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El Mito del Santuario


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#681 ~Thrillington~

~Thrillington~

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Publicado 23 enero 2019 - 13:11

Después de demasiado tiempo (en verdad, bastante) paso a comentar a este gran fic que me ha amenizado la espera del trazo canónico al punto de esperar y estar atento habitualmente de su actualización, aunque, por cuestiones de tiempo, no había tenido espacio de reseñar puntualmente. Sin más preámbulo empecemos:
* * *
Simplemente me encantó la forma en que se manejó todo el conflicto entre Shaka y el trío de Santos revividos. Qué manera de atormentar a alguien que ha visto el mismísimo infierno envenenándolo con sus propios demonios traumáticos; mientras el dorado budista se engalanaba con sinfín de recursos ilusorios, el gemelo de la voz aguardientosa trataba apresurado de deshacerse del nudo a contrarreloj. Me hizo recordar la primera vez que vi animada tal batalla en la televisión ya que, al igual que la gran mayoría de usuarios (basándome en lo que he ido leyendo), SS llegó a mi por el Anime/OVAs. Muy inteligente el uso narrativo de la «amnesia» para hacer que no dieran con el emisor, siempre encontré absurdo que no relacionaran al rubio místico con la parafernalia budista que adornaba la situación.

Shura y Camus se vieron al fin como seres pensantes reivindicando la paupérrima participación vista en este arco del manga (evitando mencionar a EZ), y hablando de éste último: ¡¿Quién diablos es el maestro de Camil?! ¿Mystoria quizá? ¿Algún personaje nuevo? Dudo que sea uno de LC. El embrollo cansino del maestro del maestro del maestro de mi maestro sigue prolongándose para el pato jajaja.
Fue una grata sorpresa ver a Izo.

Al aparecer el cameo del personajazo tutor de los gemelos me hizo preguntarme si se tendrá contemplado utilizar a más personajes muertos que aún no han aparecido (llámese Aiolos, Nicole, Deathmask ...) o a aquellos que han dado leves pinceladas de su actual paradero (Kiki, Mayura, Marín [?], Verona... inclusive a Hilda y los Goddo Uōriā) sin que la historia se sienta forzada a que aparezcan sin razón alguna. Por otro lado, si se llegara a idear una buena conexión cronológica sería sumamente enriquecedor.

Debo de admitir que no percibí supremacía ni del lado del más cercano a un dios ni del de la encarnación divina, muy adecuado para no lastimar la susceptibilidad de los adoradores de cualquiera de los dos bandos.
El «¿Cómo hubiera pasado?» en el hipotético combate de las primeras líneas del capítulo me pareció razonable, digamos que sació momentáneamente la sed del combate directo que siempre quise ver.

En referencia a los Sales Gemelos, veo que hiciste una adaptación más fiel al manga dónde el Kān no es tan resistente como en las OVAs. En adición a eso, la explicación del porqué el Tenbu Horin se ve exageradamente OP en el manga (sin afán de enterar al versus prohibido) tuvo concordancia al estar Athena de por medio al menos en la cacería de zombies.

Llegando ya al momento apoteósico del encuentro, imaginé a la perfección la Exclamación de Athena impactando dea lleno a la humanidad del Santo de Virgo, carcomiendo su piel como si se tratase de cartón al fuego, impresionante.
Duelo sólo superado por el combate perfecto, heroico y sensual.
La cuota canónica del poema post mortem sí que cumplió con su objetivo de plasmar lo visto en el manga aluzando al octavo sentido.

Para que este post no se vea tan irremediablemente pesado de leer (mea culpa) después continúo con los demás capítulos prometiendo llegar a un epítome.

Buena vibra

Editado por ~Thrillington~, 23 enero 2019 - 13:14 .

El eco resonante, vivaz y primitivo del Espectral Sol Arácnido Acuífero


#682 -Felipe-

-Felipe-

    Bang

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Publicado 25 enero 2019 - 17:25

Wow, gracias por ese gran review. De verdad se aprecia mucho cuando otro lector aparece, y trataré de responder a las dudas que me planteas, o a aclarar los detalles que necesites.

  1. Quien diga que llegó a SS por el manga es un mentiroso o alguien muuuuuuuy excepcional. Y con las OVAs, el hype subió y llegó con las emociones de lo que mejor ha hecho TOEI. La pelea de Shaka con los Darks fue uno de los puntos máximos, así como el generador de un montón de disputas ridículas que aquí traté de presentar, al mismo tiempo que pacificar. Y arreglar los errores, claro, como eso de que no se dieran cuenta que Shaka estaba detrás de todo...
  2. El maestro de Camus, así como desarrollo de Izo como maestro de Shura, probablemente no saldrá aquí en Mito, pero sí en el tema gemelo, Anécdotas de Oro, que escribo con mi pareja. No puedo revelar quién es (es alguien conocido), pues una pista más sería demasiado obvio jaja No es Mystria, te lo aseguro, y tampoco es el papá del ganso o algo así xD Lo positivo fue mostrar a Shura y Camus como personas y no como piedras en el zapato de Saga.
  3. Aquí hay harto que mencionar. Nicole, DT, Verona, Izo, Aiolos... todos ellos son y serán desarrollados en Anécdotas de Oro, que sirve como precuela y complemento de Mito (a la vez que es su propia historia). Serás bienvenido en ese tema también :D Mayura ya fue protagonista del arco cero de Mito, pero seguirá apareciendo más adelante en este mismo tema. Hilda y los God Warriors aparecerán solo cuando sea necesario, pero que no haya duda de que lo harán alguna que otra vez.
  4. Hacerlos empatar no solo fue lo único que se me ocurrió para contentar a todos, sino que es lo que realmente pienso que ocurriría si se enfrentaran de verdad. Siento que Kuru ha dado pistas para ambos. Pero para ello, como mencionas, tuve que hacer algunos ajustes, como la presencia de Saori en el combate, para equilibrar las cosas.
  5. Muchas muchas gracias por pasar, y espero tus comentarios. Saludos :D

 

 

 

DOHKO IV

 

07:15 hrs. 16 de junio de 2014.

La miró fijamente otra vez, para cerciorarse de que sería capaz de llevar a cabo esa misión. Aunque no podía admirar sus ojos, por culpa de la máscara, comprendió que era más que capaz. Marin de Águila tenía las dotes para llevar a cabo ese destino.

Estaban en la periferia del Santuario, esperando a que las tropas se reagruparan para tomar el siguiente paso. Allí se encontró con el Águila de Plata, que había estado buscando en Italia lo que se había perdido, solo para comprobar que, como Libra Dohko temía, ya no estaba: la Espada de Rubíes que Hades había perdido durante la anterior Guerra Santa, estaba de regreso en el Inframundo. Al menos había conseguido conocer a la actual Espectro de Mefistófeles, y obtenido algo de información.

Ahora comenzaría la gran batalla, el final de su historia. Tras dos siglos de vida sabía que esto sería probablemente el fin… pero no era relevante, en realidad. Solo tenía ansias para llevar a cabo su misión.

Y ya que no podría seguir ejerciendo como Sumo Sacerdote, le pareció haber tomado la decisión correcta.

—Muy bien, Aquila. Puedes retirarte, agrupa a tus tropas y prepárense.

—¿Cuándo zarpará el navío?

—En dos días. Al amanecer.

Ya salía el sol cuando terminó de hablar con ella. Todos en el Santuario se veían sumamente decaídos, como si presintieran lo mal que había resultado todo. Y no era de otra manera, pues muchas vidas se habían perdido, tanto incontables inocentes (los que morían por primera vez y los fantasmas revividos) como sus camaradas Santos, guerreros valientes y Espectros que no eran tales. Bronce, Plata y Oro, el rango no importaba, todos habían sido engañados por Hades.

Y no tenían a Atenea entre ellos. Era el símbolo del ejército, sin el cual no se podía esperar que lucharan con deseos, anhelos, bríos, ímpetus o esperanza. ¿Qué les quedaba? ¿Solo funcionar como máquinas de lucha hasta que perdieran la cabeza ante las guadañas de los Esqueletos? ¿Tal como en la guerra anterior, cuando Sasha fue directamente a enfrentar a Hades a los cielos? Nadie volvió de eso, y el tiempo había sido reconectado en un ciclo de torturas… que Saori Kido esperaba reparar.

Dohko se desplazó al oeste, más allá del cementerio del Santuario. Allí estaba el viejo observatorio donde Nicole había trabajado, y Hakurei antes de él. Los Santos de Altar trazaban ciclos estelares que el Sumo Sacerdote convertía en predicciones, y por ello supo que encontraría allí a la persona que buscaba.

—¿Qué ves?

—El Santuario. Y todo en el mundo.

—Ya veo.

 

El observatorio era un templo de piedra blanca y cúpula redonda, aunque el resto era de estilo dórico tradicional. En el techo se hallaba una estatua de Zeus, el rey del cielo, con un libro en una mano y el planeta Tierra en la otra. Contaba con muros pintados con imágenes negras de soles, lunas y los astros en perfecta concordancia con el firmamento, y en relieve estaban representadas las ochentaiocho constelaciones que los dioses dictaron para proteger a los Santos.

Sion de Aries le daba la espalda, y su vista se extendía por todo el universo. Lo había conocido en su juventud, entrenando todavía en el Templo de la Nube Púrpura. Era quien lo había presentado al Santuario y le había enseñado todo lo que sabía, pues llevaba más tiempo allí que él. Ahora era tiempo de verlo como un admirador más de su belleza sin tiempo.

Dohko dio algunos pasos más hacia adelante, y se detuvo. ¿Qué haría cuando ocurriera lo que sabía que ocurriría? Ese hombre… era algo así como su alma gemela, su compañero estelar, el discípulo de Hakurei con alma torturada. El Carnero que les había dado nuevas armaduras a aquellos pobres muchachos, y la persona más querida en su memoria de guerrero.

—¿Hablaste con ella?

—Sí. Lo hará perfectamente, te lo aseguro.

—Así está bien —contestó Sion, y siguió hablando como si no fuera un rotundo cambio de tema, como siempre hacía. Parecía tan antinatural, y a la vez, tan jodidamente perfecto, que Dohko de Libra requirió de años de preparación para seguir el cauce de sus pensamientos—. Por cierto, los Esqueletos destruyeron por completo una aldea, pero Lince los salvó a todos. Y más allá… una nueva especie de amapola nació.

—Ah, ¿sí?

—Sí. Nacieron tres nuevos leones por allá… pero los Espectros se acercan. Y uno de nuestros soldados tendrá que ver su pierna amputada. No, dos. ¿Acaso estamos bien, querido Dohko?

—Seiya y los demás… una vez más tuvieron que luchar en nuestros combates, a pesar de todos mis esfuerzos para que descansaran.

—¿Crees que corresponde que un grupo de Santos descanse?

—Si hubieras visto lo que ellos hicieron en tan poco tiempo, estarías conmigo.

—Lo estoy. Los conozco desde que nacieron. Y aunque les di esos Mantos, me gustaría ofrecerles disculpas.

Dohko soltó una pequeña risita que solo Sion conocía, la infantil e irrespetuosa del joven Tong Hu, un Taonia. Se dio fuerzas y pasó caminando junto a Sion, aunque sin atreverse a mirarle el rostro. Avanzó hasta casi llegar al borde del risco junto al gran observatorio, cuyo telescopio buscaba más el ocaso que el amanecer, en contra de la tradición. Dohko se sentó en una piedra sumamente cómoda que encontró cerca, y liberó un largo suspiro después de reír.

—Nada ni nadie habría sido capaz de detenerlos, ni tú, ni yo, ni nadie. No, ni siquiera Atenea, Sion… Aunque lamento no haberles educado más en el Octavo Sentido.

—El mensaje que Shaka le dio a Atenea… la única manera de entrar al mundo de los muertos con vida, conservando la consciencia, es con el Octavo Sentido que se haya más allá del Séptimo, en una zona diferente del Cosmos.

—Despertar ese conocimiento secreto en vida es también el secreto de ésta. Es lo que se llama abrir el tercer ojo… conectarse con la esencia de la vida y abrirse a la muerte con humildad, dándole la bienvenida.

—Eso es lo que Atenea hizo. Y lo que todos deben hacer para triunfar en esta ocasión. En esta última oportunidad.

—Si pienso detenidamente en ello, nosotros despertamos el Séptimo Sentido, lo cultivamos y desarrollamos hasta dominarlo, usándolo en un sinfín de batallas. Pero estos muchachos que ya conociste también lo han hecho, a pesar de su rango, a pesar de su juventud… creo que podrán hacerlo, Sion. Esos chicos son algo muy especial.

—Admito mi grata sorpresa —dijo Sion. Su voz estaba ligeramente entrecortada, y un poco más débil. Casi nadie hubiera notado aquel color de voz, pero el Santo de Libra lo conocía demasiado bien.

—¿Qué te pareció? Tú sabe a quién me refiero…

 

La llama de Piscis en la Torre Meridiano estaba a punto de extinguirse. Doce horas habían pasado. Doce horas habían sido concedidas a los Espectros para vivir nuevamente, tal como Dohko sabía desde la Guerra Santa anterior, Hades podía hacer. Pero ni siquiera él podía conceder vida eterna a alguien, y tampoco revivir de forma permanente a un residente del Inframundo. Era algo que se había acordado mucho antes de la época de Zeus, Hades y Poseidón. Por eso había encendido el reloj.

Ahora, Dohko de Libra se arrepentía de su decisión, pues sabía que esas doce horas significaban el fin de una conversación.

—Oh, dioses… Dohko, ese muchacho es idéntico a él.

—Por supuesto que sí. En todo sentido.

—Entonces era cierto… ¿Tenma volvió?

—Sí. —Por un breve destello de tiempo, Dohko volteó a ver a Sion, y captó una maravillosa sonrisa. Solo por un segundo. Era la sonrisa triunfante de quien ha esperado siglos para ver un árbol crecer—. Tenma cumplió su promesa.

—Pero no lo entiendo… ¿acaso Seiya no lo sabe?

—No. Ja, ja, por lo que sé, ese chico jamás ha ido a una biblioteca. Solo bastaría sacar un libro cualquiera sobre armaduras o historia de los Santos para saber quiénes fueron los portadores del Manto de Pegaso… y por qué se parecen tanto entre sí.

—¿Y sus amigos? ¿La gente del Santuario?

—Muchos saben la historia, así que supongo que asumen que lo sabe. O, como Aiolia, no le quieren poner mucho peso sobre los hombros.

—Tenma y Sasha regresaron como Seiya y Saori Kido. Dohko, no puedo ver las estrellas, pero tengo la sensación de que ahora sí cambiará el curso de las guerras santas, para siempre.

 

La llama del reloj cambió a un azul intenso. Comenzaron a escucharse los tics tacs más altos y graves, en todo el Santuario, que indicaban los últimos minutos. La luz del sol comenzó a asomarse tímidamente por el este, más allá de la montaña principal y el bosque Dodona. Un nuevo día se acercaba.

—Sion, ¿acaso vas a ponerte sentimentalista y al fin creerás en el azar, a tu edad?

—Dohko, puedo hacer lo que quiera, p-para algo sirve estar muerto.

Dohko notó que tanto su voz como la de Sion se habían quebrado, pero, aun así, se rieron con fuerzas. Una última carcajada, como cuando bebían en el comedor del Santuario y recibían los regaños de los superiores, cuando todavía no decidían su destino.

—El alma de Pegaso… e-el cuerpo herido d-de Hades. S-sabes lo que debes hacer, ¿no es así, Dohko?

—Sabes que sí. ¿Y tú, hiciste tu trabajo?

