sobre el capítulo siguiente, relacionado con ese momento de ira de Saori respecto a las torturas en el infierno, y el modo en que los espectros se lavan las manos en tanto que la justicia que ejecutan es divina, algo que ni ellos pueden cuestionar ni creen que nadie más deba. Algo que extrañé del arco de Hades original, muy a pesar de que sea difícil de presentar en la franquicia tal y como funciona, es un genuino debate entre el sistema donde los malvados sufren la condena eterna frente a otro donde hasta los peores pecados son perdonados después de la muerte. El tema de que hasta las cosas que hacemos de chiquillos pesan en un juicio tiene su lógica, pero siento que funciona para llevar el tema de la existencia de un infierno al absurdo antes que cuestionarlo de verdad. ¿Llegarán Saori y Hades a tratar este tema, o el segundo responderá con violencia y ya?

 

De este capítulo, debo decir que me sentí mal por Markino, me cayó bien en el anterior y hasta esperaba que sobreviviese, así como esperé en su momento que Caronte no peleara con Seiya. Y dejando los temas menores de lado, me gustó el hilo conductor del intercambio verbal entre Seiya y Lune. No espero demasiado del espectro, con ese escudo a prueba de bombas que es decir que todo el sistema judicial del inframundo es de un dios al que no cabe cuestionar, pero con todo, se explayó sobre ese sistema y eso es de agradecer, porque te da la sensación de que hay una creencia de fondo en el ejército enemigo, como la hay en el del arco anterior, aunque el tema de los espectros sea un poco más complicado. Por cada pero que tiene Seiya, Lune tiene un nuevo pecado, llegando hasta el punto en que no es humanamente posible vivir sin pecar alguna vez, según los términos del Hades. ¿Será así, o aquí hay algún afortunado que llega a los Campos Elíseos, que para eso están? No Seika, al parecer, a menos que Lune haya querido evitar la pregunta, ella está en algún infierno por alguna cosa. Y es eso lo que me gustó, que Seiya no vive esta situación porque podía, sino porque aquí sí que se acuerda de su hermana... que yo recordaba que había muerto de otra cosa, no de un atropello, ¿será que ocurrió así en otra historia y mezclo recuerdos? 

 

Le da una mejor dimensión al ejército de Hades que haya tres Jueces más fuertes que el Santo de Oro promedio (sigo sin querer decirles Magnates y no pediré perdón por ello), cada uno con cuatro subordinados al nivel de un Santo de Oro. Entiendo con ello que no veremos a Kanon destruyendo al espectro con el poder de su dedo, pero no te culparé por mantener esa introducción de la pelea, ni esa recriminación del Santo de Géminis al Hombre que nunca se rinde. 

 

Por vez mil, diré que creo haberme olvidado de algunas cosas que debía comentar. Me viene a la mente que en este capítulo hay una oración sobre avisar a Pandora en la que se repite el se, y que una vez Lune pasa a ser Minos, al servicio del señor Lune. ¡Cuidado!


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#731 Orfeo de Lira

Orfeo de Lira

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Publicado 26 febrero 2020 - 14:54

 

SAGA DE HADES

 

Bueno, finalmente después de 3 años que he escrito este fic, comienza la etapa de Hades, que yo mismo me moría de ganas por escribir. Como les anticipé muchas veces tiene muchísimos cambios en la trama con respecto a la obra original, si bien otras se mantienen. Les avisaré de antemano a medida que avanzo qué deben tomar en cuenta antes de leer el capítulo en cuestión, si es necesario.

 

Por ejemplo, para el Prólogo que habrá desde hoy, les recuerdo que los Santos de Plata sobrevivientes en esta versión de SS, a estas alturas, son siete: Marin de Águila y Shaina de Ofiuco (obvias razones), Orphée de Lira y Mayura de Pavo (como recordarán de los Cuatro de Oro Blanco), el joven Santo de Cruz que sucedió a Georg (cuyo nombre se revelará en esta saga, aunque muchos podrán adivinarlo), y Asterion de Lebreles junto a Jamian de Cuervo, a diferencia del clásico.

También, que la pelea final contra Poseidón que dejó muerto a un sexto de la población mundial fue en marzo, ahora estamos en junio de 2014, y casi un año ha transcurrido desde el principio de la historia.

 

Pero antes, responderé los reviews.

Spoiler

 

Muchas gracias a ambos, y los que han leído también. Ahora sí, el primer capítulo de Hades, como suele ser, un Prólogo.

 

MITO DEL SANTUARIO, SAGA DEL INFIERNO

VOLUMEN IV:

CANCIÓN DE LA TIERRA

 

 

PRÓLOGO

 

19:20 hrs. 15 de Junio de 2014.

Era una bella noche de primavera, si es que se podía llamar «bella» al entorno de piedras, piedras y piedras por doquier, adornadas por nombres de gente de la que la mayoría se había olvidado. Podían ponerle muchos nombres, como rocas, lápidas, granito, tumbas, pedazos de pedernal, centros de oración, bloques... pero para Jamian de la constelación de Cuervo, solo eran piedras, piedras y más piedras, hasta donde alcanzaba la vista, en el cementerio del Santuario. De todas formas, si se consideraban las curvas, los subes y bajas, los nombres graciosos con los que podían hacerse juegos de palabras, el viento chillón, y las montañas como telón de fondo, quizás alguien iría a considerarlos elementos de una noche «bella», y él prefería creer que siempre había algo así en algún lugar.

Incluso en el cementerio menos bello que hubiera conocido jamás.

 

Se hallaba en la zona oriente del Santuario, tras tomar la escalera derecha en el Gran Coliseo y ascender por una larga pendiente que llevaba a la zona más rocosa, más muerta y menos decorada con estatuas desnudas de toda Atenas. Podía verse con obviedad que era un escarpado complicado, demasiado cerca de un precipicio oscuro, ventoso y estridente por el cual un Santo cualquiera, incluso uno de amarillo, tendría dificultades cayendo. No había rutas marcadas ni escaleras, se seguían los senderos que las lluvias, el barro y las mismas tumbas habían formado con los años, los siglos, o lo que fuera que llevara el Santuario en existencia.

Largos y sinuosos caminos llevaban de un extremo a otro del cementerio, de la entrada marcada por un arco de piedra al observatorio dirigido —en teoría— por Yuli de Sextante en el área norte, o desde cualquier punto al mismo, sin saber cómo diablos se puede retornar al mismo sitio caminando cincuenta pasos en frente. Todo el mundo se perdía en ese gigantesco lugar; buscar las tumbas para rezarles, hablarles o pedirles que les devolvieran favores, eran tareas pesadísimas para cualquiera que se creyera con ánimos de hablar con los muertos... todos, excepto Golge, claro. Era a él al que buscaba Jamian, en todo caso.

Esa era otra tarea engorrosa. Buscar a cualquier ser ahí, vivo o muerto, podía resultar imposible, pues a Atenea se le había ocurrido la fantástica idea de que todo el mundo fuera enterrado allí de manera azarosa, independiente de su sexo, edad, rango, tiempo como Santo, gusto musical o color favorito, porque «todos eran iguales». Por supuesto, Atenea no solía ir al cementerio a quemarse el cerebro cuando encontraba a Alfredo al lado opuesto de Alfonso, y solo Golge era capaz de localizar a cualquiera en cualquier parte desde cualquier sitio del camposanto. ¿Cómo? Solo Golge podría ser capaz de responder eso... si se dignara a hablar.

Pensaba en ello cuando le dio un manotazo a un guardia apostado en el portón que se quedó dormido, y le gritó en la oreja a otro que estaba en proceso de ello.

—¡Oye, oye, oye, ¿qué caraj…!? Ah...

—E-es usted, señor Corvus, b-buenas noches.

—L-lo sentimos.

—Sí, lo sentimos.

—¿No ven que hay estado de emergencia? —les reprendió cuando terminaron de excusarse, o lo intentaron al menos—. Si les toca guardia, les toca, para eso se les paga, así que abran bien los ojos y vigilen, vigilantes, ¿eh?

—Sí, señor.

—Voy a ver a los otros, y si vuelvo a pasar por aquí y los pillo holgazaneando de nuevo, se lo comunicaré a los Santos de Oro.

No les culpaba, tenían que hacer turno doble en ocasiones, desde que Poseidón mató a más de la mitad del personal con sus lluvias y sus soldados ranas. Solo restaban trescientos ochenta y siete. Aquellos de su rango, los Santos de la Plata, se habían reducido a míseros seis —porque no iba a estar contando al muerto de Orphée a esas alturas—, dirigidos por cuatro de Oro, ¡cuatro! Y lo peor era que Jamian no entendía por qué había estado de emergencia, en primer lugar. ¿Qué clase de alerta duraba tres meses? ¿Alerta para qué?

—Podría darle el mensaje a través de mis muchachos, pero noooo, aún estoy castigado por mi errorcito, al parecer —farfulló en voz baja. El errorcito era lo que aún daba vueltas en la cabeza de Jamian, desde que poco menos de un año atrás, raptó a la que se convertiría en la líder del Santuario. Claro, en ese momento le habían dicho que era una impostora, y él lo creyó como todos los demás, pero a diferencia de ellos fue más hábil y consiguió su cometido. Luego llegó Pegaso, Atenea encendió su dulce y gentil Cosmos, y Jamian estuvo horas secando sus pantalones. Nadie se lo recordaba explícitamente, y la misma diosa se había reído al recordarlo, antes de indultarlo, pero él al menos sentía que todos lo miraban con recelo.

Solo tenía a sus muchachos, que lo seguían a todas partes desde las sombras. Podía sentirlos, ocultos tras las lápidas, en las salientes de las montañas o volando a gran altura sobre su cabeza. Le daban una confianza que ningún otro podría.

—¿Errorcito? ¿Cuál error? —preguntó una voz tan grave, lastimera y fúnebre que no pudo evitar hacerle temblar.

Jamian escuchó el arrastrar de pies y capa característico de Golge de Serpiente, el Oficial a cargo del Cementerio, al que buscaba. Tal vez era una jugarreta del destino interesante, pero el experimentado Santo de Bronce —el mayor después de Retsu, y tenía su misma edad— estaba barriendo el polvo junto a la lápida de nada menos que Saga de Géminis cuando Jamian se volteó. El mismo que le ordenó raptar a Atenea.

—Golge, buenas noches —contestó el Cuervo de Plata, restándole relevancia a la pregunta. No era como si la Serpiente de Bronce se quedara con las dudas.

—Ah... ¿Qué lo trae por aquí, señor Corvus? —Sus ojos eran grises y siempre estaban subrayados por oscuras ojeras que mostraban un cansancio y falta de energía destacable para un Santo. Sus rizos negros le caían sobre el rostro de piel oscura, tenía una nariz ancha, labios pequeños y mejillas huesudas, pálidas. Era bajo de estatura, y siempre caminaba tan inclinado que a Jamian le sorprendía que no surgiera una joroba por esa capa gris que siempre lucía sobre todo su cuerpo. Bajo la misma, centellaba de verde musgo, aún con vida, del Manto de Serpens, que se componía de hombreras curvas y un peto que cubría la mitad del pecho, adornado por un sinfín de diminutas escamas; sus perneras eran pequeñas y seccionadas en tres elementos, y el cinturón se destacaba por su diseño elegante, con varias salientes, el símbolo de la constelación en el centro, y un faldón lateral. Los brazales eran los más interesantes, el izquierdo representaba a Serpens Cauda, la cola de la serpiente, incluía una protuberancia similar a un cuchillo muy afilado; el derecho era Serpens Caput, y estaba conectada íntimamente a la biología de su portador, lucía dos ojos rojos de víbora en la zona de la muñeca.

—Atenea quiere saber el estado de los cuerpos... sí, sé que es idiota la pregunta, Golge —dijo Jamian, aunque la Serpiente no había cambiado su expresión ni un poco.

—Pensé que... para hablar... usaba a los cuervos.

—Sí, lo sé, yo tampoco entiendo. —Había pensado que era una de aquellas medidas hippies de Saori Kido, para que conversaran un rato en el más extenso estado de alerta de la historia, pero eso solo funcionaría si Golge supiera hablar.

No era solo él, en todo caso. Todos los Santos de Serpiente habían mantenido como tradición el ser poco habladores, en honor de Orrín, el primer mártir ateniense del que todos oían hablar durante su entrenamiento, que murió en el cumplimiento de su deber durante la primera Guerra Santa. Pero Golge iba más allá, sencillamente no sabía cómo socializar. Ahora ya estaba bostezando abiertamente, dirigiéndose a otra tumba, esta vez la de Yuan de Escudo, que falleció durante la Rebelión de Eris cuatro años atrás, para limpiarla.

—Todos los muertos están muertos —contestó el Santo, y no en tono irónico como haría, por ejemplo, el mismo Yuan. La muerte era un tema serio para él.

—También debes ir a dar un informe cuanto antes al señor Muu de Aries. Sí que están preocupados estos tipos —añadió Jamian en voz baja. Era lo bueno de estar cerca de Golge, parecía que todo lo que se dijera perdía gravedad a su alrededor.

—Iré... —fue toda la respuesta de Golge, que ya se alejaba nuevamente, poco a poco, arrastrando los pies sobre la gravilla.

—Bien. Eso es genial... eh... Nos vemos, entonces.

 

Golge se alejaba; Jamian no. Se quedó ahí mirando la capa ondeante, cubierta de barro y granito de Serpens. Era dificilísimo conversar con él, el Cuervo lo sabía de antemano, y ya había cumplido la orden. Entonces... ¿por qué seguía ahí?

—¡Maldición! —exclamó Jamian, y escupió al barro. No se iba a engañar, había algo que quería preguntarle al tipo más raro del Santuario. Desde hace unos días tenía un mal presentimiento, sus cuervos actuaban de forma extraña, alarmados por las más mínimas situaciones, y que los cuervos actuaran así podía significar algo aterrador—. Espera, ¡oye, Golge, espera!

—Ah... —dijo éste, lo que podía significar «¿sí?», «dime», o «quiero un pan con mayonesa» indistintamente, viniendo de Serpiente.

—Una preguntita tonta, ¿eh? Solo una que me hizo un amigo y, ya sabes...

—¿Tiene... amigos?

—¡Por supuesto que tengo, y muchísimos! —Era consciente de que Golge no pensaba ofenderlo, simplemente no sabía decir las cosas. Además, era cierto. Restaban cinco Santos de Plata aparte de él: el Águila misteriosa que nunca hablaba, Shainita, que había intentado matarlo un par de veces, el Sabueso que leía la mente sin respeto, la alumna de Virgo de la que apenas se acordaba, y el nuevo, el sucesor de Georg de Cruz del Sur, al que todavía no conocía bien. Dio, Algheti, Yuan, Mozes, todos esos con los que había formado algún tipo de amistad, estaban a su alrededor, convertidos en huesos—. ¡Ah, rayos, al grano! Golge... ¿le temes a la muerte?

Como si hubiera oído su nombre, el viento sopló con fuerza y aire aciago. La capucha sobre Golge se deslizó, y Jamian pudo ver su mirada fría pero firme, dirigida a la suya. Jamian escuchó algunos ruidos, cercanos y lejanos, que le pusieron nervioso, y decidió no poner atención en ellos.

—Los Santos vivimos... cerca de la muerte todo el tiempo, señor Corvus.

—Sí, sí, lo sé, pero es porque no la esperamos. Los Santos mueren en batalla, y no saben cuándo. ¿Pero qué sucede cuando... sabes que será pronto?

—¿Va a morir? —De pronto, Golge pareció interesado. No era de extrañar del forense y enterrador del Santuario.

—¡No lo sé! Es solo que tengo una mala espina. Algo ocurrirá pronto, mis muchachos me lo dicen, y ellos nunca se equivocan. —Como respuesta, un par de cuervos graznó en el cielo.

—Ah... —Golge miró al cielo, sus rizos de ébano dejaron al descubierto su amplia frente—. Desde la guerra con Poseidón... la gente le teme... mucho más a la muerte. No sé... por qué...

—Pereció un sexto de la población mundial bajo las aguas. La misma Atenea quedó debilitada hundiéndose en el agua que debía caer sobre nosotros. Pero hay algo más... algo nuevo.

—La muerte es parte de nuestro ciclo. Pero... señor Corvus, si la muerte acecha a un... Santo de Plata, debe... haber una razón. La Oscuridad... ya viene.

—¿De qué Oscuridad hablas?

—Aquello... a lo que incluso Atenea y los Santos de Oro... temen. Cuando la muerte... pierde su significado.

 

Un grito perturbó el aire y los puso en alerta. Le siguió otro, y otro más. No hubo necesidad de planearlo, ambos Santos se dirigieron en carrera rauda hacia donde los guardias estaban apostados. Mientras corría, Jamian estaba nervioso como nunca antes. Era la sensación de entrar a las fauces de un tigre de diez metros. Pero su deber era su deber... ¿Su deber era morir? ¿Cómo Orrín de Serpiente?

 

19:40 p.m.

Los dos guardias que unos minutos antes había regañado yacían en el piso con los labios ensangrentados y los ojos en blanco, pero sin muestras de haber luchado, no había marcas de golpes y sus lanzas estaban limpias. La muerte se los había llevado, pero Jamian no entendía por qué. Su corazón se aceleró.

—¿Sientes algo, Golge?

—El Cosmos... está perturbado, alterado... pero...

—Sí. Tampoco siento Cosmos enemigos. Como si un tiburón hubiera pasado por aquí, los devoró, y dejó inquieto el mar. —Si no moría asesinado, sería por un ataque al corazón, Jamian estaba tan alterado como el Cosmos—. ¡Oh, vamos, salgan de ahí, cobardes!

—Mire el piso, señor Corvus —advirtió Golge. Jamian notó entonces un vaho púrpura a la altura de las tumbas, se extendía en un radio muy amplio, y cada vez más.

—¿Qué demonios pasó aquí? —El Cuervo de Plata miró a un lado y a otro. Cuando volteó hacia atrás, a las escalas que llevaban al segundo nivel del camposanto, encontró una figura de lo más extraña. Si no lo viera, hubiera dicho que no estaba allí, parecía no emitir presencia alguna—. ¿Y tú quién diablos eres?

La figura era una sombra, una silueta cubierta enteramente por una capa negra, andrajosa, fantasmal, que exhalaba un vapor oscuro que parecía deformar el espacio a su alrededor. Lo único que la capa no cubría era el rostro, que al principio parecía una noche eterna, como si no hubiera nadie bajo ella. Jamian no sabía si atacar, pues la silueta desprendía la presencia de cualquier columna o piedra del Santuario. ¿Otra vez lo estaban castigando por el errorcito?

—Señor Corvus, hay más... a nuestro alrededor... —advirtió Golge, quien se quitó la capucha mostrando la armadura verde de la que hacía gala, y Jamian notó que no emitía ningún tipo de brillo, como si estuviera apagada.

En ese momento el Cuervo descubrió dos cosas. La primera era que, en efecto, había más de esas sombras a su alrededor, todas intimidantes en su sepulcral silencio, como salidas de un thriller, tapadas de pies a cabeza por una tela difícil de identificar, cual manta del infierno. La segunda era que su Manto también había apagado su luz.

—Me llamo Corvus Jamian, s-soy un Santo de P-Plata —tartamudeó. Tenía la boca seca—. Si no se alejan de aquí, m-me ocuparé de exterminarlos, lo g-garantizo.

La primera criatura bajó un escalón, o más bien, pareció deslizarse hacia abajo, no pudo advertir movimientos de rodilla. Una estrella solitaria iluminó parte de su rostro, y con horror, Jamian vio que era una cabeza pútrida, la mitad era hueso y la otra carne devorada por gusanos; los ojos parecían salirse de sus órbitas, carecían de vida. El Santo de Plata pegó un grito y, por instinto, trató de darle un fuerte puñetazo a esa cara horrenda. En su lugar, estampó la mano en un pilar que estaba justo detrás. ¡Había atravesado su cuerpo!

—Parecen fantasmas —susurró Golge, que repartía sin éxito patadas y golpes a los entes que lo rodeaban, acercándose lentamente a él.

—¡No se puede hacer nada contra un cuerpo intangible! —Jamian volvió a atacar, esta vez por la espalda, y nuevamente pasó de largo. Al voltearse, su visión fue completamente bloqueada por el rostro muerto de la criatura, y tuvo que desplazarse hacia atrás a la velocidad del sonido para que no lo alcanzara un misterioso resplandor violeta que surgió de los ojos muertos. ¿Acaso eso había asesinado a los guardias? Y sin embargo, ¡no sentía Cosmos alguno!

—Puede ser... esto... —Golge esquivó un rayo de luz, y usó la Cola de Serpiente, el ataque cortante con su brazo izquierdo, para rebanarle la mitad de la cabeza a la figura que tenía más cerca. Luego de eso, la sombra se disolvió como el humo.

¡Había que utilizar el Cosmos entonces! Pero... ¿los mataban con ello, o solo los alejaban un rato, para volver del más allá? Había unas diez sombras alrededor, y tal vez más, estaba demasiado oscuro. Cada vez más... No estaba acostumbrado a que su armadura no iluminara sus batallas.

Con el Perturbador de Viento levantó una ventisca que vaporizó a cuatro sombras de un soplido, y Golge utilizó la Cabeza de Serpiente, que hacía uso de su sangre para convertirla en precisos impactos que acabaron con dos. Sin embargo, nuevamente parecía haber diez figuras a su alrededor, y Jamian tuvo que continuar levantando el Perturbador. El Ala Negra no serviría, si esas criaturas parecían tan intangibles para el peso de las plumas.

