Espero que no me cierren este capítulo jaja
Pero nah. ADVERTENCIA: En realidad, en este fic NO hay un versus prohibido xD
SAGA III
01:00 hrs. 17 de junio de 2014.
Se miraron mutuamente por minutos que se hicieron siglos. Estudiándose. Los dos intentaban recordar su pasado, todo lo que eran capaces, todo lo que sabían uno del otro. Por un lado, el pequeño budista que se convirtió en el niño prodigio, en la promesa tras la generación de Saga y Aiolos, y que llamarían “el hombre más cercano a ser un dios”; por el otro, aquel a quien llamaban semidiós, el superdotado guerrero que se había apoderado del Santuario y lo había controlado por dieciséis años.
Saga dio el primer paso, y Shaka no reaccionó, pues seguía inspeccionándolo. Saga no veía nada más que a Shaka, y todos los sentidos de Shaka estaban enfocados en Saga. El Espectro de Géminis atacó con una poderosa ráfaga de Cosmos.
Shaka la neutralizó con la suya propia, que tenía exactamente el mismo poder. Ese fue el primer indicio de lo que ocurriría. Saga se arrojó como un bólido de fuego, sus puños estaban cargados de Cosmos, encendido el Séptimo Sentido. Cada golpe que daba, Shaka lo repelía con cálidos gestos de la mano, mientras los rayos arremetían con fuerza y los truenos rugían alrededor, haciendo temblar el Templo de la Doncella. Shaka no podía contraatacar, pero tampoco se dejaba conectar.
El Espectro de Géminis se apartó, a sabiendas de que no podía estar al interior del perímetro posible para la Danza de la Rueda Divina, o no tendría nada que hacer, y levantó el brazo izquierdo, mientras arqueaba el derecho, con la palma abierta. Allí concentró una ardiente esfera de energía calórica, que elevó la temperatura de todo el sitio. ¡Eran las estrellas de la destrucción, la lluvia de meteoros convocadas por los guardianes de Géminis! ¡Las Gemínidas de Helios[1]!
Aun en el aire, Saga hizo retumbar el cielo, arrojando las estrellas de luz a todas las direcciones, derrumbando partes de los muros del Templo. Shaka convocó a su ejército de fantasmas, la Supremacía sobre Demonios Elementales, con ayuda del misterioso rosario de 108 cuentas envuelto de Cosmos que cargaba en la mano, y azotaron a las Gemínidas, pero no a todas. Algunas hicieron contacto con la esfera de luz que el Santo de Virgo invocó a su alrededor, el Kan.
Om, pronunció posteriormente, y la barrera se deshizo, proyectada por una ola inmensa de poder. Saga fue repelido también, su Surplice comenzó a crujir, y usó sus aperturas dimensionales para evitar la mayor parte de la ola. Shaka flotaba en el aire, atento a que abriera la Otra Dimensión, pero incapaz de convocar la Danza. A Saga solo le restaba atacar con todas sus fuerzas, sin importarle quién estuviera adelante.
Los muros y el techo del Templo de la Doncella finalmente cayeron. Shaka abrió los ojos durante el segundo en que desencadenaba el Om, lo que le entregó una fuerza destructiva aún mayor, que desharía incluso la Surplice de Géminis. Por ello, era la oportunidad perfecta para usar la técnica que había aprendido para defender y atacar cuando era joven: ¡Implosión de Dioscuros: Cástor![2]
Aquel truco permitía abrir un portal delante de Saga, que transportaba a una dimensión que absorbía energía como un agujero negro, redirigiéndola al punto que necesitara; en este caso, el costado izquierdo de Shaka.
Con Cástor, que era la versión que Saga sabía utilizar, la energía salía dispersada en todas direcciones. Prefería el combate directo, por ello no solía usar la Implosión, pero contra un oponente como Shaka, no tendría demasiadas opciones extras. Por primera vez, atacado por su propio poder, y ambos al máximo de su Séptimo Sentido, la armadura de Virgo sufrió su primera grieta, en la hombrera zurda, lo que le habría resultado mucho peor de no ser por el Kan.
