Gracias por el review, T, me alegra que te gustaran esos detalles.
hola¡¡
espero que mi hype no sea demasiado exagerado jaja...
Qué tal Presstor, un gusto.
¿No es cierto? El Canvas dio un montón de Espectros, lo que significa un montón de nuevos personajes a los que rob... digo, en los que pueda inspirar los míos.
Saga no es para tanto tampoco, aunque sí es superior a sus compañers. Lo que pasa es que es un genio en el aspecto dimensional (si bien no tanto como Kanon, que lo tomó como especialidad).
Sobre Mu y Alde, me alegra mucho que te gustara y le encontraras significado. Sé que es agradable tener capítulos de "vida normal", y los intento escribir apenas puedo, pero a veces es muy difícil sin que la trama se estanque. Es algo que tengo que mejorar definitivamente.
Y bueno... espero que tu hype sea recompensado. Me halaga, gracias por los comentarios viejo.
Ah, no soy muy de youtubers realmente, pero he escuchado de ese canal, y siempre es bueno adquirir más conocimientos para escribir, en particular con lo que me gusta, novelas de fantasía. Saludos! :D
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Y bueno... se me había olvidado publicar. Por ello, postearé un capítulo hoy, y en un par de días (o quizás mañana mismo) otro, para compensar la tardanza y así no tardarme tanto en esto jaja
Les prometo que tendrán una gran revelación en este capítulo, de algo que vengo diciendo desde los primeros capítulos de este laaaaargo fic. Un misterio se resolverá (aunque muchos habrán adivinado hace tiempo de qué se trataba). Espero que les guste.
IKKI III
21:40 hrs. 15 de junio de 2014. Hora de Grecia.[1]
Jamás pensó visitar Alemania. Era un país con una historia complicada, centro de dos Guerras Mundiales y foco de grandes masacres. Bajo sus tierras corría aún la sangre de los desventurados, de inocentes que habían muerto sin tener la posibilidad de protestar; hombres, mujeres y niños cuyo único pecado había sido ser diferentes.
Ikki de Fénix también era diferente y un desventurado que vivía eternamente en medio de la batalla, y si bien no era para nada inocente, que tal vez, incluso merecía la muerte y un castigo posterior por liderar a las Sombras de Reina de la Muerte, que tantos asesinatos habían llevado a cabo, él no moría. Ese era su gran dilema.
Llevaba dos días en las tierras germanas investigando qué diablos significaba “Heinstein”, la palabra que recordó en el monte Etna, palabra que surgía en su mente junto al concepto de “respuesta”. Era, desde luego, un apellido, uno muy poco común que solo pertenecía a una gran familia de la que nadie quería hablar. Tal vez se debía a lo poco que sabía del idioma, pero no cabía duda de que la gente no quería escuchar nada sobre el apellido Heinstein, les causaba un temor evidente, y tardó aquel par de días en descubrir por qué.
Gracias a una bibliotecaria obsesiva, se enteró que pertenecía a una familia de las más acaudaladas de Turingia, en el centro del país, cuya residencia se hallaba en un antiquísimo castillo en medio del Bosque de Turingia, junto al río Saale. Legalmente hablando, sin embargo, el palacio ya no existía, y en su lugar solo había montañas que habían aparecido súbitamente en el sitio, enormes y lúgubres; el gobierno aducía que siempre habían estado allí y que el clan Heinstein se había extinguido junto a los nazis a fines de los cincuenta, pero los lugareños del bosque, gente supersticiosa y humilde, juraban que esas colinas, aún más altas que el monte Großer Beerberg, habían salido de la nada un par de décadas atrás, y que el castillo Heinstein estaba en lo alto de una de ellas. La bibliotecaria, muy fanática sobre el tema, le advirtió que se rumoreaba que todo aquel que se acercara a esa zona del bosque terminaba muerto, y que incluso la gente del gobierno evitaba construir allí por miedo a esto, aunque no lo admitieran de forma oficial.
—¿Para qué joven japonés querer ir allí? —había preguntado la mujer en un entrecortado inglés, no mejor que el de Ikki. Éste contestó en la misma lengua con la primera respuesta que le vino a la mente.
—Para morir.