—Hablé con Ara[1] hace un rato. El M-Manto de mi maestro. Encontrarás el nuevo Cofre de Pandora en la Academia. E-esta vez… t-trata que nadie se sacrifique para s-sellar a ese par de d-dioses —dijo Sion, con cada vez más problemas de pronunciar las palabras. Dohko no se atrevió a mirarlo a los ojos, y optó por el suelo. Decidió que su amigo debía conservar su orgullo y dignidad hasta el final, incluso si se le rompía el corazón.

 

Recordó la primera vez que comieron juntos en el Santuario. Dohko pidió una pierna de cerdo que se comió en un minuto, por lo que tuvo que pedir otra. Se tuvo que limpiar la camisa tres veces.

Sion, en cambio, pidió una ensalada de distintas hierbas, más un té. Comió y bebió con absoluta perfección, en tiempo perfecto, con modales perfectos, y con la ropa perfectamente pulcra tras terminar.

Dohko creía en el azar y el cambio del destino, mientras Sion creía seriamente que las estrellas dictaban lo que uno haría, y que había que atenerse a ello para hacerlo de la mejor forma posible. Distintas formas de ver la vida que llevó a innumerables discusiones filosóficas y almuerzos de cerdo y ensaladas.

Libra. Aries. Perfecta dicotomía, como el cielo y el infierno, la tierra y el mar, el yin y el yang, la luz y la oscuridad. Ninguno era negativo o positivo, eran diferencias que nacían de su propia individualidad, que se encargaban de complementar. Alguna vez, Dohko pensó lo bien que representaban la balanza en equilibrio sus estrellas guardianas, sostenida por la diosa de la justicia.

Todo inicio tenía su fin. Y ese fin, ¿podía volverse un nuevo inicio?

—Dohko… d-de ser posible, me hubiera g-gustado… me hubiera encantado seguir hablando contigo —dijo Sion. El primer destello de sol iluminó el Meridiano, y la llama azul comenzó a extinguirse.

—No te preocupes, pronto nos volveremos a ver.

—Tienes razón… e-esperé 243 años —dijo Sion, y Dohko pudo adivinar su perfecta y maravillosa sonrisa, la del mejor compañero de armas y amigo que se podía pedir al destino, las estrellas o la vida—. Un poco más n-no… significa mucho, ¿no es así? P-podemos… esperar un poco más.

El único sobreviviente junto a él de la anterior guerra… y la razón de que no se necesitaran más palabras.

Ya no sentía su presencia detrás de él. Al contrario, un montón de destellos y sombras cruzaron su semblante, pero los ojos de Dohko, húmedos y decididos, se habían clavado en el piso mojado por sus lágrimas. Ya había pasado. Sin embargo, no era un adiós… sino un hasta pronto.

—Hasta que nos veamos otra vez… Sion.

 

Dohko se puso de pie, permitiendo que el sol limpiara sus lágrimas y le ayudara a pensar con claridad. Aunque él ya no estuviera, no estaba solo, pues habían creado juntos una increíble generación de Santos valientes que cumplirían su labor sagrada con la misma pasión y dedicación que ellos, tantos años atrás.

La llama de Piscis se apagó. Un nuevo sol cubrió el mundo.

 

Ahora, era cosa de esperar. Seiya, Shun, Shiryu, Hyoga… ¿qué sería de ellos?


[1] Nombre de la Armadura de Plata de Altar.


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#683 Cannabis Saint

Cannabis Saint

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Publicado 26 enero 2019 - 15:40

Buenos capítulos, los sentí cortos pero buena introducción para la parte del inframundo! Muchos sentimientos, falto leerlos con el ending de la saga de Hades! Saludos y eso es lo que yo tambien opino, la mayoría conocimos SS por el anime, esperando por mas! Saludos y que sientas el cosmos!

#684 -Felipe-

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Publicado 31 enero 2019 - 21:28

Sí, los últimos capítulos (incluyendo el de hoy y el otro que falta) son bastante cortos, porque ya no incluyen mucha pelea que desarrollar. Solo a los personajes y los sentimientos que mencionas.

 

Gracias por comentar, saludos :D

 

 

IKKI IV

 

08:30 hrs. 16 de junio de 2014.

«Alguien murió». De verdad no sabía qué hacer. Por primera vez en muchísimo tiempo, tras pensar en un solo nombre, rompió a llorar. Supo quién había muerto sin que hiciera nada por evitarlo. «Murió».

Estuvo caminando sin rumbo por horas. Por eso le parecía tan raro que, a pesar de todo, arribara al Santuario. Entró por el portal en las montañas, cruzó la árida tierra hasta que vio los portones y la Torre Meridiano, e ingresó al recinto sin saludar a los guardias, que parecían inquietos. No le importó.

De hecho, todos parecían alterados. Muchos soldados a caballo pasaron a su lado, en dirección a los establos, y otros saliendo de allí. Algunos iban magullados, un par había perdido miembros, y en general tenían una expresión de desazón que solo podía indicar tragedia. Ikki sabía de eso mejor que nadie, pues su vida entera se había tratado de ello. No tenía que ver con los Espectros, o con Hades.

No podía morir. En su lugar, Shun había muerto. Shun ya no existía.

 

Cuando salía de la frontera de Austria, Ikki tuvo una idea desesperada, cuando su vergüenza, tras la derrota ante Aiacos, se había convertido en ira. Iría al mismo infierno a buscar a Shun, lo arrebataría de las manos de Hades y ejecutaría a todos los Espectros que se encontraba… luego, cayó en una zanja, cerca de una granja donde una niña lo miró con miedo, y su perro le ladró. Allí se dio cuenta de lo patético que se veía, y de lo inútil de su idea. No sabía cómo llegar hasta donde Hades, e incluso si lo hacía, no podía morir, no podía ingresar al infierno; las veces que lo había hecho, había terminado sin recordar nada y regresando al mundo de los vivos. Por otro lado, Aiacos le había dado una paliza; ni siquiera al Espectro felino, el llamado Cheshire, o a la mujer que le aterró tanto los podía vencer. Era un perdedor que Shun no merecía como hermano. Había tocado fondo.

Así que lo que estuviera ocurriendo a su alrededor, allí en el Santuario, no tenía por qué afectarle. Vio algunos Santos por allí y por allá, corriendo y entregando órdenes, preparándose para algo. El recinto sagrado temblaba de vez en cuando, algunos muros y columnas simplemente se caían, y el viento ni siquiera estaba tan intenso; todos parecían saber por qué. Ikki avistó a Geki de Oso y Venator de Delfín con sus manos sobre… ¿cómo se llamaba? ¿Jabu? El tipo estaba derrumbado, y varios más tenían los ojos rojos. Fugazmente se preguntó qué ocurría, y luego decidió que no le importaba tampoco. Shun había muerto.

Era lo más preciado que tenía. Más que el recuerdo de su madre. Incluso más que la memoria de Esmeralda. Desde luego que más que Atenea. Shun era la razón de su lucha, la persona a quien había jurado proteger a pesar de demostrar que se las podía valer perfectamente solo. Hasta se decía a sí mismo que la razón de que volviera tanto del infierno era justamente gracias a él.

Lo había visto por última vez en Sicilia. Shun quería tener unas vacaciones con él. Vacaciones normales de hermanos. En su lugar, se enfrentaron a los huestes de Tifón, y luego Ikki decidió abandonarlo para buscar respuestas a una pregunta idiota. No moría porque el infierno no lo quería, o porque era un tal “Bennu”, o lo que sea. Shun había quedado solo, mirándolo con la esperanza de que se volteara y recuperaran los años perdidos, pero él se portó como un idiota solitario que no sabe comportarse con otros, y lo dejó. Y luego Shun murió. Ikki no pudo hacer nada para ayudarlo, solo pudo sentir cómo se esfumaba su Cosmos… y llorar, y caminar y no hacer nada.

—¡Ikki!

Ikki se volteó ante el llamado, y la Caja de Pandora en su espalda, con la armadura de Fénix, se le hizo más pesada que nunca. Pero no era Shun quien había gritado su nombre, sino Shaina de Ofiuco, comandante de Santos de Plata y Bronce por igual. Le había conocido tras la batalla contra Poseidón… no tenían mucha relación ni habían conversado mucho, pero se respetaban mutuamente. Aunque era en el tiempo en que Ikki se consideraba un tipo rudo, como ella… ahora era solo una sombra sin hermano de quien era antes.

—Shaina. —Ikki pronunció el nombre de la Santo como un saludo, antes de prepararse para voltearse e ir a donde los pies lo llevaran, pero ella le alcanzó en menos de un segundo.

—¿A dónde vas? ¿Dónde demonios estabas? —La mujer tenía rastros en su armadura de una ardua lucha anterior, y mucha sangre seca en el rostro y los brazos. Algo terrible había sucedido en el Santuario mientras no estuvo.

—Da igual, déjame en paz.

—¿No te has enterado, cretino? —Shaina le atrapó el brazo. En condiciones normales habría liberado un poco de fuego para quitársela de encima, pero ahora no le importaba. Ella se veía terriblemente agitada e intranquila.

—¿De qué?

—¡Atenea ha muerto!

 

Se hizo el silencio. Un soldado raso llegó a caballo preguntándole a Shaina algo que Ikki no comprendió, y ella le respondió con un “llévalos al puente”, o algo así. Alguna orden que no tenía relevancia, un ruido más que no llegaba a sus oídos o su mente. Ni siquiera el viento norte sacudía su corazón.

—…esas cosas aquí de inmediato! Y tú, lleva esas bolsas al Navío —ordenó Shaina, antes de volver a dirigirse a Ikki, cuando éste ya había comenzado a escucharla de nuevo—. ¿No me oíste, Phoenix? Atenea murió.

—Ah, ¿sí? —se sorprendió de lo natural que le salió. Había aprendido a luchar por Atenea; desde la batalla contra Poseidón, cuando la vio sacrificarse por la Tierra y enfrentar a un dios demasiado superior a cualquiera de ellos, le tenía respeto. Junto a los demás, pero en silencio, había jurado protegerla… no sabía si por protocolo o no, pero la respetaba… ahora también estaba muerta, y por eso el Santuario se hacía pedazos.

—¿Qué diablos te pasa? —inquirió Shaina, pues Ikki había soltado una risa de pura frustración. Todo se le hacía tan irreal que solo podía ser una mala broma, o un pésimo sueño. Shun y Atenea habían muerto, y él ni se enteraba.

Decidió seguir el juego.

—¿Y qué quieres que haga con eso?

—Parece que no sabes ni m.ierda —contestó Shaina, indicando a la amiga de Shun… ¿cómo se llamaba? ¿June? Ella se acercó junto con dos otros Santos, que Ikki no conocía bien. Osa Menor y Paloma, dadas sus armaduras—. ¿Podrían informar a Phoenix de lo ocurrido? Llévenlo a la Academia, o a la Palaestra, o lo que sea, pero lo necesito preparado para lo que se viene. Eres molesto, Ikki, pero eso no cambia que seas útil para el combate.

—¿¡Y para qué quiero yo saber todo eso!? —exclamó Ikki, cansado de ser el patético centro de atención—. No me vengas con tonterías. Esta mi.erda de Santuario se está cayendo a pedazos, a ustedes parece que les pasó un camión encima, y no hay ni un solo Santo de Oro a la vista, supongo que también están muertos, como Atenea, como todo lo demás…

—¿Entonces qué viniste a hacer aquí, Ikki?

—Observar. Observar como todo se termina.

Shaina le tomó el brazo con todas sus fuerzas, y le dio una patada en la canilla, haciéndole tambalear. El Fénix trató de defenderse, pero Shaina liberó una intensa carga eléctrica, le rompió los lazos de la Caja de Pandora, y finalmente lo arrojó sobre la fría tierra, paralizado e inmovilizado. Cuando trató de voltearse, Shaina le puso una mano en la nuca y aplastó su cabeza contra el piso.

—¿Qué demonios te sucede, Fénix?

—D-déjame en paz… —masculló.

—No puedo creerlo. Ikki, puedes ser un Santo de Bronce, pero de ninguna manera podría haberte hecho esto con tanta facilidad… Eres patético. ¿Acaso solo decidiste abandonar la lucha y no hacer nada más? Tu hermano y los otros luchan intensamente en Alemania. ¿Y tú? No haces nada más que quejarte y lloriquear.

—¿Alemania? —Ikki hubiera querido reírse de no estar con la cabeza aplastada contra el suelo. ¿Alemania? ¿Eso significa que Shun se dirigió exactamente a donde él estaba? ¿La pelea se dio cerca de él mientras estaba tirado por allí, inconsciente en una zanja? ¿Qué clase de mala broma era esa?

—¿Vas a defraudar a Shun de esta manera, solo observando?

—Todo da igual… Shun está muerto.

 

Shaina se apartó de un salto. Luego, retrocedió a pasos lentos, al mismo tiempo que Ikki se ponía de pie y la Santo de Camaleón se acercaba a él. No le importaba una m*erda lo que sintiera.

—¿Qué fue lo que dijiste, Ikki?

—D-dije que Shun está muerto… —Ikki se limpió el polvo de la ropa y tomó la armadura de Fénix, arrastrándola de lo que quedaba de cinta—. Murió hace algunas horas, así que comprenderán que me da igual lo que vayan a hacer.

—N-no puede ser… ¡no puedes hablar en serio! —chilló Camaleón. Había ira y tristeza arremolinadas en su rostro, como una danza fúnebre, llena de terror, deseos de venganza y furia contenida. Osa Menor se acercó a consolarla, pero ella la apartó de un manotazo—. ¡No me vengas con esa mierd.a!

—No lo es. —Ikki la miró a los ojos. Directamente. Se dio cuenta de que tanto ella como él estaban derramando lágrimas, pero no le importó. Incluso la vida carecía de significado, pero no podía apartarse de ella—. Ofiuco, no me interesa lo que ocurra con Hades. El Santuario ya perdió, y la muerte de Atenea lo prueba.

—Fénix… e-entiendo lo que sientes, pero…

—No hay excusa. Mejor déjame fuera de esto. —Ikki se dio media vuelta y se dirigió al bosque, detrás de la Eclíptica, donde se hallaba el Monte Estrellado—. Esto se acabó. Ni siquiera sé por qué vine hasta aquí.

 

Volvió a caminar. Vagar sin rumbo, con la imagen de Shun en su cabeza. Trató de que fuera reemplazada por el rostro de Saori Kido, por un ridículo fin protocolar, pero no lo consiguió. Solo Shun le había importado por tanto tiempo, que su ausencia era como si se le hubiera olvidado respirar.

Más soldados. Más criados del Santuario. Más Santos. Ninguno se le acercaba. ¿Acaso todos adivinaban sus pensamientos? ¿Sabían ya sobre Shun?

Se adentró en el bosque Dodona, donde la vegetación era iluminada por breves y tímidos rayos de sol. Sin embargo, se dio cuenta de que, aunque el sol estaba en el cielo, muy cerca de las nubes y las montañas del este, había estado viendo todo oscuro, como si fuera de noche. Su corazón estaba cubierto por nubes negras.

En un claro al interior del bosque, se hallaba un hombre cortando leña. Ikki jamás lo había visto, y se sorprendió acercándosele. No era un hombre del Santuario, ni Santo ni soldado, y ni así le pareció extraño…

El leñador lo vio y sonrió. Su sonrisa era atractiva, carismática, pero también tenebrosa y lúgubre, como la muerte. Era alto y esbelto, tenía el cabello plateado como la luna, del mismo tono que sus ojos divertidos. Estaba pálido, pero en él parecía algo natural, como si infundiera miedo en vez de percibirlo. Usaba ropas negras, tanto la camisa a cuadros grises, como los pantalones y las sandalias.

—¿Quién eres? —se encontró preguntando Ikki, como un idiota.

—Alguien que puede solucionar todos tus problemas. —El leñador levantó el hacha, que también despedía destellos plateados no solo de la hoja curvada, sino del mango adornado por una estrella roja de cinco puntas.