Después de unos segundos en que el nerviosismo de Jamian tocó el clímax, la tos de Golge le hizo voltear, y lo vio tirado en el piso, con sangre derramándose de entre sus labios. Había eliminado una decena de esas criaturas, pero los resplandores violetas habían dañado silenciosamente sus brazales, y parte del peto. Además, el vaho púrpura de antes se había concentrado a su alrededor, y lo tenía de rodillas.

—Golge. ¿Qué le sucede? ¡Golge!

—Ah... no puedo... respirar bien... ah...

Las criaturas rodearon a Jamian, y en ese instante se preguntó por qué no había un ejército de Santos de Bronce ayudándolos. ¿No habían sentido su Cosmos? No era cosa del errorcito, parecía que realmente habían aislado su batalla. Hizo arder su Cosmos más que nunca, levantó un Perturbador que atemorizaría a cualquier Santo de Plata, y con chillidos grotescos, las sombras fueron desapareciendo unas tras otras.

—Aguanta un poco más, Golge, vamos... —Pero el Santo de Serpiente estaba con la cabeza sobre su pecho, de rodillas, con el brazo derecho derramando la sangre que había arrojado. No parecía respirar, y una sombra se ocultaba justo detrás de él. No era como las demás... ¡parecía llevar algún tipo de armadura!

—Ju, ju, ju, pobre pájaro sin remedio —se burló una voz grave, arrogante y llena de vigor. Jamian percibió a sus muchachos lanzarse en picada desesperados ante una figura de la que el Santo de Plata solo consiguió ver el pie izquierdo junto a él—. No se me acerquen, pajarracos.

Jamian los escuchó graznar de terror mientras morían, y solo en ese instante terminó de girarse, sus movimientos se habían vuelto demasiado torpes y lentos. Algo grande estaba matando a sus chicos, a sus mejores amigos, y él no había conseguido reaccionar a tiempo. Detrás de la nube de plumas, vio a un hombre enorme, cubierto por una armadura tan oscura que parecía absorber la luz a su alrededor, de quien solo pudo notar un ojo gigantesco en el centro de su yelmo, y una sonrisa endemoniada.

—¿Quién er...? ¡Ah! —Jamian cerró los ojos y sintió sus órganos internos, no sabía cuáles, resbalar desde su estómago a sus piernas, y también por la espalda, donde se hallaba el puño cerrado de su contrincante, que lo había atravesado de lado a lado.

—Ju, ju, ju, vaya que son frágiles, sin duda, ju, ju, ju.

 

El hombre robusto lo dejó tirado ahí, de espaldas, mirando el cielo. Algunos cuervos aun volaban en todas direcciones, graznando aterrorizados, tristes y furiosos, podía notarlo con perfección. Jamian tuvo miedo de tocarse el estómago vacío, con las tripas afuera, así que tomó algo de sangre de sus labios y con la otra mano un trozo de papel, como los que siempre llevaba en el cinto para los mensajes. Garabateó uno lo más claramente que pudo. Luego miró a un lado, Golge seguía inmóvil, acariciado por el viento aciago. ¿Qué lo había asesinado?

Finalmente, miró al muchacho fiel que había aterrizado para llevar su misiva.

—Llévalo a Atenea, muchacho... vamos, cumple tu deber... te daré una buena cena más tarde...

Todavía no dimensionaba lo que acababa de ocurrir en tan solo unos minutos, pero estaba seguro de que estaban en crisis. Aun así, sonrió mirando a sus cuervos tomando rumbo al Templo Corazón, en la cima de la montaña, a toda prisa, siéndole fieles hasta el final. Esas aves negras eran preciosas, lo más hermoso que había visto, calmaban su acelerado corazón.

—Pfff, todavía está sonriendo el idiota —escuchó decir a la misma voz grave.

—Ah, sí... es una bella noche, en verdad.

Una enorme bota sobre él enturbió esa bella vista, y cuando descendió, fue lo último que vio. La muerte había perdido su significado en aquel instante.

 

Me lei completo este capitulo, la verdad tiene muy buena calidad.

 

Nunca leo fics, peto me parecio interesante que nos vas a contar que hizo Dhoko en el Inframundo entre otros secretos. O la cuenta exacta de quien mato a quien entre esos espectros.

 

Golge buen personaje, quine lo mato? Pienso que el primero en aparecer de esas sombras fue Shion de Aries, que hiba hasta adelante de la mision.

 

Por lo que entiendo el Cuervo tambien murio? Y mando cuervos al mas estilo Shaka con sus petalos cierto? ME gusto como reivindicaste a este personaje al mas estilo Shiori.

 

Tambien esta la base del manga de unos cuantos cuadros, lo expandiste y ciertamente mejoraste.


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#732 carloslibra82

carloslibra82

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Publicado 28 febrero 2020 - 15:00

Hola, Felipe, me pareció muy novedoso el hecho de que Orfeo no use su armadura, sino una sapuri. Hay alguna razón especial?? Tal vez su armadura lo rechazó?? Me gustará ver que tan fuerte es Orfeo ahora, me imagino que al nivel de un dorado. Será interesante ver su batalla contra Pharaoh (ya no me acuerdo como se escribe :lol: ) y a ver que tan terrible es el espectro. Realmente, Orfeo es un traidor por amor, pero su amor es bastante ciego y egoísta, no le importan los sentimientos de Alexandra/Eurídice, sólo lo que siente él. Espero que se redima. De todos modos, eso es muy humano, como muchos de tus personajes.

Sobre el capítulo de Hyoga, sólo elogios, muy buenas batallas, narradas desde tu perspectiva, pero conservando algunos matices de la historia original, como no dejar al espectro decir su nombre, aunque al final sí lo dijo. Y la estrategia de Hyoga para derrotar al espectro celestial fue genial. Lo que me gusta de tus combates es q son coherentes. Era un espectro celestial, y aunque tenían el séptimo sentido, también es poderoso el rival y da problemas. En la historia clásica nos acostumbraron a que si los protas alcanzaban el séptimo sentido, la batalla se acababa a su favor, y eso no tenía sentido si sus enemigos tenían un poder similar. A ver que les depara ahora. Bueno, eso sería por ahora, saludos, y espero con mucha ilusión la continuación.



#733 -Felipe-

-Felipe-

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Publicado 29 febrero 2020 - 16:36

Saludos

a. Concuerdo. En realidad, siento que con algunas pocas excepciones, eso ocurre en todos los shonens, normalizar la muerte. Bueno, también en películas y series de otros géneros, pero SS siendo Shonen, no se aleja de ello, aunque hay algunas cosas interesantes. El héroe va y mata al villano, le quita la vida, y sigue lo más feliz de la vida. En particular, Seiya no tiene ningún asco a matar, y jamás se cuestiona lo que acaba de hacer, lo mismo Ikki. Hyoga solo se cuestiona las cosas cuando su rival es algún familiar o amigo; Shiryu hace lo uno o lo otro (me viene a la mente su combate contra Krishna, pero luego me acuerdo de Rock); mientras que las dudas de Shun son relacionadas más a su deseo de "no pelear" que de "no matar", que no es lo mismo, como mencionas más adelante. Y Saori iba a hacer algo similar, hasta que recordé que ella no había asesinado a nadie nunca, y decidí darle una ruta a su historia profundizando en ella, casi como una mujer con doble personalidad, aunque no exactamente (a veces parecerá así, especialmente en su próximo capítulo, pero pido paciencia para explicar bien lo que ocurre más adelante).

 

b. Ciertamente Saori es un personaje complicado, un ser demasiado poderoso, sin dudas, sin cuestionamientos, con moral perfecta y con un rol constante de sacrificio por gente que no conoce. A mí me gustó mucho la Saori de LoS (y ahora la de Netflix) justamente porque se profundiza en Saori Kido, más allá de ser la hippie que salva gente porque sí. Su conversación en LoS con Seiya en su casa (similar a lo que ahora hizo en la cascada, en KotZ), o con Tatsumi en la limo, o cuando cura a Seiya antes del combate final con el Sagazord, inspiró mucho a la Atenea que estoy construyendo. ¿Qué va a ser de ella más adelante? Tengo una idea, una ruta marcada, pero puede que tenga modificaciones en el camino. Solo espero no decepcionar y hacerlo bien.

 

c. Sí, lo de su habilidad es cosa que me inventé yo, y la única razón detrás es el tema del color de sus ojos, no hay mucho más allí xD

 

d. Ay, Hyoga.. el complicado pato que, hasta el día de hoy, todavía no sé cómo escribir bien. Algunos han dicho que les gusta, pero a mí sinceramente no, me complica mucho su rol, motivación y personalidad. ¿Podría haberle dado yo algo distinto? Por supuesto, pero no lo hice y tengo que asumir las consecuencias. Shiryu es un caso distinto, como bien dices se parece a lo de ND pero con una salida diferente (y es que detesto todo ese capítulo de ND, nivel hate a Zero-Origin-Destiny, un desastre). Y lo de Shaina es la evolución natural a lo que había escrito de ella en los arcos anteriores, e incluso lo había mencionado así en esos combates, su miedo poco heroico, pero humano, a morir.

 

e. Lo siento, Rexo, no fue referencia esta vez, pues escribí el capítulo mucho antes de leer el tuyo xD La verdad, no envejeció muy bien la idea y ahora me arrepiento jaja. Lo lamento por lo de Dohko, aunque no es realmente necesario leer su Anécdota, y me voy a esforzar porque así sea, cada vez que lo escriba.

 

f. Lo otro es que tuve que recomprobar la muerte de Seika porque tuve dudas xD Pero sí, murió de un accidente de tráfico. Había pensado ¿habrá sido de un ataque cardíaco y me equivoqué, y Rexo lo recuerda más? Resulta que en realidad sí tuve la intención de cambiarlo porque me dijeron que había sido un poco cliché lo del accidente, y mencioné que lo de la taquicardia era una opción... pero al final opté por el choque, cuando ella se desespera al ver a Seiya irse a su muerte, y sale corriendo detrás del avión.

 

¡Saludos y muchas gracias, Rexo!

 

g. Sabes que revisé y no pude encontrar esa parte que me dijiste, con todo y ctrl+f; podrías indicarmelo porfa?

 

 

 

 

Me lei completo este capitulo, la verdad tiene muy buena calidad.

Muchas gracias por pasar a leer a pesar de que no seas fans. Si lo sigues, espero que te convenzan los cambios, ya que mi intención es hacer el recorrido entero del infierno, con TODOS los 108 Espectros, con nombre y apellido.

 

Supongo que no está de más decírtelo. A Golge lo mató el veneno de Nyobe, y a Jamian un puñetazo de Giganto. Me alegro que te gustara su reivindicación. Muchas gracias y saludos!

 

 

Hola, Felipe, me pareció muy novedoso el hecho de que Orfeo no use su armadura, sino una sapuri. 

Sí, bueno, la razón se va a explicar en el capítulo de hoy, se vendió y por eso dejó su armadura atrás. Por cierto, ¡escribiste bien el nombre! Yo me equivoco constantemente y el word me lo corrige xD

 

Exactamente, Orfeo es un tipo egoísta, pero ¿cuándo no es el amor así? Es lo más humano que hay, y tuve la fortuna de ya haber desarrollado al personaje en el arco de los Cuatro de Oro Blanco.

 

Genial que te gustara el de Hyoga. Honestamente me está costando esto de que no los maten de una y que les cueste, porque se me alarga demasiado la historia y so MUCHOS Espectros jaja (aunque según el doc que tengo, me quedan como 40 nomas). Muchas gracias como siempre Carlos!

 

 

ORPHÉE II

 

Jardín de Perséfone. Inframundo.

—No te veo asesinando a estos chiquillos, Orphée —comenzó Pharaoh la plática que hacía mucho ambos debían tener—. Tampoco veo a mi sirviente.

—El cadáver del Leprechaun está allí —le indicó Orphée, con los ojos pegados en el hombre que tenía al frente—, petrificado por su propia técnica y naturaleza.

Pharaoh miró atrás de Orphée. Allí estaban la estatua de Yankee, y Shaina, Seiya y su querida Eurídice. La mujer a la que nadie haría daño.

—Ya veo —se limitó a decir casualmente el Espectro de Esfinge, asumiendo una sonrisa confiada—. Me pregunto quién lo dejó así.

—Fui yo, y si te metes con nosotros lo pagarás m… —intervino Pegaso, hasta que Shaina, muy consciente de lo que estaba a punto de ocurrir, lo calló con un gesto.

—Sí, fue Pegaso —admitió Orphée—. Accidentalmente.

—¿Y quién causó ese accidente, querido Orphée?

—Yo.

—Ya veo. No respondiste a mi primera pregunta.

—No preguntaste nada.

—Ciertamente. Entonces, ¿por qué no has asesinado a estos chiquillos?

—Porque la única víctima que tengo en mente eres tú.

 

Pharaoh, por supuesto, se rio. Desde que lo conocía sabía que era muy bueno para reírse de todo lo que consideraba poca cosa, innecesario en el mundo, o irrelevante. En otras palabras, se reía de todo lo que no fuera Hades, Pandora o él mismo.

El Espectro de Esfinge adoraba a Pandora con devoción. Al conocerlo, lo vio de rodillas frente a la mano derecha de Hades, mucho más joven en ese tiempo, que aprendía a tocar el arpa de Pharaoh. Él debía enseñarle de tal forma que no pudiera mirarla a los ojos y permaneciera con la cabeza gacha, y ella era una rápida aprendiz. En esos tiempos, Pharaoh solo era una figura masculina, envuelta en sombras, que portaba una Surplice.

Sin embargo, aquella vez coincidió con el concierto que debía dar ante Perséfone o Hades. En esta ocasión, sería el rey Hades, quien detrás de una cortina escucharía lo que había compuesto para él. Pandora no solía bajar al Inframundo, se encargaba de ordenar todo desde su castillo en Alemania, así que también era una sorpresa para ella.

Hades no tenía forma física, a diferencia de su esposa. Detrás de la cortina solo podía sentirse un Cosmos imposible de describir (la primera vez que tocó frente a él casi muere de un ataque cardíaco, debido a la ansiedad), probablemente de su alma o esencia. No aplaudía ni lloraba de emoción. Pero, como músico, Orphée sabía cuándo su música gustaba al público, fueran humanos o dioses.

Pharaoh no reaccionó a su concierto como Pandora o Hades. Su mirada llevaba un sinfín de emociones negativas, y redobló tanto los esfuerzos de enseñar a tocar, como las visitas a Pandora. También comenzó a tocar para ella y los reyes del Infierno. Al inicio, el Santo de Lira pensó que se debía a su naturaleza como Espectro, el que odiara a un Santo y deseara su muerte, o lo considerara un traidor. De hecho, en esa ocasión, Pandora había tenido que intervenir y explicarle todo. Pero ya no estaba seguro. Por lo que Orphée de Lira imaginaba ahora, esa no había sido la primera vez que Pharaoh lo vio a él, frente a Pandora. ¡Lo conocía desde antes!

 

Años más tarde (o lo que debían ser años allí), la Estrella Celestial Guardiana tomó un cuerpo avatar de un humano, y la mirada de odio de Pharaoh se hizo visible. Antes podía ocultar algunas de sus emociones, pero ya no más, pues tenía los ojos de un hombre en lugar de una bestia sin forma.

Finalmente, cuando Pandora desarrolló un estilo propio musical, Pharaoh tuvo que dedicarse por completo a torturar a las almas de la Necrópolis, mientras Orphée continuó tocando para los reyes del infierno y caminó con Eurídice por el Jardín de Perséfone…

 

Las emociones negativas habían de estallar. Los sentimientos de Pharaoh eran una bomba de tiempo que no aguantaría más.

—Dime, ¿por qué te estás poniendo del lado de los Santos recién ahora? Siempre he sabido que, en el fondo, eres un traidor… pero ¿por qué tardaste tanto?

—Primero explícame. Necesito confirmar unas cuantas cosas. La primera vez que te vi, estabas enseñándole a tocar el arpa a Lady Pandora. —Orphée llevó la diestra a su instrumento, sabiendo cómo se daría la conversación.

—Ciertamente, sí. —Pharaoh hizo lo mismo que él con el gran arpa egipcia que cargaba. Una luz violenta surgió de sus manos.

—¿Fue esa la primera vez que me viste?

—No. Fue cuando llegaste, llorando y chillando como una chiquilla, rogándole a la reina Perséfone que te devolviera a esa tipeja de allí.

Seiya de Pegaso se adelantó, ofendido y levantando el brazo, pero Shaina le detuvo otra vez. Esto no se trataba de él. Solo una persona podía enfadarse allí, pero tampoco era cosa de perder el control a lo tonto.

Inteligente, Eurídice también permaneció en silencio, detrás de él.

—Entiendo. ¿Por qué empezaste a odiarme desde ese momento?

—¿Odiarte? —Pharaoh fingió teatralmente una sorpresa, sin perder su sonrisa tan altanera y orgullosa—. Hemos convivido en la Necrópolis todos estos años, vigilando a los muertos juntos. ¿Por qué habría de odiarte?

—Respóndeme tú.

—No lo sé… supongo que será porque yo tenía conciertos diarios ante los dioses del infierno hasta que llegaste. Tu música se me hizo patética, sin ritmo ni emoción, pero de alguna manera, con algún hechizo estúpido, conmoviste tanto a Lady Pandora como a la reina Perséfone. Desde ese día, apenas me han llamado para tocar, y no me explico qué truco usaste. ¿Será esa la razón?

Por un breve instante, la sonrisa desapareció del rostro de Pharaoh, pero pronto la pudo recuperar. Había una sombra sobre sus ojos que, sin embargo, no se podía quitar.

—No he usado ningún hechizo. Siempre toco desde el fondo de mi corazón… Sin embargo, vamos al grano, Pharaoh. —Orphée rasgó un par de cuerdas, realizando el más básico de sus acordes, listo para comenzar la Obertura—. Aquel día pensé que mi cerebro me había jugado una mala pasada, y creí que estaba en la superficie. Perdí la oportunidad de llevar a mi Eurídice al mundo de los vivos, y desde ese día ambos estamos aquí. El tipo de allí atrás, tu Leprechaun, tiene un espejo capaz de crear ese tipo de alucinaciones.

—Ciertamente, Yankee era capaz de ello.

—¿Tuviste que ver en eso? ¿Eres tú el causante de que mi amada siga encerrada en el mundo de los muertos?

Esperó la mentira. Las palabras de víbora de la Esfinge, sus horrendos engaños y nefastas presunciones. Cuando lo hiciera, sabría que estaba mintiendo, y lo atacaría con todas sus fuerzas.

—Sí, fui yo. ¿Algún problema? —Y Pharaoh procedió a reírse, tapándose la boca como un niño que ha hecho una travesura.

Orphée se quedó de piedra por un momento. No esperaba eso. ¿Pharaoh era así de descarado? Eso recordaba, pero no esperaba que fuera con la sinceridad por delante con un tema tan delicado. Con algo que podía costarle la vida.

Luego, el Santo de Lira comenzó a tocar.

 

La Obertura inició y múltiples músicos aparecieron frente a Pharaoh, que no pareció sorprenderse. Sabía que eran ilusiones, y Orphée sabía que no tendría demasiado efecto. Pero debía hacerlo para amedrentarlo y cumplir sus propias condiciones. Ambas cosas se manifestaban como igual de importantes, pero no más que los pensamientos en su mente ante la pregunta que la Esfinge no tardaría en repetir.

Orphée comenzó lentamente, rasgueando las cuerdas con delicadeza, guiando las notas interpretadas por su lira solo hacia el enemigo. Por ahora, solo él lo era. No debía pensar en aquellas dos personas detrás de él. Santos, como él fue alguna vez.

—¿Por qué tardaste tanto en ponerte del lado de los Santos, Orphée? —preguntó Pharaoh, tal como esperaba, a la vez que iniciaba su propio concierto.

—No me he puesto de parte de nadie —contestó. Así tenía que ser. Había hecho una promesa a la temible diosa Perséfone. Se convertiría en un Espectro y el Santuario se convertiría en su enemigo… pero, eso no significaba que Pharaoh y sus malditos esbirros no lo fueran también.

Los guerreros que usaban su Cosmos en la música luchaban de manera diferente a los demás. El Cosmos podía manifestarse a través de los elementos, de las ilusiones, de la velocidad, la fuerza física o la espiritual. Cada una tenía su truco, pero ningún combate de Cosmos destacaba tanto por si finura y precisión como la lucha musical. Cada nota podía significar defensa o ataque. Una breve alteración cambiaba la pauta y, así, la zona objetivo en el cuerpo del oponente. Una vibración de más, un arpegio o un acorde distinto, podía cambiar la manera en la que el Cosmos se manifestaba.

Cuando dos músicos combatían, se adaptaban naturalmente al cambio de tono y ritmo del oponente, e intentaban superarlo. No era necesario tocar más rápido o con más intensidad, sino que con más delicadeza, astucia y exactitud. Si la música se desentonaba, uno u otro contrincante podían recibir los efectos negativos, sin desearlo.