Finalmente ambos guerreros cayeron al piso. Saga, a su máxima potencia, abrió las manos y las cruzó sobre su cabeza con todas sus fuerzas. La Explosión de Galaxias se desencadenó furiosa como la erupción de mil volcanes a la vez. Shaka comenzó a recibir el daño, su cuerpo se empezaba a destrozar, y al mismo tiempo, convocaba su poderoso Exorcismo, aprovechando el impulso de sus ojos abiertos, que habían llegado al límite de Cosmos desatado. La Rueda del Dharma giraba una vez más, la terrible luz del Exorcismo golpeaba a Shaka, y, sin dolor, le hacía agonizar.
Tres segundos después de comenzada la batalla, Saga y Shaka fallecían.
Ese era uno de los tantos escenarios que Saga de Géminis imaginó, mientras dirigía su mirada a Virgo. No necesitaba preguntarle para saber que Shaka pensaba exactamente igual. Otras situaciones similares pasaban por sus cabezas a la vez, como los guerreros de Oro que eran.
Shaka invocaba una ilusión a gran escala, como el Buda gigante, el río de lava, la Colina del Yomi, o la Metampsicosis por la Seis Rutas. Era mucho mejor ilusionista que Saga, pero éste siempre podría defenderse, dejando que un monigote creado dentro de un laberinto, usando el Manto de Oro de Géminis, recibiera la mayor parte del impacto; las ilusiones, si tenían tiempo para usarlas, se volvían inútiles.
Saga podía atacarlo con la técnica oscura de la isla Reina de la Muerte, la Ilusión Diabólica, a sabiendas de que las habilidades psíquicas de Shaka eran inferiores a las suyas. Aun así, Virgo tenía una resistencia mental envidiable, y con su astucia, podía simplemente devolverle la ilusión a Saga o limitarla a un daño nervioso. Por lo tanto, también una batalla de ese tipo era innecesaria y potencialmente contraproducente.
El mejor camino para Shaka era esperar a que Saga estuviera cerca, activar la Rueda Divina, y sellar sus sentidos hasta dejarlo vegetal, aprovechando que durante los primeros segundos después de abrir los ojos, tendría un Cosmos superior.
Por otro lado, el mejor camino para Saga era, a menos que Saga se distrajera (lo que no era muy probable), construir un portal con su Otra Dimensión alrededor de Shaka, mientras se mantenía inmóvil desatando la Danza de la Rueda Divina. Eso significaba que, después de que su Cosmos se redujera tras el efecto de su ataque, no podría evitar ir a parar a una dimensión de la que ni él mismo podría salir, a menos que hiciera uso de todas sus habilidades. Saga, en tanto, tal vez podría seguir peleando con solo su Séptimo Sentido, convertido en un vegetal corpóreo, pero tampoco resultaría bien. A la larga, ambos caerían, ya fuera muertos, o incapaces de seguir luchando, por toda la eternidad.
Si se enfrentaban, Saga de Géminis y Shaka de Virgo estaban destinados a una Guerra de Mil Días. La clave era que Saga de Géminis no estaba solo…
—Ah… ah… —gimió Giganto, en sus últimas horas de vida. Jamás habría tenido oportunidad de conectar un solo golpe en Shaka, así que solo quedaba concluir que era un imbécil—. M-maldito seas…
—¿Tienes miedo a morir? —le preguntó Shaka, ignorando a los otros cuatro Espectros, que por supuesto, ya eran cadáveres.
—Jamás le tendría miedo a eso… e-el señor Hades le entrega v-vida eterna a todos los que le son fieles… v-volveré en poco tiempo.
—Ya veo. Así que mis veintisiete años de conversaciones con el Buda, donde hablamos sobre la imposibilidad de la vida eterna, la reencarnación de las almas según el karma, y el sufrimiento de los seres humanos en el dharma, solo fueron charadas inútiles. —El Santo de Virgo se permitió una tibia sonrisa arrogante que le dedicó al aterrado Espectro—. Por supuesto, que en este momento este rosario esté atrapando tu alma es solo una ilusión más de las mías, ¿no?
