-Todos odian a Atenea--XD
-Ojala Shun se deje de inseguridades y actue como un guerrero
-que me late que saori se va aquedar con ese apodo
-Mei si que es poderoso
Shun no está actuando con tanta inseguridad, lo que pasa es que no puede actuar por las heridas, y la barrera del Etna. Y Mei es muy poderoso entre los... de su rango xD
Gracias por comentar :)
Me gustaron los capitulos que he leido y buena narración
Muchas gracias :D
IKKI II
13:10 hrs. 12 de Junio de 2014.
¿Por qué no podía moverse? Shun le hablaba, pero en lo único en que Ikki podía pensar era en el ojo de Tifón, una criatura anterior al tiempo, tan grande como la Tierra, esperando bajo ella a que lo liberaran. Sentía un temor tan inaudito que no conseguía mover las piernas, a sabiendas de lo que sucedía alrededor. La oscuridad que venía era mayor a todas las penas del infierno, no podía evitarlas, así como a seguir viviendo. No moría, ¡no moría con nada! No descansaba nunca, y si no encontraba las respuestas, estaba condenado a sobrevivir a todas las desgracias del mundo, y todo lo vivo, incluso a su hermano. ¿Por qué no moría ya?
Miró a un lado, donde Agrios y Thoas, que seguía vivos, se hallaban en el suelo lanzando sus órganos internos al bastón de Encélado, solitario en el piso y bañado en sangre, mientras su dueño aullaba tanto de dolor como de alegría tras reventarse el corazón. Un Cosmos perverso salía del agujero en su cuerpo, e impedía a Mei avanzar con comodidad, a pesar de que lo estaba haciendo mucho mejor que Shun y él.
—Maldito seas, Encélado, ¿sacrificas tu propia vida para despertarlo? ¿No te importa no ser capaz de ver el mundo que Tifón reclamará? —exclamó Mei, vestido con la más extraña de las armaduras, similar a la de las Sombras de Reina de la Muerte, pero luciendo los destellos vivos de cualquier Manto Sagrado real.
—Grrrr, n-nosotros no morimos, Coma, somos inmortales, p-por eso la put.a de Atenea nos debió sellar, j-ja, ja… —rio Agrios, cayendo de lado sobre su intestino.
—Nos levantaremos tras los minutos que nos tome recuperarnos, ¿no es así, hermanos? —Thoas, cuya cabeza yacía sobre su hígado palpitante, miró a todos lados y el horror lo dominó—. P-Pallas... ¿d-dónde está Pallas? ¿Dónd…?
—Lo asesiné. Sus pedazos están tirados allí, ¿los ven? —dijo Mei, cuyo Manto Sagrado desprendía hilos luminosos como neón por brillos violetas y azules, que se acercaron dificultosamente a Encélado, protegido por el muro de odio impregnado en la máscara de Guilty. La sangre del Gigas se transfería al palo en el piso, marcado por bestias mitológicas, y el fuego ascendió y se desbordó más y más. Ikki no tenía fuerzas para esquivarlo, así que Shun lo movió.
—No... En realidad, el único inmortal es el menor —susurró Encélado. Sus hermanos, ansiosos, abrieron los ojos como platos y la sangre empezó a desbordar de sus gargantas. Había tanto horror en sus miradas como en la de Ikki.
—¿Q-qué dices? I-imposible, p-p-por eso Atenea...