Parecía un mito cualquiera, pero era la mejor información que tenía. Llegó al bosque durante la tarde y subió a una de las copas más altas. Desde allí pudo ver la montaña más alta, un monolito rocoso a la que no parecía llegar la luz del sol… de hecho, a pesar de la hora, toda esa zona parecía permanecer en un atardecer perpetuo, no le extrañaba que lo consideraran un lugar maldito. No había animales cerca, ciervos o aves, nada; y los lugareños habían construido sus hogares lo más lejos posible de las montañas, como si hubiera un cierto perímetro al que no se acercarían por nada del mundo. Sin duda, se hallaba en un sitio siniestro.
No podía ver el castillo desde tan abajo, pero era evidente que algo raro ocurría allí, pues breves estrellas fugaces de color violeta subían o salían de allí volando, lo que en otras circunstancias le hubiera sorprendido, pero ya estaba preparado para que algo así pasase frente a sus ojos.
—¡¡¡Mi esposa!!! Era mi esposa, ¡mi esposa quiere matarme! —gritó alguien en perfecto alemán. Ikki se ocultó entre las hojas y observó a su alrededor, encontrando algo que, esta vez, sí le sorprendió.
Había un grupo de soldados, parecían de bajo rango dada la poca protección y que llevaban los mismos cascos. No irradiaban ni Cosmos ni rastros de vida, y en silencio arrastraban a una serie de personas, mayoritariamente hombres, posiblemente reos, atados de tobillos y muñecas, utilizando cadenas negras como el ébano. Algunos de ellos gritaban que habían visto muertos levantarse de las tumbas.
—Silencio, humano —dijo uno, que parecía cansado de tanto griterío. Otro, a su lado, expresaba regocijo con una tenebrosa sonrisa.
—Déjalo… pronto todos los humanos estarán así, cuando sus seres queridos los arrastren con ellos a sus tumbas.
—Se supone que nuestro dios Hades solo desea el descanso eterno para los humanos, no lo disfrutes. —El soldado golpeó al hombre que gritaba sobre su esposa en la nuca, dejándolo inconsciente—. Nuestro trabajo solo es llevarlos a su ejecución.
—Es que tú no viste la cara que éste puso cuando su esposa salió de la tumba para vengarse por matarla, ja, ja, hasta el momento había salido impune de su crimen.
—Nadie saldrá impune ahora.
Ikki bajó del árbol y rápidamente mató a los soldados, antes de que percataran en su presencia. Eran unos diez, no los contó, pero se preocupó de dejar uno vivo. Se preguntó si debía asesinar a los civiles también, por sus crímenes… pero no era su trabajo. No sabía lo que habían hecho, así que lo que les ocurriera dependía de otras autoridades, por lo que les obligó a que se largaran. Ahora solo le quedaba el que había quedado vivo, un soldado raso… del ejército de Hades.
Pasó un buen rato interrogándolo, tuvo que evitar que se suicidara un par de veces, y sacó información muy interesante sobre básicamente todo, menos lo que le servía personalmente: Hades acababa de liberarse de una torre en China, Dohko de Libra le declaró la Guerra Santa, los 108 Espectros se distribuyeron por el mundo con órdenes de llevar prisioneros al castillo Heinstein y levantar muertos para aterrorizar a la población… incluso algunos Santos habían sido revividos también.
También se enteró sobre las condiciones del castillo. Había muchos Espectros, así como cientos de Esqueletos como el que torturaba, que amaban el combate y no dudaban al matar a un Santo. Ya lo había imaginado: subir de un solo salto hasta la cima era imposible, e ir por el camino podía ser más difícil de lo que pensaba, hasta podría morir. Bueno, no morir, pero sí ser vencido.
Después de asesinar al soplón de manera rápida e indolora, avanzó por la larga periferia de la montaña, buscando algún método para entrar sin ser visto, a medida que la noche arropaba al cielo con su manto negro. Para evitar sorpresas, se colocó la armadura de Fénix, que brilló como si fuera nueva. Listo eso, inició su recorrido de manera circular, mientras pensaba en su situación: cada vez que moría, así como su Manto Sagrado, era resucitado por alguna fuerza misteriosa, eso era claro. ¿Pero cómo iba a explicarle lo que sucedía un miembro de la familia Heinstein? Más aún, ¿por qué esa palabra, más que un simple concepto, parecía ser un recuerdo? Un apellido que le sonaba de alguna parte, en alguna época, pero no recordaba dónde ni cuándo, solo que era una respuesta… ¿Acaso conocía a alguien de ahí? ¿O tal vez su madre, durante el tiempo que estuvo enferma? Quizás su padre era un Heinstein…
—Huh. Es muy interesante eso de que los Espectros de Hades no desprendan Cosmos, sería un arma terrible contra los enemigos si se usaran correctamente —dijo Ikki, sin dejar de caminar y mirar la cadena de montañas, siempre a su derecha—. Por eso no entiendo cómo es posible que alguien haga tanto ruido, contando con un arma tan peligrosa.
