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El Mito del Santuario


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#541 carloslibra82

carloslibra82

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Publicado 18 julio 2017 - 16:33

Amigo Felipe, otra vez dejé pasar tiempo sin comentar, pero no me he perdido tu fic. Realmente, te felicito por crear tú solo tan buena historia como lo fue la saga de Eris, y tan buenos personajes. El final fue muy bueno, con la gran batalla de Milo con Rigel. Q pena la muerte del santo de Orión. Pero se reinvindicó, ya q no me había gustado su actitud de dejarse manipular por Eris. Me encantó la sorpresiva intervención de Saori, experimentando, tal vez por primera vez, con su poder de diosa. Además, dejaste explicado perfectamente el gran poder de Daidalos y Orfeo, q se menciona en el clásico, ya q despertaron el séptimo sentido. Algunas preguntas:

1. Se habla de q Eris regresará, además quedaron 5 hamadríades sellados. Piensas traerlos de regreso alguna vez? Considerarás la película sobre Eris en tu fic?

2. ¿De q están hechos tus caballeros? Pensaba q nadie iba a ser tan castigado y resistirlo como Seiya y los otros, pero los 4 de oro blanco, creo q te pasaste, jajajaja

3. Al final quien era el verdadero recipiente elegido por Eris? Eso no me quedó claro

4. Pq necesitaba a Atenea para volver al Olimpo? Y si la habían expulsado, y ahora volvía, no la iban a expulsar otra vez?

5. Para ti Eris es una diosa menor o no? Es inferior a Atenea?

       Bueno eso sería, amigo mío. Genial historia, y ya quiero leer tu versión de Hades, saludos!!!



#542 -Felipe-

-Felipe-

    Bang

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Publicado 28 julio 2017 - 00:15

SAGA DE HADES

 

Bueno, finalmente después de 3 años que he escrito este fic, comienza la etapa de Hades, que yo mismo me moría de ganas por escribir. Como les anticipé muchas veces tiene muchísimos cambios en la trama con respecto a la obra original, si bien otras se mantienen. Les avisaré de antemano a medida que avanzo qué deben tomar en cuenta antes de leer el capítulo en cuestión, si es necesario.

 

Por ejemplo, para el Prólogo que habrá desde hoy, les recuerdo que los Santos de Plata sobrevivientes en esta versión de SS, a estas alturas, son siete: Marin de Águila y Shaina de Ofiuco (obvias razones), Orphée de Lira y Mayura de Pavo (como recordarán de los Cuatro de Oro Blanco), el joven Santo de Cruz que sucedió a Georg (cuyo nombre se revelará en esta saga, aunque muchos podrán adivinarlo), y Asterion de Lebreles junto a Jamian de Cuervo, a diferencia del clásico.

También, que la pelea final contra Poseidón que dejó muerto a un sexto de la población mundial fue en marzo, ahora estamos en junio de 2014, y casi un año ha transcurrido desde el principio de la historia.

 

Pero antes, responderé los reviews.

Spoiler

 

Muchas gracias a ambos, y los que han leído también. Ahora sí, el primer capítulo de Hades, como suele ser, un Prólogo.

 

MITO DEL SANTUARIO, SAGA DEL INFIERNO

VOLUMEN IV:

CANCIÓN DE LA TIERRA

 

 

PRÓLOGO

 

19:20 hrs. 15 de Junio de 2014.

Era una bella noche de primavera, si es que se podía llamar «bella» al entorno de piedras, piedras y piedras por doquier, adornadas por nombres de gente de la que la mayoría se había olvidado. Podían ponerle muchos nombres, como rocas, lápidas, granito, tumbas, pedazos de pedernal, centros de oración, bloques... pero para Jamian de la constelación de Cuervo, solo eran piedras, piedras y más piedras, hasta donde alcanzaba la vista, en el cementerio del Santuario. De todas formas, si se consideraban las curvas, los subes y bajas, los nombres graciosos con los que podían hacerse juegos de palabras, el viento chillón, y las montañas como telón de fondo, quizás alguien iría a considerarlos elementos de una noche «bella», y él prefería creer que siempre había algo así en algún lugar.

Incluso en el cementerio menos bello que hubiera conocido jamás.

 

Se hallaba en la zona oriente del Santuario, tras tomar la escalera derecha en el Gran Coliseo y ascender por una larga pendiente que llevaba a la zona más rocosa, más muerta y menos decorada con estatuas desnudas de toda Atenas. Podía verse con obviedad que era un escarpado complicado, demasiado cerca de un precipicio oscuro, ventoso y estridente por el cual un Santo cualquiera, incluso uno de amarillo, tendría dificultades cayendo. No había rutas marcadas ni escaleras, se seguían los senderos que las lluvias, el barro y las mismas tumbas habían formado con los años, los siglos, o lo que fuera que llevara el Santuario en existencia.

Largos y sinuosos caminos llevaban de un extremo a otro del cementerio, de la entrada marcada por un arco de piedra al observatorio dirigido —en teoría— por Yuli de Sextante en el área norte, o desde cualquier punto al mismo, sin saber cómo diablos se puede retornar al mismo sitio caminando cincuenta pasos en frente. Todo el mundo se perdía en ese gigantesco lugar; buscar las tumbas para rezarles, hablarles o pedirles que les devolvieran favores, eran tareas pesadísimas para cualquiera que se creyera con ánimos de hablar con los muertos... todos, excepto Golge, claro. Era a él al que buscaba Jamian, en todo caso.

Esa era otra tarea engorrosa. Buscar a cualquier ser ahí, vivo o muerto, podía resultar imposible, pues a Atenea se le había ocurrido la fantástica idea de que todo el mundo fuera enterrado allí de manera azarosa, independiente de su sexo, edad, rango, tiempo como Santo, gusto musical o color favorito, porque «todos eran iguales». Por supuesto, Atenea no solía ir al cementerio a quemarse el cerebro cuando encontraba a Alfredo al lado opuesto de Alfonso, y solo Golge era capaz de localizar a cualquiera en cualquier parte desde cualquier sitio del camposanto. ¿Cómo? Solo Golge podría ser capaz de responder eso... si se dignara a hablar.

Pensaba en ello cuando le dio un manotazo a un guardia apostado en el portón que se quedó dormido, y le gritó en la oreja a otro que estaba en proceso de ello.

—¡Oye, oye, oye, ¿qué caraj…!? Ah...

—E-es usted, señor Corvus, b-buenas noches.

—L-lo sentimos.

—Sí, lo sentimos.

—¿No ven que hay estado de emergencia? —les reprendió cuando terminaron de excusarse, o lo intentaron al menos—. Si les toca guardia, les toca, para eso se les paga, así que abran bien los ojos y vigilen, vigilantes, ¿eh?

—Sí, señor.

—Voy a ver a los otros, y si vuelvo a pasar por aquí y los pillo holgazaneando de nuevo, se lo comunicaré a los Santos de Oro.

No les culpaba, tenían que hacer turno doble en ocasiones, desde que Poseidón mató a más de la mitad del personal con sus lluvias y sus soldados ranas. Solo restaban trescientos ochenta y siete. Aquellos de su rango, los Santos de la Plata, se habían reducido a míseros seis —porque no iba a estar contando al muerto de Orphée a esas alturas—, dirigidos por cuatro de Oro, ¡cuatro! Y lo peor era que Jamian no entendía por qué había estado de emergencia, en primer lugar. ¿Qué clase de alerta duraba tres meses? ¿Alerta para qué?

—Podría darle el mensaje a través de mis muchachos, pero noooo, aún estoy castigado por mi errorcito, al parecer —farfulló en voz baja. El errorcito era lo que aún daba vueltas en la cabeza de Jamian, desde que poco menos de un año atrás, raptó a la que se convertiría en la líder del Santuario. Claro, en ese momento le habían dicho que era una impostora, y él lo creyó como todos los demás, pero a diferencia de ellos fue más hábil y consiguió su cometido. Luego llegó Pegaso, Atenea encendió su dulce y gentil Cosmos, y Jamian estuvo horas secando sus pantalones. Nadie se lo recordaba explícitamente, y la misma diosa se había reído al recordarlo, antes de indultarlo, pero él al menos sentía que todos lo miraban con recelo.

Solo tenía a sus muchachos, que lo seguían a todas partes desde las sombras. Podía sentirlos, ocultos tras las lápidas, en las salientes de las montañas o volando a gran altura sobre su cabeza. Le daban una confianza que ningún otro podría.

—¿Errorcito? ¿Cuál error? —preguntó una voz tan grave, lastimera y fúnebre que no pudo evitar hacerle temblar.

Jamian escuchó el arrastrar de pies y capa característico de Golge de Serpiente, el Oficial a cargo del Cementerio, al que buscaba. Tal vez era una jugarreta del destino interesante, pero el experimentado Santo de Bronce —el mayor después de Retsu, y tenía su misma edad— estaba barriendo el polvo junto a la lápida de nada menos que Saga de Géminis cuando Jamian se volteó. El mismo que le ordenó raptar a Atenea.

—Golge, buenas noches —contestó el Cuervo de Plata, restándole relevancia a la pregunta. No era como si la Serpiente de Bronce se quedara con las dudas.

—Ah... ¿Qué lo trae por aquí, señor Corvus? —Sus ojos eran grises y siempre estaban subrayados por oscuras ojeras que mostraban un cansancio y falta de energía destacable para un Santo. Sus rizos negros le caían sobre el rostro de piel oscura, tenía una nariz ancha, labios pequeños y mejillas huesudas, pálidas. Era bajo de estatura, y siempre caminaba tan inclinado que a Jamian le sorprendía que no surgiera una joroba por esa capa gris que siempre lucía sobre todo su cuerpo. Bajo la misma, centellaba de verde musgo, aún con vida, del Manto de Serpens, que se componía de hombreras curvas y un peto que cubría la mitad del pecho, adornado por un sinfín de diminutas escamas; sus perneras eran pequeñas y seccionadas en tres elementos, y el cinturón se destacaba por su diseño elegante, con varias salientes, el símbolo de la constelación en el centro, y un faldón lateral. Los brazales eran los más interesantes, el izquierdo representaba a Serpens Cauda, la cola de la serpiente, incluía una protuberancia similar a un cuchillo muy afilado; el derecho era Serpens Caput, y estaba conectada íntimamente a la biología de su portador, lucía dos ojos rojos de víbora en la zona de la muñeca.

—Atenea quiere saber el estado de los cuerpos... sí, sé que es idiota la pregunta, Golge —dijo Jamian, aunque la Serpiente no había cambiado su expresión ni un poco.

—Pensé que... para hablar... usaba a los cuervos.

—Sí, lo sé, yo tampoco entiendo. —Había pensado que era una de aquellas medidas hippies de Saori Kido, para que conversaran un rato en el más extenso estado de alerta de la historia, pero eso solo funcionaría si Golge supiera hablar.

No era solo él, en todo caso. Todos los Santos de Serpiente habían mantenido como tradición el ser poco habladores, en honor de Orrín, el primer mártir ateniense del que todos oían hablar durante su entrenamiento, que murió en el cumplimiento de su deber durante la primera Guerra Santa. Pero Golge iba más allá, sencillamente no sabía cómo socializar. Ahora ya estaba bostezando abiertamente, dirigiéndose a otra tumba, esta vez la de Yuan de Escudo, que falleció durante la Rebelión de Eris cuatro años atrás, para limpiarla.

—Todos los muertos están muertos —contestó el Santo, y no en tono irónico como haría, por ejemplo, el mismo Yuan. La muerte era un tema serio para él.

—También debes ir a dar un informe cuanto antes al señor Muu de Aries. Sí que están preocupados estos tipos —añadió Jamian en voz baja. Era lo bueno de estar cerca de Golge, parecía que todo lo que se dijera perdía gravedad a su alrededor.

—Iré... —fue toda la respuesta de Golge, que ya se alejaba nuevamente, poco a poco, arrastrando los pies sobre la gravilla.

—Bien. Eso es genial... eh... Nos vemos, entonces.

 

Golge se alejaba; Jamian no. Se quedó ahí mirando la capa ondeante, cubierta de barro y granito de Serpens. Era dificilísimo conversar con él, el Cuervo lo sabía de antemano, y ya había cumplido la orden. Entonces... ¿por qué seguía ahí?

—¡Maldición! —exclamó Jamian, y escupió al barro. No se iba a engañar, había algo que quería preguntarle al tipo más raro del Santuario. Desde hace unos días tenía un mal presentimiento, sus cuervos actuaban de forma extraña, alarmados por las más mínimas situaciones, y que los cuervos actuaran así podía significar algo aterrador—. Espera, ¡oye, Golge, espera!

—Ah... —dijo éste, lo que podía significar «¿sí?», «dime», o «quiero un pan con mayonesa» indistintamente, viniendo de Serpiente.

—Una preguntita tonta, ¿eh? Solo una que me hizo un amigo y, ya sabes...

—¿Tiene... amigos?

—¡Por supuesto que tengo, y muchísimos! —Era consciente de que Golge no pensaba ofenderlo, simplemente no sabía decir las cosas. Además, era cierto. Restaban cinco Santos de Plata aparte de él: el Águila misteriosa que nunca hablaba, Shainita, que había intentado matarlo un par de veces, el Sabueso que leía la mente sin respeto, la alumna de Virgo de la que apenas se acordaba, y el nuevo, el sucesor de Georg de Cruz del Sur, al que todavía no conocía bien. Dio, Algheti, Yuan, Mozes, todos esos con los que había formado algún tipo de amistad, estaban a su alrededor, convertidos en huesos—. ¡Ah, rayos, al grano! Golge... ¿le temes a la muerte?

Como si hubiera oído su nombre, el viento sopló con fuerza y aire aciago. La capucha sobre Golge se deslizó, y Jamian pudo ver su mirada fría pero firme, dirigida a la suya. Jamian escuchó algunos ruidos, cercanos y lejanos, que le pusieron nervioso, y decidió no poner atención en ellos.

—Los Santos vivimos... cerca de la muerte todo el tiempo, señor Corvus.

—Sí, sí, lo sé, pero es porque no la esperamos. Los Santos mueren en batalla, y no saben cuándo. ¿Pero qué sucede cuando... sabes que será pronto?

—¿Va a morir? —De pronto, Golge pareció interesado. No era de extrañar del forense y enterrador del Santuario.

—¡No lo sé! Es solo que tengo una mala espina. Algo ocurrirá pronto, mis muchachos me lo dicen, y ellos nunca se equivocan. —Como respuesta, un par de cuervos graznó en el cielo.

—Ah... —Golge miró al cielo, sus rizos de ébano dejaron al descubierto su amplia frente—. Desde la guerra con Poseidón... la gente le teme... mucho más a la muerte. No sé... por qué...

—Pereció un sexto de la población mundial bajo las aguas. La misma Atenea quedó debilitada hundiéndose en el agua que debía caer sobre nosotros. Pero hay algo más... algo nuevo.

—La muerte es parte de nuestro ciclo. Pero... señor Corvus, si la muerte acecha a un... Santo de Plata, debe... haber una razón. La Oscuridad... ya viene.

—¿De qué Oscuridad hablas?

—Aquello... a lo que incluso Atenea y los Santos de Oro... temen. Cuando la muerte... pierde su significado.

 

Un grito perturbó el aire y los puso en alerta. Le siguió otro, y otro más. No hubo necesidad de planearlo, ambos Santos se dirigieron en carrera rauda hacia donde los guardias estaban apostados. Mientras corría, Jamian estaba nervioso como nunca antes. Era la sensación de entrar a las fauces de un tigre de diez metros. Pero su deber era su deber... ¿Su deber era morir? ¿Cómo Orrín de Serpiente?

 

19:40 p.m.

Los dos guardias que unos minutos antes había regañado yacían en el piso con los labios ensangrentados y los ojos en blanco, pero sin muestras de haber luchado, no había marcas de golpes y sus lanzas estaban limpias. La muerte se los había llevado, pero Jamian no entendía por qué. Su corazón se aceleró.

—¿Sientes algo, Golge?

—El Cosmos... está perturbado, alterado... pero...

—Sí. Tampoco siento Cosmos enemigos. Como si un tiburón hubiera pasado por aquí, los devoró, y dejó inquieto el mar. —Si no moría asesinado, sería por un ataque al corazón, Jamian estaba tan alterado como el Cosmos—. ¡Oh, vamos, salgan de ahí, cobardes!

—Mire el piso, señor Corvus —advirtió Golge. Jamian notó entonces un vaho púrpura a la altura de las tumbas, se extendía en un radio muy amplio, y cada vez más.

—¿Qué demonios pasó aquí? —El Cuervo de Plata miró a un lado y a otro. Cuando volteó hacia atrás, a las escalas que llevaban al segundo nivel del camposanto, encontró una figura de lo más extraña. Si no lo viera, hubiera dicho que no estaba allí, parecía no emitir presencia alguna—. ¿Y tú quién diablos eres?

La figura era una sombra, una silueta cubierta enteramente por una capa negra, andrajosa, fantasmal, que exhalaba un vapor oscuro que parecía deformar el espacio a su alrededor. Lo único que la capa no cubría era el rostro, que al principio parecía una noche eterna, como si no hubiera nadie bajo ella. Jamian no sabía si atacar, pues la silueta desprendía la presencia de cualquier columna o piedra del Santuario. ¿Otra vez lo estaban castigando por el errorcito?

—Señor Corvus, hay más... a nuestro alrededor... —advirtió Golge, quien se quitó la capucha mostrando la armadura verde de la que hacía gala, y Jamian notó que no emitía ningún tipo de brillo, como si estuviera apagada.

En ese momento el Cuervo descubrió dos cosas. La primera era que, en efecto, había más de esas sombras a su alrededor, todas intimidantes en su sepulcral silencio, como salidas de un thriller, tapadas de pies a cabeza por una tela difícil de identificar, cual manta del infierno. La segunda era que su Manto también había apagado su luz.

—Me llamo Corvus Jamian, s-soy un Santo de P-Plata —tartamudeó. Tenía la boca seca—. Si no se alejan de aquí, m-me ocuparé de exterminarlos, lo g-garantizo.

La primera criatura bajó un escalón, o más bien, pareció deslizarse hacia abajo, no pudo advertir movimientos de rodilla. Una estrella solitaria iluminó parte de su rostro, y con horror, Jamian vio que era una cabeza pútrida, la mitad era hueso y la otra carne devorada por gusanos; los ojos parecían salirse de sus órbitas, carecían de vida. El Santo de Plata pegó un grito y, por instinto, trató de darle un fuerte puñetazo a esa cara horrenda. En su lugar, estampó la mano en un pilar que estaba justo detrás. ¡Había atravesado su cuerpo!

—Parecen fantasmas —susurró Golge, que repartía sin éxito patadas y golpes a los entes que lo rodeaban, acercándose lentamente a él.

—¡No se puede hacer nada contra un cuerpo intangible! —Jamian volvió a atacar, esta vez por la espalda, y nuevamente pasó de largo. Al voltearse, su visión fue completamente bloqueada por el rostro muerto de la criatura, y tuvo que desplazarse hacia atrás a la velocidad del sonido para que no lo alcanzara un misterioso resplandor violeta que surgió de los ojos muertos. ¿Acaso eso había asesinado a los guardias? Y sin embargo, ¡no sentía Cosmos alguno!

—Puede ser... esto... —Golge esquivó un rayo de luz, y usó la Cola de Serpiente, el ataque cortante con su brazo izquierdo, para rebanarle la mitad de la cabeza a la figura que tenía más cerca. Luego de eso, la sombra se disolvió como el humo.

¡Había que utilizar el Cosmos entonces! Pero... ¿los mataban con ello, o solo los alejaban un rato, para volver del más allá? Había unas diez sombras alrededor, y tal vez más, estaba demasiado oscuro. Cada vez más... No estaba acostumbrado a que su armadura no iluminara sus batallas.