—¿Seguro? Siempre he creído que eres un Santo en el fondo, y eso me queda claro ahora. Estás desafinado —sonrió Pharaoh, y Orphée sintió los primeros dolores agudos en el cuello y los brazos, los lugares que la Esfinge prefería atacar en principio.

Orphée intentó adaptarse a las alteraciones de Pharaoh, pero claramente no estaba concentrado. Pensaba en las decisiones correctas que debía tomar. Siempre estuvieron en la parte trasera de su cabeza aquellos pensamientos, pero solo con Eurídice en el infierno podía liberarse de ellos y seguir tocando para ella, sin cuestionarse nada más.

Ahora los Santos estaban allí. Su vida pasada estaba de regreso. Las armaduras de Ofiuco y Pegaso le recordaban a su Manto Sagrado, que había abandonado hacía tiempo. Pero, si volvía a pelear por los Santos, no podría seguir viendo a Eurídice. ¿Qué haría por ella sino todo? ¿Qué harían con ella los infiernos?

La miró mientras la Maldición de la Balanza comenzaba a ejecutarse. Shaina y Seiya cayeron al suelo, tapándose los oídos para no escuchar una melodía tan estridente que era como si estuvieran en un enorme conservatorio. Orphée intentó retomar su sonata, trató de interpretar su Museta perforadora, pero Pharaoh se lo impidió con facilidad.

—¿No dijiste que me convertiría en tu víctima? ¿No eras aquel músico virtuoso del mundo de los vivos que el rey Hades amaba? ¿Aquel portento que enterneció a Pandora e hizo llorar a la reina Perséfone?

Pharaoh se rio. No pudo taparse la boca mientras tocaba, cosa que generalmente le tocaba hacer a sus secuaces. Claro, no le importó, pues al fin podía verlo sufrir, a la vez que demostraba su superioridad musical. Aunque su música no era lo que sería bella a la manera tradicional, no podía negar que era un excelente intérprete, si bien era ruidoso y minuciosamente caótico.

Las ilusiones de la Obertura desaparecieron, sin que el Espectro de Esfinge siquiera les pusiera atención. La Museta no funcionaría contra las cuerdas del otro arpa. Las otras técnicas necesitaban tiempo, concentración u oscuridad de su corazón. No se sentía capaz de tocar. Eso le quedaba solo al Santo que fue.

 

Alexandra también se tapó los oídos y cayó al suelo. Aunque no podrían arrancarle el corazón, pues éste se encontraba en el mundo de la superficie, en algún sepulcro de la realeza, sí podía sentir dolor con el oído de su alma. Orphée cayó con ella y le tomó con dulzura la mano. No había pasado nada de tiempo y ya estaba derrotado.

—M-mi Eurídice…  —Trató de abrazarla, pero ella se estaba desvaneciendo, solo su mano estaba en su lugar.

—Orphée, p-por favor… abandona esto. Abandona todo y… v-vuelve a tu lugar.

—¿Mi lugar?

—A lo que fuiste alguna vez. ¡Mira a tu alrededor, Orphée! —gritó Alexandra con toda la fuerza de su garganta espiritual.

Shaina estaba en el suelo, sufriendo y mirándolo. Lo observaba detenidamente, tal como si se hubiera metido en su alma. Era su hermana de Plata y lo conocía desde hacía años. También él a ella, pero había madurado y conocía los sentimientos.

Orphée también había cambiado… ¿pero había sido para bien?

El alumno de su hermana Marin estaba viendo su corazón siendo arrancado de su cuerpo a través del Manto de Pegasus. Parecía una persona difícil de matar, pues se estaba preparando para lanzar un puñetazo cargado de Cosmos azul hacia su oponente. Cosmos. Era algo maravilloso, algo que extrañaba. Algo que se conectaba con la vida y la muerte. La vida era especial, en tanto tuviera fin. La muerte era un descanso, así como un premio. Así se lo había enseñado su maestra Laskine.

 

 Pharaoh sonrió y lanzó un beso al aire. Un Beso en la Oscuridad.

Seiya apareció frente a Pharaoh, de rodillas, mientras éste seguía tocando. Mientras más cerca, mayor sería el dolor en el alma de ese joven. Estaba paralizado, y ni romper sus tímpanos podía. Orphée recordó que la Hamadríade Hismina se arrancó las orejas para superar la mayoría de sus técnicas, pero su Cosmos ardió tan caliente que de todas formas lo pudo superar.

—Me has causado algunos problemas matando a mis queridos hombres, chiquillo de Bronce —dijo Pharaoh, que rasgueó las cuerdas con más fuerza. Del peto de Pegasus se formó un bulto, y una pared fue conjurada detrás de la Esfinge, con una balanza que, en uno de sus platos, tenía la Pluma de Maat—. Tu Ib será juzgado por Osiris, y cuando pese más que la pluma, yo mismo lanzaré tus restos a mi Ammyt para que los devore con ansias de venganza.

—¡Seiya! —gritó Shaina. Intentó ponerse de pie, su Cosmos lanzó relámpagos tan intensos que Orphée debió desviar la mirada. ¿Hacía cuánto no los veía? ¿Hacía cuánto se había puesto a luchar de verdad por aquello en que había creído?

—¿Lo ves ahora, querido Orphée? Debes regresar a tu vida anterior, tu deber es el que llama a tu corazón —susurró Eurídice, liberando poco a poco llamas blancas desde su cuerpo espiritual.

—P-pero si lo hago… no. ¡No puedo vivir sin ti!

—Sí puedes. La vida es hermosa, Orphée, pero no podremos disfrutarla juntos si no la compartimos.

¿De qué hablaba? Allí estaba él, con ella. ¿Cómo que no compartían ya la eternidad si estaban tomados de la mano? ¿Por qué estaba desapareciendo si estaba cumpliendo su promesa a Perséfone?

 

La Surplice de Orphée comenzó a romperse a medida que la música de Pharaoh continuaba. De su pecho nació una luz, así como un dolor indescriptible. Estaban a punto de arrancarle algo suyo, aquello que representaba metafóricamente sus sentimientos por la mujer que amaba.

Tomó apresuradamente su lira oscura y entonó la Museta sin pensar en nada. Las cuerdas negras tomaron vuelto y volaron como aves de presa hacia su potencial captura, pero la Esfinge usó otro Beso en la Oscuridad y se detuvieron repentinamente, como si las hubieran petrificado.

Todo se convirtió en oscuridad. El toque de Eurídice desapareció de su tacto, y en el mundo solo quedaron Orphée, de rodillas y paralizado, y Pharaoh de Esfinge, tocando la mejor canción que tenía. Su mejor técnica, de la que solo había escuchado rumores en relación a lo perturbadora y cruel que era, incluso comparada con las otras dos.

El arpa negra de la Surplice se deshizo como la luz; pronto el resto de la armadura le seguiría. Ya no podía tocar, pero sí podía actuar.

 

Pharaoh se hallaba de pie sobre la cabeza de una enorme esfinge, recostada y con los ojos cerrados. Su rostro estaba calmo, así como las alas de su espalda, pero en sendas garras delanteras se hallaban sus presas, que le causaron un pánico imposible de definir.

—Te torturaré hasta que tu corazón suplique piedad —musitó Pharaoh, y solo el Santo de Lira pudo oírlo.

—¿Qué haces? ¡Suéltalos!

Acertijo sobre la Tristeza[1].

Bajo la garra derecha se encontraba Eurídice, aun tapándose los oídos por culpa de la Maldición de la Balanza. Solo podían verse su cabeza y manos. Bajo la izquierda estaban Seiya y Shaina, en las mismas condiciones.

—¿A quién debes salvar, Orphée? —inquirió Pharaoh, sentándose en la cabeza de la enorme criatura, aumentando la intensidad de su canción, cambiando a un ritmo muy acelerado y violento—. El acertijo solo se resolverá cuando tomes una decisión.

—¿D-de qué estás hablando? —A esas alturas, ya debía haberse puesto a correr en dirección a su Eurídice, pero no se había movido ni un ápice. ¿Por qué?

—Solo una garra puedes abrir, será a quienes salves. La presa de la otra garra será devorada por la esfinge. A medida que pase el tiempo sin tomar una decisión, la esfinge abrirá sus ojos, y si te mira completamente, el resplandor te calcinará los huesos. ¿Estás ya listo para sufrir la tortura de tu vida inmortal, Orphée de Lira? ¿Actuarás como un Santo, un Espectro, o ninguna de las dos cosas? Somos opuestos, Orphée, como las hermanas que se engendran entre ellas.

—¡El día y la noche! —respondió Lira, de inmediato, sabiendo que le formulaban un acertijo clásico. Corrió a través de la oscuridad y se acercó por el centro a la terrible bestia. Aún no tomaba una decisión.

¿Por qué era tan difícil? Eurídice era todo para él. Era su mundo, su corazón, sus emociones y pensamientos. Nada era más importante que ella, y haría lo que fuera posible para permanecer toda la vida con su rostro cerca.

El problema… era que no estaba viva. Él sabía eso, pero Perséfone le concedió un ciclo inmortal en el Inframundo para hacer perdurar su sueño. Aunque carecía de Cosmos como los otros dos, su calor, sus besos, sus caricias, su risa y ojos… no podría jamás vivir sin eso.

Shaina y el tal Seiya eran diferentes. Sus Cosmos ardían y brillaban como el sol del amanecer. Tenían una vida por delante y no les importaba sacrificarlas por el bien mayor. Eran Santos, tal como él fue, y ahora estaban al borde de la muerte. No debían ser, ni de cerca, tan importantes como la princesa Alexandra… pero, ¿y si lo eran?

—Me robaste mi lugar junto a Lady Pandora, mi voz ante los reyes del infierno. Me lo robaste todo, como aquellas que fueron robadas en el día, y que solo las regresan de noche. —Pharaoh aceleró tanto el movimiento de su mano que ésta se volvió un borrón difuso. La esfinge abrió más ambos ojos, y sus tres presas gritaron de dolor, paralizados sus movimientos.

—¡Las estrellas! —respondió de nuevo. Estrellas como los ojos de Eurídice, dulces y brillantes, encantadores y, más que nada, fugaces.

Eurídice le había dicho que no podrían disfrutar de la muerte si no la compartían. Él no estaba muerta, ni ella estaba viva. Eso era lo que debía entender: eran, en esencia, opuestos, y él había forzado a las cosas para ser distintas.

Por otro lado, no soportaba ver a la gente sufrir así. No podía ver a su hermana morir, después de tantos años. Podía intentar convencerse de lo contrario, pero sería tan absurdo como comparar el día con la noche. No quería ver morir a Eurídice; sin embargo, lo cierto era que ya no podía morir. Ya la había perdido… cuatro años atrás.

 

El Cosmos, a diferencia de la vida, era infinito.

El Cosmos, a diferencia de la muerte, ardía gracias a la vida.

 

—Así que esa es tu decisión, ¿eh, Orphée? ¡Eres todo un Santo, al final!

Orphée se dirigió hacia la garra izquierda, y Pharaoh lanzó un silbido, mientras su amada le sonreía con confianza. Al fin volvía a ver completo amor en su mirada, debajo de aquella garra sangrienta. «Eso es, Orphée», parecía querer decirle. «Vuelve a tu lugar. A tu deber. Salvar a las personas de la Tierra, ese es el hombre del que me enamoré».

Pero no había creído escucharlo, sino que realmente oyó esas palabras en su mente confundida, burbujas en medio del caótico mar. Las tomó en sus manos y bebió de ellas con una sed que no podía describir.

Todo estaba en su cabeza, y había permitido que Pharaoh se metiera allí. Nunca habría podido resolver todo el acertijo, pues no tenía más que una respuesta.

Orphée se sacó rápidamente una serie de cabellos mientras su Surplice terminaba de esfumarse. Corrió hacia Shaina y Seiya, pero se detuvo antes de llegar con ellos. Tensó los cabellos usando la mano izquierda y sus propios dientes, improvisando como el mejor músico que podía ser, y rasgó las nuevas cuerdas con la diestra.

—¡Pharaoh, respóndeme a este acertijo! ¿Qué resucita a los muertos, te transporta a la infancia y hace llorar, todo a la vez? ¿Qué es solo un instante, pero dura para siempre?

—¿Qué sandeces estás parloteando ahora, miser…? —Pharaoh, sobre la cabeza de la Esfinge, soltó un quejido y perdió el equilibrio. Una luz blanca surgió de su pecho, y se empezó a trizar su Surplice—. ¿¡Qué diablos está…!?

—Los recuerdos, Pharaoh. Esos son los que perduran en el corazón, y que jamás podrás arrebatar. Tú, que careces de emociones para nadie más que tú mismo, deberías ya perder ese corazón inútil.

—¿Qué haces? ¡Ah! ¡Ahhhhhhhh!

 

El Espectro de Esfinge lanzó un estridente chillido al aire y cayó de rodillas, con las manos y el gran arpa sobre las flores del Jardín de Perséfone. Sudaba copiosamente y, desde luego, no entendía nada. Frente a él se encontraba Orphée, que socorría a Shaina y Seiya, mientras a su lado Eurídice le besaba la mejilla.

—¿Qué ocurrió? No lo entiendo, lo tenía en mis manos, y ahora soy yo el que está en el suelo. ¿Qué demonios ocurrió, Orphée? —le preguntó directamente.

—¿Has tomado tu decisión, hermano? —dijo Shaina con algo de ironía, sacándole a Orphée una sonrisa. Hacía muchísimo tiempo que no sonreía de verdad, con ese tipo de naturalidad. A su lado, Eurídice asintió.

—Así es.

—Yo tampoco entiendo nada —intervino Pegaso, que miraba tanto a Pharaoh de Esfinge como a Orphée de Lira. Era joven, pero su potencial era enorme. Con solo fuerza de voluntad había impedido que la Maldición de la Balanza le arrancara el corazón—. ¿No me había acorralado?

—¡Orphée! ¡Explícate de una vez, miserable! —ordenó Pharaoh, pero Orphée, por toda respuesta, le dio la espalda y tomó los brazos de Eurídice, que se volvía totalmente tangible. Por última vez.

—Orphée…

—Eurídice… ¿estarás bien?

—Lo estoy ahora. Estoy muy feliz, Orphée. —La mujer que había amado por tantos años le sonrió con tanta dulzura como cuando se conocieron—. Muy orgullosa de mi amado. Muy feliz de todos estos años que me has entregado, tanto en la vida como en la muerte. Muy feliz por haberte conocido.

—Así como yo. —No pudo evitar que le saltaran las lágrimas. Sin embargo, nada detenía el curso de la historia, así como el silencio no rompía completamente la melodía. Todo era natural, ocurría tal como siempre debió ocurrir.

—Pero ahora me dejarás ir, ¿verdad? ¿Me dejarás descansar?

—Sí, pero no por mucho tiempo. Pronto me uniré contigo, aquí en estos prados, o en el lugar que sea. Solo así podremos compartir la vida y la muerte. —Orphée le besó la frente y, luego, los labios con ternura. Era el fin y el principio, pero así se manifestaba el orden natural de las cosas—. Ahora entiendo que, así como las flores se marchitan y no vuelven a brotar, y las estrellas del firmamento se apagan y no vuelven a brillar, la vida no ocurre más que una vez. Así debe ser. Pero eso es lo que convierte a la vida en algo tan hermoso y preciado, eso es lo que vuelve al amor el más bello sentimiento, y el recuerdo en mi mayor fuerza. ¡Estaba equivocado! Te forcé a vivir algo que no podías vivir, y quité de tu alma la necesidad de un descanso.

—No llores tanto, amado mío…

—Lloraré aún más cuando volvamos a encontrarnos. En el fin de los tiempos.

—Orphée… gracias. Gracias por todo tu amor. Nos vemos pronto. Te amo…

—Te amo, Eurídice.

A veces, el fin también era el principio. En realidad, las cosas del universo nunca dejaban de cambiar, pero el amor siempre perduraba.

 

Orphée pronunció un nombre, uno que nunca había olvidado completamente. Un destello plateado cruzó el firmamento escarlata y cubrió su cuerpo como un baño de luz de luna. Era un guerrero, y la armadura era el arma de un guerrero, pero cuando se trataba de la música, también era el instrumento una extensión de su brazo.

Rasgó las finas cuerdas del arpa que tanto extrañaba, y pudo conectarse con todo el Cosmos que había guardado, el universo en su interior, una vez más. A medida que el alma de Eurídice desaparecía, debido a la traición de Orphée al Inframundo, el Manto de Lira aparecía sobre su cuerpo y le hacía relucir con destellos plateados.

—Soy Orphée de Lira. —Orphée volvió a mirar a Pharaoh, que se había quedado paralizado ante la ilusión que vivió con ayuda de su técnica, la Fantasía, tal como esperaba. En sus ojos había asombro y terror por igual, especialmente por las palabras que ahora iba a pronunciar—. Soy un Santo de Plata que lucha por los ideales de Atenea y el Santuario. Soy aquel que acabará con todos los Espectros que me encuentre… ¡empezando contigo!

—¿Ahora que se te fue esa tipa ya hablas como corresponde? Eso me facilita las cosas, puedo asesinarte sin temor a manchar de sangre la Surplice que te concedió Lady Pandora. —Pharaoh se puso de pie, sudando y con una mueca de evidente confusión, a pesar de sus burlas—. Supongo que ya no podrás usar tus dientes y cabellos para tocar, así que ahora simplemente destruiré esa armadura de pacotilla que llevas.

Seiya y Shaina dieron un paso atrás. En sus mejillas había lágrimas frescas, y sus ojos observaban las llamas blancas que volaban sobre las flores multicolores del jardín, los restos de lo que había sido el alma de Eurídice, ahora atrapado nuevamente por las leyes de Hades. Solo por un tiempo… hasta que acabara con él.

—Lo que viste antes fue mi Fantasía, una breve ilusión para tener algo de tiempo de despedirme de mi amada. Ahora combatiré en serio, como un Santo.

—¿Y qué harás? Antes no pudiste ni tocarme, mi Maldición de la Balanza te quitará el corazón y nada harás para evitarlo, con un Cosmos tan inferior.

—Te equivocas. Puedes probarlo si quieres, pero ya no potencio mi técnica con la oscuridad en mi corazón… sino con mis emociones y recuerdos. Shaina, Pegaso. No se atrevan a interferir… y den cinco pasos más hacia atrás, por favor.

 

A la vez que ellos obedecían, Pharaoh comenzó a tocar su Maldición, y la herida ya abierta en el pecho de Orphée, bajo la armadura, ardió con más fuerza. Pero era allí, en la zona del corazón, donde nacía su verdadero Cosmos.

Se conectó con su energía perdida y todo a su alrededor. Cada nota en las cuerdas de plata era tan familiar como sus dedos, extensiones de su cuerpo. Al entonar el primer acorde, cambió el ritmo iniciado por Pharaoh y comprendió a la perfección el mundo de la música en el aire.

Flores blancas se conjuraron a su alrededor, y alteró una vez más, con deliciosa y fina exquisitez, el tono del concierto. Su Cosmos ardió a su paroxismo a juego con aquel Séptimo Sentido que pensó haber dejado atrás.

—N-no entiendo, mi música no llega ante él… —La Surplice de Esfinge comenzó a quebrarse, esta vez de verdad—. M-me está… ¡ahhh!

Pharaoh fue rodeado por relámpagos, producto de su Nocturno, y formó una mueca de desprecio y horror. Su piel se quemó y su armadura estalló en miles de pedazos. La lira aceleró su ritmo y los relámpagos de plata destruyeron todo a su paso, y el cadáver de su enemigo, que casi le había arruinado la vida de no ser por su hermana y el alumno de otra, cayó sobre el césped y las rosas, manchándolas con su sangre. Poco importaba. Perséfone ya no estaba en el Inframundo.

 

—Vámonos —les indicó en seguida Orphée, dirigiéndose hacia la Necrópolis, el edificio cerca de ellos, apenas se cercioró de que Pharaoh estaba muerto.

—¿N-nos hablas a nosotros? —preguntó Pegaso, algo aterrado.

—Confía en él, Seiya. ¿A dónde vamos? —dijo Shaina.

—En la Necrópolis hay decenas de pasajes a las mazmorras más profundas del infierno. Por una de ellas debió pasar la diosa Atenea, y probablemente aceleró el paso.

—Espera… ¿son atajos?

—Sí, aunque puede que nos lleven a lugares mucho más aterradores. De cualquier manera, nuestro objetivo es solo uno, ¿no es así? —Los miró fijamente esta vez, tratando de imprimir en sus ojos toda su devoción a su misión, y toda su confianza como Santos, como compañeros de armas—. Matar a Hades y salvar a Atenea. ¡Démonos prisa!


[1] Riddle upon the Sadness, en inglés.


Editado por -Felipe-, 16 marzo 2020 - 14:03 .

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Publicado 29 febrero 2020 - 17:06

Saludos

 

Los pude encontrar, en el capítulo de Seiya III:

 

—¿Cómo te atreves a insultarme, humano miserable? Soy Lune de Balrog, Estrella Celestial del Héroe[2], uno de los cuatro miembros de élite de uno de los tres Magnates del Inframundo, Minos de Grifo, y juez interino del Dikasterion en su nombre. Aprendí hace siglos a leer el libro casi tan hábilmente como mi señor Lune, ¿y te atreves a insinuar que no soy capaz?

 

 

 

Minos pasó rápidamente las hojas por el libro, y en un par de segundos se detuvo sobre una página.

