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El Mito del Santuario


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805 respuestas a este tema

#581 ℉łεüґÐ℮ℒƴṧ

℉łεüґÐ℮ℒƴṧ

    Ich verlasse heut Dein Herz...

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Publicado 08 diciembre 2017 - 10:17

Hola Felipe! Debo confesar que no me había animado a pasar por la zona de fanfics del foro! y la verdad no he leído mas que los primero tres capítulos de tu fic, pero que efecto narrativo tenes! Hiciste que todas las imágenes aparecieran en mi cabeza! Me encanto como hiciste que los protas ganaran sus armaduras! y sin perder sus personalidades originales o perder la línea original de la historia! Es tan difícil no perderse en medio de la narrativa cuando escribís, te lo digo por experiencia. Me dejaste impresionada la verdad! Y aunque los mas puristas se sientan aludidos tengo que confesar que me gusto mucho los cambios y ajustes que hiciste, ya que tu argumento es muy valido, hay muchas cosas que carecían totalmente de sentido como el hecho de Casios siendo alumno de alquien como Shaina sin tener manejo o conocimiento del cosmos o Leda! y llegar a la competencia final por la armadura? No sense at all! Pero bueno, que mas te puedo decir.... esa frase... "Como una fuente de aguas estancadas en medio del infierno" para referirse a la belleza de Shaina!

 

Continua así!! Animo!! eres un excelente escritor!


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#582 -Felipe-

-Felipe-

    Bang

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Publicado 13 diciembre 2017 - 16:11

Respondiendo reviews:

-Shiryu de Dragón experimentaba seguramente "el temor"---XD

-Creo que empiezo a entender porque Shunrei le fui infiel en

el futuro al dragon ,fue por tratarla descortesmente

-¿Esa era la oscuridad que tanto temía el maestro Dohko? ---ese pensamiento

de Shiryu esta completamente equivocado todos saben que el sensei heroico y legendario

no le teme a nada ni a nadie

no entendi

---¿Cheshire no estaba muerto?

 

este chico es un Santo de Bronce común y corriente cuando

no está defendiendo a alguien o perforándose los ojos.---primero Muu con su resistencia y

ahora Shiryu al parecer varios personajes seran troleados en esta saga--Jajaja

 

me extraña que en los consejos de Dohko no hable nada  sobre el cosmos heroico

Hola, T :)

Shiryu y Shunrei NUNCA habían peleado. Y si has estado en pareja sabrás que es imposible no tener alguna vez un problema con la otra persona, es parte de ello. Lo admirable es que en tantos años juntos, Shiryu y SHunrei nunca habían discutido, y apenas lo hacen rápidamente se dan cuenta, por lo que se piden disculpas.

 

Cheshire no ha muerto en el fic. Al contrario, se la ha pasado escapando de todo el mundo. Más aún, fue el único que no murió en la antigua guerra santa.

 

Nunca me vasa ver hablando mucho de, o parodiando, la tontería esa de Jade del Temor y el cosmos heroico en el fic, lo lamento xD

 

Y, de nuevo, Muu no ha mostrado poca resistencia, sino la misma que todos los demás. Se enfrentó a Afrodita, un Santo igual de poderoso que él, y por eso quedó así.

Lo de Shiryu, sí, admito que lo he estado molestando por lo de los ojos desde que empecé el fic. Me declaro culpable jaja

 

 

debo decir que esta parte de la saga de hades también la disfrute mucho,joer si había un monton de tumbas abiertas

tanto de los de oro y los de plata....aunque claro...yo mandaria a gente mas fuerte a por los tipos que derrotaron a poseidon XD

 

bueno con ganas de ver como va,y debo decir que estos detalles me encantaría verlo en ese remake de netflix

que enriquezcan la historia original,que le pongan sentido a ese mundillo de caballeros del zodiaco....

aunque les escueza a los talifanes.........tengo muchas ganas de ver ver como trataras a esos 4 dorados que van subiendo la elíptica

y esas interaciones entre personajes que nunca vimos en la serie....estoy poniendo muchas expectativas XD

bueno un saludo y hasta el próximo capitulo

Imagino que Hades está confiando en que estos chicos que vencieron a Pose hicieron un milagro y no están siempre con tanto poder, o le malinformaron y cree que Atenea hizo todo. En todo caso, en términos concretos, ni los dorados son más fuertes que estos cinco en su peak.

Yo tengo muchas ganas de ver el remake de Netflix también, nunca me he considerado purista como para despreciarlo desde el principio como hacen varios. Ojalá le pongan ondan y amplien este gran universo y franquicia.

Muchas gracias por la confianza y expectativas, espero estar al nivel.

 

Saludos, amigo :D

 

 

Hola Felipe! Debo confesar que no me había animado a pasar por la zona de fanfics del foro! y la verdad no he leído mas que los primero tres capítulos de tu fic, pero que efecto narrativo tenes! Hiciste que todas las imágenes aparecieran en mi cabeza! Me encanto como hiciste que los protas ganaran sus armaduras! y sin perder sus personalidades originales o perder la línea original de la historia! Es tan difícil no perderse en medio de la narrativa cuando escribís, te lo digo por experiencia. Me dejaste impresionada la verdad! Y aunque los mas puristas se sientan aludidos tengo que confesar que me gusto mucho los cambios y ajustes que hiciste, ya que tu argumento es muy valido, hay muchas cosas que carecían totalmente de sentido como el hecho de Casios siendo alumno de alquien como Shaina sin tener manejo o conocimiento del cosmos o Leda! y llegar a la competencia final por la armadura? No sense at all! Pero bueno, que mas te puedo decir.... esa frase... "Como una fuente de aguas estancadas en medio del infierno" para referirse a la belleza de Shaina!

 

Continua así!! Animo!! eres un excelente escritor!

Wow, me halaga mucho que alguien que no se pase por fics lea tres capítulos del mío de un tirón, muchas gracias por los comentarios! Es algo en que me he esforzado mucho, un proyecto muy difícil que he logrado sacar a flote gracias a mucha ayuda externa a mí, como lectores beta y ustedes mismos, los que comentan y critican. Como bien dices, uno de los grandes objetivos de haceer un remake de SS tiene que ser arreglar los múltiples errores, incoherencias o vacíos argumentales de la obra original, sin desmerecer el trabajo de don Masami. De verdad muchas gracias.

 

Saludos, compañera :D

 

 

-----------

 

Con respecto al siguiente capítulo... voy a confesar algo. Me costó MUCHO escribirlo. A nivel emocional, digamos. Es un capítulo sin acción, pero con mucho desarrollo de personajes y aspectos sentimentales y filosóficos de la vida... Espero que lo disfruten.

 

 

MUU III

 

20:30 hrs. 15 de Junio de 2014.

El Templo del Toro era uno de los más grandes construidos por Atenea, solía oírse en su interior la dicha y la alegría de su guardián, amplificado por sus muros de piedra y su alto techado. Sin embargo, ahora yacía en silencio.

Avanzó por él lentamente, olvidándose por algunos minutos de su misión, tocando las mesas, sillas y muros donde había compartido grandes momentos con su mejor amigo, el hombre que los había traicionado. La memoria del rostro de su viejo compañero de armas, alejándose de él tras golpearlo en el estómago con toda su fuerza y bestialidad, se mezclaba con el sonido de las palabras de Dohko: una ilusión, por doce horas. ¿A qué se refería? ¿A su maestro Sion, retornado también de vuelta a la vida, o a otro tipo de misterio?

En un mural cercano al pasillo que llevaba a la habitación del guardián del Templo, se encontraban algunas fotos del pasado. En una de ellas, un niño brasileño jugaba en una piscina con su maestra, a quien el mismo Muu le debió informar sobre la muerte de su discípulo, en la tarde más llena de lágrimas que había vivido. En otra, Kiki estaba sentado en los hombros del Santo de Tauro, tomándole del cabello sin percatarse del dolor que le causaba. En otra, la maestra Verona, vestida de bruja, se tomaba una selfie con su alumno, cubierto por las vendas grises que le asemejaban a una momia. En otra aparecía Seiya, chorreando sudor, intentando ganarle una vencida al sonriente dueño de casa, sin ningún éxito, mientras Europa los miraba complacida. Y en otra, tomada por Aiolia, Muu y Aldebarán de Tauro bebían en un bar de Rodrio, jugo de mango el primero y una cerveza el segundo. Así eran las cosas en el pasado; el presente era muy distinto.

—Honestamente, Aldebarán, ¿cómo pudiste hacernos esto? ¿A Atenea? ¿A Seiya, Verona y Kiki? ¿A tus amigos? ¿Cómo pudiste decepcionarme de esta manera?

—Eso es difícil de contestar.

 

La voz no venía de lejos, sino del salón lateral, donde Aldebarán guardaba sus objetos preciados… y la voz era suya, no podía ser de otro. Muu corrió por primera vez sobre ese templo ateniense, y cruzó las puertas de la sala en menos de un segundo. Frente a él, sentado sobre una silla de cristal que Muu le había construido, se hallaba Aldebarán, portando esa grotesca Surplice de Tauro que Hades le había concedido.

Estaba solo, o al menos así parecía ser, dado que los Espectros no desprendían Cosmos. Con los codos sobre las rodillas, Aldebarán miraba la flor que sostenía en la mano, una petunia de pétalos violeta. No parecía dispuesto a combatir, eso lo podía comprender Muu solo con mirarlo.

—Aldebarán.

—¿Sabes? Esta me la regaló Europa, aunque no estaba presente —dijo el ex Santo, sonriendo con tristeza—. La dejó aquí cuando ya estaba muerto, en mi honor. Imagino que no esperaba que algún día la tendría en mis manos.

—Aldebarán… —Muu no sabía qué preguntarle, se había bloqueado. ¿Qué había ahí? ¿Por qué los había traicionado? ¿Por qué se vendió a Hades? ¿Por qué no estaba con el resto de los Espectros? Ninguna de esas interrogantes le salía por los labios, no esperaba ver a su viejo amigo así, tan tranquilo en su antiguo hogar.

—¿Quieres charlar un poco, Muu? Baja la guardia, tranquilo, mientras estemos hablando no te atacaré.

No le ofreció un asiento, y Muu tampoco buscó alguno. Se quedó allí de pie, recordando la forma en que Aldebarán había aparecido junto a Aphrodite, listos los dos para matarlo. Lo había golpeado con toda su fuerza, sin duda. Ahora era distinto, de verdad no parecía dispuesto a una Guerra de Mil Días, y estaba seguro de que resultaría diferente a la pelea con el Pez Dorado, ya que el Toro conocía sus técnicas.

—¿Me dirás que volviste aquí por pura nostalgia?

—Sí. Así es. Digamos que el mundo de los muertos no es un lugar cómodo para contemplar flores o el pasado.

—¿Cómo es? —Muu se arrepintió y sintió estúpido por preguntar, justo antes de arrepentirse de su arrepentimiento.

—¿El mundo de los muertos? Recuerdo que hablábamos de eso cuando aún éramos niños que entrenaban para convertirse en Santos. Tú no querías mostrar que no te interesaba el tema y yo hablaba y hablaba. —Por primera vez, Aldebarán le miró con los ojos negros, dejando la petunia a un lado—. ¿Un infierno dantesco con infinita tortura y gente hirviendo a fuego lento? ¿O quizás la nada misma? ¿O un lugar oscuro donde un hombre mitad cabra clava a los pecadores con un tridente rojo? Pero, Muu, ¿no te parecía extraño que siendo Santos protectores de una diosa griega, teníamos que contemplar un infierno griego en lugar de pensar en nuestras religiones?

—¿Vas a llamarte Santo protector de Atenea ahora, Aldebarán? —preguntó Muu con un dejo de ira que no pudo controlar.

—Hablo en pasado, desde luego, como puedes ver. —El Espectro se tocó uno de los cuernos en el yelmo con expresión seria, pero sonrió y siguió hablando poco después—. El Inframundo controlado por Hades es un Santuario tal como este, con tierras, océanos, templos incluso, repleto de Espectros como yo. Bueno, no como yo, ya sabes. A algunos muertos se les juzga y dicta sentencia, llevándolos a una prisión donde pagan por sus pecados, y uno no puede evitar preguntarse para qué se luchó y vivió tanto si todos terminarían igual. Sí, uno puede conservar la consciencia, créeme que es imposible no pensar en ello.

—¿Es real entonces? ¿Por qué me cuentas esto?

—Sí, es real. Y te lo cuento porque, como comprenderás, no se habla mucho en el infierno, al final uno pierde la noción de todo, y hay un río para borrar memorias, muy desagradable. El último pensamiento es que Dante tenía razón…

—¿Es eso una broma? Aldebarán, nos traicionaste a todos. Aiolia, Milo, Shaka y yo éramos tus compañeros, nos conocemos desde hace años y aun así… —No era de los que se enfadaba, pero con Aldebarán tendía a darse ciertas libertades—. ¿Cómo puedes bromear en un momento como este?

—Sí, nos conocemos, sé cómo es cada uno de ustedes. ¿Recuerdas cuando nos reunimos todos por primera vez? Ese día en la bahía, después de que DeathMask le diera una paliza a Milo.

—Aldebarán… ¿por qué…?

—Las cosas nunca son como uno espera. ¿Sabes? Yo me hallaba ya en la nada misma, sin recuerdos ni consciencia, o tal vez eso es lo que recuerdo ahora, la nada. No sé si los demás estaban conmigo, no sé si fui torturado o no, no sé si Hades me castigó por luchar del lado de Atenea, no sé nada. —Aldebarán volvió a tomar la flor y se puso de pie, pero Muu no levantó la guardia; su antiguo amigo decidió pasear por la sala, mirando el resto de sus recuerdos, que incluían fotos, armas, una réplica del elefante de marfil que tantos problemas le había traído de niño, unos guantes de box rojos que le había regalado Seiya en Navidad, los toros de madera que construía Kiki (y seguía haciendo, en su tiempo libre) y la enorme alacena—. Pero de pronto supe varias cosas. Estaba despierto.

—¿Ahora me hablarás de cuando volviste a la vida? —Un vergonzoso y fugaz pensamiento por la mente de Muu, que miró a la puerta, listo para irse—. ¿Has estado haciendo tiempo para que no continúe por…?

—Solo quería hablar, Muu. Puedes irte si quieres, no tengo intenciones ocultas ni nada. Si fuera así, no te estaría demorando, sino que acabaría contigo, después de todo, tengo órdenes de mi señor Hades de asesinar a todos los Santos de Atenea que me encuentre en el camino.

 

Muu se detuvo ante la mirada amenazadora y férrea de un Aldebarán con la frente sudorosa. Movió la cabeza de un lado a otro, incómodo, y pronto recuperó la sonrisa frente a una foto que se había tomado con los niños del orfanato que había fundado en Brasil, en la que salía evidentemente ruborizado.

—Ellos…

—Siguen cuidándolos, tu maestra es la directora interina ahora.

—Ya veo. Muu, no estaba vivo todavía; cuando abrí los ojos, me encontraba en el Inframundo bajo un cielo escarlata, rodeado por ex Santos, igual de confundidos que yo. Saga, Camus, Daidalos, varios Santos de Bronce, incluso el viejo Al-Marsik. Cuando Sion, el Sumo Sacerdote, t-tu maestro, se nos acercó… s-supe que debíamos matar a Atenea para vivir otra vez.

—Aldebarán… —Nuevamente vio ese pesar en el rostro de su enemigo, el que quería asesinar a su diosa, y solo eso detuvo a Muu de utilizar la Extinción de Luz Estelar allí mismo.

—Subimos a Yomotsu, donde estaba DeathMask… o más bien su perro, como le llamaba, el pedazo de alma que separó y dejó de sí mismo, todo quemado y aterrado tras la pelea con Shiryu. El verdadero DeathMask vendió su alma, debe estar partido en pedazos por todo el infierno, pero esta cosa que quedó de él… lloraba. No sé por qué, pero creo que sentí mucha tristeza. Creo que sentí cosas. Luego, tenía puesta esta armadura, y junto con Aphrodite avanzamos desde el Cementerio hasta aquí. Creo que él también estaba un poco triste.

—A-Aldebarán, ¿de qué me estás hablando?

El Toro volvió a sentarse en la silla de cristal reforzado, que por supuesto no se rompió bajo su peso. Torció el cuello hacia atrás y miró el techo con una expresión llena de nostalgia.

—Quiero que recuerdes muy bien esto, Muu, pues así son las cosas. Nací y crecí en una favela en Brasil, y a los ocho años Verona me encontró. Me crio como una madre a su hijo, me entrenó como la mejor maestra a su delincuente alumno, y me convirtió en un Santo de Atenea, le debo casi todo. Sé que lloró cuando le dijeron que había muerto, y sinceramente espero que fueras tú. Sí, tu mirada lo dice todo, tú le contaste a mamá sobre mí, y lloró, pero me alegro de que fueras tú y no algún torpe mensajero del Santuario que no me conoció. O Europa.

Muu tragó saliva. Con sus ojos solo miraba a Aldebarán, pero veía mucho más que, durante esos segundos, había decidido ignorar.

—Muu, tuve… muchas batallas, y siempre di el máximo de mí en cada una de ellas. Sellé al monstruo Anfisbena, contuve el peso de la balanza de Rea, derroté a un Gigante junto a Shura, vencí a Manía de la Locura, medí fuerzas con el descendiente de un Cíclope, y fui vencido por Seiya de Pegaso. No me mires así, me venció con todas las de la ley… Y tras luchar contra Sorrento de Sirena, hallé la muerte a manos de tres Guías de Poseidón. ¿Está todo eso registrado en el Libro Dorado?

—Y que te llevaste contigo a dos de ellos a la tumba, sí —respondió Muu, con los ojos humedecidos. Ya comenzaba a entender qué sucedía.

Aldebarán bajó la voz y una luz violeta surgió de los poros de su piel. Parecía querer decir todo lo que necesitaba antes… del final.

—Seiya es el Santo de Pegaso, Muu, aquel de quien hablábamos cuando niños. No es cualquier chico japonés, pude sentirlo. El Santo de Pegaso, ja, ja, ja. Su devoción a Atenea es inquebrantable, así que es una lástima que tengamos que… matarlos a ambos. A todos ustedes.

—Sí, sí que lo es.

—Me gustaría… que mi vieja armadura de Oro estuviera aquí, pero imagino que está en el Ateneo, con Saori Kido… Vaya, Muu, ahora entiendo por qué vine aquí con esta flor. —Aldebarán acarició los pétalos de la petunia, observándola con mucha atención. Sonrió todavía más—. Ya entiendo muy bien… Había muchas de estas ahí donde yo estaba. N-no era el Inframundo… ¿Dónde estaba?

—¿Aldebarán?

—No sé dónde estaba, Muu… pero había muchas flores. Creo que el dios de los muertos nos ofreció vida eterna a cambio de matar a Atenea, pero yo solo quiero volver ahí… Muu… No lo olvides. El Inframundo es un santuario como este, que pertenece a Hades, e incluye un lugar lleno de flores como esta.

—Donde a algunos muertos se les juzga y sentencia, sí. Lo recordaré.

Esferas de luz violeta comenzaron a ascender, tornándose doradas antes de atravesar el techo del Templo del Toro. Provenían del cuerpo de Aldebarán, que cada vez se hacía más borroso y menos voluminoso. El Espectro se levantó con la flor en la mano, y levantó torpemente la guardia, como cuando todavía eran niños y no sabían nada de artes marciales.

—Hay gente aquí. Espectros más adelante. Saga en Géminis… ¿Lo entiendes?

—Sí, creo que te entiendo. Ahora debemos pelear, Aldebarán.

—Sí, Muu, así es. Mi deber es eliminarte con mi Gran Cuerno. —Aldebarán se acercó lentamente hacia Muu, con sus pisadas intensas y sonoras como martillos del cielo. Muu sabía qué debía hacer, así que golpeó el aire a la velocidad de la luz, dejando detrás una estela brillante.

 

Aldebarán levantó el brazo, tocó suavemente el puño extendido y tembloroso de Muu, y le sonrió. El Santo de Aries intentó conservar la expresión firme y seria de los guerreros de la justicia, como Aldebarán había sido, pero tampoco pudo contener las lágrimas que resbalaron por sus mejillas.

—Fue bueno verte, Muu, pero creo que me has vencido —dijo Aldebarán, de quien cada vez quedaba menos. Su sonrisa, sin embargo, permanecía en su cara llena de alegría y paz.

—Es el d-deber de un Santo de Oro.

—Adiós, Muu. Dale mis saludos a Seiya y Kiki, por favor.

—S-sí… así será. Nos vemos, Aldebarán.

Y el hombre de ojos negros desapareció, pero no su recuerdo, en medio de luces y destellos dorados. Muu miró el techo y más allá, intentando no sollozar a la vez que guardaba el recuerdo de Aldebarán de Tauro en lo más profundo de su alma. Porque ese guerrero no se hallaba en el Inframundo, sino que fue llevado allí a la fuerza, por gracia de la voluntad de Hades.

No todos los seres humanos iban a parar al santuario del Rey del infierno, sino que los seres más puros de la Tierra, como el amigo que albergaba en el corazón, iban a un mundo de luz, repleto de flores como la que ahora yacía en la silla de cristal. Ni siquiera Hades tenía control completo sobre los seres que ya habían alcanzado la paz eterna, y que no tenían memorias del infierno para vengarse y tratar de tomar la vida de Atenea como Saga y los otros. O quizás… ni siquiera era así. El caso era que le habían dado información muy valiosa.

 

21:50 hrs.

Fuera como fuera debía cumplir con su deber. Se limpió las lágrimas y salió a la noche más allá del Templo del Toro, cuya salida estaba adornada por una fuente blanca de la que brotaba agua con la que se lavó la cara. Más allá, en el Templo de los Gemelos, percibía una fuerza asombrosa. Saga y los otros ya estaban ahí, de seguro, pero no emitían Cosmos.

Se suponía que ese lugar estaba vacío, pero un poderoso Cosmos resplandecía en el Templo de los Gemelos, y parecía una fuerza aliada, en lugar de enemiga. Alguien estaba protegiendo el sitio que Saga, y tantos otros en el pasado, cuidaron por mucho tiempo, pero desconocía su identidad.

Debía darse prisa. No importaba qué sucediera, Muu podía enfrentar cualquier dificultad que se le pusiera delante, especialmente después de la conversación y pelea que mantuvo con el Espectro Aldebarán de Tauro. En la Torre Meridiano se marcaba más de una hora desde que su maestro apareció en el Templo del Carnero, y todavía quedaban muchos enemigos por vencer. Pero todo saldría bien.

Alguien velaba por ellos.

«Alde, tu vida entera no será en vano, serás recordado por toda la eternidad como el bravo Santo de Tauro. Por favor, conviértete en una estrella y protégenos desde el Paraíso».


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Publicado 14 diciembre 2017 - 21:41

-Buena escena la de Muu mirando las fotos

 

-DeathMask le diera una paliza a Milo.----pobre bicho ,incluso en los fics es troleado ----Ten cuidado con

despertar la ira de la mafia XD

 

-No entendi el asunto del alma de DeathMask

 

-Aldebarán dejandose ganar---- <_<


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Publicado 23 diciembre 2017 - 18:34

Me gusta la forma en que contas las cosas, los dialogos, tambien porque me puedo imaginar las cosas en mi cabeza mientras las leo, incluso los personajes, eso esta muy bueno.


Saguista :s96:NeoKanonico 

 

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#585 Presstor

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Publicado 24 diciembre 2017 - 11:01

hola,a qui te deso lo mejor que pases buenas navidades y un prospero año nuevo

que  te lo pases genial con los tuyos, y a seguir otro año mas leyendo tu fic

ya tenemos un par de años leyéndonos eh jaja

 

me gustado mucho este capitulo...has puesto mucho sentimiento en el y no le eh notado

sigue asi...un saludo



#586 Presstor

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Publicado 24 diciembre 2017 - 19:02

quiero decir, has escrito este capitulo con mucho sentimiento y que lo eh notado,un saludo



#587 Rexomega

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Publicado 30 diciembre 2017 - 18:22

Saludos

 

¡Feliz Na...! Ah, que como he vuelto a tardar mil años en comentar, ya pasó la fecha en la que se me ocurrió hacerlo. Bueno, nunca es tarde para desear un feliz año y dar algún regalo, ¿no?

 

Para facilitarme las cosas, aunque me he releído los capítulos para tener todo más o menos fresco, comentaré primero la trama de Mu de corrido. Y empezaré con algo que no me puedo sacar de la cabeza:

El mayor problema era, sin duda, que el ejército de la Oscuridad desprendía un Cosmos indetectable por los Santos, y eso lo ponía ligeramente nervioso. Había jurado a Atenea que nadie atravesaría el Templo del Carnero, aunque se le fuera la vida, pero honestamente no sabía qué esperar. Si aparecía el Espectro adecuado, podía acabar con él sin que se diera cuenta. De buena cuenta había ordenado a Kiki que regresara a Jamir, esa noche podía ser el inicio de algo terrible.

Fue leer eso y pensar en Niobe, no como una amenaza dentro de la historia, sino como algo fuera de esta, a la hora de participar en un versus. No tiene demasiada importancia, porque hasta un santo de oro debe recordar que es mortal, que va a enfrentarse a un enemigo que desconoce y al que el Viejo Maestro lleva esperando por siglos, es solo que la forma de decirlo me llevó a esos parajes. 

 

Muchas cosas me gustaron del primer capítulo, una de ellas, por triste que suene, fue que Aldebarán ocupase el lugar de Deathmask, que al parecer no será parte de este arco porque nunca tuvo desarrollo su redención en el manga. Le da una fuerza única a la traición de los revividos, porque a estos, arrepentidos o engañados, ya los habíamos visto como enemigos antes. Aldebarán es un buen tipo, la clase de personaje que no esperaríamos ver como antagonista, así como Aioros. Claro que he visto en ND a Dohko declarándose un traidor y me ha parecido más ridículo que impactante, así que creo que Aldebarán en este capítulo es mérito de tu habilidad para narrarlo. También me ha gustado ese Afrodita siendo un santo de oro más, que es lo que demostró en en su lucha contra Shun, no una herramienta para que el primer enfrentamiento de Mu, hasta el momento un hombre pacífico, resultase más impresionante. Justo la participación del santo de Piscis en la versión original de la saga de Hades era una de las cosas que esperaba ver de forma distinta en esta historia, pero nunca me acordaba de comentarlo. ¿O sí lo hice?

 

En contraste, alguna parte más apegada a la saga de Hades de siempre me hizo más bien ruido. No te culpo por reutilizarlas, porque esa etapa, en especial animada, es una entrada única para el arco final de la historia, por mucho que luego se desinfle como un globo picado, pero teniendo presente el ver a ese imponente Aldebarán, si ya me parecía raro la primera vez que leí que Mu no puede desobedecer la orden de alguien que le dice que tiene que matar a su diosa, sea quien sea ese alguien, ahora todavía más, pues la sorpresa de la identidad del personaje ya pasó. Un poco lo que me decías en otra respuesta, de que escribías Oscuridad y similares en vez de Hades porque escribías la historia como si el lector no la conociera, solo que aquí sí que me hizo ruido, en especial al acordarme del viaje de Odiseo: "Te hice los deberes, así que ve a matar Atenea". 