Con el Perturbador de Viento levantó una ventisca que vaporizó a cuatro sombras de un soplido, y Golge utilizó la Cabeza de Serpiente, que hacía uso de su sangre para convertirla en precisos impactos que acabaron con dos. Sin embargo, nuevamente parecía haber diez figuras a su alrededor, y Jamian tuvo que continuar levantando el Perturbador. El Ala Negra no serviría, si esas criaturas parecían tan intangibles para el peso de las plumas.

Después de unos segundos en que el nerviosismo de Jamian tocó el clímax, la tos de Golge le hizo voltear, y lo vio tirado en el piso, con sangre derramándose de entre sus labios. Había eliminado una decena de esas criaturas, pero los resplandores violetas habían dañado silenciosamente sus brazales, y parte del peto. Además, el vaho púrpura de antes se había concentrado a su alrededor, y lo tenía de rodillas.

—Golge. ¿Qué le sucede? ¡Golge!

—Ah... no puedo... respirar bien... ah...

Las criaturas rodearon a Jamian, y en ese instante se preguntó por qué no había un ejército de Santos de Bronce ayudándolos. ¿No habían sentido su Cosmos? No era cosa del errorcito, parecía que realmente habían aislado su batalla. Hizo arder su Cosmos más que nunca, levantó un Perturbador que atemorizaría a cualquier Santo de Plata, y con chillidos grotescos, las sombras fueron desapareciendo unas tras otras.

—Aguanta un poco más, Golge, vamos... —Pero el Santo de Serpiente estaba con la cabeza sobre su pecho, de rodillas, con el brazo derecho derramando la sangre que había arrojado. No parecía respirar, y una sombra se ocultaba justo detrás de él. No era como las demás... ¡parecía llevar algún tipo de armadura!

—Ju, ju, ju, pobre pájaro sin remedio —se burló una voz grave, arrogante y llena de vigor. Jamian percibió a sus muchachos lanzarse en picada desesperados ante una figura de la que el Santo de Plata solo consiguió ver el pie izquierdo junto a él—. No se me acerquen, pajarracos.

Jamian los escuchó graznar de terror mientras morían, y solo en ese instante terminó de girarse, sus movimientos se habían vuelto demasiado torpes y lentos. Algo grande estaba matando a sus chicos, a sus mejores amigos, y él no había conseguido reaccionar a tiempo. Detrás de la nube de plumas, vio a un hombre enorme, cubierto por una armadura tan oscura que parecía absorber la luz a su alrededor, de quien solo pudo notar un ojo gigantesco en el centro de su yelmo, y una sonrisa endemoniada.

—¿Quién er...? ¡Ah! —Jamian cerró los ojos y sintió sus órganos internos, no sabía cuáles, resbalar desde su estómago a sus piernas, y también por la espalda, donde se hallaba el puño cerrado de su contrincante, que lo había atravesado de lado a lado.

—Ju, ju, ju, vaya que son frágiles, sin duda, ju, ju, ju.

 

El hombre robusto lo dejó tirado ahí, de espaldas, mirando el cielo. Algunos cuervos aun volaban en todas direcciones, graznando aterrorizados, tristes y furiosos, podía notarlo con perfección. Jamian tuvo miedo de tocarse el estómago vacío, con las tripas afuera, así que tomó algo de sangre de sus labios y con la otra mano un trozo de papel, como los que siempre llevaba en el cinto para los mensajes. Garabateó uno lo más claramente que pudo. Luego miró a un lado, Golge seguía inmóvil, acariciado por el viento aciago. ¿Qué lo había asesinado?

Finalmente, miró al muchacho fiel que había aterrizado para llevar su misiva.

—Llévalo a Atenea, muchacho... vamos, cumple tu deber... te daré una buena cena más tarde...

Todavía no dimensionaba lo que acababa de ocurrir en tan solo unos minutos, pero estaba seguro de que estaban en crisis. Aun así, sonrió mirando a sus cuervos tomando rumbo al Templo Corazón, en la cima de la montaña, a toda prisa, siéndole fieles hasta el final. Esas aves negras eran preciosas, lo más hermoso que había visto, calmaban su acelerado corazón.

—Pfff, todavía está sonriendo el idiota —escuchó decir a la misma voz grave.

—Ah, sí... es una bella noche, en verdad.

Una enorme bota sobre él enturbió esa bella vista, y cuando descendió, fue lo último que vio. La muerte había perdido su significado en aquel instante.


Editado por -Felipe-, 12 octubre 2019 - 20:58 .

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#543 Patriarca 8

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Publicado 28 julio 2017 - 20:52

-Que bueno que ya inicio esta saga

 

-Atenea tiene ideas para trolear a sus  caballeros

 

-Todo el mundo secuestra a Saori,el cuervo solo quería ser popular--XD

 

-Golge es un personaje intrigante

 

-al parecer el "temor" se propaga

 

-PD:

 

Mucha suerte en tu fic


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#544 Rexomega

Rexomega

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Publicado 31 julio 2017 - 18:41

Saludos

 

En esta franquicia construida a través de las décadas, hay muchas cosas que se repiten, una de ellas es que sin importar cómo empiece una historia, en su segunda mitad decae por alguna razón. No es que necesariamente se vuelva mala, sobre todo cuando cuenta con nuevos e interesantes elementos que mostrar, así como personajes a los que valga la pena seguir viendo, sino que se pierde un poco la chispa. Esto es una opinión y soy consciente de que debe haber excepciones, como el final de este arco, que creo que fue un cierre de lo más acertado. ¡Y es que no puedo empezar un comentario diciendo sin más "El capítulo..."! Quizá me suene demasiado directo o algo.

 

Sea como sea, te quedó bien el experimento del capítulo 27. La última vez que me puse a prueba fue para un One Shot en presente y sin diálogos para confrontar mi problema a la hora de describir paisajes. Desconozco qué razones te animaron a hacer el experimento, así como no recuerdo si las mencionaste por aquí, pero si la idea era que pudiéramos estar al pendiente de lo que ocurría y quien hablaba en cada momento, funcionó. Quizá me confundían las intervenciones de Hanako (¿Las pausas y frases cortadas eran por lo difícil que era hablar con Eris en medio? ¿O es que Eris escogía las palabras que dijera y no animaran a Rigel a seguir rebelándose, como si estuviera editando el audio de un vídeo para hacer una prueba falsa?), pero en general pude seguir el capítulo. Destaco esos "Y sin embargo...", para narrarnos en los diálogos lo que Rigel estaba haciendo, así como el paulatino quiebre que nos muestras para el buen santo de Orión...

 

... ¡Hasta que aparece Milo! Como dije en el review anterior, el capítulo 0 es de los santos de plata, más allá de que el ejército de Atenea funcione como un ejército, pero vaya que Milo se ha lucido. 

 

En cuanto a la pelea de Rigel y Milo, no es la primera vez que vemos al maestro y el discípulo enfrentados, de hecho hace tiempo que ese conflicto perdió en novedad, pero es la situación de Rigel en ese momento lo que le da fuerza. Me sorprendió un poco que Milo fuera tan reticente a tomar medidas drásticas, estaba metido en la escena así que es apenas ahora cuando me pongo a pensar que es de la clase de personaje que da todas las oportunidades posibles para rendirte. No pensé mucho eso, sino en la discusión que Eris y él tuvieron, en cómo se había quebrado el hombre, pensaba que para siempre (quedando como santo fantasma), aunque al final ocurrió un milagro.

 

Con la derrota de Neikos en mente, del que ya hablaré más adelante, podía suponer que el milagro lo harían los humanos. No tengo que decir que la intervención de Atenea me gustó mucho, ¿ese capítulo fue escrito antes o después de que supiéramos del último capítulo de Saintia Sho? Antes, imagino, pero sea como sea, cualquier momento para que la diosa de la guerra haga de diosa es bueno. Lo que no me quedó del todo claro es por qué Milo asume que el cosmos viene del Santuario, si acaso, se me ocurre que es pura costumbre. Tantos años "sabiendo" que Atenea está ahí, da para dar por sentado que desde allí los está ayudando; lo peor de todo es que de así Milo se auto-convence, sin saberlo, de que ella está ahí. 

 

Por lo demás, ese darlo todo del santo fantasma Rigel, con todas sus técnicas encadenadas, esa última frase para Milo y por sobre todo los gritos de las niñas, que no sé qué dijeron pero que leí pensando en voz japonesa y todo, hicieron de lo que pudo ser una batalla maestro/discípulo más algo emotivo. ¿Qué les deparará a Rigel, Shoko y Kyoko en la futura temporada? Quién sabe. De lo que sí estoy casi seguro es de que regresarán. Por lo pronto, se pudo llevar a Eris a una derrota temporal, que estimo bastante que fuera a través de una artimaña y sacrificio. Cuando es difícil, en verdad difícil, oponerse a la voluntad de un dios, uno nota que el enemigo lo es. Cuando haces algo como el enfrentamiento de Seiya y Thanatos, entre otros muchos, los dioses pasan a ser lo mismo que un guerrero muy poderoso que los sirve. En esto soy muy maniático, como recordarás, pero creo que lo sigues haciendo bien manejando esta parte que toda historia de Saint Seiya tiene.

 

Acelerando un poco antes de que esto se vuelva una biblia, el epílogo cierra todo de buena forma. Milo tiene tanto bases para crecer en el futuro, aunque ahora no las vea todas, como también razones para no ver que algo va mal en el Santuario. Puedo entender por qué Marin de El Mito del Santuario, se queda, así como lo hace Daidalos, con reticencia (¿Para ese momento ya está entrenando a Shun, cierto?). Mayura es más extraña, entiendo más por qué no quiere ser tan hipócrita como para unirse al Saguismo imperante en el Santuario inclinar la cabeza ante quien sabe un farsante, no tanto que esté dispuesta a esperar a Eris, solo a Eris, mientras ocurren otros eventos. Lo acepto por imaginar los motivos fuera de la historia (tenerla en una posible re-interpretación de Saintia Sho), como porque es discípula de Shaka, que es otro tipo extraño. No me extraña que tuvieran ese tipo de conversación como... ¿Despedida?

 

Finalmente, Orfeo (debo disculparme, no hay manera de que lo escriba de la otra forma), ¿qué decir? Te has ensañado con él. 

 

Bueno, a través de Neikos y lo que ocurrió antes de estas batallas finales, te has ensañado con todos. Queda bien, creo yo, si algo es fundamental en Saint Seiya es ver a los personajes protagonistas anteponerse a dolores inenarrables, sea físicos o psíquicos, para brillar más que nadie precisamente por eso. Solo decir que eso es así no basta, cuando solo lo decimos puede pasar que parezca más de lo mismo, lo que toca hacer es mostrarlo. Ahí los personajes alcanzan un poder que hemos visto desarrollado a través los combates, vemos por qué lo despiertan (ese momento en que Daidalos pierde la valiosa prueba que ha estado guardando todo este tiempo), se sintió, en general, bastante épico todo. Un poco desolador también, la quema del cuaderno, pero era lo que tenía que ocurrir y es parte de lo que lo hace bueno. La victoria pírrica. 

 

Creo que lo dije en el review pasado, pero  lo re-afirmo: me sentí estar viendo una de las películas clásicas de Saint Seiya, una con una trama dinámica, unos personajes que crecen, el espíritu de la voluntad ilimitada que tenían los protagonistas en esas historias (ahora, los Cuatro de Blancos) y la cereza del pastel, el sacrificio necesario, esa pequeña nube oscura que está en vez del amanecer y el discurso de Saori. Esa pequeña nube oscura se llama Neikos, que dañó y dañó hasta el final, Neikos, uno de esos villanos que logran lucirse sin ser el antagonista principal, aunque en este caso sí es el que ríe el último. Rigel se quebró poco a poco cuando habla con Eris, hasta que pudo aferrarse a la esperanza que nunca se acaba de perder y dar el sacrificio necesario para derrotarla temporalmente. Orfeo no. Orfeo lo perdió todo, en el último momento, cuando ya ni los lectores esperábamos que pasara nada, cuando yo, por ejemplo, de algún modo me quedé extrañado con la muerte de Neikos, quizás porque de tanto que aguantan los protagonistas uno duda de cuándo el villano se morirá. En ese momento y solo en ese momento, aparece una manzana negra y se abre la puerta a la saga de Hades. Muy buen cierre.

 

Bueno, tiene un aire a las películas hasta en que es Saori Kido la que cierra el arco. Pero son detalles. La chica lo hizo bien esta vez, ayudó en la derrota de la antagonista. 

 

***

 

La reseña del capítulo 1 del cuarto (quinto) arco de esta historia tendrá que ser otro día, si es que no hay varios capítulos ya para entonces. Pero adelanto que fue una buena manera de introducirnos a Pandora la del capítulo 27, aunque no dejo de notar que Eris solo menciona a la Muerte. Algo extraño hay ahí. A ver si logras que pierda mis manías con ese personaje, no le tengo mucho aprecio desde que la re-utilizaron en Next Dimension y Lost Canvas. 

 

***

 

Algunos dedazos que he detectado en mis lecturas:

—Por lo que sé, lo raro extraño es que tú estés vivo —apuntó Daidalos, que le dedicó a Milo una mirada de reojo. El Santo de Oro se haría cargo de lo que fuera que le sucediera a Rigel, quien había cambiado y mantenía una mirada de odio ante sus ex compañeros.

—Las niñas —descubrió Mayura, tras observarlas un momento. Era primera vez que las veía con sus propios ojos, aterrorizadas e intimidadas como ella cuando pequeña—. Una de ellas es el cuerpo de Eris.

 

 

En la ciudad, Milo era rodeado por aros de fuego creados por Rigel. Ambos sabían perfectamente que eso era inútil, pero también que eran conscientes de que el Cosmos de Rigel había escalado demasiado en las últimas horas. 

 

—Ne… Neik… —Pronto, Orphée aferró el brazo de Eurídice con una de sus anos, intentando contenerse, pero la otra, más desobediente, se agarró el cabello.

 

Creo recordar que en el capítulo 27 (solo diálogos), había varios "se" que debían estar tildados y alguna letra que falta. Como siempre, en general solo veo errores de esos que se ven en cuanto puedes tomarte tiempo para re-leer, pero ya que estoy aprovecho y doy alguna ayuda.

 

Me despido, no sin antes mandarte saludos de parte del buen Killcrom. 

 

Adeus


Editado por Rexomega, 31 julio 2017 - 19:57 .

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#545 -Felipe-

-Felipe-

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Publicado 01 agosto 2017 - 15:15

Segundo capítulo. Primero, los reviews, que por comodidad para la lectura pondré en spoiler.

 

Spoiler

 

 

Bien, bien, bien. Continuamos con Hades, pero antes de seguir la trama principal, presentaré cuatro capítulos que adaptan otra parte de la franquicia: GIGANTOMACHIA. No se preocupe, TIENE relación con Hades, solo que es más sutil, y permite el desarrollo de las tramas individuales de sus protagonistas: Shun e Ikki. Seré rápido para publicarlas, en poco más de una semana ya estarán listos los cuatro, y luego regresará el evento principal, del que ya llevo 8 capítulos y medio escritos, así que hay harto ya listo por si me quedo sin inspiración en algún momento xD

 

 

 

Información importante previa:

- Las inundaciones provocadas por Poseidón dañaron gravemente el planeta, en especial las costas. Madagascar, isla de Pascua, Gibraltar, Nueva Zelanda, por ejemplo, desaparecieron. Un sexto de la población mundial desapareció. Pero Sicilia... al sur de Italia, no tanto.

- Además, cuando Saori hace el papeleo para dejarle los negocios de la fundación a Tatsumi, descubren que hay un heredero más de Mitsumasa Kido.

- Finalmente, en el arco reciente de Los Cuatro de Oro Blanco, Eris buscaba revivir a un dios, ¿recuerdan? Uno muy, pero muy, muy importante en la cosmología de SS.

- Transcurre tres días antes del Prólogo.

 

 

SHUN I

 

10:50 hrs. 12 de Junio de 2014.

Por muchos años había esperado ese momento. Esa sensación. Esas sonrisas espontáneas que no deseaba evitar. Su hermano al fin estaba con él, en paz, sin luchar contra dioses o guerreros, estaban juntos; a Shun de Andrómeda le reconfortaba tanto que a veces quería llorar, cuando miraba el semblante serio pero protector de Ikki de Fénix; a veces quería reír, y no le importaba que la gente hablara de su extravagante carcajada; otras quería abrazarlo, pero se detenía a tiempo. Debía recordar que tenía dieciséis años y su hermano dos más, y suponía que había que mantener la formalidad de la edad... pero eso no evitaba que a veces cruzara un brazo por su espalda como si fueran buenos amigos.

En un barco perteneciente a la fundación Kido, habían cruzado el Estrecho de Mesina y ahora bordeaban el lado este de la isla de Sicilia, la región más austral de Italia, bajo un cielo completamente azul, adornado por pocas nubes y muchas gaviotas blancas, que entonaban melodías dispares, y sin embargo bellas y relajantes. Sicilia, a diferencia de Isla de Pascua o Gibraltar, había tenido suerte de no hundirse bajo las aguas enviadas por Poseidón. Sus daños no eran tan graves, y los monstruos marinos habían sido contenidos en esa zona por el Sabueso Asterion.

A través de la costa contemplaban casas de todo tipo, algunos faros apagados pintados de rojo y blanco, y lugareños en sus actividades de comercio, pesca y algo de agricultura. Había puentes en reconstrucción que conectaban varios montes, poblados de musgo y diversos árboles. Una joven vendedora del pan fresco de la mañana los saludó con la mano en alto, y Shun le correspondió. Esa gente había sufrido mucho, así como el resto del planeta, y había costado mucho levantarse de nuevo, en lo que los Santos habían participado activamente (antes de sus vacaciones, Shun ayudó en la zona de medio oriente, e Ikki en Centroamérica). Pero el ser humano tenía la ventaja enorme de no ser un dios, y por tanto, ser capaz de ponerse de pie una y otra vez ante cualquier dificultad, incluso si tantos morían, como en esos horribles días de marzo. Los dioses nunca serían capaces de comprenderlo, con excepción de la señorita Saori.

Ikki, en tanto, tenía la mirada perdida a lo lejos, en el monte Etna, uno de los volcanes activos más altos de Europa. A sus faldas, con actitud determinada, vivían miles de personas, a pesar de las erupciones laterales que se frecuentaban cada tres o cuatro años, que se sustentaban en la agricultura de viñedos y huertos, impulsados por lo fértil que es la tierra volcánica. Con más de tres mil metros de altura, parecía atacar el propio cielo desde allí. De hecho, en gran parte los había salvado del diluvio, cuando los habitantes de Sicilia subieron al monte para huir. Aun así, decían que las lluvias disminuían conforme se acercaban al volcán.

Pero Ikki había vivido al interior de uno por mucho tiempo, en la isla Canon, uno de los tres infiernos sobre la Tierra, y allí sanaba sus heridas al igual que el Manto Sagrado de Fénix, que descansaba en un compartimiento interior del barco junto a Andrómeda, a pesar de las protestas de Shun. Era cierto que siempre había que estar precavido, pero necesitaba esas vacaciones para recuperar el tiempo perdido tras tanta guerra y sangre. Ya llevaban tres semanas en Sicilia, en paz, ¡y no era suficiente! El volcán parecía ser un recordatorio para Ikki de todo lo que había enfrentado, de las veces que, según él, había muerto y revivido gracias al fuego.

—Hermano...

—Shun, ¿sabes lo que vive bajo esa montaña?

—¿Bajo el Etna? —Podía recordar las clases de mitología clásica impartidas por Daidalos de Cefeo. Recordaba que, según se decía, la forja de Hefestos, o Vulcano como se le conoció en Roma, estaba al interior de ese volcán, lo que no parecía tan realista (si bien servir a una diosa griega de nacionalidad japonesa tampoco lo era), sin embargo, no era lo que quería decirle Ikki.

—Tras la Titanomaquia original, Tifón, el rey de los monstruos, enfrentó al dios Zeus por el dominio del universo, y ha sido la única criatura que lo puso contra las cuerdas. Herido de gravedad, Zeus logró imponerse en las profundidades de la isla que vemos, y con un Rayo contuvo a Tifón y lo aprisionó en el magma. Eso cuenta la leyenda.

