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El Mito del Santuario


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807 respuestas a este tema

#221 -Felipe-

-Felipe-

    Bang

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Publicado 05 febrero 2015 - 13:18

 

Saludos

 

Pues de momento no tengo queja de esta versión de Afrodita. Hasta siento más peso en la "venganza" de Shun, y es divertido imaginarme su Chesire Mode, tan en la línea del arquetipo troll que últimamente sale en las obras de la franquicia, aunque sin terminar de salirse del personaje que debe representar, creo. 

 

A esperar la conclusión, que en su día vi como un mérito de Shun (porque Afrodita, con su eficaz abanico de técnicas, no me pareció "débil" en las Doce Casas), y en otros lugares se ve como "el Santo de Oro que cayó de un solo ataque". ¿Qué enfoque se le dará en esta historia? Me atrevo a preguntarlo porque dices que aplicarás Retcon Punch a la Saga de Hades :lol:. 

 

También siento curiosidad por cómo lidiarás con algunas escenas bajo el sistema PdV, como el rescate de Marin a Seiya o la parte en la que Shaka pide ayuda a Mu para que Ikki regrese (¿o aquí eso lo hará Shaka directamente?); las revelaciones de Marin sobre Star Hill no son un problema, porque se pueden exponer en un PdV de Shaina, creo. Situaciones por el estilo hacen que piense en lo difícil que es escribir de esta forma (el estilo George RR. Martin); mis respetos.

 

Y hablando de eso, precisamente pasé a comentar porque noté esto: 

—No dejaremos que tu muerte sea en mano, Shiryu, te lo prometemos, amigo mío. Conviértete en una estrella que vele por nosotros desde el cielo —se limpió los ojos y miró fijamente a Shun— Vámonos ahora.

 
Siento extraño leer el nombre del personaje PdV en la narración, pero no recuerdo si ha sido así siempre o esto fue una errata, lo marco. 
 
Los verdaderos reviews los sigo aplazando, dando fe de mi naturaleza incumplidora  :ph34r:.

 

Gracias por el review, a mí me entretuvo usar el modo gato de Alice en Aphrodite, pero quise mantenerlo como algo intimidante, y no un simple chiste. Me alegro que funcionara en cierta manera.

Sí, sobre Aphrodite, es difícil trabajarlo, lo verás en el próximo capítulo. Shun siempre ha tenido un poder oculto, pero quiero mostrar, a su vez, que Aphro no es débil, simplemente que puede ser superado. Se verá incluso que las consecuencias de sus técnicas no son exactamente tan "simples" como lo fue en el clásico, aunque tendré que aplicar unos cuantos plots pooc convencionales xD

 

Sobre los PdV. Lo de Marin no será complicado, y el motivo es que ella no tiene cómo llegar a donde está Seiya. En el manga, pareciera que hay pasadizos secretos que todo el mundo conoce pero solo usan cuando le conviene a la historia, yo no quiero eso. En este caso, hay caminos que llevan directamente a los caminos específicos entre templos, pero que solo se le permiten a los humanos sin manejo de Cosmos o armaduras (es decir, guardias y sirvientes), Marin no puede llegar con Seiya, así que nunca fue problema el poner su descubrimiento sherlockiano en el PdV de otro personaje (ya que no usaré PdV de Marin hasta, quizás, mucho, mucho, muchísimo más adelante).

Y en cuanto a lo de Muu y Shaka, eso sí me había complicado bastante en su momento, pero luego descubrí que podía usarlo en un capítulo que narra más cosas que solo eso. Falta un par de capítulos para que eso ocurra.

Así que sí, es difícil, pero me gusta hacerlo. Gracias por los comentarios, ayudan muchísimo cuando vienen de alguien que, se nota, se maneja algo en este ambiente jaja.

 

Ah, y sobre esa línea, SÍ, es una tremenda errata, ya lo arreglé. Aunque creo que tengo una excusa para ello, y es que ese capítulo era originalmente de Seiya xD Narraba desde ese punto hasta que se enfrenta a las rosas, y solo después venía el de Shun, así que los mezclé, y obviamente se me olvidaron algunos detalles jaja Un riesgo que no puedo manejar bien en momentos.

 

 

Genial me encanto, y gracias por la aclaratoria sobre los universos, aunque dudo que puedas meter un santia, ya que Elda de caisiopea también ha perdido lugar en este fic, por cierto el final e este cap me parecio smple a comparacion de los finales de otros, yo me imagine que introducirias a la Rosa Negra de una manera mas narrativa en impresionante, dando el suspenso que dio tanto en el anime como en el MO, pero no lo vi, o al menos no lo senti asi -_-

Bueno, Elda en sí puede aparecer, ya que Caph es la ex santo de Casiopea, se retiró hace mucho, luego de perder sus piernas.

Y sobre el final, lamento que hayas quedado con esa sensación, aunque admito que me costó mucho determinar dónde cortar el capítulo. El hecho de hacerlo con la aparición de la Piraña, fue la importancia de ella en el pasado de Shun, un pequeño cambio que hice con el clásico y que se explicará en el capítulo que publicaré en unos días, ya que para hoy será el final de Hyoga.

Muchas gracias por comentar, como siempre :)

 

 

habra un tiempo de relax despues de esta batalla? siempre me hubiese gustado

verlos en tiempo que esten tranquilos solo haciendo vidas normales.

 

 

el dragon,que epicas son sus batallas y cuanto drama hay en ellas

afrodita tiene un repertorio que siempre me parecio muy terrorifico

en cuanto tu camus,se merece mas de un buen puñetazo por ser asi

Sí, habrá algo de descanso entre sagas, incluso tengo planeado todo un arco antes del 21 de marzo (cumpleaños de Julián Solo), pero me tomaré un tiempo para escribirlo. Ya terminé de escribir esta segunda parte del fic, hay 9 o 10 capítulos más ya escritos y que publicaré en los próximos días, pero cuando lo terminé, culminaré mi otro fic (SS Alpha), y recién ahí comenzaré con la tercera parte de este remake.

Gracias por el review :)

 

 

Y ahora... Frozen.

 

HYOGA V

 

No oía, sentía, ni veía nada. Todo era hielo a su alrededor, pero no tenía frío, estaba al tanto por sus recuerdos borrosos. Solo le quedaba eso, y su Cosmos, claro. Si lograba conectarse con él, significaba que estaba vivo. Y allí estaba, el mundo más allá del Cero Absoluto. Las auras de Shun y Seiya avanzando más adelante, Shiryu en sus últimos momentos en la Tierra, despidiéndose...

Pero él no podía hacerlo. No hasta darle un buen puñetazo a Camus de Acuario, al menos.

Su madre... Seiya, Shun, Shiryu... Isaak... Ikki...

Sal de ahí, Hyoga. Vamos, eleva tus alas blancas. No te rindas, Cisne —murmuró una voz en su corazón.

—Saori Kido... No, Atenea.

No mueras, tú eres fuerte, no puedes rendirte cuanto falta tanto. No quiero llorar más que por lo que he hecho por Shiryu, no debes morir. ¡Abre tus alas!

—Entonces dame un poco de fuerza, por favor, despiértame.

 

20:00: p.m. del 11 de Septiembre de 2013.

—¿¡Pero qué demonios...? —Eso fue algo nuevo, una queja de Camus.

El hielo comenzó a crujir y el calor acudió al rescate por las hendiduras de cristal. Percibía perfectamente lo que ocurría en el exterior también. Pudo abrir los ojos y vio su expresión de... ¿temor? No, no lo parecía, era confusión con algo más, pero no sabía qué se reflejaba en los ojos de Acuario desde el Ataúd Congelante. El hielo comenzó a trisarse al mismo tiempo que apretaba más sus puños.

—¡Imposible! Romper el Ataúd desde adentro es ridículo, solo un Santo de Oro podría conseguir semejante hazaña, o alguien que maneje el hielo a la misma temperatura. —De pronto su expresión se relajó, incluso pareció lucir una sonrisa, aunque eso por supuesto no tenía sentido—. No te morirás fácil, ¿verdad, Hyoga?

Con un grito que no pudo oír, su Cosmos se liberó arrasando con las capas de hielo y el aire frío a su alrededor. El muerto decidió salir de la tumba en medio de una increíble explosión, entre los pequeños escombros que volaban por todos lados. Hyoga pudo ver como su maestro se protegía con sus brazos, y era arrastrado por una energía invisible hacia atrás.

«Mi energía», entendió cuando cayó de bruces al suelo húmedo del palacio. Estaba agotadísimo, le costaba respirar, pero aún tenía fuerzas. Jamás había sentido su Cosmos tan intenso como hasta ese momento, se creyó capaz de congelar lo que quisiera. Era como si el mundo se hubiera conectado con sus dedos a nivel atómico, y sentía que sería tan fácil detener sus movimientos que lo probó con una pequeña piedra cerca de su oreja que se convirtió en un trozo de hielo.

—El Cero Absoluto —resonó la voz de su maestro—. ¿Lograste tocar esa temperatura para romper mi Ataúd? Admirable, Hyoga, eso fue gracias a despertar el principal Cosmos en tu combate con Milo. Sin embargo aún no es suficiente, no logras mantenerlo más que un par de breves segundos y luego de eso...

Hyoga se levantó bajo una lluvia de granizo que instantes antes fue la primera capa del techo. Le haría tragar sus palabras.

—¿Q-qué... decías...?

—¿La mantienes a tope? —preguntó, incrédulo—. No es posible, ¿de dónde sacas tantas fuerzas, Hyoga? —Obviamente no había esperado eso.

—Ya te lo dije, no me rendiré hasta acabar contigo y superarte. —Concentró su poder en la mano derecha, y le sorprendió lo fácil que resultó. Sentía su Cosmos desbordándose, era una situación novedosa.

—¡Espera, no lo intentes, tu cuerpo no lo soportará! —advirtió su maestro, o eso pareció oír, pero Camus no era de los que se preocupaban. Eso solo significaba que sus sentidos desfallecían, y que ya no escuchaba bien.

Arrojó la energía con todas las fuerzas de su brazo y Camus lo imitó. Dos Polvos de Diamantes chocaron en la habitación y originaron una esfera pura y blanca que flotó en el centro entre ellos, colgando de sus brazos, desprendiendo ondas de baja temperatura.

—¡No puede ser!

—Ah... este frío... No puedo... —Tuvo que cerrar los ojos para concentrarse totalmente en, primero, mantener la energía en ese punto, y luego para empujarla hasta su maestro, pero era tan difícil como invertir el curso de una oleada.

—¡Tiene la misma temperatura que yo! La esfera se acerca al Cero Absoluto, su energía es equivalente a la mía... ¡Imposible! —A pesar de los gritos, Camus había recuperado su tono de voz frío y magnánimo, como alguien que ve todo lo demás como insignificante. ¿Cómo podía estar tan confiado si Hyoga prácticamente estaba en sus máximas fuerzas?

¡Claro! Camus sabía claramente que a Hyoga no le quedaban muchas fuerzas, pero si Atenea había confiado en él...

—Aunque hayas alcanzado temperatura más cercana al Cero Absoluto como yo, no tienes opción de ganar, Hyoga —dijo su maestro, impávido e indiferente, impulsando con menos dificultad la esfera de hielo hacia su discípulo—. Llevas a Cygnus, que por más congelada que esté, está hecha de gamanio y oricalco en una proporción que le da el rango de Bronce. Todas las sustancias tienen un punto de congelación específico, y en el caso de los Mantos del ejército ateniense, ese punto depende del rango —le recordó, como si estuviera dándole una clase frente al viento violento de Siberia—. Todos los Mantos de Bronce se congelan, y por tanto pueden destrozarse, a -150ºC. Las de Plata resisten un poco más, -200ºC, pero las de Oro, como Aquarius, están mucho más allá de eso.

Hyoga trató de recordar las lecciones, tal vez Camus deseaba eso para que perdiera el foco, y lo estaba logrando, porque ¿qué sentido tenía que le hablara del punto de congelación si eso podía ayudarlo en la batalla? Como consecuencia la bola de energía blanca comenzó a acercarse más rápido.

—Son -270...

—¡Así es, el Cero Absoluto! —asintió su tutor—. Es la temperatura que no puedes mantener. Con eso congelarías mi armadura, pero para destruirla necesitarías del soporte del Séptimo Sentido; uno mayor al mío.

Hyoga se sintió soporífero, perdió el foco y la atención, y percibía el intenso centro de frío a punto de tocarlo. Estaba perdiendo la batalla...

No... Ya había perdido.

¡¡¡Hyoga!!! —gritó una voz estridente que meció su cabeza, la de una mujer, no sabía si Atenea o...

«Mamá». ¿Un recuerdo? Abrió los ojos justo para detener entre sus manos la bola de luz. Lanzaba rayos azules intermitentes que empezaron a trisar su armadura, Hyoga perdió la sensibilidad en sus manos y el equilibrio, que lo derribó de rodillas, pero aún sujetaba la extraña mezcla helada.

—¡Suelta eso o destruirá tu cuerpo, Hyoga! —pareció que gritó Camus, pero eso era imposible. Debía estar perdiendo la cabeza.

Aplicó presión en sus brazos para tomar control de la bola de luz. Al hacerlo, Cygnus no solo se rompió, sino que se convirtió en diminutos fragmentos que se llevaron los vientos fríos que soplaban por los pasillos del Templo del Ánfora. Solo quedó con su ropa de tela agujereada por Milo, ya cubierta por una capa blanca de escarcha. Ni siquiera sabía si estaba helada, ¡no sentía nada! La única razón por la que tenía certeza de aún sujetar ese poder era porque sus ojos estaban bien abiertos.

—¡¡¡Hyoga!!!

Éste lanzó la luz blanca hacia arriba, y provocó una explosión que estremeció todo el palacio: los libreros se desplomaron, la vasija gigante se trisó, y Camus fue arrastrado hasta impactar contra un muro. Su yelmo de oro voló por los aires hasta caer cerca de sus pies, mientras que Hyoga quedó inmóvil en su posición. No es que hubiera resistido la explosión, pero estaba tan congelado que ni siquiera la fuerza de repulsión lo movió, sus pies estaban pegados al piso.

Sin su armadura ya nada iba a poder hacer, Cygnus había desaparecido, era solo polvo congelado que acariciaba el piso como rocío.

—Hyoga... —llamó su instructor.

—Ugh... C-Camus, ¿qué...? —Al levantar la mirada vio al Santo de Acuario y su Manto de Oro con tonos albos por el hielo sobre ella. O en ella, más bien.

—Aquarius fue congelada, apenas puedo moverme —explicó con su típica voz monótona, esa que usaría para decir la hora—. Eso significa que al contener ese choque de fuerzas despertaste la totalidad de tu Séptimo Sentido y superaste al mío.

Hyoga se dio cuenta que tenía hasta la lengua congelada, no podía más que gimotear y balbucear, pero tampoco hizo ninguna de las dos cosas. Lo que quería preguntarle era si podría desafiarlo en ese estado, si podría burlarse de él como había hecho antes. Debió notarse en su mirada.

—Me alegra que lo hayas logrado —confesó el amo de los hielo.

—... ¿Qué? —logró gimotear por la sorpresa. ¿Qué diablos fue eso? ¿Alegría?

—Me superaste por unos segundos, lo que significa que fue útil congelarte. Superaste los desafíos.

