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El Mito del Santuario


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807 respuestas a este tema

#41 -Felipe-

-Felipe-

    Bang

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Publicado 31 julio 2014 - 21:22

 

Muy bueno conocer un poco más del patriarca y su forma de manipular las cosas a su favor

Lo que no me queda claro es si la voz que resuena es la de su doble personalidad o la de su hermano gemelo?

 

 

 

 

Recuerda que son DOS VOCES las que le hablan, una de su niñez, y otra muy iracunda, aunque después está última se intercambia con una triste al final... guiño guiño.

 

 

Igual, la idea de este capítulo del Sacerdote en particular era justamente que las cosas no quedaran muy claras...


Editado por Felipe_14, 31 julio 2014 - 21:26 .

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#42 ae86

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Publicado 31 julio 2014 - 22:40

elmultimo capitulobestuvo ilustrativo y denota lo que sucede con saga y porque no puede dominar su doble personalidad .

#43 Patriarca 8

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Publicado 01 agosto 2014 - 22:46

saga debió haber  dejado el alcohol y otros " vicios"   XD

 

La parte que me agrado fue sobre lo de que  DeathMask salvó a la bebé athena.

¿En verdad alguien del santuario se creyó semejante historia?XD

 

 

Esperando los proximos capitulos


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#44 -Felipe-

-Felipe-

    Bang

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Publicado 02 agosto 2014 - 16:29

elmultimo capitulobestuvo ilustrativo y denota lo que sucede con saga y porque no puede dominar su doble personalidad .

Gracias por el comentario, como dije me encantó escribir este capítulo, y eso que no quedó tan delirante como era originalmente, pero la idea era mostrar justamente la situación mental de Saga del Sumo Sacerdote.

 

saga debió haber  dejado el alcohol y otros " vicios"   XD

 

La parte que me agrado fue sobre lo de que  DeathMask salvó a la bebé athena.

¿En verdad alguien del santuario se creyó semejante historia?XD

 

 

Esperando los proximos capitulos

Bueno, la idea era que fuera creíble para todos en el Santuario. Aphro cree que después de ser derrotado, DM salvó a la bebé y Shura mató a Aiolos, ya que como vemos en el prólogo, el español jamás ve a Saori, ya que ésta está adentro de la Caja de Pandora, así que también era fácil convencer a Shura diciendo que DM logró salvar a Athena, pero no matar a Aiolos.

Y en cuanto al cangrejo italiano..., bueno, era cosa de que el Sacerdote le dijera la verdad de lo que pasó, le subiera el sueldo y ya xDDD

 

 

 

Siguiente capítulo.

 

SHIRYU II

 

13:15 p.m. del 26 de Agosto de 2013.

—Señorita, ¿está bien? —escuchó que dijo Jabu a su espalda. También sintió el resonar de las cadenas de Andrómeda a unos metros, y oyó a Seiya toser y maldecir un poco, pero no veía nada. La mansión Kido se había vuelto una humareda, con los carraspeos y jadeos como nuevo sonido ambiente.

Trató de reconstruir los hechos en su cabeza mientras el olor a quemado aún no lo asfixiaba: el asesino enviado por el Santuario, Hyoga de Cisne, les dio problemas hasta que Shun lo ató contra el muro. Trataron de convencerlo sobre las Sombras, y Saori terminó contándole sobre Sagittarius. Luego salió de ella un enorme Cosmos, puro y lleno de esperanza. En ese momento entraron los hombres de negro y...

—¡La armadura! —gritó la intrigante muchacha. Oyó sus pasos correr hasta el librero seguido por dos personas, uno era Jabu, y por el sonido metálico el otro debía ser Shun. Una mano se posó en su hombro.

—¿Te puedes levantar?

—Sí, gracias —le respondió mientras se ponía de pie. Era Seiya.

—¿Qué diablos pasó aquí?

—Sentiste ese miedo también, ¿cierto?

—El anormal, no el de los hombres de negro comunes.

—Sí. Ese hombre estuvo aquí. —Estaba seguro, aquel de quien Seiya afirmó que estaba muerto.

—¿A quién se refieren? —preguntó una voz que forzaba el acento griego. Su Cosmos seguía enfriando el salón como si fuera parte de su respiración.

—¿No te quedó claro con todo esto, imbécil? —le reprendió Seiya con ira. Encendió su Cosmos también, iluminó un poco el salón, pero no lo suficiente para analizar los movimientos de Cisne—. ¿Ahora sí vas a creer que las Sombras vinieron aquí, que controlaron a nuestros compañeros?

—Sentí un... dolor... Tuve náuseas —dijo Hyoga. Se notaba su dificultad de aceptar que tuvo miedo como los demás—. ¿Cuál de ustedes hizo eso?

—¿Nosotros? ¿Aún crees que nosotros...? —Seiya levantó el puño, pero Shiryu lo detuvo justo a tiempo. Ya comenzaba a distinguir mejor.

—Parece ser el líder de esos hombres. Su Cosmos produce esa sensación de miedo, pena y náuseas —explicó Shiryu, más calmado.

—No está, no puedo creerlo, ¡se la llevaron! —Esa era la voz acongojada de la heredera de los Kido subiendo por las escaleras del pasadizo secreto. Vio a Jabu rodeándola con el brazo, y al humo salir por el agujero.

—¡Maldición! Se llevaron la armadura, incluso el cofre, ¡maldita sea!

—¿Cómo pudieron saber que estaba aquí? —preguntó Shun. El chico de ojos verdes extendió las cadenas por el suelo rápidamente, no pareció una acción sin motivo detrás.

—Eso no es lo importante, no deben estar muy lejos, podemos seguirlos.

—Pero Shiryu, ¿acaso viste por dónde se fueron? Porque yo no —dijo Ban ayudando a un mayordomo a levantarse.

—El Manto de Oro de Sagitario le pertenece al Santuario, así que hay que recuperarlo como sea —dijo Seiya. Como supuso, Saori fue la siguiente en hablar.

—¡No, Seiya! Mi abuelo me hizo prometer...

—¡Tu abuelo se robó algo del Santuario! Y no es la primera maldad que comete ese viejo de porqueria...

La bofetada se pudo oír en toda la mansión ya que todos se habían callado. Estuvo a punto de ponerse entre ellos pensando que la discusión seguiría de parte de Seiya, pero hasta su impulsivo compañero se quedó quieto cuando vio a Saori.

—Tú no entiendes... todavía no lo has entendido... —De los ojos esmeraldas de la chica que tanto los había molestado cuando niños, esa niñita presumida que solo sabía vivir rodeada de riquezas, ahora caían lágrimas sinceras, humildes y tiernas—. Mi abuelo no se robó ninguna armadura, sino que se la entregó su dueño...

—¿Qué dices? —Seiya se quedó petrificado, no pudo discutirle. Shiryu iba a pedir más detalles cuando sonó la voz suave de Shun.

—Ya sé por dónde se fueron. —Una de sus cadenas, la que terminaba con un aro, se despegó del suelo por sí misma. Se movía pausadamente de un lado a otro como un péndulo de radiestesia, apuntaba por la ventana hacia el norte, más arriba por la montaña.

Ninguno le preguntó cómo hacía eso la cadena. Seiya pasó al lado de Saori, Shun recogió las cadenas, y Shiryu abrió la ventana, pero el aire frío se hizo presente y los detuvo.

—¡Maldita sea! Tú eres el culpable de todo esto, ¿y ahora nos detienes? —Jabu cojeó hasta Hyoga pero éste se limitó a enfrentarlo con sus ojos glaciales.

—Mi misión era ejecutarlos por romper sus votos. Lo siento, pero no puedo incumplir con mi tarea.

—¿No entiendes que sería injusto? Ni Jabu, ni Ban, ni los demás pelearon por su propia voluntad —trató de razonar Shun.

—Pero ustedes sí. Pegasus, Draco y Andromeda, no estaban bajo el control de nadie, ¿o me equivoco?

—¡Eres un obstinado infeliz! —maldijo Seiya. Golpeó una de sus manos con la otra, empuñada—. Lo hicimos para proteger a los inocentes.

—Las reglas son las reglas. —Su voz no admitía lugar a discusión, estaba determinado como si algo le impidiera fallar. Levantó el brazo derecho y lo cubrió con una capa de hielo—. El Polvo de Diamantes acabará con ustedes de una...

Repentinamente el Santo verdugo cayó al suelo, inconsciente. Un joven de casi dos metros estaba detrás de él con la mano abierta en alto.

—Ustedes tres están en buenas condiciones, así que váyanse. —Geki vino casi completamente vendado, pero su fuerza hercúlea fue suficiente para noquear al Santo de hielo por sorpresa.

—Nosotros nos encargaremos de cuidar a la gente aquí y mantener a este tipo controlado. —Nachi llegó con una muleta pero se arrodilló para comprobar que Hyoga estaba desmayado.

—Gracias.

 

14:00 p.m.

Los tres subieron por la montaña corriendo a toda velocidad. A pesar de haber tenido una difícil pelea contra Hyoga, el hecho de ser mayoría les facilitó no recibir heridas graves. Seiya estaba apurado, no quería que se le escaparan, maldecía a ratos el aún no soportar el Cosmos oscuro de los hombres de negro. Shun los guiaba con la cadena del brazo izquierdo extendida como si fuera un sabueso en plena cacería. Shiryu debía mantener la tranquilidad.

 

***

“Los Mantos de Oro son los más poderosos en el ejército del Santuario, solo deben vestirlos aquellos destinados por las estrellas, los doce hombres más fuertes sobre la Tierra”. Recordó las palabras de su viejo maestro, siempre y sabio y reflexivo, sentado frente a la Gran Cascada como cada día.

—¿Solo ellos? Usted me dijo que las armaduras eligen a sus portadores, o algo así, ¿cómo es posible que no haya alguien tan digno aparte de esos doce? —le había preguntado en esa ocasión, sentado frente a él. Shunrei escuchaba atentamente a su lado mientras preparaba el té; Genbu aún no volvía de su entrenamiento personal.

—Los Mantos Sagrados son seres vivos, Shiryu, como tú y yo. Respiran, sienten, piensan y deciden. Ellos saben quién es mejor para portarlos —le había respondido. Su maestro medía poco más de medio metro y su piel era rosácea. Tenía cabello blanco atado en una típica trenza oriental, larga barba llena de canas y ojos de un verde grisáceo, cansados. Le había dicho que tenía más de dos cientos años, no sabía cómo creerle eso porque seguía totalmente consciente y racional; su sabiduría era impresionante, nunca olvidaba nada.

—Eso quiere decir que solo almas bondadosas pueden llevarlas.

—En teoría, sí —le respondió con una sonrisa triste. Bebió un poco del té que le tendió Shunrei—. Pero en la historia del Santuario siempre ha habido excepciones. Si un hombre malvado tratara de ponerse un Manto de Oro lo más probable es que sería rechazado y abandonado por la armadura, cuya voluntad es algo impresionante. Sin embargo, si ese hombre malvado es más poderoso que la armadura entonces podría someterla.

—¿Más poderoso que un Manto de Oro? ¿Es eso posible, maestro?

—No es algo común, claro, pero sí. Y no se trata solo de poder, sino de voluntad o de emociones. El hombre más puro sobre la Tierra, o el más noble, o el más valiente, pueden ponerse un Manto de Oro sin problemas. Pero también el más impuro o el más iracundo, cruel, triste o despiadado podrían lograrlo, quizás.

—Y si están heridos no pueden resistirse, ¿cierto? —preguntó Shunrei con voz triste. Ella no solía involucrarse en esas conversaciones, pero a su padre adoptivo no le molestaba en lo más mínimo que lo hiciera.

—En ese caso sería más fácil someterlo a su voluntad, como bien dices, mi querida niña. —El anciano maestro le sonrió con dulzura—. Aunque debo decir que los Mantos de Oro son muy difíciles de dominar, y solo hacerles una simple grieta requiere de un trabajo incansable y una fuerza titánica.

—Entonces un hombre de mal corazón tendría problemas para usar una armadura de Oro, eso es reconfortante —dijo Shiryu, bebiendo un sorbo de té.

—Bueno, sí. Pero puede pasar otra cosa, mi joven alumno. Si el usuario está muerto por dentro, puede que la armadura no oponga resistencia.

—¿Muerto? —Shunrei se había llevado las manos a la boca, y Shiryu no había podido dimensionar lo que su maestro dijo en esa época.

 

***

Sus recuerdos fueron interrumpidos por la voz de Shun. Su cadena iba de un lado a otro en distintas direcciones.

—Rayos...

—¿Qué sucede, Shun? No me digas que la cadena se averió. —Aunque lo dijo en tono de mofa, Seiya no sonrió.

—Al parecer se separaron. Derecha, izquierda y adelante. Afortunadamente no pasaron hace mucho por aquí —explicó Shun retrayendo las inquietad cadenas.

—¿Y el Cosmos mayor por dónde se fue?

—Allá. —Shun apuntó a la derecha con la mano herida—. Mi cadena apenas se atreve a ir por ahí. Si lo hace sería solo para matar a uno de ellos.

—El muerto ese debe tener el Manto de Oro, ¡vamos por él! —Seiya ya había empezado a correr cuando Shiryu lo detuvo.

—Espera Seiya, piensa las cosas. Él debe saber que lo estamos siguiendo, tal vez se anticipó y entregó la armadura a sus hombres. Puede darse el caso de que solo lleve la Caja, o quizás solo el yelmo, es imposible estar seguro.

—¿Cómo es posible que Sagittarius les permita hacer eso? —preguntó Shun mirando a lo lejos, a la izquierda.

—Esos hombres son solo sombras, quizás usen algún tipo de artes oscuras... —Luego lo pensó mejor—. O quizás simplemente separaron la armadura en partes. Así sería mucho más fácil dominarla.

—De acuerdo, entonces nos dividiremos. Yo voy tras...

—Ni lo pienses, Seiya —lo interrumpió—, sabes muy bien que estás bastante iracundo, y de los tres, saliste el peor parado de la pelea con Hyoga. Déjamelo a mí, tú ve adelante, y Shun a la izquierda.

—Pero...

—Nada de peros. Interróguenlos. Si muestran intenciones de dañar a alguien habrá que matarlos, pero primero hay que sacarles la información.

Nadie le discutió más.

 

15:40 p.m.

Había corrido lo más rápido que podía. Sin la cadena de Shun solo podía guiarse por su instinto, ya que cada vez que le preguntaba a algún civil, y después de explicarles que la armadura no debía intimidarlos, estos le respondían que no habían visto a nadie. Ni una sombra. Así que tenía que cubrir mucho espacio en poco tiempo, corriendo sin detenerse.

Cuando pasaron casi dos horas, comenzó a sentir un Cosmos extraño cerca de la bahía. Era intimidante y amenazador, cargado de rabia y pena al mismo tiempo, un sufrimiento inhumano... Era él.

Antes de acercarse más al puerto ya viciado con esa aura espeluznante, tenía que prepararse mentalmente. No podía llegar y caer de rodillas, debía mantenerse con el Cosmos en alto, ser fuerte. “Cuando te aflijas, pide a una luz que te envuelva en la oscuridad” decía su maestro. Dejó que su aura lo cubriera, era de color jade, que según su maestro implicaba calma y sapiencia. En su mente se repitió una y otra vez que a los muertos no había que temerles.

Los barcos se cargaban con distinta mercancía. Se veían marineros y turistas por doquier, pero todos cabizbajos. Avanzó hacia el muelle, donde se amontaban los contenedores, hasta que el fuego se encendió.

Todo sucedió de manera rápida y brusca. Sobre uno de los contenedores había alguien sentado y cubierto por llamas negras, no podía distinguirlo. Apenas hizo arder ese fuego los turistas empezaron a llorar desconsolados, algunos gritaron de dolor, y al rato todos estaban corriendo lejos del muelle. Incluso los marinos se mostraron desesperados por bajar de los buques como si tuvieran ataques de pánico, sudaban copiosamente, se arañaban los brazos y las sienes.