—Las leyendas son para nosotros los Santos lo más cercano a historia —dijo Shun con un dejo de nerviosismo. Si tantas cosas relatadas como mitos eran verdad, entonces ¿existía la posibilidad de que estuvieran tan cerca del ser más poderoso de la mitología griega?

—Sí, pero creo que en este caso sí es una leyenda —reflexionó su hermano con una sonrisa segura. Sus ojos azul oscuro le dedicaban confianza—. Creería que el Santuario, desde la antigüedad, habría hecho algo de saber que tal cosa existía aquí.

—¿Entonces no existe?

—Eso no lo sé, pero quizás Zeus lo mató de un golpe y ya. Aun así me gustaría visitar el Etna, Shun. Tú sabes que el calor me reconforta, y debe haber varias leyendas que nos quieran relatar los lugareños, a ti siempre te ha gustado eso. No te preocupes, no voy a ponerme la armadura y volverme malo solo por estar cerca del magma.

«Así que eso venía todo eso», pensó Shun, soltando un suspiro de alivio.

—De acuerdo. Pero, hermano, ¿quién te enseñó eso? Dudo que tu maestro...

—Guilty no sabría enseñarle a un niño a respirar —dijo Ikki. Había fuego en su mirada, pero calma en su sonrisa—. No. Lo saqué de un libro de mamá, Shun.

—¿De mamá?

 

Guardaron las Cajas de Pandora en las maletas que hacían en Rodrio para que pasaran desapercibidas, y entraron en Taormina, en la ciudad de Mesina, para tomar rumbo al volcán. En el camino, Shun se enteró de que su madre adoraba leer todo tipo de cosas antes de enfermar, y recordó el libro del que Ikki hablaba, ya lo había leído en su niñez. Según su hermano, le encantaba.

Los caminos eran estrechos y de piedra, con varias elevaciones, no lo surcaban muchos autos, era una ciudad antigua bien preservado con los siglos, y que contenía una magnífica vista al mar, donde podían verse góndolas pasear con turistas de todos lados. Pasaron junto a un museo, un acuario, una enorme iglesia de estilo neoclásico, todos en reparación constante, y Shun no dejaba de entusiasmarse. Cada segundo con su hermano era mejor que el anterior, y a la vez que aprendía de cosas que en su natal Japón jamás podría ver, se enteraba de quien sí había conocido a su madre. Sicilia de verdad era muy hermoso, su símbolo era el monte Etna... A Seiya, probablemente lo primero que le hubiera venido a la mente sería un mafioso con una cáscara de naranja en la boca, pero ese asunto era un poco tabú en la ciudad.

—Me hubiera gustado conocer bien a mi madre —dijo Shun, con tristeza, al tiempo que se adentraban en la plaza principal, donde se llevaba a cabo una obra de teatro callejera.

—Yo tampoco la conocí muy bien, hermano, solo recuerdo su piel con las manchas blancas, y el camisón que siempre usaba mientras descansaba. Sus ojos eran azules, como los míos, pero su sonrisa la heredó a ti. Igual que el libro y el medallón.

—Este medallón... —Shun siempre llevaba aquella cadena bajo la camisa, una medalla en forma de estrella al interior de un círculo de oro, e incluía un mensaje que rezaba Yours Ever, Tuyo por Siempre—, ¿sabes de dónde lo sacó?

Había llevado ese medallón en todas sus batallas, incluso las más terribles. En el monte Fuji, el Templo de los Peces, las islas Egeas, el Templo Submarino... en esas ocasiones, aunque su armadura se caía a pedazos, el medallón permanecía intacto, y siempre se extrañaba por ello. Lo tenía como un amuleto de buena suerte.

—¿Hm? Eso no me lo dijo. —Ikki se quedó pensativo un momento. No era un medallón barato, estaba hecho de plata y oro reales, sin embargo, eran muy pobres. Shun lo había meditado muchas veces, pero esta debía ser la primera de su hermano. En esos tiempos, se quedaba igual de quieto que él—. No lo recuerdo.

Shun se detuvo esta vez, para contemplar la obra. La reconoció de inmediato, pues había asistido a la misma algunas veces en Grecia. Era una versión sencilla de la Orestiada, la única obra que se conservaba desde la era clásica, en su segunda pieza de la trilogía, Las Coéforas, Era la parte en que Orestes, hijo de Agamenón, enfrentaba a su madre Clitemnestra por su infidelidad con su primo, Egisto, a quien acababa de asesinar, como representaba un hombre robusto tirado detrás de una mesa.

Guárdate de las perras vengadoras de una madre —dijo la actriz encarnando a “Clitemnestra”, elevando un dedo hacia el cielo. Era hermosa, además de dotada de experiencia en cada elemento de su actitud.

—¿Y cómo huiré de las perras si renuncio a ello? —contestó “Orestes”, un joven no mayor al propio Shun. Se notaba nervioso, moviéndose más de lo debido en medio del gentío que los contemplaba.

—Engendré y nutrí a una serpiente, ¡pobre de mí!

—¡Qué profeta tan realista! —exclamó el joven. «Verídico», recordó Shun que decía la obra en realidad, no «realista». Cometió otro error justo después—. ¡Mataste a quien no debías, ahora sufre sin lo que era! —«Sufre lo que no debía ser».

Egisto, diferente a la obra original en que es Orestes, atravesó a Clitemnestra con un sable tras levantarse de un salto, y esta cayó muerta realistamente, derramando sangre a borbotones. Shun quedó perplejo. Recordaba haber leído que en las obras griegas clásicas, jamás se asesinaba a alguien frente al público de manera directa, pues se consideraba un tabú. Las muertes siempre debían ocurrir detrás de las cortinas, o quedar implícitas en la misma narración. Además... había sido muy realista.

—Eso fue demasiado, ahora la gente se alarmará —dijo Shun, cuando algunas personas ya gritaban debido al realismo de la escena. La espada parecía haber pasado de verdad a través de las telas y el cuerpo de la mujer—, ¿no te parece, hermano?

Pero Ikki ya no estaba allí. Shun volvió la vista al improvisado escenario en la calle, y vio a Egisto levantar una mano brutalmente grande, casi tanto como su propio cuerpo, para luego dirigirla a la cabeza del actor que interpretaba a Orestes. Podía ver que ese brazo estaba invadido por Cosmos, ¡y con esa fuerza le arrancaría la cabeza de cuajo, de seguro!

De manera espectacular, Ikki apareció rodeado de fuego, como si se hubiera incendiado, y detuvo con sus manos el gigantesco brazo del actor, que ya no lo parecía tanto. Un par de chispas salieron del forcejeo, y algunas personas escaparon raudas y despavoridas apenas vieron que el show había terminado. “Orestes” cayó sobre sus posaderas, aterrado, junto a “Clitemnestra”, que todavía movía las manos para sujetar su vientre.

—¿Qué clase de rata eres? —gruñó el falso actor, ya rodeado por un aura azul eléctrico, violento comparado con el de Seiya.

—¿Y tú qué clase de mal actor eres? —se burló Ikki, que acercaba ya una mano a la correa de la caja en su espalda—. Para peor, eres lento como una tortuga.

—Yo... soy... ¡Agrios! —A medida que decía una palabra, el hombre crecía un poco de tamaño, ya estaba alcanzando los dos metros de alto, y su envergadura lucía como una montaña—. ¡La Fuerza Bruta!

—Bien... por... ¡ti! —El Fénix comenzó a usar más fuerza, y de pronto apagó su Cosmos, logrando que el tal Agrios pasara de largo. Ikki saltó sobre él y plantó su puño cerrado, iracundo de fuego, en la nuca del hombretón, mandándolo al piso. Al detenerse, Shun pudo hacerse una mejor imagen del guerrero que arruinaba su tiempo de paz con su hermano.

Agrios era más alto que Geki, de tez pálida y rasgos altivos. Llevaba el castaño cabello muy corto, y lucía una barba frondosa que ocultaba incluso su pequeña nariz. Sus bíceps eran los más gruesos que hubiera visto, ni siquiera Aldebarán se asemejaba, pues este hombre parecía capaz de hacerlos cambiar de tamaño a voluntad.

—¿¡Cómo te atreves a golpear a un Gigas, miserable gusano!? —vociferó el gigante, poniéndose de pie rápidamente. Su estatura y envergadura se incrementaron de pronto, notoriamente, y casi cubría la vista del monte, desde esa dirección.

—Lo siento, el nombre no me suena. —Ikki levantó la guardia, aunque Shun sabía que no era precisamente defensivo. Atacaría en cualquier segundo—. Podría advertirte que te largues en lugar de matarte, pero prefiero lo segundo.

—¡Hermano, hay gente aquí! —gritó Shun, y apenas terminó de decir estas palabras, saltó a un lado para evitar la mano enguantada que lo acechaba por detrás. Un hombre también muy alto, de larguísimo y lacio cabello negro, ojos verdes como hierba, bajo cejas tupidas y solemnes. Lucía una esmeralda en la oreja izquierda, a modo de aro, y vestía un adusto traje ceremonial.

—Agrios, enfría tu cabeza, no vinimos a esto —dijo el extraño con absoluta tranquilidad, ignorando totalmente a Ikki y Shun.

—Ja, ja, ja, Thoas, solo quería divertirme un poco, hermano, pero resulta un poco fuerte este gusano.

—Quirri, quirriiiii —escupió un tercer desconocido, que apareció unos metros detrás de Shun. Era una criatura deforme, parecida a un jorobado pero más extraño, con brazos excesivamente largos, manchados de sangre ajena, que culminaban en las uñas más extensas que hubiera visto. Su rostro esquelético estaba a la altura de su pecho, pues su torso estaba doblado, tenía piernas gruesas y ojos penetrantes—. Fue divertido, al parecer, aunque fallaste en matar, quirriiiiii.

—Pallas, no molestes, grrrr. Tú mataste a esa gente por la espalda, yo lo hago de frente, ¿no es así, Thoas?

—En cierta forma es inevitable —reflexionó el tal Thoas—. ¿No te das cuenta, Agrios? Fuiste atraído aquí porque estos dos son Santos.

—¿Santos? Grrr —El gigante no pudo evitar gruñir al oír el nombre, lo mismo el tal Pallas. ¿Le había hecho algo el Santuario a esos hombres, acaso?

—Atenea nos encerró bajo el Etna mientras su padre hacía lo propio con mi hermano menor, por eso somos atraídos aquí. Imagina cuántas eras recorrió el mundo mientras nosotros vagábamos en el vacío entre la Tierra y el Tártaro, juntando fuerza para tomar esta débil forma humana que lucimos. Mira el cielo de esta noche para la ceremonia, hasta la inmutable Estrella Polar se movió desde que fuimos encerrados, y la gente actúa sin gracia o elegancia, son tan brutos como tú. Incontables astros han extinguido su llama y perdido en el firmamento, es normal que se hayan olvidado de los Gigas, pues el mundo...

—Oh, por favor, ¡ya cállate, Thoas! —le regañó Agrios, alejándose sin dejar de mirar a Ikki—. Tu poesía es tan aburrida como cuando nos encerraron, eso sí que no cambia. ¡Santos! Ya nos encargaremos de ustedes.

—¿Huyen tan deprisa? —le desafió Ikki.

—¿Huir? Aún tengo niñas a las que rebanar, quirriii —soltó Pallas, que corrió torcido en una dirección opuesta, mientras Ikki soltaba chispas de ira.

—No se puede ser poco cuidadoso con un Santo —meditó Thoas, justo antes de desvanecerse en un misterioso tornado que lo rodeó. O eso parecía, en realidad realizó un movimiento tan veloz que eso fue lo que pudieron alcanzar a notar.

Ikki se quedó rastreando sus Cosmos, no lucían fuera de lo normal tampoco, eran difíciles de comprender; en tanto, Shun se desplazó raudo hacia la mujer herida, notando que seguía con vida. Escuchó sirenas a lo lejos, y pidió a gritos si había un médico en las cercanías, pues la dama necesitaba asistencia urgente. Un hombre se acercó temeroso, y junto a otros, se llevó a la chica a un lado, incapaces de comprender qué diablos ocurría, pero cumpliendo con su deber.

 

—Hermano, ¿quiénes eran? —preguntó Shun después a su hermano. Ambos habían tomado rumbo al volcán otra vez, pero a través de las montañas, intentando que no atrajeran la atención de esos tipos, que aducían ser milenarios, y haber sido derrotados por Atenea en el pasado.

—Ni idea, pero algo tiene que ver ese maldito volcán en esto —contestó el Fénix, corriendo deprisa, saltando troncos y surcando parajes. A su lado, Shun estaba triste: su felicidad con Ikki había durado poco tiempo, volvían al combate, y esta vez ni siquiera fue planeado—. Shun.

—¿Sí?

—Pelearemos juntos contra todo lo que amenace la paz... me agrada que sea contigo —admitió Ikki, acelerando para que no se viera su sonrisa, que a duras penas Shun logró captar. También sonrió.

—¡Sí!

Avanzaron unos cien metros más, hasta que captaron una figura a lo lejos, de pie, cortando la figura del volcán, esperándolos en la llanura. En solo unos segundos se toparían con ese individuo, sin ninguna duda.

—¿Quién es? ¿Otro enemigo?

—Me encargaré de apartarlo. ¡Shun! Tú sigue adelante, te alcanzo en seguida.

—¡No tardes! —tuvo que gritar Shun, pues su hermano había acelerado aún más. Lo vio acercarse a medio metro del objetivo... lo vio lanzar un golpe, y al extraño esquivarlo como en cámara rápida. Luego, estampó un rodillazo que elevó a Ikki por el cielo, y aterrizar justo cuando Shun lo alcanzaba.

El Santo de Bronce de Andrómeda intentó dar una patada al sujeto, que llevaba una sudadera negra con capucha, pero éste lo esquivó también y conectó un manotazo que lo envió a la hierba. Sorprendentemente, no sintió demasiado dolor, como en los entrenamientos de artes marciales, como si los hubiera lanzado con muchos cuidados.

—Oigan, oigan, ¡tranquilos! —rogó el sujeto con voz jovial, en un perfecto y natural japonés.

Ikki se puso en pie en seguida, con su Cosmos enrabiado. Shun detuvo uno de sus golpes antes de que se hundiera en el rostro del chico.

—¡Shun! ¿Qué haces? —exclamó el Fénix, intentando zafarse del agarrón de su hermano sin lastimarlo.

—No es un enemigo, Ikki. Reconozco esa voz.

—¿Voz? ¿Pero acaso se olvidaron de mi rostro o qué?...Ah, claro, la capucha. —El chico se quitó el gorro de la sudadera y dejó descubierto sus rizos grises, largos hasta la cintura, sus ojos sorprendidos de tono negro, una nariz delgada y colorada, además de una sonrisa nerviosa. Shun sabía quién era, por más que tiñera su pelo.

—Shun, ¿quién diantres es este tipo?

—Deberías hablarme con más respeto, Ikki, por lo del senpai y todo eso, soy tres años mayor que tú —se defendió. Luego se quitó las cenizas de la ropa que Ikki había producido—. Siempre tienes que ser tan rabioso. Gracias, Shun.

—Por nada, Mei.

—¿Mei? —Ikki lo meditó un momento, y Shun pocas veces había visto tan sorprendido a su hermano mayor—. ¿¡Ese Mei!?

—Ese mismo. Y no pierdan el ritmo, chicos, tenemos que alcanzar a esos dos Gigas, solo vine a guiarlos. ¡Te queda bien la cicatriz, Ikkun![1] —gritó mientras ya se alejaba, como si se vieran todos los días, llamando a Ikki por el nombre burlesco que le dedicaba desde niños.

El Fénix aceleró, todavía más iracundo, y Shun intentaba entender la serie de acontecimientos. Obviamente Mei, el mayor entre los huérfanos en la fundación Kido a cargo de Mitsumasa, no tenía tiempo para presentaciones ni pláticas nostálgicas, ni sabía cómo comportarse correctamente. No le quedaba más remedio que preguntar en el camino, porque según recordaba, Mei, el mayor de los huérfanos, el único que superaba a Ikki en combate cuando niños, el que un día se largó sin dejar rastro, y que corría delante de ellos en dirección al monte Etna, esquivando con facilidad todos los obstáculos sin frenarse, debía estar muerto. Tras ese pensamiento, sintió un cosquilleo a la altura del pecho, donde reposaba su colgante.


[1] Abreviación de Ikki con el sufijo honorífico kun, que refiere a una persona más joven.


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Publicado 01 agosto 2017 - 15:50

-Al parecer los demas caballeros no son como seiya y si aprendieron sobre mitologia---XD

 

-Ikki como de costumbre haciendo entradas dramaticas

 

-me extraño la aparicion de los Gigas y de Mei


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Publicado 04 agosto 2017 - 04:23

Y aquí estamos después de tanto tiempo,digamos que no esperaba que un fanfic me estuviese entretenido tanto tiempo
Y ha empezado esta saga de hadas a la que la verdad le tenía ganas y en una semana y en una semana que han anunciado
El rematé de la serie clásica,,,,como te sentirías si tomasen esas ideas tan buenas que has plasmado en tu fic para el rematé de neflix? Crees que el grupo de aficionados del tipo que sin saber nada ya va pidiendo las voces y la música original cuando es inviable acepte de buen grado los cambios?

De él prólogo poco que decir,del primer capítulo de shun....te salió un capítulo un tanto raruno con tanto abrazo dando y no dando
y eh echado de menos a la lagartita...no se la hubiese preferido de compañera de vacaciones d shun
Antes que a ikki.....que prefiero verlo en solitario o haciendo equipo con otro personaje que no sea andromeda

Y meterás algo de la gigantomaquia...de esta historia no sé nada así interesado en leerlo... Y como le gustan las entradas dramáticas al fenix
Un nuevo huérfano de los Kido....y fuerte......nada con ganas de leerlo
Un saludo y hasta el próximo capitulo

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Publicado 05 agosto 2017 - 14:55

-Al parecer los demas caballeros no son como seiya y si aprendieron sobre mitologia---XD

 

-Ikki como de costumbre haciendo entradas dramaticas

 

-me extraño la aparicion de los Gigas y de Mei

- Bueno, aquí Seiya sí sabe sobre mitología, igual que los demás. Nunca entenderé qué pensaba Kuru cuando puso esa línea idiota de "quién es Hades".

- Es parte de su encanto jaja

- Ah, es que son personajes de la Gigantomachia, tal vez no la has leído. En todo caso, no es necesario hacerlo, pues se explican a sí mismos en esta historia (tómalos como si fueran personajes originales), y solo estarán presentes durante los cuatro capítulos de este mini arco.

 

Gracias por pasar, T, saludos.

 

 

Y aquí estamos después de tanto tiempo,digamos que no esperaba que un fanfic me estuviese entretenido tanto tiempo
Y ha empezado esta saga de hadas a la que la verdad le tenía ganas y en una semana y en una semana que han anunciado
El rematé de la serie clásica,,,,como te sentirías si tomasen esas ideas tan buenas que has plasmado en tu fic para el rematé de neflix? Crees que el grupo de aficionados del tipo que sin saber nada ya va pidiendo las voces y la música original cuando es inviable acepte de buen grado los cambios?

De él prólogo poco que decir,del primer capítulo de shun....te salió un capítulo un tanto raruno con tanto abrazo dando y no dando
y eh echado de menos a la lagartita...no se la hubiese preferido de compañera de vacaciones d shun
Antes que a ikki.....que prefiero verlo en solitario o haciendo equipo con otro personaje que no sea andromeda

Y meterás algo de la gigantomaquia...de esta historia no sé nada así interesado en leerlo... Y como le gustan las entradas dramáticas al fenix
Un nuevo huérfano de los Kido....y fuerte......nada con ganas de leerlo
Un saludo y hasta el próximo capitulo

Si Netflix llegara a poner cosas que hice yo antes... no sabría si sentirme halagado o muy molesto xD

A mí me gustan los cambios, no tengo problemas con ellos. Y sí, no faltarán los de siempre que ya estarán haciendo demandas de "traigan a los actores originales". Honestamente, jamás he entendido eso.

