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El Mito del Santuario


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807 respuestas a este tema

#641 Presstor

Presstor

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Publicado 03 agosto 2018 - 17:50

hola,interesante capitulo me gustan los leo...(mi chica es leo) decir que ver a aioria desatado siempre es agradable

aqui aprovecho para preguntarte,que te ha parecido lo de ikki y la shin cloht de leo,a mi interesante...creo que al menos

con ese personaje habria acertado tanto habiendo dejado como fenix,con una armadura mas poderosa claro esta

pero asi tampoco me ha disgutado

 

decir que seiya es la leche,ahi dando ordenes y me gusta el respeto y cariño que le tiene el leon de oro a los de bronce

 

un saludo,amigo



#642 -Felipe-

-Felipe-

    Bang

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Publicado 11 agosto 2018 - 19:11

Hola. Lamento la tardanza; si bien tengo como 10 capítulos más escritos (de hecho, ahora que reviso, son exactamente 10), como que a veces pierdo la motivación para publicar y luego se me olvida jeje

 

Presstor, amigo, te respondo. Sobre esa "shin cloth", no sé... se ve genial y todo, pero yo prefería ver a Ikki con la armadura de Fénix, y no con la de Leo. Simplemente no me calza.

Sobre lo de Seiya y Aiolia, es lo que ás me gusta escribir desde la perspectiva del León, el cariño que les tiene a los Bronces y en particular a Seiya, su hermanito menor. Disfruto mucho escribir desde su punto de vista.

 

Saludos, viejo, y gracias por seguir comentando. De verdad lo aprecio.

 

 

El que sigue es uno de los capítulos "inéditos", no basados en la obra de Kuru, y uno que me encantó escribir. Ojalá les guste.

 

RADAMANTHYS II

 

00:30 hrs. 17 de junio de 2014. Hora de Grecia.[1]

El entrenamiento resultaba mejor de lo que esperaba. Esos cuatro eran dignos de formar parte de su élite, de mirarlo a los ojos y cruzar puños con el dragón, con el Magnate Radamanthys de Wyvern, y nadie más.

Necesitaba probar de qué eran capaces con sus nuevos cuerpos. Es decir, los conocía desde hacía milenios, pero cada nueva era sus memorias eran borradas por los malditos Santos, así como algunos recuerdos juntos. Sabía que le demostraban una lealtad ciega, y que eran los más capaces entre los Espectros después de los Magnates (y quizás un par más), pero necesitaba sentirlo en su propio cuerpo… ¡Con su propia sangre y alma!

Cuatro contra uno era el desafío. A ellos se les permitía usar fuerza letal, y el Wyvern no dudaba ni un segundo que la usarían, pues sería un honor para cualquiera de ellos tomar su vida (luego se quitarían la propia, posiblemente); en tanto, él no podía acabar con ellos, pues le eran útiles, así que controlaba su fuerza. Solo un poco, obviamente, pues esos cuatro no eran como los Santos… ¡eran fuertes!

Queen intentó decapitarlo y Gordon trató de triturarle los huesos en repetidas ocasiones durante pocos segundos. ¿Cientos? ¿Miles de veces, tal vez? Se movían de un lado a otro en el gran salón detrás del castillo, que podía aguantar el despliegue de poderes de los cinco orgullosos guerreros. Era el castillo de Hades, después de todo.

Sylphid buscó múltiples maneras de poder vencerlo o derribarlo, incluyendo el uso de veneno que Radamanthys debió neutralizar constantemente, mientras que Valentine atacaba como un animal descontrolado, una y otra vez, sin darle apenas un breve respiro para descansar. El suelo se hizo pedazos, pero el dragón salía casi entero de los encuentros, que culminaban cada segundo, con él sacándoselos de encima.

—¡Será un honor tener su cabeza! —gritó Queen, desde arriba, cayendo desde el techo del salón. Una distracción.

—¡Señor Radamanthys! —Valentine, frente a él, oculto detrás de Gordon (que acababa de salir volando) utilizó su Avaricia: La vida[2], ataque que consistía en generar poderosos destellos que no solo golpeaban el cuerpo del oponente, sino que también drenaban su energía. El dragón lo sintió de inmediato, lo que no significara que fuese a funcionar, debido a que Radamanthys de Wyvern, desde luego, se caracterizaba por tener energía de sobra, además de su orgullo.

Golpeó a Valentine antes que le robara más energía, y esquivó el corte de la Guillotina de Flores Sangrientas (pues no era algo que pudiera detener, ni siquiera él, lo cual le enorgullecía todavía más), y pateó a Queen hasta una columna.

—Solo falta… —Radamanthys se volteó antes de ser atrapado por la Mirada de Abatimiento[3] de Sylphid. Los basiliscos eran hijos de las gorgonas, por lo que podían matar con los ojos.

Su hombre de mayor confianza, en silencio como el asesino perfecto, apareció detrás de Radamanthys, y éste se le enfrentó con coraje y determinación, respetando su decisión y honrando su alma, durante un breve segundo.

 

Finalmente, los cuatro guerreros estaban en el suelo y Radamanthys de rodillas, herido y cansado por el esfuerzo. Solo ellos podían lograr algo así con el dragón del inframundo; ¡no quedaría ni polvo de los Santos!

—Hm, ¡m.ierda! —gritó Queen, golpeando el suelo, con ira y vergüenza en los ojos abatidos—. Pensé que podría tomar la cabeza de mi señor en mis manos. ¡Hm!, ¡qué decepción!

—Ja, ja, ja, eres una niña ingenua de m.ierda —rio Gordon, que ayudó a Queen a ponerse de pie—, no tienes remedio. El señor Radamanthys es invencible.

—¡Aun así! Hm, sería un honor tan grande… ¡tener su sangre en mis manos!

—¡Ja, ja, ja, ja!

—Si el señor Aiacos los escuchara, los asesinaría por idiotas a ambos —dijo Valentine, poniéndose de pie con el tabique quebrado, como si nada, pues para él un golpe de su parte era como un gesto afectivo—. Tenemos la gran suerte de trabajar a los pies del señor Radamanthys.

—Así es —asintió Sylphid, arrodillándose frente a su señor, al dragón infernal, que le restó importancia al gesto con uno de su mano, instándole que se pusiera de pie a pesar de sus múltiples magulladuras.

Podían ser perros fieles, pero esa tontería tan protocolar le asqueaba.

—Lo importante ahora es que he comprobado con mi propio cuerpo y alma que nada puede hacernos daño, y que los Santos perderán definitivamente la Guerra Santa. —Radamanthys se llevó la mano a la frente para limpiarse el sudor, y descubrió algunas gotas de sangre soberbia—. Poseidón diezmó su ejército, ya no serán capaces de usar sus trucos contra nosotros.

—Finalmente el mundo caerá en la completa oscuridad —dijo Sylphid, como en una ensoñación.

—Finalmente esos pu.tos Santos sabrán lo que es el miedo al Rey del Infierno. —Gordon se golpeó una palma de la mano, lleno de fiera determinación.

—Finalmente podré agradecerle a mi señor Hades por la oportunidad que me dio al servirle —expresó Queen, golpeando la espalda de su enorme compañero.

—Finalmente Lady Pandora tocará un bello réquiem de dolor en el corazón del Santuario, sobre el cadáver de Atenea —añadió Valentine, sonriendo con valor.

—Finalmente ella morirá —sentenció Radamanthys, hirviendo de ira y pura devoción por Hades. Su Cosmos resonaba en conjunto con el de sus cuatro hombres, guerreros dignos que no se rendirían ante nada.

 

Radamanthys de Wyvern los dejó a cargo de sus propios trabajos, y él realizó su vigilancia por el torreón oeste. Era puro protocolo, sabía que solo encontraría a los soldados ejecutando a los humanos impuros, pues los Santos no podían acercarse ni a las faldas de la montaña.

La luna se asomaba detrás de las nubes, generando una luz mortecina a través de la neblina, que producía sombras desconocidas en los muros. El mundo se había tornado de un tono gris azulado, y el cielo era más infinito que nunca. Muy pronto, sin importar qué hiciera el Santuario, el universo tomaría el color de la roja muerte.

—¿Paseo nocturno, Radamanthys señor?

Por un momento, cuando empezó a caminar, se preguntó si Zeros, la maldita Rana de Lady Pandora, lo interrumpiría; o que, quizás, lo haría Cheshire, el lamebotas oficial del Inframundo (que de todos modos era mil veces más poderoso que cualquier Santo de Oro de Atenea).

Nunca esperó que fuera ella.

—Lillis —saludó Radamanthys, sin asperezas, pues ella era, en teoría, la única a la que no le podían hablar de otra manera—. Estrella Celestial del Liderazgo[4].

—Mefistófeles también sirve, Radamanthys señor —desestimó la Espectro, quitándose el sombrero de copa con falsa humildad, pues seguía manteniéndose en el aire, flotando sobre él—. Nervioso lo noto; preocupado. ¿En que pueda ayudarlo hay algo, Radamanthys señor?

Lillis de Mefistófeles no vestía su Surplice, sino una tenida muy diferente, un esmoquin de maestro de ceremonias, entero de negro, sombrero con líneas grises, una corbata de moño roja y lujosos zapatos oscuros. En la mano cargaba un bastón que se había construido del mismo material de las Surplices, las joyas preciosas que podían hallarse solo en el inframundo.

Su rostro era afable y jamás perdía la siniestra sonrisa. Tenía ojos rasgados de tono ébano, largo cabello azabache que caía por sus hombros, y lucía un lunar cerca de la barbilla. Tenía una cintura estrecha que remarcaba sus curvas en el vestido, era pequeña de estatura y… por sobre todo… era el ente más temible del infierno, entre todos los Espectros. Incluso se decía que conservaba las memorias de su pasado, a diferencia de los demás 107.

—¿Qué haces aquí, Lillis? —preguntó sin temor. Él no le temía a nada.

Sin embargo, no pudo evitar sobresaltarse cuando Lillis se acercó a una rapidez que le costó perseguir (probablemente por efecto de la neblina; debía tener cuidado con eso) y se detuvo en el aire, casi a diez centímetros de su rostro. Con una magia peculiar que solo ella usaba, pareció que incrementó el tamaño de su cara mortecina, hizo desaparecer sus tupidas cejas y abrió los ojos hasta que fueron perfectos círculos.

—¿Lo que haga importante es, Radamanthys señor? ¿Para usted?

No convenía molestarla. No dejaba de ser una Espectro más, pero era… muy peculiar. La más extraña de todas. Radamanthys comprobó, de reojo, que los vigías Esqueletos del torreón se alejaban con sutileza y discreción de la escena, fingiendo ir a hacer la guardia a donde obviamente no les correspondía.

—¿Por qué estás aquí? Eres de la tropa de Minos, deberías estar esperando en el Inframundo —le increpó, con cierto grado de respeto que le asqueó, aunque hizo lo posible para que no se notara.

—Aburriiiiida estaba allá abajo. —Mefistófeles se puso a flotar hacia otro lado, en dirección a la luna, y solo allí Radamanthys pudo vislumbrar las alas umbrías que nacían de su espalda, creadas de sombras espectrales, que cambiaban constantemente de forma—. Aquí, pero, estoy en el gran evento, en el espectáculo principal… ¡La Guerra Santa en el punto cúlmine del primer acto, por el canal del estado, en alta definición! A perdérmelo no voy, aunque lo diga el señor Minos.

En cualquier otra circunstancia, un Espectro admitiendo desobedecer a uno de los tres Magnates significaría la inmediata pena de muerte, y nadie se opondría a la decisión. Sin embargo, lo cierto era que si bien Lillis sí pertenecía a la tropa de Minos, era un cargo más bien de protocolo, solo de nombre. Para las fotos familiares, diría la misma Espectro.

Mefistófeles estaba conectada a la Estrella Líder, la primera de todas, y como tal, contaba con ciertos beneficios en el ejército del Inframundo. Básicamente, podía hacer lo que quisiera, y en poder no estaba tan lejos de los tres Magnates.

—Entiendo —asintió Radamanthys, antes de alejarse a paso lento. Ella, desde luego, lo siguió. Con ridiculez se puso a caminar en el aire, paso a paso, mientras sus alas negras le sostenían.

—No entiendo yo, sin embargo, Radamanthys señor —dijo Lillis, restándole toda la importancia al evidente hecho de que no quería estar con ella—. El escenario está limpio y dispuesto (yo misma me encargué del aseo, temprano); las luces y la música han sido actualizadas para el siglo XXI optando por una sinfonía electrónica; y desde luego, los actores y actrices se presentaron en la alfombra roja… Todo debería estar en perfectas condiciones.

—Y lo está. El Señor Hades ganará esta vez.

—¿Segura, Radamanthys señor? Entonces, ¿por qué tantos actores han saltado del escenario como si les hubieran dado baneo directo? ¿O en sus números no se ha fijado, será qué?

—¿De qué diablos estás habl…? —No terminó la oración, pues Mefistófeles se apareció delante de él como un fantasma, siempre sonriendo. En el espacio entre sus manos se mecía una figura amorfa de sombras.

—A la antigua torre están volviendo, al infierno regresando, mi señor. —Las sombras tomaron forma de uno, luego dos, y así sucesivamente hasta el doce—. Un gran número, todos Espectros suyos y del señor Aiacos.

—¿Qué? ¿¡Muertos!? —Eso sí que no lo esperaba. ¿Cómo era posible? Eran Espectros de Hades, no importaba contra quién pelearan, ¿cómo iban a perder?

—Bastante muertos, sí. Ninguno de entre los ex Santos de Oro, sin embargo. ¿Cómo siguen vivos? ¿Alguna teoría tiene usted, Radamanthys señor?

—¡Obviamente los Santos del Santuario les están perdonando la vida! —gritó Radamanthys, lo que provocó que los Esqueletos apuraran la marcha y se apartaran todavía más—. Y entre todos los Santos de Oro están provocando la muerte de los Espectros en desventaja numérica… ¡sabía que tenía que ir al frente, maldición! —El dragón del infierno golpeó un muro, y todo el torreón tembló hasta que una parte de la montaña empezó a deshacerse.

—Si no mueren, con Atenea pueden más fácilmente llegar, ¿no? —Lillis no se alejó más que un poco del Magnate, a la vez que el doce entre sus manos cambiaba de nuevo de forma, esta vez retratando ocho puntos negros que se movían en subida.

—No me interesa, ¡no confío en ellos! Son Espectros de Hades, pero no son nuestros compañeros.

—No dejan de ser actores en el escenario, Radamanthys señor. Pero no se me preocupe, mi señor, algunos ex Santos de Bronce y Plata han caído, y están de regreso en la prisión que les pertenece… pero me preocupan estos ocho compañeros.

—¿Son…? ¡No puede ser! —Radamanthys no tenía ni qué pensarlo, reconocía las sombras de sus hombres como si fueran la suya propia—. Es la tropa de Giganto, ¿es todo lo que queda?

—La mayoría lo son, sí. Pff, ¿pero qué cosas digo? —se corrigió por la estupidez que acababa de decir—. Todos son Espectros. Lamentable su caída, pero es parte del drama y sube la audiencia, mi señor. Aunque, asumimos que nuestro dios revivirlos podrá, ¿no?

—¡Por supuesto! Podría… pero el señor Hades no quiere el derramamiento de sangre innecesaria, y desea evitar nuestro dolor…

—¿Es usted o Lady Pandora quien habla?

Al Wyvern le hirvió la sangre. ¿Qué diablos se creía esa estúpida al hablar con tanto descaro? Tuvo que reprimir los impulsos de golpear su malnacida sonrisa, pues eso llamaría la atención de Pandora.

—Mide tus palabras, Mefistófeles…

—¡Ofenderlo no quería, mi señor! —se disculpó la Espectro, elevándose por las alturas mientras realizaba gestos teatrales de sufrimiento con los brazos—. Dioses, qué tragedia, ¡cometer estos errores de guion tan temprano en la obra! Espero que me perdone, Radamanthys, mi señor.

—Mejor dime qué quieres, Lillis, o sino lárgate a hacer tus deberes —ordenó el dragón, retomando su caminata. Necesitaba tranquilizarse.

 

El viento cambió de ritmo. El Espectro de Mefistófeles bajó al suelo y le miró firme y fijamente a los ojos, con una sonrisa mucha más medida. Su voz entonó un universo de seriedad.

—Un evento drástico lo cambiará todo, Radamanthys —le expresó con una siniestra emoción—. Ni yo sé qué es exactamente, mis recuerdos no están tan intactos como la gente aquí cree. Pero será algo grande, maravilloso, ¡espectacular! Al final del primer acto el evento tomará su curso y nos sorprenderá a todos.

—¿Y eso qué tiene que ver con tu preocupación por la tropa de Giganto?

—Que el evento se iniciará, de alguna manera, allí, en el Templo de la Doncella de Shaka de Virgo. —Mefistófeles volvió a abrir las alas, se elevó y retomó su sonrisa malévola—. ¡Presentirlo puedo, Radamanthys señor!

—¿Dices que ese Santo de pacotilla puede causarnos problemas?

—Los Santos débiles son, ¿no? —inquirió la Espectro, que elevó la mirada con un dedo en la mejilla, como si buscara algo más en lo que reflexionar—. Si no, puedo imaginarme a mí misma sacándolo del escenario. No quiero actores indeseados, y no me gustan tampoco los cambios de guion. Shaka de Virgo podría dañar los deseos tan fervientes de Saga de Géminis y los demás, de servir al dios Hades, y no quiero tanta improvisación al respecto.

—¿Saga de Géminis?

—Él y los demás no son como nosotros, no. Son fantasmas regresados desde el Más Allá, caídos en desgracia… mientras que nosotros éramos gente común, que nació y se crio en esta Tierra, hasta que la Estrella Oscura nos llamó a cumplir nuestro verdadero deber, tomando las identidades de Espectros. Somos actores con un guion muy claro, con todo y las páginas rosas y amarillas… Ellos no se han aprendido ni las primeras líneas de la obertura.

—¿…Qué quieres realmente, Lillis?

—Nada más que disfrutar, Radamanthys señor. Siempre así ha sido. Y siempre así será. —Lillis volvió a extender sus sombras, y Radamanthys se detuvo para verlas. Ahora que Mefistófeles había mostrado sus verdaderos colores, se convertía en una criatura relativamente interesante—. ¿Puede ver las sombras de Giganto y los demás, mi señor? Escuche la melodía que solo puede producirse cuando se abre nuevamente el telón. Apague los demás sonidos y escuche solo su canción. ¡Suba el volumen, si necesario es!

Uno —dijo una voz, más allá de las sombras. Parecía contar, igual que Lillis lo había hecho antes.

Poco importaba, de todas maneras. Radamanthys era indestructible, al igual que sus perros leales; y su señor Hades era invencible. Nada podía intimidar a Lady Pandora, y definitivamente Mefistófeles podía convertirse en una amenaza evidente para el Santuario.

—Haz lo que quieras, Lillis. Te dejo a ese Santo si te da problemas, pero no nos pongas en evidencia con Lady Pandora.

—Usted me honra con tanta confianza y permiso, mi señor —dijo Lillis, con el sombrero en su mano y su postura inclinada en reverencia otra vez, mientras las sombras en su otro brazo seguían emitiendo un sonido que, poco a poco, se volvería desesperante—. Le prometo que, de mi parte, Lady Pandora de sus planes no sabrá.

Una flor de loto surgió en la pantalla de Lillis.

Dos.


[1] En Alemania, son las 23:30 horas del 16.

[2] Greed: The Life, en inglés.

[3] Dejection Look, en inglés.

[4] Tenkai, en japonés; Tiankui, en chino. En la novela Al borde del agua, es la estrella correspondiente a Song Jiang, el “Protector de la Justicia", líder de los 108 renegados y personaje principal de la novela.


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#643 Cannabis Saint

Cannabis Saint

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Publicado 11 agosto 2018 - 23:19

Un capitulo muy interesante, debo admitir que Mefistófeles fue un desacierto en LC (para mi), no me gusto para nada pero aca se ve prometedor, especialmente por ser mujer ahora, jaja un cambio agradable, Rada se ve muy imponente y creo que ahora si se la hará justicia al poder de los jueces, se agradece, muy entretenido, a esperar por mas, hay mucho que se viene que creo será entretenido, gracias por el esfuerzo, tiempo y creatividad, saludos!

Editado por Cannabis Saint, 11 agosto 2018 - 23:20 .


#644 maximomeridio

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Publicado 12 agosto 2018 - 10:55

me gusta mucho el fic,felicidades

#645 ~Thrillington~

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Publicado 14 agosto 2018 - 16:45

Hola a todos!

Aunque soy nuevo en el foro llevo siguiendo este fic desde hace ya bastante tiempo (si mal no recuerdo, desde la Saga de Poseidón) y no me queda más que felicitar a -Felipe- por su espléndido trabajo y su gran constancia (treinta y tres páginas, wow), se aprecia bastante el empeño y la meticulosidad con la que se escribe, excelente.

 

Paso a comentar la segunda parte del Juez Dragón del Inframundo. He de decir que me gusta la personalidad que le has impregnado al orgulloso Radamanthys, muy apegado a la socarronería vista en el Arco de Hades. Es muy divertido de leer la interacción entre Rada y la espectro de Mefistófeles, tengo el ligero presentimiento de que Lillis se enfrentará con cierto gemelo redimido, quién sabe :lol: .

Si que el Wyvern es fuerte, salió airoso de un handicap de 4 vs. 1 con sus lacayos. Espero y haya más intercambio de palabras entre los espectros, enriquece sumamente la trama el saber que piensa el bando enemigo en reacción a la trama que se aborda en el momento.

Y finalmente, el capítulo cierra con broche de oro dando pauta a la cuenta regresiva del Hombre más cercano a Dios. Se viene una hecatombe bestial para el santuario. Por lo que te he estado leyendo la historia que se contará en el siguiente argumento será totalmente diferente a lo visto por Kurumada, bien pensando, sé que será un acierto hacerlo; siempre he creído en el basto potencial que tiene la Saga de Hades.

¿Veremos un Marina Shôgun vs. Meikai Sankyotō? :o

 

Saludos cordiales:)


El eco resonante, vivaz y primitivo del Espectral Sol Arácnido Acuífero


#646 -Felipe-

-Felipe-

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Publicado 19 agosto 2018 - 12:08

Un capitulo muy interesante, debo admitir que Mefistófeles fue un desacierto en LC (para mi), no me gusto para nada pero aca se ve prometedor, especialmente por ser mujer ahora, jaja un cambio agradable, Rada se ve muy imponente y creo que ahora si se la hará justicia al poder de los jueces, se agradece, muy entretenido, a esperar por mas, hay mucho que se viene que creo será entretenido, gracias por el esfuerzo, tiempo y creatividad, saludos!

Curioso. A mí el único villano que me gustó del Canvas (y uno de los pocos en toda la franquicia) fue Youma... pero ANTES de que se revelara como Kairos. Ahí se echó a perder completamente, se convirtió´en uno de los peores personajes del manga. Por eso quiero reinvindicarlo con Lillis, con quien estoy seguro me divertiré mucho escribiendo.

Sobre los Jueces, sí, se le hará "justicia" en ese sentido, e intentaré que se mantenga como constante. Gracias por el comentario y las buenas vibras, compañero.

Saludos :D

 

 

me gusta mucho el fic,felicidades

gracias

 

 

Hola a todos!

Aunque soy nuevo en el foro llevo siguiendo este fic desde hace ya bastante tiempo (si mal no recuerdo, desde la Saga de Poseidón) y no me queda más que felicitar a -Felipe- por su espléndido trabajo y su gran constancia (treinta y tres páginas, wow), se aprecia bastante el empeño y la meticulosidad con la que se escribe, excelente.

 

Paso a comentar la segunda parte del Juez Dragón del Inframundo. He de decir que me gusta la personalidad que le has impregnado al orgulloso Radamanthys, muy apegado a la socarronería vista en el Arco de Hades. Es muy divertido de leer la interacción entre Rada y la espectro de Mefistófeles, tengo el ligero presentimiento de que Lillis se enfrentará con cierto gemelo redimido, quién sabe :lol: .

Si que el Wyvern es fuerte, salió airoso de un handicap de 4 vs. 1 con sus lacayos. Espero y haya más intercambio de palabras entre los espectros, enriquece sumamente la trama el saber que piensa el bando enemigo en reacción a la trama que se aborda en el momento.