—¿Desa...? —No entendía nada, era como hablar con Ichi, como si Camus hubiera aprendido algún otro idioma desconocido. Y no sonreía, claro, pero Hyoga no estaba enfadado con él. ¿La traducción era que todo fue una treta para que se superara a sí mismo? ¡Qué clase de idiotez era esa!

—No te confundas —replicó su instructor, que mecía ligeramente los brazos para recuperar la movilidad—. Eres un rebelde del Santuario, incumpliste las reglas, así que traté de asesinarte, lo que haré a continuación. Sin embargo... —Algo similar a un atisbo de duda se asomó en la cara de su maestro, en sus ojos de cristal bajo las particulares cejas dobles—. No...

»No importa lo que diga, este combate debe acabar, y sin Manto ni Cosmos que soporte tu Séptimo Sentido, no podrás resistir mi técnica. No te encerraré. Tal como dijo Milo eres un hombre orgulloso, sería por lástima, y nunca he sentido tal cosa —aclaró su maestro. A sus lados aparecieron súbitamente varios carámbanos y estacas de hielo, y del techo cayó nieve como si no hubiera techo en primer lugar—. Te asesinaré con honores con la técnica más poderosa de los Santos de hielo.

Camus separó las piernas y levantó los brazos por sobre la cabeza, creando una urna con sus manos entrelazadas. La técnica que hacía mejor uso del Cero Absoluto, que congelaba cualquier cosa y que solicitaba de toda la concentración y fuerzas del Santo de Acuario: la Ejecución Aurora.

—¿Listo? Cumpliré con mi deber tal como tú debiste hacer con el tuyo, es lo que hacemos los Santos.

—...Camus —tartamudeó Hyoga, aprisionado en el hielo menos en las partes que necesitaba, donde concentró todo el calor que reservaba todavía su cuerpo—. Aún no... he... Aún...

No iba a rendirse. Podía decirse a sí mismo que no era Camus, que nunca iba a serlo, pero en realidad se parecían mucho, había aprendido todo de él. Le probaría, sin embargo, que ya no había nada más que pudiera enseñarle...

—¿¡Qué estás haciendo en esa pose, Hyoga!?

 

Aunque no sentía los brazos, logró levantarlos con la percepción que le dio su sexto sentido. Separó las piernas e inundó sus manos con el Séptimo Sentido, una energía especial que percibía como conocimiento total de todo lo que era, como la sabiduría de todo lo que había ocurrido y ocurriría en su ser, y que puso de corazón en la vasija que formaron sus dedos.

—Yo... —No, no tenía sentido, no podía decir nada, pero había tanto en sus pensamientos, tantas ideas, tantos agradecimientos...

Al final, Camus era leal a las órdenes del Sumo Sacerdote, pero también tenía un corazón, lo había demostrado con esas muestras de preocupación que, Hyoga pensó antes, no fueron nada más que alucinaciones. Se equivocó.

—¿Vas a usar mi propia técnica sin siquiera haberla practicado una vez? ¡Qué locura! No puedes imitarla así como así aunque tu Cosmos me haya superado. Tu cuerpo no lo resistirá, terminarás muerto. O quizás...

—¿Eh? —Vio algo rarísimo, su rostro confuso, una expresión manifiesta, los labios arqueados en lo que parecía una sonrisa, lo que le convirtió en una persona totalmente diferente.

—¡Muy bien! Veamos quién tenía la razón, Hyoga, mis ideales o tus deseos. Esta confrontación final lo decidirá, ¡así que usa todo tu ser!

«Así será».

Por unos instantes solo el aire corría. Una aire frío que ya no lo molestaba, su cuerpo ya estaba congelado y apenas reaccionaba con pálpitos en el corazón.

No sabía si podría hacerlo, pero debía usar todo su Cosmos acumulado antes de que la vida lo abandonara, pagarle a Camus sus enseñanzas, mostrarle lo mucho que había crecido, y probarle que su madre le daba fuerzas desde el fondo del mar al que la confinó. Jamás lo debilitaba, su compañía espiritual era la fuente de su poder.

Y él también. Camus siempre le había dado ánimos, en su particular estilo.

—¡¡¡Ejecución Aurora!!! —gritó su maestro, dándole la señal. Bajó los brazos y lanzó una descarga que congelaría hasta las llamas del infierno.

Hyoga lo imitó, exactamente en la misma posición aunque era su mente la que le decía lo que ocurría, no percibía sus brazos y sus ojos estaban nebulosos, mas sabía lo que hacía. Lo sabía todo.

 

Y ese conocimiento fue lo que estalló. Otra esfera debió crearse en el centro, pero no resistió mucho. La explosión cambió al palacio de un lugar de tonos negros y azules con antorchas rojas a un Templo perfectamente blanco, sin una sola mota de algo distinto. En un instante que duró lo que un parpadeo o un suspiro, todo se cubrió de hielo y nieve.

Seiya, Shun, Saori... me despido de ustedes, lamento todo lo que les hice pasar— dijo, aunque las palabras jamás salieron de sus labios. El Séptimo Sentido le había dado antes la información sobre la consecuencia de ese choque de poderes, así que no le sorprendía nada que su corazón latiera cada tres o cuatro segundos.

Oyó el crujido del cristal, era Camus que bajaba los brazos, un Santo que se había convertido en un hombre de hielo. Su piel era nívea, sus cabellos pasaron del rojo al celeste, la armadura de Acuario no resistió y cayó en trozos congelados. Sus ojos seguían manteniendo ese fuego azul de siempre...

No, la mente le estaba jugando una mala broma. Nunca había sido fuego, en realidad. Esta era la primera vez algo así en el rostro de su instructor.

—Muy bien... Hyoga...

Maestro... —Su voz se quedó a medio camino nuevamente. Estaban de pie uno frente a otro, inmóviles por culpa de las piernas adheridas al piso, pero apenas se distinguían. El lapso entre latidos alcanzó los cinco segundos.

—Nunca creí que superarías mi poder en tan poco tiempo, te enseñé todo lo que se y convertiste mi principal truco en tu mejor arma. Ya no hay nada que pueda enseñarte, ja, ja —rio su oponente. Rio.

¿Se había equivocado? La voz era claramente de su maestro. ¿Por qué sonaba como otra persona, entonces?

Ma...

—A punto de morir congelado despertaste el Séptimo Sentido y superaste el mío, y eso demuestra que siempre tuviste la razón. Estoy orgulloso de eso. Incluso tras hundir el barco de tu madre usaste esa ira a tu favor, y la convertiste en justicia, poder y valor. Tal vez el amor a esa mujer no te debilitó como creí, te hizo madurar, te convirtió en un verdadero guerrero. —Algo se desparramó como granizo a los lados de Camus, pero no supo qué, eran largos y dorados—. M-me encantaría que pudieras seguir d-demostrando este nivel en el futuro, que siguieras peleando por lo que dicta tu corazón... E-es todo lo que siempre desee, pero... yo no puedo... hacer... n-nada más por ti... y... No. No hay... m-más que d... Adiós... Hyo...ga.

Algo en la parte baja se quebró, y el sonido de un cuerpo que cae sobre el cristal retumbó en el palacio blanco que antes había pertenecido a aquel que fue como un padre. Estricto, firme y frío, pero que hizo todo por él, únicamente por él.

Diste tu vida para que llegara hasta aquí, me inculcaste lo que era justo y lo que no, me enseñaste a no rendirme ni siquiera con todo contra mí, incluso cuando eras tú quien atacaba. Me enseñaste a amar más a mi madre y a confiar en mis compañeros. Me enseñaste todo. Y desearía poder seguir demostrándote mis avances —dijo Hyoga, tal vez con la lengua útil o quizás ya no, pero lo importante era no callarlo.

El hielo bajo sus pies se desbarató, y se estampó contra el suelo de frente, aunque su piel no sintió el golpe.

Hyoga... ¡No mueras! ¡¡¡Hyoga!!! —Esa debió ser Saori. Pero no debía estar preocupada, ella estaría bien, Shun y Seiya la salvarían. Hyoga también estaba bien.

«Con estas heridas acumuladas ya no puedo seguir, pero eso quiere decir que volveré a las tierras heladas bajo el mar de Siberia. Me reuniré con mamá en el otro mundo. Nos vemos allá, maestro».


Editado por -Felipe-, 20 febrero 2016 - 15:00 .

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Publicado 05 febrero 2015 - 14:49

pobre cisne siempre tiene mala suerte y es el causante directo o indirecto de sus seres queridos

 

y sobre Camus quizás no sea de élite pero fue un buen maestro

que dio todo de si para que su alumno mejorase

 

buen capitulo

 


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Publicado 06 febrero 2015 - 18:11

Buen capitulo, me gusto bastante la escenas bien llevadas, aunque cuando e realizo el choque preferi imaginarmelo tal cual paso en LoS, ese choque fue ¡EL! choque me entiendes? XD Saludos y ahora veamos el desenlace de Shun vs Afro

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#224 -Felipe-

-Felipe-

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Publicado 07 febrero 2015 - 15:34

pobre cisne siempre tiene mala suerte y es el causante directo o indirecto de sus seres queridos

 

y sobre Camus quizás no sea de élite pero fue un buen maestro

que dio todo de si para que su alumno mejorase

 

buen capitulo

Hyoga está y siempre será maldito jaja

Eliminar a Cristal de las historias es una forma de ayudarlo un poco xD

 

Buen capitulo, me gusto bastante la escenas bien llevadas, aunque cuando e realizo el choque preferi imaginarmelo tal cual paso en LoS, ese choque fue ¡EL! choque me entiendes? XD Saludos y ahora veamos el desenlace de Shun vs Afro

Sinceramente me hubiese gustado escribir esa parte en que, tanto en el manga, animé, como en LoS, Camus y Cisne se mantienen un rato con la esfera de hielo en el centro, pero n me parecía coherente en este fic. Sus poderes ya habían chocado cuando usaron los Diamond Dust, ya habían alcanzado la misma temperatura y Cosmos.

Pero en este caso, Hyoga simplemente superó el Cosmos de su instructor, así que no había forma de que se formara un choque de Cosmos al centro, flotando entre ellos, debía simplemente explotar apenas hicieran contacto ambas Aurora Execution.

 

 

Ahora viene el desenlace de las 12º Casa. Ojalá que los fans del pez queden conformes :)

 

 

 

SHUN VI

 

—¡Maestro Daidalos! ¡Maestro! —apareció gritando Spika, uno de los que más detestaba a Shun, jadeando, cubierto en sudor y con el rostro más horrorizado que hubiera visto.

—¿Qué sucede? —preguntó Shun, que por puro instinto se colgó la Caja a su espalda, pero Daidalos ya había empezado a correr apenas el Cosmos amenazador acarició sus auras y cubrió toda la isla. Ambos lo siguieron a toda velocidad, bajando valles y subiendo montes.

—Leda murió —informó Spika con los ojos desencajados y tropezando con cada piedra que se encontró—. Y la maestra Caph...

—¿¡Qué!?

Llegaron a la escena principal. Un rocío rojo se esparcía en todas direcciones, había tantos pétalos de rosa en el aire que costaba ver hasta el volcán del centro.

Un hombre dorado brillaba allí, rodeado por los cadáveres de algunos de los aprendices, algunos de los que habían entrenado por Shun por tantos años, algunos de los que, a pesar de todo, habían sido sus hermanos. Los sobrevivientes estaban de rodillas, paralizados.

—¿Para qué atacar si saben que es inútil? Son Rosas Reales, son venenosas, así que dejen que me lleve a Daidalos de Cefeo y a Caph de Casiopea y los dejaré en paz —dijo el hombre de capa dorada, cuya aura era la fuente del rocío—. Esto no tiene por qué terminar de manera tan violenta.

La anciana respiraba con dificultades, desplomada en tierra. Su silla de ruedas estaba destruida, y June, cubierta de sangre, trataba de ayudarla. El viento de rosas comenzó a soplar más fuerte y ambas fueron arrastradas.

—¡Aphrodite de Piscis! —llamó Daidalos con furia descontrolada, nunca lo había visto así—. ¿Qué demonios te mandó a hacer el Santuario esta vez? ¿¡De qué rayos se trata esto!?

—Daidalos de Cefeo, puedes permitir que te lleve al Santuario al juicio de la diosa Atenea y el Sumo Sacerdote, o puedes morir ahora —explicó el Santo con una rosa roja en la mano y absoluta tranquilidad en el rostro—. Son opciones bastante simples que podría traducirte como «ven conmigo, o todos mueren aquí».

Los otros aspirantes a Santo se congregaron alrededor del invasor con las piernas temblorosas y las caras compungidas.

—¡No regresaré al Santuario mientras ese monstruo esté a cargo!

—¿En serio? —El rostro del guerrero se tensó con marcado desprecio—. Lo mismo que dijo Caph, y mira cómo quedó. Piénsalo mejor.

—¡June! —Shun se deslizó por una colina para socorrerla, pero la maestra Caph lo detuvo con un grito.

—¡Vete con ella, Shun! ¡No dejes que el Santuario se salga con la suya!

—¿Qué?

—¡¡¡Maestra!!! —protestó June, cuya armadura había perdido una hombrera.

—¿Cómo te atreviste, Aphrodite? —Daidalos estaba frente a él, su Cosmos chocaba con el del Pez Dorado, y liberaban rayos dorados y rojos sobre el desierto árido de Andrómeda. La forma en que hablaban indicaba que se conocían bien, que habían trabado algún tipo de relación en el pasado que Shun desconocía.

—¿A atacar a una anciana? En la historia de los Santos de Bronce pocos han sido tan poderosos como ella, así que no juguemos a la lástima ahora, Daidalos. Ella me atacó, y mis rosas rojas se defendieron. —Piscis levantó una de esas y la llenó con unas gotas de energía que la hicieron resplandecer—. Lo sabes perfectamente, tú, ella y todos aquí son traidores a Atenea y deben pagar con sus vidas. ¡Es la ley!

—La Atenea en la que crees no existe, chiquillo dorado —se burló con voz potente la ex Santo de Casiopea, sujeta todavía de June, cuyos dientes castañeaban.

—Vamos, Aphrodite, usa la cabeza, no hagas todo lo que te dicen y...

—¿No vas a arrodillarte ante Atenea en el Santuario, Daidalos?

—Claro que no —negó su maestro, convencido y absolutamente valiente frente a tal oponente, cuya sola presencia resquebrajaba las piedras bajo ellos—. Ella no está ahí —declaró con ferocidad.

—Como quieras... ¡Entonces me obligarás a tomar tu vida!

Piscis lanzó una multitud de rosas color de sangre hacia los aprendices más cercanos, que cayeron con las manos alrededor de la garganta y los ojos salidos, como si se ahogaran.

—¡Vete de aquí, Pisces! —Daidalos desplegó su Cosmos en un radio circular y cubrió el ataque florido de Aphrodite, neutralizando la gran mayoría de sus rosas. Algunas se le clavaron en la armadura de Plata, pero el Santo de Cefeo no pareció desvanecerse. Al contrario, se mantuvo firme y reunió su poder en una mano—. No cometas el error de subestimarme.

—June... Shun... —llamó la voz ahora frágil de la maestra Caph. June le tomó las manos mientras una batalla devastadora entre Piscis y Cefeo causaba estragos a su alrededor con técnicas violentas y veloces que Shun no pudo seguir.

—Vamos a combatir, maestra, ya somos Santos de Bronce, espérenos y...

—¡No, June! —replicó Caph cuando Shun llamaba a sus cadenas y su amiga preparaba el látigo—. No peleen, todos aquí perderán la vida, así que no tiene caso. Deben irse.