—¡Largo! No se queden aquí, ¡váyanse! —gritó Shiryu con todas sus fuerzas, aunque éstas también mermaban al ritmo que se acercaba al hombre de negro, a esa cosa cubierta por flamas oscuras que se elevaban verticalmente y danzaban sin cesar. Unos policías cercanos corrieron alertados por la multitud desesperada, pero a metros de los contenedores, se voltearon y escaparon a la bahía para vomitar. Se desmayaron. El Cosmos de la Sombra seguía incrementándose, Shiryu notó que le costaba cada vez más avanzar. «¿Cómo es posible que un humano produzca esto?»

Dragón, acércate —dijo una voz muy grave, tanto que Shiryu se preguntó cómo pudo siquiera entender una de sus letras. Pareció venir de bajo tierra y al mismo tiempo de toda la bahía. El hombre en llamas ardía más y más con fuego negro, sentado sobre el contenedor, y recién en ese momento Shiryu distinguió una Caja de Oro en el suelo, apoyada contra el depósito.

—Tú eres quien se robó la armadura..., te pediré... —dijo con titubeo, notó el miedo apoderarse de su cuerpo, corazón y alma—...que la... devuelvas, sea quien seas.

¿Pedir? —A la pregunta siguió la risa más tétrica que Shiryu escuchó en su vida, la risa del mismísimo demonio producida por la imaginación de cualquier humano de carne y hueso, burlesca pero cargada de desprecio.

—¡Si quieres pelear conmigo, ven e inténtalo! —pero había otra pregunta que no se atrevió a emitir hasta ese momento, no pudo evitar soltarla—. ¿Quién eres?

Eso no se pregunta, Dragón.

—Deberías tener otras preocupaciones.

Las nuevas dos voces no provenían del hombre de fuego, sino que de un par de Sombras envueltas en armaduras negras. Eran idénticos, ocupaban antifaces en el rostro, y colas oscuras en sus espaldas. El líder, sobre el vagón, levantó el brazo, y reveló poseer un yelmo dorado adornado con alas en los lados y una punta de flecha en el frontis.

El cielo, hasta hace un momento azul, se cubrió de sombras como si le robaran toda su luz. Los gritos de los civiles se incrementaron por el miedo, y la noche se asomó casi a las cuatro de la tarde. Ambos hombres de negro lo atacaron al mismo tiempo pero levantó el brazo izquierdo para bloquearlos. El par chocó y rebotó hacia atrás con la fuerza repulsiva del escudo. Aunque los buques se alejaban de prisa de la bahía, había uno que por el contrario se acercaba. Y no era un navío como los demás, parecía casi un barco fantasma, negro y con velas oscuras rasgadas, completamente fuera de época.

«Viene por él». Tenía que actuar rápido, acabaría con ellos con la técnica con la que había vencido a Nachi. El Dragón Volador[1] era el arma más básica del arsenal ofensivo del LuShanRyu, le permitía distribuir su energía en partes iguales, cubriendo íntegramente su cuerpo. Como un dragón iracundo que devora a la presa que tiene frente a él, Shiryu saltó en horizontal y chocó contra una de las Sombras destrozándole el rostro con el puño. Su compañero intentó aprovechar la oportunidad para derribarlo, pero logró esquivar su patada y le dio con la rodilla en el estómago. Volvió a cargarse con Cosmos y le dio el mismo fin que al primero. Era el momento de usar el impulso del dragón, no podía detenerse por el temor, así que arremetió velozmente contra los contenedores donde el hombre de negro esperaba con la cabeza degollada de Sagittarius bajo el brazo.

El espectro bajó de un salto cuando lo tuvo a dos metros, y al tocar con los pies el muelle la distancia se redujo a centímetros. Sin embargo el puño de Shiryu colisionó contra el depósito haciéndolo pedazos, y sus ojos vieron como el ser infernal se desvanecía entre las llamas que pasaban por sus lados. Oyó una risa agonizante detrás de él, y se giró velozmente a la vez que daba una patada. La Sombra lo esquivó con facilidad dejando un rastro de fuego negro nauseabundo con el movimiento, era imposible ver bien su apariencia por el fuego que lo cobijaba y la sorpresiva noche sobre Tokyo. Sin embargo, sí logró percibir como de su puño ardiente salió una ráfaga de energía, negra y furiosa, directo a su cara. Levantó el escudo a toda velocidad, y aunque logró bloquear el impacto, no pudo evitar ser arrojado contra el agujero que le había hecho al contenedor, metiéndolo a su interior cargado de bloques de madera que le hubieran roto la espalda de no ser por la gruesa armadura.

Alcanzó a notar un poco al hombre de negro, su yelmo poseía en su frente un adorno que asemejaba a unos cuernos, y en el rostro llevaba un antifaz. Una sonrisa se apareció entre las llamas y Shiryu se dio cuenta que en ese pequeño espacio era un blanco fácil para un ataque directo. El espectro levantó con rapidez y brusquedad inhumana el brazo, abrió la mano y soltó un potente y feroz Cosmos sobre el depósito como un pájaro de rapiña solitario que acaba de encontrarse con un multitudinario banquete de cadáveres.

El Dragón alzó el escudo y concentró toda su aura allí. El Dragón Eterno[2] sería útil para protegerlo, aunque se le despedazaran las piernas por la falta de energía allí. La pequeña celda en la que estaba se llenaba de fuego negro y humo que le cocía los ojos. Cayó de rodillas pero usó toda su determinación y sus fuerzas para mantener el escudo erguido, el que se había transmutado en una coraza de diamantes.

Patético, Dragón —dijo la voz inhumana y sombría.

—Silencio, ¡no caeré aquí! —Shiryu desvió con el férreo escudo el ataque de su oponente hacia arriba, agujereando el techo de acero.

Saltó a través del hueco y descendió sin perder tiempo, pero el Dragón Volador vio a su presa desvanecerse entre las sombras otra vez, y un extraño y angustiante cosquilleo se asomó en su frente.

—El Manto de Oro de Sagitario solo le puede pertenecer a alguien con un Cosmos invencible, alguien que no tema a nada, como nuestro líder. —Una nueva Sombra se apareció hablando con orgullo. Su Cosmos era mayor al de los demás, y llevaba una armadura que aunque igualmente negra, era distinta en diseño a las demás. Tenía un yelmo adornado por un cuerno, hombreras largas, un peto de tres piezas...

«Es igual a la de Jabu».

Unicornio Negro... —saludó con tono monótono el hombre en llamas.

—Señor, su barco ha llegado. —Shiryu vio que la Sombra, un hombre de largo cabello rojo y piel oscura, traía algo bajo el brazo. Dorado, adornado con detalles florales y una flecha marcada en la muñeca...

«Es el brazal izquierdo de Sagittarius, como supuse lo separaron». No perdería más tiempo; mientras conversaban con susurros, encendió su Cosmos, imponiéndose sobre el temor y las dudas. Para deshacerse de ambos debía arriesgarlo todo.

 

***

—El Dragón Ascendente[3] es la máxima técnica del LuShanRyu que tienen permitido utilizar, requiere de todas sus fuerzas y sus Cosmos elevados al límite. Pero siempre que la ejecuten deben tener en cuenta sus precauciones —le había dicho su maestro a él y a Genbu varios años atrás. Era la técnica con la que uno de ellos obtendría a Draco—. Cuando la utilicen, el Dragón nacerá desde lo profundo de su cuerpo hirviendo como un volcán en erupción, sus músculos del vientre deberán ser capaces de soportar la altísima presión. En eso vamos a entrenar estos meses, pero jamás podrán evitar que su sangre corra en sentido contrario tratando de salir por cualquiera de sus poros.

 

Shiryu levantó el puño izquierdo y tensó el derecho hacia atrás al mismo tiempo que endurecía sus abdominales, abría las piernas y las mantenía firmes sobre el suelo distribuyendo su propio peso. Sintió su sangre arder.

 

—¿La sangre saldrá por nuestros poros? Debe ser una técnica peligrosa —había dicho Shiryu en esa ocasión.

—Con un gran poder vienen esos riesgos, nos entrenamos para soportarlo, ¿no es así, maestro? —había preguntado Genbu, más confiado en sus habilidades.

—El Dragón Ascendente es muy potente, los hará capaces de revertir el curso de esta Gran Cascada a mis espaldas, pero tiene un gran riesgo. Como la sangre tratará de alejarse de su pecho y estómago por culpa del sistema defensivo del cuerpo humano, el corazón, la batería principal sanguínea, quedará vulnerable por unos momentos. Un golpe dado a esa zona no debería ser tan riesgoso si llevan puesta una armadura aunque sea de Bronce, pero al utilizar esa técnica el peligro se eleva: si los golpean en ese momento y lugar sería potencialmente fatal, incluso si llevaran una armadura de Oro. Por eso solo deben usar esta técnica una vez contra cada enemigo, ya que después el rival podría ser capaz de notar esa debilidad del Dragón Ascendente.

 

***

Shiryu se movió lo más velozmente que pudo, solo ese golpe bastaba. Arrojó el brazo derecho hacia arriba con todas sus fuerzas, oyó al dragón rugir y lo vio elevarse hacia las alturas violentamente como si despertara de un largo letargo y buscara alcanzar la luna a toda prisa. El Cosmos hirvió en sentido vertical y atrapó a ambas Sombras, pero solo escuchó el grito de dolor del Unicornio Negro.

Aquí nos despedimos, Dragón. —Esta vez lo pudo ver claramente, las llamas desvanecidas por el rugido del dragón y el antifaz en pedazos. Tenía piel, se notaban sus huesos y carne, una cicatriz cruzaba su rostro...

Lo recordó. Su niñez. Lo recordó..., pero en ese instante sintió un fuerte dolor en el pecho, en la zona del corazón. Vio como la Sombra atravesaba con su puño la durísima coraza del torso, y sonreía al sacarlo. De las placas de jade salieron llamas y sangre... el Dragón se acostó de nuevo, las sombras se cruzaron por sus ojos y el silencio fue lo único que escuchó...


[1] Ryu Hi Sho en japonés.

[2] Eien Ryu en japonés.

[3] ShoRyu en japonés.


Editado por Felipe_14, 23 julio 2015 - 18:04 .

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#45 -Felipe-

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Publicado 02 agosto 2014 - 23:55

Se me olvidaba, aparte del Shiryu chapter, pongo la imagen del maestro de Shun, Daidalos de Cefeo también, que apareció en sus flashback. Debo decir que es una de las que menos me ha gustado, pero soy obsesivo, asi que la publico igual xDDD

 

ARREGLADA!!

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Editado por Felipe_14, 09 marzo 2015 - 19:30 .

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Publicado 03 agosto 2014 - 17:58

Me agrado la pelea de Shiryu y los caballeros negros,lo que no me agrado mucho fue la cara

de Daidalos aunque su armadura si te quedo bien XD


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#47 -Felipe-

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Créeme, DETESTÉ como me quedó la cara, pero no me dieron ganas de arreglarlo, también Misty me quedó muy mal, lo dibujé el mismo día, no estaba nada inspirado xD

 

Bueno, la continuación del capítulo de Shiryu, ahora protagonizado por Don Burro con Alas. A este punto debo decir que me siento bastante "orgulloso" de haber metido la mayoría de las peleas del Galaxian Wars, sin usar el torneo en sí. Geki vs Seiya, Hyoga vs Ichi, Shun vs Jabu, Ban vs Jabu... solo me faltó el Shiryu vs Seiya (porque no vi cómo hacerlos combatir entre sí, sin motivo), y el Nachi vs Ikki porque el Fénix no ha aparecido.

 

SEIYA IV

 

16:35 p.m. del 26 de Agosto de 2013.

No se veía gente ahí, parecía que habían huido. Le dolía el brazo izquierdo, le agrietaron la hombrera, pero Seiya sostenía en su mano firmemente la manopla derecha dorada que le habían quitado a Sagittarius, los cinco dedos intactos, y ahora tenía sus ojos puestos en una segunda y tercera parte. Ambas idénticas si eran puestas contra un espejo, enormes si se desplegaban, doradas como el mismo sol. Dos hombres de negro llevaban las alas de Sagittarius.

Uno de ellos tenía una gigantesca cabeza de pez por hombrera, el otro parecía tener pequeñas alas transparentes. Seiya los estudió un momento: otra vez eran imitaciones, tal como el que minutos atrás llevaba el Manto de Ban, pero totalmente oscuro. Se había presentado como el León Negro, aunque lo derrotó antes de pedir detalles, cuando sintió algo mal con el Cosmos de Shiryu.

—Oigan ustedes, ¿qué se supone que son?

—¿Nosotros? Somos Sombras, por supuesto —dijo el de las alas.

—Necesitamos que nos des lo que le quitaste al León. —El otro destacaba por tener una mandíbula enorme y ojos y cabello tan negros como todas las Sombras.

—¿Se refieren a esto? —Seiya mostró la manopla que había ganado gracias al Meteoro, y luego la guardó nuevamente en el cinturón—. Vengan a quitármela y les pasará lo mismo que a su compañero.

—No tienes opción, Pegasus. Yo soy el Pez Volador Negro, y él es el Pez Austral Negro, llevamos Mantos Negros que...

—Sí, sí, entiendo, el negro los hace ver delgados, está bien... —Seiya estaba demasiado preocupado por su compañero y las extrañas fluctuaciones en el Cosmos que había sentido como para esperar toda la presentación—. He visto esos Mantos antes en el Santuario, le pertenecen a Santos de Bronce. Las suyas son réplicas baratas, ¿o me equivoco?

—A las Sombras no se nos permite llevar armaduras reales.

—Por eso se construyeron estos Mantos Negros para poder combatir en igualdad de condiciones contra ustedes y conseguir nuestro objetivo.

—El que por cierto ya logramos. Mientras hablamos, nuestro líder posee la mayor parte de la armadura de Oro y ya venció sin problemas a uno de ustedes. —El Pez Volador dio un paso adelante mientras extendía las alas. Soltaron las partes de Sagittarius que tenían en las manos.

«Ya veo, era verdad lo que sentía. Debo ayudar a Shiryu».

Como respuesta a las amenazas de ambas Sombras, Seiya soltó una carcajada natural, sincera, pero bastante molesta que salió del fondo de su alma. Los hombres de negro se miraron uno al otro, y el Pez Volador lanzó una ráfaga de energía oscura que Pegaso esquivó sin ningún problema.

—¿¡Qué demonios te pasa, infeliz!?

—Lo siento, lo siento, es solo que me acordé de algunas clases con mi maestra, era muy estricta, je, je.

“Los Mantos Sagrados están vivos, no lo olvides, no son simples piezas de metal” le escuchó decir una de las veces que logró mantenerse despierto.

—Perdiste la razón. Eres un Santo contra dos, no tienes posibilidades.

—¿¡Santos!? Por favor no me hagan reír más. —Seiya encendió su Cosmos, luminoso y vigoroso, le irritaba que hablaran así—. Yo soy un Santo que entrenó por seis años para ganarse a Pegasus, mi compañero de batallas, mi amigo. Lo oigo respirar y hablar, lo siento pensar, cosa que no pasa con sus chatarras negras.

—Silencio, infeliz —Pez Volador Negro dio un salto y se arrojó planeando contra Seiya, quien se agachó para dejarlo pasar por encima. El Pez Austral Negro aprovechó para atacar con un fuerte puñetazo que le dio en la mejilla, pero no se rindió. Con un rápido giro de piernas logró estamparle una patada en la espalda.

—Ustedes no son nada más que sombras, imitan a verdaderos Santos.

—¡Tenemos tanto o más Cosmos que ellos! —el aire cambió cuando Pez Volador volvió a arremeter por detrás.

Seiya recordó a su instructora, la más veloz Santo de Plata, y a su amigo Aiolia, un increíble guardia del Santuario en quien siempre sintió un Cosmos sorprendente, aunque no lo demostrara.

—Los Santos de verdad no tienen las almas podridas como ustedes, ¡y definitivamente jamás atacan por la espalda! —Seiya se volteó con la mayor velocidad que pudo y atacó con múltiples puñetazos de luz en el menor tiempo posible. Logró dar sesenta en el instante en que Pez Volador aterrizó con la armadura destrozada a su lado—. Los verdaderos Mantos son más resistentes.