 

 

 

Horrendo, ¿piensas así de tu diosa? Hay varias otras prisiones que te serían apropiadas, pero te enviaré al infierno al que perteneces más y se acabará tu existencia; así, Lady Pandora ya no se tendrá que preocuparse más de Pegaso.

 

 


Editado por Rexomega, 29 febrero 2020 - 17:13 .

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Publicado 06 marzo 2020 - 23:05

Que excelente la pelea de Pharao y Orphee, me agrado mucho y el capitulo de Hyoga increíble, vaya que este capítulo del inframundo me agrada mucho, ojalá hubiese hecho toei algo similar, ahora a esperar más capítulos, genial tu creatividad, saludos

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Publicado 07 marzo 2020 - 11:31

Me encantó la pelea de Orphee contra Pharaoh, y su redención final, muy humana, como todo tu fic. Esos procesos mentales para explicar los cambios de actitud y sus nuevas acciones son tu sello, mi estimado Felipe. Además, fue muy buena la forma en que presentaste esa especie de "redescubrimiento" del cosmos por parte de Orphee, y la aparición de su cloth de plata. Creo haber entendido que con su cloth pudo mostrar todo su poder, el cual con su surplice estaba como bloqueado o limitado. ¿O me equivoco? Lo otro que me gusta es tu creación de técnicas, que hacen a los personajes aún más completos. Me alegra que no hayas metido a Seiya y Shaina a un baúl con flores, jejeje, eso era tan sospechoso, que hasta yo hubiera dudado. Me pregunto qué pasará ahora. A esperar la continuación, saludos!!



#737 -Felipe-

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Publicado 08 marzo 2020 - 19:49

Reparados todos los errores, Rexo, muchas gracias :D

 

 

Que excelente la pelea de Pharao y Orphee, me agrado mucho y el capitulo de Hyoga increíble, vaya que este capítulo del inframundo me agrada mucho, ojalá hubiese hecho toei algo similar, ahora a esperar más capítulos, genial tu creatividad, saludos

Gracias, Cannabis, me alegro que te gustaran ambos capítulos. Hay muchas cosas que TOEI pudo hacer diferente, y todavía lamento cómo se dieron esas malditas OVAs.

 

 

 

Me encantó la pelea de Orphee contra Pharaoh, y su redención final, muy humana, como todo tu fic. Esos procesos mentales para explicar los cambios de actitud y sus nuevas acciones son tu sello, mi estimado Felipe. Además, fue muy buena la forma en que presentaste esa especie de "redescubrimiento" del cosmos por parte de Orphee, y la aparición de su cloth de plata. Creo haber entendido que con su cloth pudo mostrar todo su poder, el cual con su surplice estaba como bloqueado o limitado. ¿O me equivoco? Lo otro que me gusta es tu creación de técnicas, que hacen a los personajes aún más completos. Me alegra que no hayas metido a Seiya y Shaina a un baúl con flores, jejeje, eso era tan sospechoso, que hasta yo hubiera dudado. Me pregunto qué pasará ahora. A esperar la continuación, saludos!!

¿En serio son mi sello? Bueno, me alegra mucho saber esto, estimado Carlos. Si bien es cierto que recién usó todo su poder cuando recuperó su Silver Cloth original, no es tanto porque la Surplice le bloqueara el Cosmos, sino porque la Surplice no le pertenecía. Algo así como cuando Seiya, frente a Aiolia con la armadura de Aiolos no pudo usar todo su poder, simplemente porque no era de él. También había un poco de culpa acumulada interna involucrada.

 

Ufff, lo del baúl. El equivalente a que Seiya y Shun hubieran tocado el timbre del palacio de Pandora y salieran corriendo antes que ella les abriera. ¿Cómo diablos se le ocurrió esa estupidez a Kuru? Ni idea. Es cierto que esos dos son pre-adolescentes, pero por favor...

 

En fin, gracias y saludos!!

 

 

HELIOS II

 

Antenora, Octava Prisión. Inframundo.

Estaba claro que las cosas se estaban saliendo de control, por eso Aiacos les llamó a pesar de su obligación de proteger las Prisiones del Inframundo en estos momentos tan complicados. ¿De qué podía tratar? ¿Qué podía tramar el Magnate del infierno? En todo caso, solo una cosa era segura para Helios de Bennu: terminaría con algo de sangre.

Eso porque, a diferencia de los unidos miembros de la élite de Radamanthys (o así parecían, todo trabajo en equipo y coordinación y demás), los cuatro de Aiacos se odiaban entre sí. A muerte, en algunos casos. De hecho, cuando Helios llegó a la Antenora, el palacio que pertenecía al Espectro del Garuda, Violette le recibió con un brutal puñetazo que Helios esquivó con cierta prisa. No se preguntó la razón del ataque, sino qué hubiera pasado si no hubiera sido así de veloz.

—Violette, querida, no es necesario tratar así a uno de los tuyos —dijo Aiacos, que estaba sentado en un trono sobre una altísima pila de huesos. El mismo trono parecía hecho de ese ‘material’, y el piso estaba cubierto del hielo resquebrajado que provenía del río Cocytos. Allí había almas enterradas hasta la cintura, los que habían traicionado a sus patrias, y que eran azotados por el viento que corría por la Octava Prisión.

—No realizó el saludo protocolar, mi señor Aiacos —respondió Violette, fuerte y brava como un toro. Según Tokusa, la mujer estaba compuesta de tres cosas: cicatrices, músculos y devoción—. Entró como si fuera el dueño de Antenora en lugar suyo. ¡Cómo detesto a los Espectros sin respeto!

—Ya, ya, probablemente Helios no tenía una mala intención, ja, ja, ja —rio Aiacos como siempre, como si todo en el mundo fuera hilarante—. Me alegra que arribaras, mi querido Bennu.

Éste se puso de rodillas y bajó las alas, como el perro obediente que querían todos que fuese. Un cachorro, como le llamó Pandora. ¿Por qué tenía que bajar la cabeza ante ellos, cuando solo le importaba Hades? Todo era por él, para siempre.

—Para servirle, señor Aiacos.

—¡Ja, ja, ja, ja! ¿Ves que no era tan difícil?

—Sí, señor…

—¿Podría explicarnos por qué estamos aquí otra vez? —preguntó una voz chillona que Helios reconoció sin voltearse. El guardián de la Novena Fosa había llegado, y andaba con su humor de siempre.

—¡Querido Tokusa! ¿Me dirías a qué te refieres? —Aiacos tuvo que tragarse la risa, seguramente. Sabía perfectamente a qué se refería el desgraciado de Hanuman.

—Hace un par de ciclos estuvimos aquí, en una reunión con usted. —Hanuman desafió a Aiacos con su propia sonrisa. Nunca se guardaba que un día le apagaría la mueca y lo asesinaría—. ¿Por qué de nuevo?

—No ofendas al señor Aiacos —se presentó el último. Verónica no se andaba con cuentos, ni ocultaba que para él, Aiacos era el universo entero. Llegó con el cabello lleno de telarañas, y arrastrando moscas como negras estelas—. Eso solo se acostumbró a hacer Violette, ¿no crees?

La aludida dio un paso al frente y alzó la mano, dispuesta a arrancarle la cabeza y convertirla en un cráneo más para el trono de Aiacos. Tokusa sonrió y Helios mantuvo la cabeza gacha. No era momento para intervenir.

—Oigan, deténganse ya, guarden esas energías para más adelante, para los Santos de Atenea. —Aiacos bajó de su trono y abrió bien grandes las alas, para que le vieran en todo su esplendor. En su rostro había una sonrisa pérfida y diabólica que pertenecía solo a él en todo el universo—. O para nuestro otro enemigo, ¡ja, ja, ja, ja!

 

La Antenora era un templo de enormes dimensiones, circular, de dos pisos sobre una base elevada, hecha de hielo. En la cima había un ave Garuda con las alas abiertas. Se decía que, desde su boca abierta, la estatuilla de mortemita blanca podía lanzar un rayo de Cosmos asesino y diabólico a quien fuera que Aiacos deseara matar. Generalmente eran Esqueletos de poca monta, cuando se aburría.

El piso inferior, donde ellos se encontraban, estaba rodeado de columnas, huesos y hielo desmedido, formando figuras dantescas, horrendas y vulgares de humanos haciendo sus perversiones. Al piso superior nadie podía ir aparte de los Magnates, Pandora y, en algunas ocasiones, su segunda al mando, Violette, pero todos sabían que allí tenía una colección personal de almas que a veces torturaba por puro placer. Y eso lo sabía porque él, Helios, fue uno de esos visitantes inesperados, cuando Aiacos buscaba “despertarlo” para Lady Pandora. Cuando todavía era humano, una identidad que no deseaba recordar. Entre los tres Magnates del Inframundo, Aiacos era la primera línea de guerra; para todos los efectos, el General del ejército infernal, mientras Radamanthys vigilaba a los Espectros desde Caina y Minos juzgaba desde la Ptolomea o el Dikasterion. Por lo mismo, todos en el infierno sabían que con Aiacos había que tener cuidado.

Los cuatro Espectros pusieron su atención en él. Esa sí era una reacción extraña, pues los cuatro iban siempre a lados contrarios, en relación a cualquier cosa. Ni siquiera Violette parecía al tanto de lo que hablaba su superior, pero era mejor prevenir.

—¿A qué se refiere, mi señor Aiacos? —preguntó Verónica, arrojándose a los pies del Magnate, que le derribó con una brutal patada.

—¿Cuántas veces te he dicho que no hagas eso en público, Vero? ¡Ja, ja, ja! Vaya que eres divertido. Muy bien, solo por ver sus caras de confusión vale la pena toda esta mierd.a, ja, ja, ja, ja, ja.

—¿Quién es nuestro otro enemigo, señor? —inquirió esta vez Tokusa. Helios era capaz de ver que Tokusa siempre estaba buscando un ángulo débil o ciego de Aiacos, sin éxito, para matarlo. Al Garuda, por supuesto, eso le divertía.

—Después de nuestra primera reunión para darle la bienvenida al Bennu —inició Aiacos, con una mirada furtiva hacia el aludido—, volé a Caina y luego a Judecca. Asumo que también lo sintieron, ¿no? La llegada de nuestro dios Hades al Inframundo, en cuerpo y alma, esta vez.

¿Cómo no iba a sentirlo nadie? El terremoto que anunció su llegada remeció todo el Inframundo. Algunos Esqueletos del Tercer Valle fueron sorprendidos y cayeron en las arenas, y ahí están aún; seguirán atrapados por la eternidad, pues Helios no tenía intención alguna de ayudar a alguien que no fuera Hades.

—Sí, señor, lo sentimos —asintieron Violette y Verónica.

—Por un lado fue asombroso, me dejó una gran impresión. Apenas despertó, una sombra de oscuridad comenzó a cubrir el Sol en el mundo de los vivos. Incluso los otros siete planetas se están alineando en estos mismos momentos, y ya podrán ver rayos y oír algunos truenos en nuestro adorable cielo rojo manzana. Saben a qué me refiero y no lo han olvidado, ¿no?

Desde luego que no. Era la obra magna de Hades, dios del Inframundo, y todos lo sabían desde tiempos inmemoriales. El Eclipse Eterno del rey infernal era la manera que, en esta ocasión, el dios Hades tenía para llevar a los seres humanos a un descanso infinito, la manera de corromper a la humanidad y hacerles pagar los crímenes que han cometido, la razón detrás de castigarlos tras la muerte en las Prisiones.

Alguna vez había optado por medios más piadosos y delicados. Pintar a las almas y llevarlos a un lienzo gigantesco y perdido en el cielo; detener los nacimientos cortando los hilos de plata en el útero de las madres; entonar una melodía que mataría a quien eligiese escucharla, entre otras. Sin embargo, en esta ocasión se cumplía un milenio más desde la primera Guerra Santa con Atenea, y sería la definitiva, lo sabían desde que la Estrella cayó del cielo y se apoderó de sus cuerpos humanos. Al menos, la mayoría de los Espectros Celestiales debían estar al tanto de ello, solo por respirar.

El Eclipse Eterno alinearía los ocho planetas del Sistema Solar y mancharía el Sol con la oscuridad. Incluso las estrellas perderían su vigor. A medida que el Sol se cubriera de sombras, éstas irían tragando almas humanas en la superficie. Solo podía imaginarlo y se emocionaba: ¡El dios Hades en lo alto del cielo, con las manos extendidas hacia un Sol negro, repleto de almas!

Cuando el Eclipse Eterno se completara, todas las almas de la Tierra estarían en su interior y bajarían juntas al Inframundo, para descansar para siempre. Luego, los planetas permanecerían en su lugar hasta que todas las criaturas animales, vegetales y hongos en su superficie se congelasen. Solo así Hades ganaría definitivamente.

Ya había comenzado. El Sol se estaba tiñendo de sombras y miles de almas subían a cada hora hacia él. ¡Qué orgullo!

—Así que el Eclipse Eterno comenzó. Ya era hora, mi señor. ¿Cuánto tardará? —preguntó Verónica, aún sin levantarse del suelo.

—Ese es justamente uno de los problemas, es más de lo esperado por la cantidad de gente que hay ahora en la Tierra… pero, creo que está tardando incluso más que eso. Estoy bastante seguro, porque tengo la información desde que desperté, de que, en la Tierra, solo tardaría unos pocos minutos, ¡no tantas horas!

—¿Y eso a qué se debe?

—Eso, mi querido Hanuman, es el meollo del asunto. Dime, ¿con cuántas ansias deseas asesinarme?

—Con todo mi ser, señor —admitió Tokusa, sin problemas. Sin embargo, se había esfumado su sonrisa. Todos sospechaban algo maligno.

—Bueno, eso no es nada comparado con las ganas que yo siento de meter la mano entre las costillas de mi enemigo, destrozar su columna y arrancar su corazón. Y no me refiero a Atenea… solamente. Con ella tengo planes más interesantes —dijo Garuda, que miró con deseo las pérfidas estatuas de hielo que se habían formado en la Antenora.

Helios se preparó para el impacto. Todo en su cuerpo le indicaba hacia dónde iba la conversación, y sus alas ya estaban tensas.

—¿Quién es el otro enemigo? —preguntó, al fin, Violette.

—Hades, por supuesto. A él es a quien quiero matar.

 

El Espectro de Bennu abrió sus alas espectrales con los ojos rojos de furia y lanzó un puñetazo cubierto de llamas negras hacia el risueño Aiacos. Su brazo fue detenido por la musculosa mano de Violette, a quien no parecía importarle quemarse.

—¿Te atreves a levantarle la mano?

—Fuera de mi camino, Behemoth. —Bennu hizo arder más su fuego negro, y sus ojos estaban clavados en los de Aiacos, quien parecía a punto de estallar de risa.

—Oh, no seas tan emocional, querido Bennu. ¿No quieres que te explique por qué quiero hacer pedazos al dios Hades? ¡Ja, ja, ja, ja!

Tokusa de Hanuman saltó tal como el dios mono que representaba. En sus manos conjuró un pilar de luz violeta tan largo como el diámetro de la Antenora completa. Él se jactaba de que su Nacimiento Divino[1] solo afectaba a los seres vivos, así que lo maniobró y giró sobre su cabeza, y asestó un poderoso golpe sobre la cabeza de Garuda.

Desde luego, las moscas de Verónica salieron al rescate, rodearon con su hedor el Nacimiento Divino y lo deshicieron rápidamente, mientras el Espectro de Nasu se ubicaba cual escudo frente a su señor.

—Oh, no, Tokusa, ¡solo yo debo poder tocar a mi señor Aiacos! —chilló Nasu, a la vez que se limpiaba las uñas fuertemente por la ansiedad.

—Y solo yo tendré el honor de matarlo, ¿oíste, Helios? —gritó Tokusa—. Solo yo, Hanuman, soy el que intentó agarrar el sol cuando nació, confundiéndolo con una manzana. ¡Solo yo podría darle entierro al ave Garuda!

—Y yo no permitiré que ninguno le toque un pelo —amenazó Behemoth, con el brazo ardiendo en llamas negras. Desde sus piernas comenzó a brotar una especie de brea oscurísima, su Sombra Brutal[2]; si tocaba los pies de Helios, no podría seguir moviéndose.

—Y yo no dejaré que le hagan daño a mi herm… —dijo Helios, antes de detenerse y corregirse rápidamente con un doloroso movimiento de cuello—. ¡No le harán daño a mi dios! ¡Para siempre! —Bennu comenzó a crear, con su mano izquierda, un sol negro en miniatura, su Explosión de Corona[3], para finalmente destruirlo todo, incluso él mismo. Nada ni nadie tocaría al dios Hades.

 

Lo demás se sucedió a altísima velocidad alrededor de Aiacos, que seguía cada una de las acciones con la mirada, con toda calma y precisión. Hanuman arrojaba sin cuidados sus barras de luz y se protegía con los impredecibles giros del látigo en su yelmo, sin bajar de las alturas; Nasu intercambiaba abrazos desesperados a Garuda con besos a las moscas que iba liberando de debajo de su Surplice, sin un objetivo claro; Behemoth se dedicaba a golpear el piso y hacerles tambalear, y la brea que extendía era algo demasiado peligroso, que podía dejarlos a merced de sus puños; Bennu trató de incendiar todo. Hasta el hielo eterno de Antenora comenzó a emitir algo de vapor; sin embargo, su principal objetivo era el Magnate infernal, que apoyó la espalda en la torre de huesos que sostenía su trono.

¡Pero seguiría intentándolo! Por el crimen de amenazar a Hades, Aiacos de Garuda estaba condenado a muerte por incineración.

—¡Ja, ja, ja, ja, ja, ja! ¿Es que no lo entienden, tontos? —dijo Aiacos, sosteniéndose la cabeza para que no se le cayera por tanta risa. Ninguna de las técnicas de los miembros de élite de su tropa parecían afectarle—. ¿Tan cortos de cerebro son? Oh, mis queridos Espectros Celestiales no son capaces de comprender que ese sujeto en Judecca… ¡no es el dios Hades, ja, ja, ja, ja!

—¿Qué dijiste? —Helios se distrajo por un instante. Violette, rapidísima a pesar de sus músculos, lo azotó de un puñetazo contra el suelo.

—¡Eso, eso! ¡Con la silla! —insistió alguien. Una voz ridícula, de una Espectro tan fuera de lo común que Helios no pudo evitar pensar si el puñetazo de Violette no le había roto parte del cerebro. Por fortuna, también los demás detuvieron sus ataques al oírla, y porque mágicamente cayó una silla de madera en el centro del salón, salida de la nada.

—L-Lillis… —dijo Aiacos, sorprendido y borrando la sonrisa por primera vez, su mirada estaba clavada en el mueble quebrado—. ¿No deberías estar con Minos?

—No, esa no —se quejó ella, sin prestarle demasiada atención a Garuda. Flotaba recostada en el aire, junto al trono de Aiacos con unas alas hechas de sombras que salían de su espalda, y portando un sombrero de copa—. Las sillas de lucha libre, decir quiero… esas que espaldas rompen.

—¿Qué carajos haces aquí, Lillis? ¡Respóndeme! —exigió Aiacos. Claro. Era Lillis de Mefistófeles, la Primera Estrella Celestial, la más temible entre los Espectros, así como la más extraña.

—Oh, Aiacos señor, interrumpir no quería. Tampoco escuchar las cosas que sobre el señor Hades dijo usted. —Lillis se recostó hacia atrás en el aire, y Helios pudo captar en su rostro una sonrisa tan macabra que hasta él se sintió intimidado.

—Si dices una sola…

—Chicos, ¿me ayudan aquí, por favor? —Mefistófeles hizo una seña y, de pronto, tanto Aiacos como sus esbirros dejaron súbitamente de moverse. Helios pensó que era extrañísimo, o más bien ridículo, paralizar así de fácil a uno de los Magnates del infierno, pero luego se dio cuenta de que lo que había hecho Lillis (o la persona que llamó) había sido congelar el tiempo.

Poco después, comprendió que eso también fue un error.

 

Dos Espectros se encontraban junto a Mefistófeles, y ambos tenían grotescas alas de demonio, abiertas en la espalda. Las de uno de ellos (el único que conocía) eran azules, mientras que las del otro, un perfecto extraño, eran rojas. Al igual que las de Lillis, sus alas parecían hechas de sombras, sin una forma definida, eran como agua o fuego.

Conocía al que pertenecía a la tropa de Aiacos. Su cabello era rojo como sangre, su espalda estaba algo curvada y sus manos eran enormes, cubiertas por varias piezas, unidas una sobre las otras, de mortemita azul. En una de ellas portaba una espada corta, envuelta en llamas calmas, de hoja y mango rojos. Llevaba un par de anteojos flotando por delante del casco y su cabeza, y usaba una Surplice delgada y de falda esbelta y larga. Se trataba de la tercera Estrella Celestial, la del Conocimiento[4], el fúnebre Omen de Azazel.

El otro era completamente desconocido, pero no era necesario pensar mucho para saber de quién se trataba. Si las Estrellas Primera y Tercera estaban allí, aquel gigante de pequeños ojos dorados y corto cabello blanco, de hombros anchos y brazos como robles solo podía ser la Segunda, la Estrella Celestial de la Fuerza[5], Nezamsyl de Belcebú. Usaba una Surplice carmesí tan robusta como él; el piso de hielo no aguantaría su peso de no ser porque hacía mover sus alas. En el pecho, falda y cuello tenía plumas de mortemita que parecían moverse con vida propia, y su sonrisa de labios gruesos era cercana y gentil. Era, evidentemente, tan raro como los otros dos.

