Hola, Rexo!!!
Últimamente estoy cometiendo muchos de esos errores gramaticales. ¿A quién culpo?
Hm... si Sagen está leyendo esto, entonces lo culpo a él.
Me alegra que te gustara la construcción del "escenario" en el Infierno, y es bueno que me lo recordaras porque lo había estado dejando de lado últimamente, mientras escribía. También qué bueno que resulta el mostrar los miedos de Seiya y no como el equino invencible que todo lo puede. Cuesta mucho sacarse de encima la idea del chico perfecto en el combate en todo sentido que hemos visto todos estos años. Y resaltar a la tercera película es genial, porque esa versión de Seiya es una de mis favoritas. Pelea por Saori, pero cuando ella no lo toma en cuenta, él se enfada y se pone celoso. Se enfrenta a sus compañeros. Llora y grita en soledad. ¡Me encanta! Igual, lamentablemente no pude sacarme la escena del estornudo del animé (de ninguna forma iba a usar su símil del manga), y eso hizo que este capítulo se parezca demasiado a la obra original. Por lo que veo con lo ya escrito, al principio va a ser así, y se irá despegando a medida que avanza la trama.
Ay, el buen Caronte. Llamarlo el funcionario público primordial es preciso. A veces me da pena el buen Caronte, a veces lo entiendo, y a veces me gusta verlo golpeado. Y sí, es una "criatura espectral" que antes trabajaba para el antecesor de Hades. Cuando "muere" (cuando es sellado) simplemente vuelve a su trabajo normal, incluso si su estrella está sellada, porque existe "aparte" de eso. Y no es el único caso.
De todos modos, qué bueno que se reflejara mi idea de que algunas cosas se ganan con estrategia, y eso es algo que aprendí con HxH. Sobre el/la salvador/a de Seiya, aun no lo puedo decir...
Entrando en materia de Helios, su nombre recuerdo que lo inventé hace tal vez un año o más, cuando cierto personaje inventa una nueva técnica al principio del volumen 4, llamada de una forma relacionada con el sol. Además, Kagaho usaba soles, y no le di más vueltas al asunto xD Sus capítulos son mi manera de regresar a los de Saga/Sumo Sacerdote de los volumenes 1 y 2, más introspectivo, experimentando con la psicología. Y sobre la pregunta sobre las obras de la franquicia, pues definitivamente. Es genial también que algunas, aunque empezaran después, ya estén lo suficientemente avanzadas o terminadas a estas alturas.
Muchas gracias por comentar, compa.
Antes de publicar el capítulo, una aclaración. O más bien, una autocorrección (que corregiré de forma completa cuando saque el tomo final). Hubo algunos errores en los comentarios de algunos personajes sobre los muertos. En el Inframundo SÍ TIENEN consciencia, solo que prefieren algunos no hablar ni interactuar (como los que estaban con Seiya en el buque). El Octavo Sentido reemplaza los sentidos que tenían y los adapta al mundo de los muertos. Las leyes de Hades solo les prohíben escapar de su sentencia.
Ya arreglé algunos errores y contradicciones (pues había puesto tanto esa explicación como aquella en que los muertos no tienen consciencia y ni se acuerdan de su nombre) de los capítulos que están por venir, pero en los anteriores quedó así por ahora. Lamento las molestias.
SEIYA III
Dikasterion. Primera Prisión. Inframundo.
El Tribunal era el más grande que hubiera visto en su vida. Y se había pasado la infancia viendo series policiacas. Seiya se sintió pequeñísimo al interior del salón principal, donde las almas hacían fila para recibir su sentencia y destino final. Todo era lúgubre, gris y silencioso, incluyendo las frías paredes, el techo que Seiya a duras penas podía divisar, el piso negro de baldosas perfectamente simétricas y ordenadas, y las decenas de columnas que había por doquier, que funcionaban también como arcos para distintos pasadizos por los que salían muertos de toda clase, tras recibir su castigo o premio.
El área principal del Tribunal era una larguísima y ancha escalinata, de mármol gris, que se dirigía a un segundo nivel con forma de herradura, bajo el cual estaban los pasajes de salida. El segundo nivel abarcaba el muro de atrás y los laterales del salón, sostenido por gruesos pilares blancos que parecían tan estáticos como en un dibujo. Era un sitio tan silencioso y simétricamente perfecto que bien podría haber pasado por un fondo artístico sobre naturaleza muerta.