Seiya sintió repentinamente cómo le rasguñaron la cara de un soplido, también recibió cortes en su ropa y en la propia armadura. Eran garras.

—¿Quién hizo esto? —Vio como Pez Austral se hizo a un lado para darle paso a un tercer hombre de negro. También llevaba un Manto Negro único, éste lo reconoció de inmediato.

—¿También te quedaste? —le preguntó el de la gran mandíbula.

—Sí, aunque ya estaba en la cubierta del barco. Unicornio Negro se murió, así que vine a recuperar la parte que perdió, me bajé a mitad de camino.

El nuevo tenía una horrenda cara de sádico, una mueca de satisfacción y orgullo, eso le hizo enfurecer más.

—Pues ve, yo me encargo de esto.

—Vine primero aquí porque pensé que tendrías problemas. —Hizo un gesto al Pez Volador destrozado en el suelo, sin un rasgo de ninguna emoción en el rostro.

—¡Oye tú! —le llamó la atención Seiya—. Ese Manto es Lynx, ¿cierto?

—¡Ah! ¿Me conoces?

—No a ti, imbécil, al verdadero dueño. El Santo de Bronce más respetado en el Santuario, Retsu, ¿cómo te atreves a usar su misma armadura? —«Y una técnica muy similar...»

—No conozco a ningún Retsu, la verdad. Y no me gusta tu tono tampoco, mis garras acabarán contigo. —Con las manos asemejó la forma de un mordisco, y al juntarlas un torbellino de cortes se propagó por el aire.

Seiya concentró su Cosmos de manera defensiva y usó los brazos para protegerse, aunque no consiguió salir totalmente ileso. Antes de recibir un golpe del Pez Austral Negro en la cara, vio que el Lince también llevaba una parte de Sagittarius y la había dejado detrás de un árbol. Era suficiente, a veces había que atacar para defenderse, y su instructora lo había entrenado especialmente en la velocidad. Podía acabar con su enemigo.

Pero el Pez todavía daba problemas. Seiya se lanzó al suelo y rodó hasta acercarse rápidamente al hombre de boca grande, lo enfrentaría directamente. Si algo había descubierto de todo el embrollo es que aquellos con armaduras únicas no eran capaces de utilizar la Ilusión Diabólica como esos que parecían Sombras de producción en masa, o si no ya alguno la habría ejecutado. El verdadero Manto de Pez Austral siempre había sido de los más robustos, pero una imitación negra seguía siendo solo cartón para Seiya.

—¡Cuidado, Pez imbécil! —exclamó el Lince.

—No te atrevas, Pegaso —amenazó el rival, y concentró su Cosmos para dar un violento golpe en la nariz de Seiya, quebrándosela. Sin embargo eso no lo detuvo, y Seiya cargó a toda velocidad para atravesar de un puñetazo el peto del hombre de negro, acabando con su vida. No importaba si daba golpes más fuertes, la diferencia entre su Cosmos, potenciado ofensivamente con el de su fiel Pegasus, comparado con la resistencia de un Manto Negro hacía evidente el resultado.

Velozmente tuvo que reaccionar con otra defensa para protegerse de la lluvia de golpes que le arrojó el Lince Negro. Solo vio a Retsu una vez, ya que entrenaba a jóvenes como él en la lejana Argelia, pero bastó para verlo entrenar su técnica. La llamaban Huracán de Garras[1], y según Marin no utilizaba el mismo principio que el Meteoro ya que lo que provocaba el daño, más que el movimiento de sus manos, era la onda de choque que se producía en la fricción con el aire. Por lo tanto solo debía ser más veloz que él para superar esa corriente si es que la técnica de Lince Negro se basaba en el mismo principio, y parecía ser el caso.

Por un breve instante tuvo que dejar que las garras le dieran de lleno mientras cambiaba de postura y su Cosmos se volvía ofensivo, lo cual le provocó heridas graves y profundas. La sangre manchó la armadura azulada y el mismo Pegasus sufrió cortes, lamentó tener que sacrificarlo así durante ese parpadeo de tiempo. Seiya arrojó con todas sus fuerzas el Meteoro: con el primer segundo alcanzó setentaiocho golpes y superó limitadamente el ataque del contrincante. Lince Negro volvió a morder con los brazos, el método de la técnica le permitió esa facilidad, pero Seiya respondió aumentando la velocidad en el segundo impacto alcanzando noventa golpes. Cada puñetazo de luz chocó contra las ráfagas cortantes de aire, las pulverizó y pasó a través del cuerpo y la armadura oscura del usurpador, borrándole la expresión arrogante del rostro para la eternidad.

 

16:50 p.m.

No se preocupó de los tres cuerpos que dejó tirados, no fue el momento. Sintió el Cosmos de Shiryu debilitarse de golpe, el hombre que lo había ayudado más de una vez desde que llegó a Japón. Tenía el tabique roto y la nariz manchada de sangre, le costaba respirar. También tenía los pulmones dañados por tantos golpes en la espalda, heridas graves en el torso y piernas, y cuatro macizas piezas de un Manto de Oro en su espalda.

«De acuerdo, la manopla y el cinturón no son tanto problema, pero los dioses quieran que nunca lleve estas alas tan pesadas en mi espalda» pensaba mientras se acercaba lentamente a la bahía donde el Cosmos aterrador se había concentrado tan potentemente que con cada centímetro que recorría veía más personas desmayadas; ninguna estaba herida pero expresiones de miedo horripilante adornaban sus rostros.

Sus ojos se toparon con un hombre de negro muerto en el muelle, cerca de un contenedor. Su casco cornudo era lo único que seguía más o menos intacto de su Manto Negro... Y de repente se encontró con un joven de largo cabello negro y armadura esmeralda, de espaldas, hundido en un mar escarlata.

—¿Shiryu? —Seiya notó una horrenda herida en el pecho, en la zona del corazón, y se olvidó del peso de las placas doradas—. ¡Shiryu, maldición!

Corrió con todas sus fuerzas. La falta de aire casi lo mata pero aun así llegó y se arrodilló cerca de su compañero de infancia. Tenía los ojos cerrados y una herida del tamaño de la punta de un dedo en la frente, pero eso no era nada comparado con el agujero que tenía en el torso. Le puso los dedos índice y corazón en el cuello y palpó, se relajó un poco al saber que aún vivía, pero los latidos eran cada vez más intermitentes y lejanos uno de otro, se detendrían pronto si no hacía nada.

«Él supuso que pasaría esto, me obligó a ir por otro lado aunque yo quería venir aquí a pelear con ese zombi. ¿Cuántas veces quieres salvarme, Dragón?». Hizo el ademán de levantarlo pero no sabía qué tan grave era la herida, podía empeorarla solo con moverlo... «No soy un maldito doctor, ¡con un demonio!»

Podía ir por ayuda, pero él mismo apenas podía moverse y cargaba con cuatro piezas de Sagittarius encima. Incluso si decidía arriesgarse con la gravedad de la herida llevándose a Shiryu a un hospital, no podía dejar las partes del Manto de Oro así como así en la bahía, y no podía cargar todo junto. Saori necesitaba recuperar la armadura...

—¿Pero qué estoy pensando? ¡Al diablo con lo que quiera esa chica, no dejaré que mueras por mi culpa, Shiryu! —Dejó las piezas doradas en el suelo y pasó el brazo de Shiryu, cubierto por el escudo, por su cuello para levantarlo. Al erguirlo, vomitó sangre y ocurrió lo que no deseaba—. Oye, ¡no hagas esto!

La desesperación se empezó a apoderar de Seiya y no tardó en aumentar, oyó los latidos de Shiryu disminuir su ritmo hasta casi detenerse. ¿Cómo podía ayudarlo?... Más aún, ¿por qué se preocupaban tanto uno por el otro si apenas se conocían? Los Santos mueren en batalla, es natural, pero había algo que sentía que los conectaba y que los obligaba a ayudarse en el futuro. No solo ellos, Seiya también tenía esa extraña sensación con Jabu, Geki y los demás. Escuchó el sonido de los eslabones de cadenas al momento que volvió a recostar al Dragón.

—Seiya, ¿qué...? ¡Oh no, Shiryu! —dijo Shun arrodillándose junto a él después de lo que pareció una gran carrera. Cargaba con dos piezas de Sagittarius, la manopla izquierda y una muslera. Tenía manchas de sangre en el rostro y en las manos, sus brazales estaban seriamente dañados, pero su rostro gentil y compasivo se mantenía intacto como si nunca hubiera conocido una batalla—. ¿Está...?

—No, aún no, pero parece que le dieron un fuerte golpe en el corazón, está a punto de detenerse.

—¿Quién pudo haberlo dañado así? Draco es uno de los Mantos de Bronce más duros que hay, se nota a simple vista. Shiryu debió dejar totalmente desprotegida su defensa para que algo así pasase. —Su tono de voz sonaba afligido y triste, como si le costara presenciar eso.

—¡No sé cómo pasó, Shun, pero hay que hacer algo!

—Sí, lo sé pero... —el Santo de la constelación de Andrómeda se calló unos segundos que se hicieron eternos. Algo meditó, tal vez recordó, no era importante mientras fuera útil.

—Shun, no lo oigo, ¡no oigo su corazón! —Seiya palpó con más fuerza el cuello de Shiryu como si los latidos volvieran de esa manera, pero no sabía qué más podía hacer.

—¿Qué? —Andrómeda contrajo su rostro de golpe, pero luego recuperó el control otra vez—. E-está bien Seiya, creo que podemos hacer algo. Mi entrenamiento no fue muy útil en este sentido, creo que estás más preparado que yo para... para...

—¿¡Para qué, Shun!?

—¿Puedes imitar el golpe que Shiryu recibió estudiando la profundidad de la herida? ¿Puedes replicarlo con la misma fuerza?

Apenas Shun terminó de formular la pregunta la mente de Seiya se aclaró, y recordó lo mismo que aparentemente su compañero había aprendido alguna vez en su propio entrenamiento. Marin se lo había dicho: si un Santo recibe un golpe letal en el corazón, otro Santo puede devolverle la vida si lo golpea con la misma potencia dentro de los tres minutos que le siguen a cuando se le detienen los latidos, en el lado adverso del cuerpo. Debía ser cosa del destino que no tardaran en llegar al muelle, y apenas podía creer que recordara algo así tan nítidamente.

Se levantó de golpe olvidándose de sus problemas de respiración y las heridas de su cuerpo. Shun entendió de inmediato sus intenciones, se puso en pie también y se arriesgó a alzar a Shiryu acomodándolo sobre su pecho, sujetándolo fuertemente con los brazos a pesar de que la sangre de su boca manchaba de escarlata el Manto Sagrado de Andrómeda.

—No se te ocurra soltarlo, Shun. —Seiya reunió su Cosmos en su puño.

—Jamás, Seiya, ¿pero estás seguro de poder usar la misma potencia? Si te equivocas... —lo matarás era lo que seguía después del silencio.

—Por supuesto. Como dijiste, estoy entrenado particularmente en el tema de los puñetazos, solo necesito... —Su vista se nubló, se le tambalearon las rodillas, sus fuerzas flaquearon...

—¡Seiya!

—¡Rayos, no me vengas con esto ahora, cuerpo! —Jamás se había percatado de cuanta fuerza de voluntad poseía. Para su alma debía ser un caso de la importancia máxima, ya que sus piernas recuperaron el vigor y se clavaron al suelo, sus ojos se enfocaron en la espalda del Dragón.

—Muy bien —sonrió Shun, cerró los ojos y bajó la voz, como si susurrara—. Draco, abandona el cuerpo de Shiryu por unos segundos, por favor.

Ante la sorpresa de Seiya, la armadura obedeció las tiernas palabras del chico pelirrojo sin vacilación. Un dragón de jade metálico se formó cerca del muelle esperando silenciosamente el resultado del rescate; sobre la espalda de su dueño solo se veía la camiseta púrpura y...

«¿Qué diablos es eso? Debo estar enloqueciendo, a través de su ropa veo un dragón traslucido... ¡Se está desvaneciendo! ¿Cuánto tiempo ha pasado ya?»

—¡Da tres pasos atrás primero, idiota, o lo romperás en trizas! —gritó alguien con voz fría como témpano, detrás de él. Seiya no pensó en buscar la identidad del sujeto, ni saber de dónde vino, obedeció a toda velocidad. Se movió un metro hacia atrás y se arrojó hacia adelante justo después. No podía dudar, no podía fallar, no podía desconcentrase, no podía dejarlo morir...

Lo próximo que vio, después de sentir por un suspiro de tiempo su puño contra una espalda durísima, fue a Shun y Shiryu volando por los aires y estrellándose violentamente contra uno de los gigantescos depósitos que llevarían los barcos que habían huido por el Cosmos siniestro. Los golpeó con tanta fuerza que ambos compañeros quedaron dentro de la pieza de metal.

—Shun... ¡Shun, háblame! ¿Qué pasó con Shiryu? ¡Oye, Shun! —Apenas podía mantenerse en pie, pero tenía que hacerlo el tiempo suficiente para saber que el Dragón estaba bien, que no se había peleado con el muerto muriendo en su lugar.

—Está...—Shun asomó su cabeza por el grueso cubo de acero. Aún sostenía a Shiryu, palpó con sus dedos su cuello y finalmente sonrió con la dulzura de la victoria—. Parece que lo lograste, oigo perfectamente los latidos del Dragón, Seiya.

Seiya usó sus últimas energías para correr hacia ellos y llamó a gritos al Dragón, quien abrió los ojos lentamente recuperando las energías con las facultades que entregaba el Cosmos.

—¡Shiryu! Oye, aquí estamos, no te vayas a...

—¡Escúchame, Seiya! —interrumpió bruscamente el joven de temblorosos y llorosos ojos verdes. Tenía una mirada desesperada, lo asustó horriblemente, había miedo en cada poro de su piel—. Seiya... Shun, discúlpame, no deberías oír... Él era...

—¿Shiryu? —La cara de Shun también indicaba profundo terror, la situación no era la que se esperaba de alguien que escapaba de las garras de la muerte.

—¿Qué pasa? ¡Dime qué pasa, Shiryu!

—Seiya, ese hombre... Shun... ¡Ese hombre era Ikki!


[1] Resso Shippo en japonés.

 

 

 

------

 

Y aún así me las ingenié para meter el final del Dragón vs Pegaso xD

Y sí, usaré a Retsu. Deal with it!


Editado por Felipe_14, 23 julio 2015 - 18:05 .

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#48 carloslibra82

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Publicado 04 agosto 2014 - 00:09

Me encantó la forma en como adaptaste la salvación de shiryu a manos de seiya. Calzó perfecto. Continúa así, esperando con ansias el próximo capítulo!!



#49 ae86

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Publicado 04 agosto 2014 - 13:29

mme gusta mucho como narras , muy buena descripcio felipe_14 . 



#50 -Felipe-

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Publicado 05 agosto 2014 - 16:28

Muchas gracias a ambos comentarios :D

 

AIOLIA II

 

20:15 p.m. del 26 de Agosto de 2013.

El Santuario estaba tranquilo ya, después de tanto ajetreo y movimiento durante la mañana y gran parte de la tarde. Algunos guardias aún conversaban sobre lo que había pasado, ignorantes de los motivos, pero testigos importantes de las consecuencias. Todos los Santos del Santuario habían recibido esa carta. Un par de ellos conversaba sobre la situación sentado sobre unas escaleras, sin vigilar nada en particular. Lo iba a dejar pasar hasta que oyó cierto nombre.

—Dicen que el japonés estaba entre ellos...

—¿Qué japonés?

—Ya sabes, el del otro día, el que venció a Dante.

—¡Ah, Seiya! Lo recuerdo, no sé si se merecía la...

—¡Ustedes! —llamó la atención alzando la voz.

—¡Se-señor Aiolia! —A veces le hacía gracia ver cómo reaccionaban ante su presencia, levantándose bruscamente, juntando los pies con rapidez e inflando los pechos. Esta era una de esas veces.

—¿Qué hacen aquí? ¿Acaso no tienen que estar cumpliendo sus tareas?

—¿Tareas? —preguntó uno a quien le corría el sudor por la frente.