 

Destaco la descripción del Muro de Cristal y en especial las armaduras de los espectros, la forma en que estas no son solo armaduras negras, como las de las Sombras de Reina Muerte, u oscuras, sino algo más, que se refuerza con que los espectros no despidan cosmos y que sus armaduras estén muertas. Me gustó esa parte porque las descripciones son mi punto flaco.

 

Como comentario aparte, al leer yaks (no he investigado qué son todavía), por alguna razón pensé en Star Wars. No sé por qué.

 

Quiso el autor el destino que Aldebarán pudiera pasar el Templo de Aries junto a varios más (que pensaba que era el trío maravilla, pero luego vi que no, ¿serán espectros?), antes de que Seiya interviniera. Por suerte, no a preguntar quién es Hades, sino a mostrar un desconcierto mucho más normal en alguien como él. Uno ya está tan acostumbrado a que los santos de oro revivan por cualquier razón, que si vemos a Afrodita en alguna historia posterior a su muerte nunca vamos a pensar que es su gemelo, su clon o algún fan haciendo cosplay, sino el Afrodita de siempre, revivido. Pero eso es algo que sabemos como lectores, alguien como Seiya no tiene por qué pensarlo sin más, puede tener dudas. Dudas no tan grandes como ver que Mu le dice que se tiene que ir, que Atenea ordenó que no estuviera en el Santuario. Te lo dije en otro comentario, Atenea y su empeño en que ellos deben vivir una vida normal, como si el resto de santos que han luchado por ella, en esa vida y otras más, no fueran gente real, es raro, pero valió mucho la pena por ver cómo reacciona Seiya. Quiero decir, es Seiya, no suelo sentir pena por el hombre que siempre se levanta, pero entre la forma en que describes sus sentimientos por Saori y esas lágrimas que derrama, me compadecí del muchacho. 

 

Afrodita cumple el papel de Deathmask de un modo más digno. Es raro leer que Seiya solo se acercó al Séptimo Sentido a estas alturas de la historia, y aun más raro que Afrodita se empeñe en usar las técnicas en orden, pero a menos que me olvide de algo, lo segundo debe ser cosa de orgullo y lo primero algo a lo que Saint Seiya ya me tiene acostumbrado. Al final, para haber tenido que lidiar con el poder del Hombre de los Milagros, le fue bien. Leyendo este capítulo, en contraste con el recién horneado Episodio Cero, no puedo evitar preguntar: ¿cómo te sientes al ver que Afrodita y Deathmask podrían ser también obstáculos en la escapada de Aioros del canon? 

 

Me llama la atención que dijeran que la invasión de Poseidón no es nada en comparación con lo que se viene. ¡Cuidado con quedarte en el slogan y luego no mostrarnos algo que supere el tercer arco! También que la aparición de Hades esté relacionado con las principales calamidades de la humanidad. Como idea, podría funcionar, pero el tiempo que pasa entre una Guerra Santa y otra complica la selección de calamidades. Y no sé si fue en este capítulo u en otro de los que leí, pero por lo que veo, el Hades que nos mostrarás estará un poco en la línea de Alone, de "salvar" a la gente del sufrimiento. 

 

Como comentario aparte, leí este capítulo mientras veía la primera temporada de Slayers. No sé si la has llegado a ver, así que lo dejo oculto:

Spoiler

 

Por cierto, esta parte me confundió, no sé si es que me perdí algo o que hubo un error:

No había podido verla, preguntarle qué la llevó a decidir que Muu podía matarla. 

 

Una vez Seiya se va, la inevitable batalla sucede. No estoy seguro de que se necesite sugerir que Mu tiene fuerza como para someter a Afrodita, siendo que él es a los poderes mentales lo que Aldebarán es a la fuerza física, pero me gustó cómo toda la batalla se enfoca en la importancia de conocer y no conocer las técnicas del oponente. Calza bien con la idea de que todos los santos de oro sean más o menos igual de fuertes, sin que haya entre ellos una diferencia abismal. Más que una estudiada estrategia, diría que fue una estrategia arriesgada, Mu debió ponerse a tiro de de Afrodita para lanzar ese ataque a quemarropa. 

 

A riesgo de repetirme, de nuevo las cosas nuevas, diferentes, me entusiasman más que las antiguas. En este caso, no es que me haga ruido, ni mucho menos, la aparición de Shura, Camus y Saga, sobre todo con esa imponente descripción para el santo de Géminis, que contrasta con que luego se arrodille frente al hombre encapuchado. Es más bien que con ese primer capítulo con Aldebarán y Afrodita me llegué a preguntar cómo sería el arco si alguno de esos dos subiera por la montaña. No recuerdo haber visto un enfrentamiento escrito entre Afrodita y Milo, por ejemplo. Pero dejando eso aparte, no descarto que la labor de Shura y Camus en esta historia sea más de santos de oro destacando y menos de soporte a Saga. Mucha suerte con ello.

 

La parte del Viejo Maestro me dejó más motivado, no sabría decir por qué. No es por el meme en que se ha convertido dentro del foro, desde luego, y a grandes rasgos, transmitió el mismo parecer sobre la juventud del hombre encapuchado y por qué encendió el reloj (¿Sabe Dohko la duración de esa segunda vida por alguna razón?), pero me gustó leerlo, sentí que son dos personas que tenían que encontrarse, hablar y tal vez hasta enfrentarse. Sobre esto último, me gustaría que el Viejo Maestro se quedara como tal, pero creo que ya en Lost Canvas, el pasado de esa historia, el Misophetaminos se introducía, aparte de que Dohko, viejo como está, difícil lo tendría para luchar contra el hombre encapuchado, ante el que todo el mundo se tiene que arrodillar. Así que solo procuraré ser un poco menos pesado cuando lea lo que nos tienes preparado para este par de veteranos.

 

Aprovecho que la identidad del hombre encapuchado ya fue revelada para decir que está bien que los santos de Atenea sean tan leales al Sumo Sacerdote auténtico como para no desobedecer sus órdenes nunca, ¡excepto si sus órdenes son contra Atenea! La autoridad del Sumo Sacerdote depende de la diosa a la que representa y... Oh, todo esto ya lo he dicho antes, ¿no? Bueno, lo que es seguro que no dije es que esa obediencia necesaria del discípulo hacia un maestro que pudo ser como un padre, le da un toque especial a que pese a todo Mu se comporte como lo que es, un santo de Atenea. Hasta he pensado que Shion no es solo el Sumo Sacerdote que habla en nombre de Atenea, sino también el hombre que estuvo doscientos años logrando que los desharrapados de una montaña se conviertan en los garantes de la paz y la justicia en la Antigua República que acabaron siendo. Sería un tema interesante el contrastar esta cercanía con lo que hay detrás de la lealtad de Atenea y lo que significa Atenea para los santos que le son leales hasta después de la traición del viernes, pero ya estoy divagando de nuevo.

 

En resumen: Mu es un grande y aguanta bien los golpes, de todo tipo. 

 

Concluyo la parte de Mu, diciendo: ¿cómo te las has apañado para darle a Aldebarán el mismo final que tuvo en la versión original? ¿Y además para hacer que se sienta triste y no solo algo ya visto puesto para cumplir con la fecha de publicación?

 

Todo en este capítulo estuvo muy bien, ya la parte de las fotos apuntaba alto (poco a poco me acostumbro a que tus personajes tengan una vida en un mundo moderno, por recluidos en una montaña que estén), le da una nueva dimensión a que antiguos amigos se levanten de la tumba y sean tus enemigos. Claro, eso siempre estuvo, eso siempre está: ¿cómo has podido venderte a Hades? ¿Cómo has podido traicionarnos? ¿No te da vergüenza esa ilusoria juventud, a tus 260 años? Y la respuesta que se da a esos reproches, por mucho que se pueda entender, es tan manida que pierde fuerza: ¿Tú sabes cómo es el infierno? Aquí hay algo distinto, hay un pasado, que supongo que se aprecia mejor leyendo Anécdotas de Oro. A estas alturas, de nuevo, por la pérdida del factor sorpresa, me dio más esta escena que las lágrimas de sangre del anterior capítulo de Mu.

 

La aparición de Aldebarán hizo que entrara en alerta. Mu no puede morir en este punto, pero que el hombre acabe con dos santos de oro revividos es demasiado, ¿qué puedo esperar? Pues un capítulo de dos viejos amigos conversando. Algo que no esperé y me gustó, que según veo hace énfasis en la importancia de los recuerdos (razón por la que pensé que las flores de las que hablaba Aldebarán tenían que ver con el río Lete, aunque luego nos confirmas que es Elysion), de un hombre muerto que ya solo puede temer el olvido. Hay más ahí, pues por buena que sea la saga de Hades, las razones que tenían los santos de oro muertos para revivir y los obstáculos que tenían para cumplir esa misión no calzan muy bien. Aldebarán no parece sentirse a gusto con su posición, como si estuviera siendo obligado por alguien (¿Myu de Papillion, como en el Gaiden de Old Twins, quizás?), pero sí que puede hacer una cosa, dar información a su amigo y morir en una batalla fingida. 

 

Pobre Mu, pobre Europa, y sobre todo, pobre Aldebarán, arrancado de los Campos Elíseos para ser forzado a luchar. ¿Por qué llegaría Hades a esos extremos? ¿Fue Hades o hubo alguien más involucrado, vista la importancia de los recuerdos? No espero la aparición estelar de Mnemosine ni nada por el estilo, pero no puedo evitar especular.

 

Por cierto, ¿habrá alguna razón particular por la que el Hades es un Santuario para los espectros? Me pareció entender que del capítulo que el infierno cambia según quién cae, aunque el dios del infierno sea Hades.

 

***

 

Continuemos con el mejor capítulo del arco, el de Shaina.

 

No, no es cierto, pero sigue siendo un capítulo sobre Shaina y eso lo hace un buen capítulo. 

 

Ya, más en serio, es bueno ver a más gente de los pequeños grupos de siempre, le da a todo una sensación de guerra, más o menos. Por un lado, el grupo que Shaina lidera, por otro, que entre los revividos haya no solo viejos conocidos, sino personajes de esta historia, como el maestro de Shaina (¡Y qué maestro! Es bastante fuerte). Y en medio de todo, ¿Shaina alcanzó el Séptimo Sentido? Me pareció que así fue, al menos que se acercó a él, bien por ella, aunque el autor sea tan diabólico como para recordarnos lo misteriosa y distinta al resto de la casta de plata que es Marin en un capítulo sobre Shaina. 

 

Descubrimos alguna cosa sobre los espectros, no estoy seguro de si para este capítulo ya se había aclarado que aquellos no desprendían cosmos, pero sí que se preguntan cómo es posible que Cuervo y Serpiente hubiesen muerto sin que nadie se enterase. También se menciona, un poco por encima, que los santos revividos murieron en tiempos recientes, lo que podría explicar por qué Hades necesita recurrir a alguien como Aldebarán en lugar de rebuscar entre los 1001 santos de Atenea que la habrán traicionado en estos milenios. Por ahí vimos que las garras de Ichi son inútiles con los fantasmas, que solo pueden ser derrotados por ataques basados en cosmos, y atestiguamos que tener alguien por luchar a veces puede ser tener a alguien por el que temer luchar, aunque sea necesario. Quizá en ese punto me quedé esperando que hubiese un cierre a los pensamientos de Shaina sobre eso de que un santo tenga familia, no puedo evitar pensar en el discurso del Maestro Aemon.

 

¿Lo que más me gustó? El contraste con aquel capítulo en el segundo arco que enfrentaba a los dos bandos de la guerra civil, aunque no los miembros que brillan en la lucha sobre la montaña. Es un giro triste tener que enfrentarse de nuevo entre quienes fueron aliados, que se muestra con claridad cuando Shaina lo entiende y la gente habla. Que existan esas dudas, la forma en que Shaina ayuda a que logren superarlas, solo preguntándoles qué son (¡Santos de Atenea!) y qué son los que tienen enfrente, y por supuesto, buenas batallas, que siempre vienen bien. Que sigas arriesgándote a narrar más de un frente habla bien de este Mito del Santuario. ¡Sigue escribiendo capítulos sobre Shaina así!

 

El comentario aparte que no podía faltar, leo lo de quemar las tumbas, y me acuerdo del bueno de Shura luego del Último Dragón. Mi memoria, traicionera, me dice que ya hablamos de esto y que hasta tenías pensado qué hacer con Deathmask, que al igual que Shura, en no quedó de él un cadáver que pudiera levantarse en la película de Abel. 

 

Por cierto, por ahí vi un trescientos separado, como tres cientos, aunque desconozco si así es correcto. 

 

Para terminar esta reseña, Shiryu. En su capítulo, destaco su relación con Shunrei, la primera pelea y que el santo de Dragón se enfade por razones que no son correctas, aunque sí humanas. No tanto como cuando se enfurece y azota al villano de turno, sino como cuando le dicen que el Viejo Maestro iba a morir, en un torneo que no pasó, sea como sea, es muy propio de Shiryu.

 

La aparición de los santos de plata no me entusiasmó demasiado. Entiendo que el nivel de los protagonistas varía, como aquí y en el capítulo de Seiya nos muestras, pero mandar a Algol a matar al hombre que lo derrotó incluso antes de realizar sus mayores proezas, no es muy inteligente; lo interesante es que vemos con algo más de claridad que hay algo raro en los revividos, que parecen poseídos por algo y solo tienen de vez en cuando un atisbo de lucidez que no dura demasiado. Admito que sonreí cuando mencionan que Shiryu no es nadie si no se ciega. Al final me quedo con la idea de que la batalla está porque Shiryu necesitaba combatir para decidir del todo que debía ir al Santuario, a pesar de la orden de Atenea, a pesar de que debe decirle a Shunrei que todo estará bien. Primera pelea, ¿primera mentira?

 

Chesire, como siempre, sobreviviendo. ¿Podrá decir que es el único espectro en sobrevivir a dos Guerras Santas? Veremos.

 

En otro capítulo mencionas que Daidaros revivió. Lo que él tiene que decir y hacer estoy seguro de que será interesante. 

 

Termino, no sin antes ofrecer una pequeña disculpa por las excesivas comparaciones con la saga de Hades, creo que esta vez me excedí. Confío en que estos comentarios sirvan de ayuda en el futuro :). 

 

¡Feliz año!


Editado por Rexomega, 30 diciembre 2017 - 18:24 .

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Publicado 22 enero 2018 - 11:20

Ahhhhh... diablos, diablos. Agradezco a Xenna y la administración de recuperar GRAN parte del tiempo perdido después de la destrucción del foro y los viajes en el tiempo. Lamentablemente hay cosas que se salen del control humano, y se pierden en el caos espacio temporal... en este caso, mi LARGA respuesta a sus amables comentarios (en especial a Rexo, que se tomó todo el tiempo del mundo) y el capítulo de Radamanthys.

 

Debido a ello, tomaré dos medidas hoy:

a. Haré un resumen de mis respuestas a ustedes. Espero me perdonen y hayan leído mi respuesta original antes de que subiéramos en masa al Delorean foril.

 

b. Postearé DOS capítulos hoy, el de Rada, y el que corresponde, que es de Shun.

 

Lamento las molestias. Así que vamos con lo importante:

Spoiler

 

Muchas Gracias a los cuatro. Saludos, gente, y espero lean los siguientes dos capítulos.

 

 

 

RADAMANTHYS I

 

20:30 hrs. 15 de junio de 2014. Hora de Grecia.[1]

El Castillo de Hades era la más poderosa fortificación del mundo, algo que nada ni nadie podría jamás traspasar, aunque se rompieran la cabeza intentándolo. De por sí, subir era imposible para un humano promedio, pues el castillo se elevaba sobre una colina creada por el poder de su señor, alejándose de la Tierra, tan pronta a ser eliminada. Contaba con atalayas y torreones tan altos que amenazaban al cielo, una mazmorra que volvería loco a cualquier hombre sensato, un foso impenetrable por ejércitos humanos, y almenas repletas de leales perros. Lo que fuera que se protegiera allí estaba seguro, guardado por los fieles soldados rasos del ejército infernal, los Esqueletos[2]; también los Espectros con el mejor entrenamiento estaban allí, cuatro de ellos pertenecientes a la elite; y Radamanthys. El dragón.

Conocidas eran su bravura, fidelidad, fiereza y poder, desde incluso antes de pertenecer a la armada de Espectros, cuando aún era el hijo del Freiherr[3] Lindwurm, perteneciente a una de las familias más acaudaladas de Alemania. ¡Nadie se atrevía a oponerse a sus órdenes, nadie le había vencido en combate, y nadie esgrimía mayor orgullo! Excepto, quizás… la persona con la que tenía una audiencia. Ella sí que era una criatura tenebrosa, carecía de la gentileza y compasión de las que hacía gala el rey del inframundo, su belleza física era comparable solo al terror que inspiraba en los enemigos. Pero Radamanthys nunca temía. No lo había hecho por miles de años, y no lo haría tampoco esta vez.

Recorrió los pasillos alfombrados del tercer piso del castillo, iluminado por antorchas estacionadas entre armaduras, cuadros de batallas y personas distinguidas, y viejas ventanas que desprendían un brillo azulado gracias a la luna llena, melancólica y pálida, que vigilaba a los victoriosos en medio de un baile de estrellas.

Al pasar entre los primeros guardias del adarve oeste, Radamanthys escuchó los primeros rasgueos de la melodía que esperaba, producidas por las cuerdas del arpa de Lady Pandora, desde el aula mayor. No le gustaba la música, no tenía el oído para ello, no le producía las sensaciones que disfrutaba la audiencia de un concierto o un baile, aparte de un sopor indescriptible, seguido del aburrimiento final. Pero la tonada de Lady Pandora era diferente, pues le había despertado de su largo descanso, listo para tomar el estandarte de Hades, el rey del Inframundo.

La noche anterior se había levantado con una angustia irreal que ahora lucía ridícula e innecesaria. Dejó a su acompañante de la jornada dormida sobre las sábanas y pasó por encima de los otros chicos que se habían unido a la fiesta, solo unas horas antes; al llegar a la cocina ya se había olvidado de ellos, se sirvió un vaso de agua que casi le hace vomitar, y optó por una copa llena de vino que calmó sus ansias. En su cabeza oía el incesante rasgueo de cuerdas, le enfermaba que siguieran celebrando después que él ya se había ido a dormir, y más con una música que le parecía tan poco divertida. Solo cuando acomodó la cabeza en la almohada y suspiró por tercera vez recordó a las personas que lo acompañaban en la habitación, y tras levantarse para verlos, se dio cuenta de que todos estaban muertos.

No se aterró, pues la música, de cierta manera, lo calmaba. Altos y bajos, altos y bajos. De hecho, ocurría todo lo contrario al miedo, sentía que estaría incómodo, en el lugar equivocado, mientras no vistiera su traje de gala, la Surplice que lo esperaba pacientemente en el salón. ¡Tanto tiempo había pasado desde que la había utilizado por última vez! La vistió y recordó al rey del inframundo una hora después, así como su misión. Su misión de tantos siglos atrás, reasumida una vez más, como protector de Hades, como martillo de la calamidad, como el dragón del infierno. Todo porque le cayó encima una estrella mientras dormía.

Claro, no era exactamente una estrella, sino información de su verdadero yo. Estuvo veintiocho años haciendo el payaso como noble, parte de la escoria humana que necesitaba desaparecer, ¡y cada vez era peor! No recordaba exactamente qué le había ocurrido durante el último despertar de su rey Hades, pero sí era perfectamente consciente de su deber como Magnate del Inframundo[4], uno de los tres líderes que juzgaban el destino de los seres humanos tras la muerte, que dirigían las tropas de Espectros y desplegaban la alfombra de gala para su dios, que deseaba el descanso eterno para la humanidad. ¡Descanso eterno! A Radamanthys eso le parecía una gran exageración; lo que los humanos vivirían cuando Hades gobernara sería el horror de la muerte, la pena por sus múltiples pecados. El dios solo tenía una manera elegante de decirlo, pero significaba lo mismo: los humanos eran escoria, basura inmunda que debía ser eliminada… Y los peores de todos eran los Santos de Atenea.

 

Radamanthys se detuvo respetuosamente ante las puertas del aula mayor, al tiempo que la música se escuchaba más intensamente, demostrando un compás lento pero firme, lleno de tristeza y determinación. Tenía sentido, pues Lady Pandora, a diferencia de los Espectros como él (que solo rememoraba una ardiente y molesta sensación en el pecho de alguna batalla anterior), conservaba sus memorias de antaño, así como sus sentimientos. Había vivido las innumerables derrotas a manos de los Santos, que en cada ocasión creaban una artimaña o truco deshonesto distinto para acabar con ellos. ¡Eran horribles!

Se quitó el yelmo y lo acomodó en su brazo izquierdo. Tomó aire y expiró, deseando que pudiera servir a las órdenes de su rey de la mejor manera, sin que nadie se interpusiera. Especialmente antiguos Santos. ¡No entendía qué tramaban Hades y Lady Pandora! Por supuesto, no era su deber entender, pero como Magnate requería saberlo para tomar futuras decisiones. Pero, primero, debía calmarse. Respiró un par de veces más con mucha fuerza, acoplándose sin quererlo al ritmo del arpa.

El piso tenía tono sangre, el ventanal con vidriera a su costado era penetrado por la pálida luz de luna perturbada por las sombras de las nubes. Las llamas de las antorchas se inquietaron cuando abrió la gran puerta de hierro con ambas manos, y la intensa luz interior le hizo cerrar los ojos por un instante.

La sala era circular, con un centro igualmente redondo, ligeramente elevado, donde reposaba la enorme arpa de Lady Pandora, de tabla, caja y columna doradas, mientras el capitel y las cuerdas lucían un lúgubre tono violeta. Arriba había un gran tragaluz, una vidriera en una cúpula, decorada por pinturas de ángeles, querubines y otros seres alados jugando en un Paraíso, el ideal del rey Hades, por el que pasaba la luz del sol hasta arropar el arpa y su intérprete. También había imágenes de la virgen María y su niño, figuras de una religión funesta que había dominado mentes por siglos, luciendo ropas que intentaban ser hermosas, nada comparado con la imagen de Lady Pandora, la representan de Hades en la Tierra, la líder de los Espectros, la entidad humana máxima del Inframundo. Los frescos angelicales no le hacían gala, ella estaba muy por encima, más allá de esa vulgaridad. Radamanthys decidió bajar los ojos y mirarla directamente, en todo su esplendor, acariciando dulce, pero fervientemente, las cuerdas de su instrumento, a la vez que las puertas se cerraban detrás.

El Magnate se arrodilló inmediatamente, esperando con respeto a que ella acabara su sonata. Réquiem. Melodía. Lo que fuera, no importaba, era la música que le había despertado de un largo sueño.

—Wyvern —dijo ella, con voz grave, susurrante, inquietante y sensual a partes iguales. A un humano promedio, aquel tono tan antinatural le haría perder la razón, de seguro.

Tenía piel pálida, casi descolorada; manos delicadas, cuyos dedos lucían anillos dorados y negros, incluyendo una que asemejaba a una serpiente enroscada a su dedo corazón. Lucía una larga túnica de tonos grises y blancos, como un vestido sepulcral, plagado de tristeza infinita, que sobrepasaba sus pies y entornaban su figura sentada sobre una silla que se tragaba la luz. Su cabello era igualmente negro, como el ébano o el azabache, provisto de destellos blancos bajo la luz de la luna; liso y muy largo, caía como una catarata sobre sus hombros, y se peinaba por sí solo a los lados, sobre su frente. Su nariz era distinguida y puntiaguda, sus labios finos y dignos, luciendo un espectacular color índigo. Cuando abrió los ojos, fueron todo lo que Radamanthys vio en esa habitación, eran negros como un abismo eterno, absorbían el universo en su interior, y no parecían capaz de reflejar color alguno.

—Sí, mi señora, soy el Wyvern Radamanthys, uno de los tres Magnates del Infierno, la Estrella Celestial de la Ferocidad[5].

—¿Despertaste completamente?

—Sí, hace unas horas. Decidí venir aquí apenas tuve total dominio sobre mi Surplice y consciencia de mi misión.

—¿Y qué es lo que desea uno de los tres Magnates platicar conmigo?

—Me gustaría solicitarle, a usted y al rey Hades, que me permita liderar a los Espectros de vanguardia en la invasión al Santuario de Atenas. Por lo que sé, el Sumo Sacerdote de Atenea, Libra, ya ha aceptado los términos de la Guerra Santa.

—La invasión al Santuario es dirigida por Sion de Aries, no tienes motivo para preocuparte. —Dicho esto, como si fuera una sentencia, Lady Pandora volvió a cerrar los ojos y continuó a rasguear muy lentamente los acordes de una débil canción, como si estuviera apenas practicando.

—Parece que ya está decidido, croac, croac, ju, ju, ju —dijo una voz asquerosa que venía de detrás de Pandora. Radamanthys no se extrañó de que esa criatura del mal estuviera allí, Zelos de Rana, la Estrella Terrestre de la Extrañeza[6]. Tenía el rostro deforme, la mandíbula salida, los ojos saltones, andaba arrastrándose por el suelo. Su Surplice rebosaba humedad y dejaba un camino pegajoso detrás, tenía guantes y botas de sapo, y usaba en la espalda una dura y resbalosa coraza. Para peor, era un tipo más que desagradable.

—Zelos, no te pedí que hablaras —le indicó Lady Pandora, casi con ternura. Zelos la acompañaba a casi todos lados, y le servía en todo lo que necesitara; no era importante si atentaba contra su dignidad.

—Croac, disculpe, ji, ji, ji —dijo Zelos, y retrocedió sin dejar de observar a Radamanthys con una mueca de burla.

—Disculpe, Lady Pandora, pero me pregunto qué tan útiles serán esos Santos. Por lo que tengo entendido, fueron asesinados por otros, más débiles que ellos.

—Veo que te has informado durante estas horas, Radamanthys —ironizó Lady Pandora, sin el menor gesto de ello en su rostro. Zelos, detrás, se tragó la risa.

—Solo cumplo con mi deber como Magnate. Esos ex Santos no sirven para nada, ni siquiera los de Oro; diría que incluso nuestros Esqueletos menos poderosos los vencerían de un solo golpe. Por favor, mi señora Pandora, permita que vaya al frente en el ataque con Valentine y Silpheed… No, me bastaría yo solo para tomar la cabeza de Atenea en menos de una hora. Si pudiera…

—No.

Radamanthys bajó la cabeza como si le hubiera caído un mazazo encima, jamás había sentido una presencia tan poderosa en lo que llevaba de su vida actual. La voz de Lady Pandora se había elevado solo una nota, y casi le arranca las orejas.