—Hermanos míos, fue Tifón, el único de nosotros que es realmente inmortal, quien nos aprisionó en el Calabozo de Tiempo Estancado bajo este volcán, no Atenea —explicó Encélado como si hablara del clima, ante el pavor de Agrios y Thoas—. No c-creo que lo sepan, p-pero se dice que solo un dios puede matar a un d-dios. Mu-muchos de nuestros hermanos fueron asesinados por los dioses… pero Tifón, cuando lo traigamos de vuelta con nuestro sacrificio... él j-jamás m-morirá. L-lo intenté hace unos diez años, desde el interior de la prisión, p-pero me detuvo un S-Santo de Oro… ahora nadie podrá hacerlo…
Tifón no podía morir, pues era un dios al que ni Zeus pudo derrotar, y hasta un Santo de Oro, no sabía quién, se había movido para frenar incluso el intento de resucitarlo. Ikki... era un humano, no un dios. Los humanos morían. Esmeralda, Kaça, Django, Guilty, Saga, Aldebarán, su madre, humanos como él que un día dejaron de existir en la Tierra, todos morían.
¡Eso significaba que aún podía luchar! Lo que más limitaba a los seres humanos para hacer cosas extraordinarias era la muerte, y el miedo ligado tan intrínsecamente a ella. No debía tener miedo, solo era una ilusión molesta en la cabeza, provocada por Encélado. Incluso si Tifón realmente era de ese tamaño, estaba allí abajo, y su Cosmos era el que brotaba del pecho de su hermano mayor, entonces debía detenerlo como el Santo de Atenea que era.
—¡Despierta, oh, Tifón, hermano mío! —dijo Encélado antes de que una luz saliera de su pecho, deformando el espacio a su alrededor, una llamarada roja como fuego, que atraía el bastón manchado de sangre hacia ella. Los trozos del Topacio de Encélado cayeron cerca de Agrios y Thoas, quienes soltaban sus últimos quejidos. La miserable máscara estaba intacta, clavada a su rostro—. Sí, sí, sí, toma mi cuerpo, oh hermano, y asesinemos juntos a la perra malcriada de Atenea.
Mei había perdido tiempo con Pallas, y ahora contemplaba impotente como la bola de fuego, las vísceras y el báculo se unían en un remolino que hacía temblar la tierra. Encélado empezó a reír, Shun desplegó su Corriente Nebular para intentar frenar la unión de energías que provocaban erupciones sin parar, sin éxito, pues el viento era repelido por el fuego. Los muros estallaron y liberaron magma en la gruta, y Shun casi es atrapado.
Ikki descubrió que si se concentraba lo suficiente, podía manipularlo y desviar el fuego a un lado, ayudando a su hermano menor. ¿Miedo? Se había portado como un imbécil. Y Tifón no sería gran cosa si mataban a Encélado antes de que despertara en su cuerpo.
—¡Hermano! Qué alegría que vuelvas a la normalidad.
—Shun, sal de aquí, esto está derrumbándose. Mientras tanto me haré cargo de este tipo. —Ikki avanzó con su Cosmos ardiendo, pero fue repelido por el fuego que surgía de Encélado. Éste rio como un poseso otra vez desde el suelo, pariendo sangre, rellenándose por la entidad de Tifón.
—Perros de Atenea, s-son absurdos, ja, ja... Ikki de Fénix, p-pudiste hacerlo mejor, sin embargo, todavía tienes miedo… por eso es que son tan… ¿Quién soy yo?
La voz que salió de la máscara de Guilty no fue la de Encélado. Su sonido hizo retumbar los muros y volcar el fuego sobre ellos, parecía retumbar en todos lados como si estuvieran en una garganta gigante. Ikki retrocedió antes de volver a su lugar, avergonzado. ¿Qué mierd.a le estaba pasando?
—Eres...
—¿Te atreves a hablarme, humano, a ponerte a mi nivel? —le interrumpió la poderosa voz que nacía de las profundidades de la tierra y se transmitía directo a su mente—. ¿¡Quién soy yo?! —exigió otra vez el arma más peligrosa de la historia—. Eres dios —fue la concisa respuesta de Encélado en su lugar, ya una suerte de divinidad—. Soy dios... soy Tifón. Sí, lo eres, hermano, y yo el compañero que sacrificó sus entrañas por ti. Hermano... no lo recuerdo. No me sirves. Necesito más.
