Buenos capitulos y realmente la trama bastante tensa , diría estan mucho mejor que el anime
Y creo me tengo apurar veo sacas más capitulo
PD: No estoy tirando para abajo, eso tiene tenerlo claro
Muchas gracias Mystoria. Que digas algo así me llena de orgullo, solo por el hecho de ser mencionado. No te preocupes, en todo caso. Los capítulos no van a desaparecer (supuestamente... algunos se esfumaron durante la trágica caída del foro de hace unos meses, pero regresaron en toda su gloria (?)).
Saludos, viejo.
Muy bueno, mucha acción y a la vez un poco de drama, mantiene la tensión, esperando mas amigo Felipe, el momento de Shura preguntando a Camus si alguien pudo enseñarle estuvo muy bien para mi, muy bueno!
Muchas gracias, míster. Un pequeño botón de humor de parte de los tipos más serios del Santuario nunca está de más, y me alegra que saliera bien.
Un saludo.
HYOGA II
01:20 hrs. 16 de junio de 2014. Hora de Sinigrado, Asgard.[1]
Hyoga y Freyja bajaron de los caballos. El primero portaba ya la armadura del Cisne. Las calles de Sinigrado, alrededor del gran palacio Valhalla, eran caos: fuego y humo por todos lados, causados por aquellos Esqueletos, soldados de Hades, que derribaban cabañas y árboles con sus guadañas. Algunos de ellos, que parecían cientos de clones repartidos por toda la calle principal, tenían seres humanos ensangrentados bajo los pies, y otros colgando de sus manos oscuras, agarradas a sus cuellos, listos para ser decapitados.
Sin embargo, mientras cabalgaban, los dos amigos de la infancia ya habían creado un plan para salvar a la población y sabían que no podían fallar. No sabían qué aliados tendrían, o cómo se darían las circunstancias, así que, durante un tiempo, solo se requeriría de ellos dos: Freyja para salvar vidas y Hyoga para cosecharlas, como un dios frío de la muerte.
—¿Quién es ese? —preguntó uno de los Esqueletos, que sostenía una antorcha encendido a fuego vivo.
—E-es ¡un Santo de Atenea! —gritó otro, presa del terror y la profunda ira.
—¡Muévanse, de prisa! —ordenó un tercero, que se adelantó con la guadaña en alto, soltando al aldeano que había tenido del cuello.
—No lo permitiré. —Hyoga golpeó el suelo con su puño derecho cargado de Cosmos, y una serie de monolitos puntiagudos, como sables congelados, surgió de entre las piedras antiguas y azules de Sinigrado, atravesando a los Esqueletos de lado a lado, mientras Freyja, valiente como siempre, corría a toda prisa a llamar la atención de los aldeanos paralizados por el miedo, para que se fueran con ella lejos de la que sería una zona de guerra, de uno versus cientos.
—¡Hyoga, hay más por este lado! —alertó su amiga, viendo cómo un pequeño ejército de soldados se aparecía por el lado derecho del pueblo, en perfecta formación militar, unos junto a otros.
—Cruza por donde no hay hielo.
El Santo de Cisne usó la Tierra de Cristal, dejando una ruta hacia el consulado de Finlandia, que estaba cerca, por la que pasaron Freya y los aterrados aldeanos. Luego, patinó por el piso mientras atacaba a los Esqueletos, que se defendían sin éxito con sus armas, a quienes les reventó el pecho con sus patadas o quebró el cuello con las manos, no tenía tiempo de ser delicado.
Avanzó a gran velocidad por la calle principal, sin descanso, derrotando a sus enemigos que parecían no tener fin. No se le hacía difícil asesinarlos, solo era molesto por la cantidad que eran, y que debía cuidar de no dañar a ningún inocente. De todas maneras, era evidente que, al igual que Babel y los otros, estos Esqueletos también eran una distracción.
No podía percibir su Cosmos, pero estaba seguro de que había un verdadero Espectro en el palacio Valhalla, y necesitaba apresurarse para detenerlo antes de que se llevara la espada Balmung (por razones que aún desconocía) o hiciera daño a Hilda y los nobles del castillo.
Aunque… ¿no había Guerreros Azules para la protección de Asgard? Hyoga pensó en ello justo antes de que, casi por arte de magia, los Guerreros Azules cayeran desde el cielo y se ubicaran a su lado, encendiendo sus Cosmos, a una velocidad tan sorprendente que fue como si siempre hubieran estado allí.
