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El Mito del Santuario


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#701 -Felipe-

-Felipe-

    Bang

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Publicado 08 noviembre 2019 - 21:28

Hola Carlos, muchas gracias por regresar a comentar, se te extrañaba, y tus comentarios siempre certeros y constructivamente críticos han sido muy útiles durante todo este tiempo.

Para responder a las dudas... a ver, imaginaba que no iba a quedar tan claro lo de Saori porque para mí mismo, leyéndolo de nuevo, quedó medio confuso xD Pero bien, básicamente, cuando Atenea muere, por su cuerpo humano, se va al inframundo, y allí pasa un tiempo hasta que regresa al Olimpo y vuelve a reencarnar en la Tierra. Eso ha pasado en muchas ocasiones, y hasta una piedra bien lanzada la puede mandar al inframundo. Hades y Atenea han estado repitiendo el proceso por siglos, como buenos guerreros que ambos son. Sin embargo, Saori es MUY distinta, porque no fue criada en el Santuario. O sea, es la más humana de las Ateneas. Así que ella quiere "cambiar las reglas del juego".

Sion sabía de esto y se arriesgó. Manipuló todas las cosas para que Saori se enfrentara a su destino, que es ir directamente al Inframundo a enfrentar a Hades. Para ello, ella debió morir de forma real, con una arma sagrada. Cuando un dios es asesinado se va al Tártaro y no vuelve a reencarnar, y lo mismo pasa si Atenea es asesinada por un tesoro sagrado.

En el Inframundo, Saori es solo un alma, pero tiene ciertas características similares a estar viva. Puede tocar su piel pero no escuchar su respiración. Puede sangrar, pero no es consciente del paso del tiempo, etc. Ella se suicidó para cambiar las reglas y morir definitivamente, asesinar a Hades (antes solo se le sellaba, como parte del "juego") y terminar de una vez por todas con el ciclo. Sin saberlo ella, Sion le encomendó a Kanon la tarea de "retrasar" su muerte definitiva. La tarea de los Santos es ayudarla a matar a Hades y traerla de vuelta a su cuerpo antes de que muera definitivamente. Eso es en resumen, espero que haya quedado más claro. Si no, pregunta nomas :D

 

La diferencia de poder entre Santos y Jueces/Magnates podrás juzgarla tú mismo, porque igual depende de cómo lo vea el lector. Pero en términos generales sí, esos tres son superiores a un Santo de Oro promedio. ¿Por cuánto? ¿En todos los casos? Eso lo veremos con el tiempo. Y sobre lo demás, sí, las coss van a cambiar mucho a como aparecen en la obra del bebedor de sake. Espero que para mejor.

 

Muchas gracias por pasar compañero, nos vemos en la siguiente lectura.

 

 

 

 

 

 

SHIRYU I

 

02:00 hrs. 18 de junio de 2014.

Aunque todos se iban retirando a sus cabañas (algunos muy cerca de la Palaestra) Shiryu se quedó en la periferia del Santuario. Con su maestro. Con aquel que consideraba su padre. Con aquel que creyó muerto en la batalla con su antiguo amigo.

—M-maestro… —empezó, sintiendo cómo las lágrimas se agolpaban en sus ojos.

—Imagino que Sion no podía haberte dicho lo horrendo que iba a ser estar en el castillo. Yo tampoco lo hice. Lo lamento por eso.

El viento estaba tibio y pesado, y olía a tierra mojada. No era desagradable, pero no era del todo agradable tampoco. Era como un gran peso sobre su espalda, pero que no pudiera quitarse, por más que lo intentara. O, quizás, no quería quitárselo, pues el viento le recordaba lo que había perdido y le motivaba a seguir adelante, hasta que aquel olor ya no existiera, y la fragancia resultara dulce… y triste.

—Tantos muertos, maestro. Todo estaba muerto, era como si nada fuera capaz de crecer en ese sitio tan gris, tan… —No sabía cómo completar la oración. Los recuerdos eran nebulosos, confusos y manchados de sangre.

—Sí, lo sé —dijo Dohko—. El castillo de Hades nunca es un lugar agradable, esté donde esté.

—¿Esté donde esté?

—Siempre se manifiesta en alguna u otra parte, apoderándose de algún castillo al azar, usualmente antiguo, para que Pandora lo utilice como sala de operaciones. El que yo conocí estaba en Florencia. Muchas vidas se perdieron allí.

—Maestro, yo… —Shiryu se dio cuenta de que le temblaban las manos, y que no era capaz de hilar una frase larga. Notó un cuenco de agua cerca y se lo bebió de un solo sorbo, para conseguir algo de frescura—. No pude hacer nada. Ninguno de nosotros.

—Deberías descansar, Shiryu, no es propio de ti que…

—¡No me comprende! —alzó la voz el Dragón, consciente de los pensamientos turbios que pasaban por su cabeza. Los puños sobre sus rodillas querían golpear algo—. Shun perdió la cabeza y nosotros no pudimos hacer absolutamente nada para salvarlo. Él nos rogó que nos fuéramos, y nuestras dudas nos impidieron movernos.

—Estaban luchando contra la élite de Radamanthys. No me sorprende que no les quedaran tantas fuerzas.

—¿Y Muu? ¿Y Milo y Aiolia? Los dejamos a su suerte porque confiamos en ellos. Los abandonamos porque nos dijeron que nos seguirían, a pesar de que sabíamos que no sería así. Saga ya había regresado al inframundo, Shura solo podía abrir la boca, y no se imagina las condiciones en que Camus se encontraba…

—Shiryu…

—¡Y Saori! Si hubiéramos llegado tan solo un momento antes, solo unos segundos antes, seguramente la habríamos podido convencer de no quitarse la vida, tal vez podr…

—¡Shiryu! —gritó Dohko. Shiryu abrió los ojos, notando por primera vez que los había cerrado, y descubriendo que todas las piedras de alrededor se había alzado, flotando en torno suyo, convocadas por su Cosmos. Algunos de los últimos soldados y Santos que no se habían marchado se dieron cuenta, pero Dohko les hizo un gesto tranquilizador.

Shiryu estaba llorando. Trató de relajarse, y eso hizo que las piedras cayeran, pero seguían temblándole los brazos y piernas, y el olor del aire se había vuelto nauseabundo.

—Shiryu, entiendo cómo te sientes, pero ya deberías saber a estas alturas que tus acciones, si bien tienen consecuencias, no repercuten necesariamente en quienes quieras que sean afectados.

—¿Está diciendo que no podía hacer nada para ayudarlos? ¿Para detener a Saori? ¿Para salvar a Shun y Seiya?

—Estoy diciendo que uno toma sus propias decisiones, que lo afectan a uno. No hay un destino que nos rija, nos cambie o nos influencie, Shiryu, somos nosotros mismos los que forjamos el camino. —Dohko bebió un trago de una botella oscura que cargaba en el cinto (que bien podía no ser agua), se refrescó la garganta, y continuó con un tono de voz más serio—. A veces nuestro trabajo no es salvar a nuestros compañeros, y si no somos capaces, nuestra tarea es honrarlos. Honrar la decisión de Muu, Aiolia y Milo, que se sacrificaron para que ustedes pudieran darle ese mismo honor a Saga, Shura y Camus en su despedida definitiva de este mundo.

—Si somos Santos, deberíamos tener el poder de desviar la dirección de lo que nos rodea, de los eventos que nos afectan —dijo el Dragón. La mirada de Dohko le indicó la arrogancia que había acompañado su sentencia.

—Solo somos humanos, Shiryu, nunca lo olvides. No somos dioses. Tampoco lo fue Shun y, de hecho, tampoco lo es Saori Kido. No completamente. Por eso tomaron las decisiones que tomaron.

—¡Pero eso no quita lo que vi! Lo que sentí… —Shiryu se limpió las lágrimas para poder mirar a Dohko claramente, y notó cuán húmedo tenía el rostro, que también estaba caliente—. Lo que ellos hicieron con Shun fue…

—¿Deseas venganza, Shiryu?

¿Venganza? ¿Cuántas veces había siquiera pronunciado esa palabra? En su vida, una sola vez se había enfadado de verdad, cuando DeathMask casi asesina a Shunrei. Ella odiaba esa palabra, pero él había cobrado venganza y había vencido al Santo de Cáncer, que había caído tan en lo profundo del infierno que ni siquiera Hades lo pudo revivir. La venganza era un estado complejo que sacaba mucho de su poder… ¿pero era bueno para su estado mental?

—¿Tal vez? —titubeó.

—A mí no me pueden venir con el discursito de que la venganza es mala, un tabú o qué diablos sé yo —explicó Dohko, con su descaro habitual. Shiryu no supo qué sentir ante eso—. Es una emoción, un estado humano, y por lo tanto debe valorarse como algo natural. A veces nos lleva a conseguir milagros, sí, pero también genera tantas impurezas en el corazón que lo más correcto sería llamarlo un estado natural que debería corregirse y controlarse bajo algunos cuantos cerrojos. No es malo sentirlo, pero tampoco debe guiar nuestra conducta. En especial cuando somos Santos. Aún más especial cuando sigues la doctrina de los Taonia. ¿Tengo que recordarte los cuatro principios del LuShanRyu?

—Entrenar y condicionar mi cuerpo, ser recto y defender mi honor, honrar a mi maestro, y tratar a mis amigos con lealtad.

—Correcto. La venganza está en la naturaleza humana, pero si dejas que te domine como tu principal sentimiento, dañarás el equilibrio de esos principios y no conseguirás cumplir ninguno. Calma tu espíritu, Shiryu, pues tus compañeros te necesitarán.

—¿Por qué es eso?

—Porque te miran como a un líder. Eres sabio y prudente a pesar de tu juventud, eres respetuoso, noble y tranquilo incluso en la batalla. Sé que estás pensando en lo de DeathMask, pero un Espectro se alimentaría de ese odio en lugar de sentirse atacado. En algunos casos, se alimentarán literalmente. Si quieres sacar a Atenea de allí, será necesario que actúes como el Shiryu de siempre.

El Santo de Dragón suspiró con fuerza, exhalando no solo el aire de sus pulmones, sino que gran parte de aquel peso en su espalda también. Trató de controlar el temblor de sus manos, y sacar de su cabeza el recuerdo de la cabeza de Shun en el suelo.

—Sí, maestro.

—No te pido que dejes de recordar lo que viste. Pero seguramente Shun no querrá venganza, sino que tu supervivencia. Lo que debes hacer es tomar aquellos recuerdos y tu frustración, y usarla como un combustible para tu puño derecho.

—Sí, maestro.

—Y no pienses en morir a lo loco tampoco, que no te entrené para eso. Me dijiste hace unos días que estabas dispuesto a morir conmigo, pero como ves, yo estoy bastante vivo. Esta vez te prohibiré morir, y no aceptaré ninguna excusa poética. De lo contrario, Shunrei nunca nos lo perdonaría.

Shunrei, la persona que más amaba. Mientras él se encontraba planeando un ataque al infierno en el campo de batalla, ella debía estar en China, rezando frente a la cascada de LuShan por su salud, para que volviera sano y salvo a ella.

La verdadera fuerza no provenía de la bravura para arriesgarse a morir por aquello en lo que uno creía, sino en la voluntad de seguir viviendo. Era una enseñanza que Dohko le había entregado hacía tiempo, pero que Shiryu había convenientemente olvidado por su propia personalidad. Se juró, sentado bajo el cielo oscuro, con su cabello acariciado por el tibio y furioso viento sur, que intentaría vivir bajo ese concepto.

—Estoy seguro de que nos extraña, y quiere que ambos volvamos a casa, maestro.

—Sin duda.

—¿Volverá usted, maestro?

—Sí —se apresuró a contestar Dohko de Libra, el Pontífice a cargo del Santuario, con toda la tranquilidad del mundo, mirándolo a los ojos. Shiryu no sabía si le mentía, o si realmente no sabía qué sería de él, así que se hizo en ese momento un segundo juramento: protegería a su maestro, fuera como fuese—. Shiryu, me alegra que tuviéramos esta charla para asegurarnos de nuestros ideales, y controlar nuestras ansias de combate. Aunque no lo creas, yo también estoy nervioso.

—¿En serio? ¿Usted?

—Claro que sí —admitió Dohko, con una sonrisa—. Ve a descansar, saldremos temprano y yo necesito terminar el papeleo y mil otras cosas igual de excitantes.

Los dos se pusieron de pie, y Shiryu sintió que el aire a su alrededor soplaba con más suavidad, casi con gentileza. De pronto, la expresión facial de Dohko cambió, se le levantaron las cejas y abrieron los ojos, como si una ampolleta hubiera aparecido sobre su cabeza mágicamente.

—Oye, Shiryu…

—¿Sí?

—¿Qué tan dispuesto a morir estás?

Eso lo pilló por sorpresa. Qué terrible era el maestro de Libra, y Shiryu no pudo evitar soltar una carcajada en medio de la noche.

—¿Pero qué está preguntando ahora, maestro? Ja, ja, ¿no me acaba de decir que en lugar de vengarme arriesgando mi vida tengo que vivir y…?

—Es que se me ocurrió algo. Mientras estemos sobre la cubierta del Navío de la Esperanza no seremos afectados por las leyes de Hades —reflexionó Dohko con la mano en la barbilla, caminando hacia ninguna parte—. Pero, quizás, necesitemos bajar de vez en cuando… algunos de nosotros.

—¿Y eso se puede hacer?

—Sí. Con el… —Dohko hizo una pausa, como si no estuviera seguro de revelar algo—. Con… eh… redoble de tambores…

—¡Maestro!

—Escucha, Shiryu, hay una manera de entrar al Inframundo sin ser afectado por sus leyes, pero por ahora solo yo soy capaz de ello. Necesitaré algunas personas más para que mi plan funcione, y creo que sé quiénes son esas personas. Entrenarlos en esta capacidad requerirá de que ustedes experimenten una sensación muy, muy similar a estirar la pata. ¿Estás listo para ello?

Shiryu se tocó el cinturón, donde se hallaba guardado el tesoro que Sion les había encomendado al final de su vida. Sin lugar a dudas se lo entregaría a Saori, y ganarían la Guerra Santa para regresar con sus seres queridos, a una vida de paz. Se arriesgaría ahora a cualquier cosa, no tenía nada que temer.

—Por supuesto que sí.


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#702 -Felipe-

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Publicado 13 noviembre 2019 - 21:00

HYOGA I

 

02:10 hrs. 18 de junio de 2014.

Hyoga de Cisne tenía mucho que recordar y olvidar tras la batalla en el castillo de Hades. Mucho que masticar de las palabras de Dohko de Libra. Mucho que descansar de los golpes que le provocó la élite de Radamanthys y el propio Magnate. Pero antes de eso, mucho que hacer para ayudar a su diosa.

Hacía no mucho había estado allí, en el Ateneo, más allá del Templo Corazón del Santuario. Saori se había quitado la vida con la Daga de Physis allí, y luego Sion les explicó la situación del alma medio divina, medio humana de Atenea, así como la relevancia que él había tenido no solo en la rebelión de Saga y en la Guerra Santa previa, sino que también en la construcción de su historia, en el hecho mismo de que Hyoga, el Santo, se hallara allí en ese preciso instante. Se había sentido una marioneta del destino…

Sin embargo Hyoga, el noble, no pensaba así. Algunas decisiones conllevaban otras y generaban más, pero quien dirigía el rumbo de la decisión era uno mismo, así como el origen detrás de la elección. Por eso era que estaba seguro de que él, y solo él, decidió ir al Ateneo, que lucía tan extenso ahora que la estatua gigante había desaparecido. O, más bien, ahora que se había convertido en una pequeña estatuilla, la armadura de Atenea.

—Señoritas —saludó, después de haber estado quince minutos durante la subida discutiendo consigo mismo cómo debía llamarlas. Chicas, señoras, damas, doncellas… al final se quedó simplemente con la última opción que tenía en mente, “señoritas”.

Sophía, Megara, Europa y Phedra estaban pálidas, agotadísimas, después de tantas horas usando sus Cosmos recién despiertos para conservar abierto el portal sin tiempo creado por Kanon de Géminis, donde se encontraba el cuerpo de Atenea. Era extraño el pensar en ello, en que la persona que irían a buscar en el Navío se encontraba allí, delante de él… solo que no era ella en realidad. No en esencia. Era solo un cuerpo vacío.

—Hyoga —dijo Europa, sorprendida. Sus piernas temblaban, y la expresión de su rostro indicaba que no le importaba morir si eso significaba descansar.

Señales similares mostraban las demás, pero eran fuertes. Sabían que Hyoga iba a venir, pero no se habrían rendido incluso si moría en combate y jamás aparecía. El Santo de Cisne no titubeó en admitirse a sí mismo que las admiraba.

—¡Por todos los dioses, Hyoga, apresúrate! —gritó Megara, menos elegante en su actuar. A su lado, Phedra estaba a punto de desmayarse, ya era incapaz de mantener los ojos abiertos, pero sus brazos aún estaban extendidos hacia el portal donde reposaba el cuerpo de Saori Kido.

—Muy bien, ¡atrás todas! —Hyoga elevó su Cosmos y bajó la temperatura del sitio. 10 grados. La bajó más. 2 grados. 0 grados Celsius. Aún menos… 30 grados bajo cero en el momento en que extendió los brazos a los lados, imitando los astros de la constelación de Cygnus.

Todo esto lo realizó en el mismo segundo en que las cuatro chicas se apartaron del portal, y éste comenzó a cerrarse con Saori adentro. La temperatura del Ateneo, extenso y con un vacío oscuro donde antes estuvo la estatua, bajó hasta los 100 grados bajo cero. La nieva empezó a caer. El Santo de Cisne se cubrió a sí mismo con hielo, y saltó al portal, tomando el cuerpo de Saori Kido en sus brazos. Un gran salto lleno de esperanza…

Nadie estaba allí, aparte de las cuatro doncellas. Dohko y Shaina sabían que su rol era ese, pero nadie se molestó en presenciar si funcionaría. porque confiaban ciegamente tanto en el noble que cumpliría con su deber, como en el Santo capaz de congelar todo lo que tocaba.

Así que Hyoga conjuró un enorme sarcófago de hielo sobre, alrededor y dentro del portal de Kanon, incapaz de comprender cómo era posible. Tal vez el Santo de Géminis lo había construido de tal manera que fuera así, pero Hyoga no se explicaba cómo, ni cuál era la lógica científica detrás. Solo le dijeron que lo hiciera…

Lo que sí sabía era que los límites del portal sin tiempo quedaron sellados con una capa de aire frío, y que al interior, el cuerpo de Saori Kido, Atenea, se encontró en un Ataúd Congelante de 273 grados Celsius bajo cero. En el límite del Cero Absoluto.

Jamás había realizado esa técnica, pero no tenía tiempo para practicar y percatarse de que era posible, después de ver a su maestro utilizarla. Había funcionado. Atenea ahora no solo estaba congelada en el tiempo, sino también en el espacio, pues en el mundo del hielo nada era capaz de ser perturbado. Permanecería en ese lugar por la eternidad si nadie liberaba el alma de Saori, e incluso si los enemigos atacaban el Santuario y superaban la guardia de Marin, no podrían romper ese Ataúd Congelante. Lo había logrado.

Las cuatro doncellas cayeron de espaldas, cansadas, cubiertas de sudor, pero con la sonrisa a flor de piel en sus rostros, con excepción de la joven Phedra que cayó dormida de inmediato. Megara incluso lanzó una carcajada.

—Ja, ja, ja, sabía que podíamos lograrlo, chicas, jajaja.

—Gracias, Hyoga, le has dado a nuestra diosa más tiempo, y nos salvaste —dijo Sophía, la que fungía como “líder” de las doncellas.

—Me alegro de que puedan descansar ahora. Las acompañaré al pueblo, si así lo desean. Merecen un buen descanso.

—Lo agradecemos, pero no será así —dijo Europa, y ninguna de las otras chicas la contradijo—. Nos quedaremos.

—¿Qué? ¿Por qué?

—Ustedes pueden luchar todo lo que quieran, pero nosotras también combatimos a nuestra manera —explicó Megara, doblándose hasta quedar sentada de la manera menos femenina posible en el suelo.

—Nuestro lugar está con la señora Atenea hasta el final, y nuestro destino es ser quienes la reciban cuando ustedes la saquen del Inframundo —añadió Sophía, sentándose como una dama de alta alcurnia de esas que habituaban la corte de Natassia.

—Confiamos en ustedes, Hyoga —concluyó Europa, dirigiéndose a Phedra para despertarla. El trabajo aún no terminaba para ellas, que se dedicarían a vigilar el cuerpo de Saori Kido con los 60 soldados de Marin, y la propia Águila de Plata.

El Santo de Cisne bajó las escaleras de la Eclíptica con una curiosa sensación en el pecho que no supo explicar. ¿Orgullo, quizás? ¿Orgullo por el trabajo de las doncellas de Atenea? ¿O por el de todo el Santuario, tal vez? No estaba muy seguro.

Por ahora, solo le quedaba dormir un rato. Esperaba poder conciliar aunque fuera un poco el sueño…

 

¿Qué fue lo que soñó?

¿Siquiera soñó? ¿Fue una pesadilla… o una premonición?

 

Cuando Hyoga despertó en su cabaña de la periferia del Santuario, cerca de las seis de la mañana, no sabía qué pensar. En su vida jamás había tenido un sueño tan realista, y al mismo tiempo tan irreal.

Tenía alas como las de un ángel, y se hallaba en algo así como un panteón de hielo. O de cristal. Un conjunto de construcciones, como templos hechos de algo helado, que no parecían cosa del ser humano, sino un plan macabro de la naturaleza. Un mundo sin fin, blanco hasta donde alcanzaba la vista, sobre aquellos edificios sin forma, prismas de un universo olvidado por el tiempo.

Y él podía volar hacia donde quisiera. Volar era como caminar o respirar, un acto soberanamente natural que a Hyoga no se le había hecho extraño, sino que real. El viento era un lugar para recorrer, y tenía completo dominio sobre sus acciones, como si estuviera despierto. Sin embargo, sabía que se acercaba al peligro… y no retrocedía. Iba hacia su pronta y segura muerte, y no deseaba detenerse.

El dios de la muerte se encontraba frente a él, una criatura hecha de frío invernal, de piel azul y cuernos como los de un demonio, vestido con una toga blanca y una corona negra. Un rey hecho de muertos, con esqueletos a sus pies. Y los esqueletos pertenecían a su madre, a Camus, a Isaak, a Frey, a Hilda, a Freyja, a Jacov…

Hyoga sabía quiénes eran. Sabía que habían muerto por su culpa, seres queridos caídos en desgracia por su propia inseguridad, sus fallas y sus errores personales. Sus alas dejarían de sostenerlo, pero él iba hacia su muerte.

El dios de la muerte se quitó la corona, y Hyoga perdió las alas… y cayó.

 

06:30 hrs. 18 de junio de 2014.

Aparte de la Palaestra y la entrada al mismo Santuario, el único lugar de la periferia que el Sumo Sacerdote Dohko había dejado abierto era, desde luego, el baño público. Allí, Hyoga se dio una ducha magnífica, como hacía mucho no se había dado. Debía olvidarse de todo y comenzar desde cero; sin dudas, sin faltas.

La armadura de Cisne, reparada por Sion con la sangre de Atenea, estaba brillante, como si no viniera de una durísima batalla con el Wyvern. Era bella, deslumbrante, blanca como la nieve más pura, y llena de vigor, batiendo las alas cuando Hyoga se le acercó. Él sabía que Cygnus daría lo mejor de sí en lo que sería, tal vez, la última batalla de ambos.

El Santuario estaba silencioso. Sintió las presencias de algunos de sus compañeros dirigirse a la bahía, a distintas velocidades, con distintas prisas y distintas preocupaciones. Holokai de Telescopio salió de la cabaña al lado de la suya vistiendo su Manto de Bronce; solo cruzaron una mirada, y Holokai partió raudo al encuentro de los demás. Marin y sus 60 soldados debían estar ya en el Ateneo, con las cuatro doncellas de Atenea.

Ahora le tocaba a él moverse.

 

En la playa se encontraron todos los Santos de Bronce y Plata disponibles, frente al mar y al gran buque de guerra que el mismo Hyoga había despertado. El sol nacía por el oriente, iluminando tímidamente las velas del Navío de la Esperanza, y ahora que estaba amaneciendo era la primera vez que Hyoga lo veía tan espectacular.

Tres grandes mástiles rodeados por anillos dorados y coronados por velas blancas, que a su vez eran decoradas por dibujos en negro del mochuelo de Atenea. En el bauprés se hallaba una preciosa estatua de Niké, que había cantado cuando salió de su prisión bajo el mar, derrumbando el cabo de Sunión. Las estatuillas de búhos en la cubierta. El timón con la misma forma del báculo de Saori.

Y por sobre todo, aquel increíble Cosmos. En el barco se hallaban los resquicios cósmicos de las almas que habían estado a bordo, la de los Santos que habían luchado y fallecido en nombre de  la justicia. Ese Cosmos resonaba con el de Hyoga y los otros 21 Santos que tomarían rumbo al inframundo, como si fueran uno con el buque, como si el mismo buque fuera un ser vivo como ellos. La vida se enfrentaría finalmente a la muerte, y solo podían esperar que la venciera.

Sobre las rocas, en la arena, junto al mar, allí se encontraban los destinados a pelear en nombre de Atenea, con la única misión de ayudarla a vencer a Hades en el Inframundo y llevarla de regreso a la Tierra. Shiryu, Shaina, Kazuma, Asterion, Geki, Jabu, June, Retsu, Kitalpha, Miguel, Thelma, Venator, Higía, Frauke, Holokai, Nam, Yuli, Ían, Gliese, Ichi y el Sumo Sacerdote Dohko de Libra.

Veintidós Santos.

Veintidós soldados.

Cuarenta y cuatro guerreros listos para arriesgar su vida ante la muerte.

Dohko se alzó sobre todos en la cubierta del barco, rugiendo como un tigre feroz para dar sus instrucciones:

—¡Ya que están todos aquí, zarparemos ahora mismo! Tomaremos rumbo por el Egeo hacia el Erídano, y el infierno se abrirá ante nosotros solo si estamos dispuestos a dar la vida por nuestros ideales… ¡Aquellos que estén listos para enfrentar a la muerte y vivir sobre ella, suban! Aquellos que no lo hagan, nadie se los reprochará, y lucharemos en su nombre. ¡Lo juro por mi Manto de Oro de Libra! —exclamó el Tigre, golpeándose el pecho con su mano enguantada. Su armadura lo acompañaría en su última misión.

Los tres Santos de Plata fueron los primeros en subir, de un salto. Luego siguieron Hyoga, Retsu y Shiryu. Después de ellos, uno a uno, todos los Santos de Bronce alzaron sus Cosmos al cielo y zarparon, acompañando a los soldados rasos que ya se encontraban ajustando los últimos preparativos.

Holokai subió al mástil mayor sin tardanza. El hawaiiano tenía la mejor vista entre los presentes, y serviría como vigía en la cofa principal. Además, era capaz de atacar desde larga distancia. Yuli de Sextante también tenía una capacidad similar, pero tomó el puesto de navegante, cerca siempre de Dohko, por órdenes de la Primera Oficial, Shaina. Ían de Regla ayudaría a Yuli con los mapas que el Sumo Sacerdote fuera dictando, según lo que sabía del Infierno, pues su armadura tenía la capacidad de medir vectores y distancias de todo tipo.

El timón quedó a cargo de Venator de Delfín, que ya tenía algo de experiencia como navegante de su propia cuenta, fuera del Santuario. Claro, no era lo mismo que ir por las aguas del Inframundo, pero a él no parecía importarle. Lo relevante era cumplir con la misión y volver con su hija, con la pequeña Alicia…

—¡Levanten el ancla! —ordenó Kazuma, y Geki llevó raudamente a cabo la tarea con una facilidad bestial, a pesar de lo mucho que se les había dificultado a Jabu y Hyoga mover esa cosa horas antes.

Los soldados rasos se apostaron a lo largo de la cubierta y en la zona inferior, en la que había cañones cargados por la energía de la espada Balmung, oculta en alguna parte del buque. Higía estaba más despierta que nunca, en caso de que algo malo ocurriera. Jabu y Kitalpha alzaron las velas al punto más alto, y el viento oeste respondió a su llamado, moviendo al barco con una aceleración difícil de creer dadas las dimensiones de la nao.

Era la hora de la verdad. No podían fallar.

 

El barco no tardó en recorrer el enorme mar Egeo, el último lugar vivo que, tal vez, muchos de ellos verían. Eran valientes, pero también tenían miedo. ¿Era esa la prueba de que estaban vivos? No lo sabían entonces, y quizás jamás estarían seguros.

Por primera vez en mucho tiempo, Hyoga, el noble, sacó la cruz del norte desde debajo de su armadura, siempre junto a su pecho, pero fue Hyoga, el Santo, quien elevó una oración al dios de su madre, quien legó a su único hijo aquella reliquia tan antigua. El grito de Dohko recorrió las filas del Santuario, cobijadas por el mochuelo de las velas de Atenea, cuando el Navío de la Esperanza estaba en pleno altamar, muy lejos de tierra y la zona que en que se encontraba el riachuelo Erídano… pero Hyoga sabía, solo por una intensa corazonada, que allí, en altamar, era donde enfrentarían su destino, y debido a ello oró por la victoria. O, más bien, por ser capaz de enfrentar sus miedos y dar todo de sí en el momento más cercano a la muerte… y que sus compañeros también fueran capaces de ello en la hora más oscura.

—¡Entraremos a territorio de Erídano! —exclamó Libra, y los tripulantes de la nao se pusieron tensos, pero Venator no dejó de conducir.

—¿En serio? ¿Aquí? —preguntó Ichi, incapaz de comprender. Según los mapas de Yuli, estaban en medio del Egeo todavía.

—¡Así es! La muerte se acerca a nosotros… no podemos fallarle a Atenea en estos momentos. ¡Guerreros de la esperanza, ofrezcan sus corazones a la muerte! ¡¡¡Este es el momento en que debemos vivir con nuestra máxima valentía!!! —rugió el Pontífice, y sus tripulantes no tardaron en responder con un bravo “sí, señor”. Todos, sin falta, desde Shaina, Kazuma y Asterion hasta los más jóvenes soldados rasos, se unieron al llamado.

 

El Navío de la Esperanza brilló de azul, y la mañana de Grecia se cubrió con un velo gris, tanto en el cielo como en el mar. El azul del barco era lúgubre, místico, frío… y también esperanzador. El filtro oscuro llenó de angustia los corazones de la tripulación, pero sabían que se enfrentarían a lo peor. Nadie titubeó. Nadie desistió. Nadie renunció.

El campo gris no salía de ninguna parte, pero se había apostado sobre ellos, y con ello vino la desaparición de Grecia, pues sus montañas y playas se desvanecían como si se sumergieran en la más espesa neblina. El corazón de Hyoga dolía, pero no se quebraría, y tampoco el de nadie más.

El buque desplegó intensos destellos azules e intermitentes, como si enfrentara al mismísimo Poseidón. Era Balmung, abriendo las puertas de la muerte. El mar rugió con fuerza, pero el canto de la estatua de Niké lo enfrentó con bríos de guerra.

Grecia y las islas egeas se esfumaron. Venator siguió navegando, a pesar de que el agua se descontrolaba y un sinfín de nubes negras se posaran a su alrededor cual sombras al acecho, incontrolables y tenebrosas. El barco pareció volcarse, pero Dohko ordenó que se mantuvieran quietos, que no perdieran la fe en ningún momento.

Y de pronto, el mar Egeo fue reemplazado por algo lúgubre… un río inmenso de aguas negras. Un río repleto de cadáveres…


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Publicado 19 noviembre 2019 - 10:33

RADAMANTHYS I

 

Caina, Octava Prisión. Inframundo.

Pocos sitios en el universo conocido eran más fríos que aquel sitio, pero para Radamanthys de Wyvern, Magnate del Inframundo y dueño de una de las cuatro esferas de la octava prisión, el viento helado y negro apenas era como una brisa otoñal.