Como esperaba, el desagradable sonido de las pisadas se detuvo un instante, y luego se escuchó el claro chasquido de la frustración, seguido de un chillido de pura ira y frustración… Ikki no pudo sentirse amenazado por ello, era como el quejido o la pataleta de un niño.
—M-maldito seas, Fénix, ¿cómo me encontraste? —dijo un hombre gato que salió de los arbustos, cubierto de barro y con enormes ojeras bajo los ojos. Si era un Espectro, y los demás eran como él, entonces la Guerra Santa sería la mar de fácil.
—¿Qué clase de pregunta es esa? —Ni siquiera se dignó a mirarlo por mucho tiempo, así que siguió caminando, buscando una entrada a la montaña—. Cualquiera de nuestros soldados en el Santuario se escondería mejor que tú… No, ni siquiera un bebé haría tanto ruido. Fuera quien fuese que te hizo daño, hasta dejó cantoras a tus costillas rotas.
—¡Soy Chesire de Cait Sith, maldita sea! ¿Cómo te atreves a hablarme así? Soy el único sobreviviente de la Guerra Santa, el único que…
Claro que no pudo terminar la oración. Ikki lo mandó a volar de un puñetazo, Cheshire se estrelló en una de las colinas, y el Fénix lo siguió, aprovechando que muy posiblemente los demás se alejaran de donde ese gato estuviera en el radar.
—Ridículo, sobrevivir a una guerra sin hacer nada es como no haber hecho nada en absoluto. —Ikki lo tomó del cuello; en su rostro vio locura total, como si el Espectro estuviera viviendo lejos de la realidad, disfrutando a la vez que se aterraba, como en una montaña rusa—. Parece que los años vivo en este mundo te han hecho mierd.a el cerebro, se ve en tus ojos.
—Maldito Fénix, te estoy matando lentamente, apuesto que ni siquiera puedes verme ni encontrarme, ja, ja, ja, ja… ah…
—Dime quién es Heinstein. ¿Es alguien en el castillo?
—Ja, ja, ja, si me encuentras jugando a Las Escondidas te lo diré con… ah… ah —gimió el gato cuando Ikki le agarró con mayor fuerza el cuello. ¿Creía que tendría compasión solo porque estaba loco? ¡Era un soldado de Hades!
—¿Quién… es… Heinstein?
—La única con ese apellido es… d-desde luego… L-Lady Pand…
Ikki no pudo terminar de oír el nombre. Sus oídos lo escucharon, pero no se procesó la información en su mente, producto del shock que le causó escuchar aquel nombre. No quería ni repetirlo en su cabeza, era un nombre terrible, a pesar de que lo había dicho decenas de veces, en tanto aparecía en todas las Cajas donde los Mantos de los Santos se guardaban.
El Fénix soltó a Cheshire y retrocedió, angustiado, cuando volteó a la izquierda y vio la silueta horrorosa, bella, peligrosa, sensual, misteriosa y diabólica de una mujer vestida enteramente de negro, con cabello y ojos del mismo color, como un abismo sin límites hecho ser vivo… De hecho, ¿estaba viva? No lo sabía.
—¿Q-quién… eres tú? —preguntó Ikki, a tropezones. Sentía dolor en el pecho y sudor acumulándose en su frente, frío como solo aquel causado por el súbito temor. ¿Hacía cuándo que no sentía algo así?
Cheshire estalló de la risa, pero Ikki no pudo oírlo. El mundo cesó de existir alrededor de aquella mujer tenebrosa, cuya sonrisa viciosa, porte elegante, mirada de sombras y manos serpentinas, la hacían dueña de una pesadilla real.
—¿Por qué preguntas si conoces la respuesta?