Y finalmente, el capítulo cierra con broche de oro dando pauta a la cuenta regresiva del Hombre más cercano a Dios. Se viene una hecatombe bestial para el santuario. Por lo que te he estado leyendo la historia que se contará en el siguiente argumento será totalmente diferente a lo visto por Kurumada, bien pensando, sé que será un acierto hacerlo; siempre he creído en el basto potencial que tiene la Saga de Hades.

¿Veremos un Marina Shôgun vs. Meikai Sankyotō? :o

 

Saludos cordiales:)

Wow!! ¿En serio? Que alguien se meta a comentar solo por el fic de uno es.... bueno, gratificante, por lo bajo. Muchas gracias, compañero, y espero verte más seguido en el foro. Me alegro que te gustaran tanto Lillis como este Radamanthys (de quien no puedo tomar ningún tipo de crédito, ya que no lo hice diferente al de Kuru o TOEI... tal vez solo un poco más pesado). No puedo decir nada obviamente sobre Lillis y sus peleas, pero diría que habrá dos vueltas de tuerca en relación a algo que quizás esperas jaja

 

Radamanthys como PdV está creado justamente para eso: mostrar el otro lado de la moneda, es la cámara del periodista en territorio enemigo, básicamente. Así podemos saber más desde otras perspectivas, y no solo la de los "buenos". Y sobre lo de Inferno, así es, mi intención es que sea muy diferente (si bien hay cosas puntuales que deba mantener, por un asunto digamos de estructura).

 

Muchas gracias por el comentario y pasar, de verdad lo aprecio. Saludos :D

 

 

 

SHAKA II

 

0:50 hrs. 17 de junio de 2014.

Uno

 

Los ocho Espectros sobrevivientes se adentraron al interior de su sitio sagrado, después de cruzar por el puente sobre el precipicio que no se molestó en paliar. No valía la pena, pues de seguro podrían escalar ulteriormente. Además, quería verlos de frente, aunque se desplazaran como sombras, estratégicamente, a través de las veladas escalinatas del Santuario.

—El sexto templo, el Templo de la Doncella —dijo el que parecía liderarlos, Giganto de Cíclope—. Sin embargo, no siento ningún Cosmos aquí.

—Se supone que lo protege Shaka de Virgo, ¿no es así? —preguntó otro.

 

Dos

 

—De él se dice que es el hombre más cercano a los dioses —terció otro de los Espectros, que sudaba copiosamente—. ¿Cómo es que no lo podemos sentir? ¿Acaso huyó antes de que llegáramos?

—No lo creo, son estúpidos, lo que genera en los Santos innecesaria valentía —reflexionó Giganto, rascándose la barbilla—. Mi teoría es que durante la batalla con Saga y los otros, fue alcanzado por algún ataque furtivo a larga distancia y murió. Sin embargo, no debemos bajar la guardia.

—¿Atacar desde el cuarto templo hasta aquí? Esos tres son de cuidado…

—¡No digas tonterías! Son solo insectos comparados con nosotros… Aparte de todo eso, quiero saber algo… ¡Cube!

El Cíclope se aproximó al silencioso Espectro de Dullahan, que lentamente se volteó ante el llamado de su denominación.

—¿Hm?

—No me vengas con eso. ¿Por qué no atacaste a Aiolia con tu Mensajero de la Muerte, Cube?

 

Tres

 

El aludido no respondió, limitándose a avizorar con discreción al comandante de aquella tropa tan ruin, que hizo crujir los nudillos de su mano, así como los dientes detrás de los labios.

—¿Por qué no le respondes a Giganto, Cube? —inquirió un Espectro, que le apoyó una mano sobre su hombro, hasta que Cube la relegó de un manotazo.

—Cube… ¿qué ocurre contigo? ¿No será que nos ocultas algo? —Esta vez le tocó a Cíclope aproximarse, evocando su supremacía mientras se quitaba el yelmo y dejaba vislumbrar su rizado cabello rojo—. Sabes bien que puedo sacarte la verdad a golpes, así que, ¿por qué no mejor te quitas la máscara para que podamos vernos cara a cara y hablar?

Los otros Espectros se reunieron alrededor de sendos hombres, cuatro detrás de uno y dos detrás del otro. Un murmullo se expandió por los salones de la Doncella, despejando como ridículas sus ansias de ser capaz de pasar desapercibidos.

 

Cuatro

 

—¿Debería hacerlo? —preguntó Dullahan, abriendo por primera vez la boca. Se llevó la mano al rostro para retirar la careta que lo protegía del mundo.

—¿Cube…? ¡Esa voz no…!

—¡Esperen un momento! —les interrumpió uno de ellos, el más lejano del centro del duelo, y más cercano al fruto del conocimiento—. ¿Sienten ese Cosmos?

—S-sí… e-es increíble… A-alguien está observándonos…

—¿Acaso será…?

Ya era momento de revelar lo que era conocido como Verdad.

 

Cinco.

 

Om.

Los Espectros se apiñaron, espalda contra espalda, como bestias aturdidas y aterradas. A su alrededor implementó el primer truco, multiplicando su propia imagen que reflejaba destellos solares, mientras una flor de loto, preciosa, elegante, y enorme como el propio cielo, se manifestaba en una laguna generada por su carne.

—¿Q-quién es?

—Su Cosmos sigue creciendo…

—¡Me está asfixiando!

Había que mostrarse y predicar, así que agitó el rosario de 108 cuentas, de las cuales acababa de apagar cinco, y pronunció un sacro juramento. Ante los ojos de los Espectros, solo sería una sombra difusa que poco a poco iría tomando forma, atrás y adelante, arriba y abajo y a los lados, en todo el universo de su mente, tan manipulable y fácil de abatir. Salía de la flor, que se abría lentamente, con descaro celestial ante los ojos de las bestias.

—La Verdad es un concepto terrible, algo inmensamente profundo; pero, al mismo tiempo, la Verdad es una esencia gloriosa que otorga respuestas a las preguntas del ser —comenzó a recitar, sabiendo que aquellos Espectros eran criaturas mundanas y grotescas cuyas almas no estaban al alcance de sus palabras—. Más allá de ello, superando los intentos de perfección y la imitación a los dioses, por cientos o miles de años, el ser humano comete millones de errores, repitiéndolos a través de los eones y múltiples reencarnaciones, y aun así le es imposible acceder a la Verdad, pues a la gran mayoría de los humanos le es inentendible…

—¿C-cuál es el verdadero?

—M-maldita sea, ¡solo intenta asustarnos! —Giganto golpeó una de las blancas sombras, hasta que evidentemente destrozó una pared que jamás sabría que estuvo ahí, esperando mofarse de su destino—. ¡Maldición! ¡Maldita m.ierda!

—Sin embargo, ustedes, fantasmas hambrientos que se abalanzan torpemente sobre sus presas sin saber que éstas son dioses, tienen una oportunidad en un millón de conocer la Verdad en lo que ustedes llaman vida… Y aquella vida es mi rostro, el que atravesarán para ver a la Verdad.

—E-entonces sigues vivo, ocultando tu Cosmos… ¡como un cobarde! —gritó Giganto, preparándose para atacar apenas él se dejó vislumbrar—. ¡Pelea de frente, miserable! ¡Pelea, Virgo Shaka!

Flotaba sobre el suelo en postura de meditación, pues no deseaba entrar en contacto con el mismo piso que esas bestias, esos Gakis hambrientos. A su alrededor, conjuró imágenes de Devas, ángeles, santos, y miles de insectos que intentaban devorar vivos a los primeros. Los Espectros se sintieron diminutos, pero su valor no alcanzaba a menguar aún.

—Les felicito por llegar hasta el Templo de la Doncella, sean bienvenidos. Mi rostro es la ruta hacia el Más Allá, así que digan sus oraciones de rodillas frente a mí, y los acompañaré en su viaje final a la Verdad.

—¿Viaje final? —Giganto corrió hacia Shaka, haciendo crujir los nudillos—. ¡Deja de soñar, Santo de mi.erda! Mi Gran Nudillo te revelará la verdad de la que tanto hablas. —Conectó el golpe apenas terminó la oración.

Dos otros Espectros arrojaron destellos lumínicos de energía, que también se estamparon contra él. Todo pudo haber generado algún tipo de modesto daño, si no hubiera pronunciado el mantra de la completa inmovilidad.

Kan.

A su alrededor se materializaba la esfera de luz que lo escudaba de todo mal, que ningún ser oscuro podría atravesar jamás. En ella Shaka se sentía cómodo y lleno de vida, y podía ver mejor cada movimiento de los Espectros, a pesar de sendos ojos cerrados, pues su tercer ojo estaba despejado a la Verdad.

—¡M.ierda! Esa jod.ida barrera es la que ocultaba su presencia.

—Nuestros golpes fueron completamente inútiles contra eso.

—¡No cantes victoria, Shaka! En algún momento tendrás que salir de ahí, jeje, si quieres llevarnos a la “verdad” —se burló Giganto, evidentemente nervioso. Como todo un fantasma sin conciencia.

—Sin embargo, tienes toda la razón. ¡Om! —Shaka desactivó la barrera con la fuerza de su Cosmos, que se expandió por todas las direcciones, provocando que los Espectros retrocedieran—. Retírense de mi espacio, oh, espíritus malignos.

Colocó las manos juntas en la posición de Namaskara, observándolos solo con su bindi. Amenazaban con tomar la cabeza de su diosa, por lo que no eran dignos de contemplar sus ojos terrenales.

Convocó la Supremacía Celestial sobre Demonios Elementales[1] desde los planos más recónditos de la existencia. Criaturas de los ríos con rostro humano, criaturas de los pantanos con alas y garras, criaturas de los bosques como muertos con cuernos y las pavorosas criaturas de las montañas con forma de niños cadavéricos. Todos ellos eran fantasmas bajo su control…

O al menos eso debieron conceptuar los Espectros, que chillaron, aterrados, cuando los impíos demonios giraron a su alrededor, aullando con lamentos de terror. Miles de ellos. Shaka hizo que el suelo bajo sus pies desapareciera y supieran lo que era la caída sobre sus colmillos, garras, alas y fauces hambrientas; mientras sobre ellos colocaba un cielo lleno de espíritus benévolos que, como Shaka, carecían de cualquier tipo de misericordia.

—¿Por qué se asustan? Estos demonios son como ustedes, Espectros.

—¡Ahhhh! M-maldición, ¡no puedo sostenerme! —gritó uno.

—¡Me desgarran la piel! ¡Se comen mis entrañas, ahhh! —secundó otro.

—¿E-es esto una ilusión? —preguntó el tercero, Giganto de Cíclope. Solo tres entre ellos parecían no emitir sonido.

—¡Permítanme enseñarles una lección de vida, una porción de la Verdad!

 

La Verdad… en realidad, era que no había.

La única verdad era que los demonios elementales, así como la Metempsicosis por las seis rutas eran dos de sus mejores ilusiones, pues ellas hacían uso de la mejor zona de su Cosmos. Antes de enfrentarse con Ikki, jamás habría admitido eso, ni siquiera a sí mismo, pero su determinación fiera, y la cándida luz de Atenea, le habían enseñado sobre la humildad. Sobre empezar de nuevo, como un verdadero Santo.

Los Espectros, sin embargo, eran enemigos como cualquiera. Y con ayuda de esas ilusiones podía erradicarles el cerebro en la vida real, no tenían por qué conocer los detalles detrás. ¡Ese era su estilo de lucha contra la maldad! Por ello, Shaka creó un universo infinito y umbrío, surcado por miles de cuentas gigantes como planetas, como las de su rosario, confeccionado originalmente en el siglo I a.C. por Oshoshi de Virgo, las que amenazaban a los ocho enemigos con destruirlos si las acariciaban.

—Este rosario fue creado por Buda Gautama mientras era tentado por Mara, mucho antes de que ustedes comenzaran a existir en este mundo, Espectros —mintió Shaka, que se presentó ante ellos más enorme que las esferas, meditando sobre un loto resplandeciente. Su voz debía oírse como truenos o un coro de ángeles, era lo de menos—. Como ustedes, las cuentas de este rosario son 108, y pueden cazarlos cuales fantasmas. Con el paso de una cuenta desaparece un pecado; de la misma manera, cada vez que uno de ustedes regresa a su infierno, la Estrella Oscura deja de brillar en la bóveda celeste, y sus almas son selladas aquí… ¡tal como en la precedente Guerra!

—¿Q-qué dijo? ¿En la anterior Guerra?

—¡R-ridículo! Podemos revivir infinitamente gracias al señor Hades.

—Cierto, no podríamos haber sido atrapados por un rosario…

—¡S-Shaka de Virgo! —exclamó Cíclope, tratando de mantener la calma a la vez que evitaba a las cuentas gigantes—. Los Santos nos aniquilaron con trampas, tal como dice Lady Pandora… E-eres el mejor ilusionista del Santuario, y como tal, ¡tus palabras no son más que patrañas!

 

Sin embargo, esta vez Shaka sí decía la verdad. Más de cinco horas ya habían transcurrido desde que se había encendido el reloj, y no tenía demasiado tiempo para emitir falsas e innecesarias palabras.

—¿Pueden verlas? Allí… en la oscuridad, vean las siluetas de las cuentas cuya luz se ha fatigado, son negras como la penumbra infinita. ¡Diecisiete de ellas!

—¿D-dices que diecisiete de nosotros ya han muerto?

—En efecto. —Shaka les mostró, directo en sus mentes, una a una las esferas que fueron tornándose negras en su rosario, con su respectiva Estrella Oscura—. Cinco estrellas desaparecieron fuera de la Eclíptica: tres en la periferia del Santuario, una en Asgard y la otra proviene de Japón. Apostaría, por sus patéticos y miserables rostros, que no estaban informados de este quinteto de incidentes.[2]

—N-no puede ser… ¿cinco afuera? ¿Acaso Niobe…? ¡Imposible!

—No tiene sentido, ¡los demás deben ser de la tropa del señor Aiacos!

—Y en este mismo corazón del Santuario, de entre ustedes, sucios animales hambrientos que entraron al recinto sagrado de Atenea, doce han vuelto al infierno y sus almas están enclaustradas en mi rosario —interrumpió el Santo, mostrándoles las cuentas a la vez que pensaba resolver cierto misterio.

—¡Eso no puede ser!

—N-no tiene sentido… —reflexionó Giganto, mirando a Cube de reojo, así como a Shaka—. Los siete que Leo asesinó, los dos que Aries derrotó… ¿quiénes son los otros tres?

—El número no es trascendental, pues mientras ustedes parloteaban como las acémilas que son, mi rosario reaccionó a cinco más entre ustedes, por lo que pueden darse por muertos. —Shaka manipuló a los espíritus y elevó su Cosmos. Cientos de flores de loto aparecieron en el aire, abriéndose rápidamente—. ¡Demonios! Devoren a estos fantasmas hambrientos, guíenlos de vuelta al inframundo. ¡Om!

Desencadenó su poder, disfrazado por los demonios elementales, que aquellos Espectros eran incapaces de bloquear. Al menos… cualquiera de aquellos cinco, de quienes sus Estrellas se habían apagado.

Como esperaba, tres enemigos se adelantaron, muy diferentes a los otros, pues ya estaban muerto desde hace tiempo. Con sus Cosmos pudieron eliminar con toda facilidad sus ilusiones y bloquear el ataque escondido detrás. Cube, Estrella del Yin, la que se había apagado ya hacía mucho rato, se adelantó con un aura violeta alrededor, y una postura que Shaka conocía bien, pues le conocía desde que era niño, cuando llegó al Santuario por primera vez.

—¡Cube! ¡Nos protegió!

—¿Cómo le hiciste para deshacer las ilusiones, Cube?

—N-no... ¡No es Cube!

—No creas que tu falsa superioridad impresiona a todo el mundo, Shaka.

La voz del Espectro era ronca, nostálgica, serena y llena de confianza. Los dos a su lado, que se hacían pasar por las Estrellas Terrenales de la Inferioridad y de la Caminata, se mantuvieron silentes.

—Me sorprende que te ocultaras por tanto tiempo, desde la liza en el Templo del Cangrejo. ¿Pensabas arribar disfrazado hasta los aposentos de Atenea?

—¿Y tú pensaste que podrías burlarte de nosotros con tus ilusiones por tanto tiempo? No digas sandeces, Shaka.

Los otros Espectros comenzaron a murmurar, incómodos y nerviosos, con la sola excepción de Giganto, que hervía de ira. Seguramente ya se había dado cuenta de la treta también, lo que evidenció un instante posterior.

—Quien quiera que seas de entre esos tres, ¡quítate la maldita máscara de una vez! —Luego se dirigió a los otros dos, instándoles a realizar lo mismo, quitarse los cascos—. Ustedes también, que mataron a Mills y Ochs como los p.utos traidores que son, ¡quítenselas!

 

Shaka lo meditó. ¿Qué ocurriría si se enfrentaba a Saga cuando se quitara la máscara? Probablemente… sí. Ambos pensarían lo mismo.

—¿Qué harás, Shaka? —preguntó el hombre disfrazado de Ochs de Gorgona.

—Piénsalo bien —añadió el hombre disfrazado de Mills de Elfo.

—Shaka… ya sabemos lo que resultará —terció el hombre disfrazado de Cube de Dullahan, delante de los demás, enfrentándolo con la mirada tras la careta.

—No hay de qué preocuparse. Por favor, guerreros valientes de mi pasado, muéstrenme los rostros que ahora añoro. —Shaka elevó su Cosmos e inmediatamente después desencadenó su Exorcismo, dirigido especialmente a esos tres… desintegrando sus Surplices robadas, a medida que pensaba en sus oportunidades.

Tras el destello, que a los enemigos tan agradable podía hacer sentir, mientras los Espectros aullaban de dolor tras ser apartados por la onda expansiva de Cosmos, Shaka pudo ver, con su tercer ojo, los rostros de gente que otrora, y durante años, se habían hecho llamar sus compañeros.

Uno tenía el brazo derecho extendido, afilado como una espada, la que había forjado directamente de la piedra de las lides guerreras durante la Titanomaquia, y que podía cortar cualquier cosa. El soldado que asesinó a Aiolos, Shura.

Otro amenazaba congelarle con la mirada serena y la esfera de concentrado hielo que flotaba sobre su mano abierta. El maestro del frío que podía congelar todo aspecto de la materia con un toque al cero absoluto. El mago del hielo, Camus.

Y el Sumo Sacerdote falso por dieciséis años, parte del grupo que recibió a Shaka cuando llegó al Santuario. De quien se decía que era el Santo más noble, justo, sabio, poderoso y hábil de toda Grecia, y que padecía de una segunda personalidad demoníaca que, en un acto de arrepentimiento, eliminó con su puño angelical. Sus miradas se cruzaron. El hombre de quien se decía que podía destruir las estrellas, Saga.

Saga abrió un portal dimensional y tres armaduras, imitaciones casi perfectas de sus viejos Mantos Sagrados, de no ser por su color apagado y brillo como luz de luna, surgieron de la brecha, para cubrir su desnudez de pies a cabeza, y mostrándole a Giganto como habían podido ocultarse de ellos. Desde luego, su Exorcismo no les había hecho daño alguno, ni esperaba que lo hiciera.

—¡Saga, Shura, Camus! Miserables gusanos, ¿por qué mataron a Cube, Ochs y Mills? —vociferó Giganto, a punto de cometer el error de su vida, pues su mano se acercaba peligrosamente al hombro del ex Santo de Capricornio.

—Acerca eso un milímetro más y perderás la mano —le amenazó Shura, sin quitar los ojos de Shaka—; tócame el hombro y rebanaré tu vida entera.

—¿Q-qué? —se sorprendió Giganto, deteniéndose en el acto, furioso—. ¿Qué mie.rda dices, maldito?

—Cíclope, nuestro deber es asesinar a Atenea, los métodos para llegar con ella son irrelevantes —explicó Camus, con su habitual frialdad. Ni las llamas del infierno podían derretir su alma.

—Nuestra idea era usar las habilidades de las Surplices para llegar con Atenea en las sombras, pero dado que ustedes se revelaron como ineptos, tendremos que usar la ruta difícil —dijo Saga, volteándose hacia Giganto—. Hagan lo que gusten, pero no se metan en nuestro camino si no quieren morir. Ni todos ustedes juntos podrían hacerle un rasguño a Shaka. Llevaremos al señor Hades el cadáver de la diosa como prometimos, así que dejen de espiarnos y no habrá más bajas. ¿Entendido?

Desde luego, el Cíclope cayó de espaldas, expulsado por una ola cósmica de Saga, demasiado poderoso sobre la Tierra. Ninguno de ellos estaba siquiera al nivel de sus tobillos, al igual que los de Shura y Camus. Había tanta determinación en sus ojos… ¡necesitaba saber la verdad!

—Me disculpo —dijo Shaka de Virgo, descendiendo por primera vez a ras del suelo, aún con las piernas cruzadas en posición de loto—. Mientras permanecieron en el Templo del Cangrejo utilicé todas mis habilidades para estudiar su interior, sus deseos y motivaciones ocultas, o algún tipo de falsedad, mas no vislumbré dudas en sus corazones. Antes de realizar alguna acción, me gustaría preguntarles cara a cara, directamente, para limpiar de vacilaciones también mi apesadumbrada alma.

—¿Qué quieres? —preguntó Shura.

—¿De verdad trabajan para Hades? ¿Nada me ocultan o les aflige? ¿Realmente se vendieron a Hades por vida eterna y buscan la cabeza de Atenea?

—Sí —respondieron los tres en perfecto unísono. Fue todo lo que necesitó saber, ya no había nada más.

—Entonces adelante. Ni siquiera yo podría con tres Santos de Oro a la vez, sería un desperdicio de mi vida. Prosigan.

—Bien. —Saga realizó el gesto de empezar a moverse, cuando Giganto dio un paso adelante y se interpuso en su camino, al igual que los otros cuatro Espectros. Su confianza, como Shaka esperaba, había regresado en su totalidad.

—¡Jajajajaja! ¿Este es Shaka, el hombre más cercano a la divinidad?

—Pero qué patético, simplemente nos deja pasar.

—Je, je —rio Cíclope, haciendo crujir sus nudillos por enésima y última vez. Shaka odiaba ese sonido, así como sus voces y almas—. Solo nos quedará el Santo de Escorpio entonces. ¡Muévanse, chicos!

—¡La cabeza de Atenea será nuestra!

—¡Sí! Incluso los Santos de Oro temen por sus patéticas vidas, ja, ja, ja.

—Insensatos. Saga les dijo que no podrían hacerme un solo rasguño, a ustedes no les di permiso para atravesar el Santuario. Estrellas del Salvajismo, la Guarida, el Nivel, Brevedad y lo Entero, ¡desaparezcan!

 

Saga, Shura y Camus no se inmutaron, a sabiendas de lo que ocurriría. Como había teorizado, eran leales a Hades, pero no a sus camaradas. Shaka meditó sobre el futuro y sus posibilidades contra esos hombres, a medida que liberaba el verdadero poder de su Supremacía de Demonios Elementales, que no solo era una ilusión. En realidad, también era la liberación de las dudas de su propio corazón, convertidas en bestias y fantasmas que devoraban todo a su alrededor.

¿Qué quedaba después de eso? No permitiría que Giganto y los demás tuvieran más contacto con el territorio santo de Atenea con sus impías almas, pero con Saga y los otros no era el mismo caso. No podía simplemente eliminarlos…

Pero, a medida que los cuerpos de esos cinco Espectros iban cayendo con sus Surplices asoladas, desprovistos de toda vida, Shaka reflexionaba sobre el Más Allá, el camino que debía proseguir, con el rosario de 108 cuentas en la mano. ¿Qué opciones realmente tenía?

«Ninguna», comprendió.

Solo quedaba morir.


[1] Tenkuhaya Chimimoryo, en japonés. Los Chimimoryo son demonios menores de ríos, lagos, bosques, montañas y pantanos del folclor chino, representados por múltiples formas.

[2] Niobe, Raybould y Úrsula perecieron en la periferia del Santuario a manos de Asterion y Kazuma; Fyodor murió bajo el filo de Balmung en Asgard; Thalos fue el primer Espectro en caer, cortesía de Seiya, en Japón.


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Publicado 28 agosto 2018 - 18:43

Espero que no me cierren este capítulo jaja

 

Pero nah. ADVERTENCIA: En realidad, en este fic NO hay un versus prohibido xD

 

 

SAGA III

 

01:00 hrs. 17 de junio de 2014.