—¿Qué? ¡No huiremos, maestra, usted no me enseñó eso!

—Tenemos que ayudar a mi maestro y...

—¡¡No sean tontos y acaten mis órdenes, niños!! —elevó la voz la anciana por última vez. Luego, como en un sueño que nada tenía que ver con la destrucción a su alrededor, la anciana les sonrió con ternura—. Ustedes son nuestra esperanza. Huyan y háganse fuertes, y destruyan al Santuario. Por mí, por Daidalos, por la isla. Háganlo por Atenea.

—Pero, maestra...

—¡Resistes bien mis rosas rojas y las espinas, Daidalos! Creo que contigo sí era necesario otro método para derribarte, ¿verdad? —Aphrodite materializó unas rosas de pétalos negros entre sus dedos, con espinas casi tan largas como cuchillos.

—Las pirañas... —musitó Caph, antes de expirar. June le cerró los ojos con el rostro enrojecido por la pena y la ira.

—¡¡¡Váyanse de aquí, chicos!!! —El grito de Daidalos retumbó en sus cabezas y en toda la isla. Transformó su Cosmos en una ventisca que los apartó mientras una nube de negra se alzaba por los cielos.

Las montañas se destrozaban, el volcán hizo erupción y su magma se deslizó chamuscando la tierra y los restos de sus compañeros. Los vivos caían mutilados por todas partes, sus órganos internos se confundían con espinas y zarzales, que surgían desde las profundidades con crecimiento desmesurado. Destrozaban todo a su paso como si fueran bestias carnívoras.

June recibió la peor parte, y aun así fue ella quien lo agarró de la mano y lo obligó a correr hacia los botes de la bahía, casi arrastrándolo. No podían hacer nada, no tenía sentido que se quedaran allí... pero era triste de todas maneras. Era horrible ver las rosas negras y las enredaderas haciendo pedazos el cuerpo del Santo de Plata de Cefeo.

 

20:36 p.m. del 11 de Septiembre de 2013.

—Es la misma rosa —dijo Shun, tras la ola de recuerdos que marchó frente a sus ojos. La punta de la Cadena Cuadrada estaba paralizada y pegada a la flor de pétalos oscuros que sujetaba Aphrodite.

—¿La que mató a Daidalos? Sí, ese hombre fue terriblemente duro de matar, como se esperaba de uno de los Cuatro de Oro Blanco. Es la Rosa Piraña[1], solo la utilizo contra aquellos que se resisten a la muerte indolora que brinda la Rosa Real, como lo hizo tu maestro, y ahora haces tú. Esa vez, por culpa del poder de Cefeo, se me pasó la mano, terminé invocando el Campo de Zarzal[2] y destruí toda la isla.

Piraña... —La imagen de esos pétalos color de noche le daba náuseas.

—Sus espinas son como los afilados dientes de las pirañas, destruyen todo lo que esté a su paso. Y creo que sus primeras víctimas serán estas estúpidas cadenas.

Soltó la rosa. Una sola. Bailó dando giros alrededor de la cadena tensa frente a Aphrodite. Cuando se deshizo en pétalos sobre la mano de Shun, el Manto de Andrómeda expulsó un grito que solo él escuchó. El grito de la mutilación.

La cadena se hizo pedazos, no logró resistir ni un poco, tanto los eslabones como el prisma se convirtieron en polvo que se mezcló con el polen venenoso del aire. Como por casualidad, Aphrodite dejó caer unas gotas sobre otras flores que de pronto aparecieron en su mano izquierda.

—N-no puede ser...

—¿Continuamos? —Piscis arrojó un par de Pirañas más, y Shun desplegó su Defensa Giratoria como respuesta.

—¡No pasarás este muro! —Las otras rosas no habían podido, pero el Santo de Oro parecía excesivamente confiado.

—Qué tonto...

Una explosión le hizo caer de espaldas, su armadura se dañó seriamente, y la cadena defensiva se transmutó en polvo estelar; solo quedaron añicos de la argolla desde que hizo contacto con las flores negras que convirtieron en un remolino a su alrededor, destruyéndola desde adentro.

Shun no daba crédito a sus ojos. Las armas más poderosas de los Santos de Bronce, reforzadas por Muu... ¿destruidas con esa facilidad?

—Sin cadenas estás indefenso e imposibilitado de atacar, pero sigamos, ¿sí? —Esta vez arrojó una decena de rosas oscuras cuyos tallos afilados se clavaron en su armadura aunque trató de esquivarlas, pero eran muchas, demasiadas como para salir ileso.

Andrómeda soltó un último grito desesperanzador, y Shun la vio convertirse en añicos, el banco de pirañas la azotó y devoró por completo. Al Manto que había conseguido con su sacrificio, el que había a las Sombras de Ikki, los golpes brutales de Mozes, los discos de Capella, los azotes de Aldebarán y Shaka... de un segundo a otro ya no era nada.

Shun se desplomó en uno de los ríos que se conectaban a las cascadas de los muros, oyendo a las estatuas riéndose de él.

«No logré ni siquiera golpearlo. Parece que siempre fui tan inútil como todos decían», pensó con lágrimas que se agolparon en sus ojos por la frustración.

 

—Pegaso debe llevar un buen rato muerto por mi cortejo de rosas, y no sé si lo sentiste, pero el que peleaba en el Templo del Ánfora también cayó junto con Camus. Eso significa que todos los invasores al Santuario han sido exterminados, tal como ordenó el Sumo Pontífice. —Su voz tan tranquila y confiada lo irritaba, hacía que deseara gritar de desesperación—. Aunque los felicito, al menos dos de ustedes llegaron al último de los palacios, y eso es de admirar y recordar por toda la historia.

Salía sangre de innumerables cortes y perforaciones en su piel, la marca de las Rosas Pirañas, flores capaces de convertir en arena una armadura.

—Maldición... maldición... —lamentó una y otra vez, sintiendo la cercanía de su muerte. No temía poder, pero no conseguir ni la promesa a Ikki, ni a June, ni a Daidalos, ni a... a...

«Señorita Saori».

—Ahora terminemos con esto, ¿sí? La última tanda de rosas acabará contigo, y lamento que a diferencia de las rojas... Esto dolerá. Por cierto, lindo medallón —añadió como si conversaran como buenos amigos.

Tuyo por Siempre, rezaban las letras doradas del colgante que llevaba atado al cuello desde bebé, intacto tras el ataque de las Pirañas. El recuerdo de promesas mucho más antiguas.

 

***

—¿Qué haces despierto a estas horas de la noche, Shun? —le preguntó June una vez. Lo había descubierto entrenando todo lo que no practicaba durante el día, por su debilidad ante sus compañeros.

—¡June, me asustaste!

—¿Qué haces despierto a estas horas de la noche, Shun? —repitió la chica, tan terca cuando quería saber algo. Sin embargo, le sonreía siempre, y eso hacía que las torturas en la isla fueran mucho más llevaderas.

—Solo estoy practicando un poco y... Espera, ¿qué haces despierta a estas horas de la noche? —inquirió él, divertido.

—Mirando el mar, es más hermoso de noche que de día —respondió June, sin vacilar, como él—. Pero estás muy lejos de la playa, cubierto de sudor y con la respiración entrecortada, y aún se siente el rastro de tu Cosmos.

—Bueno, tengo que hacerme fuerte, ¿no? Más fuerte que los demás, si quiero conseguir algún día una armadura del Santuario.

—Ya te he dicho cientos de veces que deberías dejarlo, Shun. Mereces una vida mejor que la del Santo.

—Quizás, pero no me rendiré —replicó, sentándose en unas rocas para que el viento le acariciara—. Postulo para el Manto de Andrómeda que está armado de cadenas impresionantes, y si la consigo sin duda me haré fuerte, lo suficiente para poner orgulloso a mi hermano... pero...

—¿Pero?

Le costó responder, ni siquiera estaba seguro de lo que hacía. Simplemente se concentraba en manipular el flujo de su Cosmos y hacerlo girar a su alrededor, pero tenía la intuición de que sería algo útil.

Las olas chocaban ruidosamente contra los roqueríos, a lo lejos, pero todavía más fuerte era el ruido de los zapatos impacientes de su amiga contra el piso, que esperaba que continuara.

—¿Y si perdiera las cadenas? Imaginando que me convierta en Andrómeda, un arma como esa me vendría bien, podría neutralizar a mis enemigos sin tener que asesinarlos. Pero si las pierdo...

—Sería un matar o morir. Y Shun, nadie quiere morir, no me convencerás de lo contrario. —June se sentó en la incómoda roca y pegó su brazo al suyo, con la mirada hacia las pocas estrellas de ese cielo nublado—. Los Santos vivimos para proteger a otros, ese es nuestro deber, pero para eso tenemos que estar vivos.

—Entonces necesitaré un método para defenderme.

—Daidalos ha intentado enseñarte técnicas por mucho ti...

—No puedo si todos están mirando, no quiero... —Shun soltó un suspiro de resignación y dejó el comentario inconcluso. Ella no podría comprenderlo porque ni siquiera él era capaz. Aun así, como siempre, June le sorprendió.

—Aunque no lo creas, entiendo lo que quieres decir. Tu Cosmos es intenso a pesar de lo que todos claman. Mira, no le diré a nadie que estás aquí pero tampoco es bueno que entrenes de noche, no tendrás energías en el día y luego todo eso te pasará la cuenta. —June bajó la cabeza y clavó su mirada en él. Sus ojos estaban de pronto brillantes ante la noche—. Si me lo pides, te ayudaré.

—Te lo agradezco de verdad. Lo necesitaré.

—Deseo que sepas defenderte. A veces es la única opción, como en otras es atacar, como dice la maestra. Si queremos ayudar a las personas indefensas, entonces es nuestro deber el combatir en lugar de ellos. —Su amiga estiró el dedo índice y golpeó suavemente su pecho con él—. Pero no creas que cambié de opinión, chico japonés, haré hasta lo imposible por hacerte desistir y convencerte de que estudies medicina, o lo que sea que te haga feliz, ¿está claro?

Shun no pudo evitar reírse con ella, y hasta las estrellas se asomaron para acompañarlos con sus destellos.

***

Shun, no mueras —dijo la señorita Saori. Tenía voz cansada, agonizante, no le quedaba mucho tiempo de vida. Según sus cálculos, apenas más de una hora.

—Atenea...

No mueras, Shun, enciende tu Cosmos, demuestra de lo que eres capaz, ¡vamos, Shun!

—Pero...

¡Ya levántate de una vez! —regañó su hermano desde algún punto lejano del universo, algún cielo que lo aceptase—. ¡Eres mi hermano, así que demuestra que tu poder es, y siempre ha sido, superior al de cualquiera!

—A veces es la única opción —recordó Shun, decidiendo de pronto lo que haría. Era tan claro. Si no ocurría, Saori moriría, el Santuario ganaría. Él era el último recurso de Atenea.

Y por eso se levantó como si acabara de dormir por horas. Estaba al tanto de todo cuanto había a su alrededor, y conocía cada detalle de universo en su interior. Tal vez eso explicaba que las piedras bajo sus pies se deshiciesen, y que el aura rosa plácida que recordaba se hubiera convertido en una voraz flama.

—¿Pero qué...? ¿¡Qué es este Cosmos!? —exclamó Aphrodite. Tenía una rosa entre sus dedos, que Shun notó, fueron presas de un súbito sacudón.

—No me rendiré... No hasta que cumpla con el destino que han marcado las estrellas para mí.

—¡Imposible, nunca había sentido una energía tan poderosa en un Santo de Bronce! Qué demonios, incluso los Santos de Oro... ¿¡Qué rayos eres tú!?

—T-te daré... una oportunidad. —Le dolían cada músculo de su cuerpo, su cansancio había llegado a su límite, y la sangre producto de las Pirañas no paraba de manar, pero debía ser firme si quería desatar aquello. Después de todo sería su baza final—. D-déjame pasar por... el Templo d-de los Peces, y n-no te haré daño.

—Ja, ja, ¿qué? —vaciló Aphrodite, con un temblor en el labio superior de su sonrisa eterna—. M-muy bien, admito que me asustaste, pero fue la sorpresa de que te levantaras. No te pongas en tan alta estima. ¡Recuerda tu lugar, Santo de Bronce!

Aphrodite invocó su Campo de Zarzal, enredaderas espinosas que surgieron desde el piso destrozándolo, para atravesarlo, o tal vez para atarlo y torturarlo. Eran verdes, tentáculos gigantes que se alimentaba del Cosmos líquido de Piscis, con púas en sus cepas que alcanzaban hasta veinte o más centímetros de largo.

Sin embargo, Shun notó de qué estaban hechas, pudo ver fácilmente diversos centros cósmicos conectados a las botas de Aphrodite, así que decidió mentalmente que si quería salvarse, las cepas debían ser destruidas. Apenas esas bestias espinosas se acercaron a diez centímetros de su nariz, se hicieron polvo. Estallaron, cayeron quemadas, se doblaron tal como quiso.

—¿P-pero q-qué d-demonios está oc-ocurriendo? —tartamudeó Aphrodite, presa de un principio de pánico.

—Te lo advierto... No te acerques. —Shun enfocó su Cosmos en las manos y lo hizo girar, se tornó en una danza de destellos púrpuras y rosáceos que provenían de su universo interior y que conocía hasta el mínimo de los detalles.

—Sí... —sonrió Aphrodite, con la frente empapada—. E-estás d-delirando al borde de tu muerte, s-seré amable y t-terminaré con eso. No es tan difícil acabar con los zarzales —añadió, orgulloso—, pero estas flores son muy diferentes. Aunque no necesito decirlo, ya lo comprobarás.

Arrojó las Rosas Pirañas hacia Shun, que supo que si lo tocaban sería su fin. Pero nunca arribarían.

—Tú me obligaste, Piscis.

—¿Qué?

 

Su aura se desprendió de sus manos, se arremolinó danzando a su alrededor con tanta fuerza que hizo polvo las rosas negras de Piscis, y luego buscó su siguiente presa. Con tanto cansancio Shun no podía controlarlo como desearía, el tornado se movía prácticamente solo.

Se topó con Aphrodite y comenzó a girar alrededor de su cuerpo como una neblina o un vapor.

—¿Qué es esto? ¡No puedo moverme! —rezongó Aphrodite, inmóvil, poco a poco desesperándose—. ¿Qué rayos es esta corriente?

—Aphrodite, no trates de moverte o será peor.

—¿Qué dices?

—Es la Corriente Nebular[3], no te resistas, mientras más lo hagas, más presión pondrá el aire sobre tu cuerpo, y yo no podré controlarla.

—¿Controlarla? ¿Dices que la estás reteniendo? ¿Te estás burlando de mí?

—Tu vida está en mis manos —dijo Shun, consciente de que su honestidad heriría el orgullo de su enemigo—. La Corriente Nebular sella todos tus movimientos, te paraliza para darte la oportunidad de rendición, ya que reacciona violentamente a los movimientos bruscos o de resistencia, como un animal salvaje. Si continuas oponiéndote, cambiará a una Tormenta Nebular[4], que terminará con todo esto.

Las estatuas a su alrededor temblaron, las ventanas se rompieron, los ríos se convirtieron en vapor, y el remolino de Andrómeda ya abarcaba todo el salón. Nada podía entrar o salir de allí sin que Shun y la Corriente lo supiesen.

—¿Cómo te atreves a amenazarme de esa manera? ¡Soy un Santo de Oro!