—N-no puede ser… l-los Espectros somos… —Giganto intentó ponerse de pie, pero su Cosmos, que Saga podía ver perfectamente como un aura gaseosa negra, era realmente absorbida por una de las cuentas del rosario.
Cuando las fuerzas de Giganto se acabaron, y se derrumbó en el suelo, Shaka dedicó toda su atención a Saga, Shura y Camus. El primero estaba inquieto… Hades les había prometido vida eterna si tomaban la cabeza de Atenea. Fue el mensaje que transmitió a sus mentes apenas despertaron en las penumbras del inframundo, o tal vez cuando ya habían surgido del tenebroso cementerio del Santuario.
¿Era una mentira? ¿Sus almas serían absorbidas por el rosario de Shaka, y ni Hades podría revivirlas? No, pensó Saga. Sus compañeros asintieron, al darse cuenta también de la verdad. Unas pequeñas luces voladoras cerca de ellos, azules como los zafiros, les indicaron el verdadero camino.
No eran Espectros como esos, no eran parte de los 108 demonios dirigidos por las Estrellas Oscuras. Estabas regidos por las leyes del universo terrenal, por lo que la promesa de Hades debía ser cierta, ya que nadie podría atrapar sus almas. De hecho, nadie podría derrotarlos.
—Acabé con ellos definitivamente. Sigo sin encontrar dudas en sus corazones, mis viejos compañeros —dijo Shaka, dirigiéndose al ala izquierda del Templo de la Doncella, opuesta a la salida. Allí había una gran muralla con una flor de loto abierta grabada en relieve—. ¿Es cierto, entonces, que sus manos buscan el terso cuello de la diosa Atenea?
—Sí —respondió Camus, con toda su frialdad.
—¿Completamente seguros?
—Ya te dijimos que sí —secundó Shura.
—Bien… —Shaka tocó con su mano enguantada el centro de la flor sobre el muro, y como si éste hubiese reaccionado a su Cosmos, se comenzó a abrir desde el centro, como un par de enormes puertas gigantes—. Entonces, les solicitaré que me hagan compañía una última vez.
—¿A dónde vamos? —Saga jamás había visto tras esa puerta, ni ninguno de sus compañeros. Era el gran misterio del que todos hablaban, pero que nadie se dignaba a cerciorar. Ni siquiera cuando era Sumo Sacerdote Shaka le reveló qué había más allá del muro occidental.
“Solo podría haber flores”, contestaba siempre. Y eso era justo lo que había.
—A un lugar apropiado para morir.
Ninguno de ellos podía creerlo. Junto al Templo de la Doncella, oculto a la vista de todo el mundo, incluso al Ateneo en la cima de la montaña, se encontraba un vasto jardín de flores de todos los colores. Era algo inaudito.
¿Acaso era una ilusión? Saga concentró su Cosmos y agudizó su sexto sentido, pero no hallaba ningún error en la realidad. Estaban bajo la luna llena, podían verse los templos abandonados de Atenas más abajo, así como parte del techo del Templo del León, muchísimo más abajo. Las montañas a los lados y hacia arriba, estaban tal donde se debían encontrar. ¡No era una ilusión!
Era un jardín enorme, perfumado con aromas innumerables que resultaban sumamente agradables, e incluso pudo contemplar algunos insectos, como gusanos y mariposas, recorriéndolo cerca de sus pies y a su alrededor, posados sobre pétalos, hojas y ramas. Parecía un lugar paradisíaco, un sitio conmovedor, especial para realizar un retiro espiritual y meditar.