—Sí, ya saben, lo que hacen los vigías del Santuario. ¿Qué era? Lo tengo en la punta de la lengua... algo como... ¡vigilar! —La última palabra la gritó con todas sus fuerzas. Si hubiera llevado el yelmo habría salido con eco, pero desde hace muchos años que no vestía de oro afuera de su Templo. Más o menos desde que conoció al japonés del que hablaban los guardias.

Mientras ambos centinelas corrían a retomar sus deberes, se preguntó cuál era la razón de que le ocultara la verdad a Seiya. Se había encariñado mucho con ese chico, era cierto, se reflejaba en él como niño, pero lo que le escondió por seis años era importante, anti protocolar, ya que lo correcto era que se comportaran como superior y alguien de bajo rango, no como amigos o iguales. Quizás tener esa relación era lo que no deseaba. Después de todo, los Ochenta y Ocho luchan por los mismos motivos, y él nunca fue un fanático de las reglas y las etiquetas.

«¿Por qué hiciste esto, Seiya?» En realidad sabía que algo estaba mal, le parecía absurdo que siete Santos de Bronce japoneses con sus Mantos recién obtenidos se enfrentaran entre sí exactamente en el mismo lugar. Le habían dicho una vez (quizás Milo) que los Santos no cuestionan ni juzgan, solo obedecen, pero a estas alturas de su vida no podía creer eso, si tenía que rebelarse lo haría. De hecho lo hacía a menudo, recordaba cuánto se lo habían criticado cuando fue a combatir contra Hyperion, diez años atrás, sin avisarle a nadie para salvar Rodrio. Así que si Seiya se parecía a él, y se había sublevado contra las órdenes del Santuario, tenía que haber un motivo, algo debía haber pasado en Tokyo.

Lo cierto es que ahora le preocupaba aunque aparentemente no habían cumplido con la sentencia. El Cisne debió fallar, ya que no recibieron noticias suyas ni se reportó. Sin embargo eso traía consigo algo peor: los Santos de Plata tendrían su turno, y mientras se acercaba al Reloj, el cual llevaba seis años sin encenderse, se topó con uno de ellos casualmente al pie de la torre.

—Asterion.

—Aiolia.

Vestía su Manto de Plata tan brillante como la luz de la luna, con el yelmo de galgo bajo el brazo dejando libre su cabello negro. Era delgado, de estatura media. Tenía un rostro afilado y nariz puntiaguda. La capa blanca ondeaba con el viento de Atenas, sus ojos verdes lo miraban fijamente. Su armadura estaba compuesta de triángulos superpuestos y distinguía por sí misma la cabeza de perro en su pecho.

Y ya había comenzado con su truco, era bastante directo.

—Sal de mi mente, Sabueso, ¿no tienes respeto?

—Todos los Santos son capaces de hablar a través del Cosmos —contestó sonriendo sin rastro de culpa.

—Lo que tú haces no es hablar, es infiltrarte. Recuerda quién soy.

—Ah, solo bromeaba Aiolia, calma. —Asterion soltó una risita insoportable. Su habilidad era impresionante, pero traía consigo una cantidad de orgullo y ego que envidiaría cualquier Santo—. No voy a usar eso contigo.

Lo notó, salió de su mente... pero supo que se habría quedado si no lo hubiera sentido husmeando allí.

—¿Qué haces tan cerca de la montaña? —Le causó curiosidad. Seiya, con doce años y solo dos de entrenamiento, estuvo allí también y lo reprendió como si no fuera importante. Pero ahora con un Santo de Plata de veintidós, uno de los más peligrosos y respetados, no tuvo paciencia. Los que vestían de luna solo podían entrar a la montaña principal con permiso especial.

—Investigando. Las cosas estuvieron muy ajetreadas hoy, quisiera saber qué sucedió con los Santos de Bronce traidores y especialmente con las Sombras de Reina de la Muerte —respondió sin vacilar. Era demasiado directo.

—Así que eres de los que supone eso también.

—Por supuesto, es obvio.

—¿Qué lo hace tan obvio?

—Que el Sumo Sacerdote lo considere así.

Se quedaron unos segundos en silencio mirándose uno al otro, como si se estudiaran. Sintió su corazón rugir, el Sabueso tramaba algo, no necesitaba tener su habilidad para saberlo.

—Y sin embargo te quedaste allí apoyado, esperando a que yo llegara.

—Sí.

—Tratas de averiguar algo de mí, ¿no es así?

—Soy el Sabueso, no me gusta perder la pista.

—¿Qué quieres, Asterion?

—¡Respuestas, Aiolia! —El Santo de Plata le subió la voz a un superior, algo imperdonable, pero no fue eso lo más llamativo que llegó a la mente de Aiolia, sino que supo de inmediato los motivos de tal plática. Como siempre, todo se remontaba al pasado, a ser el hermano menor, al tema del Traidor.

—Mucho cuidado.

—No me subestimes. Aunque sea de Plata sabes de lo que soy capaz. Es cierto que se te conoce como uno de los héroes, si no el principal héroe durante la Titanomaquia de hace diez años, te respeto por eso. Pero también es verdad que la sangre es más espesa que el agua...

—¿Te vas a poner sutil ahora? —No iba a perder la cordura con él. Después de todo, se repetiría la misma conversación que había tenido desde hace dieciséis años, casi se la sabía de memoria, aunque siempre había variantes.

—De acuerdo, como quieras. —Asterion tomó aire y empezó a hablar, su capa y armadura blanca sobresalían en la noche oscura de Grecia—. Eres hermano de uno de los más grandes traidores de la historia de la humanidad, aquel que casi toma la vida de nuestra diosa y atacó a tres Santos de Oro. Y es conocida también tu amistad con Pegasus, otro traidor más.

—No está comprobado.

—El Sumo Sacerdote diría que sí.

«Maldición, me está enfadando».

—Asterion...

—Escucha, Aiolia, se trata de esto. Mozes, Misty, Sirius, Babel, incluso los imbéciles de Dío y Jamian son más que compañeros para mí, son mis amigos, mis hermanos. No quiero una traición al interior del Santuario, así que es tu deber decirme lo que sabes.

—¿Lo que sé? —«Aquí viene».

—¿Sabes dónde está realmente Sagittarius? Dime si es verdad que está en Japón como dicen los rumores, o dime si la tienes tú escondida por respeto a tu maestro y no como traición, solo dímelo.

Dejó que su Cosmos saliera solo un poco, aunque no quería pelear. Sintió la electricidad recorrer su puño y cada uno de sus dedos como si fueran pequeños relámpagos. El Sabueso le miró la mano y dio un paso atrás; por unos momentos Aiolia sintió como se metía en su cabeza otra vez, pero hizo brotar chispas de sus ojos y Asterion salió de allí de inmediato. Tal vez lo hizo como simple reflejo...

—Aiolia, solo dime la verdad, por favor...

—No tengo a Sagittarius, y no sé si está en Japón tampoco. Sabes muy bien, así como todos en este recinto sagrado, que para mí lo que hizo mi hermano fue asqueroso, que no merece perdón de nadie y que solo lo respeto por haberme enseñado a luchar, nada más. Al final no tenía honor, no necesitas usar tus trucos jedi para saber que pienso eso, Sabueso.

—Está bien, pero... —Notó como los dedos de Asterion temblaban más con cada palabra que pronunciaba. La verdad, aunque acostumbrado a estas pláticas sobre Aiolos, lo hartaba estar a su sombra. Sería más que él, un verdadero Santo del que nadie dudaría, pero eso era justo lo que la gente hacía.

—Y antes de que me lo preguntes, no sé qué motivó a Seiya a hacer lo que hizo, pero si se merece un castigo por romper los votos del Santuario entonces no dudaría en matarlo si me lo ordenaran y se comprueba que es verdad.

—Sé que las circunstancias son extrañas, pero es el discípulo de la única persona aquí que oculta su rostro. Eso es de sospechar.

—¿Qué? ¿También desconfías de Marin? Eres el único aquí que nunca debería sospechar de nada. —Eso le haría reír más tarde, cuando se acordara.

—No necesito que nadie me defienda, Aiolia. —Conocía esa voz. En otras condiciones le sorprendería no sentir su presencia al llegar, pero con esa mujer jamás se podía estar seguro de nada. Llegó con su ropa de entrenamiento; al igual que él, no solía usar el Manto si no era estrictamente necesario, aunque no sabía si sus motivos eran los mismos.

—Marin, no te sentí llegar —dijo Asterion. Eso sí fue de extrañar.

—Lo sé —dijo ella con la seriedad y solemnidad de siempre—. No me gusta esto, Asterion. Si quieres saber si soy una traidora, solo pregúntamelo y te responderé, incluso dejaré que uses tus habilidades conmigo. Con eso espero que esto de comentar tu desconfianza sobre mí con terceros no se repita en el futuro.

—Tranquila Marin, lo siento. —Aiolia vio una mueca de disgusto aflorar en el rostro del Santo de Plata justo después de que sus ojos brillaran como cada vez que intentaba infiltrarse en la cabeza de otros, pero no parecía haber resultado y lo intentaba disimular sin éxito—. Tú eres una de mis hermanas también, es solo que con ese antifaz me es difícil saber cómo...

—Ese tema no es de tu incumbencia, ni la de nadie. Será mejor que subas, nos han llamado.

—¿Qué? ¿Llamado? —Eso los tomó por sorpresa, tanto a Asterion como al mismo Aiolia, la preocupación aumentó en su corazón.

—Como imaginé. El Cuervo de Plata no pudo hallarte, no estabas donde debías. Cygnus no entregó ningún informe así que supongo que falló, recibiremos instrucciones para los próximos días.

—Entiendo, era de esperar, estos días serán decisivos. —Asterion se recuperó, era un hombre astuto después de todo, no le convenía seguir haciendo preguntas... aunque al parecer desconfiaba de nuevo—. ¿Y vas a subir así?

—Acabo de enterarme del mensaje. Si no me crees, levanta la vista, te han encontrado al fin. Por lo pronto iba de camino a buscar a Aquila.

Asterion alzó la cabeza y una carta blanca cayó sobre sus manos con calma precisión. Obviamente no necesitó abrirla. Se despidió con cortesía y comenzó a subir la larguísima escalinata hacia los aposentos del Sumo Sacerdote.

 

—¿Quiénes más, Marin? —preguntó después de mirar a todos lados y cerciorarse de que estaban solos.

—El Lagarto y la Ballena, vienen en un rato —respondió en seguida.

—¡Demonios! ¿Y tú también? No me digas que intentarás...

—Haré lo que tenga que hacer, Aiolia.

 Estamos hablando de Seiya, por todos los dioses fue lo que tuvo en mente decir, pero se retractó. Aunque no veía sus ojos, notaba la preocupación en el aura de la Santo, extremadamente sutil pero evidente para él. Haré lo que tenga que hacer podía tener muchos significados si venía de la boca de Marin, no solo una decisión firme de asesinar a su alumno.

—Tienen que estar seguros antes, ¿de acuerdo? No quisiera conversar de nuevo sobre las traiciones en el Santuario. Con Aiolos ya es más que suficiente —lo dijo porque le hacía gracia ver las reacciones de la gente ante su declaración de odio a Aiolos, pero la muchacha pelirroja siempre respondía de forma misteriosa.

—Nunca nadie es un verdadero traidor, Aiolia. —Dicho esto, Marin caminó hacia su cabaña en la periferia. De su mano cayeron ínfimos pedazos rasgados de la carta que había recibido, los que el viento no tardó en llevarse. No así se fueron las preguntas en su cabeza después de oír sus palabras.

Seiya era como Aiolia cuando niño, lo quería mucho, era casi como un hermano menor. Mientras volvía a dar una última ronde se preguntó si lo mataría en caso de que el Sumo Sacerdote lo ordenara. Si lo viera frente a frente, si lo oyera confesar una traición al Santuario...

«Aiolos..., ¿qué harías tú?»

 

 

 

Y vamos con la imagen del día. Asterion de Perros de Caza, o de Sabuesos, o de Lebreles, o como quieran llamarle. Me gustó más que otros Platas que he dibujado, la verdad, especialmente Daidalos y Misty (el cual no quisiera publicar) xD

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Editado por Felipe_14, 23 julio 2015 - 18:06 .

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Publicado 05 agosto 2014 - 18:53

buena reescritura de la serie buen fic



#52 -Felipe-

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Publicado 06 agosto 2014 - 21:23

SAORI III

 

09:00 a.m. del 27 de Agosto de 2013.

Necesitaba verla, saber que estaba en su sitio, que estaba segura... al menos parte de ella. Se bañó y vistió más apresuradamente que nunca: una falda de vuelos, zapatillas blancas, una blusa celeste, y encima una gruesa chaqueta oscura, ya que el frío se mantenía desde que Hyoga les hizo su visita. La pulsera no se la había quitado desde que se la puso el día anterior, no sufrió ni un rasguño cuando todos comenzaron a pelear en el salón o cuando recibió accidentalmente los ataques congelantes del verdugo ruso.

Bajó y pasó entremedio de los trabajadores contratados para arreglar el desastre. Eran muchos, pero no tenía pensado hablar con ninguno todavía, no se sentía bien para ello. Primero debía asegurarse que estaba bien, y no le importaba si todos veían el maldito pasaje secreto.

—¡Señorita Saori! —le dijo el Unicornio presentándose de improviso en la escalera, vestido y oliendo bien, debió haberla estado esperando un buen rato. Por ahora solo tenía una misión para él, aunque se odiaba a sí misma por pedírselo estando aun recuperándose de sus heridas.

—Lamento esto Jabu, pero debo hacerlo. Quédate en los alrededores, si ves una de esas Sombras elimínala de inmediato, no quiero que vuelva a pasar esto —dijo mientras bajaba las escaleras oscuras.

—¡A la orden!

 

Seiya había vuelto a su departamento después de dejar a Shiryu grave, pero fuera de riesgo vital, en el hospital de la fundación; Geki hizo lo mismo con Ichi, quien casi muere congelado en el bosque, pero se recuperaría pronto gracias a unas cámaras térmicas especiales; Ban no había vuelto después de salir a buscar a Hyoga, quien huyó a la primera oportunidad que tuvo; Nachi vigilaba a la Sombra que tenían en una prisión, que se negaba a ser interrogado; Shun había desaparecido. ¿Lo peor? Sagittarius había sido desmembrado. Todo salía mal.

—¿Cuántas se recuperaron? —preguntó al doctor Asamori apenas lo vio en la cámara subterránea.

—Ambas alas y manoplas, el cinturón, un brazal y la muslera izquierda, señorita Saori —respondió el científico con voz triste delante del pedestal donde antes estuvo la Caja de la armadura, pero ahora solo piezas de luz apagada.

—Solo siete... ¿y cuántas se llevaron, entonces? —Esperaba una respuesta positiva, pero le seguían dando malas noticias.

—Trece. Ellos tienen trece partes aún, señorita.

«¿Trece? ¿En serio? Hasta las supersticiones se burlan de mí».

—¿Qué pasa cuando una armadura queda en estas condiciones, separada, por mucho tiempo? —preguntó tratando de callar sus pensamientos.

—Lamentablemente no lo sabemos. Solo queda esperar...

 

Volvió a subir. Cada escalón era una nueva preocupación, había tanto en qué pensar, tanto que decidir. Ni siquiera sabía qué iba a hacer apenas saliera del pasadizo secreto, era enfermizo. «¿Por qué me contaste todo eso, abuelo?», se repitió una y otra vez en su cabeza. No ayudaba que la primera persona que viera arriba fuera su mayordomo. Se veía casi recuperado, pero...

—¡Señorita Saori! —La abrazó llorando a mares, desconsolado, algo que no recordaba hubiera hecho antes—. ¿Qué le han hecho estos chiquillos insolentes? ¡Qué terrible desgracia! ¿Le han hecho daño, le han roto algún hueso? Por favor dígame, señorita Saori o si no, no sé qué voy a hacer, ¡hábleme, por favor!

—Lo haría si me dejaras respirar —le dijo con algunas dificultades apegada al pecho de su fiel, pero demasiado alto, asistente.