Meses atrás, cuatro de ellos habían muerto: Drbal de Heimdall, Loki de Fenrir, Ullr de Surtr y Rung de Thrym. Pero los sobrevivientes habían vencido a las fuerzas del tiránico padrastro de Hilda, y ahora eran los tres mejores soldados de Asgard, que fueron elegidos por el mismísimo Odín, y que venían de rescatar a todas las villas y pueblos alrededor de Valhalla.
Uno de ellos, al que tantas loas había dedicado Ichi, portaba un arpa mágica de la era mitológica, era joven y bajo, con una larga cabellera pelirroja que hacía juego con los detalles carmesí de su Ropaje de tono púrpura.
Otro vestía una armadura negriazul, con un yelmo que asemejaba a un antiguo tigre o gato, como los que cargaban el carruaje de la diosa nórdica Freya, era alto y de brazos gruesos, con la mirada más fríamente fiera que se hubiera visto.
El tercero era moreno y de cabello rubio, con un Ropaje Azul pegado al cuerpo delgado, que parecía humear por el calor que irradiaba. Llevaba los ojos protegidos por una visera que imitaba la cabeza de un caballo. Se apartó raudamente de los demás para acercarse a Freyja y los aldeanos que se dirigían al Consulado.
—Cisne, retírate, este es nuestro trabajo —ordenó el de la armadura negra, Syd de Bygul, que, así como Hyoga, era un maestro del aire congelante. A su alrededor, los Esqueletos temblaban y eran cubiertos por una tímida escarcha que hacía más lentos los movimientos de sus guadañas.
—Syd, hay que ir por Lady Hilda antes de que sea tarde.
—No lo entiendes ¿verdad? Los Guerreros Azules protegemos a la gente, no hemos percibido a nadie en el palacio que ponga en peligro a Lady Hilda.
—¡Debe haber al menos un Espectro allá! —esgrimió Hyoga, mientras usaba su Polvo de Diamantes en conjunción con el aire frío de Syd, para vencer a los infinitos Esqueletos que les rodeaban—. Sus Cosmos no pueden sentirse.
—No importa, nuestro líder está en Valhalla, nada malo ocurrirá —declaró Mime de Bragi, que, en perfecta calma, casi como si estuviera recostado en un bosque frente a una laguna, entonaba melodías con su arpa mágica, de la que se decía había sido regalada a los Guerreros Azules por los enanos mitológicos. Los enemigos caían rápidamente vencidos por el misterioso, pero reconfortante y melancólico, sonido del instrumento de Mime.
—¿Líder? —inquirió Hyoga. Tras las muertes de Drbal y Loki, los anteriores jefes, había asumido que Syd, siendo el de mayor experiencia, se había convertido en el nuevo líder de los Guerreros Azules, pero lo sorprendían con alguien desconocido.
—Sí. Por eso estamos seguros de que Lady Hilda estará bien —aseguró Mime, sin dejar de rasguear las cuerdas.
—No puedo simplemente confiar en ese líder… —dijo Hyoga, más para sí mismo que para los demás.
—Vete a donde quieras, Cisne, pero Lady Freyja se queda con nosotros —le dijo directamente Hagen de Sleipnir, el guerrero que controlaba el fuego como látigos llameantes, y que a la vez que calcinaba a los Esqueletos, no sacaba los ojos de la chica de cabello dorado.
—No te preocupes, Hyoga, estaré bien. Ve con mi hermana, por favor, los Guerreros Azules son soldados orgullos que nunca desobedecen las órdenes, si dicen que me protegerán, lo harán.
—Como quieran. Te haré un camino, Cisne —dijo Syd, que levantó los brazos y reunió en ellos una misteriosa energía azul congelante, como si captara el poder del ártico directamente, sin nieve ni aire—. Corre detrás de mi Impulso Azul[2].
Era una esfera de luz casi tan deslumbrante como la espada Balmung que los Espectros buscaban con tanto afano, tan densa que repelía a cualquiera que estuviera cerca antes de congelarlo. Hyoga se dio prisa hacia el palacio Valhalla para cumplir con la misión que no deseaba: el Santuario también estaba detrás del sable.
En el camino, pensó en las posibilidades. ¿Qué sabía exactamente sobre aquella espada, y que podía tener que ver con la Guerra Santa que acababa de dar inicio?
Primero, era una hoja brillante, desprendía una misteriosa luz etérea, mágica, fría y ancestral, como nunca había visto, podía iluminar la noche como la más grande estrella. La primera vez que estuvo cerca de ella sintió una calma tan magnífica que parecía antinatural, así como un gran poder; era fría, a diferencia del Cosmos usual de un arma que emitiría calor, pero no era un frío incómodo, sino que reconfortante, incluso si lo pensaba un Santo de hielo como Hyoga, hasta Ikki estaría cómodo con la espada. Obviamente no era un arma común y corriente.