En el centro del nivel superior, al fin de la escalinata, se hallaba un blanco mesón rectangular, limpio y pulcro, probablemente también de algún tipo de mármol, bordeado por dos efigies, réplicas de las que estaban afuera, que representaban grifos. Sobre la mesa había un libro abierto, el más grande que Seiya hubiera visto jamás, mucho más grande que cualquiera en la biblioteca del Santuario (la que había visitado dos veces).
Detrás del mesón había un gran trono, y sentado en él estaba Lune, del que estaba hablando Markino. Era un hombre alto, fornido, de piel pálida y cabello blanco como la nieve. Vestía una larga sotana negra, como la de un juez, adornada por una estola carmesí. Su mirada era una de las más frías que Seiya hubiera visto, rivalizando con las de Hyoga y Camus, pero también había un toque pequeño de crueldad en sus ojos de color violeta. Su boca se abría y cerraba mecánicamente mientras pronunciaba las mismas preguntas en distintos idiomas a las almas que se paraban frente a él, al pie de la escalera. Escuchaba un nombre (aunque Seiya no oía ni jota), buscaba en su libro, y dictaba sentencia, con lo que el alma salía por alguna de las puertas traseras, en el nivel inferior.
Lune era rápido y eficiente, y no parecía cansarse ni aburrirse. Hacía su trabajo con una precisión absolutamente burocrática, como un reloj suizo, y no tenía emociones más allá de la neutralidad, si es que eso contaba como una emoción.
—Akashi Keita… Segunda Prisión; Belle Fourcauret… Tercera Fosa de la Séptima Prisión; Sebastián Piñera, a la Cuarta Prisión; Duna Monterra, Segunda Prisión; Ben Ki… Sexta Fosa de la Séptima Prisión…
Seiya no comprendía cómo era capaz un hombre de dictar sentencias tan rápido. ¿No había defensa, acaso? ¿Una oportunidad para pedir una justificación? De hecho, con el rato que llevaba allí, le parecía muy extraño que nadie, absolutamente ninguna de esas almas había recibido una sentencia positiva. Nada parecido a “cielo” o “paraíso”. Nada más que “prisión”, como lo había dicho Caronte.
En eso, recordó lo que había dicho el Espectro de Gárgola, Thalos: “Ella sufre por sus pecados, como todos los humanos muertos. Hierve en fuego ardiente, o es sepultada bajo su peso”. ¿Acaso era verdad? ¿Todos iban al infierno? Incluso personas tan puras y buenas como su hermana mayor, ¿también sufrían una eternidad de torturas tras morir?
¡Debía saberlo!
—¡Oye! ¿Me escuchas? ¡Oye, imb…! —gritó Seiya, y tuvo que detenerse de golpe. Un súbito, breve y espantoso temblor sacudió el Dikasterion, y casi pierde el equilibrio.
—¿Qué he dicho sobre mantener el silencio en este sitio? —pronunció la voz siniestra de Lune, desde el estrado. Sus ojos violetas seguían en el gran libro, y con su mano izquierda alzada había frenado los movimientos de la fila que se extendía hasta la bahía. En otras palabras, había frenado a todos los muertos, que sollozaron en silencio.
—¡A mí no me has…! —Seiya notó que su voz apenas se había alzado, y tenía un tono agudo como el de un perro asustado.
—¡Silencio! —Los ojos de Lune se clavaron en un Seiya que se sentía insignificante ante la presión que infligía el Espectro, a pesar de que no era capaz de percibir rastro de su Cosmos—. ¿Cuánto te cuesta entender, Santo insignificante?
—¿Sabes quién soy?
—Por supuesto que sí, ¿crees que no nos informaron ya sobre un Santo vivo en el Inframundo? Pero, en lugar de atravesar tranquilamente este sitio o de tratar de atacarme, ¡te atreves a hacer ruido!
Lune se puso de pie y Seiya comprendió que era más alto de lo que pensaba. Más incluso que el trono donde estaba sentado. En su mano derecha sostenía un látigo grueso de color negro, con el que golpeó bruscamente en la cara a Seiya cuando éste estaba aún poniendo atención en la altura del Espectro. De ninguna forma lo vio venir.