Era Caina, el sitio donde aquellos que habían traicionado y asesinado a sus propios familiares eran enterrados bajo el hielo infinito e imperecedero de Cocytos, el cuarto río del Inframundo. Un lugar propicio para que Radamanthys se tomara una copa de whisky traída de la Tierra, mirando desde uno de los cuatro balcones de Caina, donde tenía una vista privilegiada a las almas que, en aquella era, habían sido elegidas para ser congeladas de las piernas hasta el cuello, azotados por el invierno eterno de Cocytos como pago por el crimen de acabar con su sangre. De hecho, en ese lugar la sangre del alma no fluía, y las almas no dejaban de sufrir dolor constante ante la atenta vigilancia de los Espectros y los Esqueletos de la Octava Prisión, que continuamente iban cargando nuevas almas de la Tierra que enterraban bajo el hielo.

Más allá de lo que abarcaba su vista desde el balcón adornado por un ventanal de cortinas púrpuras, solo veía el cielo escarlata, infinito y sin estrellas del infierno, y podía contemplar parte del Laberinto del Minotauro y la gran Cascada de Sangre, pero no mucho más…

De pronto, Radamanthys pudo captar con sus ojos dorados algo inquietante, pero rápidamente se calmó al comprobar que era una de las dos personas que se le podía igualar. Volando a altísima velocidad (era el más rápido de los ciento ocho Espectros) se acercaba Aiacos de Garuda, que se dirigía a la octava prisión, la última antes del Muro. Pero la distancia entre Caina y la guarida de Aiacos, Antenora, se hallaba a muchísimos kilómetros de distancia (o lo que podía llamarse “distancia” en el Inframundo), por lo que claramente se dirigía hacia Caina. Lamentablemente, su whisky tendría que esperar, y debía tener alguna plática innecesaria con Aiacos.

Aiacos aterrizó en el balcón, y desafío a Radamanthys con su expresión ridícula de siempre, de alguien que cree que el mundo es un sinfín de chistes hilados unos tras otros en una orgía diabólica. Le enfermaba, a veces.

—Radamanthys, me enteré de que ya volviste a casa, y sin avisar —dijo Aiacos, sonriendo como un bufón, como era usual—. ¿No pasaste a saludar a nadie? ¿Ni siquiera has ido a presentarte ante Lady Pandora? Bastante valiente, ¿eh?

—Aiacos, por lo que entiendo, solo debo ir si me convocan, así que, ¿qué tanto balbuceas con esa lengua de víbora?

—Jujuju, uy, qué carácter tienes, Rada. —Aiacos le puso una mano en el hombro, y Radamanthys se la apartó con un manotazo—. Solo vine a saludarte, y a vanagloriarme un poco de mi logro. Oye, ¿pero qué carajos te pasó en el pecho?

Instintivamente, el Wyvern se tocó la zona que Pegaso había conseguido tocar. No estaba para humillaciones ridículas de parte del otro Magnate, y menos cuando había sido cosa de la diosa de la suerte, que no había estado de su lado. Nada más que la suerte.

—Nada que te incumba.

—¿Alguno de los Santos de Oro? —insistió Aiacos, un poco menos sonriente. No era para menos… el saber que un Magnate había sido dañado, aunque sea un poco, no era tanto para la risa.

—¿A qué viniste?

—Como te dije, Rada… vine a celebrar nuestro gran logro.

La mirada de Aiacos, de pronto, se transformó. Siempre parecía tener cara de saber un chiste que no contaría a nadie, sus venas estaban hinchadas en su cuello, como si fuera un hombre al borde de estallar de locura, y sus alas estaban alzadas como si tuviera ganas de luchar con lo que pudiera.

Pero, ahora, Radamanthys notó que los ojos de Aiacos se enfriaron, un par de ojos castaños muy penetrantes, perspicaces y astutos, indiferentes a sus psicopáticas emociones internas, desprovistos de la locura común. Eso significaba que Aiacos tenía muchas cosas serias que decirle, y que debían reunirse en un lugar más privado para que no los oyeran. Especialmente si Lillis andaba por ahí.

—De acuerdo, te seguiré el juego —apaciguó Radamanthys, dándose media vuelta para entrar al castillo. Sin decirse nada, el Garuda siguió al Wyvern.

 

Caina era una fortaleza de estructura cuadrada, con cuatro grandes portones en sus muros, guardados por monstruosas estatuas de Wyvern que emitían un terrible aire helado capaz de congelar los huesos, a cada ser no Espectro que estuviera cerca. En su interior había tres pisos: el primero tenía la zona de entrenamiento y las estancias para Espectros menores y Esqueletos que tuvieran que rondar por allí, así como algunas piezas rotas de armaduras que habían quedado de batallas anteriores, no solo contra los atenienses, sino contra los ejércitos de otras divinidades; el segundo piso estaba dedicado enteramente a Radamanthys, incluía su dormitorio, su escritorio (generalmente para llenar las formas y hacer el aburridísimo papeleo de los muertes que le tocaban por área), el salón de su gran Surplice de Wyvern, y las bodegas privadas. Las paredes estaban decoradas con piezas de milicia de todas las épocas en que Radamanthys había despertado en la Tierra como un gusano hijo de humanos, engañado por las tretas de Atenea a actuar como un imbécil, arrastrándose por el suelo como un insecto vulgar, sin ninguna motivación. Las valijas, estatuas, armas, pinturas y un sinnúmero de blasones de distintas familias a las que había pertenecido, no eran recuerdos emotivos, sino que recordatorios de la suciedad de los humanos, y del por qué merecían el castigo de Hades.

Sin embargo, Radamanthys llevaba a Aiacos al piso superior, donde se encontraba la gran bóveda circular que se presentaba por sobre el techo de Caina, guardada por un Wyvern de mortemita, que de vez en cuando generaba el fuego verde que se manifestaba en el mundo de los vivos, en el castillo de Hades ya desaparecido.

Desde abajo, uno podía ver la cúpula pintada de blanco, como casi todos los sitios de la octava prisión del Inframundo. En ella salían representadas, en relieve, cien batallas contra diversas fieras legendarias, ahora partes de las Surplices de los Espectros que le pertenecían solo a él.

—¿Qué quieres decirme, Aiacos? —preguntó Radamanthys, mientras ascendían al tercer piso de Caina por una escalera de caracol esculpida en la misma piedra de los muros de color gris.

—Varias cosas; primero, tienes que saber el gran logro… la estrella 108 despertó al fin, y se unió raudo a mis filas de élite después de que lo eduqué en el castillo. Al principio no tenía nada de potencial, era un p.uto llorón, infeliz, débil e inútil, pero después de darle algunos coscorrones despertó su verdadero poder. Pandora estará feliz.

Lady Pandora, querrás decir.

—Es bueno que esa bruja de negro no nos oye aquí.

Radamanthys sintió unas ganas súbitas de romperle la cara a Aiacos… ¿pero por qué diablos lo haría? Lady Pandora lo había torturado en el castillo por el simple hecho de desear acabar con el Santuario lo más pronto posible, y porque no confiaba en Saga, Sion y los otros. Ella lo torturó… ¿Para qué la defendía? ¿Por qué seguía llamándole Lady?

Y, si luchaban, ambos morirían, no había muchas dudas de ello. No era para nada conveniente que uno de los dos se saliera de control sin Minos cerca.

—Entonces, ¿era verdad? —preguntó Radamanthys, intentando adentrarse en otra zona del mismo tema—. ¿Era uno de los Santos?

—Por supuesto que sí, lo que me parece una jocosa, pero al mismo tiempo, jodida broma del destino. ¿Cómo se le ocurría a la Estrella Salvaje reencarnar, a la vez, tanto en un Espectro como en un Santo?

 

Se adentraron en la bóveda del tercer piso. En ese lugar solo se permitía la entrada al Wyvern o a quien éste quisiera. Estarían seguros para hablar.

Radamanthys se sirvió una copa de escocés y ofreció una a Aiacos, que la rechazó. Aducía que a su cuerpo de esta era le impedía beber, por una enfermedad religiosa o algo de ese estilo. Maldita seas, Atenea, maldita seas, pensó Radamanthys.

—Muy bien, detén la parafernalia, ¿de qué diablos quieres hablar en realidad?

Aiacos se adelantó y tocó el pequeño agujero en el peto de Wyvern, quien estuvo a punto de explotar allí mismo. ¿Quién se creía aquel miserable para tocar su Surplice, así como así? Sin embargo, Aiacos no lo estaba haciendo para molestarle.

—De esto. ¿Quién hizo esto, Radamanthys?

Jamás había tomado un tono tan seco. El Wyvern, paranoico, tuvo la extraña idea de que ese no era Aiacos, pero resultaba que lo peor era que, evidentemente, sí era Aiacos preguntando estupideces. Preguntando nimiedades.

—¿Quieres que te mate, Aiacos?

—Ciertamente podrías intentarlo… y fallar miserablemente.

Al intercambio de sutiles insultos siguió un silencio absoluto de un par de minutos (o lo que podían ser minutos allí). ¿De verdad lo estaba desafiando, así nada más, por un asunto tan idiota? ¿Era Aiacos tan orgulloso que no se admitía la idea de que hubiera seres superiores que realmente pudieran hacer daño a un Espectro?

No… no era orgullo. Ocultaba algo, pero ya se había quitado la máscara de su sarcástica actitud usual.

—¿Qué sucede?

—Radamanthys, se te vio aterrizar con alguien más allá del Aqueronte. Un Santo, según entiendo.

El Wyvern dio un paso adelante; no iba a dejarse intimidar. Le colocó el dedo en el peto al otro Magnate, que permanecía impasible, y se irguió lo más imponente que podía.

—¿Cuál es tu punto, Aiacos?

—Que si era un Santo, tenemos un problema.

—¿De qué clase?

—Creemos que está vivo.

 

Otro silencio. Esta vez, sepulcral. Radamanthys no podía concebir las palabras de Aiacos, ni siquiera imaginarlas o entenderlas. ¿Cómo era eso de que el Santo que se había arrojado con él, que le había humillado por primera vez, estaba vivo? Aparte de los Espectros, nada existía en el infierno que pudiera permanecer vivo allí, bajo las estrictas reglas de Hades. No había, de ningún modo, humanos en el Inframundo, pues no podían sobrevivir a la locura y la falta de facultades mentales. ¡No tenía lógica!

—Explícate.

—No me vengas con ese tono, estúpido… ¿por qué le ordenaste a Edward que hiciera algo por ti? ¡Es de la tropa de Minos! ¿Qué esperabas que hiciera? ¿No intentar traicionar al Inframundo y así elevar a Minos a las alturas?

—Le dije que lo arrastrara hasta aquí, a la octava prisión. ¡Vamos, Aiacos, sabes que no depende de nosotros! Ese niñato debería haber muerto solo por respirar este aire, rico en mortemita y locura.

—Pues no lo hizo; Edward se lo llevó a quién sabe dónde para hacerle quién sabe qué. Unos Esqueletos lo encontraron hace un rato totalmente destrozado, en las cercanías de una guarida que, al parecer, le pertenecía. Que manejaba sin permiso. Solo estaba él… tirado en la tierra, con las marcas de una centena de golpes repartidos en todo su cuerpo. ¿Te suena de algo?

—Sí —respondió Radamanthys, en seguida. Por más furioso que estuviera, carecía de sentido ocultar algo así, incluso si su orgullo se volvía visible—. Pegaso. ¿¡Pero cómo!? Lo maté, e incluso si hubiera, de milagro, sobrevivido, habría muerto apenas tocó el suelo del Inframundo.

—El pobre Minos está más enfurecido que nunca… claro, no porque se muriera Edward, sino porque nos traicionó. Lo peor es que, al igual que con Atenea, Pegaso ha sido imposible de hallar hasta ahora.

—No tenemos mucha experiencia persiguiendo almas vivas en el Inframundo, en el lugar donde los seres humanos borran su memoria y absorben las reglas de Hades, por lo que, dentro de todo, tiene sentido que sean difíciles de encontrar —explicó el Wyvern, golpeando con fuerza un librero cerca del muro izquierdo en el tercer piso—. ¡Malditos sean todos!

—Cuando Lillis se entere, Pandora lo sabrá… había pensado que tú habías tenido algo que ver, para j.oder a Minos, ¿me entiendes? Pero veo que estás más o mucho más sorprendido que yo.

—Yo no participaría de un jueguito para molestar a un compañero de armas. No somos unos niños. Aquí hay gato encerrado. ¿Cómo diablos lo hicieron Atenea y Pegaso para desaparecer así? ¿Cómo es que, si se supone que son almas errantes sin personalidad ni consciencia, sean tan difíciles de encontrar?

—Rada, sé a dónde vas con esto. —Como antes, Aiacos apuntó al pecho del otro Magnate, y sus ojos ardieron con un destello rojo—. No podemos desconfiar aquí, entre nosotros, ¿entendido? ¡Nunca en serio, miserable! El que te hizo esto fue él, ¿o no? ¿Un mísero Santo de Bronce?

—Acabé con todos los Santos de Oro que se me pusieron enfrente, pero ese niño era… especial —se defendió Radamanthys, herido en su orgullo—. Mis golpes le rompían los huesos, pero seguía poniéndose de pie; mi Gran Caución lo mandó a volar junto a sus compañeros, pero regresó en un santiamén. Incluso ordené matar a uno de ellos, pero eso solo lo hizo más difícil de tocar. Allí fue cuando me hizo esto.

—Es una vergüenza que te pasara esto, Rada —le espetó Garuda con ambos ojos llenos de bilis—, pero no me voy a negar a los hechos. Ese muchacho tiene algo de raro, por eso pudo matar a Edward y escapar… pero tendremos que encontrarlo antes que la bruja se dé cuenta, o de que Minos haga una estupidez.

—Por eso viniste hasta aquí…

—Sí. Vine porque, además de ser uno de los Magnates, eres también el Vigía del Inframundo, y ya es hora de que te pongas a hacer tu trabajo.

—Miserable.

 

Era cierto. En todas las eras, el Wyvern era encargado de vigilar las 108 Estrellas Oscuras desde Caina, gracias a las facultades del castillo. Radamanthys lo sabía, y por eso elevó la mirada hacia la gran cúpula donde salían representadas las bestias en las Surplices de los Espectros.

Luego, encendió su Cosmos y lo arrojó a la bóveda con sus manos en alto. Era una energía gigantesca, capaz de arrasar con cualquier cosa, pero Caina lo resistiría, como cada dos cientos años, cuando Radamanthys deseaba mirar los astros. Solo un edificio del gran Inframundo podría resistir el poder de uno de los tres Magnates del infierno.

De pronto, la cúpula brilló con un resplandor verdoso, del mismo tono que el del portal que llevaba al infierno desde el castillo de Lady Pandora. Entonces, Radamanthys gritó como solo él, en todo el mundo, podía hacerlo. Un aullido nacido de los intestinos más hondos de la oscuridad, un grito capaz de domar a cualquier bestia, una exclamación que paralizaría a todo enemigo que se le cruzara, tal como había hecho con esos malditos Santos de Oro que ahora se pudrían en Cocytos: el Máximo Rugido.

La estatua de Wyvern en el techo hizo eco del grito y emitió una onda sonora que reverberó en cada esquina del Inframundo. Poco después, las bestias dibujadas en relieve en la cúpula destellaron con flamas verdes, y Radamanthys escuchó sus voces, tanto las de sus hombres caídos como las de los que pertenecían a Aiacos y Minos. Ahora, todos los Espectros eran vigilados por los ojos del Wyvern que se alzaba en las alturas, que agitaba las alas nocturnas en los vientos negros del territorio de Hades, y que podía recorrer en un segundo todo desde el Portón hasta el Muro.

—¿Y bien? ¿Qué ves, Radamanthys?

—Más muertos de los que creí —reconoció Radamanthys, con los puños llenos de ira sangrante, que caía en el piso. Sus ojos eran del mismo color verde que las 108 bestias brillantes en la cúpula, y podía admirarlas en toda su dimensión, desde la vida a la muerte como si las presenciara en primera persona—, pero seguimos con las ventajas. Edward… sí, se llevó a Pegaso a su guarida para experimentar con él… para… ¡pero qué grandísimo hijo de p.uta!

—¿Para qué lo quería?

—Para absorber su esencia.

Aiacos escupió al suelo.

—¿La de un Santo? Qué bajo ha caído el ejército del inframundo. Qué asco. ¿De verdad estaba tan hambriento ese miserable?

—Pegaso se puso de pie repentinamente y lo asesinó con su Meteoro. No veo nada raro, no hay indicios de que algo lo… espera, ¿qué? Edward dijo algo de que el muchacho llevaba mucho tiempo vivo… y que ya había pisado este lugar.

—¿De qué diablos estás hablando?

—No tengo idea. ¡m.ierda! Otros Espectros han caído, tres estrellas terrenales en este rato, de la tropa de Minos… y siguen los Esqueletos. No sé quién es, pero claramente no es normal. De hecho, el río Aqueronte se agitó cuando… ¡¡¡No puede ser!!!

Aiacos también debió verlo, aunque Radamanthys lo observaba con mucha mayor claridad, y pudo alertar a su compañero en la dirección que necesitaban. De entre todos los momentos posibles, ¿tuvo que ser ahora?

Los dos Espectros, por costumbre, se arrodillaron mirando la bóveda. En medio de las estrellas verdes, justo en el centro del edificio, apareció una estrella roja que empezó a volverse más y más resplandeciente, casi como si quemara el cuarto entero con su fuego escarlata. La estrella roja solo podía pertenecer a una persona…

No, no una persona. El corazón de Radamanthys estaba lleno de devoción, y sus emociones se reflejaron en sus ojos, que lloraron. A su lado, Aiacos estaba en las mismas condiciones. Solo vivían por aquella presencia, por el dios más grande de todos, que con su estrella roja en progresivo centelleo mostraba cómo iba resucitando.

—E-está de vuelta en el Inframundo…

—Sí, a-al fin ha d-despertado…

No podían perder más tiempo. No le harían esperar, ni se aguantarían hasta que Lady Pandora pronunciara sus nombres a través del viento negro. A máxima velocidad, Aiacos y Radamanthys abrieron las alas y se abrieron paso a través del techo de Caina, que pronto los Esqueletos tendrían que reparar. No tenía importancia.

Nadie tenía más importancia que Él.

 

Judecca.

Volaron con todas sus fuerzas hasta el punto más lejano del Inframundo, a miles de millas de distancia desde Caina, más allá de lo que constituía la Octava Prisión. Era el edificio más importante de todo el santuario de la muerte, el corazón de todo el Infierno que existía incluso desde que Erebus todavía regía sobre aquel mundo. ¡La Judecca!

Un edificio circular gigantesco sobre el terreno congelado de Cocytos, rodeado de cientos de columnas y tres muros concéntricos. Radamanthys era un Magnate, no tenía razón para preocuparse por eso, y atravesó las barreras junto a Aiacos a máxima velocidad hasta llegar al salón principal, ante la mirada aterrada, sorprendida, y llena de admiración y temor a dios de los Esqueletos y Espectros presentes, los que ya estaban allí en primer lugar cuando ocurrió el evento más esperado.

En el salón principal se hallaba una cortina negra. Junto a la cortina se hallaban decenas de efigies de ángeles y demonios en actitud devota, mirando a la cortina. Algunos ángeles llevaban espadas; algunos demonios llevaban arpas. Todos eran fieles que venían a adorarle. Detrás de la cortina brillaba un resplandor carmesí que nadie, aparte de Pandora, podría haber sido capaz de mirar por más de un segundo, a menos que desease perder la razón. Judecca comenzó a temblar…

Lady Pandora, la tenebrosa mujer de negro, la mano derecha de Hades y líder de los Espectros, apareció desde atrás de la cortina, emitiendo su aterrador Cosmos de cada uno de sus poros. Su voz era oscura, tranquila, dominante y seductora.

—Radamanthys, Aiacos, es bueno que estén aquí —comenzó Pandora, imponente y calma, dejando tras de sí la larga falda que parecía tejida de tristeza y desesperación, con cada uno de sus pasos—. Ya está cerca de regresar con nosotros.

El estruendo de un trueno. El resplandor de un relámpago rojo. Detrás de aquellas cortinas se encontraba el caos, que hacía temblar los muros de Judecca. Hades, el rey del Inframundo que había controlado todos sus movimientos desde las sombras, al fin había encontrado un cuerpo con el cual actuar.

Hades los había despertado de su letargo y había dado instrucciones muy claras que Lady Pandora había estado llevando a cabo, pero no había podido mostrar su poder y autoridad por sí mismo, ya que no poseía un cuerpo en el cual reposar. Un avatar con el que pudiera actuar con el Inframundo, debido a que su verdadero cuerpo, el cuerpo de un verdadero dios, solo podía ser visto en los Campos Elíseos, mucho más allá del río Lethe.

—¿Acaso es cierto? —preguntó Aiacos, cuidando toda la formalidad de la que era capaz—. ¿Nuestro señor Hades ya está de vuelta?

—Sí. Apenas le dimos su espada e hizo contacto con su cuerpo huésped, nuestro rey Hades ha regresado y puede interactuar físicamente con nosotros —explicó Pandora, sin verse inquieta ni afectada por el terremoto que estaba afectando a Judecca, y quizás el resto del Inframundo, por la llegada de Hades desde el plano divino al mundano.

¡El rey Hades se estaba rebajando al nivel de un humano solo para poder estar con ellos físicamente, para poder interactuar con sus soldados fieles! Todo ocurría detrás de la gran cortina negra, donde debía estar la Espada del Inframundo que Lillis había hallado en las ruinas de su antiguo castillo, en Italia.

—¿Cuánto tiempo pasará hasta que el proceso esté completo?

—No mucho. Nuestro dios está entrando en el terreno físico, y tenemos todo el tiempo del mundo para venerarlo… ya llamé a Minos para que venga a presentarse, y de seguro llegará justo a tiempo, aunque tenga que dejar el Tribunal desocupado por un rato.

—Lady Pandora… sobre eso, tal vez no sea un buen momento para…

Aiacos abrió la boca como el imbécil que era. Lo contaría todo. Radamanthys iba a intervenir con todo el deseo que nublaba en ese momento su raciocinio, porque al igual que Aiacos, frente a Hades no había necesidad de pensar.

—¡Necesito verlo! —gritó Radamanthys, poniéndose de pie. Esperó la negativa y siguiente discusión con Lady Pandora, pero esta simplemente le permitió el paso con una sonrisa solemne y despreocupada, y con los ojos cerrados. Se hizo a un lado, y el Wyvern pudo acercarse a la cortina en todo su esplendor.

Detrás y alrededor, los Espectros estaban tirados, emocionados por el despertar de Hades en el Inframundo e incapaces de quedarse de pie mientras el universo temblaba ante la presencia del dios en el mundo físico, tocando su Espada por primera vez. Más allá de la cortina Radamanthys sufriría mucho más, y quizás entraría en el terreno de la locura si miraba demasiado el resplandor escarlata… pero no le importó.

Como nunca antes, en esta era, Radamanthys deseaba ver a su señor, al amo que le brindaría toda su luz y su terror, como un ángel o un demonio. Por eso corrió las cortinas, porque solo había una cosa que sus ojos podían ver con la admiración de un perro bien amaestrado, y se sentía orgulloso de ello.

Pero, pronto, el orgullo cesó. Sintió que perdía las fuerzas y que su corazón se le saldría por la boca. Su mundo se desmoronó, y entró en completa confusión y caos. Ante él tenía el rostro del dios del Inframundo sujetando su espada en la mano… y no podía ser una visión más irreal.

—¿E-ese es…? ¿Ese es el c-cuerpo que mi s-señor eligió p-p-para esta era?


Editado por -Felipe-, 19 noviembre 2019 - 13:18 .

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Publicado 21 noviembre 2019 - 21:51

Excelentes capítulos faltós de acción pero llenos de información, ha esperar por mas, se ve que se viene muchas cosas y peleas épicas en el inframundo, saludos, la descripción de Caina me gustó mucho! Hasta vi el mapa del manga! Jaja

#705 -Felipe-

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Publicado 24 noviembre 2019 - 10:48

Gracias Cannabis. Sí, para los primeros capítulos es más bien informativo, pero si no me equivoco, el de hoy es el último antes de las batallas en sí. En parte puedes perfectamente basarte en el mapa del Inframundo del manga, pero no completamente. Hay algunas cosas que extendí demasiado para que quedaran iguales.

 

Saludos!

 

 

DOHKO II

 

Río Erídano. Entre la Tierra y el Inframundo.

El viaje había estado bastante tranquilo, aunque nadie en el Navío de la Esperanza sabía exactamente dónde diablos estaban. Aunque el cielo azul de la mañana había sido reemplazado por una bóveda gris y brumosa, sin estrellas ni luna que los iluminara. Aunque el mar era negro, en lugar de cristalino, y no presentaba reflejo alguno. Aunque el Erídano estuviera hasta arriba de cadáveres flotando a la deriva…

Claro que no eran cadáveres como los que uno vería quemados en el Ganges. Eran almas que emitían un tenue brillo azul, como llamas tibias, saliendo del pecho de los seres con forma humana que avanzaban por el río. De hecho, esas criaturas eran la única razón de que el barco estuviera iluminado y todos pudieran verse entre sí las caras.

Era algo horripilante. Eran sombras, pero tenían dimensiones, densidad, sensación de peso, género y edad. Mujeres, hombres. Niños. Dohko no podía culpar a varios de sus Santos, que tuvieron que vaciar sus intestinos un par de veces mientras el recorrido seguía haciéndose eterno. ¿Cuánto llevaban allí, de todos modos?

Bueno, eso tampoco le extrañaba. Medir el paso del tiempo se estaba volviendo progresivamente más difícil, lo que significaba que iban en buen camino. El Inframundo ya estaba muy cerca, lo sentía en sus ahora jóvenes huesos.

—Su Alteza…

—Solo dime Dohko, Yuli.

—Aún no puedo —se excusó Yuli, que se limpiaba el mentón después de haberse enfermado temporalmente un poco más allá de donde Dohko estaba, a babor—. Pero ya estoy lista para saber… ¿qué son esos?

—La palabra correcta es quienes. Sin embargo, no te culpo. —Tampoco a los otros. Ya casi todos habían hecho la pregunta, solo faltaban Hyoga, Venator, Higía, Nam, June y un muy enfermo Thelma que no se había atrevido a mirar por la borda—. El Erídano es el límite entre el mundo de los vivos y los muertos, por lo que estas almas que ves aquí son la manifestación física de aquellos que caminan por el Yomi, que es espiritual. El agua que ves es real, pero quienes flotan no son reales en términos corporales; podríamos decir que son solo el reflejo de la muerte.

—Eso es lo que me ha estado molestando desde hace un rato —intervino Jabu, que se había recostado sobre una de las efigies de mochuelo más grandes del navío. Tenía una voz de agobio, pero sus ojos parecían perdidos—. ¿Significa eso que podremos ver a Ban, a Nachi, a Shun y a Seiya entre esas almas?

—Sí —contestó Dohko, sin ganas de mentirle—. Esa es la verdad, pero lo cierto es que es estadísticamente imposible. ¿Te fijaste cuántos son? Son millones de personas de todos los rincones del planeta, que mueren a diario por distintas razones, en especial ahora que Hades despertó a los Espectros.

—Pero si llegáramos a verlos… ¿podríamos hacer algo más que solo verlos?

—No seas imbécil, Unicornio —le reprochó June, abriendo la boca por primera vez desde que zarparon—. No deberías hacerte ilusiones, no podemos traer a los muertos de vuelta, por más que queramos.

—No está de más soñar, ¿verdad? —respondió Jabu, sin ganas. Dohko notó al fin lo que ocurría, después de ver el reflejo de la expresión facial del Unicornio en la cara de Camaleón, y en la de tantos otros.

El tiempo no parecía pasar, pero sus cuerpos sí hacían evidencia de ello. Estaban agotados de navegar sin saber con lo que se encontrarían. Sin saber si volverían o no a ver la luz del sol. Si no hacía algo por ellos, perderían el control, y lucharían tal como June iba a hacer contra Jabu, de no ser porque Frauke de Osa Menor llegó a tiempo para detenerla.

—June, no creo que sea el momento para luchar entre nosotros —dijo la Santo.

—¿Qué más da? No vamos a salir de aquí… igual que Shun —contestó Camaleón, antes de sentarse ruidosamente sobre la madera.

—Dudo mucho que Shun, o cualquiera de los demás, quisiera que estuviéramos así de inquietos —dijo Geki, tratando de calmar las emociones. Dohko pudo escuchar como lloraba su alma, igual que la de los demás.

—¿Qué sabes tú de eso? —cuestionó June, llevando la cansada mano a su látigo, aunque no parecía tener fuerzas para usarlo.

—A Shun lo conozco desde que era niño, el ser más puro que he visto; con Ban luché en incontables ocasiones, desde antes de unirnos al Santuario, y sé cuál era su visión del mundo; Nachi nunca perdió de vista el objetivo de seguir viviendo, y lo dejó de lado cuando se convirtió en Santo; y con Seiya combatí cuando Ikki me convirtió en una de las Sombras de Reina de la Muerte, y me liberó a puñetazos… fue Seiya el que venció a ese mismo Ikki, y a Saga cuando todos los demás no éramos capaces de movernos. No se ha rendido nunca, y dudo incluso que la muerte pueda derrotarlo.

—Lo que es demasiado idealista —replicó Miguel de Paloma, escupiendo por vez enésima al mar negro—. Ya están muertos todos ellos, y seguiremos nosotros si no nos cuidamos de hacer nuestro trabajo, ¿no? ¿De qué sirven las palabras bonitas?

—¿Qué puedes decir tú siendo un novato aquí? —le espetó el apasionado Ían, que también era el segundo más viejo entre los Santos de Bronce.

—¿En serio van a poner a gritarse entre sí, cuando apenas y nos vemos? —inquirió sarcástico Kitalpha, el Santo de Caballo.

—¡Aquí el único con permiso de gritar soy yo, que tengo que ver toda esta mierd.a! —exclamó Holokai, desde el mástil mayor.

—¡Chicos, por favor, no es el momento…! —intentó calmar los ánimos el bobo de su discípulo, pero esta vez nadie escuchaba al Dragón.

—Geki, ¡solo nos haces sentir peor! —chilló Ichi, desde el otro lado del barco, en tanto el Oso se cubría la cara.

—No los voy a seguir tratando si siguen dejando así de sucio todo —murmuró la Santo de Ave del Paraíso, justo en medio de un desafortunado momento intestinal.

 

Bien, bien, con eso es suficiente, pensó Dohko. Ya todos los Bronces se gritaban entre sí, e incluso algunos soldados rasos habían salido a abrir la boca, liberando las tensiones, sacándose del pecho sus miedos más profundos y… esperados. Era lo lógico que tendría que pasar si enfrentas a la mismísima muerte en persona.

Lo mejor era si sucedía temprano, como ahora.

—¡Está bien, paren, paremos, tranquilicémonos! ¿Ok? Calmen esas emociones —interrumpió Dohko, dando fuertes palmadas con las manos y caminando hacia el centro del Navío—. Eso es, bajen un poco más la voz, no quiero tener que usar una regla, niños.

Ían, el Santo de la constelación de Norma, se sintió aludido, se puso rojo, y luego sonrió como el niñato que hacía mucho tiempo ya no era.

—Lamento alterarme —se disculpó June, mientras Frauke le acariciaba la espalda con aire de hermana mayor.

—No lo lamentes… tenía que pasar en algún momento —le tranquilizó Dohko—. ¡Oye, Holokai, si llegas a tirar tu desayuno desde allá, te prometo que no podrás masticar en un mes! Higía, tienes una linda voz, no la desperdicies solo en diagnósticos médicos y sarcasmos; Miguel, guarda los insultos para los Espectros, a veces sirven bastante; Ichi, tal vez deberías recortarte el cabello si vas a seguir pegado a la borda; y finalmente Venator, tienes el timón ligeramente inclinado a la izquierda. No queremos terminar en la próxima dimensión, ¿no es así?

La risa fue general. Algunas lágrimas pudo ver por allí y por allá, la primera siendo en el rostro liberado de tensiones de Jabu. Dohko recordó que eran jóvenes, pero ya había una experiencia grande detrás de sus acciones, habían vivido demasiadas cosas en poco tiempo, y no solo Shiryu o Hyoga.

—Gracias, maestro —dijo el primero, que al fin liberaba un suspiro de relajo.