En el centro del jardín, hacia donde Shaka se dirigía, se hallaba un par de muy curiosas estructuras. Un par de árboles de sala[3], altos, idénticos, de flores rosas como los cerezos y ramas que se extendían hacia la luna, como si fueran torres gemelas. El Santo de Acuario no tardó en explicarles su significado en un susurro:
—Se dice que el Buda Gautama murió recostado al pie de dos árboles de sala como esos, y así alcanzó el Nirvana.
—Shaka… ¿eso significa que planea morir en este lugar? —preguntó Shura, adelantándose hacia Virgo, pisando las flores sin ningún cuidado. A Shaka no parecía importarle, y lo esperó sobre la colina donde se hallaban los árboles, a una distancia moderada de sus antiguos compañeros. Su voz fue como un trueno, una de las clásicas ilusiones de eco de las que hacía gala para intimidar a otros.
—En el año 234, un portador de este Manto Sagrado, el silencioso Shijima de Virgo, plantó estos árboles en este sitio, cuando había acabado de recorrer el mundo y se acercaba, por edad, a la hora de su descanso. En sus pétalos escribió, como su testamento, que, aunque la vida estuviera llena de sufrimiento, siempre podía brotar algo tan hermoso como esto árboles… y luego, la vejez lo alcanzó y la Muerte se lo llevó. —Shaka volvió a sonreír, era algo que no estaban acostumbrados a ver; después de su lucha con Ikki, lucía como una persona totalmente diferente—. Pero no se equivoquen: yo aún soy joven para eso.
—Shaka, ¿qué hacemos aquí? —inquirió Shura.
—Como dije, es un lugar adecuado para morir. Nunca dije que para mí.
—¿Así serán las cosas, entonces? —El Espectro de Capricornio blandió su espada. Era lo que debía suceder, todos lo sabían, y nadie podría evitarlo. Por toda respuesta, Shaka alzó el rosario de 108 cuentas, como si pudiera protegerse con ello… ¿O acaso podía?, se preguntó Saga—. ¡Muere, Shaka!
La espada sagrada Excálibur destelló, cortó el viento y hasta los más pequeños pétalos de cerezo, y formó una línea recta sobre el césped, que se fisuró de inmediato. El Espectro de Capricornio jamás fallaba, no estaba en su naturaleza, y si llegaba a conectar, era muy difícil no perder algún miembro.
Sin embargo, la hoja de luz solo tocó una figura ilusoria creada por Shaka, que apareció dos centésimas de segundo después, avanzado hacia Shura. Virgo abrió la palma de la mano, y dejó salir un potente resplandor que Shura tuvo problemas para esquivar completamente, pues le hizo daño en el hombro derecho. Sin embargo, a medida que se le acercaba, el Espectro de Capricornio ya había afilado la zurda.
Con ella, creó una red de Excálibur que danzaban, y las disparó contra Shaka. Éste detuvo bruscamente su carrera e invocó la inmovilidad del Kan. Tras el primer segundo y cientos de cortes, la barrera se rompió y Shaka tuvo que depender de su Manto de Oro para evitar un golpe fatal, doblando su propio cuerpo lo más posible para no perder alguna extremidad o la cabeza.
Luego, el Santo invocó su ejército de almas con la Supremacía sobre Demonios Elementales, que Shura rebanó con ayuda de sus dos espadas, que se movían arriba y abajo con precisión perfecta: una bloqueaba y la otra atacaba.
Sin embargo, el Cosmos de Shaka se incrementó. En medio de haces de luces, Shaka esquivó uno con un giro en medio del aire, lo que resultó en la primera vez que Shura fallaba tan evidentemente contra otro humano. Virgo avanzó a través del rastro de luz dejado por la leve falla del Espectro, tocó a Shura con la mano sobre el hombro herido, y le proyectó un intenso golpe de energía calórica.
Al tiempo que Shura era repelido hacia atrás, la temperatura del jardín, que evidenciaba fisuras en la tierra y flores cortadas por doquier, bajó inesperadamente. Shaka volteó el rostro hacia un lado, y éste se le congeló. Había un cúmulo de cristales en todos lados, tal como habían planeado.