—N-no puedo creerlo… —Percibía su Cosmos, a diferencia de los Esqueletos o los Espectros como Cheshire, y era terrible, jamás había estado frente a un humano así, con un poder tan… negro. No se trataba de su increíble intensidad o el ardor de su llama, sino de su profundidad oscura, su tono tan tenue alrededor de la figura que lucía ropas tan umbrosas como pálida era su piel—. ¿P-por qué… tú me…?
—Ikki de Fénix, ¿no es así? Viniste con preguntas a este lugar y yo responderé en persona. —Su voz era grave y cantora, como en una misa de réquiem. Parecía que solo bastaba su garganta para llevarlo al sueño eterno de la muerte.
—¿Cómo sabías que vendría aquí?
—Porque yo te traje, desde luego. Eso es lo primero que debes saber, yo tengo control absoluto sobre tus decisiones, pues esa es la voluntad de mi señor Hades.
Ikki se tambaleó al captar que, aunque no quisiera creerlo, era toda la verdad del mundo. ¿Qué mierd.a había ocurrido? Había llegado con completa determinación a obtener respuestas, aplastó a quien se le puso por delante, y de pronto, una simple mujer lo tenía casi de rodillas. Su Cosmos era lo más oscuro que hubiera sentido en su vida, parecía carecer de todo color, era un gris eterno libre de emociones, más allá de la tristeza.
—Lady Pandora, ¿está bien que salga, así como así, del castillo?
—Mi querido y fiel Cheshire, no te había oído —dijo la mujer, con todo menos intención y emoción en sus palabras, ni siquiera le dirigió la mirada a su Espectro—. Dejé a Zelos a cargo de mi palacio, eso te dará una idea del peligro que enfrentamos. No debes preocuparte.
—¿Zelos? ¿Así que ahora es esa rana asquerosa quien la acompaña?
La dama se adelantó, ignorando al gato por completo, que tampoco pareció molestarse, sino que poco menos lamió la tierra que ella pisó. De hecho, Cheshire se puso a correr, saltó sobre un tronco donde se recostó, y ella, como si no sucediera nada, se sentó sobre su espalda, intentando que su largo vestido no se ensuciara.
—¿Sabes? Podría hacer que tú hicieras su trabajo también —dijo, seductora, la representante de Hades en la Tierra. Obviamente ese era su rango. Su poder, tanto cósmico como jerárquico, era prueba de ello.
Ikki estuvo a punto de asentir ante ese insulto. ¿Qué diablos pasaba con él? En cierta parte de su corazón, al interior del pecho que tanto le dolía, sentía que era lo correcto el hacer todo por esa mujer.
—¿Quién eres tú? ¿Qué…?
—No, Ikki, no tengo demasiado tiempo, así que será mejor que formules las preguntas que realmente necesitas hacer. Para eso te ordené venir aquí.
Ya era el colmo. No iba a dejar insultarse así, aunque su propio corazón dictara que así fuera.
—Miserable bruja, aunque seas una mujer, mientras seas un enemigo, acabaré contigo. —Ikki encendió su Cosmos abruptamente y dirigió su puño, a toda rapidez, de forma sorpresiva, ante el rostro de la mujer, que ni siquiera se inmutó. Más aún, parecía que seguía el recorrido de su mano en cámara lenta.
Sin embargo, ni ella ni la silla en que Cheshire se había convertido, fueron los que lo detuvieron, sino un guante tenebroso, brillante como el resto de su Surplice, perteneciente a un hombre cuya sola presencia le hizo retroceder y alzar la guardia. Jamás había visto a un guerrero así.
Tenía la tez morena y mediana estatura, esbelto y de largas piernas. Su cabello era negro y listo, caía sobre uno de sus ojos; éstos eran rasgados, de tono café, con un despiadado brillo de constante satisfacción al estar frente a alguien que consideraba más débil, un orgullo sin igual que Ikki percibió desde el principio, igual que Kanon, solo que en este caso había… algo, un deje de placer ante la violencia que no podía descifrar correctamente ni comprender. De hecho, no entendía por qué una mirada bastaba para saber tanto de ese hombre que, supuestamente, jamás había visto.