Ikki notó que el leñador no estaba cortando leña, sino un manojo de brillantes hilos que parecían más resistentes de lo que parecía a simple vista, o de lo que podía esperarse de un manojo de hilos, pues el leñador tuvo que imprimir una gran cantidad de fuerza para cortarlos. Cuando los cercenó, el Santo de Fénix notó que su corazón se enfriaba, como si hubiera bajado súbitamente la temperatura, a pesar de la presencia del sol naciente.

—¿Qué estás haciendo?

—Mi trabajo. Pero veo que tú no estás haciendo el tuyo. ¿No eres un Santo? ¿No soy acaso yo un invasor en el Santuario? —El leñador puso otro manojo de hilos plateados sobre el madero que tenía a los pies, y volvió a bajar el hacha. No sudaba ni siquiera un poco, a pesar del esfuerzo.

Ikki apretó el puño, y rápidamente lo soltó, poco después.

—No tengo ánimos de seguir luchando.

—¿Quieres morir? Sin embargo, no puedes. La naturaleza no te deja ir, pues estás viviendo una vida falsa. —Otro manojo. Otro corte. Frío—. Hasta que no abandones esta vida no podrás dejar de vivir, a pesar de lo tonto que suena. De hecho, si lo piensas, tiene bastante sentido.

—¿Sabes que no puedo morir?

—Sé muchas cosas. Isla Reina de la Muerte, monte Fuji, Templo de Atenea, Castillo de Hades… has muerto muchas veces, pero no definitivamente. Vuelves al mundo de los vivos a sufrir, sin nadie que te acompañe, pues tus seres queridos te han abandonado. Tu amada, tu hermano, tu madre, tu diosa…

—Ya me sé la historia —trató de imponerse Ikki, a pesar del temblor que le recorría el cuerpo. Su valentía era como la de un conejo enfrente del fuego—. ¿Qué harás para solucionar mi problema, como dijiste?

—Es sencillo. Dime lo que deseas, Fénix. —El leñador levantó dos dedos, e Ikki sintió un pinchazo en el pecho. Luego, un hilo plateado apareció en manos del hombre misterioso, como si siempre lo hubiera tenido ahí—. Solo eso requiero.

—¿Lo que deseo?

—Sí… lo que más desea tu corazón.

¿Volver a ver a Shun? ¿Seguir luchando por Atenea? ¿Recuperar a Esmeralda? ¿Regresar a una niñez sufrida? ¿Tener amigos y seres queridos?

No. No había más que una respuesta. El leñador levantó el hacha a la vez que colocaba el hilo luminoso, conectado a su corazón por una bruma tenue, sobre el gran madero con el que trabajaba. Sonreía.

—Deseo morir.

—Pues, así será, humano.

Y el hombre cortó el hilo.


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#685 -Felipe-

-Felipe-

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Publicado 07 febrero 2019 - 12:26

Con esto llegamos al final del volumen 4. Muchas gracias a todos los que han seguido la historia hasta este punto, el proyecto escrito más friki y largo de mi vida jaja De verdad les agradezco mucho, en especial a los que se toman el tiempo de comentar y criticar constructivamente mi trabajo, que es lo que me ha ido ayudando a seguir mejorando.

 

El volumen 5 (que correspondería al final de la saga de Hades, desde "Inferno") ya lo comencé a escribir y llevo algunos capítulos, pero prefiero esperar un buen tiempo antes de volver a publicar, porque es algo que necesita tiempo y debo ordenar bien la historia primero, para que no haya errores de continuidad y que todo esté en su lugar. Como les dije desde hace, literalmente, años (xD) será en general diferente a lo que se vio en el manga y el anime, aunque algunas cosas que me agradaron se conservarán, o serán imposibles de evitar. No puedo decirles cuando volveré con la publicación, pero no será mucho. Les agradezco si están pendientes.

 

Saludos.

 

 

 

 

 

 

EPÍLOGO

 

Se sentía diferente, pero no tanto. Sentía que respiraba a través de la nariz, pero su pecho no se inflaba. Podía ver, incluso si se tapaba los ojos; solo pudo realmente cerrarlos cuando decidió no ver. Comprobó que no tenía pulso, pero cuando se mordió un dedo sí brotó sangre. Tuvo que superar unos cuantos cuasi-ataques de pánico por todo ello.

Estaba muerta. Sobre ella se hallaba un cielo escarlata, a veces púrpura, a veces rosa, y sin nubes, adornado por breves destellos que simulaban ser estrellas, pero que no lo eran. A veces desaparecían totalmente, y segundos después surgían con fuerza, como si estuvieran en plena supernova. No había constelaciones. No había sol ni luna, pero estaba iluminado, aunque algunas secciones del cielo parecían más claras que otras, sin seguir un patrón fijo, como en el del mundo de los vivos en relación al ciclo solar. Aquella suerte de “estrellas” definitivamente no emitía brillo, eran casi… “manchas” en el cielo rojo.

La tierra era muy árida y fría. No como si estuviera congelada, sino que carecía de sustancia. Carecía de “vida”, como si nada nunca fuera capaz de crecer allí, y los pies humanos no pudieran percibir que lo estaban pisando. No había insectos ni animales, ni nada parecido; ni siquiera las bestias que habitaban la Colina Yomi, donde había ayudado a Shiryu a luchar contra DeathMask, tiempo atrás.

El tiempo era otro asunto curioso. Le era imposible calcular hacía cuánto se encontraba allí, y tampoco estaba segura de que si le había tomado segundos u horas tomar su pulso o aprender a respirar sin fijarse en que no lo estaba haciendo. Había estado caminando, pero no sabía por cuánto. Quizás días, no se sentía diferente a una hora. Era un alma en un sitio completamente atemporal. No recordaba en lo absoluto cómo o por dónde había llegado allí, como cuando en los sueños uno se encuentra en la mitad de la trama onírica, sin inicio ni final.

Lo positivo era que estaba consciente de sí misma. Sabía cuál era su nombre, su historia, quiénes eran sus amigos, sus Santos, y conocía perfectamente su misión. A pesar de ser un alma, conservaba su cuerpo, con piel, huesos, músculos y sangre; y aunque le había preocupado antes de llegar, no estaba desnuda. Llevaba el vestido que le tejieron Europa y Megara cuando se presentó por primera vez ante el Santuario, a pesar de que llevaba otro muy distinto cuando murió. Hasta llevaba la pulsera de flores de su abuelo atada a la muñeca, pero notó que tenía menos pétalos.

El caso era que, en general, conservaba su esencia. Caminaba hacia donde ella deseara, y recordaba perfectamente todo lo que había hecho antes de clavarse la Daga de Physis en la garganta. El sacrificio que había realizado para que la gente dejara de estar sufriendo por la falta de voluntad y empatía de las Atenea anteriores… de ella misma. Todavía se le dificultaba pensarlo así, el saber que su vida, la de Saori Kido, no era su primera vez en la Tierra. Sabía sobre la reencarnación, pero debía ser una de las pocas que se convertía en un ejemplo explícito de ello, con todo y memorias de tiempos pasados. Si para eso tenía que pagar con su vida, con no volver a la Tierra y ver a sus compañeros… bueno, le entristecía, pero le parecía hasta obvio, igual a que Shiryu se quitase la vista para salvar a sus amigos de Algol de Perseo.

Ya había cumplido su profecía. La visión que había tenido ante el Oráculo de Delfos. Las estrellas plateadas caerán sobre ti como saetas, y no podrás evitar que hieran tu cálido corazón, mientras los astros de sol arden como fuego azul”. Claro, era la flecha de Aiolos arrojada por Ptolemy, al pie de la Torre Meridiano de llamas azules. “Te azotarán con látigos de agua hirviendo mientras bebes las lágrimas de todos los hombres y mujeres del mundo”. Eso fue cuando le encerraron en el Sustento Principal y casi se ahoga con las lluvias que caían sobre el planeta. “Caminarás por vías de sangre junto a bestias eternamente torturadas; una espada de rubíes te conducirá hacia el trono de la doncella hecha muerte hasta que supliques ver prados floreados”. Esa era la última, la que estaba viviendo. La espada de rubíes debía ser la daga, ¿no? Y ya que estaba en el inframundo, no tendría problemas al ver torturados… En retrospectiva, las profecías eran bastante más claras de lo que parecían, y se sorprendió de que todas las calamidades le ocurrieran en poco más de un año.

Pero no había más profecías. Allí acababa todo para ella. Lo sabía desde hacía tiempo y vaya que lo había llorado. Sufrió y sintió miedo como una niña pequeña. No. Tal vez era un miedo sumamente humano, desprovisto de la inmortalidad divina. Eso le hacía sentir bien.

Y el miedo ya había pasado. Se había armado de valor frente a Saga, Camus y Shura, que sufrían en silencio; frente a Kanon, Muu, Milo y Aiolia, que nada podían hacer. La sangre de sus manos tocó la hoja y se activó su poder… y se clavó sin más. Era una sensación parecida a cuando estaba aprendiendo a nadar, y no quería arrojarse al agua por miedo al frío. Una vez que lo hizo, la sensación se desvaneció… solo que en este caso la sensación era la muerte definitiva. En esta vida, y en ninguna posterior, podría volver a vivir, a caminar sobre la Tierra, a tener amigos, a reír y llorar, y a ver a sus seres queridos. No podría volver a ver a Seiya. Estando muerta, siendo un alma, le era mucho más fácil admitir sus sentimientos.

Lamentaba no haber podido despedirse.

 

Saori caminó por la tierra, subió las cumbres rocosas y bajó a los valles. No tenía idea de cuánto llevaba caminando, no solo por la falta de tiempo, sino que debido a lo repetitivo del inframundo. A pesar de lo ridículo que sonaba, no había visto ni un alma… hasta que las vio. Luego, después de un rato, tal vez días, encontró las almas. Siempre estuvieron allí.

Por todos lados había una suerte de nubes azules que salían del suelo. Algo así como pequeñas lenguas de fuego que liberaba un gas de un metro de alto o más. Saori las había estado esquivando inconscientemente durante todo el camino, hasta que sin querer topó con una. Se llevó el susto de su vida al encontrarse con el rostro de un hombre de unos cincuenta años, vestido con boina, larga chaqueta, barba descuidada y pantalones deshilachados. Un hombre del pasado con la mirada vacía, que ni siquiera se sorprendió de verla, ni tampoco le habló.

Cuando Saori se apartó, el hombre volvió a transformarse en una nube de gas, y sus ojos completamente blancos, sin iris o pupila, se convirtieron en las llamas de color azul que había visto antes, cerca del suelo.

Después de controlarse, y calmar los latidos acelerados de su corazón (proceso que incluyó tocarse la muñeca para comprobar que no estaba latiendo en realidad, y que la sensación estaba en su cabeza), Saori se acercó a las otras almas, y ocurrió lo mismo. Progresivamente a como se acercaba, el humo se transformaba en una o más personas viviendo su mundo, quietas en la nada, con ropas de distintas épocas y colores de piel de distintas etnias. Primero eran translúcidos, pero si Saori llegaba a tocarles lo que se suponía era ropa, se volvían tan realistas como si fueran de carne y hueso. Lucían así, de todos modos, solo que no lo eran en realidad. Le confundía pensar en ello, pues ella era la única excepción en el Inframundo.

Más adelante comprobó que todos se dirigían, con más o menos prisa, hacia un mismo punto. No sabía si era norte o sur, o este u oeste… o siquiera si existían las direcciones en ese lugar, pero era evidente que iban al mismo sitio.

Saori los persiguió hasta que divisó la primera estructura diferente: a lo lejos, más allá de un montón de ruinas y riscos, se notaba un edificio similar al Arco del Triunfo de Paris, solo que éste era muchísimo más grande. De hecho, le tomó más tiempo llegar allí de lo que le pareció al principio… y así pudo comprobar que, cuando pensaba en ello y se concentraba, sí podía casi medir el tiempo. No podía hacerlo con precisión absoluta, pero ya podía diferenciar entre “días” y “horas”, y entre “minutos” e “instantes”, lo cual era un gran avance.

El problema era que, además de almas lúgubres y miradas vacías, convertidos en pequeñas motas de gas, aquel lugar estaba atestado de Esqueletos, los soldados rasos del ejército de Hades. También de un par de Espectros, que se evidenciaba pues daban órdenes a los Esqueletos, que daban de latigazos a las almas para que cruzaran el arco gigantesco ese. Visto de más cerca, se dio cuenta de que era casi una réplica del Arco de Tito en el Foro Romano… o quizás, el Arco de Tito era una réplica de este edificio infernal; con dos torres gigantescas, adornadas por imágenes grabadas en negro de criaturas deformes, con la horizontal siendo un verdadero portal. En él aparecían las letras de un mensaje, enormes para que cualquiera pudiera leerlas, en rojo sangre.

 

ΟΠΟΙΟΣ

ΜΠΑΙΝΕΙ ΕΔΩ

ΝΑ ΠΑΡΑΤΑ ΚΑΘΕ ΕΛΠΙΔΑ

 

“Aquellos que entren aquí, abandonen toda esperanza”, en perfecto griego. Era un mensaje realmente tétrico que le causó escalofríos a Saori… a pesar de que su cuerpo no tembló. Casi le viene otro ataque de pánico por la falta de facultades orgánicas, pero lo superó. Ya no debía tener miedo a esas alturas, no cuando ya había pasado lo más terrible.

Al interior del arco se encontraba una suerte de… distorsión dimensional. Era de múltiples colores, como un arcoíris arremolinado, que ocupaba el espacio entre las torres completamente, impidiendo que pudiera verse más allá. Por más esfuerzo que pusiera, no podía ver nada más que colores y luces. Hacia allí era donde se dirigían las almas, que la cruzaban sin miedo, sin retroceder o aminorar el paso, observados por los Esqueletos y Espectros que guardaban el sitio.

Más allá del arco, por los lados del mismo, solo veía sombras. No literales, sino que parecía que su propia vista tenía como límite el espectro multicolor al interior del arco, y nada más. Dedujo que se encontraba a la entrada del reino de Hades, y que había caminado, sin recordarlo, por la colina del Yomi, anteriormente.

El Yomi era el límite entre el mundo de los vivos y el de los muertos. Allí, no se necesitaba del Octavo Sentido para conservar la consciencia, ya que solo era la puerta.

El camino pedregoso por donde llevaba tanto rato caminando era el hall principal, el Inframundo propiamente dicho, donde residían las almas ya desprovistas de toda consciencia, y donde trabajaban los Espectros.

Sin embargo, más allá del arco debía encontrarse el reino de Hades, el reino construido en el Inframundo, su propio Templo, como el Santuario en comparación con Atenas. Ese era su destino; cruzar para enfrentarse directamente a Hades en su territorio.

Decidió usar por primera vez su Cosmos para poner a prueba lo que Shaka le había estado enseñando por tanto tiempo, y comprobó lo que ambos sabían. Su aura dorada y blanca flotaba a su alrededor sin ningún problema, pues el Cosmos superaba los límites de las dimensiones. El Cosmos se hallaba tanto en el universo entero como en su propio corazón, y nadie podría quitárselo, ni siquiera la muerte.

Solo lo despertó por un segundo, para no llamar la atención de los guardias, y el suficiente tiempo para poder conjurar en su mano derecha el cetro de Niké que la certificaba como protectora de la Tierra. Era momento de actuar como diosa, y no como una humana insegura de poder respirar. Niké respondió a ello con destellos de oro tan radiantes como el sol, y le demostró que estaría siempre con ella. La Victoria que había sido robada por alguien desconocido la misma noche que murió, y que Mitsumasa Kido había encontrado en las aguas de Grecia.