Y bueno, no sé por qué te parece raro jaja, son hermanos. Al menos yo no tengo atado en abrazar a los míos. Además, TÚ FUISTE EL QUE PIDIÓ QUE TUVIERAN VIDA NORMAL AMBOS XDDDDDD Había pensado que apareciera June, pero preferí que solo estuvieran ellos pues es un mini arco corto, y para mostrar que Shun ha deseado estar a solas con su hermanos desde hace años, y no había podido porque Ikki se la pasaba muriendo. En cualquier caso, en el siguiente capítulo verás que Ikki no está cómodo con esto, justamente por lo que dices. Está haciéndole un favor a Shun, pero siente que algo no está bien, no es la vida que busca.

 

Lo que mostraré será una Gigantomachia muy MUY resumida con respecto a la novela original, y tal vez se note algo acelerada, pero en cierta forma es necesario para no desviarse de la trama principal. Estos capítulos son importantes, más que nada, para el FUTURO de Shun e Ikki en esta misma saga de Hades.

 

Presstor, como siempre, gracias por pasar. Saludos. Ah, en este capítulo habrá algo que vienes pidiendo hace mucho tiempo :D

 

 

 

 

IKKI I

 

12:14 hrs. 12 de Junio de 2014.

—Mei, ¿cuánto tiempo llevas aquí? —preguntó Shun. Ikki no se dignaba a decir nada—. Es bueno verte, pero no sabíamos que... estabas en Sicilia.

—En Sicilia vivo, querrás decir, no me ofendes, Shun —dijo Mei, sin voltearse ni desacelerar—. Cuando ustedes dos todavía eran pequeñitos, ya estaba listo para dar inicio a mi entrenamiento, así que me enviaron aquí antes para obtener mi armadura.

—Eso quieres decir... ¿que eres un Santo como nosotros?

—Sí, algo así. No como ustedes, pero sí.

¿Había condescendencia en sus palabras? Le pareció que no, y como siempre, era extraño. Después de todo, si alguien era mimado en el orfanato, era Mei. No como Saori Kido, claro, seguía siendo un sirviente más para el viejo, sin embargo tenía unos pocos, sutiles privilegios, como la hora de dormirse o los regalos. Eso no explicaba por qué no se reportó al Santuario en todos esos años, como correspondía.

—¿Cómo es que no sabíamos nada de ti, entonces?

—Desde que obtuve mi Manto Sagrado estoy en una misión especial de la que solo eran conscientes mi maestro y el Sumo Sacerd..., bueno, Saga de Géminis. Les ruego que no le digan nada a Atenea sobre mi paradero aún, es de suma importancia que nadie sepa que estoy vivo. —Mei saltó un risco como si fuera nada, su agilidad y flexibilidad eran extraordinarias, su esbelto cuerpo parecía entrenado al máximo. Ikki y Shun cruzaron el precipicio con una dificultad ligeramente mayor, lo que enfureció más al primero.

—¿Pero nosotros sí? —preguntó.

—Si me revelé ante ustedes es porque tienen la misma misión que yo: detener a los Gigas —declaró el joven, mirándolos directamente por primera vez.

 

Finalmente llegaron a un cerro cercano al volcán. Se detuvieron a la sombra de unos árboles, ocultos a las miradas de la gente que hacía sus actividades normales allí, valientes al acecho del fuego. Ikki se preguntó si temían morir en algún instante. ¿Acaso temía aún su propia muerte? En el pasado había fallecido, estaba seguro de ello, lo recordaba no como una ilusión.

Cuando Guilty asesinó a Esmeralda, él murió por primera vez, hasta que vio el alma de su amada, y Phoenix lo ayudó a levantarse. Después hubo una avalancha causada por Misty de Lagarto, y también sintió cómo abrazaba a la muerte. Despertó días después, sin hambre, como si hubiese permanecido en hibernación. Luego, él y Shaka estallaron, y logró seguir vivo en una dimensión lejana del cosmos. Finalmente, Saga también lo asesinó, sí que recordaba caer en un pozo oscuro rodeado de fuego por sus pecados, pesar sin límites, una angustia interminable. Sin embargo, semanas después despertó en el mar, cerca de isla Canon. Phoenix podía renacer de sus cenizas, ¡pero él no tenía por qué poseer aquella capacidad! Era solo un humano...

—¿Quiénes son los Gigas, Mei?

—Los Gigas... son gigantes. Bueno, para nosotros en esta era no se ven tan grandes, pero sí en la antigüedad, cuando los seres humanos eran más bajos —explicó Mei, que observaba todos los movimientos en el volcán. A Ikki no le gustaba ser un comparsa vigía, pero decidió escuchar en vez de quejarte y salir a repartir golpes que deseaba—. Verán, tras la primera Guerra Santa, que enfrentó a Poseidón con Atenea, se movió la tierra y ellos despertaron. Son entidades divinas, pero diferentes a los que mencioné. Se llaman a sí mismos «hijos de la Gran-Tierra», y usan armaduras creadas con un mineral subterráneo, ya extinto, más duro que el Gamanio, llamadas Adamas[1].

—¿Adamas? ¿No pueden destruirse?

—Sería una proeza, entregan una fuerza avasalladora. Cuando lucharon contra los dioses, en lo que se llamó Gigantomaquia[2], gran parte de la humanidad murió. Se requirió de Atenea en persona en el campo de batalla para conseguir una victoria.

—Me cuesta imaginar algo así —dijo Shun, tal vez por cortesía. Habían visto el poder del mismísimo Poseidón olímpico, nada debía sorprenderles a esas alturas.

—Pero teniendo ciertas características divinas, Atenea no pudo matarlos. En su lugar, los encerró en las profundidades de la Tierra, aquí en Sicilia. Según los mitos, nuestra diosa creó el monte Etna como una especie de tapón sobre su prisión, para que no pudiesen escapar.

—Pero lo hicieron, ¿no?

—Sí, y era algo que mi maestro y yo esperábamos. Él era un Santo de Oro de aquí, de Sicilia, y me enseñó lo que necesitaba, a regañadientes. Estaba algo mal de la cabeza, pero lo respeté en lo que pude. Hasta me teñí el cabello de su color.

—¿Un Santo de Oro? ¿C-cuál de todos?

—No sé si lo conocieron, no fue muy querido. Si no me equivoco, fue vencido por Shiryu de Dragón. —Ikki oyó a Shun tragar saliva al saber que el más psicópata de los Santos de Oro había sido maestro—. Como sea, nuevamente fue Poseidón el que provocó todo. Hace unas semanas que el volcán está en constante actividad, y ya han pensado en cerrar el aeropuerto por algunas cenizas que amenazan el aire. Hace dos días, un río de lava se acercó amenazadoramente al pueblo, por allí —indicó Mei con un dedo. No había llegado a la población, pero se notaban los rastros del barro y el fuego en ladera—. Con sus terremotos, los Gigas lograron salir para cumplir su objetivo. Pallas ha asesinado a muchas personas, los hace parecer accidentes.

—¿Cuál es su objetivo? —inquirió Ikki por primera vez.

—Bueno, los Gigas veneran a alguien que se topó con ellos durante su estadía en prisión. Alguien a quien prometieron fidelidad eterna y libertad —dijo Mei, antes de voltearse bruscamente. Ikki y Shun tardaron un segundo más.

—Qué rápido vinieron al encuentro de la muerte.

 

Agrios, la Fuerza Bruta. Vestía su Adamas, de un azul oscuro y tenebroso; se notaba pesadísima, cargada con clavos y púas por doquier. Parecía compuesta casi enteramente de gemas preciosas, brillantes de forma octogonal unidos unos a otros. Bajo el casco con cuernos, el Gigas lucía intimidante, sonriéndoles con descaro.

—Así que Agrios... ¿viniste a recibirnos para morir tan pronto? —le desafió Ikki, descolgándose la Caja de Pandora. Estaban a plena vista de la gente, pero si era necesario luchar allí para protegerlos...

—Nuestro líder ya está preparando el ritual, no es necesario que estemos allí con él —explicó Thoas, que también apareció en el sitio. Su Adamas era de Malaquita, de gemas hexagonales estacionadas sobre placas pegadas sobre sí mismas, rodeando el contorno esbelto y elegante del gigante.

—Chicos... ¿pueden detenerlos? —preguntó Mei, en un susurro. Todavía no le explicaban qué tramaban los Gigas, pero obviamente era algo importante. Ikki dudó un segundo, hasta que Shun asintió y el compartió el gesto. Después de todo, aquellos tipos deseaban crear caos, ya habían dañado gente, y si no, el volcán que ellos habían activado lo haría en su lugar. Lo primordial era eliminarlos—. Gracias. Nos vemos en el Etna. ¡Intenten no llamar tanto la atención! —exclamó mientras se alejaba.

—Grrr, ¿un chico por sí solo va contra Pallas y nuestro líder? Qué tontería.

—Recuerda que son Santos, Agrios, no te confíes. —Thoas desapareció en un abrir y cerrar de ojos, para aparecer junto a Shun un instante después... como si ya hubiera estado ahí, ¡era demasiado veloz! Por su parte, Agrios saltó sobre Ikki.

—¡Shun, al abismo! —Ikki esquivó un golpe grotesco, cargado de furia y una potencia inimaginable, y corrió al precipicio que habían sorteado, siendo perseguido por su enorme enemigo, un tipo sin cerebro que solo pensaba en destruir. Pero había pasado demasiado tiempo lejos de la Tierra como para saber el límite que alcanzaba un Santo—. ¡Levántate, Phoenix!

—¡Andrómeda! —invocó Shun, que ya tenía una de las cadenas en sus manos para bloquear un golpe de Thoas.

Ambas armaduras surgieron relucientes de las cajas de gamanio. La de Shun no estaba bien; con todo lo ocurrido, Muu de Aries había hecho lo posible, pero adujo que recibiendo el poder de Poseidón de lleno en ella, la armadura tardaría mucho en regenerarse por completo, incluso con su ayuda. Una de las hombreras fue reducida a la mitad, el yelmo carecía de puntas en el adorno frontal, el peto y las perneras tenían algunas fisuras menores, y solo las cadenas lucían reparadas en su totalidad.

En cambio, Phoenix estaba cual nueva, como siempre. Fuera quien fuese su rival, si la dañaba volvía a recuperarse de sus cenizas como la criatura mitológica que representaba. Tras colocársela, se lanzó al precipicio, donde un río esperaba a lo lejos en la bajada, y miró arriba para enfrentar al bruto que se había arrojado con él. A unos metros, Shun lo imitaba y era perseguido por Thoas, que en un santiamén lo alcanzó y golpeó en el vientre. Su hermano fue estampado contra unas rocas, e Ikki disparó su Aleteo Celestial para sacarse a Agrios de encima un momento. ¿Quizás tenían que cambiar de pareja de baile?

—Ja, ja, qué penosa es tu fuerza —se rio Agrios, que surgió súbitamente a su lado. Ikki se había distraído solo un segundo. Se golpearon mutuamente, y la presión del impacto los arrojó a distintos lados del barranco, donde se posaron sobre grietas que crearon con sus propios pies.

De inmediato, Ikki notó una rajadura en el peto de su armadura, causada por el puñetazo de Agrios que apenas pudo bloquear, mientras que su Adamas brillaba más que nunca, sin apenas un rasguño. Estaba seguro que lo había golpeado con toda su fuerza para acabar rápido el combate. De hecho... los dedos le dolían.

—¿Te sorprende? Mi Adamas se llama Lapislázuli, y la madre Tierra creó pocas cosas más resistentes que ella, grrr. —Agrios se golpeó el peto con orgullo—. Puede que haya revivido más débil de lo esperado, pero mi Adamas ¡está como siempre!

Ikki fue aplastado un poco más contra la quebrada, impulsado por el violento Cosmos de ese monstruo, no había sentido nada semejante en el pasado, tan agresivo, solo tal vez el de su maestro se asemejaba en agresividad. A lo lejos, vio de reojo que Shun no podía defenderse de los rapidísimos ataques de Thoas, a quien solo captaban como una borrasca.

—Shun... ¿acaso ni tu cadena puede detectar a ese tipo?

—¡Concéntrate aquí! —Agrios embistió con fuerza, y cuando Ikki recibió sus cuernos en el estómago, realmente se sintió como la potencia y el peso de un gigante. Jamás había recibido un ataque así, del que no pudiera reaccionar ni defenderse por una materia de fuerza física. Al abrir los ojos, Agrios volvió a arremeter... esta vez rodeado por un Cosmos azul brillante.

 

Había perdido todo sentido de sí mismo, estaba mareado y sentía que sus tripas saldrían por su boca. Estaba al interior de un túnel que había cavado con su propio cuerpo, y el peto de Phoenix tenía una grieta que lo partía en dos. Frente a él, Agrios el gigante lo contemplaba satisfecho.

—Si no fuese por la montaña y estuviéramos al aire libre, te habrías estrellado en alguna parte de África, Fénix.

—Qué tontería... —Si Agrios volvía a atacar, Ikki sabría que lo atravesaría de lado a lado. Intentar una maniobra para levantarlo en la carrera no parecía posible, dado el poco espacio, y la diferencia de masa era notable. De hecho, le pareció que Agrios era aún más pesado que lo que la lógica física indicaría.

—Sin embargo, grrr, estoy impresionado. Soy un Gigas de la mitología, hijo de la madre Tierra, y aunque tenga mis fuerzas reducidas es aún muy superior a las tuyas. Grrrr, pero has conseguido sobrevivir. —Agrios se preparó de nuevo, doblando una rodilla para volver a cargar—. Ja, ja, ja, aunque ya no tendrás más oportunidades.

—Arde, Cosmos. —Ikki desplegó las alas de fuego de su energía, y arrojó por tercera vez su Aleteo Celestial, que rebotó en la coraza de Agrios y rebotó contra los muros de la montaña, que comenzó a despedazarse. Tanto era el poder que liberó que incluso el Gigas tuvo problemas para correr en línea recta.

 

Hubo una explosión de fuego, tierra, azufre y cenizas. El fuego lo levantó todo, Ikki despegó, elevándose desde las profundidades de la piedra, herido por la presión propulsada por Agrios. En ese momento fue cuando pensó, sin ningún motivo, que no había muerto nunca, sin importar cuánto lo habían dañado. ¿Por qué? No lo sabía, pero ese era el caso. Se llenó de una increíble adrenalina que le hizo pensar que sería capaz de todo lo que quisiese, no podía dejar de pensar ni creer en ello.

En el aire miró a un costado, donde el monte Etna liberaba ascuas doradas en pleno inicio de erupción, tal como fuegos artificiales, y luego abajo, donde se hallaba la criatura que lo perseguía con un salto. No... Más que eso, se estaba impulsando con su embestida nuevamente. Ikki concentró su Cosmos en el puño derecho y dejó que la gravedad lo atrapara.

Con tanto espacio, evitó el embate y conectó la Ilusión Diabólica en la frente de Agrios con un potente puñetazo. Éste descendió con la mirada perdida, mostrando un tic nervioso en el ojo izquierdo que reflejaba sus esfuerzos por liberarse de la cruel pesadilla que Ikki construyó por instinto.

«¿Cómo vencer a alguien con una defensa tan grandiosa?». Ikki plantó un pie en el pecho de Agrios y aterrizó con él, mirándolo con atención, mientras se zafaba poco a poco de la Ilusión. No esperó que funcionara tampoco, hacía mucho que había notado que una barrera de energía estaba absorbiendo su Cosmos desde el Etna. Le quedó una opción que había guardado para más adelante.

¡Renacimiento Solar![3]

Ikki materializó rápidamente una gigantesca bola de fuego, creada a partir de las llamas que lo habían hecho revivir tantas veces. Aplastó con ella a Agrios, que pasó a ser consumido lentamente por las llamas al interior de la tierra, como si lo hubieran metido en un horno.

No usaría una técnica tan cruel si no fuera porque era una suerte de divinidad, y lo resistiría mejor antes de que toda el agua de su cuerpo se evaporara. Aunque... quizás unos meses antes, o unos años, lo habría utilizado con uno de sus compañeros. Pero no esta vez. Revivir lo había cambiado, como el fénix que se levantaba cada vez más puro, ardiente y poderoso de las cenizas.

—Grrrrr, ¡maldito fénix! ¡Ahhhhh! —gritó Agros desde el interior de la tierra.

—Pff, no eras la gran cosa. —Ikki tomó rumbo a Shun, pero se desvió cuando lo vio luchar decidido, a pesar sus heridas, por las que tanto sangraba—. Shun...

Todos peleaban sus propias guerras. Si lo ayudaba, Shun nunca crecería como guerrero, y se necesitaría toda la ayuda posible en el futuro, en especial de alguien con tanto potencial, que podría ser más poderoso que todos los demás, sin saberlo.

 

12:44 hrs.

Se adentró en el volcán sin que nadie lo detuviese, a través de una grieta grande producida probablemente por algún enemigo o el mismo Mei. ¿Qué rayos pasaba con ese tipo? Todo había sucedido demasiado rápido como para evaluarlo, se comportaba como si los hubiera visto todos los días. Ikki necesitaba muchas respuestas todavía, calaban en su cerebro sin desear escapar.

En las paredes del monte se proyectaban rojos, dorados y anaranjados. El calor resultaría sofocante para un humano normal (no para él, que había estado rodeado de magma gran parte de su vida), pero la presión lo afectaba más que ninguna otra cosa. Un Cosmos amenazador en sincronía con palabras en voz baja a lo lejos por la gruta. Tenía una sensación muy desagradable, se le erizaron los vellos de los brazos y la nuca cuando comenzó a correr para quitarse el nerviosismo.

—La diosa maldita será despojada de sus ropas y humillada como una bastarda común entre los hombres —fue la primera oración que pudo captar claramente. No estaba precisamente encariñado con Saori Kido, pero esas palabras le hicieron hervir la sangre como nunca le había ocurrido. Cerró tanto los puños que le sangraron, así como las encías por la presión de los dientes. Corrió con más prisa hasta que llegó a una cámara rocosa, surcada por un río de lava, rodeada por paredes tan ardientes que brillaban al rojo vivo, y miles de ascuas que iluminaban la estancia, flotando por todas partes con vigor. A un lado, Ikki vio a Mei bajo la bota de Pallas, que vestía un Adamas rojo de Ónice, formado de piezas heptagonales que casi parecían de piel.

En el centro se hallaba un hombre altísimo de espaldas, rogando algo al cielo, más alto que todos los que se hubiera topado en su vida, medía casi tres metros. Su Adamas era amarillo, se asemejaba al topacio o al citrino, de elementos pentagonales superpuestos, muy elegante y decorado de otras gemas que no pudo identificar. Sobre su armadura llevaba una sotana del mismo color, hasta parecía de metal fundido... pero lo que más llamó la atención al Santo de Fénix era lo que llevaba en las manos.

En la izquierda cargaba un bastón adornado por rostros e imágenes de diversos monstruos terroríficos de leyenda, como equidnas, minotauros y quimeras; en la otra llevaba... una máscara. Una máscara que había visto miles de veces antes. Según sabía, y como le contó Kanon de Dragón Marino bajo la Ilusión Diabólica, se aparecía por sí sola ante los elegidos por la Muerte, clavándose en su rostro. Era la máscara que llevó su maestro, a quien conocían por «Guilty» desde que fue encerrado en isla Reina de la Muerte por sus crímenes para cuidar de las armaduras Fénix y Erídano.

—Justo a tiempo llega uno de los perros de esa mujerzuela —dijo el extraño con una voz profunda, gutural, como si no naciese de allí sino de ultratumba, en un griego arcaico que Ikki tuvo problemas para entender.

—Miserable, ¿quién eres y qué quieres?

—Quirri —contestó el jorobado Pallas—, él despertará al más poderoso de nuestros hermanos, niño idiota, quirri.