Se miraron mutuamente por minutos que se hicieron siglos. Estudiándose. Los dos intentaban recordar su pasado, todo lo que eran capaces, todo lo que sabían uno del otro. Por un lado, el pequeño budista que se convirtió en el niño prodigio, en la promesa tras la generación de Saga y Aiolos, y que llamarían “el hombre más cercano a ser un dios”; por el otro, aquel a quien llamaban semidiós, el superdotado guerrero que se había apoderado del Santuario y lo había controlado por dieciséis años.

Saga dio el primer paso, y Shaka no reaccionó, pues seguía inspeccionándolo. Saga no veía nada más que a Shaka, y todos los sentidos de Shaka estaban enfocados en Saga. El Espectro de Géminis atacó con una poderosa ráfaga de Cosmos.

Shaka la neutralizó con la suya propia, que tenía exactamente el mismo poder. Ese fue el primer indicio de lo que ocurriría. Saga se arrojó como un bólido de fuego, sus puños estaban cargados de Cosmos, encendido el Séptimo Sentido. Cada golpe que daba, Shaka lo repelía con cálidos gestos de la mano, mientras los rayos arremetían con fuerza y los truenos rugían alrededor, haciendo temblar el Templo de la Doncella. Shaka no podía contraatacar, pero tampoco se dejaba conectar.

El Espectro de Géminis se apartó, a sabiendas de que no podía estar al interior del perímetro posible para la Danza de la Rueda Divina, o no tendría nada que hacer, y levantó el brazo izquierdo, mientras arqueaba el derecho, con la palma abierta. Allí concentró una ardiente esfera de energía calórica, que elevó la temperatura de todo el sitio. ¡Eran las estrellas de la destrucción, la lluvia de meteoros convocadas por los guardianes de Géminis! ¡Las Gemínidas de Helios[1]!

Aun en el aire, Saga hizo retumbar el cielo, arrojando las estrellas de luz a todas las direcciones, derrumbando partes de los muros del Templo. Shaka convocó a su ejército de fantasmas, la Supremacía sobre Demonios Elementales, con ayuda del misterioso rosario de 108 cuentas envuelto de Cosmos que cargaba en la mano, y azotaron a las Gemínidas, pero no a todas. Algunas hicieron contacto con la esfera de luz que el Santo de Virgo invocó a su alrededor, el Kan.

Om, pronunció posteriormente, y la barrera se deshizo, proyectada por una ola inmensa de poder. Saga fue repelido también, su Surplice comenzó a crujir, y usó sus aperturas dimensionales para evitar la mayor parte de la ola. Shaka flotaba en el aire, atento a que abriera la Otra Dimensión, pero incapaz de convocar la Danza. A Saga solo le restaba atacar con todas sus fuerzas, sin importarle quién estuviera adelante.

Los muros y el techo del Templo de la Doncella finalmente cayeron. Shaka abrió los ojos durante el segundo en que desencadenaba el Om, lo que le entregó una fuerza destructiva aún mayor, que desharía incluso la Surplice de Géminis. Por ello, era la oportunidad perfecta para usar la técnica que había aprendido para defender y atacar cuando era joven: ¡Implosión de Dioscuros: Cástor![2]

Aquel truco permitía abrir un portal delante de Saga, que transportaba a una dimensión que absorbía energía como un agujero negro, redirigiéndola al punto que necesitara; en este caso, el costado izquierdo de Shaka.

Con Cástor, que era la versión que Saga sabía utilizar, la energía salía dispersada en todas direcciones. Prefería el combate directo, por ello no solía usar la Implosión, pero contra un oponente como Shaka, no tendría demasiadas opciones extras. Por primera vez, atacado por su propio poder, y ambos al máximo de su Séptimo Sentido, la armadura de Virgo sufrió su primera grieta, en la hombrera zurda, lo que le habría resultado mucho peor de no ser por el Kan.

Finalmente ambos guerreros cayeron al piso. Saga, a su máxima potencia, abrió las manos y las cruzó sobre su cabeza con todas sus fuerzas. La Explosión de Galaxias se desencadenó furiosa como la erupción de mil volcanes a la vez. Shaka comenzó a recibir el daño, su cuerpo se empezaba a destrozar, y al mismo tiempo, convocaba su poderoso Exorcismo, aprovechando el impulso de sus ojos abiertos, que habían llegado al límite de Cosmos desatado. La Rueda del Dharma giraba una vez más, la terrible luz del Exorcismo golpeaba a Shaka, y, sin dolor, le hacía agonizar.

Tres segundos después de comenzada la batalla, Saga y Shaka fallecían.

 

Ese era uno de los tantos escenarios que Saga de Géminis imaginó, mientras dirigía su mirada a Virgo. No necesitaba preguntarle para saber que Shaka pensaba exactamente igual. Otras situaciones similares pasaban por sus cabezas a la vez, como los guerreros de Oro que eran.

Shaka invocaba una ilusión a gran escala, como el Buda gigante, el río de lava, la Colina del Yomi, o la Metampsicosis por la Seis Rutas. Era mucho mejor ilusionista que Saga, pero éste siempre podría defenderse, dejando que un monigote creado dentro de un laberinto, usando el Manto de Oro de Géminis, recibiera la mayor parte del impacto; las ilusiones, si tenían tiempo para usarlas, se volvían inútiles.

Saga podía atacarlo con la técnica oscura de la isla Reina de la Muerte, la Ilusión Diabólica, a sabiendas de que las habilidades psíquicas de Shaka eran inferiores a las suyas. Aun así, Virgo tenía una resistencia mental envidiable, y con su astucia, podía simplemente devolverle la ilusión a Saga o limitarla a un daño nervioso. Por lo tanto, también una batalla de ese tipo era innecesaria y potencialmente contraproducente.

El mejor camino para Shaka era esperar a que Saga estuviera cerca, activar la Rueda Divina, y sellar sus sentidos hasta dejarlo vegetal, aprovechando que durante los primeros segundos después de abrir los ojos, tendría un Cosmos superior.

Por otro lado, el mejor camino para Saga era, a menos que Saga se distrajera (lo que no era muy probable), construir un portal con su Otra Dimensión alrededor de Shaka, mientras se mantenía inmóvil desatando la Danza de la Rueda Divina. Eso significaba que, después de que su Cosmos se redujera tras el efecto de su ataque, no podría evitar ir a parar a una dimensión de la que ni él mismo podría salir, a menos que hiciera uso de todas sus habilidades. Saga, en tanto, tal vez podría seguir peleando con solo su Séptimo Sentido, convertido en un vegetal corpóreo, pero tampoco resultaría bien. A la larga, ambos caerían, ya fuera muertos, o incapaces de seguir luchando, por toda la eternidad.

Si se enfrentaban, Saga de Géminis y Shaka de Virgo estaban destinados a una Guerra de Mil Días. La clave era que Saga de Géminis no estaba solo…

 

—Ah… ah… —gimió Giganto, en sus últimas horas de vida. Jamás habría tenido oportunidad de conectar un solo golpe en Shaka, así que solo quedaba concluir que era un imbécil—. M-maldito seas…

—¿Tienes miedo a morir? —le preguntó Shaka, ignorando a los otros cuatro Espectros, que por supuesto, ya eran cadáveres.

—Jamás le tendría miedo a eso… e-el señor Hades le entrega v-vida eterna a todos los que le son fieles… v-volveré en poco tiempo.

—Ya veo. Así que mis veintisiete años de conversaciones con el Buda, donde hablamos sobre la imposibilidad de la vida eterna, la reencarnación de las almas según el karma, y el sufrimiento de los seres humanos en el dharma, solo fueron charadas inútiles. —El Santo de Virgo se permitió una tibia sonrisa arrogante que le dedicó al aterrado Espectro—. Por supuesto, que en este momento este rosario esté atrapando tu alma es solo una ilusión más de las mías, ¿no?

—N-no puede ser… l-los Espectros somos… —Giganto intentó ponerse de pie, pero su Cosmos, que Saga podía ver perfectamente como un aura gaseosa negra, era realmente absorbida por una de las cuentas del rosario.

 

Cuando las fuerzas de Giganto se acabaron, y se derrumbó en el suelo, Shaka dedicó toda su atención a Saga, Shura y Camus. El primero estaba inquieto… Hades les había prometido vida eterna si tomaban la cabeza de Atenea. Fue el mensaje que transmitió a sus mentes apenas despertaron en las penumbras del inframundo, o tal vez cuando ya habían surgido del tenebroso cementerio del Santuario.

¿Era una mentira? ¿Sus almas serían absorbidas por el rosario de Shaka, y ni Hades podría revivirlas? No, pensó Saga. Sus compañeros asintieron, al darse cuenta también de la verdad. Unas pequeñas luces voladoras cerca de ellos, azules como los zafiros, les indicaron el verdadero camino.

No eran Espectros como esos, no eran parte de los 108 demonios dirigidos por las Estrellas Oscuras. Estabas regidos por las leyes del universo terrenal, por lo que la promesa de Hades debía ser cierta, ya que nadie podría atrapar sus almas. De hecho, nadie podría derrotarlos.

—Acabé con ellos definitivamente. Sigo sin encontrar dudas en sus corazones, mis viejos compañeros —dijo Shaka, dirigiéndose al ala izquierda del Templo de la Doncella, opuesta a la salida. Allí había una gran muralla con una flor de loto abierta grabada en relieve—. ¿Es cierto, entonces, que sus manos buscan el terso cuello de la diosa Atenea?

—Sí —respondió Camus, con toda su frialdad.

—¿Completamente seguros?

—Ya te dijimos que sí —secundó Shura.

—Bien… —Shaka tocó con su mano enguantada el centro de la flor sobre el muro, y como si éste hubiese reaccionado a su Cosmos, se comenzó a abrir desde el centro, como un par de enormes puertas gigantes—. Entonces, les solicitaré que me hagan compañía una última vez.

—¿A dónde vamos? —Saga jamás había visto tras esa puerta, ni ninguno de sus compañeros. Era el gran misterio del que todos hablaban, pero que nadie se dignaba a cerciorar. Ni siquiera cuando era Sumo Sacerdote Shaka le reveló qué había más allá del muro occidental.

“Solo podría haber flores”, contestaba siempre. Y eso era justo lo que había.

—A un lugar apropiado para morir.

 

Ninguno de ellos podía creerlo. Junto al Templo de la Doncella, oculto a la vista de todo el mundo, incluso al Ateneo en la cima de la montaña, se encontraba un vasto jardín de flores de todos los colores. Era algo inaudito.

¿Acaso era una ilusión? Saga concentró su Cosmos y agudizó su sexto sentido, pero no hallaba ningún error en la realidad. Estaban bajo la luna llena, podían verse los templos abandonados de Atenas más abajo, así como parte del techo del Templo del León, muchísimo más abajo. Las montañas a los lados y hacia arriba, estaban tal donde se debían encontrar. ¡No era una ilusión!

Era un jardín enorme, perfumado con aromas innumerables que resultaban sumamente agradables, e incluso pudo contemplar algunos insectos, como gusanos y mariposas, recorriéndolo cerca de sus pies y a su alrededor, posados sobre pétalos, hojas y ramas. Parecía un lugar paradisíaco, un sitio conmovedor, especial para realizar un retiro espiritual y meditar.

En el centro del jardín, hacia donde Shaka se dirigía, se hallaba un par de muy curiosas estructuras. Un par de árboles de sala[3], altos, idénticos, de flores rosas como los cerezos y ramas que se extendían hacia la luna, como si fueran torres gemelas. El Santo de Acuario no tardó en explicarles su significado en un susurro:

—Se dice que el Buda Gautama murió recostado al pie de dos árboles de sala como esos, y así alcanzó el Nirvana.

—Shaka… ¿eso significa que planea morir en este lugar? —preguntó Shura, adelantándose hacia Virgo, pisando las flores sin ningún cuidado. A Shaka no parecía importarle, y lo esperó sobre la colina donde se hallaban los árboles, a una distancia moderada de sus antiguos compañeros. Su voz fue como un trueno, una de las clásicas ilusiones de eco de las que hacía gala para intimidar a otros.

—En el año 234, un portador de este Manto Sagrado, el silencioso Shijima de Virgo, plantó estos árboles en este sitio, cuando había acabado de recorrer el mundo y se acercaba, por edad, a la hora de su descanso. En sus pétalos escribió, como su testamento, que, aunque la vida estuviera llena de sufrimiento, siempre podía brotar algo tan hermoso como esto árboles… y luego, la vejez lo alcanzó y la Muerte se lo llevó. —Shaka volvió a sonreír, era algo que no estaban acostumbrados a ver; después de su lucha con Ikki, lucía como una persona totalmente diferente—. Pero no se equivoquen: yo aún soy joven para eso.

—Shaka, ¿qué hacemos aquí? —inquirió Shura.

—Como dije, es un lugar adecuado para morir. Nunca dije que para mí.

—¿Así serán las cosas, entonces? —El Espectro de Capricornio blandió su espada. Era lo que debía suceder, todos lo sabían, y nadie podría evitarlo. Por toda respuesta, Shaka alzó el rosario de 108 cuentas, como si pudiera protegerse con ello… ¿O acaso podía?, se preguntó Saga—. ¡Muere, Shaka!

 

La espada sagrada Excálibur destelló, cortó el viento y hasta los más pequeños pétalos de cerezo, y formó una línea recta sobre el césped, que se fisuró de inmediato. El Espectro de Capricornio jamás fallaba, no estaba en su naturaleza, y si llegaba a conectar, era muy difícil no perder algún miembro.

Sin embargo, la hoja de luz solo tocó una figura ilusoria creada por Shaka, que apareció dos centésimas de segundo después, avanzado hacia Shura. Virgo abrió la palma de la mano, y dejó salir un potente resplandor que Shura tuvo problemas para esquivar completamente, pues le hizo daño en el hombro derecho. Sin embargo, a medida que se le acercaba, el Espectro de Capricornio ya había afilado la zurda.

Con ella, creó una red de Excálibur que danzaban, y las disparó contra Shaka. Éste detuvo bruscamente su carrera e invocó la inmovilidad del Kan. Tras el primer segundo y cientos de cortes, la barrera se rompió y Shaka tuvo que depender de su Manto de Oro para evitar un golpe fatal, doblando su propio cuerpo lo más posible para no perder alguna extremidad o la cabeza.

Luego, el Santo invocó su ejército de almas con la Supremacía sobre Demonios Elementales, que Shura rebanó con ayuda de sus dos espadas, que se movían arriba y abajo con precisión perfecta: una bloqueaba y la otra atacaba.

Sin embargo, el Cosmos de Shaka se incrementó. En medio de haces de luces, Shaka esquivó uno con un giro en medio del aire, lo que resultó en la primera vez que Shura fallaba tan evidentemente contra otro humano. Virgo avanzó a través del rastro de luz dejado por la leve falla del Espectro, tocó a Shura con la mano sobre el hombro herido, y le proyectó un intenso golpe de energía calórica.

Al tiempo que Shura era repelido hacia atrás, la temperatura del jardín, que evidenciaba fisuras en la tierra y flores cortadas por doquier, bajó inesperadamente. Shaka volteó el rostro hacia un lado, y éste se le congeló. Había un cúmulo de cristales en todos lados, tal como habían planeado.

El Santo de Virgo tocó el piso y, solo allí, debió notar que llevaba más de dos segundos cubierto de hielo con la Tierra de Cristal, y que le habían congelado las piernas desde las rodillas hacia abajo. A lo lejos percibió a Camus, con los brazos sobre la cabeza, concentrando su aire frío, habiendo utilizado a Shura como distracción para prepararse. Contra dos Santos de Oro, pensó Saga, Shaka no tenía nada que hacer, incluso si llegaba a superarlos individualmente.

—Hasta aquí llegaste, Shaka —dijo Camus, casi como una disculpa.

La Ejecución Aurora convirtió las flores a su alrededor en polvo de nieve, y se proyectó sobre el campo en línea recta, impidiendo incluso el curso normal del viento. Si Shaka no moría congelado, al menos perdería la vida por el impacto. Por eso fue tan sorpresivo que siguiera vivo, un segundo después.

¡Había usado ese maldito rosario para elevar la temperatura de la Ejecución, y después pasó entre medio del rayo congelado, que se deshizo al contacto! Saga pensó en intervenir, pero Shura ya estaba preparando una espada gigantesca para rebanar a Shaka, mientras Camus se convertía esta vez en el atacante.

Una enorme Excálibur, tan grande como el Templo de la Doncella, salió del brazo de Shura y se dirigió a la cabeza de Shaka, al mismo tiempo que Camus creaba una lluvia de estacas de hielo, de las cuales el Santo se vio obligado a defenderse con su Kan, que limitaba su movilidad, y no podría defenderlo de la Excálibur.

Saga lo sabía, y también Shaka. Una batalla de dos Santos de Oro contra uno siempre terminaría con la victoria de los segundos, o al menos uno de ellos, incluso si el rival era superior. Se permitió una sonrisa que luego, en retrospectiva, consideraría su mayor error en el campo de batalla, desde que solo era un novato.

El Santo de Virgo abrió los ojos y el jardín derruido tembló. Shaka lo veía todo ahora, no solo con su espiritual bindi, sino que con sus ojos físicos también. Se deshizo rápidamente del hielo en sus piernas con su ardiente Cosmos y aprovechó la cortina de humo generada por la helada niebla para desplazarse en dirección a Capricornio, luego de enviar a Camus volando con un golpe cósmico en el estómago. Shura esperó con la espada derecha en alto, a pesar de la momentánea distracción. Saga se preguntó, solo por una milésima de segundo, si debía activar la Otra Dimensión o usar alguna técnica de ataque… solo por si acaso. Pero ya era tarde.

—Entren en la Vía Circular de la No-Consciencia[4] —les ordenó, como si fueran solo súbditos.

Aquella era una técnica especial de la que Saga jamás había escuchado, por lo que, obviamente, la había creado mientras ellos estuvieron muertos. Shaka apagó el resplandor que salía constantemente de su cuerpo y armadura, y una sombra violeta salió de su mano. Cruzó el brazo en un arco, cuidando de que estuviera enfocando a los tres guerreros mientras lo hacía, y cuando Saga se preparó para bloquear, esquivar o contraatacar aquella misteriosa técnica, descubrió… que no existía.

 

Al menos esa era la sensación que le quedaba… que no era nada. Estaba debajo de un cielo sin importancia, pisando hierba que albergaba vida sin inteligencia, y su misma labor como Espectro carecía de relevancia, pues él mismo no era nada más que polvo cósmico. ¿Qué clase de broma era esa? ¿En qué diablos estaba pensando?

Shaka caminó con toda tranquilidad hacia Saga, paso a paso, mientras daba una explicación a lo que acababa de ocurrir. La sombra violeta, rodeada por un resplandor dorado tenue, y surcado por una preciosa línea blanca de Cosmos, seguía conectada a su mano, y bloqueaba a los Espectros una visión completa del universo.

—En este momento se hallan en la Vía Circular de la No-Consciencia, una técnica que cree tras deshacerme de las certezas de mi corazón, adoptando dudas que, incluso, se reflejan en la cualidad de ser del mundo, al que ustedes están sujetos —explicó el Virgo, sin dejar de caminar, mirándolos a los tres con sus poderosos ojos azules—. Como sus cuerpos no consideran que existen en el dharma, y sus almas se encuentran desconectadas de sus deseos vulgares, la Vía Circular los ha paralizado.

—Esto no tiene sentido —dijo Saga, aunque su misma voz parecía un lejano y nihilista acontecimiento. Era como estar adormecido de cuerpo y espíritu, no sentía ni un músculo, y no podía abrir la Otra Dimensión tampoco—. Una técnica de este… c-calibre… incluso si no la c-conocíamos…

—N-no debería ser capaz de detener a tres de nosotros… n-no por tanto… —musitó Camus, que se hallaba también muy cerca de Shaka.

—¿Eso significa que nuestros Cosmos han sido reducidos? —aventuró Shura, relativamente próximo también a Shaka.

¡Los tres estaban cerca de Shaka al mismo tiempo!

—Podrán ser tres ex Santos de Oro… pero a mis espaldas tengo a la diosa de la guerra —explicó Shaka, frenándose a distancia equidistante del trío de Espectros, y juntando las palmas de las manos.

¡Eso era!, entendió Saga. Shaka había creado esa técnica junto a Atenea, y la usaba junto a ella para paralizarlos más tiempo del debido… para poder tenerlos cerca a los tres al mismo tiempo… para desatar el sello más peligroso del ejército ateniense, del que ni el mismo Saga podría salir, hasta que el Cosmos de Shaka se redujera de nuevo. ¡Atenea estaba ayudándolo!

—¡El secreto más grande de Virgo, la Danza de la Rueda Divina!

Un sinfín de mandalas aparecieron alrededor de ellos, representando cientos o miles de escenas de la vida de los Buda que pusieron sus pies sobre la tierra y bajo el cielo. Se hallaban en todos lados, pero en ninguno.

Saga perdió el sentido total del espacio, no había norte ni sur, arriba ni abajo, ni ninguna cosa. Cuando eran más jóvenes, Shaka había usado esa técnica contra Saga en un entrenamiento, y éste se había librado un minuto después… claro que, en aquel tiempo, Shaka era solo un niño sin armadura y él un adolescente con varios años como Santo de Oro.

Ahora a Saga le sería imposible superar el Cosmos de Shaka, durante los pocos minutos en que se elevaba por sobre los Santos de Oro, después de abrir los ojos y activar la Danza de la Rueda Divina. Y como no había abierto la Otra Dimensión para atrapar a Shaka apenas su poder se redujera y asegurar un empate, por culpa de la… «m-maldita Atenea», pensó Saga… Estaba en serias dificultades.

Además… no sentía nada. Ni calor ni frío, ni sus brazos o sus piernas sobre las flores. Cruzó una mirada con Shura y Camus, que estaban tan nerviosos como él, podía ver su propia angustia reflejada en ellos.

—Como lo saben, la Danza de la Rueda Divina es ataque y defensa en uno. Les sellé de inmediato el sentido del tacto, por lo que no podrán sentir nada, ni moverse ni atacarme por sus propios medios, lo que es potenciado por la Vía Circular de la No-Consciencia. Destruiré uno a uno el resto de sus sentidos y todo terminará para ustedes.

Saga debía pensar rápido. Muy rápido, incluso mientras su sentido del olfato era destruido por una inmensa mano, tan grande como una montaña, que tocó la nariz de los tres, y anuló su capacidad de oler, dificultándoles respirar. Solo superando el Cosmos de Shaka podían vencerlo, pero aquí también estaba involucrado el poderoso Cosmos de Atenea.

Shura y Camus también pensaban rápidamente, podía verlo en sus ojos verdes y celestes respectivamente, trazando ideas por sus cabezas. ¿Cómo unirse para superar el Cosmos de…?

¡Eso era! Saga dio con el método y pensó en ocuparlo, al mismo tiempo que Shura le decía que ‘no’ con la cabeza. Camus estaba atónito, al pensar en la misma solución, que era la única que tenían.

—Dejarán de oír, hablar y ver… se hallarán en un mundo de tinieblas que les recordará su pasado en el inframundo. —Shaka conjuró preciosos ángeles dorados que revolotearon por todos lados, mientras que del rosario de 108 cuentas surgía un Buda imposiblemente grande y pequeño a la vez—. Y pronto regresarán allá.

Esta vez no pudieron evitar gritar… era una sensación desesperante, si es que podían llamar sensación a eso. Era como perderse en las tinieblas. Y, sin embargo, la idea no desaparecía de sus mentes, aunque ya le era imposible escuchar físicamente. Saga estaba convencido de su única ruta.

La técnica prohibida por la diosa Atenea, que aún debían ser capaces de hacer. El truco mitológico que no podía realizarse, pues los maldeciría por toda la eternidad, ensuciando su recuerdo.

“No… incluso si somos Espectros ahora, nuestro recuerdo será manchado, nos verán como la peor basura de la historia”, decía Shura a sus Cosmos, mientras su visión era borrada.

“Hacer algo así… si bien ya no tenemos nada que perder, corrompería nuestras almas, más viviendo una vida eterna”, pensó Camus, que ya no podía mover la lengua tras el beso de un ángel ilusorio.

“¿Qué importa perder nuestro honor? ¡Somos Espectros de Hades! Nuestra única misión es… tomar la… c-cabeza de Atenea…” ¿Por qué le era tan difícil hilar esa frase? ¿Acaso dudaba? ¿O estaba nervioso?