Luego llevó a cabo su segundo truco de magia, uno que Shaka tomó dos meses en enseñarle, con infinita paciencia y sabiduría. Conjuró una ilusión a su alrededor, la que reflejaba el entorno como si no hubiera nada allí, a la vez que se movía. En las mentes de los demás, siempre que no fueran aptos en sus habilidades psíquicas, solo verían el viento pasar, como un velo que les es imposible descubrir. Solo un puñado de Santos de Oro, como Géminis, Cáncer y Virgo podía realizar ese truco, aunque de maneras distintas. Saori se había vuelto completamente invisible. Lo comprobó acercándose a un Esqueleto que ni siquiera se inmutó por la presencia de una mujer con un cetro en la mano. Luego lo intentó con un Espectro, sin miedo, y obtuvo el mismo resultado.

Atenea se acercó al arco, rodeada por millones de almas que lo cruzaban. Se armó de valor y soltó un largo suspiro, pues era el momento de la verdad. Allí rezaba que debía abandonarse la esperanza, pero no lo haría jamás. Ella misma se convertiría en la esperanza de la humanidad, si era necesario.

Y pensando en eso, cruzó el umbral a lo desconocido.

 

 

 

 

 

 

Fin.


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#686 Cannabis Saint

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Publicado 08 febrero 2019 - 17:50

Buen epilogo, la atena en el inframundo, a esperar el siguiente tomo, espero no se te pegue lo de kuri y GR Martin, es una broma! Jaja gracias por tan buen fic! Saludos

#687 Tsakam Chuch

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Publicado 06 octubre 2019 - 17:20

ya han pasado varios meses y nada que has continuado con la saga



#688 -Felipe-

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Publicado 06 octubre 2019 - 18:25

De hecho, justo dentro de estos días iba a avisar que iba a volver durante este mes. Quizás menos... llevo más de 10 capítulos escritos nuevos, solo que se me había olvidado publicar xD

 

Gracias por la paciencia :D


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#689 Cannabis Saint

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Publicado 06 octubre 2019 - 19:22

Oh que buena noticia, a esperar para leer la continuación de tu fic, saludos

#690 ~Thrillington~

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Publicado 07 octubre 2019 - 23:30

Excelentes noticias !
Saludos y a la espera de la actualización
Buena vibra

El eco resonante, vivaz y primitivo del Espectral Sol Arácnido Acuífero


#691 carloslibra82

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Publicado 09 octubre 2019 - 21:22

Que buena noticia, Felipe, aunque no soy quien para decirlo, yo llevaba perdido mucho más tiempo que tú, y casi no comenté la parte santuario de la saga de Hades de tu fic. Pero la leí completa y esperaba con ansia esta noticia. Sigue así, y ahora trataré de apoyarte con mis comentarios, saludos!!



#692 -Felipe-

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Publicado 12 octubre 2019 - 20:48

Para no tardar demasiado, voy a dejar el primer capítulo, el PRÓLOGO, aquí. Así comienza el volumen V, que probablemente sea el último de la historia (a menos que me inspire bastante xD). A los que pasaron en los últimos días a comentar y recordarme mi deber con mi propia historia, les agradezco muchísimo y espero que sigan leyendo.

 

Recordatorio de eventos:

- Nachi y Ban son asesinados por Tokusa y Violette.

- Saori se ha quitado la vida, pero Kanon encerró su cuerpo en un mundo sin tiempo para que no se descomponga. Sin embargo, su cerebro sigue funcionando, y su alma está conectado al mundo de los muertos y el de los vivos a la vez por la cadena de Asfódelos en su muñeca.

- Saga se sacrificó junto con el más poderoso Espectro Terrenal, Taidaio de Atavaka; luego, Shura y Camus desaparecieron.

- Shun fue asesinado por Queen de Alraune, frente a Seiya, Hyoga y Shiryu.

- Radamanthys de Wyvern se arrojó junto a Seiya al Inframundo.

- Según Sion relata antes de morir, las hadas del Inframundo lavaron el cerebro de los Darks, que fueron despertados por Mu y Dohko.

- También cuenta que Atenea ha muerto muchas veces durante las eras, pero al ser humana, va al Inframundo y no al Tártaro. Luego, regresa al Olimpo y se prepara para la nueva guerra. La única forma de eliminarla definitivamente es con un Tesoro Sagrado, como la Daga de Physis. También relata que Atenea y Hades han "jugado un juego" durante eones, en los que se derrotan para luego de 2 siglos empezar de nuevo, pero Saori es la primera reencarnación que quiere evitar eso, pues es la más humana de las Ateneas.

- Sion revela que Saori es así porque sabía lo que ocurriría gracias al Oráculo de Delfos, y voluntariamente se dejó matar por Saga para que ocurriera la cadena de eventos que llevarían a Saori a tomar la decisión de romper la rueda de reencarnaciones y asesinar definitivamente a Hades (así como la rebelión de Saga y la muerte de Aiolos, también fueron causados indirectamente por Sion).

- Sion es también culpable de que Mitsumasa Kido eligiera a los huérfanos como Santos de Bronce.

- Ikki muere cuando un misterioso leñador de cabellos grises corta un hilo de plata con su hacha...

 

 

MITO DEL SANTUARIO, SAGA DEL INFIERNO

VOLUMEN V:

REINO DE LA ETERNIDAD

 

 

PRÓLOGO 

 

La Puerta del Infierno. Inframundo.

Las órdenes estaban dadas. Todos los Espectros que habían salido a la superficie para torturar a los humanos, debían regresar al Inframundo para detener a Atenea, cuya alma sin voluntad se hallaba errante y nadie podía encontrarla. Lo que más deseaba Edward de Silfo[1], Estrella Terrenal del Vuelo[2] era atraparla, pues mientras estuviera allí en el infierno, nadie estaría tranquilo, y no podrían regresar a la Tierra a hacer su trabajo. Y detestaba no hacer lo que tenía programado.

Se le ocurrió que el primer lugar en que debía buscar era la Puerta, pues no había duda de que existían Espectros descerebrados y demasiado inmaduros como para encerrar el alma de Atenea en alguna parte y divertirse hasta que las vacaciones se les terminaran y debieran regresar al mundo de los vivos. A trabajar. A librar a los seres humanos de su sufrimiento, y aliviarlos con la muerte eterna.

Caronte le agradaba, en cierta manera. A diferencia de los otros, que tenían labores diversas mientras no estuvieron conectados a su Estrella Oscura, Caronte fue el único que estuvo todo el tiempo haciendo su trabajo, el mismo que ha hecho por milenios: llevar las almas de los caídos al otro lado del río Aqueronte con su enorme barco de remos. Toda su vida igual, incluso cuando moría en la Tierra, y jamás se aburría. Bueno, él y Cheshire, más precisamente, pero ese gato no contaba.

Sin embargo, al mismo tiempo, a Edward no le agradaba que Caronte hiciera todo ese trabajo solo por la esencia que traían las almas, que en el inframundo podía convertir en lo que él desease. Generalmente comida o licor. Esta esencia solo podía surgir en las almas cuando en vida fueron amados, y recibieron rezos en sus funerales; en tanto, los demás, que no tenían nada con qué pagarle al barquero, debían permanecer por toda la eternidad en la ribera del Aqueronte. Caronte no se preocupaba por ellos, solo su codicia, y eso era lo que Edward renegaba. ¿Qué valía más? ¿Qué siempre hacía su trabajo, o las razones detrás de ello?

Y pensaba en ello, y en las condiciones para subir al buque oscuro, cuando se le pasó por la mente la gran idea que el barquero pudo tener. Oraciones para una esencia de gran valor…

—Oye, Carón —dijo Edward, tras bajar del gran barco.

—¿Eh? —preguntó Caronte, mientras guiaba a las nuevas almas a subir, cobrando la cuota en la baranda del barco. No le prestó mucha atención.

—¡Carón! —repitió.

—¿Qué quieres, Edward? ¿Se te quedó algo a bordo? —gritó el barquero, que en esta generación parecía ocupar el cuerpo de un hombre, o muy viejo, o muy acabado por las drogas, huesudo, de piel pálida y con los dientes salidos. En tanto, la Surplice de Aqueronte, de la Estrella Celestial del Ocio[3], se conservaba como siempre, con las esferas en hombreras y brazales que parecían las campanillas de un arlequín, un yelmo que asemejaba al de un juez, un par de grandes alas que simbolizaban botes, y un remo que utilizaba tanto para navegar como para pelear.

—¡Carón, con un demonio, asómate!

—¿Y a ti qué mosca te picó? —Al fin Caronte se asomó por la proa del gran barco oscuro de velas negras. Sujetaba con fuerza el largo remo, donde siempre conservaba su Cosmos acumulado. Las almas siguieron abordando el buque, y cada vez que se acercaban al remo, le entregaban automáticamente el pago de su esencia.

—Desgraciado… ¿Acaso Atenea te pagó?

—¿Qué estás diciendo? —Edward no podía ver sus ojos detrás de los lentes rojos que aportaba el yelmo de la Surplice, pero sabía que Caronte era amenazante. Aun así, no se sintió amedrentado por la diferencia de rango.

—Te pregunto si Atenea te pagó. ¿Cómo diablos no hemos podido encontrarla en este mundo? ¡Es solo un alma! ¿Cómo no la viste subir, y llevarla al otro lado del río?

—¿Tengo que recordarte cuál de los dos es la Estrella Celestial aquí, Edward? —A pesar de que había sonado a amenaza, la sonrisa de Caronte, adornada por sus dientes de sierra afilados, daba a entender que le parecía divertido el asunto.

—¡No juegues conmigo! Ningún alma puede cruzar el Aqueronte a menos que sea en tu barco. Buscaré en los alrededores una última vez, pero si no la encuentro, significa que la llevaste al otro lado.

—Te diré lo mismo que le dije al señor Minos y a Lady Pandora, Ed. Quizás subió y quizás no, no lo sé. No me interesa quiénes hayan sido las almas en vida.

—¿Cómo es que no puedes diferenciar un alma humana al de un dios?

—Atenea llega aquí como humana. Tan simple como eso.

—¡Eres un…! ¿Qué fue eso? —Un gran estruendo había cambiado la atención de Edward desde el barco sobre el mar dorado a un sitio al oeste, a unos tres kilómetros. Se podía contemplar una estela violeta que asemejaba al de un meteorito que acabase de caer.

—¿Y eso?

—Iré a ver. Tú sigue con tu trabajo, Carón.

—¿No soy yo quién debería decir eso?

 

Edward llegó en un par de segundos al cráter humeante que se había formado bajo aquel cielo rojo sin estrellas. Allí estaba el imponente Wyvern, poniéndose de pie como un héroe majestuoso, abriendo las alas como si nada en el mundo fuera más importante.

Sin embargo, Edward notó que algo estaba mal. Había una fisura en el peto de la Surplice, a la altura del corazón. ¡Alguien había logrado tocarlo! ¿Entre cuántos Santos de Oro lo habrían conseguido?

—Señor Radamanthys —saludó Edward, arrodillándose. Un segundo después, el Magnate del infierno ya estaba pasando a su lado.

—Eres Silfo, ¿no? De la tropa de Minos —le dijo a sus espaldas.

—Sí, señor.

—Alguien más va a caer, en unos momentos más. Es un muerto, el cadáver de un Santo de Bronce de Atenea… llévalo al Cocytos.

Dicho eso, el Wyvern aleteó y en un pestañeo se encontraba lejos de él. Distinto a los demás Espectros, los tres Magnates simplemente podían volar sobre el Aqueronte, no necesitaban ni descansar ni tampoco al barco de Caronte.

Y le había dado una orden sin más preámbulos ni detalles. Era una orden sencilla que nadie podía debatir. Así que Edward esperó un par de minutos hasta que el siguiente meteorito se estrelló, no muy lejos de él, sobre la fría roca del Inframundo. ¡Un Santo de Bronce! ¿Acaso Radamanthys lo habría asesinado y el Santo cayó con él, o solo se lanzó tras el Wyvern, y murió al hacer contacto con la atmósfera del Inframundo?

Edward se acercó y recogió el cadáver del suelo. Inmediatamente después lo soltó y retrocedió. Un segundo después lanzó una maldición. Luego repitió todo el proceso. Y una vez más.

¡El Santo todavía respiraba!

Los ojos de Edward se llenaron…

…de deseo.

 

Lo pensó una y otra vez… lo pensó mil veces. ¿Qué era más conveniente en ese momento? Preguntarse por qué estaba respirando era extraño… no hallaba respuesta para eso, porque no se suponía que tuviera que suceder. ¡Jamás!

Era un chico de apariencia asiática, menudo y delgaducho, con un sucio Manto de Bronce. Vivo… ¿de verdad se había enfrentado con el Wyvern? La élite de Radamanthys había llegado al Inframundo horas atrás, ¿ni ellos habían asesinado a ese chiquillo? ¿¡Pero cómo diablos estaba vivo!?

No podía decirse, tal vez, que vivo era la palabra. Respiraba, sí, pero entrecortado. Cada vez menos. Estaba pálido, perdía color… estaba muriendo. Al hacer contacto con el Inframundo estaba falleciendo, ¡pero se suponía que eso no era un proceso que tomara un tiempo! Debía ser instantáneo, los vivos no podían sobrevivir en el Inframundo, así se decidió desde antes que Hades tomara el puesto de Erebus. ¿Por qué tardaba tanto?

Lo obvio era quitarle la vida en ese momento. Rajarle el cuello habría sido fácil; sin embargo, todavía no lo hacía. Y estaba claro que no lo haría. ¿Por qué no?, se preguntó. El Espectro de Silfo sabía que era un caso especial, y si descubrían algo sobre los Santos, y su capacidad para vivir en el inframundo, o la del único espécimen que podía… ¿no era su obligación averiguarlo?

Claro que Lady Pandora estaría en contra. Lo mismo los Magnates. Incluso si les era útil la información, le habían dado una orden, y no cumplirla le costaría la cabeza. Y la usaba para seguir trabajando… ¿Qué podía hacer? ¿Llevarla con Mefistófeles? Ella no lo asesinaría, pero Edward no confiaba en ninguna mujer, ni siquiera en las monjas sirvientas de Hades, y menos en la desquiciada de Lillis.

Lo agarró de los brazos y lo arrastró por el suelo pedregoso, cuidando de que nada lo matara. Apartó ese pensamiento de inmediato. ¿Cuidar a un Santo? Era ridículo. Una cosa muy distinta lo motivaba, y sabía exactamente qué era aunque no quisiera pensar en ello, porque era lo más animal de su naturaleza como el Espectro de Silfo…

Edward no podía matar a sus compañeros ni absorber su esencia, pero sí la de los seres vivos. Generalmente a los Espectros no les importaba algo tan banal como el aire en el Cosmos de los seres humanos, simplemente los mataban (por placer, obediencia, o por ayudarles a descansar), pero con Edward era diferente. Era el Silfo, un espíritu natural que se alimentaba del aire, una criatura que vivía gracias al Cosmos de los vivos. Lo deseaba… podía experimentar con ese muchacho y saber por qué estaba vivo, e informar a Lady Pandora… pero nada evitaba… nada evitaba que dejara un momento su trabajo…

¿Su trabajo? Eso era asesinar a los seres humanos. ¡Y a los Santos! ¿No? Nada más importaba, y no hacerlo era faltar al trabajo. Pero el deseo era mayor a la responsabilidad y el deber. Estaba abrazando su propia naturaleza animal, y conocía un lugar perfecto para continuar con ello, a tres kilómetros al este por la ribera del Aqueronte.