—¡Ikki, detenlo, por favor! —rogó Mei, antes de encender su Cosmos, de un extrañísimo tono morado oscuro con destellos azules—. ¡Que no se ponga esa cosa!

Ikki no pudo seguir viendo qué ocurría allí, pues hizo caso y se lanzó sobre el altísimo hombre de espaldas, que con una lentitud pasmosa, sabiendo que lo haría a tiempo, acercó la máscara del Rangda[4] a su rostro...

—Ja... eres Ikki de Fénix, uno de los perros de esa meretriz idiota —le dijo el extraño, esta vez de frente. El recuerdo de esa imagen, la de aquel que había asesinado a Esmeralda, paralizó a Ikki—. El hombre que no muere, ¿verdad? Te enseñaré algo que no olvidarás en tu sufrimiento eterno.

 

De pronto, el mundo desapareció y fue reemplazado por infinita oscuridad. El Fénix era arrastrado por una fuerza que lo paralizaba y no le permitía huir, siguiendo sin voluntad, flotando sobre nubes aciagas, al hombre que llevaba puesta la máscara de Guilty, frente a él, elevado por fuerzas desconocidas.

—Mi nombre es Encélado, el primero de los Gigas, el mayor de los hijos de la Gran-Tierra. Tú eres un muerto que no muere.

—¿Q-qué quieres? ¿D-dónde...?

—Nos adentramos en el volcán, Ikki de Fénix, perro de Atenea. En lo más profundo de sus entrañas, para que veas el verdadero terror.

O lo que era lo mismo, mostrarle a quién querían tanto liberar. ¿Qué había en el monte Etna desde tiempos mitológicos? ¿Cómo sabía que Ikki no moría? ¿Por qué llevaba la máscara de su maestro? Y más importante, ¿por qué deseaba mostrárselo?

—¿P-por qué yo? ¿A dónde me llevas? —Notó temor en su propia voz, y no sabía por qué. Sospechaba que era porque el lugar a donde Encélado lo llevaba, fuera verdad o una ilusión... era muy parecido al infierno que había visto. No solo estaba paralizado por la presión que ese Gigas imponía, sino por su propio miedo, uno que no podía enfrentar, por más que quisiera.

—Eres un hombre que no muere, Ikki de Fénix, lo vi a través de los ojos del hombre que llamaban Guilty, pues soy el guardián de la verdadera muerte en la Tierra, la desesperación y la angustia de la pudrición. —Encélado hablaba con voz imponente y llena de orgullo, muy grave y gutural. No podía ver su rostro, solo su cabello blanco y el resto de su cuerpo, pero nada era semejante... era lo arcaico en él lo que intimidaba tanto. Parecía ser más antiguo que Atenea y Poseidón—.Para despertar a quien quiero despertar necesito sacrificios, y ya que no mueres, preferiría que estuvieras de nuestra parte para no darnos problemas.

—¿Yo no… muero?

—¿Acaso no sabes por qué? Pero qué absurdo, no has aprendido nada en estos años, has dudado mil veces sin investigar donde deberías. Ikki de Fénix, en tu mente está la respuesta. Luego podrás ayudarnos.

—¿Heinstein? —No sabía cómo, pero esa palabra estaba grabada en su mente, conectada a su fugaz pensamiento de «respuestas»—. No. ¿¡Por qué los ayudaría!?

—Porque no mueres... y porque no has contemplado el terror de la muerte. —Encélado se hizo a un lado, así como la oscuridad, para dar paso al horror.

 

Flotaba sobre un pozo enorme, de un diámetro como el de un estadio, lleno de rocas grises, surcado por fuego y lava, y acariciado por destellos eléctricos azules que se repetían incesantemente. A su alrededor, solo había piedra, descomposición de cosas que lucían como vivas, y un olor nauseabundo y antiguo como el tiempo mismo.

Ikki miró el suelo, y de pronto las rocas se apartaron del centro, moviéndose hacia arriba o abajo, separándose de una apertura al medio. Había un orbe bajo las rocas que se alejaban, del tamaño del pozo y de color rojo como la sangre... al centro se vislumbraba un agujero profundo, completamente oscuro, casi interminable. Desde lo rojo comenzaron a nacer y verse surcos dorados como rayos de sol... y súbitamente, la estructura parpadeó moviendo nuevamente las rocas del fondo y la lava alrededor.

Fénix gritó de terror como jamás había hecho en su vida. Estaba en la muerte de nuevo, ¡pero no podía morir! Lo deseaba con tanta fuerza a veces que se frustraba al encontrar el más grande monstruo que acecha al alma, el miedo de lo que está más allá de la imaginación. La leyenda de la que había hablado con Shun se hacía realidad.

—¿Lo comprendes, Ikki de Fénix? Únete a nosotros, pues no hay nada que puedas hacer, y lo sabes bien. La muerte se avecina, y solo tú te salvarás de ello. Con esta máscara lo sé todo, de ti y del universo. Mi hermano traerá la desgracia a la p.uta de Atenea y a sus malnacidos perros.

Ikki lo oía, pero en su retina… solo podía ver aún el ojo de Tifón.


[1] En griego significa tanto «diamante», el material más duro de la naturaleza, como «indestructible».

[2] Del griego «Gigantomachia», guerra de los gigantes.

[3] Asahi Zenso en japonés. Literalmente, Renacimiento Ardiente del Sol Naciente.

[4] Demonio del folclor balinés que dirige tropas infernales para devorar niños.


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Publicado 05 agosto 2017 - 16:38

-Si he leido Gigantomachia pero no esperaba

que lo adptases a tu Fic

 

-no entendi Mei. es un huerfano en tu fic o es hijo

legitimo del viejo como en la obra

 

 

-bueno por lo menos Mei fue entrenado por

el dorado psicopata y no por el dorado fail

 

 

-no me esperaba la nueva tecnica del fenix

 

--Jajaja --todos hablan mal de Saori Kido--lastima que

no este el legendario Jabu y Tatsumi Tokumaru para defenderla

 

-Me pregunto si Ikki se volvera un traidor


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Publicado 09 agosto 2017 - 23:40

T-800:

- Bueno, yo tampoco esperaba adaptarlo. Fue una decisión repentina xD

- Es esperable que no entendieras, ya que fue mi intención, sino que quedará más claro en este capítulo.

- No entiendo a quién te refieres como el "dorado fail".

- Nadie lo esperaría, teniendo en cuenta que yo mismo dije que no le daría nuevas técnicas jaja Al final, Presstor me convenció.

- Puedo asegurarte que Ikki no traicionará a nadie. Sí, es un spoiler, en cierta manera.

Gracias por pasar, viejo.

 

 

Mención importante: los eventos sobre el pasado que revela Thoas, ya habían aparecido al final de la saga de los Cuatro de Oro Blanco, solo que desde la perspectiva de Eris. Por si quieren saber su punto de vista también, está por allí, en uno de los últimos capítulos, pero es el mismo evento, la Gigantomaquia y Titanomaquia originales :D

 

 

SHUN II

 

12:35 hrs. 12 de Junio de 2014.

Los golpes de Thoas eran certeros y profundos, realizaban cortes en su piel como el cuchillo a la mantequilla, y lo peor era que no podía dejar de sangrar. Por más leve que fuera el rasguño, Shun no conseguía frenar la hemorragia.

—Los golpes que doy cuando visto esta Adamas, que para tu información se llama Malaquita, son muy interesantes, ¿no te parece? —preguntó con voz refinada y delicada, como si cada palabra fuera una prosa de la máxima reputación—. Se llaman Estigmas, y nada puede frenarlos.

—T-tengo que ir... por mi hermano. —Lo había visto luchar contra el tanque llamado Agrios, y desaparecer en una ladera de la montaña. Había disfrutado muchos días de paz con él, había sido maravilloso... ¿pero por qué la paz tenía que ser el cese de la guerra, y no al revés?

—¿Te preocupa tu hermano, joven y bello Andrómeda? Qué tranquilidad al pensar en otros cuando tienes un enemigo frente a ti. —Thoas se preparó para golpear de nuevo, y antes que Shun se diera cuenta, ya había causado otro corte al costado.

—Un enemigo... q-que está provocando temblores en el monte Etna, ¡podrían matar a c-cientos!

—Eso no nos preocupa, pues lo merecen. ¿Sabes algo? Considero al olvido el peor de los crímenes. Antes de que intentáramos hacernos con el cosmos, ya estaba Poseidón en el mar, Hades en el palacio de los muertos, Atenea protegiendo la Tierra, y Zeus sobre ellos. Entre los tres primeros luchaban innumerables ocasiones, y estas Guerras Santas, como les llaman, pasaban al olvido. ¿Pero Gigantomaquia? Nadie la recuerda. Solo piensan en los Titanes derrotados por los Olímpicos, pero no en el que vino después para defenderlos... y los hermanos que lo acompañaron. ¡Atenea se hizo cargo de que nadie nos recordara!

Shun intentaba seguirlo con la mirada, pero le era imposible, y ni la cadena de su Manto podía con esos pasos rápidos a un lado u otro del abismo, rasgando la piel, trisando la armadura, y causándole hemorragias que no parecían tener fin.

—¿Los hermanos? ¿De quiénes son hermanos ustedes?

—¿No conoces la historia, joven Andrómeda? Pues te la diré. —Era obvio que le gustaba hablar, y eso le ayudaba a Shun a planear algo con tiempo—. Primero, los Titanes iniciaron la Titanomaquia, y Zeus, Señor de los Cielos, los selló en el Tártaro, más allá de las fauces del infierno. Fue entonces cuando los hermanos de los Titanes, nosotros los Gigas, fuimos a la guerra para vengarnos, éramos decenas, y pusimos en aprietos al Olimpo cuando los humanos todavía eran jóvenes. En ese tiempo éramos enormes, nuestras Adamas tenían el tamaño de montañas, y podíamos causar sismos e inundaciones con nuestros pasos... Encélado, Mimas, Gratión, Agrios, Damasen, Pallas, Hipólito... pero quien realmente destacó durante esa guerra, la Gigantomaquia de la que nadie sabía, fue el menor de nosotros. La criatura más poderosa y temible de toda la historia. ¿Sabes de quién hablo, Andrómeda?

—Sí. —Por supuesto que lo sabía, ya había oído ese epíteto, del que casi vence a Zeus, aunque no recordaba haber oído sobre los Gigas—. Hablas de Tifón. —Shun sintió un escalofrío al decir esa palabra... era una suerte de tabú. La criatura de quién se decía, ni Zeus podía superar. ¡Había hablado de él con Ikki solo unas horas atrás!

—No deberías mencionar su nombre a la ligera, pues cortó los tendones del Señor de los Cielos, poniéndolo de rodillas, y convirtió a Niké en un espíritu que ha vagado sin forma hasta la eternidad. La gente recuerda y teme a nuestro hermanito, pero no a nosotros, que lo acompañamos.

—¿A él es a quien quieren revivir? —Con un súbito temor tras pronunciar esa frase, Shun miró en dirección al Etna, que tenía enfrente, más allá del abismo. Eso era lo que decía la leyenda… ahora cobraba vida—. ¿E-está allí?

—Así es. Durante la Gigantomaquia, el invisible Hermes venció a Hipólito, la flecha de Artemisa se clavó en Gratión y la de Apolo en Efialtes; Dionisos y su bastón derrotaron a Alpo, a Polibotes el Emperador Poseidón le arrojó una isla encima, y a Agrios y a mí nos acorralaron las Moiras... Sin embargo, el Tártaro estaba repleto de Titanes y almas corruptas, así que considerándonos una amenaza inferior, Atenea... esa maldita bruja... —Los ojos de Thoas chispearon, y volvió a golpear una centena de veces de Shun, impulsado por una ira arcaica—, nos aplastó con el monte Etna, que fue creado gracias a Poseidón. ¡Ella nos trató como cucarachas, chico!

Shun desplegó ambas cadenas, y la circular se enroscó para formar la Defensa Giratoria, que no intimidó a Thoas. Éste pestañeó confuso y apareció súbitamente al interior de la jaula, que se deshizo al instante. El Gigas tomó a Shun del brazo antes de arrojarlo bruscamente al aire.

—¡¿Y sabes qué sucedió después!? —Thoas siguió golpeando ferozmente a Shun, cuya sangre brotaba a chorros, sin detenerse, con una velocidad arrebatadora. Perdía completamente la forma, el Santo de Andrómeda no veía nada—. El Keraunos perdido de Zeus volvió a sus manos, se lo llevó su inmundo hijo de los pies alados, ¡y encerró a Tifón también en lo profundo del Etna! Como si no fuéramos más que un tarro de basura, nos despreció y humilló, y Atenea, tras vencer a Encélado, nuestro líder, creó sellos alrededor de nuestra prisión para que no escapáramos. ¡Nos quitó nuestro lugar en el universo! Ustedes los humanos comenzaron a retratarnos como monstruos y bestias, cuando antes compartíamos el mismo planeta… ¡Traidores!

—¡Ataca, cadena! —Con la Onda Trueno intentó perseguir a su presa hasta darle caza, pero hasta ella tardaba. Cuando acertó, Thoas la tomó con una mano y con la restante siguió golpeándolo una y otra vez.

—Gracias a los mismos Poseidón y Atenea, cuatro de nosotros logramos salir de esa jaula, oh, la ironía. Somos pocos y débiles, pero llevaremos a cabo la voluntad de nuestros hermanos, reviviremos a Tifón y soltaremos a los demás.

—¡M-maldición! —Sabía lo que debía hacer, ¿pero lo haría? Nuevamente había dudas en su corazón. Los Gigas eran criaturas torturadas y mancilladas por los seres humanos, que se revolucionaron para tener su lugar. ¡Pero de eso hacían siglos!

—Voy a matarte, bello Andrómeda. No se necesitan pretextos complejos para hacerlo. —Si sus golpes no eran letales era por la armadura, y parecía consciente de ello—. Ja, hasta las flores más hermosas tienen espinas, pero solo necesito podarlas. Más de lo que ya se ha hecho...

Entonces era cierto, pensó Shun, su Cosmos estaba siendo drenado, por eso sentía tan pesado su cuerpo. Siendo así, no le quedaban demasiadas opciones. Con el brazo izquierdo generó una gran bola de energía, con la que trató de sorprender al Gigas, que por supuesto, lo esquivó con elegancia. Sin embargo, con la cadena circular arremetió de nuevo, esta vez creando una gran fisura en la roca, una caverna profunda por donde se metió rápidamente. La temperatura allí se elevaba a cada segundo.

 

Tal como esperaba, Thoas lo siguió hasta que llegaron a un punto donde la cadena de Shun no podía cavar más. Éste se volteó para enfrentarlo con una mirada férrea y decidida.

—¿Es todo lo que tienes, joven y bello Andrómeda? ¿Escapar?

—No. Pelearé. —En ese espacio tan pequeño, Shun apenas podía permanecer de pie, pero el ataque de la cadena había hecho lo necesario. Era suficiente.

—Aunque no lo entiendo, Andrómeda, ¿eres débil o fuerte? A veces muestras la fragilidad de una doncella, y otras la bravura de un guerrero, como en el movimiento de recién, que de haberme dado, pudo arrancarme la cabeza. —Thoas cerró los ojos con un deje de tristeza mientras se acercaba a paso lento por la caverna—. Tu espíritu es muy inestable, demasiado torpe y, francamente, incomprensible para mí.

—Sopla... sopla con todas tus fuerzas, Cosmos.

Thoas no pudo verlo venir, y cuando notó la trampa, ya era demasiado tarde. A su alrededor, en ese pequeño espacio, se hallaba la Corriente Nebular, el vapor que surgía de su Cosmos e inmovilizaba a los enemigos con más presión mientras más intentaran zafarse. Por todos lados se extendía el humo cósmico de tono rosa.

—¿Q-qué… qué rayos es esto? —Thoas trató de retroceder, pero la Corriente lo impulsó hacia adelante. La salida estaba sellada por una gran nube de energía.

—Siendo un hombre tan rápido, cometiste un error al meterte en un espacio tan estrecho. De no ser por mi cadena y tus ganas de hablar, hace mucho me hubieras asesinado. —Shun preparó la cadena de ataque y le suplicó que hiciera lo que quisiera, que no la detendría... ¡no tenía tiempo!

—Joven Andrómeda, no lo entiendes, lo que se avecina es el derecho que nos arrebataron hace milenios. ¡Eres cómplice de ello! —Por primera vez el horror se apoderó de su rostro antes controlado, pero Shun debía cumplir con su misión. Ya se había equivocado muchas veces antes por no hacerlo.

Cadena Nebular. —Tras un gesto de sus manos, las cadenas se desplegaron como jaurías hambrientas, multiplicándose y arremetiendo contra el Gigas, que fue arrojado afuera, atravesado por lanzas eléctricas.

 

12:50 hrs.

Shun llegó con algunas dificultades al monte Etna, que ya había empezado a hacer erupción. Tifón estaba allí, la divinidad que rivalizaba con el dios Zeus, el padre de la señorita Saori. Los moradores eran evacuados por la policía dejando sus sueños y pertenencias atrás, pero no su dignidad. Las fuerzas armadas también comenzaron a surgir, así que tomó velocidad y entró al volcán por una fisura sin que lo percibieran.

Adentro había un calor angustiante, una oscuridad tenebrosa, y una batalla que solo podía escuchar. El Cosmos de Ikki había disminuido, pero el de Mei aumentaba casi peligrosamente, así que corrió con todas sus fuerzas.

En una cámara iluminada por llamas flotantes, y surcada por ríos de lava, se encontró con su hermano, que yacía de rodillas temblando de pies a cabeza como si... tuviera miedo. No era propio de él. A su lado, un hombre con máscara de demonio notó que había llegado mientras elevaba los brazos en son de plegaria, recitando unas palabras que no entendía.

—¿Shun de Andrómeda? El hermano de Fénix. Otro que no parece morir.

—¿Quién eres? ¿¡Qué le hiciste a mi hermano!? —Shun se preparó para atacar cuando notó dos presencias más en el improvisado y caliente campo de batalla.

Pallas atacaba rápido pero poco preciso a Mei, quien lo esquivaba a pesar de los diversos cortes ya en su cuerpo. No usaba su Manto Sagrado, ¿acaso no lo había traído? Pero si todo indicaba que vivía allí en Sicilia… donde DeathMask entrenó.

—¡Quirri! ¿Todavía enojado, Coma? Solo eran unas chiquillas…

—Personas inocentes, desgraciado, y las rebanaste como si fueran nada. ¡Shun! Encélado está intentando liberar a Tifón, no lo permitas, ¡ah! —gruñó Mei. Su brazo ahora sangraba profusamente, igual que el de Shun, cuyas heridas derramaban sangre sin cesar, producto de los Estigmas de Thoas—. Ten cuidado con ese hombre, se llama Encélado, y es capaz de leer tu cabeza. Yo me haré cargo del Espíritu Estúpido.

—Quiiiiirri, quirririii, ¿te frustra, Coma? Con estas mismas garras les rebané el cuello a esas niñas, y sus padres pensaron que fueron animales salvajes, ¿pero quién dirá algo de un huérfano como tú, cuyo padre abandonaba a sus propios niños?

—Un padre que los abandonó por una perra cualquiera —añadió Encélado, que continuó diciendo algo tras la máscara. Parecía referirse a Saori por esos términos tan furiosos, pero eso significaría que su padre, Mitsumasa Kido... y Mei...

No, no era tiempo de pensar en ello. Atacó con la Cadena Nebular, pero fueron bloqueadas por el báculo que Encélado llevaba. Shun saltó con ellas, las retrajo, y trató con una patada, que el Gigas detuvo sin siquiera tocarlo. Por lo demás, una mezcla de pensamientos se revolcaba en su mente, incluyendo el estado de Ikki, el origen de Mei, el plan de los Gigas, y eso que había dicho sobre la capacidad de morir. No estaba pensando con claridad.