Saga sabía que aquella técnica, prohibida por su cobardía, era la única solución. En la era mitológica, durante los primeros tiempos de los Santos, tres Santos de Oro se unieron para usarla, y desde ese día sus almas fueron condenadas. Usar aquel truco entre tres personas para vencer a uno solo… ¡Por eso Atenea la había prohibido!

Además, su mecánica especial era absolutamente destructiva. Imitaba a un Big Bang a menor escala, como el que dio origen al universo. Tanta potencia… algo así solo podía lograrse con algo que los Santos de Oro sabían hacer desde que llevaban las armaduras de Oro por algún tiempo, incluso si no estaban conscientes de ello.

Saga lo sabía. Shura lo sabía. Camus lo sabía.

—No vuelvan a poner sus pies en este mundo de vivos… díganle adiós a su cuarto sentido —resonó la voz armoniosa y poderosa de Shaka, cuyo Cosmos ya había empezado a menguar. Ya no lo veían, y apenas sabían su locación … pero su presencia era irremplazable e incorruptible.

No importaba dejar de lado el honor de los Santos. Ellos lo sabían. Shura se desplazó torpemente hacia donde debía estar Saga, y Camus hizo lo propio, con ayuda del poco hielo que había dejado a sus pies. Pronto no serían más que muertos en vida, pero no se acabaría su misión mientras Hades les diera fuerzas.

No importaba nada más que la misión. Ya no eran Santos, la historia olvidaría sus nombres, y luego la misma historia se borraría y reescribiría con Hades en la cima, así que poco importaba.

Atenea debía morir. Todo era por ella. ¡Por verla sucumbir y tomar su cabeza frente a la Oscuridad!

¡La Exclamación de Atenea[5] era la única opción!


[1] Helios Geminids, en inglés. Llamada así por la lluvia de meteoros en la constelación de Géminis, nacida del asteroide Faetón.

[2] Dioscuri Implosion: Castor, en inglés. Hay dos versiones de la técnica, y Saga solo sabe utilizar “Cástor”.

[3] Shorea Robusta es su nombre científico. Shaal, en sánscrito, que significa “casa”. Planta originaria de la India.

[4] Mushin Dokan, en japonés.

[5] Athenaia Anafónisi, en griego.


Editado por -Felipe-, 28 agosto 2018 - 18:43 .

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#648 Presstor

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Publicado 30 agosto 2018 - 18:05

Hola¡¡ bueno esto se prendio como se suele decir, este momento hizo que se me pusieran los pelos como escarpias

en la saga de hades,la música el escenario, los diálogos....fue muy épico

 

lo has representado muy bien.....

 

y la exclamación de athenea….que genial técnica,,,que tenia ese sabor de arma prohibida,solo usable contra dioses

 

luego se han pasado usándola cada dos por tres.....me dolio mucho como la usaron en omega

 

y para terminar....que épico esta el assasin...esa pelea de leones dorados esta muy epica

 

un saludo amigo 



#649 Cannabis Saint

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Publicado 31 agosto 2018 - 13:39

Gran capítulo, muy bien representado en tu fic, como siempre un gusto leerte, Shaka al fin cercano a los dioses y Saga un poco confiado y orgulloso! Veremos luego lo que se viene si en las ovas tuvo mucho sentimiento igual lo sabrás representar al igual que la muerte del toro en Poseidón! Saludos y esperando mas caps!

#650 -Felipe-

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Publicado 13 septiembre 2018 - 18:36

Dios mío, me pasé una semana! Ojala no vuelva a pasar...

 

Hola¡¡ bueno esto se prendio como se suele decir, este momento hizo que se me pusieran los pelos como escarpias

en la saga de hades,la música el escenario, los diálogos....fue muy épico

 

lo has representado muy bien.....

 

y la exclamación de athenea….que genial técnica,,,que tenia ese sabor de arma prohibida,solo usable contra dioses

 

luego se han pasado usándola cada dos por tres.....me dolio mucho como la usaron en omega

 

y para terminar....que épico esta el assasin...esa pelea de leones dorados esta muy epica

 

un saludo amigo 

Hola, Presstor!

Ciertamente en las OVAs fue épico est momento. Aunque, convengamos, que todas las OVAs de Santuario fueron épicas, en todas y cada una de sus escenas. Si logro transmitir aunque sea un poquito de eso me doy por servido.

Mi intención es que la Exclamación de Athena se queda como técnica prohibida, o no tendría gracia jaja Aunque estoy en desacuerdo en una cosa, pues me gustó mucho cómo la usaron en Omega, la música de fondo fue de lo mejor, y al menos era un enemigo y no una puerta, como en el Canvas jeje

Saludos amigo! :D

 

 

Gran capítulo, muy bien representado en tu fic, como siempre un gusto leerte, Shaka al fin cercano a los dioses y Saga un poco confiado y orgulloso! Veremos luego lo que se viene si en las ovas tuvo mucho sentimiento igual lo sabrás representar al igual que la muerte del toro en Poseidón! Saludos y esperando mas caps!

Muchas gracias Cannabis. Ojala pueda representa esa epicidad, es el gran desafío, acercarme un poco a la majestuosidad de las 13 OVAs de Santuario. Me alegra que recuerdes lo de Alde, pues sigue siendo uno de los capítulos que más valoro. Saludos, amigo :D

 

Ahora... un capítulo del que estoy tremendamente orgulloso.

 

 

SHAKA III

 

—Shaka… ¿me oyes? Shaka… ¿por qué estás tan triste? Shaka…

Había escuchado esas palabras muchas veces, cuando aún vivía en el templo, acunado por monjes, cortejado y alabado por todos, cuando tenía todo lo material que quería y lo entrenaban para ser un dios… pero sus emociones eran selladas.

Por ello, solo tenía algunos pocos lugares e instancias para llorar, cuando los monjes lo dejaban solo para realizar sus propias oraciones.

Eres solo un pequeño niño… ¿por qué estás tan triste? ¿Qué haces aquí sentado cada día mientras la luz del sol arde fuera de este templo?

Esas eran las palabras del Iluminado, con el que platicaba sobre la vida. Aunque hubiera tenido algunos maestros terrenales, no había aprendido con ninguno de ellos tanto como con el Buda Gautama.

—Hoy encontraron casi treinta cadáveres más flotando en el río —respondió en una ocasión. El Ganges quedaba a muy poca distancia de su sitio de oración, donde los otros niños no podían entrar—. En la orilla había aldeanos aglomerados venidos de toda la India para dedicarle sus oraciones a los espíritus… pero era como si ellos valoraran la muerte por sobre la vida.

Explícate, Shaka…

—No lo sé… los cadáveres no eran diferentes a los que venían al baño ritual. ¿Por qué alguien querría simplemente morir? Este país está lleno de pobreza, a veces algunos no tienen el menor bocado para llevarse a la boca, y se adentran en el Ganges para deshacerse del hambre. —Se largó a llorar, aún recordaba cómo las lágrimas caían sobre su decorada túnica blanca—. ¿Para qué vive la gente si solo va a sufrir?

¿Solo eso es lo que te entristece?

—¡Por supuesto! ¿Quién en su sano juicio anhelaría una vida con solo dolor y sufrimiento? ¿Una que valore la muerte solo como escape a la vida?

No es el único sentimiento. El sufrimiento presupone lógicamente su ausencia, lo que es la alegría. De un estado se pasa al otro en un ciclo de sensaciones. Incluso las más hermosas flores tienen un fin, cuando se marchitan en las manos de justos y no justos. A todo ser vivo en este mundo le llega su hora, pues la rueda gira una y otra vez. Todo muta, es una condición inherente a la del ser humano y la vida misma.

—¡Pero al final gana la tristeza! ¿De qué sirve pasar por tantos cambios si al final a todos nos llega igualmente la muerte? Incluso si deseamos superar el dolor y buscar el amor, la felicidad y la compasión, el resultado es el mismo, un manto oscuro y silencioso… ¿¡Para qué nacer, entonces!? ¿Solo venimos a morir, a acercarnos a lo inevitable y eterno tras la vida?

Te olvidas de algo importante, Shaka… Te olvidas de ello.

 

01:20 hrs. 16 de junio de 2014.

—De ello —musitó Shaka, rememorando, mientras cercenaba cuatro sentidos de los Espectros. Cuidó de dejarles la vista, la audición y el habla de manera individual, para comunicarse mejor después. Lo necesitarían, si llegaba a ocurrir lo que tenía que ocurrir, por el destino de las estrellas.

Por supuesto, llegaron a la conclusión lógica sin necesidad de que les dijera. Eran Santos de Oro y conocían los secretos del Cosmos. Sabían, desde incluso antes que Shaka, sobre la Exclamación de Atenea, pues eran mayores que él.

Su jardín era un desastre. Las plantas se habían congelado hasta la muerte por culpa de la Ejecución Aurora, y la Excálibur había creado fisuras en la tierra donde nunca más crecería algo. De todos modos, ¿cuánto más necesitaría de aquel jardín, su lugar de reposo final? ¿Cuán importante era lo material del mundo vegetal? Al final, todo era alcanzado por el tiempo, tarde o temprano, incluyendo al concepto de la vida.

Al frente, Saga, Shura y Camus lloraban lágrimas de sangre, que probablemente no les hacía sentido. Algo ocultaban, y ni ellos eran consciente de ello. Pero Atenea sí lo sabía, su entrenamiento rendía frutos, estaba llegando a conocer los misterios del Cosmos como diosa, y Shaka había tenido el honor de guiarla por su recorrido. Siendo joven, pensaba en hacerlo de todas formas, aunque en aquel tiempo le habían dicho que era una diosa tímida que no dejaba que nadie más la viera, aparte de doncellas y del Sumo Sacerdote. Para tantos elogios que había recibido durante su efímera vida, era bastante ingenuo, pensó Shaka. Con una sonrisa.

Camus expandió su aura helada, a pesar de la pérdida de cuatro de sus sentidos, solo con la mente. Eso les permitió a él y sus compañeros frenar temporalmente, de alguna manera, la presión de la Rueda Divina. Camus consiguió ubicarse a la izquierda de Saga, de perfil, arqueando los brazos; hacia arriba el zurdo, y hacia abajo el derecho. Shura, al otro lado, hizo lo mismo como en un espejo, ayudándose con la potencia de sus brazos, que ni la diosa Atenea podría bloquear eternamente.

En todo caso, ella había dejado de involucrarse. No le correspondía interferir con el destino, ni siquiera a ella. Además, tenía que saber también que había cosas en las que, por su estado mental, no le convenía interferir… ellos habían sido sus Santos. Saga había dado la vida frente a ella.

Aunque pagara con la vida, Shaka sabía que era su deber disminuir la carga de su diosa, a la que había jurado fidelidad eterna. Ella, que gritaba su nombre directo a su Cosmos cuando él bloqueó su presencia en aquella batalla, sería la encargada de descubrir el secreto de los Espectros, los motivos detrás de la conducta de Saga, la influencia del dios Hades y el rol de los Santos en la Guerra Santa. Shaka era solo un soldado más que la ayudaría… así que se despidió del jardín que con tanto ahínco había cuidado por casi veinte años. No sería tan rápido como para eliminar el quinto sentido de esos enemigos… a los que, al menos, había conseguido debilitar para que no fueran un riesgo, mientras no se descubriera la verdad.

 

Los tres ex Santos derramaban lágrimas de sangre mientras, a la velocidad de la luz, adoptaban la postura de la trinidad. Shura y Camus canalizaban su poder, con una mecánica y metodología que solo los Santos de Oro conocían, en las manos de Saga de Géminis, al centro. Lo que ellos veían era una figura ilusoria de Shaka, de pie, con el rosario en mano, privándoles de sentidos, cuando la verdad era que Shaka había estado sentado bajo los árboles de sala, bañado por sus pétalos, por casi un minuto. Eso era más importante. Debido a los cortes que le causó Shura, tenía mucha sangre con la que escribir… y de todas maneras, el ataque lo alcanzaría.

Si calculaba bien, nadie más saldría herido, pero el Templo de la Doncella no aguantaría en pie frente a la Exclamación de Atenea. Esperó que Muu y Aiolia estuvieran lejos del impacto, que no se apresuraran en su ayuda. ¿Debió haberles explicado la situación antes? Quizás Muu lo entendería, pero el León habría impedido el destino de las estrellas con todas sus fuerzas. También el Escorpión, que estaría furioso. El mismo Carnero, si lo pensaba mejor, no vería con buenos ojos su decisión, después de que ninguno de ellos pudiese hacer algo para evitar el deceso de Aldebarán. Sin embargo, a todos ellos los extrañaría.

Eso era lo que los humanos denominaban amistad, una fuerza misteriosa que se comparaba al amor, y que dotaba a los seres humanos con la habilidad de obrar milagros y de esforzarse y obtener poder más allá del límite físico en nombre de otros. El Cosmos, el don supremo del universo, podía manipularse a través del control del ser, las aptitudes y el contexto particular, pero también de emociones y sentimientos.

—¡Despídanse del quinto sentido y desaparezcan! —gritó a través de los labios de la ilusión que había generado, que también se esfumaría. Así de efímera era la vida, de la cual el último resquicio era siempre el recuerdo.

—¡Explota, Exclamación de Atenea! —gritaron los tres al unísono en sus mentes, y su poder era tres veces más veloz que cualquier movimiento que ejecutara Shaka. De todos modos, atrapando a tres hombres como ellos a la vez, era lógico que a esas alturas, pocos segundos después de empezar, se volviera más débil y lento. Shaka oyó un grito de desesperación debajo de aquel clamor de batalla, pero solo fue una vez, y le siguió el tenebroso pero piadoso silencio.

—Las flores se marchit… —consiguió decir la ilusión de Shaka, antes de que la ola lo alcanzara. En tanto, para el verdadero más atrás, el tiempo se había vuelto más lento hasta casi detenerse. Era el canto final de la obra de su vida, en la que tanto había sufrido, por las que tantas situaciones había pasado, y en la que a tantas personas maravillosas había conocido.

Delante de él, al pie de los árboles, el Santo de Virgo contempló la proverbial e inverosímil forma de una explosión negra, cuyo tamaño se incrementaba a la vez que destruía incluso las partículas de aire, cuya velocidad se elevaba progresivamente, y cuyo color cambiaba al del fuego.

 

Te olvidas de algo importante, Shaka… Te olvidas de ello.

—¿Olvidarme de qué? —le había preguntado en esa ocasión al Buda Gautama. Pero este le había respondido algo diferente a lo que ahora escuchaba, en su memoria. ¿Acaso aún podía hablar con él, al borde de su vida? ¿Era el fin?

El mismo Buda le contestó, mientras la potencia de la Exclamación de Atenea le comenzaba a quemar la carne.

La muerte no es algo definitivo ni el final de todo. En este mundo lleno de sufrimiento, maldad y desolación, ha habido personas dignas de llamarse “Santos”, que han superado a la muerte. Solo necesitas comprenderlo, Shaka, la gente no necesita sufrir en la vida y culminar aquel ciclo de sensaciones; la nada es solo una excusa, la emoción humana está más allá de ello. La muerte es un sufrimiento más, otro paso transitorio que compone el ser, que permite el renacimiento y el ciclo de renovación. Sin embargo, si consigues comprender la Verdad… Shaka, si consigues entender el significado de la muerte, podrás superar sus barreras. Si verdaderamente eres capaz de convertirte en lo que deseas y alcanzas el estado de Iluminación, te volverás el hombre más cercano a los dioses… y serás invulnerable a la no dualidad de la vida y la muerte.

 

¿Lo comprendía? ¿Había llegado a entender algo así? Que la muerte y la vida no eran opuestas… que la realidad y el yo eran manifestaciones ilusorias… que el fin era el principio del todo en un ciclo infinito, sin límites.

Alaya, la octava consciencia. Era innecesario pensar en la vida y en la muerte como conceptos separados, pues estaban ligados al uno. Solo debía morir… era la conclusión lógica a la que había llegado. Mientras se despedía de su armadura, que apenas aguantaba el impacto, se preguntó si sentía miedo. O desesperación, por dejar atrás lo que llamaban vida, y abandonar la banalidad de los sentidos.

De inmediato, Shaka se dio cuenta de que no temía. Durante el estado de vida, más allá de su falsedad ilusoria o realidad sensata, había algo que no podía negar: había conocido la maravilla único del universo, del planeta Tierra, de la gente que lo rodeaba y sus eternas sonrisas. De pronto, al pensar en ello, la luz negra despedida por la gran Exclamación de Atenea se tornó blanca. No sintió dolor. El fuego se incrementó.

Esa era la Verdad, frente a sus ojos. Estaba más allá de lo que percibía, residía en el fondo de su corazón. El sufrimiento era insignificante en comparación, pensó Shaka, mientras se despedía de sus compañeros, entregándoles un mensaje espiritual, un residuo de Cosmos que… en realidad, mostraba lo feliz que había sido durante su vida. Terrenalmente feliz.

En ese preciso instante, cuando la luz lo cubrió por completo, soltó los pétalos manchados de sangre de sus manos, que se calcinaban. Miró al cielo con asombro, pues nada se comparaba a su belleza, o a la de las flores. Sonrió.

—Viento… llévale este mensaje a Atenea de mi parte, por favor.

 

Ya no había cuerpo, ni verde prado, ni roja sangre, ni azul cielo nocturno. Solo una conciencia que iba más allá de la muerte y la vida. Una persona que había sido reconocida como un Santo, y que había servido a Atenea con todas sus fuerzas. Lo último que vio fue el rosario de 108 cuentas, de las cuales diecisiete estaban manchadas de negro infinito. Lo último que escuchó fue el viento llevándose a su mensaje de despedida. Lo último que pensó… fue en las palabras que su alma inmortal dictaba.

 

Las flores brotan y se marchitan.

Las estrellas brillan y se extinguen.

Este planeta, nuestro sol, nuestra galaxia…

Incluso el inmenso universo, tarde o temprano, cesa.

 

Lo mismo sucede con la vida de las personas.

Aunque, en comparación con esa enormidad…

…la vida dure menos que un suspiro.

O un abrir y cerrar de ojos.

 

En su estadía en la Tierra, los seres humanos nacen.

Se ríen. Lloran. Sufren. Se regocijan. Se lamentan.

Odian a muerte. Experimentan el amor y la felicidad.

Y luego, son abrazados por el manto de reposo eterno.


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#651 Cannabis Saint

Cannabis Saint

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Publicado 14 septiembre 2018 - 10:51

Muy bueno, como siempre un gusto leerte, para leer este capítulo me falto poner el ending de las ovas Hades, un poco corto pero Excélsior! Jaja saludos y que ganas de leer mas capítulos!

#652 -Felipe-

-Felipe-

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Publicado 22 septiembre 2018 - 21:40

Muchas gracias, se trata de seguir mejorando nomas :D

 

Saludos.

 

 

SAORI II

 

01:30 hrs. 16 de junio de 2014.

La llama de Virgo se había extinguido, a la vez que la que marcaba la vida de su valiente guardián.

¡¡¡Shaka!!! —gritó Saori con todas sus fuerzas, tras caer de rodillas en el piso de piedra, producto de la explosión que remeció todo el Santuario. ¿Pero qué había estado pensando al permitirle algo así? ¿Qué clase de diosa era si concedía a los Santos el derecho de morir por ella, así sin más?

—¡Señorita Atenea! —dijo Megara, corriendo a socorrerla. Fue la única que logró mantenerse de pie, pues las otras tres chicas yacían en el piso, temblorosas.

—Señorita, ¿está bien? —preguntó Sophía, desde el suelo. Se apoyó en una de las columnas para levantarse, y ayudó a Phedra, que estaba cerca del agujero humeante que había causado Saga con su Cosmos.

—¿¡Qué fue lo que pasó!? —exclamó Europa, con los ojos llorosos. Ella debía presentir la verdad, debido a su reciente pasado.

—Shaka… ha muerto —dijo Kanon, con cierta ceremonia, ayudando a Saori a levantarse, pero sin mirarla a los ojos todavía. Él no se sentía digno, pero en aquel momento podían compartir un sentimiento—. No puedo creerlo… Saga asesinó a Shaka. Me negaría a creerlo de no ser porque no hay duda alguna de que el Cosmos de Virgo se ha esfumado.

—Sí —contestó Saori. Shaka se había ido, cumpliendo con su larga misión, sin avisarle a nadie más que a ella que haría lo que haría, porque era el destino que habían marcado sus estrellas. Una mentira. Otra forma de decir que no le quedaba de otra…

Le había advertido que haría eso, y ella no lo detuvo. ¡Lo dejó morir! Solo para terminar de una vez con todo ese ciclo de Guerras Santas.

 

Shaka de Virgo la había guiado muchas veces, le había hecho leer todo tipo de libros durante esos meses, le había educado en los deberes de la diosa Atenea, le había informado sobre cosas que había averiguado, respecto a las razones de que las Guerras Santas terminaran a su favor, y le había hablado largamente de sus reencarnaciones anteriores. Saori ni siquiera tuvo tiempo de hablarle en profundidad sobre la extraña conversación que tuvo con su propia madre, la diosa Metis, pero sí para permitir al Santo de Oro de Virgo sacrificar su vida por una maldita estrategia de guerra.

—Megara, ¿cómo está todo? —le preguntó a su rubia doncella, para distraerse y dejar de pensar en lo ocurrido momentáneamente. Debía actuar como si la muerte de Shaka la hubiese tomado por sorpresa, y al mismo tiempo como si no importara tanto, pues había cumplido con su deber. ¡Qué horrible era tener tanto liderazgo!

—Se cayeron algunas copas, mi diosa —contestó Megara, tras regresar de las habitaciones de Atenea. Kanon miraba hacia abajo, desde afuera del templo—. Nada más que eso, creo. El impacto no fue tan estruendoso aquí.

Se suponía que debía comunicarse telepáticamente con los Santos de Oro y con Shaina, como el mismo Shaka le había pedido, pero no se sentía emocionalmente capaz. ¿Qué tenía que hacer en un caso así?

—¿Kanon? —Saori se reunió con el nuevo Santo de Géminis en la entrada del Templo Corazón.

—Creo que solo el Templo de la Doncella fue afectado, no queda nada de este. El humo se extiende por los alrededores, llevando un sinfín de pétalos de distintas flores quemadas—. Kanon bajó la mirada otra vez, cuando Saori la captó con la suya. Estaba avergonzado. —Pensar que Saga llegaría a algo como esto…  No lo entiendo. Parecía estar en sus cabales. ¿Por qué haría algo así sin necesidad? Ese tipo… tampoco Shura, y aunque lo conocí menos, creo que tampoco Camus se venderían a Hades y matarían a un compañero así como así.

Phedra y Europa le dedicaron una mirada de furia al Santo de Géminis, a quien todavía no aceptaban enteramente; la primera porque era demasiado joven, la segunda porque sufría aún con la pérdida de Aldebarán. Él parecía el culpable de muchísimas tragedias… y en cierta forma, lo era. Pero Saori había visto más allá, y Milo también. No parecía estarse burlando de la situación, ni quería sonar hipócrita. Sophía y Megara no parecieron hallar la hipocresía en el comentario de Kanon, y Saori agradeció eso.

 

Sin embargo, ninguno de los cinco entendía lo que de verdad pasaba de fondo, y Saori no podía decírselo a nadie. Estaba plenamente segura de que Saga, Shura y Camus no la traicionarían jamás… pero era evidente que no estaban actuando y que buscaban realmente cortar su cabeza. Algo oculto se hallaba en sus mentes, algo que ni siquiera Shaka pudo encontrar, pero ambos sabían que existía.

Debido a eso, Shaka decidió debilitarlos lo más posible, eliminar sus sentidos con ayuda de la técnica que ambos habían desarrollado en secreto, obligarles a utilizar la Exclamación de Atenea que ella había prohibido en alguna época pasada, y mostrarle a Hades que tenía la ventaja, para buscar un punto débil. ¡Y ella todavía no veía alguno, no podía enfocarse en ello!

¿Cuáles eran las alternativas? Ambas parecían lógicas a la vista de cualquiera con dos dedos de frente. Podía haber seguido usando su Cosmos junto a Shaka para dejar a esos tres Espectros como vegetales, tirados sin consciencia sobre el jardín de los salas gemelos hasta que su vida se acabara o Milo terminara con ellos. Pero, más allá de que Shaka le impidiera el paso después de activar la Danza de la Rueda Divina, Saori no quería que murieran… ¡no cuando estaba tan segura de que ellos no dejarían que Hades les obligara a trabajar para él!