 

Llamar río a ese mar era una tontería, pero así se le conocía desde la época en que los mitos eran realidad. ¿Por qué? Para decir que hay “cinco ríos en el infierno, más uno”, todas las veces que se desease sin sonar estúpido. Lo peor era que ninguno lucía como un río, no en realidad… pero nadie lo cuestionaba. Los Espectros no podían cuestionar esas cosas… vivían para servir… para trabajar… para… para…

El Aqueronte era un mar dorado y aparentemente infinito. Rodeaba el Inframundo y se extendía por todo el territorio del reino de Hades, con aguas tan profundas y frías que ningún alma podría caer y ser capaz de nadar de vuelta a la superficie. Se congelaría o los espíritus que ya hubieran caído allí lo hundirían. Almas que llegaban muertas y solas hasta el Inframundo; no como ese sujeto, vivo… ¡en cuerpo y sangre!

Ató al Santo de Bronce con unas cadenas creadas con su Cosmos oscuro, gracias a las gemas del Inframundo que había por doquier. Mortemita. Era púrpura brillante, aunque había variantes rojas, marrones y negras, y eran la base de las Surplice. Los Espectros eran capaces de manipularlas como deseasen, transformándolas en cualquier tipo de armas, lo que generalmente dejaban para los Esqueletos. Los Espectros solo requerían de su físico y su conexión con el Cosmos de la hermosa muerte. Lo único que conocían. ¿Siquiera había algo antes de ser Espectro?

El muchacho de pelo castaño pareció moverse, y Edward reforzó las cadenas. Le abrió la boca con las manos, e inspiró su hálito. El aire de los seres vivos estaba lleno de una fuerza mística, un Cosmos muy diferente al de los Espectros. Apenas podía percibirlo bien, pero lo sentía. Era cosa de manejarlo bien, de estudiarlo en su interior, para saber por qué ese nauseabundo sujeto estaba aún respirando.

Era cada vez menos. El corazón del muchacho se detenía. Su piel ya no tenía color alguno. ¿Cómo podía un alma ser tan resistente a la atmósfera del mundo de Hades? Era algo que debía saber. ¡Tenía que saberlo! Edward abrió más la boca del chico, e inspiró lo más que pudo para captar el aire, el Cosmos de aquel Santo. No era su trabajo, no debía hacer algo así… ¡debía reportarlo!

Pensando en eso, de pronto, Edward fue aterrorizado por la cosa más horrible que hubiera percibido en cualquier humano, en cualquiera de sus vidas. Saltó y se arrastró por el suelo, de espaldas, lejos de aquel niño. ¿Qué diablos había sido eso?

Terror. Horrible terror ante lo desconocido. Horror.

—La gente tiene un alma, una que marca inicio y final en el mundo de los vivos —dijo Edward, tapándose la boca, permitiendo que el ruido del mar Aqueronte ocultara su voz, y que solo él mismo pudiera oírse—. Pero este tipo…

—Sao…

—¿Qué?

Edward se arrastró de vuelta hacia adelante, aunque con lentitud y cuidado. ¿Aquel sujeto había hablado? ¿Sus últimas palabras antes de morir? No tenía color, no respiraba, no parecía tener más sangre, ni mostraba más movimiento que cualquier roca del infierno. ¿Había sido su imaginación? ¿O alguna voluntad divina de los Santos que los motivaba a seguir viviendo incluso después de muertos? ¿Ese era el deber de ellos?

Edward le dio un puñetazo en la cara, y el chico no respondió. Estaba a punto de morir, y cuando lo hiciera, su alma se despegaría del cuerpo y tomaría rumbo al Portón, en donde se encontraría con Caronte, que lo conduciría a la Primera Prisión. No podía dejar que eso sucediera… si debía mezclar placer con negocios entonces lo haría. Iba a disfrutar del Cosmos en el aire interno de ese chico, a la vez que descubría por qué estaba vivo, y qué era eso tan inexplicable que había sentido… como si fuera más de un hombre, un alma tan antigua como el tiempo. El horror de aquello que no puede comprenderse.

—No me des más problemas, desgraciado —le amenazó, mientras absorbía el aire que llenaba sus pulmones… algo aterrado, pero con el valor suficiente, esta vez, de saber a qué podía enfrentarse, qué aguantar, y descubrir lo que requería.

—Seika.

—¿Q…? —Edward no pudo terminar la pregunta. Se quedó petrificado ante la palabra que claramente había pronunciado ese muerto. ¿Un nombre? Además… se estaba enterando de demasiado. Demasiada historia. Una que quizás solo el señor Lune podría ser capaz de traducir… ¡quizás!

—Saori.

¡No! Como siempre, lo importante era terminar el trabajo. El señor Minos jamás se lo permitiría si dejaba que sus deseos lo dominaran, por más bien que supiera en su lengua y paladar el aire emitido por ese Santo. ¡No podía permitirse dominar por su instinto más primario de deseo! ¡¡Había que matarlo!!

El Aqueronte rugió cuando Edward levantó un brazo. Había que acabar con eso. El hombre frente a él, fundamentalmente muerto, atado por cadenas de Mortemita, la gema del infierno que nadie podría romper, y menos un Santo… era más que un solo hombre. ¡Era muchos! Por eso estaba vivo en el inframundo, porque no había acabado de morir todavía. Su alma era tan extensa que incluso el mundo de Hades tardaría en dominarlo. Y para peor, su corazón estaba repleto del más poderoso sentimiento de determinación, algo que no podía doblegarse.

“Levántate”, oyó en el corazón del chico de mierd.a. Pero no se lo dijo a Edward, sino que a sí mismo. ¡Había que asesinarlo pronto, antes de que el Aqueronte dejara de agitarse y se controlara! Si no, todo se saldría de control. Ya lo estaba comprendiendo.

Él ya había estado allí. Aquel Santo no visitaba el infierno por primera vez. ¡Aquel sujeto era…!

 

Fue en ese instante cuando el Santo de Bronce abrió los ojos, listo para terminar su trabajo. Al menos, eso Edward de Silfo podía respetarlo. Una incandescente luz de zafiro, tan radiante que opacó a la Mortemita en su Surplice, y tiñó al aire de celeste por un breve momento. Deseaba absorber ese viento, pero su nariz había dejado de funcionar, de igual manera que las cadenas que fueron convertidas en pedazos.

Luego, Edward de Silfo se encontró a la entrada del Inframundo, muy apartado del sitio donde había estado. Había una gran construcción, una puerta gigante. El Portón del Infram… no. Solo una puerta gigante. El hombre recordó que debía cumplir con su trabajo, y para ello tenía que caminar hacia la puerta. Y comenzó a olvidar…


[1] Espíritus elementales masculinos del aire, criaturas antiguas y sin emociones.

[2] Chisho, en japonés; Difei, en chino. En la novela Al Borde del agua, es la estrella correspondiente a Xiang Chong, el “Nezha de Ocho Brazos”.

[3] Tenkan, en japonés; Tianxian, en chino. En la novela Al Borde del agua, es la estrella correspondiente a Gongsung Sheng, el “Dragón de las Nubes”.


Editado por -Felipe-, 12 octubre 2019 - 20:52 .

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#693 Beau

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Publicado 12 octubre 2019 - 21:45

Excelente capítulo Felipe, excelente. Me gustó de principio a fin, el desarrollo de la intriga y dudas de Edward así como el desenlace. Si le hubieras agredado alguna que otra cuota de sensualidad a la escena de inspiración del alma, hubiera sido sublime. A esperar el próximo.

 

Saludos.-

 

 

pd. Fijate que te quedaron dos fuentes tras las notas al pie. 


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#694 Tsakam Chuch

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Publicado 14 octubre 2019 - 20:03

excelente capítulo



#695 Tsakam Chuch

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Publicado 14 octubre 2019 - 20:22

excelente capítulo, esperando el siguiente



#696 -Felipe-

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Publicado 20 octubre 2019 - 11:41

Gracias Beau, se que debí agregar más erotismo al asunto. Mala mía, lo consideraré para la de hoy xD

¡Nunca me acuerdo de arreglar eso del cambio de fuente! De hecho, tampoco sé por qué ocurre aquí, porque en el doc original está bien.

Pero en fin, gracias por el comentario, me alegra haber regresado como un review inmediato... debe ser porque eres argentino.

 

Y gracias Tsakam Church, me alegra que te gustase.

 

 

SHAINA I

 

23:40 hrs. 17 de junio de 2014.

Un día y una noche habían transcurrido desde aquel día fatídico. En tan solo unas horas más zarparían, y Shaina de Ofiuco no deseaba otra cosa, para poder así pensar en algo más. Solo reflexionar sobre la misión, y no en la muerte de Atenea. De Shun, Nachi y Ban. Al-Marsik. Tantos y tantos otros.

Había estado trabajando todo el día. Desplazar los suministros a bordo del barco, organizar a los soldados que quedaban, ayudar con la reconstrucción del Santuario tras el sismo que se produjo tras la muerte de Atenea, planificar el ataque, limpiar (y actualizar) el cementerio, distribuir las defensas, informarse sobre el estado del resto del mundo… la verdad, era agotador. Alguna vez, en el pasado, se sintió disminuida por el peso que tenían Santos como Algol, Marin, Misty, Asterion, Daidalos o Mayura en todo lo que concernía al funcionamiento del Santuario, pero ahora que ella era una de los pocos Santos de Plata que quedaban, y que había sido nombrada por Atenea como la jefa de las tropas de Plata y Bronce hace tiempo, se daba cuenta que el trabajo administrativo era terriblemente difícil. Ese viejo zorro de Nicole de Altar debió ser alguien fascinante para aguantar tanto.

—¿Has visto al Sumo Sacerdote? —le preguntó Yuli de Sextante, su mejor amiga. Tal vez la única que tenía.

—Está todavía en el Ateneo con las doncellas de Atenea.

—Ya veo. Ya hice el conteo. Me dijo que cuando estuviera listo, habría que realizar una reunión para organizarlos… ¿Podré subir?

—No, espéralo en la plazuela frente al Carnero. —Otra decisión. Tenía que tomar medidas unas tras otras, considerando todas las posibilidades, en todo momento. Era una actividad sumamente agotadora—. Probablemente ya va a bajar.

—¿Y tú qué harás?

—De todo.

¿A dónde le quedaba ir? Ya había dado una ronda por el cementerio, donde había entregado algunas palabras de ánimo a los soldados rasos y había observado de lejos a los Santos de Bronce que rendían oraciones a sus muertos. Ya se habían cavado tumbas tanto para Ban como para Nachi, pero June se había negado repetidamente a que hicieran una para Shun. “No lo creeré hasta que vea su cadáver”, aducía. Para ella, lo que había dicho Ikki era palabrería de borracho, o síntoma de un cuadro depresivo.

Ikki sí aparentaba estar en depresión, pero como Shaina lo veía, él era el único que podía saber si Shun realmente había dejado el mundo, solo con su corazón. Hubiera sido útil interrogarlo más en la mañana, pero la tropa enviada a buscarlo en el bosque Dodona había llegado con la mala noticia de que el hombre había desaparecido. Otra vez. Shaina decidió no incluirlo en el plan de ataque al Inframundo. Fénix no iba a regresar.

 

También había recorrido las cocinas y las caballerizas hacía unas horas. Dejó a una pareja de Rodrio a cargo de los caballos, pues los soldados no los necesitarían esta vez, y la mitad de las provisiones fueron cargadas en el barco. No era mucho, generalmente se cocinaba para dos o tres días, pero no sabían cuánto tiempo estarían en el Inframundo, en especial porque el tiempo no funcionaba igual allí que en la superficie.

La Academia había sido cerrada por Dohko, después de sacar una pequeña caja de ahí (ni idea qué era y no preguntó). La armería se había vaciado. Todo lo que fuera afilado se había llevado al Templo Corazón, por órdenes de Libra.

Solo le faltaba revisar de nuevo la Fuente. Asterion aún estaba allí, recuperándose, y Shaina pensó hacerle algunas preguntas. En el camino se cruzó con el Águila, que había regresado de quién sabía dónde, y solo cruzaron una mirada. Tal vez. Con Marin no podía saberse con exactitud, debido a la máscara.

 

—¿Cómo estás? —preguntó Shaina. La luz de la luna entraba tímidamente, como si pidiera disculpas, a la Fuente donde los Santos sanaban sus heridas.

—Mucho mejor, en condiciones para partir con ustedes —contestó el Sabueso de Plata, sentándose en la cama. Le dedicó una sonrisa admirable.

—¿No te guardas nada, eh? Ni siquiera esperas a que me queje por tu decisión y te ordene que te quedes a descansar en lugar de ir con nosotros. ¿Acaso me leíste la mente antes de venir?

—Creo que no tengo fuerzas para eso en realidad, ja, ja, ja —se defendió Asterion, con una suave risa—. No me mires así, ¿crees que es sencillo meterse en la cabeza de otra persona, identificar sus pensamientos en medio de un caos mental, y traducirlos al griego como si fuera leer un afiche?

—Aun así te prohibiré venir con nosotros.

—Y aun así me negaré a obedecer.

Shaina suspiró y miró al Santo de Plata por un momento. Le sonrió como a pocas personas les sonreía. Era uno de los pocos seres cercanos que le quedaban, y ya no importaba cuán mal se hubieran llevado en el pasado. Era su hermano, y se sentó sobre la cama, junto a él.

—Asterion… ¿por qué quieres venir?

—Para luchar, desde luego.

—Sí, pero, ¿por qué luchas?

—¿Qué clase de pregunta es esa?

Se quedaron en silencio. El único ruido era el de las pisadas de las ayudantes de Higía que iban de un lado para otro, recolectando las últimas provisiones médicas para el viaje al infierno. La Santo de Ave del Paraíso ya se encontraba en la Palaestra, junto a los demás que iban quedando desocupados de sus deberes. Todos ellos tenían en la mente el ir a luchar, defender a los inocentes, salvar a Atenea de las garras de Hades… ¿pero qué había detrás de ello? Shaina no dejaba de pensar en eso.

Fue el propio Asterion quien notó ese dejo de duda, y sin necesidad de su famosa habilidad. Debió verlo en sus ojos, un reflejo de su propia experiencia.

—Ya entiendo, estás sufriendo las dudas que, en algún momento, todos sufrimos.

—Quiero saber por qué estoy aquí y no embriagándome en algún bar de Milán, o en un hotel barato de Piamonte, como ese donde nací. Digo, ¿qué me manda a estar aquí lidiando con cincuenta sujetos en lugar de… no sé, cualquier otra cosa?

—¿Cómo llegaste aquí, Shaina?

—El maestro Al-Marsik me trajo. Como nos ocurrió a casi todos.

—Correcto. Y es difícil escapar cuando ya se vive bajo el sol del Santuario, tras la sombra del Meridiano, pero tampoco es que tengamos muchas más opciones. Los agentes del Santuario lo saben, y por eso, generalmente no traen gente con familia. Yo mismo he traído a algunos aquí… —Asterion se enderezó en su cama y sorbió un poco de aquel líquido naranja que Higía preparaba, tan de mal gusto, y a la vez tan eficaz contra heridas y dolores. Según ella era jugo de mandarina, cosa que nadie se creía—. Sin embargo, con el tiempo, cuando maduramos, tenemos opciones. Podemos solo dejar esta vida, buscar otra y ya. Nada nos obliga a utilizar nuestros Mantos Sagrados, ni nuestro Cosmos, si no queremos. Somos militares, sí, pero con elecciones, incluso si en la Academia nos prometen que el destino dicta nuestras acciones.

—Según el Sumo Sacerdote eso es resquicio de la educación de Sion —comentó la Santo de Ofiuco, sintiendo que hablar le ayudaba a relajarse.

—Probablemente. Pero ¿sabes? Un día venía de regreso de una misión, durante mi primer año como Santo. Tenía la pierna rota, y me dolía tanto que deseaba morirme. En ese momento pensaba que era una mejor opción a vivir, porque ni siquiera sabía qué me había llevado a esa misión en primer lugar, aparte de ser mandato del Sumo Sacerdote… de Saga, claro. Me dolía y quería morir, hasta que pasaron tanto los días como el dolor. Lo más estúpido era que había deseado morir después de la misión, y no antes, cuando debía estar muerto de miedo. ¿Entiendes lo que digo?