Los tres formaban un grupo misterioso y oscuro entre los Espectros, a quienes no les gustaba ni mencionarlos y deseaban ignorarlos. Tres Espectros independientes, que no respondían a nadie más que a Pandora y Hades, y que tenían libertad absoluta en terreno infernal. Se les llamaba…

—Punto suspensivo, raya, los Tres Demonios. En cursiva —dijo Lillis, como si le estuviera leyendo los pensamientos en un guion. Flotó hacia Helios, que también se podía mover con naturalidad. ¡Demasiada! Como si se moviera muy rápido.

—No paramos el tiempo, hijo —comentó Belcebú, Espectro que solo en nombre pertenecía a la tropa de Radamanthys—. Más bien lo contrario, hice que se acelerara.

—¿Essste esss, Lillisss? —dijo Azazel, con su habitual seseo. Hablaba despacio y lento, se tomaba tiempo para todo en el mundo, pero si alguien se atrevía a decir algo que no le gustaba,… pues, bueno, para eso estaba la espada. Muchas víctimas la habían teñido ya de rojo con su sangre.

—Es así, Omen, es este. Muy peculiar Espectro es, ¿no creen?

—¿Qué quieren? ¿Qué hacen aquí ustedes tres? —Se le ocurrió lo peor, así que se envolvió en llamas negras y preparó su ataque—. ¿También buscan asesinar a mi dios, tal como Aiacos?

—Se nota que eres muy hábil y preocupado por nuestro dios, hijo mío —le dijo el Espectro de Belcebú, humillándolo con facilidad. Su enorme mano se posó con calidez sobre su yelmo y no lo vio venir, y al tratar de apartarlo, recibió un manotazo en su lugar. Ni siquiera había alcanzado a prepararse para atacar él mismo—. No, no, así no funcionan las cosas. Tú oyes, yo hablo, ¿bien, hijo? —le indicó con la misma sonrisa llena de dulzura y sus pequeños ojos cerrándose, sin dejar de lado su brillo dorado.

Helios se sobó el rostro. Sangraba. Con un sencillo manotazo de revés. Siempre se había dicho que los Tres Demonios juntos eran peligrosos, pero solo ahora podía llegar a entender cuánto.

—Lillissss, explícale antesss que nos ataque de n… —Omen de Azazel no terminó la oración porque lo hubiesen interrumpido, sino porque ya no tuvo ganas de seguir hablando. Así era él. Así había sido siempre.

A decir verdad, solo podía saber eso porque lo sentía en su alma. Tal como todos los demás Espectros, afectados por una maldición que solo Atenea podría lanzar, había olvidado sus memorias pasadas, tanto de su cuerpo humano como de sus batallas previas contra el Santuario.

—Pero no tú, ¿así no es? —intervino la Mefistófeles, metiéndose en su cabeza otra vez—. No te aterres, Espectro de Bennu, saber lo que la gente piense es mi… cosa. Uno podría decir que a eso me dedico, a diferencia de esos actores y actrices que demasiado famosos se creen como para leerse el guion que preparé les. —Se le acercó un poco más, hasta que su enigmática sonrisa casi le toca la nariz. Su aliento olía a comida chatarra—. Lo sé, Bennu señor. Recuerda algunas cosas usted, ¿no?

Sí. Así era, y no sabía por qué sus memorias eran tan extrañas. Involucraban al dios Hades, pero lucía diferente, y además iba acompañado por un grupo de otros jóvenes que se le hacían muy familiares. Le confundían y molestaban esas visiones, en especial porque no se suponía que debía tenerlas.

Aun así, solo estaba seguro de una cosa: le debía todo a Hades y lo protegería con su vida. Volvería de los muertos por él, si era necesario.

—¿Y eso por qué te interesa? —le desafió. Trató de apartar a Lillis, pero la mano del Espectro de Belcebú nuevamente se posó sobre su hombro, y su peso casi lo arroja al suelo otra vez—. M-maldita sea… ¿cómo tienes tanta fuerza?

—No lo sé, hijo mío. Yo me dedico al tiempo, Lillis a la mente y Omen al espacio. Es lo que hacemos. Si mi mano es pesada para ti, es porque estás recibiendo el cariño que emito por todos mis hijos Espectros. —A pesar de las estupideces que decía, Nezamsyl se oía perfectamente sincero.

—¡No soy hijo de nadie! —«Soy huérfano», pensó Helios. Pero el pensamiento tampoco tenía sentido. Era un Espectro, carecía de familiares de cualquier tipo. ¿No?

—Bueno, un poco de improvisación es aceptable, pero sin exagerar —Mefistófeles se quitó el sombrero dejando lucir su sedoso y largo cabello negro, que se ató por arte de magia en una trenza que cayó por su hombro con gracia y suavidad—. Oh, Bennu señor, ¿podría dejar que la obra siga su curso? Eso va a subir el rating y quizás ganemos nuevos auspiciadores, como una agencia decente de sillas de lucha libre, y de agente a John C…

—¿Qué tanto murmuras? —Helios encendió su Cosmos y abrió las alas. Con toda su fuerza de voluntad pudo liberarse de la mano de Nezamsyl y retrocedió creando sendas bolas de fuego oscuro en sus manos—. ¿Quieren que deje a Aiacos hacer como guste?

—No exactamente, pero casi. —Lillis se puso a jugar con su sombrero, haciéndolo girar en la punta de su dedo distraídamente—. El guion es muy claro, desde la página 134 que dice que Aiacos de Garuda formulará un plan para acabar con Hades. Eso subirá toda la audiencia y quizás podamos actuar en otras ciudades… ¡Esa cara no pongas! No vamos a permitir que al señor Hades algo le hagan, pero tú solo no podrías hacer mucho, ¿no?

—Puedo matar a Aiacos, si solo se apartan de mi camino. —Como respuesta a su propuesta, Nezamsyl se le acercó, sin que pudiera notarlo, y le acarició descaradamente la cicatriz que surcaba su rostro—. ¿Qué diablos haces?

—Oh, pobre niño. ¿No entiendes que apenas el tiempo regrese a la normalidad el señor Aiacos los va a poner en su lugar con un solo movimiento de su mano? ¿Crees en serio, hijo mío, que tienes oportunidad contra él sin nuestra ayuda?

—Nuestra ayuda y necesidades de la trama, por supuesto —apuntó Lillis, cerrando las alas y bajando al fin a tierra firme.

 

¿De qué estaban hablando esos dos? Omen no decía nada, pero claramente estaba con ellos en su plan. Y sí, era cierto que contra Aiacos, o cualquiera de los tres Magnates, Helios no podría hacer demasiado. El Garuda tenía un Cosmos muy superior a él. ¿Tanto como para matar a Hades? No. Si lo pensaba, tampoco podría llegar a tanto.

¿Pero y si encontraba una manera? ¿Y si tenía algo en su arsenal para asesinar a la divinidad que él consideraba que no era tal? ¿Cómo iba a defender a Hades entonces? Eso era lo que tenía que confirmar antes que nada.

—¿Es verdad que Hades no es Hades?

—Lo que estará pensando Aiacos no lo sé —admitió Mefistófeles encogiéndose de hombros, y continuó con una súbita y brillante sonrisa—. Pero formas hay. Solo un dios puede asesinar a un dios. Pero si verdad es que no lo es…

—¡Por supuesto que sí es un dios! —Lo sabía en su corazón, a pesar de que no lo había visto en este ciclo. Lo recordaba en su alma, las memorias silenciosas de su Estrella Oscura—. Yo lo sé, y no permitiré que nadie le toque un pelo.

—Y por eso un trato ofrezco te, Bennu señor —dijo Lillis, y los otros Demonios se ubicaron a sus lados. El piso de hielo crujió con los pasos de Belcebú—. Somos los tres caballeros por algo…

—Losss Tresss Demoniosss, Lillisss —le corrigió Omen.

—¿Qué más da? Siempre quise ser el gallo pistolero. —Lillis le extendió el brazo y abrió la mano, mostrándole la palma izquierda a Bennu—. Como los Tres Demonios, sin embargo, podemos un Contrato contigo hacer.

—¿Un contrato? —Helios retrocedió dos pasos. Había un tono tan ominoso en la forma en que Lillis pronunció la palabra que intuyó que algo malo ocurría.

—No, con mayúscula: Contrato. Cada Guerra Santa, solo unos cuantos se enteran de nuestra habilidad en conjunto, muy pocos.

—Los demás niños se apartan de nosotros con miedo; no preguntan.

—En esssta generación, sssolo tú.

—¿Qué están tramando? —Helios no levantó la guardia. Miró a su alrededor. Los demás, Aiacos, Tokusa, Violette y Verónica se habían movido un poco, lo que confirmaba que no se había congelado el tiempo, pero era tan poco que no podrían haber percibido lo que estaba ocurriendo entre los Tres Demonios y él a tanta velocidad.

Pensándolo mejor, considerando sus palabras, tenía sentido que Nezamsyl pudiera hacer algo de tal calibre: solo podía acelerar todo cuando estaba junto con los otros dos. A medida que pensaba en ello, tanto él como Azazel imitaron el gesto de Mefistófeles y le ofrecieron las palmas de la mano izquierda, muy cerca unas de otras ahora.

—De más está decir, hijo querido, que si te rehúsas al Contrato vamos a tener que castigarte. De forma permanente. Es un secreto profesional de nosotros los mayores.

—¿De qué se trata esto? —Lo estaba considerando, desde luego. Cualquier cosa le podía servir para proteger al dios Hades; y en caso de que no funcionara, era cosa de que se deshiciera de esos tres también.

—Nuestro Contrato te dará habilidades y un poder impresionante, de nosotros los Demonios prestado. Con ese poder de Aiacos y los otros tres podrás deshacerte, ¡siempre y cuando respetes el hacerlo después de que ellos intenten a Hades asesinar!

—¿Es seguro que no permitirán que lo haga?

—Es nuestro dios, hijo, algo así como tu abuelo.

—Nuessstra lealtad sssiempre essstará con Hadesss.

Los Tres Demonios unieron las manos, poniendo las palmas unas sobre las otras. Era de esperarse que Helios debía tomar la superior, que pertenecía a Lillis, para cerrar el Contrato. Dio un paso adelante e hizo el atisbo de alzar la mano. No podía ser…

 

…has muerto muchas veces, pero no definitivamente. Vuelves al mundo de los vivos a sufrir, sin nadie que te acompañe, pues tus seres queridos te han abandonado. Tu amada, tu hermano, tu madre, tu diosa… Es sencillo. Dime lo que deseas, Solo eso requiero. Sí… lo que más desea tu corazón.

 

¿Por qué recordó eso ahora? ¿Cuándo ocurrió? Esas palabras se las dijo alguien, un ser al que temía. De eso estaba seguro. Temía, pero no sabía por qué, y tampoco lo podía recordar. Solo sus palabras y su tono de voz imperioso.

—¿Y bien? —inquirió Azazel, sacándolo de su cabeza. Mefistófeles le dedicó una sonrisa llena de complicidad. ¿Acaso le había leído la mente? ¿Sabía quién le había dicho esas palabras?

—¿Qué debo hacer a cambio? —preguntó, en cambio. No podía indagar más por ahora al respecto. Lillis se apresuró a contestar.

—Es muy sencillo. Harás lo que te digamos, serás nuestro bello esclavo, sea como sea que termine la Guerra Santa, y por el tiempo que nosotros dictemos, incluso si borran tu memoria. También serás nuestros ojos, y mientras seas el Espectro de Bennu no vas a poder abandonar tu lugar ni tu misión. —Esta vez sus palabras fueron firmes, sin juegos de palabras. Su semblante era serio y determinado. Helios no podía leer su mente ni por más que lo intentase.

Era lo que esperaba. El típico trato con el diablo, y Lillis lucía muy sincera. El caso es que tampoco esperaba cumplirlo… Apenas tuviera la oportunidad los asesinaría, o de seguro encontraría una forma de romper el trato. Por ahora, solo necesitaba ese poder que le ofrecían.

Y, en caso de que no pudiera romper el Contrato, no le importaba sufrir penurias por la persona más importante para él. Para la Divinidad que adoraba. Por Hades pasaría por una eternidad caminando sobre grandes y afiladas espadas, y si tenía que cargarlo en sus brazos lo haría.

Pero… ¿por qué haría eso? ¿Qué diablos estaba imaginando?

—Toma nuestras manos, Helios de Bennu. Tu objetivo cumple —dijo la Primera Estrella Celestial, y Helios así lo hizo.

 

—No, no, se equivoca Aiacos señor —dijo Lillis. Aiacos estaba frente a ella y sus ojos estaban irritados de odio. De Belcebú y Azazel no había rastro—. ¡No escuché nada de lo que dijo sobre el señor Hades!

Mefistófeles levantó las manos excusándose, y fingió verdadero terror. Si Helios no hubiera estado al tanto de lo que realmente ocurrió, habría asumido que Lillis estaba honestamente muerta de miedo.

—¡Entonces no aparezcas así de la nada, demonios! —Aiacos le dio una palmada debajo de la espalda y procedió a reírse. Violette y Verónica le dedicaron una mirada llena de odio y Lillis, como una perfecta actriz, fingió que estaba encantada.

—Mucho lo siento, Aiacos señor. —La Espectro bajó la mirada, cubriéndola con su sombrero de copa.

Los cuatro Espectros de su élite se miraron entre sí, tres de ellos estaban listos para el combate, hasta que Aiacos agitó una mano, expandiendo su terrible Cosmos y, tal como lo había augurado Belcebú, Tokusa, Verónica y Violette cayeron de espaldas ante la presión de Garuda.

Luego, por protocolo, los cuatro se pusieron de rodillas ante su señor, no sin antes que Hanuman maldijera por no poder matar a su presa.

—Vamos, vamos, guarden esas fuerzas, ¿sí? Lillis, ¿a qué viniste?

—Estaba aburriiiiiiiida, pero ya me voooooy. —Y con la misma facilidad que tuvo para aparecer, Mefistófeles se esfumó sin dejar rastro entre las sombras.

—Por todos los infierno, qué exasperante es. En fin, como sea. ¡Helios! —le llamó la atención, recuperando la sonrisa malnacida—. No tengo tiempo ni deseos de explicarte por qué sé que Hades no es el verdadero Hades, pero sé que vas a creerme; de otra forma te haría pedazos, ¿no es así, perro de Pandora?

—Sí, señor. —Estaba enfurecido. En su corazón ardía una llama escandalosa llena de ira y humillación. Iba a matar a Aiacos… pero, primero, necesitaba cumplir con el trato o perdería su oportunidad—. L-lo lamento.

—Así me gusta. Muchachos, solo puedo decirles que en el Inframundo hay un par de objetos que nos pueden ayudar. Hagan lo que les diga y pronto nos haremos con este mundo… para Perséfone, supongo, si vuelve a dar la cara. Al menos ella es sincera.

—Si no, ¿lo tomamos nosotros, mi señor?

—Así es, Verónica, esa también es una gran opción. Por lo pronto, vuelvan a sus lugares de custodia y diviértanse con sus humanos muertos. Yo haré lo mismo aquí, como aperitivo antes de castigar a Atenea y el falso Hades, ja, ja, ja, ¡de eso estoy muy seguro!

Insolente monstruo, pensó Helios. De lo que él sí estaba seguro era de una cosa. La explosión de Cosmos del Garuda, que controló a Nasu, Behemoth y Hahuman, era tan potente como siempre.

Helios apenas la sintió.


[1] Deva Janm, en hindi.

[2] Brutal Shadow, en inglés.

[3] Corona Blast, en inglés.

[4] Tenki, en japonés; Tianji, en chino. En la novela Al Borde del agua, es la estrella correspondiente a Wu Yong, la “Estrella Ingeniosa”.

[5] Tengou, en japonés; Tiangang, en chino. En la novela Al Borde del agua, es la estrella correspondiente a Lu Junyi, el “Quilín de Jade”.


Editado por -Felipe-, 09 marzo 2020 - 15:08 .

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#738 Orfeo de Lira

Orfeo de Lira

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Publicado 12 marzo 2020 - 04:07

 

Segundo capítulo. Primero, los reviews, que por comodidad para la lectura pondré en spoiler.

 

Spoiler

 

 

Bien, bien, bien. Continuamos con Hades, pero antes de seguir la trama principal, presentaré cuatro capítulos que adaptan otra parte de la franquicia: GIGANTOMACHIA. No se preocupe, TIENE relación con Hades, solo que es más sutil, y permite el desarrollo de las tramas individuales de sus protagonistas: Shun e Ikki. Seré rápido para publicarlas, en poco más de una semana ya estarán listos los cuatro, y luego regresará el evento principal, del que ya llevo 8 capítulos y medio escritos, así que hay harto ya listo por si me quedo sin inspiración en algún momento xD

 

 

 

Información importante previa:

- Las inundaciones provocadas por Poseidón dañaron gravemente el planeta, en especial las costas. Madagascar, isla de Pascua, Gibraltar, Nueva Zelanda, por ejemplo, desaparecieron. Un sexto de la población mundial desapareció. Pero Sicilia... al sur de Italia, no tanto.

- Además, cuando Saori hace el papeleo para dejarle los negocios de la fundación a Tatsumi, descubren que hay un heredero más de Mitsumasa Kido.

- Finalmente, en el arco reciente de Los Cuatro de Oro Blanco, Eris buscaba revivir a un dios, ¿recuerdan? Uno muy, pero muy, muy importante en la cosmología de SS.

- Transcurre tres días antes del Prólogo.

 

 

SHUN I

 

10:50 hrs. 12 de Junio de 2014.

Por muchos años había esperado ese momento. Esa sensación. Esas sonrisas espontáneas que no deseaba evitar. Su hermano al fin estaba con él, en paz, sin luchar contra dioses o guerreros, estaban juntos; a Shun de Andrómeda le reconfortaba tanto que a veces quería llorar, cuando miraba el semblante serio pero protector de Ikki de Fénix; a veces quería reír, y no le importaba que la gente hablara de su extravagante carcajada; otras quería abrazarlo, pero se detenía a tiempo. Debía recordar que tenía dieciséis años y su hermano dos más, y suponía que había que mantener la formalidad de la edad... pero eso no evitaba que a veces cruzara un brazo por su espalda como si fueran buenos amigos.

En un barco perteneciente a la fundación Kido, habían cruzado el Estrecho de Mesina y ahora bordeaban el lado este de la isla de Sicilia, la región más austral de Italia, bajo un cielo completamente azul, adornado por pocas nubes y muchas gaviotas blancas, que entonaban melodías dispares, y sin embargo bellas y relajantes. Sicilia, a diferencia de Isla de Pascua o Gibraltar, había tenido suerte de no hundirse bajo las aguas enviadas por Poseidón. Sus daños no eran tan graves, y los monstruos marinos habían sido contenidos en esa zona por el Sabueso Asterion.

A través de la costa contemplaban casas de todo tipo, algunos faros apagados pintados de rojo y blanco, y lugareños en sus actividades de comercio, pesca y algo de agricultura. Había puentes en reconstrucción que conectaban varios montes, poblados de musgo y diversos árboles. Una joven vendedora del pan fresco de la mañana los saludó con la mano en alto, y Shun le correspondió. Esa gente había sufrido mucho, así como el resto del planeta, y había costado mucho levantarse de nuevo, en lo que los Santos habían participado activamente (antes de sus vacaciones, Shun ayudó en la zona de medio oriente, e Ikki en Centroamérica). Pero el ser humano tenía la ventaja enorme de no ser un dios, y por tanto, ser capaz de ponerse de pie una y otra vez ante cualquier dificultad, incluso si tantos morían, como en esos horribles días de marzo. Los dioses nunca serían capaces de comprenderlo, con excepción de la señorita Saori.

Ikki, en tanto, tenía la mirada perdida a lo lejos, en el monte Etna, uno de los volcanes activos más altos de Europa. A sus faldas, con actitud determinada, vivían miles de personas, a pesar de las erupciones laterales que se frecuentaban cada tres o cuatro años, que se sustentaban en la agricultura de viñedos y huertos, impulsados por lo fértil que es la tierra volcánica. Con más de tres mil metros de altura, parecía atacar el propio cielo desde allí. De hecho, en gran parte los había salvado del diluvio, cuando los habitantes de Sicilia subieron al monte para huir. Aun así, decían que las lluvias disminuían conforme se acercaban al volcán.

Pero Ikki había vivido al interior de uno por mucho tiempo, en la isla Canon, uno de los tres infiernos sobre la Tierra, y allí sanaba sus heridas al igual que el Manto Sagrado de Fénix, que descansaba en un compartimiento interior del barco junto a Andrómeda, a pesar de las protestas de Shun. Era cierto que siempre había que estar precavido, pero necesitaba esas vacaciones para recuperar el tiempo perdido tras tanta guerra y sangre. Ya llevaban tres semanas en Sicilia, en paz, ¡y no era suficiente! El volcán parecía ser un recordatorio para Ikki de todo lo que había enfrentado, de las veces que, según él, había muerto y revivido gracias al fuego.

—Hermano...

—Shun, ¿sabes lo que vive bajo esa montaña?