Seiya se estrelló contra una de las columnas, lo cual supo solamente por el dolor de espalda que sintió, pues no hizo ningún ruido. Tampoco provocó sonido alguno cuando se estrelló contra el suelo. Ahora que recordaba, sus pisadas habían sido completamente silenciosas antes.
—¿P-pero qué…?
—Este es un tribunal silencioso —dijo Lune, pasando la mano izquierda por sobre las páginas del libro—. Mientras yo esté aquí, no permitiré que este sitio produzca ningún tipo de ruido, y menos de un zángano molesto como tú. No sé cómo has llegado hasta el Inframundo con vida, ni menos cómo te permitió Caronte cruzar el río, pero debes saber que este es tu destino. Eres afortunado, pues cuando te mate, tu nombre aparecerá en el libro, podré saber qué tipos de pecados cometiste y enviarte al Infierno al que perteneces sin demasiadas demoras.
—D-dioses… para ser alguien que busca el silencio, vaya que hablas, ¿eh? —se burló Seiya, con lo que se ganó un nuevo golpe con el látigo que lo arrojó al suelo. Otra vez no lo vio venir.
—Insolente. Dime tu nombre antes de morir, y quizás sea algo misericordioso con tu último destino.
—Seiya… P-Pegasus Seiya —contestó, recordando que Saga le había cambiado legalmente su nombre cuando recibió su armadura.
Seiya fue empujado por la fuerza de Lune, a la cual no se pudo resistir, de la misma manera en que las almas decían sus nombres.
—¿Pegasus? —inquirió Lune, con un dejo de asombro, justo cuando se escuchó un gran estruendo en las puertas del tribunal.
—¡Señor Lune! —chilló Markino, entrando a toda prisa con la guadaña en alto y los ojos puestos sobre Seiya—. ¡Me acaban de llegar noticias sobre un Santo vivo dentro del Inframundo, debemos estar alerta porque mató a Sílfide y…!
Pero no pudo decir nada más. Su boca había sido cerrada por el látigo de Lune que se había enroscado alrededor de su cuerpo, impidiéndole hablar. El látigo parecía haberse extendido tanto como las cadenas de Shun; en un instante dio decenas de vuelta en torno al cuerpo de Marchino y se tornó rojo como una caldera ardiente.
—Te lo advertí antes, Markino. Debías mantener silencio.
Lune apartó el látigo, y el cuerpo de Markino estaba rodeado de fuego. Seiya sintió un leve atisbo de lástima por el pobre hombre, que solo hacía su trabajo. Alrededor de su cuerpo había marcas como cicatrices a fuego vivo dejadas por las revoluciones del látigo, que pronto comenzaron a ser más profundas. Después de unos instantes, el cuerpo de Markino, que apenas alcanzó a gritar una última vez, se trozó y cayó quemado, sobre un cúmulo de carne y vísceras ardiendo. Un espectáculo horrendo que Seiya supo que nunca olvidaría, que no deseaba para nadie.
—Ahora me haré cargo de ti. Por favor, te pido que no grites mientras mueres, ya pronto todo se acabará bajo el poder del Daño de Fuego[1]. —Lune alzó el látigo por sobre su cabeza, y Seiya abrió la boca sin pensar.
No supo si fue porque sabía lo rápido que era ese látigo, o por un breve momento de debilidad y duda, o por una sincera (y quizás bastante pérfida) curiosidad… pero debía preguntar. Debía saberlo, fuera a morir en ese sitio o no, fuera combatiendo contra un enemigo o no.
—¡Espera un momento! —exclamó, levantando los brazos en signo de paz. Lune se detuvo con una mirada de odio, y Seiya bajó la voz—. Espera un segundo, por favor. Necesito hacerte una pregunta antes de que nos enfrentemos.
—¿Es una broma?
—Es ese libro, ¿no? —preguntó, intentando sonar lo más honesto e inofensivo posible—. ¿Allí salen todos los que se han muerto?
—Por supuesto. Allí estarás registrado tú también en unos segundos. —Lune agitó el látigo otra vez en lo alto del estrado, pero desde abajo, Seiya continuó hablando:
—Tuve una hermana. Un Espectro, hace poco, me dijo que ella estaba sufriendo bajo fuego ardiente, o sepultada en alguna parte del infierno. Y me parece extraño.