Encélado chilló y torció el cuello mientras era asesinado por su propio cuerpo. El bastón y la esfera llameante tomaron el cuerpo y lo elevaron a través de grutas que fue creando con su propio poder, como si la tierra, la lava y las piedras se apartaran para dejarle paso. El temblor sobre el que se encontraban era tan terrible que apenas podían permanecer de pie. Cada palabra que Tifón había pronunciado, había creado un sismo y una nueva erupción.
—Tifón está huyendo con ese cuerpo. ¡Ya es tarde!
—Tenemos que detenerlo de alguna manera —dijo Shun, confiado en su fe ingenua y eterna. Se alejaron prontamente del fuego, con excepción de Mei, que seguía impávido ante la escena.
—Maldita sea, me confié —admitió Mei, rodeado de hilos invisibles—, nunca pensé que se sacrificaría, sino que intentaría usar a los sicilianos, ¡tenía mucho tiempo!
—¿Qué dijiste? —preguntó Ikki, enfurecido, tomándolo del cuello—. ¡Repite eso, infeliz!
—¡Ikki! Detente por favor, Mei no es nuestro enemigo —suplicó su hermano, tomándole los brazos con las manos, sin demasiado éxito.
—Ikkun, no seas idiota, iba a detenerlos, soy un S-Santo... —se defendió Mei, encendiendo su Cosmos para detener al Fénix—. N-no creas que soy como...
—¿Cómo DeathMask? Pues sí lo creo —sentenció.
Mei se soltó con una patada que Ikki esquivó, retrocedió un poco y se puso en guardia ante él. Ikki también se preparó, pero sabía que no llegarían a nada. Era solo cosa de que alguien con suficiente cordura dijera algo sensato.
—No tenemos tiempo para esto…, Mei, tú los conocías, dinos qué hacer y lo haremos, una pelea entre ustedes solo perjudicaría a la gente.
—Shun... —Mei bajó la guardia, e Ikki tardó un poco más. No se podía estar seguro, aunque jamás había golpeado a alguien en ventaja, ni siquiera siendo el más hábil en el orfanato—. Tienes razón, no tiene sentido ahora. Posiblemente Tifón esté muy confundido ahora, buscando tanto más sacrificios como su cuerpo enterrado en este volcán, en lo más profundo, cerca del núcleo de nuestro planeta. Tenemos algo de tiempo para planear algo. —El Santo de Cabellera de Berenice se alejó del fuego y miró hacia arriba, al agujero por donde había escapado el cuerpo, y desde donde caían pedruscos y perdigones.
—Mei, esa armadura... No puedo evitar preguntarme de qué está hecha —se confesó Shun, planteando la duda que Ikki también conservaba—. Pudiste cortar un Adamas con ella con toda facilidad. ¿Puedes detener a Tifón también?
—Vamos, ¡habla! —apuró Ikki ante el silencio del sujeto. El piso bajo ellos se movió, producto de que el cuerpo de Encélado aún no salía del volcán.
—Este Manto Sagrado no es como ningún otro, chicos. Mi maestro me explicó que, llegado el momento, descubriría que mi armadura estaba maldita, pero que en el Santuario necesitaban que alguien la usase —explicó el Santo de Coma, con un dejo de tristeza que no opacó su determinación—. Cuando murió, quedé sin maestro, y como Saga también falleció, mi secreto se fue con ellos. Solo me quedó esperar.
—¿Por qué dices que tu armadura está maldita?
—Primero, no es de Oro ni de Plata, ni de Bronce, si bien puede contarse entre las últimas. —Mei tocó el peto de su Manto, era evidente el temblor en su mano—. Se podría decir que es uno de los cuatro Mantos de Bronce especiales, no compuesto exactamente por los mismos materiales. Caelum[1] carece de polvo de estrellas, por lo que no está viva, mas su composición de súper gamanio le hace ideal para reparar a las demás; Carina[2] posee una especie de capacidad magnética conectada a Vela y Popa en su aleación de oricalco, que le permite unirse con ellas y formar un nuevo tipo de... eh, megarmadura, creo. En tanto que Phoenix...