—No lo digas; de hecho, esto me recuerda mucho a mi juventud. —Dohko dio un brinco a la parte alta de cubierta, donde Venator y Gliese se encontraban, y levantó la voz para que incluso las almas pudieran oírlo—. Aunque, técnicamente, yo soy tan…

—¡No es igual de joven que nosotros, maestro! —replicó Shiryu, adelantándose a un comentario al que, al parecer, ya todos estaban acostumbrados. Otro chiste a la basura.

—Detalles, detalles. Pero tienes razón… mi juventud estuvo en otra época. En ese tiempo, uno de los Santos de Oro era capaz de imitar las técnicas de los demás, otro había tratado de manipular a su hermano para asesinar al Sumo Sacerdote, otro era muy reacio a compartir con la gente por el veneno de su sangre, y otro se la pasaba bebiendo en bares mexicanos —relató el Sumo Sacerdote que deseaba cualquier cosa menos que serlo. Todo menos reemplazar a su más viejo amigo—. En aquel tiempo, niños, Sion fue escogido el nuevo Pontífice, y a pesar de nuestras diferentes personalidades, vivimos juntos el terror de dar la cara ante la muerte, tal como les está ocurriendo a ustedes ahora.

—¿Incluso usted le temió a Hades? ¿También el viejo Sumo Sacerdote? —inquirió Yuli, con el estómago aparentemente mucho más liviano.

—Por supuesto que sí. Sion no era pálido porque fuera su color de piel, jovencita. Eso y que, palidecía en comparación con mi bronceado natural. ¿Lo entienden? ¿Palidecer?

Esta vez no hubo risa, pero sí unos cuantos carraspeos y toses simpáticas. Eso era lo que necesitaba. En todas las épocas, los Santos de Atenea podían trabajar unidos como hermanos estelares, compartir tristezas, enfados y alegrías. Eran humanos; esa humanidad era, según Dohko, lo que los ponía por sobre los dioses. Eso es lo que convertía a Atenea, una diosa en cuerpo humano, en alguien tan importante para ellos.

—Dohko, ya estamos listos —anunció Shaina, que subió a cubierta junto con los otros dos Santos de Plata, Kazuma y Asterion—; trazamos un plan para que cada uno de nosotros tenga un… ¿pero qué diablos pasó aquí?

—Escuché unos gritos, pero pensé que fue mi imaginación —dijo Asterion.

—¿Por qué tanta cara larga? —preguntó Kazuma, apoyándose en una Shaina más que incómoda por su gesto—. ¿El señor Dohko dijo otro de sus chistes?

—Sí, lo hice —se excusó Dohko, con una sonrisa. Había trabajo que hacer—. Ya que todo está arreglado puedo dedicarme a otra cosa. Asterion, quedas al mando; Shaina, Shiryu, Hyoga, vengan conmigo a la cámara principal.

Los tres Santos lo siguieron, pero claramente solo Shiryu imaginaba la razón. Los otros dos cruzaron una mirada confundida, y caminaron preocupados.

—Oye, Dohko —intervino Venator, que cerraba un ojo mientras intentaba ver a lo lejos, como si pudiera medir distancias solo con el otro—, hay algo raro, tengo hace un rato la sensación de que estamos en bajada. ¿Es normal?

—¡Es cierto, esta cosa está inclinada! —vociferó Holokai, desde la cofa.

—Por supuesto que estamos bajando… el infierno está construido en bajada. ¿No les dije, acaso?

La cara de hastío de los presentes fue tan poderosa que Dohko dio un paso atrás y soltó una risa nerviosa. Estaba seguro de que se los había dicho, pero supuso que si bien su cuerpo había recuperado la juventud, la mente… bueno, la mente era otra cosa.

—¿Qué significa eso?

—No sé los detalles, pero el Inframundo, en tanto santuario del rey Hades, está construido hacia abajo en círculos concéntricos, comunicados por los cinco ríos, más el Erídano, en la entrada. Por lo que sé, hay ocho grandes territorios que pueden recorrerse siguiendo la línea del Aqueronte, pero también puede cambiarse de rumbo a través del cambio de corriente a los otros ríos, aunque es más peligroso. El caso es que, por eso es que estamos bajando, porque estamos en terreno de Hades. Venator, vira un poco más a la derecha… no, a mí derecha, no la tuya… eso es.

—Lo de los círculos concéntricos me recuerda mucho a la Divina Comedia —dijo Nam, con perspicacia y lógicas dudas que Dohko no tardó en resolver, a su manera.

—Por supuesto que sí. Dante se acercó mucho con su libro a cómo es el infierno, y eso es debido a que Beatrice era una Espectro y le relató bastante. En fin, no perdamos más tiempo, síganme ustedes tres.

Dejando a medio mundo preguntándose si les habían mentido, y a la otra mitad con una expresión de desconcierto que no podía ni calcularse, Dohko bajó a la cámara junto a los tres jóvenes. Al menos el dilucidar si era verdad o no los tendría ocupados en el largo viaje.

 

—Se preguntarán por qué les traje aquí —comenzó Dohko. Ni Hyoga ni Shaina le respondieron, estaban de brazos cruzados y con expresión facial tanto de inquietud como de firme determinación.

—¿Es por lo que me dijo antes, maestro? ¿Lo de “morir”? —Esta vez, fue Shiryu el que se ganó las miradas de confusión, pero estas rápidamente se voltearon otra vez al Santo de Libra, que asintió.

—Sí. Shaina, Hyoga, le dije a Shiryu hace unas horas… o, creo que son unas horas, ya no lo sé… el caso es que, pensé, ¿qué pasaría si alguno de nosotros necesitamos dejar el barco para enfrentar los desafíos que encontremos? El Navío de la Esperanza es muy resistente, no será destruido, pero es principalmente necesario para recorrer el infierno y vencer a los Espectros que quedan. Sin embargo, puede que necesitemos separarnos y que algunos de nosotros bajen a terreno directamente, ¿no les parece? De hecho, hasta podría resultar útil para atraer las miradas a nosotros, lejos del barco.

—Concuerdo —asintió Hyoga con los ojos cerrados, absorto en sus reflexiones—, y para ser honesto, yo no tenía pensado quedarme a bordo todo el tiempo.

—Pero no podemos —refutó Shaina—. Por algo vinimos en este barco, porque la ley de Hades impide que podamos actuar en el Inframundo si dejamos de tocar la madera del Navío, ¿no es así?

—Se convertirían en criaturas sin consciencia, sí. Poco a poco irían perdiendo su identidad, y luego se unirían a las almas en su tormento eterno, incluso si van con todo y sus cuerpos. Por eso es que necesito enseñarles sobre el octavo sentido…

—¿El octavo qué?

 

Dohko pasó un buen rato explicando lo que sabía de ello. La octava consciencia de la que Shaka hablaba tanto, que impedía a un alma ser absorbido por las rígidas leyes de la muerte, el estado final del ser humano en el Cosmos.

“Todos los seres humanos lo despiertan al morir, automáticamente”

“Un sentido que reside en un área distinta al del Séptimo”

“Conectarse con la esencia de la vida y la muerte”

 “Abrir el tercer ojo”

“Consciencia Alaya”

Todo eso les relató a los tres Santos, estupefactos ante sus palabras. Incluso Hyoga se había quedado con la bota abierta por un rato. «Aún tengo el toque», pensó Dohko.

—Entonces… según Shaka, ¿más allá del Cosmos está algo que nos puede hacer inmunes a la muerte? ¿“Alaya”? —preguntó Shiryu.

—Si así fuera, ¿por qué no enseñarnos a todos a despertarlo? —inquirió Shaina.

—Porque es fundamental haber despertado antes el Séptimo Sentido —contestó Dohko, con pesadez de corazón—. Si no fuera así, me esforzaría por lograr que todos los Santos aquí presentes despertaran el Séptimo Sentido, pero lamentablemente no se puede. Solo ustedes tres lo han logrado.

—Por lo que entiendo, Atenea también aprendió ese secreto, gracias a Shaka, ¿no es así? —intervino Hyoga—. Por eso Sion nos dijo que, en realidad, Atenea no abandonó la batalla.

—Así es. Ambos despertaron la consciencia Alaya y son capaces de conservar su esencia e identidad como almas en el Inframundo, y lo lograron a través de innumerables clases de reflexión, ética, filosofía, espiritualidad, religión y varios libros del Santuario que preceden por muchísimo mi época.

Shiryu pareció emocionarse ligeramente por la revelación, pero no ocurrió así con Hyoga y Shaina, que soltaron un bufido y una maldición, respectivamente, por lo bajo. Lo más evidente era visible, y no tenían ánimos ni tiempo para pasar por todo lo que Shaka y Atenea tuvieron que pasar, para abrir su tercer ojo.

—No se preocupen, haremos un filtro de todo ese aprendizaje; realizaremos lo que, podría decirse, es una clase express del Octavo Sentido. Yo pasé por el proceso extendido mientras estuve sentado frente a la cascada, y les aseguro que es soporífero.

—Espere… ¿usted ya despertó la consciencia Alaya? —se sorprendió Shaina.

—Hace muchísimo tiempo, solo que no me di cuenta hasta hace poco. De no ser por las enseñanzas de Shaka que tuvimos telepáticamente durante estos meses, no habría descubierto que ya había abierto el tercer ojo, ni menos habría sabido que puedo forzarles a ustedes a hacer lo mismo de manera más rápida.

—¿Y cómo hará eso? “Forzar” no suena muy seguro.

—Es sencillo. En el Santuario, hay dos Santos que utilizan habilidades espirituales, que pueden controlar almas y, limitadamente, el curso de la vida y la muerte. Cáncer y Libra. Es decir, uno era DeathMask; el otro, aunque no lo crean, soy yo.

Dohko extendió el radio de su Cosmos, y rápidamente golpeó en el pecho a los tres Santos, por sorpresa, aplicando una presión gigantesca sobre la luz de sus almas que solo él podía conocer. Si no hubiera sido por sorpresa, el truco no habría funcionado, y se preguntó si se hubiera atrevido a hacer algo así con la diosa Atenea, en caso de que Shaka no hubiera concluido su entrenamiento.

—¿Pero qué…?

—¡Ah! ¿Qué hace, maestro?

—¿Qué es esto? Me siento muy pesada…

—Tranquilos, no los estoy atacando en verdad —dijo Dohko, dando un paseo en rededor de ellos, apoyándose en los escritorios, las sillas y las mesas cada vez que requería aplicar presión cósmica nuevamente—. Estoy cambiando las propiedades de sus almas para que crean que ustedes están muertos.

—…¿¡QUÉ!? —fue la pregunta que resonó al unísono en las gargantas de los tres Santos, completamente paralizados en el suelo de madera, rodeados por ondas de luces doradas que salían de sus manos. Dohko comprendió que no había sido la manera más adecuada de explicar.

—Lo diré de otra manera: Shaka descubrió que la vida y la muerte, en sí mismos, no son solo opuestos, sino que se complementan, y son dos estados naturales de una sola esencia. En otras palabras, según Shaka, la muerte es solo una manera alternativa de estar vivo. Les.haré creer a sus almas que estar vivos y estar muertos son la misma cosa.

—M-me siento… agobiado… triste —musitó Shiryu, que habría caído de rodillas de no ser porque estaba congelado por el Cosmos de Dohko. Hyoga conservaba los ojos cerrados y hacía crujir los dientes, y Shaina parecía estar sumamente enferma.

—Me duele el estómago… la c-cabeza… t-todo…

—Sí. Lo que haré con ustedes será hacerles experimentar algo muy parecido a lo que es la muerte. Lo lamento, pero la única manera de acelerar el proceso es haciendo que sea así de brusco y doloroso. Puedo parar si desean, antes de comenzar de lleno, porque nadie aquí está obligado a hacer nada contra su voluntad; pero también lo diré de nuevo: será muy útil para nuestra victoria si ustedes tres despiertan su Octavo Sentido. ¿Están de acuerdo con seguir el proceso?

“Sí.”

Se escuchó algo bajo, pero fue muy claro el visto bueno musitado al unísono por aquellos tres valientes. Dohko no podía estar más orgulloso de ellos, y una vez más se dio cuenta de que esta sería la generación definitiva de Santos. El destino de la última guerra santa correría a partir de ellos.

«Lo logramos, Sion. Hicimos un buen trabajo, al final».

—¿Q-qué ocurrirá ahora?

—Experimentarán lo que para ustedes sea la muerte. Mientras estemos en el río Erídano, el tiempo corre de manera distinta, así que podremos acelerar el proceso… pero les aseguro que no será lindo. Tendrán miedo, ira, agobio y vergüenza, revivirán el pasado y su dolor inserto como cicatrices en su alma. La muerte es la otra cara de la moneda, el doble de la vida, y el Séptimo Sentido es la llave para ascender a la consciencia de estar muertos. Ophiucus, Draco, Cygnus, les ordeno que no intervengan —les indicó a las armaduras, tal cual como Sion solía hacer, y sintió que ellas obedecieron—. Lo que saben del mundo está a punto de cambiar para todos ustedes.


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Rexomega

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Publicado 25 noviembre 2019 - 18:34

Saludos

 

Mi último review, que por lo que veo no publiqué, fue del último capítulo de la página 31. Mucho ha pasado entonces, mucho he querido comentar (si Origin iba a afectar en algo esta historia, que vi a un caballo de nombre Nube en una saga fantástica de nombre y me acordé de El Mito del Santuario, lo terrible que puede ser una novelización oficial frente al tremendo trabajo que has hecho con el universo de Saint Seiya...) y otras estoy decidido a hacerlo en cuanto me ponga al día con este quinto arco, que tanto esperé desde que dijiste que sería muy distinto al manga original. Con ello no quiero restar ningún mérito a otros arcos más fieles a los ya conocidos, pues como acabo de decir, uno puede escribir sobre una base ya hecha y crear un auténtico desastre, solo que la saga de Hades es a un tiempo una maravilla y un desastre en la obra original. Una maravilla porque ofrece grandes cosas, tiene giros de trama que luego se repetirían hasta el infinito (el de los traidores que no son traidores, por ejemplo), tiene ese aire de que se avecina la mayor batalla de todas... Y luego, nada, combates que se resuelven con el cacareado discurso de que cuando ves una técnica, ya no sirve. Infierno y Elíseos no estuvieron a la altura de mis expectativas, si bien hay momentos emblemáticos e incluso un buen Santo de Plata, para variar, ¿lo estará Mito del Santuario?

 

¡Sobre todo podré dejar al fin las odiosas comparaciones entre la obra original y esta! Ambas se hicieron en un contexto y formato distintos, así que no está del todo bien hacerlo, asumo que cualquiera que me lee entiendo que cualquiera que haya hecho es como lector, pero bueno, dejemos de dar vueltas y... ¡Comentemos!

 

Como siempre, esa norma no escrita (¿o sí escrita?), de que el protagonista del prólogo muere en el mismo prólogo le da un sabor especial. No es tan impactante como el del arco 4, donde si recuerdo bien, el punto de vista era Jamian... y me encontré preocupándome por Jamian... ¡Jamian! No, el de aquí es un espectro, que por supuesto va a morir. Con todo, hay tres puntos que le dan una fuerza especial. El primero es toda esa atmósfera de misterio, en lo que sucede y en lo que es Seiya, es un tono que le va mejor a este universo de lo que uno cabría esperar. El segundo, no estoy muy seguro de cómo llamarlo, porque le iba a decir camaradería, pero... ¿La hay entre espectros? Edward respeta a Caronte por laborioso, pero no por su codicia que le viene del mito. Sin embargo, el mero hecho de verlos relacionarse, fuera de una batalla, evocando que incluso hay una forma de vida para los espectros entre guerra y guerra, es agradable. ¿Carón? ¡Eso me trae recuerdos, buenos recuerdos! Por último, está el final. No creo que llegue a meterme en la cabeza de Edward, primero porque tuve que buscar el nombre, al pensar que pertenecía a un gaiden que no pude leer, y segundo porque me quedé un poco extrañado con todo el asunto del aire en el cosmos, pero en el momento final quedó muy bien ilustrado lo repentino que puede ser morirse para quien... bueno, se muere... La existencia de los espectros es bastante sombría, ¿cambiará cuando los chicos de bronce den otro golpe de Estado?

 

Los santos de Atenea son humanos. A veces, ya sea que uno lea o escriba una historia sobre ellos, se puede olvidar de ese pequeño detalle. ¡Y es que son los santos de Atenea, hacedores de milagros! ¿Cómo van a tener miedo? ¿Cómo van a dudar? Bueno, a Shaina le pasó, y es normal que fuera así por cómo has ido construyendo el personaje. Por fortuna, ahí llega Dohko, quien pese a su no tan reverente forma de ser, o acaso por eso mismo, sirve de ayuda, incluso si será Shaina la que deba buscar sus propias respuestas al final. Aprecié ese diálogo con Asterion, ese eterno olvidado, muerto off panel en la obra original, primero porque me ayuda a visualizar lo que se contará en el capítulo siguiente: el ejército de Atenea es, realmente, un ejército. No es solo un puñado de bronce y otro puñado de oro, sino que hay más gente involucrada, con sus puntos de vista incluso. Pero más importante que eso es esa sensación de hermandad. En el pasado quizá alguna vez me viniera muy de repente esa aseveración de que los santos de plata eran una familia, quizá porque me lo decían, quizá porque yo era muy olvidadizo. Aquí lo siento, en el trato, en esa mención a Moses. Siento de verdad que ese tipo era un compañero de Shaina y Asterion, no solo uno de los que tuvieron la mala suerte de no tener libreto para la fase 4 de Mito del Santuario.

 

Honestamente agradezco mucho estos capítulos. Es vital para que nos importen los personajes que van a luchar, percibir en ellos algo más que gente que va a luchar como siempre, pero bueno, hablamos de Saint Seiya y debe haber acción. Me dio mucha curiosidad el diseño de ese trío de espectros con el que luchó Shaina, estaba preparado para decirte que eran idénticos a cierto grupo eco-terrorista, al mando de cierto personaje que me cae... Diablos, ¿quién atacó a Shaina? ¿No es ella, verdad? ¡No puede...! Bueno, sea como sea, sin duda lo sabremos en el infierno. 

 

No tengo muy claro por qué me extraño siempre que veo a Dohko algo irrespetuoso, como si en su mejor etapa, la de viejo sabio, fuera el hombre más serio del mundo. Quizá es por las veces que en esta franquicia se exagera dicha facultad, quizá porque me monto mi película y tardo en adaptarme a algo distinto, no sé, sea como sea, fue un buen capítulo. De verdad me creo que en ese momento Dohko es el líder, no el hombre al que ir a pedir consejo, aunque tenga un modo muy particular de liderarlos. Como siempre, seré práctico antes de entrar al lado emocional, y diré que aprecio bastante este tipo de momentos, de un ejército preparándose para una gran batalla. Van al infierno, claro, uno no puede ir de cabeza al infierno y esperar salir y cantar victoria, ¿cierto? Como mínimo, eso te llevaría a unos treinta años pegado a una silla de ruedas, bajo el cuidado de una diosa abnegada. La inclusión del Navío de la Esperanza, como herramienta para acceder al Hades, me parece estupenda, y un buen medio para que el mundo alrededor de Hilda tuviera un peso en este arco. Desconozco tu opinión al respecto, pero si bien sé que todo el concepto del barco mágica en Lost Canvas no fue muy bien recibido, yo no tuve mucho problema con eso, era un barco antiguo con ayuda divina. Había más explicaciones de las que suele haber con ese tipo de navíos. 

 

Ahora, dentro de todo ese ambiente de preparación, muy necesario para lectores que quizá ya no tengan una memoria a prueba de bombas, lleva un duro golpe. Algunos de los que había dudas, como el noble Shun, han muerto, y los santos de Atenea no son indiferentes al respecto. Les ha impactado sobremanera, y eso es bueno, pues al menos yo no concibo nada como épico si no es de alguien o algunos enfrentando lo imposible. Asaltar al infierno puede ser tanto imposible como un paseo, según cómo se escriba, puede ser duro, incluso, teniendo tan pocos hombres... ¡Y encima a algunos ni los pueden incluir en el listado oficial, como al bueno de Kanon! Pero para que resulte imposible no basta con que en teoría lo sea, hace falta oler miedo en quienes no deberían tenerlo, hace falta saber que pueden y que deberían tener miedo dada la gesta que van a realizar. De ahí en adelante, admito que no esperaba que ninguno se negara a luchar, pero sí que se construyó la atmósfera perfecta para que esa decisión no sentara simplemente como lo que hacen los héroes. Las cosas que suceden importan y eso es muy, muy bueno. Y ya que en este universo Thanatos sí mató a Seika, pero antes de que todo se pusiera en movimiento, por el tema de ser la muerte y eso, ahora lo que suceda al Santuario va a ser muy distinto, pero sospecho que igualmente requerirá de lucha. El misterio de Marin tendrá que esperar a que las musas animen a Felipe a no quedarse en la saga de Hades, pues no será parte de los eventos principales... ¿O sí? De momento sigo teniendo en la cabeza el guion base que no es tal, de que sucederá, más que una historia nueva, la historia con eventos sustitutivos. ¿Cuándo entraré en razón? ¡Pronto, espero!

 

¿Yuli era española en Gigantomaquia, es cosa de tu versión de ella o yo leí mal y es otro personaje quien es español? (Bueno, aparte de Kazuma, ¡muy bueno verle, por si no lo he dicho antes!). 

 

Del siguiente capítulo, primero resaltar esto:

 

 

—No te pido que dejes de recordar lo que viste. Pero seguramente Shun no querrá venganza, sino que tu supervivencia.

 

Hay un que colado por ahí.

 

En la línea del anterior y el de Shaina, es un capítulo preparatorio, pero más incluso que eso, ya que hablamos de un protagonista. Si ya impacta ver a alguien como Shaina temer, más aún lo es ver a Shiryu... Pero, ¿qué menos podría sentir ese muchacho, con tantas muertes? Me llamó especialmente la atención la referencia al castillo de Hades. Cuando lo nombraron, pensé que hablaban de la barrera, después vi que no y evoqué el flashback de Pandora en el manga original, donde se supone que todo el lugar está muerto. Es un trasfondo estupendo para un escenario poco explotado, uno de esos lugares terribles a los que van los héroes, enfocados sin embargo en su propia tarea épica. Me sorprendió que generara un impacto en Shiryu, sobre todo porque me recuerda que se supone que enfrentar al mundo de los muertos es algo loco, por decir lo menos.

 

La venganza es un tema que han tocado tres protagonistas de forma directa. Ikki no pudo llevarla a cabo, Shun habría preferido no hacerlo, Shiryu lo hizo y acaso pretende hacerlo de nuevo. ¿Las palabras de Dohko lo cambiarán? El tropo de la venganza es usado desde toda suerte de ángulos, a veces es el fin de la historia, en muchas ocasiones el clímax es que no ocurra porque mata el alma y la envenena, y algunas sorprenden. Solo los dioses, Felipe y puede que Placebo sepan lo que acontecerá, pero lo que sí es cierto es que solo por ver relacionarse a esos dos como maestro y discípulo hace que valga la pena este capítulo, independientemente de si Shiryu va luego como un kamikaze. Él, que ha vivido tanto, él que enfrentó, incluso con armas de Libra, a muchos espectros poderoso, tiene para devolverle un poco de sensatez a su alumno, se agradece que ahí solo hayan unas mínimas pinceladas de humor, pues son momentos complicados que la comedia a veces puede desequilibrar. Todo lo referente al estilo de combate es la guinda del pastel, te evoca a esas películas de artes marciales de antes, algo que queda muy bien para ese par. Buen inicio del arco 5 para Shiryu, sin duda.

 

En cuanto a ese método para entrar al Hades... Bueno, desde su concepto me deja algunas dudas, que no puedo decir que haya podido resolver. En el primer tercio de la saga original de Hades, te deja de piedra ver cómo Saori se suicida, siendo Saga solo un medio para ello, después de que lo hiciera Shaka, todo para invadir el reino de Hades y... Después están los protagonistas, que se arrojan por un agujero y entran al infierno igual, solo con una explicación de Dohko. Se siente que todo lo anterior fue enrevesado de más, al menos un poco. Por lo pronto, que Dohko tenga que enseñar ese truco ya es un avance, veamos cómo sigue.

 

Lo dejo por aquí, a ver si poco a poco me pongo al día. ¡Hasta el próximo...! Oh, rayos, tema equivocado. ¡Ánimo, Felipe! La historia va bien. No soy quién para decirte nada sobre si esta historia debe seguir más allá de Hades, pero sí diré que estaré al pendiente de este arco y con muchas ganas de que puedas escribir lo que querías contar después. Bastantes, la verdad.


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#707 carloslibra82

carloslibra82

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Publicado 26 noviembre 2019 - 21:15

Hola, mi estimado Felipe. Me gusta como marcha esto. Describes muy bien el inframundo y todo lo demás. Me agrada también el aire como siniestro que le has dado a los magnates, realmente, me asustan bastante más que en la historia original. Verdaderamente imponen. Me imagino a quien vio Radamanthys como avatar de Hades, pero no descarto una sorpresa increíble de tu parte.

También me agradó como plasmas las sensaciones de los personajes, y como humanizas a los santos ante sus emociones. Y el Dohko que has creado tiene un aire de seriedad/superficialidad mezclados que me encanta. Me ha agradado mucho su personalidad. Lo que sí me sorprendió fue el método de enseñanza del octavo sentido que utilizas (Dohko en este caso), pero ese modo tiene mucha más coherencia que en el clásico, donde lo despertaron porque tenían que hacerlo no más. Quiero ver ese proceso, y las batallas, que serán, me imagino, totalmente diferentes. Un saludo, compañero, y sigue por este camino!!



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Publicado 07 diciembre 2019 - 22:35

Saludos

 

Mi último review, que por lo que veo no publiqué, fue del último capítulo de la página 31. Mucho ha pasado entonces, mucho he querido comentar (si Origin iba a afectar en algo esta historia, que vi a un caballo de nombre Nube en una saga fantástica de nombre y me acordé de El Mito del Santuario, lo terrible que puede ser una novelización oficial frente al tremendo trabajo que has hecho con el universo de Saint Seiya...) y otras estoy decidido a hacerlo en cuanto me ponga al día con este quinto arco, que tanto esperé desde que dijiste que sería muy distinto al manga original. Con ello no quiero restar ningún mérito a otros arcos más fieles a los ya conocidos, pues como acabo de decir, uno puede escribir sobre una base ya hecha y crear un auténtico desastre, solo que la saga de Hades es a un tiempo una maravilla y un desastre en la obra original. Una maravilla porque ofrece grandes cosas, tiene giros de trama que luego se repetirían hasta el infinito (el de los traidores que no son traidores, por ejemplo), tiene ese aire de que se avecina la mayor batalla de todas... Y luego, nada, combates que se resuelven con el cacareado discurso de que cuando ves una técnica, ya no sirve. Infierno y Elíseos no estuvieron a la altura de mis expectativas, si bien hay momentos emblemáticos e incluso un buen Santo de Plata, para variar, ¿lo estará Mito del Santuario?

Buuuuuuuuuuenas noches, señor Rexo. Una sorpresa increíblemente grata verle de nuevo por acá. Eso me agrada. Como puse en la Elección del Nuevo Patriarca no puedo comentar y responder todo lo que quisiera, por mis obligaciones, pero haré lo que pueda para pagarte el trabajo y la sinceridad que mostraste comentando.

Te agradezco mucho tu comentario, siempre tan preciso. Lo primero que hice fue arreglar el pequeño colado en el archivo word, gracias por eso. Lo segundo sería preguntarte dónde fue que viste a la tal "Nube", me siento interesado. Y más cuando mencionas esa promesa que hice sobre lo que sería este quinto arco, y que te gustaran los anteriores a pesar de que varios lo llaman, espero que cariñosamente, "iMito del Santuario" xD Bueno, sí, espero estar a la altura. De verdad que sí.

Curioso que mencionaras lo de Jamian porque al día siguiente de que escribieras tu comentario, mi pareja leyó ese capítulo por primera vez (me lo pidió porque le salieron varios Jamian en el Awakening) y también quedó pensando "¿por qué me preocupé de alguien como Jamian?", pero supongo que esa era la idea. Al fin y al cabo es un Santo de Plata; Edward, en cambio, no lo es, y no espero que se preocupen. A estas alturas, ya se sabe que va a morir, y más vale que lo haga por ser así de poco respetuoso con sus superiores, y por tener motivaciones propias. ¿Qué es eso de NO pensar en Hades todo el tiempo? ¿Qué es eso de tener personalidad? La verdad, Placebo me ha ayudado harto con eso de darle un cerebro y un corazón a los personajes, incluso a los malvados. Varios de los que aparecerán en este arco fueron y serán creados, de hecho, por ella. También lo fueron cinco o seis de los Santos de Bronce que subieron al Navío de la Esperanza. Y por cierto, Edward es uno de los tipos que mató Asmita en el Canvas, en la torre. Olvidable completamente.

 

Ya que preguntas, usé al barco porque justamente tampoco tuve problema alguno con el barco en sí, en el Canvas. Me aburrió un poco la trama, porque Sísifo es un poco simple en sus ideales y Aiacos demasiado exagerado, pero me gustó mucho más que, digamos, el arco de Degel y Kardia o casi todo lo de los Templos Malignos. Y ya que le daba importancia al reino de Hilda, y así incluía a los Santos en esta aventura, pues cómo no hacerlo. Y sé cuánto te gusta Shaina jaja Y claro, ahí entra todo el asunto de dejar las peleas un rato en stand by y mostrar a estos Santos, a estos humanos, como tales. Mostrar sus miedos e inseguridades, mostrar que interactuan y piensan de manera diferente, que buscan seguridad, pero también son soldados valientes (no me demandes, Kuru). Lo he querido mostrar desde el primer volumen, generalmente en los capítulos de Shaina y Aiolia, y quiero seguirlo haciendo hasta que se me acaben las fuerzas. Hasta hace un tiempo pensé en terminar la historia en Hades, dada la falta de lecturas, y luego conversé contigo y mi editora, y llegué a la conclusión de que iría en contra de mis principios, como sabes. Escribiré la historia que quiero escribir, que ya habrá alguien que la lea. Así que Marin y su secreto tendrán que esperar, pero no lo harán para siempre.

 

Muchas gracias por estar ahí también siguiendo mi narración, compañero. Saludos.

 

 

 

Hola, mi estimado Felipe. Me gusta como marcha esto. Describes muy bien el inframundo y todo lo demás. Me agrada también el aire como siniestro que le has dado a los magnates, realmente, me asustan bastante más que en la historia original. Verdaderamente imponen. Me imagino a quien vio Radamanthys como avatar de Hades, pero no descarto una sorpresa increíble de tu parte.

También me agradó como plasmas las sensaciones de los personajes, y como humanizas a los santos ante sus emociones. Y el Dohko que has creado tiene un aire de seriedad/superficialidad mezclados que me encanta. Me ha agradado mucho su personalidad. Lo que sí me sorprendió fue el método de enseñanza del octavo sentido que utilizas (Dohko en este caso), pero ese modo tiene mucha más coherencia que en el clásico, donde lo despertaron porque tenían que hacerlo no más. Quiero ver ese proceso, y las batallas, que serán, me imagino, totalmente diferentes. Un saludo, compañero, y sigue por este camino!!

Muchas gracias Carlos, un gusto verte por acá de nuevo. Genial que te agrade cómo está hecho el Inframundo, a pesar de que, a diferencia del Santuario y el Reino Submarino, no lo cambié tanto. Es, al final, un montón de piedras por ahí y por allá. Lo interesante es cambiar las Prisiones, eso sí que sí.

Humanizar a los personajes es vital para lo que deseaba con Mito desde el inicio. Intentarlo, al menos. Kuru creó una fantástica historia, pero unos personajes sencillamente mediocres, que tomé como base para otorgarles un cerebro (con ayuda de Placebo, eso sí). Y también, claro, arreglar los fallos argumentales, como lo del octavo sentido, que no tiene pies ni cabeza en la historia original. Sobre las batallas, ahora justo vamos a empezar con ello.

Saludos!

 

 

SEIYA I

 

Ribera del Río Aqueronte. Inframundo.

«Dios mío, qué jaqueca».