—¿Eh? ¡Oh, pero qué hago! —La soltó rápidamente, avergonzado, con gestos extraños y palabras ambiguas. En cierta forma, lo gracioso de la situación hizo que se relajara un poco—. Disculpe mi actitud, ¡qué poco protocolar he sido! Pero qué he hecho, es que estaba preocupado, esos malditos enanos...

—¿Tatsumi?

—¿Sí, señorita?

—Respira.

—Sí, señorita.

 

09:32 a.m.

Le explicó lo que había sucedido, pensó que al desahogarse también se ayudaría a sí misma, siempre tratando de poner en buen lugar el nombre de los muchachos que se estaban rompiendo el lomo por rescatar la armadura, sabía que Tatsumi nunca fue necesariamente un amigo de los huérfanos...

—¿Perdieron el Manto? ¡Esos enanos no pueden hacer nada bien! Si no se hubieran puesto a pelear... —Aún no era amigo de los huérfanos, evidentemente.

—Tatsumi, hicieron lo que pudieron —interrumpió en voz baja, llevándolo a un rincón donde los trabajadores no los oyeran—. Shiryu quedó muy grave por enfrentarse a los ladrones, Seiya está débil, Ichi se convirtió en un cubo de hielo.

—Eso fue culpa del Cisne, otro niño que nunca debimos aceptar aquí.

—El cual vino porque los chicos pelearon entre sí, y eso fue también por culpa de las Sombras.

—Ichi no pudo detenerlo, ¿por qué le contó toda la verdad a ese punk, señorita? —No era que su mayordomo fuera malo, simplemente estaba (a su manera) tan desesperado como ella.

—Él llegó dos años antes que los demás con su Manto, Tatsumi, eso quiere decir que su capacidad es de respetar. Sé que es algo extraño, pero...

—Era el único en competencia por su armadura.

—Sí, está bien, pero no quiere decir que sea un inútil. Luchó y se sacrificó por mí, tiene un buen corazón, lo noté en él. Por eso le conté toda la verdad. Lo mismo que haré con los otros a su debido tiempo.

—Bien, pero sigue siendo un punk para mí. Su abuelo estaría escandalizado solo con ver su peinado...

—Sabes que no es verdad —le sonrió.

—Y... sobre esas Sombras...

—¿Su líder?

—Sí, ¿está segura?

—Es lo que Shiryu vio. Puede que se haya equivocado pero me cuesta dudar de él o de su percepción sobre las cosas. Era Ikki.

—Es que no tiene sentido, señorita. Ese chiquillo arrogante fue enviado a la isla Reina de la Muerte en lugar de su hermano, ¿se acuerda de él?

—Claro que sí. —Recordaba que cuando niña, Ikki le daba mucho miedo, incluso tenía pesadillas con él. Era tan violento, brusco y solitario, aunque siempre ayudaba a su hermano cuando lo molestaban. Pero eso no impedía que cuando él estaba en el patio, ella evitara acercarse a jugar al “caballito” con los niños.

—Esa isla es el peor de los tres infiernos sobre la Tierra, no pudo haber sobrevivido —le dijo. Eso la molestó de nuevo.

—¿Quieres decir que mi abuelo lo envió allí a sabiendas de ese destino? ¿Envió a un niño a morir?

—¿Eh? ¡No, por supuesto que no, señorita! Él nunca haría algo así...

—Entonces no lo insinúes.

—Lo lamento de verdad, no quería ofenderla o a su difunto abuelo, es que sabe... Estoy... —Lo veía en su rostro. Él también sabía toda la verdad, por eso estaba tan preocupado. Aunque pensara realmente las cosas que decía, jamás las soltaría de su boca enfrente de ella.

—Lo sé, tranquilo. Al final, si soy sincera, lo que hizo Mitsumasa Kido puede ser discutible, pero no creo que haya enviado a alguien directamente a la muerte por voluntad propia. Él sabía que tomaría el lugar de Shun, y lo permitió porque pensó que sería el más capaz de resistir ese infierno, solo había un cupo para esa isla. Sin embargo, tanto Seiya como Shiryu han dicho que el líder de las Sombras es un ser... —Le costaba decirlo, tragó saliva—... muerto. Algo diabólico.

—Eso quiere decir que si está vivo, no soportó bien el estar en esa isla, algo lo cambió... Y si no sobrevivió, eso no evitó que volviera.

—Algo así. No quiero pensar mucho en eso, pero mi mente me traiciona.

—Señorita, ¿qué ha dicho Shun?

—Él también me preocupa mucho. Es un muchacho dulce y de buenos sentimientos, alguien puro que no quiero ver sufrir. Apenas escuchó las palabras del Dragón, llamó a la ambulancia para que recogieran a los heridos y se marchó.

—O sea que el único que teníamos en casi perfectas condiciones se fue. Maldición, todos deberían estar a su alrededor, señorita.

—Eso no lo saben. Ni me gustaría que lo supieran, no es justo...

—Es su destino.

—Lo sé.

 

Lo sabía. Su abuelo se lo había relatado tres años atrás en su lecho, antes de morir por su enfermedad. Le contó todo: el viaje a Grecia, el dueño de Sagittarius, su verdadero origen, el destino de los huérfanos, todo. Por ella, a quien a le pusieron una gigantesca piedra sobre la espalda cuando nació; y ahora a punto de cumplir dieciséis, a quien le encargaban colocarle unas rocas parecidas a esos chicos que tanto habían sufrido ya.

—Para colmo no tenemos idea donde está el resto de la armadura.

—No. Pero lo averiguaré. —Lo había decidido. Aunque le costara, aunque la piedra se hiciera más grande y acumulara más tierra y polvo, aunque el dolor se incrementara, cumpliría con lo que el destino le decía.

 

Sin decir más palabras, se adentró en lo más profundo de la mansión cruzando puertas, pasillos y sensores de ojos. Más allá de habitaciones, estudios de investigación y jardines. Pasó junto al establo donde descansaba su yegua Nube, y saludó a uno de los jardineros.

Un edificio blanco y grande preparado con la mejor tecnología para estudiar los movimientos de las estrellas en el firmamento: el planetario. Fue el primer lugar que se le ocurrió para encerrarlo sin saber por qué, pero le dio cierta seguridad.

En su interior había una inmensa cámara negra, una bóveda donde se proyectaban las constelaciones y todos los astros adecuadamente descritos con todo tipo de información actualizada periódicamente gracias a la sala bajo tierra. Allí esperaba Nachi de Lobo vigilando la Sombra que Shun había atrapado, encadenado de manos con grilletes electrificados diseñados para reaccionar a las alteraciones nerviosas en una celda que prepararon a toda prisa. Tenía su baño y un refrigerador con comida para una semana, pero el hombre apenas probaba bocado. Solo se dedicaba a dormir y sonreír. Tatsumi la esperó afuera, aunque insistió que era peligroso estar sola, pero obedeció cuando subió un poco la voz.

—Nachi.

—Oh, hola señorita —saludó el joven de ojos pequeños vestido con su Manto de colores turquesa, y bajo el brazo, el yelmo de cabeza de lobo que lo hacía parecer un perro guardián. Era el único además de Ichi y Jabu que le decía señorita.

—¿Ha dicho algo?

—Nada aún. Es una tumba, me desagrada —dijo Nachi mirando fijamente al hombre de negro. Despojado de su armadura, vestido con ropas oscuras y el cabello azabache tapándole los ojos, se veía como una sombra en la pared.

—Muy bien. Por favor déjanos solos, voy a hablar con él.

—¿Qué? ¡Espere, es muy peligroso, le podrían hacer algo! —Nachi, entre la celda y ella, abrió los brazos como si así tuviera más poder de convencimiento—. No quiero ser irrespetuoso, pero es una locura.

—¿Por qué lo dices?

—Mire, él está atado con esa cosa, y está bien, pero podría haberla roto hace mucho tiempo. Si no ha huido es porque lo tenemos vigilado y estamos en mejores condiciones gracias a las cadenas de Shun. Incluso de espaldas sabría si me va a atacar con su Ilusión Diabólica, y podría esquivarlo a tiempo para después noquearlo con facilidad. Eso puedo hacerlo porque fui entrenado, pero usted...

—Créeme, no hará esa técnica conmigo —dijo Saori sorprendiéndose de lo convencida que sonó.

—¿Qué? Pero señorita...

—Nachi, si algo me pasa lo sabrás, ¿cierto? Ve con Jabu afuera y vuelve en caso de que algo malo suceda. Necesito hablar a solas con él.

—Yo... Está bien. Solo... grite si pasa algo. —Había algo confuso en su tono de voz y la expresión de su rostro, como si se sorprendiera de lo que decía. Lo comprendía. Después de todo era la chica que lo torturaba cuando niño, la nieta de quien lo envió a un duro entrenamiento de seis años lejos de su patria. Nachi se alejó lentamente mientras el hombre de negro, sentado en el suelo alfombrado tras los barrotes, los miraba con atención.

—¿Nachi? —le detuvo después de abrir la puerta.

—¿Sí?

—Lo que mi abuelo te prometió... puedes pedírmelo cuando salga de aquí. Igual los otros, les daré todo lo que quieran. Después serán libres, no les solicitaré nada más y podrán volver al Santuario. Te lo prometo —dijo Saori. Era lo justo, no quería hacerlos sufrir.

—Lo que diga. —El joven dio un paso adelante pero se detuvo nuevamente, sin mirarla. Le temblaban las manos, le sudaba el rostro—. Aunque si soy sincero, señorita, no le pediré nada. No sé qué es, pero no me siento incapaz de exigirle algo y culpable de tan solo pensarlo, incluso me daría náuseas el tutearla. No sé por qué. Haremos lo que el destino quiera que hagamos, sé que los demás piensan lo mismo.

Dicho esto, Nachi cerró la puerta. Saori sintió sus lágrimas agolpándose en sus ojos, pero no era el momento, habría tiempo para pensar en ello. Y en lo otro.

Quedó cara a cara con el reo aún sentado, impávido, con el cabello negro ocultando sus ojos mas no su mirada. Encima de ellos el firmamento virtual dejaba que se vislumbraran las estrellas, las ochenta y ocho constelaciones serían testigos del interrogatorio, y quizás incluso su abuelo...

—¿Podrías decirme tu verdadero nombre? —preguntó con voz suave.

Ninguna respuesta. Esperó un poco.

—¿Y el de tu líder?

Ninguna respuesta. Esperó un poco.

—¿Por qué dejaron la isla Reina de la Muerte?

Ninguna respuesta. Esperó un poco.

—¿Cómo sabían que la armadura estaba aquí?

Ninguna respuesta. Esperó.

—¿Por qué se la llevaron?

Ninguna respuesta. No esperó nada esta vez.

—¿Dónde tienen a Sagittarius?

Pero nada, el hombre sonreía pero no abría la boca. Podía ver sus ojos a través de los cabellos mirándola fijamente. Supo que pasaría eso, le dio la espalda y miró el cielo tecnológico de la bóveda nocturna. Cerró los ojos, no notó movimiento en la celda pero sintió el ambiente tenso.

—¿Sabes qué es el Cosmos? —preguntó, aunque no estaba realmente segura si se dirigía solo a la Sombra detrás. Después de todo, Mitsumasa Kido siempre estaba con ella, se lo había prometido antes de fallecer—. Es un pequeño universo, una fracción de la Gran Explosión que creó lo existente. Todos los seres vivos poseemos esa energía en nuestro interior pero los Santos son capaces de cultivarlo, de hacerlo estallar. Eso les permite realizar hazañas maravillosas, aún milagros sobrehumanos. Y el Cosmos se conecta con ellos a través de estas estrellas.

—Oye... niñita, ¿podrías apagar la luz? —susurró el hombre de negro abriendo la boca por primera vez, pero no le hizo mayor caso. Debía contarle sus pensamientos.

—Esas estrellas se reúnen formando las constelaciones, y cada una de esas constelaciones protege a un gran número de personas. Los Santos poseen un grupo de estrellas guardianas, pero yo también, y Tatsumi, e incluso tú. ¿Te has preguntado alguna vez cuál es?

—Hablo en serio, dile a tus sirvientes que dejen de encender más luces, las Sombras no estamos muy acostumbradas... —dijo de nuevo, aunque a Saori le parecía extraño, seguían estando con la misma luz de la bóveda desde que entró. Tal vez deliraba, así que siguió hablando.

—Los jóvenes que ustedes dañaron, manipularon, y que hicieron pelear entre sí, son protegidos por las constelaciones que marcan un destino para ellos. Puede ser malo o bueno, pero tienen ese destino y no quiero que lo modifiquen para peor. No quiero que sufran y, sinceramente, para mí no eres más que un peón de alguien que no está consciente de que también sufres, así que no tengo nada contra ti.

—¡Con un demonio! Con una luz estaba bien pero ya son muchas, podría usar mi técnica y hacer que me ayudaras a salir, así que no me molestes más, ¡diles que apaguen las malditas luces, por todos los diablos!

Lo miró. Se tapaba los ojos con los brazos encadenados aunque ella solo veía tenues luces de los astros proyectados sobre ellos por el computador en la habitación de atrás. Continuó.

—No quiero que sufran más por mi culpa o la de ustedes. Su destino ya es bastante pesado, yo misma se los puse difícil, no quiero más. Si respondes a mis preguntas te dejaré ir. No te perseguiré. Pero con la condición de que los dejes tranquilos y no los...

—¡Que apagues las luces, chiquilla infeliz! —El hombre se paró de golpe, se retorció cuando la electricidad recorrió su cuerpo, pero concentró una sombra en su puño y golpeó el aire directamente hacia su frente.

Cuando Saori levantó la mano para protegerse, escuchó un grito de dolor y vio la Sombra en el suelo quejándose por un golpe que había recibido aparentemente arriba de sus ojos, donde se tenía las manos paralizadas. Ella no se sentía distinta.

En ese momento se sintió más confiada que nunca. Se le acercó nuevamente y repitió las preguntas con más determinación que antes.

—¿Cuál es tu verdadero nombre?

—¿Qué demonios tienes, niña? Déjame en paz, por favor... Es Jido.

—¿Y el de tu líder, Jido?

—Somos sus sombras, pero tú brillas como el sol. ¡Qué molesto! Nosotros lo llamamos Señor, pero se llama a sí mismo Ikki. —Lamentablemente era verdad, pero no era tiempo de deprimirse.

—¿Por qué dejaron la isla Reina de la Muerte?

—Porque lo ordenó. Nosotros lo seguimos cuando asesinó a todo aquel que se rebeló contra sus órdenes. ¡Imposible negarse a los mandatos del ser más capaz sobre la Tierra!

—¿Cómo sabían que la armadura estaba aquí? —A medida que hacía las preguntas, Saori vio que el hombre se relajaba más en el suelo y se compadeció de él. ¿Ese era el destino que las estrellas marcaban para un peón?

—Él lo recordaba de su pasado, parece que la había visto antes... Por favor deténgase, es tan brillante, tan... compasiva, tan suave, basta... —Era una situación lamentable. Ikki recordaba lo que había visto cuando a su abuelo le dio la taquicardia y ahora había vuelto usando a esos hombres de negro, sacándolos de su hogar en Reina de la Muerte...

—¿Por qué se la llevaron?

—Porque si el Señor se vuelve dueño de un Manto de Oro, además de su propia armadura, se volverá el hombre más poderoso del universo. Dice que todos merecen sufrir bajo su domino... señorita... —Las lágrimas cayeron de su rostro sombrío, tembloroso y sudoroso.

—¿Dónde tienen a Sagittarius? —No podía arriesgarse a aventurar que había vuelto con la armadura a la isla. Tuvo razón.

—En el monte Fuji. Allí es donde íbamos a reunirnos, pero de verdad se lo juro, si cambiaron de idea no lo sé. Por favor... deje de brillar tanto.

—Cuando salga de aquí le pediré a mi mayordomo que te libere, podrás hacer lo que quieras, haz tu vida como gustes, pero no te vuelvas a acercar a los Santos de Bronce, ¿está bien?

—Sí.

Saori supo que fue sincero.

—No vuelvas a hacerle daño a nadie, no creo que sea tu destino ni quiero que sea el de nadie.