Seiya esperó con los ojos cerrados el golpe, pero éste nunca llegó. No estaba para nada cómodo con lo que estaba haciendo, pero tenía que saber. La ansiedad y el miedo le estaban ganando a sus impulsos.
—¿Extraño?
—Bueno, en todo este rato no has hecho nada más que dictar terribles sentencias a las almas que están aquí. Nadie está recibiendo un buen destino. Quiero…, necesito saber cómo está el alma de mi hermana, y las razones detrás.
—Humanos —dijo Lune, con un dejo de burla en la voz, a pesar de que su rostro pálido permaneció imperturbable—, se preocupan de cosas tan nimias y miserables como ellos. ¿Por qué te importa el destino después de la muerte cuando no hay retorno? Puede que tu hermana esté en lo más profundo del infierno, o no. ¿Por qué te importa algo que no tiene solución?
—Porque es mi hermana. —Lo pensó de nuevo. Había otra razón, una mucho más significativa—. Y porque soy humano. ¿Puedes decírmelo?
—Hay una fila de almas esperando sentencia, frenando el funcionamiento de este mundo, por culpa de un chiquillo insolente. Si crees que voy a ayudarte estás loco.
Y sin que Seiya se diera cuenta, ya estaba rodeado por el látigo de Lune, incapaz de moverse o romperlo. Era increíblemente veloz, tanto como un Santo de Oro… y estaba a su merced.
Pero no iba a rendirse tan fácil, ni siquiera ante la posibilidad de ser convertido en huesos rotos y carne quemada.
—Ya veo. No eres capaz.
—Arde con mi Daño de… ¿Qué dijiste, insolente?
—Que no eres capaz. Mi hermana murió hace muchos años, y tú solo vas leyendo los nombres y pecados de los muertos que van llegando. Debí saberlo. No eres capaz.
—¿Dices que no soy capaz de buscar el nombre de quien desee en ese libro? ¿Es una broma? —Las palabras de Lune iban inyectadas con una fuerza imbatible, proyectada en la presión que ejercía el látigo, pero aún no lo hacía arder.
—No te culpo; Markino me dijo que eras el reemplazo de un tal Minos. —A Seiya le sonaba el nombre, Radamanthys parecía haberlo mencionado en algún momento, pero ya no recordaba en qué contexto—. Asumo que por eso no eres capaz.
No eres capaz, no eres capaz, no eres capaz. Si lo repetía lo suficiente, quizás no solo obtendría una respuesta, sino que también lograría meterse en su cabeza.
—¿Cómo te atreves a insultarme, humano miserable? Soy Lune de Balrog, Estrella Celestial del Héroe[2], uno de los cuatro miembros de élite de uno de los tres Magnates del Inframundo, Minos de Grifo, y juez interino del Dikasterion en su nombre. Aprendí hace siglos a leer el libro casi tan hábilmente como mi señor Minos, ¿y te atreves a insinuar que no soy capaz?
—Oye, no podía saber todas esas cosas —se defendió Seiya, mientras pensaba en lo fácil que le había resultado manipular a ese tipo. Luego podían darse a golpes, pero por ahora le tocaba jugar psíquicamente.
Lune lo soltó y volvió a sentarse, cruzando los dedos de ambas manos en la actitud más de juez que Seiya podía adivinar. Las almas, en forma de llamas azules, seguían en su sitio, estáticas, esperando al juez. Seiya sintió que le dolían los brazos y las piernas por el apretón anterior.
—Dime su nombre, y te diré el paradero de esa mujer en un instante.
—Akihide Seika. —Volver a escuchar su apellido de nacimiento, aquel con el cual llegó al orfanato y que perdió cuando tomó el Manto de Pegasus, de parte de sus propios labios, le causó una emoción que no pensó que tendría.
Lune pasó rápidamente las hojas por el libro, y en un par de segundos se detuvo sobre una página.
—Nacida el 18 de Marzo de 1993 y fallecida el 16 de Junio de 2007, atropellada en Tokyo —recitó Lune, como para demostrar que poseía la habilidad. Luego se detuvo en los detalles, e intercambió miradas con Seiya antes de volver a hablar—. ¿Por qué dudas que esté en el Inframundo?
—Porque era pura de corazón, jamás le hizo daño a nadie. No merece estar aquí.