Intentó atacar de nuevo, pero parecía haber una pared invisible entre ambos, que no era física, sino un sinfín de dudas que él mismo tenía, como si su propio cuerpo se negara a moverse, como cuando la fobia a algo te impide avanzar. Trató de expandir su Corriente Nebular, pero pronto vio que la máscara de Encélado descargaba un par de luces rojas, y Shun se encontró en el piso, cerca de Ikki, paralizado y adolorido en las extremidades, como cien picaduras de insecto. Su hermano musitó su nombre con debilidad impropia. ¿Qué le habían hecho?

—¡Ikki! E-Encélado... si quieres luchar, ven y demuestra de lo que eres capaz.

—¡Jum! Tienes los Estigmas de Thoas en tu cuerpo, Andrómeda, te desangras lentamente... y aun así, no pareces poder morir. ¿Por qué? ¿Cómo? —Shun tampoco lo sabía, pero en su corazón dudó como nunca antes—. Mejor no te muevas. También puedes resultar útil, así que no lo arruines.

 

—Arranqué sus cabellos, rajé sus gargantas, eran humanas pequeñas y débiles que nos quitaron nuestro lugar en la historia, nos convirtieron en demonios, quirriiiiii.

—¡No fueron ellas, animal, no todos los humanos son iguales! —Mei intentó con una patada, y Pallas lo evitó tras rasguñar la parte anterior de su rodilla, haciéndolo caer—. ¡Ahh! M-maldición...

—Quirri, quiriiirriii. —El Espíritu Estúpido se acercó cojeando, con la cabeza más cercana al piso que su espalda. Extendió aún más las uñas, y las acercó al cuello del alumno de Cáncer—. Se acabó, Coma, quirri.

—Tu nombre no existirá en la historia —dijo Mei de pronto, usando el tono con que se jura una promesa. Shun vio un resplandor violeta en sus ojos.

—Je, je, je, claro, no existirá nadie que pueda registrarlo.

—No me refiero a eso. Quiero decir que no tiene sentido registrar una pelea con alguien como tú.

Tras estas palabras, una caja oscura entró volando al volcán y golpeó a Pallas en la nuca, arrojándolo al piso. Era tan negra que parecía absorber la luz, una Caja de Pandora con el relieve de una mujer en un costado. «Coma», comprendió Shun. Era cabellera en griego… ¡Mei era el Santo de Cabellera de Berenice! Pero... ¿de qué clase?

La caja se abrió, Shun nunca había visto nada igual, una estatua femenina como una nebulosa oscura, como si llevara dentro de sí la materia que creó a las estrellas, el origen de la vida. Se unió a Mei, que jugó con luces oscuras como sombras.  El peto, el cinturón, brazales y perneras tenían detalles florales y algunos ornamentos menores, pero era dificilísimo verlos, pues eran oscuros como la noche infinita. Su forma era elegante y fina, incluía un casco hermético que dejaba el cabello gris salir por arriba, y un par de hombreras que hacían de escudos, con forma de lágrimas, que se unían a los codos y lucían como alas de cuervo. Su Cosmos era inmenso, de una naturaleza distinta al de Shun. Tal como dijo, no era un Santo como ellos. Pallas retrocedió raudo.

—No te atrevas a escapar antes de que culmine mi invocación —le advirtió Encélado a su hermano con un dejo de ira en la voz. ¿O era temor? Su esencia, que mantenía a raya a Shun, era muy peculiar, casi animal. Ikki, en el suelo aún, parecía haber visto algo tan tenebroso que lo había dejado sin habla.

—¡Quirririiii! No te atrevas a amenazarme, Coma, no pudiste evitar que hiciera lo que quisiera con la gente, quirriii, y no olvides que soy inmortal.

—Fuiste el primero en despertar, el que invocó a los demás Gigas e inició las erupciones volcánicas. Es normal que quiera acabar contigo. —Mei empezó a avanzar con una lentitud atemorizante, pues no lo parecía, como la noche cubriendo el cielo.

—Andrómeda —dijo Encélado, de quien surgió un Cosmos abundante—. No nos ves como monstruos, te veo como joven que desborda compasión y amabilidad, pero mi hermano Tifón ve más allá, me lo dice desde las profundidades, te ve como la muerte misma, lo que representa esta máscara con la que he vigilado el mundo.

—¿De qué hablas?

Mientras tanto, Pallas chocó contra una pared, y Mei llegó hasta él. El Gigas, dominado por un ímpetu asesino, extendió las garras y trató de cortarle la cabeza. Una lámina invisible cortó entonces el aire, soltando chispas mientras rompía la velocidad del sonido. Pallas miró a un lado como si algo hubiera visto pasar, pero no fue capaz desde esa posición. Ni Shun estaba tan seguro…

Mei permaneció con los brazos relajados, caminando tranquilamente. Pallas trató de arremeter nuevamente, la distancia entre ambos disminuyó, pero lo único que consiguió fue arrojar su propio brazo lejos, hacia un lago de lava.

—¿Quirri? ¿¡Quirrirriiiiiii!? ¿Qué pasó? ¡MI BRAZOOOO! —Una cantidad absurda de sangre brotaba del codo donde la Adamas de Ónice había sido rebanada.

—Lo corté hace rato, necesitaba tiempo para crear a los Niños Perdidos[1]. Ahora iré por tu dios, así que quédate quieto si quieres conservar tu miserable vida, pues mi maestro estaba lo suficientemente loco como para no enseñarme compasión. —Los ojos de Mei exhumaban una frialdad digna de Hyoga, algo realmente intimidante.

—Pero no entiendo, quirriiii. —Al pasarse el brazo que le quedaba por la nuca, notó que allí también había sangre, y que estaba rodeado por una infinidad de hilos invisibles que Shun pudo descubrir concentrando su Cosmos allí.

—Estos hilos de Oricalco son parte de mi Manto —explicó Mei, dirigiéndose más a Encélado que al sufriente Pallas, rodeado de hilos, cortándose poco a poco a medida que el Santo se movía—, uno de los cuatro que no es de Bronce enteramente, así como es Phoenix. —Ikki elevó la mirada brevemente al oír el nombre de su armadura y una revelación, pero sus ojos parecían perdidos. Shun ya tenía demasiadas preguntas—. Mi Manto se deshace en hilos, como láminas afiladas y pueden cortarlo todo, incluso los Adamas.

—Maldito Coma, qurrri. —Usó las uñas de su brazo restante para tratar de salir de los Niños Perdidos con cortes de sus garras, pero al instante, lo perdió con un aullido de dolor—. ¡Q-quirriiiiiiiiiiiiii! ¡Tifón, acaba con todos estos gusanos, por favoooor!

—Silencio. —Mei decidió terminar con su dolor, moviendo la muñeca para cortar en Pallas en trozos pequeños en un parpadeo. ¿Cómo era capaz de desplegar tanto poder y frialdad? ¿Qué era esa armadura negra?

—Bien hecho, Pallas, ganando tiempo. ¡Esto se acabó, despierta hermano mío!

 

En ese momento, algo increíble ocurrió. Por la entrada aparecieron Agrios y Thoas, los Gigas que habían enfrentado antes, vivos y respirando entrecortadamente, si bien en paupérrimas condiciones, como muertos en vida. A la vez, el volcán empezó a hacer erupción, acompañado de un temblor que sacudió a Shun e Ikki, mas no a Mei, que avanzaba de prisa hacia el sacerdote Encélado.

—Me alegro que llegaran, mis hermanos —anunció Encélado, justo cuando un gran terremoto lo movía todo. Los ríos de lava se elevaron por sobre sus cabezas.

—Grrrr, f-fue bueno que lo aplastaras como el insecto que es, hermano —se burló Agrios, casi totalmente calcinado.

—Joven y bello Andrómeda, es un verdadero placer ver tu cara de confusión —dijo Thoas, arrastrado gracias al peso de su hermano, pues sus huesos estaban rotos.

—¡Tifón necesita una ofrenda de sangre, pero estos dos no mueren, hermanos míos! —exclamó Encélado con una voz imponente que hacía retumbar toda la cueva. El fuego bañaba sus pies, se derramaba sobre su máscara, pero su Cosmos era tan brillante como el extraño báculo que cargaba, desprendiendo luces doradas de un aura maligna, que puso nervioso a Shun. Ni Poseidón le había causado un temor así.

—Sangre es lo que obtendrá —dijeron Agrios y Thoas a la vez. Seguidamente, atravesaron con sus puños las Adamas y estómagos del otro, hasta que salieron por las espaldas respectivas. Sacaron sus vísceras y órganos internos más desagradables de sus cuerpos, y los arrojaron al báculo de Encélado. Shun intentó evitarlo, pero ni sus cadenas pudieron reaccionar.

Finalmente, Encélado se atravesó el corazón también con el bastón.


[1] Lost Children, en inglés.


Editado por -Felipe-, 09 agosto 2017 - 23:41 .

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Publicado 10 agosto 2017 - 14:06

-Todos odian a Atenea--XD
 
-Ojala Shun se deje de inseguridades y actue como un guerrero
 
-que me late que saori se va aquedar con ese apodo
 
-Mei si que es poderoso

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Publicado 10 agosto 2017 - 17:16

Me gustaron los capitulos que he leido y buena narración 


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#553 -Felipe-

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Publicado 12 agosto 2017 - 20:15

 

-Todos odian a Atenea--XD
 
-Ojala Shun se deje de inseguridades y actue como un guerrero
 
-que me late que saori se va aquedar con ese apodo
 
-Mei si que es poderoso

 

Shun no está actuando con tanta inseguridad, lo que pasa es que no puede actuar por las heridas, y la barrera del Etna. Y Mei es muy poderoso entre los... de su rango xD

 

Gracias por comentar :)

 

 

Me gustaron los capitulos que he leido y buena narración 

Muchas gracias :D

 

 

IKKI II

 

 

13:10 hrs. 12 de Junio de 2014.

¿Por qué no podía moverse? Shun le hablaba, pero en lo único en que Ikki podía pensar era en el ojo de Tifón, una criatura anterior al tiempo, tan grande como la Tierra, esperando bajo ella a que lo liberaran. Sentía un temor tan inaudito que no conseguía mover las piernas, a sabiendas de lo que sucedía alrededor. La oscuridad que venía era mayor a todas las penas del infierno, no podía evitarlas, así como a seguir viviendo. No moría, ¡no moría con nada! No descansaba nunca, y si no encontraba las respuestas, estaba condenado a sobrevivir a todas las desgracias del mundo, y todo lo vivo, incluso a su hermano. ¿Por qué no moría ya?

Miró a un lado, donde Agrios y Thoas, que seguía vivos, se hallaban en el suelo lanzando sus órganos internos al bastón de Encélado, solitario en el piso y bañado en sangre, mientras su dueño aullaba tanto de dolor como de alegría tras reventarse el corazón. Un Cosmos perverso salía del agujero en su cuerpo, e impedía a Mei avanzar con comodidad, a pesar de que lo estaba haciendo mucho mejor que Shun y él.

—Maldito seas, Encélado, ¿sacrificas tu propia vida para despertarlo? ¿No te importa no ser capaz de ver el mundo que Tifón reclamará? —exclamó Mei, vestido con la más extraña de las armaduras, similar a la de las Sombras de Reina de la Muerte, pero luciendo los destellos vivos de cualquier Manto Sagrado real.

—Grrrr, n-nosotros no morimos, Coma, somos inmortales, p-por eso la put.a de Atenea nos debió sellar, j-ja, ja… —rio Agrios, cayendo de lado sobre su intestino.

—Nos levantaremos tras los minutos que nos tome recuperarnos, ¿no es así, hermanos? —Thoas, cuya cabeza yacía sobre su hígado palpitante, miró a todos lados y el horror lo dominó—. P-Pallas... ¿d-dónde está Pallas? ¿Dónd…?

—Lo asesiné. Sus pedazos están tirados allí, ¿los ven? —dijo Mei, cuyo Manto Sagrado desprendía hilos luminosos como neón por brillos violetas y azules, que se acercaron dificultosamente a Encélado, protegido por el muro de odio impregnado en la máscara de Guilty. La sangre del Gigas se transfería al palo en el piso, marcado por bestias mitológicas, y el fuego ascendió y se desbordó más y más. Ikki no tenía fuerzas para esquivarlo, así que Shun lo movió.

—No... En realidad, el único inmortal es el menor —susurró Encélado. Sus hermanos, ansiosos, abrieron los ojos como platos y la sangre empezó a desbordar de sus gargantas. Había tanto horror en sus miradas como en la de Ikki.

—¿Q-qué dices? I-imposible, p-p-por eso Atenea...

—Hermanos míos, fue Tifón, el único de nosotros que es realmente inmortal, quien nos aprisionó en el Calabozo de Tiempo Estancado bajo este volcán, no Atenea —explicó Encélado como si hablara del clima, ante el pavor de Agrios y Thoas—. No c-creo que lo sepan, p-pero se dice que solo un dios puede matar a un d-dios. Mu-muchos de nuestros hermanos fueron asesinados por los dioses… pero Tifón, cuando lo traigamos de vuelta con nuestro sacrificio... él j-jamás m-morirá. L-lo intenté hace unos diez años, desde el interior de la prisión, p-pero me detuvo un S-Santo de Oro… ahora nadie podrá hacerlo…

 

Tifón no podía morir, pues era un dios al que ni Zeus pudo derrotar, y hasta un Santo de Oro, no sabía quién, se había movido para frenar incluso el intento de resucitarlo. Ikki... era un humano, no un dios. Los humanos morían. Esmeralda, Kaça, Django, Guilty, Saga, Aldebarán, su madre, humanos como él que un día dejaron de existir en la Tierra, todos morían.

¡Eso significaba que aún podía luchar! Lo que más limitaba a los seres humanos para hacer cosas extraordinarias era la muerte, y el miedo ligado tan intrínsecamente a ella. No debía tener miedo, solo era una ilusión molesta en la cabeza, provocada por Encélado. Incluso si Tifón realmente era de ese tamaño, estaba allí abajo, y su Cosmos era el que brotaba del pecho de su hermano mayor, entonces debía detenerlo como el Santo de Atenea que era.

—¡Despierta, oh, Tifón, hermano mío! —dijo Encélado antes de que una luz saliera de su pecho, deformando el espacio a su alrededor, una llamarada roja como fuego, que atraía el bastón manchado de sangre hacia ella. Los trozos del Topacio de Encélado cayeron cerca de Agrios y Thoas, quienes soltaban sus últimos quejidos. La miserable máscara estaba intacta, clavada a su rostro—. Sí, sí, sí, toma mi cuerpo, oh hermano, y asesinemos juntos a la perra malcriada de Atenea.

Mei había perdido tiempo con Pallas, y ahora contemplaba impotente como la bola de fuego, las vísceras y el báculo se unían en un remolino que hacía temblar la tierra. Encélado empezó a reír, Shun desplegó su Corriente Nebular para intentar frenar la unión de energías que provocaban erupciones sin parar, sin éxito, pues el viento era repelido por el fuego. Los muros estallaron y liberaron magma en la gruta, y Shun casi es atrapado.

Ikki descubrió que si se concentraba lo suficiente, podía manipularlo y desviar el fuego a un lado, ayudando a su hermano menor. ¿Miedo? Se había portado como un imbécil. Y Tifón no sería gran cosa si mataban a Encélado antes de que despertara en su cuerpo.

—¡Hermano! Qué alegría que vuelvas a la normalidad.

—Shun, sal de aquí, esto está derrumbándose. Mientras tanto me haré cargo de este tipo. —Ikki avanzó con su Cosmos ardiendo, pero fue repelido por el fuego que surgía de Encélado. Éste rio como un poseso otra vez desde el suelo, pariendo sangre, rellenándose por la entidad de Tifón.

—Perros de Atenea, s-son absurdos, ja, ja... Ikki de Fénix, p-pudiste hacerlo mejor, sin embargo, todavía tienes miedo… por eso es que son tan… ¿Quién soy yo?

La voz que salió de la máscara de Guilty no fue la de Encélado. Su sonido hizo retumbar los muros y volcar el fuego sobre ellos, parecía retumbar en todos lados como si estuvieran en una garganta gigante. Ikki retrocedió antes de volver a su lugar, avergonzado. ¿Qué mierd.a le estaba pasando?

—Eres...

¿Te atreves a hablarme, humano, a ponerte a mi nivel? —le interrumpió la poderosa voz que nacía de las profundidades de la tierra y se transmitía directo a su mente—. ¿¡Quién soy yo?! —exigió otra vez el arma más peligrosa de la historia—. Eres dios —fue la concisa respuesta de Encélado en su lugar, ya una suerte de divinidad—. Soy dios... soy Tifón. Sí, lo eres, hermano, y yo el compañero que sacrificó sus entrañas por ti. Hermano... no lo recuerdo. No me sirves. Necesito más.

Encélado chilló y torció el cuello mientras era asesinado por su propio cuerpo. El bastón y la esfera llameante tomaron el cuerpo y lo elevaron a través de grutas que fue creando con su propio poder, como si la tierra, la lava y las piedras se apartaran para dejarle paso. El temblor sobre el que se encontraban era tan terrible que apenas podían permanecer de pie. Cada palabra que Tifón había pronunciado, había creado un sismo y una nueva erupción.

—Tifón está huyendo con ese cuerpo. ¡Ya es tarde!

—Tenemos que detenerlo de alguna manera —dijo Shun, confiado en su fe ingenua y eterna. Se alejaron prontamente del fuego, con excepción de Mei, que seguía impávido ante la escena.

—Maldita sea, me confié —admitió Mei, rodeado de hilos invisibles—, nunca pensé que se sacrificaría, sino que intentaría usar a los sicilianos, ¡tenía mucho tiempo!

—¿Qué dijiste? —preguntó Ikki, enfurecido, tomándolo del cuello—. ¡Repite eso, infeliz!

—¡Ikki! Detente por favor, Mei no es nuestro enemigo —suplicó su hermano, tomándole los brazos con las manos, sin demasiado éxito.

Ikkun, no seas idiota, iba a detenerlos, soy un S-Santo... —se defendió Mei, encendiendo su Cosmos para detener al Fénix—. N-no creas que soy como...

—¿Cómo DeathMask? Pues sí lo creo —sentenció.

Mei se soltó con una patada que Ikki esquivó, retrocedió un poco y se puso en guardia ante él. Ikki también se preparó, pero sabía que no llegarían a nada. Era solo cosa de que alguien con suficiente cordura dijera algo sensato.

—No tenemos tiempo para esto…, Mei, tú los conocías, dinos qué hacer y lo haremos, una pelea entre ustedes solo perjudicaría a la gente.

—Shun... —Mei bajó la guardia, e Ikki tardó un poco más. No se podía estar seguro, aunque jamás había golpeado a alguien en ventaja, ni siquiera siendo el más hábil en el orfanato—. Tienes razón, no tiene sentido ahora. Posiblemente Tifón esté muy confundido ahora, buscando tanto más sacrificios como su cuerpo enterrado en este volcán, en lo más profundo, cerca del núcleo de nuestro planeta. Tenemos algo de tiempo para planear algo. —El Santo de Cabellera de Berenice se alejó del fuego y miró hacia arriba, al agujero por donde había escapado el cuerpo, y desde donde caían pedruscos y perdigones.

—Mei, esa armadura... No puedo evitar preguntarme de qué está hecha —se confesó Shun, planteando la duda que Ikki también conservaba—. Pudiste cortar un Adamas con ella con toda facilidad. ¿Puedes detener a Tifón también?

—Vamos, ¡habla! —apuró Ikki ante el silencio del sujeto. El piso bajo ellos se movió, producto de que el cuerpo de Encélado aún no salía del volcán.

—Este Manto Sagrado no es como ningún otro, chicos. Mi maestro me explicó que, llegado el momento, descubriría que mi armadura estaba maldita, pero que en el Santuario necesitaban que alguien la usase —explicó el Santo de Coma, con un dejo de tristeza que no opacó su determinación—. Cuando murió, quedé sin maestro, y como Saga también falleció, mi secreto se fue con ellos. Solo me quedó esperar.

—¿Por qué dices que tu armadura está maldita?