—No volveré a dañar a nadie, lo juro por... por mi Señor... No, lo juro por usted, pero apague esa luz un rato, por favor... —rogó sollozando.

Así que Saori sonrió y supo lo que tenía que hacer después. Apagó la luz.


Editado por Felipe_14, 23 julio 2015 - 18:06 .

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Publicado 07 agosto 2014 - 13:11

debo decir que el capitulo de aiolia estuvo muy bueno , ete es un muy buen fic , ualquier consejo que me des en mi fic acerca de la historia te lo agradeceria . 



#54 Patriarca 8

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Publicado 07 agosto 2014 - 18:01

muy buenos capitulos,la imagen de Asterion de Perros de Caza te quedo genial

,el capitulo de saori si me parecio un poco regular

 

una pregunta AIOLIA ve peliculas de star wars por lo de: no necesitas usar tus trucos jedi para saber que pienso eso, Sabueso.


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Publicado 08 agosto 2014 - 16:34

muy buenos capitulos,la imagen de Asterion de Perros de Caza te quedo genial

,el capitulo de saori si me parecio un poco regular

 

una pregunta AIOLIA ve peliculas de star wars por lo de: no necesitas usar tus trucos jedi para saber que pienso eso, Sabueso.

Sí, las vio... ¿quién no? xD

Ahora un capítulo algo largo.

 

SHUN III

 

11:15 a.m. del 27 de Agosto de 2013.

Era un árbol gigantesco, un roble de cientos de años. Y aunque antes lo veía más alto, sabía que en realidad siempre había sido enorme. Crecía a cada segundo, así como él y su hermano. Ikki solía entrenar allí cuando era niño, golpeando una y otra vez el colosal tronco. Las marcas de sus puños seguían allí intactas, como si hubiese practicado esa misma mañana.

«Ikki... ¿de verdad eres tú?» se preguntó una vez más, como lo hizo toda la mañana. Era difícil dudar de alguien como Shiryu. Después de meditarlo durante la noche llegó a la conclusión de que su compañero sí vio a Ikki, pero... ¿sería él realmente? Aquel que dirigía a las Sombras, ese ser cubierto en penumbra y misterio que solo con su aura los dejó de rodillas, horrorizados y paralizados tanto en el orfanato como en la mansión Kido.

Tocó con su mano la cicatriz sobre la corteza antigua, los nudillos marcados en la madera. Era mucha diferencia. Ikki dejó esas huellas cuando era un niño de once años, pero Shun ya tenía casi dieciséis y su mano era mucho más grande, a pesar de lo suave que le parecía comparándola con la de sus demás compañeros, especialmente Geki y Ban. Un día trató de golpear ese árbol a incitación de su hermano, y lo único que logró fue quedar con la mano enyesada por casi tres meses. Además de llorar, claro. Lloraba mucho cuando niño, pero Ikki siempre lo consolaba. Le decía que algún día tendría que convertirse un hombre fuerte, uno que no dependiera de él, que pudiera apoyarse en sí mismo. Sobrevive le había dicho antes de tomar el avión...

Y había sobrevivido, ¿pero se había vuelto fuerte, lo suficiente como para enorgullecer a Ikki? Al Ikki real, obviamente, no quería creer que el líder de esas Sombras fuera su hermano mayor, un duro pero valeroso muchacho de ojos azules. El otro era un muerto viviente, una cosa llena de odio, ira, tristeza, dolor, muerte y deseos de venganza, con un aura negra como las más extrañas que se pueden ver. Shiryu vio una ilusión, un arte sombrío usado para que al contárselo lo debilitara aún más. Lo logró por un momento cuando huyó del muelle. Pero era una Sombra, nada más. Él quería enorgullecer a su verdadero hermano, un hombre de corazón noble que protegía a los más débiles, alguien poderoso, digno y honesto.

Si lo veía, ¿se enorgullecería? ¿Podría mostrarle que se había vuelto fuerte e independiente? Pensó en sus compañeros: Shiryu era un pensador estratega, tranquilo y reflexivo, con un puñetazo derecho de temer y un escudo tan duro como el diamante; Seiya era impulsivo y terco, pero audaz y le costaba pensar que supiera lo que era rendirse en un combate, sus puñetazos eran los más veloces que hubiera visto; Jabu le dio muchos problemas, jamás presenció a alguien con patadas tan potentes y rápidas al mismo tiempo; Geki era prácticamente un tanque con brazos de acero; Ban un verdadero león de combate que generaba fuego con la fricción; Nachi era extremadamente ágil y escurridizo, podía transformar el aire en navajas cortantes; Ichi al parecer era capaz de envenenar con sus garras... casi todos dependían de sí mismos, ¿en cambio él?

Sí, el día anterior había combatido y derrotado a dos Sombras a la vez, uno imitaba al Santo de Bronce de Retículo (de quien nunca había oído hablar), y el otro al Lobo que llevaba una armadura idéntica a la de Nachi salvo el color. Comparándose con Shiryu y Seiya había salido mucho mejor parado, algunos podían decir que era fuerte, pero debía admitir que no era del todo su propio mérito como sí el de sus cadenas. Ese maravilloso par de cadenas que pertenecía a Andrómeda, que actuaba muchas veces por sí sola y que decidió electrocutar y asfixiar a los dos hombres de negro. Su maestro Daidalos le había dicho que la cadena proyectaba de manera física los deseos incluso inconscientes de su amo durante la batalla, pero él no deseaba matarlos. Tal vez solo por eso quedaron vivos, aunque graves, a cargo de la seguridad de los Kido, quienes los enviarían a una prisión en medio del océano. Le pareció, por los movimientos de la argolla, que Andromeda no estuvo conforme con esa decisión, y aun así peleó como nunca. ¿Cuánto de esa victoria era realmente mérito suyo? No estaba seguro de querer saberlo.

El aire se enfrió cuando Shun volvió a recordar las palabras de Shiryu. “¡Ese hombre era Ikki!”. Pero con cada minuto que pasaba más seguro estaba que ese no podía ser su hermano. Aún tenía tiempo para crecer como guerrero, para dominar sus cadenas y hacer que obedecieran sin rechistar ni quejarse, hasta que Ikki realmente regresara y le demostrara que era un hombre fuerte. Se llevó la mano al cuello y jaló de la pequeña cadena de oro que moraba contra su pecho bajo la camiseta verde. La última reliquia de su familia, según su hermano, un tesoro de su difunta madre quien hasta la muerte nunca los abandonó: un medallón de plata con forma de estrella de cinco puntas al interior de un delgado anillo; tenía en el centro el dibujo de un par de alas doradas y una inscripción que rezaba Tuyo por Siempre. Por ella también lo haría, y por todos los que habían cuidado de él: su maestro, June, Ikki... se volvería un hombre fuerte, y el primer paso para conseguir eso era recuperar las piezas de Sagittarius y vencer a ese impostor con el rostro de su hermano mayor.

Ya estaba empezando a temblar cuando se dio cuenta de lo que pasaba a su alrededor. Se alejó de sus pensamientos y recuerdos para esquivar justo a tiempo, con un salto hacia atrás, una ráfaga de aire congelado, fría y oscura como hielo negro del infierno, y velozmente guardó su medallón otra vez.

—¿¡Quién está ahí!? —preguntó mirando el resto del bosque, buscando al agresor escondido en su frondosidad a la vez que el árbol contra el que Ikki entrenaba se cubría con escarcha negra.

—Deberías limpiarte las lágrimas antes de hablar de forma tan orgullosa —le respondió una voz, tan cerca como lejos de él al mismo tiempo, oculta entre las hojas y las ramas.

—¿¡Quién eres!? ¿Por qué me atacas? —preguntó Shun de nuevo, limpiándose los ojos furtivamente con el brazo. Sus extremidades le parecían más cortas en el campo de batalla sin sus cadenas.

—¿Yo? Pues soy el amo del hielo, por supuesto. Aquel que controla el frío de la noche y las temperaturas del río Cocito, el dueño de la Ventisca[1].

«¿Hielo, frío? No puede ser, volvió».

—¿Hyoga? No deseo pelear contigo otra vez, por favor no hagamos esto.

—Ja, ja, creo que me confundes con mi vil imitación.

De entre los árboles, precedido por una niebla negra y helada, apareció un muchacho de cabellos y ojos negros vestido con una armadura tan oscura como la noche misma, idéntica en forma a la que portaba Hyoga. Era más alto y delgado que él, y su rostro estaba decorado por pecas.

—¿Eres una Sombra?

—Correcto. Soy el Cisne Negro, uno de los más poderosos en la orden de las Sombras del Señor Ikki. —Su voz no se parecía a la de Hyoga, era  mucho más ronca y grave, menos serena y controlada que la del verdadero Cisne.

—¿Ikki? ¿Entonces es verdad que hay alguien haciéndose pasar por mi hermano? —Shun encendió su Cosmos en el momento en que oyó el nombre.

—¿Hermano? Nuestro líder no tiene hermanos ni familia, ni amigos, no los necesita. Al menos no después de que murió.

—¿Morir? Quieres decir que ese hombre está...

—Iré al grano, niño. Uno de nosotros está bajo su custodia y no queremos que diga cosas que no debe, así que dime dónde lo tienen.

—Yo mismo lo atrapé, pero debes ser muy tonto para creer que te daré información —dijo Shun con altivez.

—Fue más bien una cortesía, sabemos que ustedes solo hablarían mediante tortura. No conozco las técnicas de nuestro Señor así que no puedo obligarte a hablar mediante el control mental, pero tengo mis propios métodos.

Shun sintió como se le erizaron los vellos de la piel, el hielo recorrió su cuerpo y la oscuridad nubló su vista como en medio de una tormenta congelada, sus brazos se cubrieron de una capa blanca.

«¿También maneja el hielo?»

Shun se protegió con los brazos pero la Ventisca lo atrapó y arrojó contra el gran roble. El hielo que salía del puño de la Sombra estaba formado de partículas de aire sucias con olor desagradable, nauseabundo, y a una temperatura bajísima.

—Patético, ¿cómo podrías ser el hermano de alguien como nuestro líder si ni siquiera puedes aguantar una brisa de aire?

—¡No es mi hermano! —gritó Shun sujetándose de una rama para saltar hacia la Sombra, quien lo recibió con una nueva descarga de hielo que le paralizó el cuerpo.

—¡Por supuesto que no, es lo que te digo! Mira cómo te lleva mi Ventisca, eres frágil como una pluma, no eres fuego como el Señor ni hielo como yo, no tienes nada.

—¡Qué potencia de ataque tiene!

—Estás desconcentrado, es risible. ¿Tú acabaste con Retículo y Lobo? Pero si eres un debilucho, una vergüenza indigna de cualquier hermano.

—No, seré un hombre fuerte —dijo Shun con cada vez más hielo sobre su cuerpo, atrapado en medio de la Ventisca, tratando de aferrarse a alguna rama.

—No eres nada si sigues pensando en tu supuesto hermano llorando con los árboles, niñito. ¡Si quieres ser fuerte olvídalos a todos, tus hermanos, tu familia, tus amigos! —gritó el Cisne. Usando su otro brazo descargó una segunda ráfaga helada que arrasó con Shun y lo arrojó contra la hierba manchada de polvo negro.

—¿Olvidar? —«Es una locura, ¿cómo puedo olvidarme de mis compañeros o mi hermano? Eso no me hará fuerte de ninguna manera».

—Podría matarte ahora, luego congelaría al asno que se hizo atrapar para que no vuelva a hablar, después me llevaría las partes de Sagittarius que tienen, y al final obtendría el lugar de mano derecha del Señor, ¿buen plan, no crees? —El Cisne Negro estaba a su lado listo para disparar otra vez...

...Hasta que su brazo se cubrió con hielo blanco. La niebla negra que caía sobre el bosque se transformó en una tierna nieve blanca, tan albina como las plumas de un cisne que danza sobre un lago cristalino y sin manchas.

—No puede ser, ¿mi propio hielo me...? No, no es eso... es externo. Claro que tenías que ser tú, copia barata —dijo Cisne Negro mirando hacia atrás. Un joven rubio de ojos celestes como témpanos, cubierto por una armadura de diamantes llegó en medio de un aura blanquecina.

—Llamarme copia es un acto digno de un payaso y créeme, no disfruto de ese humor en particular. —Hyoga apareció firme y decidido igual que el día anterior, rodeado por un aura que congelaría incluso los más áridos desiertos.

—¿Viniste a rescatar a esta niña llorona? Pensé que tu deber era asesinarlos.

—Mi deber será sometido a un análisis. Aún puedo matarlos, pero primero debo cumplir con mi trabajo de Santo, y eso incluye tanto rescatar el Manto de Oro como convertirte en un muñeco de nieve.

—No me digas que también tienes humor Cisne blanco, veamos si los vientos de mi Ventisca se lo llevan lejos. —Cisne Negro dirigió su puño contra Hyoga que ni siquiera levantó el escudo. Las partículas de polvo lo rodearon, la nieve negra le sacudió los cabellos, el hielo oscuro lo envolvió...

—¡Hyoga! —Era cierto que también quería asesinarlos, pero al menos daba oportunidad. Y era un verdadero Santo. Si iba a apoyar a alguien, sería a quien había compartido un par de años de su niñez con él.

—¿En serio? ¿A esto llamas “Ventisca”? —Hyoga terminó de hablar cuando la escarcha y la neblina terminaron de acordonarlo transformándolo en una estatua de hielo, brillando tanto con luces blancas como negras.

—Ja, muchachito arrogante, apareció todo lleno de drama y suspenso pero ya se convirtió en reliquia de museo ruso. —Cisne Negro volteó su mirada a Shun quien se había puesto en pie—. Te toca, y no intentes pelear. Solo muere.

—Me desconcentraste hablando de mi hermano, fue mi error perder el rumbo, no sucederá otra vez.

—El destino no cambia para los Santos, te convertiré también en hielo.

—El caso es que tienes razón, no pelearé contigo. Me parece que Hyoga cree que es su deber luchar personalmente contra su copia barata. —Shun sonrió mirando como el hielo se desprendía, caía como cristales negros y se quebraba como una ventana que dejaba entrever la luz detrás. Una luz totalmente blanca.

—No puede ser...

—Bueno, lograste enfriar un poco mi piel, te felicito. Ahora te toca.

Una corriente helada hizo que Shun se cubriera instintivamente con sus manos a pesar de haber recibido los ataques de la Sombra, lo que solo pudo significar que la temperatura bajó aún más. Una ráfaga alba cruzó el bosque a toda velocidad y el Cisne Negro lo evitó a tiempo para no congelarse completo, fue un movimiento rápido y sorpresivo, la Sombra demostró buenos reflejos. Sin embargo, una extremidad se le quedó atrapada en una prisión de hielo.

—Congelaste mi brazo, no puedo... ¡no puedo deshacerlo!

—Por supuesto, es que no estás acostumbrado. Lo que tú haces es un truco de magia e imitación, lo que yo hago es manipular el hielo.

Shun se acercó a él para que no intentara nada justo cuando sintió que otro Cosmos se acercaba, iracundo y sombrío.

—C-creo que lo mejor será retirarme por hoy. —El hombre sonrió aunque su tono de voz admitía la derrota—. Después de todo, nuestro compañero no sabe tanto como aquellos que estamos más cerca al Señor. Es solo una copia muda y sin opinión de nuestro líder. Ya los visitaremos de nuevo.

—¿Crees en serio que te dejaré ir? Primero me dirás donde se esconden.

—Recuperaremos a Sagittarius.

Shun sintió el Cosmos a pocos metros, sorpresivamente un hombre de negro apareció detrás de Hyoga y lanzó una Ilusión Diabólica que el Cisne esquivó con elegancia y tranquilidad dando un veloz paso a un lado, casi como si hubiera patinado sobre el suelo.

—Lo siento, nuestra dirección es privada, ¡tendrá que ser en su casa, chico!—se despidió el Cisne Negro saltando sobre un árbol y desvaneciéndose entre la bruma oscura con la misma velocidad y misterio con la que había llegado. Cuando Shun y Hyoga hicieron el ademán de perseguirlo, la segunda Sombra también se esfumó.