—¿Y quién eres tú para decidir quién merece estar aquí y quién no? Ni tú, ni ellos —indicó a las almas—; ni siquiera yo puedo. Solo recito lo que hay en este libro creado por el señor Hades. ¿Crees que existe alguien tan puro como para no ir al infierno?
—No, ella era buena, tanto como muchos de los que están aquí y que están siendo sentenciados injustamente —dijo Seiya, presa de la ira. Lune no le iba a decir el destino de su hermana, estaba jugando con sus sentimientos—. ¡Hades está enviando a todos a sufrir al infierno!
—Ju, ju —rio Lune, por primera vez, desde lo alto del estrado. Se puso de pie otra vez, y miró a Seiya como un león a su presa—. ¿Y crees que tú sabes más que un dios? ¿O más que mi señor Minos o yo? ¿Crees que estás sin mancha?
—He cometido faltas, claro, ¡pero no para ir al infierno por la eternidad! —Seiya desencadenó su Meteoro con toda su ira, sin preocuparse de las almas a su alrededor. Un par de ellas se hizo a un lado, pero una fuerza similar a la de gravedad las puso en la fila de nuevo.
Lune movió su látigo, y los Meteoros azules se desvanecieron en el aire tan rápido como habían surgido de la mano de Seiya. Luego, el Espectro de Balrog bajó del estrado y tomó del cuello a Seiya sin que este pudiera adivinar sus movimientos. No poder sentir el Cosmos de sus enemigos estaba siendo una molestia. Era parte de la élite de Minos, como los cuatro de Radamanthys. Eso significaba que no tenía nada que envidiar a un Santo de Oro como Aiolia o Muu.
Seiya, que se había despegado del suelo, reaccionó tratando de romperle los brazos a Lune, pero sus golpes chocaron con la férrea Surplice que utilizaba debajo de la túnica. Balrog ejerció presión y Seiya tuvo que volcar sus esfuerzos en contener el agarre de los dedos del Espectro.
—Faltas, merecimiento, pureza, los humanos tienen conceptos para todo, pero no tienen cómo explicarlos.
—¿Q-qué dices? —Le estaba hartando que se refiriera a los humanos como algo ajeno, como si fuera un dios.
—Ustedes no deberían ser capaces de usar esas palabras. ¿Dices que tu hermana merece estar en los Campos Elíseos tras la muerte? ¿Qué tú no mereces sufrir las penas de las ocho Prisiones? ¡Pues te equivocas en ambos casos! —alzó la voz por primera vez.
—¿Qué? M-mi hermana…
—Si quieres una prueba, te daré un pequeño viaje. La técnica que mi señor Minos me enseñó personalmente te mostrará todos los pecados que has cometido. —Lune alzó la mano libre, que brilló con un sinfín de destellos rojos, como un millar de creaciones y explosiones en breves instantes.
Seiya trató de quebrarle la quijada con una patada, pero de una manera imposible Lune usó su propia pierna para contenerla, dañando de paso la armadura de Pegaso. ¿Qué clase de monstruo era ese tipo? Se sentía indefenso, a pesar de que había despertado hace mucho el Séptimo Sentido. Lo habían derrotado en un segundo y su plan para al menos saber el paradero de su hermana no había funcionado. ¿Acaso aún se estaba recuperando tras el brusco despertar que había tenido en el Inframundo?
—Abre los Ojos, Pegasus Seiya. Reencarnación[3]. —La mano de Lune lanzó un gran destello, y eso fue lo último que vio Seiya antes de encontrarse con la oscuridad absoluta.
Se encontraba en un mundo de sombras, donde solo podía verse a sí mismo. Lune no estaba por ninguna parte, pero aun así no podía moverse.
De pronto, algunas imágenes comenzaron a surgir… Parecían sacadas de una hoja de papel o una cámara, no tenían dimensión, como en una película… pero se movían. En todas ellas salía él, Seiya, cuando niño. Seiya haciendo jugarretas. Seiya comportándose como un chiquillo. No eran ilusiones, sino memorias, y la voz de Lune surgió de la nada para confirmárselo.
—Vamos a ver, allí estás arrancando flores sin ningún motivo; allí estás asesinando insectos por diversión; allí estás rompiendo la ventana de esa mujer con una pelota. ¿Aun así dices que no tienes ningún pecado?