Segundo, había sido capaz de abrir un camino al mundo submarino del dios Poseidón desde Asgard, empezando en el norte y acabando en el océano Antártico. La había sostenido Hilda, pero ella había utilizado poco de su energía; había sido más cosa del espadón, por lo que al menos podía abrir algunos portales.
Tercero, perteneció a Odín en la antigüedad, lo que la convertía en un arma divina, a la altura del tridente de Poseidón o Niké, el báculo de Atenea. Hyoga no iba a considerar a Odín un dios “menor” solo por no ser griego. En calidad de divina, era capaz de eliminar el mal, según la leyenda. Además, con gran influencia de ella había sido posible revertir el deshielo polar tras la catástrofe iniciada por el dios del océano, que era una forma de “anular a la maldad”. Esa era la principal razón de que Hyoga no quisiera llevarse la Balmung a Grecia, ¡estaba sanando al país!
Cuarto, la espada estaba escondida en la gran estatua de Odín, y se presentaba por sí sola ante el elegido como héroe de Asgard. Es decir, la espada tenía conciencia propia, por así decirlo, y escogía a su portador, nunca al revés; razón de que el plan de Drbal fallara a pesar de poseer el anillo mágico concedido por Poseidón. ¿Iba a rechazar al Espectro que la buscaba, entonces? ¿Rechazaría también a Hyoga?
Eso era todo lo que sabía. La actual guardiana de Balmung era Hilda, que la llevaba consigo a todas partes, en nombre de su hermano Freyr, elegido por la hoja, pero ellos no tenían que ver realmente con el Santuario o los dioses griegos como Atenea o Hades… y ya eran dos guerras consecutivas en las que se veía involucrada: Drbal la quería para Jano, que luego se revelaría como Kanon de Dragón Marino; y ahora, los Espectros habían creado una distracción digna de una gran obra teatral para robársela a Hilda. La misma Saori le entregó la misión de llevarla a Atenas.
La espada tenía, evidentemente, una quinta característica muy importante para el Santuario, que Hyoga desconocía, y por la que los dioses Atenea, Poseidón y Hades estaban muy preocupados.
Finalmente se adentró en el palacio, tras quitarle la vida a quién sabe cuántos Esqueletos inútiles, que solo servían para retrasarlo medio segundo más cada uno. No era tiempo suficiente para frenarlo significativamente. Saltó sobre los centinelas, vio a un Guerrero Azul que desconocía, luchando cerca de las puertas (que vestía casi exactamente la misma armadura que Syd, con excepción de su tono blanco en lugar de negro), y cruzó a través de las numerosas estancias del castillo hasta frenar ante las puertas abiertas del salón principal.
Por supuesto, no tenía sentido detenerse ante un portón abierto; aquello que lo detuvo fue la escena que encontró al interior:
Lo más notorio era, evidentemente, la presencia de los soldados asgardianos que se hallaban en el piso, todos con abundante sangre en las orejas y con las piernas casi estancadas debajo de la piedra, en las posturas más extrañas. Algunos aún estaban vivos, pero la mayoría no había corrido con suerte, aparentemente.
Cuando temió lo peor, Hyoga dirigió la mirada al trono, pero allí se daba una función teatral muy diferente. Hilda permanecía sentada en él casi con absoluta calma, sosteniendo firme la espada Balmung, que desprendía hermosos destellos azules cual diamantes, que adornaban la estancia con una iluminación de zafiros.
Ante el trono se hallaba un Espectro de rodillas, gesticulando como si sufriera con solo mover los dedos, parecía paralizado. Tuvo que realizar un evidente esfuerzo para girarse hacia la izquierda, pues, así como Hyoga, era tuerto y lucía un parche en el ojo derecho, a la inversa de Cisne, cubierto también por el flequillo.
Era muy alto, de piel blanca como la leche y cabello negro azabache, bajo un yelmo al estilo romano, con un penacho blanco saliendo de la sesera. Los aspectos más llamativos de sus Surplices eran las tres alas con forma de largas hojas espinosas saliendo de su espalda, y las hombreras que asemejaban una serie de gruesas raíces enterrándose en los esbeltos brazos del guerrero. En la zona del corazón se hallaba una pieza muy peculiar, un rostro humano dormido, esculpido en el extraño metal del que estaba construido el Surplice.