—L-Lady P…

—No lo permitiré. —La representante del rey Hades se levantó de la silla con los ojos abiertos, soltando las finas cuerdas del arpa, destruyendo y penetrando su alma con una pétrea mirada. Zelos le dedicó la más absoluta admiración con la mirada, esa rana asquerosa—. Nuestro señor Hades es un dios bondadoso a quien no le gusta que sus Espectros sufran la menor herida. Ni siquiera uno con tu poder. Él los protege a todos por igual, no les desea ningún mal, solo paz.

—Pero… —No podía responder. Deseaba decir que los ejércitos estaban para combatir, no usar antiguos enemigos como peones, incluso si habían perdido toda su voluntad al ser revividos. Sin embargo, sus labios estaban sellados ante el esplendor bajo la luna de Lady Pandora.

—Radamanthys. ¿Acaso irás en contra de las órdenes de tu rey?

—N-no… yo nunca haría tal cosa —dijo el Wyvern, con toda sinceridad. Por más que deseara ir a combatir, las órdenes de Hades lo eran todo para él.

—Espera pacientemente. En doce horas, Sion de Aries y sus hombres tomarán la vida de Atenea, y no será necesario desperdiciar la vida de nuestro ejército. Luego, podrás dirigirlos a donde desees, llevando la paz de la muerte a los seres humanos.

—Por lo que me informaron, las tropas de Aiacos ya se repartieron alrededor del mundo, ¿o me equivoco? —No deseaba preguntarlo, pero por solo ese instante, su orgullo pudo más.

—Despiertan a las almas en pena que atormentarán a los seres humanos hasta la muerte, Aiacos es consciente de que ningún Espectro debe salir lastimado. Mientras tanto, tu deber es esperar aquí. Es una orden. ¿Lo entiendes, Radamanthys?

—…Sí. Entiendo, Lady Pandora.

Al cerrar los ojos, la tonada relajante de antes volvió a resonar en cada rincón de su alma, junto con la horrible risa del Espectro de Rana.

 

Radamanthys, nervioso, salió al patio principal, repleto de Esqueletos, cada uno de ellos vistiendo una idéntica Surplice, que los convertía en un ejército de clones con la misma misión. Era un patio circular muy grande, con piso de piedra, rodeado por estatuas de gárgolas iluminadas por la luz de la luna. A un costado había un gran pozo del que emanaban brillantes gases verdes.

Junto al pozo se encontraban dos miembros de su élite, castigando a algunos criminales que sus hombres habían sacado de la cárcel. Ese tipo de personas no se ganaba la piedad de Hades, por lo que no dormirían por toda la eternidad, sino que vivirían con su culpa en sufrimiento sin final.

—P-por favor, ya estoy cumpliendo mi pena, déjenme en paz —rogaba uno, sucio a más no poder. Pero no encontraría compasión en el Espectro que lo tenía de rodillas con la bota sobre su espalda—. ¡Por favor!

—Ejecuto en nombre de mi señor Hades —dijo Queen de Alraune, la Estrella Celestial del Diablo[7], sonriendo con sorna. Elevó ambos brazos sobre su cabeza sin dejar de mirar a su objetivo—. Además, a él no le gustan los seres humanos malvados de corazón, a quienes entierra en lo más profundo del infierno. Hm. Aunque eso no significa que no se me haga graciosísimo.

Queen bajó los brazos, a quienes siguió la cabeza del reo, arrancada del cuello de cuajo, manchándolos de sangre. El Espectro se dirigió, entonces, a su siguiente objetivo, mientras limpiaba los brazales de su Surplice de tonos carmesíes con un pañuelo. Ésta contaba con cuatro pétalos de flor, ubicados en la espalda como si fueran alas, además de filamentos que le servían de látigos, saliendo de las hombreras curvas hacia arriba, compuestas de cuatro piezas cada una, superpuestas. El yelmo cubría íntegramente la cabeza, asemejando a una tela que caía a lados de su cuello. Sus ojos eran cafés, vibrantes y astutos. Sus labios contaban con un color un poco más rosáceo que su piel.

—¿Ya me toca?

—Hm, aún no, Gordon.

—¿Y ahora?

Acompañándolo se hallaba su mejor compañero, el único con quien Queen se entendía perfectamente, y que lo apoyaba en las ejecuciones. Solo cuando Alraune se tomaba un breve descanso de decapitar con su Guillotina de Flores Sangrientas[8], Gordon de Minotauro, la Estrella Celestial de la Prisión[9], tomaba el testigo y destrozaba a sus víctimas con su brazo, cubierto enteramente por filos como cuernos, al igual que las perneras y las rodilleras, eran triples en las hombreras, y dobles sobre el casco gris que reposaba en el piso. Era uno de los más altos del ejército y el más fuerte físicamente.

—¿Ya me toca? —preguntó otra vez Gordon, rascándose la cabeza poblada de largo cabello negro, hasta que vio a su líder. Su expresión de relajo se transformó en una de completa devoción y respeto—. ¡Señor Radamanthys!

—¡Señor Radamanthys! —secundó Queen. Uno de los prisioneros, con los pantalones empapados, pero vivo, intentó aprovechar la oportunidad y escapar por la orilla del patio, pero Gordon lo golpeó casualmente de revés con su Gran Martillo Destructor[10], y del reo solo quedaron sus vísceras llevadas por el viento.

Los dos Espectros se arrodillaron, listos para esperar sus órdenes. No. Incluso si no tuviera ninguna, ellos esperarían allí en el suelo como leales perros. Le temían e idolatraban a partes iguales, en particular Queen que lo hacía desde antes de que la Estrella Oscura lo convirtiera, pues era el aprendiz de verdugo de su palacio. Gordon, por su parte, había sido un matón llamado Vrag que se ganaba la vida luchando hasta la muerte en las jaulas subterráneas de Polonia.

—Acabo de tener una conversación con Lady Pandora —les informó, sin esconder su decepción—. El señor Hades no nos permite ir a Grecia.

—¿¡Qué?! ¡Pero es el p.uto colmo! —maldijo Gordon, escupiendo al suelo sin preocuparse de los protocolos. Entre sus cuatro soldados de élite era quien más ganas mostraba de matar a los Santos—. ¿Acaso Lady Pandora confía en esos cadáveres de m.ierda que nuestro dios revivió?

—No es cosa de Lady Pandora, sino del señor Hades —dijo Queen, mirando al suelo, su rostro estaba tan cubierto de sudor como sus brazos de sangre—. Además, Gordon, hm, carecen de voluntad.

—¡¡¡Pero son débiles como una niña!!! Cualquiera de nuestros Esqueletos le ganaría a un Santo con los pu.tos ojos cerrados.

A Radamanthys le hizo gracia que el Minotauro repitiera sus palabras. Pensó que sus lazos eran más estrechos si pensaban igual.

—Hm, pero los que están en el Santuario son tan débiles como ellos. Además, Gordon, piensa en esto: se matarán entre ellos. —Queen levantó el rostro, triunfante, y Radamanthys se dio cuenta de que no era tan malo el hecho de que lucharan entre sí en el Santuario. Sin embargo, ya se había decidido.

—Aiacos de Garuda ha enviado a sus tropas al mundo, seguramente traerán más prisioneros para que ustedes los ejecuten, antes de enviar al resto de la humanidad al infierno. Pero… —Radamanthys cuidó de bajar la voz lo suficiente para que solo sus fieles perros le oyeran— no estoy conforme con ello.

—Nosotros tampoco, mi señor Radamanthys —asintieron ambos a la vez. Era bueno contar con ellos, así como con los otros dos.

—Salgan ya, no necesitan esconderse. Si no se arrodillaron, pues se quedan de pie y ya —advirtió el Magnate. Aunque sabía que era lo protocolar, le desagradaban esas ridículas muestras de devoción jerárquica. A su pedido, los dos Espectros que habían esperado en las sombras de la noche acudieron al llamado y se presentaron frente a él, sin inclinarse. Eran los más poderosos de su élite.

—Hemos cumplido con nuestro deber, mi señor —le informó Valentine de Harpía, la Estrella Celestial del Lamento[11]. Su rostro era casi triangular, afilado; su piel era tan blanca como su cabello en punta, sus ojos eran pequeños, azules y pálidos, dotados de una mirada tan fría como el cuarto río del inframundo. Era alto, delgado y con brazos larguísimos. Su Surplice, de color violeta y granate, contaba con grandiosas alas recubiertas por capas extra de gemas preciosas, su peto también era protegido por un escudo adicional que imitaba la forma de ojos, y por botas contaba con enormes y monstruosas garras.

—¿Deber? —inquirió Queen, visiblemente inquieto, sin quitar los ojos del Espectro de Harpía—. Hm. ¿Hay algo que no sepamos, mi señor Radamanthys?

—¿Está seguro de que fue la decisión correcta? —preguntó Sylphid, la Estrella Celestial de la Victoria[12], que era protegido por la Surplice del Basilisco, una armadura de tono azul petróleo, con alas triples de gran tamaño, un yelmo adornado por cinco cuernos curvos hacia atrás que le daban la impresión de un gallo de batalla, garras en las manos y unas perforaciones en el peto. Sylphid, de alborotado cabello rubio, ojos verdes como la hierba y contextura delgada, no se interesaba por las opiniones de los demás, a pesar de ser el líder del escuadrón; era un hombre solitario, no se preocupó de responder a las dudas de su compañero—. Cuando Lady Pandora se entere…

—Mi señor Radamanthys, ¿qué hizo? —repitió Queen, esta vez directamente. Gordon también formuló la pregunta, intentando callar sus maldiciones, seguramente.

—Solicité a Valentine y Sylpheed que enviaran al grupo de Cíclope al Santuario hace unas horas —contestó Radamanthys, hinchándose el pecho de orgullo—. No pienso perder esta guerra, los Santos serán eliminados tan rápidamente que no notarán más que el extremo dolor.

—El señor Radamanthys no desea que los Santos traidores se queden con el crédito de traer la cabeza de Atenea ante el señor Hades —dijo Valentine, dirigiéndose sin hacerlo evidente a Sylphid—. Me parece justo.

—¿Eso significa que envió a Giganto y los otros, pero no a nosotros? —dijo Gordon, herido en su orgullo. Era un perro tonto, no podía entender hasta que le enseñaran varias veces.

—Significa que hay que mantener las apariencias por un tiempo. Supongo que los ex Santos, en desventaja numérica, a pesar del factor sorpresa, caerán pronto, y en ese momento nuestras tropas, que esperan en las sombras, harán su jugada.

—Es cierto… si vamos nosotros, Lady Pandora lo sabrá —dijo Sylphid, con la mirada firme de la determinación. La mirada en que depositaba su confianza.

—Cuando Lady Pandora se dé cuenta de que nuestras vidas no valen nada en comparación con la misión, Atenea ya estará muerta, para su regocijo y el del señor Hades. Gordon, tú también tendrás tu momento, no te preocupes.

—… ¿Los Santos de Oro?

—Sí, Valentine. Cuatro viven en el Santuario, y quizás nuestros hombres pasen algunos sustos con ellos. En cambio, para ustedes cuatro no serán ningún problema. En nombre de Hades decapitarán a Aries, triturarán a Leo, envenenarán a Escorpio y destruirán a Virgo. Si Sion de Aries pierde, me encargaré personalmente de Libra.

Gordon y Queen se pusieron de pie, alineándose con sus dos compañeros. Los cuatro sonreían de las más orgullosas formas. Radamanthys los imitó.

—¿Solo hay que esperar, mi señor?

—Sí. Pero no teman… no esperarán mucho tiempo.

Hades no volvería a sufrir una derrota nunca más, ni siquiera contando todas las jugadas sucias del Santuario. Esta vez sería una victoria aplastante, el mundo se cubriría de tinieblas producidas por los pecados de los humanos, y Radamanthys de Wyvern se convertiría en uno de los gobernantes de la Tierra. Ni siquiera Pandora, la representante del dios del nuevo mundo, podría oponerse a él.

Pero por ahora, todavía escuchaba el sonido de las cuerdas del arpa. Altos y bajos, altos y bajos…


[1] En Alemania, son las 19:30 horas.

[2] Skeleton, en inglés.

[3] Título alemán equivalente al de barón.

[4] Meikai Kyoto, en japonés. Popularmente conocidos como “jueces”.

[5] Tenmou, en japonés; Tianmeng, en chino. En la novela Al borde del agua, es la estrella correspondiente a Qin Ming, el “Relámpago Feroz”, General de Vanguardia.

[6] Chiki, en japonés; Diqi, en chino. En la novela Al borde del agua, es la estrella correspondiente a Shan Tinggui, el “General del Agua Sagrada”.

[7] Chima, en japonés; Dimo, en chino, al ser una estrella terrestre en la novela Al borde del agua. Es la estrella correspondiente a Song Wan, el “Gigante en las Nubes”.

[8] Blood Flower Scissors, en inglés.

[9] Tenrou, en japonés; Tianliao, en chino. En la novela, Al borde del agua, es la estrella correspondiente a Yang Xiong, a quien llamaban “Guan Suo enfermo”, debido a su parecido con el personaje ficticio, y por su pálida piel.

[10] Grand Ax Crusher, en inglés.

 

[11] Tenkoku, en japonés; Tianku, en chino. En la novela Al borde del agua, es la estrella correspondiente a Xie Bao, el “Escorpión con dos colas”.

[12] Tenjou, en japonés; Tianjie, en chino. En la novela Al borde del agua, es la estrella correspondiente a Zhang Qing, la “Flecha sin Plumas”.

 

 

 

El Capítulo de Shun será publicado más tarde, para que queden en posts separados.

 

Saludos y gracias por su atención.


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#589 -Felipe-

-Felipe-

    Bang

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Publicado 22 enero 2018 - 20:20

Lo prometido es deuda. Aquí les traigo el capítulo 15: Shun III

Cualquier comentario será apreciado.

 

 

SHUN III

 

03:40 hrs. 16 de junio de 2014. Hora de Japón.[1]

Shun se despertó de golpe y bebió un trago de agua, del vaso en su mesa de noche. Estaba empapado de sudor, y tuvo que quitarse el cabello rojizo de la cara para mirar la luz de la luna que entraba por la ventana. ¿Qué diantres había estado soñando? Movió varias veces la cabeza de un lado a otro, con desesperación, para recordarlo, pues le generaba mucha angustia, el corazón le latía con fuerza.

Estaba… ¿en una cama? No, en una cuna. Ikki estaba allí, mirándolo con una gran sonrisa, se sentía muy feliz. ¿Qué más era? Ocurría algo terrible, por eso estaba allí, pero solo recordaba a Ikki, un Ikki niño, intentando tomarle la mano. Pero Shun nunca llegó a tomar la mano de su hermano mayor, sino una estrella, el medallón que siempre llevaba contra el pecho, el Tuyo por Siempre que le dejó su madre. ¿Ikki se lo entregaba? Pero eso no explicaba por qué se sentía tan angustiado…

Decidió levantarse, abrió las cortinas y observó la luna menguante asomada entre las nubes. Era una noche cálida, el viento soplaba con suavidad y el silencio solo era perturbado por el sonido de los barcos en el puerto, del que apenas conseguía ver algunas grúas más allá del bosque y la ciudad.

—Hermano… —susurró al viento. Se preguntó cómo estaría después de la batalla en el monte Etna y la muerte de Mei. Había decidido investigar el misterio de sus muertes, pues recordaba haber revivido varias veces. En tanto, Shun le prometió que valoraría la vida. ¿Podía hacerlo? ¿Cuándo volverían a encontrarse para discutir qué tanto habían mejorado como personas?

No tenía que preocuparse, de seguro Ikki estaba bien, era la persona más fuerte que conocía, pero aún estaba inquieto. Seiya tampoco había regresado a la mansión después de viajar con los chicos del orfanato al monte Fuji, y su teléfono aún estaba apagado. ¿Estaría bien?

Shun se tocó el pecho y sacó el medallón de debajo de la camisa. Le pareció que brillaba un poco, probablemente por causa de la luna y las estrellas. Al mirarlo de cerca, notó un brillo púrpura en una arista. ¿Era… un ojo? Recordó fugazmente su sueño: Ikki sonreía, una mano blanca le entregaba el colgante y Shun… miraba hacia arriba. Ikki ya no estaba allí, sino una niña de ojos negros que brillaban de violeta. También sonreía.

Shun parpadeó varias veces y soltó el pendiente, dejándolo balancearse de su cuello. ¿Qué había soñado? Nuevamente la palpitaba fuerte el corazón. ¿Quién era esa niña? ¿Por qué le generaba tanta angustia? De algún modo sabía que las respuestas a esas interrogantes las hallaría en el Santuario, a donde quería ir desde que despertó, solo que no sabía el motivo. La señorita Saori… Atenea estaba allí.

Al abrir la puerta de la habitación para ir a ducharse, se encontró de frente con el fiel mayordomo de los Kido, Tatsumi Tokumaru. Su mirada era pétrea, vigorosa y determinada. ¿Qué hacía despierto a esas horas, de todos modos, vestido con su traje?

—T-Tatsumi. ¿Hola?

—Shun, ¿vas al Santuario?

—S-sí. Tengo algunas cosas que…

—No puedes.

—¿Qué cosa? —Justo cuando iba a preguntarle si bromeaba, Shun recordó que ese hombre no sabía hacerlo, y desistió. En sus ojos encontró la firmeza de aquel que cumplirá su misión a toda costa.

—¿No recibiste la carta del Santuario? Ni tú ni los otros cuatro pueden volver a Grecia, Shun, son órdenes de la señora Saori.

—Decía algo sobre “vacaciones extra”, pero ya he descansado lo suficiente, Tatsumi —le sonrió Shun—. Con permiso.

Al intentar pasar junto al mayordomo, se encontró con que este le bloqueaba el paso firmemente, no parecía con intención de apartarse. Al estar más cerca, Shun percibió una sensación más en los ojos café del hombre que había cuidado tanto a la señorita Saori: miedo. Incluso descubrió que sus manos temblaban.

—No puedo dejarte que vayas, Shun, son las órdenes de la señora Saori.

—Tatsumi, era solo una sugerencia, ¿qué te ocurre? —¿Acaso tenía que usar su fuerza? Para ser un humano que no sabía utilizar el Cosmos, Tatsumi era dueño de un cuerpo entrenado para el kendo. Pero ese no era el problema—. ¡Tatsumi!

—Shun… no puedo. —Ni siquiera pestañeaba, y por eso Shun percibió cómo los ojos de Tatsumi se cristalizaban. ¿Qué estaba ocurriendo? No era nada normal en él—. Si es necesario usaré la fuerza… si es necesario te lo pediré por favor, Shun. No puedes ir al Santuario.

—Tatsumi, explícame qué te ocurre. ¡Déjame ir o…!

—¡No puedes bajar, Shun!

«¿Bajar?». ¿Por qué había dicho expresamente eso? Tatsumi elevó la mirada, dándose cuenta de su error. Había una lucecita azul flotando cerca del techo, como una libélula, que pronto desapareció. Shun no pudo evitar el nerviosismo.

¿Acaso había traído a alguna persona a la mansión para divertirse? No, no era esa clase de persona. Era algo personal, pero suyo, no de él. ¡Estaba protegiendo algo!

Shun aplicó un poco de fuerza y apartó con cierta brusquedad al mayordomo, que continuó gritando que no debía ir al Santuario, que ni siquiera debía bajar. Las escaleras estaban cerca, Shun las bajó a prisa, y al llegar al salón se encontró con solo las luces del vestíbulo encendidas. Hacía mucho frío, la puerta había quedado abierta. ¿Tatsumi había dejado entrar a alguien?

—¿Quién está aquí? —preguntó en voz alta, levantando la guardia. No sentía ningún Cosmos, aparte del de Tatsumi en el segundo piso, pero se mantuvo alerta al menor sonido. Incluso la cosa azul resplandeciente le daría un motivo para atacar, no sabía por qué. ¿Qué diablos era? ¿Tatsumi le temía a una libélula? La buscó en el techo fugazmente, hasta que su atención volvió a desviarse.

—Tranquilo, Shun, no voy a matarte, así como así.

La voz venía desde la cocina. Un hombre salió de allí, en la oscuridad, bebiendo jugo de naranja de un vaso de cristal. Shun encendió su Cosmos para iluminar la sala, y casi le da un infarto cuando observó el rostro del invitado, así como su brillante armadura púrpura.

—N-no puede… no puede s-ser, no… n-no puede…

—No sabes las ganas que tenía de beber algo de nuevo, Shun. ¿O debería decir Andrómeda? Como sea. No es sano comer con el estómago vacío, como te enseñé.

—M-m-maes… maestro.

Daidalos de Cefeo, exactamente como lo recordaba, estaba plantado allí, frente a él, vistiendo una versión oscura de su Manto de Plata. Era uno de los Cuatro de Oro Blanco que vencieron a las Dríades de Eris, unos años atrás. Era quien le enseñó todo lo que sabía y le entregó la armadura de Bronce. Era quien se rebeló ante Saga, y por ello fue asesinado a manos de Aphrodite de Piscis. ¡Asesinado!

Pero allí estaba, tan vivo y sonriente como le conocía. No desprendía Cosmos, pero su sola presencia era más que imponente. Cada vez estaba más lejos, pues Shun seguía retrocediendo con cada segundo, hasta que topó con el borde de la chimenea y estuvo tentado a romperla a golpes para salir.

—¡Shun! —gritó Tatsumi, desde las escaleras, pero Shun no podía verlo, tenía los ojos clavados en su maestro resucitado, su figura paterna. Desde luego, entendió por qué el mayordomo le prohibía bajar, porque había recibido a su maestro en la mansión, quien debió pedirle con bizarra cortesía que esperaría a su alumno en la sala. ¿Qué clase de tontería era esa?

—No pongas esa cara, Shun, no soy un fantasma. Pero sí soy tu maestro.

—¡Imposible! M-mi maestro murió a m-manos de un Santo de Oro. —Se le trababa la lengua cada tres palabras, era terrible. Jamás se había encontrado en una situación tan extraña y macabra.

—Sí, fue una gran batalla, aunque terminé sucumbiendo. Desperté el Séptimo Sentido, pero el Pez Dorado lo dominaba mucho más que yo —se lamentó Daidalos. Luego recobró la expresión sonriente y dejó el vaso de jugo en la mesita—. Hades, el dios del inframundo, me revivió. Esa es la verdad.

 

Rápidamente, su maestro le habló del rey del infierno, de los Espectros, los Santos resucitados y las Surplices, como la que vestía. Shun deseó quitarse los oídos varias veces con las manos. ¿Acaso seguía durmiendo?

—No puedo creerlo… Maestro, ¿vendiste tu alma a Hades, un enemigo jurado de Atenea? —Lucía imposible. Daidalos era uno de los Santos más honorables de la historia, sus compañeros sobrevivientes lo recordaban con admiración, y el mismo Shun no había hallado ídolo mayor—. ¡No voy a creerlo! —gritó, cayendo de rodillas. Tenía que ser una mala broma, una horrenda pesadilla. Pero la alfombra que tocaban sus manos se sentía tan real…

—Una oferta que no pudimos rechazar. Como comprenderás, mi misión es matar a Shun de Andrómeda, uno de los hombres de confianza de Atenea. Pero no era mi intención asesinarte vistiendo un pijama, sin avisarte; después de todo, eres mi discípulo. —Alrededor de Daidalos brilló un aura violeta, muy diferente a su habitual rojo, pero Shun no percibió Cosmos alguno. Era de verdad un muerto viviente.

—¿Va a matarme en nombre de Hades? ¿¡Cómo podría luchar contra usted!?

No tenía ningún sentido. Aunque ahora fuera un Espectro y no estuvieran en un sueño macabro, no podía simplemente enfrentar a la muerte al hombre que lo había convertido en su yo actual. ¡No podía!

—¡Shun, sal de aquí! —exclamó Tatsumi—. Maldita sea, ¡corre al Santuario!

—Ah… tú sí que eres ruidoso. Gracias por abrir la puerta. —Daidalos alzó un brazo, y un segundo después éste reposaba junto a su cintura. Una ráfaga violeta, la Espada Real, se dirigía hacia el mayordomo, que al final de todo… ¿se preocupaba por él? Shun recordó que, junto con Seiya e Ikki, era a quien peor trataba cuando eran niños, pero a diferencia de ellos no era por una personalidad agresiva, sino porque el calvo tercer dan de kendo lo consideraba débil, y se burlaba de su apariencia.

Pero ya no era un niño, y Tatsumi lo conocía bien.

Shun saltó, proyectándose con ayuda de su Cosmos, desvió la Espada Real con el brazo derecho, y con el izquierdo le indicó a Tatsumi que se fuera de inmediato. Él se haría cargo de Daidalos.

La mansión había perdido una muralla y ya se oían los gritos de los criados que se habían quedado esa noche. En todo caso, Shun procuró desviar el ataque hacia una zona sin habitaciones.

—S-Shun… —Tatsumi no se inmutó, seguía allí de pie.

—Vaya, vaya, lancé ese corte a mach 5 de velocidad y pudiste alcanzarlo. Debo decir que estoy positivamente sorprendido, pero no tanto… teniendo en cuenta que tú y yo ya éramos conscientes de tu poder.

—Al menos voy a defenderme —dijo Shun, más para sí mismo que para su contrincante, cuyo comentario decidió ignorar para no confundirse más. Lo único que sabía era que no pelearía contra su maestro—. ¿Dónde está la Caja de Pand…?

«Pandora». El nombre que llevaban todas las cajas donde los Santos guardaban los Mantos Sagrados le hizo revolver el estómago, y casi pierde el equilibrio. ¿Por qué se sentía tan angustiado? Las imágenes de su extraño sueño martillaban en su cabeza.

—No deberías distraerte en medio del combate.

 

Daidalos saltó tras lanzar una esfera de luz hacia el cielo, agujereando el techo, y no tardó en darle un puñetazo a su alumno en el hombro. Shun intentó quitárselo de encima con una patada instintiva, pero Daidalos lo esquivó y disparó Espadas Reales tanto a Shun como al piso y las escaleras.

—¡Tatsumi, corre!

Cuando el mayordomo intentó moverse, uno de los cortes de energía destruyó las escalas y parte del segundo piso, haciendo que el mayordomo resbalara. Shun trató de salvarlo, pero el ex Santo de Cefeo lo golpeó en la cara y arrojó al vestíbulo con una fuerza desgarradora.

Cuando Shun se recompuso, Tatsumi tenía medio cuerpo bajo los escombros, aunque solo lucía inconsciente, por fortuna. No pudo ir a auxiliarlo, pues Daidalos ya estaba sobre él, disparando Espadas Reales a una velocidad que le daba a entender dos cosas: primero, no atacaba con toda su fuerza, ni por asomo; y segundo, le incitaba a que se pusiera la armadura. ¡Que peleara contra él!

Sin darse cuenta, Shun fue estampado contra una pared, luego contra el techo gracias a un intenso rodillazo, y finalmente a través de la puerta principal, aterrizando cerca del jardín de afuera. Vomitó sangre, se dio cuenta de que tenía el brazo derecho casi dislocado, y Tatsumi seguía bajo los cascotes.