No tenía idea de dónde se encontraba. Bueno, era obvio que era el infierno, pero no podía saber qué parte del infierno. Tampoco sabía cómo era que estaba en el infierno; estar, en el sentido de ser. Existir. ¿No que si caía al Inframundo se convertiría en un alma más del sitio? Para eso era el aguitado barco, ¿no? No lo pensó muy bien cuando se arrojó con Radamanthys. Estaba tan furioso, Shun había…

«Oh, no, Shun». ¿Cuántas veces se había lamentado ya, cada vez que recordaba la muerte del ser más puro que conocía, uno de sus amigos más queridos? Tal vez el más querido, uno de sus hermanos bajo las estrellas. Hicieron rodar su cabeza por el piso, con eso bastó para que Seiya perdiera los estribos. Juró que se vengaría… mataría a todos los Espectros que se le pasaran por delante si era necesario, pero sus ojos y puños estaban principalmente destinados para Radamanthys de Wyvern y sus cuatro guerreros.

Pero tampoco sabía dónde estaban ellos. ¿Lo habrían dejado tirado a su suerte, pensando que estaba muerto? Aquel Espectro que se encontró cuando despertó, parecía también había creído que Seiya estaba muerto, y éste le quitó la vida casi por instinto. Tantas vidas había quitado. Como la parca de los cuentos que relataban a los niños del orfanato para asustarlos… pero tampoco se arrepentía. Después de que Shun y Saori perdieran la vida, lo demás no le importaba un rábano. Sacaría a Saori del Inframundo y vengaría a Shun. La vida, para la perspectiva de Seiya, se había vuelto así de simple.

Pero sería muchísimo más fácil si supiera dónde carajos se encontraba. Para todos lados había un cielo rojo, sin estrellas, infinito. Y piedras. Miles y miles de piedras; habría jurado que vio la misma más de una vez, repetida, como esos gatos de aquella película antigua… ¿cómo se llamaba? ¿La de los tipos de negro con gafas oscuras que sabían todas las artes marciales y se metían a la Internet, o algo así? Nunca la entendió muy bien.

Lo peor era los Esqueletos que se iba encontrando. Estaba repleto hasta donde se podía ver, y cada vez que uno se topaba con Seiya, éste se veía obligarlo a callarlo con sus puños. No estaba seguro, pero le parecía que no era el mejor momento de dejarse ver. ¿Y los Espectros? ¿Los de verdad? Se había cargado posiblemente tres por sorpresa, antes del aguitado terremoto que activó su sentido de alerta como nunca antes. Uno representaba a un burro, otro a un ácaro (de hecho, esa era mujer, y se dio cuenta después de ya haberla asesinado… ¿lo habría hecho de haber sabido antes, o de verdad ya nada le importaba?), y el último… ¿era un hyosube[1]? Parecía serlo[2].

Pero desde hacía un rato había logrado divisar una gran estructura a lo lejos. Era como el arco del triunfo, con unas palabras en griego antiguo en la parte de arriba, que decían que abandonara la esperanza. Estaba hasta los dientes de Esqueletos y Espectros, por lo que no estaba muy seguro de cómo entrar. ¿Golpeándolos a todos y arriesgándose a la muerte? No le complicaría hacerlo, de no ser porque aquel terremoto lo había dejado levemente paranoico, y porque todavía tenía el mismo terrible dolor de cabeza desde que despertó. ¿Sería porque se estaba acostumbrando, literalmente, al infierno? Ahora, esa era la única explicación que se le ocurría.

Se decidió por el truco más sencillo del mundo, y al mismo tiempo el más difícil de llevar a cabo. Si iba a llamar la atención de todo el mundo, tenía que ser con algo especial, un espectáculo de fuegos artificiales.

Concentró su Cosmos en el puño derecho y se preparó para la carrera de su vida. Oculto tras una montaña, Seiya rasgó el aire y disparó un potente Cometa al otro lado del lugar donde estaba, al extremo opuesto del arco ese. La mayoría reaccionó como esperaba el Santo de Pegaso, dirigiendo su atención al sitio donde se formó una humareda azul; los más listos y atentos se percatarían de buscar desde dónde había venido el ataque, mirando en dirección a donde estaba Seiya… por eso tuvo que ser rápido.

Afortunadamente, gracias al intenso entrenamiento de Marin, tan focalizado en la velocidad, Seiya se había convertido en el Santo de Bronce más rápido de todos. Cuando el Cometa hizo contacto con la tierra, Seiya ya había comenzado a correr, y cuando la masa de Esqueletos y Espectros miró la luz azul estallar, Pegaso ya se había metido entre el par de guardias en la Puerta, cruzándola sin hacer ruido.

Se dio la alarma. Los Espectros comenzaron a buscarlo por todos lados. Seiya ya se había adelantado, cuando se dio cuenta de que un Esqueleto lo estaba mirando de frente. ¡No estaba allí antes, cuando Seiya estaba en pleno cruce de la Puerta! ¿Por qué tenía que ser tan raro el infierno? Era como si hubiera cruzado a otro plano dimensional, así como cuando Saga usaba su Otra Dimensión o DeathMask sus Ondas Infernales.

Debió ser rápido, preciso… y nuevamente, muy despiadado. Tapó la boca del viejo Esqueleto antes de que pudiera dar la alarma. Luego, giró en el aire por sobre él y quebró su cuello con la mano libre, aterrizando justo detrás del desgraciado. Al tocar el pedregoso suelo, lo primero que hizo fue buscar con la mirada alguna colina donde ocultarse, pero lo que encontró fue algo muchísimo más aterrador.

 

Era un mar… ¡un mar infinito! Seiya había estado muchas veces frente al mar, por supuesto. En la Tierra. Pero jamás había visto algo así. Era de aguas doradas, la ribera se extendía hasta el infinito hacia los lados, no conseguía captar algún extremo. No era capaz de adivinar su profundidad, pues era oscura en todos lados, como un oro sin brillo. A lo lejos pudo percibir unas olas que, de existir cerca de Japón, se habrían tragado no solo al país, sino a toda Asia.

Un mar sin fin, en cuyas arenas se hallaban un sinnúmero de plantas secas, como flores marchitas, así como las mismas almas convertidas en llamas azules que había al otro lado de la Puerta (la que, por cierto, había desaparecido en su totalidad; detrás solo había tierra, rocas y eternas flores sectas, y le pareció mejor no mirar tanto para no perderse en la locura). Después de matar al primer Espectro y correr con la más terrible versión de su jaqueca actual, ya había conocido a esas llamitas azules, las cuales, si se acercaba a ellas, se transformaban en personas semitransparentes, en quienes habían sido en vida. Ya había atravesado ese pavor, la confusión, la angustia y el terror.

Cuando era niño y todavía vivía con Seika en el orfanato, se preguntaba a menudo qué pasaría cuando muriera. Siempre de noche, desde luego, cuando no hay nada más que hacer que sentir miedo por algo. Su hermana llegaba a su habitación, le confortaba y se sinceraba: no sabía lo que había después de la muerte, pero debía ser maravilloso para un joven tan dulce como era Seiya… ahora se enfrentaba a la realidad. La muerte. Ella estaba muerta también.

Cientos, o miles… o quizás millones de esas almas haciendo fila en la ribera, para subir al barco más grande que Seiya hubiera visto en su cain vida. Lo primero que pensó fue que, si el Navío de la Esperanza no era igual de grande, iban a estar en muchísimos problemas. Era cosa de que le pasara por encima, de alguna manera.

Tenía grandiosas velas negras que casi alcanzaban el cielo e innumerables remos a babor y estribor. Era oscuro, no había nada que no fuera de un lúgubre color negro, solo podían admirarse los detalles debido a las otras luces, de donde fuese que proviniesen (las estrellas del cielo eran claramente falsas, así que no sabía cómo había luz allí).

Lo más curioso de todo era que aquel barco tan grande parecía estar tripulado por un solo hombre. Seiya imaginó que había Esqueletos abajo, en los remos, pero al menos en la cubierta solo divisó a uno. Un Espectro de Surplice muy oscura, con un yelmo que parecía el de un bufón de ojos rojos, de apariencia vieja, cansada, portando un gran remo en las manos y alas muy extrañas en la espalda.

Cada vez que un alma arrastraba los pies hasta la tabla del barco, tomaba su forma corpórea, y el Espectro le quitaba algo de la lengua, una suerte de… líquido o gas, o un punto medio entre ambos, de color blanco, que era absorbido por el gran remo. Lo más extraño era que no todas las almas subían a bordo; algunas se quedaban en la ribera, cerca siempre de las flores marchitadas, y las que estaban cerca de Seiya le mostraban la realidad del sufrimiento. El Santo de Pegaso se debió alejar de donde hubiera grupos mayoritarios, intentó cerrar los ojos para no contemplar las expresiones llorosas, y tapar sus oídos para no escuchar sus lamentos. Eso era el infierno, un lugar que las personas vivas no podrían soportar. Fuera cual fuese la razón para que Seiya estuviera consciente en el Inframundo, en ese momento no deseaba tenerla. ¡Pensó que se volvería loco! O así habría sido, de no ser porque el Espectro mismo le habló:

—Oye, ¿llegaste hace poco? Tarda el acostumbrarse al lamento de estos muertos.

—M-maldita sea, me vio —se quejó Seiya, a punto de ponerse en guardia… hasta que notó que el otro hombre no estaba haciendo absolutamente nada más que mirarlo y seguir dejando pasar a la gente—. ¿Eh?

—¿Qué?

—¿Uh?

—Te pregunté algo.

—¿Qué cosa?

—Si llegaste hace poco.

—… ¿qué?

El Espectro bajó del barco de un salto a la playa. Pisó sin ningún tapujo las flores. La fila de almas quedó paralizada en su sitio, sobre la plancha, esperando a poder pagar lo que fuera que pagaran para pasar. Seiya y el Espectro cabeza de bufón se encontraban a pocos metros de distancia. Su voz era grave y ronca, como si acabara de beber 10 litros de aguardiente; sus dientes eran afilados como los de una sierra, amarillos como mantequilla.

—Oye, ¿eres sordo o algo así? ¿O tienes algún tipo de retraso, que no respondes?

—Si fuera sordo no respondería a lo que dices.

—No lo has hecho, ¡te hice una pregunta!

—No habré respondido a eso, pero esto también es responder, ¿no?

—Oye, lo digo en serio. ¿Eres idiota o algo así?

—¡Mejor dime tú algo! —contraatacó Seiya en medio de la pelea más ridícula que hubiera tenido. ¿Cuándo fue la última vez que se puso a discutir sobre vocabulario con un enemigo? ¿Quizás nunca? Qué tipo más raro—. ¿No eres acaso uno de los Espectros?

—Por supuesto que sí, soy Caronte de Aqueronte, la Estrella Celestial del Ocio de la tropa de Minos de Grifo. Bienvenido a los Prados Asfódelos[3]. ¿Y tú no eres un Santo?

—¡Claro que sí! ¿Por qué no me estás atacando?

—Porque tú no lo has hecho. Pero vaya, en serio que eres lento, ¿no ves las almas que están subiendo a mi barco? Todas me pagan con su esencia; en cambio, las personas que ves aquí, lamentándose en la arena, es gente que no hizo nada bueno ni nada malo como para ir al Infierno o a los Elíseos. Se quedarán estancadas en los Prados Asfódelos por toda la eternidad, llorando amargamente.

—¿Qué son estos campos?

—Era el territorio de la reina Perséfone, donde tenía a los que no habían vivido con bondad ni maldad, sino que en una eterna mediocridad. Aquí llegan los que no tienen cómo pagar mi peaje, alimentándose de los asfódelos que crecían constantemente. O así era antes de que Perséfone abandonara a su marido y todo se secara, o algo así. Qué más da. No es de mi interés, en realidad. Así que, ¿vas a pagar o no?

—¿P-pagarte? ¿Cómo diablos voy a pagarte? ¿Por qué lo haría si soy tu enemigo?

—Si no pagas, te mataré aquí mismo, pero debes entender que mi trabajo va más allá de lo que dicten las reglas de Hades, y es muchísimo más antiguo —explicó Caronte, a medida que comenzaba a girar el gran remo de madera negra detrás de él con unas manos increíblemente diestras. Las “esencias” de las que hablaba comenzaron a salir unas detrás de otras de las almas que hacían fila, y en orden comenzaron a abordar el buque—. Desde antes que el rey Hades tomara el control del Inframundo, y también mientras duerme, yo he seguido y seguiré haciendo mi trabajo de transportar las almas al otro lado del gran río Aqueronte. Si pagas, subes; si no, hago mi otro trabajo y te mueres, pero te aseguro que el barco que ves ahí es la única manera de cruzar, pues el resto de la flota son sombras de este mismo buque y solo sirven para defender el río.

—¿A esto lo llamas río? Es un mar, y aunque tarde lo podría pasar nadando.

—Podrías intentarlo, ¿pero por qué crees que esas almas están ahí llorando? —El Espectro apuntó a los desgraciados que lloraban cada vez menos intensamente, o tal vez porque Seiya ya se estaba acostumbrando a ellos—. Muchos lo han intentado, pero ya hay almas en el río, que es infinitamente profundo, y a quien se les acerque los arrastra hasta lo que crean que sea el fondo. Además, tardarías meses en cruzar. O, más precisamente, lo que en la Tierra son meses.

—Escucha, vine con una misión muy importante, y no soy del tipo que se queda parloteando con los enemigos, así que no te haces a un lado, no prometo que no te haré mucho daño, ¿oíste? —Seiya se puso en guardia, pero Caronte no pareció amedrentado.

—Y luego, ¿qué?

—Tomaré tu barco, desde luego.

—Jejejeje, ¿estás de broma? El único que puede manejar el barco soy yo; si lo usas te perderías en los abismos infernales por toda la eternidad y nunca cumplirías tu famosa misión… ¿Ves por qué te digo que pareces idiota?

Seiya no aguantó más la inquietud de su puño derecho y atacó a Caronte con todas sus fuerzas. El Espectro lo esquivó con un salto espectacular, rápido y preciso, y aterrizó justo detrás de Seiya, que trató de voltearse lo suficientemente veloz para contraatacar con una patada, pero Caronte la desvió con el remo.

Luego, el Espectro hizo girar el remo a toda velocidad con ambas manos, creando una oleada de ondas de viento que pronto se tornaron en un remolino. Seiya entendió que se venía algo peligroso, dada la velocidad de los giros… tanto que no podía verlo.

Fue en ese momento cuando Seiya entendió que sus victorias sorpresa contra los Espectros que había encontrado antes en el Inframundo habían sido eso, golpes de suerte. Se preguntaba por qué no podía luchar igual que hizo contra Radamanthys ahora ante el Espectro de Aqueronte, pero ahora ya era más que claro: su cuerpo estaba tieso.

—¡Prueba el Remo Giratorio[4]! —exclamó Caronte. El tornado generado por el remo mandó a Seiya a volar, mientras se preguntaba qué diablos pasaba con su cuerpo.

Era como si las órdenes de su cerebro no terminaran de llegar a sus extremidades. Se sentía lento, pesado, algo torpe. No lo había notado hasta que comenzó a pelear contra alguien poderoso, como Caronte. Ahora entendía lo ilógico que era que estuviera allí, vivo en el Inframundo… pero eso no lo detendría.

Seiya aterrizó correctamente, con algunos cortes en los brazos y piernas, pero nada serio. De hecho, el correr de la sangre le ayudó un poco a activar la adrenalina. Volvió a atacar con el puño hacia adelante.

—Tú no te detienes fácilmente, ¿verdad? ¡Vamos un poco más rápido! —Caronte activó otra vez el Remo Giratorio, pero esta vez la velocidad era notoriamente mayor. Un gran tornado se manifestó desde el remo, arrasando con el polvo de la playa, y golpeando otra vez a Seiya, que solo atinó a bloquear con los brazos.

—Vamos, vamos, vamos, ¡no voy a rendirme aquí! —Seiya encendió su Cosmos y lo enfocó en sus piernas, consiguiendo detener su carrera, esta vez con heridas mayores en las extremidades. De no ser porque lucía aquel maravilloso Manto de Pegaso, que Sion le había reparado, estaría en condiciones mucho peores.

Seiya preparó la carrera y atacó frontalmente, exactamente igual que antes, con el puño derecho bien en alto. Debido al antifaz que llevaba, Caronte no expresaba mucho, pero Seiya asumía que ya le debía estar extrañando que Pegaso siguiera atacando de la misma manera, una y otra vez.

—¿Pero qué diablos estás haciendo?

—Si vas a atacar hazlo en serio, que se nota que ese remo puede girar más rápido.

—¡Por supuesto que puede, pero estoy esperando que pagues!

—¡Ya te dije que no tengo nada para pagarte!

—¡Entonces recibe el máximo poder del Remo Giratorio!

Esta vez fue el triple de veloz que la anterior. Seiya sintió una presión aplastante, el remolino hizo remecer el mar Aqueronte, y las piedras saltaron como proyectiles, siendo disparadas hacia todos lados. Seiya percibió como sus huesos temblaban debajo de la piel, su brazo derecho amenazaba con hacerse pedazos al interior del potente remolino, sentía que su cabeza se despegaría del cuello, y que incluso su Cosmos era arrastrado por esos innumerables giros.

Una y otra vez. Una y otra vez. Igual que cuando Marin le enseñaba su Meteoro con más y más rapidez, esperando que aprendiera tanto la manera de usarlo como la forma de contrarrestarlo. Recordaba cómo se hacía. ¿Cómo era que no lo había hecho antes para, por ejemplo, detener los ataques de Baian de Hipocampo? Sin duda no tenía remedio para ser un buen alumno.

A la vez que sentía que se le saldrían los ojos de las cuencas por la presión del Remo Giratorio, Seiya desató su Meteoro. Cientos de golpes por segundo, quizás al mach 18, eran lanzados como balas azules hacia Caronte, que no paró de hacer girar su remo.

—Ya me quedó claro que eres medio tarado, jejeje, ¿no te das cuenta? —preguntó Caronte, mientras los Meteoros chocaban contra el muro invisible creado por los giros del remo—. Mi Remo Giratorio es tanto una técnica de ataque como de defensa. Es la técnica perfecta, tu Meteoro no alcanzará ni siquiera a tocarme.

—Sí… sí lo hará.

Seiya aprovechó la centésima de segundo en que el remo dejó de atacar y pasó a un modo de defensa. Solo sería un instante hasta que se adaptara y realizara ambas acciones al mismo tiempo, pero con esa centésima sería suficiente.

El Meteoro atravesó la barrera defensiva y golpeó una vez al Espectro. Dos. Tres. Diez. Cien. Hasta llegar al punto en que Caronte no pudo mantener la defensa activada y fue arrojado con muchos bríos hasta la quilla del barco, precipitándose al interior mientras los muertos seguían esperando poder pagar para subir.

—P-pero qué… ¿q-qué diablos acaba de pasar? —preguntó Caronte, al tiempo que volvía a ponerse de pie. Tras hacerlo, se encontró con el rostro de Seiya, que pensaba en su próximo movimiento. El anterior había resultado perfectamente y se rascó la nariz cual niño idiota cuando comenzó a sentir un poco más de libertad en sus movimientos.

—¿Te sorprendí, Caronte?

—¿Cómo diablos hiciste eso? —Caronte bajó nuevamente a la playa y se acercó a Seiya, no con una actitud de atacarlo a traición. Parecía visiblemente interesado—. Estaba seguro de que mi Remo Rodante estaba a su máxima velocidad, y si era así, tu débil Meteoro no podría haber atravesado.

—No, no lo habría hecho, estando yo en mis condiciones. Por eso, lo que hice fue hacer que tu remo se hiciera más lento.

—¿Q-qué dijiste?

—Es simple, en realidad —dijo Seiya, sonriendo como un chiquillo, acercándose a Caronte hasta que elevó la mirada y sus narices quedaron a pocos centímetros de distancia entre sí, desafiándose mutuamente—. Ya que tu remo atacaba a tanta velocidad, lo forcé a que girara más lento en el momento que pasó a la defensa, disminuyendo la rapidez de mi Meteoro. Tu remo se adaptó a esa velocidad inconscientemente… O más bien, tú.

—Y creía que todavía iba a la máxima. Por eso, cuando atacaste con mayor rapidez pasó fácilmente mi defensa —concluyó Caronte la idea, sonriendo sorprendido—. Vaya, vaya, vaya, los Santos de Atenea no son tan tontos… y tú definitivamente no eres así de tarado en el combate como eres fuera de ello.

—Así es. Espera, ¿qué?

—Jajajaja, ¿pero sabes algo, niño? Yo soy una Estrella Celestial, alguien con una capacidad y poder que probablemente no comprenderías. —Dicho esto, Caronte tornó su mano izquierda, la que no sostenía el remo, en una sombra, y rápidamente arrebató algo que Seiya cargaba en su cuello.

—¿Qué fue lo que…? ¡No! —Seiya intentó golpear a Caronte, pero este, como la bruma nocturna, se desvaneció convirtiéndose en una sombra, y apareció detrás de Seiya, demasiado confundido para entender, y aún lejos de su verdadera capacidad—. ¡Devuelve eso, imbécil!

En su mano, Caronte sostenía el objeto preciado de Shun.

Tuyo por siempre.

El medallón de Andrómeda.

El recuerdo de su madre.

Lo último que les quedaba del ser más puro que conocía.

—Juju, pensé que sería una baratija, pero vaya, esto no está nada mal. ¿Es oro? ¿Y plata también? No son de buena calidad, pero de algo servirá.

—¿De qué diablos estás hablando? Devuélvelo antes que te reviente a golpes.

—Cállate un segundo, estoy inspeccionando mis finanzas. Río del Dolor[5]. —Caronte realizó un gesto sencillo con la mano, y Pegaso sintió que una ola oscura, como un río de sombras, lo arrastró hasta más atrás, sin que pudiera hacer nada para detenerla. No había sido doloroso… era como si se hubiera sumergido en el mar y no pudiera hacer nada ante la corriente.

Seiya se estrelló contra la arena, mirando ondas oscuras todavía dando vueltas a su alrededor. Le empezó a doler repentinamente el pecho.

—¿Qué diablos me hiciste?

—Todos los encargados de los cinco ríos podemos hacer uso de su fuerza en tanto estemos cerca de ellos —explicó Caronte mientras inspeccionaba de cerca el collar, como si fuera un tasador de joyería. Incluso lo mordió casualmente—. En mi caso, es el Río del Dolor del Aqueronte, que me permite mezclarme con las sombras y usarlas para arrastrar a alguien lejos de mí. Es la Ley del Dolor, me hace imposible de tocar.

—¿La Ley del Dolor? —Seiya se puso de pie con varias dificultades, tratando otra vez de ponerse en guardia. Era como si acabara de correr una maratón.

—Mira, quitando eso, si me pagas con esta cosita te llevaré en mi barco. No es la gran cosa, pero algo de valor tiene.

—¿Estás demente? Ese collar es el último recuerdo que Shun tiene de su madre, ¡no es mío para dártelo así nada más, infeliz!

—¿Eh? ¿Qué diablos es un ‘Shun’?

—¡Es mi amigo! —Seiya corrió a arrebatárselo, pero la Ley del Dolor se activó una vez más, y como si se hubiera sido una piedrita arrojada al mar, fue arrastrado por olas de sombras hacia atrás, nuevamente a la arena—. ¡Mierd.a!

—Vamos, vamos, a ver, ¿qué le sucedió a tu amigo? Vaya… por tu expresión veo que no terminó muy bien, ¿eh? Ya lo llevé en el barco entonces, y si bebió de las aguas del Lethe, debió olvidarse de la memoria de su mamá a estas alturas.

—¿El… Lethe?

—Mira, tarado bien lerdo, será mejor que subas —dijo Caronte, súbitamente desde la cubierta, apareciendo como si hubiera estado siempre allí—. Mi trabajo es llevar a quien pague, y esto sirve como pago. No quiero perder más tiempo, hay demasiados muertos ya acumulados aquí, y si nos los llevo para venir a buscar la siguiente carga será un caos.

—¿Q-qué? ¡Espera! N-no puedo…

—Además, tus golpes sí que me hicieron daño. Puede que mi Surplice aguantara bien tus Meteoros, pero el dolor va debajo, ¿sabes? Jejejeje, ya sube, niñato, que no te daré otra oportunidad.

Dicho eso, Caronte desapareció en la parte superior del increíble y enorme buque de velas negras, donde las almas reanudaron su marcha por la tabla. Progresivamente iban perdiendo un vaho transparente que salía de sus pechos e iba hacia adentro, donde debía estar Caronte con su remo, que absorbía las “esencias”.

—Shun… —se dijo Seiya. ¿Cómo iba a perdonarlo su amigo? Había perdido aquel objeto tan preciado… pero Shun, definitivamente, querría que fuera racional en aquellos momentos. Que usara la cabeza.

«Este mar es gigantesco, de verdad. No hay estrellas para guiarme. Es muy posible que me pierda y jamás encuentre a Saori. Por otro lado, Shun querría que evitase un pleito innecesario, y hasta ofrecería por cuenta propia su medallón. ¿Es eso lo correcto, amigo?»

Con muchas dudas, Seiya subió por la tabla.


[1] Hyosube es una criatura del folclor japonés, con el físico de un hombre enano que puede matar a quien sea que lo vea a los ojos, lenta y dolorosamente.

[2] Las estrellas derrotadas por Seiya son las Terrenales de la Prominencia, la Magnífica y la de la Valentía.

[3] Los Prados Asfódelos, en la mitología griega, eran los campos del Inframundo donde llegaban aquellos con vidas mediocres y neutras, sin cosas buenas ni malas, o quienes no habían sido sepultados adecuadamente.

[4] Rolling Oar, en inglés.

[5] Pain River, en inglés.


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#709 Cannabis Saint

Cannabis Saint

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Publicado 10 diciembre 2019 - 12:04

Buen capitulo, a ver cómo manejas la ausencia de Shun en el barco, me ha quedado una gran curiosidad jaja!

#710 -Felipe-

-Felipe-

    Bang

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Publicado 13 diciembre 2019 - 19:45

Eso espero, Cannabis. Gracias por comentar, y saludos!!!

 

HELIOS I

 

Tercer Valle, Desierto Ardiente. Sexta Prisión. Inframundo.

Todo sería por Hades. Por él y para siempre. Así lo había decidido.

 

Pero… ¡qué sueño tan raro!

Se hallaba rodeado de fuego. Había explosiones por doquier. El aire estaba pesado, era difícil respirar. Había cadáveres en medio del fuego. Había fuego en las montañas y en los bosques. Un grupo de jóvenes que conocía, según el sueño, lo miraban. Había odio en sus miradas, una ira desenfrenada, como si les hubiera hecho algo malo; como si ellos le hubieran confiado sus vidas, y él lo hubiera tirado todo a la basura.

¿Pero qué diablos estaba pensando para soñar algo así? Helios de Bennu, Estrella Celestial del Salvajismo, se encontraba sentado sobre la arena infernal de la sexta prisión, un valle desértico que lucía infinito, muy abajo en los niveles del Inframundo, en donde los lujuriosos eran condenados a vagar sin rumbo para siempre por la arena, destinados a quemarse constantemente, sin sentir una pizca de paz o alivio, sin poder salir de allí. Pero, Helios no se molestaba ni en vigilarlos, para eso estaban los Esqueletos. Sabía que estaban allí esas pobres almas, llamas azules que otrora habían sido personas, deambulando sin un sentimiento más, que no fuera el sufrimiento y el dolor por lo que habían hecho en vida, pero a Helios no le interesaba. Solo le preocupaba lo que le sucediera al señor Hades, dios que veneraba con pasión a pesar de no conocerlo. Por eso el sueño lo tenía angustiado.

Durante aquella experiencia onírica había conocido a esos chicos. O, más bien, lo más correcto sería decir que los había recordado, porque en el sueño asumía que los había conocido hacía tiempo. Helios no tenía idea de quiénes eran, ahora que estaba despierto y contemplaba las arenas eternas con las cuales comenzaba la sexta prisión del Inframundo, pero en el sueño sí que los conocía. Ellos no le decían nada, pero lo miraban como a un despreciable animal que había cometido un horrendo pecado. ¿Qué diablos se creían? El único que podía juzgar a otro era Hades, el Rey del Inframundo, el Señor de todo a quien nadie debería dejar de adorar. Pero, aun así, no dejaba de ser extraño el asunto. ¿Acaso él había quemado el mundo? ¿Él había asesinado a esos esqueletos que yacían en el ardiente suelo, frente a esos jóvenes? ¿Había usado fuego para traicionar a gente que conocía?

Lo más raro había sido que el fuego tenía dos colores. A veces era negro, como las llamas que utilizaba en la realidad, pero otras veces era rojo y dorado, como un fuego vivo y centellante, uno perteneciente al mundo de la superficie. Allí abajo, bajo el cielo carmesí y rodeado por mortemita, el fuego solo ardía con un precioso tono de ébano, como el que le gustaría al dios de la oscuridad, al gran dios que, como Helios, no soportaba la luz. Así se lo habían dicho en aquella insoportable reunión…

 

Aiacos de Garuda era su líder, aquel a quien respondía por sus acciones, y quien se encargaba de transferir sus preocupaciones al dios Hades. Solo Aiacos podía hablar con Hades, Helios era tan solo un soldado más. Lo dejó bastante claro durante su reunión con su “élite”. Nasu, Hanuman y Behemoth. Se suponía que los tres estaban allí para darle la bienvenida al cuarto miembro de su grupo, pero no podían ser más dispares; a diferencia de lo que los Esqueletos decían sobre la guardia de Radamanthys, la élite de Aiacos estaba llena de gente que se odiaba entre sí, y deseaban tanto la pena como la alegría para Aiacos.

Tokusa de Hanuman[1], Estrella Celestial de la Habilidad[2], era básicamente el niñato con la sonrisa más pérfida que se podía encontrar. Era atractivo, pretendía tener buenos modales y aprendía rápido lo que le decían. Era un asesino perfecto que, según no paraba de decir, había hecho llorar a una tropa de Santos de Bronce y Plata de una sola vez con solo asesinar a uno de sus miembros por sorpresa. Y reía por ello, cada vez.

Violette de Behemoth, Estrella Celestial de la Soledad[3], era la persona más cercana a Aiacos, un tanque brutal que existía solo para dos cosas en el universo: romper huesos, y llevarle esos mismos huesos a su señor. Era seria y precavida, siempre atenta a todo lo que ocurría, como si fuera un segundo Cerbero. Y tenía un carácter horrible, era cosa de que cualquier pobre diablo (como un desafortunado Esqueleto durante la reunión) le hablara, para que ella le arrebatara la cabeza con un manotazo. Solo su señor le hablaba, dijo. Muy diferente a Tokusa, no se vanagloriaba por haber acabado con otro Santo para hacer llorar a los demás.

Y Verónica de Nasu[4] era un Espectro totalmente diferente. La Estrella Celestial de la Investigación[5] no soportaba a ninguno de los otros tres Espectros de la élite de Aiacos, y fue el primero en mostrar su evidente desaprobación de integrar a Helios al grupo. Era delgado hasta el punto de resultar esquelético, con grandes labios negros, piel pálida, pelo rubio y ondulado cubierto de telarañas, bajo de estatura y con uñas largas que siempre se limpiaba con un pañuelo. No soportaba a las criaturas vivas, le repugnaba enormemente que Violette respirara, que Tokusa sudara cuando reía, y que Helios emitiera calor. Calor humano. Algo horrendo para él.

Así que mientras los cuatro discutían entre sí, Aiacos estallaba de risa. Helios era su nuevo juguete, y se divertía cuando interactuaba con los otros tres, a la vez que se quejaba de que la élite de Radamanthys funcionara “bien”. Y ellos, con respecto a él, tenían ideas muy distintas: Helios no soportaba su falta de seriedad, Verónica solo quería estar cerca de él, Tokusa buscaba cómo asesinarlo y Violette cómo protegerlo hasta del viento.

Y entonces le habló de Hades, y Helios recordó que significaba todo para él. Que, en otras vidas, había sido lo más preciado de su alma. El Garuda les dijo que los Santos de Atenea estaban detrás de su vida, que cortarían el cuello de Hades y bailarían rociándose con su sangre dorada… y si bien eso quizás era una exageración, el hecho era que querían asesinarlo, y Helios no podía permitirlo. Por eso fue que salió de Antenora y voló a toda velocidad de regreso al tercer valle que protegía, porque no permitiría que ningún Santo se acercara a Hades… aunque eso significara aburrirse hasta el hartazgo. No importaba.