—M-maldita sea… ¿tan inútiles eran esos E-Esqueletos? —consiguió decir, tras un gran esfuerzo y más tiempo del promedio, el Espectro.
—Bienvenido de vuelta a Sinigrado, Hyoga, espero que hayas tenido un buen arribo —saludó Hilda de Polaris, la gobernante de Asgard, luciendo una maravillosa capa blanca sobre ropas negras de estilo vikingo, como una pechera de guerra, una falda azul y brazaletes también blancos en muñecas y antebrazos.
—Hilda, ¿qué…? No entiendo…
—Te presento a Fyodor de Mandrágora, Hyoga, la Estrella Terrenal del Dolor[3], uno de los 108 Espectros y asesino personal de la tropa de Garuda —explicó Hilda sin un atisbo de nerviosismo. ¿Acaso había conseguido sacarle tanta información a ese Espectro, tan tranquila desde su silla?, se preguntó el Santo.
—M-maldita seas, aún n-no me dices cómo me d-detuviste —dijo Fyodor, intentando ponerse de pie, sin éxito, pues tropezaba una y otra vez—. Ni siquiera estabas aquí presente cuando maté a tus soldados.
—Hombres valientes que nunca se rendirían si pelearas con un mínimo honor, en lugar de desde las sombras. Pero si estás tras esta espada, no me explico por qué te preguntas sobre mis métodos. Estás ante un Tesoro Divino, un arma mitológica, ¿crees que un esperpento como tú podría ser un obstáculo para Balmung?
—Hilda, hay Esqueletos en todo Sinigrado destruyendo las aldeas —intervino Hyoga, con una muestra de respeto que solo le dedicaba a Saori. A veces—. Pero tus Guerreros Azules ya están salvando a la gente, por eso vine aquí solo.
—No esperaría menos, esas fueron sus órdenes, y nuestros Guerreros Azules se enorgullecen de cumplirlas rigurosamente. Así como ellos, debiste tener más fe en mí, Hyoga —espetó Hilda con una ligera y amable sonrisa, como si no tuviera a un asesino peligroso frente a ella.
—Las órdenes del nuevo líder de los Guerreros Azules… ¿Acaso es aquel de blanco que lucha afuera? Nunca lo vi antes.
—No, ese es el hermano gemelo de Syd, Bud de Trjegul, y no se suponía que lo conocieras o vieras antes. Es parte de su encanto que sea desconocido.
—¿Qué mi.erda hacen, charlando como si nada? —inquirió Fyodor, furioso, alzando una llama púrpura a su alrededor, un Cosmos que no podía percibirse, a la vez que se ponía de pie lentamente—. M-me entregarás esa espada, Hilda de Polaris, ¡es una orden de mi señor Aiacos!
—Y ¿por qué debería importarle a la gobernante de Asgard, o a cualquiera de sus habitantes, lo que diga el tal Aiacos? —preguntó Hilda, llena de orgullo y carente de arrogancia, características de actitud dignas de una reina inflexible.
—Ja, ja, ja, le tuvieron miedo a Poseidón, pero son lo suficientemente tontos para no temer a un ser tan superior como el dios Hades, ja, ja, ja, ja —dijo Fyodor, tras finalmente recuperar la verticalidad—. En todo caso, no es mucho lo que puedo hacer contra esa espada, pero mi señor Hades la usaría como…
—Silencio —le calló Hilda, poniéndose de pie por primera vez.
—Es que es una m.ierda. ¿Dioses nórdicos? Nadie se interesa en ellos ni los ha visto, el Ragnarok[4] es la más grande mentira que…
—Por última vez, silencio, Espectro de Mandrágora —demandó la líder, con un breve dejo de ira, a la vez que daba un paso hacia adelante; la punta del sable se acercó al cuello de Fyodor, que parecía no dejar de hablar.
Sin embargo, lo hizo. Y cambió la verborrea por una sonrisa siniestra.
—¡Hilda! —Hyoga intentó correr hacia el trono, presa de un presentimiento tenebroso, pero tropezó y se dio de cara contra el suelo. ¡Su pie había sido atenazado por una horrenda raíz que emergió desde abajo!
Desgraciadamente, Hilda se encontraba en las mismas condiciones, y el breve momento de distracción que vivió por culpa de ello, le permitió a Fyodor liberarse fácilmente del Cosmos que le imponía el sable.