—Vamos, Shun, demuéstrame tu verdadera fuerza —dijo Daidalos, que se acercaba lentamente a través del vestíbulo, con el brazo levantado—. Prueba que eres un Santo digno, para que pueda mostrarle a mi señor Hades que los guerreros de Atenea aún tienen algo de poder.

—M-maestro… ¿por qué se vendió a Hades? ¿Por qué actúa de esta manera? —Shun trató de levantarse. Al menos debía ganar algo de tiempo para que los criados escaparan de la mansión y se llevaran a Tatsumi consigo, y para buscar a Andrómeda. No podía seguir así—. Mi maestro Daidalos de Cefeo jamás preferiría una nueva vida a cumplir con su deber.

Como si fuera una respuesta, más allá de Daidalos, en el cielo nocturno, dotado del conocido sonido de los perros ladrando, Shun vio una vez más la luz azul. Era un insecto, o un ave, que revoloteaba de un lado a otro con movimientos sutiles. ¿Qué significaba? Sin entender por qué, la criatura le causaba tanto vértigo y terror como una irremediable fascinación.

—Parece que me glorificaste demasiado, Shun. —Daidalos se detuvo junto a él, y le pisó el pecho sin brusquedad con el pie izquierdo—. Si mueres, comprenderás que las leyes de Hades no otorgan muchas opciones. Es un dios, su voluntad está más allá de la nuestra.

«Voluntad». La palabra resonó en su cabeza como si fuera la pieza clave de un rompecabezas que jamás planeó hacer. ¿Por qué parecía algo tan importante? ¿Qué ocultaban los Santos revividos por el Rey del Inframundo? ¿Y la cosa azul brillante? ¿Por qué los ojos de una niña que no conocía seguían asomándose por encima de su mirada, en medio de una lucha?

Lucha. Un combate. Ya no había duda de que se encontraba en uno.

Shun disparó una ráfaga de Cosmos con su mano, que Daidalos esquivó sin ningún problema. Levantó la guardia y su maestro sonrió, encendiendo el brillo de su espectral Cosmos; estaba seguro de que podría bloquear todos los ataques del ex Santo de Cefeo, y luego intentaría atacar.

—Parece que no tengo otra alternativa.

—Así es, no la tienes. Pero, Shun, las Espadas Reales no son mi única técnica, ¿no recuerdas?

Shun miró hacia arriba, recordando lo que Daidalos había lanzado allí, pero cuando puso los ojos en la esfera llameante que flotaba sobre la mansión se dio cuenta de su gravísimo error. Distraído, su brazo fue atrapado por su instructor, quien con una fuerza monstruosa lo arrojó de vuelta al salón principal, tapizado por escombros; aunque intentó detenerse, apoyándose con las manos, supo que ya era tarde.

El Presagio Solar terminó de completarse, y estalló sobre él como una supernova destructiva. Como último instinto, Shun cruzó los brazos sobre la cabeza.

 

***

—Shun, ¿cuál es la misión de un Santo?

—¿La misión? Supongo que proteger al mundo y…

—Va más allá de eso. Te lo diré cuantas veces sea necesario para que no lo olvides: Donde esté Atenea debes estar tú junto a ella. Siempre.

Al principio, a Shun se le hacía muy difícil creer en la existencia de Atenea, un ente divino en la Tierra, y lo discutieron por última vez incluso cuando Shun ya tenía su armadura, el día que June recibió la suya. No importaba lo que pasase, el norte de todo Santo era proteger a la diosa guardiana del mundo, y a través de ella, a todos los seres humanos.

—Los lazos de amistad son muy importantes para los Santos, a veces nos dan fuerzas para seguir luchando y una persona que defender, pero no dejes que nublen tu mente, Shun —le dijo Daidalos, quizá una semana tras obtener a Andrómeda, cuando la idea se hacía menos ilusoria—. No olvides que la misión es estar con Atenea, siempre junto a ella, y si un amigo, hermano o superior te impide cumplir con ese objetivo, entonces debes dejarlo de lado.

—Pero, maestro —le contestó en ese momento, era un chico que todavía no se metía en más batallas que las duras golpizas que recibía de Leda y Spica—, si alguna vez me hallo entre defender a… Atenea, una diosa que los demás van a proteger, y un amigo del alma, ¿cómo puedo optar por la primera, si mi corazón me dice todo lo contrario a eso?

—Eso es muy importante, seguir al corazón en el campo de batalla y fuera del mismo es vital para un Santo, aunque muuuuchos te dirán lo contrario. Pero si tú no proteges a Atenea no puedes esperar que los demás sí lo hagan; si ella pierde, el mundo pierde. No te fijes tanto en la figura… digamos, humana de la diosa, en la persona, sino en lo que representa. Por eso el norte de tu corazón debe ser la diosa Atenea, y si un Santo te impide seguir ese camino, entonces no es digno de tu buen corazón.

***

 

—¡Andrómeda!

No pensó que resultaría, pero la conexión con su armadura de Bronce era más fuerte de lo que pensaba. Era también evidente, debido a que la prioridad de todos los Mantos Sagrados de Atenea era proteger a su diosa. Andrómeda llegó volando desde los escombros de su habitación.

La armadura lo cubrió de pies a cabeza para resistir de mejor manera el impacto del Presagio Solar, antes de que lo abrasara por completo. Las cadenas se movilizaron por sí solas para atar a Daidalos, de pies a cabeza, y apuntar a su cuello con el filo. A pesar de sus daños, Andrómeda relucía con destellos rosas. Su Cosmos, finalmente, se había elevado de manera estrepitosa, tal como había ocurrido al enfrentar a sus más poderosos contrincantes.

—S-Shun… veo que te pusiste serio, pero jamás pensé que habías desarrollado tu Cosmos a este nivel —dijo Daidalos con lo que parecía genuina sorpresa y orgullo. De todas maneras, eso no importaba, era un enemigo que, como el resto del ejército de Hades, buscaba la cabeza de Atenea y sus Santos—. ¿Cuánto has luchado?

—Lo suficiente… Maestro, no quiero luchar contra usted. —Nuevamente, la palabra «voluntad» apareció en su cabeza junto a la imagen de la niña de ojos negros que le sonreía y el insecto azul, al que había perdido de vista de nuevo. Sin embargo, esta vez no intentó apartarlas.

—Lo sé, pero ninguno de los dos tenemos opciones. Me ordenaron matarte, Shun, ¿lo entiendes? —Alrededor de Daidalos, su aura se había transformado en una portentosa flama púrpura, y sus simples movimientos de brazos eran muy difíciles de seguir. Como uno de los Cuatro de Oro Blanco, así como los Santos de Oro, era de los que dominaba el máximo Cosmos—. Y luego, debo usar este poder para tomar la cabeza de Atenea.

Deber, repite mucho esa palabra, maestro. —Shun se permitió una sonrisa. A pesar de todo lo que había intentado evitarlo, tendría que combatir—. Me recuerda a sus entrenamientos.

—Sí. Seguro que sí, Shun.

 

A una velocidad extrema, Daidalos intentó conectar su poderosísima Piedra de Salomón, pero fue bloqueada por la Defensa Giratoria, a pesar del dolor de Shun en el brazo izquierdo cuando las mismas cadenas le doblaron el hombro. Los daños que su maestro le había causado anteriormente estaban pagándose caros.

A su alrededor, los muebles de la sala se trituraron o salieron volando hacia los muros y ventanas. Shun atacó con la Cadena Nebular para apartarse de Daidalos y de Tatsumi, que ya estaba siendo socorrido por un par de atónitas criadas. Con ayuda de las cadenas subió al tercer piso, bloqueó otro golpe de Cefeo, contraatacó otra vez con su arma que terminaba en prisma, y subió al agujereado tejado, que no aguantaría demasiado su propio peso, pues las columnas estaban muy dañadas gracias a los ataques tan veloces que usaba el ex Santo. Ataques que, en todo caso, ya podía ver…

¿Era que había aumentado la velocidad y despertado el Séptimo Sentido como Daidalos, o era que éste último no lo estaba utilizando? No se sentía diferente, si bien sí percibía un mayor dominio sobre su Cosmos que en batallas anteriores.

En medio del aire, Daidalos disparó miles de Espadas Reales en un segundo, que para las cadenas fueron en cámara lenta, pues las bloqueó todas. Las cadenas de Andrómeda se alimentaban del Cosmos del portador, recordó Shun, se lo había dicho justamente el hombre que lo atacaba en completo silencio, su mirada era de firme y fría convicción. ¿En qué? Shun no lo sabía.

—Preferiría evitar lastimarlo. ¡Vuelen, cadenas! —Mientras iniciaba su lento descenso, Shun arrojó ambas cadenas, una de ellas se volvió la técnica Cadena Nebular para atacar desde decenas de direcciones distintas a Cefeo, quien las bloqueó todas sin ningún problema.

Sin embargo, la otra atravesó el espacio, convertida en una Onda de Trueno, que relampagueó en medio de la noche de Tokio. Así como aquella vez que le mostró su verdadero poder, minutos antes que Aphrodite atacara la isla de Andrómeda y matara tanto a su rival como a la maestra Caph, y a casi todos sus discípulos, le presentaría a Daidalos, el hombre que había perdido su voluntad, el poder que había ganado en tantas batallas.

—Esta cadena… ja, ja —rio Cefeo, que recién en ese momento comenzaba su descenso al techo, mientras proyectaba su Piedra de Salomón en medio de sus Espadas Reales, las que generaban estragos en los eslabones de la Cadena Nebular—. Así que es solo una distracción para la otra.

—Sí, maestro. —Shun vio a Daidalos doblar el rostro a la izquierda, y utilizar la Piedra de Salomón contra la cadena que salía por una apertura en esa dirección. Sin embargo, el Santo de Bronce ya había previsto esa jugada unas fracciones de segundos antes, cuando Daidalos terminaba de felicitarlo, y la cadena actuó conforme a ello.

Antes que tocaran el destructivo puño de Daidalos, que sin duda destrozaría la cadena de su brazo derecho, ésta volvió a atravesar el espacio justo delante de ellos. Una nueva apertura se generó encima, donde el Espectro, en caída libre, no podría esquivarlo, lo que le hizo sonreír más.

—Ya veo —dijo a una velocidad inaudita, que Shun comprendió sin dificultad. O quizás era telepatía entre maestro y discípulo—. Sí que desarrollaste un gran poder, Shun, ¿acaso te enfrentaste a alguien tan rápido?

—Vencí a Aphrodite, maestro. Lo vengué —se confesó Shun en su mente, derramando lágrimas, aunque sus labios apenas empezaban a pronunciar la “V” de la primera sílaba—. Agradezco sus palabras.

—Shun, nunca dudes antes del final de la batalla. Los combates terminan en su término, no antes. Ja, ja, pero muy bien hecho, te felicito.

La Onda de Trueno le golpeó la espalda, y Daidalos empujó también a Shun, por lo que ambos se estrellaron sobre el techo, lo atravesaron, y se aproximaron al suelo de la mansión. La electricidad del golpe les hacía daño a ambos, pero Shun extendió una de sus cadenas, que se amarró a uno de los pilares, y se impulsó a un lado mientras Daidalos se estampaba duramente contra el piso. Una cortina de humo se levantó de inmediato, y a la vez, el Santo de Bronce se puso de pie, con la cara de la niña de ojos negros en su mente. ¿Qué tenía que ver ella con los Espectros, y con el medallón que tanto ardía en su pecho?

Daidalos salió velozmente de los escombros con el puño alto y cargado de un resplandor violeta. Shun recobró el control de sus cadenas casi al instante, soltó un gemido incontrolable de pesar, y se disculpó de todo corazón.

«Lo que voy a hacer es el peor pecado de mi vida. Si Hades dicta las sentencias de los seres humanos tras la muerte, entonces me dará el mayor castigo». Al mismo tiempo, otro pensamiento brotó en su cabeza, como si ésta se hubiese separado en dos piezas: «Hades revivió a mi maestro y le quitó su voluntad, su orgullo de Santo… juro por Atenea, y por mis cadenas de la nebulosa, que lo destruiré».

—¡Ataquen, cadenas! —Como bestias incontrolables, ambas armas brillantes se movieron a altísima velocidad, y su Cosmos estalló contra la fuerza de Daidalos que, tras unos instantes, ya no pudo avanzar en su carrera.

La puerta principal de la mansión se despedazó, y un par de paredes más se cayeron también. Shun escuchó el relincho desesperado de la yegua de Saori, Nube, en la parte de atrás, y recordó que tenía que salvarla también. Todo se hacía por la diosa Atenea como norte, así que sus piernas debían ser tan veloces como la luz para llegar al establo, al que ya se estaba dirigiendo, sin notarlo. Al tiempo que las cadenas lanzaban su séptima descarga eléctrica, y el polvo hacía casi imposible ver nada, Shun se dio cuenta de que sus respuestas sí estaban en el Santuario. Y allí debía ir, como su maestro hubiese deseado.

Se limpió las lágrimas por última vez, evitando buscar a la luz azul. No era de importancia. Iba a pelear de todos modos.


[1] En Grecia, son las 19:40 horas del 15 de junio.


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Publicado 23 enero 2018 - 22:39

Amigo Felipe, tanto tiempo de nuevo, con bastante atraso, feliz año nuevo!! Vengo a comentar tu gran fic, en general, ya que he dejado pasar muchos capítulos. Perdón por eso

1. Me pareció interesante la mini saga de los gigantes en la que Shun e Ikki fueron los protagonistas. No entendí, eso sí, pq la hiciste, aunq creo q dijiste que más adelante se iba a entender. Pero era un enemigo más temible que el mismo Hades, así que debe ser importante. Buen desenlace del mismo, y me gustó la inclusión del caballero de Coma Berenice (ya no recuerdo su nombre) y su gran final. Excelente intento que le diste a Ikki de hacer vida familiar, aunq fracasó.

2. Entrando en Hades, me gusta la vida de normalidad en la que sumerges a los protagonistas. Seiya peleando con Makoto fue divertido. Después de todo, son jóvenes normales. En la historia original eran muy "caballeros", no sé si me entiendes, jajaja. Pero ante todo, siguen peleando por Athena

3. Qué decir de Saori, fue rara la aparición de su madre. Aún es muy humana, pero va evolucionando. Si mal no recuerdo, esa es tu idea, no?, Aunque irá mejorando con el tiempo, tengo entendido. Pregunta: aún le falta mostrar su verdadero poder como diosa, no es así? O esto es todo lo que puede dar?. La irrupción de Kanon fue épica

4. Aplausos por la inclusión de Aldebarán como espectro. Realmente no me sorprendió, pero me gustó mucho. En realidad, nunca me cuadró la aparición repentina de Máscara Mortal redimido, después de haber sido tan perverso. Te apoyo totalmente en tu decisión de hacerlo así. Aunque en realidad no sé como lo vas a hacer cuando llegues al muro de los lamentos. ¿Lo tienes ya resuelto? ¿Aún no lo has pensado? Lo vas a cambiar? ¿O responder a eso es spoiler??

5. Genial la pelea de Mu contra Afrodita. Muy pareja, como dos santos de oro igualados. Has reivindicado mucho al pez dorado. Y te felicito por tu objetividad con Mu, que a pesar de ser tu favorito (también es mi favorito), no se destacó tanto sin razón. Pero demostró ser un gran estratega. No sé si entendí bien: la extinción estelar es lenta?? No es a la velocidad de la luz??

6. Una duda: es verdad que los caballeros revividos no tienen voluntad?? O eso creen los espectros?? Es como el Edo Tensei de Naruto?? (no sé si lo conoces). Tal vez lo explicarás después.

7. Emotiva la conversación de Mu y Aldebarán. Pero no entendí el desenlace (creo q andaba lento ese día). No sé que pasó entre ellos al final.

8. Shaina con séptimo sentido?? Interesante. Buena pelea con su maestro. Me agrada saber que vas a darle protagonismo. 

9. Has sido muy cruel con Shiryu. Así que no saca su poder a menos que esté ciego?? Me hizo mucha gracia esa parte. Y me agrada el hecho de que haya habido más lucha con los caballeros de plata. No podía ser tan fácil. La discusión con Shun Rei le aporta a la normalidad en las vidas de los protas como te había señalado.

10. Amigo Felipe, creaste una Pandora más tétrica. Y el origen humano de los espectros me agradó. Creo haber entendido que la guerra santa contra Hades del siglo XVIII de tu fic es la de Lost Canvas, cierto?? Por lo tanto, para ti, los espectros siempre son los mismos, o sea, en todas las épocas, Radamanthys es Radhamnthys, Aiacos es Aiacos, etc, cierto?? Eso de ponerle otros nombres en el Next Dimension lo encontré fuera de lugar, si se supone que las almas de los espectros son las mismas.

11. Aahh, apareció Radamanthys, el espectro con el ego más grande. Siempre lo encontré insoportable, y tú lo sigues mostrando igual. Y aquí quiero saber sobre su poder. Siempre está la duda de si es más fuerte que los dorados o no. No sé como lo harás tú. Aunque creo q en tu fic serán abiertamente más fuertes los Kyotos. No sé por cuanto. No es necesario que me lo digas, probablemente sea spoiler. También creo q sus subordinados, Gordon, Queen, Valentine, etc, están a la par de los santos de oro en tu fic. No creo q los destrocen, como ellos creen, pero sí darles dura pelea. Tampoco creo q los jueces sean taan inmensamente superiores, si no, como siempre los espectros han perdido con los santos. Otra duda, q es eso de que los santos ganaban siempre con trucos sucios?? Radamanthys tiene algún fundamento para decirlo, o sólo es un mal perdedor?? O lo explicarás después??

12. Finalmente, Shun. No me sorprende ver a Daidalos contra él. Aunq creo q Shun le ganó muy fácil, después de su poder mostrado contra las Dríades. Es q Shun ya controla mejor el séptimo sentido??

     Bueno, eso sería. Creo q me alargué. Dohko, como siempre, destacándose. Espero con ansias el resto de la historia. Un abrazo, amigo!!



#591 Patriarca 8

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Publicado 27 enero 2018 - 09:55

RADAMANTHYS I:

 

-Lo bueno:

 

la aparición del espectro de Zelos de Rana--XD

 

—¡¡¡Pero son débiles como una niña!!! Cualquiera de nuestros Esqueletos le ganaría a un

Santo con los pu.tos ojos cerrados.---Jajajaja--—Gordon es un espectro muy directo al decir lo que piensa

 

 

-Comentario lleno de temor:

 

Es extraño que los espectros se dediquen a eliminar a criminales si ellos también

son malvados aunque  su maldad sea diferente ,es como si los de la mafia se dedicaran a

eliminar a los delincuentes callejeros

 

 

 

 

 

SHUN III

 

-Lo bueno:

 

-la aparición del poderoso Tatsumi

 

-el  combate entre el maestro argentino y su alumno

 

- la yegua de Saori, Nube,----Que me late que intenta hacer mas cameos que el heroico en saint seiya--XD

 

 

 

Spoiler


Editado por T-800, 27 enero 2018 - 10:00 .

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Publicado 05 febrero 2018 - 23:36

REVIEWS!

Amigo Felipe, tanto tiempo de nuevo, con bastante atraso, feliz año nuevo!! Vengo a comentar tu gran fic, en general, ya que he dejado pasar muchos capítulos. Perdón por eso

Hoooola Carlos, mucho tiempo. Saludos amigo mío, y que tengas un gran año. Vamos por parte, como dijo Jack the Ripper:

1. Se que piden vida normal pa los protas, pero no se puede xD Sobre esta saga, en primer lugar nació para mostrar a Tifón, el que Eris quería tanto revivir en el arco anterior; también para lo que se viene con Ikki; pero principalmente fue presentar una relación común de hermanos de vacaciones. Hay otros detalles que son spoilers, claro.

 

2. Exacto! Al principio del anime parecían shonens normales, pero con el tiempo, el Seiya limpiando la casa desapareció, los demás se volvieron máquinas de combate. No quiero eso. Quiero el futuro que Shiryu vio en ND..

 

3. Se que fue raro lo de su madre, hasta a mí me lo parece, pero hace rato quería meter al personaje para mostrar que Saori sigue siendo humana. Y claro, irá "mejorando" en cuanto a desarrollo de sus habilidades y conducta de diosa, pero honestamente tengo recelo a verla como Atenea completamente. De todos modos, el tiempo lo dirá. Y definitivamente no, Saori no ha mostrado ni de cerca su máximo poder, si bien se acercó en la lucha con don Pose.

 

4. Agradezco el halago por lo de Alde. Lo del Muro será un cambio completo que ya está decidido. No puedo dar más detalles jaja

 

5. Así es, es lenta, pues es una técnica demasiado peligrosa, como la Bloody Rose o el Sekishiki Meikai Ha.

 

6. Nunca he visto Naruto, así que no sé qué decirte xD Sobre la actitud de los Espectros, lo sabrás pronto.

 

7. Lo de Mu y Alde fue simple: Alde volvió al reino de los muertos pero tuvo que fingir que era """derrotado""" por Mu, que lloró al darse cuenta de la verdad. Alde descansa en paz, no está atado a las leyes de Hades. Obviamente ninguno de los dos peleó ni nada, era un asunto más emocional que otra cosa.

 

8. Yay!!

 

9. Lamento burlarme de Shiryu, siendo mi personaje favorito... pero es que deja la pelota botando pues xD

 

10. Sí, siempre son las mismas almas, tomando cuerpos diferentes por época, claro, pero en el fondo el Rada que fue asesinado por Regulus (en esta historia) es el mismo que ves aquí con Pandora. Lo que pasa es que cada vez que las almas son selladas sus recuerdos son borrados... con excepción obvia de Cheshire, que nunca fue sellado, y a cambio, perdió la cordura.

 

11. Sobre los "niveles", obviamente no diré nada jaja... pero sí puedo explicar lo de Rada. Al despertar como Espectro tras una tórrida noche de bebida y sexo, sabe que no recuerda nada de sus guerras previas, aparte de alguna que otra cosa física (como el calor en su pecho, producto de Kardia). Tiene programado en la cabeza su deber de matar a Atenea, y también sabe que Hades ha perdido. No es un mal perdededor, sino que para alguien tan orgulloso y arrogante, leal a su ejército, la única explicación que puede darle a las guerras santas previas es que Atenea ha vencido con trampa. De verdad lo cree.

 

12. Shun se controla mucho mejor, además que siempre ha tenido un control cósmico superior a los otros. Aunque tal vez debí alargar más su pelea, teniendo en cuenta todo lo que escribí de Daidalos... pero bueno... ¿quién dijo que era el fin de Daidalos?

 

:ph34r: :ph34r: :ph34r:

 

Saludos :rolleyes:

 

 

 

RADAMANTHYS I:

 

-Lo bueno:

Hola T, gracias por tus comentarios.

Tomaré por el lado amable lo de Afro esta vez, no te preocupes ^_^

 

Sí... Gordon es peculiar. Usaré muchos puntos en sus palabras para que los pase el censor del foro...

Ah, los Espectros matan criminales porque no se consideran malvados. Son solo gente que cree que el mundo está lleno de basura y debe ser eliminada. Vamos, que hay mucha gente en la vida real así. Aquí hay 108 de esos.

 

Gracias por los elogios a los combates. Sobre Nube... es curioso. Vengo mencionándola desde el volumen 1, desde os primeros cap´s del fic, pero creo que nunca la he mostrado xD O muy pocas veces en realidad. Una ridiculez.

 

Saludos compa.

 

 

 

------

 

 

 

SHAINA II

 

21:00 hrs. 15 de junio de 2014.

Llevaba más de una hora luchando sin descanso, y se le había entumido un brazo un par de veces, culpa de generar tanta electricidad para acabar con los malditos zombis. Hace unos minutos, además, había comenzado a toser de cuando en cuando, al igual que sus compañeros, producto de la enorme nube negra de humo que cubría el Santuario y nacía desde el cementerio, al este del mismo. Eso significaba que, a pesar de estar en desacuerdo, Yuli había prendido fuego a las tumbas de los Santos, esperando que no volvieran a salir de allí luego de que fueran asesinados de nuevo. Shaina se preguntó solo dos veces si era moralmente correcto, para sus adentros y casi seguido, el quemar los cuerpos de guerreros sagrados que habían entregado su vida por Atenea en el pasado, incluso los de aquellos que no habían sido revividos por Hades todavía, tal vez no se alzarían… pero no había vuelta atrás ni otra opción.

La habían elegido comandante de los Santos, tanto de Bronce como de Plata, además de los soldados rasos. Tampoco es que hubiese demasiadas alternativas ahora que Jamian había sido asesinado. El caso era que tenía que tomar decisiones graves en momentos difíciles, pensando siempre en el bien mayor del Santuario, sin importar su opinión o la ética general. ¿Y acaso podía decir que estaba en desacuerdo? Cuando las almas abandonaban el cuerpo, este era inservible. Y lo que fuera que la enfrentó antes, utilizando el cadáver de Al-Marsik de Ofiuco para causar estragos en las filas del Santuario, definitivamente ya no era su maestro. Él estaba más que muerto.

Dos Espectros la atacaron por la espalda y los fulminó de un manotazo. Shaina escupió al suelo cuando tres más se le acercaron por el costado, se preguntó si entre ellos estaban los dos que acababa de matar. ¡Eran todos iguales! Y ya que desaparecían al ser vencidos, no podía saber si renacían o solo aparecían más porque eran infinitos. Monstruos demacrados, bestias asquerosas… ya estaba harta.

—¡Ichi! —gritó al otro lado del campo de batalla, cerca de la Armería, donde el Santo de Hidra desgarraba esqueletos, incapaz de envenenarlos.

—Sí, sssseñorita Shaina —siseó Ichi en voz baja. Shaina tuvo que leerle los labios a larga distancia para entenderle, o quizás solo asumió que eso había dicho el punk aquel. No estaba segura.

—¿¡Dónde diablos están los otros!?

Ya estaba cansada de tener que esperarlos. Podían decir lo que quisieran en los Doce Templos, pero Orphée era un fiambre y Mayura una inescrupulosa desertora, nadie la convencería de lo contrario. Al nuevo, el sucesor de Georg, apenas lo conocía de vista, no se lo había topado en toda la batalla, así que probablemente era un cobarde o similar. Así que solo estaban ella, Marin y Asterion disponibles, pero del Águila o el Sabueso no había rastro, aunque se suponía que estaban en la periferia.

—Escuché que el señor Asterion está en el bosque Dodona —confirmó Jabu, que llegó cojeando y tosiendo junto a ella. Su barbilla estaba manchada de sangre, y se notaba a simple vista que tenía rotas algunas costillas—. En los alrededores de la Fuente, luchando con verdaderos Espectros.

—¿Verdaderos? ¿Qué quieres decir con eso?

—No son como estas cosas, ni como nuestros compañeros revividos, sino que guerreros que utilizan Surplice, soldados de Hades… pero no los he visto.

Diez monstruos los rodearon y fueron muertos en un abrir y cerrar de ojos. Veinte más se acercaron por el frente y Jabu dio un paso adelante, quizás para permitir que Shaina tomara un breve respiro.

—¿Y Marin?

—No he sabido nada de ella.