Helios solo quería la felicidad de Hades. Protegerlo de todo mal, la oscuridad que venía de desear vivir. Pensaba sobre eso, incluso mientras aquellos jóvenes lo miraban con ojos de odio en el sueño. ¿Serían quienes buscaban su cabeza? No estaba seguro, pero no permitiría que nadie le hiciera daño al dios del Inframundo. Ni Tokusa, ni Aiacos, ni los Santos, ni Atenea, ni nadie.

«Te protegeré, tal como cuando éramos niños», pensó. De pronto, abrió los ojos grandes y se le entumecieron las manos. Tornó la mirada hacia atrás, al bosque de muerte que cuidaba Fingorn. Necesitaba pensar en otra cosa. ¿Qué palabras habían cruzado por su mente? ¿Qué clase de demonio traidor era, considerando vivir una niñez en el Olimpo con el dios de dioses? ¡No estaba a su nivel, de ninguna manera!

Solo había un ser que podía considerarse así. Un ser… precioso, pero terrorífico, al mismo tiempo.

 

—¿Así que al fin lo convertiste, Aiacos? —había preguntado Lady Pandora, hacía un buen rato, cuando el Garuda lo presentó ante ella en Judecca. En la entrada, para ser más preciso. Tan cerca, pero tan lejos de Hades.

—No fue tan difícil, ¿verdad? Le dije que lo domaría, Lady Pandora —contestó el Espectro en ese momento, como si estuviera contando un chiste que no se molestaría en explicar a Helios.

—No dudé de ti un segundo, Aiacos —dijo la mujer de ropas negras exhibiendo, a la vez, una sonrisa exageradamente seductora e intensamente peligrosa—. Y tú, ¿cuál es tu misión de vida, Bennu?

—Proteger al rey Hades, mi señora —le había contestado, arrodillándose hasta casi tocar el suelo con su frente.

—Así es. Eres un perro de Hades que hará todo lo que él ordene a través de mis labios, ¿no es así, cachorro?

—Sí, Lady Pandora.

—¿Te portarás bien? ¿Harás feliz al señor Hades?

—Sí, Lady Pandora.

—Muy bien. Ahora, largo de mi vista, Bennu. Aiacos, quédate un segundo…

 

¿Por qué le había hecho tantas preguntas? Sí, sabía que era el último Espectro que se unía a las filas del Inframundo (aunque no tenía la menor idea de por qué había tardado tanto tiempo en despertar en aquel cuerpo que utilizaba ahora), pero parecía que Pandora lo trataba de una manera muy especial. ¿Tenía miedo de que fuera a traicionar a Hades? El pensamiento le parecía ridículo. ¿Acaso había hecho algo extraño en su vida anterior, que atentara contra el ideal de paz de Hades? Incluso si lo hubiera olvidado, no era probable. Ni siquiera tenía una opinión respecto a ello: la gente moría y ya, y si su dios deseaba que encontraran la paz y se sumieran todos en el sueño eterno de la muerte, para que dejaran de sufrir en vida… ¿por qué no ayudarle a cumplirlo? Después de todo, existía gracias a la amabilidad de Hades, ¿no?

¿Era así? No recordaba cómo llegó a existir, pero, desde luego, nadie recordaba el día en que nacieron. Helios había tenido una vida como humano que olvidó, sin emoción de culpa, y luego la Estrella Oscura del Salvajismo lo arropó, le dio fuerzas, una Surplice y una motivación clara. Nadie le haría daño a Hades, ni siquiera él mismo, que todavía no lo conocía en esta vida.

Helios abrió las gigantescas alas de su armadura y se elevó por sobre las arenas, por sobre las almas torturadas y chillonas, y por sobre los Esqueletos que no se molestaron en preguntarle hacia dónde iba. Tenía que despejar un poco la cabeza…

«…O nunca podré cuidar de mi hermano… ¿qué dije?». Otra vez.

Helios se dio un golpe fuerte en la cabeza y liberó un poco de su fuego negro, que cayó como lava sobre los torturados, que gritaron aún más. Quien fuera su hermano en su vida anterior, antes de rendir honores a su dios, podía irse a lo más profundo del diablo. Sería olvidado, eliminado por completo de sus memorias. Si era necesario, iría a bañarse en las aguas del río Lethe para olvidar, el último de los cinco, más allá de Judecca. O, si se sentía más apresurado, un buen chapuzón en la cascada de sangre ardiente más allá del desierto que custodiaba le haría entrar en razón.

Voló largamente por encima del desierto, sintiendo los poderosos azotes de los vientos ardientes que derribaban a las almas lujuriosas, que seguían yendo de allá para allá, con la promesa de que encontrarían algo sobre lo cual liberar sus pasiones. Sin embargo, nunca hallarían más que dolor y pies quemados, o todo el cuerpo si los encontraba algún remolino de arena. Les arderían los ojos y la lengua, incluso si ya habían perdido el cuerpo físico desde hacía mucho. Verían rojo por todos lados, rojo infinito, pues nunca saldrían del desierto, siempre se perderían en la desesperación…

¿Eso era lo que Hades deseaba? ¿La paz que anhelaba para los espíritus humanos? Helios se detuvo ante aquel pensamiento y se quedó flotando en el aire, sobre el desierto, aguantando perfectamente los golpes de la arena gracias a su Surplice. Se llevó las manos al rostro y se frotó fuertemente, como si algo en frente suyo lo estuviera molestando y se lo quisiera quitar con todas sus ganas. Y, sin mirar, voló.

Voló a toda velocidad, cruzando el desierto, pasando por encima de la cascada roja de la que solo escuchó su clamor contra las piedras de mortemita. Siguió volando, las alas estaban más abiertas que nunca y el viento le hacía daño en las manos, pero siguió, sin que le importara cómo llegaría.

El viento se tornó frío y supo que estaba sobre Cocytos, el río helado del infierno. Continuó volando, a sabiendas de que, en cualquier momento, estaría, al fin, junto a aquel a quien deseaba proteger. Más que a nada en el mundo. No otra vez. ¿Había muerto acaso ya, antes? No mientras estuviera allí. Helios voló hasta que supo que se encontraba sobre Judecca, el límite del infierno.

Con los ojos cerrados todavía contra sus palmas, se halló con uno de los jóvenes de su sueño, en medio de la oscuridad. Le recordaba a Hades, aunque a éste todavía no lo había conocido en esta vida. Estaba rodeado de fuego, montañas y bosques quemándose, y un aire tan pesado que se parecía ahogarlo.

No… En una inspección más precisa, lo correcto era decir que se estaba ahogando a sí mismo. Una de sus manos estaba en su cuello ardiente, mientras la otra sostenía una espada de rubíes. Helios sentía que deseaba protegerlo, y se acercó a él. Tenía que salvarlo a toda costa, ¡antes de que lo perdiera otra vez! El chico quedó muy cerca de él, y Helios notó sus rasgos tan suaves a pesar del fuego que lo rodeaba. Todo era negro y rojo, como una lluvia bicolor que caía sobre su cabello escarlata… sus ojos eran verdes, y su sonrisa la de un noble o un rey. “No te preocupes por mí”, dijo.

Helios se quitó las manos del rostro y descubrió que seguía sentado en la arena, sin haberse movido nunca realmente de allí. Tenía un brazo sobre la pierna arqueada mientras la otra permanecía extendida. Podía mirarse en el reflejo de la preciosa Surplice, llena de muerte, y notó lágrimas sus mejillas. Tenía el cabello castaño y ojos azules. Una cicatriz le cruzaba el rostro desde la frente hasta un poco más debajo de la nariz.

Era Helios de Bennu, Estrella Celestial Salvaje. Desde ese momento solo soñaría con la protección de su dios, y nada más.


[1] Uno de las principales deidades hindúes, un dios mono y uno de los aspectos de Shiva.

[2] Tenkou, en japonés; Tianquiao, en chino. En la novela Al Borde del agua, es la estrella correspondiente a Yan Qing, el “Prodigio”.

[3] Tenko, en japonés; Tiangu, en chino. En la novela Al Borde del agua, es la estrella correspondiente a Lu Zhishen, el “Monje Floreado”.

[4] El Nasu es un demonio del zoroastrianismo relacionado con la muerte y la pudrición, que generalmente toma forma de mosca para infectar cadáveres.

[5] Tenkyuu, en japonés; Tianjiu, en chino. En la novela Al Borde del agua, es la estrella correspondiente a Mu Hong, el “Desatado”.


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#711 Cannabis Saint

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Publicado 14 diciembre 2019 - 09:20

Gran capitulo, muy buena variante respecto al MO, me agrada mucho, especialmente cómo se juega con la mente de Bennu, creyendo ver a su señor, ese encuentro será genial! yo también me lo había imaginado al servicio de Hades, creo que faltó algo de esa historia en el MO, que bueno es tener el fic para leerlo, gracias por tu trabajo! Saludos

#712 Rexomega

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Publicado 20 diciembre 2019 - 18:03

Saludos
 
Se acercan unas fechas algo ocupadas, así que aprovecho este viernes para comentar tres capítulos más, culminando la parte de transición. ¿Quién le dice iMito del Santuario a esta historia? ¡No coincide con mi título no oficial! 
 
Empezamos con el capítulo de Hyoga, que siempre logra llamarme la atención con esos dos lados, el noble y el santo. De su capítulo, destaco toda la parte en la que lo usas como última pieza del rompecabezas que es el asunto de Saori muerta y viva. Me hace recordar esa curiosa petición de Abel a Hyoga (como también la reflexión del ruso me evoca su enfrentamiento verbal con Seiya en esa película), y también a UMSA, de Android, donde las propiedades del cero absoluto son fundamentales para que dos personajes clave no desaparezcan. En este caso el Ataúd de Hielo no alcanzó esa temperatura, por lo que entiendo, pero es útil en cualquier caso y es genial ver cuando los poderes de los protagonistas sirven para algo más que pegarle al enemigo. Es parte del encanto de Hyoga, creo, en los comienzos de la obra original, aunque eso se fue perdiendo un poco.  
 
Me viene bien el recordatorio de personajes, porque aunque ubico a alguno de los santos de Atenea (Higía, Yuli, Kazuma, Retsu...), a otros no y me confundí más cuando mencionaste que Placebo había creado a algunos. En general, toda la escena en la que se suben al barco complementa muy bien aquel capítulo de Dohko, sintiéndose que de verdad hablamos de un batallón que va a una guerra, no de un pequeño grupo de personajes que va a un arco de shonen. Sé que soy muy redundante con esto, lo sé, porque no será la primera guerra de Mito del Santuario (ni la última, ^_^), pero es porque me encanta. ¡Estupendo que veamos más de esta historia después de Hades! Lo que esas cuatro doncellas empezaron debe realizarse un día.
 
Pero centrémonos por ahora en Hades, el dios de la muerte. ¿Es casualidad que Hyoga sueñe con la muerte en este arco, de entre tantos otros? Lo dudo. ¿El ambiente invernal tiene que ver con él, con Cocytus o con la amenaza que les espera? Veremos, pero me ha dejado muy, muy intrigado.
 
Pasamos a un capítulo de Radamantis. No sé si he insistido mucho en el pasado en que nunca podré llamar Magnates a los Jueces, aunque les diga Santos a los Caballeros favorece mucho a la historia que los espectros tengan una personalidad tan marcada. En este punto lo digo más por Aiacos que por el protagonista del capítulo, al inicio me choca, como la dualidad de Hyoga, pero termino concluyendo que es gracias a eso que me voy a acordar de Aiacos por quien es y no porque es el Juez que venció Ikki. Otra cosa que me ha gustado, y que es uno de los puntos fuertes de esta historia además de hacer énfasis en que los guerreros sagrados son personas también, es esa sensación de continuidad con Lost Canvas, en tanto lo escogiste como pasado de Mito del Santuario. ¡No, no digo que el punto fuerte sea escoger Lost Canvas y no Next Dimension! Sino más bien, tomar todas las obras de la franquicia y aprovechar el vasto conocimiento al que tenemos acceso para encajar todas las piezas y tener un todo, dentro de lo que cabe, coherente, frente a un multiverso cada vez más grande de historias paralelas porque ni la TOEI puede ponerse de acuerdo con sus cambios de opinión en una sola serie.La primera referencia quizá no fue la más sutil, con Radamantis preguntándose por qué le importaba un pimiento Pandora, pero la conclusión del capítulo, con esa desesperación de Radamantis por ver que su señor era su señor y no un pintor de moralidad dudosa, fue fascinante de leer. Casi diría que no necesitabas hacer énfasis en cómo Radamantis desea verlo, sino que bastaba con mostrarlo, pero al fin y al cabo uno en la situación de Radamantis se preguntaría por qué hace lo que hace. No descarto, claro, que mi memoria me esté jugando una mala pasada y el asunto de los recuerdos de los espectros se explicó en pasados capítulos y yo solo lo olvidé, asumiendo porque sí que Radamantis está rememorando, así sea de forma instintiva, ese intento de golpe de Estado que se vio obligado a hacer en su pasada vida, si es así solo puedo pedir disculpas. Toda esa parte del capítulo fue como un río del que me dejé llevar. 
 
Ahora, esa es la conclusión y el inicio, ¿qué hay del medio? Una atmósfera tensa, sin duda, Radamantis no es consciente de que por las leyes del shonen no puede estar matando enemigos habiendo tanto protagonista con necesidad de un combate épico. No es la primera vez que veo esa rivalidad entre los Jueces, pero el punto que le da un sabor distinto no es la aparente psicopatía de Aiacos, sino el hecho de que, debajo de todo eso, ambos son conscientes de que son la élite del ejército de Hades y que la existencia de alguien capaz de golpearlos es un problema. Bueno, la existencia de Seiya es un problema tan grande como que su ausencia dé para hacer un manga entero, según llegamos a ver, ¿no? La referencia velada a Bennu como el último espectro es otro de esos detalles que refuerzan la continuidad de la obra y que me gustó intuir, a pesar de no recordar cuál era la estrella de aquel. Con esa nueva adición al ejército del inframundo y la aparición del avatar de Hades, estoy deseando saber qué rumbo tomará esta historia. La conclusión de ese asunto en la obra original se me antojó demasiado sencilla, para todo lo trágico que sonaba en un inicio, y aquí el asunto es todavía peor. 
 
Pasamos al tercer capítulo, y aquí me permito hacer un inciso sobre lo que nos vas mostrando del Hades. Ya en un capítulo anterior a estos que comento se me olvidó comentar uno de los detalles que dejaste caer, que el inframundo no fue obra de Hades, sino más antiguo. Aquí lo reiteras por el lado que imaginé entonces, de Erebus, uno de los dioses primordiales, pero o yo leí mal, o dijiste que el castillo existía desde su época. Eso me confundió, pues antes intuía que toda la estructura de las prisiones, incluido ese castillo, era cosa de Hades, descontando por supuesto a los ríos del infierno, que en tanto hijos de los titanes de mayor edad bien pudieron existir antes del olímpico que no es olímpico. ¿Se explicará más de ese asunto? En un sentido más físico, tendría que echar una ojeada al manga para ver si el inframundo de la obra original era descendente también, pero no lo haré, así dejo las comparaciones odiosas y solo disfruto el espectáculo. El río Erídano, la importancia del Navío de la Esperanzas, el mar de los muertos... El modo en que se abre la entrada quizá me recordó demasiado a una de las películas de Piratas del Caribe, donde tenías que perderte para llegar a un sitio, pero ese soy yo pensando en referencias random, creo. ¿Lo mejor? El contraste. En el capítulo de Radamantis, si bien nos hablan de la mortemita, la locura, la imposibilidad de los vivos de vivir en ese lugar y otros asuntos, se siente como si ese lugar fuera una oficina pública donde los espectros hacen de funcionarios para los Jueces, donde unos trabajan hasta el hartazgos y otros se escaquean para... ¿Drogarse? No pretendo ser tomado de forma literal, sino más bien decir, en resumidas cuentas, que el infierno es para los espectros algo cotidiano, rutina pura, aun si son conscientes de algunos riesgos, como ver a un dios en gloria y majestad. En comparación, para los santos de Atenea, humanos vivos al final del día, es terrible, revolviendo el estómago de unos y despertando los temores de otros. Me ha gustado bastante el contraste. Y esa dificultad para pensar en tiempo y distancia dentro de un lugar que existe para administrar tormento eterno a los pecadores... Muy apropiado, desde luego, puestos a materializar ese destino final que nadie querría conocer.

 

Para cerrar el tema de los muertos, me veo obligado a preguntar, ¿cómo surgió la idea de Beatrice siendo un espectro? No digo que esté mal, me sonó como una buena idea, pero tengo curiosidad. Por eso y por qué otras divinidades pudieron hacer la guerra contra los espectros. ¿Otros dioses de la muerte, tal vez?

 

Centrándome en los vivos de una vez, no sin antes señalar que me llamó la atención cómo Pandora trata el inframundo como parte del plano mortal, mientras que pareciera que los Campos Elíseos son parte del plano celestial, diré que este capítulo potencia lo que he venido diciendo sobre esta línea del argumento. Esa sensación de que hay un ejército en marcha, esa humanidad en los santos, representada no solo por el muy humano desamparo de June, sino también por el también humano pensamiento de Jabu de que, tal vez, sea posible que los muertos no se queden muertos. La parte explicativa casi pasa desapercibida, como algo que solo fluye en una corriente llamada emoción humana, lo que es de agradecer porque todo el asunto de la Colina del Yomi como un mundo espiritual y atemporal puede dar dolores de cabeza. Un buen comienzo para una escena necesaria, donde nuestro pequeño ejército puede soltarlo todo y yo como lector puedo ir acostumbrándome a los nombres, reconociendo quién es quién y notando, con agrado, que cada personaje tiene su función, no solo combativa. Dohko hizo estupendamente su papel de líder, aunque quizás, solo quizá, en una parte pequeña del capítulo sentí que estaba viendo las elecciones para el Patriarca, sacándome de la historia. Solo un momento.
 
Oh, el octavo sentido, ese gran, gran problema. Sé lo que hace, pero el modo en que se alcanza y el hecho de que se sienta en el fondo solo un conveniente medio para luchar en el inframundo hace que lo mire con malos ojos. Aquí, por el momento, no se arrojarán los cinco protagonistas a morir, confiando en que el guión les permita no morir de verdad, aunque queda ver si eso es justo lo que ocurrió con Seiya o tiene que ver el misterio detrás de su alma. Shiryu, Hyoga... ¡Y Shaina! (¿Tengo que decir lo mucho que me ha alegrado que la incluyas? Creo que no), deberán sentir en sus propias carnes la muerte, incluso una solo supuesta, para acceder a ese recurso. Es un modo inteligente de al menos paliar el hecho de que despertar el octavo sentido es muy lanzar una moneda al aire. Y como Shaka (y Asmita) lo alcanzaron en vida, vaya que me creo que Dohko lo haya despertado sin enterarse. El octavo sentido, al fin y al cabo, es una nueva forma de percepción, ¿por qué no iba a alguien a alcanzarla a través de los siglos? Temo que el resultado de esto sea que solo Shiryu y Hyoga lo consigan, para sorprender y porque quizá no sea el momento de Shaina para salvar las papas, pero sea como sea, es un buen comienzo para explicar este problemático recurso.
 
Como de costumbre, me habré quedado mil cosas que comentar, pero debo parar aquí. Te señalo algunos párrafos en los que he visto errores a lo largo de mi lectura, espero que te sirvan de ayuda:

 

1) La nieva empezó a caer.

2) y desafío a Radamanthys

3) no eran recuerdos emotivos, sino que recordatorios de la suciedad de los humanos, y del por qué merecían el castigo de Hades. 4)—Más muertos de los que creí —reconoció Radamanthys, con los puños llenos de ira sangrante, que caía en el piso. Sus ojos eran del mismo color verde que las 108 bestias brillantes en la cúpula, y podía admirarlas en toda su dimensión, desde la vida a la muerte como si las presenciara en primera persona—, pero seguimos con las ventajas. Edward… sí, se llevó a Pegaso a su guarida para experimentar con él… para… ¡pero qué grandísimo hijo de p.uta!
4) ¿qué pasaría si alguno de nosotros necesitamos dejar el barco para enfrentar los desafíos que encontremos?
5) Todo eso les relató a los tres Santos, estupefactos ante sus palabras. Incluso Hyoga se había quedado con la bota abierta por un rato.

 

Por cierto, ¿lo de la próxima dimensión fue a propósito, verdad?


Editado por Rexomega, 20 diciembre 2019 - 18:04 .

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#713 carloslibra82

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Publicado 20 diciembre 2019 - 19:25

Como siempre, Felipe, un gran capítulo, es bueno ver a la élite de otro magnate. Supongo q también veremos la de Minos. Me agrada q "recicle" a los espectros del Canvas, sé q el pasado de tu fic es ese. Son grandisimos personajes q sé q los aprovecharás muy bien. Sólo tengo una duda, q pasa con Fénix?? No estaba él relacionado con Bennu?? O es algo q no entendí?? O se revelará después?? Espero me puedas contestar. Un saludo, compañero!!

#714 -Felipe-

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Publicado 23 diciembre 2019 - 19:15

Gran capitulo, muy buena variante respecto al MO, me agrada mucho, especialmente cómo se juega con la mente de Bennu, creyendo ver a su señor, ese encuentro será genial! yo también me lo había imaginado al servicio de Hades, creo que faltó algo de esa historia en el MO, que bueno es tener el fic para leerlo, gracias por tu trabajo! Saludos

Faltó mucho en el MO y punto xD El "pobre" Kuru andaba apurado y... bueno, pasó lo que pasó. De todas formas, sin su obra yo no estaría aquí escribiendo a 39 grados de calor, tratando de darles una buena lectura a todos cerca de la Noche Buena. Gracias, Masami.

Así que muchas gracias por pasar, Cannabis, espero que te siga gustando el desarrollo de Helios, que seguirá apareciendo muuuuchas veces en esta historia.

 

¡Saludos y feliz Navidad!

 

 

Saludos
 
Se acercan unas fechas algo ocupadas, así que aprovecho este viernes para comentar tres capítulos más, culminando la parte de transición. ¿Quién le dice iMito del Santuario a esta historia? ¡No coincide con mi título no oficial! 

 

 
Como de costumbre, me habré quedado mil cosas que comentar, pero debo parar aquí. Te señalo algunos párrafos en los que he visto errores a lo largo de mi lectura, espero que te sirvan de ayuda:

 

 

Por cierto, ¿lo de la próxima dimensión fue a propósito, verdad?

Antes que todo, Rexo, ¡¡feliz Navidad!! Muchas gracias por dar este enorme comentario. Lo primero que hice fue hacer las correcciones que indicaste en el archivo word. De paso pillé dos más, así quevoy a culpar a Microsoft Office de todo. De absolutamente TODO lo malo en mi vida. Pero sigamos. Y claro que fue a propósito, ¿no notaste lo forzado que salió escribir "Next Dimension" ahí? Mientras más forzado, más a propósito.

 

Lo de Hyoga sí está basado en la tercera película, en gran parte; sin embargo, no así su reflexión. Y es una lástima, porque esa conversación de Seiya y Hyoga es una de mis partes favoritas de la peli, donde se muestran a ambos como deberían ser, muy humanos ambos (en especial aquel defraudado Seiya). Pero no, aquí solo se ve la versatilidad del ganso, que es quizás el fuerte del personaje.

 

Placebo creó a los personajes Frauke de Osa Menor, Ían de Regla, Holokai de Telescopio, Nam de Dorado, Miguel de Paloma y Thelma de Liebre, mientras que yo a Higía de Ave del Paraíso, Venator de Delfín y Gliese de Tucán, de entre los originales que están en el barco. Y me gusta mucho que los aprecies, porque cuesta muchísimo a veces manejar tantos personajes y conservar su individualidad. Es algo que no he visto en las obras oficiales de los protagonista, así que es bueno que resulte. Lo mismo he estado haciendo con los Espectros, que al parecer serán por primera vez los 108 presentados de lo que he leído / escrito, aunque muchos de ellos mueran al primer contacto visual con un Santo xD (Aiacos, claramente, no será uno de ellos). No pude evitar reírme con lo del pintor de moral dudosa, y es que siempre he pensado que Alone es un personaje tan complejo, y a la vez tan desperdiciado, que recordaba lo mucho que me hubiera gustado que el final del Canvas fuera distinto. Al menos eso me permite tener "mi propia versión" de los hechos.

 

Por cierto, en realidad tuve que recordar en qué capítulo era, pero sí, expliqué lo de los recuerdos de los espectros en el primero suyo del volumen anterior, para mostrar todo lo contrario a lo que muestro aquí jaja. Los recuerdos funcionan distinto para cada uno, y en gran parte está relacionado con cuánto les interesa su pasado como seres humanos. En el caso de Rada, él recuerda en su primer capítulo lo que vivió justo antes de que le cayera la estrella encima. Luego, él ASUME recuerdos porque son la única forma de hacer concordancia con sus creencias. Pero recuerdos, lo que se dice recuerdos, no lo son. En cuanto a Bennu, y el drama de Aiacos y Rada, solo espero estar a las alturas de Kurumada, digo Rexomega, digo los lectores, y no decepcionarles tanto por Seiya plotdevice de Pegaso xDDD

 

Efectivamente es lo que mencionas sobre el castillo, pero hubo un error mío al no ser más específico (aunque el tema se toca en un capítulo posterior de Orphée). Los cinco ríos del infierno + 1, y el terreno en sí, pertenecían a Erubus antes de Hades. Éste solo llegó a ocupar, arrendar, comprar y construir encima. Sin embargo, si bien los "palacios" en sí fueron construidos por Hades, milenios después, el castillo principal, ahora llamado Judecca, pertenecía antes a Erebus, con otro nombre, otro diseño, pero en general sus columnas y adoquines son los que pisó otro dios, y desde el cual administraba, en el centro del embudo que es el Inframundo. También aquí apuntar, ya que lo mencionas, que esto del embudo es solo de Mito con base en la Divina Comedia, pero tanto en el MO como en el Canvas es plano. Me encantaría poder tocar el tema de las divinidades anteriores, y es posible que lo haga en la saga posterior a esta, pues es el objetivo hipotético de la misma... pero ya veremos si me dan las fuerzas. Admito que me encantaría.

 

Y lo de Piratas del Caribe no es "una referencia, en gran parte", sino que un robo en toda regla. Si bien no me gustan mucho las películas de Piratas del Caribe, siempre me gustó mucho esa escena por la manera en que "pasaban" al otro mundo, y luego cuando ven las almas en el mar y Elizabeth ve a su padre. Desde que la vi por primera vez la comparé con SS y quise escribirla de alguna manera, a pesar de que el resto de la peli no me guste. Es uno de sus puntos buenos. Respecto a la manera que tienen los Espectros de "vivir" una "vida" cotidiana en este mundo, es algo que también intenté hacer con los Marina. ¿Cómo puede ser que se junten solo para pelear, pero Atenea tenga un ejército completo de tipos que pueden tener días libres y horas extra? No me parece justo.

 

¿Beatrice? Se me ocurrió en el momento en que escribí esa bromita de Dohko. Ni siquiera estoy seguro si será "canon" en mi mini-universo no oficial. Bien podría haber sido Virgil o el propio Dante, pero recuerdo haber pensado "bueno, ahí tenemos otra Espectro femenino", así que elegí a Beatrice. Creo que fue en el volumen 0 donde creé a un ejército divino focalizado en Tailandia, además andan los Guerreros Azules y los elegidos de Ra por ahí, pero desgraciadamente no se me ocurre una manera en que lucharan contra Hades para darte una respuesta. Me gustaría tener una. Con los Marina sí lo hice, enfrentándolos a los Guerreros Azules de Bluegraad, pero el Inframundo es difícil, así que solo quedará por ahora como un comentario random. Haré un pequeño paréntesis aquí con Dohko, que es el que habla de Beatrice, para admitir el error de que sí se me pasó la mano con su bufenería. Pero lo de las elecciones fue lo último que escribí, y como en Mito claramente se puso un poco más ridículo, entonces la culpa de su personalidad probablemente la tiene Anécdotas de Oro. Intentaré corregirlo un poco en los siguientes capítulos que escriba 

 

Ufff, sobre el octavo sentido no quiero ni hablar después del caos que se armó aquí en el foro por el tema. SS Destiny casi me obliga a re-escribir todo Mito por sus ocurrencias. Pero lo voy a resumir así, con la explicación que tengo también para el coso ese en el manganime original: el Octavo Sentido es lo mismo que todos los demás juntos, solo que para funcionar en el Inframundo. Entras a él vivo y tienes que funcionar como un muerto, y sin el Octavo es imposible y te quedas obligado a cumplir con tu castigo en una prisión, y a que te digan donde ir y venir. Shiryu, Hyoga y... bueno, otros Santos, y espero que te lleves una grata sorpresa ahí, van a tener que cambiar la "percepción de su alma" para poder funcionar correctamente en el Inframundo. Como ver u oír. Espero que resulte convincente.

 

Saludos, Rexo y nos vemos pronto. Probablemente me dirija ahora a tu fic!

 

 

 

Como siempre, Felipe, un gran capítulo, es bueno ver a la élite de otro magnate. Supongo q también veremos la de Minos. Me agrada q "recicle" a los espectros del Canvas, sé q el pasado de tu fic es ese. Son grandisimos personajes q sé q los aprovecharás muy bien. Sólo tengo una duda, q pasa con Fénix?? No estaba él relacionado con Bennu?? O es algo q no entendí?? O se revelará después?? Espero me puedas contestar. Un saludo, compañero!!

Sí, también veremos la élite de Minos, estimado Carlos, aunqe creo que falta harta para eso. De hecho, hasta este punto, creo que no ha muerto ni un solo Espectro del ejército de Grifo, mientras que los de Rada cayeron mayoritariamente en el Santuario, y las víctimas de los Santos en el Inframundo ahora son principalmente "Aiaquistas". Minos es dejar lo mejor para el final.

 

Sobre qué sucede con Fénix, como diría Hisoka, lamentablemente...

Hunter-X-Hunter-Hisoka-Cosplay-Wig-Versi

 

"No puedo guespondeg"

 

Saludos y feliz navidad, Carlos.

 

 

 

SEIYA II

 

Río Aqueronte. Inframundo.

Jamás había estado tan nervioso en toda su vida. Tan angustiado, lleno de miedo infantil a la muerte. Seiya estaba rodeado por, probablemente, miles o millones de flamas azules que tomaban forma humana cuando se les acercaba. Y siempre estaba cerca de una o dos, o cien, bajo las velas negras gigantescas, sin importar a dónde se dirigiera. Por un rato hasta estuvo sentado en posición fetal junto al timón donde conducía Caronte, otro dolor en el trasero, pero preferente a estar rodeado de… gente. Gente de verdad, historias detrás, seres queridos… gente de la Tierra.

Pero Caronte era insoportable. Se había pasado todo el viaje silbando y tarareando la única canción que parecía saberse, una y otra vez. Y su voz era la cosa más desafinada y horrible que Seiya hubiera escuchado jamás. Lo peor era cuando alzaba la voz, cuando otros barcos de la flota (las “sombras” del buque de Caronte, quien le explicó que no eran barcos de verdad, no cargaban almas, pero podían atacar a los invasores) pasaban a su lado. Eran conducidos por Esqueletos que el Espectro saludaba con su cancioncita. Y los miserables le coreaban. Era el peor viaje de su vida.

Yo recuerdo aquel día

Que almas iban y venían.

Aquella agua podrida

Y tu cuerpo tan muerto.

En el río aquel, tú y yo, ¡y el dolor!

Que nació de los dos.

—Oye, enano, no te vayas a poner a llorar por mi hermosa voz, ¿eh? Jejeje, aquí las almas no tienen muy buen oído, pero tú que estás vivo sabrás apreciar una obra de arte, ¿no crees? —preguntó Caronte, dirigiendo con ambas manos el timón en el que se había transformado su remo, como por arte de magia.

—¿Es una broma? Con tu voz lo que me causará serán hemorroides.