El Espectro tocó el rostro dibujado en el peto de su Surplice, y probablemente todos en el palacio escucharon el chillido infernal más horripilante, tenebroso, oscuro y diabólico de sus vidas. La Mandrágora había gritado, y era digno de un condenado en el inframundo.
Hilda fue expulsada hacia atrás, estrellándose estrepitosamente contra el trono, volcándolo hasta atrás, donde la gobernante se perdió de vista, y habría perdido los oídos de no ser por la protección concedida por la espada, que encontró su descanso a los pies del Espectro de Mandrágora. Hyoga, en tanto, estaba paralizado y solo podía oír la risa de Fyodor:
—Ja, ja, ja, ja, pero qué fácil caen en estas cosas, ja, ja, ja. Este sitio está plagado de mis bellas plantas, Colina Silenciosa[5]. Como tal vez saben, la mandrágora es una flor infernal que brota bajo los ahorcados, con forma humana y raíces similares a piernas, y que emite un chillido demoníaco tal que enloquece hasta la muerte a todo el que la oye cuando es arrancada de la tierra —relató Fyodor, mientras caminaba hacia la espada y se inclinaba para recogerla—. Ja, ja, ja, los hechiceros del pasado realizaron un montón de rituales y encantos de magia negra con la planta, no es algo que pueda tomarse a la ligera, así que si yo fuera tú, Santo de Atenea, no congelaría la raíz, o su aullido te reventará el cráneo.
—¿Qué? ¡Maldita sea! —dijo Hyoga, deteniendo su Cosmos. Era como estar parado sobre una mina. Pero ¿por qué le advirtió Fyodor sobre el peligro? ¿Era algún tipo de condición?
Hyoga observó con su único ojo al de Mandrágora, tan risueño como su boca y tenebroso como el rostro en su peto, y lo comprendió todo: ¡le fascinaba torturar a sus enemigos!
—Lo que oyeron es mi Chillido Estrangulante[6], ni me molestaría en intentar bloquearlo, pues es solo sonido, uno que puede someter a cualquiera. Espero mucho que disfruten su estadía en este salón, hasta que se queden dormidos, se muevan y las mandrágoras los maten, así como a los pobres soldaditos que ven ante ustedes. —El Espectro tomó, entonces, el mango del sable, pero no pudo levantarlo.
—Esta espada le pertenece a Asgard, ¿crees que unas manos sucias como las de un perro de Hades pueden sujetarla? —dijo Hilda, aún en el piso, tomando la hoja con sus manos desnudas, que ya sangraban, al igual que un leve hilillo rojo que caía de su oreja izquierda.
—Vaya, digno de la representante del llamado Padre de Todo. Sabes que solo es cosa de que toque nuevamente el rostro de la mandrágora para que nunca más te llegue aire al cerebro, mujer, así que mantén tu dignidad de gobernante y suelta esta espada —amenazó el Espectro, que estaba teniendo serios problemas para ganarle el pulso a la hermana mayor de Freyja.
—¡Hilda! —Al moverse tan solo un poco, nuevas raíces se agarraron a brazos y piernas de Hyoga, impidiéndole realizar un gesto más brusco, o el Chillido lo mataría, ya había sido testigo de ese sonido—. Maldición. —Por eso, liberó su blanco Cosmos, enfriándolo más y más mientras Hilda enfrentaba a Fyodor.
—Vamos, no seas ridícula, ¿quieres morir sin sesos, acaso? —inquirió éste, aun intentando levantar un poco la Balmung, que parecía haberse pegado al suelo desde que Hilda la tocó.
—Si pudieras hacerlo así de reiteradamente habrías terminado conmigo hace tres segundos. Cuatro. Cinco —dijo Hilda, con una cautivante y triunfante sonrisa en el rostro—. Y contando.
La espada comenzó a desencadenar un brillo sin igual, una etérea luz celeste que convirtió el trono dorado en uno de zafiros, y las ropas de Hilda en un vestido de tonos albos. Hyoga buscó con la mirada al líder de los Guerreros Azules, para que le ayudara a distraer al Espectro, cuando se topó nuevamente con la sonrisa de aquella que gobernaba sobre Sinigrado por cuna y reconocimiento.
—¿Hilda? N-no… no puede ser.
—Así es Hyoga. La líder de los Guerreros Azules, escogida por Odín a través de esta espada, está frente a ti.
Balmung lanzó un estallido de luz, como una bengala, y su resplandor llenó a Hilda de pureza y misterio, convirtiéndola en una silueta azul de la que Mandrágora raudamente se apartó.
—¿¡Qué diablos pasa con esta mujer!?