—¿Fénix? ¿Mi armadura, dices?
—Por supuesto, ¿no has notado lo poderosa que es? Conectada a las estrellas y las energías de la vida y la muerte, su composición de oricalco no tiene el mismo polvo de estrellas que las demás, sino un mineral derivado que, bueno, le otorga su inmortalidad. —Mei esta vez tocó el peto roto de Ikki, que ya había empezado a sanar con rapidez—. Este oricalco es básicamente indestructible, aunque su composición de gamanio es casi igual de duro que las demás armaduras de Bronce. Luego tenemos a Coma Berenike, que absorbe la luz, y condena a su dueño a ser un candado de Tifón.
—¿Q-qué dices? ¿A qué te refieres con eso?
—Dice que es un muerto en vida, ¿no, Mei? —Ikki ya había sospechado eso hace un buen rato. ¿Por qué más nadie habría sabido de él en todos esos años? ¿Por qué DeathMask y Saga lo habrían dejado en Sicilia en secreto, si no era para mantener a raya a Tifón cuando despertara?
—Bueno, si no era yo, tenía que entrenar a mi sucesor para lo mismo, pero la guerra entre Poseidón y Atenea, si bien no afectó mucho este lugar pues las lluvias no podían atravesar la barrera de Tifón, me condenó a morir, sí —admitió Mei, con una sonrisa casi forzada. Se notaba que había aceptado su destino hacía mucho tiempo, lo que no hacía más fáciles las cosas—. Shun, no pongas esa cara, no es tu culpa, ni de nuestra diosa. El Santo de Cabellera de Berenice es el encargado de sellar a Tifón con su propio cuerpo, para eso posee la técnica Niños Perdidos.
—No puede ser, ¡tiene que haber otra forma! —se desesperó su hermano, aún más porque Mei comenzó a elevar su Cosmos y desprender los hilos de su armadura, haciendo que Ikki y Shun retrocedieran un poco—. Mei, ¿qué haces? ¡Mei!
—Quería relatarles lo ocurrido, así que ya que lo hice, puedo cumplir mi tarea antes de que Tifón obtenga su verdadero cuerpo y poder. —Irradiaba una luz violeta de muerte, similar a la que Ikki poseía apenas dejó Reina de la Muerte.
«Él está condenado a morir, y yo parece que soy incapaz».
—¡Mei, ya vencimos a dioses, no tienes que...! —Shun se calló al ver una flama que lo acechaba, que evadió a tiempo. El lugar se estaba desmoronando, e Ikki tuvo que atraparlo para que no se lanzara sobre un chico con el que, después de todo, no había entablado nunca una gran relación. Pero así era él—. ¡MEI!
—Niños Perdidos lo sellará, no sé por cuánto tiempo, pero la próxima vez que alguien intente despertarlo, sea un Gigas o la diosa con la que se había relacionado en la antigüedad, será cuando ustedes ya no existan. ¡Incluso tú, Ikkun! —Mei soltó una risa mientras se elevaba sobre sus propios hilos, que apagaban a su alrededor la luz de las llamaradas y el magma, como si los absorbiera y esfumara a la vez—. Entretanto, ayuden a las personas de afuera, evacúenlas antes de que esto se salga de control, y en caso de que falle... Vaya, no quería morir, cielos...
Shun, desangrado por esos Estigmas que habían mencionado, estaba cada vez más débil para luchar, y solo mantenía la consciencia para forcejear un poco con Ikki, que observó a Mei con interés, con curiosidad y un poco de admiración. Él estaba preparado para morir, porque sabía que estaba destinado a ello.