—Todos se creen críticos, jejeje. ¿Pero ves este mar dorado e infinito? Si caes aquí las almas que han tratado de cruzar nadando te atraparán, te arrastrarán a lo que sea que sea el fondo, y te convertirán en uno de ellos. Así que, yo que tú, empiezo a mostrar más sinceridad respecto a mi voz, jajaja.

—¿Sinceridad? ¿De veras te crees que estoy mintiendo? —preguntó Seiya, alzando la cabeza, hasta que se encontró con una señora y su hija flotando en la cubierta, y volvió la vista al mar. Una cosa dorada enorme a donde fuera que alcanzara la vista, sin islas ni estrellas encima. Era mejor que las almas y los otros barcos repletos de ellas también.

…Ya había tenido suficiente con lo que hacía DeathMask con ellas. ¿Qué sería de aquel hombre? No había revivido con los demás. ¿Era otro prisionero más de Hades? No sabía por qué estaba recordando al Cangrejo de Oro, de pronto, pero eso solo significaba que probablemente su cabeza quería estar en, literalmente, cualquier lado menos cerca de Caronte y su cancioncita.

—Aquí no se puede nadar, no se puede ascender, solo bajar. Es un lugar terrible, creado en la era de los dioses antiguos como barrera de Erebus y sitio doloroso de ante- infierno. Es algo que haría que la Primera Prisión luzca como la Segunda.

—¿Primera Prisión? ¿A qué te refieres? —preguntó Seiya, sinceramente interesado. Cualquier cosa era mejor que la silbatina de Caronte.

—Ah… —respondió el Espectro, dándole la espalda, buscando en el horizonte algo que solo él debía comprender, doblando el cuello a izquierda y derecha como si se estuviese guiando—. Bueno, el Inframundo de Hades se compone de ocho prisiones, tres valles en la Sexta, diez fosas en la Séptima, cuatro esferas en la Octava… y un montón de cosas así, sin importancia.

—Tienen importancia para mí —se defendió Pegaso, poniéndose de pie—. Estoy buscando a una persona muy especial, y ya que no tengo intenciones de hundirme aquí, y que vendí mi alma pagándote con el recuerdo de mi amigo, al menos quiero cumplir con esa parte. Y teniendo en cuenta eso, ¿no deberíamos haber arribado a esa Primera Prisión, entonces? ¿Cómo luce? ¿Qué es?

—No la verías hasta un buen rato más —contestó Caronte, aún sin mirarlo—. En realidad, recién ahora estamos llegando a la mitad del camino. En el río aquel…

—¿¡Qué!? ¿Recién la mitad? —se horrorizó Seiya—. ¡Imposible! Llevamos como 4 horas de viaje y tus malditas canciones.

En realidad, solo lanzó un número de horas al azar. Bien podría haber sido un par de minutos, algunas horas, algunos días… no entendía muy bien cómo funcionaba, pero el concepto de “tiempo” definitivamente no iba muy bien en su cabeza.

—Sí, bueno… no deberías preocuparte. ¿Sabes? ¿Eso del pago? Es irónico, pero si a alguno de nosotros dos se le hubiera ocurrido que pagaras con esa armadura tan pesada, tal vez te hubiera llevado hasta la otra orilla.

—¿Qué cosa? —Seiya se acercó hasta Caronte, súbitamente nervioso. Debió pasar entre medio de unas cuantas personas que lo miraron con los ojos vacíos, aterrándolo de por vida. Algo andaba mal.

—El medallón, ¿sabes? Jejejeje, sirve para el viaje, pero no para el pasaje completo. No sé por qué no se me ocurrió lo de la armadura antes. De verdad. ¿Será la edad?

—Oye, no empieces con bromas, miserable. —Seiya le puso a Caronte una mano en el hombro, y rápidamente fue forzado a alejarla, cuando un viento negro magnífico lo apartó agresivamente—. ¡Oye! ¡Caronte!

La Ley del Dolor. Seiya comenzó a entrar en terror.

—Así son los negocios, muchacho… es lo que tiene tener dos trabajos, uno tiene que buscar la manera de cumplir con ambos. —Caronte al fin se giró para observarlo, y aunque Seiya no pudo ver sus ojos, contempló que su sonrisa, detrás de toda esa presión de oscuridad era casi amable, como si se disculpara.

—¿Qué demonios estás haciendo, maldito traidor? ¡Ah! —Seiya se protegió con ambas manos y encendió su Cosmos, pero no luchaba contra un Cosmos enemigo, sino que contra la fuerza del Aqueronte mismo. No podía enfrentarlo. ¡No podía evitar lo que se venía! Sus brazos y piernas aflojaron—. ¡Caronte!

—Te agradezco haberme escuchado durante tantas horas, ¿bien? O al menos, creo que para ti sí fueron varias horas. ¡Buen viaje! ¡Río del Dolor!

Seiya saltó por la borda del barco, sin sentir dolor. Olas negras como sombras lo abrazaban y guiaban gentilmente hasta el mar dorado. Sus Meteoros no se activaban, pues sus brazos se habían vuelto inútiles. Su Cosmos no hacía nada más que poner más peso sobre él. La armadura no ayudaba.

Cayó. Se sumergió rápidamente. Aún más rápidamente sintió el frío del mar, era lo más helado que hubiera sentido en toda su vida. Profundo. Oscuro. Más frío.

Manos a su alrededor. Brazos. Gemidos que podía escuchar, incluso rodeado del líquido dorado e infinito. Profundo. Oscuro. Aún más frío.

Lo último que vio fue la sombra del barco sobre el mar. Se hacía pequeño, lejano, cada vez más. La risa de Caronte, que cargaba el último recuerdo de la madre de Shun, resonaba en sus oídos. Las manos lo arrastraron y ya no podía contener la respiración. No podía nadar; solo había una dirección posible. No estaba ni cerca de Saori. Desesperación. «¡Mier.da, voy a morir!»

«No… Saori»

No podía rendirse. No podía morir así. «Vamos, brilla, Cosmos mío», pensó Seiya, pero, aunque su Cosmos se encendió, no podía usarlo para nadar a la superficie. Estaba atrapado, tanto por la corriente del Aqueronte como por aquellas miles de manos que lo arrastraban hacia abajo. Hacía muchísimo frío, y no iba a poder contener más tiempo la respiración. Trataba de hacerlo durar lo más posible, por si ocurría un milagro. ¡Algo tenía que ocurrir, pero no iba a rendirse!

Se congelaba. Podía sentir un terrible dolor en el pecho, producto de la presión. Se hundía y su sangre parecía querer salir de sus poros. Sus brazos y piernas eran agarradas por las almas, no le permitían nadar hacia arriba. El Manto de Bronce de Pegaso… dioses, cuánto pesaba. Muchísimo más que cuando lo usó por primera vez, en aquella lucha contra Shaina, tanto tiempo atrás. Moriría con él, también. Sin el medallón de Shun. Sin nada más que desesperación.

Fue entonces cuando le tomaron la mano. Una sensación maravillosa.

¿Seika? ¿Saori? Era evidente que no era como las demás manos. Era cálida, a pesar de que el agua estaba fría. No pertenecía a las criaturas que intentaban ahogarlo. ¿Era eso un milagro, acaso? ¿De quién era la mano? ¿Por qué se sentía tan en calma?

 

Cuando Seiya abrió los ojos, fue por un fuerte estornudo. Se encontraba en tierra firme, sobre arena negra, en la orilla del gigantesco río Aqueronte, que casi lo mata. Había marcas de agarre sobre sus brazos. Volvió a estornudar. Tenía la piel y el cabello mojado, y temblaba de pies a cabeza. Casi muere… ahogado o por culpa de las almas, el caso que estuvo a punto de morir.

Pegasus estaba aún con él, pero no cargaba el medallón de Shun. Lo había perdido como un idiota, pero, al menos, estaba de vuelta en la orilla. Cuando Caronte regresara a buscar más muertos, lo obligaría a devolver el collar. Volvió a estornudar. Fuertemente. Y solo allí se dio cuenta Seiya de que no estaba en el mismo sitio, cuando cayó de espaldas sobre la arena, producto del estornudo.

¿Cómo lo supo? Pues, al mirar atrás, se dio cuenta de que había una larga fila de almas que avanzaban hacia un edificio, a lo lejos, bajo el cielo rojo. No retrocedían, sino que avanzaban. Le costó un poco encontrar las palabras por la sorpresa, pero la realidad era evidente. ¡Estaba al otro lado del Aqueronte! Hubiera saltado de alegría, de no ser por el horrible dolor de huesos en todo su cuerpo.

Se preguntó cómo diablos había llegado allí. Obviamente recordó aquella mano tan cálida que tomó la suya bajo el agua, y que le arrastró hasta la arena. Quien fuera dueño o dueña de aquella mano había desaparecido, y Seiya no sentía ningún Cosmos extraño. En aquel momento ni siquiera pensó en rastrear el origen de ese Cosmos, no cuando estaba a punto de morir y aún era presa de la Ley del Dolor.

Tampoco era como si fuera del tipo que pensaba demasiado. Seiya se puso de pie con dificultad, y observó la fila de muertos en forma de llamas azules. Había algunos Esqueletos más allá, pero entre tanta gente parecían no haberle prestado atención. Si algo ocurría, no tardaría mucho en vencerlos, y así entraría en calor. Lo importante era lo que estaba más allá, aquel edificio tan grande, tan parecido a un… ¿templo griego, quizás? ¿O tal vez un tribunal? Eso era lo que parecía… ¡Un inmenso tribunal de justicia!

Fue así como Seiya comprendió que esa debía ser la Primera Prisión que Caronte había mencionado antes. Sin perder tiempo corrió hacia allá, cuidando de tomar el camino largo entre los grandes roqueríos de la playa para no toparse con más almas (estaba más que harto de ver gente muerta tan cerca suyo, mirándole con ojos vacíos) o Esqueletos. No eran peligrosos, pero lo mejor en ese momento era no llamar la atención. Fugazmente recordó su deseo de recuperar el medallón de Shun, pero si realmente el viaje en barco les había tomado tanto tiempo como le parecía a Seiya, para solo llegar a la mitad del río, entonces no tendría la paciencia para esperar el regreso a esa orilla. No podía permitirse el lujo de seguir esperando, no cuando Saori lo podía necesitar, donde fuera que estuviese. Si llegaba a morir se disculparía con Shun; si retornaba al mundo de los vivos haría también eso, pero, por ahora, solo le quedaba avanzar. En medio de aquella fugacidad, se preguntó también cómo le había hecho Saori para sortear a Caronte… y volvió a estornudar.

 

Le tomó un buen rato llegar allá. Y durante todo el tiempo el edificio seguía siendo grandioso y majestuoso. El Inframundo tenía no solo extrañas reglas de tiempo, sino que también de espacio. Lo más raro era que, aunque con esfuerzo, podía ver los límites este y oeste del tribunal… solo había mar más allá. Y sombras. No podía cruzar por el lado.

El tribunal era colosal. Algo parecido en tamaño al Templo Corazón del Santuario, aun inferior al Templo de Poseidón bajo el océano, pero muy superior a cualquier tribunal que existiese en la Tierra. Tenía dos alas y un sinfín de columnas dóricas, extendiéndose a los lados como si nada las detuviera. Los muros y techo parecían hechos de la piedra más blanca que hubiese visto jamás.

En el frontón triangular se hallaba una inscripción que rezaba el nombre del sitio en griego, lo que confirmaba las sospechas de Pegaso: DIKASTERION, “Dikasterion”, el “Tribunal de Justicia”. La empinada escalinata por donde subían las llamas de zafiro era bordeada por dos detalladas estatuas de… ¿qué era? Estaba seguro que Marin le había ya hablado de esa criatura. ¿Era un grifo? ¿Mitad ave y mitad león? Una cargaba una balanza en su pico, y la otra tenía los ojos vendados. No les faltaba más que gritar al viento que se trataba de un tribunal, y el pensamiento le pareció ridículo a Seiya, que estaba a punto de volver a estornudar. El fuerte y frío viento que corría en el sitio, proveniente del río, con toda seguridad, no ayudaba.

Las puertas eran de madera, enormes, lo suficiente para que Seiya no pudiera ver con detalle la parte de arriba. Una de ellas estaba abierta lo suficiente para que cruzaran las almas, y solo un Esqueleto hacía guardia frente al portón. Un pobre diablo, corto de luces (pues ya había visto varias veces a Seiya y no parecía capaz de notar que no era un alma), y también de estatura, sin yelmo, mostrando la calva, con una piel muy pálida y cargando un arma. Una guadaña. Cosa fácil.

Seiya infló los pulmones con lo que se suponía que era todavía aire, como si fuera a pasar por un pasillo de perfumes del centro comercial (o bajo un puente), y corrió junto a los muertos, subiendo las escaleras a toda prisa. Llegó ante el Esqueleto, y se dio cuenta de que no tenía un plan. Así que se limitó a saludar.

—¡Hola!

—Ponte a la fila —contestó el Esqueleto, para nada sorprendido de que un chico le estuviera hablando. ¿Acaso estaba al tanto de que vendría una persona viva?

—Oye, necesito pasar con prisa, que no puedo hacerlo por otro lado.

—Ponte a la fila y no hagas ruido.

—¿Hablas mucho con la gente aquí?

—¿No te quieres callar? Dios, los muertos nunca hablan tanto en mi turno.

—¿Primera vez que te hablan? —preguntó Seiya, aguantándose las fuertes ganas de estornudar y aterrarse a la vez, cuando una llama a su lado tomó la forma de un niño que entró al tribunal, arrastrando los pies.

—Sí —contestó el Esqueleto, confirmando lo que Seiya pensaba: era un estúpido sin remedio—. ¿Pero quieres callarte? El señor Minos es algo más paciente, pero como se fue a una reunión, lo está reemplazando el señor Lune, que no soporta los ruidos fuertes.

—Ah, sí, el señor Lune… me enterraron con la expresa petición de que él fuera el que me juzgara. Mira lo mojado que estoy, si sigo acá afuera voy a terminar resfriándome.

—¿Y eso a mí qué? —inquirió el Esqueleto, dedicando toda su atención a las almas azules. Era la criatura más corta de luces que Seiya había conocido, y Seiya no destacaba por su inteligencia, precisamente.

—Que estoy a punto de… ah… ah… —Aunque había pensado actuarlo, no había esperado que realmente le dieran ganas de estornudar en ese momento. Se venía uno muy intenso. No había mejor momento.

—Oye, oye, ¡espera!

—Ahhh… ahhhhhhh…

—¿Qué haces? ¡No vayas a…!

Y lo hizo. Soltó todo lo que tenía en la garganta y nariz, y hasta aquella criatura tan horripilante se vio más terrible que antes, cubierta de… todo. Tenía la boca abierta, con la expresión del más vivo horror.

—Dioses, sí que me di un buen chapuzón en ese río…

—¡Pero qué mierd.a te pasa! ¿Cómo te atreves a…?

—¡MARKINO! —gritó alguien desde adentro, con una voz grave y terrible, capaz de hacer incluso que las almas retrocedieran. Algunas hasta salieron. Seiya desconocía que fueran incluso capaces de hacer algo así.

—Oh, no… el señor Lune va a…

—¡Markino! ¿Qué es ese ruido allá afuera? ¡Te dije que no quería ruidos molestos en ese sitio!

—N-no fui yo, señor Lune —balbuceó Markino, con la guadaña temblando en sus manos, como si estuviera a punto de arrancarse la cabeza con ella en vez de enfrentar al tal Lune. A Seiya le hubiera dado lástima si no fuera, al fin y al cabo, un soldado de Hades.

—¿Qué no fuiste tú? A este lugar solo llegan almas sin consciencia, ¿me tomas por estúpido, Markino? —continuó la voz estridente. Era extraño, parecía estar susurrando a duras penas, pero su voz se escuchaba en todo el recinto de manera clarísima.

—N-no, señor Lune, no…

—Oye, mejor déjame pasar y le explico todo, ¿quieres? —intervino Seiya.

—Sí, s-sí, eso sería lo mejor…

—¿CON QUIÉN ESTÁS HABLANDO, MARKINO?

—No te preocupes, yo me hago cargo. —Y dicho eso, Seiya entró al Dikasterion con todo el descaro del mundo, limpiándose la nariz con una mano y despidiéndose del pobre Markino con la otra.

—Un momento, ¿los muertos pueden hablar? —se preguntó Markino, pero Seiya ya lo había dejado atrás. Había algo mil veces más intimidante que enfrentar ahora.


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Publicado 03 enero 2020 - 16:16

SAORI I

 

Puente de Viento Negro. Inframundo.

Caronte no la reconoció cuando subió con él, y todas esas pobres almas, a su barco de velas negras. Saori, que había aprendido el arte de la música desde que tenía memoria y que había aprendido a tocar el piano antes que multiplicar, debía admitir que el viaje había sido una tortura. Incluso ella, que valoraba la gente que, incluso sin el don de la música, se atreviera a cantar o tocar un instrumento, y generalmente disfrutaba de ello, no fue capaz de soportar a Caronte y su canción sobre el río que navegaban. Sin ritmo, sin armonía, sin una pastilla de menta para su garganta. Se le habían hecho días, aunque seguramente no había sido tanto tiempo, cruzar el Aqueronte. O quizás sí, ya no estaba muy segura ahora que era un alma, como todos los demás que no eran soldados de Hades.

Luego, al bajar, se preguntó si debía asesinar a Caronte… y tuvo que golpearse la cara tras aquel pensamiento. No solo porque era una tontería, ya que el hombre hacía un trabajo más allá de fungir como Espectro, llevando almas hasta su lugar de descanso, sino porque… ¿desde cuándo pensaba en matar a otros? Jamás había tomado una vida, y solo con Saga se le había cruzado el pensamiento por la cabeza. Había sido simple, tras bajar de la barca. “Bueno, habrá que matarlo entonces”. Así de fácil fue pensar en arrebatarle a alguien la vida. ¿En qué se estaba convirtiendo? ¿Era efecto de estar muerta? Porque, en vida, jamás lo pensó.

Así que se alejó del barco y vio como las velas nocturnas se alejaban bajo el cielo de rubíes. Y persiguió a las almas, aún invisible, hacia el Dikasterion, la Corte de Justicia para las almas del planeta Tierra. Ignoró a todos los Espectros en su interior, y continuó. Vaya que tardó…

Detrás del Dikasterion había un puente que lucía infinito, rodeado por cuencas y montañas negras. Saori no conseguía ver un límite para el puente, se extendía entre cerros y rocas hasta donde alcanzaba la vista, serpenteando el inframundo… pero también daba la impresión que iba en bajada, lo que notó cuando tuvo que disminuir la velocidad del paso cuando comenzó a caminar. Y lo peor era el frío. Hacía un frío terrible, helaba los huesos y la sangre (o lo que Saori tuviera ahora que estaba muerta). El viento soplaba con fuerza, pero los Esqueletos que merodeaban cerca no parecían ser afectados demasiado. No más que perder el equilibrio de vez en cuando, mientras que Saori tenía que hacer uso de todas sus fuerzas para no caer en picada.

Y no solo era el viento. También caía una horrible lluvia negra sobre ella, con una intensidad inaudita, como si desafiara a la naturaleza y no fuera capaz de dejar de caer. Al mismo tiempo, parecía que nunca había dejado de llover, en primer lugar. Tanto en el río Aqueronte como en el Dikasterion no había caído ni una gota, y, por supuesto, no había una sola nube encima de ella. Fueran quienes fuesen los castigados de turno en esa zona del Inframundo (probablemente debajo del puente, pero Saori no quería asomarse a ver), debían ser azotados por la lluvia de color ébano y congelados por vientos fríos, a la vez. No era un lindo destino.

Por ahora, de todos modos, lo mejor era no pensar en ello. Ella también estaba ya muerta. Si por alguna distracción, perdía la invisibilidad y la atrapaban, posiblemente sería víctima de un destino muchísimo peor que ese. Ella ya no tenía salvación, y tampoco esa pobre gente debajo del puente. Debía tenerlo bien claro en la cabeza.

 

Así que caminó. Pasó entremedio de algunos guardias, sin hacerse notar. Cargaba el cetro de Niké, pero nadie parecía capaz de percibir su Cosmos. Intentó, en lo posible, no dejarse llevar por miradas o gestos extraños que podrían distraerla. Si ya había llegado a ese punto, y ya había pasado lo peor (cruzando la Puerta), entonces no le quedaba otra opción más que seguir avanzando.

Y entonces… ocurrió.

Alguien la estaba mirando.

Saori casi suelta el cetro del susto. Se tambaleó y puso todas sus fuerzas mentales en mantener la compostura y la ilusión intacta. Alguien la estaba mirando… ¿no? O, eso parecía. Un Espectro de melena rubia, piel pálida y los ojos más extraños que Saori jamás hubiera visto. Eran… negros. Casi completamente negros, escleróticas negras con algo blanco en el centro, brillante, que Saori supuso que era el iris. La pupila era vacía, incluso a la distancia le intimidó.

Su armadura tenía grandes hombreras que cubrían desde el cuello hasta casi las manos, y un faldón larguísimo de seis piezas. El yelmo asimilaba una corona, y tenía una tonalidad aún más negra que el resto de la Surplice. Era como si una nube oscura rodeara tanto su rostro como su cabeza. A pesar de la lluvia negra y aquella “nube”, podía captar perfectamente los ojos del Espectro.

Y la estaba mirando. O, al menos, parecía mirar en la dirección donde se hallaba. ¿Era una coincidencia? Entonces, ¿por qué no dejaba de mirar? Tenía los labios abiertos, como si estuvieran confusos, pero no con una sonrisa intimidante ni con una actitud de cazador. Era como si inspeccionara algo…

Saori dio un paso hacia adelante por el puente. El Espectro siguió mirando, pero no hacía nada más. ¿La había descubierto o no? Su expresión facial indicaba que no estaba ni siquiera él seguro. Saori dio otro paso, y otro más, pasando junto a otro Esqueleto, que no dio muestras de captar su presencia. Ojos negros, una mirada terrorífica. Saori sostuvo con más fuerza el cetro, sin saber si debía usarlo, ni cómo. La lluvia caía sobre su rostro y le impedía ver con claridad, con excepción de los ojos negros delante.

Se acercó hasta quedar a dos metros del Espectro, que la seguía con la mirada, con dudas en el rostro, sin seguridad. Qué mirada más vacía, qué ojos tan fantasmagóricos. Le sostuvo la mirada, pero se enfocó en seguir avanzando. Obviamente no la descubría aún, solo había captado algo… pero si seguía caminando, quizás pasaría desapercibida. Pero, esos ojos le intimidaban… Saori quería actuar.

Lo tuvo a su lado. Saori Kido siguió avanzando… hasta que no pudo seguir. Sus pies se habían quedado petrificados en su sitio, y Saori no los había sentido tanto desde que llegó al Inframundo. Era consciente de todo su cuerpo, paralizado por una fantasmal fuerza que provenía de los ojos de aquel hombre.

—¿Quién eres?

Saori no contestó a la pregunta, incluso aunque tuvo la tentación de hacerlo. No se dejó ver, aún era capaz de mantener la ilusión, pero no podía moverse físicamente. Ni si quiera podía mover los labios.

—Entiendo que no puedes responder, esa es mi habilidad, Magia Negra[1]; pero, me esperaba que consiguiera romper esa ilusión que usas… ¿eres un Santo? ¿Un Espectro de pacotilla que está traicionando al señor Hades? Te permitiré hablar, al menos.

Saori sintió que sus labios estaban libres, pero de igual manera no respondió. Iba a necesitar un plan, pero si no podía moverse, no tendría demasiadas opciones hasta que al Espectro le diera por dar la alarma.

—¿No vas a contestar? Sin embargo, el hecho de que te estés escabullendo hacia abajo, en lugar de hacia el Portón del Inframundo, me indica que eres un invasor —dijo el Espectro, acercando la mano hacia ella. No lo suficiente, no alcanzó a tocarla, pero casi lo hace. No sabía a qué distancia se encontraba, pero iba tanteando el terreno… ¿por miedo? ¿O quizás solo por ser precavido? Saori no estaba segura de nada—. Pero vamos, tal vez se necesite un poco de intimidación sana. Mi nombre es Byaku de Nigromante, Señor de los Muertos, Estrella Celestial del Cumplimiento[2], de la Tropa Celeste del gran Minos. ¿Y tú quién eres? ¿A qué vienes al Puente del Viento Negro?

Saori se negó a responder. Necesitaba hacer algo pronto. Pensó. Podía respirar y ya podía mover los labios también. El Espectro solo había paralizado sus funciones básicas de movimiento a nivel óseo. El saber que solo era un alma le había intimidado antes, pero el hecho de sentirse paralizada… en cierta forma, era reconfortante. Podía hacer algo, tal como Shiryu ante DeathMask. Su Cosmos estaba intacto. ¿Debía utilizarlo para aterrar un poco a Byaku? ¿Tal como había hecho con esas Sombras de Reina de la Muerte tiempo atrás? No recordaba cómo, pero algo se le ocurriría. ¡Pronto!

—Sigues sin contestar. Pero, verás, no te tengo miedo. Si no te he asesinado en el acto es porque no sé qué tan útil serías como rehén. Quizás el señor Minos te quiera. O el mismísimo señor Hades. Mi Magia Negra me permite controlar a los muertos, las almas, a nivel físico; todas las que tenga alrededor y capte con mis ojos. Casi te me escapas, pero ahora que te vi… no puedes huir de mí. ¿Quieres ver de lo que soy capaz, si no cooperas?

Byaku levantó un brazo, y cinco almas, cinco llamas azules, se alzaron desde el fondo del precipicio debajo del puente. Cinco almas que tomaron forma humana casi al instante. Tres hombres. Una mujer. ¡Un niño! Todos tenían agujeros en el pecho, como si algo filoso los hubiera atravesado. Saori Kido soltó un grito que no pudo negarse, de puro terror. ¡No pudo evitarlo!

Tampoco pudo evitar el segundo grito, cuando Byaku, el Nigromante, los soltó. Los dejó caer otra vez hacia el pozo, y cuando Saori tornó los ojos en esa dirección, lo que había tratado de evitar… se aterrorizó a la vez que se enfadó. Había un montón de púas abajo, grandes y afilados dientes infernales, donde un millar de muertos se hallaban atravesados por ellos. Sufriendo sin parar. ¿Cómo no iba a gritar de dolor?

—Vaya, así que ahí estás.

—¿Ocurre algo malo, señor Byaku? —preguntó uno de los Esqueletos, tras oír el grito, a punto de acercarse.

—Nada, nada, sigan con lo suyo. ¿Lo ves? —inquirió Byaku, refiriéndose a Saori de nuevo—. Puede quedar entre nosotros. Muéstrate o te haré lo que a esos muertos. Mi Magia Negra no tiene parangón, ningún alma queda ajena a mi poder después de verla.

Los Esqueletos se alejaron. Solo estaban Byaku y Saori. Y el cetro. Y el miedo, el terror y la ira.

—N-no tienes derecho… —susurró Saori, temblando. Moviéndose.

—¡Eso es! Y esa voz… muy dulce. ¿Acaso una chica? ¿Una mujer Santo capaz de usar ilusiones? —preguntó el Nigromante, acercando la mano a ella. A una zona que no debía tocar absolutamente nadie.

«No me toques», dijo Saori, en su mente. Ningún hombre debía atreverse a tocar a la diosa de la guerra.

Hizo que Niké desencadenara un resplandor intenso con su Cosmos. Hasta el aire frío se volvió cálido por una centésima de segundo; incluso la lluvia negra se apartó por un instante de ella. Sintió calor. El Nigromante deshizo su hechizo cuando ambos ojos se quemaron por el impacto de esa luz.

Golpeó a Byaku con el cetro, y éste, mostrando una expresión de asombro y terror por igual al verla liberada de su hechizo, logró apenas bloquear a Niké con los brazos. Así fue como Atenea esperaba. Se agachó, giró rápidamente, esquivó una patada traicionera, y golpeó nuevamente con el cetro divino, directo hacia el pecho y corazón descubiertos de Byaku, que parecía como si recién hubiera aprendido a pelear. Todo durante la mitad de un segundo.

—N-no puede ser… ¿quién puede luchar así? —preguntó el hombre, mientras su piel cambiaba a un tipo distinto de pálido.

Atenea se dejó ver. Solo por un momento.

—No debiste tocarme. Ni a ellos.

—N-no lo c-creo… tus ojos… son g-grises…

Atenea volvió a golpearle, como un relámpago, y un instante después era invisible de nuevo, avanzando por el puente mientras Byaku caía debajo del mismo, clavándose en las salientes, muriendo poco a poco, sin ser capaz de anunciar lo que había ocurrido. Era capaz de manipular a los cadáveres, pero nada podía hacer ante el alma de una…

 

¿Diosa?

Saori se detuvo. ¿Qué acababa de pasar?

Miró hacia atrás. Algunos Esqueletos se alertaron de la desaparición de Byaku, y lo buscaron sin éxito en el aire, o en las lejanías. Saori se miró las manos. Eran espirituales, pertenecían a un alma que no respiraba ni tenía pulso, y aun así, sobre ellas había manchas de sangre. Algunas gotas habían caído sobre su pulsera de flores, la que Mitsumasa Kido le había regalado. La pulsera perdió dos pétalos cuando levantó los brazos y se llevó las manos al rostro, para detener el llanto.

¿Qué acababa de hacer? Ante ella se había encontrado una vida, un Espectro que no le había hecho daño, más que paralizarla. Torturaba gente que ya había partido. Eso era todo con Byaku de Nigromante. Y luego… casi la toca. Y Saori se movió muy rápido, y se sintió como otra persona. “Ojos grises”, dijo Byaku, antes de caer por el golpe que, sin pensar demasiado, Saori le dio. ¿O fue acaso que sí lo pensó, y ya no lo recordaba?

Ojos grises… Pero Saori tenía ojos verdes. Su madre, Metis, sí tenía ojos grises, y podía recordar lo mucho que se parecían, cuando la vio en sus memorias. ¿Qué diría ella de lo que acababa de ocurrir? ¿Qué pensaría su madre si supiera que había quitado…?

¿Quitado una vida? ¿Arrebatado una vida a otra persona, con sus propias manos? ¿Saori había… asesinado? No podía creerlo, pero no podía negar lo ocurrido. El cadáver de Byaku estaba abajo del puente, clavado por las piedras como la gente que se encargaba de torturar. Como esos hombres y mujeres… como aquel niño. ¿Tanto se había enojado, que luchó y mató a un Espectro, como una guerrera?

O más bien, ¿no era lo otro? ¿Lo más evidente? No había sido precisamente ella la que había asesinado a Byaku. Tomado su vida, como si le perteneciera. Al mismo tiempo, tampoco era la primera vez que Saori, en estricto rigor, luchaba y arrebataba una vida. Era la diosa de la guerra… era Atenea.

«No quiero ser Atenea. No quiero matar a nadie», sollozó Saori, con ambas manos llenas de lágrimas. Le dolía la garganta y el pecho. Estaba teniendo otro ataque de pánico. ¡Acababa de matar a alguien sin ninguna compasión ni piedad! Aunque fuera un enemigo, jamás se creyó realmente capaz de eso. Ni siquiera con Saga, o con Poseidón.

—No quiero ser esto —dijo en voz alta. Lo repitió varias veces, pero ya no podía evitar lo que ocurriría. Debía seguir caminando.

Saori sujetó fuertemente el cetro, y lo usó para apoyarse mientras caminaba por el Puente del Viento Negro. Había perdido fuerzas y ánimos. Quería que todo terminase y al fin descansar. Pero apenas había comenzado. Solo era el principio.

Siguió llorando, pero sus lágrimas se mezclaban con las negras gotas de lluvia que le golpeaban fuertemente el rostro. El frío le entumió, y le hacía pensar… recordar con intensidad aún mayor lo que había hecho. Un pecado mortal del que no podría escapar. Uno con el que los Santos lidiaban a diario por protegerla.

La diosa Atenea había asesinado sin piedad a un enemigo. Pero Saori Kido tendría que cargar con las consecuencias.


[1] Black Magic, en inglés.

[2]Tenrei, en japonés; Tianman, en chino. En la novela Al Borde del agua, es la estrella correspondiente a Zhu Tong, el “Señor de la Preciosa Barba”.