—H-Hilda…
Cuando la luz se fue disipando, la gobernante de Asgard estaba cubierta por una extraña, bella y elegante, pero muy singular armadura hecha de diamantes, al estilo vikingo, como el de una valkiria. Hyoga jamás había visto nada igual. Portaba un casco de cristal con alas de cuervo, hombreras de diamantina azules, una larga falda guerrera de blanco intenso, anillos de zafiro en los dedos, al igual que el grueso cinturón en el que brillaban siete intensos destellos blancos, que simulaban las estrellas más grandes de la constelación de Osa Mayor, el Carro sobre el que destella Polaris.
El piso tembló levemente, y la luz solar, invisible e inalcanzable en el norte del mundo, parecía asomarse con fuerza en el salón del trono, bajo un filtro aguamarina que calmó el corazón agitado de Cisne. Las ventanas brillaron como diamantes.
Hilda se puso de pie con la Balmung en alto, y Fyodor retrocedió atemorizado ante lo desconocido. Hasta Hyoga se hubiera puesto en guardia, nunca había sentido un Cosmos similar, no tanto por su intensidad, sino por su origen… parecía provenir de una zona del Cosmos que no conocía, un lugar místico al que no tenía acceso.
Sin embargo, algo le quedó muy claro, algo que no se cuestionó lo suficiente durante la batalla contra Drbal. El padrastro de Freyja buscaba desesperadamente obtener la espada Balmung, con la que juraba que destruiría a sus enemigos y le daría luz y paz a su tierra helada; y cuando la hoja apareció en las manos de Freyr, la utilizó justamente para demoler la estatua que representaba el maltrato de las costumbres y tradiciones asgardianas. Más que eso, no sabía qué tanto podía representar una espada, pero ahora sí conocía el misterio.
—El Ropaje Azul de Odín, que se convertiría en “Volündr” si lo hubiera usado mi hermano Freyr… en mis manos se transformó en Valkyrja, convocada a través de esta espada —sentenció Hilda, que irradiaba un Cosmos digno de una guerrera del mitológico Valhalla. ¿Acaso Freyja le ocultó lo que obviamente era su hermana mayor desde hacía meses, o también lo desconocía? Era la mejor razón para elegirla la líder de los Guerreros Azules—. De más está decir que solo yo puedo portar esta espada, así como este Ropaje Azul que Odín concede a sus elegidos, a menos que yo, también, dicte lo contrario. ¡Hyoga!
—¡S-sí! —respondió éste, como si estuviera frente a Saori… pero Hila era la representante de Odín, el Padre de Todo, no podía tomar algo así a la ligera solo por el fondo griego de su cultura.
—El Santuario también desea a Balmung, ¿verdad?
¿Qué hacía Hyoga ahora? ¿Mentía? Esa espada estaba sanando a la tierra de Asgard y pertenecía a sus dominios, además de que ¿para qué iba a necesitarla Saori? ¿Para tener una armadura? Lo dudaba mucho… Pero no ganaba nada con mentirle a alguien que conocía hacía tanto tiempo, además de que tenía sus órdenes.
—Atenea solicitó que llevara a Balmung al Santuario, pero estas tierras no le responden a Grecia, lo entiendo.
—Te equivocas, Hyoga. Y eso es lo que teme este Espectro, así como Hades, pues el trato que firmaron los asgardianos con los atenienses hace tantos siglos, no es solo una declaración de paz mutua.
—Los dioses nórdicos ya no gobiernan sobre este mundo —declaró Fyodor, llevándose lentamente, como si tanteara el terreno, la mano al pecho, listo para usar el Chillido Estrangulante de nuevo. En su rostro había un creciente temor, como quien no quiere cuenten un secreto poderoso—. No le deben nada a los atenienses tampoco, su tratado se anuló cuando Poseidón arrasó con el mundo, Atenea es una inepta para regir sobre los seres humanos… ninguno de los dos tiene nada que hacer en contra de Hades, solo les queda la muerte, ¡así que suelta esa espada!
—El tratado es, de hecho, más fuerte que nunca, Espectro —dijo Hilda, que bajó igual de lento la espada sobre su enemigo—. Odín nos protege, pero le debemos nuestra lealtad a Atenea, que rige sobre todos los seres humanos desde que su padre le entregó la Tierra.
Mandrágora se tocó el pecho. El rostro, amenazante, estuvo a punto de abrir la boca.
—No lo intentes, mujer, pues tengo el don del Rey del Inframundo, no puedo morir, y volveré a triturar esa maldita espada si la bajas sobre mi cadáver.