Shura había dado su vida para salvar a Shiryu. Camus le enseñó a Hyoga los secretos del Cero Absoluto a costa de su alma. Saga se suicidó frente a ella, llorando y rogando el perdón antes de que su corazón dejara de latir, arrepentido de pecados que nunca cometió conscientemente. No quería matar a esas personas, y por ello se le podía considerar por siempre una pésima diosa. ¡Todo el mundo se burlaría de esta reencarnación de Atenea por su débil corazón!

La otra alternativa era que Shaka les privara de sus sentidos antes de dejarse matar. Que Shaka siguiera viviendo, y que nadie hubiese usado aquella técnica siniestra y cobarde. El problema, claro, era que el Santo de Virgo deseaba morir… se había decidido por esa ruta mucho tiempo atrás, y horas antes había terminado de confirmar sus sentimientos. Quería alcanzar la Iluminación, dominar los secretos de su alma tras una batalla que él mismo decidiera, antes de ir al Más Allá. ¿Cómo podía ella privarle de algo que, en la antigüedad, los guerreros deseaban tanto? ¿La gloria de la muerte en combate?

¡Pero no estaban en la Grecia Clásica! Era el siglo XXI, y ella había actuado con una ingenuidad, y falta de cerebro y corazón increíbles. Debió detenerlo, incluso si el plan estaba saliendo a la perfección.

—Diosa mía, mire eso —advirtió Sophía, la más prudente de sus doncellas, indicando con el dedo una de las ventanas del Templo Corazón. Una corriente de aire intensa pasaba por allí, junto a un remolino de preciosos pétalos que no habían sido quemados. Conservaban un hermoso color rosa, como decían que eran los ojos de Sion de Aries, y emitían un aromático perfume que inundó todo el salón.

Saori las tomó al vuelo, todas ellas, pues parecía que se dirigían directamente hacia sus manos. En ella había palabras escritas en sánscrito, que solo ella y Shaka (y tal vez Muu) podían hablar, pues el segundo se lo había enseñado a la primera; así, solo ella podría leer el mensaje. El testamento que Shaka de Virgo había escrito con su propia sangre antes de morir, tal como le había advertido que haría horas antes. Al leer las primeras palabras, no pudo evitar ponerse a llorar.

Alaya, decía en uno de los pétalos.

Anima mundi, rezaba en otros.

Muerte y Vida no son opuestos, salía escrito en varios, con distintas letras.

Muerte. Vida. Muerte. Vida. Alaya. Verdad. Alma. Siempre en sánscrito.

La palabra cuello también. Esa era una de sus visiones en Delfos, la de ángeles enfrentándose a demonios con lágrimas rojas, mientras su cuello era cortado. Se lo había contado a Shaka… todo.

Misopethamenos, era uno de los dos mensajes escritos en griego. El otro era un trueno que hizo crujir su corazón.

Physis, aparecía como un fantasma en el último pétalo, haciendo que Saori se llevara una mano al pecho, aterrada como una niña, sin dejar de derramar lágrimas ante las miradas silentes, pero llenas de pavor, de sus cuatro doncellas. Ahora sabía lo que tenía que hacer, pero eso no lo hacía más fácil. Después de la visita al oráculo de Delfos ya había sucumbido a esas sensaciones y emociones, poco antes de que una flecha de Aiolos se clavara en su pecho. Estaba preparada, pero seguía siendo una niña con miedos, no podía evitarlo. ¿En qué podía pensar para darse ánimos y fuerzas, y enfrentar su destino por el bien de una humanidad que no eligió proteger?

 

La respuesta era egoísta, pero evidente. Varios rostros conocidos emergieron en su mente, la de muchachos que se habían arriesgado tanto por ella, que conocía desde que era una infanta caprichosa, y que hacían todo lo posible por ir en contra de sus reglas. En particular uno de ellos, cuyos ojos imaginaba cada noche antes de irse a dormir, lo que maldecía, y al mismo tiempo no quería abandonar.

Pero confiaba en ellos, y sabía que ellos confiaban en ella. Por eso le entregó a Hyoga la misión de buscar ese barco del que había investigado tanto mientras recorría el mundo para ayudar a la gente que había sufrido con el diluvio. Esperaba que le tomara más tiempo, pero obviamente había conseguido el paradero en tiempo récord, y ya estaba involucrado en la batalla, junto a Shun, Shiryu y… aquel chico de sonrisa traviesa. ¿Comandaría él aquel Navío de la Esperanza? Conociéndolo, era imposible que no quisiera tomar el timón.

Según había investigado, la madera de ese barco había sido sacada de un árbol del Olimpo, y protegía a sus tripulantes de la influencia de Hades, mientras estuvieran al interior. Pero… al mismo tiempo, tampoco quería que nadie más se arriesgara así.

Más aún, ella misma estaba tomando un riesgo. Cuando Seiya descubriera lo que tenía planeado, se pondría furioso. Incluso la odiaría, tal vez, y lloraría por ella, igual que Shun y los demás. Pero no tenía más opciones. Lo decía el mensaje. Physis.

—Kanon.

—Sí, mi diosa —asintió el guerrero, arrodillándose ante ella de inmediato.

—Necesito que me hagas un favor.

—Haré lo que usted me ordene. —Claro, no eran favores, sino órdenes. Era la maldita diosa Atenea, ¿cómo olvidarlo? De todos modos, no tenía tiempo ni ganas de razonar sobre ello, con lo afectada que estaba.

Si no le decía lo que necesitaba decirle, se arrepentiría, y la muerte de Shaka sería completamente en vano. Saori le hizo un gesto a Sophía, que rebuscó en su bolso de inmediato lo que Atenea le pedía. Kanon esperó respetuosamente. La doncella le entregó un objeto precioso de cuentas multicolores.

—Toma, Kanon. —Saori le ofreció el rosario del Sumo Sacerdote, el que Shun había robado a Saga con su cadena, y que luego Muu había utilizado para bajar el cadáver de Sion del Monte Estrellado. Saori lo había conservado para entregárselo a Dohko cuando éste tomara su lugar como Sumo Sacerdote, pero no se habían reunido en persona—. Ve al Ateneo, ubícate frente a la Estatua, y concentra tu Cosmos en este rosario. Te permitirá ir hacia el Monte Estrellado de forma automática, sin la necesidad de subir. —Ya había probado ese truco con Muu antes, y había funcionado. No sabía si podía usarlo en cualquier otra parte, pero no tenía tiempo para improvisar.

—¿E-el Monte Estrellado? —Kanon se puso a sudar, y el rojo cubrió sendas mejillas. Era el lugar que tanto había deseado cuando era más joven, cuando Eris lo manipulaba con facilidad—. P-pero, diosa mía, n-no puedo…

—Confío en ti, Kanon. Tu hermano utilizaba este rosario para abrir las puertas al Monte Estrellado, ya que como sabes, es imposible escalar hasta allí. —Claro, Marin había realizado esa hazaña, pero era mejor no mencionar algo que a todas luces era inexplicable—. Necesito que entres al templo que hay en la cima, y traigas algo para mí. ¿Podrás hacerlo?

—¿A-algo? ¡Oh! —Kanon bajó la cabeza, nervioso y asustado. Sus demonios internos le dificultaban ir al lugar que representaba sus anhelos prohibidos, pero a la vez, chocaba con su deseo de expiar culpas, y de ser un digno Santo de Oro—. Sí, lo puedo hacer, Atenea. Dígame qué es lo que necesita, y lo traeré de inmediato.

—Usa el rosario al borde del risco, y regresarás a la estatua, Kanon, te concedo el permiso para ello. —Saori impregnó con un poco de su Cosmos una de las joyas, y lo depositó en las manos cada vez más firmes del Santo—. En ese lugar hay un viejo mueble de madera blanca, con un espejo. Detrás del espejo, encontrarás una caja con grabados dorados y la inscripción de mi nombre.

—U-un momento… mi maestro Nicole me habló de eso, y también estaba en mis… en mis planes. N-no me diga que… No. —Kanon pareció tentado a llevarse una mano a la boca, pero en su lugar aferró con fuerza el rosario.

—Lo sé, Kanon. Sé que sabes muy bien de lo que hablo, y también de tu plan. Pero, como te dije, confío plenamente en ti.

—¡Atenea, no puede hablar en serio! ¿M-me está pidiendo la…?

—Sí —sentenció Saori—. Tráemela. Es momento de devolvérsela a Saga.


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Publicado 29 septiembre 2018 - 15:13

AIOLIA II

 

01:33 hrs. 16 de junio de 2014.

Lo primero que hizo fue confirmar que los cuatro jóvenes Santos de Bronce estaban bien. El remezón había sido muy intenso y estruendoso, y los habría arrojado volando de no ser por el Muro de Cristal de Muu. Más allá de eso, no quería creer que había pasado lo que sabía que había pasado. ¡No podían haber caído tan bajo!

Sin embargo, la gran nube de humo que se había levantado más arriba indicaba otra cosa. Indicaba que esos tres imbéciles habían cometido el pecado máximo, habían hecho uso del tabú, se habían vendido definitivamente a Hades, y habían cometido el crimen de asesinar a… no. No lo creería hasta que lo viera con sus propios ojos.

—N-no lo entiendo —dijo Seiya, expresando los pensamientos de Aiolia, con un temblor en la barbilla—. ¿Saga y los demás… mataron a Shaka?

—Imposible… no puedo creerlo —sollozó Andrómeda con lágrimas en los ojos, brillantes como sus cadenas. Dragón y Cisne no dijeron nada con la voz, pero sus rostros lo expresaban todo.

—¡Muu! ¡Me adelantaré!

—Espera, Aiolia, piensa con calma —dijo el Carnero. En su cara se notaba la incertidumbre, la rabia y la frustración. Estaba tan afectado como Aiolia, incluso si no quería mostrarlo.

—¡Nada de pensar! —Aiolia derribó una columna con un puñetazo, y se giró. Cubrió su cuerpo con el Destello Relámpago, que le permitía superar sus límites y correr como el destello de un rayo.

—¡Aiolia!

 

En menos de lo que duraba un pensamiento, el Santo de Oro de Leo arribó a lo que alguna vez fue el Templo de la Doncella. Las estatuas de la entrada, dañadas meses atrás por el Cosmos de Ikki, ahora se habían triturado, y eran lo más relevante que quedaba de lo que fue el hogar de Shaka. Los muros y el techo, los pilares, las habitaciones internas, casi todo se había hecho polvo.

Junto a los restos del templo se encontraba lo que antes debió ser un hermoso y magnífico prado florido. Después de luchar con el Fénix, Shaka les había hablado de muchas cosas (en relación a lo nulo que hablaba antes), pero jamás de ese sitio. Era el último secreto de Virgo, y lucía como su centro personal de meditación. Aiolia se preguntó cuánto desconocían de él.

Las flores habían sido quemadas y no quedaban más que cenizas. La excepción era un par de árboles nativos de la India, que se ubicaban al centro del campo. Tenían pocos pétalos intactos, pero los tallos se habían mantenido firmes ante el impacto de la Exclamación de Atenea, de alguna manera.

El Manto de Oro de Virgo se encontraba a pocos metros de los árboles. Estaba armada, pero vacía. Parecía triste, frustrada, defraudada. Se conservaba inmóvil y en silencio, reflejando en su superficie brillante el rostro de tres asesinos, de pie en medio de la humareda, pisando un suelo quemado y maloliente, desprovisto de la fragancia de las rosas. Los conocía muy bien, a pesar de que no los había visto hace tiempo. Habían cometido la osadía de disfrazarse para cruzar el Templo del León, pero contra Shaka habían usado todo su poder, en una batalla que probablemente había sacado lo mejor de Virgo, pues lucían una postura desgarbada, rota, como si les hubieran arrebatado parte de ellos. ¿Acaso sentían tristeza? ¿Culpa?

¡Por supuesto que no! Habían eliminado a Shaka por órdenes de Hades, con la ayuda de una técnica prohibida por Atenea. Esos tres malnacidos eran calaña de la peor clase. Uno de ellos, Saga, se agachó para recoger algo ante la furiosa mirada del León. Era un rosario, similar al que él mismo usaba cuando se hacía pasar por Sion de Aries, otro traidor. En realidad, incluso tras la muerte, Géminis no había cambiado nada, pensó Aiolia.

—¡Saga! ¡Shura! ¡Camus! —los llamó a gritos. Solo el Espectro de Acuario se volteó, y le dedicó una mirada aún más fría de lo usual. Era una mirada vacía, una que expresaba la nada misma.

—Aiolia, espera —intervino Muu, que acababa de llegar. Detrás de él estaban los Santos de Bronce, que se quedaron boquiabiertos ante el escenario que tenían en frente. Hyoga de Cisne perdió parte de su frialdad, y mostró los primeros atisbos de una ira controlada, congelando el suelo bajo ellos.

—Maestro Camus… ¿cómo pudo hacer esto?

El mago del hielo escuchó las palabras de su alumno, y por toda respuesta, se encogió de hombros. ¡Se encogió de hombros, como si fuera cualquier cosa! Hyoga intentó adelantarse, lo mismo Seiya, pero Muu los frenó con sendos brazos. A Aiolia le costaba admitirlo, deseando que los Santos de Bronce recibieran el mismo respeto que los superiores, considerando que los rangos carecían de importancia… pero Muu tenía razón. Esto era un asunto con lo que solo los Santos de Oro debían lidiar, de la misma manera en que ocurriría, por ejemplo, si a Shun le ocurría algo; sería trabajo de aquellos que lo conocían mejor, desde niños, el tratar con ese problema.

A Shaka lo conocían de casi toda la vida. El mismo Aiolia le había visto llegar al Santuario, muchos años atrás, y fue de los primeros en hablarle, tratando de hacerlo sentir bienvenido. Y ahora era evidente que su presencia no estaba, que su Cosmos se había esfumado… Que Shaka había muerto.

El trío de Espectros se acercó a ellos con lentitud y pasos incómodos, débiles y pesados, como si no tuvieran consciencia de sus propios pies. Shura evidenciaba el mismo vacío en la mirada que Camus, y así fue como Aiolia comprendió finalmente que habían sido víctimas de la Danza de la Rueda Divina. Pues, merecían eso y mucho más, algo mucho peor.

Saga se detuvo frente a Muu. A pesar de ser un poco más bajo, Muu le sacaba ahora un par de centímetros, pues conservaba su postura recta e imponente, mientras que Saga se mantenía algo encorvado y agotado. Con la mano empuñada, el Espectro le ofreció a su excompañero el rosario de 108 cuentas que había recogido.

Esto era de Shaka —dijo telepáticamente, y todos pudieron oír su voz, lo que hizo hervir de ira a Aiolia. ¿Qué se creía hablando tan calmado de ello? Esos tres eran artífices de un crimen atroz—. Lo dejó tirado allá. Quédatelo.

—Bien —contestó Muu. Su semblante parecía imperturbable ante el descaro de Saga, pero Aiolia lo conocía bien. Cuando tomó el rosario, un choque de Cosmos se detonó, y el ceño de Muu se torció un poco. Mínimamente, mientras tiraban en silencio de las cuentas. Estaba igual de furioso que Aiolia.

Por cierto, matamos a Shaka —continuó Géminis, logrando que los colores se subieran al rostro de Leo—. Si no quieren ser nuestras víctimas también, háganse a un lado y déjennos pasar. Aunque no lo crean, no tenemos nada en su contra.

Eso fue la gota que derramó el vaso. Su paciencia había llegado al límite.

—¡¡¡Muévete, Muu!!!

Y lo golpeó. Atizó el rostro de Saga con todas sus fuerzas, aplicando el poder de su Rayo Relámpago hasta que escuchó crujir los huesos de su nariz y sangraron sus propios dedos. Lo golpeó tan fuerte que lo arrojó volando de nuevo al césped, más allá de los restos de la puerta con el grabado de flor de loto que pertenecía al Templo, el camino del que Shaka nunca hablaba.

«¿Qué hay más allá de ese portón, Shaka?»

«Solo un lugar para descansar, Aiolia».

Luego, el León dirigió los ojos hacia Shura, que afiló el brazo derecho. Aiolia golpeó velozmente el aire hacia un costado, generando una corriente eléctrica, y luego avanzó hacia Capricornio con ayuda del Destello Relámpago. La Excálibur cortó el aire en dos, haciéndose paso en vertical para hacer lo mismo con Aiolia, pero éste lo evitó rápidamente, con un veloz paso hacia un lado mientras seguía avanzando. Por regla general, Shura nunca fallaba, pero la falta de su sentido del tacto estaba finalmente haciendo mella… era eso, o Aiolia estaba tan lleno de adrenalina que acababa de lograr lo impensado.

Conectó su Rayo Relámpago en el estómago de Capricornio, que se torció entero mientras salpicaba el rostro de Aiolia con su apestosa sangre. En ese momento sintió como el aire antes cortado se enfriaba y escuchó un grito de alerta de Hyoga, pero no tenía importancia. Sabía que Camus lo atacaría por la espalda con su Polvo de Diamantes, pero debido a ello Aiolia había descargado previamente su ataque, tras golpear a Saga. Su Corona Relámpago, que se manifestaba como un circuito eléctrico giratorio y que se destinaba a volver al principio.

Aiolia ni siquiera necesitó voltearse para saber que Camus había recibido de lleno, y por sorpresa, su ataque. Su grito de dolor fue callado por el propio de Aiolia, que era llevado por la ira. El León de Oro tomó entonces a Shura del cuello y lo alzó hasta que se despegó del suelo.

—¡Abre los ojos, Capricornio, y mírame! ¡Será mejor que los demás se levanten y me enfrenten también! —les espetó con su voz más firme.

Aiolia… tu poder es terrible… creo que incluso en buenas condiciones no podríamos enfrentarnos al león despierto —dijo Saga, en su mente. Su rostro estaba empapado de sangre, y había perdido algunos dientes. Probablemente la electricidad que le había inyectado estaba quemándolo por dentro.

—¡Silencio, Saga! Vamos, ponte de pie, y tú también, Camus. Enfréntenme y usen la Exclamación de Atenea como los asquerosos cobardes que son, ¡pues yo seré su oponente! —Golpeó una vez más en el estómago a Shura con el puño izquierdo, justo cuando éste había logrado abrir ambos ojos. El peto de su Surplice se hizo totalmente polvo—. ¡Intenten hacer lo que hicieron con Shaka conmigo, malnacidos!

—Qué increíble es el poder de Aiolia —musitó Seiya, que nunca debió haber sido testigo de todo eso—. Esto es…

—Aiolia… e-espera… —empezó a decir Shura, cuya boca derramaba líquido escarlata—. E-es como dice Saga, a diferencia de los otros Espectros, n-no tenemos nada contra ustedes, déjanos pasar…

—¿Qué? —No podía creerlo—. ¡Repite eso, infeliz!

—Aiolia, solo era… nuestra misión.

—¿¡Qué dices, Shura!? —gritó Shiryu, enfadado como pocas veces. Muu tuvo que detenerlo también, con el brazo—. ¿Cómo es eso de que es tu misión? No puedes justificar esto con algo así.

—Aunque seamos Espectros, no teníamos nada contra Shaka, pero se puso en nuestro camino… —La mirada vacía, ciega de Shura, se clavó en los ojos de Aiolia, casi desafiante, causando que este se encolerizara aún más—. Es la misión que nos entregó Hades, así como… t-tomar la cabeza de Atenea. Siempre he seguido la senda de la misión, así como cuando le arrebaté a un niño la vida de su querido hermano…

—¡No te atrevas a mencionar el nombre de Aiolos! —Sentía que se empapaban sus ojos. Lo que menos esperaba era que Capricornio escogiera ese momento para hablar de ese tema, tantos años después.

—Aiolia, esper… —trató de intervenir Muu, pero Leo lo calló en el acto.

—No, Muu, ni siquiera lo intentes, no me vengas con tu palabrería de paz. Ni como Santo ni como hombre puedo calmarme después de que uno de mis amigos falleciera. Y no pude hacer nada para evitarlo. ¿Y ahora este maldito se pone a hablar de mi hermano? ¡Ni siquiera voy a pensar en tranquilizarme!

—Aiolos era un noble guerrero, pero mi misión fue asesinarlo. ¡Era mi deber como Santo y nada más! Siempre lamenté haberte quitado a tu hermano mayor, Aiolia. Por eso, debes entender…

—¡Cuidado, Aiolia! —advirtió Seiya.

Aiolia de Leo soltó un doloroso y colérico grito, cuando Shura clavó el brazo izquierdo en el costado de su abdomen. A pesar de la incomparable resistencia de la armadura de Oro y de que solo había conseguido meter algunos dedos, el Cosmos inyectado era dolorosísimo. Y peor aún, Aiolia había caído como un imbécil, hasta Seiya se había dado cuenta de la estrategia, basada en la famosa “misión” de Shura, que éste había construido. La falta de Cosmos perceptible sería solo una excusa.

El Santo de Leo le golpeó el rostro con toda la fuerza de su Rayo Relámpago, y Shura apenas consiguió bloquear lo suficiente el impacto con su Cosmos para que su cabeza no abandonara su cuello. Aiolia se volteó y vio a Saga de pie, comenzando a proyectar un ataque (las Gemínidas de Helios, al parecer); Seiya corría hacia él, habiendo esquivado ya a Muu, pero Leo fue muchísimo más rápido, y apartó a Pegaso con un manotazo. ¡Los Santos de Bronce no debían meterse en eso, menos esos cuatro! Había demasiados sentimientos involucrados.

Aiolia atacó con su Rayo Relámpago, aprovechando la electricidad que impulsaba su sistema nervioso. Jamás había usado tanto tiempo seguido el Destello Relámpago, pero no le importaban las consecuencias físicas después de ello. Para su sorpresa, Saga bloqueó con sus manos desnudas el impacto de su ataque, tras anular el suyo propio; su velocidad era impresionante, así como su resistencia.

Pero no era momento de elogiarlo, pues seguía descargando golpes y golpes con su mano derecha, a pesar del dolor en su abdomen sangrante. Saga contraatacó, y ambos se enfrascaron en un pequeño duelo, cuyos poderes chocaban en medio de una gran explosión de Cosmos. Sin embargo, Aiolia ya había previsto la situación, y por eso ya tenía listo el Plasma Relámpago, que expulsó con la izquierda.

El Espectro de Géminis fue arrollado por la red de electricidad, ante los gritos de Seiya y Shun, que pedían que parasen. Eran jóvenes. Incluso con sus hazañas, no podían entender por todo lo que habían pasado.

El aire se enfrió de golpe. Ese maldito siempre estaba en silencio, pensó Aiolia con desprecio. Todos se voltearon. Camus había aprovechado la batalla para reunir su Cosmos, ocultarse detrás de una gran prisión de hielo, recientemente construida, y preparar su mejor ataque, la que mejor uso hacía del aire frío. ¡Ya tenía los brazos alzados sobre la cabeza!

Muu se teletransportó hacia allá, pero sorprendentemente fue frenado antes de que llegara a su destino, y su rostro reflejaba que no tenía la más remota idea de qué acababa de suceder.

El Cisne, sin titubear, pisó con fuerza el suelo, y generó una gran cantidad de púas de hielo que corrieron a través de un sendero hacia Camus, llevado por las lágrimas de decepción, que Aiolia tan bien conocía. Sin embargo, la prisión de Acuario era mucho más resistente y probablemente había previsto que eso ocurriría, por lo que anuló completamente a su alumno, haciendo estallar el hielo hacia todas partes, justo cuando su Ejecución de Aurora estaba lista. Aiolia estaba en su mira… su Destello Relámpago se había apagado, al contrario que el agudo dolor en su estómago. No iba a poder esquivarlo.

 

Cuando Camus de Acuario bajó los brazos, el tiempo pareció correr en cámara lenta. Solo una figura dorada, una mancha velocísima, se hizo lugar a través del hielo y el humo, llevado por una terrible furia carmesí. La prisión congelada estalló en miles de pedazos, cuando el cometa rojo pasó a través de él, cargando consigo al Espectro que los había traicionado.

Aiolia y Muu sabían perfectamente de quién se trataba, y eso complicaba aún más las cosas. Todo se saldría de control ahora que él también había llegado con la sangre ardiendo de ira. El Escorpión de Oro tenía a Camus aplastado en el suelo, con la bota sobre su pecho y su filoso dedo apuntando a su cuello.

—Oh, no…

—¡Milo!