—Aunque lo dije, sinceramente no deseo matarte —confesó Shun con pesar, dejando en claro el camino de la batalla—. En la medida de lo posible no quisiera herir a nadie, así que por favor, promete por tu honor de Santo, por tu orgullo de guerrero... que te rendirás. —Shun trastabillo pero logró superarlo, se mantuvo en pie. No podía rendirse dando un ultimátum a su contrincante—. También le pedirás perdón al espíritu de mi maestro Daidalos de Cefeo.

—Je... ja, ja, ja. ¡Vaya que eres gracioso!

Como respuesta a su amenaza, Aphrodite creó una rosa de pétalos blancos como la nieve entre sus dedos, una que Shun no había visto hasta ese punto y que lo puso a la defensiva, lo mismo que el vapor.

—¿Qué es eso? No intentes nada o la Corriente se transformará. ¡Desiste!

—La Rosa Sangrienta[5]clamó Piscis, mirando la flor con la cabeza inclinada hacia un lado con mirada melancólica, como si no la hubiera visto hacía mucho—. Felicidades, Andrómeda, nunca un Santo de Bronce me había llevado a usar esto. Ni en mis sueños. Ni siquiera un Santo de Plata como Daidalos, así que debo admitir que estoy tan impresionado como tú de llegar hasta este punto.

—Ese Cosmos... —Shun tuvo que poner un poco más de presión cuando el vapor se vio súbitamente amenazado por la energía que desprendía la rosa. El aura de Aphrodite la bañó, y su resplandor fue más ardiente que cualquier flor anterior.

—Me has sorprendido, creo que... sí, estoy de cierta manera alegre por haber combatido contigo, pero esto ya debe acabar —se sinceró el Pez, poniéndose en guardia con sutileza para no amedrentar más a la Corriente—. Este vapor tuyo repele incluso a mis rosas negras, pero nada puede con esta rosa blanca. —Izó su brazo con actitud amenazante, por lo que la Corriente Nebular aumentó su velocidad y giró con más vehemencia. El palacio comenzó a crujir, y unas cuantas habitaciones a los lados aparentemente se desmoronaron.

—Basta —rogó Shun, todavía con la esperanza de que ese hombre le pidiera perdón a la tumba de su maestro. ¡Si era un Santo, debía hacerlo!

—Se dice que antiguamente todas las rosas eran blancas, hasta que la diosa Afrodita las impregnó con su sangre y cambiaron al rojo de la pasión, la guerra y el corazón. Por eso me puse el nombre de Aphrodite, y en su nombre hago uso de este recurso final. —El aura de Aphrodite pareció incluso salpicar como una cascada, estaba al borde de la ebullición y el palacio sufría las consecuencias de ello—. Nada ni nadie puede bloquear a la Rosa Sangrienta, ni siquiera Aiolos pudo. Se materializa por sí sola en mis manos cuando el enemigo es capaz de resistir a las otras dos, cosa que como entenderás, es muy difícil. Su tallo penetra en el corazón y succiona la sangre hasta que la flor se pone rojo escarlata. Incluso si te la arrancas, tendrás una hemorragia incontrolable que te matará en unos minutos, y que se derramará sobre la rosa que dejes tirada. Es fatal.

—Aphrodite, detente, esto no tiene sentido. Pídele perdón a Atenea y lucha junto a nosotros contra...

—Lo tiene para mí —le cortó secamente—. Atenea vive allá arriba y me protege, por eso me brindó este don, esta última rosa que uso contra los que se ponen muy difíciles. Shura asesinó a Aiolos porque éste había perdido su sangre con mi rosa, así que no esperes un milagro.

—La Corriente obedece mis órdenes —replicó con su propia defensa—. Se incrementa si te resistes, y no tiene límite ya que el Cosmos es infinito. Vamos, ya desiste. —No quería hacerlo, nunca había desatado ese poder, se convertiría en un verdadero asesino. Antes podía culpar a las cadenas, pero ahora... No deseaba matar a nadie, nunca lo deseó. Solo quería hacer las cosas bien por los demás.

—Apenas separe mis dedos uno del otro, estarás muerto, Andrómeda.

—¡No lo hagas, Aphrodite!

Los vientos soplaron con más bríos, anhelantes a lo que ocurriría. No podría evitarse... pero eso, claro, ya lo sabía.

—Te demostraré el poder de los fuertes, los que merecen recibir dones de nuestra diosa Atenea, como esta rosa que se mantiene sellada dentro de mi Cosmos. ¡Muere, Andrómeda! —Y separó los dedos.

La rosa cruzó el tornado sin problemas, y se clavó directamente en su pecho, junto al recuerdo de su madre que colgaba de su cuello. «Qué terco».

 

—¡Explota, nebulosa!

Y se conjuró la Tormenta Nebular, creada en caso de perder sus cadenas y aun desear proteger a la gente. De los poros de su cuerpo brotó un vehemente torbellino de proporciones magistrales, un poder masivo que se transmutó en un ciclón que despedía relámpagos rojos. El Templo de los Peces comenzó a derrumbarse desde el primer contacto.

—Este poder... ¿Q-qué es esto? No pued... ¡Ah! ¡¡¡Ahhhh!!!

Aphrodite fue golpeado en todos lados, atrapado en medio del huracán, al tiempo que Shun caía de rodillas con la rosa clavada en su corazón. Los primeros instantes Piscis logró resistir de pie atropellado por sendos rayos violetas, pero sus movimientos ya habían sido sellados, así que sería cosa de tiempo. Como jugada final, invocó el Campo de Zarzal para bloquear los vientos, pero esa justamente fue la causa de su caída que Shun esperó que no usaría.

—Mala idea, Aphrodite...

Cuando las cepas se quebraron, aplastaron juntas al Santo de Oro impulsadas por los vientos, y al verse la Tormenta amenazada por un método de defensa, aceleró su poder de ataque. Aphrodite voló por los aires atacado por todos los flancos, y el Cosmos de Shun, desbocado, hacía lo que quisiese con él.

Shun había sellado esa técnica, nunca deseó convocarla, pero ya era tarde. ¿Había sido demasiado ingenuo?

—Sí, lo fui —admitió con una sonrisa mientras las columnas se desplomaban a su alrededor. Aunque su cuerpo recuperó la pasividad, el viento seguía saliendo de cada uno de sus poros, atacando todo lo que oliera a Piscis—. Perdóname, Ikki. No me regañes por esto cuando nos veamos.

Aphrodite de Piscis cayó bruscamente de espaldas cubierto en sangre. Esa sangre venenosa que no podría alcanzarlo. Murmuró algo casi inaudible.

—M... bien... eso... f... impre... An... meda...

Su cuerpo y armadura se cubrieron de rosas de todos los colores, como si las llamaran para hacerle un funeral, un paseo fúnebre al país de los muertos. Cerró los ojos por última vez justo cuando el viento dejó de soplar, ya cumplida su tarea.

—Te dije... que deseaba poner mi vida al servicio de la paz, ¿lo recuerdas, Ikki? Leíamos un libro de geografía en mi habitación, tenía una imagen del planeta Tierra, tan grande y bello. —La rosa en su pecho ya mudaba de color. Intentó sacársela, pero no tenía un ápice de fuerza. La Tormenta Nebular drenaba el Cosmos del usuario al descontrolarse, era el pago necesario.

Se notó más delgado también. Sus brazos eran huesos.

Shun... —susurró Saori, con tristeza, pero él siguió conversando con Ikki. ¿Qué podía decirle a Atenea tras ser tan egoísta y no volver a verla?

—Te dije que no quería que hubiera más niños como nosotros, ¿te acuerdas? Huérfanos, productos de la maldad de la humanidad. Entonces desee ser fuerte.

Shun... —repitió Saori. No. No podía responderle, o la entristecería.

—Y lo logré, me convertí en el hombre que deseabas que fuera, cumplí mi promesa. Maestro Daidalos, también te he vengado, descansa en paz.

La rosa ya había tomado colores escarlata.

¡Shun! No... —suplicó su diosa. Ya no pudo seguir ignorándola.

—Perdóname, Saori, lo siento mucho. Pero creo que hice algo por la paz de este mundo, al menos. Y no te preocupes...

Se derrumbó sobre un charco de agua roja, con la rosa enterrándose todavía más en su pecho. Un aura lejana le hizo sonreír, más allá del Templo de los Peces.

«No te preocupes, aún queda alguien que puede cumplir con nuestra misión... solo espere, señorita Saori. Espérelo.»

¡¡¡Shun!!!

 

 


[1] Piranha Rose, en inglés.

[2] Blackberry Field, en inglés.

[3] Nebula Stram, en inglés.

[4] Nebula Storm, en inglés.

[5] Bloody Rose, en inglés.


Editado por -Felipe-, 20 febrero 2016 - 15:01 .

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Publicado 07 febrero 2015 - 17:56

Sugoi!!! Me gusto bastante la batalla, fue impresionante ver que lograstes plasmar el final que tubo la pelea del Manga acá. Me parecio chistoso que Athena que encendiera su cosmos, bueno es que a veces Shun necesita sus regaños (piens yo jaja). Que extraño que no mostraras la maldad de Afrodita como paso en el manga a fin de cuentas el junto a Shura y DM, siempre supieron la realidad, cosa que siempre me pareció interesante ya que en el maga hubo una razón por la que lo hizo, pero siempre le dijo a Shun que era un simple crio y jamás lo sabría (cosa que ahora yo quiero hondar en mi fic sobre el ^^), por un momento pensé que tu lo varias también, pero bueno buen capitulo al fin. Saludos!!

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Publicado 09 febrero 2015 - 10:08

yo recuerdo a mis hermanas y a mi casi a lagrima viva ...eramos bastantes jovenes y realmente creiamos

que ellos habian muerto de esa forma tan dramaticamente....nunca hubo otra serie

que vi a esa edad que apostase tanto por un contenido tan dramatico y epico

chapo!!

 en espera del proximo capitulo,con ganas de ver al fenix de vuelta y leer

su batalla con el sumo sacerdote



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Publicado 10 febrero 2015 - 16:15

 

Sugoi!!! Me gusto bastante la batalla, fue impresionante ver que lograstes plasmar el final que tubo la pelea del Manga acá. Me parecio chistoso que Athena que encendiera su cosmos, bueno es que a veces Shun necesita sus regaños (piens yo jaja). Que extraño que no mostraras la maldad de Afrodita como paso en el manga a fin de cuentas el junto a Shura y DM, siempre supieron la realidad, cosa que siempre me pareció interesante ya que en el maga hubo una razón por la que lo hizo, pero siempre le dijo a Shun que era un simple crio y jamás lo sabría (cosa que ahora yo quiero hondar en mi fic sobre el ^^), por un momento pensé que tu lo varias también, pero bueno buen capitulo al fin. Saludos!!

Me alegra que te gustara la pelea.

Al principio pensé en bastante en si mantener la maldad del trío (Shura, Afro, DM) del manga (o del dúo en el animé), pero pensé...¿cómo es que de 12 dorados, un tercio va a ser malo (contando a Géminis)? Son la élite del ejército que jura lealtad a Athena incluso si ella no está, en periodo entre-guerras. NO me parece creíble que tantos sean malos y no crean en Athena, por eso solo mantuve al Cangrejo en su papel del manga (en un flashback de un cap del Kyoko descubre su identidad y no le importa), pero le di a Shura la personalidad del G, y con Afro hice algunos cambios para que fuera un tipo arrogante y orgulloso, pero engañado como los demás. O sea, un héroe desagradable.

 

yo recuerdo a mis hermanas y a mi casi a lagrima viva ...eramos bastantes jovenes y realmente creiamos

que ellos habian muerto de esa forma tan dramaticamente....nunca hubo otra serie

que vi a esa edad que apostase tanto por un contenido tan dramatico y epico

chapo!!

 en espera del proximo capitulo,con ganas de ver al fenix de vuelta y leer

su batalla con el sumo sacerdote

Si hay una serie que sabe sacar lágrimas es SS. Más el animé que el manga, de todas maneras. Sobre Ikki o el Sacerdote, lamento que tendrás que esperar un poco más. Gracias por tus comentarios :)

 

 

El siguiente capítulo fue al que hice referencia hace unos días. Tenía ganas de escribirlo desde el principio, no sabía dónde, pero al final lo dejé aquí. No sé si ayuda en la historia en sí, pero le da un trasfondo, y se plantea algo que solo tendrá explicación en algunos capítulos más adelante. Ojalá les guste.

 

MUU III

 

20:59 p.m. del 11 de Septiembre de 2013.

—¡Maestro Muu! —chilló Kiki, alarmado.

—Sí —contestó. La guerra era algo horrible, traía consecuencias indeseables a todos, incluso a los jóvenes más puros.

Había cientos de hombres y mujeres a las afueras de su Templo del Carnero, soldados rasos y Santos de Bronce. Algunos meditaban sobre lo ocurrido, tomaban decisiones en silencio, juzgaban sus propias acciones. Otros solo esperaban.

—¿Qué rayos pasa allá arriba? —preguntó impaciente Geki de Osa Mayor—. Siento el Cosmos de Shun apagándose, igual que los otros, y pronto se apagará la llama de Acuario.

—¡Solo quedará una! —gritó lo obvio Ichi de Hidra.

—Shun... tu Cosmos se incrementó tanto... —June de Camaleón clavó sus ojos en Muu, cristalinos, pero no llorosos—. ¿No fue en vano, verdad?

—Los Santos se hacen más fuertes a través de las batallas. Luchar contra los Santos de Oro elevó sus energías a niveles inesperados para salvar a la diosa de la Tierra. Diría que sus esfuerzos no son en vano.

—¿Son? Pero Shun era el último —dijo Nachi de Lobo—. El aura de Shiryu salió volando como un dragón. Y no siento rastro de Hyoga en ninguna parte. Le perdí la pista a Seiya también.

«Sí. Tampoco hay energías de Shura, Camus ni Aphrodite.»

—Sin Shun, ya no tenemos oportunidad —lamentó Ichi, que se acarició la larga y extraña cabellera blanca con ansiedad—. Tendremos que subir nosotros.

—¡Qué burrada, no estamos al nivel de esos cuatro! —protestó de mala gana Ban de León Menor, a punto de darle un manotazo a su compañero.

—¡No, esperen! —advirtió Shaina de Ofiuco, la única de Plata, sentada sobre una columna caída cerca de las escaleras. Fue la primera en darse cuenta—. Seiya...

—¿¡Eh!?

—¡Es el Cosmos de Seiya! Aún está ahí, a lo lejos. —La mujer se puso de pie, alarmada y entusiasmada, con la mirada en las alturas de la montaña, la que los ojos humanos apenas alcanzaban a ver hasta el Templo del Toro.

—Qué terco es —sonrió Jabu de Unicornio, regresando de supervisar la situación actual de los soldados—. Así que no quiere morirse todavía.

Aun así se habían perdido tantas vidas... No eran solo esos jóvenes Santos de Bronce, sino que también aquellos que habían sido sus compañeros.

 

Realmente nunca formó grandes lazos con ellos, pero compartían los ideales del Santuario. Se mantuvo alejado de ellos por razones especiales.

Su maestro fue el Sumo Sacerdote del Santuario, Sion, un pasado Santo de Aries. Si bien le correspondía entrenar en las tierras lejanas de Jamir, su tierra natal, por el cargo de Sion muchas veces debió continuar el entrenamiento en el Santuario. Recordó la primera vez, cuando su instructor apoyó una mano sobre su hombro, en el mismo lugar donde Shaina estaba sentada. Esa columna aún estaba de pie.