—Fyodor —dijo Hyoga esta vez, aún inmóvil, mientras pensaba en lo que su enemigo acababa de decir: Hades quería destruir a Balmung—. Si mueves esa mano, lo pagarás.
—Eres tú el que no puede moverse, ¿qué vas a…? ¿Qué? —Mandrágora trató de acariciar el rostro de su peto, pero tenía el brazo completamente inmovilizado. La máscara también estaba congelada desde hacía unos segundos—. ¿Qué demonios está pasando aquí? ¡No puedo moverme!
—Aproveché la luz azul de Hilda para hacer caer una tenue lluvia de nieve y hielo en este sitio, congelando las partículas de aire. —Hyoga se deshizo fácilmente de las raíces en sus piernas, y ningún chirrido se escuchó, así que avanzó con orgullo y confianza hacia ellos—. También murieron las plantas de aquí abajo, sabes que la flora no resiste muy bien el frío.
Luego, casi por cronómetro, llegó el crujido que Hyoga esperaba, y la horrible cara del Surplice de Mandrágora estalló al superarse su punto de congelación, que era, claramente, mucho menor al de un Manto de Oro.
Los eventos siguientes se sucedieron muy velozmente, casi por sí solos, como si el destino los manejara. Fyodor gritó e intentó golpear físicamente a Hilda. Hyoga utilizó su Polvo de Diamantes para congelarle las piernas y hacerle tropezar. La líder de los Guerreros Azules, portando a Valkyrja, bajó el filo de Balmung. Un gran destello iluminó la habitación y la sangre salpicó el suelo lleno de plantas congeladas.
Apagar el fuego y recuperar la calma en Sinigrado tardó un poco más.
02:00 hrs. 16 de junio de 2014. Hora de Sinigrado, Asgard.[7]
Hyoga sabía que debía regresar al Santuario lo antes posible, lamentó no poder disfrutar ni un poco su estadía en Aasgard, pero la situación le apremiaba. Aunque su diosa se lo prohibiera, había Espectros en Atenas, y su deber era luchar.
Freyja e Hilda estaban a su lado, frente al Mar Blanco que rugía con fuerza, en el altar desde donde la mayor de los hermanos rezaba a Odín por protección, portando el Ropaje Divino de Valkiria, para sanar la tierra de Asgard. El agua espumosa y perla reflejaba sus temores, no sabían qué ocurriría en el futuro ni les convenía hablar de ello demasiado, pues la barba blanca del mar en cualquier momento podía teñirse de negro y rojo, con los cadáveres que revivirían para empañar el mundo de oscuridad.
Freyja, que había salido sana y salva gracias al Guerrero Azul Hagen de Sleipnir, no abrazaba a Hyoga, pues su mirada era suficiente; en esos momentos, ambos sabían que acercarse más sería lo peor, pues tal vez nunca volverían a verse. Le entregó a su amigo de la infancia un pequeño amuleto, una pulsera de esmeraldas, como sus ojos, que el Santo rápidamente se ató a la muñeca, no tanto por respeto, sino que por una súbita y misteriosa fe.
Como esperaba, Hilda le acercó a Hyoga la maldita espada de Balmung, muy posiblemente por una estúpida razón de honor y respeto a Atenea que ya estaba harto de fingir que entendía, así que la rechazó.
—No puedo aceptarla, gracias.
—Es lo que Atenea te pidió que llevaras al Santuario, ¿no? Debes llevártela —instó la gobernante nuevamente, que lo miraba con sus ojos, pero gran parte de su atención estaba en los soldados asgardianos que quemaban los cuerpos ya deshechos de los Esqueletos que habían muerto en batalla, frente al océano.
—No, Hilda, no le debes nada a Atenea, somos reinos distintos. No importa qué tan poderosa sea Balmung, es de más ayuda aquí que en Grecia.
—Vuelves a equivocarte, Hyoga, pero no me extraña, lo que voy a decirte no es información que tendría un simple Santo de Bronce. Sin ofender. Pero quiero creer que Atenea confía bastante en ti para enviarte aquí, solo, y por eso sabe que mereces saber qué es realmente esta espada.
Hilda alzó la hoja, que nuevamente brilló con su misteriosa luz etérea, como Hyoga jamás había visto, fría pero intensa, dueña de reflejos oníricos que Freyja no pudo evitar contemplar con la boca abierta.