—Generalmente no sentimos miedo. ¿Es eso?

—No, lo correcto es decir que ocultamos nuestro miedo a la muerte, que es lo más natural del mundo, y lo único que no podemos evitar.

Hades, pensó Shaina. Hades era la muerte encarnada, un ser mitológico que servía a lo único irremediable que existía sobre la Tierra. ¿A eso se refería?

—Evitamos mostrar miedo porque eso le puede salvar la vida a otros. Ese día me paralicé de miedo al final, cuando una mujer fue alcanzada por un ataque y no pude hacer nada para evitarlo. Luego mi pierna fue un blanco fácil. Pero este es el meollo del asunto, Shaina. Años después, cuando Eris atacó, ¿recuerdas?, fui a una misión en Bagdad. En esa ocasión… ahí fue cuando me asusté otra vez. Cuando Mozes perdió el ojo ante el tal Homados del Grito de Guerra, cuando Babel estaba traumatizado por sus memorias en la batalla, y cuando vi que los ancianos eran atravesados por las filosas espinas del monstruo. Sentí miedo… y eso me permitió reaccionar y luchar, a sabiendas de que probablemente moriría. Eso permitió a Mozes atravesarle el cráneo al esperpento ese, pero yo no lo sabía. Solo confiaba en mi compañero y no deseaba que muriera.

—¿Cuál es tu punto, Asterion?

—Que, a veces, los seres humanos deseamos morir por razones ridículas, pues la muerte es inevitable… ¿cómo desear algo imposible de esquivar, y más cuando yo mismo acelero esa muerte? Sin embargo, somos humanos con emociones, que no desean ver la muerte de otros. Eso es lo que nos da miedo, pero también nos da esperanza. Yo lucho porque soy capaz de hacerlo, y porque cuando lo hago, puede que otros no mueran fuera de tiempo. Para luchar, necesito tenerle miedo a la muerte… porque incluso yo no puedo leer su mente. Así que esa es mi respuesta: lucho para tener miedo.

—¿Es esa la respuesta universal? —Shaina se llevó las manos a la cara. Estaba muy cansada, no aterrada. Aún tenía mucho trabajo que hacer, y no sabía por qué lo hacía. No quería ir al Inframundo… ahora eso estaba claro.

—De ninguna manera. Esa es mi respuesta y motivación, la tuya puede ser igual o muy diferente. Tal vez sí la conozcas, pues has luchado por años en nombre de Atenea, para hacer prevalecer la justicia. Así nos han educado. Pero… puede que la respuesta esté en el fondo de tu corazón, y que solo tú puedas sacarla a flote.

Asterion salió de la cama y se dirigió a la Caja de Pandora que se encontraba en un rincón. Con delicadeza la acarició, y pareció hablar con ella en silencio. O, tal vez, a través de esas habilidades que tan incómoda ponían a Shaina.

—¿Cuál era la razón de Mozes? —preguntó al fin.

—¿Mozes? Era un hombre de gustos simples. Jamás vino aquí a sanar, ¿sabías? Le gustaban las heridas y las cicatrices, ni siquiera chilló cuando perdió el ojo. Él luchaba para sentirse vivo. Nunca para morir…

 

00:52 hrs. 18 de junio de 2014.

Shaina se encontraba frente al mar, en la bahía junto al Santuario. Detrás estaba el bosque, que despedía un agradable aroma a pino; alrededor estaba el aire, danzando a toda prisa, de un lado al otro y de vuelta; arriba estaba la luna, apagada, casi invisible. Y triste, como todo el mundo.

Siseo.

Estaba en la arena, fría, sola y pensando en Al-Marsik. Lo odió cuando se convirtió en Espectro y atacó al Santuario, y ella misma le arrebató la vida. Después resultó que, en realidad, todo había sido culpa de una mariposa…

—¿Por qué luchó usted, maestro? ¿Honor? ¿Educación? ¿Ganas de vivir? Proteger a los otros suena a una razón tan sosa…

—Protegemos a los demás porque alguien tiene que hacerlo —dijo una grave voz de tenor. Una que conocía, en verdad, tan solo desde hacía unos días. Pensó en Al-Marsik casi de inmediato, pero su voz era diferente. Solo podía pertenecer a uno.

—¡Sumo Sacerdote!

Shaina se puso de pie rápidamente, y estuvo a punto de arrodillarse, hasta que se dio cuenta de que era ridículo. Dohko de Libra, portando su armadura, incluso le mostró un gesto que parecía decir ‘qué diablos estás haciendo, soy yo’. Que, de hecho, confirmó con su voz:

—¿Qué estás haciendo? Soy yo.

—Tiene que disculparme por no recordar que usted es… eh…

—Muy diferente a Sion y Saga. Más moreno, apuesto, mejor sonrisa, barbilla…

—Señor —le cortó Shaina, aunque sinceramente le había divertido. ¿Sería que el Sumo Sacerdote estaba tratando de hacerla sentir mejor con solo su humor?

Pues, funcionaba.

Siseo.

—Claro, claro. Pero recuerda: técnicamente soy más joven que tú.

—Eso no tiene sentido.

—Sí lo tiene. Quería informarte que tenemos que hablar. Todos.

—¿En la Palaestra?

—En quince minutos. Creo que ya están todos en el Santuario, menos los que se fueron a Alemania. Si no, reúnelos y juntémonos allí.

—Así será, señor.

—Shaina —le detuvo Dohko, cuando ella estaba a punto de irse—. No requiero leer mentes para saber lo que piensas. Y eso no significa, de ninguna manera, que no sea capaz de leer mentes —recalcó, con una sonrisa traviesa.

—Me han dicho que es normal tener dudas… pero eso no quiere decir que se pasen rápido, ¿no es así?

—Por supuesto que no. Las dudas que he tenido ya no las puedo contar con las manos. Ni con los pies. Ni con mis huesos.

—¿Por qué pelea usted, señor?

—Como te dije antes, porque alguien tiene que hacerlo. —Dohko apoyó su mano en el hombro de Shaina, y ésta sintió la calidez de la experiencia. Le recordó, casi como por arte de magia, a Al-Marsil, y comprendió que él debió tener esa misma conversación con muchísimos otros antes que ella. Incluso consigo mismo.

Siseo.

—Pero nos enfrentamos a la muerte misma. No puede evitarse que caigamos. ¿En qué cambia que no luche? ¿Para qué me he partido el lomo todo este tiempo, si al fin del día solo voy a desaparecer, e ir al mismo lugar al que quiero llegar en un jodi.do barco?

—Si bien creo que cada uno debe buscar su propia respuesta, también considero prudente guiar a los más jóvenes. O, más precisamente en nuestro caso, un jovencito de dieciocho que intenta guiar a una veinteañera.

—Usted no tiene…

—Cuando lleguemos al infierno —le interrumpió Dohko, reprimiendo la risa, igual que ella—, no podremos salvar a nadie más que a nosotros mismos, pues allí solamente hay almas que ya pasaron a mejor vida y no pueden regresar. Podría decirte que con que salves solo a una de ellas entenderás el significado y la importancia de luchar por el bien de los demás, pero allí no se puede salvar a nadie.

—¿Y Atenea?

—Exacto. Podría decirte que salvar a Atenea es lo más importante, porque ella es la representante de nuestra justicia, y sin ella, todo se derrumbará… pero tú, y los otros, solo conocen a Saori Kido, y a pesar de sus buenas intenciones imagino que no han visto nada de especial en ella, más allá de su increíble Cosmos. ¿Por qué hay que sacrificarnos para sacarla del inframundo, si además, ella mismo lo decidió? No me mires así, todos en algún momento hemos pasado por eso, no hay que hacerse los idiotas respecto al tema.

—¿Nos responderá con sus acciones? —preguntó Shaina, recordando el valor que Saori Kido mostró cuando se enfrentó a Poseidón, cara a cara, cuando parecía que el mar entero caía sobre ellos, como un inmenso planeta azul. Una sensación que jamás olvidaría.

Siseo.

—Sí. Atenea es Atenea, y el hecho de que se haya quitado la vida para luchar sola es un indicio de su verdadera identidad, oculta en su memoria. Pero no es eso lo que te va a motivar, ¿no es así? Por lo tanto… solo puedo sugerirte que luches por ti misma. Para sobrevivir a lo que se nos viene. Y que cuides a tus compañeros, así como ellos harán contigo. Es el camino para la respuesta, y para algunos es incluso la respuesta misma. Hades es el dios de los muertos, pero hasta él puede estirar la pata.

Dohko sonrió como un chiquillo. De verdad lucía como un joven de dieciocho, se notaba en casi todo su cuerpo y actitud… pero sus ojos eran distintos. Estaban dotados de una experiencia sin igual. Había visto millones de cosas que ella no. Y por eso, nunca se negaría a seguir su sabiduría.

—Maestro…

—¿Sí?

—¿Aun nos reuniremos en quince minutos?

—¿Después de que abro la boca? Por supuesto que no, me alargo mucho. Lo que quise decir fue quince minutos desde ahora. Aún tienes mucho que aprender, chica… digo, señora. Ah, por favor encárgate de ese asunto, ¿sí?

Diciendo eso, Dohko se dio media vuelta y se alejó moviendo la mano como señal de despedida, a pesar de que todos se iban a reunir en exactamente quince minutos. Con todo eso, Shaina pensó que ese era el mejor Sumo Sacerdote que podían tener en aquellos momentos críticos.

 

De todas formas, no era eso en lo que tenía que pensar. Había escuchado el siseo molesto durante toda la plática de Dohko, que jamás dejaba nada al azar. Probablemente él quería darle información, pero se puso a hablar de ella para evitar que el intruso en la playa la recibiera… o quizás, solo para que se aburriera.

En quince minutos debían reunirse, y ya iba a tener un contratiempo. Lo peor de todo era que el espía creyese que iba a poder asesinarla por la espalda, en silencio como vil serpiente. ¿Cuánto podían decepcionarla? ¿Cuántos eran? Uno, dos… tal vez tres. No se atrevieron a atacar en presencia de Libra. Eso le dio una idea de qué nivel tenían, y cuán idiotas podían ser.

Se preparó. Dio media vuelta y le dio una patada furiosa, llena de electricidad, a alguien que, por ironía del destino, había tratado de atacarla con una patada. Mandó a volar al intruso, un tipo vestido de tiburón o algo así, con todo y aletas en la Surplice, al mar. Estaba probablemente muerto, pero cuando Shaina puso un pie en tierra fue cuando supo que la jugada, dentro de todo, había sido interesante, digna de reconocer.

Pisó las protuberancias que había en el suelo y sintió un leve chispazo. Ocho largos tentáculos negros cargados de electricidad. La corriente recorría todo su cuerpo, causando algunas quemaduras en su piel, de manera instantánea. ¡Una mina subterránea!

—Ja, ja, ja, ja, sssssabía que caerías en la trampa —dijo el del siseo, al fin revelando la cara. Un Espectro alto y delgaducho, con brazos y piernas anormalmente largas, que se movía de un lado a otro con un irritante intento de sensualidad, y la Surplice demasiado pegada al cuerpo—. Sssssabía que era buena idea quedarnos un tiempo en los alrededores del Santuario, especialmente en el agua, ja, ja, ja.

—Y tú, ¿quién eres? —preguntó Shaina, casi por pura cortesía. La electricidad seguía golpeando su cuerpo.

—Sssssoy un Espectro de la tropa de Garuda, Apelán de Pitón, la Estrella Terrenal de la Asistencia[1]se presentó el imbécil, acercándose sinuosamente a Shaina. Era similar a Ichi, y no sabía si reírse o enfermarse por ello

—Qué bien. Ahora, si me disculpas…

 

Piel de Serpiente.

Con aquella técnica defensiva, Shaina se protegió de una carga eléctrica a la que tenía casi inmunidad a esas alturas de su vida. Tomó los tentáculos que había en el suelo, donde le habían puesto la trampa, y jaló hacia arriba con todas sus fuerzas.

Sacó al tercer Espectro de bajo la arena, que se puso a gritar, desesperado, y luego lo golpeó directo en la mandíbula. Shaina dio un salto, agarró al Espectro (que, por cierto, usaba por yelmo una medusa con todo y textura gelatinosa, algo horrible) y lo lanzó hacia donde estaba el primero, el tiburón, que aún seguía vivo, tratando de moverse.

—¡Cuidado, Digger, Krag! —gritó Apelán, que retrocedió a toda velocidad.

Shaina cayó sobre los otros dos Espectros, y descargó el Trueno con toda su ira. No dejó que ni siquiera pudieran intentar defenderse. Luego, se quitó el cabello de la cara, y miró desafiante al Espectro que quedaba, el único vivo.

—¿Cómo entraron a este sitio?

—N-no puedo creerlo… essssoss eran Essspectross, y los assssesssinó un Santo…

—Responde a la pregunta.

—Esssos eran Digger de Tiburón, Essssstrella Terrenal de la Ayuda[2]y Krag, de Medussssa, Estrella Terrenal del Encuentro[3]¿Cómo pudissssste terminar con ellosss asssí de fácil? —preguntó Pitón, líder de un plan sumamente tonto. Por culpa de su siseo, ella se enteró de que había gente cerca, y pudo planear algo para contrarrestar los problemas en que pudiera verse implicado si los Espectros eran fuertes. ¡Y lo eran! Solo que además eran idiotas, y le sirvieron para relajarse un poco y dejar de pensar en tonterías.

—¿Sabes cuál es tu problema? —preguntó Shaina, haciendo arder su Cosmos con toda la frustración que había reunido en el día—. Que no contestas a lo que se te ordena contestar. ¿Qué clase de estúpido ataque sorpresa planeaban? ¿Cómo entraron aquí?

Shaina le atacó con el Trueno, pero no dio resultado en el cuerpo de Apelán. Este simplemente la esquivó, y Shaina lo percibió como si hubiera tratado de electrocutar caucho. O algo de goma, o gelatina.

—Je, je, je, je, ¿te la creísste, eh? —inquirió Apelan, tocándose todo el cuerpo con caricias suaves, moviéndose desagradablemente—. Con esssos rayos no puedes tocar mi Ssssurplice de Pitón, ¿no lo vesss? Ssssssssoy inmune a tu poder, ja, ja, ja. Y a tu pregunta, vamossss, la barrera en el mar fue rota por el diosssss Possseidón, y como sse lesss murió Atenea, nosss esss mucho más fácil.

—Ya veo. —Así que estamos desprotegidos, pensó Shaina. Algo que posiblemente Dohko quería comprobar. No era solo un chistoso, obviamente.

—Así que, ¿qué harássss para derrotarme? Je, je, je.

—La pregunta es qué harás tú —sentenció Shaina, bajando los brazos con relajo. Hasta le dedicó una sonrisa a Pitón, y nunca pensó que después del día de mier.da que le había tocado se sentiría tan bien. Incluso las nubes se dispersaron arriba para dejar entrar la luz del sol, y el viento se volvió cálido—. Claro, eres invulnerable a mi electricidad, pero debe haber una razón para que dejaras que esos dos atacaran, ¿no? Y no creo que quieras llegar con las manos vacías al Inframundo.

Pitón retrocedió, con el rostro cubierto de sudor. Tenía los ojos verdes, aterrados.

—De todoss modossss, ella acabará contigo apenassssss le plazca.

—¿Ella? —Shaina se distrajo por solo un segundo, y Pitón emprendió la carrera al mar, a toda velocidad. Parecía un verdadero gusano que, con sus Truenos, Shaina no podía atrapar, aunque lo intentara varias veces. Así que decidió hacerlo con el método antiguo.