—Primero, no es de Oro ni de Plata, ni de Bronce, si bien puede contarse entre las últimas. —Mei tocó el peto de su Manto, era evidente el temblor en su mano—. Se podría decir que es uno de los cuatro Mantos de Bronce especiales, no compuesto exactamente por los mismos materiales. Caelum[1] carece de polvo de estrellas, por lo que no está viva, mas su composición de súper gamanio le hace ideal para reparar a las demás; Carina[2] posee una especie de capacidad magnética conectada a Vela y Popa en su aleación de oricalco, que le permite unirse con ellas y formar un nuevo tipo de... eh, megarmadura, creo. En tanto que Phoenix...

—¿Fénix? ¿Mi armadura, dices?

—Por supuesto, ¿no has notado lo poderosa que es? Conectada a las estrellas y las energías de la vida y la muerte, su composición de oricalco no tiene el mismo polvo de estrellas que las demás, sino un mineral derivado que, bueno, le otorga su inmortalidad. —Mei esta vez tocó el peto roto de Ikki, que ya había empezado a sanar con rapidez—. Este oricalco es básicamente indestructible, aunque su composición de gamanio es casi igual de duro que las demás armaduras de Bronce. Luego tenemos a Coma Berenike, que absorbe la luz, y condena a su dueño a ser un candado de Tifón.

—¿Q-qué dices? ¿A qué te refieres con eso?

—Dice que es un muerto en vida, ¿no, Mei? —Ikki ya había sospechado eso hace un buen rato. ¿Por qué más nadie habría sabido de él en todos esos años? ¿Por qué DeathMask y Saga lo habrían dejado en Sicilia en secreto, si no era para mantener a raya a Tifón cuando despertara?

—Bueno, si no era yo, tenía que entrenar a mi sucesor para lo mismo, pero la guerra entre Poseidón y Atenea, si bien no afectó mucho este lugar pues las lluvias no podían atravesar la barrera de Tifón, me condenó a morir, sí —admitió Mei, con una sonrisa casi forzada. Se notaba que había aceptado su destino hacía mucho tiempo, lo que no hacía más fáciles las cosas—. Shun, no pongas esa cara, no es tu culpa, ni de nuestra diosa. El Santo de Cabellera de Berenice es el encargado de sellar a Tifón con su propio cuerpo, para eso posee la técnica Niños Perdidos.

—No puede ser, ¡tiene que haber otra forma! —se desesperó su hermano, aún más porque Mei comenzó a elevar su Cosmos y desprender los hilos de su armadura, haciendo que Ikki y Shun retrocedieran un poco—. Mei, ¿qué haces? ¡Mei!

—Quería relatarles lo ocurrido, así que ya que lo hice, puedo cumplir mi tarea antes de que Tifón obtenga su verdadero cuerpo y poder. —Irradiaba una luz violeta de muerte, similar a la que Ikki poseía apenas dejó Reina de la Muerte.

«Él está condenado a morir, y yo parece que soy incapaz».

—¡Mei, ya vencimos a dioses, no tienes que...! —Shun se calló al ver una flama que lo acechaba, que evadió a tiempo. El lugar se estaba desmoronando, e Ikki tuvo que atraparlo para que no se lanzara sobre un chico con el que, después de todo, no había entablado nunca una gran relación. Pero así era él—. ¡MEI!

Niños Perdidos lo sellará, no sé por cuánto tiempo, pero la próxima vez que alguien intente despertarlo, sea un Gigas o la diosa con la que se había relacionado en la antigüedad, será cuando ustedes ya no existan. ¡Incluso tú, Ikkun! —Mei soltó una risa mientras se elevaba sobre sus propios hilos, que apagaban a su alrededor la luz de las llamaradas y el magma, como si los absorbiera y esfumara a la vez—. Entretanto, ayuden a las personas de afuera, evacúenlas antes de que esto se salga de control, y en caso de que falle... Vaya, no quería morir, cielos...

Shun, desangrado por esos Estigmas que habían mencionado, estaba cada vez más débil para luchar, y solo mantenía la consciencia para forcejear un poco con Ikki, que observó a Mei con interés, con curiosidad y un poco de admiración. Él estaba preparado para morir, porque sabía que estaba destinado a ello.

—Mei, estoy seguro de que te hablaron de las particularidades de tu armadura antes de que te la pusieras, o incluso cuando comenzaste a entrenar. Siendo así, ¿por qué…? —Esta vez Ikki elevó la voz y gritó, pues el oscuro Cosmos de Mei comenzó a reverberar— ¡MEI! Con tantos privilegios que tenías cuando niño, comparado con nosotros, ¿¡por qué aceptaste hacer esto!?

—Justamente por eso, Ikki... —La sonrisa de Mei estaba llena de gentileza y de miedo, pero no parecía capaz de detenerse—. Ustedes se esforzarían en sus centros de entrenamiento en todas partes del mundo, entrenarían por una armadura que no eligieron, para defender a una diosa en que no creían, y quizás morirían por algo que no merecían. Mi padre no quería enviarme a entrenar, pues era su heredero, así que yo mismo me ofrecí a sufrir el mismo destino que ustedes, y aun así noventa chicos murieron antes que yo. No fue justo.

—¿Tu padre? ¿El viejo era tu padre? —Súbitamente lo comprendía todo. Era el heredero legal de los Kido, por eso no quería que informaran al Santuario, a Atenea. Ese miserable… era un buen chico.

—No entristezcan a Saori, por favor. Cuídenla, ¿sí?

 

¿Me oyen, Olimpo? Soy yo, soy dios, ¡Olimpo! —escucharon Ikki y Shun en todos lados mientras escapaban. La llamada se repetía una y otra vez, sin respuesta. Estaba en su cabeza, pero también en el aire.

—Es obvio que nadie lo oye, sigue en un cuerpo que no lo corresponde.

Salieron del volcán y saltaron para ayudar a la gente, separándose sin decirse nada. Eran hermanos nacidos bajo la misma estrella, con un destino en el campo de batalla, no necesitaban otro tipo de comunicación, podían entenderse sin mirarse. Y no sabía Ikki si volvería a ocurrir.

A pesar de las heridas, Shun usó sus vientos para detener el avance del magma, y con las cadenas infinitas guio a la población a las rutas marcadas por la policía. Nadie comprendía de dónde había salido el chico con armadura, pero era lo de menos, pues las cadenas generaban un efecto sorprendentemente amenazador.

Cuando Ikki volteó hacia arriba, se concentró y manipuló el fuego para que se desviara a las grietas, hacia arriba, cualquier lado menos las casas y la gente que huía despavorida en medio de los temblores. Podían no temer a la muerte, pero ni siquiera estaban preparados. Se preguntó si lo estaba él, cuando llegara la hora.

Arriba, Tifón, en el cuerpo de su hermano mayor, era atado por mil hilos de Cosmos oscuro. Mei flotaba frente a él, y lo desafiaba en medio de una luz que Ikki tenía problemas de divisar. Pero no de oír. La conversación daba a entender que se conocían, o más bien, que Tifón ya sabía de los Santos de Atenea desde su prisión bajo la Tierra. ¡De donde jamás saldría!

—Cada vez que me aproximo a ti usando este Manto Sagrado...

Cada vez que das un paso, cada vez que me contemplas…

—Lo recuerdo.

Lo recuerdo.

—El dios de Gigas y Titanes.

Santo de Atenea.

—Oigo la inmaculada voz de Atenea desde los tiempos antiguos, impregnada en esta armadura.

Siento el hedor a apestosa sangre de la malnacida Atenea.

Tifón golpeó a Mei con fuego y sangre, éste se defendió con los hilos de su armadura y un Cosmos supremo que posiblemente DeathMask nunca presenció. De los cortes producidos por Pallas manaba muchísima sangre, que el dios absorbía con bruscos movimientos de manos. ¡Era demasiada sangre la que estaba perdiendo!

Los humanos mueren al perder un tercio de su sangre... pero tú ni siquiera pareces sentir dolor. ¿Notas lo que ocurre a tu cuerpo?

—¿Qué ocurre con mi cuerpo?

Toca tu corazón, humano, eres solo una marioneta muerta.

Así lo hizo el joven, y su Cosmos estalló con más fuerza. Los hilos se enredaron alrededor del ser divino, que no había ni siquiera a asomar un dedo desde su jaula. No lo haría en un millón de años.

—No hay nada, tienes razón.

¿Un humano que habla tras perder toda su sangre? —En efecto, ya nada salía del cuerpo de Mei, pero seguía flotando frente a una llamarada escarlata—. ¿Qué eres? ¿Un nuevo tipo de humano?

—Una constelación sin estrellas y memoria de sangre en un Manto manchado. Mi voluntad se evapora mientras digo estas palabras.

—Mei... —Ikki golpeó las paredes del volcán y una gran cantidad de lava volvió por allí a su interior, permitiendo que un grupo bajo esa ladera tuviera más tiempo de escapar, a pesar de los temblores que se repetían con menos frecuencia.

Mei moría. Ikki no.

Tu tiempo se termina —anunció Tifón, que pareció darse cuenta que no podía escapar de los Niños Perdidos. Era consciente de ello, había salido para nada... pero no parecía importarle en absoluto.

Nuestro tiempo —corrigió Mei. Los escudos de sus hombros lanzaron miles de centenares de hilos cortantes que se mezclaron con las tinieblas producidas por el humo del fuego. La armadura de Cabellera se fue deshaciendo poco a poco, y los hilos atravesaban el cuerpo de Encélado sin barreras—. La Prisión de Tiempo Estancado. Tifón, ¡yo soy tu sello!

Impresionante, ¿pero por cuánto tiempo un humano frágil como tú podrá detenerme? ¿Un par de años hasta que Eris venga? ¿Cien? ¿Mil? Fue interesante, pero para nosotros los dioses, no existe el tiempo. Para mí será como un abrir y cerrar de ojos, porque a diferencia de los humanos, nosotros no morimos.

—Será un breve momento. Lo pasaremos juntos en una jaula. Es mí destino.

—¡Mei! —gritó Shun, todavía tratando de salvarlo, pasando sobre el fuego a la vez que ayudaba a las personas con sus cadenas.

—Ya es tarde, Shun —dijo Ikki, que no perdía detalle.

Un destino mezquino. Y cuando ocurra ya no estarás aquí, sino muerto, como ahora. Dormiré por un breve instante.

—Que así sea, mientras haya paz para la gente en la Tierra. Al final, fui capaz de reencontrarme con mis hermanos. Poseo su destino. Las estrellas no se olvidan.

En ese instante un astro cayó. El Etna hizo una gran erupción, controlada a tiempo por ambos Santos de Bronce, que no escatimaron en recursos cósmicos para bloquearla, toda su energía puesta en sus manos y el aire. El magma ocultó el destino de Mei y su contrincante.

 

15:15 hrs.

Habían pasado varias horas. Las fuerzas armadas italianas habían controlado debidamente las evacuaciones, y la mayoría de la gente estaba a salvo, si bien muchas viviendas se habían perdido. Ahora solo eran cenizas, igual que algunos árboles, pero las cosechas aprovecharían las rocas volcánicas después. Tierra y mar permanecían en calma, como si los temblores nunca la hubieran afectado. En todo caso, como medida de seguridad, se cerraron tanto el puerto como el aeropuerto de forma indeterminada, especialmente por la nube de ceniza que se elevaba sobre la población, dificultando respirar. Shun tosía cada cinco segundos mientras hablaba con Atenea por teléfono.

De Mei de Cabellera de Berenice no se sabía absolutamente nada, su Cosmos y presencia se habían esfumado.

—Sí. Sí, lo sé. Entiendo, señorita Saori. Nos vemos. —Shun guardó el celular en el bolsillo, cuidando de no rozar mucho su mano con la tela del pantalón. A Ikki le había tomado mucho trabajo, y a su hermano mucho dolor, el cauterizarlas. Casi se desmaya el pobre chico—. Dijo que había encontrado información sobre el verdadero heredero de los Kido que Tatsumi quiso ocultar. Se oía muy triste, un Santo de Atenea que conoció en su niñez murió sin que ella siquiera supiera que… Ikki... ¿estás bien?

Shun le había informado de todo a Atenea. Ya no tenía sentido ocultar eso de ser el hijo del viejo, pues Mei estaba muerto. Si de pura suerte hubiera sobrevivido, legalmente seguiría muerto, y en todo caso no era probable. La gente moría... era Ikki el que no. Se había dado cuenta mientras escuchaba la aterradora voz de Tifón, quien no alcanzó a mostrar ni pizca de su poder (o todos estarían muertos), que por más humano que fuera, Ikki tenía algo mal. Su mente, gracias al poder de la máscara de Guilty (que había desaparecido completa y misteriosamente, por cierto), le había dicho que la respuesta estaba con los “Heinstein”, como si él mismo se respondiera a una pregunta que jamás formuló. Ahora pensaba en ello, y por eso se hacía difícil el hablar con Shun.

Sabía que él había esperado años por tener viajes con Ikki, con pasear en paz por el mundo, conocerlo y disfrutarlo como hermanos normales, pero la realidad era más compleja y cruel que los sentimientos o deseos. Ikki admitía que nunca se sintió completamente cómodo con su situación, el pensamiento de su estado martillaba en la parte trasera de su mente, a veces más intenso que otras, en ocasiones con Shun a su lado admirando el horizonte. Ese muchacho merecía paz y felicidad... pero el fuego ya había dejado cenizas del pasado. Él no podía dársela, aunque fueran familia. De hecho, no lo necesitaba, ya era hora de que se diera cuenta.

—Shun…

—¿A dónde vas? —le preguntó antes de que dijera siquiera dos palabras. Eso era lo que tenían los lazos familiares, e Ikki se dio cuenta de que el fuego no quemaba todo si las memorias se resistían. Y nadie vivía más de las memorias y su conexión con las emociones que Shun de Andrómeda—. No intentes mentir o negarlo.

—No lo haré —sonrió Ikki. Honestamente estaba preocupado y tenía también algo de miedo—. Me conoces muy bien.

—¿A dónde vas? —No había tristeza en su voz, ya habían pasado por bastante las últimas horas y era bastante mayor como para molestarse porque sus vacaciones se habían arruinado. Lo que había era miedo. Igual que la suya al responder.

—Yo no muero, Shun. No muero, no importa lo que pase, no he muerto.

—¿Quieres morir, Ikki?

—No, pero el destino de un Santo está marcado por la muerte, y no es la suerte lo que me ha mantenido vivo, sino otra cosa.

—Dices que recuerdas morir, estar muerto… ¿estás seguro de eso? —De Shun también habían dicho cosas similares, no solo Encélado, sino algunos doctores tras su batalla contra Aphrodite de Piscis. Debía haber muerto esa noche.

—Sí. Y cuando sepa por qué, volveré al Santuario. Lo prometo.

—Nunca has fallado a una promesa, así que esperaré. Sé… —Shun se volteó para evitar que viera sus lágrimas. Era aún su hermanito—…Sé muy bien que ya no somos niños, y las cosas no pueden volver a lo normal. Mei murió frente a nuestros ojos, y casi resultó algo recurrente para mí. Así que prometo que cuando vuelvas… —Esta vez fue Shun quien se alejó en dirección a la bahía, dejando a Ikki en soledad. Éste sintió una especie de orgullo—. Te prometo que valoraré la vida nuevamente, y que seré mucho más fuerte.

—Ya lo eres, Shun. Ya lo eres.


[1] Cincel, en latín. Una armadura con herramientas a cargo de Muu de Aries.

[2] Quilla, en latín. No ha aparecido en Mito del Santuario.


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#554 Patriarca 8

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Publicado 13 agosto 2017 - 09:37

-apuesto a que shiryu no hubiese sentido el "temor"

 

-hasta que apareció dos de las 4 armaduras misteriosas

 

-pobre Mei ,es uno de los mejores personajes incanonicos que existe


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#555 Presstor

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Publicado 17 agosto 2017 - 15:44

Hola que tal todo compañero!!! Me has dado una alegría con la técnica nueva del fénix jaja,no me lo esperaba para nada
Y nada más y nada menos que una gekidama solar te doy una like jaja
Aunque debo decir que te encanta crearle traumas a los caballaros en tus historias,aunque claro ese tifón debe ser un mounstro
Que daría miedo al mismo hades...así que es cierta manera es normal ese terror primigenio a ver algo incluso alguien que no puede morir,(espero con ganas esa parte de la historia)me hubiera gustado ver más de mei,y otra cosa que destacó
Que incluso un ser como tifón sabe de lo grano en el culo que pueden ser los caballeros de athena
Esa mitologia alrededor de los Caballeros,que a lo largo de la eras han estado ahí...siempre....este ahí o no la diosa por la que pelean
Por algo son los caballeros de la esperanza...

Con más ganas de seguir con las historias que muestras,un saludo...

#556 Fenrir A. Epsilon

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Publicado 24 agosto 2017 - 13:47

MUY BUEN CAPITULO ME GUSTA LA FORMA EN QUE HAS ESCRITO CADA UNA DE LAS SAGAS


ESPERO QUE PRONTO SUBAS EL CAPITULO SIGUIENTE

#557 -Felipe-

-Felipe-

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Publicado 26 agosto 2017 - 23:47

-apuesto a que shiryu no hubiese sentido el "temor"

 

-hasta que apareció dos de las 4 armaduras misteriosas

 

-pobre Mei ,es uno de los mejores personajes incanonicos que existe

- Tal vez

- De hecho mencioné a las cuatro, y es primera vez en este fic. No son "misteriosas", eso sí, son de Bronce con cualidades diferentes. Quilla de Navío fue presentada en Saint Seiya: Alpha, donde mostró su habilidad para fusionarse con Vela y Popa; Coma apareció ahora, Fénix es otra, y Buril viene saliendo desde el primer volumen, pues Muu usa sus herramientas para reparar las armaduras.

- Es un gran tipo, el sacrificio encarnado. No pude cambiar su cruel destino.

 

Gracias por el review :)

 

 

 

Hola que tal todo compañero!!! Me has dado una alegría con la técnica nueva del fénix jaja,no me lo esperaba para nada
Y nada más y nada menos que una gekidama solar te doy una like jaja
Aunque debo decir que te encanta crearle traumas a los caballaros en tus historias,aunque claro ese tifón debe ser un mounstro
Que daría miedo al mismo hades...así que es cierta manera es normal ese terror primigenio a ver algo incluso alguien que no puede morir,(espero con ganas esa parte de la historia)me hubiera gustado ver más de mei,y otra cosa que destacó
Que incluso un ser como tifón sabe de lo grano en el culo que pueden ser los caballeros de athena
Esa mitologia alrededor de los Caballeros,que a lo largo de la eras han estado ahí...siempre....este ahí o no la diosa por la que pelean
Por algo son los caballeros de la esperanza...

Con más ganas de seguir con las historias que muestras,un saludo...

Hola, Presstor. Sí, en gran parte hice esa técnica porque hace rato lo ibas pidiendo jaja Para ella me basé... ah, no, no puedo decirlo, o sería spoiler kukuku.

Tifón es un monstruo horrible, es la criatura más poderosa que ha aparecido al menos en este fic, superior a Hades y Poseidón, una fuerza de la naturaleza a quien solo puede sellarse de esta manera, porque sino acabaría con todo y todos. Quizás más adelante lo utilice adecuadamente, ya que ahora solo salió un poco de su sombra casi jaja Pero sí. Hasta él tiene ciertas precauciones con este maldito ejército de Atenea que solo les trae problemas, esté ella presente o no.

Muchas gracias, Presstor, saludos :D

 

 

MUY BUEN CAPITULO ME GUSTA LA FORMA EN QUE HAS ESCRITO CADA UNA DE LAS SAGAS


ESPERO QUE PRONTO SUBAS EL CAPITULO SIGUIENTE

Muchas gracias por pasar :)

 

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Pffff, otra vez me tomé un hiatus innecesario. Tengo como siete capítulos guardados desde hace tiempo, y la U me tuvo ocupado, pero ya estoy de vuelta. La saga de Hades va tomando forma, esta vez con un episodio de Saori MUY IMPORTANTE en cuanto a background. Como siempre, agradezco los reviews, pero en especial con este capítulo, más que relevante.