—Mei, estoy seguro de que te hablaron de las particularidades de tu armadura antes de que te la pusieras, o incluso cuando comenzaste a entrenar. Siendo así, ¿por qué…? —Esta vez Ikki elevó la voz y gritó, pues el oscuro Cosmos de Mei comenzó a reverberar— ¡MEI! Con tantos privilegios que tenías cuando niño, comparado con nosotros, ¿¡por qué aceptaste hacer esto!?
—Justamente por eso, Ikki... —La sonrisa de Mei estaba llena de gentileza y de miedo, pero no parecía capaz de detenerse—. Ustedes se esforzarían en sus centros de entrenamiento en todas partes del mundo, entrenarían por una armadura que no eligieron, para defender a una diosa en que no creían, y quizás morirían por algo que no merecían. Mi padre no quería enviarme a entrenar, pues era su heredero, así que yo mismo me ofrecí a sufrir el mismo destino que ustedes, y aun así noventa chicos murieron antes que yo. No fue justo.
—¿Tu padre? ¿El viejo era tu padre? —Súbitamente lo comprendía todo. Era el heredero legal de los Kido, por eso no quería que informaran al Santuario, a Atenea. Ese miserable… era un buen chico.
—No entristezcan a Saori, por favor. Cuídenla, ¿sí?
—¿Me oyen, Olimpo? Soy yo, soy dios, ¡Olimpo! —escucharon Ikki y Shun en todos lados mientras escapaban. La llamada se repetía una y otra vez, sin respuesta. Estaba en su cabeza, pero también en el aire.
—Es obvio que nadie lo oye, sigue en un cuerpo que no lo corresponde.
Salieron del volcán y saltaron para ayudar a la gente, separándose sin decirse nada. Eran hermanos nacidos bajo la misma estrella, con un destino en el campo de batalla, no necesitaban otro tipo de comunicación, podían entenderse sin mirarse. Y no sabía Ikki si volvería a ocurrir.
A pesar de las heridas, Shun usó sus vientos para detener el avance del magma, y con las cadenas infinitas guio a la población a las rutas marcadas por la policía. Nadie comprendía de dónde había salido el chico con armadura, pero era lo de menos, pues las cadenas generaban un efecto sorprendentemente amenazador.
Cuando Ikki volteó hacia arriba, se concentró y manipuló el fuego para que se desviara a las grietas, hacia arriba, cualquier lado menos las casas y la gente que huía despavorida en medio de los temblores. Podían no temer a la muerte, pero ni siquiera estaban preparados. Se preguntó si lo estaba él, cuando llegara la hora.
Arriba, Tifón, en el cuerpo de su hermano mayor, era atado por mil hilos de Cosmos oscuro. Mei flotaba frente a él, y lo desafiaba en medio de una luz que Ikki tenía problemas de divisar. Pero no de oír. La conversación daba a entender que se conocían, o más bien, que Tifón ya sabía de los Santos de Atenea desde su prisión bajo la Tierra. ¡De donde jamás saldría!
—Cada vez que me aproximo a ti usando este Manto Sagrado...
—Cada vez que das un paso, cada vez que me contemplas…
—Lo recuerdo.
—Lo recuerdo.
—El dios de Gigas y Titanes.
—Santo de Atenea.
—Oigo la inmaculada voz de Atenea desde los tiempos antiguos, impregnada en esta armadura.
—Siento el hedor a apestosa sangre de la malnacida Atenea.
Tifón golpeó a Mei con fuego y sangre, éste se defendió con los hilos de su armadura y un Cosmos supremo que posiblemente DeathMask nunca presenció. De los cortes producidos por Pallas manaba muchísima sangre, que el dios absorbía con bruscos movimientos de manos. ¡Era demasiada sangre la que estaba perdiendo!
—Los humanos mueren al perder un tercio de su sangre... pero tú ni siquiera pareces sentir dolor. ¿Notas lo que ocurre a tu cuerpo?
—¿Qué ocurre con mi cuerpo?