El Santo de Virgo tocó el piso y, solo allí, debió notar que llevaba más de dos segundos cubierto de hielo con la Tierra de Cristal, y que le habían congelado las piernas desde las rodillas hacia abajo. A lo lejos percibió a Camus, con los brazos sobre la cabeza, concentrando su aire frío, habiendo utilizado a Shura como distracción para prepararse. Contra dos Santos de Oro, pensó Saga, Shaka no tenía nada que hacer, incluso si llegaba a superarlos individualmente.
—Hasta aquí llegaste, Shaka —dijo Camus, casi como una disculpa.
La Ejecución Aurora convirtió las flores a su alrededor en polvo de nieve, y se proyectó sobre el campo en línea recta, impidiendo incluso el curso normal del viento. Si Shaka no moría congelado, al menos perdería la vida por el impacto. Por eso fue tan sorpresivo que siguiera vivo, un segundo después.
¡Había usado ese maldito rosario para elevar la temperatura de la Ejecución, y después pasó entre medio del rayo congelado, que se deshizo al contacto! Saga pensó en intervenir, pero Shura ya estaba preparando una espada gigantesca para rebanar a Shaka, mientras Camus se convertía esta vez en el atacante.
Una enorme Excálibur, tan grande como el Templo de la Doncella, salió del brazo de Shura y se dirigió a la cabeza de Shaka, al mismo tiempo que Camus creaba una lluvia de estacas de hielo, de las cuales el Santo se vio obligado a defenderse con su Kan, que limitaba su movilidad, y no podría defenderlo de la Excálibur.
Saga lo sabía, y también Shaka. Una batalla de dos Santos de Oro contra uno siempre terminaría con la victoria de los segundos, o al menos uno de ellos, incluso si el rival era superior. Se permitió una sonrisa que luego, en retrospectiva, consideraría su mayor error en el campo de batalla, desde que solo era un novato.
El Santo de Virgo abrió los ojos y el jardín derruido tembló. Shaka lo veía todo ahora, no solo con su espiritual bindi, sino que con sus ojos físicos también. Se deshizo rápidamente del hielo en sus piernas con su ardiente Cosmos y aprovechó la cortina de humo generada por la helada niebla para desplazarse en dirección a Capricornio, luego de enviar a Camus volando con un golpe cósmico en el estómago. Shura esperó con la espada derecha en alto, a pesar de la momentánea distracción. Saga se preguntó, solo por una milésima de segundo, si debía activar la Otra Dimensión o usar alguna técnica de ataque… solo por si acaso. Pero ya era tarde.
—Entren en la Vía Circular de la No-Consciencia[4] —les ordenó, como si fueran solo súbditos.
Aquella era una técnica especial de la que Saga jamás había escuchado, por lo que, obviamente, la había creado mientras ellos estuvieron muertos. Shaka apagó el resplandor que salía constantemente de su cuerpo y armadura, y una sombra violeta salió de su mano. Cruzó el brazo en un arco, cuidando de que estuviera enfocando a los tres guerreros mientras lo hacía, y cuando Saga se preparó para bloquear, esquivar o contraatacar aquella misteriosa técnica, descubrió… que no existía.
Al menos esa era la sensación que le quedaba… que no era nada. Estaba debajo de un cielo sin importancia, pisando hierba que albergaba vida sin inteligencia, y su misma labor como Espectro carecía de relevancia, pues él mismo no era nada más que polvo cósmico. ¿Qué clase de broma era esa? ¿En qué diablos estaba pensando?
Shaka caminó con toda tranquilidad hacia Saga, paso a paso, mientras daba una explicación a lo que acababa de ocurrir. La sombra violeta, rodeada por un resplandor dorado tenue, y surcado por una preciosa línea blanca de Cosmos, seguía conectada a su mano, y bloqueaba a los Espectros una visión completa del universo.