 

***

3 de Mayo de 1994.

Tenía diez años de edad cuando conoció a sus compañeros de Oro.

—Muu, este es el lugar deberás custodiar algún día —dijo el Pontífice. Ese día llevaba su Manto de Oro, que cargaba sin problemas a pesar de su edad, frente al luminoso y cristalino Templo del Carnero—. Debo subir, pero puedes ir al Coliseo, allí conocerás a los otros aspirantes.

—Sí, maestro —respondió, aunque no estaba muy convencido. Prefería la soledad, se había acostumbrado a ello viviendo en el Himalaya, pero se dirigió de igual manera al gigantesco Coliseo más allá de la torre del reloj.

Estaba alborotada de gente. Muy distinta gente. Los Santos, aspirantes y guardias iban y venían, nadaban en la multitud, conversaban, discutían, vigilaban, y principalmente entrenaban. Jamás había visto a tantas personas en un solo lugar, ni menos otros guerreros con armaduras aparte de su maestro.

Cada Manto Sagrado era diferente a los demás, todos tenían un motivo particular representado por las constelaciones del firmamento. Caminó entre ellos nervioso, no pudo evitar que le temblaran un poco las manos y le latiera con más fuerza el corazón, aunque era capaz de impedir que su rostro no enrojeciera desde muy pequeño.

Era un estadio semicircular de arena blanca rodeado por largos pilares de mármol ya dañados por el paso del tiempo. No esperó que hubiera tanta gente allí, pues las zonas de entrenamiento se repartían por todo el mundo. Al hacer un conteo rápido, notó que había más aspirantes de los que correspondería a la zona griega. Era sospechoso.

—¿¡Me hablas a mí!? —desafió a viva voz un joven de cabellos grises con acento italiano a lo lejos. Tenía una contextura física bien entrenada, debía ser unos tres años mayor que él. Goleaba con su dedo el pecho de otro chico, cuyos largos bucles negros descendían por su espalda. Ambos vestían armaduras de cuero y ropas de entrenamiento manchadas de barro y sudor, y estaban en el centro de un amplio círculo de gente curiosa que vitoreaba e insultaba.

—Solo pregunté tu nombre, estúpido —contestó con arrogancia el joven, a quien también oyó claramente a pesar de la distancia. Parecía tener una risita oculta bajo cada letra—. Solo quería saber quién sería el nuevo encargado del cementerio del Santuario, y por tu forma de responder, veo que es un imbécil.

—¿Cómo te atreves a hablarme en ese tono, enano? ¿Y qué hay con eso de «cementerio»? —El chico italiano tomó de la camiseta al griego, y lo separó del suelo—. ¿¡No sabes quién soy!?

—¿No oíste bien lo que dije, retardado? ¡Claro que lo sé! —replicó el chico, antes de sujetar los brazos del de pelo gris y provocar las risas de los presentes. Los dos soltaban breves chispas de Cosmos, y el mayor tenía la ventaja.

—¡En unos días me convertiré en el guardián del Templo del Cangrejo, así que mídete, stronzo[1]! —Lo arrojó con brusquedad al polvo y los testigos se hicieron rápidamente hacia atrás, extendiendo el círculo en la arena cuyo centro aún era el de cabellos grises.

—¡Me importa un rábano! Lo único que pregunté fue tu nombre, reaccionar así no habla nada bien de un Santo de Oro —clamó el griego, limpiándose el polvo de la ropa. Muu pudo oírlo reírse de su adversario.

«Tal vez no fue buena idea». Cuando era posible, Muu prefería evitar las manifestaciones vulgares de ego, y lo que esos dos hacían no tenían otro nombre. Se dio media vuelta, tal vez iría a la playa, o al bosque Dorona, o...

—¿A dónde vas? —preguntó un chico que se lo topó de frente, esbozando la más transparente de las sonrisas. Tenía un rostro alegre, mejillas sonrosadas prueba de buena alimentación, cabellos castaños jamás peinados, y ojos verdes aniñados que parecían sonreír también.

—¿Disculpa?

—¿Por qué te alejas? Las batallas son algo común en la vida de los Santos, y por lo que veo tú también eres un aspirante, aunque te vistas diferente —notó el chico mirándolo de abajo a arriba con curiosidad. Muu vestía sus túnicas de Jamir, no llevaba ni siquiera un cinturón de cuero puesto, mientras que él portaba ropas de práctica como los demás, de tonos marrones y azules.

—Que sean parte de nuestras vidas no equivalen a una conducta estúpida —protestó, mientras la discusión atrás continuaba  con insultos que nunca había oído.

—Vaya, parece que tienes las cosas claras, pero la pelea terminará pronto. —El muchacho se cruzó de brazos con orgullo y poca modestia.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque mi maestro me contó que hubo un Santo de Oro que no tuvo que subir a... ¡Ja, ja! ¿Qué te dije? Mira, allí viene.

 

Relucía con brillantes colores dorados, igual que el Manto de Aries, pero esta armadura era una más agresiva, cargada con cuernos, debía ser Capricornio o Tauro. Entró por la escalinata izquierda, a poca distancia de Muu, era un poco mayor que el italiano, de corto cabello negro, nariz afilada, rostro muy delgado y pálido. Su aura se deformaba en su brazo derecho.

—¡Que se callen! —ordenó a todo pulmón con voz de trueno, a lo que siguió un silencio siniestro que se alargó mientras los fisgones retornaban a sus actividades normales y los oponentes protestaban.

—Es Shura de Capricornio —presentó el chico, sin desatar sus brazos—. Según mi hermano lleva poco tiempo como Santo de Oro, pero es uno de los más valerosos y fuertes, y tiene un gran sentido de la justicia.

—¿Tu hermano? —preguntó con curiosidad poco usual.

—Que también es mi maestro —explicó el niño, al fin soltándose de brazos y llevándoselos detrás la cabeza con relajo—. Aiolos de Sagitario, el más poderoso de los Santos en todo el mundo. Y por cierto, soy Aiolia, ¿y tú?

Le tendió la mano, y se la aferró con cierta desconfianza a pesar de que todo en él indicaba diafanidad. Era lo normal, no había por qué confiar en todos.

—Muu.

El ruido dejó paso a la calma, las conversaciones continuaron tranquilas, y el chico que había peleado apareció entremedio de dos guardias cercanos, carcajeando, con un enorme moretón bajo el ojo izquierdo que poco parecía importarle. Al fin apreciaba su rostro, pero tampoco era capaz de hacerse una imagen clara de éste por la deformidad producto de la pelea y la sangre que le bajaba por el cuello.

—Qué golpiza te dieron, Milo, ja, ja —rio Aiolia.

—¿Qué esperabas? Será un Santo de Oro —contestó el chico, sobándose la mejilla antes de poner atención sobre Muu. No por mucho tiempo.

—Claro, y solo por eso logró golpearte, ¿verdad? No entiendo para qué lo desafiaste, es cosa de mirarlo para saber qué clase de tipo es.

—Solo pregunté su nombre —se excusó Milo, encogiéndose de hombros—. Uno de los chicos dijo que sería el próximo Santo de Cáncer, así que curioseé.

—El palacio de la muerte. Según mi hermano, todos los que lo custodian son personas especiales capaces de soportar el trabajo más cercano a la muerte.

—Sí, está loco. Bueno, voy al cabo a lavarme la cara, ¿vienes?

—Claro. Oye, Muu, acompáñanos.

No respondió, pero los siguió de igual manera.

 

El sol estaba en lo alto a esa hora del día, sobre el mar cristalino, algo que no se podía ver en las montañas del Himalaya. Se fundían los colores dorados, blancos y azules de una manera hermosa, las primeras ventajas que conoció allí...

—¿Por qué habrá tanta gente hoy? —preguntó Milo, sentado sobre la arena en la playa del cabo de Sunión que se encontraba a pocos minutos del Santuario. El templo que había sido erigido en honor a Poseidón se vislumbraba sobre la cumbre de un pico más allá de las rocas, donde el agua era más brava.

—No tengo la menor idea —contestó Aiolia, de pie detrás de Muu, con las manos en los bolsillos—. Aiolos no me lo dijo, simplemente subió a la Eclíptica y se llenó de gente abajo justo después.

—Mi maestra también subió, aunque solo a los Santos de Oro se les permite llegar tan arriba. No deben estar más allá del Templo del Carnero. —Milo miró esta vez a Muu con penetrantes ojos celestes deformados por el puñetazo del aspirante a Cáncer—. Oye, ¿tu maestro subió también? No te había visto nunca aquí, ¿de qué constelación es?

—...Aries —contestó con un suspiro. En cualquier segundo debería controlar un sobresalto o un susto.

—Ah..., momento, ¿Aries? ¿QUÉ? —A Milo se le deformó la cara aún más por la mueca de confusión.

—¿¡Qué tu maestro es quién!? —preguntó Aiolia también.

—El Santo de Aries, nuestro Sumo Sacerdote, Sion —respondió una voz que se acercó desde el encinar detrás de ellos. Un muchacho que aparentaba su misma edad caminó por la arena con una frialdad que jamás había visto, su aura era muy helada, hasta estuvo seguro de que unas motas de nieve le rozaron la nariz cuando se volteó. Tenía un rostro desprovisto de cualquier tipo de emoción, era como una piedra viva, con ojos celestes, porte esbelto y cabello rojo que desfiguraba un poco el resto de su imagen.

—¿Y tú quién diablos eres? —cuestionó Milo, poniéndose de pie, desafiante.

—Deberían informarse para que no los sorprendan este tipo de cosas —se limitó a responder el chico, arrojando una mirada gélida sobre los presentes—. Mi maestro me entrena en Siberia, y que haya llegado aquí junto con un chico de Brasil, otro que se prepara en Groenlandia, y aquel que postula para algo que se guarda normalmente en Jamir, todos el mismo día, quiere decir que algo especial ocurre hoy. Porque tú serás Escorpio, y él, Leo, ¿no?

—¿Y tú quién diablos eres? —repitió Milo, liberando un aura rojo escarlata de uno de sus dedos.

—Camus —contestó esta vez—, y no hay que pensarlo mucho para deducir lo que sucede. Nuestra generación tiene un problema, se mandó a llamar a todos los maestros repartidos por el mundo, y se discute en el Templo del Carnero que guarda el Sumo Sacerdote.

—¿Los maestros? —Aiolia volvió la mirada casualmente hacia el mar, parecía difícil de concentrarse en un solo sitio.

—Sí. Y hace un rato muchos de los postulantes volvieron a sus patrias con sus instructores, pero nosotros seguimos aquí. ¿Entienden por qué?

—Porque seremos los Santos de Oro —intervino Muu. Lo supo desde que los conoció, tenían un aura despierta, vivaz y hasta sabia, que indicaba conocimiento más allá de sus edades. Eran especiales, ni siquiera tenían compañeros de práctica, estaban destinados al Manto de Oro.

—¿Ustedes también...?

—Yo postulo para Acuario. El de Brasil para Tauro, y el de Groenlandia para Piscis. Son los dos que están allá. —Camus indicó hacia los que estaban recostados más allá, cerca del encinar, en la arena. Un chico muy grande de cabellos negros y un físico vigoroso roncaba apoyado sobre un árbol, y el otro, de rizos dorados y apariencia delicada pero rostro alerta, leía una novela de bolsillo. Cauto, les devolvió la mirada con seriedad apenas lo mencionaron.

Aiolia y Milo se dedicaron a hacer preguntas y conocerlos. Aldebarán no se molestó al despertar con el ruido, aportó entusiasmo y alegría a la conversación. El otro, Aphrodite, no se sintió a gusto y se fue poco después con la excusa de ver si su maestro había bajado ya. Pero una cosa había quedado clara.

Algo raro pasaba con los futuros Santos de Oro, y su maestro, el Pontífice, dirigía una reunión para obtener respuestas sobre la situación. A Muu no le pareció que alguno fuera sospechoso de algo, pero no podía simplemente...

—¿Así que Muu, eh? —inquirió Aldebarán, de boca sonriente y muy grande. Era quien más confianza le provocaba, junto a Aiolia, niños más transparentes no podía haber—. Serás mi vecino, ojalá nos llevemos bien porque el de Géminis es demasiado mayor que yo y... ¿quién es ese?

Todos miraron a donde los ojos de Aldebarán estaban puestos. Un joven delgado y hasta esquelético, de largos cabellos dorados vestido con una toga blanca, y un Cosmos muy peculiar —enérgico, pero al mismo tiempo durmiente, como una bestia onírica—, estaba en postura de meditación, de flor de loto, flotando sobre el océano mientras incrementaba su energía, a lo lejos.

—¿Y ese?

—Se llama Shaka. El próximo guardián de Virgo.

Con Aiolos, Shura, el italiano, y el tal Géminis, eran casi los doce, solo faltaba el anciano de LuShan. Todos los Santos de Oro reunidos otra vez en la historia.

***

 

La conversación no duró mucho, pero sirvió para conocerlos. Después de la rebelión del Traidor, Muu se refugió en Jamir para nunca salir de allí, y solo recibió visitas esporádicas de su vecino, que intentaba convencerlo regresar. Durante la Titanomaquia volvió a ver a Aiolia, y lucharon entre sí para sorprender a uno de los titanes, pero tampoco hubo mucha buena vibra entre ellos; el futuro León se había convertido en alguien igual de desconfiado que él, por culpa de Aiolos. Más adelante envió a seis de sus compañeros al laberinto de los titanes arriesgando su vida al usar un gran nivel de telequinesis, pero no los acompañó.

Y sin embargo lamentaba sus pérdidas. Sentía que debió conocerlos mejor, tal vez formar un vínculo como el de los Santos de Bronce, pero las circunstancias... no era propicias.

DeathMask pudo haber sido un Santo digno y justo bajo la guía del Pontífice correcto, tenía energía de sobra para enfrentarse contra un aspirante a Santo cuatro años menor. Aphrodite era orgulloso, pero su extrema lealtad lo llevó a la tumba cuando debió suceder lo contrario. Lo mismo le ocurrió a Shura de Capricornio, que había asesinado a la persona errónea durante la rebelión, todo por la mala guía, todo por lo ocurrido esa noche de 1997. Camus era inteligente y poderoso, no tenía por qué enfrentarse a muerte con su propio discípulo. Y Shaka...

 

Muu...

—¿Eh? —Despertó abruptamente de sus recuerdos cuando oyó una voz que arribó directamente a su Cosmos como una vibración mística.

—¿Maestro? —llamó Kiki. Los demás Santos y guardias también lo miraron extrañados—. ¿Pasa algo malo?

Muu...

—No es nadie de aquí. —Encendió su Cosmos para saber lo que ocurría, lo proyectó como haces de luz a todos lados—. Alguien está en sincronía con mi aura.

Santo de Oro Aries Muu, ¿no me reconoces?

Y ahí lo supo. Lo comprendió, a pesar de la eterna lejanía entre ellos. Pero no dejaba de ser excesivamente insólito.

—¿Quién es, maestro?

—¿Qué pasa? —preguntó Shaina, poniéndose de pie.

—Shaka... ¡Shaka de Virgo!

Se enfocó para rastrearlo, estaba conectado con una dimensión alterna tan lejana que ni siquiera pudo oír su voz con la misma frecuencia de una humana, venía de un sitio tan distinto al suyo como el cielo era del infierno. Virgo ya debía estar ya muerto, pero a menos que sí se hubiera convertido en un dios como bromeaba Aldebarán, nada tenía sentido.