—¿Estás loco? —preguntó Seiya, pues su lengua era lo único que podía mover—. Todas esas cosas son las que hacen todos los niños en el mundo para divertirse. ¿Me vas a decir que todo eso se toma en cuenta para hacer un juicio? ¿Y qué hay con eso? ¿Qué hay con una jugarreta infantil?
—Mira allá. —Lune le mostró nuevas imágenes y videos, que surgieron desde las sombras—. Allí estás molestando a tus compañeras de infancia, burlándote de ellas y haciéndolas llorar. Aquella niña de allí parecía apreciarte, te llevaba un almuerzo hecho con sus propias manos, y le heriste. Aquella otra chica era tu diosa, y la insultaste como a una vulgar extraña. Y mira, allí estás mintiéndole a tu hermana sobre esa pelea que tuviste con los otros niños.
—¡Era un chiquillo! —Seiya notó las lágrimas surgir al ver a Miho, Saori y Seika en sus recuerdos. Le estaba siendo muy difícil controlarse—. Los niños hacen esas tonterías sin razón porque son niños. ¿Acaso hay alguien que no haya jugado así cuando era niño? ¿Me estás diciendo que todo eso cuenta como un pecado?
—Y como tal, merecedor del infierno, así es.
—¡Pero eso significa que el simple hecho de vivir es un pecado! Nadie puede vivir sin aplastar a algún insecto por accidente, sin enfrentarse a otro, sin pisar una planta, sin romper algo. ¡No puedes hablar en serio! —Seiya quiso cerrar los ojos ante las imágenes, pero sus párpados estaban paralizados. Comenzaba a lagrimear.
—Eso solo podría explicártelo un dios, cosa que yo no soy —dijo la siniestra y fría voz de Lune, haciéndose cada vez más y más magnánima, en contra de sus palabras llenas de humildad—. Mi deber es solo impartir justicia de acuerdo a las normas de Hades.
—¡Entonces esas normas están mal! ¡Ninguna de las cosas que hice cuando niño se puede considerar un pecado!
—¿En serio? ¿Y qué me dices de la vida llena de violencia que has llevado desde que te pusiste esa armadura?
Las imágenes de su infancia fueron rotas, desgarradas por ascuas de sangre. En su lugar aparecieron unas mucho más brutales, las de todos aquellos guerreros que habían muerto ante sus manos.
Allí aparecieron los cadáveres de las Sombras de Reina de la Muerte repartidos por doquier; Misty, derrumbado sobre la playa; Sirius, Dio y Algheti, despedazados sobre los matorrales del bosque ante el brillo dorado de Sagittarius; Baian, hundido bajo los mares del norte; un sinfín de soldados rasos de Poseidón, así como Esqueletos de Hades, y sus Espectros Thalos y Edward. Pero no solo eran cadáveres, sino que también estaban allí Cassios, Aiolia, Aldebarán, Saga, Aphrodite, Jamian, Poseidón, Radamanthys… todas las peleas que había tenido.
—¿Qué diablos te pasa? ¿Crees que he luchado todo este tiempo por diversión?
—Has llevado una vida llena de violencia, sangre y caos. A la gente como tú se le asigna el Primer Valle de la Sexta Prisión, ¡la Laguna Sanguinaria!
Seiya sintió su temperatura crecer. Hacía un calor horrendo, se sentía muy cerca de una poza de sangre que no podía ver con los ojos, a medida que caía ante las imágenes de sus innumerables batallas.
—¡Es cierto que tuve todas esas batallas violentas! —exclamó Seiya, pero ya no se dirigía a Lune, sino a Hades, en alguna parte, a medida que caía sobre el fuego que sentía en todas partes—. Pero todas fueron en nombre de la justicia, ¡de luchar por Atenea y por el mundo!
—¿El mundo? ¿Atenea? ¿No querrás decir Saori Kido? —Y allí fue que Seiya supo que Lune se metió en su mente, en lo más profundo de sus pensamientos. Lo tenía entre sus garras—. Horrendo, ¿piensas así de tu diosa? Hay varias otras prisiones que te serían apropiadas, pero te enviaré al infierno al que perteneces más y se acabará tu existencia; así, Lady Pandora ya no tendrá que preocuparse más de Pegaso.