 

 

SAORI I

 

15:00 hrs. 15 de Junio de 2014.

No era la hora regular para tomar una ducha, pero la necesitaba con ansias tras subir por segunda vez los Templos del Zodiaco desde Leo hasta el Ateneos. Ya era capaz de hacerlo con solo un temblor en las piernas por resultado, y era un ejercicio que realizaba todas las mañanas. Esta vez decidió hacerlo dos veces, lo que llamó la atención de Shaka, que le dedicó una expresión confusa, como diciendo “¿para qué necesita hacerlo?”, mientras que la de Milo en el Templo del Escorpión era de orgullo.

Bajo el agua de la ducha privada en el Ateneos, Saori tuvo un recuerdo molesto de su encarcelamiento en el Sustento Principal, cuando las lluvias del planeta entero precipitaron sobre ella, intentando demorar el Mabelmok[1] mientras Seiya y los demás Santos derrumbaban los Pilares. Rememoraba ese pesar todas las mañanas, cada vez que se bañaba, y no sabía cuánto tardaría en olvidarlo. Quizás nunca.

Sin embargo, esta vez también captó su atención su propio cuerpo, ya cerca de cumplir diecisiete años. Advirtió leves marcas abdominales en su vientre, producto de todo el ejercicio que había realizado, muy útil desde su punto de vista. También notó que sus piernas se habían fortalecido, no veía demasiada grasa bajo todo el agua, y sus pechos habían aumentado un poco de tamaño. Se observó un poco más en lugares específicos, y una serie de pensamientos bochornosos cruzaron por su mente, que la distrajeron de sus memorias de la guerra contra Poseidón, pero la llevaban a sitios a los que no deseaba ir. «Atenea era una diosa virgen», fue el concepto que más se repitió en alguna zona de su cabeza, además de un nombre propio. Se ruborizó y tomó un montón de su propio cabello, que yacía sobre uno de sus senos, para lavarlo y pensar en otra cosa. Casi lo daña por la fuerza con que se echaba el champú. ¿Pero en qué cosas estaba pensando? Lo peor era que no era la primera vez...

Al salir de la piscina temperada y apagar el grifo de la ducha, Saori se cubrió con la toalla limpia que Phedra había dejado para ella, y ya iba camino a su habitación cuando reparó en que algo no estaba bien. Aún sentía correr el agua. Al voltearse, vio que el grifo estaba bien cerrado, y que las aguas estaban calmas, pero seguía oyendo el ruido permanente y burbujeante. Cada vez más cerca.

Percibió un cosquilleo en su oreja izquierda, como una corriente de aire muy húmeda, y al girar el cuello a ese lado, algo que no pudo identificar le tocó la frente. Su visión se apagó, todo lo que veía, desde ese momento, era una construcción de su propia mente.

 

Se hallaba en medio de un prado sin fin, con flores de todos los colores, incluso algunos que jamás había visto, extendiéndose hasta unas montañas blancas de diversas formas y tamaños en las lejanías. El cielo era azul y brillante, a pesar de carecer de sol, pues era iluminado por infinitas y pequeñas estrellas doradas que lo reemplazaban. Había también algunas columnas estacionadas por allí y por allá de un orden que no reconocía, más robustas que el jónico, más decoradas que el dórico en el capitel, y con hojas de acanto como los del corintio, pero a lo largo de todo el pilar. A la altura de las bases vislumbró vapores tan gruesas que bien podían pasar por nubes.

Se miró a sí misma, estaba vestida con un atuendo antiguo, elegante, de la más fina calidad posible, de tonos celestes. Lo decoraban un cinturón de... eso era oricalco, sin duda, lo mismo que los brazaletes de sus brazos, adornados por cien pequeños símbolos. Sentía su cabello atado, pero no tuvo tiempo de investigar más, pues vio a lo lejos una pareja de personas que la miraban con atención. Lucían como ángeles, ambos tenían alas doradas y tan brillantes como un sol, traslúcidas, aunque usaban los pies para caminar. Una era esbelta, tenía largo cabello rubio, un vestido violeta, y lo que aparentaba ser un arco en la mano; el otro era altísimo, iba ataviado con una túnica blanca y roja, y de éste último color era su cabello, elevado como una llama ardiente. Cargaba un carcaj resplandeciente bajo un brazo.

Súbitamente, una figura femenina se puso de pie junto a ella, y se adelantó con aires de querer enfrentar a los extraños. La había visto por primera vez en una visión en el Sustento Principal, una joven de caderas anchas, largo cabello negro adornado por una corona azul, y brazos emplumados. Se lo prometo, le había dicho, así como La acompañaré hasta el fin del mundo.

—¿Quiénes son? —se preguntó en voz alta, y jamás había sonado tan grave. Era la misma de siempre, pero mucho más experimentada, solemne e imponente.

—Son tus hermanos, hija mía —respondió una voz que, casi automáticamente, sin conocer la razón, le hizo derramar calientes lágrimas. Saori tardó en voltear—. El dios Sol y la diosa Luna, ya los conocerás algún día.

Conocía sus nombres, los conocía desde sus clases de historia, pero Artemisa y Apolo tenían ahora un nuevo significado. Finalmente, Saori se volteó y encontró algo que le hizo temblar. Una dama de talante prudente, elegante, justo y también amoroso (aunque solo con ella, eso lo supo de inmediato como si lo recordara) la veía con ojos grises juiciosos y llenos de sabiduría. Su cabello, del mismo tono castaño que el suyo, estaba amarrado en una trenza que reposaba sobre su seno izquierdo; estaba ataviada con un vestido (o Peplo) tradicional de tono violeta con muchos pliegues, tomado en el hombro con un broche azul igual que la capa colgada de sus brazos. Sobre la cabeza lucía una pequeña corona de cristal. ¡Nada de eso era posible!

—¿M-madre?

Como respuesta, ella le sonrió. No había ni una sola arruga en su rostro. Pero había leído una buena cantidad de libros de mitología, incluso de antes de saber que era Atenea cuando niña, para dudar de que fuera su madre en un recuerdo. ¿Cómo no iba a curiosear un poco sobre su propia familia cuando llegó al Santuario? Le pidió libros de genealogía mitológica de la biblioteca a Sophía y Europa muchas veces. La información era igual siempre: Atenea era hija de Zeus y Metis, su primera esposa, y una oceánida nacida de Océano y Tetis. El Señor de los Cielos la engañó para que se transformara en gota de agua y la devoró; luego, Hefestos le dio un hachazo a su padre en la sien debido a los dolores de cabeza generados por la confección de un yelmo en su interior. Finalmente, Atenea nacía adulta y armada con lanza y escudo de la cabeza de Zeus... «Dioses, eso suena increíblemente ridículo».

 

Tras cerrar los ojos y volver a abrirlos, volvía a estar en la sala del baño, junto a la tina, cubriendo su desnudez solo con una toalla. Se hubiera preguntado si era un sueño de no ser porque una figura acuática esperaba junto a ella, un montón de agua de la bañera tomando silueta humana, sin detalles más allá de ojos y sonrisa. La misma sonrisa de antes.

No quiero asustarte —dijo una voz a su mente, la figura no movió los labios, solo sonreía—. Lo lamento.

—¿Q-quién eres? ¿Qué haces aquí? —Podría haber gritado para que Europa, Megara, Sophía y Phedra, que esperaban afuera, entraran o llamaran a los guardias o quién fuera... pero no quería hacerlo. Lo peor era que su deseo era abrazar con todas sus fuerzas a esa sombra de agua que se levantaba frente a ella con los brazos abiertos.

Mi nombre... Probablemente no me recuerdas, Atenea, pero soy Metis. No puedo estar mucho tiempo aquí en esta forma... así que quería hablarte.

—¿Esta forma? Tú... ¿¡eres mi madre!? —Cuando era pequeña le habían dicho que sus padres viajaban constantemente a lugares muy lejanos a Grecia, y que hacían lo posible por volver aunque fuera imposible. Con el tiempo, se dio cuenta de que era mentira y debían estar muertos o la habían abandonado directamente, por lo que no tuvo una imagen materna ni la esperó tampoco. No era como si los demás niños que conocía tuvieran permiso de burlarse de ella por no tener padres.

Al crecer se enteró de su origen divino, había aparecido como un bebé en el Santuario, sin ninguna compañía, de la nada; luego, fue rescatada por el héroe Aiolos de Sagitario y adoptada por Kido Mitsumasa, un millonario japonés. El poco deseo por una madre que hubiera llegado a albergar se esfumó como una vela ante el viento, y durante los siguientes años, que correspondieron a su temprana adolescencia, no le preocupó el tema, ignoró las figuras de padre y madre, y si necesitaba una, Tatsumi estaba siempre allí para ella.

Sí. Sé que no te criaste aquí en el Santuario, Atenea, y quizás no me recuerdes... no vengo a hacer demasiado, tampoco puedo. Solo quería...

—¿Tú eres mi madre? Si soy Atenea, ¡eso no es posible! Se supone que... se supone que nací de la cabeza...

Un buen mito para explicar la sabiduría de Zeus, pues soy la diosa de la prudencia y el consejo, lo que no me hace la dueña de los mismos. —La figura de agua se movió adelante, y Saori pudo contemplar mejor los detalles de su rostro, que se reflejaba en el líquido, ya que ambas eran casi idénticas—. Nadie me ha devorado jamás, aunque en esta forma, siendo una oceánida casi olvidada, no es mucho lo que he podido hacer por ti. Jamás he podido.

Saori tuvo un fugaz recuerdo de su batalla final contra Poseidón, en lo que no había querido pensar. Un río se levantó y se interpuso entre ambos mientras trataba de recuperar el aliento. Su «tío» hizo un comentario que no había olvidado... solo que no quería pensar en ello, el misterio era demasiado intenso, ¡sabía que tenía que ver con ella misma!

“¿Apareces otra vez? ¿No te quedó claro en el Templo? Ja, ja, apártate. En tu estado no tienes cómo protegerla, oceánida”. Poseidón la apartó con un manotazo antes de atacarla con el tridente que Kanon recibió en el pecho.

—E-eras tú... —Apenas y podía contenerse. Era demasiado. Aquella mujer la había criado en el Olimpo, podía recordar breves imágenes de ambas recostadas sobre prados eternos, jugando con mariposas doradas en un templo y chapoteando en las aguas que les pertenecían, ¡no podía detener los recuerdos!

Hay tantas cosas de las que me gustaría hablar, pero como ves... mi estado actual no es adecuado. Cruzar las dimensiones desde la tierra de los dioses hasta aquí es más fácil para una hija de Océano que para un Olímpico, pero mantenerme es otro asunto. Con tus ojos humanos, solo puedes verme así, Atenea. —Esa voz tan solemne era al mismo tiempo igual a la de Saori, así como su reflejo en el agua. Deseaba creer que era algún tipo de ilusión cruel, pero sabía que no era así. Era realmente la mujer que le había dado a luz.

—N-no sé... qué decir. No sé qué hacer… —Saori dejó caer la toalla y cayó de rodillas frente a la silueta, que rápidamente la atrapó con sus brazos húmedos. El agua estaba tibia, y era tan reconfortante que la diosa con cuerpo humano no pudo evitar llorar—. Toda mi vida he… siempre he necesitado…

No es cierto, y lo sabes. Incluso como humana quedaste en buenas manos, hija mía.

—No sé qué decir, lo siento, no sé… —repitió Saori, sollozando sin parar. Las lágrimas no cesaban, pero parecían caer con fluidez sobre sus pechos, sin el dolor en el corazón que había sufrido, por ejemplo, en Delfos. Carecía de la angustia habitual del llanto, pues las manos tibias de Metis amortiguaban el pesar.

Zeus nos dejó a todos, incluso a ti, porque sabía que estarías bien protegida, Atenea. Dos cosas he venido a decirte, antes de que regrese a las aguas... Lo primero es una advertencia y consejo: no importa lo que te pase. —Metis hizo que Saori elevara el rostro, que volvió a verse a sí misma en la superficie líquida que le entregaba dulzura sin par. En el agua vio una de las profecías en el Oráculo, cuando una espada de rubíes la llevaba hacia una doncella convertida en Muerte—. No importa si padeces dolor y tu corazón humano deja de latir. Ni en tus últimos momentos debes dejar de confiar en que él te salvará, en que te traerá de las garras de la muerte si es preciso, porque para eso él existe.

—¿Él? ¿De quién…?

El humano que los dioses odian, lo que algunos llaman la más grande falla de la creación, y otros, el único hombre completamente invencible, que los dioses primordiales te regalaron para que te protegiera desde tiempos inmemoriales. El más grande temor del Olimpo.

—S… —Saori no pudo articular una palabra, sintió un escalofrío recorrer su cuerpo, un cosquilleo en su cuello y una calidez tímida en su rostro y su corazón. No estaba segura, pero un solo nombre se repetía en su mente.

La mujer de brazos alados que has visto es tu Búho, la guardiana y consejera que creé para ti, y que también protege a ese hombre con su halo celestial. Nunca lo olvides, Atenea. Ni en tu peor momento estarás sola, porque al menos estará él allí.

Saori sintió como el agua caía de sus brazos, la figura se deshacía poco a poco, regresando a la tina transparente, como en cámara lenta, en una escena imposible se reconstruir lógica y físicamente. En su corazón, sabía que podría volver a verla algún día, o quizás no, pero no quería que se fuera. Ni siquiera la conocía, no había estado presente en su vida, y sin embargo... sí la había criado, aunque apenas lo recordara.

—Madre… —Solo le quedaba una interrogante, sufriría si se quedaba con la duda para siempre—. ¿Qué era lo segundo que ibas a decirme, madre?

Hija mía, ya lo sabes...  yo te amo.

La oceánida desapareció y Saori cayó de rodillas, pasando a llevar una jarra que había cerca. El cristal se quebró, y rápidamente acudieron sus doncellas al llamado, tocando la puerta en primer lugar, y abriéndola antes de esperar una respuesta.

—¡Señorita Atenea! —gritaron a la vez. Europa tuvo que devolverse al instante para evitar que los guardias entraran también al baño.

 

15:44 hrs.

Habían pasado varios minutos en las que intentó calmarlas con sus mejores expresiones, evitando pensar si había vivido un sueño o se había desmayado por el cansancio de la subida de escaleras. O lo que fuera que le había subido la temperatura mientras estaba en la ducha… lo que tampoco quería recordar, pero obviamente tenía la frente caliente, como Sophía se encargó varias veces de comprobar.

—¡Por los dioses, señorita Atenea! —exclamó ella, su principal y más cercana consejera. Tenía dieciocho años, piel bronceada y cabello castaño, atado en una trenza por flores blancas. Su rostro tenía rasgos que la identificaban de ascendencia turca, como los ojos negro azabache, la mirada naturalmente sensual, la nariz afilada y el cuerpo delgado pero bien proporcionado, que lucía un delicado vestido blanco ese día. Era sensata y prudente, una chica muy sabia para su edad, si bien también era algo extrema con las precauciones. Volvió a tomarle la temperatura—. Nos tenía muy preocupadas ya que no respondía, ¿qué fue lo que le sucedió?

—No quería pensar en que le hubiera pasado algo malo. —Europa antes era muy infantil a pesar de ser la mayor de las cuatro. Sin embargo, desde la trágica muerte de Aldebarán de Tauro, con quien se había encariñado tanto, se había vuelto un poco sombría y sobreprotectora. Se ataba la cabellera roja en una cola de caballo, y sus ojos eran tan azules como la banda alrededor de su cintura que ataba su atuendo. En ese momento elegía un vestuario para Saori—. No lo podría imaginar.

—No pasó nada, solo estaba cansada.

—¿En quién habrá pensado? —preguntó Megara con su habitual picardía, que a Saori nunca solía molestarle, pues su alegría le era transmitida con facilidad. Había cumplido dieciocho hacía poco, era la más alta, de piel blanca, grácil y aire seductor. No pasaba mucho tiempo sin arreglarse el cabello dorado, como hacía en ese instante, tras abrir la puerta de la habitación para asomarse afuera.

—¡Meg! —reprendieron Europa y Sophía a la vez.

—Ah, es como cuando hablamos del señor Aiolia, que te pones muy roja, ¿no? —inquirió Phedra con aire inocente mientras peinaba los rizos de Saori. Era la más joven y baja, de alborotado pelo negro, brillantes ojos cafés, labios sonrosados y dedos veloces y precisos.

—¡Phedra, no digas cosas que no corresponden! —se enfurruñó la rubia esta vez, acalorándose—. No la oiga, mi señora Atenea, no sabe lo que… eh… hablando de otros hombres, ¿invitó a alguien, mi señora?

—¿Cómo dices? —Eso o era muy grosero para ella, o hablaba en serio—. ¿De qué hablas, Megara?

—Es que... ¡sabía que había escuchado algo! —Megara la miró con un temblor nervioso, y luego salió de la habitación clamando a gritos—. ¡Oye, tú! ¿Qué haces tan cerca de la recámara de Atenea?

Sophía y Europa salieron detrás de ella, mientras Phedra intentaba detener a Saori de hacer lo mismo, lo que no consiguió. La diosa oyó un golpe secó, temió lo peor, y apartó a la más joven para proteger a sus doncellas.

Sin embargo, cuando entró al pasillo lateral del templo, se topó con las tres de pie y un hombre de rodillas, con la cabeza en el suelo. Era de músculos gruesos, largo cabello negro y ojos verdes, luciendo ropas humildes, un par de tallas menos a las que debía y claramente dañadas por el agua. Por lo que Saori recordaba, su camisa debía incluir también tres agujeros a la altura del vientre.

—E-estás vivo... ¿Cómo entraste aquí? —Se preguntó si había asesinado a los guardias, pero percibía los Cosmos de todos a su alrededor exactamente en el mismo sitio de siempre, incluso los centinelas apostados en las puertas y rodeando el templo.

—Atenea. —Apenas pronunció el nombre divino de Saori, el hombre rompió a llorar, como había hecho unos meses antes, y tal vez al principio de su larga pesadilla, cuando una diosa malvada intensificó y deformó sus mayores deseos—. Atenea, no se preocupe, no maté a nadie, ni lo haré contra quien no lo merezca —dijo, cuando recuperó la seriedad—. Lo lamento, entré aquí gracias a mis habilidades. Sobre lo otro, fue usted quien me salvó.

—¿Fui… yo?

—Señora Atenea, ¿quién es este hombre? —La misma pregunta fue formulada de tres distintas maneras por sus doncellas, a las que no pudo responder en seguida, pues no lo creía.

—Vine para que repare ese error. Para que tome mi vida.


[1] Gran Inundación, en atlante. El plan de Poseidón.


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#558 Patriarca 8

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Publicado 27 agosto 2017 - 11:19

-me pregunto que diria Saga si supiera que Saori se baña en su ducha

 

-Hasta que Saori conocio a su familia

 

El humano que los dioses odian, lo que algunos llaman la más grande falla de la creación, y otros, el único hombre completamente invencible, que los dioses primordiales te regalaron para que te protegiera desde tiempos inmemoriales. El más grande temor del Olimpo.------------------------------Obviamente esta hablando de Dohko de Libra pero le falto mencionar que es el que desata las mas bajas pasiones entre las divinidades femeninas del Olimpo cada vez que muestra el tatuaje del tigre---XD :s46:

 

 

 

-¿las doncellas  de Saori son las mismas que frecuentaba el patriarca?----XD

 

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-me pregunto quien sera el misterioso personaje que apareció al final

 

PD:

 

Tengo el extraño presentimiento que Saori se topo en la ducha con algunas de las drogas de Saga por eso se puso a alucinar cosas


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#559 Fenrir A. Epsilon

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Publicado 04 septiembre 2017 - 09:59

EXCELENTE CAPITULO



#560 Fenrir A. Epsilon

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Publicado 05 septiembre 2017 - 11:08

KANON APARECIENDO...






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