Sí, Muu, soy yo, me he visto en la necesidad de comunicarme contigo —dijo el Santo de Virgo con algo inusual en la voz—. Espero no molestarte, pero requiero de tu ayuda.

—¿Mi ayuda? —preguntó esta vez en su mente.

Sí. Después de mi batalla acabé en un lugar lejano, el Nayuta[2], el grado más lejano del universo. Es una dimensión curiosa, no hay sentido del tiempo ni del espacio, y he usado casi todas mis fuerzas para sobrevivir aquí.

—¿Qué necesitas?

Regresar. Se te conoce como el más hábil en la transportación de la materia a través del espacio, debe ser capaz de ayudarme a volver a la Doncella.

—Pero, según sé, tú también posees conocimientos de ese tipo, deberías ser capaz de regresar por ti mismo. Además, ¿no estás en contra de...?

Por favor, Muu —suplicó Shaka. En ese momento comprendió qué era tan raro, ese tono de humildad y suavidad en el otrora soberbio y altivo guardián de Virgo—. Quizás podría solo, pero... no con alguien más.

—¿Alguien más?

Hay alguien más conmigo, necesito que me ayudes, por favor. —Su voz se hizo de pronto más profunda y determinada por el poder de su mente—. Ya es el momento de hacer algo, ¿no lo crees?

Muu contempló el Meridiano. Quedaba poco tiempo, la señorita Saori Kido, Atenea, debía sobrevivir. Y los Santos aún tenían al menos un trabajo más que hacer en caso de lo peor; ya era la hora, aunque eso perjudicara la salud de la diosa. Y si alguien como Shaka pedía ayuda, debía ser porque la situación había cambiado.

—Está bien, Shaka, los ayudaré a regresar al Templo de la Doncella.

Se conectó con el punto donde Shaka esperaba. Había dos Cosmos allí, no hubiera reconocido a ninguno por la distancia si no hubiera sido porque el guardia de Virgo se había identificado. Ambos estaban en un remolino de locura y caos, sin sitio ni segundo evidente, muy lejos en el universo, pero Sion lo había entrenado para cosas así, y el Cosmos de Shaka le apoyaba cuando tenía dificultades.

Muu creó un lazo que ató al Templo de la Doncella, y construyó un túnel cósmico entre ambas zonas del espacio ignorando el resto de la existencia.

 

21:10 p.m.

—¿Muu? —preguntó Jabu, cuando lo vio acercase a la habitación de la diosa Atenea. Se quedó embobado mirándola apenas abrió la puerta.

—Ustedes, los compañeros de Seiya, pueden venir conmigo si quieren —les ofreció, tomando en sus brazos el cuerpo de la diosa. Su piel era totalmente blanca, apenas se notaban las plumas de la saeta sobre su pecho, la camisa que traía estaba manchada de sangre sin coagular. Con dificultad percibía rastro de su Cosmos. Sin poder alimentarla ni ser capaz de descansar adecuadamente, Saori Kido yacía en pésimas condiciones físicas y espirituales.

—¿A dónde? —preguntó June. Shaina esperó afuera, en la salida que llevaba al Templo del Toro.

—Subiremos. Ya es hora de enfrentar esto.

Kiki tomó el báculo dorado y se les adelantó.

 

 


[1] Insulto común italiano que se traduciría como gilipollas o bastardo.

[2] Número en la India que indica algo muy lejano, normalmente considerado como cien o mil billones.


Editado por -Felipe-, 20 febrero 2016 - 15:02 .

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Publicado 10 febrero 2015 - 17:50

Saludos

 

La verdad es que fue un capítulo curioso y útil. Sirvió para contar la escena de Mu y Shaka, y de paso relatar algo que no imaginaba leer, un momento de la infancia/juventud de los santos de oro. La escena funciona por muchos detalles, pero principalmente por no durar demasiado, y la relación que tiene con la situación actual. Me gusta el paralelismo que haces entre Mu teniendo que separarse del Santuario y la relación entre los santos de bronce, más cercana, y con los finados y lo que pudieron ser. Y justo se conecta con la llamada cósmica de Shaka antes de que Mu lo cuente como uno de los costes de la guerra.

 

Me cuesta imaginar maestros para los santos de oro, eso sí. Me surgen muchas preguntas sobre ellos, pero la principal es: ¿qué pasó con los ocho hombres capaces de entrenar santos de oro? ¿Todos murieron de forma tan conveniente como las cien concubinas de Mitsumasa Kido? No es que importe demasiado, es que soy curioso  :lol:.

 

Volvió a ocurrir:

 

—¡¿Me hablas a mí?! —gritó un joven de acento italiano de cabellos grises a lo lejos, aunque su voz resonó por todos lados. Tenía una contextura física bien entrenada, debía ser unos tres años mayor que Muu, apoyaba su dedo sobre el pecho de otro joven, a éste se le notaban largos bucles negros y un cuerpo más pequeño, aparentaba ser menor que el joven de Jamir. Ambos vestían armaduras de entrenamiento muy humildes, de colores marrones y negros sobre las ropas.

 

 

 

También me llamó la atención que, si no entendí mal, dices que lo de Aiolos ocurrió en 1997. Probablemente se dijo en el primer capítulo, pero si es el caso lo olvidé (?).


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Publicado 10 febrero 2015 - 21:34

bueno este capitulo en parte me agrado y en parte no

 

-me agrado saber como eran los dorados de niños y que se explicara como fue que saori y los demas lograron llegar tan rápido a la cámara del patriarca

-me dio un poco de risa cuando Aldebarán le dice a muu que sera su proximo vecino,pobre toro si supera que en el futuro todos los enemigos de turno lo usarían como saco de box gracias a la ausencia de su vecino XD

 

y en parte no porque como decirlo algunas de las reflexiones de mu sobre sus compañeros dorados me parecieron demasiados forzadas o con poco sentido

 

bueno esperando el prox capitulo


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Publicado 11 febrero 2015 - 07:50

interesante capitulo...yo nunca eh sido muy de dorados con algunas ecepciones

como el mismo muu o aldebaran y quizas sea por la razon de nunca eh notado una hermandad

en ellos se tolaran,se respetan pero nada mas

 

por otro lado respondiste a una de mis dudas de si los que estan en la casa de aries

 podian sentir los cosmos de los legendarios  mientras luchaban.

 

otra pregunta...te mojaras en lo que se refiere a la parte romantica de la serie?



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Publicado 13 febrero 2015 - 21:34

Saludos

 

La verdad es que fue un capítulo curioso y útil. Sirvió para contar la escena de Mu y Shaka, y de paso relatar algo que no imaginaba leer, un momento de la infancia/juventud de los santos de oro. La escena funciona por muchos detalles, pero principalmente por no durar demasiado, y la relación que tiene con la situación actual. Me gusta el paralelismo que haces entre Mu teniendo que separarse del Santuario y la relación entre los santos de bronce, más cercana, y con los finados y lo que pudieron ser. Y justo se conecta con la llamada cósmica de Shaka antes de que Mu lo cuente como uno de los costes de la guerra.

 

Me cuesta imaginar maestros para los santos de oro, eso sí. Me surgen muchas preguntas sobre ellos, pero la principal es: ¿qué pasó con los ocho hombres capaces de entrenar santos de oro? ¿Todos murieron de forma tan conveniente como las cien concubinas de Mitsumasa Kido? No es que importe demasiado, es que soy curioso  :lol:.

 

Volvió a ocurrir:

 

 

También me llamó la atención que, si no entendí mal, dices que lo de Aiolos ocurrió en 1997. Probablemente se dijo en el primer capítulo, pero si es el caso lo olvidé (?).

La verdad es que la escena duraba mucho más, pero la recorté justamente porque se alejaba mucho de la trama. La idea era simplemente a) mostrar un poco de la infancia de los de Oro, pero solo un poco, b) relatar la reunión que organiza Sion, cosa que será relativamente importante después, y c) comparar las relaciones entre los Santos de Bronce y los de Oro.

 

Sobre los maestros, estaba relatado en esa "versión extendida", pero se supone que hay solo dos tipos de persona de entrenar a un Santo de Oro: 1. otro Santo de Oro (casos Muu y Aiolia), 2. un Santo retirado, de los cuales hay muchos, y entrenan a la mayoría. Ahora, puede que no sean tan fuertes como los de Oro, pero es la ventaja que tienen. Los Santos de Oro son superdotados, en sí no necesitan un entrenamiento tan elaborado, por eso los maestros de Camus, Milo, Alde, Aphro, etc, son viejos guías, más que nada, que les dicen por donde debe ir su entrenamento, les enseñan las técnicas que usaban los antiguos portadores, cosas así, no es como el entrenamiento de Seiya y los otros, no lo necesitan. Shura también ha entrenado gente, lo mismo DM, por ejemplo, pero Saga rechazó todas las ofertas.

 

Y sí, Saori nació un 1º de septiembre de 1997 en este fic, el flashback de Muu es el 3 de mayo de 1994, la narración actual transcurre el 11 de septiembre de 2013.

Gracias por tus reviews :D Ah, y los errores, solo sentí necesario arreglar el segundo, pero el primero no, ya que a veces uso esa narración en tercera persona aunque desde el PdV del personaje. Igual gracias por notar esas cosas, sirven mucho.

 

 

bueno este capitulo en parte me agrado y en parte no

 

-me agrado saber como eran los dorados de niños y que se explicara como fue que saori y los demas lograron llegar tan rápido a la cámara del patriarca

-me dio un poco de risa cuando Aldebarán le dice a muu que sera su proximo vecino,pobre toro si supera que en el futuro todos los enemigos de turno lo usarían como saco de box gracias a la ausencia de su vecino XD

 

y en parte no porque como decirlo algunas de las reflexiones de mu sobre sus compañeros dorados me parecieron demasiados forzadas o con poco sentido

 

bueno esperando el prox capitulo

Me alegra que te haga agrado, algunas partes, y sobre lo que no te agradó, imagino que tiene que ver con el pequeño cambio de personalidad que le di a Muu... o sea, que básicamente le di una xD Pero bueno, la idea es tener errores también, y es bonito recibir críticas negativas con respeto :)

Sobre Aldebarán..., bueno, aquí en este fic habrán algunos cambios con respecto a la mala suerte de Alde :D

 

 

interesante capitulo...yo nunca eh sido muy de dorados con algunas ecepciones

como el mismo muu o aldebaran y quizas sea por la razon de nunca eh notado una hermandad

en ellos se tolaran,se respetan pero nada mas

 

por otro lado respondiste a una de mis dudas de si los que estan en la casa de aries

 podian sentir los cosmos de los legendarios  mientras luchaban.

 

otra pregunta...te mojaras en lo que se refiere a la parte romantica de la serie?

La verdad es que yo tampoco soy muy de dorados, sino que de bronces. Pero como Shiori, Okada y SoG han demostrado, el fanservice color amarillo funciona xD

No, mentira, la verdad es que como dije tenía muchas ganas de escribir un capítulo así, que narraba algunas cosas importantes, además de dalr personalidad a los dorados que Kuru descuidó. Eso se suma a que en el manga daba la impresión de que en todos esos años algunos Golds ni se conocían, pero yo quise mostrar que estos tipos han sido vecinos por muchos años, y han peleado en batallas juntos, por los que han formado ciertas relaciones, tal vez no de amistad, pero sí más que simple respeto al rango.

 

Y sobre lo romántico, ya establecí que Shiryu y Shunrei están juntos desde hace un buen tiempo, se criaron como hermanos y luego... bueno, la nobleza del tipo, la dulzura de la chica, etc. También he dado sutiles... "cosas" sobre June y Shun que a lo mejor han pasado desapercibidos, pero que ahí están, aunque Shun no siempre se da cuenta. Y luego queda leer los capítulos de Shaina y verás que no he descuidado esa parte tanto xD También he ido desarrollando, poco a poco, una cercanía especial entre Seiya y Saori, tomará tiempo, y le estoy dando mi atención porque la idea es que sea un fic más o menos largo, para darles tiempo.

En sí, igual para mí es complicado, no soy creyente en ese tipo de cosas como el "amor" de pareja, así como en otras cosas que se salen de la razón, para mí es una mezcla de cosas nada mágicas como la...

 

 

Ejem. Eh... no es tema, ¿cierto? ¡Feliz 14 a todos! xDDDD

 

 

 

 

***

Aviso importante: las primeras filas pueden quedar manchadas de sangre de nuestros actores.

Gracias por su atención.

 

 

 

 

SEIYA V

 

21:00 p.m. del 11 de Septiembre de 2013.

¡Levántate, Seiya!

—¿Seika?

No puedes rendirte aquí, tú menos que nadie.

—P-pero es que e-es d-demasiado. —Había avanzado mucho por el sendero de rosas, pensó que podría llegar hasta el final, pero...

Nada de peros. Son solo rosas, Seiya —le dijo el espíritu que lo acompañaba siempre—. ¿Recuerdas lo que hacías con las flores cuando niño? Las pisabas, las aplastabas, las arrancabas, y hasta las quemabas.

—Y tú s-siempre me regañabas —evocó con una sonrisa.

Sí, y cuando te arrepentías, me regalabas una de las rosas que no habías roto. Bueno, Seiya... esta vez no te regañaré. Porque debes continuar.

—E-es cierto, debo p-poder aguantar el v-veneno de estas cosas. —Se puso de pie por quinta vez en la travesía, había dejado tantas rosas atrás que parecía estar parado delante de un enorme mar escarlata que se extendía por las escaleras.

En realidad ni siquiera se veían los escalones, sabía qué eran por el contacto con sus botas, pero en la subida no veía más que espinas negras y pétalos carmesí apostados en cada rincón, y algunas enredaderas alrededor de las columnas.

«Ya no siento el Cosmos de Shun, debí quedarme con él», lamentó, pero no podía retroceder el tiempo. Cuando todo acabara, podría llorar todo lo que quisiera las muertes de Shun, Hyoga y Shiryu, caídos en el cumplimiento del deber que les legó Aiolos. Haría algo en su honor: llegaría al Templo Corazón, llamado así por ser el más importante dentro del Santuario. Con tantas pérdidas todo dependía de él, así que avanzó. Dio un paso, el pie tembló, pero recogió fuerzas de flaqueza para poder dar otro. Aunque le tomara toda la vida, avanzaría hasta el Sumo Sacerdote.

Saori no tiene tanto tiempo, Seiya —le recordó Seika, apareciéndose delante de él, tan bella como siempre, tan dulce.

—Ah, verdad. —Ya no sentía tampoco el Cosmos de Saori, pero quería creer que no se daría por vencida hasta que quedara al menos un segundo en el reloj de llamas azules—. No puedo tardar toda la vida. Debo darme prisa.

Encendió su Cosmos y lo proyectó con bríos, rechazando las rosas lejos de su cuerpo. Y corrió.

Corrió envuelto en un bólido de energía azul que lo desgastaba como nada antes, pero al menos no le alcanzaba el molesto veneno de Aphrodite. Corrió con los ojos cerrados, desesperado, gritando, guiándose por su oído y su tacto. Corrió de  la forma más ahorrativa de energías que conocía.

Tal vez terminaría con las últimas gotas de Cosmos que le quedaban, pero al menos debía darle un manotazo al Sumo Sacerdote, obligarlo a que ayudara a Saori, hacerle desistir de sus planes, y demostrarle que el Santuario se había puesto en su contra gracias a ellos.