Decidió correr hasta que se puso enfrente de él, y le dio un puñetazo en el vientre que resbaló, como si hubiera golpeado a un muñeco. Eso no la detuvo.

—¿Creesss que podrássss…? ¡Ah!…. ¡¡¡Ah!!!

Siguió golpeando mientras Pitón trataba de defenderse, ambos con sus Cosmos al máximo. Dos víboras en un duelo de puños, donde no se dejaba espacio a la estrategia o a las técnicas, solo a la resistencia y la capacidad física. ¿Cuánto tiempo había entrenado eso con sus compañeros, a los que había perdido? ¿Mozes, Algheti, Dio, Sirius, Daidalos?

Con los segundos intercambiando cientos de golpes, comenzó a pasar lo que debía pasar. Con sus compañeros había aprendido a luchar, mientras el Espectro no tenía aquel mismo pasado. La Surplice de Pitón comenzó a trisarse, y luego a romperse. Cada vez que Apelán intentó realizar una técnica, ella se lo impidió con furiosas patadas altas.

Shaina terminó la batalla con una serie de ataques a altísima velocidad, aplicando solo chispazos de sus Truenos, guardando la energía de ataque para aplicarla cinéticamente. El resultado fue una Mordida Sónica[4], que golpeó y golpeó hasta que destruyó la Surplice y dejó casi sin sangre al Espectro, que cayó demolido frente a ella, al final.

No podía decir que estaba orgullosa del funcionamiento de la técnica, pero le había ayudado a despejar sus dudas. Iba a luchar… aún desconocía la razón exacta, pero no iba a dudar en seguir haciéndolo con el fin de liquidar a enemigos tan descerebrados como los que acababa de ver.

En ese momento, Shaina vivió dos eventos simultáneamente, que coincidían por una suerte de azar cósmico. Uno fue que recordó que Pitón había hablado de “ella”, y el otro fue que esa misma ella le atacó, desde lejos. ¡Una Espectro de Hades!

Ofiuco estaba con su Cosmos a tope, concentrada en lo que hacía. Esquivó el rayo rojo de energía que le lanzaron, se puso en guardia, y pudo contemplar a su enemiga, que se conservaba en posición de relajo, sobre unos roqueríos cercanos. Parecía lista para irse, y podría haberlo hecho tranquilamente… pero, por supuesto, una noche de mier.da debía seguir siendo una noche de mier.da. En lugar de irse con la boca cerrada, debió hablar.

—Vaya que te has vuelto fuerte… lo mejor será vernos directo en el Inframundo. Lo hará más interesante. ¿No lo crees… Shaina?

Y así, cuando la Espectro desapareció en la noche como si nunca hubiera estado allí, Shaina supo que no podría dormir… Conocía perfectamente esa voz.

 

01:20 hrs. 18 de junio de 2014.

De todos modos, Shaina no quería pensar demasiado en eso por ahora. Tenía una reunión a la que asistir, y ya se le estaba haciendo tarde. Y luego… el infierno. Lo que con tantas ganas quería evitar.

En la Palaestra, en la zona del gimnasio, ya estaban casi todos los Santos reunidos, mirando hacia el Monte Estrellado a lo lejos, esperando las instrucciones del Sacerdote, el Santo de Libra. Generalmente, cuando el Pontífice daba instrucciones generales a todo el Santuario, por protocolo lo hacía desde allí, y como casi todos conocían ese protocolo, no necesitaban que nadie les dijera a dónde tenían que mirar para esperar las instrucciones.

Por eso, durante ese silencio sepulcral de anticipación, incluso Shaina, cansada de todo el trabajo del día, tuvo que ahogar un grito cuando Dohko les habló… a dos o tres metros de distancia, detrás de ellos:

—¡Hola! ¿Y ustedes a dónde diablos están mirando?


[1] Chifu, en japonés; Difu, en chino. En la novela Al Borde del agua, es la estrella correspondiente a Ling Zhen, el “Trueno del Cielo”.

[2] Chisa, en japonés; Dizuo, en chino. En la novela Al Borde del agua, es la estrella correspondiente a Lu Fang, el “Pequeño Marqués”.

[3] Chikai, en japonés; Dihui, en chino. En la novela Al Borde del agua, es la estrella correspondiente a Jian Jing, el “Matemático Divino”.

[4] Boom Bite, en inglés.


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#697 zaktiel

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Publicado 29 octubre 2019 - 22:38

¿Como estas? Felipe.

Empecé a Leer desde Hyoga 4 - Saga de Hades. Y la razón es por que tengo intenciones de votar para los fics awards y me parece justo que dentro de lo que me toca juzgar sean capítulos que se hayan publicado durante el corriente año.

Me siento afortunado por que por lo que vi, agarré para leer un capitulo de esos que causan un gran impacto al lector, por como afecta a uno de los personajes principales de la franquicia.

Realmente manejas muy bien la narración, no hay palabras muy rebuscadas y la lectura se vuelve ágil en varios sectores.

Iré leyendo los que capítulos que pueda de aquí hasta la fecha limite, aunque no se si la dinámica de los nobel awards sigue en pie por falta de actividad, pero voy a intentar leer todos los fics que pueda para poder aportar mi grano de arena en la consigna de los premios a los mejores fics del año.

De momento no tengo nada que decirte en contra, o criticarte. Sobre mis gustos personales, no soy "partidario" de los fics que son "Re-do" como este o los What If.  

Pronto leeré otro episodio.
De momento, me pareció excelente lo que leí.

Felicitaciones 

 


Editado por zaktiel, 29 octubre 2019 - 22:40 .


#698 -Felipe-

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    Bang

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Publicado 30 octubre 2019 - 18:56

Pues para gustos hay colores compañero. De hecho, antes de escribir este fic, tampoco era fan de este tipo de historia. De hecho, esto comenzó siendo solo una idea para escribir la historia de Aiolos mientras escapaba con Saori, y nada más. No sabía que se convertiría en todo esto jaja

 

En fin. Ni idea de esos "awards" que mencionas, pero me halaga que consideres el voto por mi humilde historia. Gracias por pasar y tus muy honestos y respetuosos comentarios.

 

 

 

DOHKO I

 

01:20 hrs. 18 de junio de 2014.

Los agentes del Santuario se reunían para un evento especial: despedirse del gran recinto sagrado de Atenea. Se dirigirían al Inframundo, a terreno de Hades para terminar con él, los Espectros, y salvar a la diosa de un suicidio digno de la más noble. Y Dohko de Libra sería el encargado de dar las instrucciones, explicar cómo llegar, dirigir las fuerzas y orientar a través del plano más ajeno a la Tierra.

Cuando llegó a la Palaestra, se encontró a todos mirando hacia arriba, al noroeste, en dirección al Monte Estrellado. Fue cuando recordó que Sage, Hakurei, y también Sion en su momento, e incluso Saga, daban sus discursos de ánimo desde la cima, con voces gruesas, potentes y convencidas. Pero Dohko no era igual. ¡Por eso no quiso nunca ser el Sumo Sacerdote! No por la presión, sino por la idea de estar tan por encima de los demás. ¿Por qué era importante llevar la toga y el rosario y el yelmo dorado y todo lo demás? ¿O no llevar una armadura y luchar con espadas y lanzas, a caballo? Todos remaban para el mismo lado, lo demás era irrelevante.

Pero también debía admitir que sorprenderlos con un “hola” fue graciosísimo. Vio que Shaina, que al parecer había derrotado a esos intrusos en la playa sin problemas, había ahogado el grito, igual que los otros. Muchos entre ellos no sabían si arrodillarse o dar algún saludo protocolar o quién sabe qué. Por supuesto, era de Dohko la obligación de dar el primer paso. Así que se sentó en el suelo, en medio de ellos, con las piernas cruzadas, e intentó mirarlos a todos presentando la mejor de sus sonrisas.

—¿Siguen ahí? Vamos, siéntense. Y al primero que me diga Su Excelencia lo pateo de aquí a la luna.

 

La Palaestra se hallaba cerca de los centros de arquería, la armería y los establos, detrás de la gran Academia. Era un sitio para ejercitar aeróbica, gimnasia, boxeo, y varias artes marciales, con todos los equipamientos posibles. Era diferente al Coliseo, donde las actividades eran más diversas, para eventos formales, pero también eran más destructivas y caóticas. La Palaestra era, para todos los propósitos, el gimnasio del Santuario.

Se componía de dos edificios largos, con cuarenta pilares cada uno, conectados por un extenso pasillo al estilo dórico a tres cuartos de los mismos. El suelo estaba hecho de distintos materiales, con áreas para lo que se requiriese según el método, por lo que había arena, piedra, madera, cemento y algunas zonas con baldosas. Algunas estatuas de héroes adornaban los pasillos, así como varias plantas que no sufrían daño, pues en la Palaestra se entrenaba más la mente y el alma que solo el cuerpo.

Todos se sentaron como él, incluso los soldados rasos que no estaban de guardia. Utilizaron el suelo, las colchonetas, o las sillas y bancas que se hallaban allí. No importaba. Fue entonces cuando Dohko de Libra habló. Le encantaba oír su voz tan rejuvenecida.

—Me alegro de que todos estén aquí. Los reuní para explicarles todo lo que sé sobre el infierno, y lo que necesitarán antes de partir. Antes de rescatar a Atenea. Por si se lo preguntan, les digo de antemano que eso es lo que me tiene relativamente tranquilo, a pesar de todo lo que hemos vivido estas últimas noches. No albergo ninguna duda de que lo conseguiremos, y espero que ustedes tampoco.

—Es difícil no pensar en lo contrario —se alzó la voz de Retsu de Lince, el más experimentado de los Santos de Bronce, que había llegado de su misión en Sudamérica, en donde había derrotado a cinco Espectros terrenales con ayuda de su discípulo—. No pudimos hacer nada por salvarla, y ella misma tomó la decisión.

—Así es. Pero no tengo miedo en decir que fue una decisión equivocada, causada por su inexperiencia y extrema bondad. Supongo que ya todos saben el asunto ese de las anteriores reencarnaciones de la diosa…

Miró algunas caras. Todas las que vio le indicaron que ya se habían enterado.

—Es en el Inframundo —dijo Kitalpha de Caballo, el discípulo de Retsu—. No es como luchar en tierra contra monstruos marinos… esto es un mundo aparte, al que ni siquiera sabemos cómo llegar.

—Tampoco sabemos qué hacer ahí —terció Jabu de Unicornio.

—Por eso mismo los reuní —intervino Dohko, antes de que comenzaran todos a repetir lo mismo—. Miren, nunca estuve en el Inframundo, pero la información que, con los años, reuní junto a mis compañeros, desde la anterior guerra santa, es muy valiosa. Al Santo de Escorpión de mi época, en particular, le encantaba “extraer” información de los Espectros a punta de Agujas Escarlatas.

Los Santos y soldados se quedaron mirando entre sí. La mirada de la fascinación con lo desconocido, de las historias legendarias que apenas quedaban en la memoria de la literatura, y en un par de almas que habían vivido, francamente, ya demasiado.

—Antes que nada, me gustaría saber cuál es nuestro contingente, comparado con el de nuestros enemigos. ¿Yuli?

—Sí, señor —asintió la española Santo de Bronce de Sextante, que estaba sentada en una banca. Se acercó con un pergamino de papel, una lista escrita a mano—. Referente a los soldados, contamos con 82.

—Demasiado pocos —comentó uno de ellos, y nadie le dio el menor reproche a que abriera la boca. Eso le gustaba a Dohko, rápidamente todos se habían adaptado a sus instrucciones. Allí todo el mundo era igual.

—Así es, pensé que eran más… Bien, de esos ochentaidós, sesenta se quedarán aquí, al mando de Marin de Águila —dictó Dohko, a sabiendas de que la Santo de Plata se hallaba ya en el Ateneo, con las doncellas y el cuerpo de la diosa—; se apostarán en el camino detrás del Templo de los Peces, donde Aphrodite tenía su jardín, con excepción de los centinelas de turno en los portones. No se preocupen por lo que ocurra con el resto del Santuario, ya lo repararemos si es dañado, y tampoco importa si cruzan los doce Templos, pero nadie debe llegar al Ateneo. Los otros veintidós vendrán con nosotros.

—¡Sí, señor! —exclamaron. Marin los separaría después, y seleccionaría a los 22 que irían en el Navío de la Esperanza. Estaban listos.

—Hay veinte Santos de Bronce —continuó Yuli, quien dictó los nombres para que no hubiera dudas. Para que quedara claro lo que había ocurrido durante esas horas, lo que Dohko sabía—: los que estamos aquí presentes somos Apus, Chaemeleon, Columba, Delphinus, Dorado, Equuleus, Hydra, Linx, Lepus, Monoceros, Norma, Sextans, Tucana, Telescopium, Ursa Major y Ursa Minor. Phoenix ha decidido retirarse voluntariamente y no sabemos dónde encontrarlo. Cygnus, Draco y Pegasus están en paradero desconocido, pero creemos que siguen vivos.

Luego del silencio esperado, también fue predecible la reacción de June, que alzó la palabra con una exclamación llena de frustración:

—¡No sabemos si Shun está vivo o no! Debería incluirse como desaparecido…

—June, creo que Ikki no mentiría con eso —le contestó Jabu, con los ojos todavía rojos, tras el luto por sus amigos Ban y Nachi—. Si alguien puede saberlo, es él.

—¡Pero no podemos confirmarlo hasta que veamos su cuerpo!

—June… es cierto —dijo una voz lejana. Los Santos miraron hacia atrás, de donde venía la voz. Dohko, en cambio, no necesitó hacerlo.

Por un lado, se entristeció al confirmar sus sospechas; por otro, aunque no podía demostrarlo, se alegró de que todavía estuviera vivo. Había regresado su hijo.

—¡Shiryu, Hyoga! —exclamó Geki de Osa Mayor, parándose como si lo hubiera tirado un trampolín, y corrió hacia ambos chicos para abrazarlos y guiarlos al improvisado círculo que habían formado en la reunión. Higía de Ave del Paraíso también se puso de pie, preparada para curar sus heridas.

 

Venían en deplorables condiciones, agotados, malheridos, sedientos (se bebieron la primera tinaja que los soldados se ofrecieron… luego otra, y luego otra). Llevaban las armaduras en las Cajas de Pandora, pero Dohko podía sentir que éstas lloraban, si bien no se hallaban en graves condiciones gracias a las reparaciones de Sion.

Hyoga se mantuvo de pie, en la periferia, y esquivaba la mirada de todos, presa del remordimiento y la vergüenza; en cambio, Shiryu se sentó junto a los demás, y sus ojos eran la representación plena, y a la vez contradictoria, de dos emociones: determinación y tristeza. Dohko recordaba esa mirada… tantos siglos habían transcurrido ya.

—Maestro… digo, Sumo Sac…

—Maestro es lo correcto, Shiryu —interrumpió Dohko, mirándolo directamente a los ojos. Quería demostrarle, con su mirada, que la esperanza era lo último que se perdía. Que todos se sentían igual… que todos habían llegado al punto más bajo.

—Maestro, entonces… Muchachos. —Shiryu bajó la mirada brevemente, pero la alzó después, con la seguridad de quien ya había vivido demasiado, y era consciente de lo que tenía que hacerse—. Shun murió, fue decapitado por el Espectro Queen de Alraune. Muu, Milo y Aiolia fueron arrojados al pozo del Inframundo por uno de los tres Magnates del infierno, Radamanthys de Wyvern. Seiya se lanzó con él al infierno… E-ese es nuestro informe. T-también —añadió Shiryu; su voz al fin se había quebrado—, nos reportamos al s-servicio, en plenas facultades. Hyoga y yo subiremos a-al Navío de la Esperanza.