Lo cierto era que Ikki sentía un deje de nostalgia ante el rostro sonriente de ese hombre, cuyo cuello estaba marcado de venas palpitantes, su nariz era chata y pequeña, sus labios delgados y marcados por cicatrices. También la Surplice le sonaba de alguna parte…
Representaba evidentemente a un Garuda de los mitos hinduistas, un hombre mitad pájaro que dominaba los cielos. Cargaba diez pares de grandes alas orientadas hacia arriba, una tras otra, colgadas de una gran pieza compuesta por las redondeadas hombreras y el peto, sobre otro similar cargado de púas y cuernos, adornado por una gema dorada que contrastaba con el color azul oscuro de la Surplice, en general. Sus pies eran garras dobles, y varias otras similares salían de las rodillas, codos, manos y cinturón, el cual era un faldón de una docena de piezas superpuestas en cascada. El yelmo asemejaba a la capucha de un beduino, cayendo por la nuca y los lados como un duro metal, adornado por dos largos bigotes, y tres gemas de oro en el frente.
—¿Este es el nuevo, Lady Pandora? Déjeme decir que estoy decepcionado —expresó el Espectro con voz jocosa.
—No está aquí para alegrarte la fiesta, Aiacos de Garuda, Estrella Celestial de la Majestad[2]. Solo preocúpate de que no haga algo estúpido.
«¿Quién demonios es este hombre?», pensó Ikki, mientras el guerrero frente a él asentía sonriente, como si fuera un juego para él, mirándolo a los ojos, disfrutando su nerviosismo y preocupación. Tenía el brazo entero entumido, no solo la muñeca donde el tal Aiacos lo había agarrado… aunque no sentía su Cosmos, podía decir que era peligroso, como Saga, Shaka o Kanon… no, incluso peor.
Su primera pregunta tenía que ver con lo que el Espectro había dicho.
—¿Qué es eso de “el nuevo”? ¡Explíquense!
—Se refiere a que él es uno de los Tres Magnates del Inframundo, la élite, y, por lo tanto, tu nuevo jefe. De ahora en adelante tendrás que hacer lo que te diga.
—¿¡De qué carajos estás hablando!? —Lo peor era que todo lo que decía tenía sentido en el fondo de su corazón. Le dolía el pecho como si fuera a reventar.
—Cheshire, ¿cuántas Estrellas del Mal salieron de la torre?
—Je, je, je —rio el gato con un sonido grotesco, bajo la falda de la mujer—. Aunque ese maldito Libra me estaba distrayendo cumplí mi deber, las conté todas y cada una, ja, ja, ja.
—¿Y bien? —preguntó Pandora, y su voz era el mandato encarnado, frío como un témpano, seductor como canto de sirena, y peligroso como víbora. Era un avance, ya podía decir el nombre de la mujer en su mente sin deseos de vomitar.
—Ciento seis Estrellas, con la mía son ciento siete.
—Tal como pensé, una de ellas se quedó en la torre, debido a que su dueño tiene un trabajo muy diferente, y le asquea ser su servidor —reflexionó Pandora con los ojos cerrados, acomodándose sobre la espalda de Cait Sith. De pronto mostró la negrura tras sus párpados, y sonrió ante la obvia confusión de Ikki—. La Estrella que te corresponde no te considera apto todavía, Ikki, así que será mejor que abandones esa armadura y te nos unas de una vez.
—¿Qué? ¿Qué diablos estás diciendo? —El Fénix aleteó nuevamente, soltando nuevos resplandores dorados, y se arrojó sobre ellos presa de la furia.
Aiacos se interpuso para bloquear el golpe, sonriendo macabramente, y siguió haciéndolo con cada ataque que Ikki realizó, a pesar de que su velocidad aumentaba. Miles de golpes a cada instante, y todos eran bloqueados… no por la mano, sino un dedo de Garuda, a quien, por su expresión, le parecía una situación hilarante, hasta se llevó la mano libre para cubrirse la boca.
—¿Lo necesitamos, Lady Pandora? Mire a este tipo, suda como cerdo y todavía no es capaz de hacerle cosquillas a mi dedo.
—Miserable gusano, ¡ahora verás de lo que es capaz el Aleteo Celestial del Fénix!
Realizó su mejor técnica, y Aiacos tuvo que usar ambas manos para bloquearlo y reflejarlo, riendo como un poseso. El viento y el fuego que liberaba Ikki, quemaba su piel poco a poco.