¡Qué irritante era el Águila de Plata! Sí, honestamente ya no sentía que la odiaba como cuando entrenaba a Seiya, había hecho las paces con su propio corazón hace tiempo, pero eso no quitaba que la chica perfecta a veces le resultara molesta.

Durante la Guerra Civil, en ese mismo lugar, mientras Seiya y los demás subían los doce Templos, Marin se había ido sin avisar al Monte Estrellado, tras acabar con Ptolemy. Durante la invasión de los Marinas en Rodrio tampoco estuvo, llegando solo al final para salvar a Aldebarán, que de todos modos ya había muerto. Ahora había vuelto a desaparecer sin dejar rastro ni informar a nadie. Menos a Shaina. ¡No estaba pintada, diablos, había un protocolo que seguir!

Lo peor de todo era que… en el fondo, sabía que la necesitaba. Marin tenía el puño más veloz entre los Santos de Plata, era una asesina precisa y silenciosa a la que nada ni nadie atemorizaba, no podían carecer de un Santo así durante una situación tan crítica.

Desde luego, jamás se lo diría.

—¿Qué necesssita, señorita Shaaaaaaai…? —Ichi no pudo terminar la oración y fue enviado a volar por una silueta desconocida, probablemente una mujer, que vestía una armadura oscura.

Antes de que pudiera acercarse a saber más, los reflejos de Shaina reaccionaron raudos para esquivar una patada violenta que pudo haberle arrancado la cabeza de cuajo. Buscó al enemigo, de quien no sintió Cosmos alguno, pero de inmediato tuvo que cruzar los brazos delante suyo para que el bólido que aceleró y la impactó durante casi el mismo segundo no la destruyera.

—¡Señorita Shaina! —gritó Jabu, la primera sílaba se escuchó muchísimo más cerca que la última, apenas un susurro en el viento quemado.

Shaina destrozó una serie de pilares y se estampó contra la estatua de un héroe mitológico cuya identidad no se molestó en verificar, mientras intentaba reconocer los patrones de los golpes que acababa de recibir. Por instinto se dobló a la derecha y halló un láser violeta en su dirección, lo que confirmó sus sospechas, así que se cubrió por la Piel de Serpiente, se deslizó bajo el ataque, intentó contraatacar, pero fue derribada por una patada certera en el hombro.

No tenía tiempo para caer, así que se recompuso rápidamente y saltó a la cima de la Palaestra, el edificio más cercano que tenía y el más grande de la periferia del Santuario, al tiempo que reacomodaba sus descubrimientos en la cabeza: la patada era el Vuelo sin Escape, la tacleada de rugby era el Vigor Olímpico y el rayo láser fue el Perro Brillante. Eso quería decir que sus viejos compañeros, Dio de Mosca, Algheti de Hércules y Sirius de Can Mayor también habían sido revividos.

Desde el techo de la Palaestra, Shaina observó la contienda a larga escala: los soldados rasos luchaban y morían bajo las garras de los Espectros; algunos bajaban desde el oeste, enfrentándose al grupo de Asterion, tal vez; Geki y June estaban cerca de la galería de tiro enfrentándose a una mujer con armadura oscura, la que había lanzado a Ichi, mientras que los tres ex Santos de Plata que se consideraban hermanos, que tanto tiempo habían luchado juntos, se acercaban por el frente tras derribar las columnas de entrada de la Palaestra.

—Shainiiiiiita, tanto tiempo —dijo Dio, la Mosca repugnante, vistiendo una imitación barata de su Manto de Plata.

—¡No se distraigan y acaben con ella! —ordenó Sirius, siempre enfocado en su misión. Shaina lo recordaba muy bien, habían entrenado juntos desde que ella era niña y había aprendido mucho de ese hombre… pero la nostalgia solo dificultaba los combates y no tenía tiempo para rememorar el pasado.

¡Portador del Mazo! —Eso sí que fue interesante, pues Algheti empezó a gritar el nombre de su técnica mientras estaba delante de ella, pero la culminó a una distancia corta de su espalda, fuera de su campo de visión.

—¡Perdónanos mucho, Shainita, pero esto es por el señor Hades! —Dio usó el Vuelo Deslizante para hacerle retroceder, aunque terminó electrocutado por su mano y su Trueno, que aplicó con todas sus fuerzas.

Sin embargo, además de sobrevivir la maldita Mosca, con solo la Surplice algo carbonizada, Shaina retrocedió y fue atrapada por los hercúleos (nunca mejor dicho) brazos de Algheti. No sintió su Cosmos, pero sabía que lo que se venía sería potente, el Santo de Hércules no habituaba a jugar.

Algunas zonas del techo de la Palaestra se trituraron cuando el Portador del Mazo hizo relampaguear la noche, entumiéndole el cuerpo el tiempo suficiente para que Sirius, que había dado un brinco con la única intención de atacarla tras la aplicación de técnicas de sus compañeros (comprobando así que a pesar de estar muertos aún se entendían a la perfección), le propinara el potente Destructor de Montañas en la zona del estómago, trisando la armadura de Plata. Shaina supo que, de no ser por la protección de la Piel de Serpiente, que amainó un poco el golpe gracias a la carga eléctrica que sintió el Perro, habría sido casi fatal.

Shaina se estrelló en el piso inferior de la periferia, junto a los establos y muy cerca del portón principal del recinto sagrado. Con los ojos cerrados, y mientras se recuperaba del entumecimiento e intentaba ignorar el dolor, escuchó a los guardias gritar su nombre y sus pasos acercándose para protegerla.

«Malditos ilusos», pensó. Algheti los haría trisas, y no tardó en comenzar, pues los alaridos se multiplicaron. Se preguntó por enésima vez dónde estaba Marin, a la vez que desencadenaba el Fragor de Asclepios para intentar apartar a sus enemigos de sus aliados al menos por unos instantes, pero se le iban acabando las fuerzas y tardó unos segundos de más en actuar. Durante esos cinco o seis segundos, los centinelas del Santuario apostados en el portón fueron asesinados. El humo provocado por el incendio se hizo más abundante, el aire estaba pesadísimo y Shaina volvió a toser, no podía abrir los ojos ni encontrar cómo levantarse. Un Santo de Plata contra tres al mismo tiempo no le daba muchas esperanzas ni posibilidades, estaba en demasiada desventaja… ¿Qué más le quedaba esperar?

 

Un relincho la hizo despertar. Un relincho tan fuerte que su corazón vibró con fuerte pasión. Abrió los ojos de golpe y esquivó una nueva arremetida de Algheti justo a tiempo, consiguiendo una quemadura de primer grado, debido a la fricción, en la parte alta del brazo derecho. Con la misma extremidad se equilibró sobre la pierna de Dío, cuyos inútiles procesos mentales en batalla conocía a la perfección, y se impulsó hacia adelante, y luego a la izquierda para propinarle un codazo en el estómago a Sirius antes de que éste la atacara con el Destructor de Montañas de nuevo.

Levantó el brazo derecho y bloqueó a Dío, a quien no vio, pero supo que se acercaba desde esa dirección. Con la mano izquierda preparó un Trueno, Dío saltó a un lado, innecesariamente, pues Shaina lo desencadenó detrás suyo, donde Algheti se había detenido. No recordaba conscientemente las innumerables tácticas de esos tres, que tantos frutos les habían dado en las guerras pasadas, pero su cuerpo reaccionaba por sí solo, por pura y llana memoria muscular. Todo gracias a ese relincho grandioso, ese grito magnífico de un equino alado…

No, tampoco iba a soñar con cuentos de hadas. Estaba en el establo, al fin y al cabo, y todos los caballos ahí estaban como locos. Tomó a Dío del cuello y lo arrojó al suelo; el Espectro contraatacó tomándola de la cintura con sus poderosas piernas, pero Shaina había esperado ello y las desgarró a ambas con sus garras, destruyendo lo que fuera de que estuviera hecha la Surplice de Mosca.

Antes de que Dío tocara enteramente el piso, Shaina le lanzó un Trueno directo en el pecho, que le permitió impulsarse hacia atrás y recibir a Algheti, que con su Vigor Olímpico dañó gran parte de su armadura de Plata; Shaina salpicó de sangre el rostro iracundo y enfocado del muerto que alguna vez fue Santo de Hércules, pero se lo sacó de encima con sus propias piernas y se desplazó a un lado.

Tuvo una fracción de segundo para recuperar el equilibrio, pero Jabu, el Santo de Bronce de Unicornio, le dio algunos momentos más interceptando con el cuerpo el ataque de Sirius. Detrás de ellos, Algheti cayó encima de Dío y ambos tardarían un par de segundos más en recomponerse.

«Maldito sea este humo». Shaina proyectó el Fragor de Asclepios a todos lados, buscando con desesperación un ambiente en que pudiera sentirse cómoda, como al interior de esa esfera electromagnética. Respiró un par de veces mientras escuchaba a Jabu gritar de dolor, sin dejar de repartir patadas a diestra y siniestra, bloqueando, en lo posible, los golpes mortales del Perro Espectral. Se quitó el cabello de la cara, hizo tronar los huesos de los dedos y recompuso su propio húmero, tragándose un chillido de dolor. Necesitaba su cuerpo en perfectas condiciones para lo que seguía, si es que éste recordaba bien la estrategia que esos tres utilizarían con ella en esa específica posición. «Maldito sea todo esto».

—¡Retumba, Cosmos!

—¡Lo siento, pero debes morir, Shainiiiiita!

Shaina dobló la cabeza hacia atrás y esquivó a Dío, a quien le rompió el cuello con ambas manos. Durante ese breve instante, la Santo de Ofiuco no sintió pesar alguno, no porque la Mosca fuera detestable, sino porque ese no era su desagradable hermano de Plata… todos habían muerto ya, estos eran imitadores.

Inmediatamente después chocó Cosmos con Algheti, el más fuerte entre los Santos de Plata, a pesar de la incómoda postura en que había quedado. La tierra lanzó rugidos como los de una bestia, la inmovilidad de las piedras cercanas fue seriamente perturbada, algunos relámpagos fueron devueltos a su dueña, y Sirius, el eterno líder del grupo, ya se acercaba por la espalda.

—¡¡¡Shaina, esto es el fin, no aguantarás en esa posición!!! —bramó Algheti. O lo que fuera ese grandote.

—Así es… Espectro.

Shaina ya casi estaba en posición horizontal, de espaldas, solo firme gracias a sus piernas, cuando estas se despegaron del suelo. Sin embargo, por ello fue por lo que había generado ese impulso electromagnético antes, para propulsarse al residuo eléctrico del aire y, en la práctica, volar sobre Algheti, aterrizando justo detrás de él.

Lo abrazó a la altura de la cintura y descargó todo su Cosmos de una sola vez, generando una implacable explosión eléctrica, intentando en lo posible que Hércules no se soltara, lo que fue probablemente el trabajo más difícil de toda su vida. Algheti tardó un minuto entero en rendirse y los brazos de Shaina, destrozados por la fuerza del Espectro, no durarían más. La ayuda de Jabu, que no había dejado de luchar, fue fundamental, pues destrozó el estómago del gigante para que ya no pudiera resistirse y volviera al mundo de los muertos. El Unicornio, lamentablemente, fue afectado por la electricidad de Shaina y no fue capaz de enfrentar el desafío final.

—¡Shainaaaa! —exclamó Sirius, propulsado entre medio de los soldados rasos que le habían otorgado tanto tiempo. Su rostro expresaba emociones que nadie había mostrado hasta ese momento en esa batalla, y el corazón de Shaina retumbó como su Cosmos. En las mejillas del ex Perro de Plata había surcos escarlatas…

—Mi deber está primero —dijo Shaina, antes de saltar a encontrarse con su contrincante. Por un segundo pensó en Marin y Asterion, que no tenían que pelear contra los fantasmas de sus compañeros, y ella misma sintió que tal vez no habría sido capaz en otro momento. Se dio cuenta de que el deber de líder, finalmente, le había ganado a su concepto de moral y amistad—. ¡Vamos, Sirius!

Shaina derramó pocas lágrimas que no se molestó en contar, pues nublaban molestosamente su visión. Chocó con Sirius de una patada, causando una explosión que le aceleró el corazón, y que hizo arder su Cosmos más que nunca. Nadie entraría a la Eclíptica mientras estuviera viva, decidió… Sirius estaría de acuerdo si fuera él realmente quien chocaba poderes con ella en ese momento.

Un rodillazo cargado de energía en la mandíbula fue la que terminó la lucha, después de que la Piel de Serpiente sirviera de escudo y una serie de Fragores de Asclepio se lucieran para reemplazar a sus brazos, durante un movimiento que Shaina jamás pensó realizar. Tras recibir los láseres del Perro Brillante tanto en las piernas como los hombros, Shaina al fin encontró un espacio para contraatacar el rostro de aquel que, en vida, había entrenado a tantas personas. Seguía pensando en ello a pesar de decidir que Sirius descansaba en paz hace mucho tiempo y el Espectro solo lo imitaba… pero así era el corazón humano.

 

Shaina descansó de rodillas cuando su velocidad, y el tiempo a su alrededor, volvieron a la normalidad junto al inmundo humo del cementerio. Se le dificultaba mucho respirar, le dolía muchísimo el pecho y estaba cubierta de heridas, a la vez que pensaba constantemente que nunca, en toda su vida, habría pensado que mataría a cuatro Santos de Plata en una noche. ¿Debía sentirse orgullosa o como una horrible pecadora por ello? ¿Habían pasado por esos sentimientos Seiya y los demás al matar a sus compañeros?

—…aina, señorit… ina…, ¡se…rita Shaina! —oyó entrecortadamente. Parecía la voz de Jabu, pero resultó mucho más grave—. ¡¡¡Señorita Shaina!!!

—Ah… G-Geki, maldición, no hables tan fuerte…

Shaina se dio cuenta de que el Santo de Oso corría hacia ella a toda velocidad, perseguido por un sinfín de murciélagos, y ella solo podía pensar en lo mareada que estaba por todo lo ocurrido. ¿Le estaba alertando de algo? ¿Por qué tenía Geki tantas quemaduras en la piel?

«Un momento, ¿murciélagos? …Rojos como sangre». Decenas de mamíferos voladores, creados probablemente por Cosmos dada su luminosidad. Junto a Geki de Osa Mayor también corrían Ían de Regla, Holokai de Telescopio, Ban de León Menor, June de Camaleón y una decena de soldados. Todos lucían quemaduras de segundo y tercer grado. Detrás de ellos venían cientos de… ¿Esqueletos? Así se hacían llamar a gritos, soldados rasos del ejército de Hades, dirigidos por dos Espectros. Verdaderos Espectros, como les llamó Jabu, que aún yacía en el piso.

—Vaya, vaya, Santos que huyen de vampiros, tal como decía el señor Aiacos, son guerreros patéticos —dijo uno de los Espectros, que se desplazaba flotando sobre el suelo. Usaba una Surplice con alas como las de un murciélago, un casco tan grande que tres cabezas cabían ahí, adornado con colmillos, los mismos que se encontraban en sus rodilleras y botas. Alrededor del abdomen contaba con dos cinturones que parecían flotar y una serie de garras en vertical que parecían desgarrarlo. Con una sola mirada bastaba para saber que no estaba entrenado físicamente, pero su sonrisa llena de malicia denotaba que no importaba, pues su poder no venía de él. Sus ojos eran un vacío tenebroso de sombras—. Mi técnica Cría Asesina[1] es verdaderamente implacable contra insectos tan débiles y horrorosos como estos, ¿no les parece, basura?

—Ten algo de respeto, Raybould de Upyr, Estrella Terrestre del Héroe[2] —dijo su acompañante, seguramente la mujer que Shaina había visto hace rato. Tenía cabello blanco, ojos verdes y la apariencia general de una princesa de cuentos, pero su oscura Surplice la convertía en la misma escoria de Hades que eran todos los demás, a pesar de que parecía un pescado con tantas aletas y escamas en todos lados, como en el yelmo dotado de un espadón, las hombreras que caían como lágrimas o las perneras como cola de sirena.

—¿Ah? Qué estúpida. ¿Me pides que tenga respeto por ellos, Úrsula de Ceto, Estrella Terrestre del Dolor[3]? No seas ridícula.

—Te pido que tengas respeto por ti mismo, idiota. No le dirijas la palabra o pierdas tiempo persiguiendo a ratas como estas, solo mátalos. —Úrsula conjuró una masa de agua concentrada en una esfera flotando sobre su mano, que pronto tomó un sinfín de otras formas—. Se acabó. Crisantemo Doloroso[4].

 

Los murciélagos rojos tomaron carrera y la masa de agua se desplomó sobre los Santos, tomando la curiosa silueta de una ballena gigante con mandíbulas colmadas de colmillos, lista para devorarlos. Shaina intentó levantarse, pero aparte de sus brazos heridos, sus piernas ya se habían quedado sin energías.

—Maldita sea, si hubiera tenido un poco de más tiempo… —se lamentó. Y, sin embargo, para su propia sorpresa, sonrió pensando en sus recientes batallas con una pizca de orgullo que no intentó ocultar—. Vaya, soy una estúpida sin remedio.

—¡Señorita Shaina! —gritó alguien, ya no tenía caso saber quién. Podía ser Jabu o Geki, o el estúpido de Ichi, ya no tenía caso.

—¡No debería rendirse tan fácil! —exclamó una voz que no reconoció. Shaina, así como con Ichi, simplemente asumió que el extraño había dicho eso, pues habló en español, algo similar al italiano, pero no estaba tan segura… ¿y qué clase de idiota llegaba al campo de batalla sagrado de Atenas hablando en español?

—¡Imposible, está evaporando el agua!

—¡Mis murciélagos se están quemando!

Las dos voces de los Espectros indicaban genuina incredulidad. Shaina miró a un lado y sintió un Cosmos cálido, sin ser asfixiante como el del maldito humo que todavía reinaba en el cielo. Al Santo que se hallaba a su lado solo lo había visto una vez, cuando recibió la armadura que había pertenecido a Georg.

Tenía barba frondosa, barbilla cuadrada, nariz chata, ojos cafés, cabello rojizo muy largo y desaliñado, y una contextura musculosa y gruesa, con brazos como vigas de acero. Su mirada estaba llena de seguridad, valor, carisma y la ingenua seducción típica de los machos, obviamente no era el cobarde que había pensado antes.

—Al fin. Necesitaba un descanso, ya era hora para que alguien viniera a hacer su maldito trabajo y dejara de contar corderos —se quejó Shaina, sonriendo, dejando salir un suspiro de relajo.

—Ah, dios mío, verdad, aquí se habla en griego… lo siento, señorita Shaina, me costó venir entre tantos Espectros y… me perdí en estas montañas un par de veces, je, je. —El nuevo soldado le dirigió una mirada llena de fogoso desafío a sus rivales, tanto como su aura llameante que quemaba todo a su alrededor, incluso el agua de Úrsula—. Hola a todos, soy un Santo de Plata, Kazuma de Cruz del Sur. Soy nuevo, así que trátenme bien y vamos a divertirnos, ¿sí?


[1] Murderous Brood, en inglés.

[2] Chiin, en japonés; Dijing, en chino. En la novela Al borde del agua, es la estrella correspondiente a Peng Qi, el “General de la Visión Celestial”.

[3] Chison, en japonés; Disun, en chino. En la novela Al borde del agua, es la estrella correspondiente a Cai Qing, el “Tallo de la Flor”.

[4] Painful Chrisanthemum, en inglés.


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#593 Patriarca 8

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Publicado 06 febrero 2018 - 08:37

Lo bueno:

 

-Con la aparición de Jabu en este capitulo--me pregunto si ya ha despertado

 

el septimo sentido y si planeas que despierte su armadura divina y luche

 

contra Hades en los campos eliseos

 

-Marin y Shaina---me recuerdan a goku y a vegeta---son adversarios

 

pero reconocen sus respectivas habilidades

 

-Dio es un antagonista gracioso

 

-la aparición de los espectros que no aparecieron en el clasico pero si en lost canvas

 

-la aparición de Kazuma de Cruz del Sur

 

 

 

-Comentario lleno de "temor"

 

-no entendí el asunto de los caballos 

 

-Que me late que Shaina es un poco racista como Trump y no le agrada los mexicanos


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#594 -Felipe-

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    Bang

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Publicado 20 febrero 2018 - 19:58

Lo bueno:

 

-Con la aparición de Jabu en este capitulo--me pregunto si ya ha despertado

Hola, T. Gracias por el comentario. Para responderte:

- Jabu solo es Jabu y... casi siempre será Jabu.

- No veo DB, pero entiendo el punto y lo comparto.

- Me alegro que te gustara.

- La verdad me faltaban enemigos, y Shiori creó tantos que me fue imposible no meterlos aquí también.

- Gracias!

- Shaina se estrelló en el establo del Santuario, por eso oye relinchos, pero los confunde, deilarente por... otro "caballo", uno alado.

- Cualquiera de mis personajes es mejor que Trump, y lo digo con toda humildad.

Saludos!

 

 

Vamos al capítulo.

 

 

SAGA I

 

21:15 hrs. 15 de junio de 2014.

La mariposa, a su lado, era hermosa…

En el Meridiano ya se había apagado el fuego de Aries, y el de Tauro estaba cerca de extinguirse. Eso significaba que corrían con ventaja, lo que era muy bueno, en especial porque el Templo de los Gemelos, que antes le había pertenecido, estaba deshabitado. O al menos así debía estar.

Corría acompañado de Shura de Capricornio y Camus de Acuario, con quienes había sido despertado del largo sueño de la muerte por Hades, el Rey del Inframundo. Si Saga de Géminis era sincero consigo mismo, no recordaba lo que había sentido en el otro mundo más allá de una gran tristeza y una culpa que no parecía dejarlo en paz, pero el resto era borroso. Ciertamente había cometido muchísimos pecados durante sus últimos dieciséis años de vida, desde que se dejó tentar por Kanon, su lado oscuro, y asesinó a Sion de Aries, que ahora los lideraba. Y habría sido peor, quería matar a Atenea, a los Santos que no lo siguieran, a los dioses, a todo lo que se interpusiera en su camino… no le extrañaría que hubiese caído en el más profundo infierno, pero no estaba seguro. Tal vez el hecho de que no cumplió con todas sus ambiciones lo salvó, lo que fue gracias a…

«Aiolos de Sagitario», pensó tranquilamente Saga, mientras cruzaba un arco a unos metros de lo que fue su hogar. El nombre del arquero dorado ya no le dejaba un mal sabor de boca, ya no le desagradaba, el “otro” Saga en su cabeza se había ido gracias a Seiya. Aiolos de Sagitario era ahora solo un nombre.

Y hablando de él… no estaba con los demás, y eso sí que lo recordaba bien. Una voz arcaica, antiquísima como un eco siniestro en un bosque perdido le ordenó, en perfecto griego antiguo, que se pusiera de pie, y así lo hizo, levantándose bajo un cielo rojo como sangre desbordada. A su lado había más Santos, de todos los rangos, dispuestos unos junto a otros sin jerarquía, vistiendo Surplice espectrales y siendo conscientes de su misión de asesinar a Atenea en nombre del rey Hades, esperando las instrucciones de su líder.

Sion no le dedicó una mirada diferente que a los demás, todos eran igualmente peones de Hades, resucitados para cumplir el milenario objetivo del Inframundo. Ni resentimiento, ni ira, ni culpa, ni tristeza había en sus ojos, el antiguo Sumo Sacerdote se mantenía recto, impávido e indolente, tan deseoso como ellos… de obtener la vida eterna. Sí. Ese era su objetivo.

En ese momento recordó un sencillo evento de su pasado, cuando lo asesinó. Antes de clavar el puño en el pecho de Sion, éste conjuró el Muro de Cristal una última vez, después de transmitirle la profecía del Oráculo de Delfos. Con los años, Saga se dijo a sí mismo que había sido un acto final de cobardía y miedo, a pesar de que había aceptado aparentemente su muerte, pues las estrellas lo habían predicho. Sin embargo, solo al mirar sus ojos rosas de nuevo, bajo el cielo carmesí del infierno, comprendió que el Muro había servido para que se observara como en un espejo, para que pudiera contemplar su propio corazón mientras era podrido por sus deseos más bajos y viles, confirmando la profecía. Sion de Aries quiso que viera el monstruo en que se había convertido, a la vez que imponía su ciega fe. Así, al mirarlo a los ojos, luciendo una versión Surplice de su Manto de Aries, Saga le juró que obedecería sus órdenes. De hecho, si hubiera conservado aquel cuerpo tan joven, jamás habría podido matarlo.

Subieron a la Colina del Yomi donde los esperaba el fantasma que DeathMask había dejado de sí mismo, antes de que Shiryu de Dragón asesinara al verdadero, que probablemente se había convertido en un esclavo personal de Hades o comida para las almas más hambrientas, como pago por venderse a cambio de poder. El fantasma, el perro de DeathMask, como le llamaba, los miró con tristeza e intentó impedirles el paso, hasta que los Santos de Plata lo arrojaron lejos, a la fuerza. Misty, Sirius, Dio, Algheti, Ptolemy, incluso Daidalos estaba allí; un montón de Bronces los seguían, así como soldados rasos anteriormente leales a Atenea y un ejército de fantasmas con rostros esqueléticos que les servirían de guardia. En cuanto a los de Oro, se reunieron los cinco que cayeron a manos de Seiya y los demás, mientras que de Aiolos no había rastro. ¿Acaso era demasiado bueno como para no aceptar la propuesta de Hades de vida eterna? ¿O tal vez llevaba demasiado tiempo muerto? Aunque eso no explicaba que Sion estuviera allí, siendo que había muerto solo algunas horas antes que él. Saga había admirado cada flecha que ese hombre había disparado, desde que lo vio por primera vez cuando Nicole de Altar se lo presentó; luego, lo había odiado con todo su ser. Ahora, sinceramente, no sabía qué pensar.

 

—Saga, ¿todo bien? —le preguntó Camus, sacándolo de su ensoñación. Ya se hallaban ante las puertas del Templo de los Gemelos, flanqueadas por las imágenes que habían guardado el sitio en su lugar, el ángel con la serpiente y el querubín que tocaba la lira.

—Sí —contestó Saga, sin mucho convencimiento, pero presentando en su voz y rostro su mejor acto de determinada convicción—. Entremos y crucemos.

—Me tienen harto —susurró Shura con voz firme, como era su costumbre, para que solo ellos pudieran escucharlo. Tenía el brazo derecho a media altura del pecho, que había recuperado (junto al resto de su cuerpo) luego de que se quemara en la estratósfera. Básicamente, Hades le había puesto piel a su alma—. No me gusta que nos espíen en plena misión.

—Déjalos, no importan —dijo Saga, restándoles importancia a las sombras que habían entrado a la Eclíptica con Aldebarán, creyendo estúpidamente que no los percibían solo porque no exhibían sus Cosmos—. En tanto no se metan en nuestro camino, deberíamos tratarlos como insectos inofensivos.