Cuando Camus intentó contraatacar desde el suelo con su mano llena de aire frío, Milo cumplió con su amenaza y clavó su primera Aguja Escarlata en la garganta de su víctima, quien había sido su amigo en el pasado. Luego, prosiguió a disparar, sin mirar, sendos dardos rojos en el pecho de Saga y Shura, que intentaron ponerse de pie como los imbéciles que eran.

—Vamos, dame una razón más. Solo una, para golpearte hasta que seas una mancha de mi sangre bajo mi bota, ¡y pagues por traicionarnos, Camus!


Editado por -Felipe-, 29 septiembre 2018 - 15:14 .

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Publicado 01 octubre 2018 - 22:11

Gracias por los capítulos,,el de Atena muy bueno, la diosa que nunca se desarrolló en el mo, y la encomienda a Kanon, muy bueno, el del Leoncito estuvo muy bueno, la llegada de Milo, la furia del leon y la calma del carnero muy bien desarrollado, genial capitulo! Esperando por mas! Saludos

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Publicado 06 octubre 2018 - 15:47

Muchas gracias por el comentario, Cannabis. Me alegro que te gustara! Saludos :D

 

--

Sé que esta etapa de Mito está resultando demasiado similar al manganime original, y este capítulo en puntual es bastante. Me disculpo por todo eso, y repito dos cosas importantes: Inferno será muy diferente, y Sanctuary está resultando igual porque no hay mucho que desee cambiar de esa obra maestra xD

 

En fin. Otro recordatorio: La Scarlet Needle no funciona como la de Milo: Antares es una opción. Milo puede utilizarla solo si el rival aguanta 14 agujas previas, y si lo desea, puede clavar decenas más. Antares asegura la muerte tras un minuto de sufrimiento.

 

Dicho esto, vamos:

 

 

 

MILO II

 

01:45 hrs. 16 de junio de 2014.

Ahora que los veía con sus propios ojos se le hacía aún más difícil de creer, pero al mismo tiempo le facilitaba el actuar, y la agilidad de su mano. Su sangre bullía con furia desde su corazón hasta su dedo índice, que brillaba con un intenso carmesí como la estrella más brillante de su constelación.

Saga de Géminis, Shura de Capricornio y Camus de Acuario. Un trío irracional y difícil de digerir de traidores endemoniados. Si había algo que Milo de Escorpio no toleraba bien era la deslealtad, pero cuando se daba de esta manera, bajo condiciones tan ridículas e inverosímiles como las que tenía ante sus ojos, entonces se volvía casi vomitivo. Esos tres (y no solo ellos, pues sabía que Aphrodite, Aldebarán, e incluso el Sumo Sacerdote habían estado o aún estaban de su lado) habían asesinado a Shaka, su compañero de Oro. Tal vez no era el aliado más cercano que habían tenido, ni el mejor amigo… pero habían crecido con él, y probablemente nadie en el mundo lo conocía mejor que Aiolia, Muu y él. Lo poco que podía conocerse a un budista apático y a veces irritante… pero que, a diferencia de ellos, estuvo siempre de su lado.

—Lo preguntaré una sola vez, Camus —le dijo al Espectro, cuidando de que su voz se oyera lo más claramente posible—, así que no me hagas repetirme: ¿por qué nos traicionaste? ¡Habla!

Vida eterna… no nos podíamos negar… —contestó telepáticamente, solo a él, con toda la franqueza y maldita sinceridad del mundo, como si fuera un simple cambio de zapatos o camisa. Traicionarlos a todos por vida eterna. Un Santo.

¡No tenía ni un put.o sentido!

—Milo, ¿por qué abandonaste el Templo del Escorpión? —preguntó Muu. No podía ser otro.

—¿Qué clase de pregunta idiota es esa? —Milo pisoteó nuevamente el peto de Camus, hasta que se trituró, y clavó cuatro Agujas Carmesí en sus extremidades para que no se moviera—. Cuando mataron a Shaka no pude quedarme más tiempo en mi puesto, y no hay más enemigos aquí que estos. Me disculparé con Atenea después.

—M-Milo, mi maestro… —se pronunció Hyoga, con la cara llena de fría ira, desprecio, y todavía un poco de compasión y lástima por lo que el Espectro estaba sufriendo. Era todavía joven—. Digo, Camus…

—No intervengas, Cisne, es una orden. —Milo miró por el rabillo del ojo más allá del dolorido Aiolia, descubriendo a Shura y Saga poniéndose de pie otra vez—. Si acabo con estos de una vez, toda esta locura se acabará.

 

Se movió a toda velocidad, corriendo sin parar. Conectó tres Agujas Escarlata a cada uno, lo que sumaba cuatro, con perfecta precisión. Era extraño… sabía que un ataque como ese no surtiría el mismo efecto en ellos que en otros, pues Shaka había anulado su sentido del tacto, por lo que no sentirían dolor. Pero, claro, por un lado eso no significaba que su sistema nervioso no se quemara por los golpes, y por otro, sus ataques estaban resultando tan potentes que tenían a los Espectros como muñecos de goma, zarandeados por todas partes.

Por ahora, mientras no sintieran dolor, podían seguirse poniendo de pie, tal como Shura y Saga estaban haciendo. Para comprobar la extensión de su carencia de tacto, Milo utilizó en ambos su Restricción, y efectivamente los paralizó de pies a cabeza. Eso significaba que su sistema nervioso central seguía intacto, aunque no fueran capaces de percibir la sensación.

Seguidamente, aplicó en ellos cinco Agujas más. Shura y Saga ya llevaban nueve en la cuenta, y Milo no se esperaría como con Kanon. No tenía tiempo que perder.

—Como saben, la Aguja Escarlata es una técnica compasiva, que entrega a la víctima la oportunidad de rendirse antes de la muerte o la locura, durante los primeros golpes. Si aguantan catorce, gano el derecho de utilizar Antares, lo que les asegura la muerte, o podría seguirlos torturando… pero con ustedes no ocurrirá ni lo uno ni lo otro. Ni locura ni más tortura.

Los dos Espectros volvieron a realizar el proceso de ponerse de pie, en total silencio. Sus cuerpos temblaban, y ya salpicaban algo de sangre. Sus miradas estaban desprovistas de toda emoción.

—¿Lo entienden? Cuando reciban las catorce Agujas los aniquilaré sin dudar. Y no les daré opción a rendirse tampoco. —Sin hacerse avisar, los volvió a atacar con toda su velocidad e ímpetu. Cinco más fueron clavadas, y el desangramiento comenzó a hacer efecto. Esta vez no pudieron levantarse—. ¿Lo entienden? ¡Nos traicionaron! Y Shaka… ¿Con matar a Aiolos y a Nicole no tuvieron suficiente?

No queremos hacer el mal… Hades cree que un mundo nuevo comenzará cuando Atenea esté muerta —dijo Camus, que se había deshecho de las Agujas Carmesí con su aire frío. Detrás de él estaban Hyoga y los demás Santos de Bronce, bloqueados por Muu, que ya no quería más guerra. Aiolia dejaba a Milo actuar.

—¿Te interesa lo que quieran los dioses ahora? Aunque no hayas cometido el crimen de esos dos antes, asesinaste ahora a Shaka. Y con Antares, ese evento quedará limpio. —Milo estuvo a punto de desencadenar la fuerza de su mejor técnica, pero la voz fría que tanto detestaba, en su cabeza, lo detuvo e hizo enfurecer.

Y tú provocaste la muerte de Rigel…

Milo le dio un fuerte puñetazo en la cara, y Camus le devolvió lo propio directo al estómago. El escorpión lo azotó entonces con una lluvia de Agujas Carmesí, guiado por un frenesí de ira, que se clavó a lo largo del cuerpo de Acuario. «¿Qué caraj.os te crees, Camus?». El Espectro recibió el ataque de lleno, sin oponer resistencia.

—¿Por qué hacen esto? —sollozó Shun. Sus cadenas parecían incapaces de hacer cualquier cosa—. Todos ustedes deberían luchar por la misma causa, deberían ser compañeros… ¿¡Por qué pelean!?

—Muu, ¿de verdad no vamos a hacer nada? —preguntó Seiya. Muu, como era usual, se mantuvo en silencio.

—Milo, no creo que Camus esté en condiciones de seguir luchando —dijo Hyoga, poniéndole una mano en el hombro. Se notaba fría a través del Manto de Oro, pero no dudaba—. Es un traidor. Lo correcto sería ejecutarlos de una vez.

—Hyoga… —Era como tener a otra versión de Camus a su lado. Uno con menos experiencias compartidas de la juventud, pero con más firmeza y decisión. Uno que no los traicionaría.

¿Traidor? Hablas sin pensar, Hyoga, te lo dije hace tiempo: el corazón es irracional. Se están dejando llevar por los sentimientos hacia mí. —Camus se puso de pie dificultosamente, su interior debía estar ardiendo—. Cada uno sigue las reglas que le son asignadas.

Acuario abrió los brazos, y Milo apartó automáticamente a Hyoga de la escena. Lo que vieron sus ojos fue literalmente una explosión de hielo, cientos de estacas frías que brotaron del cuerpo de Camus, cuyo Cosmos Milo seguía sin poder captar, lo que evitaba que pudiera preverlo mejor. Era como si una marejada congelada amenazara con destruirlo a la vez que lo protegía, un Escudo Congelante[1].

El Muro de Cristal de Muu se manifestó entre ambos contendientes con absoluta precisión de tiempo, evitando que Milo fuera golpeado por las lanzas de hielo. Sin la necesidad de mirarse, Muu apagó la barrera justo cuando Milo terminó de concentrar la estela brillante de varias de sus agujas en la punta de su dedo índice, cuyo Cosmos parecía crecer, formando una esfera de roja luz explosiva. Aunque hubiese deseado más tiempo, reunió la energía suficiente para cumplir con su propia misión.

El Aguijón Cardenal[2] era más brillante que las Agujas, y al hacer contacto con el Escudo Congelante, como si fuera una bomba, hizo explosión. El hielo salió disparado hacia todas partes, la Surplice de Camus se destrozó, y el Espectro cayó tirado sobre una poza líquida, tanto de agua como de sangre.

—¿Terminaste ya, Camus? —Nuevamente Milo le pisó el pecho con la bota. Los labios de Camus se curvaron en lo más similar a una mueca de burla que hubiera visto en su vida, aunque nadie habría podido decir que era una mueca.

Mi misión es tomar la cabeza de Atenea, eso es lo que dicta mi razón… así que, no.

—¡Cuidado, Milo!

 

El aire, que se había conservado tan frío por tanto rato, se calentó de pronto. Muu alertó sobre lo que ocurría demasiado tarde, Milo y Aiolia se voltearon lo justo para cruzar los brazos delante del cuerpo, e intentar cuidar un poco con sus Cosmos a los Santos de Bronce.

Galaxias, estrellas y planetas se manifestaron alrededor, y todas comenzaron a estallar al ser arrasadas por una ola brutal de energía, un fuego inmisericorde que los arrolló a ellos también. Milo, que estaba más cerca del centro de la explosión que los chicos de Bronce, recibió la mayor parte del impacto, pero consiguió proteger a Hyoga y Shiryu, los que tenía detrás. Muu y Aiolia hicieron lo propio con Seiya y Shun.

Todo le daba vueltas, era como si lo hubiera golpeado un camión de cien o mil toneladas de peso, le dolía el cuerpo entero. De no haber sido por la advertencia de Muu y el súbito cambio de temperatura, podría hasta haber sido fatal si se descuidaba. Era la técnica final de Saga de Géminis, el truco capaz de acabar con enormes estrellas. La Explosión de Galaxias.

Cuando los Santos se levantaron, no sin emitir quejidos de dolor, se toparon con la situación ridícula e indeseada en la que probablemente ya habían pensado. La distracción de Saga (si podían llamar distracción a tamaña brutalidad) les había dado tiempo a Shura y Camus para correr junto a él y ubicarse a sus lados. Rápidamente, guiados por el sentido que les quedaba, por el sexto y, principalmente, por el séptimo, formaron la temible posición de la trinidad que todo Santo de Oro conocía y temía recrear, por miedo a perder el honor.

La Exclamación de Atenea. Una vez más utilizarían esa técnica prohibida.

—¡Saga, maldición! —Aiolia hizo el atisbo de atacar, pero un gesto rápido de las manos de Saga lo frenó de inmediato. El calor en lo que quedaba del salón principal del Templo de la Doncella se intensificó.

—¿Qué es esa pose? —inquirió Seiya, y Muu fue el primero en contestarle.

—Esa es la Exclamación de Atenea, la técnica que utilizaron para asesinar a Shaka. Por su inmenso poder destructivo, y porque requiere a tres Santos de Oro usando su poder al unísono, generalmente contra un solo individuo, Atenea prohibió el uso de esta técnica, pero quedó grabada igualmente en los Mantos de Oro.

—Si ustedes hubieran seguido usando las armaduras de Sagitario y las demás en el reino submarino, de seguro sabrían cómo hacerla también —aventuró Milo, que no perdía detalle de los movimientos de sus enemigos, y esperaba el menor flaqueo para atenazarlos con su Restricción.

—¿Una técnica prohibida? ¿¡Por qué harían algo así!?

Sin embargo, a pesar del pésimo estado en que estaban, su concentración era absoluta. Así de grande era su ímpetu de llegar con Atenea y asesinarla.

—A pesar de los golpes eléctricos que recibieron de Aiolia, catorce Agujas de Milo, y la Danza de la Rueda Divina de Shaka, siguen luchando… ¿de dónde viene tanta devoción a cometer un crimen tan atroz? —se preguntó Shiryu, verbalizando lo que todos pensaban.

No nos quedan fuerzas, apenas podemos mantenernos de pie, pero con la Exclamación de Atenea podremos canalizar el inmortal Cosmos de la Gran Explosión, y hacerlo estallar por última vez, si no nos dejan pasar —explicó Saga, que estaba con una rodilla en tierra, entre medio de los otros dos, ligeramente adelantado, canalizando los Cosmos que harían explosión en sus manos.

—Saga, ¿planean ejecutar otra vez una técnica que les priva del honor? ¿No les importa que se borre de la historia todo lo que hicieron?

Ya la realizamos hace un rato, ejecutarla de nuevo no significa nada especial.

—Camus, ¿has perdido la cabeza?

—Cualquier movimiento que realicen, que no sea abrirnos paso, gatillará que ataquemos con esta técnica —los amenazó Shura, cuyos firmes brazos de acero no parecían abatidos ni titubeantes—. Los mataremos igual que hicimos con Shaka.

—Pero… ¿qué diablos les pasa? —dijo Seiya, tan confundido como los demás. Los Santos de Bronce nunca debieron involucrarse en ello, confirmó Milo—. ¿Saga? Juraste lealtad a Atenea, lo mismo ustedes dos… no entiendo nada… ¿por qué desean asesinar a Saori?

Ninguno de los tres Espectros respondió, pero Seiya robó, sin quererlo, su atención el tiempo suficiente para que los tres Santos de Oro hicieran su jugada. No tuvieron que hablarlo ni pensarlo, pues sabían que era la única salida, a pesar de lo idiota que era.

—Saga, ¿te olvidaste de algo? —inquirió Aiolia, ya apostado a la izquierda de Muu, que se inclinó—. Si nosotros hacemos esto contra tres personas, no faltaremos a ninguna prohibición.

—Así es. A este lado también somos tres Santos de Oro, y en este caso, unos de verdad —dijo Milo, haciendo lo propio a la diestra del Carnero, justo frente a los ojos vacíos de Camus.

—No hay alternativa —sentenció Muu, extendiendo los brazos hacia adelante y ubicando las palmas de las manos una frente a la otra. Dos Exclamaciones de Atenea se enfrentarían en ese lugar, y ni un trío tenía como evitar que el otro hiciera otra cosa. A menos que, claro… esos chicos…

—¡Alto, deténganse por favor! —gritó Shun, con el rostro húmedo y los ojos llenos de ingenuidad. ¿Por qué un chico tan bueno había seguido con esa vida, y había terminado en ese punto?

—¿Pero qué clase de estupidez están haciendo? —bramó Seiya con todas sus fuerzas. El muchacho era igual a Milo y Aiolia cuando jóvenes, que probablemente habrían hecho lo mismo que ellos en su situación. Y lo peor era que tenía razón con respecto a la estupidez—. Imbéciles sin remedio, ¡paren esto!

—Si dos Exclamaciones de Atenea chocaran… ¿qué sucedería? —inquirió Shiryu, el más cauto de los cuatro—. ¿Una explosión el doble de fuerte que la que eliminó a Shaka y el Templo?

—No —negó Muu—, la mecánica de la técnica no funciona así; aprovecha y amplifica la capacidad de absorber energía del universo, lo que se traduce en potencial casi infinito. Si dos Exclamaciones de Atenea chocan, su poder no se duplicará, sino que se elevará progresiva y exponencialmente… hasta que haga explosión.

—¿Y eso qué significa? —preguntó Seiya, peligrosamente cerca. Si alguno de los tres se movía, el grupo de Saga tendría ventaja. Cada detalle era esencial.

—Hasta que nuestros cuerpos revienten —explicó Aiolia.

—Supongo que aguantaremos lo suficiente hasta que no solo los templos del zodiaco vecinos, sino que la Eclíptica entera… No. El Santuario entero desaparecerá.

—¡Muy bien, suficiente! —interrumpió Hyoga, desprovisto de toda frialdad. Movía los brazos a todos lados, incapaz de comprender por qué eran tan estúpidos. Milo lo sabía perfectamente, pero es que no tenían otra opción—. ¿Por qué hacer algo así entonces? ¡Saga! ¡Muu! ¿Por qué hacer algo que destruirá todo? ¿Por qué llegar a un punto así?

Milo captó perfectamente la sonrisa sobrada de Saga.

Porque antes perdieron la oportunidad de liquidarnos, y con nosotros en esta postura, solo tienen esa salida. Pero es perfecto, si con esto destruimos el Santuario entero, Atenea también morirá, y nuestra misión será cumplida.

—No importa si somos destruidos también por eso —añadió Camus.

—Recibiremos la vida eterna. De todas formas nosotros ganamos —culminó Shura el ridículo discurso.

—¿Eso es lo que creen? —dijo Aiolia.

—Seiya, Shiryu, Shun, Hyoga, apenas ejecutemos la técnica tendrán tan solo unos minutos, no más de una hora hasta que nuestros cuerpos dejen de resistir y las armaduras de Oro mueran. Corran con todas sus fuerzas hacia el Templo Corazón, no importa quién llegue primero; tomen a Atenea, y salten con ella lo más lejos que puedan de la montaña. Váyanse lejos y no regresen.

—Nunca miren atrás mientras corren —añadió Milo, dando peso a las palabras de Muu—. Protejan a Atenea con sus vidas, den todo por lo que significa.

—Seiya, cuento contigo —terció Aiolia, mientras su Cosmos, en comunión con los de sus compañeros, se encendía y ardía como llamarada dorada. Era momento de entregar sus corazones.

—Ya hemos perdido mucho tiempo hablando —escupió Shura.

No lo lograrán a tiempo —secundó Camus, con toda frialdad.

Se acabó —finalizó Saga. A su alrededor bailaba una enorme llama oscura, el aura de un asesino.

—No, esperen… ¡Alto! ¡ALTO!

—¡Largo de aquí, Santos de Bronce!

A pesar de lo que los separaba, los muertos y los vivos se conocían desde que eran muy jóvenes a la perfección. Una mirada al unísono les bastó para descargar toda la ira de sus Cosmos, todo su poder en conjunto, concentrado en un punto al centro de lo que fue el Templo de la Doncella. El impacto de ambas Exclamaciones de Atenea generó un terremoto que, de todos modos, no les hizo tropezar, pues sus convicciones eran más firmes.

Lo que estaban haciendo era una estupidez. Milo y los demás perderían muy pronto sus vidas, por una idiotez que arriesgaría todo, dejando el trabajo en manos de unos chicos que ni siquiera debían estar en el Santuario. ¿Acaso eso significaba ser un Santo? Si era así, entonces con mayor razón la siguiente generación debía seguir viva, para reparar los errores de los mayores.

Por supuesto, no dejaba de ser una reverenda estupidez, dirigida por aquellos ardientes sentimientos que guardaban en sus corazones.


[1] Freezing Shield, en inglés.

[2] Cardinal Stinger, en inglés.


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Publicado 20 octubre 2018 - 15:47

SHIRYU III

 

02:00 hrs. 16 de junio de 2014.

Jamás, en toda su vida, había sentido un poder así de inmenso, generado por humanos. Jamás, en toda su vida, había sentido tanto miedo ante un Cosmos. O dos, en este caso. Su maestro jamás le había hablado de algo así, algo tan tenebroso y, a la vez, tan espectacular como el Dragón Celestial.

La técnica prohibida de la Exclamación de Atenea había sido capaz de desintegrar completamente tanto a Shaka como el Templo de la Doncella. Ahora, dos de ellas se habían ejecutado al mismo tiempo, una contra otra, produciendo una enorme esfera de fuego en el centro de lo que había sido el hogar de Shaka, probablemente aún más grande que el mismo. A pesar de que el grupo de Saga estaba debilitado físicamente, su Cosmos había sido capaz de igualar el ataque de Muu y los otros, lo que significaba que estaban usando toda le energía que les quedaba, y que la mecánica de la técnica les permitía realizar aquella hazaña. No había duda de por qué Atenea había prohibido su ejecución.

Muu, Aiolia y Milo estaban utilizándola de todos modos. Según ellos, el hacerlo contra tres enemigos les liberaba del peso de la prohibición, tanto por equidad de los ejecutantes, como por un principio de defensa propia. Pero, así como Shun apuntó mientras trataba de escapar del calor emitido por la llamarada, que cada vez era más grande, el problema no era que realizaran o no una técnica prohibida, sino el hecho de que, con ella, probablemente destruirían el Santuario entero, con quien fuera que estuviera allí, cuando sus cuerpos no resistieran más.

Es decir, el problema era ejecutarla, en sí mismo. Podían argumentar que era la única salida ante la postura de la trinidad que ya habían marcado Shura, Camus y Saga, que no tenían nada que perder a esas alturas (al contrario, tenían todas las de ganar si con la explosión mataban a Saori), pero lo que Shiryu había aprendido, y lo que Dohko de Libra le había enseñado por tantos años, era que para los Santos no había imposibles, siempre podían realizar un milagro y encontrar una alternativa. No creía que le hubieran mentido, e incluso ante la transformación en estatuas de piedra de sus compañeros, Shiryu encontró la forma de devolverlos a la normalidad. Creía firme y ciegamente en la esperanza que eran capaces de generar los Santos de Atenea.

En tanto, ya era muy tarde, ambas técnicas estaban balanceadas en el centro del salón otrora tan elegantemente tapizado de mandalas y alfombras tradicionales, por lo que el trabajo que les quedaba era llevar a cabo la orden de los Santos de Oro, que era correr con todas sus fuerzas al Templo Corazón, tomar a Atenea y saltar de la montaña lo más lejos posible. Shiryu ni siquiera sabía que eso era posible, debido a la ambientación tan antinatural del Santuario, cuya altura, por ejemplo, era totalmente surreal cuando se estaba en su interior. ¿Dónde caerían si saltaban? ¿Valía la pena el riesgo, y no haber tomado ninguna solución alternativa?

En todo caso, poco podían hacer, pues él y los otros tres Santos de Bronce habían sido arrojados al piso, inmovilizados por la onda flamígera del choque de poder de los seis guerreros. Por supuesto, no dejaba de incrementarse, y a Shiryu le parecía que la única resolución en ese momento era que cualquiera de ellos vacilara tan solo un poco; el equipo al que él perteneciese recibiría toda la fuerza de ambos ataques, y de esa manera el Santuario no haría explosión.

Pero Muu, Milo y Aiolia no sacrificarían sus vidas en vano, si dejaran a aquellos tres como potenciales amenazas para Atenea, incluso en el paupérrimo estado físico en que estaban. Por otra parte, Saga, Camus y Shura no se rendirían; por las razones que fuesen, estaban obsesionados con asesinar a Saori, y era obvio que no había fuerza alguna que los haría flaquear.

La bola de fuego extendió su radio. Shiryu pudo ver a los Santos de Oro ser expulsados hacia atrás, sin bajar los brazos con los que proyectaban su energía hacia adelante, concentrados en Muu. Del otro lado debía estar pasando lo mismo. Arriba, las estrellas habían desaparecido, reemplazadas por nubes brillantes que reflejaban la luz de la colisión. La luna parecía insignificante.