—En este momento se hallan en la Vía Circular de la No-Consciencia, una técnica que cree tras deshacerme de las certezas de mi corazón, adoptando dudas que, incluso, se reflejan en la cualidad de ser del mundo, al que ustedes están sujetos —explicó el Virgo, sin dejar de caminar, mirándolos a los tres con sus poderosos ojos azules—. Como sus cuerpos no consideran que existen en el dharma, y sus almas se encuentran desconectadas de sus deseos vulgares, la Vía Circular los ha paralizado.
—Esto no tiene sentido —dijo Saga, aunque su misma voz parecía un lejano y nihilista acontecimiento. Era como estar adormecido de cuerpo y espíritu, no sentía ni un músculo, y no podía abrir la Otra Dimensión tampoco—. Una técnica de este… c-calibre… incluso si no la c-conocíamos…
—N-no debería ser capaz de detener a tres de nosotros… n-no por tanto… —musitó Camus, que se hallaba también muy cerca de Shaka.
—¿Eso significa que nuestros Cosmos han sido reducidos? —aventuró Shura, relativamente próximo también a Shaka.
¡Los tres estaban cerca de Shaka al mismo tiempo!
—Podrán ser tres ex Santos de Oro… pero a mis espaldas tengo a la diosa de la guerra —explicó Shaka, frenándose a distancia equidistante del trío de Espectros, y juntando las palmas de las manos.
¡Eso era!, entendió Saga. Shaka había creado esa técnica junto a Atenea, y la usaba junto a ella para paralizarlos más tiempo del debido… para poder tenerlos cerca a los tres al mismo tiempo… para desatar el sello más peligroso del ejército ateniense, del que ni el mismo Saga podría salir, hasta que el Cosmos de Shaka se redujera de nuevo. ¡Atenea estaba ayudándolo!
—¡El secreto más grande de Virgo, la Danza de la Rueda Divina!
Un sinfín de mandalas aparecieron alrededor de ellos, representando cientos o miles de escenas de la vida de los Buda que pusieron sus pies sobre la tierra y bajo el cielo. Se hallaban en todos lados, pero en ninguno.
Saga perdió el sentido total del espacio, no había norte ni sur, arriba ni abajo, ni ninguna cosa. Cuando eran más jóvenes, Shaka había usado esa técnica contra Saga en un entrenamiento, y éste se había librado un minuto después… claro que, en aquel tiempo, Shaka era solo un niño sin armadura y él un adolescente con varios años como Santo de Oro.
Ahora a Saga le sería imposible superar el Cosmos de Shaka, durante los pocos minutos en que se elevaba por sobre los Santos de Oro, después de abrir los ojos y activar la Danza de la Rueda Divina. Y como no había abierto la Otra Dimensión para atrapar a Shaka apenas su poder se redujera y asegurar un empate, por culpa de la… «m-maldita Atenea», pensó Saga… Estaba en serias dificultades.
Además… no sentía nada. Ni calor ni frío, ni sus brazos o sus piernas sobre las flores. Cruzó una mirada con Shura y Camus, que estaban tan nerviosos como él, podía ver su propia angustia reflejada en ellos.
—Como lo saben, la Danza de la Rueda Divina es ataque y defensa en uno. Les sellé de inmediato el sentido del tacto, por lo que no podrán sentir nada, ni moverse ni atacarme por sus propios medios, lo que es potenciado por la Vía Circular de la No-Consciencia. Destruiré uno a uno el resto de sus sentidos y todo terminará para ustedes.
Saga debía pensar rápido. Muy rápido, incluso mientras su sentido del olfato era destruido por una inmensa mano, tan grande como una montaña, que tocó la nariz de los tres, y anuló su capacidad de oler, dificultándoles respirar. Solo superando el Cosmos de Shaka podían vencerlo, pero aquí también estaba involucrado el poderoso Cosmos de Atenea.
Shura y Camus también pensaban rápidamente, podía verlo en sus ojos verdes y celestes respectivamente, trazando ideas por sus cabezas. ¿Cómo unirse para superar el Cosmos de…?