—De acuerdo, pero son las órdenes de Sion las que acato, Saga. No te olvides de ello —le amenazó Shura con frialdad, antes de ingresar al templo, listo solo para cumplir con cortar la cabeza de Atenea con su Excálibur de filo oscuro.

Saga miró a Camus, y en sus ojos celestes encontró la glaciar indiferencia de la que hacía gala tanto en vida como en la muerte. No le importaba, así que Saga no se complicó de más la existencia. Ambos siguieron a Shura y entraron al tercer portón de la derecha, bajo el ángel del arpa. Lo único que los acompañó fue aquella mariposa azul, tan brillante…

 

De entre los doce Templos, Géminis era el menos amueblado. En sus últimos dieciséis años de vida se había decantado por poseer lo menos posible, algunas mesas pequeñas, una sola silla por cada cual, una cama sencilla en la habitación, y una cocina humilde que apenas había utilizado, pues había preferido los lujos de los que disponía tras convertirse en el Sumo Sacerdote. Por ello, la nostalgia no lo detuvo.

Sin embargo, lo distrajo lo suficiente como para no percatara antes en lo más extraño, y al mismo tiempo conocido, del Templo de los Gemelos. Quizás pensó que era una trampa del lugar, pero no tenía sentido.

Luces y sombras de Cosmos, bailando, enlazadas en un juego asesino que sus sentidos físicos no percibían más que como siluetas danzantes por el rabillo del ojo. ¿Qué diablos había estado pensando? ¿Acaso el hecho de que siempre había sido el conjurador y nunca la víctima de esa ilusión enfermiza le habían hecho tardar tanto en darse cuenta?

Se detuvo en seco cuando Shura y Camus ya habían atravesado el Templo de los Gemelos. Saga escuchó, justo después, una maldición en español y un suspiro profundo, y finalmente, ambos Espectros entraron de nuevo por el portón derecho, donde los esperaba Saga junto a una de las columnas. Las reales, pues éstas se habían multiplicado en gran número con ilusiones.

—Volvimos a la entrada. ¿Qué estás tramando, Saga? —le espetó Shura, con apenas un ápice de exaltación—. ¿Quieres retrasar nuestra misión, acaso?

—No creo que se deba a Saga —dedujo Camus rápidamente. Por supuesto, él se había leído la suficiente cantidad de libros en las bibliotecas para conocer el truco más famoso del Templo de Géminis—. Estamos en un laberinto.

—Así es, uno que se activa gracias al Cosmos de su defensor, pero no fui yo el que lo conjuró. Hay alguien más aquí.

Apenas podían percibirlo, era como una chispa de luz en medio de mil sombras o una pequeña mancha en un mundo de resplandores. ¿Quién diablos estaba jugando con lo que no entendía? ¿Acaso era Shaka? ¿O Muu, desde abajo? Tal vez la propia Atenea estaba involucrada.

 

Volvieron a emprender la marcha, esta vez dirigidos por Saga. Cada vez que se topaba con alguna perturbación en el espacio, que había aprendido a reconocer desde niño, cuando entrenaba bajo la tutela de Nicole, se desviaba hacia la derecha o hacia la izquierda, o incluso atrás. El laberinto era difícil de cruzar, casi imposible para un Santo común y corriente, pero la meta nunca era inalcanzable. Y para Saga de Géminis era como un juego, conocía cada tramo como si fuera la palma de su mano…

O eso pensaba. En su último desvío se dio cuenta de que ya no era el camino correcto, a pesar de que estaba seguro de que lo era. Frente a ellos, una figura dorada, siniestra como una pesadilla, los amenazó con la mirada vacía.

—¡No puede ser!

—S-Saga, maldito… ¿qué demonios está pasando aquí?

—Imposible… Saga, ¿acaso tú…?

—¡No soy yo!

El Santo de Géminis resplandecía con luz propia, portando aquel maravilloso Manto de Oro como tantísimos otros guardianes en el pasado, desde Dióscures hasta el mismo Saga. Estaba allí, de pie, con el yelmo manifestando una sombra sobre un par de ojos vacíos, y una expresión mesurada en los labios. Estaba tan inmóvil que la capa dorada parecía congelada en el tiempo.

—Sea como sea, acabaré con esto. —Shura se adelantó con el brazo en alto y Saga lo detuvo posando una mano en el otro, antes de que cometiera un error—. ¿Y a ti qué te pasa?

—No lo hagas, Shura, o será peor.

—Si no lo hacemos, nos atacará él.

—No lo hará. No hay nadie allí. Concéntrense. No en sus cinco sentidos, sino en el Cosmos.

Pasaron unos segundos, y ninguno de los tres realizó movimiento. El Santo de Géminis, desde luego, tampoco se movió. ¿Qué clase de broma estaban haciéndole en el Templo que le perteneció? Alguien estaba utilizando los trucos que Saga había ejecutado por años, ¡era una humillación!

Saga esperó que su otro yo se burlara por no darse cuenta antes de la treta o le insultara por su incapacidad de salir, pero no ocurrió. El otro Saga, aquel que siempre se encontraba en los espejos y que había tomado el control del Santuario por dieciséis años, estaba muerto.

—Mi aire frío a su alrededor pasa como en cualquier habitación. Es la verdad, no hay nadie allí —sentenció Camus, que no se había metido a la discusión.

—¿Una ilusión? ¿Quién la está generando? —preguntó Shura, al tiempo que bajaba la espada. El Santo de Géminis, como respuesta, se desvaneció, pero ninguno de los tres Espectros se relajó.

—No estoy seguro… pero, de todas formas, nos impedirá pasar. Con o sin esa ilusión —les aseguró Saga. Ya se había dado cuenta de qué estaba mal.

—Pensé que eras capaz de cruzar este laberinto, Saga, confiamos en ello. No nos hagas perder más el tiempo, tenemos menos de doce horas para… m-matar a Atenea y obtener la v-vida… eterna —dijo Shura, a trompicones. Muy extraño de su parte, que no solía dudar. Aun así, el Espectro de Capricornio no se inmutó.

—Podría hacerlo, si solo fuera un laberinto. —Saga suspiró pesadamente antes de proseguir—. Han cambiado este sitio cinco veces desde que entramos.

—¿Qué dices? —preguntó Camus, exaltado. Su ceño estaba relajado, pero su voz y ojos indicaban que eso le había perturbado.

—Cada vez que tomamos una ruta correcta, alguien la transforma en una vía sin salida de otro laberinto, por lo que tenemos que retroceder. Ya lo han hecho cinco veces. No podremos escapar fácilmente de este laberinto, ni siquiera yo.

—Eso suena como hacer trampa —dijo Shura, enfurecido—. ¿Este laberinto es capaz de algo así y no lo sabías? ¿Tú, el Sumo Sacerdote del Santuario?

—Ningún Santo de Oro, por más poderoso que sea, podría concentrarse de tal manera que pueda cambiar la forma de un laberinto continuamente, nunca había ocurrido algo así. —Saga perforó el abismo de luces y sombras de su viejo hogar con la mirada, se le hacía evidente la identidad de uno de sus jueces—. Sea quien sea el que está generando estas ilusiones, Atenea le está ayudando.

El nombre de la diosa se repitió en las bocas de Shura y Camus. Saori Kido ya sabía que estaban en Géminis, y luchaba activamente contra ellos sin hacerles daño físico, jugada digna de alguien como ella.

Camus arrojó, súbitamente, una nube de hielo hacia un costado, y tras un par de segundos se movió hacia allá con los ojos cerrados y un brazo extendido. Saga y Shura lo siguieron hasta que el maestro del hielo se detuvo frente al aire.

—No podemos verla ni sentirla con el tacto, pero aquí está la pared del templo. Si la seguimos en línea recta, tarde o temprano saldremos de aquí.

—Muy bien —dijo Shura, dedicándole una mirada juiciosa a Saga de reojo—. Así cumpliremos nuestra misión.

—No será tan fácil.

Shura y Camus lo miraron, pero Saga no había dicho nada; al contrario, hacía gala de una furia muda. La voz era casi una copia exacta de la suya, profirió una maldición a la vez que se volteaba, y sus ojos verdes encontraban los burlescos que tantos años lo habían torturado en sus delirios.

El Santo de Géminis había vuelto a aparecer, rodeado por un aura dorada, extendiendo los brazos hacia los lados. Saga intentó imitarlo, pero se había retrasado por unas milésimas de segundo, ¡no lo alcanzaría! Maldita era su suerte, se dijo, cuando vio los resplandores púrpuras y blancos, la sombra y la luz, rasgar el espacio y abrir el portal con el que había atrapado a tantos enemigos en el pasado.

—Esta es… ¡La Otra Dimensión! —profirió Shura, arrastrado hacia el agujero en su espalda, al igual que sus dos compañeros. Ya se habían despegado del suelo, y sus cuerpos extendían una sombra sobre el vacío de luces que había más allá.

—Nunca podrán salir de allí, malditos Espectros, ja, ja, ja —rio el Santo de la constelación de Géminis, abriendo más los brazos para captar más poder. Debido al factor sorpresa y la ayuda de Atenea, los había atrapado en una trampa terrible.

Saga intentó contraatacar, pero sabía que si se movía perdería el poco equilibrio que podía mantener en el vacío, sería atrapado más rápido. Definitivamente los habían vencido, ¡no podrían conseguir su misión de… matar a Atenea!

—¿¡Quién diablos eres!? ¡Quítate el casco y contesta! —exclamó, intentando ganar tiempo.

—No encontrarás otra salida, Saga, sin importar cuánto tiempo quieras ganar, ja, ja, ja —se mofó otra vez Géminis, leyendo su mente. Su armadura era tan brillante como el sol, símbolo de una potencial victoria rotunda—. Los llevaré a un mundo sin espacio, con tiempo acelerado, hasta que su tiempo se acabe. ¡Pagarán caro su traición a Atenea!

Shura atacó con Excálibur, que se devolvió al hacer contacto con la figura de oro y entró también al vórtice. Camus intentó generar un hilo de hielo para aferrarse a algo, sin éxito. Saga lo pensó por un segundo más antes de caer en el portal, y lanzó dos rayos, uno resplandeciente y otro sombrío, un poco delante, lo mejor que pudo estando tan al interior de la Otra Dimensión. Inmediatamente después, abrió un portal a su espalda.

Lo que sucedió después debió sorprender incluso a la diosa Atenea, pues era una jugada que nunca había realizado. Camus, Shura y Saga caían en la Otra Dimensión de Géminis, justo antes de salir un metro y medio más adelante, cayendo otra vez en el primero y continuando un ciclo, un loop espacial que le daba todo el tiempo del mundo para pensar en una contramedida.

—N-no puede ser —murmuró Géminis. Aunque su rostro estaba impávido y desprovisto de sudor, en su voz se notaba el evidente nerviosismo. Se permitió una sonrisa incrédula—. Ja, ja, eso no lo esperaba.

Ahora sí que era obvia su identidad. Claro que eso no lo convertía en un asunto menos complicado ni peligroso.

—Tampoco esperaba que sobrevivieras tantos años, después de que te encerré en el cabo de Sunión —dijo Saga, que atravesaba los dos portales del ciclo a cada vez mayor velocidad, debido a la gravedad y la presión del Cosmos, que se interponían en las leyes de la nula aceleración a través del vacío—. ¡Pero tendrás que hacerlo mejor que esto si quieres vencernos!

A su lado, Shura y Camus ya estaban preparados, gracias al tiempo que el loop les había conferido. Su enemigo deshizo las ilusiones a sus lados, y el Templo de los Gemelos volvió a la normalidad. Claramente necesitaba mayor poder.

—No será problema, hermano. —Géminis disparó una serie casi imposible de rayos de Cosmos para abrir tres nuevos portales, tras Saga y los demás, lo que debía requerir no solo toda su fuerza, sino también un gran aporte de Atenea, cuya presencia cósmica ya se había hecho evidente desde hacía unos segundos.

Shura gritó con todo el aire de sus pulmones al tiempo que cortaba el aire, y era tragado por uno de los vórtices. A Camus le ocurrió lo mismo, en un portal del lado opuesto, después de que disparara su Polvo de Diamantes al techo del Templo de los Gemelos.

Saga, en tanto, se dejó consumir, pero no por el vórtice creado por su hermano menor, sino por uno anterior, el que creó al mismo tiempo que el loop, justo detrás de su cuerpo. Con su último movimiento abrió una nueva grieta, detrás de Géminis, y se volteó para entrar en su primer portal.

 

Al salir, tras la espalda de aquel que creía muerto, le propinó un puñetazo feroz que arrojó el yelmo hasta que se estampó y perforó la pared. Saga se puso de pie, se volteó para enfrentar a su rival, y descubrió, sin ninguna sorpresa pues ya lo esperaba, que Géminis seguía de pie, a pesar de carecer de cabeza.

No había nadie bajo el casco.

—Ja. Pensar que sobrevivirías solo para seguir tratando de imitarme —se mofó Saga, mientras se limpiaba el polvo de la Surplice—. No negaré que casi lo logras, así que no te sientas mal.

El ambiente al fin se había calmado. Era la hora de discutir a solas, después de dieciséis largos años. Una mariposa azul pasó a su lado, como la única que atestiguaría un reencuentro que se remontaba a las más antiguas profecías. Géminis era doble, la constelación de la perdición, la que llevaría a la destrucción mutua. Y ambos lo sabían.

—¿Sobrevivir? Tú moriste y volviste aquí como un perro que lame la cara de Hades para que lo mantenga contento. Pensé que estarías satisfecho con tu castigo divino, por intentar asesinar a Atenea, por matar a su líder, por tomar el control del Santuario. Y eso que había oído que te habías suicidado como un cobarde, pero aquí estás de nuevo, ladrando cuando el Rey del Inframundo te lo ordena… Según lo veo, los Santos de Bronce tenían razón al llamarte la encarnación del mal.

—Por favor, no me halagues tanto —se burló Saga esta vez. No iba a dejarse amedrentar por las palabras de un desquiciado como su hermano—. Tú plantaste la semilla del mal en mí, justo antes de que te encerrara. Dejaste la Manzana de Eris, por años, en este mismo sitio, junto a la armadura que ahora humillas, para que el odio se alimentara de mí, ¿o crees que no me di cuenta?

—Claramente no a tiempo…

—¡Cállate! —le interrumpió. No iba a perdonar más estupideces del hombre que había jugado con sus emociones desde niño—. Aún peor… el plan de dominar al Santuario y el resto del mundo era originalmente tuyo, ¡tú eres la encarnación del mal, no yo, Kanon Laskaris!

—Ja, ja, ja, ja, hasta que te atreviste a mencionar mi nombre —dijo la voz que salía del cuello del Manto de Oro. Continuó después con la frase clave que había dicho tantas veces para dominarlo—. Y, sin embargo… ja, ja, lo sé, ya no funciona. Pero aquí estoy, Saga, protegiendo el tercer Templo del Zodiaco con bendición de Atenea.

—Eso es ridículo, ¿dices que Atenea te perdonó?

—En efecto. Claro que, ja, ja, necesité ayuda de un joven Santo de Bronce para despertar del hechizo en que la Discordia me había puesto, aprovechándose de mi pena, envidia y dolor. Luego sentí su Cosmos en el reino submarino, Saga, era cálido como ningún otro, me ayudó a abrir los ojos… Jamás… jamás podré pagar el pecado de asesinar a tanta gente inocente, y recibiré el castigo divino cuando llegue mi hora. Pero, al menos por el tiempo restante, para que Atenea se cobre parte del daño que le hice a su gente, el enorme dolor que tantos padecieron… lucharé en su honor. Saga, ahora tú no luchas con la venda de la Discordia, sino bajo tus propios intereses y tu ambición, así que, como castigo, te enviaré a un lugar de donde no regresarás, tal como hice con tus comparsas. —Tras decir aquellas palabras, el Cosmos de Kanon se incrementó, era bueno de verdad, no puro, pero recto y honorable a pesar de sus numerosas manchas. La figura del Santo de Géminis resplandeció como una estrella en su punto álgido.

—¿De verdad crees que Shura y Camus están perdidos? Fueron Santos de Oro, tal como yo fui, ¡tal como tú nunca fuiste!

—¿Q-qué dijiste?

—Saldrán tarde o temprano —replicó Saga, con plena seguridad. Aquellos dos habían luchado junto a él por muchos años, los conocía como a cualquiera de los que fueron Santos de Oro—. En cuanto a ti, me parece graciosísimo que te esfuerces tanto en proteger a Atenea y mostrarte como un perrito leal, es imposible cambiar tanto de la noche a la mañana. Acabaré contigo de una maldita vez.

La figura de Kanon intentó levantar las manos, pero Saga era tan veloz como él, ya no podría sorprenderlo de nuevo con la Otra Dimensión. Y a diferencia de él, no podía utilizar la Explosión de Galaxias a través de una ilusión…

—M-maldito seas, ¿crees que sabes dónde estoy?

—Sea donde sea, ¡te encontraré y te mataré!

Saga incendió su Cosmos de Espectro, el cual era imperceptible para cualquiera que no portara una Surplice… Lo incendió y lo incendió más, a la vez que identificaba las dimensiones del vórtice que Kanon había creado para comunicarse desde larga distancia. Ya casi lo tenía…

—¡¡¡Saga, si no te castigan los dioses en la muerte, Atenea misma lo hará en la vida!!! Aunque ya no te manipule, sigues siendo la encarnación del mal.

—Nunca pudiste manipularme completamente, Kanon… nunca.

Cuando Géminis se preparó para utilizar la Otra Dimensión, de todas formas, ya era tarde. Saga disparó su poder, que impactó cual esfera de fuego contra la armadura de Oro, que se separó en sus piezas, producto de la explosión.

La bola de energía concentrada atravesó el portal y un temblor sacudió todo el Santuario. Las paredes del Templo de los Gemelos, el techo, los pocos vidrios y las columnas sucumbieron a un sonido espectral, acompañado de un ruido tenebroso, la prueba de un impacto seguro en alguna parte de la Eclíptica. Era la muestra de su poder, del hombre que se había convertido en Sumo Sacerdote, de quien llamaban la encarnación de dios… y que ahora luchaba contra sus antiguos aliados, contra su ex diosa, contra todo lo que había creído. ¿Ese poder servía de algo? Por primera vez, Saga se dio cuenta de que era un invasor, no el guardián que había jurado ser a Nicole de Altar, más de veinte años atrás. Se preguntó qué pensaría Seiya al respecto.

Saga no tenía idea de por qué Saori Kido había aceptado a Kanon como aliado, se preguntó si Aiolia y los otros habían estado de acuerdo con la decisión, o siquiera si sabían de esta. Pero ya no tenía sentido pensar en ello, esperaba que su hermano estuviera muerto… o, bueno, tal vez estuviera de más pensar en ello.

Su infancia juntos ya había acabado. Sus peleas, hacía dieciséis años, también habían quedado atrás. En el Santuario de Atenas, Saga solo tenía una misión, y no involucraba preocuparse de aquel que ya estaba encerrado en la prisión de su mente.

Y, sin embargo… sin embargo… ¿qué era eso que sentía? ¿Qué sintió cuando vio a Kanon portar, de cierta manera, el Manto de Géminis? Un corazón tibio y los ojos cálidos…

El temblor finalmente se detuvo.

 

Saga abrió dos portales a sus lados. Como esperaba, Shura y Camus salieron inmediatamente por allí, algo cansados debido a todo el Cosmos que utilizaron para mantenerse al borde de los abismos sin ser succionados por ellos. Era bastante útil que las habilidades dimensionales no funcionaran tan correctamente, por la barrera cósmica de Atenea. Por otra parte, era lamentable que no pudiera transportarse a su Templo de manera directa para… tomar su cabeza. Sí. Esa era su misión.

—Saga… gracias —dijo Camus, poniéndose de pie, cubierto de escarcha y algo de sudor; su voz, sin embargo, era la de su tradicional indiferencia—. ¿Acabaste con el guardián de Géminis?

—No… solo deshice la ilusión.

—Saga —dijo Shura, que se adelantó a su compañero para encarar al Espectro de Géminis. No había ira esta vez en sus ojos—. De no ser por ti, no habríamos salido de aquí. Puedes dirigir nuestro camino —pronunció con humildad y convencimiento. Una pequeña batalla ya los había cambiado, Shura volvía a ponerse bajo sus órdenes, como en el pasado, pero esta vez parecían más iguales que nunca.

—Está bien. Continuemos, entonces. —Saga se volteó y dirigió la mirada hacia arriba, hacia la parte alta de la montaña, donde podía avistar el Templo del León y el insecto azul, tan hermoso, que los vigilaba—. Nuestro siguiente enemigo es Aiolia, que no nos lo pondrá fácil. Démonos prisa.

La llama de Tauro ya se había extinguido.


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Publicado 21 febrero 2018 - 15:09

Lo bueno:
 
-Saga tuvo suerte de haber luchado contra shion anciano si hubiese luchado
contra shion joven habria sido derrotado ya que es el santo perfecto o al menos eso
afirman los expertos del foro que no toman en cuenta lo que sucedio en next dimension
 
-el perro de DeathMask--jajaja --ni estando muerto dejan de trolearlo--Al sensei Kuru
le encantaria leer este fic
 
 
-Hasta que por fin el cosmos de  Saori Kido sirve de algo
 
-la aparicion del tanke Kanon--quien junto a Dohko elimino a mas
de la mitad del ejercito de hades
 
-la batalla entre gemelos
 
 
 
-Comentario lleno de "temor"
 
-ya se sabe que Saga esta un poco loco pero esa obsesión que
tiene con Aiolos es muy pero muy.......... extraña
 
-me pregunto si Camus planea traicionar a Saga y a Shura  dandole  de esa forma un giro a 
la historia ya conocida y luego ponerse a llorar porque en el fondo no quería traicionarlo u algo asi
 

-Shura es como un perro faldero que cuando encuentra a un amo se

pone de inmediato a obedecer ordenes

 

 


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Publicado 24 febrero 2018 - 22:06

Muy bueno

#597 -Felipe-

-Felipe-

    Bang

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Publicado 01 marzo 2018 - 13:12

 

Lo bueno:

No voy a entrar en detalles aún sobre lo que habría ocurrido. Lo único que se sabe -en este fic- es que Shion se dejó matar por Saga, pues así lo dictaba la profecía.

Lo del "perro" salió desde la pelea con Shiryu, de palabras del propio DM, no fue por trollearlo.

Saori, en este fic, es bastante "útil", digamos. O al menos eso intento.

Kanon será el protagonista en el capítulo de hoy, espero te guste.

 

No le veo lo extraño a lo de Saga y Aiolos. Son amigos de la infancia, y luego uno se vio forzado a mandar a matar al otro. ¿Qué tendría de extraño pensar en él?

No es tanto así, pero es que él es un soldado, y era leal a Sion. Por eso no quiso seguir a Saga; ahora lo hace porque demostró su valía, no porque sea lamebotas ni nada similar.

 

Gracias por los comentarios.

 

 

Muy bueno

Gracias.

 

 

 

Ahora vamos con el capítulo.

 

Recordatorios importantes antes de leer:

1. La técnica de Milo funciona un poco distinto a la de Kurumada, como mostró en su pelea con Hyoga en el vol.2. No tiene límite de agujas, puede lanzar cuantas sea donde sea, pero Antares (que es letal tras sesenta segundos de haber sido clavada) solo puede utilizarse cuando el rival muestra las agallas suficientes para resistir 14 golpes,. O sea que, si Milo quiere, puede lanzar muchas más en vez de usar Antares.

 

2. Recordemos que al final del vol. Cero, Milo ve a Rigel ser poseído por Eris y sacrificarse para sellarla, en un puente en Japón. En ese momento, una joven Saori Kido está presente y usa su Cosmos para intentar atacar a Eris, y Milo lo siente, pensando que viene del Santuario. En el vol.1 se cuenta que es Milo la razón de que ya nadie sospeche si Athena está o no en Grecia, pues sintió su cosmos en esa batalla.

 

3. Kanon no es "malo porque sí" en esta historia, sino que cuando joven conoció a Eris, quien dominó su corazón con una manzana dorada, impulsando sus malos sentimientos al extremo, mientras que le instó a usar otra manzana con el mismo Saga, iniciando la guerra civil bien conocida por todos.

 

Eso. Saludos!

 

 

 

MILO I

 

21:35 hrs. 15 de junio de 2014.

El Santuario entero sucumbió cuando el Templo Corazón colapsó bajo el gran impacto de una bola llameante que salió de la nada. Milo, el Santo de Escorpión, que estaba en los alrededores del Templo de los Peces, arribó allí inmediatamente para revisar que Atenea no hubiera sido dañada por el potente golpe que consiguió derribar la puerta trasera y el trono de la sala principal, e incluso rasgar las cortinas del fondo.

El piso estaba despedazado, la alfombra reducida a cenizas, cubierta de hollín y pequeños pedruscos que habían caído en todas partes. Atenea y sus cuatro doncellas habían salido ilesas, afortunadamente, aunque desplazadas al portón de entrada por un empujón de energía, sin hacerles daño, pero Milo había percibido otro Cosmos en ese sitio, a pocos metros, y tuvo importantes segundos de duda antes de actuar: ¿debía quedarse con la diosa y protegerla de quien fuera que hubiese entrado al Templo Corazón, o atacarle antes de que se acercara a Saori Kido? ¿La había salvado, o atacado a pesar de que el golpe había sido resistido por Atenea?

—Todo está bien, Milo, tranquilo —le había dicho ella. Y su tono de voz le indicaba que podía protegerse.

—No se mueva, por favor —había respondido; la decisión estaba tomada. Les ordenó a las cuatro doncellas que la cuidaran con sus vidas en el caso de que el intruso lo superara y se acercara desde el otro extremo del salón, donde había caído la bola de fuego… claro, en el muy remoto caso de que un enemigo pudiera superarlo.

Atenea había querido decirle algo más, pero él no pudo detenerse. La dejó atrás y se adentró en la escena desastrosa que protagonizaban el suelo, los muros y la silla dorada, lanzada en el piso.

No había rastros del Cosmos que lanzó esa energía llameante, solo quedaron sus restos como ascuas, ardiendo sobre la alfombra otrora escarlata, ahora negra. Sin embargo, no era descabellado pensar que hubiera sido Saga, el Espectro revivido por Hades, fiel al Inframundo, uno de los Santos de Oro más poderosos, y uno más que capaz de atacar desde tan larga distancia, a través de vórtices dimensionales, a pesar de la protección divina de Atenea.

De todas maneras, sí había un Cosmos que podía percibir perfectamente, y un individuo al que podía culpar de todo. No… no solo culpar. No. Aquel hombre merecía la peor de las torturas, y Milo no evitaría disfrutar de ello.

Estaba de rodillas, con las manos en el piso, a solo tres metros del agujero donde había caído la bola de fuego, sobre el aro de cenizas que el impacto había causado. Vestía ropas azules, roídas y dañadas, hasta parecían haber sido empapadas en el pasado; era de músculos gruesos y largo cabello negro. Idéntico a Saga. Pero ya Ikki, en su breve y casi carente de formalidad reporte, Atenea y, especialmente Kiki, le habían relatado lo suficiente sobre la guerra contra Poseidón para saber que, aunque se pareciese, aquel hombre no era Saga. Se había disfrazado del famoso Jano que le dio poder a Drbal y a los Guerreros Azules leales a él. Inició la Guerra Civil. Era el secreto mejor guardado del Santuario. ¡Era alguien mucho peor que Saga!