—No, no, no, ¡este no es un poder de Espectro, ja, ja, ja, ja! —Aiacos aplicó un poco de fuerza con los brazos, y la armadura de Fénix se trisó al instante, elevando a Ikki por los aires y azotándolo bruscamente contra uno de los árboles del bosque.
Ikki fue derribado, agotado, después de usar gran parte de su poder de una vez en poco tiempo. ¿Qué carajos ocurría? ¿Cómo era posible que no pudiera golpear a un solo enemigo? Sangraba de la cabeza y las manos con las que había hecho uso de su poder, también percibía algunos huesos dañados.
—Ikki, te ahorraré el tiempo, ya que no pareces capaz de formular preguntas simples. Eres un Espectro vestido de Santo, estás destinado a ser parte de nuestro ejército desde que naciste, razón de que cumplas mis órdenes y no puedas tocarme. Pronto traicionarás a todos tus seres queridos cuando tu voluntad se quiebre, y la Estrella del Mal que te corresponde, la Estrella Celestial del Salvajismo[3], te arropará y dará tu verdadera misión en este mundo.
—¿Es una broma? ¿¡Cómo podría creer en una estupidez semejante!?
—No mueres ¿verdad? De eso se trata todo esto, una pataleta absurda de un humano, cuando todos los demás quieren evitarla a toda costa. —Pandora se puso de pie y alzó el brazo derecho; una serpiente enroscada en su dedo brilló con pálida luz violeta—. Solo observa el verdadero color del hombre que no desea morir.
De pronto, el Manto Sagrado de Fénix perdió su color llameante, el rojo, oro y anaranjado del pecho, el casco y las alas, los tonos de vida que había adquirido tras el combate con Shaka de Virgo. Su diseño cambió como si lo hubieran pasado detrás de una capa traslúcida, como una ilusión en un manantial… era una Surplice negra y violeta, oscura como la de Aiacos, carente de vida, aún más tenebrosa y fúnebre que cuando la sacó de Reina de la Muerte por primera vez.
—Imposible… —Ikki intentó atacar nuevamente, nervioso, pero una mirada de Aiacos le hizo desistir y retroceder. Aparte de sus ojos maliciosos, Fénix captó tres más que flotaban sobre él, hechas de energía, orbes flotantes y enormes que solo lo miraban a él, como si fuera el único destino de un castigo divino.
Entonces lo comprendió. Sentía miedo, no como ante las golpizas de Géminis o las ilusiones de Virgo, sino que verdadero miedo, solo a la mirada de un Espectro, a lo que haría con el tinte pardo de su iris. Ikki temblaba de pies a cabeza, intentando razonar consigo mismo sobre cómo un guerrero como él, con tanta lucha encima, podía aterrarse de un solo hombre.
—¿Ahora entiendes, Fénix? Es solo cosa de tiempo para que aceptes tu destino y te vuelvas el Espectro que eres en verdad —repitió Pandora, mientras Cait Sith se retorcía de la risa con los ojos desencajados—. Te recomiendo que no te acerques al Santuario para que no sepan de tu traición, de la que imagino que, poco a poco, estás siendo consciente. La voluntad de la Estrella del Mal está haciendo efecto desde hace un par de horas.
¿Traicionarlos? ¿A Atenea y sus compañeros? ¿A Grecia y sus ideales? ¿A Mei y Seiya? No… ¿traicionar a su hermano solo porque esa mujer se lo decía? Era lo más absurdo que había escuchado, pero su alma le indicaba que era verdad, que no podía oponerse ante la tentación más pura de su corazón, un deseo tormentoso e irrompible que no era capaz de dejar atrás.
—Supongo que será buena carne de cañón cuando se ponga la Surplice, je, je —rio Aiacos por lo bajo, cruzándose de brazos. Ambos sabían que no los necesitaba para defender a Pandora.
—Antes de irnos, contestaré la última pregunta que tu cerebro deshecho te impide realizar con sonido, puesto que Aiacos tiene mucho trabajo, al igual que yo. —Pandora dio tres pasos adelante y se detuvo a pocos centímetros de Ikki, éste podía sentir su lenta, pausada, aciaga respiración—. ¿Por qué no mueres, Ikki? ¿No sabes?