Muu no habría podido rebelarse en soledad, Aiolia lo intentó y las cosas salieron mal. También estaban Milo y Aldebarán, y si Jabu hacía las cosas bien, hasta los guardias se pondrían de su lado. El Pontífice ya no podría continuar con sus ideas radicales de convertirse en un dios con el Cosmos de Atenea...

«¿Por qué habrá cambiado tanto después de que Saori naciera?», se preguntó, tocando casualmente el rosario que colgaba de su cinto. De pronto, tocó un escalón. Solo el escalón. No había rosas cerca, ni siquiera una mísera espina. Abrió los ojos.

 

Seiya estaba frente a dos grandes puertas de hierro, bañadas por un Cosmos brutal. «Mayor al que tienen otras puertas», bromeó para darse ánimos. Retrocedió para contemplar en todo su esplendor el Templo Corazón. Se mareó un poco cuando descubrió que solo el primer nivel era casi del tamaño del Templo del Toro, y había tres niveles más. Una efigie sobre el techo triangular mostraba un águila, el ave legendaria de Zeus, dios entre los dioses. También había algunas aves talladas en relieve sobre el portón, junto a varios dibujos de soldados en pie de guerra.

Abrió la puerta de una patada, y a pesar de lograrlo, quedó con la extremidad entumecida. El portón se deslizó muy poco con un chirrido metálico que le hizo arder los oídos, pero lo suficiente como para poder pasar. El estruendo que hicieron al cerrarse detrás de él lo envolvieron en un sentimiento de alerta máxima.

Y tuvo que volver a correr. Un largo pasillo se abrió ante sus ojos, un lugar iluminado por decenas de antorchas y desprovisto de seguridad. Pero sí había una presencia en todos lados, en el aire, un aura contaminada con el hedor de la sangre, una sensación de muerte que recorrió su cuerpo como un escalofrío. A los costados se encontró cuatro corredores, dos por lado, pero supuso que la cámara donde se encontraba el Pontífice debía estar al frente. Su instinto lo guiaba, pero también el extraño Cosmos que impregnaba todo el palacio.

Finalmente llegó a un segundo pórtico; esta vez uno solo, aunque tan pesado como la primera barrera. Tenía grabada la estatua de Atenea, aquella con casco, un escudo en la zurda, y un ser alado en la diestra. Seguramente Marin le había dicho el nombre de ese monumento en particular alguna vez, pero no lo recordaba. No tenía llave, así que tuvo que recurrir otra vez a las fuerzas físicas.

—¿¡Qué es esto!? —se horrorizó en el momento en que puso un pie adentro.

 

Soldados. Decenas de soldados desparramados sobre charcos de su propia sangre, arrancados de sus vidas a lo largo y ancho del salón. Aunque la mayoría yacía sobre una larguísima alfombra roja, el fétido olor a sangre era muy fuerte como para ignorarlo más lejos.

Cerca del trono, un hombre con las manos manchadas de rubí...

—¡Seiya! Qué bueno que llegaste, prepárate. —El Sumo Pontífice era alto y robusto, vestía una larga sotana negra acompañada de un colgante y varios símbolos religiosos; traía el casco dorado ocultando con su sombra el rostro, todo casi igual a cuando lo vio el día que le entregó a Pegasus.

El Cosmos que surgió del Sumo Sacerdote no tenía igual. Salió de golpe, se extendió por todos lados, y los inundó con malos sentimientos. Se sintió muerto apenas hizo contacto con esa aura dorada llena de hostilidad, sin virtudes ni justicia, solo violencia y un compromiso con un futuro codicioso.

—Debiste ser atrapado por el Laberinto de los Dioses, pero veo que solo los verdaderos Pontífices saben activar ese mecanismo de defensa. —Su voz altamente intimidante se hacía más potente a medida que avanzaba amenazante hacia Seiya con los brazos abiertos goteando rojo—. Me has hecho caer en cuenta de que todavía no tengo todo lo requerido. Todavía no.

—¿Verdadero Pontífice? Pero... —Ese Cosmos no se parecía nada al de ese que le entregó el Manto Sagrado, era una persona totalmente diferente que le hizo retroceder como pocos podrían, por más fuertes que fueran en comparación—. ¿De qué porqueria hablas? Quiero que rectifiques de tus actos diabólicos, mataste a todos estos hombres y...

—¡Cállate y muere, Pegasus! —interrumpió el Pontífice, levantando la mano, cubierta de energía negativa, pero también se notaba sudor cayendo desde la sombra en su rostro.

Seiya no entendía nada, y no lo haría nunca si no reaccionaba. Pero su cuerpo no respondía, estaba como muerto.

—¡Nooooooo! —exclamó de repente el Pontífice, agarrándose la cabeza con las manos como quien sufre la peor de las migrañas.

—¿Qué diablos...? —Seiya estaba totalmente confundido. Su corazón latía a mil por hora ante esa fuerza superior, pero pronto ésta comenzó a desvanecerse y ser reemplazada por algo nuevo.

Uno Cosmos que sí recordaba.

—¡Seiya!

—¿Qué le pasa? ¡No intente engañarme! —Se puso a la defensiva, pero notó también que dejó de tutearlo. ¿No iba a golpearlo? ¿Asesinarlo quizás? Ya no sentía realmente deseos de hacer ninguna de esas cosas—. Si trata de...

—¡Silencio, Seiya! —cortó el Pontífice, arrojando su casco dorado al suelo, el águila sobre la visera chocó contra la hombrera de un pobre soldado que había caído en cumplimiento del deber.

 

Ni una sola arruga a pesar de que supuestamente tenía más de dos siglos de vida. Lucía una larga cabellera negra en vez de la gris de siempre, un rostro de rasgos duros y expertos que habían pasado a través de muchas pruebas, y que aparentaba casi cuarenta años. Sus ojos verdes calmos se cambiaban intermitentemente con un rojo ardiente como el fuego, tal como en el Templo de los Gemelos. Sudaba, estaba afligido, yacía encorvado y temblaba, y miraba a Seiya con una extraña mezcla de tristeza y odio.

«No. No una mezcla», comprendió. Primero una, y luego la otra.

—¿Qué pasa aquí? Tú eres... Saga de Géminis, el hombre que nos atacó a Shiryu y a mí en el tercer palacio. ¿Dónde está el...?

Entonces recordó el rosario que Shun le había entregado, y todo cobró el sentido que buscaba, como uno de esos rompecabezas que odiaba. Y si bien era de cierta manera coherente, al mismo tiempo tampoco lo era.

—N-no hay tiempos para p-preguntas, Seiya, n-no p-podré controlarlo por mucho tiempo, ah —gimió el hombre de ojos verdes, angustiado. Éstos ardieron en una explosión carmesí súbitamente—. ¿¡Te guardaste las fuerzas todos estos años para esto, inutil bastardo!? Vas a... ¡Ah!

El fuego en sus pupilas se apagó, y solo quedaron cenizas. Nuevamente el verde retornó. El verde musgo de Saga de Géminis, el guardián del Templo de los Gemelos, y aparentemente también el Sumo Sacerdote del Santuario. No, tampoco, el viejo se llamaba Sion. ¿Qué diantres estaba ocurriendo?

—¿Saga? —Algo muy malo pasaba con ese hombre, aquel que y su mente ya le daba una teoría, pero si era lo que pensaba, nada saldría bien—. ¡Pontífice!

—N-no soy quien c-crees, Seiya, pero c-como te... dije, n-no importa, n-no queda mucho tiempo. —Estiró uno de sus brazos temblorosos, parecía una bomba a punto de estallar, e indicó un pasillo a la derecha—. Ve por allí, Pegaso. Si siques ese corredor hallarás con la habitación de Atenea.

«Ya vamos a empezar».

—¿Seguirá mintiendo? ¡Atenea es Saori Ki...!

—¡La habitación de la Atenea bebé, la que debía pertenecerle! —Saga se dio un firme manotazo en la cara, como queriendo contener las lágrimas que asomaron en sus ojos—. A-allí hay una... f-flecha... una pieza de una flecha...

—¡La que canaliza el Cosmos!

—¡Cállate! —protestó el Saga de ojos rojos, desplomándose. Seiya trató de socorrerlo pero el de ojos verdes lo apartó—. Sí, d-debes tomar esa flecha y llevarla arriba... al Ateneo. A-allí hay una estatua...

—La estatua de Atenea. —Se decía que era de un tamaño magnífico, pero no vio rastros de la famosa estatua gigante en todo el camino, aunque las palabras de ese hombre, con ese rostro justiciero y triste, no parecían mentir.

—L-la estatua llevaba en su m-mano derecha una... f-figura de Niké que Mitsumasa Kido c-convirtió en un b-báculo. —El Pontífice parecía apresurado en explicar las cosas, y se esforzaba por ser lo más claro posible entre sus gemidos—. Hace dieciséis años desapareció del Santuario, no d-debes... ¡Ah! No debes permitir que yo me apodere d-de ella... y...

No dejaba de llorar y lamentarse, como si expiara sus pecados, pero además parecía sentir un horrendo dolor físico.

—¡Oiga, Sa...!

—¡Eso es lo primero! —interrumpió, irguiéndose de rodillas—. Pero lo más importante es que t-tomes esa pieza de la s-saeta de Aiolos, y la c-claves en lo que la estatua... ah, t-tiene en la mano izquierda, la Égida[1], un e-escudo capaz de e-eliminar todo mal sobre la Tierra. —El hombre le tomó una mano con las suyas, desprendía un Cosmos tan justo y bondadoso que sencillamente no podían pertenecer a aquel que estaba tras la cabeza de Atenea. Eran dignas del Pontífice, aunque él dijera que no lo era—. D-debes hacerlo antes d-de que el Manto de Piscis pierda su voluntad, antes d-de que se apague la última llama, así que... por favor, Seiya, v-vete ya, toma la flecha y s-sube por las escaleras que llevan... a... ah... Al Ateneo, y la maldición sobre Atenea desapa... ¡Ah! ¡¡¡AHHH!!!

—¿¡Qué le pasa!? —El Santo se desplomó otra vez entre dolorosos gemidos, no parecía que aguantaría mucho tiempo el controlar a otro hombre en su interior.

—¡¡¡Vete ya, es una orden!!! —gritó Saga, y Seiya corrió. Pasó junto a él sin mirar atrás como si fuera su superior. Debía recordar lo primordial, lo que Aiolos solicitó: todo era por Saori.

Desplazó una de las cortinas blancas laterales, entre medio de dos pilares, hasta que una voz llena de odio lo llamó.

—No vas a ningún lado, Pegasus.

—¿Qué? —Al voltearse se encontró al Pontífice con la mano levantada, tal como unos segundos antes, como si la escena se hubiera retomado. Por supuesto, sus ojos eran llamaradas.

Saga atacó con un resplandor que le hizo tronar los huesos, fue un dolor casi insoportable de no ser por el Cosmos que le protegió con los deseos de Saga, el de ojos esmeraldas. Cayó violentamente manchando el suelo de sangre, revolviéndose con la de los soldados que debieron escuchar el cambio en el que se suponía era el más grande de los Ochenta y Ocho.

—¿Creíste que te dejaría avanzar, imbécil? —preguntó el Pontífice. Lo oyó avanzando a largas u firmes zancadas—. Cuando Atenea muera me convertiré en un dios, y junto al báculo de Niké seré invencible. ¡Ni Poseidón, el Emperador del Mar, ni Hades, Rey del Inframundo, y ni siquiera Zeus, Señor del Cielo, se me opondrán! Y menos el cobarde que solo logró imponerse por un minuto, ja, ja, ja, ja.

Su risa era tan estridente que casi se caía de espaldas, era un maniaco. Seiya se puso de pie, no supo cómo, pero ya tenía su energía reunida en el puño derecho. La técnica que Marin le enseñó.

—Lamento que tengas problemas, pero al tú actual debo detenerlo. Tendré que matarte para arruinar tus planes, ¡toma esto!

Lanzó sus puñetazos a la máxima velocidad, ya debían estar a la altura de los Santos de Oro con tantas batallas anteriores, pero lo único que logró fue... fue...

 

Risa.

Lo único que logró con su técnica predilecta, la que debía estar al más alto nivel, la que se alimentaba de sus emociones y deseos, fue rasgar las ropas del Sumo Sacerdote, y hacerle reír como un demonio maligno que escuchó una buena broma.

Y para peor, bajo las túnicas resplandecía con hermosas luces doradas uno de los doce Mantos Sagrados de la élite de Atenea, aquel que vistió su enemigo invisible durante la pelea en Los Gemelos. Con dibujos de soles y estrellas, la armadura de Géminis representaba fielmente la dualidad de la constelación.

—Despídete de este mundo, Pegasus, ¡vete a Otra Dimensión y nunca vuelvas! —La técnica que según Shun casi lo devora junto con Hyoga, que se salvó gracias a la intervención de Camus.

Con un manotazo al aire, Saga abrió un portón dimensional, una apertura en el espacio, un vacío infinito desprovisto de Cosmos y solo adornado por algunos cuerpos celestes a lo lejos, que empezó a succionarlo cual aspiradora. Fue incapaz de evitarlo, simplemente esperó su fin, ya que no tenía alas para escapar.

La fuerza de la Otra Dimensión superaba a la gravedad, no le permitía regresar a la alfombra, y tampoco podía encender su Cosmos allí, como si no existiese tal cosa. Ya estaba a medio camino entre dos gigantescos planetas que le hicieron cerrar los ojos, cuando Saga juntó las manos para clausurar el camino dimensional.

No pudo hacer nada, había fallado.

 

Sin embargo, se estrelló nuevamente en el suelo, junto a tres cadáveres. Esta vez lo hizo de espaldas y muy cerca del trono, una silla de colores dorados, muy alta y elegante, que lucía un sol resplandeciente grabado en relieve en el respaldo.

—¿Cómo te atreves a interponerte...? —murmuró Saga, nuevamente en una pelea consigo mismo. Sus ojos ardían como el fuego, pero había algunos tintes verdes que se asomaban de vez en cuando—. ¡De no ser por tu culpa hace mucho que habría logrado apoderarme del mundo! Eres un maldito, ¡te odio!

No matarás a Seiya... —dijo una voz, aunque no provino de sus labios—. Deja de cometer tantos crímenes, ¡eres un Santo de Atenea!

—¡¡¡Ya cállate!!! —gritó Saga, golpeándose el rostro. Al bajar el puño, sonreía con malicia y verdaderas llamas se habían encendido tanto que pudieron calcinar sus cejas—. Si así lo quieres, no lo mataré, pero le haré sufrir un destino peor que ese, así que prepárate para ser el testigo principal de cómo Seiya de Pegaso se convierte en un charco de sangre.

Y en el preciso segundo en que Seiya apoyó ambos pies en el piso, un fiero puñetazo despiadado en la boca del estómago le quitó el aire. Al abrir la boca para gritar, derramó sangre y otras cosas sobre su pecho que lo dejaron al borde de perder el conocimiento, pero no la muerte. Saga no quería matarlo.

Trató de mantener el equilibrio, pensó en lanzar nuevamente su Meteoro, pero un segundo golpe en la mejilla le quebró la quijada y le dañó el oído medio. Tuvo dificultades para oír la risa tenebrosa de Géminis, la cabeza le daba vueltas, no podía pensar con claridad, ni tampoco prevenir golpes que ni siquiera veía venir.