—¿Qué… mierd.a… haces… aquí? —preguntó Milo, sin ocultar la ira en su voz, procurando que todas las palabras fueran bien comprendidas—. Tú… la peor calaña de Grecia, el gemelo Laskaris que lideró al ejército de Poseidón, y que le quitó la vida a un sexto de la población mundial. ¿QUÉ HACES AQUÍ?

—M-maldita sea… maldita sea —musitó el hombre, por toda respuesta, como si no hubiera oído la pregunta. Sudaba copiosamente, le temblaban los brazos y las piernas, y olía a quemado. Definitivamente su hermano lo había sorprendido, pero no por eso iba Milo a dejar pasar que no le tomaran atención.

—Lo preguntaré solo una vez más, gusano, y tú, maldita basura infeliz, vas a contestarme con claridad. Así que dime: ¿¡qué m.ierda haces tú aquí, Kanon Laskaris!? ¡¡Responde ya!! ¿O tal vez respondas al nombre de “Jano”?

—Maldito sea ese Saga, ja, ja, no pude engañarlo con mis ilusiones —dijo el hermano gemelo menor, poniéndose lentamente de pie—, y para la encarnación de dios, ni siquiera la ayuda de Atenea pudo…

—¡No te atrevas a decir su nombre, insecto de pacotilla! —le interrumpió el Escorpión, pensando ya en mil formas de matarlo. ¿Por qué diablos estaba allí? ¿Qué había dicho sobre Atenea? No entendía nada, y ya escuchaba a la diosa acercarse a pasos lentos, detenida por sus doncellas—. No menciones el nombre de mi diosa en vano, Laskaris. Ahora, ¡responde!

—Milo, ¡detente, por favor!

—No se mueva, señorita Atenea, el señor Milo cree que puede ser peligroso. ¡Por favor no se mueva! —advirtió la doncella de pelo castaño, Sophía, pero Atenea no parecía dispuesta a ceder.

—¿Qué harás… luego de que te conteste, Escorpión?

—Te daré dos opciones: uno, para no manchar el piso de este recinto sagrado ni faltarle el respeto a Atenea, te esfumarás de aquí, y espero que no vuelva a verte, para que no tenga que ensuciarme las manos con tu asquerosa sangre. O dos, puedo matarte de una vez para acabar con tu miseria, a pesar de que mi diosa tendrá que oír tus chillidos, pues no te diré que será indoloro, o estaría mintiendo.

—Ja, ja, típico del Santo de Escorpión, ya me habían dicho que eras implacable —dijo Kanon, y aunque Milo quería tomarlo como una burla o un insulto, la verdad era que había sonado completamente diferente. Sincero. Incluso lastimero.

—K-Kanon… ¿Por qué estás aquí?

—Con el permiso de Atenea, estaba protegiendo el Templo de los Gemelos, así que no puedo retirarme, Milo, hasta que todos los Espectros invasores mueran.

El Santo de Escorpión disparó su primer misil, la primera Aguja Escarlata, que se clavó en el suelo, entre las piernas de Kanon, como una advertencia. Casi falla y se convierte en el primer golpe. Las doncellas gritaron, y Saori Kido avanzó unos pasos más hasta que Milo tuvo que detenerla con una mirada que, en cualquier otra ocasión, habría sido sublimemente irrespetuosa.

—Atenea… No. Estoy seguro de que entiende que esto tiene que ocurrir.

—M-Milo… no entiendes… —dijo la diosa, pero parecía que iba entendiendo. Lo que estaba a punto de pasar no podía detenerse, por más que ella lo deseara.

—¿De qué basura hablas? —dijo Milo, volviendo a mirar a Kanon—. ¿Atenea te dejó proteger el Templo en lugar de tu hermano? Tonterías, ¿cómo podría yo, o cualquiera de los otros Santos, estar de acuerdo con ello?

—Puedes preguntarle tú mismo, Escorpio, pero no voy a irme. No cuando tengo tantas deudas que empezar a pagar.

—¿Es decir que… vas a quedarte aquí? —Dioses, se moría porque ese imbécil mentiroso, manipulador y asesino respondiera que sí.

—Sí.

No iba a empezar con misericordias en vano. Disparó cinco Agujas Escarlata de una sola vez, todas en la zona superior del pecho de Kanon, que chilló de dolor a la vez que era arrastrado hacia atrás. Debió usar toda su fuerza de voluntad para no caer, pero no tardó en llevarse las manos a las heridas, intentando contener el dolor.

—¡¡¡Milo!!! —gritó Atenea, que fue contenida, y obligada a retroceder por sus cuatro asistentes. Aunque fuera la líder del Santuario, era perfectamente consciente de que, dentro de toda la legalidad, Milo estaba atacando a un invasor que no contaba con armadura ni rango. De hecho, el Santo de Escorpión ejercía históritcamente también de juez en el recinto sagrado, contaba con cierta dominancia normada. Sin contar con que, para perdonar a alguien, como Kanon aducía que le había sucedido, no bastaba con la voz de una sola persona, ni siquiera si era la diosa, sino que, según las leyes del Santuario, debía contar con un testigo, y él definitivamente no lo sería.

Pero, aún más, Atenea sabía que detener a Milo era peligroso en ese instante, cuando su sangre hervía de ira. ¿A cuántas personas vio sufrir por la pérdida de sus bienes materiales y seres queridos, tras las inundaciones de Poseidón? El rostro del Santo de Tauro aparecía en su mente cada vez que pensaba en ello.

—No dudo que lo sepas: la Aguja Escarlata es la principal técnica de mi Manto de Escorpio, la más dolorosa entre las de los Ochenta y Ocho Santos de Atenea. Se ven como pinchazos pequeños, pero generan un dolor terrible, como si el veneno de un escorpión comenzara a correr en tu sangre.

Disparó tres veces más, esta vez en las piernas, y Kanon rugió de dolor. Saori Kido (no Atenea, desde luego), desde atrás, suplicaba con susurros que se detuviera, y su voz temblaba como la que una diosa no tendría. Pero Milo no tenía piedad.

—Ser atacado por la Aguja Escarlata conlleva a dos resultados: locura y muerte. Quema progresivamente el sistema nervioso, reduce los cinco sentidos hasta que una de esas dos opciones ocurra. ¿Cuál elegirás, Kanon?

Dos golpes más, en las rodillas, acompañados de cuatro Agujas Carmesí que, penetrando sus extremidades, clavaron al gemelo de Saga al suelo, lanzando alaridos incontrolables de dolor, con la mirada nerviosa, pero determinada de quien va a seguir luchando. Era una escena tan lamentable, tan llevada por la ira, que Milo decidió que debía calmarse un poco, o hasta Atenea podía ser dañada por el calor. Tampoco era algo que quería que ella viese.

La diosa corrió hacia Kanon, seguida por las doncellas, e intentó confortarlo, pero le fue imposible tocarlo, dado que los agujeros en su piel desbordaban chorros carmesíes, empapando todo. El guerrero de Poseidón que causó tanta muerte y pesar, se retorcía lo mejor que podía, estando empalado.

—Milo… ya detente, por favor. Kanon ya ha sufrido demasiado —dijo Saori Kido, y Milo se sintió horrorizado. ¿Acaso no era ese tipo el que había matado a tanta gente? No quería pensar mal de su diosa en esos momentos, era claro que dominaba ahora su lado humano, ¡pero era incorrecto que pensara así!

—Con todo respeto, no más que la gente en la Tierra.

—La Manzana de la Discordia, Milo… eso fue lo que lo obligó a hacer tantas cosas, ¡por eso tienes que parar! ¡Es un humano que comete errores! La manzana…

—…Amplificó su ya natural ambición. Merece más.

En ese momento, el Santo de Escorpio contempló detenidamente a Kanon que, a pura fuerza de voluntad y Cosmos, se ponía de pie a gritos, separándose de las Agujas Carmesí. Había algo extrañísimo en todo el asunto: ya lo había golpeado diez veces con las Agujas Escarlata, más de lo que un guerrero promedio resistía, pero no había contraatacado ni una sola vez.

«Un momento… ¿qué ocurre aquí?». En cierta manera se sintió avergonzado, aunque el sentimiento solo duró un instante. Hyoga aguantó catorce de sus ataques, más Antares, ni con eso se rindió, y hasta atacó, así que para Kanon aún debían existir posibilidades muy reales de atacar, por más que gritara. Y ese maldito infeliz, dado su Cosmos, era evidentemente similar en poder a Saga, quizás idéntico hasta en eso. Si ese era el caso, quizás podría igualarle, si Kanon luchaba en serio, pero Milo tampoco era tan egocéntrico o creativo: lo más posible era que perdiera en un combate a muerte contra él. La Otra Dimensión que utilizó Drbal casi lo arrastra, y fue Kanon el que se la enseñó. Entonces ¿por qué no atacaba? ¿Acaso… se estaba dejando golpear adrede?

—Vamos, Milo… ¿ya te rendiste? Ja, ja, ja, quién diría que bajarías los brazos antes que yo, que ni llevo armadura, ja, ja, ja —se burló Laskaris, ya de pie, pero sin levantar el rostro—. Tonto… este cuerpo fue perdonado por Atenea, resiste de todo.

—¡Kanon! —reprendió Atenea, que miró al Escorpión. Éste ardía de ira, de seguro su rostro se había tornado rojo, no por los insultos… sino porque era obvio que estaba ocurriendo algo que no quería saber, admitir o entender.

—¡Por favor deténgase, señor Scorpius! —gritó una chica, la de cabello rubio.

—Esto es horrible —gimió otra, la pelirroja que era amiga de Aldebarán. Ni ella mitigó lo que Milo sentía.

—Atenea. A un lado, por favor —dijo Milo. Kanon, para su sorpresa, repitió esas palabras, y la diosa, insegura, retrocedió tres pasos hasta que sus asistentes la forzaron a dar más.

Cuatro Agujas Escarlata más, repartidas por el cuerpo de Kanon para imitar la constelación de Escorpión. El hombre cayó de espaldas, pero se puso inmediatamente de pie, gimiendo de dolor, desbordando sangre por las aperturas ardientes en todo su cuerpo, temblando de pies a cabeza… y, sin embargo, sus ojos… Sus ojos eran rectos como los de un guerrero digno, firmes como los de un hombre con valores, y la risa con la que se había burlado estaba desprovista de malas intenciones.

—V-vamos, Milo, no seas absurdo… continúa…

—Llevo catorce Agujas, Laskaris, te ganaste el honor de recibir Antares en tu corazón. —Milo lo penetró con la mirada, y notó que la suya temblaba más que la de él. Poco a poco, para peor, con cada segundo que transcurría, sentía que su ira se apaciguaba, ¡y por nada del mundo deseaba eso! A la gente del mundo le debía todo su poder y fuego—. Sin embargo, de seguro que entiendes que no necesito disparar la Antares, ¿verdad? Puedo seguir y seguir, hasta que tu cuerpo no sea más que…

—Ja, ja, ja, exacto —le interrumpió Kanon, riendo sin malicia, a pesar de su continuo tormento, evidente en su cuerpo, que se retorcía sin parar. Dijo algo… unas palabras en silencio.

—¿Qué?

—Vamos, hazlo… yo… —La sonrisa de Kanon desapareció, y su mirada de férrea determinación fue reemplazada por una de tristeza, una tan sincera que Milo casi retrocedió—. Aguantaré lo que sea, Escorpio. Lo que sea… para expiar mi culpa. Dispara tantas veces como sea necesario, mi cuerpo aguantará sin… ¡ah…! —Kanon aulló de dolor cuando comenzó a sangrar de nuevo, y aunque tropezó, no cayó y se mantuvo firme, de pie—. Ah… maldita sea, aguantaré sin morir ni volverme loco, así que atácame, Milo. ¡Haré lo que sea, ja, ja!

—Milo… ¿no lo entiendes? —intervino Atenea, ubicándose entre ambos con los brazos a los lados, con una voz mucho más clara que la de antes, recompuesta y digna como una diosa de verdad, aunque demasiado compasiva a ingenua para su gusto—. Kanon está arrepentido de sus actos, los que cometió bajo el hechizo de la Manzana de la Discordia… ¡él no quiso hacer estas cosas!

—Parece ser una persona buena… quiere luchar contra el mal —dijo una de las doncellas, Milo no supo cuál. De todas formas ¿qué sabía ella?

—Ambicioso, cruel, egoísta, malicioso… que yo sepa, y según lo que el Fénix nos contó, él ya era todas esas cosas antes de que se acercara a Eris.

—¿Y qué es un humano si no? Todos son… todos somos así, para eso existe la humanidad, para cometer errores que luego reparamos, o las buenas intenciones no tendrían validez. —Atenea elevó la voz, pero Milo no retrocedió ni un ápice—. Es lo que cree Hades, que merecemos la desaparición por nuestros pecados, pero de no ser por esa malicia en nuestros corazones, no tendríamos una oportunidad para hacer el verdadero bien.

Kanon verbalizaba algo, casi mudo, mientras tanto. ¿Rezaba?

—¿Por eso lo perdonó? Lo suyo no fue solo malicia, por su culpa murieron millones de personas bajo las aguas, ¡países enteros desaparecieron!

—Si alguna vez encontramos a Eris, recibirá todo el castigo por ello, más que el que recibió cuando la enfrentamos en Japón… ¿recuerdas eso, Milo? Estábamos juntos ese día, tú y yo, aunque tú no me reconociste, pero yo recuerdo el brillo de tu Manto de Oro… el día que mataste a tu propio discípulo.

—¡Atenea! —replicó Milo, con ira poco contenida. Ella lo había tomado con la guardia baja, pero era obvio que era verdad, siempre lo supo, había escuchado su voz en ese puente, creyendo, después, que venía de Grecia. Sabía todo lo que había ocurrido ese día—. ¡Son cosas totalmente diferentes!

—Rigel de Orión se dejó poseer por Eris, hizo algo malo por un bien. Kanon está sufriendo tus golpes para hacer, de la misma manera, un bien por los demás, en calidad de aliado. ¡Míralo como está!

—No puede usar a Rigel en esto, Atenea… —Milo encendió su Cosmos, con los ojos rojos de ira. ¡No era justo! Quería estar más enfurecido, pero no podía—. No es correcto… aunque usted lo perdone, ni Muu, ni Aiolia, ni Shaka, ni Dohko, nadie en este Santuario tendría sus facultades compasivas para perdonar a este tipo, Atenea, más teniendo en cuenta que se dejó manipular por una diosa para hacer lo mismo con otro y hacer el mal por dieciséis años.

Milo pasó junto a Atenea a la velocidad de la luz, estampó un puñetazo en el rostro afligido, pero recto, de Kanon, que lo elevó por las alturas. Escorpión saltó con su Cosmos ardiendo, listo para clavar tantas Agujas como fueran necesarias, si es que ese hombre se creía con el derecho de ser perdonado.

—¡Milo, detente! ¡Es una orden!

Milo se hizo el desentendido, y disparó una ráfaga de golpes, tan iracundos, tan pasionales, que no tuvo tiempo de pensar en lo que ocurriría cuando tocaran el suelo. La Aguja Escarlata relampagueó con el brillo rojo de la estrella escorpiana.

Veinte… treinta… cincuenta y dos… Kanon no intentó contraatacar ni una sola vez, se mantuvo quieto mientras recibía más golpes de los que ningún hombre había aguantado jamás, quizás en toda la historia del Santuario. Al caer ambos al suelo sobre un charco de sangre, en medio de los llantos de las doncellas, Milo comprendió que todo el impresionante Cosmos de Kanon Laskaris, que no estaba utilizando para el ataque, lo estaba destinando a su propia supervivencia, a la defensa, a controlar de tal forma sus músculos y la resistencia de sus órganos internos para no morir, a pesar de que el dolor, que derivaba del cerebro, no podría evitarlo. En cualquier momento Kanon enloquecería.

—Kanon… ¿qué diablos…?

—Sigue —dijo el gemelo en voz alta, pero su boca se siguió moviendo entre medio de los gritos, pronunciando palabras aisladas sin parar. De hecho, llevaba ya un buen rato haciéndolo. No estaba rezando…

—¡¡¡Maldita sea!!! —Milo volvió a atacar, y el Templo Corazón se torno rojo, todo lo que veía era de ese color, y conectaba sus golpes escarlatas sin pensar ni cesar, recordando a las familias a las que había tenido que consolar alrededor del mundo.

Sesentaiséis, setentaitrés, ochentaidós, noventa… Ni siquiera un Cosmos tan intenso como el de Kanon aguantaría más castigo, ya no tenía sangre en las venas. Él ya solo era un grito eterno en medio de un universo carmesí.

—¡¡¡¡Ahhhhhhhhhh!!!! —gritaba Laskaris hasta que sus pulmones estuvieron a punto de ceder al descanso eterno… pero no lo hicieron. Y continuó pronunciando esas palabras, que por primera vez Milo tuvo la decisión de oír con atención.

“Mary, Lawrence y Laura Walker. Diego Robles. Satoshi y Ren Miura. Valvas Casser. Minto, Ciel, Rubo y Magin Blaco.”

—¿Q-qué? —Milo se detuvo en los noventainueve, y Kanon reposó.

Continuó pronunciando los nombres de todos aquellos que habían muerto por culpa de su ambición, por el poder de Poseidón, por la manipulación de Eris, todos de memoria, tantas almas perdidas, ahora bajo el dominio de Hades. Milo hizo crujir los dientes, aterrado y enfurecido, poco comparado con su extremo nerviosismo. Su supuesto enemigo vestía de rojo, había perdido la visión y la audición, solo sus nervios quemados lo movían, y la voluntad de su mente aún funcional controlaba el vaivén de su mandíbula. Ya estaba dejando de sangrar, pues no le quedaba más, pero su dolor tan extremo debía haberle apagado el cerebro.

Sin embargo…

—Sigue.

—Kanon… usaré mi último golpe. ¿Sabes lo que sucede cuando Antares se clava en el enemigo? Por sesenta segundos sufre los daños acumulados de los golpes previos y muere de manera irremediable. Esto es el fin. ¿Lo entiendes?

—¡Milo! No… por favor… —Ni siquiera Atenea podía moverse más. Había sido vencida—. ¿Acaso hay gente que no merece perdón? ¿Hay humanos que estén tan lejos de la compasión, pecados que no pueden expiarse?

—Así es —respondió Milo, para sus adentros. Tras unos segundos, abrió la boca para gritar bien alto lo que estaba a punto de suceder—. ¡Kanon, recibe en tu corazón el poder de la letal Antares!

Y éste, con su último aliento… sonrió.

 

Tras clavar el dedo en el pecho de Kanon, el mundo volvió bruscamente a la normalidad, retomando sus colores habituales, donde lo único rojo era el charco sobre el que el hermano de Saga cayó de frente. Saori Kido y sus doncellas se acercaron a él tímidamente, afligidas, quizás traumatizadas, con los rostros como muestras certeras de su sufrimiento.

Milo se acomodó la capa dorada, se volteó hacia Atenea y se arrodilló. Había dicho demasiadas cosas de las que ahora, tras el alboroto y adrenalina del momento, se arrepentía. Dado todo, lo mejor era pedir perdón después de la Guerra Santa.

—Atenea… el Sumo Sacerdote nos informó que, aparte de Saga, Espectros de verdad se adentraron en el Santuario. Regresaré al Templo del Escorpión en caso de que deba recibirlos. Con su permiso.

Se puso de pie y dirigió al portón principal, pasando por encima del agujero en la alfombra ahora negra, que Saga había provocado, y que aún humeaba. Escuchó en ese momento una voz que le sorprendió, aunque no detuvo su marcha, pues esperaba que no se haría oír hasta después de varios minutos. Honestamente, no deseaba tener que lidiar con ello.

—Ja, ja… ¿a d-dónde vas… M-Milo…? N-no puedes dejar d-desprotegida a Atenea en un m-m-momento así…

—¿Desprotegida? Lo dudo. Para eso la cuida ahora un aliado.

—¿Q-qué…? —Volvía a hablar, pero estaba tardando en darse cuenta de que Milo había detenido su hemorragia y acelerado el proceso de recuperación. El Santo de Escorpión soltó un largo suspiro antes de mirar al ex General del Océano Atlántico a los ojos. Uno que no conocía a Antares.

—Hablo de un Santo de Oro. Gemini Kanon.

—M-Milo… —Los ojos de Kanon se llenaron de lágrimas y rompió a llorar, fue lo último que Milo vio antes de cerrar el portón tras de sí.

 

Vaya que era un necio compasivo. Muy en el fondo sabía que Kanon no era completamente culpable de todo lo que había ocurrido, sino algo para desquitarse. Era obvio que había actuado como idiota, pero también debía probar, tanto a Kanon como a sí mismo, que Atenea tenía la razón: sí era posible expiar los pecados en vida, no solo en la muerte.

Kanon sentía que merecía todo el dolor del mundo, y tal vez fuera cierto. Milo sentía que su contrincante debía sufrir como nadie, que debía morir en nombre de la gente de la Tierra a la que debía sus respetos, lo que quizás también fuera verdad. Pero mientras Kanon había averiguado los nombres de todos los difuntos, Milo entendió que los seres humanos eran increíblemente complejos y contradictorios. Después de tanto mal podían hacer el bien, siempre que creyeran en ello. Y ante la muerte segura y la perspectiva de una horrible tortura es cuando los hombres muestran su verdadera cara, la de la cobardía o la del verdadero honor.

Atenea encontró un testigo para el perdón oficial… y un Santo de Oro. Tal vez no era muy legítimo que Milo lo nombrara, pues el maestro de Kanon había sido asesinado, irónicamente, por el hermano a quien sucedía. Ciertamente era probable que ni Kanon ni él sobrevivirían a la Guerra Santa, tal vez se convertiría en la mayor matanza de la historia. Y en el otro mundo tendría que enfrentar un juicio de verdad. Ambos lo harían.

Pero mientras estuviera aún vivo, estaba seguro de que Kanon podría cumplir con el trabajo de proteger a Atenea en su Templo. La Armadura de Géminis también debía saberlo, pues Milo la vio volar sobre su cabeza mientras bajaba las escalinatas que llevaban al Templo del Ánfora.

«Kanon… te di un poco más de tiempo de vida, además de una motivación. Será el trabajo más difícil de tu vida, pero confío en ti… Aprovecha el tiempo que te queda, y demuéstrale al mundo que no eres solo una sombra a la que quitaron su juguete dorado».

Milo se preguntó qué pensaría Rigel de todo ello, antes de entrar, por la puerta trasera, al Templo del Escorpión.


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#598 Patriarca 8

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Publicado 02 marzo 2018 - 10:39

 
Lo bueno:
 
-el poder de geminis es tan fuerte que  ocasiona incluso daños colaterales
 
- Que Ikki haya reportado lo que sucedió en lugar de simplemente desaparecer en forma misteriosa
 
-El efecto doloroso de las técnicas del escorpion dorado
 
-al parecer Kanon tiene un gran numero de fans femeninas en el santuario que no querían verlo sufrir,Saga tendría envidia --XD
 
-la mención del heroico Dohko
 
-la resistencia sobrehumana del tanke
 
-el momento en que kanon obtiene el perdón y se le reconoce como un caballero dorado
 
 
Spoiler
 

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#599 Presstor

Presstor

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Publicado 06 marzo 2018 - 16:20

hola¡¡

joer cuanto sin escribir....a lo largo de estos capítulos todos muy interesantes, el ritmo es bueno

pero al final voy dejando varios capítulos,aunque  el ritmo va bastante bien, un capitulo me sabe a poco jaja

a decir verdad,si algo tuvo bueno lost canvas,,,es que tienes huestes de hades para llenar capítulos y capítulos

de buenas batallas...

 

saga esta muy roto jaja,y entiendo como se siente milo.y muy bueno lo aldebaran y  muu,me gusto su curriculum

quiero un poquillo de fansservice,tambien soy de los que les hubiese gustado ver algo mas de vida normal

y funcionamiento del santuario,pero esta saga va para largo a ver como nos sorprendes

 

hay enemigos para aburrir,y me gusta la idea de una guerra total por todo lo ancho del planeta 

espero que mi hype no sea demasiado exagerado jaja...

 

 

 

y para terminar te recomiendo este canal de YouTube

 

https://www.youtube....9hjTiLk4dit_nYg

 

 

 

me gusta su estilo de hacer análisis de novelas de fantasia,y seguro puedes encontrar cosas interesante en su forma de comentar

diferentes aspectos de la escritura de fantasia 

 

bueno un saludo y hasta el próximo capitulo


Editado por Presstor, 06 marzo 2018 - 16:21 .


#600 -Felipe-

-Felipe-

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Publicado 16 marzo 2018 - 19:03

 

Lo bueno:

Gracias por el review, T, me alegra que te gustaran esos detalles.

 

 

hola¡¡

espero que mi hype no sea demasiado exagerado jaja...

Qué tal Presstor, un gusto.

¿No es cierto? El Canvas dio un montón de Espectros, lo que significa un montón de nuevos personajes a los que rob... digo, en los que pueda inspirar los míos.

Saga no es para tanto tampoco, aunque sí es superior a sus compañers. Lo que pasa es que es un genio en el aspecto dimensional (si bien no tanto como Kanon, que lo tomó como especialidad).

Sobre Mu y Alde, me alegra mucho que te gustara y le encontraras significado. Sé que es agradable tener capítulos de "vida normal", y los intento escribir apenas puedo, pero a veces es muy difícil sin que la trama se estanque. Es algo que tengo que mejorar definitivamente.

Y bueno... espero que tu hype sea recompensado. Me halaga, gracias por los comentarios viejo.

 

Ah, no soy muy de youtubers realmente, pero he escuchado de ese canal, y siempre es bueno adquirir más conocimientos para escribir, en particular con lo que me gusta, novelas de fantasía. Saludos! :D

 

 

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Y bueno... se me había olvidado publicar. Por ello, postearé un capítulo hoy, y en un par de días (o quizás mañana mismo) otro, para compensar la tardanza y así no tardarme tanto en esto jaja

 

Les prometo que tendrán una gran revelación en este capítulo, de algo que vengo diciendo desde los primeros capítulos de este laaaaargo fic. Un misterio se resolverá (aunque muchos habrán adivinado hace tiempo de qué se trataba). Espero que les guste.

 

 

 

IKKI III

 

21:40 hrs. 15 de junio de 2014. Hora de Grecia.[1]

Jamás pensó visitar Alemania. Era un país con una historia complicada, centro de dos Guerras Mundiales y foco de grandes masacres. Bajo sus tierras corría aún la sangre de los desventurados, de inocentes que habían muerto sin tener la posibilidad de protestar; hombres, mujeres y niños cuyo único pecado había sido ser diferentes.