—N…N-no… no puedo… —No podía moverse. Esa era la verdad. El temor irracional lo había paralizado, era peor que basura en ese momento.
—No mueres porque el señor Hades te lo impide. Desde la anterior Guerra Santa parece haber ganado un aprecio especial por ti, pero, además, no desea que sus Espectros sufran ningún tipo de perjuicio o dolor, y te mantendrá en la Tierra tanto tiempo como sea necesario, para que lleves a cabo su piedad y compasión a los seres humanos, guiándolos al otro mundo. —Pandora se puso de puntillas, apoyó las manos sobre los hombros de Ikki, y sendos ojos lo convirtieron en una gelatina inservible. Olía a muerte de una manera que resultaba fascinante y atractiva—. Te esperaré en el castillo, no olvides que aún tienes trabajo que hacer en este mundo. Eres mi esclavo mientras la voluntad de mi Señor lo desee, nada puedes hacer para evitarlo. —Esta vez se acercó a su oído, sus labios casi acariciaron su piel—. Hasta que tu hora llegue, compórtate como un buen cachorro, ¿sí? No olvides que, si lo deseo, nunca morirás, Ikki… o debería decir, Bennu.
Pandora se apartó e Ikki cayó de espaldas, muerto de miedo. Rápidamente intentó recomponerse y ponerse de pie, listo para atacarla a ella y a todos, sin piedad, la tenía a medio metro de su puño, con su velocidad y Cosmos tan ardiente atravesaría su cráneo en un parpadeo.
Cuando lo intentó, Aiacos recibió el golpe de frente, directo en su pecho, a la vez que se elevaba sobre el suelo, agitando las alas.
—Eres muy irrespetuoso, cachorro, ja, ja, ja.
—Malnacido, ¡apártate de mi camino!
Conjuró el Renacimiento Solar, la técnica que había desarrollado hace poco, pero Aiacos levantó los brazos, muchísimo más veloz que él, parecía moverse tan rápido como un resplandor, antes de que sus ojos pudieran acostumbrarse a la borrasca… superior a los Santos de Oro.
Antes de que pudiera darse cuenta, una energía terriblemente arrasadora pasó por encima suyo, aplastándolo y quebrando su armadura de Bronce como si fuera un vulgar vidrio. Pronto, sintió sus músculos desgarrarse y sus huesos triturarse… iba a morir, como una demostración de que no lo haría. El mundo dio vueltas, deseó que su cerebro se apagara y su corazón dejara de latir. Contempló brevemente la idea de que la vida era la peor característica del ser humano.
Muchas horas después.
Claro que no fue consciente de ello, ni de todo el dolor físico que sufrió, hasta que despertó en un río al este de Turingia, lejos del bosque y el castillo, arrastrado por una fuerza titánica. Le costó recuperar la respiración; aparte de algunos rasguños su cuerpo estaba bien encajado, y su armadura permanecía completa, a pesar de breves cortes que ya estaban sanando y manchas de barro. ¿Había resucitado o solo había sufrido de una ilusión demasiado realista?
Volvió a tierra y contempló el cielo, el lugar al que no podía acercarse. El sol se asomaba tímidamente por el oriente, así que había pasado varias horas llevado por la corriente del río. Ahora amanecía… Ikki sentía una profunda y angustiante tristeza por algo que no conocía, desde el mismo momento que vio el sol, que renacía una y otra vez cada jornada.
Tenía muchas opciones para su próximo paradero, y las contempló todas con abismal pesar. Jamás se había sentido tan inútil en toda su vida, tan solo… era como si le faltara algo importantísimo de su vida.
«Alguien murió». Realmente no sabía qué hacer. Por primera vez en mucho tiempo, tras pensar en un solo nombre, rompió a llorar. Supo quién había muerto sin que hiciera nada por evitarlo. «Murió».
[1] En Alemania, son las 20:30 horas.
[2] Tenyuusei, en japonés; Tianxiong, en chino. En la novela Al borde del agua, es la estrella correspondiente a Lin Chong, el “Cabeza de Pantera”, General de la Armada Derecha.
[3] Tenboosei, en japonés; Tianbao, en chino. En la novela Al borde del agua, es la estrella correspondiente a Xie Zhen, la “Serpiente Bicéfala”, General de la Armada Derecha.
Editado por -Felipe-, 16 marzo 2018 - 19:04 .