—¿Qué? —Otra vez le venían con el cuento. Igual que Gárgola y la anciana. ¿Qué tenía de especial para que la tal Pandora, aquella tipa de la que todo el mundo hablaba, lo quisiera muerto?
—Hasta nunca. ¡Te sentencio al Primer Valle de la Sexta Prisión!
Y entonces, todo se apagó. Por un solo instante se creyó muerto.
—Qué patético —se escuchó una voz. Una que Seiya, que abrió los ojos de golpe, reconocía perfectamente. Resonó por todos lados como la de un ser divino, y le trajo más recuerdos emocionales, a pesar del tono con que se había pronunciado la voz.
—¿Qué? —preguntó Lune, ahora apartado de Seiya, que había regresado al suelo del Dikasterion. Su látigo había cercenado a un segundo Esqueleto, que yacía en piezas, y Lune parecía más confundido que nunca—. ¿Qué demonios pasó aquí? ¿Por qué Pegaso está allá? ¿Qué… qué demonios…?
—Es patético que te rindas así, con dudas tan imbéciles. —Esta vez, aquella voz tan gruesa y varonil se dirigía a Seiya, casi como con asco. Ya una vez le habían hablado así, en el Templo Corazón del Santuario—. Tal vez debí dejar que te partiera en pedazos.
—¿S-Saga? —preguntó Seiya, poniéndose de pie lentamente, buscando a Saga con la mirada. Pero no podía ser. Saga murió ante Saori, y luego, la segunda vez, desapareció en el castillo de Hades. ¿Qué estaba sucediendo? ¡No podía ser Saga!
—¿Dejar? ¿Estás diciendo que me manipulaste? ¡Muéstrate! —gritó Lune, que alzó el látigo y lo movió por todos lados, ardiendo en llamas, pasando a través de las almas que aún no se habían movido, a pesar de todo el conflicto. Las personas inocentes (y las que no lo eran tanto) que estaban cerca de él gritaban y se tapaban los ojos. Estúpidamente, Seiya se preguntó cuánto afectaría el tener paralizado el Inframundo por tanto tiempo.
—¿Mostrarme? ¿Y dejar de tenerte como mi juguete? ¿Por qué lo haría? —La voz iba cambiando de lugar a medida que, a la velocidad de la luz, el látigo de Lune danzaba por todo el recinto.
—¡Qué te muestres, miserable! —exclamó Lune, fuera de sí, quitándose la túnica. La Surplice de Balrog, con grandes alas de demonio, brilló como la pálida luna. Un yelmo adornó súbitamente su cabeza, portando un par de cuernos monstruosos y vigorosos. El Espectro estaba rodeado por una llama de Cosmos, que ardió como una furiosa llamarada oscura. Su látigo se detuvo contra algo invisible, en el segundo nivel, a la derecha del gran mesón, y se enroscó alrededor de algo vertical.
—Ju, parece que sí tienes algo de habilidad, como para atraparme.
—Ahora muestra la cara, infeliz. Así podré llevarte personalmente al más oscuro y profundo de los infiernos.
—Que así sea, pero quizás termine siendo yo el que te arrastre allí.
Seiya abrió los ojos y la boca con asombro inigualable. La figura invisible empezó a tomar forma en medio de haces de luz dorados, tan brillantes como el sol, y solo allí Seiya se dio cuenta de lo oscuro que era el Inframundo. Se sintió como en la superficie otra vez, lleno de vida y felicidad.
Por supuesto, quien apareció allí, portando el Manto de Oro de Géminis, era todo menos la representación de la felicidad. Por lo que sabía, Kanon, el hermano gemelo de Saga, era un hombre que había pasado ya a través de varios infiernos para llegar allí, que no se limitaban a recibir con el pecho el tridente de Poseidón y congelar a Saori en aquella dimensión sin tiempo…
Kanon de Géminis era un Santo de Oro. Uno que, Seiya esperaba, luchara a favor de la justicia. Y así debía ser.
[1] Fire’s Bane, en inglés.
[2] Ten’ei, en japonés; Tianying, en chino. En la novela Al Borde del agua, es la estrella correspondiente a Hua Rong, el “Pequeño Li Guang”, en referencia a un gran general de la dinastía Han.
[3] Reincarnation, en inglés.
Editado por -Felipe-, 01 marzo 2020 - 15:05 .