—¿Bajo el Etna? —Podía recordar las clases de mitología clásica impartidas por Daidalos de Cefeo. Recordaba que, según se decía, la forja de Hefestos, o Vulcano como se le conoció en Roma, estaba al interior de ese volcán, lo que no parecía tan realista (si bien servir a una diosa griega de nacionalidad japonesa tampoco lo era), sin embargo, no era lo que quería decirle Ikki.

—Tras la Titanomaquia original, Tifón, el rey de los monstruos, enfrentó al dios Zeus por el dominio del universo, y ha sido la única criatura que lo puso contra las cuerdas. Herido de gravedad, Zeus logró imponerse en las profundidades de la isla que vemos, y con un Rayo contuvo a Tifón y lo aprisionó en el magma. Eso cuenta la leyenda.

—Las leyendas son para nosotros los Santos lo más cercano a historia —dijo Shun con un dejo de nerviosismo. Si tantas cosas relatadas como mitos eran verdad, entonces ¿existía la posibilidad de que estuvieran tan cerca del ser más poderoso de la mitología griega?

—Sí, pero creo que en este caso sí es una leyenda —reflexionó su hermano con una sonrisa segura. Sus ojos azul oscuro le dedicaban confianza—. Creería que el Santuario, desde la antigüedad, habría hecho algo de saber que tal cosa existía aquí.

—¿Entonces no existe?

—Eso no lo sé, pero quizás Zeus lo mató de un golpe y ya. Aun así me gustaría visitar el Etna, Shun. Tú sabes que el calor me reconforta, y debe haber varias leyendas que nos quieran relatar los lugareños, a ti siempre te ha gustado eso. No te preocupes, no voy a ponerme la armadura y volverme malo solo por estar cerca del magma.

«Así que eso venía todo eso», pensó Shun, soltando un suspiro de alivio.

—De acuerdo. Pero, hermano, ¿quién te enseñó eso? Dudo que tu maestro...

—Guilty no sabría enseñarle a un niño a respirar —dijo Ikki. Había fuego en su mirada, pero calma en su sonrisa—. No. Lo saqué de un libro de mamá, Shun.

—¿De mamá?

 

Guardaron las Cajas de Pandora en las maletas que hacían en Rodrio para que pasaran desapercibidas, y entraron en Taormina, en la ciudad de Mesina, para tomar rumbo al volcán. En el camino, Shun se enteró de que su madre adoraba leer todo tipo de cosas antes de enfermar, y recordó el libro del que Ikki hablaba, ya lo había leído en su niñez. Según su hermano, le encantaba.

Los caminos eran estrechos y de piedra, con varias elevaciones, no lo surcaban muchos autos, era una ciudad antigua bien preservado con los siglos, y que contenía una magnífica vista al mar, donde podían verse góndolas pasear con turistas de todos lados. Pasaron junto a un museo, un acuario, una enorme iglesia de estilo neoclásico, todos en reparación constante, y Shun no dejaba de entusiasmarse. Cada segundo con su hermano era mejor que el anterior, y a la vez que aprendía de cosas que en su natal Japón jamás podría ver, se enteraba de quien sí había conocido a su madre. Sicilia de verdad era muy hermoso, su símbolo era el monte Etna... A Seiya, probablemente lo primero que le hubiera venido a la mente sería un mafioso con una cáscara de naranja en la boca, pero ese asunto era un poco tabú en la ciudad.

—Me hubiera gustado conocer bien a mi madre —dijo Shun, con tristeza, al tiempo que se adentraban en la plaza principal, donde se llevaba a cabo una obra de teatro callejera.

—Yo tampoco la conocí muy bien, hermano, solo recuerdo su piel con las manchas blancas, y el camisón que siempre usaba mientras descansaba. Sus ojos eran azules, como los míos, pero su sonrisa la heredó a ti. Igual que el libro y el medallón.

—Este medallón... —Shun siempre llevaba aquella cadena bajo la camisa, una medalla en forma de estrella al interior de un círculo de oro, e incluía un mensaje que rezaba Yours Ever, Tuyo por Siempre—, ¿sabes de dónde lo sacó?

Había llevado ese medallón en todas sus batallas, incluso las más terribles. En el monte Fuji, el Templo de los Peces, las islas Egeas, el Templo Submarino... en esas ocasiones, aunque su armadura se caía a pedazos, el medallón permanecía intacto, y siempre se extrañaba por ello. Lo tenía como un amuleto de buena suerte.

—¿Hm? Eso no me lo dijo. —Ikki se quedó pensativo un momento. No era un medallón barato, estaba hecho de plata y oro reales, sin embargo, eran muy pobres. Shun lo había meditado muchas veces, pero esta debía ser la primera de su hermano. En esos tiempos, se quedaba igual de quieto que él—. No lo recuerdo.

Shun se detuvo esta vez, para contemplar la obra. La reconoció de inmediato, pues había asistido a la misma algunas veces en Grecia. Era una versión sencilla de la Orestiada, la única obra que se conservaba desde la era clásica, en su segunda pieza de la trilogía, Las Coéforas, Era la parte en que Orestes, hijo de Agamenón, enfrentaba a su madre Clitemnestra por su infidelidad con su primo, Egisto, a quien acababa de asesinar, como representaba un hombre robusto tirado detrás de una mesa.

Guárdate de las perras vengadoras de una madre —dijo la actriz encarnando a “Clitemnestra”, elevando un dedo hacia el cielo. Era hermosa, además de dotada de experiencia en cada elemento de su actitud.

—¿Y cómo huiré de las perras si renuncio a ello? —contestó “Orestes”, un joven no mayor al propio Shun. Se notaba nervioso, moviéndose más de lo debido en medio del gentío que los contemplaba.

—Engendré y nutrí a una serpiente, ¡pobre de mí!

—¡Qué profeta tan realista! —exclamó el joven. «Verídico», recordó Shun que decía la obra en realidad, no «realista». Cometió otro error justo después—. ¡Mataste a quien no debías, ahora sufre sin lo que era! —«Sufre lo que no debía ser».

Egisto, diferente a la obra original en que es Orestes, atravesó a Clitemnestra con un sable tras levantarse de un salto, y esta cayó muerta realistamente, derramando sangre a borbotones. Shun quedó perplejo. Recordaba haber leído que en las obras griegas clásicas, jamás se asesinaba a alguien frente al público de manera directa, pues se consideraba un tabú. Las muertes siempre debían ocurrir detrás de las cortinas, o quedar implícitas en la misma narración. Además... había sido muy realista.

—Eso fue demasiado, ahora la gente se alarmará —dijo Shun, cuando algunas personas ya gritaban debido al realismo de la escena. La espada parecía haber pasado de verdad a través de las telas y el cuerpo de la mujer—, ¿no te parece, hermano?

Pero Ikki ya no estaba allí. Shun volvió la vista al improvisado escenario en la calle, y vio a Egisto levantar una mano brutalmente grande, casi tanto como su propio cuerpo, para luego dirigirla a la cabeza del actor que interpretaba a Orestes. Podía ver que ese brazo estaba invadido por Cosmos, ¡y con esa fuerza le arrancaría la cabeza de cuajo, de seguro!

De manera espectacular, Ikki apareció rodeado de fuego, como si se hubiera incendiado, y detuvo con sus manos el gigantesco brazo del actor, que ya no lo parecía tanto. Un par de chispas salieron del forcejeo, y algunas personas escaparon raudas y despavoridas apenas vieron que el show había terminado. “Orestes” cayó sobre sus posaderas, aterrado, junto a “Clitemnestra”, que todavía movía las manos para sujetar su vientre.

—¿Qué clase de rata eres? —gruñó el falso actor, ya rodeado por un aura azul eléctrico, violento comparado con el de Seiya.

—¿Y tú qué clase de mal actor eres? —se burló Ikki, que acercaba ya una mano a la correa de la caja en su espalda—. Para peor, eres lento como una tortuga.

—Yo... soy... ¡Agrios! —A medida que decía una palabra, el hombre crecía un poco de tamaño, ya estaba alcanzando los dos metros de alto, y su envergadura lucía como una montaña—. ¡La Fuerza Bruta!

—Bien... por... ¡ti! —El Fénix comenzó a usar más fuerza, y de pronto apagó su Cosmos, logrando que el tal Agrios pasara de largo. Ikki saltó sobre él y plantó su puño cerrado, iracundo de fuego, en la nuca del hombretón, mandándolo al piso. Al detenerse, Shun pudo hacerse una mejor imagen del guerrero que arruinaba su tiempo de paz con su hermano.

Agrios era más alto que Geki, de tez pálida y rasgos altivos. Llevaba el castaño cabello muy corto, y lucía una barba frondosa que ocultaba incluso su pequeña nariz. Sus bíceps eran los más gruesos que hubiera visto, ni siquiera Aldebarán se asemejaba, pues este hombre parecía capaz de hacerlos cambiar de tamaño a voluntad.

—¿¡Cómo te atreves a golpear a un Gigas, miserable gusano!? —vociferó el gigante, poniéndose de pie rápidamente. Su estatura y envergadura se incrementaron de pronto, notoriamente, y casi cubría la vista del monte, desde esa dirección.

—Lo siento, el nombre no me suena. —Ikki levantó la guardia, aunque Shun sabía que no era precisamente defensivo. Atacaría en cualquier segundo—. Podría advertirte que te largues en lugar de matarte, pero prefiero lo segundo.

—¡Hermano, hay gente aquí! —gritó Shun, y apenas terminó de decir estas palabras, saltó a un lado para evitar la mano enguantada que lo acechaba por detrás. Un hombre también muy alto, de larguísimo y lacio cabello negro, ojos verdes como hierba, bajo cejas tupidas y solemnes. Lucía una esmeralda en la oreja izquierda, a modo de aro, y vestía un adusto traje ceremonial.

—Agrios, enfría tu cabeza, no vinimos a esto —dijo el extraño con absoluta tranquilidad, ignorando totalmente a Ikki y Shun.

—Ja, ja, ja, Thoas, solo quería divertirme un poco, hermano, pero resulta un poco fuerte este gusano.

—Quirri, quirriiiii —escupió un tercer desconocido, que apareció unos metros detrás de Shun. Era una criatura deforme, parecida a un jorobado pero más extraño, con brazos excesivamente largos, manchados de sangre ajena, que culminaban en las uñas más extensas que hubiera visto. Su rostro esquelético estaba a la altura de su pecho, pues su torso estaba doblado, tenía piernas gruesas y ojos penetrantes—. Fue divertido, al parecer, aunque fallaste en matar, quirriiiiii.

—Pallas, no molestes, grrrr. Tú mataste a esa gente por la espalda, yo lo hago de frente, ¿no es así, Thoas?

—En cierta forma es inevitable —reflexionó el tal Thoas—. ¿No te das cuenta, Agrios? Fuiste atraído aquí porque estos dos son Santos.

—¿Santos? Grrr —El gigante no pudo evitar gruñir al oír el nombre, lo mismo el tal Pallas. ¿Le había hecho algo el Santuario a esos hombres, acaso?

—Atenea nos encerró bajo el Etna mientras su padre hacía lo propio con mi hermano menor, por eso somos atraídos aquí. Imagina cuántas eras recorrió el mundo mientras nosotros vagábamos en el vacío entre la Tierra y el Tártaro, juntando fuerza para tomar esta débil forma humana que lucimos. Mira el cielo de esta noche para la ceremonia, hasta la inmutable Estrella Polar se movió desde que fuimos encerrados, y la gente actúa sin gracia o elegancia, son tan brutos como tú. Incontables astros han extinguido su llama y perdido en el firmamento, es normal que se hayan olvidado de los Gigas, pues el mundo...

—Oh, por favor, ¡ya cállate, Thoas! —le regañó Agrios, alejándose sin dejar de mirar a Ikki—. Tu poesía es tan aburrida como cuando nos encerraron, eso sí que no cambia. ¡Santos! Ya nos encargaremos de ustedes.

—¿Huyen tan deprisa? —le desafió Ikki.

—¿Huir? Aún tengo niñas a las que rebanar, quirriii —soltó Pallas, que corrió torcido en una dirección opuesta, mientras Ikki soltaba chispas de ira.

—No se puede ser poco cuidadoso con un Santo —meditó Thoas, justo antes de desvanecerse en un misterioso tornado que lo rodeó. O eso parecía, en realidad realizó un movimiento tan veloz que eso fue lo que pudieron alcanzar a notar.

Ikki se quedó rastreando sus Cosmos, no lucían fuera de lo normal tampoco, eran difíciles de comprender; en tanto, Shun se desplazó raudo hacia la mujer herida, notando que seguía con vida. Escuchó sirenas a lo lejos, y pidió a gritos si había un médico en las cercanías, pues la dama necesitaba asistencia urgente. Un hombre se acercó temeroso, y junto a otros, se llevó a la chica a un lado, incapaces de comprender qué diablos ocurría, pero cumpliendo con su deber.

 

—Hermano, ¿quiénes eran? —preguntó Shun después a su hermano. Ambos habían tomado rumbo al volcán otra vez, pero a través de las montañas, intentando que no atrajeran la atención de esos tipos, que aducían ser milenarios, y haber sido derrotados por Atenea en el pasado.

—Ni idea, pero algo tiene que ver ese maldito volcán en esto —contestó el Fénix, corriendo deprisa, saltando troncos y surcando parajes. A su lado, Shun estaba triste: su felicidad con Ikki había durado poco tiempo, volvían al combate, y esta vez ni siquiera fue planeado—. Shun.

—¿Sí?

—Pelearemos juntos contra todo lo que amenace la paz... me agrada que sea contigo —admitió Ikki, acelerando para que no se viera su sonrisa, que a duras penas Shun logró captar. También sonrió.

—¡Sí!

Avanzaron unos cien metros más, hasta que captaron una figura a lo lejos, de pie, cortando la figura del volcán, esperándolos en la llanura. En solo unos segundos se toparían con ese individuo, sin ninguna duda.

—¿Quién es? ¿Otro enemigo?

—Me encargaré de apartarlo. ¡Shun! Tú sigue adelante, te alcanzo en seguida.

—¡No tardes! —tuvo que gritar Shun, pues su hermano había acelerado aún más. Lo vio acercarse a medio metro del objetivo... lo vio lanzar un golpe, y al extraño esquivarlo como en cámara rápida. Luego, estampó un rodillazo que elevó a Ikki por el cielo, y aterrizar justo cuando Shun lo alcanzaba.

El Santo de Bronce de Andrómeda intentó dar una patada al sujeto, que llevaba una sudadera negra con capucha, pero éste lo esquivó también y conectó un manotazo que lo envió a la hierba. Sorprendentemente, no sintió demasiado dolor, como en los entrenamientos de artes marciales, como si los hubiera lanzado con muchos cuidados.

—Oigan, oigan, ¡tranquilos! —rogó el sujeto con voz jovial, en un perfecto y natural japonés.

Ikki se puso en pie en seguida, con su Cosmos enrabiado. Shun detuvo uno de sus golpes antes de que se hundiera en el rostro del chico.

—¡Shun! ¿Qué haces? —exclamó el Fénix, intentando zafarse del agarrón de su hermano sin lastimarlo.

—No es un enemigo, Ikki. Reconozco esa voz.

—¿Voz? ¿Pero acaso se olvidaron de mi rostro o qué?...Ah, claro, la capucha. —El chico se quitó el gorro de la sudadera y dejó descubierto sus rizos grises, largos hasta la cintura, sus ojos sorprendidos de tono negro, una nariz delgada y colorada, además de una sonrisa nerviosa. Shun sabía quién era, por más que tiñera su pelo.

—Shun, ¿quién diantres es este tipo?

—Deberías hablarme con más respeto, Ikki, por lo del senpai y todo eso, soy tres años mayor que tú —se defendió. Luego se quitó las cenizas de la ropa que Ikki había producido—. Siempre tienes que ser tan rabioso. Gracias, Shun.

—Por nada, Mei.

—¿Mei? —Ikki lo meditó un momento, y Shun pocas veces había visto tan sorprendido a su hermano mayor—. ¿¡Ese Mei!?

—Ese mismo. Y no pierdan el ritmo, chicos, tenemos que alcanzar a esos dos Gigas, solo vine a guiarlos. ¡Te queda bien la cicatriz, Ikkun![1] —gritó mientras ya se alejaba, como si se vieran todos los días, llamando a Ikki por el nombre burlesco que le dedicaba desde niños.

El Fénix aceleró, todavía más iracundo, y Shun intentaba entender la serie de acontecimientos. Obviamente Mei, el mayor entre los huérfanos en la fundación Kido a cargo de Mitsumasa, no tenía tiempo para presentaciones ni pláticas nostálgicas, ni sabía cómo comportarse correctamente. No le quedaba más remedio que preguntar en el camino, porque según recordaba, Mei, el mayor de los huérfanos, el único que superaba a Ikki en combate cuando niños, el que un día se largó sin dejar rastro, y que corría delante de ellos en dirección al monte Etna, esquivando con facilidad todos los obstáculos sin frenarse, debía estar muerto. Tras ese pensamiento, sintió un cosquilleo a la altura del pecho, donde reposaba su colgante.


[1] Abreviación de Ikki con el sufijo honorífico kun, que refiere a una persona más joven.

 

 

Ese Mei siempre me parecio un personaje muy interesante, pero totalmente desperdiciado en el canon de Saint Seiya.

Ademas pienso que deberia llevar el apellido Kido, algo asi como el hermano administrativo de Saori.

Tambien ahora con tu capitulo estaba pensando, que pudiera ser el hermano mayor de Ikki, de la misma Mama. Que hubieran sido por lo menos 3 hermanos y desconocieran a este.

Se ve que hay mucho material de calidad en Saint Seiya, lastima que nunca lo manden al manga u obra canonica.

 

Pues los gigas se me hacen muy fumados, no entiendo nada de ellos. 

 

El Mei habria sido un personaje interesante para la batalla contra Hades. Parece que Saint Seiya tenia mas potencial del que le vimos.

 

El Shun tan lloron, no estoy seguro. Pero bueno tampoco conozo este personaje a fondo, mas alla de lo que le vi en el manga, pudiera ser esta su personalidad. Pero parece mas como mujer, pienso.

 

Y si esta bueno eso de que a los santos les interese que ha pasado antes en su universo de Saint Seiya.


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Publicado 12 marzo 2020 - 17:03

Saludos

 

Aprovecharé este rato que tengo para comentar los capítulos de Kanon, Shaina y Seiya del comienzo de la página 37.

 

Leyendo este capítulo y rememorando la versión original, me quedé pensando en hasta qué punto el diálogo de Seiya y Kanon habrá servido como inspiración al desarrollo de Lost Canvas, en cuanto a la relación entre el protagonista, Tenma de Pegaso, y los Santos de Oro que ve pasar y morir. ¿Mucho? ¿Poco? Sea como sea, y sin olvidar que siento más expectativa sobre las partes nuevas en este quinto arco, es un diálogo que valió la pena leer de nuevo. Dos veces, de hecho, ya que al poder meternos en la cabeza de Seiya en su capítulo PDV, aquí se aprecia mucho lo importantes que son las palabras de Kanon para despejarle las dudas, y no es algo baladí que él lo diga, porque no es cualquier guerrero de rango superior, sino un Santo de Oro con muchos pecados sobre sus hombros. ¿Nos estás adelantando que tendrá un destino fatídico, con esa predisposición a expiar sus faltas? Puedo leer Death Flag de fondo de algún que otro párrafo.

 

La batalla, estupenda. Aquí estoy yo esperando que Kanon matara a Lune con el dedo y no pasa. Aquí estoy yo esperando verlo ejecutar las técnicas de siempre y no pasa. Donde podría haberse dado el mismo tipo de batalla que cualquier Santo de Géminis podría tener en cualquier historia, en el canon, en lo oficial y en el fanfiction, aprovechas para mostrarnos un poco de variedad, que siempre viene bien. Si debo criticar algo es que no creo que hicieran falta un par de acotaciones, una entre paréntesis, sobre que Lune era un rival duro hasta para un Santo de Oro, porque lo estabas mostrando sobradamente con todo lo que ocurría. Y a su vez, debiendo destacar algo aparte de esa interesante técnica que si no me falla la memoria ha debutado aquí, es cómo encaja en el desarrollo del capítulo el asunto de Kanon como planeador. Es fácil decir que Kanon es inteligente, pero no tanto mostrarlo, y más aún que importe destacarlo en el desarrollo de toda una batalla. 

 

Creo que ya te comenté que me gusta que el ejército de Hades tenga tantos enemigos formidables, así que aquí solo apuntaré que apruebo el desenvolvimiento de Lune, porque sentí que estaba viendo que el cosmos es un poder que crece no solo para el protagonista. Es harto complicado mostrar el poder de los espectros sin la ventaja de Shiori, con tantos que podían, y debían, morir, pero se agradece cada muestra, a despecho de los que solo vienen para figurar. 

 

Iba a hacer el comentario de Shaina ocupando el lugar de Shun hasta que vi que alguien ya lo comentó, y fue respondido, dejándome con curiosidad por el rol que esta protagonista tendrá en el futuro. ¡Ya de por sí no imaginaba que estuviera tan presente en los acontecimientos, a pesar de todas las veces que te pregunté! (¿Fueron muchas, verdad? Tiendo a ser muy pesado cuando no me frenan.) Pero por ahora centrémonos en lo que estamos leyendo...