—Si bien la espada le pertenecerá siempre a Asgard y Odín, así como el Ropaje Azul en su interior, que ahora porto, también está construida de un material al que Odín jamás tuvo acceso. —Hilda volvió a sonreír con ese gesto tan propio, tan lleno de orgullo y aires de misterio triunfante—. Apuesto que piensas que jamás has visto algo así, cuando, de hecho, llevas este material puesto.
—¿Qué dices? —Automáticamente, Hyoga se miró su propio Manto, Cygnus, y recordó su composición: Gamanio congelado, Oricalco y Polvo de Estrellas, nada que se asemejara a ese sable—. No lo entiendo.
—Los artesanos de Mu, el continente perdido, construyeron, mucho antes que sus Mantos Sagrados, las Escamas que portan los Marina, usando gamanio y oricalco, que comenzó a escasear tiempo después. Tras la Guerra Santa contra Poseidón, Odín y otros dioses de distintos panteones se aliaron con Atenea, que se hizo con la victoria y cimentó su gobierno sobre la Tierra, y como muestra de buena fe, Atenea le dio regalos a cada uno de ellos, Tesoros Divinos, recibidos del arsenal del vencido Poseidón como dotes de guerra, para firmar la alianza y la paz. La particularidad de estas armas es que están construidos de oricalco en su estado más puro.
—¿Q-qué? ¿Eso significa…?
—Así es. La Espada de Balmung es uno de esos Tesoros Divinos, uno de los pocos objetos restantes en el mundo que está hecha de oricalco puro. Y sí, también estás ante un arma que posee más de cinco mil años —concedió Hilda, sin perder su singular y sensual sonrisa.
—No puede ser… pero, nuestras armaduras…
—El oricalco se perdió casi completamente tras construir los Mantos Sagrados de Atenea durante la primera Guerra Santa, que fue contra Poseidón, sería casi un milagro hallar un poco en alguna parte que no sea en estos Tesoros. Pero ni siquiera las armaduras de Atenea o las Escamas de Poseidón tienen oricalco puro, pues se les mezcló con gamanio; solo los Mantos de Oro y las Escamas Mayores poseen algo similar, gamanio en perfecta pureza, pero no el oricalco, que en su estado natural luce este tono azul… Al parecer, en aquella época no se valoraba tanto como ahora. Sea como sea, Odín puso este Ropaje Azul en la espada, que se convertiría en una clase u otra dependiendo de quién sería su Elegido… o, en este caso, Elegida, tras el deceso de nuestro hermano.
Hyoga, ante tanta sorpresa, intentó recuperar la compostura. Aunque fuera un arma tan espectacular, se le había concedido a Asgard, y ni Atenea tenía derecho a pedir de vuelta lo regalado.
—Eso no explica por qué tengo que llevarla a Grecia.
—No, aún no. Y eso es lo más importante que debes saber; hace dos siglos, los Santos de Atenea encontraron un artefacto poderosísimo que utilizaron para viajar al territorio de Hades en el cielo, el Lienzo Perdido, y para ello usaron el oricalco que dos Santos de Oro robaron en Atlantis a costa de sus vidas, de los que habrás oído bastante de labios de mi padrastro.
—E-espera un momento… ¿un artefacto?
—Sí, uno que utilizó el oricalco de Atlantis en su único viaje, y que funciona únicamente con este elemento. Lo necesitarán si quieren ir al inframundo a enfrentar a Hades directamente, que imagino es el plan de la actual reencarnación de Atenea. Me gusta su estilo, es de sentenciar las cosas de una sola vez. Y no se preocupen, este Ropaje Azul es más que suficiente para proteger a toda Asgard con el Cosmos que ha absorbido de la espada por miles de años, hasta que Balmung regrese por sí solo a seguir con su labor.
—Hermana, ¿eso significa que…?
—Es decir… que esta espada es una…
—Sí, una llave. Es la clave para despertar el Navío de la Esperanza.
[1] En Grecia son las 20:20 hrs del 15 de junio.
[2] Blue Impulse, en inglés.
[3] Tensho, en japonés; Tiansun, en chino, al ser una estrella celeste en la novela Al borde del agua. Es la estrella correspondiente a Zhang Shun, la “Línea blanca en las Olas”. En Mito del Santuario, por error de edición, no aparece la estrella celestial del dolor, pero hay dos estrellas terrenales del dolor.
[4] Apocalipsis de la mitología nórdica, la leyenda que relata cómo será el fin de todo.
[5] Silent Hill, en inglés.
[6] Strangle Shrill, en inglés.
[7] En Grecia son las 21:00 hrs del 15 de junio.
Editado por -Felipe-, 19 mayo 2018 - 21:07 .