—Qué tipos más desagradables —musitó Hyoga con tono de asco—. Huir así es patético.

—Ellos son los que manipularon a Jabu y los demás, Hyoga. Espero que ahora sí nos creas. —Shun le dedicó una sonrisa amistosa, pero el Cisne parecía ser un iceberg hecho hombre, nada cambiaba en su rostro.

—Después decidiremos eso, créeme que no se han salvado, Andrómeda.

—Pero Hyoga...

—Sin embargo, lo primero es recuperar ese Manto de Oro que pertenece al Santuario, el Sumo Sacerdote lo necesita.

«Ni el Sumo Sacerdote ni el Santuario son de confiar, Hyoga» pensó, pero no dijo nada. Aún no era el tiempo de hablar, y primero quería discutirlo en el hospital.

—¿Eso quiere decir que nos ayudarás?

—Tómalo como quieras, Andrómeda. Iré tras esas Sombras y recuperaré a Sagittarius, estén ustedes o no.

—Pero no sabemos dónde están, ni si quiera sé de dónde vinieron y...

—Yo sí, Shun. Sé dónde se han reunido. —Era una voz dulce y cándida, la heredera de los Kido había cambiado mucho con los años. Saori llegó con la compañía de tanto Jabu como Nachi.

—¿Es en serio? —Concentrado en las Sombras no los sintió llegar; no supo si Hyoga sufrió lo mismo.

—Sí, en el monte Fuji. Y sé también de dónde vinieron, pero... —en su tono de voz había algo triste, como si no quisiera decírselo y temiera el futuro en que lo haría, se notaba en su garganta, sus ojos y sus manos.

—No me diga que...

—Isla Reina de la Muerte.

 

12:51 p.m.

Era una muchacha fuerte, no como él. Ya se había despertado y sus heridas sanaban rápido, aunque el doctor decía que tenía que quedarse unos días más en cama, por más que ella lo discutiera en un idioma diferente.

—Shun, ¿podrías decirle a este caballero que ya me puedo levantar? —June llevaba su cabello suelto, lo cual en parte ayudaba a cubrir las feas heridas de su rostro. Las múltiples vendas se encargaban del resto de su cuerpo.

—La señorita tiene muchos huesos rotos, no puede levantarse así —le explicó el doctor sonriendo, después de que él tradujera al japonés.

—¿Qué? Pero si soy una Santo, ¡por supuesto que tengo huesos rotos! Se me curarán con el tiempo, ¡demonios! —June se llevó la mano a la cabeza cuando se movió demasiado brusco y Shun siguió traduciendo del griego a su lengua madre.

—Je, je, su novia es muy fuerte de carácter. —El viejo doctor de la fundación cerró la puerta tras de sí riendo sin parar. No se molestó en traducir lo último.

—¿De verdad te sientes mejor?

—Claro que sí. Como decía mi maestra Caph, mientras vivamos no podemos sentirnos mal, debemos seguir hacia adelante y recuperarnos, volver a rompernos los huesos, y así sucesivamente...

—Sí, curiosa forma de ver las cosas. June, tengo que contarte algo.

Shun se sentó a los pies de la cama y le relató todo lo que había sucedido, incluyendo la aparición de las Sombras, el regreso de algunos de sus viejos amigos del orfanato con sus propias armaduras, la presencia maligna del líder que venía del mismo lugar donde su hermano debía estar entrenando, y que se había robado su identidad. Le habló del verdugo del Santuario, del extraño Cosmos de Saori Kido, y por supuesto del robo del Manto de Oro de Sagitario.

—Espera, ese zombi del que hablas que viene también de la isla Reina de la Muerte, ¿dices que se hace pasar por tu hermano mayor?

—No tengo otra explicación.

—No quieres otra explicación, que es distinto. —Como siempre, su amiga era bastante directa.

—No es Ikki, June, en serio. De todas formas no es el único problema, ya que Hyoga parece que todavía quiere matarnos y el Santuario está claramente detrás del Manto Sagrado.

—El Santuario —repitió June en tono despectivo—, los que nos traicionaron y destruyeron nuestro hogar, los que mataron a nuestros maestros. No son de fiar.

—Lo sé.

—¿Les contaste?

—No, de hecho primero quería saber tu opinión al respecto.

—Ay, Shun, creo que lo diga en este caso no importa mucho. Tú debes saber si puedes confiar o no en estos muchachos —dijo con voz tranquila, casi compasiva.

—Quiero confiar en ellos, no me han dado ningún motivo para lo contrario. —Recordó el sacrificio de Shiryu y el rescate de Seiya—. Pero confían en el Santuario y no quiero dañar eso.

—¿Y la tal Saori Kido?

—Aún no sé qué pensar sobre ella. Como te dije, lo único que deseaba en un momento era dar mi vida por ella, a los demás les pasó lo mismo según vi, pero no creo que alguno de nosotros tenga una explicación para eso.

—Sí, bueno, como sea. Pero se darán cuenta tarde o temprano cuando el Sumo Sacerdote envíe a otro asesino a cumplir el trabajo que el Pez no terminó. Ese hombre debió quedar con la autoestima en el suelo cuando dos simples y novatos Santos de Bronce se le escaparon.

—Si él vuelve e intenta asesinarte... o a mí, me encargaré personalmente de la situación —resolvió Shun aún con la ira latente, era cosa de recordar el cuerpo de su maestro destrozado mientras lo devoraban las pirañas...

—El problema es que no creo que tarden. Recibí una visita anoche —dijo la muchacha poniendo los ojos en la Caja de Pandora bajo la ventana.

—¿Qué clase de visita?

—No lo sé, estaba oscuro y no me dio tiempo de encender la luz. Solo sé que, por su voz, debía ser una mujer. Su Cosmos era bastante puro, limpio, estoy casi, casi segura de que no era un enemigo. Me dio algo de información y después desapareció como una ninja.

—¿Qué información?

—Vienen por nosotros, Shun. El Santuario intenta asesinarnos por rebeldes, por el robo de un Manto de Oro, o cualquier excusa que se les ocurra. El Sacerdote ha enloquecido. Los Santos de Plata están preparados.


[1] Blizzard en inglés.

 

 

 

Dejo además la imagen de June, quien a pesar de no aparecer con la armadura puesta en el capítulo, sí está dentro de la caja. Debo decir que quedé conforme, especialmente con el uso del color verde limón en vez del azul del animé.

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Editado por Felipe_14, 23 julio 2015 - 18:08 .

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Publicado 08 agosto 2014 - 17:30

Increible capitulo,me gusto la pelea entre Hyoga y el caballero negro, muy buena la imagen de June

 

por cierto muy buena idea que shun alabe a todos menos al poderoso ichi Jajaja


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Publicado 10 agosto 2014 - 16:12

o.o En realidad... se me olvidó Ichi xDDD

 

En fin, ahora un capítulo de "transición"

HYOGA II

 

19:40 p.m. del 27 de Agosto de 2013.

La paciencia era una virtud que su maestro le había enseñado, pero no parecía ser el caso con los demás Santos de Bronce. El Oso y el León no paraban de dar paseos interminables de lado a lado del salón; el Lobo hacía un molesto ruido con un pie golpeando nerviosamente el suelo, aunque para nada comparable con el irritante castañeo de dientes de la Hidra que no lo miraba en ningún instante. El Unicornio, al contrario, no alejaba su vista de él, proyectaba odio y desprecio. Dragón, Andrómeda y la nueva lograban mantener un poco la calma mientras esperaban que Saori Kido dejara de buscar a Pegaso. Ese sí que lo desesperaba, cuando niño no lo aguantaba. Ahora estaba retrasado, Hyoga no comprendía las prioridades de algunas personas.

—¿Alguien podría explicarme por qué está el ganso aquí? —Unicornio debió creer que podía amedrentarlo.

—Él me ayudó en la pelea con el Cisne Negro — respondió en su lugar el muchacho sensible de cabello rojo.

—¡Este tipo quería matarnos!

—Tal vez aún lo haga si sigues escupiendo —dijo Hyoga.

—¿Qué te...? —Unicornio levantó su puño pero tranquilamente el Dragón lo detuvo, parecía en bastantes buenas condiciones después de lo que pasó en el muelle. Supuso que ese puñetazo lo salvó del golpe fatal en el corazón, y el resto de heridas no fueron tan graves.

—Calma. No es momento de pelear entre nosotros.

—¡Él no es parte de nosotros, Shiryu!

—Voy a cumplir con mi deber, no los necesito para hacerlo así que tiene razón —dijo Hyoga pensando cuál de ellos sería útil, y cuál un estorbo.

 Su maestro le había enseñado a cumplir las reglas, y el Santuario le había dado una orden. Podía discutirle al Sumo Sacerdote que esos chicos parecían haber sido manipulados por una técnica llamada Ilusión Diabólica, una que parecía más un mito que realidad, pero no tenía pruebas concretas. Incluso si actuaban amistosamente ahora, no podía saber si alguno había peleado en serio aprovechando la oportunidad. ¿Se equivocaría el Sumo Sacerdote? Su maestro le había dicho que el líder de los Ochenta y Ocho podía ver el destino en las estrellas, era imposible que cometiera un error. Al menos uno de esos siete debió haber combatido por motivos personales.

—Sigues arrogante. Si usara mi Veneno Suave ahora que no tienes armadura, sería bastante complicado que te salvaras como antes —soltó la Hidra con bastante autoconfianza, como si de verdad no supiera que la pelea sería exactamente igual. Él sí combatió por motivos personales, ahí no hubo ilusiones de por medio.

«¿Debería denunciar a este tipo al Santuario o no vale la pena?»

—Chicos, por favor cálmense —dijo Saori Kido apareciendo por una puerta lateral con su mayordomo. Hablaba en japonés, pero podía entenderle—. Ichi, no.

—Como diga —respondió el punk con una pequeña reverencia, y se sentó en un sillón. Hyoga sabía que todos tenían sus gustos, pero nunca había presenciado en persona ese tipo de sometimiento de perro faldero por una muchacha bonita.

—¿Encontraste a Seiya? —preguntó el Dragón.

—No, pero no tengo dudas de que vendrá —contestó Saori. Luego se acercó a la nueva, la que llegó acompañada de Andrómeda—. Tú debes ser June.

—Lo siento Saori, ella es etíope, no habla el idioma —se excusó el pelirrojo.

—Oh, lo lamento, no lo pensé. Espero que te hayan tratado bien en nuestro hospital —dijo Saori esta vez en un excelente griego.

—Sí, gracias —dijo la muchacha rubia con un tono algo cortante. Por el relieve de la Caja blanca que tenía a sus pies, debía ser la Santo de Camaleón.

—¿Puedo saber qué te sucedió para que te dejaran en esas condiciones? —preguntó Saori con amabilidad y una sonrisa.

—No —respondió Camaleón. A Hyoga le cayó bastante bien, se hizo respetar. Pero había un problema. Se enteró que Shun llegó de la isla de Andrómeda con ella en malas condiciones, pero después de lo que pasó en la mansión, investigó y descubrió que la isla de Andrómeda fue atacada por fuertes tsunamis y sus habitantes perecieron. Eso solo pudo traducirlo como intervención del Santuario. Cuando buscó a Andrómeda para increparlo, se encontró también con la réplica negra, por lo que el tema quedó ahí. Y si contactaba a Grecia para saber los detalles, también debía dar un informe sobre las Sombras, Sagittarius, y lo de los siete rebeldes. No estaba listo.

«Aun así debo poner un ojo sobre esos dos. Si el Santuario atacó la isla ellos debieron escapar. No son de fiar, pueden ser renegados también...»

—Saori, lo que nos sucedió en Andrómeda fue complicado, preferiría que nos permitieras revelarlo a su debido tiempo cuando todo esto de las Sombras acabe, ya que nos atañe a todos nosotros —explicó Shun, y Saori Kido aceptó con una sonrisa, aunque Camaleón no pareció nada conforme.

—¡Ya llegué! —se anunció el muchacho que todos esperaban con la Caja en la espalda, haciendo drama, como supuso. Tenía el brazo izquierdo vendado igual que el torso, un hombro, y el tabique de la nariz. Seiya llegó quejándose de los dolores típicos posteriores a una pelea, pero su Cosmos estaba en perfectas condiciones, se recuperaría en un par de horas.

—¡Tardaste mucho! —dijo el Oso.

—Seiya, antes que nada me gustaría darte las gracias, me salvaste la vida. —Shiryu inclinó la cabeza con gratitud y una increíble solemnidad, más digna de un sabio de mucha edad que de un chico de diecisiete—. Te debo una.

—Ay, por todos los dioses, no hagas que un puñetazo suene tan incómodo y serio, Shiryu —dijo Seiya llevándose la mano a la nuca.

—Maldito enano, ¿cómo te atreves a hacer esperar a una dama como la señorita Saori Kido, no te da vergüenza? —le espetó el mayordomo Tatsumi con una espada de madera en la mano una que no le vio traer. Pegaso solo sonrió con descaro.

—Tenía que recuperar fuerzas, es todo. —Hyoga percibió algo más, típica careta de arrogancia y dureza para ocultar haber llorado o lamentado algo—. Ya es hora de irnos.

—Sí. Seiya tiene razón Tatsumi, por favor guarda esa espada —ordenó Saori, y el asistente obedeció al tiempo—. Pero no creo que sea prudente que todos vayan, las Sombras siguen rondando en los alrededores y quizás todo sea una treta para ir al monte Fuji y atacar mientras están allí.

—Pero no sabemos cuántos hay en el monte, pueden ser cientos —dijo el León acomodándose en su asiento.

—Ya todos estamos bien, incluso Shiryu y Seiya. Además tenemos otro Santo de nuestro lado. —Ichi observó sonriente como un bufón a la tal June y ésta se limitó a desviar la mirada—. Porque... está de nuestro lado, ¿no?

—No veo razón para no cumplir con mi deber de Santo —aclaró ella.

—Pero sí existe la posibilidad de que ataquen la mansión o los alrededores nuevamente, recuerden lo que Ikki hizo en el muelle —dijo Seiya.

—No es mi hermano, estoy seguro —intervino Shun.

—Como sea, el caso es que son peligrosos sueltos.

—Ese líder no será problema para mí. Una vez me acostumbre a esa aura oscura quizás necesitaré solo un par de ustedes para mantener a raya a los demás. Si cae la cabeza el cuerpo no puede sobrevivir. —Hyoga analizó rápidamente a sus compañeros—. Creo que con Dragón y Pegaso será suficiente.

—Yo iré, de ninguna forma me lo impedirán —dijo Shun.

—La avioneta saldrá en pocos minutos y tardará poco en llegar al monte, así que es momento de decidir. —Saori puso sus ojos en Dragón, quien con los brazos cruzados esperó pacientemente a que terminara la discusión—. ¿Qué opinas?

—Creo que la mayoría de nosotros debería ir. La mitad para combatir con esas decenas de Sombras clones con alas que nos estarán esperando, y la otra para luchar con los Santos de Bronce Negros que poseen las partes de Sagittarius. El resto se debería quedar aquí en caso de algún problema.

Incluso Hyoga lo consideró un buen plan, los demás también asintieron. Dragón parecía ser alguien de temer...

—Decidido entonces. Ichi, aún tienes dificultades para mover libremente tu cuerpo por lo de... —Saori miró a Hyoga y rápidamente apresuró su monólogo, visiblemente incómoda—, por lo del otro día, y June, según nos dijo el doctor, aún tiene que recuperarse.

—Puedo pelear, Chamaeleon está en perfectas condiciones también y...

—June, por favor quédate aquí y cuida el orfanato. Si vas, de seguro evitarás que yo haga algunas cosas. Además, por ayudarme recibiste mucho peores heridas que yo. Te lo encargo. —El tono de Shun y su sonrisa no parecían las de un guerrero, pero lograron convencer a Camaleón que asintió débilmente.

—Está bien, pero solo por esta vez.

—¡Entonces vamos! —dijo Seiya con entusiasmo incomprensible, y en pocos instantes subieron a la avioneta de la fundación.

 

20:40 p.m.