—Toca tu corazón, humano, eres solo una marioneta muerta.
Así lo hizo el joven, y su Cosmos estalló con más fuerza. Los hilos se enredaron alrededor del ser divino, que no había ni siquiera a asomar un dedo desde su jaula. No lo haría en un millón de años.
—No hay nada, tienes razón.
—¿Un humano que habla tras perder toda su sangre? —En efecto, ya nada salía del cuerpo de Mei, pero seguía flotando frente a una llamarada escarlata—. ¿Qué eres? ¿Un nuevo tipo de humano?
—Una constelación sin estrellas y memoria de sangre en un Manto manchado. Mi voluntad se evapora mientras digo estas palabras.
—Mei... —Ikki golpeó las paredes del volcán y una gran cantidad de lava volvió por allí a su interior, permitiendo que un grupo bajo esa ladera tuviera más tiempo de escapar, a pesar de los temblores que se repetían con menos frecuencia.
Mei moría. Ikki no.
—Tu tiempo se termina —anunció Tifón, que pareció darse cuenta que no podía escapar de los Niños Perdidos. Era consciente de ello, había salido para nada... pero no parecía importarle en absoluto.
—Nuestro tiempo —corrigió Mei. Los escudos de sus hombros lanzaron miles de centenares de hilos cortantes que se mezclaron con las tinieblas producidas por el humo del fuego. La armadura de Cabellera se fue deshaciendo poco a poco, y los hilos atravesaban el cuerpo de Encélado sin barreras—. La Prisión de Tiempo Estancado. Tifón, ¡yo soy tu sello!
—Impresionante, ¿pero por cuánto tiempo un humano frágil como tú podrá detenerme? ¿Un par de años hasta que Eris venga? ¿Cien? ¿Mil? Fue interesante, pero para nosotros los dioses, no existe el tiempo. Para mí será como un abrir y cerrar de ojos, porque a diferencia de los humanos, nosotros no morimos.
—Será un breve momento. Lo pasaremos juntos en una jaula. Es mí destino.
—¡Mei! —gritó Shun, todavía tratando de salvarlo, pasando sobre el fuego a la vez que ayudaba a las personas con sus cadenas.
—Ya es tarde, Shun —dijo Ikki, que no perdía detalle.
—Un destino mezquino. Y cuando ocurra ya no estarás aquí, sino muerto, como ahora. Dormiré por un breve instante.
—Que así sea, mientras haya paz para la gente en la Tierra. Al final, fui capaz de reencontrarme con mis hermanos. Poseo su destino. Las estrellas no se olvidan.
En ese instante un astro cayó. El Etna hizo una gran erupción, controlada a tiempo por ambos Santos de Bronce, que no escatimaron en recursos cósmicos para bloquearla, toda su energía puesta en sus manos y el aire. El magma ocultó el destino de Mei y su contrincante.
15:15 hrs.
Habían pasado varias horas. Las fuerzas armadas italianas habían controlado debidamente las evacuaciones, y la mayoría de la gente estaba a salvo, si bien muchas viviendas se habían perdido. Ahora solo eran cenizas, igual que algunos árboles, pero las cosechas aprovecharían las rocas volcánicas después. Tierra y mar permanecían en calma, como si los temblores nunca la hubieran afectado. En todo caso, como medida de seguridad, se cerraron tanto el puerto como el aeropuerto de forma indeterminada, especialmente por la nube de ceniza que se elevaba sobre la población, dificultando respirar. Shun tosía cada cinco segundos mientras hablaba con Atenea por teléfono.
De Mei de Cabellera de Berenice no se sabía absolutamente nada, su Cosmos y presencia se habían esfumado.