 

... ¿Soy solo yo o estás insinuando que es posible que haya una interacción entre Shaina y Seiya distinta a que una haga de escudo y el otro siga luchando? Toda la interacción entre estos dos me ha gustado, empezando por ese inicio tan relajado y a pesar de ello intenso. Esa promesa de no retroceder nunca es parte íntegra de Saint Seiya, como nos han demostrado todas versiones de las Doce Casas, aunque en alguna no retrocede, pero a veces olvidamos por esa resolución que estos héroes de leyenda son también personas. Se alegran de ver a un amigo, se preocupan de saber en peligro a otros. No soy la persona más objetiva del mundo en este asunto, tal vez sea todo lo contrario, pero que Seiya quisiera volver y que fuera Shaina quien le hiciera recordar su deber de ese modo me pareció tan bueno y necesario como la intervención de Kanon en el capítulo anterior. Son cosas que ayudan a ver al héroe como algo más que una máquina infalible y a los demás como personas por derecho propio, no meros útiles de dicho héroe. 

 

Antes de comentar algo más, retrocederé un poco sobre esa dura batalla campal. Una guerra en que la gente lucha y muere. Ver a Yuli en riesgo me remontó a aquella cruda parte de la novela Gigantomaquia, supe seguro que iba a morirse y de verdad deseaba que no pasara, porque no entendía bien, acaso por la emoción del momento, por qué tal o cuál personaje no podía hacerlo. Al final pasó lo impensable, la médico tuvo que quemar su vida para salvar la de otro. Algo lógico y trágico a la vez. Porque Higía no es cualquier personaje, sino uno que reconocí, porque en una guerra los que sanan pueden llegar a ser más importantes que los que hieren, porque su acto fue tan propio de los Santos de Atenea que no pude sino aprobarlo. Digo todo esto debido a que, en ficción, cómo establece el autor a sus personajes es lo que les vuelve personas por las que podamos preocuparnos, es un gran mérito, sobre todo siendo yo como soy. Ayuda la forma de describir su muerte, que me remonta a una serie que me encanta, y que haya incertidumbre sobre el destino de Yuli, a pesar de ser salvada a costa de otra vida. 

 

Me está gustando, en general, esta parte. Si debo ser crítico con algo es que confío en que los futuros acontecimientos me hagan pesar que sí, que era importante que este barco ingresara al Hades con tantos Santos de Atenea.

 

Retomando esta aventura de Shaina y Seiya, y aunque sé en quién va a pensar Seiya cada que se lance de cabeza a alguna batalla, disfruté de cada pensamiento de la Maestra de Serpientes en el reencuentro. La alegría porque estuviera vivo, la reacción ante el abrazo, todas las veces que piensa en él como alguien... No muy listo, y a pesar de ello, debiendo darse algún cachete para poner los pies en la tierra. Me encantó, la verdad, y casi pude imaginar a Shaina leyendo prensa rosa. Casi.

 

Otra cosa que me ha gustado de estos capítulos es esa forma de hacernos notar que estamos en el inframundo. Las almas, en especial esa destacada que reconocí enseguida, las sensaciones de Seiya ante su castigo, la bestia de Pharao... El infierno es la clase de destino que no se parece, o no debería parecerse, a ningún otro. No se trata de un país que uno pueda recorrer admirando algún monumento o maravilla natural, sino el lugar donde las almas son torturadas. Que los que vienen allí como invasores tengan una opinión sobre cuanto ven hace que se mantenga en mi cabeza que estoy leyendo un descenso a los infiernos, incluso los pensamientos de Shaina sobre aceptar la muerte ayudan, aunque ahí es otro el propósito. Siguiendo esta línea, admito que en cualquier otra circunstancia pensaría en Seiya como un burro al dejarse atrapar, en lugar de seguir oculto, pero aquí romperé una lanza a favor del Santo de Pegaso, y es que, ¿cómo iba a quedarse impasible viendo lo que pasaba ahí?

 

Y no creo que haga falta incidir en la crueldad de los espectros para que Seiya se cuestione el sentido del tormento eterno, pero eso procuro entenderlo como la consecuencia lógica de una historia que tiene Lost Canvas como pasado oficial. Un pasado que respeta. 

 

Estaba al tanto de quién sería el alma rebelde, imaginé quién había ayudado a Seiya y Shaina, pero como ocurriera con la identidad del Sumo Sacerdote y la de un tal Jano, celebro que no lo dijeras hasta el final. Le da una fuerza especial al escrito, como el mítico ¡Ese hombre es...! de Isaac de Kraken. Me llamó la atención que fuera en esta parte, y no en la de Lune, cuando un espectro, en este caso Pharao, hablara de los pasados de otros espectros, que nadie debería saber. Desde luego, Zhou dice no recordarlo, aunque es difícil creerlo. También sonreí al darme cuenta de que Shaina, por todo lo que había pasado, había alcanzado un poder tal como para que estuviera perfecto verla luchar en las mismas batallas de Seiya, incluso si este no era el momento de lograr otra victoria. Cada que leo sobre que ha despertado el Séptimo Sentido y que ha ido más allá, incluso si no puede definir del todo ese más allá (¿y quién puede?), encuentro que es correcto, que tiene sentido. 

 

Y entra en escena Orfeo. No puedo decir que me sorprendiera, sabía que iba a ser parte de la trama de Hades desde que empezó la aventura de Los Cuatro (¿infames?) de Oro Blanco, como poco, y además es una de las partes con contenido del material original sobre el inframundo. Es curioso cómo aquí que Shaina esté presente en lugar de otro personaje, como Hyoga o Shiryu, cobra un sentido especial, dada la hermandad que une a los argénteos. Porque, como suelo decir, son las diferencias y las partes nuevas las que más expectativas levantan, y si está Shaina involucrada, más todavía

 

Te dejo algunos errores que he visto aquí y allá:

Y te vi metiéndose en la cabeza de Pegaso

 

En la salida no se abría un solo portal, sino que decenas de ellas,

 

 Si Kanon lo recibía… quizás qué sucedería.

shaina ii 

(¿o habrían sido horas?)

Y lo más raro de todos era

se trisó.

 

 

Hay una parte en la que se habla del fervor de la batalla en lugar de fragor, y a penas en lugar de apenas. 

 

Con esto, me retiro, no sin antes mencionar... Un jardín en el infierno, Perséfone, Perséfone en los Campos Elíseos... Muy interesante. Muy, muy interesante. 


Editado por Rexomega, 12 marzo 2020 - 19:23 .

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Publicado 16 marzo 2020 - 14:04

Ese Mei siempre me parecio un personaje muy interesante, pero totalmente desperdiciado en el canon de Saint Seiya.

Ademas pienso que deberia llevar el apellido Kido, algo asi como el hermano administrativo de Saori.

Tambien ahora con tu capitulo estaba pensando, que pudiera ser el hermano mayor de Ikki, de la misma Mama. Que hubieran sido por lo menos 3 hermanos y desconocieran a este.

Se ve que hay mucho material de calidad en Saint Seiya, lastima que nunca lo manden al manga u obra canonica.

 

Pues los gigas se me hacen muy fumados, no entiendo nada de ellos. 

 

El Mei habria sido un personaje interesante para la batalla contra Hades. Parece que Saint Seiya tenia mas potencial del que le vimos.

 

El Shun tan lloron, no estoy seguro. Pero bueno tampoco conozo este personaje a fondo, mas alla de lo que le vi en el manga, pudiera ser esta su personalidad. Pero parece mas como mujer, pienso.

 

Y si esta bueno eso de que a los santos les interese que ha pasado antes en su universo de Saint Seiya.

De hecho, creo que en la Gigantomachia también lleva el apellido Kido, y lo menciona. En este fic también, aunque es el único, claro. Y los Gigas están bien, eran más que nada malos malotes si mucha profundidad, y yo no me alejé mucho de ello xD

 

Saint Seiya, como obra, tiene un potencial tremendo, pero Kuru se enfrasca en su idea de las doce casas, una y otra vez, y no sale de ello. Por eso me gustan tanto los spin-offs, que en gran parte inspiraron este fanfic.

 

No se qué tiene que ver ser llorón con ser mujer, la verdad... Fuera de eso, Shun llora en este capítulo porque está con su hermano, y no veo nada de malo con ello, honestamente

 

Saludos!!

 

 

 

Saludos

 

Aprovecharé este rato que tengo para comentar los capítulos de Kanon, Shaina y Seiya del comienzo de la página 37.

 

Leyendo este capítulo y rememorando la versión original, me quedé pensando en hasta qué punto el diálogo de Seiya y Kanon habrá servido como inspiración al desarrollo de Lost Canvas, en cuanto a la relación entre el protagonista, Tenma de Pegaso, y los Santos de Oro que ve pasar y morir. ¿Mucho? ¿Poco? Sea como sea, y sin olvidar que siento más expectativa sobre las partes nuevas en este quinto arco, es un diálogo que valió la pena leer de nuevo. Dos veces, de hecho, ya que al poder meternos en la cabeza de Seiya en su capítulo PDV, aquí se aprecia mucho lo importantes que son las palabras de Kanon para despejarle las dudas, y no es algo baladí que él lo diga, porque no es cualquier guerrero de rango superior, sino un Santo de Oro con muchos pecados sobre sus hombros. ¿Nos estás adelantando que tendrá un destino fatídico, con esa predisposición a expiar sus faltas? Puedo leer Death Flag de fondo de algún que otro párrafo.

 

La batalla, estupenda. Aquí estoy yo esperando que Kanon matara a Lune con el dedo y no pasa. Aquí estoy yo esperando verlo ejecutar las técnicas de siempre y no pasa. Donde podría haberse dado el mismo tipo de batalla que cualquier Santo de Géminis podría tener en cualquier historia, en el canon, en lo oficial y en el fanfiction, aprovechas para mostrarnos un poco de variedad, que siempre viene bien. Si debo criticar algo es que no creo que hicieran falta un par de acotaciones, una entre paréntesis, sobre que Lune era un rival duro hasta para un Santo de Oro, porque lo estabas mostrando sobradamente con todo lo que ocurría. Y a su vez, debiendo destacar algo aparte de esa interesante técnica que si no me falla la memoria ha debutado aquí, es cómo encaja en el desarrollo del capítulo el asunto de Kanon como planeador. Es fácil decir que Kanon es inteligente, pero no tanto mostrarlo, y más aún que importe destacarlo en el desarrollo de toda una batalla. 

 

Creo que ya te comenté que me gusta que el ejército de Hades tenga tantos enemigos formidables, así que aquí solo apuntaré que apruebo el desenvolvimiento de Lune, porque sentí que estaba viendo que el cosmos es un poder que crece no solo para el protagonista. Es harto complicado mostrar el poder de los espectros sin la ventaja de Shiori, con tantos que podían, y debían, morir, pero se agradece cada muestra, a despecho de los que solo vienen para figurar. 

 

Iba a hacer el comentario de Shaina ocupando el lugar de Shun hasta que vi que alguien ya lo comentó, y fue respondido, dejándome con curiosidad por el rol que esta protagonista tendrá en el futuro. ¡Ya de por sí no imaginaba que estuviera tan presente en los acontecimientos, a pesar de todas las veces que te pregunté! (¿Fueron muchas, verdad? Tiendo a ser muy pesado cuando no me frenan.) Pero por ahora centrémonos en lo que estamos leyendo...

 

... ¿Soy solo yo o estás insinuando que es posible que haya una interacción entre Shaina y Seiya distinta a que una haga de escudo y el otro siga luchando? Toda la interacción entre estos dos me ha gustado, empezando por ese inicio tan relajado y a pesar de ello intenso. Esa promesa de no retroceder nunca es parte íntegra de Saint Seiya, como nos han demostrado todas versiones de las Doce Casas, aunque en alguna no retrocede, pero a veces olvidamos por esa resolución que estos héroes de leyenda son también personas. Se alegran de ver a un amigo, se preocupan de saber en peligro a otros. No soy la persona más objetiva del mundo en este asunto, tal vez sea todo lo contrario, pero que Seiya quisiera volver y que fuera Shaina quien le hiciera recordar su deber de ese modo me pareció tan bueno y necesario como la intervención de Kanon en el capítulo anterior. Son cosas que ayudan a ver al héroe como algo más que una máquina infalible y a los demás como personas por derecho propio, no meros útiles de dicho héroe. 

 

Antes de comentar algo más, retrocederé un poco sobre esa dura batalla campal. Una guerra en que la gente lucha y muere. Ver a Yuli en riesgo me remontó a aquella cruda parte de la novela Gigantomaquia, supe seguro que iba a morirse y de verdad deseaba que no pasara, porque no entendía bien, acaso por la emoción del momento, por qué tal o cuál personaje no podía hacerlo. Al final pasó lo impensable, la médico tuvo que quemar su vida para salvar la de otro. Algo lógico y trágico a la vez. Porque Higía no es cualquier personaje, sino uno que reconocí, porque en una guerra los que sanan pueden llegar a ser más importantes que los que hieren, porque su acto fue tan propio de los Santos de Atenea que no pude sino aprobarlo. Digo todo esto debido a que, en ficción, cómo establece el autor a sus personajes es lo que les vuelve personas por las que podamos preocuparnos, es un gran mérito, sobre todo siendo yo como soy. Ayuda la forma de describir su muerte, que me remonta a una serie que me encanta, y que haya incertidumbre sobre el destino de Yuli, a pesar de ser salvada a costa de otra vida. 

 

Me está gustando, en general, esta parte. Si debo ser crítico con algo es que confío en que los futuros acontecimientos me hagan pesar que sí, que era importante que este barco ingresara al Hades con tantos Santos de Atenea.

 

Retomando esta aventura de Shaina y Seiya, y aunque sé en quién va a pensar Seiya cada que se lance de cabeza a alguna batalla, disfruté de cada pensamiento de la Maestra de Serpientes en el reencuentro. La alegría porque estuviera vivo, la reacción ante el abrazo, todas las veces que piensa en él como alguien... No muy listo, y a pesar de ello, debiendo darse algún cachete para poner los pies en la tierra. Me encantó, la verdad, y casi pude imaginar a Shaina leyendo prensa rosa. Casi.

 

Otra cosa que me ha gustado de estos capítulos es esa forma de hacernos notar que estamos en el inframundo. Las almas, en especial esa destacada que reconocí enseguida, las sensaciones de Seiya ante su castigo, la bestia de Pharao... El infierno es la clase de destino que no se parece, o no debería parecerse, a ningún otro. No se trata de un país que uno pueda recorrer admirando algún monumento o maravilla natural, sino el lugar donde las almas son torturadas. Que los que vienen allí como invasores tengan una opinión sobre cuanto ven hace que se mantenga en mi cabeza que estoy leyendo un descenso a los infiernos, incluso los pensamientos de Shaina sobre aceptar la muerte ayudan, aunque ahí es otro el propósito. Siguiendo esta línea, admito que en cualquier otra circunstancia pensaría en Seiya como un burro al dejarse atrapar, en lugar de seguir oculto, pero aquí romperé una lanza a favor del Santo de Pegaso, y es que, ¿cómo iba a quedarse impasible viendo lo que pasaba ahí?

 

Y no creo que haga falta incidir en la crueldad de los espectros para que Seiya se cuestione el sentido del tormento eterno, pero eso procuro entenderlo como la consecuencia lógica de una historia que tiene Lost Canvas como pasado oficial. Un pasado que respeta. 

 

Estaba al tanto de quién sería el alma rebelde, imaginé quién había ayudado a Seiya y Shaina, pero como ocurriera con la identidad del Sumo Sacerdote y la de un tal Jano, celebro que no lo dijeras hasta el final. Le da una fuerza especial al escrito, como el mítico ¡Ese hombre es...! de Isaac de Kraken. Me llamó la atención que fuera en esta parte, y no en la de Lune, cuando un espectro, en este caso Pharao, hablara de los pasados de otros espectros, que nadie debería saber. Desde luego, Zhou dice no recordarlo, aunque es difícil creerlo. También sonreí al darme cuenta de que Shaina, por todo lo que había pasado, había alcanzado un poder tal como para que estuviera perfecto verla luchar en las mismas batallas de Seiya, incluso si este no era el momento de lograr otra victoria. Cada que leo sobre que ha despertado el Séptimo Sentido y que ha ido más allá, incluso si no puede definir del todo ese más allá (¿y quién puede?), encuentro que es correcto, que tiene sentido. 

 

Y entra en escena Orfeo. No puedo decir que me sorprendiera, sabía que iba a ser parte de la trama de Hades desde que empezó la aventura de Los Cuatro (¿infames?) de Oro Blanco, como poco, y además es una de las partes con contenido del material original sobre el inframundo. Es curioso cómo aquí que Shaina esté presente en lugar de otro personaje, como Hyoga o Shiryu, cobra un sentido especial, dada la hermandad que une a los argénteos. Porque, como suelo decir, son las diferencias y las partes nuevas las que más expectativas levantan, y si está Shaina involucrada, más todavía

 

Te dejo algunos errores que he visto aquí y allá:

 

Hay una parte en la que se habla del fervor de la batalla en lugar de fragor, y a penas en lugar de apenas. 

 

Con esto, me retiro, no sin antes mencionar... Un jardín en el infierno, Perséfone, Perséfone en los Campos Elíseos... Muy interesante. Muy, muy interesante. 

Qué cantidad de errores tuve, no lo puedo creer. Leo los capítulos como tres veces antes de publicarlos finalmente, y aun así se me pasan tantas cosas? Gracias por tanto, perdón por tan poco, Rexo.

 

Tenma ve a los dorados cayendo como moscas, y Seiya no está muy lejos de ello, pero creo que en este caso es solo coincidencia. Y quizás, quizás tenga a la Parca encima el buen (?) Kanon, pero habrá que ver si cambio su destino o no. Sobre Seiya, me gusta mucho meterme en su cabeza, porque cuando uno lo ve de afuera, se encuentra con un robot programado solo para salvar a Saori, así que me gusta darle un poco más de fuerza a sus otros rasgos, a sus dudas y pensamientos.

 

¿En serio metí una acotación entre paréntesis? No sé qué estaba pensando, pero trato de evitarlo cada vez que puedo. Los paréntesis son el opio del pueblo... Es cierto que no debí mencionarlo tanto, que es algo que debe mostrarse; supongo que se debe a que en otros comentarios me lo preguntaban mucho. Intentaré no solo disminuir esas menciones, sino que simplemente quitarlas. Me alegra que te gustara la batalla, Kanon afortunadamente da para mucha variedad, teniendo la humilde suma de ocho técnicas (dos de ellas robadas), así que sus batallas dan para muchas combinaciones. Sobre la técnica que mencionas, si es el Arco de Geminga, Kanon la usa por primera vez aquí, pero la habían usado Nicole y Saga antes; en tanto que el Pilar Sagrado, lo usó Kanon contra Ikki cuando todavía se hacía pasar por "Jano". Como bien me dijiste por otro lado, es normal olvidar así que no te preocupes.

 

Si bien me gusta darles esos "momentos prota" a los enemigos, con los Espectros la verdad se me está complicando, pues la historia se alarga y se alarga. Lune no es el único caso, y creo que debí hacerlo más con los Generales, que son 7 en lugar de 108 jaja Y sí, preguntaste varias veces sobre Shaina, pero no me molesta xD Más aun, se siente bien pagar las promesas. Shaina tendrá un rol, podríamos decir, hasta independiente de Seiya, aunque ambos estarán relacionados también, especialmente para mostrar los errores de Pegaso, o lo que también podemos llamar, su humanidad.

 

Me pone muy contento no decepcionar con Higía y Yuli, que siendo personajes secundarios, tuvieron un rol dentro de todo fundamental, e intenté desarrollas lo más posible. Solo me queda desear no decepcionar con la idea que tuve con meter al bendito barco, y al menos creo que lo estoy logrando con el infierno, a pesar de lo árido y aburrido que puede ser, comparado con las maravillas arquitectónicas del Santuario y Atlantis. Pero, claro, los muertos no están ahí turisteando, así que está bien.

 

Ah! Ese gran momento de Isaac, que hizo pensar a Kuru que requería 20 páginas completas para explicar, treinta años después. Una persona maravillosa, sin duda. Bueno, cada vez que escribo esas cosas, como lo de Jano o lo de Eurídice ahora, me quedo pensando "vamos, no seas tonto, Felipe, ellos saben quién es, ¿para qué te complicas la vida asumiendo falsamente que no?", pero luego pienso que no, que está bien, que escribo con la idea de que es algo nuevo, y como hay sorpresas, no puedo ignorar esos momentos incluso cuando no habrá sorpresa alguna. Moriré con la mía, como se dice.

 

Todos los errores corregidos, aquí y en el doc. Como siempre, muchas gracias Rexo, saludos!! Y espero que estés bien por allá, que está complicada la cosa. Cuídate (y dale mis saludos a Killcrom, si puedes).

 

 

 

SAORI II

 

Río Estigia. Cuarta Prisión. Inframundo.

Un par de pétalos habían caído de su pulsera desde que Saori asesinó a sangre fría al Espectro de Nigromante. ¡A sangre fría! Aun no podía creer ella que había llegado a cometer tal crimen, incluso si era contra uno de sus enemigos.

El recuerdo le había costado, unas cuantas veces durante su travesía en bajada por el Inframundo, perder su ilusión de invisibilidad, aunque la logró retomar antes de que la descubrieran los Espectros y Esqueletos que rondaban por todos lados. ¿Qué iba a hacer si la veían de nuevo? ¿Los mataría? ¿Actuaría nuevamente como una diosa guerrera?