Las ondas expansivas estaban triturando los Mantos de Bronce, arrasando con el suelo bajo sus pies y más allá. Mirando de reojo, mientras intentaba ponerse de pie, Shiryu comprobó que las escaleras que llevaban al Templo de la Balanza se estaban quebrando, generando ruidosos corrimientos de tierra que caían montaña abajo. Era posible que los templos vecinos ya estuvieran sufriendo los efectos destructivos tan solo segundos después del primer impacto. Milo y Aiolia gritaron para darse ánimos, y lo propio hizo Shura al otro lado, apenas audible.

 

¿Qué opciones les quedaban? Si subían, tal vez podrían salvar a Atenea, pero quizás sería en vano y solo tendrían fuerzas para ser arrasados por la explosión. ¿Sería capaz ella de defenderse con su propio Cosmos? Otro «tal vez», pero no le serviría de mucho si no tenía donde poner los pies en caso de que pudiera. Además estaba toda la gente del Santuario, Santos y soldados rasos valientes que luchaban contra los ciento ocho Espectros. Si perecían, ¿de qué serviría que Atenea sobreviviera? Quedaría a la merced de todo ello.

Así que Shiryu fue el primero en ponerse de pie, cuando resolvió todos esos dilemas en su cabeza y llegó a una solución. Su Cosmos hervía, a punto de explotar, y su Manto de Sagrado de Bronce (o lo que quedaba de él) comenzó a despedir breves destellos dorados.

—¡Arriba, chicos! —Liderándolos, extendió ambos brazos hacia adelante, con cuidado de no soltar los pies del suelo, y proyectó su fuego esmeralda hacia la esfera llameante, por el lado de Muu y los otros.

—Tienes razón —dijo Hyoga, imitándolo tras, probablemente, haber pasado por los mismos razonamientos mentales que él—. Es la mejor opción. —Su Cosmos era blanco como el hielo, y de hecho, copos de nieve comenzaron a caer sobre ellos cuando su armadura de Cisne los deslumbró.

—¡Ya entiendo! ¡Eso es, Shiryu! —Seiya no solo se levantó, sino que avanzó hacia la llamarada, y todos pudieron escuchar cómo se dañaban los huesos y músculos de sus piernas. Su cuerpo quedó bañado por la luz.

—¡Oigan ustedes! ¿Qué diablos hacen?

—Les dije que fueran con Atenea, ¿qué hacen todavía aquí?

—¡Si no se marchan, sus cuerpos se harán pedazos! ¡No aguantarán!

A las preguntas de los tres Santos de Oro, a los que apenas podían ver dentro del espacio flamígero, Shun fue sorpresivamente el primero en contestar, que estaba detrás de Shiryu y Hyoga.

—Si la opción para nosotros fuera huir, ¡directamente no habríamos venido!

—Todo esto es una maldita estupidez —dijo Seiya, dando un paso más aunque su armadura se estaba reventando parte por parte—. ¡Nosotros lucharemos hasta el último aliento por nuestros ideales, para hacerles entrar en razón!

La colisión de Exclamaciones de Atenea comenzó a desplazarse hacia el lado de Saga, Shura y Camus, pero todavía no reventaba, solo generó más olas de destrucción que reventaron más el suelo y las escaleras que llevaban a otros lados del Santuario. A un costado, en el jardín de Shaka, los árboles de sala seguían en pie, doblados por la presión generada, pero sin desprenderse sus raíces, aunque el resto de la tierra volaba por todos lados.

—¡Camus, estoy seguro de que aún me oyes! —gritó Hyoga, dando un paso hacia adelante—. No sé qué te sucedió, pero también sé, en el fondo de mi corazón, que lo que el verdadero maestro Camus querría es que lo detuviese de matar a Atenea a cualquier costo. ¡Y eso haré!

H-Hyoga…

Lo mismo digo, Shura —siguió Shiryu, comunicándose a través del Cosmos para que Shura y todos los demás pudieran oírlo—. En mi brazo derecho está el legado de tu espada, la que se alimenta de justicia y perfecta rectitud. Mi fuerza no es mucha… pero haré todo lo posible por darle honor a esta espada, y a mi alma… ¡para frenar a los Espectros!

—Shiryu… ¡tú no entiendes!

Por una centésima de segundo, a Shiryu le pareció ver unas luces azules, más allá de la bola de luz. Parecía que revoloteaban y se alejaban despavoridas, volando a lo lejos. Eran muy similares a…

«Mariposas».

—Si desbalancean la Exclamación de Atenea, ustedes recibirán el impacto y sus cuerpos no los resistirán —explicó por enésima vez Muu. No parecía entender que ya habían tomado una decisión, a sabiendas de las consecuencias. Ni siquiera se les dificultó elegir ese destino.

Eso era ser un Santo.

—¡Seiya, les dijimos que…!

—¡No me interesa, Aiolia! —le interrumpió Seiya, sin titubeos—. El deber de los Santos es proteger a Atenea, ¿no? Pues yo no dejaré que nada le pase a Saori. Pero eso también incluye a la gente que lucha por ella. Aunque mi cuerpo se haga pedazos, ¡nadie más va a morir hoy!

—Eso es lo que creemos, desde el fondo de nuestros corazones —secundó Shun, cuyas cadenas eran eslabones elevados por un vendaval generado por él mismo. Dio tres pasos hacia adelante.

Seiya… están haciendo una estupidez —dijo Saga, también a través del Cosmos. Un silencio de dos segundos le siguió, el tiempo parecía haberse detenido.

—Pues lo mismo puedo decir de ti, Géminis.

—¡Seiya! ¡Hyoga! ¡Shun! —exclamó Shiryu, preparándose para hacer explotar su Cosmos desde su puño, indicándoles con ello el momento exacto en que debían utilizar el poder desatado de su Séptimo Sentido. Si fallaban, todos serían arrasados por la colisión. Si acertaban, al menos Atenea y los que no estaban involucrados en la batalla se salvarían. Era el todo o nada.

—¡Adelante! —gritó Seiya, liberando sus Meteoros, que también habían tomado un tono dorado. Se enfrentaron a las llamas, las atravesaron, y golpearon la base donde estaba concentrada la energía, más allá de Muu y los otros—. ¡¡¡Brillen!!!

—¡Hierve, Cosmos! —El Dragón Ascendente se desató, proyectando una energía vertical que podía cambiar la dirección de la corriente de la Gran Cascada.

—Sopla, Cosmos mío. —Shun proyectó al fuerza de la Corriente Nebular, unida al golpe de Shiryu. Con una seguidilla de explosiones, el suelo se transformó en un agujero gigante, y los perdigones comenzaron a alcanzarlos mientras perdían balance.

—¡Vuela, Cisne! —Hyoga disparó entonces su Tornado Frío, un huracán dorado y resplandeciente que alzó la llamarada, a la vez que Shiryu y los demás trastabillaban. Ya no había vuelta atrás. Se habían conectado perfectamente.

 

La colisión de Exclamaciones de Atenea comenzó a elevarse al cielo, irradiando ondas tan ardientes que sintió sofocarse, iluminando las nubes hasta que se tornaron amarillas, destruyendo todo a su alrededor.

Los Santos de Oro perdieron control de la gigantesca esfera llameante, por lo que en cualquier momento haría explosión. Shiryu no pudo ver qué había pasado con Saga y los demás, que probablemente habían perdido completamente sus fuerzas, y considerando que habían sido empujados por los Santos de Bronce.

Sin embargo, sí pudo captar a Aiolia de Leo, corriendo hacia ellos, intentando alcanzarlos con la mano abierta, gritando sus nombres. O eso le pareció, pues no pudo escuchar más que el escandaloso sonido del piso destruyéndose bajo sus pies, las rocas y piedras expulsadas, cayendo sobre ellos mientras eran tomados por la gravedad, que los dirigía a un destino incierto y probablemente letal. Milo y Muu le siguieron poco después, pero la luz de la explosión les arrasó, y apenas podía distinguirlos desde tan abajo donde estaban.

Finalmente, Shiryu cerró los ojos y permitió que el destino decidiera su suerte. Su último pensamiento fue el del rostro de Shunrei, en quien no había pensado en ningún momento mientras elegía, junto a sus compañeros, sacrificarse como si fuera cualquier cosa. Definitivamente merecía algo mejor.

Entonces, todo se volvió oscuro.


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#657 Cannabis Saint

Cannabis Saint

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Publicado 26 octubre 2018 - 17:58

Muy buenos capítulos, me hicieron revivir la escena pero con mas detalle como solo la lectura puede hacer, tienes un buen estilo de escritura, gran trabajo! Saludos y muy buenos estos dos mas recientes capítulos, esperando por mas! Gracias

#658 -Felipe-

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Publicado 27 octubre 2018 - 13:05

Muchas gracias por continuar la lectura, Cannabis.

Admito que está resultando demasiado similar a la obra original, más de lo acostumbrado, y que eso puede resultar poco atractivo.... pero mi explicación es sencilla, y es que Hades Santuario es tan perfecta, que me cuesta mucho reemplazarla o mejorarla. Habrá algunos detalles, como lo que se desarrollará desde el final de este capítulo.

 

Saludos cordiales :D

 

 

 

MILO III

 

02:26 hrs. 16 de junio de 2014.

No le fue difícil sacarse las piedras de encima, pero sí definir dónde se hallaba. Asumió, en principio, que todavía se encontraba en lo que había sido el Templo de la Doncella del difunto Shaka, y una rápida mirada a lo que quedaba del jardín (un sucio lodazal, cuya tierra caía montaña abajo) se lo confirmó, pues los árboles seguían allí. Aunque, esta vez, reposaban sobre el suelo, al borde del precipicio que la explosión había producido.

Le dolía muchísimo la cabeza, pero intentó concentrarse, pues probablemente no había transcurrido mucho. Desplazó la vista alrededor; todo se había convertido en una olorosa, sucia y gris polvareda, pero consiguió captar el reloj de fuego, que podía verse desde cualquier punto de la Eclíptica, aunque la lógica básica indicara lo contrario. En cualquier momento la llama de Libra se apagaría; habían pasado casi siete horas desde que toda la locura había empezado.

Las escaleras que llevaban al Templo del León y al Templo de la Balanza habían desaparecido, solo eran ríos de barro y tierra, escombros y más humo. Se arrastró a la dirección en que solía «subir», y descubrió, con todas las dificultades que tuvo para mirar bien, que el antiguo hogar protegido por Dohko de Libra se había derrumbado. Supuso que el templo de Aiolia había corrido la misma suerte, pero le temblaban las piernas, y no tuvo ánimos de ir hacia el otro lado, en medio de los remolinos de polvo y pedregones que se habían formado.

Arriba, las pocas nubes del cielo nocturno se habían dispersado, e incluso las estrellas parecían haberse apagado. La explosión se había dado muy arriba, pero no lo suficiente como para no dejar estragos abajo.

Entonces tuvo un horrible pensamiento. El choque de Exclamaciones de Atenea había destruido los Doce Templos, y también el Templo Corazón y el Ateneo. Saori Kido estaba muerta. Con ello en mente, se preparó para empezar a correr hacia arriba, pero la voz tranquila de Muu lo detuvo.

—Milo, ¿estás bien?

—Muu… ¡Atenea!

—No te preocupes —dijo el Carnero, que apareció en medio del polvo con una expresión que Milo no conocía, la de la profunda congoja y desasosiego—. Si la explosión hubiera tomando tal alcance, no quedaría nada de nosotros. A esta distancia, creo que solo abarcó los templos vecinos.

—Y-ya veo… —Fue recién en ese momento que Milo recordó por qué diablos estaba vivo, en primer lugar, y los detalles de su reprimenda a esos tontos chicos, así como al reconocimiento del increíble valor que habían demostrado—. Ellos… n-nos salvaron, ¿no es así?

—Elevaron la Exclamación de Atenea, que estalló sobre nuestras cabezas. Creo que salvaron todo el Santuario.

—¿Dónde están?

—No los he visto por ninguna parte. Tampoco siento sus Cosmos. —Muu bajó la cabeza con pesar. Esa era la fuente de su aflicción, que se transmitió también a Milo. Comprendió lo imbéciles que habían sido.

Se dejaron llevar por las emociones que les causó la traición de Saga y la muerte de Shaka. Vieron a esos tres nuevamente en la postura asesina y decidieron hacer lo mismo, olvidándose del honor o las prohibiciones de Atenea. No pensaron en otras opciones para resolver el conflicto, en ninguna alternativa más que matarse junto a los tres traidores, y esperar que esos muchachos subieran la Eclíptica para salvar a Atenea en tiempo récord, antes que la explosión los alcanzara.

No… ni siquiera podían estar seguros de que ella pudiera sobrevivir. ¿Y una caída desde tan altura? ¿Conocían algún medio para sobrevivir a eso? Incluso si ella era una diosa, solo recientemente estaba conociendo el alcance de sus poderes.

¿Qué elección tenían? Pensándolo en frío, Aiolia podría haber usado su Destello Relámpago antes que ellos concentraran todo su poder en las manos de Saga. Tal vez Muu pudo haber arrojado con su telequinesis alguna columna o cualquier cosa pesada sobre ellos para desconcentrarlos lo suficiente para detenerlos. El mismo Milo pudo haber descargado su Antares, el último golpe que le faltaba para asesinarlos, y aguantar por un minuto hasta que se desangraran hasta la muerte. Con el dolor que sufrirían, a pesar de la ausencia de tacto, tal vez ni siquiera llegarían a ello. Pero no pensaron en absolutamente nada más que actuar como críos inmaduros, y destruir todo para frenar a Camus, Saga y a Shura. Arriesgando a Atenea, de paso.

En cambio, en cosa de un minuto o poco más, esos cuatro chicos dieron con una alternativa. Quizás había sido Shiryu, o tal vez Hyoga, el caso era que los cuatro se pusieron de acuerdo sin siquiera mirarse o decirse nada, mucho mejor que ellos, con diez o más años de experiencia menos en el campo de batalla. En menos de un segundo explotaron el poder de sus Cosmos hasta el Séptimo Sentido, sus armaduras brillaron con la sangre que ellos mismos habían depositado para revivirlas, como si con ello quisieran enseñarles una lección.

Cruzó una mirada significativa con Muu. Los dos pensaban exactamente en lo mismo: “aún tenían mucho que aprender”. Los ojos de Aiolia, que se apareció por un costado, entre la bruma, indicaban idéntico pesar.

—Hay un enorme cráter más allá. N-no parece tener fondo, y está repleto de escombros, será difícil… e-excavar, para… rescatarlos.

—Aiolia… —Tal vez ni siquiera estaban bajo. Existía la posibilidad de que la explosión los hubiera pulverizado a nivel celular, no contaban con armaduras de Oro para protegerse igual que ellos.

—Me niego a creer que esos chicos murieron, Milo. No. —Aiolia se arrodilló para recoger un pedazo de tela de color rojo, como la camiseta de Seiya. Cerró el puño y sostuvo con fuerza lo único que quedaba de Pegaso—. La Guerra Santa acaba de dar inicio, no aceptaré que estén muertos.

 

Unas piedras crujieron, y los tres Santos de Oro se prepararon para sonreír. Sin embargo, en sus rostros solo había espacio para el desconcierto, la frustración, la ira y la tristeza. Saga de Géminis sacó una mano y la cabeza de entre los escombros, cubiertos de tierra y polvo, pero todavía con un pequeño resto de vida.

Respiraba con dificultad, y no parecía ser capaz de salir por su cuenta, pero les dedicó una mirada que hizo hervir la sangre de Milo. No había sorna en sus ojos por lo que acababan de provocar, no había burla ni aires de triunfo. ¿Qué era? ¿Culpa? ¿Tenían deseos de asesinar a Atenea, pero se preocupaban por esos chicos?

Shura y después Camus también asomaron partes del cuerpo desde bajo las piedras. Ambos tenían las mismas expresiones que Saga en la cara, mezcladas con la confusión lógica tras tan inmensa explosión… ¡que no los había matado!

Milo se acercó al Espectro de Géminis a grandes zancadas, lo tomó del cuello y presionó con fuerza, sacándole un gemido de dolor, sin energías para oponer ningún tipo de resistencia.

Conjuró la uña escarlata del escorpión en su dedo, y tocó con ella el pecho de Géminis, tras sacar la mitad de su cuerpo afuera jalándolo del cuello.

—Ah… ahhh…

—¿No te rindes, eh? ¿Cómo es que no estás muerto, Saga?

—A-ah… Milo…

—¿Por qué estás vivo cuando los muchachos no? ¿Por qué respiras y Shaka no? —Milo concentró su Cosmos en la punta de su dedo, y descubrió que la ejecución de la Exclamación de Atenea lo había dejado mermado, pero tenía más que suficiente energía para acabar con él—. Ya me harté de todo esto. Te daré el golpe de gracia, la Antares, ¡y ustedes dos siguen!

¡Detente, Milo!

Esa no había sido la voz de alguno de los Espectros. El Cosmos de Milo se apagó abruptamente, su dedo se paralizó, y junto a sus compañeros elevó la mirada al cielo. Solo ella podía provocar algo así… no Saori Kido, sino Atenea, la imponente diosa de la guerra. Había escuchado ese tono de voz cuando sentenció a Saga a muerte en el Ateneo, y años atrás, cuando enfrentó a Eris en aquel puente en Japón.

El Cosmos de la diosa se propagaba por todo el sitio, con tal brillo y poder de resonancia que no les quedó duda, no solo de que estaba sana y salva, sino de que su determinación era firme y no admitía a reproche, detrás de la decisión que acababa de tomar, fuera cual fuese.

—¡A-Atenea! ¿P-por qué me…?

Milo, Aiolia, Muu. No maten a los Espectros, ni los enfrenten más. Les ordeno que traigan a Saga, Shura y Camus ante mí, al Ateneo.

—¿¡Qué!? —explotó Aiolia, tirando al piso el pedazo de tela roja. Los brazos de Muu temblaron, y el sudor corrió por su frente, pero no dijo nada.

Es de suma urgencia que los traigan ahora mismo.

—Pero Atenea, estos tres tienen por objetivo justamente llegar allá, ¡hicieron todo esto para quitarle la vida! —¿Era alguna clase de asunto divino que los humanos no podían entender? No se le ocurría qué podía haber detrás de una exigencia como esa—. ¡Es que es una imprudencia!

Como pueden ver, ninguno de ellos está en condiciones de hacer nada. Y en caso de que lo intentasen, estaría rodeada por cuatro Santos de Oro. Tráiganlos enseguida, porque podría cambiar completamente el curso de esta Guerra Santa. ¡No tarden!

Y tan abruptamente como había aparecido, el Cosmos de Atenea desapareció, y los dejó sumidos en una atmósfera de indecisión, miedo y tribulación. Milo miró a Saga, que debió haber recibido también el mensaje, o al menos el maldito de Camus debió escucharlos protestar. En ningún caso percibió una sonrisa de triunfo, lo que era evidente, pues prácticamente eran muertos vivientes.

El Escorpión levantó a Saga hasta que lo sacó completamente de las ruinas, sin cuidado de que sufriera más daños, estampó sus pies sobre el barro y cruzó uno de sus brazos sobre su espalda para cargarlo. Clavó sus ojos en los de él, que estaban apenas abiertos… y sin pensarlo, le formuló una pregunta cargada de sus sentimientos más profundos.

—¿Es de verdad todo esto, Saga?

Los ojos de Géminis no mentían, y tampoco lo hizo la voz que resonó en su mente. Sin saber que era posible, el Escorpión volvió a sentirse decepcionado.

Nuestra misión es tomar la cabeza de Atenea. Eso es lo que debemos hacer.

Muu agarró a Camus, y Aiolia hizo lo propio con Capricornio. No podían faltar a la verdad, no podían desobedecer a Atenea, y más que nada, no podían dejarse llevar por las emociones otra vez, o todo se descontrolaría, y quizás una catástrofe como lo que había ocurrido con los Santos de Bronce se repetiría. Solo les quedaba subir.

 

El ascenso fue terrible, se sintió más lento que en toda su vida de subir y bajar las escaleras de la Eclíptica. Además, al principio fue aún más difícil, por la ausencia de escalones hacia Libra, con lo que tuvieron que arrastrarse por la tierra cuesta arriba, tratando de no pensar en la urgencia del tiempo.

—¿Por qué nos traicionaron así? —preguntó Milo, y solo Camus, cargado por Muu, pudo oírlo. El amo del hielo le dedicó una mirada vacía, sin expresión alguna.

—Aiolia… —elevó la voz Shura, cansada y destruida—. S-sobre Aiolos…

—Cállate.

Y no dijeron nada más durante todo el camino, hasta que cruzaron el Templo Corazón y se enfrentaron a la inmensidad de la gran estatua de Atenea, y a la propia diosa, que los esperaba escoltada por Kanon de Géminis, aún con sus viejas ropas, y las cuatro doncellas, que se mantenían cerca de la estatua en ceremonial silencio.

 

—Atenea, como lo solicitó, le trajimos a los Espectros Saga, Shura y Camus —comenzó Muu, poniendo énfasis en la palabra “Espectros”. Luego soltó a Camus en el suelo sin ningún miramiento, y lo propio hicieron Milo y Aiolia.

—Son más muertos que vivos ahora —acotó el León—. Únicamente Camus puede escucharla físicamente, y solo Shura puede hablar, pero dudo que puedan hacer cualquiera de esas cosas.

Los tres Espectros doblaron el cuello, Saga buscó los ojos de Atenea, armada con el báculo de Niké, pero solo pudo encontrar a una presencia digna e imponente, que no se molestó en sentir lástima ni nada similar, como era de esperar de alguien que estaba a la cabeza de su ejército.

—Les agradezco… sé lo difícil que fue para ustedes traer a estos tres Espectros hasta este lugar —admitió Atenea, y Milo se alegró, para sus adentros, de que tomara en cuenta sus sentimientos.

Atenea… —se escuchó el murmullo cósmico de Saga en el viento, pero nada más que eso. Aunque quisiera, no podía mover ni los dedos para atacar.

—Mi diosa, es mi deber informarle que… —Aiolia titubeó, pero tan solo un segundo. No era el momento para emocionarse—. Seiya, Shiryu, Shun y Hyoga… No pudimos encontrarlos.

—Gracias por decirme, Aiolia. Estoy segura de que están bien.

Por primera vez pudo notar una voz distinta, más cercana a la de Saori Kido, como la que conocieron en la primera reunión con ella, y la que le suplicó que no asesinase a Kanon, que seguía silencioso e imperturbable, con las manos detrás de la espalda. La diosa estaba guardando muy bien su dolor, pero no completamente.

—Antes que nada, Milo, abandonaste el Templo del Escorpión.

Eso le tomó por sorpresa, pero no tanto, pues sabía que lo protocolar debía de respetarse. Aun así no se arrodilló, no quería estar ni cerca de los traidores.

—Así es, Atenea; cuando estos tres mataron a Shaka, no pude seguir tranquilo en mi templo, así que bajé a frenar a los Espectros que quedaban.

—Sin embargo, no eran los únicos Espectros que quedaban.

Se pusieron en alerta casi al instante, apenas Atenea, que había recuperado su voz autoritaria de diosa, pronunció aquellas palabras. Muu tragó saliva ruidosamente, y soltó un quejido que jamás en sus vidas le habían oído.

—Atenea… ¿acaso…?

—Muu, no es tu culpa. Se mantuvo invisible todo este tiempo, y está detrás de todo lo que hemos enfrentado hasta ahora —explicó Atenea, mientras Milo percibía cómo se movían a todos lados los ojos de Kanon… hasta que se detuvieron en un punto a la derecha de Aiolia—. Sé qué está pasando y sé lo que sucedió con Shaka.

—¿Atenea? —inquirió Milo. No entendía totalmente qué estaba sucediendo, pero ya había captado una luz azul en la dirección en que Kanon, sutilmente, miraba. Una luz azul que, Milo recordó de súbito, ya había visto muchísimas veces durante esas terribles horas. ¿Por qué no le había tomado más atención?

—Aprovechó que bajaste para intentar subir, Milo, pero más que eso no ha podido hacer nada, pues ha estado actuando sobre el Templo de la Doncella, y aquí estaba Kanon, protegiéndome. Ahora está atrapado, pero no tiene importancia. —La diosa realizó un gesto hacia el antiguo General Marina, y le indicó que se acercara—. Solo quería que lo supieras.