 

Otro silencio. Los silencios solían romperse con la voz, con el sonido de aquellas palabras que nacieran del alma, que no quieren ser rodeadas por el tenebroso silencio de la desesperación, la ira, y todo lo que no podía mencionarse. Pero, en este caso, ni siquiera las exclamaciones, maldiciones y sollozos que inundaron el círculo de guerreros pudieron quebrar el silencio magno, pues habían sido absorbidas por éste, y no pudieron oírse.

June se sentó nuevamente. Frauke se ubicó a su lado. Yuli tachó algunos nombres en su lista, con la mano temblorosa. Ichi repitió los nombres de los Santos de Oro caídos, completamente incrédulo. Nada destruía ni perturbaba al gran silencio, hasta que Dohko alzó la voz otra vez, y sometió el mundo a su voluntad.

—Ahora que lo sabemos, solo nos queda sacar más fuerzas. Usaremos el Cosmos de nuestros camaradas contra Hades, que nos los arrebató.

—Pero incluso tres Santos de Oro tan poderosos, fueron vencidos por un solo enemigo… ¿qué oportunidad tenemos? —preguntó Ichi, en lugar de otros que albergaban la misma duda en su corazón.

—La oportunidad que nos da la fuerza de nuestros corazones. —Dohko se puso de pie. Recordó que su maestro, el líder de los Taonia, no necesitaba alzar la voz para que se escuchara, sino que solo necesitaba imponerse sobre los demás, decir lo que ellos, más que nunca, necesitaban oír, pero no como una falsa promesa, sino como una verdad llena de convicción. Y el Santo de Libra sí que estaba convencido—. ¿No lo recuerdan? Es el corazón el que nos da fuerzas, ¡de allí nacen nuestros Cosmos! Shiryu podrá corregirme, pero estoy más que seguro de que Muu, Aiolia, Milo, Seiya y Shun lucharon hasta el final, con todas sus fuerzas, convencidos de la victoria de la justicia, oyendo el grito ardiente de nuestros corazones unidos. ¡No es el momento de rendirse, pues sería equivalente a tirar tierra sobre nuestros muertos! Si pelearon con tanto ímpetu, es nuestro deber devolverles el gesto y luchar en honor a ellos. ¡Y después de ganar contra Hades y rescatar a Atenea de allí, los enterraremos, les rendiremos honores y los recordaremos por toda la eternidad!

Las sonrisas adornaron los rostros de los hombres y mujeres del Santuario. Dohko vio temblar sus puños, cargados de la fuerza del universo, y notó en sus ojos el recuerdo de sus seres queridos, la ilusión de la victoria de la vida sobre la muerte, y la ensoñación de una memoria compartida, unida por un corazón ardiente.

—Al menos ahora lo sé —dijo June, sonriendo, limpiándose las lágrimas—, ahora sé lo que le ocurrió, y eso me tranquiliza. Y sé que combatió hasta el final, ¿no es así?

—Sí —asintió Shiryu, con la misma sonrisa, triste pero firme—. Nos rogó que nos escapáramos mientras hacía arder su Cosmos hasta el final contra Queen. Jamás le vi así.

—Pero no se equivoquen —intervino Hyoga por primera vez, aún de pie—. Esos Espectros eran terribles. Muu y los otros llegaron muy debilitados al combate y quizás eso los mató, pero Radamanthys era un enemigo superior. Si van todos a combatir, necesitan tener eso muy claro.

—Lo sabemos —replicó Jabu.

—Lucharemos con la furia de nuestros compañeros —secundó Geki. Los ánimos, a pesar de la horrible situación en que se encontraban, se calmaron. Estaban en el fondo del abismo… Retsu de Lince clausuró aquel pensamiento, en voz alta:

—Desde nuestra posición, solo tenemos la posibilidad de ascender.

—Pero necesitaremos también una estrategia —dijo Asterion—; no venceremos solo con fuerza bruta y determinación.

—Y por eso necesitamos saber con qué contamos —dijo Libra, sentándose otra vez—. Dieciocho Santos de Bronce disponibles y… seis de Plata, si no me equivoco.

—Cuatro, señor. Aquila, Canis Venatici, Crux y Ophiucus —recitó Yuli—. Sobre Lyra y Pavo no hemos sabido nada todavía.

—Entiendo. —Ni siquiera con su Cosmos había encontrado a esos dos; en parte, no quería creer que los únicos sobrevivientes entre los Cuatro de Oro Blanco hubieran decidido abandonar a la diosa Atenea así como así, pero no le quedaba de otra más que aceptar la realidad y usar los recursos que tenía—. Marin se quedará a cargo del Santuario. Asterion, ¿estás seguro de venir con nosotros?

—Por supuesto —contestó el Sabueso, con solo algunas vendas en el cuerpo, pero sin heridas en su corazón—. Nada me detendrá ahora.

—Shaina, Kazuma, ustedes ya han vencido a unos cuantos Espectros. Después de mí, son los que están en mejores condiciones entre nosotros para enfrentarlos. Les confío el peso de nuestra victoria.

—Vaya, gracias —reaccionó Shaina, con sarcasmo, mientras los demás reían. El ambiente se había relajado.

¡Cuente con nosotros, señor! —gritó Kazuma, en perfecto español, para la molestia de su compañera de armas, que le dio un manotazo—. ¡Pero si es mi lengua!

—Y estoy yo como Santo de Oro —finalizó Dohko el catastro. De reojo captó la mirada de Kanon, que se encontraba lejos, escuchándolos desde atrás de una columna. Tal vez algunos ya sabían que había otro Santo de Oro, pero en caso de que todavía hubiera algunos reacios al nombramiento del nuevo Géminis, lo mejor era dejar ese tema fuera—. Ahora, con respecto a los Espectros, en este Santuario ya han muerto muchos, y gracias a Shaka tenemos el número exacto para corroborarlo.

Extrajo de uno de los compartimientos secretos de su Manto de Oro el rosario de 108 cuentas de Shaka. El mismo exactamente que había usado Asmita de Virgo, dos siglos atrás. Las cuentas negras marcaban las estrellas oscuras que se habían apagado, regresando al inframundo, inutilizados hasta la próxima Guerra Santa contra Hades… que, si todo salía como se esperaba, no ocurriría.

—36 cuentas se han oscurecido; ese es el número de Espectros que han muerto hasta ahora. La mayoría murió aquí, pero Hilda de Polaris, Marin y Retsu se encargaron de varios otros en el exterior. —Dohko inspeccionó de cerca el rosario… el orden le daba indicaciones sobre el lugar de desaparición, y el tipo de estrella, tal como Asmita le había enseñado—. Vaya, uno de ellos murió en el Inframundo hace poco. Eso es interesante… Lamentablemente, solo uno, el que fue a Asgard, era una estrella celestial; los demás son terrenales, por los que el gran contingente de Hades sigue en el Inframundo. Los últimos tres eran los de la playa, ¿no, Shaina?

—Sí, pero eran cuatro. Creo que la última era muy superior a los demás, y escapó de regreso al Inframundo —explicó Ofiuco. Dohko notó que algo ocultaba la Santo de Plata, pero no hizo hincapié en ello.

—Bien, de eso no hay problema. La verdad es que, siendo tantos, podría decirse que el poder no está bien equilibrado entre los Espectros. Las estrellas terrenales, a pesar de que algunos tengan habilidades complicadas, no son un problema en comparación con las celestiales… pero los verdaderamente problemáticos son los tres Magnates.

—No podíamos sentir su Cosmos, pero sus ataques, su defensa, su brutalidad… se podría afirmar sin problemas que Radamanthys de Wyvern era superior a los Santos de Oro —relató Hyoga, y Dohko no lo negó. Un clamor silencioso recorrió las filas.

—Así es. Como saben, los Espectros renacen durante las guerras, y en general, no cambian su forma de funcionar. Radamanthys es un enemigo brutal, con un tenebroso poder de fuego y una personalidad ganadora, y los otros dos no son diferentes. Aiacos tiene habilidades complejas, y si se lo encuentran, deben intentar luchar con inteligencia, o podrían volverse, literalmente, locos. Minos es un sádico criminal que, irónicamente, tiene el deber de juzgar las almas del Inframundo cuando Hades despierta.

—¿Cuándo Hades despierta? —intervino Venator de Delfín—. ¿Eso quiere decir que el infierno funciona diferente cuando no está?

—El paradero, destino y sendero de las almas se decidió mucho antes de la era de Hades, Zeus y Poseidón. Cuando Hades despierta, su Inframundo se convierte en prisión, y atrae a almas que no merecen estar allí para torturarlas eternamente. Sin embargo, como tal, el otro mundo es mucho, muchísimo más grande que el inframundo, en tanto templo o santuario de Hades. Se compone de infinitas dimensiones sobrepuestas que escapan a la imaginación… eso es lo que le hace tan peligroso, y los tres Magnates son conscientes de ello. Pero no son el único peligro, pues cada uno de ellos tiene a una élite de un puñado de Espectros tan poderosos como un Santo de Oro. Son sumamente peligrosos.

—Conocimos a la élite de Radamanthys —dijo Shiryu—. Son cuatro Espectros de diferentes habilidades, que luchan en conjunto. Uno de ellos fue… el que… —“mató a Shun”, quería decir. No pudo completar la oración.

—Conozco a esos cuatro, los enfrenté hace dos siglos. Deben tener cuidado, pues su devoción a Radamanthys solo se compara con su poder, y trabajan tan bien en equipo que pueden vencer enemigos incluso superiores a ellos con facilidad. Pero basta de tanta plática sobre los Espectros. Centrémonos ahora en el Inframundo. En términos generales, se compone de ocho extensas prisiones, cada una con sus propios Espectros guardianes, que deben atravesarse para llegar con Hades. Además hay otras secciones de las que no sé los detalles con precisión, pero también funcionan como centros de torturas para almas. Les iré explicando lo que sé del mapa del infierno cuando estemos a bordo.

—Creo que eso es lo importante, Dohko —dijo Shaina, con la voz cansada. No se le daban bien las reuniones, pero sabía que era fundamental participar de ellas—. ¿Cómo funciona ese barco, y cómo llegaremos al Inframundo?

—En realidad es bastante fácil. ¿Alguna vez han oído sobre los ríos del infierno?

—¿Es eso que va de “cinco ríos del infierno” o algo así? —preguntó Gliese de Tucán, y otros asintieron con ella. Era una rima bastante antigua, que aparecía incluso en varios libros fuera del Santuario.

—Así es, pero no lo tomen como un simple dicho. —Dohko abrió la palma de la mano, e indicó con la otra los distintos dedos—. “Cinco ríos tiene el infierno, más uno. El primero es un mar de muertos, el segundo es un lago oscuro, el tercero calcina los huesos, el cuarto son lágrimas congeladas, y en el quinto dejas atrás tu vida”. Y es exactamente así, por lo que tengo entendido; así funcionan los cinco ríos en el infierno. Cuando lleguemos allí, de seguro lo comprobaremos, pero de lo que sí estoy seguro es que el primero es un mar de muertos, tal cual. El Aqueronte.

—¿El primer río es un mar? —preguntó Kazuma.

—Sí, pero no es el meollo del asunto, sino la primera frase de la rima: cinco ríos más uno. Ese uno es tanto río de los vivos como de los muertos, no pertenece a ninguno de ellos. Es el Erídano, el río de la muerte en la Tierra.

Por supuesto, muchos conocían el Erídano, pues era un riachuelo al noroeste del Ágora de Atenas, en la zona de Kerameykos, donde los niños iban, de vez en cuando, a refrescar los pies. La gente vendía libros sobre mitología griega junto al río, y más de una vez pudo ver Dohko a algún muchacho con toga diciendo que controlaba el infierno con ese río, pues todo el mundo, incluyendo los Santos allí presentes, creían que había sido nombrado así en honor a uno de los ríos de la antigua literatura. Sin embargo, ninguno habría de esperar que ese fuera literalmente el río Erídano.

—¿Cómo puede ser esa riachuelo el río que nos lleve al infierno?

—Porque el Navío lo sabe, y porque queremos ir. Esa es la llave del Erídano. En vida, casi nadie desea ir al país de los muertos, pero si alguien lo hiciera, y caminara por el río Erídano, de un momento a otro terminaría llegando al Inframundo. Cuando subamos al Navío y tomemos rumbo al noroeste por el mar Egeo, siguiendo la ribera oriental de Atenas, el Erídano se abrirá ante nosotros. Es uno de los secretos mejor guardados del Santuario, y solo algunos deberían saberlo… pero ya que estamos en estas instancias tan definitorias, en la que será la última Guerra Santa, me parece ridículo conservarlo. Ahora que lo pienso, la armadura de Erídano que está en Reina de la Muerte sería útil, pero ya que no tenemos tiempo de sacarla de su jaula en la isla, nos debemos conformar con el gran desafío: ¡todos debemos desear ir al Inframundo! Eso equivaldría a arriesgarnos a ser uno con la muerte, y ninguno de los que vaya debe fallar ni arrepentirse… Por eso, necesitaré que me digan si están listos, pues es todo lo que tengo que decirles, por ahora. ¿Harán de su corazón ardiente una ofrenda al infierno, por el bien del mundo?

Algunos miraron el suelo. Otros maldijeron por lo bajo. Otros rieron. Dohko casi siente que su corazón se detenía, pero ya no era un anciano, sino un joven con miras hacia el futuro. Necesitaba que los demás pensaran igual.

—¿Cuáles son las probabilidades de que ninguno de nosotros volvamos y de que la muerte nos lleve? —preguntó Jabu.

—Altísimas —contestó, con sinceridad—. De hecho, si en algún momento dejan el barco, eso será inevitable, pues serán atrapados por las leyes de la muerte. Por eso deben permanecer a bordo. Aun así, con dolor les pido esto. Ofrezcan su alma y corazón a la justicia, para acabar con el ciclo de una vez… pero si no son capaces de ello, que es lo más humano posible, lo respetaré y honraré hasta el fin de mis días. —Dohko se golpeó el pecho, con profunda determinación, por primera y única vez, como el Sumo Sacerdote de Atenea—. Ese es mi solemne juramento.

—Estoy conforme con esos términos —sonrió Jabu, y se puso de pie. Luego, Ichi, Geki y June lo siguieron. Luego, titubeando un poco, Shaina, Shiryu, Hyoga, Retsu… y todos los demás. Todos, hasta el último soldado raso. Dohko sonrió.

—¡Nos ofrecemos a Atenea!

—Así me gusta. Pues bien, doy por terminada esta sesión. Descansen, camaradas, todo lo que puedan, porque el viaje desde Erídano hasta el Inframundo es larguísimo y agotador. Saldremos al amanecer.


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#699 carloslibra82

carloslibra82

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Publicado 03 noviembre 2019 - 13:02

Hola, Felipe, después de tanto tiempo comentando. Me ha encantado el inicio del arco del inframundo, con una Athena camuflada, aunque si te soy sincero, no he entendido su condición de viva/muerta/con cuerpo/sin cuerpo, etc, y lo de sus reencarnaciones y todo eso. Pero espero entenderlo pronto. Me gusta también las batallas y como has metido varios espectros con sus nombres y técnicas. También q finalmente has aclarado los rangos de poder, con los magnates definitivamente superiores a los santos de oro, aunq no sé por cuánto, aunq pienso q la diferencia es algo menor a lo q sé ve, pues estaban debilitados, y acababan de pelear con la élite de Radamanthys. Pienso q algo más podrían hacer, aunq igual serían superados. Lo de Shun no me lo esperaba. Habrá un cambio medular de la trama a como la conocemos?? Me gustaría saberlo. Me gusta la actitud y sabiduría de Dohko, espero q, a diferencia de la serie, lo veamos combatir y ver de lo q es capaz. Y también quiero ver a tu Kanon. En fin, espero la continuación con ansias, saludos!!

#700 Shiryu

Shiryu

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Publicado 04 noviembre 2019 - 13:27

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