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Publicado 03 enero 2020 - 20:15

Realmente, Felipe, no me esperaba lo de Saori. Me agradó verla demostrar, de alguna manera, como casi no se vio en la obra original, demostrar q es una diosa, matando muy fácilmente a un espectro celestial. También me agradó ver su parte humana, lamentándose de lo que hizo, has creado una Shun versión femenina. Creo q eso tendrá consecuencias futuras para Saori, que ya quiero ver. Pq Byaku se dio cuenta de la presencia de Saori y el resto no? Tengo esa duda. 

Con respecto al capítulo de Seiya, que no había comentado, me gustó como lo adaptaste sin la presencia de Shun. Tampoco tuvo su combate Caronte con Seiya, me pregunto que pasará después con él, me imagino que no será la última vez que lo veremos. Ya quiero ver su encuentro con Lune (si es que es con él) y espero ver pronto a Kanon en acción, me encantó su performance en el clásico, estoy seguro que en tu versión habrán muchos cambios, pero sé que no decepcionarán. Bueno, eso sería, saludos, amigo Felipe!!

P.D: Estoy leyendo tus otros fic, los que has hecho con Placebo, pero aún no los comento, a su debido tiempo lo haré, le he dado prioridad es este, que es el más antiguo. 



#717 Cannabis Saint

Cannabis Saint

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Publicado 04 enero 2020 - 15:41

Grandes capítulos, el de Seiya me agrado pero el de Saori fue muy bueno, espectacular como se vio la dualidad de Saori/Atena me gustaría que poco a poco se muestre más Atena que Saori, quiero ver a la diosa guerrera guerreando! Jaja

#718 -Felipe-

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Publicado 08 enero 2020 - 17:47

Realmente, Felipe, no me esperaba lo de Saori. Me agradó verla demostrar, de alguna manera, como casi no se vio en la obra original, demostrar q es una diosa, matando muy fácilmente a un espectro celestial. También me agradó ver su parte humana, lamentándose de lo que hizo, has creado una Shun versión femenina. Creo q eso tendrá consecuencias futuras para Saori, que ya quiero ver. Pq Byaku se dio cuenta de la presencia de Saori y el resto no? Tengo esa duda. 

Con respecto al capítulo de Seiya, que no había comentado, me gustó como lo adaptaste sin la presencia de Shun. Tampoco tuvo su combate Caronte con Seiya, me pregunto que pasará después con él, me imagino que no será la última vez que lo veremos. Ya quiero ver su encuentro con Lune (si es que es con él) y espero ver pronto a Kanon en acción, me encantó su performance en el clásico, estoy seguro que en tu versión habrán muchos cambios, pero sé que no decepcionarán. Bueno, eso sería, saludos, amigo Felipe!!

P.D: Estoy leyendo tus otros fic, los que has hecho con Placebo, pero aún no los comento, a su debido tiempo lo haré, le he dado prioridad es este, que es el más antiguo. 

Es algo que siempre le he criticado a Kuru (entre otras muchas, muchas, MUCHÍSIMAS cosas). Saori es una diosa, y cuando niño pensaba que Atenea era la diosa del amor, no de la sabiduría o la guerra. Jamás se le ve realmente luchando, y cuando lo hace al final, así como todo el final de la saga de Hades, es súper forzado. Si bien me encanta el concepto de Saori como humana (y de hecho, así la he querido mostrar hasta ahora), también he deseado ir mostrando de a poco cómo se va convirtiendo en diosa, recuperando sus recuerdos en el Oráculo, cuando conoce a su madre, frente a Poseidón, y ahora hasta presentando sus ojos grises. La idea es ver cómo lidia con ello, y si acepta su destino como diosa, con todo lo que conlleva. Me alegra que te gustara cómo va el proceso.

 

Sobre Byakku, se dio cuenta nada más porque es su habilidad. En el Canvas tiene unos ojos rarísimos, únicos en la franquicia, así que sus habilidades tienen que ver con ellos, incluyendo ver cosas que los demás no. Y lo último, de que lees los otros fics... pues qué voy a decir u ocultar, ¡me alegra mucho! Gracias Carlos.

 

Saludos!!!

 

 

 

Grandes capítulos, el de Seiya me agrado pero el de Saori fue muy bueno, espectacular como se vio la dualidad de Saori/Atena me gustaría que poco a poco se muestre más Atena que Saori, quiero ver a la diosa guerrera guerreando! Jaja

Muchas gracias, Cannabis! Qué bueno que te gustaran ambos capítulos. Y espero no decepcionar cuando a Saori le toque combatir.

 

Saludos!!!

 

 

 

Nota: En este capítulo se mencionan algunas cosas aparecidas en Anécdotas de Oro: Libra. No se preocupen, no es relevante en sí para la trama, pero solo para que lo sepan ;)

 

 

DOHKO III

 

 

Río Erídano. Entre la Tierra y el Inframundo.

Shiryu fue el primero en caer.

Shaina le siguió, poco después.

Hyoga, aunque aguantó, tampoco se pudo mantener de pie.

El sufrimiento era demasiado, incluso para ellos.

Pero no podían mirar atrás. Solo les quedaba avanzar.

 

Dohko de Libra entrenaba a Draco Shiryu, Ophiucus Shaina y Cygnus Hyoga en despertar el Octavo Sentido, reviviendo sus miedos más profundos e íntimos, a la vez que los conectaba con la continua y repetida muerte de sus espíritus. Debían sentir lo que era la muerte todas las veces que fueran necesarias. La desesperación, el pesar, la angustia, el miedo, el terror, la tristeza, todas emociones que pertenecían a las llanuras de la Muerte. El Rey del Inframundo las conocía, pero ni siquiera él podía oponerse al salvoconducto a sus propias reglas, el Octavo Sentido inherente a los seres humanos desde incluso antes de la era de Zeus. Si Shiryu, Shaina y Hyoga no dominaban ese poder tan profundo, si no controlaban a la muerte y se volvían capaces de sobreponerse a las reglas de la voluntad misma, si no manipulaban a la propia vida, entonces nunca serían capaces de luchar en el Inframundo. Y aunque Dohko y Kanon, que andaba por allí, eran Santos de Oro (un par de veces se preguntó si Kanon de verdad había despertado el Octavo Sentido, como él decía, pero lo mejor era confiar en la cantidad de veces que se había enfrentado a la cara de la muerte), ellos dos no serían suficientes. Lo había aprendido hacía un par de siglos.

¿Qué era lo que sufrían los jóvenes Santos? Era muy distinto en cada caso. Dohko era capaz de mirar en lo profundo de sus almas, cubiertas de cicatrices. Las cicatrices del alma eran fisuras provocadas no por golpes físicos, sino por traumas y daños severos en la mente de los guerreros.

El mismo Dohko aparecía en las cicatrices de Shiryu. Su discípulo tenía miedo de que Dohko muriese, mucho más que su propia muerte. Era noble, humilde y justo, y su mayor terror era que sus seres queridos se perdieran… Afortunadamente lo había logrado hasta ese momento, pero también temía por los demás, incluso los enemigos. No estaba a gusto con asesinar a otros, y en su alma había cicatrices generadas por muchos guerreros: los Dragones Negros, Shura, DeathMask, Krishna de Chrisaor… muchos enemigos, cuya sangre manchaba sus manos.

Pero lo que más temía era perder a los que amaba en sus brazos. El alma de Shiryu lloraba con su imaginación desbocada. Dohko se veía a sí mismo, en su forma de anciano, sirviendo de escudo para Shiryu de un ataque anónimo. A veces, en lugar de Dohko era Seiya o Hyoga, o Genbu. A veces era Atenea, con una espada en el pecho, defendiendo al Santo de Dragón. Dohko vio la cabeza de Shun, rodando, tal como la había visto Shiryu a los pies de Radamanthys.

La peor visión de muerte de Shiryu, era la de Shunrei. A veces era asesinada frente a él; en otras ocasiones, el muerto era el propio Shiryu, frente a Shunrei. Dohko vio morir varias veces a su hija, en ojos de Shiryu, pero le sorprendió también atestiguar la caída del propio Dragón. Dohko sabía que Shiryu no temía morir… lo que le daba miedo era que otros tuvieran que llorar por su muerte.

—¡Shiryu! —le gritó a su alma, al mismo tiempo que la golpeaba con su renovado Cosmos de Oro.

—No quiero verlos morir —susurró Shiryu, con las manos en la cabeza como si se le fuera a salir.

—Shiryu, no van a morir, tú puedes hacer esto. ¡Shiryu!

—Shunrei… si seguimos vivos, ella…

En el alma de Shiryu ahora se reflejaba una escena irreal, con un Shiryu muy viejo, casi como Dohko hacía un tiempo, con su hija, Shunrei, también anciana. Eran granjeros, llevaban una vida normal… hasta que uno de ellos moría.

Cuando Shiryu fallecía, Shunrei lloraba y terminaba de envejecer sola, y Shiryu lo veía todo. Cuando Shunrei era la que fallecía, Shiryu se arrancaba los ojos. A Dohko se le encogió el corazón y no pudo evitar llorar ante la escena en el alma de su discípulo.

«¿Esto es lo que de verdad temes, Shiryu?» Era el escenario de una vida común, un bello mundo feliz que terminaba cuando la llama de la vida se agotaba. ¿Qué podía doler más que perder al ser más querido, debido al simple hecho de vivir? ¿Al ciclo de la vida y la muerte? Dohko había burlado ese ciclo tantas veces, superando la edad que cualquier ser humano llegaría a tener (incluso un Santo), que se había olvidado de los sufrimientos que conllevaba el ser humano.

Dohko decidió proyectarle entonces una ilusión. Allí, Shiryu moría de un ataque al corazón, aunque el propio Libra casi se desgarra el alma cuando la conjuró. Shiryu moría a la edad de 86 años, y Shunrei, en el cementerio, era presa del dolor, recordando su vida y felicidad juntos… pero con hijos alrededor. Hijos muy parecidos a Shiryu, frutos del amor que ambos se habían entregado tras sobrevivir. El dolor y la felicidad mezclados.

 

Por otro lado estaba Shaina. Sus cicatrices estaban dadas por el miedo más lógico, profundo y primitivo que existía: el miedo a la misma muerte. Ella no deseaba morir, ni tampoco la muerte de sus compañeros, pero lo primario era enfrentar a lo que había más allá. Dohko vislumbró en su alma la pérdida de muchos Santos, muchos soldados; en fin, muchos compañeros durante las batallas que se habían desarrollado entre los ejércitos de Atenea y sus enemigos. Ella había estado siempre en la zona más brutal y sanguinaria del campo de batalla, mientras Shiryu y sus amigos combatían a nivel individual y contra los dioses. Ella había sucumbido muchas veces a las heridas y había contemplado la muerte de tantos hombres y mujeres valientes que había perdido la cuenta.

También estaba allí un tal Cassios. Y un tal Dante. Ambos, soldados valientes que perdieron la vida protegiéndola. Cuidando del Santuario y sus habitantes. Defendiendo a la gente de Rodrio. Shaina sentía que era ella la que debió morir en su lugar, en su lugar de comandante, pero no quería morir. No quería saber qué había más allá. No quería hallarse en un sitio desconocido, y temía que esos miedos se manifestaran y los demás supieran de ellos. Que Seiya supiera de ellos.

Pegaso aparecía muchas veces en sus cicatrices, pero Dohko puso atención en las que más se manifestaban. “Soy la Comandante, debí morir… pero no quiero”. No quería ver más allá y saber que no podría volver a vivir. Lo ocultaba con garras y colmillos filosos, pero no deseaba dejar de vivir, de disfrutar de los sentimientos que tanto gusto le causaban en secreto. Pero su responsabilidad como líder gritaba que debía caer en batalla, y que los demás lloraran su muerte y la siguieran a la tumba tarde o temprano.

Eso sí que Dohko lo conocía, si bien no había tenido nunca ese miedo a la muerte como algo desconocido, pero sí había sentido aquel peso de la responsabilidad, tanto por rango como por edad. Cuando era joven, su maestro, Hao-Cheung, le había inculcado que era deber del guerrero dar la vida por sus creencias, pero también que debía disfrutar cada día como si fuera el último. Mezclar ambas cosas le parecía una idea ridícula (aunque Sion aducía que la comprendía perfectamente, pero todo en él parecía ser insoportablemente perfecto), pero con el tiempo (mucho tiempo) llegó a entender que el deber de un líder no era morir, sino dejar de temerle a la muerte a la vez que se guiaba a los demás a una batalla donde todo podía pasar. La muerte era solo una de las opciones. Dohko había asesinado a su propio padre, un brutal criminal, porque era su deber. Había sucedido a Hao-Cheung como líder de los Taonia porque era su deber. Había visto caer como moscas a Santos de Bronce y Plata en su lugar porque los había guiado hasta allá. Había visto morir a grandes guerreros de Oro como Deuteros, Rasgado, Manigoldo, y muchos más, solo porque era el deber de todos ellos. Y sonriendo se fueron al Hades.

—Shaina, no es tu responsabilidad morir —le dijo Dohko, tratando de entrar en su alma. Ella se abrazaba a sí misma, como una niña asustada, con los ojos muy cerrados, una visión que nadie había visto jamás.

—Los llevé a todos a la tumba… n-no quiero ir también. —La Santo de Ofiuco dio un gran grito, que hizo a Dohko estremecer y retroceder, y tuvo que reactivar el poder de su alma rápidamente para volver a entrar—. ¡No quiero morir con ellos!

—Así es, ¡no tienes que morir! Pero tienes que luchar para que ellos no caigan. ¡Tú tienes que ayudarles a sobrevivir en el Inframundo!

—¡¡¡No quiero ir a ese lugar!!! No quiero saberlo… ¡No quiero verlos!

Eso era lo que temía. La decepción, el miedo y la desesperanza de los soldados en el mundo de Hades. Allí era donde se dirigían, y ella, como Comandante de los Santos de Plata y Bronce, era la responsable de dar la cara. De enfrentar a sus almas y darles eterna confortación… o la mala noticia de la perdición.

Así que Dohko manipuló la imagen del maestro que Shaina había visto morir y que luego fue también su víctima. Al-Marsik de Ofiuco encadenado en el Inframundo, orando para que su alumna hallara el descanso eterno. Shaina lo vio y quiso enloquecer para no saber lo que veía. Debía enfrentar ese miedo… debía poner ambos pies sobre la tierra del Inframundo, ver a Al-Marsik, y tomar su responsabilidad como un buey por los cuernos.

 

Y finalmente Hyoga… Dohko hubiera preferido no ver eso. Probablemente nadie en el mundo había entrado tan profundo en el alma del Santo de los Hielos, y jamás nadie habría adivinado qué era lo que ocultaba el misterioso guerrero. Un recuerdo imposible de olvidar, la manifestación de una culpa que lo ahogaba. Una historia amarga.

Hyoga estaba temblando, a pesar de que se le pensaba incapaz de sentir frío. Hacía crujir los dientes de tal forma que el Manto de Cygnus, armado a un lado, casi vuela hacia él de no ser porque Dohko le detuvo. El horror de la muerte de los seres queridos era una cosa, el miedo a la muerte propia y a lo desconocido era harina del mismo costal… pero el miedo a la vida era algo imposible de definir. Algo de otro mundo.

El recuerdo, brutalmente conectado a la muerte como si fuera parte de la misma cosa, comenzaba con un tierno abrazo. Hyoga y su madre. Hyoga, un niño de la nobleza rusa, y su madre, en un gran buque. Se abrazaban y la madre le acariciaba al hijo el cabello, por debajo de la capucha. Hacía frío, y pronto haría mucho más.

Entonces, en algún punto, la mujer iba a hablar con los otros miembros del grupo que iba a Japón para una conferencia de medio ambiente. Hyoga se separaba de su madre e iba a correr por ahí. Accidentalmente, una puerta quedaba abierta y Hyoga la cruzaba, a pesar de que uno de los cadetes le gritaba algo. Él solo quería descubrir cosas nuevas, solo deseaba jugar como cualquier niño, sin preocupaciones; sin saber lo que había delante.

Bajó unas escaleras y entró en las sombras. Hyoga no le temía a la oscuridad ni a nada en el mundo. En la corte lo habían educado de tal manera que no existía algo que le provocara esos sentimientos. Y entonces fue cuando movió algunas palancas, esquivó a algunos grumetes, golpeó algunas piernas… un mocoso insolente que no debía sobrevivir. Un niñato irrespetuoso a quien se llevaron con su madre, al que regañaron de forma muy intensa. Hyoga no entendía de qué diablos hablaban, solo se enfocó en hallar el mejor lugar de la falda de mamá donde llorar.

Y entonces… el barco se hundió. Muchos murieron. Mamá murió, pero alcanzó a subirlo al bote salvavidas. Por muchos años, en silencio, Hyoga se preguntó si había sido el culpable del accidente, de la muerte de su madre. Tal vez no, tal vez sí… y si era un sí, entonces era un criminal que merecía la muerte. Un malnacido para quien la muerte era, en sí, la salvación.

—¡Hyoga, reacciona! ¡No entres allí!

—Es mi culpa… yo maté a mamá —sollozó Hyoga, que retrocedió diez años.

—No sabes lo que ocurrió… los accidentes, accidentes son.

—Los accidentes son causados por los seres humanos. Por mí. ¡No merezco vivir! —exclamó el Cisne, y se golpeó duramente la cara mientras estaba en el trance. Dohko no podía detenerlo, tenía que vivir todo el proceso hasta que su alma creyera que la vida y la muerte eran lo mismo… pero no por eso era fácil de ver.

—¡Tú no mataste a tu madre!

—Mamá… mamá… ¡¡Mamá!! —gritó Hyoga. Dohko no tuvo más opción. Abrió aún más la cicatriz. Le mostró a su madre, le recordó el accidente, y la mezcló con el resto de las heridas.

Camus de Acuario.

Isaak de Kraken.

Ambos asesinados por su propia mano. Su madre era simplemente una más (la peor) de los pecados que Hyoga cargaba. Un asesino de sus seres queridos. No era capaz de imaginar que podría no tener nada que ver con el accidente del barco, o que Camus e Isaak eran sus enemigos. Dohko abrió las heridas hasta que sintió que su alma lloraba.

 

—¡¡Dohko!! —interrumpió alguien, desde cubierta. Era la voz de Jabu, en un claro tono de alarma.

No podía tardarse más. Sabía que ocurriría tarde o temprano, así que dejó a Shiryu, Shaina y Hyoga sucumbiendo a sus peores pesares, confiando que los resolverían por sí mismos en algún momento, y subió a la cubierta.

La bruma se estaba dispersando, descubriendo un mar que parecía infinito. En sus aguas negras flotaba un sinfín de cadáveres sombríos, sin forma ni detalle, mirando el Navío con ansias evidentes de hundirlo, acercándose poco a poco. El cielo era escarlata, sin estrellas ni nubes. No había olor más que a piedra y a pudrición.

Era el Inframundo. El lugar donde estaba Sion. Donde estaban sus compañeros de antaño. Donde estaba Hao-Cheung. Donde estaba…

—¡Dohko! —gritó otra vez Jabu, llamando la atención del Santo de Libra, que se había quedado pegado en sus memorias. Dohko vio pasar por el cielo el Ojo de Spindle y el Zoom Flash, las técnicas de Gliese y Holokai. Un golpe azotó el Navío de la Esperanza, consiguiendo que Dohko se estremeciera, hasta que fue atrapado por Ían, que le ayudó a recuperar el equilibrio.

—¿Qué está sucediendo?

—No queríamos interrumpirte —explicó el Santo de Regla, que casualmente se cubría la cabeza con el brazo, donde había manchas de sangre—. Estamos bajo ataque.

—¡Por allá! —gritó uno de los soldados rasos.

—¡Cuidado! —gritó Gliese, indicando a otra dirección.

Asterion bramaba órdenes de un lado a otro, y Dohko tardó más de la cuenta en entender lo que ocurría. Había estado demasiado metido en las almas de Shiryu y los otros Santos, por lo que volver a la realidad se le estaba dificultando.

 

Estaban rodeados por barcos de velas negras, gigantescos y poblados de fuegos de color azul, almas olvidadas. Los barcos los bombardeaban con enormes cañonazos negros hechos de Cosmos que los Santos no podían percibir. Las balas dejaban estelas púrpuras a su paso, que ya estaban tiñendo el cielo rojo.

Una bala iba directamente a la cabeza de Dohko, y antes de que él o Ían pudieran reaccionar, Retsu aterrizó sobre la borda con los brazos cruzados, entre Libra y la bola.

¡Cristal de Garras! —Retsu materializó su escudo de Cosmos y logró contener el poder del cañonazo, a costa de sus brazales—. Diablos, fue más potente de lo que pensé.

Gliese convocó su Cirro[1], una densa nube que rodeó todo el barco; Frauke hizo lo propio con sus Siete Rugidos del Norte[2], creando una capa de Cosmos tras conectar siete rápidos golpes contra el aire; e Higía, con su Tifón, se unieron a Retsu para defender el Navío desde los cuatro puntos cardinales (si es que tales cosas existían en el infierno).

Dohko no iba a quedarse atrás ahora que sus compañeros de armas entraban en calor. Se sentía como hacía doscientos años, rodeado por guerreros de sangre ardiente, todos con ánimos de cumplir su cometido. Un barco espectacular se acercó por estribor, mucho más grande que los demás (aunque, afortunadamente, no tan superior al Navío, como para aplastarlo de paso), y Dohko lo reconoció de inmediato.

Saltó hacia esa dirección, que estaba siendo protegida por Frauke, y levantó ambos brazos, concentrando su Cosmos en ellos. El bombazo hizo remecer el Aqueronte, y la Santo de Ave del Paraíso fue arrojada hacia atrás por el estruendo, pero el doble Dragón Eterno convocado por el Santo de Libra en sendos brazos logró su objetivo y protegió sin ningún problema el buque de Atenea.

—¡Por aquí, muchachos! —vociferó Libra, y tres Santos salieron a su encuentro, ubicándose detrás de él con sus Cosmos en llamas.

¡Cuchilla X! —invocó Nam, lanzando sus hojas de luz.

¡Alas Grises! —gritó Miguel, arrojando su Cosmos en forma de alas mortíferas.

¡Tifón! —exclamó Higía, recuperándose raudamente, conjurando su vendaval.

Tres ataques a larga distancia que se estamparon contra el buque líder enemigo. Dohko alcanzó a captar a varios Esqueletos caer al mar tras el ataque de los Santos de Bronce, y quiso aprovechar la polvareda para saltar al otro barco, pero debió arrepentirse cuando una ráfaga violeta salió del humo y rozó su yelmo. Como esperaba.

—Así que ni te inmutaste ante el ataque de mis compañeros, ¿eh? —dijo Dohko, y todos pudieron oírlo perfectamente, pues el enemigo, a 600 metros, le respondió:

—Esquivaste mi Trituradora de Corrientes, imagino que no eres cualquier cosa.

—Tú no me recuerdas, pero yo sí a ti, ¡Caronte de Aqueronte!

El barquero del Inframundo se dejó ver de pie sobre uno de los mástiles, portando su horrendo remo y su Surplice de Estrella Celestial. Este era un enemigo muchísimo más peligroso que cualquiera que los demás hubieran enfrentado, pues era el dueño del río.

—¿Hm? Je, je, je, no me interesa si me conoces. Nadie navega por este río más que yo, ¿me oíste? A menos que pagues por todos tus pasajeros.

—Está claro que no pagaré ni un mísero yuan. Digo… ¿euro?

—¡Entonces tu habilidad es menor a tu estupidez! —Caronte desplegó su Cosmos y arrojó su técnica. Dohko levantó los escudos para protegerse, cuando cayó en cuenta en el error idiota en el que había caído.

 

El resto del barco estaba desprotegido, pues todos los Santos y soldados habían puesto atención a la batalla entre los capitanes. Caronte ordenó, sin pronunciar una sola palabra, que los demás barcos bombardearan el Navío. Tres jóvenes soldados fueron las primeras víctimas, antes de que Dohko terminara de voltearse.

Kazuma y Asterion intentaron ayudar lo antes posible, pero algunos Esqueletos habían aparecido súbitamente en cubierta. ¡Debieron ir en los cañonazos! ¿Qué clase de estrategia brutal usaban los Espectros?, pensó Dohko. Los dos Santos de Plata se vieron súbitamente rodeados, cuando los bombardeos empeoraban. La mayoría de las balas se dirigió a Venator, en el timón. Todo se sucedía demasiado rápido como para reaccionar, y Dohko estaba ocupado con Caronte, con quien no podía bajar la guardia.

Y entonces… sonrió. El Santo de Libra casi suelta una carcajada cuando percibió en el Cosmos que otro Dragón Eterno se había conjurado, que el aire estaba cargado de electricidad, y que la temperatura había bajado de golpe.

Sus Cosmos habían sido despertados a la fuerza, y se notaba, pues eran tres vivas llamaradas, una verde, otra violeta y otra blanca, desencadenadas con furia asesina. Habían abierto su tercer ojo y ya nadie los detendría. Habían superado sus peores miedos, y ahora sus almas no distinguían entre la vida y la muerte.

—¿Pero qué diablos pasa con esos tres? —gritó Caronte. Él no podría entenderlo, por más milenios que navegara por esas aguas.

—¡Chicos! Ustedes irán primeros, ¿listos para desembarcar? —preguntó Dohko, orgulloso de sus muchachos.

—Cuente con nosotros, maestro —dijo Shiryu, que bloqueaba todos los disparos con la dureza de su escudo.

—Asterion, quedarás a cargo mientras no estoy; no mueras —ordenó Shaina, que se deshizo en un santiamén de diez Esqueletos con su Trueno apenas estuvieron cerca de ella, como si los hubiera desintegrado la estática.

Hyoga no dijo nada. Estaba demasiado concentrado en crear un enorme muro de hielo alrededor de todo el Navío. Quien quisiera entrar, arribaría completamente helado.


[1] Cirrus, en alemán, un tipo de nube.

[2] Nördliche Sieben Brüllt, en alemán.


Editado por -Felipe-, 08 enero 2020 - 17:49 .

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#719 Rexomega

Rexomega

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Publicado 15 enero 2020 - 19:46

Saludos

 

Desde el año pasado que no comento por aquí, ¿no? Abro este pequeño review apuntando un par de cosas que noté en el primer capítulo de Seiya: aguitado cuando creo que pretendías decir agitado y un par de veces donde sobra un no. La primera, donde Seiya dice que no le importa un rábano, y la segunda la cito mejor:

 

—Escucha, vine con una misión muy importante, y no soy del tipo que se queda parloteando con los enemigos, así que no te haces a un lado, no prometo que no te haré mucho daño, ¿oíste? —Seiya se puso en guardia, pero Caronte no pareció amedrentado.

 

El primer capítulo que me tocó leer fue el de Seiya, cuya aventura parece seguir el mismo sentido que en la historia original, solo que con algunos trucos para suplir la falta de Shun. Creo que ya te he comentado que el tratamiento del Hades como un reino tan diferente al mundo de los vivos lo estoy disfrutando bastante, porque es fácil solo dejarlo en que es un mundo espiritual donde por conveniencia del guion (y limitaciones creativas de una especie que no sabe lo que hay después de la muerte, ¿por qué no?) todo se capta como si fuera nuestro universo material. Pero esa desorientación en tiempo y espacio, esa reacción hacia las desgracias de los muertos... Tiene un efecto que de verdad me gusta mucho, sin desmerecer esa inquebrantable fuerza de voluntad que tiene Seiya ante la idea de que se pierda toda esperanza, como ya he dicho, está bien que los héroes sientan miedo y otras sensaciones no demasiado heroicas y esperanzadoras cuando pueden. ¿Y qué mejor momento que cuando han pasado esa puerta de la que todo el mundo entra pero, en teoría, nadie sale? Es parte del encanto de cualquier historia que involucre el Hades, afectó al gran Aquiles y cambió la forma de pensar de Manigoldo, así que ni siquiera Seiya puede ser indiferente.

 

Por cierto que de nuevo me remonto a esa tremenda escena de la película de Abel, de Seiya y los demás, cuando me encuentro con ese protagonista lleno de deseos de venganza, incluso si no es el mismo sentido que puede uno esperar de un Shiryu furioso. Está bien representado, creo, en la medida que no es que Seiya actúe así motivado por el odio, sino más bien, desmotivado por cualquier otra cosa. Saori no está, Shun murió, todo importa, por citar sus propias palabras, un rábano, excepto reencontrarse con quien ha ido a buscar. Con todo, Seiya sigue siendo humano, así que puede molestarse con el funcionario público por antonomasia, Caronte, y compadecerse de un pobre desgraciado como Markino. Los cambios bruscos de personalidad me suelen hacer ruido, a veces siento que más que mostrar varias facetas parece que no saben bien cómo quieren que sea el personaje (fue la impresión que me dejó Thor de la primera fase del MCU), pero aquí, muy a pesar de mi lectura inconstante, sentí que quedaba bien con Seiya. Hay el gramo justo de desesperación, sin olvidar la humanidad.

 

Del otro lado, tenemos a Caronte. Aquí puedo decir que me dejé engañar, y es que siendo tan similar a la historia original, tiene sus cambios tan interesantes que no pensé que ocurriría lo de cambiar de opinión a medio viaje. Es un tipo único, Caronte, a la vez que la clase de personalidad que uno esperaría del barquero, el funcionario público primordial. Hijo de Nyx en los mitos, me veo tentado a pensar que aquí es lo mismo en algún sentido, pues viene trabajando en esto desde antes de que viniera Hades. Si el resto de espectros fueron cosa del olímpico negro, este es la excepción. Toda la interacción con Seiya la disfruté, aunque confieso que extrañé esa parte, imposible de suceder en esta continuidad, donde Caronte presume que alguien como Shun es la clase de persona que iría a los Campos Elíseos. Con todo, sorteaste bien ese tema y el del pago, aunque Seiya se queje, con el detalle bastante interesante de los poderes de los ríos infernales. Presiento que los espectros relacionados con los ríos van a ser un grupo aparte de los jueces, e incluso si no hay tiempo al final de que todas las batallas con los espectros se den justo, justo, cerca de un río del Hades, estaré al pendiente de ver qué efectos se dan. Por lo pronto, vi a Aqueronte, un Aqueronte no demasiado tramposo cuando menos. Es este plus del espectro, junto al raro estado de Seiya, lo que hace que se entienda mejor por qué Seiya debe actuar como actúa... Bueno, eso, y el tema de que tenga un mar infinito que cruzar. No estoy seguro de si lo de las olas titánicas se debían a que de verdad hay tanto líquido en el infierno o la percepción te juega malas pasadas allá abajo, pero sea como sea, Seiya, tomaste una buena decisión. Por esta vez.

 

La parte de Helios es... curiosa, empezando por el nombre. De una parte, resalta que sea el único, al menos de la tropa de Aiacos, que usa un nuevo nombre respecto a su vida anterior, imagino debido al asunto de que esa misma vida anterior reencarnó. Por otra, bueno, Helios sirviendo al dios que odia el sol porque así se ve más oscuro, supongo. Su capítulo es más emocional, de darnos a entender cómo hay una parte de él que forma parte del inframundo, y a la que no le pesan demasiado los tormentos por los que pasan las almas que allí acaban, y otra que tampoco es que piense demasiado en ellos, pero sí que quiere seguir protegiendo a su hermano. Contrasta con esa visión rutinaria que Radamantis tenía del Hades y el rechazó presentado por Seiya ante el infierno, que es justo lo mejor de escribir con estilo PDV. Debo decir que cómo concluirá la trama de este último espectro reclutado es de las cosas que más espero saber. Siento que en la historia original se creó un conflicto demasiado potente con la revelación del avatar de Hades para la sencilla y sin consecuencias resolución que le dieron (a la liberación de Shun, que la derrota de Hades le costó a Seiya 30 años en silla de ruedas... y contando...), aquí el asunto se complica bastante, gracias a que el pasado es el de LC. Digo, hay pistas de que este espectro podría traicionar a Hades, como también las hay de que va a traicionar a gente que conoció en otra vida. Por supuesto que es la segunda la que más llama la atención. Y esa visión del joven con una espada de rubíes... ¡Confío en que puedas sorprenderme!