—Sí. Sí, lo sé. Entiendo, señorita Saori. Nos vemos. —Shun guardó el celular en el bolsillo, cuidando de no rozar mucho su mano con la tela del pantalón. A Ikki le había tomado mucho trabajo, y a su hermano mucho dolor, el cauterizarlas. Casi se desmaya el pobre chico—. Dijo que había encontrado información sobre el verdadero heredero de los Kido que Tatsumi quiso ocultar. Se oía muy triste, un Santo de Atenea que conoció en su niñez murió sin que ella siquiera supiera que… Ikki... ¿estás bien?
Shun le había informado de todo a Atenea. Ya no tenía sentido ocultar eso de ser el hijo del viejo, pues Mei estaba muerto. Si de pura suerte hubiera sobrevivido, legalmente seguiría muerto, y en todo caso no era probable. La gente moría... era Ikki el que no. Se había dado cuenta mientras escuchaba la aterradora voz de Tifón, quien no alcanzó a mostrar ni pizca de su poder (o todos estarían muertos), que por más humano que fuera, Ikki tenía algo mal. Su mente, gracias al poder de la máscara de Guilty (que había desaparecido completa y misteriosamente, por cierto), le había dicho que la respuesta estaba con los “Heinstein”, como si él mismo se respondiera a una pregunta que jamás formuló. Ahora pensaba en ello, y por eso se hacía difícil el hablar con Shun.
Sabía que él había esperado años por tener viajes con Ikki, con pasear en paz por el mundo, conocerlo y disfrutarlo como hermanos normales, pero la realidad era más compleja y cruel que los sentimientos o deseos. Ikki admitía que nunca se sintió completamente cómodo con su situación, el pensamiento de su estado martillaba en la parte trasera de su mente, a veces más intenso que otras, en ocasiones con Shun a su lado admirando el horizonte. Ese muchacho merecía paz y felicidad... pero el fuego ya había dejado cenizas del pasado. Él no podía dársela, aunque fueran familia. De hecho, no lo necesitaba, ya era hora de que se diera cuenta.
—Shun…
—¿A dónde vas? —le preguntó antes de que dijera siquiera dos palabras. Eso era lo que tenían los lazos familiares, e Ikki se dio cuenta de que el fuego no quemaba todo si las memorias se resistían. Y nadie vivía más de las memorias y su conexión con las emociones que Shun de Andrómeda—. No intentes mentir o negarlo.
—No lo haré —sonrió Ikki. Honestamente estaba preocupado y tenía también algo de miedo—. Me conoces muy bien.
—¿A dónde vas? —No había tristeza en su voz, ya habían pasado por bastante las últimas horas y era bastante mayor como para molestarse porque sus vacaciones se habían arruinado. Lo que había era miedo. Igual que la suya al responder.
—Yo no muero, Shun. No muero, no importa lo que pase, no he muerto.
—¿Quieres morir, Ikki?
—No, pero el destino de un Santo está marcado por la muerte, y no es la suerte lo que me ha mantenido vivo, sino otra cosa.
—Dices que recuerdas morir, estar muerto… ¿estás seguro de eso? —De Shun también habían dicho cosas similares, no solo Encélado, sino algunos doctores tras su batalla contra Aphrodite de Piscis. Debía haber muerto esa noche.
—Sí. Y cuando sepa por qué, volveré al Santuario. Lo prometo.
—Nunca has fallado a una promesa, así que esperaré. Sé… —Shun se volteó para evitar que viera sus lágrimas. Era aún su hermanito—…Sé muy bien que ya no somos niños, y las cosas no pueden volver a lo normal. Mei murió frente a nuestros ojos, y casi resultó algo recurrente para mí. Así que prometo que cuando vuelvas… —Esta vez fue Shun quien se alejó en dirección a la bahía, dejando a Ikki en soledad. Éste sintió una especie de orgullo—. Te prometo que valoraré la vida nuevamente, y que seré mucho más fuerte.
—Ya lo eres, Shun. Ya lo eres.
[1] Cincel, en latín. Una armadura con herramientas a cargo de Muu de Aries.
[2] Quilla, en latín. No ha aparecido en Mito del Santuario.