El piloto los dejó a pies de la gigantesca montaña que Hyoga visitaba por primera vez. No sabían dónde comenzar exactamente, pero algo, quizás una intuición colectiva los guiaba. Caminaron sin hablar por el mismo rumbo subiendo por las rocas y la tierra con los ojos puestos en la cumbre nevada pero oscura. Los ocho Santos llevaban sus Mantos en las Cajas sujetándolas de las correas de cuero con la mano, listos para liberarlos en cuanto los atacaran. Hyoga sabía que no pasaría mucho tiempo para eso, todos debían sentir lo mismo. El monte Fuji estaba consumido, cargado por un aura oscura; el ambiente era tenebroso, los misterios típicos sobre el volcán se habían intensificado con la presencia de las Sombras en algún lugar de su interior.

Llevaban las siete partes de Sagittarius que habían recuperado aunque costó mucho convencer a Saori Kido, pero quizás serían necesarias. Mientras más cerca estuviera de completarse, más fuerza de voluntad tendría el Manto Sagrado para oponerse al que Shiryu había reconocido como Ikki, el hermano de Shun.

—Qué peste, parece que alguien hubiera muerto aquí. —El Oso fue el primero en hablar tapándose la nariz con su gigantesca mano.

—Alguien no. Más de uno, de verdad parecen zombis —murmuró el Lobo.

—Se están tomando mucho tiempo para salir a recibirnos.

—¿Nervioso, Jabu? ¿Ansioso? —se burló Pegaso.

—Silencio, burro. —El otro no se lo tomó muy a pecho, como si estuviera acostumbrado. Hyoga recordó de repente que esos dos se peleaban bastante cuando niños, cosa curiosa ya que ni siquiera se acordó de Jabu antes.

—¡Atentos! —exclamó Shun justo cuando sus armas se empezaron a mover solas, igual que la otra ocasión. En la oscuridad de la noche sería difícil para una persona normal distinguir a los hombres vestidos de negro, pero ellos eran Santos. Los Cosmos de esos ladrones eran absolutamente visibles sobre ellos, ocultos en cuevas y grutas. Decenas de Sombras exactamente iguales, sus armaduras tenían esas colas saliendo de sus espaldas como plumas de ave.

—Han venido en medio de la noche, nuestra especialidad —dijo uno de ellos, bastante equivocado.

—¿Qué les hizo tomar una decisión tan absurda? —preguntó otro, peor aún.

—Bien, los primeros cuatro de nosotros que crucen esta maraña de Sombras irán tras las demás partes de la armadura. Los otros se quedarán aquí —ordenó Shiryu con seriedad.

—Sí. Me esperas aquí, ¿ok, Jabu? —dijo Seiya, Hyoga no entendía cómo podía alguien actuar así en esa situación.

—¡Por favor! Yo seré el primero que pasará y lo sabes.

Y ambos corceles cabalgaron libres de las Cajas, el Dragón rugió al igual que el León, las cadenas brillaron, el Lobo mostró sus garras junto al Oso, y el Cisne voló dejando una estela blanca en la penumbra.

Hyoga corrió. Vio como decenas de manchas con armaduras negras y forma humana se interpusieron en su camino... pero no es como si fuera de importancia. Distinguió unos destellos de luz dirigidos hacia él, solo tuvo que esquivarlas y notó cómo sus compañeros hicieron lo mismo detrás de él. Algunas Sombras creyeron que sería ventajoso ponerle las manos encima, pero ninguno volvió a moverse. El hielo corría desde su cuerpo con naturalidad, como si fuese su propia respiración.

Diez, veinte, tal vez vio cincuenta hombres de negro en su carrera. Siguió subiendo la montaña hasta que los gritos del combate quedaron detrás, y Hyoga se encontró con una bifurcación camino arriba. Desde allí se separarían, buscarían a las copias y vencerían al líder, pero antes de tomar un camino específico...

—¡Espera, Hyoga! —Era Andrómeda. Cuando se volteó soltando un suspiro desganado, vio que lo acompañaban Pegaso y Dragón, mientras los otros se quedaban a combatir con esas decenas de sobrevivientes de Reina de la Muerte.

—¿Qué?

—Tomen esto, son campanillas. —Shun les pasó un cascabel a cada uno, dorado y redondo, con lazos rojos para atar en las muñecas—. Así sabremos dónde está cada uno. Si alguien necesita ayuda solo tendrá que hacer sonar la campanilla y los demás sabremos su ubicación.

—Qué estupidez —dijo Hyoga, aunque notó que las palabras se quedaron dentro de su boca. «En realidad, ¿para qué entorpecer más nuestra situación?». Se ató el cascabel de mala gana.

—Buena idea. Tengan mucho cuidado, recuerden que nuestra principal misión es recuperar a Sagittarius, no arriesguen la vida innecesariamente.

—Como digas, jefe. —Seiya tomó rápidamente uno de los caminos y se preparó como si fuera a correr los cien metros—. ¡Nos vamooos!

Y se dividieron. Ninguno sabía qué les esperaba, pero Hyoga al menos tenía contemplado cumplir con su misión sin fallos. Sostuvo fuertemente la manopla derecha de Sagittarius y continuó.


Editado por Felipe_14, 23 julio 2015 - 18:08 .

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Publicado 11 agosto 2014 - 10:02

Me leí el cap de Aiolia y veo que decidiste mezclar el Ep G con la obra clásica…mhmm tocaría ver como le va Xq a mi parecer tal vez termine como alterna del clásico ya que en MO no recuerdo que hablen de Japeto vs Aiolia, creo que terminaría como una historia después de la lucha del Ep g bueno es mi forma de verlo!!

Editado por mihca 5, 11 agosto 2014 - 10:04 .

¡Si una hembra te rechaza es por el bien de la evolución!

 

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Publicado 11 agosto 2014 - 12:43

Me leí el cap de Aiolia y veo que decidiste mezclar el Ep G con la obra clásica…mhmm tocaría ver como le va Xq a mi parecer tal vez termine como alterna del clásico ya que en MO no recuerdo que hablen de Japeto vs Aiolia, creo que terminaría como una historia después de la lucha del Ep g bueno es mi forma de verlo!!

Es que es lo que puse en el primer post, quería hacer un universo compartido a la vez que omitir los errores de Kuru en su manga. Así que no voy a profundizar en la titanomaquia, no necesariamente tiene que ser igual a la del G, es más una referencia a que en el pasado los dorados también tuvieron batallas. Desde el principio este fic es un reboot del manga original con elementos de otros spinoffs que no fueran contradictorios con el mismo.


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Publicado 11 agosto 2014 - 14:00

Ahora un capítulo más corto que los demás, pero que da comienzo a la batalla principal contra los hombres de DeathQueen Island.

 

SEIYA V

 

21:05 p.m. del 27 de Agosto de 2013.

Si comparaba el Monte Fuji con la montaña al medio del Santuario parecía casi un castillo de arena, algo ínfimo pero de una vista fascinante, al igual que sus historias. Eran muchos los mitos alrededor de ese volcán, pero un montón de Sombras ladronas robándose una armadura de gamanio y oricalco no era uno de ellos.

Se encontró de repente al interior de una cueva, muy grande, tenebrosa, oscura y demasiado calurosa. Había cosas puntiagudas colgando de algún techo que no veía, como murciélagos deformes, y aunque caían algunos goterones por la corrosión, jamás llegaban al suelo, se evaporaban por culpa de la alta temperatura. Nunca hubiera pensado que algo tan inmenso y extraño se hallara de verdad al interior del monte Fuji, pero no podía echarse atrás, era la ruta que le había tocado. El cinturón de Sagittarius que llevaba bajo el brazo servía como una especie de antorcha para guiarse.

—Al fin apareciste, Pegaso —dijo una voz femenina y perturbadora.

—Pensamos que te habías perdido entre tantas sombras. —Esta vez era una voz masculina con un acento extranjero que parecía de medio oriente.

—Traes el cinturón, nos pones las cosas fáciles. —El tercero hablaba muy gravemente, el eco de la caverna lo hacía peor.

—Vaya, la valentía de enfrentarse tres contra uno es admirable, quisiera ser como ustedes cuando grande —se burló Seiya y se puso en guardia. De cavernas pequeñas surgieron tres oponentes que quedaron visibles luego de que encendiera su Cosmos para iluminarlos.

—Me presento, soy la Paloma Negra —dijo la mujer de ojos y cabello negro como los demás, con una armadura ligera y frágil portando alas. Le parecía haber visto alguna vez el Manto de Paloma en el Santuario, quizás, pero estaba seguro que se enfrentaría por primera vez a una Sombra mujer—. Traigo el guardabrazo derecho. Si lo deseas ven por él, chico.

—Yo soy Pegaso Negro, es un gusto conocer a mi copia —se presentó esta vez un tipo de tez morena que usaba exactamente la misma armadura que él, pero negra como la caverna a su alrededor. Físicamente no se parecían en nada—. Soy el dueño de la hombrera derecha.

—Y yo soy Oso Negro. —El tercero era enorme, pero no más que Geki—. Traje la pancera, aunque no sé de qué sirve hablar tanto. —Saltó y cayó a centímetros de Seiya, sus pies generaron un pequeño temblor que lo desconcentraron unos segundos hasta que el gigantón lo agarró del cuello con sus manos. Desde el principio sintió la abrumadora presión, la respiración ya era difícil al estar allí adentro y ahora se la cortaban. Pero después de enfrentar a Geki sabía lo que tenía que hacer.

Puso las manos alrededor de las manoplas del Oso Negro para destruirlas, pero recibió en su lugar una fuerte y acrobática patada en la cara cortesía de la Paloma, quien posteriormente le agarró los brazos por la espalda e intentó quebrarle los huesos. No parecía tan fuerte, pero Marin repetía una y otra vez eso no dejarse engañar por la apariencia. Tuvo que probar con otra cosa de manera rápida: lanzó una patada al vientre del Oso, luego otra y otra, y treintaisiete más antes que el monstruo terminara de parpadear. Un Meteoro con los pies, como los que tan simples le salían a su instructora.

—¡Qué demonios, es un maldito! —se quejó no-Geki soltándolo, y eso le dio tiempo para atacar a Paloma detrás suyo que no pudo superarlo en fuerza.

—No quisiera lastimar a una mujer, así que si no me das la parte de...

—Eres una niña —interrumpió Paloma, movió la mano hacia arriba y Seiya se vio de repente envuelto en un torbellino. Chocó ruidosamente contra el techo de la cueva y varios pedruscos cayeron sobre el suelo rocoso, algunos sobre su casco con forma de equino.

—¡Prueba la angustia de la Muerte Negra[1], Pegaso! —dijo su clon en medio de un salto, lanzó una rápida y sucesiva cantidad de puñetazos como si imitara su Meteoro, los estampó contra su cuerpo aunque logró bloquear los que parecían más fuertes o potencialmente letales. Antes de estrellarse recibió un doloroso codazo del Oso Negro en el rostro, lo arrastró por el suelo, y se detuvo a los pies de Paloma Negra, quien levantó amenazante la bota sobre su cara.

—Deben estar bromeando... —Seiya hizo una pirueta tomando impulso con los pies justo a tiempo para evitar que lo aplastaran. La herida que le había quedado en la nariz por su pelea con Pez Austral Negro se abrió por el codazo y la sangre manchó su armadura azulada. Se sumaron a su peculiar colección algunos dolores musculares, pero le sorprendió que la versión negra del Meteoro no le hiciera daño. Pegasus no tenía ni un rasguño.

—Tienes la cara sucia chico, límpiatela —sonrió Paloma acercándose a él con elegancia, casi seducción a pesar de lo brusca que era para combatir. A su lado, el Oso seguía quejándose de dolores abdominales por las patadas. Pegaso Negro se reía.

—Ja, ja, ja, danos el cinturón, Pegaso, haz de tu muerte algo más digno.

—Muy bien, muy bien. La chica es violenta pero pelee con una bastante peor el otro día, más rápida y más... eh... italiana. El gigantón perdería nueve de diez veces a las vencidas con Geki, él sí que es un Oso. Y en cuanto a mi fotocopia, debo decir que la tal Muerte Negra no me hizo nada.

—¿En serio? ¡Tal vez si la recibes un par de veces más digas lo contrario! —Esta vez Pegaso Negro concentró su poder en un único golpe muy potente. Y muy lento también, Seiya solo tuvo que hacerse a un lado—. ¿Qué? ¿Dónde estás?

—¡Desapareció! —gruñó Oso Negro.

—¡En serio son lentos! —les dijo detrás de ellos. Paloma reaccionó mejor que los otros dos, atacó nuevamente con sus patadas y generó un pequeño remolino que Seiya bloqueó con el brazo. Su copia disparó golpes a dispersión, tal vez para distraerlo mientras se acercaba el Oso, porque daño no le hizo.

—¡Quédate quieto! —exclamó Paloma cuando Seiya se movió lejos de su alcance nuevamente. El Oso lo agarró de un brazo pero se soltó fácilmente con una fuerte patada en el estómago y aprovechó para lanzarlo encima de su copia. Luego se enfrascó en una pequeña pelea con la muchacha voladora que ganó enviándola de cabeza junto con los demás. Eso le dio tiempo suficiente para concentrar la energía para destruir los átomos en su mano.

—¡Ahora verán de lo que es capaz un verdadero caballo alado! —Esta vez no haría cincuenta, ni sesenta, ni noventa...

—¿Qué podrías hacer con tres a la vez? —Pegaso Negro escupió y se sacó a sus compañeros de encima, pero ya era tarde. El Meteoro atravesó las estrellas, cien golpes en el primer instante, cien en el segundo, y ya en el tercero empezó a disminuir la frecuencia.

 

Inhaló y exhaló un par de veces para recuperar el aliento. No era la primera vez que luchaba contra varios enemigos al mismo tiempo, de hecho la última había sido el día anterior, pero eso no evitaba que se agotara. Puso su atención en las armaduras negras que portaban los cadáveres, no las oía respirar, no sentía vida en ellas, solo eran pedazos de metal oscuro pesadísimas sin el poder del Cosmos. Y él, entrenado principalmente en el aspecto de la velocidad, siempre tendría ventaja en el combate contra las Sombras...

Seiya sintió repentinamente un fuerte dolor en el brazo acompañado de un aumento en su temperatura corporal. Algo lo alertó de que no estaba bien así que no perdió tiempo. Con dificultades agarró las cuatro piezas doradas que recuperó y se infiltró en la profundidad de la cueva, aún más oscura. Varios túneles subterráneos se mezclaban en el interior como una selva negra, llena de angustia y dolor acumulados. Parecía que le habían prendido fuego a esa jungla de piedra.

«¿Pero qué diablos me pasa?» El dolor aumentó en su brazo y apareció también en una de sus piernas como un sarpullido. Luego siguió en el abdomen y cuello, para finalmente mostrarse en el resto de su cuerpo. Ardía como el infierno, tanto que tuvo que quitarse la armadura azul. Era como bañarse en llamas.

Apenas se quitó el brazal vio una horrenda mancha negra en el brazo que se extendía desde la muñeca hasta casi el codo, palpitante y muy ardiente, como si se lo hubieran quemado. Sintió la cabeza caliente como cuando tenía fiebre y su hermana corría a ponerle paños húmedos... Caminó quitándose a Pegasus, no quería que él también sufriera el calor. La sangre le ardía y la que salía de su nariz le manchaba la camisa de un color marrón muy oscuro.

«¿Qué me hizo ese tipo?» La Muerte Negra, una técnica que no parecía tan peligrosa, había atravesado sin problemas la coraza y tocado su piel en muchos lugares al mismo tiempo. Seiya se encontró de repente caminando cerca de un acantilado, la noche se asomaba por encima y las estrellas no brillaban, pero sí veía claramente las manchas que aparecían por todo su cuerpo. «Hace tanto calor...»

 

Se preguntó si Seika llegaría a tiempo con los paños mojados, y si quizás le cantaría una canción antes de dormir. El fuego ardía en su cuerpo, tal vez se daría un baño... Dejó que lo metieran a la bañera, unos juguetes de oro cayeron junto con él. No recordaba que la bañera fuera tan profunda y oscura...


[1] Black Death en inglés.


Editado por Felipe_14, 23 julio 2015 - 18:09 .

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