 

El pequeño vistazo a la tropa de Aiacos es de agradecer. Mi indiferencia a Pandora como personaje es de las cosas que más repito sobre la saga de Hades, pero no me pesa decirlo otra vez. Tokusa me evoca el problemático conteo de los Guardianes Malignos, Verónica que no hay un Manigoldo (ni un Santo de Cáncer, a menos que la referencia de Seiya a Deathmask no haya sido al azar) para detenerlo y Violette... Bueno, me caía bien el personaje, hasta donde recuerdo, cumplía su papel, aunque no puedo evitar acordarme de que su mera existencia dejó Athena´s Kingdom en un hiatus eterno, según en espera de que la espectro tuviera su batalla para incluirla. ¿Qué bueno es que tantas obras de esta franquicia acabaran antes de que diera inicio Mito del Santuario, no? Siento la referencia random, ya empiezo a divagar.

 

El cierre de la aventura de Caronte fue el esperado. No me entusiasmó mucho, porque en el capítulo anterior Caronte parecía algo aparte del ejército de Hades, con ese enorme barco, en ese enorme río, dejando pasar a Seiya porque tiene con qué pagar y ya. No obstante, las aventuras viven de los obstáculos... Y el pluriempleo, parece ser, cuando menos Caronte tiene una personalidad como para no sentirse cómodo con lo que hace, aunque tenga que hacerlo. Al leer esta parte me sentí tentado a pensar que fue Seika la que salvó a Seiya, fue mi primer pensamiento, por recordar que había muerto en tu historia. Fácil de entender que Seiya necesite ayuda para salir de ese problema si existe una película animada donde al propio Hades lo arrastran al fondo las almas en pena. Sea como sea, llegó a la otra orilla y se quedó sin el gusto de matar a Caronte, porque la batalla ya se había dado antes y resuelto, relativamente, de buena manera. Saint Seiya tiene el cosmos, un poder conveniente según dijo una persona en algún lugar, así que da verdadero gusto cuando la resolución de una batalla depende de alguna estrategia en lugar del crecimiento a partir de la voluntad y las emociones, y no porque esto último esté mal, sino porque a punta de repetición, se hace pesado. Aquí Seiya está débil, y debe pensar un poco las cosas, o acordarse de una enseñanza de Marin, en su defecto. 

 

Como último comentario, diré que me siento necio por evitar en todo momento escribir a personajes de Saint Seiya diciendo Dios mío fue una manera bastante elegante de evitar cierto chiste incómodo con el pobre Markino. Hablo del chapuzón en el río y del estornudo, claro. Deseemos suerte a Seiya con su entrevista con Lune, y a Markino, que aquí de momento se salva de ser aplastado por el látigo. De momento. Como con Caronte, ese cantante incomprendido, aunque en menor medida, porque no todos pueden ser el funcionario público primordial, me entretuve con ese pequeño intercambio entre Seiya y Markino. Algo tiene Seiya que da pie a amigables charlas con los espectros y sucedáneos. 

 

Por ahora lo dejo aquí, de nuevo un par de capítulos con el bando de los vivos y uno con el bando de los muertos, más o menos. Se va sintiendo que están en un lugar terrible, luchando con un ejército numeroso y con recursos, así que te animo a seguir así. O mejor, subir la apuesta, pues los héroes brillan cuanto más grandes son los obstáculos que deben superar.  


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Publicado 17 enero 2020 - 19:49

Hola, Rexo!!!

 

Últimamente estoy cometiendo muchos de esos errores gramaticales. ¿A quién culpo?

Hm... si Sagen está leyendo esto, entonces lo culpo a él.

 

Me alegra que te gustara la construcción del "escenario" en el Infierno, y es bueno que me lo recordaras porque lo había estado dejando de lado últimamente, mientras escribía. También qué bueno que resulta el mostrar los miedos de Seiya y no como el equino invencible que todo lo puede. Cuesta mucho sacarse de encima la idea del chico perfecto en el combate en todo sentido que hemos visto todos estos años. Y resaltar a la tercera película es genial, porque esa versión de Seiya es una de mis favoritas. Pelea por Saori, pero cuando ella no lo toma en cuenta, él se enfada y se pone celoso. Se enfrenta a sus compañeros. Llora y grita en soledad. ¡Me encanta! Igual, lamentablemente no pude sacarme la escena del estornudo del animé (de ninguna forma iba a usar su símil del manga), y eso hizo que este capítulo se parezca demasiado a la obra original. Por lo que veo con lo ya escrito, al principio va a ser así, y se irá despegando a medida que avanza la trama.

 

Ay, el buen Caronte. Llamarlo el funcionario público primordial es preciso. A veces me da pena el buen Caronte, a veces lo entiendo, y a veces me gusta verlo golpeado. Y sí, es una "criatura espectral" que antes trabajaba para el antecesor de Hades. Cuando "muere" (cuando es sellado) simplemente vuelve a su trabajo normal, incluso si su estrella está sellada, porque existe "aparte" de eso. Y no es el único caso.

De todos modos, qué bueno que se reflejara mi idea de que algunas cosas se ganan con estrategia, y eso es algo que aprendí con HxH. Sobre el/la salvador/a de Seiya, aun no lo puedo decir...

 

Entrando en materia de Helios, su nombre recuerdo que lo inventé hace tal vez un año o más, cuando cierto personaje inventa una nueva técnica al principio del volumen 4, llamada de una forma relacionada con el sol. Además, Kagaho usaba soles, y no le di más vueltas al asunto xD Sus capítulos son mi manera de regresar a los de Saga/Sumo Sacerdote de los volumenes 1 y 2, más introspectivo, experimentando con la psicología. Y sobre la pregunta sobre las obras de la franquicia, pues definitivamente. Es genial también que algunas, aunque empezaran después, ya estén lo suficientemente avanzadas o terminadas a estas alturas.

 

Muchas gracias por comentar, compa.

 

 

 

Antes de publicar el capítulo, una aclaración. O más bien, una autocorrección (que corregiré de forma completa cuando saque el tomo final). Hubo algunos errores en los comentarios de algunos personajes sobre los muertos. En el Inframundo SÍ TIENEN consciencia, solo que prefieren algunos no hablar ni interactuar (como los que estaban con Seiya en el buque). El Octavo Sentido reemplaza los sentidos que tenían y los adapta al mundo de los muertos. Las leyes de Hades solo les prohíben escapar de su sentencia.

 

Ya arreglé algunos errores y contradicciones (pues había puesto tanto esa explicación como aquella en que los muertos no tienen consciencia y ni se acuerdan de su nombre) de los capítulos que están por venir, pero en los anteriores quedó así por ahora. Lamento las molestias.

 

 

 

SEIYA III

 

Dikasterion. Primera Prisión. Inframundo.

El Tribunal era el más grande que hubiera visto en su vida. Y se había pasado la infancia viendo series policiacas. Seiya se sintió pequeñísimo al interior del salón principal, donde las almas hacían fila para recibir su sentencia y destino final. Todo era lúgubre, gris y silencioso, incluyendo las frías paredes, el techo que Seiya a duras penas podía divisar, el piso negro de baldosas perfectamente simétricas y ordenadas, y las decenas de columnas que había por doquier, que funcionaban también como arcos para distintos pasadizos por los que salían muertos de toda clase, tras recibir su castigo o premio.

El área principal del Tribunal era una larguísima y ancha escalinata, de mármol gris, que se dirigía a un segundo nivel con forma de herradura, bajo el cual estaban los pasajes de salida. El segundo nivel abarcaba el muro de atrás y los laterales del salón, sostenido por gruesos pilares blancos que parecían tan estáticos como en un dibujo. Era un sitio tan silencioso y simétricamente perfecto que bien podría haber pasado por un fondo artístico sobre naturaleza muerta.

En el centro del nivel superior, al fin de la escalinata, se hallaba un blanco mesón rectangular, limpio y pulcro, probablemente también de algún tipo de mármol, bordeado por dos efigies, réplicas de las que estaban afuera, que representaban grifos. Sobre la mesa había un libro abierto, el más grande que Seiya hubiera visto jamás, mucho más grande que cualquiera en la biblioteca del Santuario (la que había visitado dos veces).

Detrás del mesón había un gran trono, y sentado en él estaba Lune, del que estaba hablando Markino. Era un hombre alto, fornido, de piel pálida y cabello blanco como la nieve. Vestía una larga sotana negra, como la de un juez, adornada por una estola carmesí. Su mirada era una de las más frías que Seiya hubiera visto, rivalizando con las de Hyoga y Camus, pero también había un toque pequeño de crueldad en sus ojos de color violeta. Su boca se abría y cerraba mecánicamente mientras pronunciaba las mismas preguntas en distintos idiomas a las almas que se paraban frente a él, al pie de la escalera. Escuchaba un nombre (aunque Seiya no oía ni jota), buscaba en su libro, y dictaba sentencia, con lo que el alma salía por alguna de las puertas traseras, en el nivel inferior.

Lune era rápido y eficiente, y no parecía cansarse ni aburrirse. Hacía su trabajo con una precisión absolutamente burocrática, como un reloj suizo, y no tenía emociones más allá de la neutralidad, si es que eso contaba como una emoción.

—Akashi Keita… Segunda Prisión; Belle Fourcauret… Tercera Fosa de la Séptima Prisión; Sebastián Piñera, a la Cuarta Prisión; Duna Monterra, Segunda Prisión; Ben Ki… Sexta Fosa de la Séptima Prisión…

Seiya no comprendía cómo era capaz un hombre de dictar sentencias tan rápido. ¿No había defensa, acaso? ¿Una oportunidad para pedir una justificación? De hecho, con el rato que llevaba allí, le parecía muy extraño que nadie, absolutamente ninguna de esas almas había recibido una sentencia positiva. Nada parecido a “cielo” o “paraíso”. Nada más que “prisión”, como lo había dicho Caronte.

En eso, recordó lo que había dicho el Espectro de Gárgola, Thalos: “Ella sufre por sus pecados, como todos los humanos muertos. Hierve en fuego ardiente, o es sepultada bajo su peso”. ¿Acaso era verdad? ¿Todos iban al infierno? Incluso personas tan puras y buenas como su hermana mayor, ¿también sufrían una eternidad de torturas tras morir?

¡Debía saberlo!

—¡Oye! ¿Me escuchas? ¡Oye, imb…! —gritó Seiya, y tuvo que detenerse de golpe. Un súbito, breve y espantoso temblor sacudió el Dikasterion, y casi pierde el equilibrio.

—¿Qué he dicho sobre mantener el silencio en este sitio? —pronunció la voz siniestra de Lune, desde el estrado. Sus ojos violetas seguían en el gran libro, y con su mano izquierda alzada había frenado los movimientos de la fila que se extendía hasta la bahía. En otras palabras, había frenado a todos los muertos, que sollozaron en silencio.

—¡A mí no me has…! —Seiya notó que su voz apenas se había alzado, y tenía un tono agudo como el de un perro asustado.

—¡Silencio! —Los ojos de Lune se clavaron en un Seiya que se sentía insignificante ante la presión que infligía el Espectro, a pesar de que no era capaz de percibir rastro de su Cosmos—. ¿Cuánto te cuesta entender, Santo insignificante?

—¿Sabes quién soy?

—Por supuesto que sí, ¿crees que no nos informaron ya sobre un Santo vivo en el Inframundo? Pero, en lugar de atravesar tranquilamente este sitio o de tratar de atacarme, ¡te atreves a hacer ruido!

Lune se puso de pie y Seiya comprendió que era más alto de lo que pensaba. Más incluso que el trono donde estaba sentado. En su mano derecha sostenía un látigo grueso de color negro, con el que golpeó bruscamente en la cara a Seiya cuando éste estaba aún poniendo atención en la altura del Espectro. De ninguna forma lo vio venir.

Seiya se estrelló contra una de las columnas, lo cual supo solamente por el dolor de espalda que sintió, pues no hizo ningún ruido. Tampoco provocó sonido alguno cuando se estrelló contra el suelo. Ahora que recordaba, sus pisadas habían sido completamente silenciosas antes.

—¿P-pero qué…?

—Este es un tribunal silencioso —dijo Lune, pasando la mano izquierda por sobre las páginas del libro—. Mientras yo esté aquí, no permitiré que este sitio produzca ningún tipo de ruido, y menos de un zángano molesto como tú. No sé cómo has llegado hasta el Inframundo con vida, ni menos cómo te permitió Caronte cruzar el río, pero debes saber que este es tu destino. Eres afortunado, pues cuando te mate, tu nombre aparecerá en el libro, podré saber qué tipos de pecados cometiste y enviarte al Infierno al que perteneces sin demasiadas demoras.

—D-dioses… para ser alguien que busca el silencio, vaya que hablas, ¿eh? —se burló Seiya, con lo que se ganó un nuevo golpe con el látigo que lo arrojó al suelo. Otra vez no lo vio venir.

—Insolente. Dime tu nombre antes de morir, y quizás sea algo misericordioso con tu último destino.

—Seiya… P-Pegasus Seiya —contestó, recordando que Saga le había cambiado legalmente su nombre cuando recibió su armadura.

Seiya fue empujado por la fuerza de Lune, a la cual no se pudo resistir, de la misma manera en que las almas decían sus nombres.

—¿Pegasus? —inquirió Lune, con un dejo de asombro, justo cuando se escuchó un gran estruendo en las puertas del tribunal.

—¡Señor Lune! —chilló Markino, entrando a toda prisa con la guadaña en alto y los ojos puestos sobre Seiya—. ¡Me acaban de llegar noticias sobre un Santo vivo dentro del Inframundo, debemos estar alerta porque mató a Sílfide y…!

 

Pero no pudo decir nada más. Su boca había sido cerrada por el látigo de Lune que se había enroscado alrededor de su cuerpo, impidiéndole hablar. El látigo parecía haberse extendido tanto como las cadenas de Shun; en un instante dio decenas de vuelta en torno al cuerpo de Marchino y se tornó rojo como una caldera ardiente.

—Te lo advertí antes, Markino. Debías mantener silencio.

Lune apartó el látigo, y el cuerpo de Markino estaba rodeado de fuego. Seiya sintió un leve atisbo de lástima por el pobre hombre, que solo hacía su trabajo. Alrededor de su cuerpo había marcas como cicatrices a fuego vivo dejadas por las revoluciones del látigo, que pronto comenzaron a ser más profundas. Después de unos instantes, el cuerpo de Markino, que apenas alcanzó a gritar una última vez, se trozó y cayó quemado, sobre un cúmulo de carne y vísceras ardiendo. Un espectáculo horrendo que Seiya supo que nunca olvidaría, que no deseaba para nadie.

—Ahora me haré cargo de ti. Por favor, te pido que no grites mientras mueres, ya pronto todo se acabará bajo el poder del Daño de Fuego[1]. —Lune alzó el látigo por sobre su cabeza, y Seiya abrió la boca sin pensar.

No supo si fue porque sabía lo rápido que era ese látigo, o por un breve momento de debilidad y duda, o por una sincera (y quizás bastante pérfida) curiosidad… pero debía preguntar. Debía saberlo, fuera a morir en ese sitio o no, fuera combatiendo contra un enemigo o no.

—¡Espera un momento! —exclamó, levantando los brazos en signo de paz. Lune se detuvo con una mirada de odio, y Seiya bajó la voz—. Espera un segundo, por favor. Necesito hacerte una pregunta antes de que nos enfrentemos.

—¿Es una broma?

—Es ese libro, ¿no? —preguntó, intentando sonar lo más honesto e inofensivo posible—. ¿Allí salen todos los que se han muerto?

—Por supuesto. Allí estarás registrado tú también en unos segundos. —Lune agitó el látigo otra vez en lo alto del estrado, pero desde abajo, Seiya continuó hablando:

—Tuve una hermana. Un Espectro, hace poco, me dijo que ella estaba sufriendo bajo fuego ardiente, o sepultada en alguna parte del infierno. Y me parece extraño.

Seiya esperó con los ojos cerrados el golpe, pero éste nunca llegó. No estaba para nada cómodo con lo que estaba haciendo, pero tenía que saber. La ansiedad y el miedo le estaban ganando a sus impulsos.

—¿Extraño?

—Bueno, en todo este rato no has hecho nada más que dictar terribles sentencias a las almas que están aquí. Nadie está recibiendo un buen destino. Quiero…, necesito saber cómo está el alma de mi hermana, y las razones detrás.

—Humanos —dijo Lune, con un dejo de burla en la voz, a pesar de que su rostro pálido permaneció imperturbable—, se preocupan de cosas tan nimias y miserables como ellos. ¿Por qué te importa el destino después de la muerte cuando no hay retorno? Puede que tu hermana esté en lo más profundo del infierno, o no. ¿Por qué te importa algo que no tiene solución?

—Porque es mi hermana. —Lo pensó de nuevo. Había otra razón, una mucho más significativa—. Y porque soy humano. ¿Puedes decírmelo?

—Hay una fila de almas esperando sentencia, frenando el funcionamiento de este mundo, por culpa de un chiquillo insolente. Si crees que voy a ayudarte estás loco.

Y sin que Seiya se diera cuenta, ya estaba rodeado por el látigo de Lune, incapaz de moverse o romperlo. Era increíblemente veloz, tanto como un Santo de Oro… y estaba a su merced.

Pero no iba a rendirse tan fácil, ni siquiera ante la posibilidad de ser convertido en huesos rotos y carne quemada.

—Ya veo. No eres capaz.

—Arde con mi Daño de… ¿Qué dijiste, insolente?

—Que no eres capaz. Mi hermana murió hace muchos años, y tú solo vas leyendo los nombres y pecados de los muertos que van llegando. Debí saberlo. No eres capaz.

—¿Dices que no soy capaz de buscar el nombre de quien desee en ese libro? ¿Es una broma? —Las palabras de Lune iban inyectadas con una fuerza imbatible, proyectada en la presión que ejercía el látigo, pero aún no lo hacía arder.

—No te culpo; Markino me dijo que eras el reemplazo de un tal Minos. —A Seiya le sonaba el nombre, Radamanthys parecía haberlo mencionado en algún momento, pero ya no recordaba en qué contexto—. Asumo que por eso no eres capaz.

No eres capaz, no eres capaz, no eres capaz. Si lo repetía lo suficiente, quizás no solo obtendría una respuesta, sino que también lograría meterse en su cabeza.

—¿Cómo te atreves a insultarme, humano miserable? Soy Lune de Balrog, Estrella Celestial del Héroe[2], uno de los cuatro miembros de élite de uno de los tres Magnates del Inframundo, Minos de Grifo, y juez interino del Dikasterion en su nombre. Aprendí hace siglos a leer el libro casi tan hábilmente como mi señor Minos, ¿y te atreves a insinuar que no soy capaz?

—Oye, no podía saber todas esas cosas —se defendió Seiya, mientras pensaba en lo fácil que le había resultado manipular a ese tipo. Luego podían darse a golpes, pero por ahora le tocaba jugar psíquicamente.

Lune lo soltó y volvió a sentarse, cruzando los dedos de ambas manos en la actitud más de juez que Seiya podía adivinar. Las almas, en forma de llamas azules, seguían en su sitio, estáticas, esperando al juez. Seiya sintió que le dolían los brazos y las piernas por el apretón anterior.

—Dime su nombre, y te diré el paradero de esa mujer en un instante.

—Akihide Seika. —Volver a escuchar su apellido de nacimiento, aquel con el cual llegó al orfanato y que perdió cuando tomó el Manto de Pegasus, de parte de sus propios labios, le causó una emoción que no pensó que tendría.

Lune pasó rápidamente las hojas por el libro, y en un par de segundos se detuvo sobre una página.

—Nacida el 18 de Marzo de 1993 y fallecida el 16 de Junio de 2007, atropellada en Tokyo —recitó Lune, como para demostrar que poseía la habilidad. Luego se detuvo en los detalles, e intercambió miradas con Seiya antes de volver a hablar—. ¿Por qué dudas que esté en el Inframundo?

—Porque era pura de corazón, jamás le hizo daño a nadie. No merece estar aquí.

—¿Y quién eres tú para decidir quién merece estar aquí y quién no? Ni tú, ni ellos —indicó a las almas—; ni siquiera yo puedo. Solo recito lo que hay en este libro creado por el señor Hades. ¿Crees que existe alguien tan puro como para no ir al infierno?

—No, ella era buena, tanto como muchos de los que están aquí y que están siendo sentenciados injustamente —dijo Seiya, presa de la ira. Lune no le iba a decir el destino de su hermana, estaba jugando con sus sentimientos—. ¡Hades está enviando a todos a sufrir al infierno!

—Ju, ju —rio Lune, por primera vez, desde lo alto del estrado. Se puso de pie otra vez, y miró a Seiya como un león a su presa—. ¿Y crees que tú sabes más que un dios? ¿O más que mi señor Minos o yo? ¿Crees que estás sin mancha?

—He cometido faltas, claro, ¡pero no para ir al infierno por la eternidad! —Seiya desencadenó su Meteoro con toda su ira, sin preocuparse de las almas a su alrededor. Un par de ellas se hizo a un lado, pero una fuerza similar a la de gravedad las puso en la fila de nuevo.

Lune movió su látigo, y los Meteoros azules se desvanecieron en el aire tan rápido como habían surgido de la mano de Seiya. Luego, el Espectro de Balrog bajó del estrado y tomó del cuello a Seiya sin que este pudiera adivinar sus movimientos. No poder sentir el Cosmos de sus enemigos estaba siendo una molestia. Era parte de la élite de Minos, como los cuatro de Radamanthys. Eso significaba que no tenía nada que envidiar a un Santo de Oro como Aiolia o Muu.

Seiya, que se había despegado del suelo, reaccionó tratando de romperle los brazos a Lune, pero sus golpes chocaron con la férrea Surplice que utilizaba debajo de la túnica. Balrog ejerció presión y Seiya tuvo que volcar sus esfuerzos en contener el agarre de los dedos del Espectro.

—Faltas, merecimiento, pureza, los humanos tienen conceptos para todo, pero no tienen cómo explicarlos.

—¿Q-qué dices? —Le estaba hartando que se refiriera a los humanos como algo ajeno, como si fuera un dios.

—Ustedes no deberían ser capaces de usar esas palabras. ¿Dices que tu hermana merece estar en los Campos Elíseos tras la muerte? ¿Qué tú no mereces sufrir las penas de las ocho Prisiones? ¡Pues te equivocas en ambos casos! —alzó la voz por primera vez.

—¿Qué? M-mi hermana…

—Si quieres una prueba, te daré un pequeño viaje. La técnica que mi señor Minos me enseñó personalmente te mostrará todos los pecados que has cometido. —Lune alzó la mano libre, que brilló con un sinfín de destellos rojos, como un millar de creaciones y explosiones en breves instantes.

Seiya trató de quebrarle la quijada con una patada, pero de una manera imposible Lune usó su propia pierna para contenerla, dañando de paso la armadura de Pegaso. ¿Qué clase de monstruo era ese tipo? Se sentía indefenso, a pesar de que había despertado hace mucho el Séptimo Sentido. Lo habían derrotado en un segundo y su plan para al menos saber el paradero de su hermana no había funcionado. ¿Acaso aún se estaba recuperando tras el brusco despertar que había tenido en el Inframundo?

—Abre los Ojos, Pegasus Seiya. Reencarnación[3]. —La mano de Lune lanzó un gran destello, y eso fue lo último que vio Seiya antes de encontrarse con la oscuridad absoluta.

 

Se encontraba en un mundo de sombras, donde solo podía verse a sí mismo. Lune no estaba por ninguna parte, pero aun así no podía moverse.

De pronto, algunas imágenes comenzaron a surgir… Parecían sacadas de una hoja de papel o una cámara, no tenían dimensión, como en una película… pero se movían. En todas ellas salía él, Seiya, cuando niño. Seiya haciendo jugarretas. Seiya comportándose como un chiquillo. No eran ilusiones, sino memorias, y la voz de Lune surgió de la nada para confirmárselo.

—Vamos a ver, allí estás arrancando flores sin ningún motivo; allí estás asesinando insectos por diversión; allí estás rompiendo la ventana de esa mujer con una pelota. ¿Aun así dices que no tienes ningún pecado?

—¿Estás loco? —preguntó Seiya, pues su lengua era lo único que podía mover—. Todas esas cosas son las que hacen todos los niños en el mundo para divertirse. ¿Me vas a decir que todo eso se toma en cuenta para hacer un juicio? ¿Y qué hay con eso? ¿Qué hay con una jugarreta infantil?

—Mira allá. —Lune le mostró nuevas imágenes y videos, que surgieron desde las sombras—. Allí estás molestando a tus compañeras de infancia, burlándote de ellas y haciéndolas llorar. Aquella niña de allí parecía apreciarte, te llevaba un almuerzo hecho con sus propias manos, y le heriste. Aquella otra chica era tu diosa, y la insultaste como a una vulgar extraña. Y mira, allí estás mintiéndole a tu hermana sobre esa pelea que tuviste con los otros niños.

—¡Era un chiquillo! —Seiya notó las lágrimas surgir al ver a Miho, Saori y Seika en sus recuerdos. Le estaba siendo muy difícil controlarse—. Los niños hacen esas tonterías sin razón porque son niños. ¿Acaso hay alguien que no haya jugado así cuando era niño? ¿Me estás diciendo que todo eso cuenta como un pecado?

—Y como tal, merecedor del infierno, así es.

—¡Pero eso significa que el simple hecho de vivir es un pecado! Nadie puede vivir sin aplastar a algún insecto por accidente, sin enfrentarse a otro, sin pisar una planta, sin romper algo. ¡No puedes hablar en serio! —Seiya quiso cerrar los ojos ante las imágenes, pero sus párpados estaban paralizados. Comenzaba a lagrimear.

—Eso solo podría explicártelo un dios, cosa que yo no soy —dijo la siniestra y fría voz de Lune, haciéndose cada vez más y más magnánima, en contra de sus palabras llenas de humildad—. Mi deber es solo impartir justicia de acuerdo a las normas de Hades.

—¡Entonces esas normas están mal! ¡Ninguna de las cosas que hice cuando niño se puede considerar un pecado!

—¿En serio? ¿Y qué me dices de la vida llena de violencia que has llevado desde que te pusiste esa armadura?

Las imágenes de su infancia fueron rotas, desgarradas por ascuas de sangre. En su lugar aparecieron unas mucho más brutales, las de todos aquellos guerreros que habían muerto ante sus manos.

Allí aparecieron los cadáveres de las Sombras de Reina de la Muerte repartidos por doquier; Misty, derrumbado sobre la playa; Sirius, Dio y Algheti, despedazados sobre los matorrales del bosque ante el brillo dorado de Sagittarius; Baian, hundido bajo los mares del norte; un sinfín de soldados rasos de Poseidón, así como Esqueletos de Hades, y sus Espectros Thalos y Edward. Pero no solo eran cadáveres, sino que también estaban allí Cassios, Aiolia, Aldebarán, Saga, Aphrodite, Jamian, Poseidón, Radamanthys… todas las peleas que había tenido.

—¿Qué diablos te pasa? ¿Crees que he luchado todo este tiempo por diversión?

—Has llevado una vida llena de violencia, sangre y caos. A la gente como tú se le asigna el Primer Valle de la Sexta Prisión, ¡la Laguna Sanguinaria!

Seiya sintió su temperatura crecer. Hacía un calor horrendo, se sentía muy cerca de una poza de sangre que no podía ver con los ojos, a medida que caía ante las imágenes de sus innumerables batallas.

—¡Es cierto que tuve todas esas batallas violentas! —exclamó Seiya, pero ya no se dirigía a Lune, sino a Hades, en alguna parte, a medida que caía sobre el fuego que sentía en todas partes—. Pero todas fueron en nombre de la justicia, ¡de luchar por Atenea y por el mundo!

—¿El mundo? ¿Atenea? ¿No querrás decir Saori Kido? —Y allí fue que Seiya supo que Lune se metió en su mente, en lo más profundo de sus pensamientos. Lo tenía entre sus garras—. Horrendo, ¿piensas así de tu diosa? Hay varias otras prisiones que te serían apropiadas, pero te enviaré al infierno al que perteneces más y se acabará tu existencia; así, Lady Pandora ya no tendrá que preocuparse más de Pegaso.

—¿Qué? —Otra vez le venían con el cuento. Igual que Gárgola y la anciana. ¿Qué tenía de especial para que la tal Pandora, aquella tipa de la que todo el mundo hablaba, lo quisiera muerto?

—Hasta nunca. ¡Te sentencio al Primer Valle de la Sexta Prisión!

Y entonces, todo se apagó. Por un solo instante se creyó muerto.

 

—Qué patético —se escuchó una voz. Una que Seiya, que abrió los ojos de golpe, reconocía perfectamente. Resonó por todos lados como la de un ser divino, y le trajo más recuerdos emocionales, a pesar del tono con que se había pronunciado la voz.

—¿Qué? —preguntó Lune, ahora apartado de Seiya, que había regresado al suelo del Dikasterion. Su látigo había cercenado a un segundo Esqueleto, que yacía en piezas, y Lune parecía más confundido que nunca—. ¿Qué demonios pasó aquí? ¿Por qué Pegaso está allá? ¿Qué… qué demonios…?

—Es patético que te rindas así, con dudas tan imbéciles. —Esta vez, aquella voz tan gruesa y varonil se dirigía a Seiya, casi como con asco. Ya una vez le habían hablado así, en el Templo Corazón del Santuario—. Tal vez debí dejar que te partiera en pedazos.

—¿S-Saga? —preguntó Seiya, poniéndose de pie lentamente, buscando a Saga con la mirada. Pero no podía ser. Saga murió ante Saori, y luego, la segunda vez, desapareció en el castillo de Hades. ¿Qué estaba sucediendo? ¡No podía ser Saga!

—¿Dejar? ¿Estás diciendo que me manipulaste? ¡Muéstrate! —gritó Lune, que alzó el látigo y lo movió por todos lados, ardiendo en llamas, pasando a través de las almas que aún no se habían movido, a pesar de todo el conflicto. Las personas inocentes (y las que no lo eran tanto) que estaban cerca de él gritaban y se tapaban los ojos. Estúpidamente, Seiya se preguntó cuánto afectaría el tener paralizado el Inframundo por tanto tiempo.

—¿Mostrarme? ¿Y dejar de tenerte como mi juguete? ¿Por qué lo haría? —La voz iba cambiando de lugar a medida que, a la velocidad de la luz, el látigo de Lune danzaba por todo el recinto.

—¡Qué te muestres, miserable! —exclamó Lune, fuera de sí, quitándose la túnica. La Surplice de Balrog, con grandes alas de demonio, brilló como la pálida luna. Un yelmo adornó súbitamente su cabeza, portando un par de cuernos monstruosos y vigorosos. El Espectro estaba rodeado por una llama de Cosmos, que ardió como una furiosa llamarada oscura. Su látigo se detuvo contra algo invisible, en el segundo nivel, a la derecha del gran mesón, y se enroscó alrededor de algo vertical.

—Ju, parece que sí tienes algo de habilidad, como para atraparme.

—Ahora muestra la cara, infeliz. Así podré llevarte personalmente al más oscuro y profundo de los infiernos.

—Que así sea, pero quizás termine siendo yo el que te arrastre allí.

Seiya abrió los ojos y la boca con asombro inigualable. La figura invisible empezó a tomar forma en medio de haces de luz dorados, tan brillantes como el sol, y solo allí Seiya se dio cuenta de lo oscuro que era el Inframundo. Se sintió como en la superficie otra vez, lleno de vida y felicidad.

Por supuesto, quien apareció allí, portando el Manto de Oro de Géminis, era todo menos la representación de la felicidad. Por lo que sabía, Kanon, el hermano gemelo de Saga, era un hombre que había pasado ya a través de varios infiernos para llegar allí, que no se limitaban a recibir con el pecho el tridente de Poseidón y congelar a Saori en aquella dimensión sin tiempo…

Kanon de Géminis era un Santo de Oro. Uno que, Seiya esperaba, luchara a favor de la justicia. Y así debía ser.


[1] Fire’s Bane, en inglés.

[2] Ten’ei, en japonés; Tianying, en chino. En la novela Al Borde del agua, es la estrella correspondiente a Hua Rong, el “Pequeño Li Guang”, en referencia a un gran general de la dinastía Han.

[3] Reincarnation, en inglés.


Editado por -Felipe-, 01 marzo 2020 - 15:05 .

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