No podía quitarse la idea de la cabeza, pero tampoco podía simplemente ignorar lo que era: Atenea, la diosa de la sabiduría y la guerra. Podía rechazar la idea, pero no podía deshacerse de ella. Era su destino, así se lo habían dictado las estrellas en Delfos. Hasta el momento, ¿no se había cumplido todo lo predicho, incluyendo los susurros de su padre?

La desazón inundaba su corazón y empeoró cuando sintió, en lo más profundo del infierno, un Cosmos imperioso y destructivo. Hades había despertado y se encontraba en el Inframundo ahora. Quizás usaba un cuerpo humano, pero seguía siendo el dios de los infiernos. ¿Sería posible tener una audiencia con él, tal como hizo con Julian Solo cuando se convirtió en Poseidón?

Desechó la idea. Era posible hablar con Poseidón, pero su otro tío era diferente. A él no le importaba ni un poco el bien de la Tierra, no quería salvar a nadie, todo lo que deseaba era hundir a la Tierra en la oscuridad y arrastrar a las almas a sus dominios. Así se lo había explicado Shaka, con peras y manzanas, aunque ella no recordaba a Hades como Atenea. Pero le creía.

Desde que Saori había llegado al Inframundo, aunque no podía medir el paso del tiempo, había visto millares de almas nuevas, recién muertos, amontonándose detrás y más allá del Dikasterión. Probablemente el plan de Hades se había puesto en marcha en la Tierra apenas se hizo presente en el Inframundo, de la misma manera que, meses atrás, las lluvias conjuradas por Poseidón dieron inicio apenas puso un pie en su templo, utilizando su Tridente. Se preguntó qué intentaría hacer Hades, pero debía confiar en que los Santos se dispersaran por el mundo y controlaran la situación mientras ella, personalmente, se hacía cargo de su tío. En esta ocasión, diferente de la situación con el Emperador de los Océanos, ninguno de sus Santos podría seguirla al infierno. Así tenían que ser las cosas, nadie más intervendría. Ella le pondría punto final a todas las Guerras Santas.

Y luego… descansaría en paz. Tanto siendo Atenea, como siendo Saori Kido.

 

Se encontraba al borde de un enorme y maloliente estanque negro, en cuya orilla millones de almas se estaban reuniendo. Arriba, el cielo escarlata había comenzado hacía poco a brillar con destellos de pequeños relámpagos blancos, que solo podían indicar que Hades había comenzado a influir sobre su Inframundo. También había oscurecido, ahora era de un tono casi púrpura. Debía darse prisa.

El estanque debía cruzarse necesariamente para seguir bajando. Alrededor solo se podían encontrar cerros y muros de distintas formas, donde algunos muertos se hallaban colgados de cadenas negras y sus pies tocaban constantemente el estanque. Sin embargo, la mayoría estaba en su interior, haciendo todos los intentos posibles por escapar. Parecía ser una tortura solo acercarse, y es que el olor de las aguas indicaba que podía ser algún tipo de desperdicio tóxico y ácido. Eran completamente negras, y de no ser porque veía almas flotando habría creído que era solo un agujero sin fin.

Muchas veces pensó cómo rescatar a los prisioneros que parecían sufrir más. Se revolcaban entre lo que parecía ser brea, chillaban y se rasguñaban los rostros espirituales. Había dos problemas; primero, que a los lados del estanque, de pie sobre rocas elevadas, se hallaban criaturas que jamás pensó que vería en la vida real, Esqueletos con cuerpo de caballo en la parte inferior, y de hombres y mujeres en la superior. Sus Surplices cubrían las cuatro patas, los brazos, el lomo, los hombros y la cabeza, dejando el torso descubierto incluso en el caso de las mujeres. Eran centauros, seguramente creados por el dios Hades para vigilar a las almas de ese lugar. Cada vez que una se acercaba demasiado a la orilla, uno de los centauros tensaba un arco negro que llevaban todos ellos y disparaba una flecha en sus cuerpos, que les hacían gritar más y los arrastraba de regreso al centro.

Los Esqueletos-centauros se encontraban en todo el perímetro del estanque negro, que era imposible de saltar, incluso para un Santo. Era simplemente demasiado grande, y estaba en bajada de forma inaudita, como una obra de arte que no podía funcionar en el mundo real. Las aguas se curvaban, pero de alguna manera parecían horizontales también, y los carceleros no parecían complicarse con ello, estaban en perfecto equilibrio, siempre tensando las flechas. Un arma así casi le cuesta la vida, durante la Guerra Civil, ya tiempo atrás. Si intentaba rescatar a uno de los prisioneros y aliviar un poco su sufrimiento, ¿qué pasaría si la atacaban? ¿Terminaría allí su misión?

Además, y ahí era donde entraba el segundo problema, las leyes del infierno no les permitirían salir de su prisión. Aasí había construido Hades su mundo, o la divinidad que estuviera antes que él. No serviría de nada ayudar, y se había acostumbrado a la aterradora idea desde que estaba en el Portón. Pero guardaba todavía una esperanza: si se encargaba de Hades, de la misma forma que se encargó de Nigromante, tal vez todo el Inframundo perdería sus normas, y la gente podría descansar en paz. Nadie merecía tal castigo. ¡Era injusto hasta para el más vil de los hombres!

 

Pensándolo bien, aún quedaba un tercer problema. ¿Cómo iba a cruzar el estanque, sin ayuda? Incluso si descendía el nivel, no podía sencillamente saltar. No parecía que Caronte navegara por esas aguas. Y si nadaba, ¿no perdería su ilusión? O peor aún, ¿no le afectarían? Había aprendido que los cinco ríos del infierno tenían normas exclusivas, que su custodio dominaba. Debía haber un Espectro guardián en la Prisión, y aparecería si ella trataba de cruzar sin permiso. Sus Leyes, como había escuchado decir que les llamaban los Esqueletos, podían atrapar a cualquiera, sin importar su dominio del Cosmos.

Se acercó de todas maneras a la laguna de aguas estancadas. Olía horrendo, como a criaturas que llevaban siglos muertas y descomponiéndose. Tuvo que aguantarse las ganas de vomitar, y le alegró un poco pensar que, aunque era un alma a quien ni siquiera se le inflaba el pecho al respirar, todavía podía tener esas sensaciones. Cualquier cosa era útil a esas alturas para sentirse todavía humana.

Al mirarse en las aguas, se tuvo que apresurar a retroceder, llevada por un miedo y una ansiedad tremendas. Aunque eran negras y parecía brea, de alguna manera había sido capaz de verse con toda claridad en el reflejo. También a los Esqueletos-centauros que se encontraban cerca de ella, a los lados. Sin embargo, apenas les prestó atención en ellos, y tuvo que comprobar que seguía siendo invisible a pesar del susto. ¿Qué podía significar lo que estaba mirando?

Tenía los ojos grises. Tal como Byaku había advertido, sus ojos se habían vuelto de color gris brillante, a pesar de que siempre habían sido verdes. Había estudiado mucho de Atenea y sus reencarnaciones anteriores, y por eso sabía lo que podía significar. «Atenea, la de los ojos grises de lechuza» llamaban a la diosa los antiguos griegos. Sus ojos eran de color esmeralda, pero ahora eran grises porque Atenea, su verdadero yo, estaba tomando el control. Su verdadero yo… ¿así era? ¿No era Saori, entonces?

—¡Oh, señor Phlegyas! ¿Volvió tan pronto?

Eso lo dijo uno de los Esqueletos guardianes, y Saori se hizo atrás rápidamente. En medio del estanque apareció una figura que, segundos antes, no se encontraba allí. En ese caso sí estaba segura del tiempo transcurrido. Realmente había salido de la nada, pero los presentes no parecían sorprendidos por ello.

Un barquero sobre una humilde balsa (a diferencia del inmenso buque de Caronte) navegaba por las aguas brumosas y negras, que consecuentemente se pusieron a burbujear como si la temperatura hubiera subido. Los gritos de las almas amontonadas unas junto a otras lo confirmaron. ¡Qué destino más terrible! ¿De eso se encargaba aquel Espectro que guardaba la Prisión?

Su Surplice estaba llena de puntas y púas, algunas de las cuales fingían ser cabellos, como los de un animal rabioso. Era de color púrpura, contaba con garras en las rodillas y antebrazos, un largo rabo en la espalda, que tocaba la balsa de madera, y el yelmo parecía simular la cabeza de un perro con las fauces abiertas. Su remo era simplemente un palo de algún material plateado que no parecía afectarse por la temperatura del estanque. Más aún, ¡parecía provocar que se elevara!

—Hola, mucha’os —dijo el Espectro, con una voz llena de confianza, rasposa y seca, como si cada palabra saliera torpe, pero orgullosamente, desde una parte profunda de su garganta; no parecía usar sus dientes, que eran colmillos irregulares, y deformaba las palabras casi como por obligación. Era de tez oscura y ojos de tono tan gris como los que ella parecía lucir ahora, como diosa—. Sigan su tra’ajo, e’ solamente que sentí algo raraquí en el Estigia y vine a ve’.

—¿Algo raro, señor? —preguntó el mismo centauro de antes.

—Si vuelva dirigirte pa’ mí te mato, ¿escuchaste? —A pesar de su amenaza, en el siguiente segundo, de alguna manera que Saori no alcanzó a ver, el Esqueleto cayó en el estanque como un muerto, y empezó a hervir en seguida, desde la cabeza a la cola—. ¡Ah, se me pasó! ¡Mier.da! ¡Traigan a otro pa’ que cuidahí!

—¡Sí, señor Phlegyas!

Era peligroso. Muy peligroso. El tal Phlegyas parecía dominar sobre el sitio con tal autoridad que ningún Esqueleto levantaba la cabeza para mirarlo. Algunos hasta doblaban las patas delanteras como un gesto similar a hacer una reverencia.

Phlegyas bajó a la orilla de un salto desde la balsa, que se hundió en seguida en el negro estanque putrefacto, y alzó la cabeza, doblando el cuello. Comenzó a oler hacia arriba, como si percibiera algo que nadie más podría, como un sabueso. ¿Era la versión olfativa de Byaku, acaso? ¿También iba a descubrirla?

—Ah. Ahí —dijo. Corrió hacia Saori con los brazos sueltos, muy a prisa. Ella alzó el báculo para defenderse. No iba a poder evitar luchar, estaba claro. ¿Una vez más iba a tomar una vida que no le pertenecía? ¿Acaso eso significaba ser la diosa de la guerra?

En lugar de lo que pensaba, Phlegyas pasó de largo y se adentró entre algunas de las montañas cercanas. Babeaba y sacaba la lengua. Saori pensó que debía averiguar qué estaba pasando, pero cuando se adentró entre los cerros vio… No. Era completamente imposible describir lo que vio. Se asustó y asqueó. Jamás pensó ver a un hombre de tal manera, arqueando la espalda y moviéndose como animal en celo, aullando a la luna inexistente a la vez que babeaba desde las fauces y temblaba, sonriente y desesperado. Luego, se puso a hacer más cosas, dignas de un animal salvaje, y Saori no pudo seguir mirando. ¿Se estaba convirtiendo en otra cosa? ¿En qué clase de mundo se hallaba que podía encontrar humanos mitad animales, como lobos y centauros?

—¡¡¡Ahhhhhh!!! —gritó Phlegyas, como un poseso.

Estaba muerta y había tomado una vida. Eso era imposible de negar. Debía sacar fuerzas de la nada, como había hecho durante todo su recorrido, y seguir adelante. Se le había presentado la oportunidad para hacerlo.

En la laguna apareció una nueva balsa, con su propio remo blanco, brillando como la mortemita, sin ser afectada por las aguas asquerosas del mitológico y real río Estigia. No lo pensó dos veces.

Subió a la balsa, tomó el remo y, con la experiencia de la nieta de un empresario de la industria marina y los brazos fuertes de su entrenamiento, navegó a través del infernal río. Apenas parecía tener peso, o al menos pesaba mucho menos que Phlegyas. El remo se hizo invisible al contacto con sus dedos, igual que el cetro de Niké que dejó a sus pies, sobre la balsa que los Esqueletos probablemente vieron alejarse; debía ser algo usual, pues ninguno hizo comentario alguno. O, quizás, ni siquiera alcanzaron a verla, pues estaban enfocados en realizar su trabajo de vigilancia y clavar flechas en los desobedientes. Esas mismas almas que, con el remo, Saori intentaba evitar con terror… y determinación.

 

El recorrido se le hizo muy largo. Recitó los títulos de los libros que podía recordar haber leído en su vida, que eran miles, y tuvo que repetir la lista tres veces, incluyendo citas y autores, para comenzar a acercarse a la otra orilla. Se le ocurrió en el momento, era un perfecto método para medir el paso del tiempo en el Inframundo. Es decir, era mucho lo que había transcurrido.

Los Esqueletos-centauros no la habían visto, y aunque ya no escuchaba los aullidos horripilantes de Phlegyas, imaginaba que todavía no subía a una nueva balsa a perseguirla, o iba muy atrás, al menos. Ella movía muy rápido el remo, aprovechándose de que apenas sentía cansancio en sus condiciones inmortales. Y, aunque sabía que estaba descendiendo por la prisión hacia un lugar mucho más profundo del infierno, y varias veces tuvo la rara sensación de navegar casi de manera vertical, jamás perdió ni equilibrio ni valor.

Casi se acercaba a lo que solo podía ser la otra orilla, vigilada por decenas de otros Esqueletos con patas de caballo, cuando sintió algo pegajoso y escamoso alrededor del pie que casi le para el corazón del horror.

Miró hacia abajo. Una vez más estaba allí su reflejo, en medio de aguas malolientes y malnacidas. Aún era imposiblemente transparente, y sus ojos seguían siendo grises, pero había otro rostro allí, sobrepuesta sobre la suya. Saori no estaba sonriendo, pero la mujer que se reflejaba allí sí. Seguía su mirada y se deslizaba bajo la balsa, como una sirena.

Al fijarse mejor, Saori vio una Surplice en la otra mujer, que llevaba un casco como el de la cabeza de una serpiente o un gusano. ¿La estaba mirando? ¿La había descubierto? La mujer Espectro sonrió aún más, balbuceaba algo en silencio.

 

Decenas de tentáculos surgieron del fondo del mar, y los Esqueletos-centauros no tardaron en reaccionar tensado los arcos. Las flechas apuntaban a Saori, que del susto ya no era invisible. Incluso si volvía a hacerlo, no perderían el objetivo. Los tentáculos rojos la amarraron de muñecas, tobillos y el cuello, casi pierde el equilibrio de no ser porque se encorvó hasta tomar el cetro a tiempo. La habían descubierto. Se armaría una batalla. ¿Iba a caer en el Estigia, como los demás muertos?

No. Lo cierto era que no temía por ella. No caería, Shaka la había entrenado bien en el uso de su Cosmos. Lo que temía era… por ellos.

—¡Bajo el mar, Vampen de Lamia, Estrella Celestial del Prestigio[1] lo ve todo! —La Espectro salió del mar, su Surplice incluía una larga cola carmesí que se retorcía por abajo y encima del Estigia, reemplazando sus piernas. Abría los brazos con orgullo y felicidad desmedidas, una figura curvilínea que pertenecía a una sirena-vampira de los viejos mitos griegos, otra realidad—. ¡Ja, ja, ja, ja, ja, el señor Minos estará orgulloso de su Estrella del Prestigio, pues he atrapado a Atenea en mi estanque!

—¡Ataquen a Atenea! ¡Encontramos a Atenea, den la alerta!

—¡Llamen al señor Phlegyas, Atenea está aquí!

—¡Mátenla! ¡Lleven su cabeza con Hades y Lady Pandora!

No. No podía terminar así. El corazón de Saori latió con fuerza, a pesar de que su naturaleza espiritual lo hacía ridículo. Ya estaba sintiendo aquella potencia, aquel deseo de tener un objetivo, de buscar un enemigo. No, no, no, debía controlarse, podía defenderse sin necesariamente luchar…

 

«Nadie deberá tocarme». Atenea golpeó con la punta baja de Niké la balsa, y los tentáculos ardieron hasta desvanecerse. Clavó los ojos en Lamia, que retrocedió en el agua, con el mismo terror que Nigromante en el rostro.

Era lo que correspondía. Los Espectros de Hades solo deseaban la destrucción del mundo, apagar las vidas estelares de los hombres y mujeres del planeta. Protegerlos era su deber. Acabar con Hades de una vez por todas, lo que debió hacer hace siglos… ¿Por qué había sido tan tonta antes? ¿Por qué se dejó estar así? Todos los Espectros pagarían por la muerte de los seres humanos durante milenios, y ella se quedaría en el Inframundo, como su propia penitencia, a cuidar a aquellos seres humanos por toda la eternidad, muchos de los cuales habían perecido por su propia inseguridad.

La Espectro de Lamia se apresuró a tratar de ocultarse en el mar, a la vez que más tentáculos surgían a intentaban atraparla. Podía estar segura de que, como las Lamias, esas cosas debían absorber su vida lentamente. Su alma y las de los muertos en el Estigia. No iba a permitir que la tocaran. Tampoco los Esqueletos que disparaban flechas tendrían ese privilegio sacro.

—Descansen, bestias.

Niké brilló y su Cosmos despegó como una blanca lechuza buscando a sus presas en la noche silenciosa del bosque. Los rojos tentáculos de Lamia fueron instantáneamente vaporizados. Eran patéticos y débiles.

Los Esqueletos-centauros de alrededor perdieron la vida medio segundo después. Sus Surplices se convirtieron en polvo y el agua negra del estanque se remeció. Algunos muertos callaron su dolor, pues el Cosmos de Atenea calmó su dolor. Era algo que el dios del infierno jamás podría entender. Recordaba a ese hombre perfectamente, un dios triste y lúgubre, pero desalmado, que solo tenía emociones por su esposa. Acabaría con él. Con todo en el Inframundo. No se limitaría a sellarlo, como hizo Saori Kido con Poseidón.

La cabeza aterrada de Vampe de Lamia surgió desde bajo el estanque caótico. Ella seguía viva y no podía permitirlo. ¿Cuántas almas más serían torturadas si no lo hacía?

—Espere, Atenea… —dijo, escupiendo sangre por la boca. Su Surplice se había hecho añicos—. Puedo distraer a la Estrella de la Culpa[2]

—¿A quién? —preguntó Atenea, la de los ojos grises.

—¡Phlegyas de Lycaón! Por favor, Atenea, tenga piedad de mí, no dejaré que él la atrape, no sabrá que estuvo usted aquí.

—Se dio la alarma y empezaron a perseguirme. Además, ¿por qué tendría piedad por alguien que hacía hervir el Estigia para torturar a las almas?

—Eran los iracundos que en vida se dedicaron al odio… ¡merecían eso!

—Sí. Todos merecen su castigo. —Atenea alzó el báculo, que brilló más aún que el sol. Si querían ir tras ella, se los permitiría. Se desharía de todos en el infierno, y Lamia no sería una excepción—. Pero no sufrirás dolor.

—¡E-espere! —No alcanzó a decir más. La Espectro flotaba ahora sobre la laguna.

Atenea se dio cuenta de que su grito llamó la atención de los Esqueletos-centauros restantes, y que estos corrían a prisa hacia ella. Se preparó con el cetro en alto.

—Atenea —le llamó una voz distinta. Pudo escucharla perfectamente en su mente. Era conocida, orgullosa, sabia y poderosa—. Alto.

 

Saori Kido abrió los ojos de nuevo. Arriba, los pequeños relámpagos blancos iban acompañados por feroces truenos que le herían los oídos. Se aferró los lados de la cabeza, las sienes le dolían como mil demonios. Lo había hecho otra vez, ¿no era así? ¿Tomado una vida? ¿O más de una? Era la diosa de la guerra, era lo que se esperaba de ella… pero deseaba tanto detenerse y no serlo. ¡Esa era toda la verdad!

—Tranquila, Atenea. Por favor, tranquila. Ahora está conmigo, y le juro que ya no tendrá que combatir. Lo haré yo por usted.

Saori había tenido los ojos en el suelo. Estaba lejos del Estigia ahora. Podía alzar la mirada ahora. Se sentía a salvo. La habían ayudado a cruzar y estaba a salvo. Aunque era como ser una niña asustada, se permitió eso.

—¿Los… maté? ¿A todos?

—No piense en ello. Observe bien.

Aunque era de un material espiritual, Saori se miró en el reflejo resplandeciente del bello Manto de Oro. Descubrió de inmediato que sus ojos habían vuelto a ser verdes. Era ella de nuevo. Era ella, ¡Saori Kido!

Él le puso las manos sobre los hombros. Lo había esperado, y estaba feliz de que la recibiera en esos momentos, incluso si no pudo evitar la masacre de Esqueletos.

—Gracias por venir, Shaka.

—Se lo prometí, diosa Atenea. Ahora, sígame. Conozco el camino.


[1] Teni, en japonés; Tianwei, en chino. En la novela Al Borde del agua, es la estrella correspondiente a Huyan Zhuo, los “Bastones Dobles”.

[2] Tenzai, en japonés; Tianzui, en chino. En la novela Al Borde del agua, es la estrella correspondiente a Ruan Xiaowu, el “Hermano Menor de Corta Vida”.


Editado por -Felipe-, 16 marzo 2020 - 14:04 .

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