Kanon de Géminis descubrió lo que cargaba detrás de su espalda. Un cofre que todos conocían, que contenía la joya más despreciable de todas, parte de la historia que los había guiado exactamente a ese punto de sus vidas. Los ojos de Saga parecían a punto de salirse de sus órbitas, sudaba abundantemente; sendas manos temblaban, incapaces de alcanzar el cofre con sus propias fuerzas.

—Así es, Saga, lo que está ahí es la Daga de Physis, la encarnación del Génesis, concedida a una de mis previas reencarnaciones por los dioses antiguos. Con una gota de sangre divina, de icor, esta arma es capaz de asesinar a un dios, enviando su alma definitivamente al Tártaro. —Atenea tomó la endemoniada cuchilla de las manos de Kanon, que había sido el que creó originalmente la idea de usarla contra ella cuando era todavía un bebé. Por un instante, Milo se arrepintió de haberle salvado la vida—. Hace dieciséis años trataste de usar la Daga de Physis para asesinarme, ¿te acuerdas? Creo que es momento de devolvértela.

—¡Atenea! ¿Pero qué tonterías está diciendo? —estalló Aiolia. Milo tampoco se quedó callado.

—¿Por qué usar algo tan despreciable? Además, por lo que sé, el arma acaba con las vidas de todas las personas que haya en un radio de cien kilómetros. ¿¡Qué demonios está pensando, Atenea!?

—Lo sé, y por eso Kanon está aquí —asintió Atenea, que obviamente había perdido la cabeza—. Abrirá la Otra Dimensión, y allí Saga tomará mi vida. De esa forma nadie más morirá.

—¡Pero, Atenea!

—¿De qué diablos está hablando?

—Atenea, ¿qué está…?

—Estoy segura de que es lo que desea su corazón, con todo el sufrimiento que, de alguna manera, no han sido capaces de mostrarnos. Lloran lágrimas de sangre, puedo verlas, pero su mente es honesta, no mienten sobre sus anhelos. Si yo muero, todo se acabará. —Atenea tomó las manos de Géminis con la que tenía libre—. De esa manera, Saga, cumplirás finalmente tu deseo de ser un dios.

“Quien mate a un dios, se convertirá en un dios”.

Atenea… —murmuró el Cosmos de Saga. No podían percibir su intensidad, pero sí escuchar su voz en el infinito universo, que gritaba de desazón ante las palabras de la diosa.

 

—¡Al fin!

Otra voz se hizo escuchar, horrible y demoniaca como la de un loco, ninguno de los presentes la poseía. Una centena de resplandecientes mariposas azules surgieron de la nada, apareciéndose a su alrededor, y una sombra, cerca del vértice del Ateneo, a la derecha de Aiolia, voló entre las mariposas a toda velocidad, acercándose a Atenea con instintos asesinos.

La diosa estaba tranquila, como si hubiera esperado eso; la reacción de Kanon tampoco indicaba sorpresa. El Escorpión y el León, que veían toda la secuencia en cámara lenta gracias a su dominio del Séptimo Sentido, saltaron para detenerlo, y se dieron cuenta a medio camino de que no tendrían posibilidad de alcanzarlo y frenarlo. Milo maldijo la invisibilidad cósmica de los Espectros.

Sin embargo, la sombra se detuvo y fue repelida hacia atrás, de donde había venido. El Muro de Cristal se había activado antes, gracias a que los sentidos de Muu estaban potenciados por su fortaleza mental. El Carnero se volteó, encendió la llama de su Cosmos dorado, y enfrentó al intruso del que Atenea había hablado, que había intentado asesinarla.

—Ahora entiendo… Metamorfosis, ¿verdad? —dijo Muu.

—Maldito seas, Muu —dijo el Espectro, a quien al fin pudieron ver, de ojos púrpuras, alas de mariposa, y una sonrisa traviesa como la de un niño.

—Ahora será tu fin, Myuu de Mariposa.


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#659 Presstor

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Publicado 29 octubre 2018 - 12:59

hola!! vaya,cuantos capitulos eh dejado sin comentar XD 

en estos capitulos,has captado muy bien el espiritu de esta parte de la saga de hades

a mi me toco mucho la patata,y lo siguiente con athena y saga con la musica....buff tremendo

muy buen trabajo

 

sobre las exclamaciones de athenea,y las actuacion de los de bronce...de chapo,por eso le tengo cariño a ellos

pensaron en salvar a todos,en vez de solo athena

 

bueno,muy bien me han gustado mucho y ganas de seguir leyendo



#660 -Felipe-

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Publicado 02 noviembre 2018 - 10:59

Nah, no te preocupes amigo Presstor. No hay obligación alguna... pero vaya que se agradece! :D

El siguiente capítulo es de Muu, por lo que esa maravillosa escena de Saga y Saori no ocurrirá de la misma manera aquí. Una lástima, pero se debe a que tomé otra ruta para llegar al momento que todo lector sabe que viene. Sobre los de Bronce, es la razón de que me gusten tanto también. Son los mejores.

Muchas gracias por pasar, como siempre!!!

 

El siguiente capítulo lleva tanto un combate que tuve que retrasar para explicar la historia (alguien por ahí acertó correctamente) como la muerte que demolerá completamente a Muu de Aries. Enjoy.

 

 

MUU V

 

02:57 hrs. 16 de junio de 2014.

Sabía que en algún momento aparecería. Después de encerrarlo en su Hilo de Seda, Myuu de Mariposa había desaparecido, dejando solo un capullo abierto y vacío tras finalizar su metamorfosis. Tras todo lo que habían visto y luchado, Muu se había olvidado completamente de él, o quizás imaginó que Aiolia lo había asesinado junto a los demás Espectros.

Su Cosmos era imperceptible, pero Muu estaba alerta, en su mente, desde que Atenea mencionó que alguien se había colado en el Atenea después de que el Templo del Escorpión fuera abandonado. Lo primero que pensó fue en Myuu, en la criatura horrenda y babosa que había aparecido en el Templo del Cangrejo, y que luego se transformó en un enorme gusano que Muu no pudo destruir. Ese hombre usaba la telequinesis, pero contra una diosa y contra Kanon, el nuevo Santo de Géminis (por más que no llevara puesta la armadura de Oro), quizá consideró que no podría ejecutar un movimiento sin llamar la atención sobre sí mismo. Después de todo, el Cosmos de Kanon no tenía nada que envidiarle al de su hermano.

Así que esperó hasta que Saga y los demás llegaran al Ateneo, y cuando vio la Daga de Physis, no dudó en aparecer. Sin embargo, Muu estaba atento no al Cosmos, sino a las ondas electromagnéticas mentales que todos los seres humanos despedían. Confió en que, aunque fuera un Espectro (y el más extraño que había visto), también poseía similares o idénticas facultades mentales que personas como Muu, o incluso como Atenea. Y tuvo razón.

Casi se distrae ante el hecho de que no lucía para nada como antes. Era obvio que su metamorfosis había completado su cometido, pues lucía por primera vez como un ente humanoide, con extremidades, ojos, y una Surplice alada que cubría su cuerpo. Su cabello era rojo y alzado como una lengua de fuego; su rostro era pálido y angular, igual que sus facciones en él. Las alas poseían múltiples colores y desprendían un brillo azulado, a juego con el de sus mariposas. El yelmo poseía antenas, la Surplice estaba cubierta de adornos similares a ojos, o a las protuberancias de su primera fase, antes de la metamorfosis. Su sonrisa era traviesa y perversa. Su mirada indicaba que estaba desesperado por cumplir su objetivo.

—¿Un Espectro? —preguntó Aiolia, tan sorprendido como Milo. Kanon y la diosa Atenea estaban impávidos; incluso las doncellas, atemorizadas y cubriéndose entre sí, parecían saber qué ocurriría.

—¿Debo paralizarte otra vez, querido Muu?

—No lo conseguirás nuevamente. Antes me tomaste por sorpresa, pero eso no se repetirá. —Muu apartó por primera vez los ojos completamente de Saga y los demás: el primero estaba peligrosamente cerca de la daga, pero Muu confiaba en que nada malo ocurriría. Nada que Atenea no deseara.

—Lo siento, querido, es que oír eso de la daga… Bueno, no puedes evitar que me plantee ciertas ideas, ¿no es así?

—¡Muu!

—Milo, no se entrometan, las batallas de los Santos deben darse en igualdad de condiciones; además, tal parece que, si resuelvo esta situación, todo cambiará para mejor. —O al menos eso había insinuado la diosa.

—¡Con una gota de sangre de Atenea todo terminará! —Utilizando una intensa telequinesis, Myuu destrozó algunas columnas laterales del templo y las arrojó como dardos hacia Atenea.

Al mismo tiempo, las molestas mariposas azules comenzaron a revolotear por todos lados, acercándose peligrosamente a Aiolia, Milo, Kanon y las doncellas. Nadie sabía de qué eran capaces, así que Muu se apresuró.

Con su propia habilidad mental, Aries detuvo los perdigones en el aire y los envió de regreso hacia el Espectro, que los arrojó, a su vez, al precipicio más allá del Ateneo. Muu elevó su Cosmos y lo prolongó hacia Mariposa, llamando la atención de las criaturas azules.

—¿Cómo pudiste detener mi poder? ¡Antes no fuiste capaz!

—Antes no estaba presente Atenea —contestó el Santo de Oro con suprema calma, enfocándose en su respiración. Inhalar para lanzar destellos de Cosmos, luego exhalar para tomar una decisión con ellos—. Dime, ¿qué prefieres? ¿Suelo o pared?

—¿Q-qué dices?

Myuu fue despegado del suelo, sin poder hacer nada para evitarlo. El Santo de Aries lo arrojó lejos, escaleras abajo hacia el Templo Corazón, y luego lo persiguió. Lo que acontecería ahora ocurriría a la velocidad instantánea de la teletransportación.

 

El Espectro se estrelló contra una muralla cerca del trono del Sumo Sacerdote, y seguidamente se dio de cara contra el piso agujereado del salón de audiencias. Myuu levantó el rostro confundido, derramando sangre por la comisura de los labios. No comprendía qué diablos hacía sucedido.

—Lo lamento, ya que no respondías elegí las dos opciones por ti.

—M-miserable, antes no pudiste superar mis habilidades mentales… Aún con todo el poder que utilizaste durante el choque de Exclamaciones… ¡No tiene sentido!

—El Cosmos es infinito, la energía se obtiene desde las llamas de los deseos del corazón. Eso me lo enseñó mi maestro Sion. No podrás vencerme. —Su Séptimo Sentido había ido más allá del límite, Muu estaba superando las barreras de su cuerpo con ayuda de su mente.

Myuu se puso de pie y voló a toda velocidad hacia el Carnero, entrando en la dimensión de la teletransportación, donde todo era difuso e increíblemente rápido, más que la percepción humana. Pero el Santo de Aries era capaz de permanecer allí también, y lo enfrentó en el medio de lo que podía llamarse fracción de un segundo.

—Responde. ¿Qué son esas mariposas y por qué no les habíamos prestado atención antes?

Muu detuvo a Myuu en medio de la dimensión tras un breve enfrentamiento de golpes físicos poco graves, de la que salieron cuando el tiempo volvió a correr. El Santo alzó la mano derecha y la dobló hacia la izquierda, lo que produjo que Mariposa comenzara a girar sobre su eje en el aire, cientos de veces por segundo, retorciéndose sus brazos y sus piernas.

—¡Ahhh, maldito seas Muu! ¿C-crees que te contestaré, siendo un E-Espectro de Hades? Ah… ¡Ahhhh!

—Si lo haces te soltaré, lo prometo. De otra manera, girarás hasta la muerte, pues tu cerebro no será capaz de soportar la presión. Es el destino de todos aquellos enemigos que pisen el suelo sagrado de Atenea.

—Ahhhhh, n-no c-cantes victoria, ¡A-Aries!

Del cuerpo alado de Mariposa, que no dejaba de girar, brotó una multitud de centellas azules que se dirigieron hacia Muu. Éste inhaló y exhaló, y liberó el poder de su Revolución de Polvo Estelar para atacar. Sin embargo, ninguna de sus estrellas doradas logró conectar con aquellas extrañas formas luminosas que seguían acercándose con actitud amenazadora, y se estrellaron en los muros y el techo del Templo Corazón, destrozándolo cada vez más.

De pronto, Muu se encontró rodeado por aquellas misteriosas mariposas a las que por fin pudo ver con mayor claridad. El cuerpo era solo una figura etérea, larga y esquelética, con antenas que brotaban de una esfera semitransparente que imitaba una cabeza. Las alas, batiendo sin parar el aire, liberaban un polvo extraño, luminoso como zafiros. Muu se sintió tentado a llevarse la mano a la nariz y la boca para frenar a aquel polvillo de entrar a su sistema respiratorio, pero se encontró paralizado hasta la punta de los dedos. No alcanzó a activar el Muro de Cristal.

Las mariposas se habían posado sobre su cuerpo, y pesaban todo lo contrario a lo que aparentaban, como si cada una llevara varias toneladas encima.

—¿¡Qué es esto!? N-no puedo sacarme estas mariposas —dijo Muu, sufriendo dolores horrendos para mover un poco la cadera o el cuello.

—No son mariposas, mi amado Muu —explicó Myuu, ya liberado de la prisión psíquica, flotando hacia Muu con parsimonia—. Son Hadas, criaturas espirituales que nacen en el Inframundo, y que pueden venir a causar estragos a la Tierra.

—¿Hadas? ¿Acaso son vigías del infierno? —Muu consiguió mover los dedos, pero más de esas criaturas se posaron sobre su armadura, haciéndole caer de rodillas.

—Has dado en el clavo a lo más importante de todo este asunto. Las Hadas son los ojos del mismísimo Rey Hades, que me concedió la facultad de controlarlas a placer. —Myuu se encogió de hombros, abrazó sus propios brazos, cerró los ojos y se sonrojó, entrando en una suerte de éxtasis—. Me eligió a mí para controlarlas. A mí, ¿lo entiendes? ¡Y Muu, las Hadas son las encargadas de llevar las almas al reino de la muerte! Ve hacia allá, querido. ¡Horda de Hadas[1]!

Las Hadas se descontrolaron, generaron una masiva luz azul a su alrededor, y Muu sintió sus fuerzas escaparse. ¡Realmente lo llevarían directo al Más Allá!

 

Muu estudiaba siempre las situaciones. Cuidadosamente. No era de los que pegaba y después pensaba, como Aiolia o Aldebarán, sino que inhalaba y exhalaba, y daba con un plan que le permitiera resolver un problema complejo, a pesar de recibir daños entre tanto. Así que cuando descubrió el poder de las Hadas en su cuerpo, tejió en su mente una respuesta, más rápidamente de lo que el ser humano puede percibir la velocidad y el tiempo.

Con ayuda de su teletransportación, se movió un par de metros a la izquierda, cerca del trono del Sumo Sacerdote, desde donde su maestro Sion había dirigido al Santuario por dos siglos, antes de perder la razón.

—Aunque el objetivo de las Hadas se oculte o se mueva, siempre encuentran al enemigo y lo llevan al reino de los muertos. —Ante las palabras de Myuu, aquellos espíritus siguieron a Muu, se posaron sobre él, la Horda de Hadas se activó de nuevo, y otra vez Muu tuvo que escapar con la teletransportación.

Había encendido mucho su Cosmos, más allá de lo que su cuerpo aguantaba después de tantas batallas en poco tiempo. Necesitaba guardarlo para el evento más importante, para definir la ideología de su propio corazón.

—¿Qué es este polvillo? —preguntó Muu, fingiendo más cansancio del que en realidad tenía, para que su rival soltara la lengua. Como había descubierto desde que lo conoció como larva, no iba a evitar el diálogo si se veía en ventaja—. ¿Acaso Hades te explicó para qué sirve cuando te dio el poder de controlarlo?

—Yo no controlo ese polvillo, como lo llamas… ¡Mi señor Hades me entregó algo mucho mejor! Puedo manipular a las Hadas del Inframundo, los ojos del Rey del infierno. —Myuu volvió a sonrojarse, parecía disfrutar ser elegido por su dios, lo que los Santos no podrían entender—. ¿No lo entiendes, estimado Muu? ¡A mí! ¡Por eso tu telequinesis es inferior, porque fui elegido por mi dios para cumplir su voluntad!

—¿Entonces no sabes lo que es? —se burló Muu, disparando algunas estrellas fugaces de la Revolución, pero sin demasiada fuerza, antes de que lo atraparan las Hadas. Myuu se teletransportó fácilmente detrás suyo, lo levantó con telequinesis, lo estrelló contra el techo, y luego contra el piso donde cayeron varios escombros.

—Bobo, bobo Muu. Por supuesto que lo sé, querido. Y antes de que te vayas al otro mundo te revelaré la verdad: Atenea tenía toda la razón, la muy idiota, cuando dijo que yo estaba detrás de todo este asunto. Yo, un simple Espectro terrenal, ¡pero que posee la venia del Rey del Inframundo!

—¿A q-qué te refieres? —inquirió Muu, sinceramente malherido en el suelo. Las Hadas volvieron a rodearlo. ¡Vaya que pesaban!

Solo tenía que esperar. Aguantar un poco más. Solo un poco más.

 

Al fin, Myuu habló, cuando las Hadas habían duplicado su peso, y las piernas de Muu estaban a punto de quebrarse contra el piso.

—Las Hadas bajo mi control pueden liberar una sustancia capaz de controlar la mente de cualquier Espectro, incluso de aquellos no incluidos entre los 108. Hades creó ese poder para controlar a los rebeldes, pero cuando revivió al grupo de inútiles dirigidos por Sion (no sé por qué haría algo así, pero no es mi deber juzgar los planes divinos, querido Muu), resultó lógico usarlo contra ellos. Su personalidad se conserva, al igual que sus memorias y relaciones, pero tienen una misión en mente y harán todo en su poder para llevar a cabo esa misión. El Santuario, como mi Rey desea, va a ser destruido desde adentro.

No habían transcurrido demasiados segundos, no más de un minuto desde que se habían alejado del Ateneo. Allí todavía debían quedar algunas Hadas, y la vida de Atenea corría peligro. Ahora que tenía la información que necesitaba, era el momento de tomar acción.

Muu se teletransportó por última vez, fingiendo que eran sus últimas fuerzas, y que por eso no se movía más lejos. Myuu lo siguió, como esperaba. Cuando entró a la dimensión de velocidad instantánea a la que solo la gente como ellos, con poderes psíquicos, podía ingresar, Muu descubrió su plan.

La técnica que venía incorporada con el Manto Sagrado de Aries era el Muro de Cristal, y todos los Santos protectores del primer templo del Zodiaco la conocían de manera instantánea, pero Sion decidió, muchos años antes de volverse un esclavo de Hades (de hecho, cuando luchaba contra él) que no necesitaba quedarse solo con la pared invencible. Podía crear variantes de esta para múltiples propósitos.

El Vestido de Cristal conjuraba una capa translúcida muy delgada, que protegía al cuerpo del calor y frío extremo, además de técnicas de impacto. El Prisma de Cristal era una modificación del Muro, construyéndolo alrededor del oponente, y que requería un enorme esfuerzo mental. El Reflejo de Cristal conjuraba una suerte de ilusión para que el oponente se atacara sin saber que lo hacía. Había muchas más.

Pero lo que Muu acababa de tejer era su propia cosecha, mostraba la imagen de su personalidad tomando tiempo y esfuerzos para su perfección. Paciencia. Era la Red de Cristal[2], que se confeccionaba en la dimensión de la teletransportación, a una velocidad mayor a la luz.

Lucía como una telaraña dorada y brillante, de textura pegajosa y azarosa, sin un patrón claro y definido. Mariposa estaba completamente adherido a ella, con los brazos y piernas inmóviles, y solo con la capacidad de mover un poco el cuello. Su rostro lo decía todo: ¡estaba aterrado!

—¿¡Pero qué demonios es esto, Muu!?

—La Red de Cristal nunca te soltará, suceda lo que suceda. No pudiste acabar conmigo, y ese error te llevará a la tumba, Myuu.

—¿De qué estás hablando? ¿No ves que tengo la opción de asesinar a Atenea ahora mismo? ¡Me lo pidió el señor Hades! —gritó Myuu, su boca estaba tan abierta que su cara se había deformado, el sudor corría por su piel—. ¿No entiendes que debo cumplir con mi misión por mi Rey?

—Lamentablemente mi misión es muy distinta a la tuya. Ahora que entiendo qué le pasó a mi maestro, a Saga y los demás… ¡debo detenerlos! —estalló Muu, de pronto. Una súbita sensación, un terror inaudito.

¡Un presentimiento diabólico! Algo estaba ocurriendo en el Ateneo, aunque no habían pasado ni dos minutos. ¿Todavía había Hadas allí? «¡Atenea!».

—Tonto Muu, ¿no te dije que las Hadas siempre siguen a su objetivo? Ahora te llevarán al reino de los muertos, aunque yo esté atado aquí.

—Tú eres el tonto, que no se ha dado cuenta de lo que tiene alrededor.

 

El mentón afilado de Myuu se desencajó cuando comprobó lo que no deseaba saber. Había perdido la lucha en todos los sentidos, y más de lo que cualquiera hubiera pensado al inicio.

Las Hadas habían quedado presas también en la Red de Cristal. Era la manera que Muu tenía de combatir, incluso si tomaba tiempo y sangre. Había calculado con toda precisión dónde y cómo tenía que tejer la Red, para que las mariposas, y su dueño incluido, fueran eliminados por su luz inmortal.

—¡N-no puede ser! Las Hadas…

—Serán ellas las que te acompañen al reino de la muerte, Mariposa… y al fin todo terminará. ¡Serás engullido por el resplandor de mi Extinción de Luz Estelar!

—No, no, no… ¡Muu! ¡¡¡MUUUUUUU!!!

Muu abrió el portal de luz revolucionada, que terminó de pulverizar el techo del Templo Corazón, y rápidamente lo cerró cuando Myuu quedó adentro, junto con todas sus compañeras azules, que tantos problemas les habían causado a los Santos. Así se fueron las últimas energías que le restaban al Santo de Aries, después de correr y luchar tan intensamente por tantas horas consecutivas, sumado al terror frío que le recorría la espalda. Sentía náuseas.

No tenía tiempo para masticar aquello de lo que se había enterado hace un par de minutos. Saga. Sion. Shura y Camus. Aphrodite y Aldebarán. Tantos otros en plena lucha con sus antiguos camaradas. Tanta muerte injusta. ¡Y ahora Atenea…!

Muu subió los escalones a toda velocidad, por vez final. Percibía olor a sangre en su mente, y sus sentidos estaban al máximo, sensibles a todo lo que acontecía en el Ateneo. Algunas mariposas habían quedado libres. No podía pensar claramente, el Santo de Oro tenía una imagen en su cerebro que necesitaba quitarse a toda prisa si no quería volverse loco.

La petición de Atenea. Las Hadas del Inframundo. La Daga de Physis. ¿Algún plan de Saori Kido? ¿Shaka tenía algo que ver? Muu dejó que todas esas ideas cruzaran por su cabeza para que la imagen que tenía previamente se borrara como la niebla de la mañana.

Sin embargo, por el contrario, se hizo más nítida, más horrorosa y verdadera que todo en lo que hubiera pensado durante sus casi treinta años de vida. Las Hadas se habían vuelto locas en el Ateneo, multiplicándose por miles y haciendo explosión contra los Santos de Oro Aiolia y Milo. Las doncellas yacían en el suelo, inconscientes o muertas, quizás. Las mariposas se estaban suicidando, dirigidas por el último acto criminal de Myuu antes de fallecer, llevado por su devoción a Hades.

Shura y Camus estaban de rodillas. Saga cargaba la Daga de Physis manchada de rojo, frente a un portal abierto a una dimensión poblada de estrellas que estallaban una y otra vez, generando una sinfonía demoníaca. Kanon fue el primero en dedicarle una mirada, mientras destruía Hadas con su Cosmos, con excepción de una, solitaria, que se alejó hacia la luna blanca, perfectamente pálida.

Muu dejó escapar el primer grito de desazón de su vida. La sangre de Atenea podía vislumbrarse esparcida por el suelo y formando un arco por el aire. El Santuario comenzó a temblar, la tierra se partió, y el cielo lloró.


[1] Fairy Thonging, en inglés.

[2] Crystal Net, en inglés.


Editado por -Felipe-, 02 noviembre 2018 - 11:10 .

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