¡Eso era! Saga dio con el método y pensó en ocuparlo, al mismo tiempo que Shura le decía que ‘no’ con la cabeza. Camus estaba atónito, al pensar en la misma solución, que era la única que tenían.
—Dejarán de oír, hablar y ver… se hallarán en un mundo de tinieblas que les recordará su pasado en el inframundo. —Shaka conjuró preciosos ángeles dorados que revolotearon por todos lados, mientras que del rosario de 108 cuentas surgía un Buda imposiblemente grande y pequeño a la vez—. Y pronto regresarán allá.
Esta vez no pudieron evitar gritar… era una sensación desesperante, si es que podían llamar sensación a eso. Era como perderse en las tinieblas. Y, sin embargo, la idea no desaparecía de sus mentes, aunque ya le era imposible escuchar físicamente. Saga estaba convencido de su única ruta.
La técnica prohibida por la diosa Atenea, que aún debían ser capaces de hacer. El truco mitológico que no podía realizarse, pues los maldeciría por toda la eternidad, ensuciando su recuerdo.
“No… incluso si somos Espectros ahora, nuestro recuerdo será manchado, nos verán como la peor basura de la historia”, decía Shura a sus Cosmos, mientras su visión era borrada.
“Hacer algo así… si bien ya no tenemos nada que perder, corrompería nuestras almas, más viviendo una vida eterna”, pensó Camus, que ya no podía mover la lengua tras el beso de un ángel ilusorio.
“¿Qué importa perder nuestro honor? ¡Somos Espectros de Hades! Nuestra única misión es… tomar la… c-cabeza de Atenea…” ¿Por qué le era tan difícil hilar esa frase? ¿Acaso dudaba? ¿O estaba nervioso?
Saga sabía que aquella técnica, prohibida por su cobardía, era la única solución. En la era mitológica, durante los primeros tiempos de los Santos, tres Santos de Oro se unieron para usarla, y desde ese día sus almas fueron condenadas. Usar aquel truco entre tres personas para vencer a uno solo… ¡Por eso Atenea la había prohibido!
Además, su mecánica especial era absolutamente destructiva. Imitaba a un Big Bang a menor escala, como el que dio origen al universo. Tanta potencia… algo así solo podía lograrse con algo que los Santos de Oro sabían hacer desde que llevaban las armaduras de Oro por algún tiempo, incluso si no estaban conscientes de ello.
Saga lo sabía. Shura lo sabía. Camus lo sabía.
—No vuelvan a poner sus pies en este mundo de vivos… díganle adiós a su cuarto sentido —resonó la voz armoniosa y poderosa de Shaka, cuyo Cosmos ya había empezado a menguar. Ya no lo veían, y apenas sabían su locación … pero su presencia era irremplazable e incorruptible.
No importaba dejar de lado el honor de los Santos. Ellos lo sabían. Shura se desplazó torpemente hacia donde debía estar Saga, y Camus hizo lo propio, con ayuda del poco hielo que había dejado a sus pies. Pronto no serían más que muertos en vida, pero no se acabaría su misión mientras Hades les diera fuerzas.
No importaba nada más que la misión. Ya no eran Santos, la historia olvidaría sus nombres, y luego la misma historia se borraría y reescribiría con Hades en la cima, así que poco importaba.
Atenea debía morir. Todo era por ella. ¡Por verla sucumbir y tomar su cabeza frente a la Oscuridad!
¡La Exclamación de Atenea[5] era la única opción!
[1] Helios Geminids, en inglés. Llamada así por la lluvia de meteoros en la constelación de Géminis, nacida del asteroide Faetón.
[2] Dioscuri Implosion: Castor, en inglés. Hay dos versiones de la técnica, y Saga solo sabe utilizar “Cástor”.
[3] Shorea Robusta es su nombre científico. Shaal, en sánscrito, que significa “casa”. Planta originaria de la India.
[4] Mushin Dokan, en japonés.
[5] Athenaia Anafónisi, en griego.
Editado por -Felipe-, 28 agosto 2018 - 18:43 .