Ikki de Fénix también era diferente y un desventurado que vivía eternamente en medio de la batalla, y si bien no era para nada inocente, que tal vez, incluso merecía la muerte y un castigo posterior por liderar a las Sombras de Reina de la Muerte, que tantos asesinatos habían llevado a cabo, él no moría. Ese era su gran dilema.

Llevaba dos días en las tierras germanas investigando qué diablos significaba “Heinstein”, la palabra que recordó en el monte Etna, palabra que surgía en su mente junto al concepto de “respuesta”. Era, desde luego, un apellido, uno muy poco común que solo pertenecía a una gran familia de la que nadie quería hablar. Tal vez se debía a lo poco que sabía del idioma, pero no cabía duda de que la gente no quería escuchar nada sobre el apellido Heinstein, les causaba un temor evidente, y tardó aquel par de días en descubrir por qué.

Gracias a una bibliotecaria obsesiva, se enteró que pertenecía a una familia de las más acaudaladas de Turingia, en el centro del país, cuya residencia se hallaba en un antiquísimo castillo en medio del Bosque de Turingia, junto al río Saale. Legalmente hablando, sin embargo, el palacio ya no existía, y en su lugar solo había montañas que habían aparecido súbitamente en el sitio, enormes y lúgubres; el gobierno aducía que siempre habían estado allí y que el clan Heinstein se había extinguido junto a los nazis a fines de los cincuenta, pero los lugareños del bosque, gente supersticiosa y humilde, juraban que esas colinas, aún más altas que el monte Großer Beerberg, habían salido de la nada un par de décadas atrás, y que el castillo Heinstein estaba en lo alto de una de ellas. La bibliotecaria, muy fanática sobre el tema, le advirtió que se rumoreaba que todo aquel que se acercara a esa zona del bosque terminaba muerto, y que incluso la gente del gobierno evitaba construir allí por miedo a esto, aunque no lo admitieran de forma oficial.

—¿Para qué joven japonés querer ir allí? —había preguntado la mujer en un entrecortado inglés, no mejor que el de Ikki. Éste contestó en la misma lengua con la primera respuesta que le vino a la mente.

—Para morir.

 

Parecía un mito cualquiera, pero era la mejor información que tenía. Llegó al bosque durante la tarde y subió a una de las copas más altas. Desde allí pudo ver la montaña más alta, un monolito rocoso a la que no parecía llegar la luz del sol… de hecho, a pesar de la hora, toda esa zona parecía permanecer en un atardecer perpetuo, no le extrañaba que lo consideraran un lugar maldito. No había animales cerca, ciervos o aves, nada; y los lugareños habían construido sus hogares lo más lejos posible de las montañas, como si hubiera un cierto perímetro al que no se acercarían por nada del mundo. Sin duda, se hallaba en un sitio siniestro.

No podía ver el castillo desde tan abajo, pero era evidente que algo raro ocurría allí, pues breves estrellas fugaces de color violeta subían o salían de allí volando, lo que en otras circunstancias le hubiera sorprendido, pero ya estaba preparado para que algo así pasase frente a sus ojos.

—¡¡¡Mi esposa!!! Era mi esposa, ¡mi esposa quiere matarme! —gritó alguien en perfecto alemán. Ikki se ocultó entre las hojas y observó a su alrededor, encontrando algo que, esta vez, sí le sorprendió.

Había un grupo de soldados, parecían de bajo rango dada la poca protección y que llevaban los mismos cascos. No irradiaban ni Cosmos ni rastros de vida, y en silencio arrastraban a una serie de personas, mayoritariamente hombres, posiblemente reos, atados de tobillos y muñecas, utilizando cadenas negras como el ébano. Algunos de ellos gritaban que habían visto muertos levantarse de las tumbas.

—Silencio, humano —dijo uno, que parecía cansado de tanto griterío. Otro, a su lado, expresaba regocijo con una tenebrosa sonrisa.

—Déjalo… pronto todos los humanos estarán así, cuando sus seres queridos los arrastren con ellos a sus tumbas.

—Se supone que nuestro dios Hades solo desea el descanso eterno para los humanos, no lo disfrutes. —El soldado golpeó al hombre que gritaba sobre su esposa en la nuca, dejándolo inconsciente—. Nuestro trabajo solo es llevarlos a su ejecución.

—Es que tú no viste la cara que éste puso cuando su esposa salió de la tumba para vengarse por matarla, ja, ja, hasta el momento había salido impune de su crimen.

—Nadie saldrá impune ahora.

Ikki bajó del árbol y rápidamente mató a los soldados, antes de que percataran en su presencia. Eran unos diez, no los contó, pero se preocupó de dejar uno vivo. Se preguntó si debía asesinar a los civiles también, por sus crímenes… pero no era su trabajo. No sabía lo que habían hecho, así que lo que les ocurriera dependía de otras autoridades, por lo que les obligó a que se largaran. Ahora solo le quedaba el que había quedado vivo, un soldado raso… del ejército de Hades.

 

Pasó un buen rato interrogándolo, tuvo que evitar que se suicidara un par de veces, y sacó información muy interesante sobre básicamente todo, menos lo que le servía personalmente: Hades acababa de liberarse de una torre en China, Dohko de Libra le declaró la Guerra Santa, los 108 Espectros se distribuyeron por el mundo con órdenes de llevar prisioneros al castillo Heinstein y levantar muertos para aterrorizar a la población… incluso algunos Santos habían sido revividos también.

También se enteró sobre las condiciones del castillo. Había muchos Espectros, así como cientos de Esqueletos como el que torturaba, que amaban el combate y no dudaban al matar a un Santo. Ya lo había imaginado: subir de un solo salto hasta la cima era imposible, e ir por el camino podía ser más difícil de lo que pensaba, hasta podría morir. Bueno, no morir, pero sí ser vencido.

Después de asesinar al soplón de manera rápida e indolora, avanzó por la larga periferia de la montaña, buscando algún método para entrar sin ser visto, a medida que la noche arropaba al cielo con su manto negro. Para evitar sorpresas, se colocó la armadura de Fénix, que brilló como si fuera nueva. Listo eso, inició su recorrido de manera circular, mientras pensaba en su situación: cada vez que moría, así como su Manto Sagrado, era resucitado por alguna fuerza misteriosa, eso era claro. ¿Pero cómo iba a explicarle lo que sucedía un miembro de la familia Heinstein? Más aún, ¿por qué esa palabra, más que un simple concepto, parecía ser un recuerdo? Un apellido que le sonaba de alguna parte, en alguna época, pero no recordaba dónde ni cuándo, solo que era una respuesta… ¿Acaso conocía a alguien de ahí? ¿O tal vez su madre, durante el tiempo que estuvo enferma? Quizás su padre era un Heinstein…

—Huh. Es muy interesante eso de que los Espectros de Hades no desprendan Cosmos, sería un arma terrible contra los enemigos si se usaran correctamente —dijo Ikki, sin dejar de caminar y mirar la cadena de montañas, siempre a su derecha—. Por eso no entiendo cómo es posible que alguien haga tanto ruido, contando con un arma tan peligrosa.

Como esperaba, el desagradable sonido de las pisadas se detuvo un instante, y luego se escuchó el claro chasquido de la frustración, seguido de un chillido de pura ira y frustración… Ikki no pudo sentirse amenazado por ello, era como el quejido o la pataleta de un niño.

—M-maldito seas, Fénix, ¿cómo me encontraste? —dijo un hombre gato que salió de los arbustos, cubierto de barro y con enormes ojeras bajo los ojos. Si era un Espectro, y los demás eran como él, entonces la Guerra Santa sería la mar de fácil.

—¿Qué clase de pregunta es esa? —Ni siquiera se dignó a mirarlo por mucho tiempo, así que siguió caminando, buscando una entrada a la montaña—. Cualquiera de nuestros soldados en el Santuario se escondería mejor que tú… No, ni siquiera un bebé haría tanto ruido. Fuera quien fuese que te hizo daño, hasta dejó cantoras a tus costillas rotas.

—¡Soy Chesire de Cait Sith, maldita sea! ¿Cómo te atreves a hablarme así? Soy el único sobreviviente de la Guerra Santa, el único que…

Claro que no pudo terminar la oración. Ikki lo mandó a volar de un puñetazo, Cheshire se estrelló en una de las colinas, y el Fénix lo siguió, aprovechando que muy posiblemente los demás se alejaran de donde ese gato estuviera en el radar.

—Ridículo, sobrevivir a una guerra sin hacer nada es como no haber hecho nada en absoluto. —Ikki lo tomó del cuello; en su rostro vio locura total, como si el Espectro estuviera viviendo lejos de la realidad, disfrutando a la vez que se aterraba, como en una montaña rusa—. Parece que los años vivo en este mundo te han hecho mierd.a el cerebro, se ve en tus ojos.

—Maldito Fénix, te estoy matando lentamente, apuesto que ni siquiera puedes verme ni encontrarme, ja, ja, ja, ja… ah…

—Dime quién es Heinstein. ¿Es alguien en el castillo?

—Ja, ja, ja, si me encuentras jugando a Las Escondidas te lo diré con… ah… ah —gimió el gato cuando Ikki le agarró con mayor fuerza el cuello. ¿Creía que tendría compasión solo porque estaba loco? ¡Era un soldado de Hades!

—¿Quién… es… Heinstein?

—La única con ese apellido es… d-desde luego… L-Lady Pand…

Ikki no pudo terminar de oír el nombre. Sus oídos lo escucharon, pero no se procesó la información en su mente, producto del shock que le causó escuchar aquel nombre. No quería ni repetirlo en su cabeza, era un nombre terrible, a pesar de que lo había dicho decenas de veces, en tanto aparecía en todas las Cajas donde los Mantos de los Santos se guardaban.

El Fénix soltó a Cheshire y retrocedió, angustiado, cuando volteó a la izquierda y vio la silueta horrorosa, bella, peligrosa, sensual, misteriosa y diabólica de una mujer vestida enteramente de negro, con cabello y ojos del mismo color, como un abismo sin límites hecho ser vivo… De hecho, ¿estaba viva? No lo sabía.

—¿Q-quién… eres tú? —preguntó Ikki, a tropezones. Sentía dolor en el pecho y sudor acumulándose en su frente, frío como solo aquel causado por el súbito temor. ¿Hacía cuándo que no sentía algo así?

Cheshire estalló de la risa, pero Ikki no pudo oírlo. El mundo cesó de existir alrededor de aquella mujer tenebrosa, cuya sonrisa viciosa, porte elegante, mirada de sombras y manos serpentinas, la hacían dueña de una pesadilla real.

—¿Por qué preguntas si conoces la respuesta?

—N-no puedo creerlo… —Percibía su Cosmos, a diferencia de los Esqueletos o los Espectros como Cheshire, y era terrible, jamás había estado frente a un humano así, con un poder tan… negro. No se trataba de su increíble intensidad o el ardor de su llama, sino de su profundidad oscura, su tono tan tenue alrededor de la figura que lucía ropas tan umbrosas como pálida era su piel—. ¿P-por qué… tú me…?

—Ikki de Fénix, ¿no es así? Viniste con preguntas a este lugar y yo responderé en persona. —Su voz era grave y cantora, como en una misa de réquiem. Parecía que solo bastaba su garganta para llevarlo al sueño eterno de la muerte.

—¿Cómo sabías que vendría aquí?

—Porque yo te traje, desde luego. Eso es lo primero que debes saber, yo tengo control absoluto sobre tus decisiones, pues esa es la voluntad de mi señor Hades.

Ikki se tambaleó al captar que, aunque no quisiera creerlo, era toda la verdad del mundo. ¿Qué mierd.a había ocurrido? Había llegado con completa determinación a obtener respuestas, aplastó a quien se le puso por delante, y de pronto, una simple mujer lo tenía casi de rodillas. Su Cosmos era lo más oscuro que hubiera sentido en su vida, parecía carecer de todo color, era un gris eterno libre de emociones, más allá de la tristeza.

—Lady Pandora, ¿está bien que salga, así como así, del castillo?

—Mi querido y fiel Cheshire, no te había oído —dijo la mujer, con todo menos intención y emoción en sus palabras, ni siquiera le dirigió la mirada a su Espectro—. Dejé a Zelos a cargo de mi palacio, eso te dará una idea del peligro que enfrentamos. No debes preocuparte.

—¿Zelos? ¿Así que ahora es esa rana asquerosa quien la acompaña?

La dama se adelantó, ignorando al gato por completo, que tampoco pareció molestarse, sino que poco menos lamió la tierra que ella pisó. De hecho, Cheshire se puso a correr, saltó sobre un tronco donde se recostó, y ella, como si no sucediera nada, se sentó sobre su espalda, intentando que su largo vestido no se ensuciara.

—¿Sabes? Podría hacer que tú hicieras su trabajo también —dijo, seductora, la representante de Hades en la Tierra. Obviamente ese era su rango. Su poder, tanto cósmico como jerárquico, era prueba de ello.

Ikki estuvo a punto de asentir ante ese insulto. ¿Qué diablos pasaba con él? En cierta parte de su corazón, al interior del pecho que tanto le dolía, sentía que era lo correcto el hacer todo por esa mujer.

—¿Quién eres tú? ¿Qué…?

—No, Ikki, no tengo demasiado tiempo, así que será mejor que formules las preguntas que realmente necesitas hacer. Para eso te ordené venir aquí.

Ya era el colmo. No iba a dejar insultarse así, aunque su propio corazón dictara que así fuera.

—Miserable bruja, aunque seas una mujer, mientras seas un enemigo, acabaré contigo. —Ikki encendió su Cosmos abruptamente y dirigió su puño, a toda rapidez, de forma sorpresiva, ante el rostro de la mujer, que ni siquiera se inmutó. Más aún, parecía que seguía el recorrido de su mano en cámara lenta.

Sin embargo, ni ella ni la silla en que Cheshire se había convertido, fueron los que lo detuvieron, sino un guante tenebroso, brillante como el resto de su Surplice, perteneciente a un hombre cuya sola presencia le hizo retroceder y alzar la guardia. Jamás había visto a un guerrero así.

 

Tenía la tez morena y mediana estatura, esbelto y de largas piernas. Su cabello era negro y listo, caía sobre uno de sus ojos; éstos eran rasgados, de tono café, con un despiadado brillo de constante satisfacción al estar frente a alguien que consideraba más débil, un orgullo sin igual que Ikki percibió desde el principio, igual que Kanon, solo que en este caso había… algo, un deje de placer ante la violencia que no podía descifrar correctamente ni comprender. De hecho, no entendía por qué una mirada bastaba para saber tanto de ese hombre que, supuestamente, jamás había visto.

Lo cierto era que Ikki sentía un deje de nostalgia ante el rostro sonriente de ese hombre, cuyo cuello estaba marcado de venas palpitantes, su nariz era chata y pequeña, sus labios delgados y marcados por cicatrices. También la Surplice le sonaba de alguna parte…

Representaba evidentemente a un Garuda de los mitos hinduistas, un hombre mitad pájaro que dominaba los cielos. Cargaba diez pares de grandes alas orientadas hacia arriba, una tras otra, colgadas de una gran pieza compuesta por las redondeadas hombreras y el peto, sobre otro similar cargado de púas y cuernos, adornado por una gema dorada que contrastaba con el color azul oscuro de la Surplice, en general. Sus pies eran garras dobles, y varias otras similares salían de las rodillas, codos, manos y cinturón, el cual era un faldón de una docena de piezas superpuestas en cascada. El yelmo asemejaba a la capucha de un beduino, cayendo por la nuca y los lados como un duro metal, adornado por dos largos bigotes, y tres gemas de oro en el frente.

—¿Este es el nuevo, Lady Pandora? Déjeme decir que estoy decepcionado —expresó el Espectro con voz jocosa.

—No está aquí para alegrarte la fiesta, Aiacos de Garuda, Estrella Celestial de la Majestad[2]. Solo preocúpate de que no haga algo estúpido.

«¿Quién demonios es este hombre?», pensó Ikki, mientras el guerrero frente a él asentía sonriente, como si fuera un juego para él, mirándolo a los ojos, disfrutando su nerviosismo y preocupación. Tenía el brazo entero entumido, no solo la muñeca donde el tal Aiacos lo había agarrado… aunque no sentía su Cosmos, podía decir que era peligroso, como Saga, Shaka o Kanon… no, incluso peor.

Su primera pregunta tenía que ver con lo que el Espectro había dicho.

—¿Qué es eso de “el nuevo”? ¡Explíquense!

—Se refiere a que él es uno de los Tres Magnates del Inframundo, la élite, y, por lo tanto, tu nuevo jefe. De ahora en adelante tendrás que hacer lo que te diga.

—¿¡De qué carajos estás hablando!? —Lo peor era que todo lo que decía tenía sentido en el fondo de su corazón. Le dolía el pecho como si fuera a reventar.

—Cheshire, ¿cuántas Estrellas del Mal salieron de la torre?

—Je, je, je —rio el gato con un sonido grotesco, bajo la falda de la mujer—. Aunque ese maldito Libra me estaba distrayendo cumplí mi deber, las conté todas y cada una, ja, ja, ja.

—¿Y bien? —preguntó Pandora, y su voz era el mandato encarnado, frío como un témpano, seductor como canto de sirena, y peligroso como víbora. Era un avance, ya podía decir el nombre de la mujer en su mente sin deseos de vomitar.

—Ciento seis Estrellas, con la mía son ciento siete.

—Tal como pensé, una de ellas se quedó en la torre, debido a que su dueño tiene un trabajo muy diferente, y le asquea ser su servidor —reflexionó Pandora con los ojos cerrados, acomodándose sobre la espalda de Cait Sith. De pronto mostró la negrura tras sus párpados, y sonrió ante la obvia confusión de Ikki—. La Estrella que te corresponde no te considera apto todavía, Ikki, así que será mejor que abandones esa armadura y te nos unas de una vez.

—¿Qué? ¿Qué diablos estás diciendo? —El Fénix aleteó nuevamente, soltando nuevos resplandores dorados, y se arrojó sobre ellos presa de la furia.

Aiacos se interpuso para bloquear el golpe, sonriendo macabramente, y siguió haciéndolo con cada ataque que Ikki realizó, a pesar de que su velocidad aumentaba. Miles de golpes a cada instante, y todos eran bloqueados… no por la mano, sino un dedo de Garuda, a quien, por su expresión, le parecía una situación hilarante, hasta se llevó la mano libre para cubrirse la boca.

—¿Lo necesitamos, Lady Pandora? Mire a este tipo, suda como cerdo y todavía no es capaz de hacerle cosquillas a mi dedo.

—Miserable gusano, ¡ahora verás de lo que es capaz el Aleteo Celestial del Fénix!

Realizó su mejor técnica, y Aiacos tuvo que usar ambas manos para bloquearlo y reflejarlo, riendo como un poseso. El viento y el fuego que liberaba Ikki, quemaba su piel poco a poco.

—No, no, no, ¡este no es un poder de Espectro, ja, ja, ja, ja! —Aiacos aplicó un poco de fuerza con los brazos, y la armadura de Fénix se trisó al instante, elevando a Ikki por los aires y azotándolo bruscamente contra uno de los árboles del bosque.

 

Ikki fue derribado, agotado, después de usar gran parte de su poder de una vez en poco tiempo. ¿Qué carajos ocurría? ¿Cómo era posible que no pudiera golpear a un solo enemigo? Sangraba de la cabeza y las manos con las que había hecho uso de su poder, también percibía algunos huesos dañados.

—Ikki, te ahorraré el tiempo, ya que no pareces capaz de formular preguntas simples. Eres un Espectro vestido de Santo, estás destinado a ser parte de nuestro ejército desde que naciste, razón de que cumplas mis órdenes y no puedas tocarme. Pronto traicionarás a todos tus seres queridos cuando tu voluntad se quiebre, y la Estrella del Mal que te corresponde, la Estrella Celestial del Salvajismo[3], te arropará y dará tu verdadera misión en este mundo.

—¿Es una broma? ¿¡Cómo podría creer en una estupidez semejante!?

—No mueres ¿verdad? De eso se trata todo esto, una pataleta absurda de un humano, cuando todos los demás quieren evitarla a toda costa. —Pandora se puso de pie y alzó el brazo derecho; una serpiente enroscada en su dedo brilló con pálida luz violeta—. Solo observa el verdadero color del hombre que no desea morir.

De pronto, el Manto Sagrado de Fénix perdió su color llameante, el rojo, oro y anaranjado del pecho, el casco y las alas, los tonos de vida que había adquirido tras el combate con Shaka de Virgo. Su diseño cambió como si lo hubieran pasado detrás de una capa traslúcida, como una ilusión en un manantial… era una Surplice negra y violeta, oscura como la de Aiacos, carente de vida, aún más tenebrosa y fúnebre que cuando la sacó de Reina de la Muerte por primera vez.

—Imposible… —Ikki intentó atacar nuevamente, nervioso, pero una mirada de Aiacos le hizo desistir y retroceder. Aparte de sus ojos maliciosos, Fénix captó tres más que flotaban sobre él, hechas de energía, orbes flotantes y enormes que solo lo miraban a él, como si fuera el único destino de un castigo divino.

Entonces lo comprendió. Sentía miedo, no como ante las golpizas de Géminis o las ilusiones de Virgo, sino que verdadero miedo, solo a la mirada de un Espectro, a lo que haría con el tinte pardo de su iris. Ikki temblaba de pies a cabeza, intentando razonar consigo mismo sobre cómo un guerrero como él, con tanta lucha encima, podía aterrarse de un solo hombre.

—¿Ahora entiendes, Fénix? Es solo cosa de tiempo para que aceptes tu destino y te vuelvas el Espectro que eres en verdad —repitió Pandora, mientras Cait Sith se retorcía de la risa con los ojos desencajados—. Te recomiendo que no te acerques al Santuario para que no sepan de tu traición, de la que imagino que, poco a poco, estás siendo consciente. La voluntad de la Estrella del Mal está haciendo efecto desde hace un par de horas.

¿Traicionarlos? ¿A Atenea y sus compañeros? ¿A Grecia y sus ideales? ¿A Mei y Seiya? No… ¿traicionar a su hermano solo porque esa mujer se lo decía? Era lo más absurdo que había escuchado, pero su alma le indicaba que era verdad, que no podía oponerse ante la tentación más pura de su corazón, un deseo tormentoso e irrompible que no era capaz de dejar atrás.

—Supongo que será buena carne de cañón cuando se ponga la Surplice, je, je —rio Aiacos por lo bajo, cruzándose de brazos. Ambos sabían que no los necesitaba para defender a Pandora.

—Antes de irnos, contestaré la última pregunta que tu cerebro deshecho te impide realizar con sonido, puesto que Aiacos tiene mucho trabajo, al igual que yo. —Pandora dio tres pasos adelante y se detuvo a pocos centímetros de Ikki, éste podía sentir su lenta, pausada, aciaga respiración—. ¿Por qué no mueres, Ikki? ¿No sabes?

—N…N-no… no puedo… —No podía moverse. Esa era la verdad. El temor irracional lo había paralizado, era peor que basura en ese momento.

—No mueres porque el señor Hades te lo impide. Desde la anterior Guerra Santa parece haber ganado un aprecio especial por ti, pero, además, no desea que sus Espectros sufran ningún tipo de perjuicio o dolor, y te mantendrá en la Tierra tanto tiempo como sea necesario, para que lleves a cabo su piedad y compasión a los seres humanos, guiándolos al otro mundo. —Pandora se puso de puntillas, apoyó las manos sobre los hombros de Ikki, y sendos ojos lo convirtieron en una gelatina inservible. Olía a muerte de una manera que resultaba fascinante y atractiva—. Te esperaré en el castillo, no olvides que aún tienes trabajo que hacer en este mundo. Eres mi esclavo mientras la voluntad de mi Señor lo desee, nada puedes hacer para evitarlo. —Esta vez se acercó a su oído, sus labios casi acariciaron su piel—. Hasta que tu hora llegue, compórtate como un buen cachorro, ¿sí? No olvides que, si lo deseo, nunca morirás, Ikki… o debería decir, Bennu.

Pandora se apartó e Ikki cayó de espaldas, muerto de miedo. Rápidamente intentó recomponerse y ponerse de pie, listo para atacarla a ella y a todos, sin piedad, la tenía a medio metro de su puño, con su velocidad y Cosmos tan ardiente atravesaría su cráneo en un parpadeo.

Cuando lo intentó, Aiacos recibió el golpe de frente, directo en su pecho, a la vez que se elevaba sobre el suelo, agitando las alas.

—Eres muy irrespetuoso, cachorro, ja, ja, ja.

—Malnacido, ¡apártate de mi camino!

Conjuró el Renacimiento Solar, la técnica que había desarrollado hace poco, pero Aiacos levantó los brazos, muchísimo más veloz que él, parecía moverse tan rápido como un resplandor, antes de que sus ojos pudieran acostumbrarse a la borrasca… superior a los Santos de Oro.

Antes de que pudiera darse cuenta, una energía terriblemente arrasadora pasó por encima suyo, aplastándolo y quebrando su armadura de Bronce como si fuera un vulgar vidrio. Pronto, sintió sus músculos desgarrarse y sus huesos triturarse… iba a morir, como una demostración de que no lo haría. El mundo dio vueltas, deseó que su cerebro se apagara y su corazón dejara de latir. Contempló brevemente la idea de que la vida era la peor característica del ser humano.

 

Muchas horas después.

Claro que no fue consciente de ello, ni de todo el dolor físico que sufrió, hasta que despertó en un río al este de Turingia, lejos del bosque y el castillo, arrastrado por una fuerza titánica. Le costó recuperar la respiración; aparte de algunos rasguños su cuerpo estaba bien encajado, y su armadura permanecía completa, a pesar de breves cortes que ya estaban sanando y manchas de barro. ¿Había resucitado o solo había sufrido de una ilusión demasiado realista?

Volvió a tierra y contempló el cielo, el lugar al que no podía acercarse. El sol se asomaba tímidamente por el oriente, así que había pasado varias horas llevado por la corriente del río. Ahora amanecía… Ikki sentía una profunda y angustiante tristeza por algo que no conocía, desde el mismo momento que vio el sol, que renacía una y otra vez cada jornada.

Tenía muchas opciones para su próximo paradero, y las contempló todas con abismal pesar. Jamás se había sentido tan inútil en toda su vida, tan solo… era como si le faltara algo importantísimo de su vida.

«Alguien murió». Realmente no sabía qué hacer. Por primera vez en mucho tiempo, tras pensar en un solo nombre, rompió a llorar. Supo quién había muerto sin que hiciera nada por evitarlo. «Murió».


[1] En Alemania, son las 20:30 horas.

[2] Tenyuusei, en japonés; Tianxiong, en chino. En la novela Al borde del agua, es la estrella correspondiente a Lin Chong, el “Cabeza de Pantera”, General de la Armada Derecha.

[3] Tenboosei, en japonés; Tianbao, en chino. En la novela Al borde del agua, es la estrella correspondiente a Xie Zhen, la “Serpiente Bicéfala”, General de la Armada Derecha.


Editado por -Felipe-, 16 marzo 2018 - 19:04 .

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