Una patada le dio también en el vientre, su cuerpo dio vueltas y terminó su trayecto cuando un codazo en la espalda le hizo chillar, y también Pegasus relinchó desesperador. Sin saber cómo ni cuándo, terminó empotrado en el techo, y antes de caer, Saga lo esperó con un nuevo puñetazo en la nuca. Esta vez no grito, se le había entumecido la lengua, o quizás se la había mordido. Tampoco oía bien.

El Santo de Géminis lo agarró de espaldas tras estrellarse juntos en un muro, y su risa indicaba que disfrutaba mucho la golpiza.

—Espero que hayas disfrutado el jugar al héroe, Pegasus —pareció decir. Los huesos de sus brazos crujieron, Saga le quebró los codos y continuó con las muñecas, y Seiya solo atinaba a gemir—. Lo próximo podrían ser tus dedos, ya que una de tus piernas te la rompió el León cobarde, ¿verdad?

—Uh... ah... —De rodillas, Seiya vomitó nuevamente, su armadura se cubrió de manchas de todos colores, principalmente rojas. Todo le daba vueltas, su cerebro chocaba contra las paredes de su cabeza y no se detendría pronto.

—Déjame decirte que no permitiré que mueras todavía, tu osadía al llegar hasta aquí es demasiado grande, así que me detendré solo cuando te convierta en un montón de sesos y órganos despedazados... —sonrió— Je, je, je, je, tal vez en ese estado podría continuar de todas formas.

Le dio un codazo en la parte superior del cuello, inmediatamente después tomó su cabeza con una mano y se la azotó contra la hombrera de uno de los soldados, la que se hizo pedazos junto con algunos huesos, no sabía si del guardia o de él mismo. ¿Qué clase de hombre era? Seiya estaba seguro de que no estaba lejos del Séptimo Sentido, pero los golpes de Saga parecían ignorar toda barrera cósmica, era la representación viva de que los Santos podían destruir estrellas

Lo levantó de una patada, y con otra lo arrojó hacia el trono, donde cayó con precisión, aunque de cabeza. Sus piernas quedaron sobre el respaldo, y miraba a Saga desde el piso. El mundo se había vuelto rojo, todo lo que había recuperado en el Templo del Centauro sucumbió ante los ataques de Saga, muy superiores a los de cualquiera, cada puñetazo era como de los Cuernos que le mandó Aldebarán.

«Seiya», susurró Seika.

—No. Aún no —se dijo.

El Séptimo Sentido era la máxima capacidad del ser humano en el control sobre del Cosmos. Los Santos de Oro lo conocían bien, pero ellos, Shiryu, Hyoga, Shun e Ikki lo habían alcanzado a través de las batallas. Según Muu quien encendiera más el Cosmos ganaba, era así de simple y complejo a la vez. Así que era cosa de obtener un poder superior al de Saga.

«Como si eso fuera tan fácil». Se limpió la cara y usó su máxima velocidad para acercarse corriendo a Saga después de derribar el trono y romper el piso de una patada. Sus huesos no lo sostenían, sus músculos se habían desgarrado, pero lo guiaba otra cosa, un sentido superior al tacto que vibraba de dolor. «Mientras esté vivo, mi Cosmos podrá seguir subiendo; mientras arda la llama de mi espíritu, mi energía se alzará infinitamente».

A centímetros del Santo de Oro, se agachó para esquivar una patada y golpeó el piso con todas sus fuerzas. La alfombra se quemó y varios cadáveres de guardias salieron despedidos, mientras continuaba usando el Meteoro para crear una humareda y construir una barrera de escombros. Luego tomó a Saga por la espalda, pasando ambos brazos bajo sus axilas. Éste simplemente se limitó a reír otra vez.

—Ja, ja, ja, buen intento, te pusiste al nivel de un Santo de Oro y usaste una pantalla de humo, me engañaste bien. Pero... ¿qué más podrías hacer?

«Meteorito[2]». Marin le había enseñado una técnica de emergencia para casos en que el Meteoro y el Cometa fueran inútiles o se viera incapaz de usarlos. Como una estrella fugaz, Seiya brincó y se llevó a Saga con la fuerza desatada de su Cosmos, y Géminis siguió riendo como un enfermo.

 

Atravesaron el techo del Templo Corazón sin parar de girar, atrapados en un remolino que al estrellarse les haría un serio daño a ambos. Debía mantenerlo sujeto hasta que impactaran contra el piso ensangrentado del palacio, y para eso requeriría de todo lo que le quedara, de las fuerzas de su hermana y de su concentración al máximo, como Marin siempre quiso.

Aun así, el tiempo se le hizo larguísimo. ¿Tal vez estaba demasiado cerca de las puertas de la muerte? Eso explicaría ese tiempo detenido. En medio de la noche, en la altura, pudo ver la hermosa luna llena en el cielo acompañada de mil estrellas. Se veía enorme, tan cercana como si no los separaran más que unos kilómetros. El Santo de Géminis no emitía palabra, o quizás Seiya no lo oía. Sería su intento final de acabar con la guerra civil, así que pensó que, solo por una vez podría disfrutar del esplendor del firmamento.

Antes de eso, a lo lejos, pudo notar también la última llama encendida del Meridiano. Quedaba poco tiempo, y no había forma de que pudiera continuar, pero si se deshacía de Saga, quizás algún compañero detrás de él lograría clavar la flecha en el escudo... Y sobre eso...

Al girar la cabeza se encontró con un ojo de piedra, o de mármol, no lo supo. Bien podía ser de oro u oricalco. Pertenecía a una gigantesca estatua que se traslucía en el cielo como si perteneciera a otra dimensión. Apenas le alcanzaba para abarcar con sus ojos humanos una parte del rostro de la estatua. De verdad era inmensa, colosal, como correspondía a una diosa.

Desvió la mirada y comenzó a descender mientras ponía sus ojos sobre una gran montaña que había a lo lejos, un monolito que alcanzaba más altura incluso que la montaña del Zodiaco.

—Vaya... —susurró, perdido de sí, preguntándose qué podía ser, y por qué nunca lo había visto.

 

Se estampó en el suelo, e incluso sus oídos dañados quedaron entumecidos por el sonoro impacto. Ya nadie se movía, ni él ni su rival. Por la fuerza giratoria que tomaba el ataque, además de la fricción con el aire y la potencia del Cosmos que lo impulsaba, era muy difícil resistir entero una técnica así, para ambos. El Meteorito se había estrellado, pero no era algo que ocurriera siempre. Los escombros del techo y los pisos superiores le cayeron sobre la cabeza, pero ya poco le importaba. Ni siquiera le preocupaba el intenso dolor que no abandonaba su cuerpo, pues era parte de él, lo constituía como un Santo. Y tampoco tenía ánimos para seguir gimiendo.

Al menos... había vencido. Eso era lo importante.

—Muy bien, Pegasus, lograste asustarme, ja, ja, ja.

—¡No! —quiso gritar, pero ya no tenía caso, hasta sería gracioso. Abrió los ojos con dificultad, se encontró una bota dorada, la de un ser poderoso e iracundo, alguien que podría compararse con una divinidad, o con un demonio del infierno.

Carcajeando, se limpió el polvo de la inmaculada armadura y posteriormente se peinó casualmente el largo cabello como si poco le hubiera importado cualquier acción de oponérsele.

—Me has causado bastantes problemas en este tiempo, Pegasus. Sé que dije lo contrario, pero creo que sí te mataré, ja, ja. —Levantó ambas manos, las cruzó sobre su cabeza y una energía brutal se reunió allí.

Parecía la fusión de gravedad de cientos de estrellas, una presión aplastante y terrorífica que los enterró a ambos casi un metro en dos sendos cráteres generados por un vibrante temblor.

—N-no... —No podía estar sucediendo. ¿Qué clase de monstruo era ese?

—Tendré compasión por ti, aunque espero que termines en lo más profundo del infierno, chiquillo de Bronce. Cuando choque mis muñecas, conocerás el más grande truco de Géminis, la Explo...

Un Cosmos irrumpió violentamente por el portón de entrada cuando las manos de Saga estaban a corta distancia. Seiya logró ver a una sombra que corrió con el puño en alto, cargado de fuego venido de la muerte. Géminis logró esquivarlo a duras penas.

«¿Es...? No puede ser»

—¿Tú aquí?

—Lo lamento, pero no permitiré que mates a Seiya. Lo que si concederé es que te suicides si no quieres ser convertido en pedazos chamuscados.


[1] Aigís, en griego. Simbolizaba en la antigüedad la invulnerabilidad de los dioses.

[2] Inseki, en japonés. Reemplaza al Pegasus Rolling Crash del manga original de Kurumada.


Editado por -Felipe-, 20 febrero 2016 - 15:03 .

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Publicado 13 febrero 2015 - 22:34

buen capitulo

 

me agrado que seiya haya logrado pasar el camino de rosas venenosas usando mas su determinación que una mascara

 

 

y en cierta forma pobre saga es mas fuerte que su rival pero no puede vencerlo debido a que oye voces XD

 

esperando el emfrentamiento entre saga y el fenix


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Publicado 15 febrero 2015 - 06:10

antes te comentaba que no era muy de dorados,este capi(muy bueno) es una de las razones...

su diosa a punto de liñarla,los bronceados muertos o casi muertos

y el pobre seiya recibiendo como si no hubiese un mañana ellos tranquilamente tomando el te

vamos que no tenia ningun sentido XD...

 

menos mal que volvio el fenix a poner un poco de orden

aunque debo decir que nunca estare conforme con esta batalla

ni el anime y mucho menos con el  manga  pero tengo muchas muchas ganas

de ver tu version...que ya te la comentare.

 

por lo que eh leido en tu historia sucedio el lost canvas...tu fenix es la reencarnacion

de kagahu de bennut?



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Publicado 17 febrero 2015 - 14:28

buen capitulo

 

me agrado que seiya haya logrado pasar el camino de rosas venenosas usando mas su determinación que una mascara

 

 

y en cierta forma pobre saga es mas fuerte que su rival pero no puede vencerlo debido a que oye voces XD

 

esperando el emfrentamiento entre saga y el fenix

Es el hombre más terco del mundo, no lo van a derrotar algunas rosas. Además, tuvo el apoyo del espíritu de su hermana.

 

Y sí, Saga me da pena cada vez que lo escribo. Y risa también, jajaj.

 

antes te comentaba que no era muy de dorados,este capi(muy bueno) es una de las razones...

su diosa a punto de liñarla,los bronceados muertos o casi muertos

y el pobre seiya recibiendo como si no hubiese un mañana ellos tranquilamente tomando el te

vamos que no tenia ningun sentido XD...

 

menos mal que volvio el fenix a poner un poco de orden

aunque debo decir que nunca estare conforme con esta batalla

ni el anime y mucho menos con el  manga  pero tengo muchas muchas ganas

de ver tu version...que ya te la comentare.

 

por lo que eh leido en tu historia sucedio el lost canvas...tu fenix es la reencarnacion

de kagahu de bennut?

Mu y los bronces secundarios están subiendo a toda prisa, pero hay algunas cosas que evitan que lleguen a tiempo, se verá en capítulos posteriores.

Sobre la batalla, ojalá te guste mi versión de la historia, está más basada en la del manga pero tiene elementos del animé, y algunas cositas inventadas.

 

En cuanto a lo de Kagaho... mi editor y contrato me tienen prohibido emitir declaraciones a favor o en contra de ese tema en particular xD

 

 

 

IKKI II

 

—Despierta, Ikki —le llamó alguien. El mundo volvía a tener sentido cuando se comunicaba a través de los sonidos.

—¿Eh? —Le costó mover la lengua, como si hubiera estado paralizada.

También tuvo dificultades para abrir los ojos, como si despertara de un largo sueño del que no quería salir, aunque no recordaba nada más que una explosión.

—¡Despierta, Ikki, no hay mucho tiempo! —Esta vez sintió una mano sobre el hombro, una mano cansada, un golpe sin mucho control, pero que le sirvió para recuperar el tacto totalmente.

—¿Shaka? —susurró en voz baja. Se volteó para mirar a quien había sido su oponente, el Santo de Oro de Virgo. Estaba visiblemente agotado, tenía manchas de sangre coagulada en el rostro húmedo, las manos sobre las rodillas, y respiraba con dificultades. Los ojos que tantos problemas le dieron antes estaban de nueva cuenta cerrados. Ikki se puso de pie rápidamente, poniéndose en guardia.

—Sí. Pero no hay mucho tiempo para conversar, debes ir inmediatamente al Templo Corazón.

—¿A dónde? —Trató de no bajar los brazos, no debía confiarse. Pero es que el hombre que lo hablaba, más allá de los rasgos físicos, sencillamente no era igual al que casi los mata a todos.

—Ve a ayudar a Seiya. Está peleando solo contra el Pontífice y no sé cuánto podrá resistir.

—Espera, ¿qué cosa? —No entendía nada. Shaka era el hombre que lo había enfrentado, que había protegido al Sumo Sacerdote, ¿y ahora le ayudaba a atacarlo e incluso matarlo? Además sonaba tan diferente—. ¿Qué tramas, Shaka?

—No tramo nada, Ikki. —Shaka se sentó en el suelo, en posición de loto. Suspiró, agotadísimo—. Estás en buen estado, no sufriste daños en el Nayuta, así que podrás continuar. Date prisa.

—No me iré hasta que me digas qué sucede. —protestó. Trató de recordar lo que era el Nayuta, alguna vez leyó sobre eso, no supo dónde—. ¿Qué hora es?

—Tarde.

A través de un boquete en el techo, miró por un ventanal destrozado. Afuera estaba totalmente oscuro.

—Ya es de noche, ¿dónde estuvimos?

—En el grado más lejano del universo —contestó Virgo—. El choque entre nuestros Cosmos causó una explosión que rompió algunas barreras dimensionales y caímos ahí. En ese lugar sin tiempo ni espacio había... seres. Bestias ajenas a este mundo, supongo que representaciones de mi karma —admitió con una sonrisa.

Ikki comprendió todo apenas vio ese gesto tan extraño en ese guerrero que se había mostrado tan arrogante antes. Lo que significaba que su sexto sentido ya estaba trabajando con normalidad nuevamente.

—Estuviste luchando contra esas cosas para... protegerme.

—Le pedí ayuda a Muu para salir de allí, pero debes entender que eso no es lo que nos concierne ahora... —Shaka acercó su mano hacia un montón de polvo que había en el suelo junto a una columna dañada—. Eres el Fénix, ¿no es así?

—¿Eh? —¿Y ahora qué tramaba? Pudo preguntar, pero estaba claro que ese hombre respondería con una negativa. Una sincera.

—Phoenix, una armadura con una habilidad que incluso los Mantos de Oro quisieran, la capacidad de repararse por sí misma. A pesar de ser reducida a las más pequeñas partículas puede renacer nuevamente. —Shaka tomó un puñado de polvo y estiró la mano hacia él.

—Esto... —titubeó Ikki al darse cuenta de que no era polvo, sino que cenizas de Phoenix, su Manto de Bronce. Para cualquiera podían ser indistinguibles, pero él conocía su armadura como la palma de su mano.

—El Fénix siempre podrá abrir sus alas y surcar el cielo, e ignora incluso a la muerte. —Shaka abrió la mano, y las cenizas que resultaron de un  abrir de ojos, volaron hacia Ikki—. Pero para eso, se necesita un impulso.

—¿Mi Cosmos? —La nube gris reposó sobre su camiseta, rodeándolo.

—Exacto. Así que depende de ti, Ikki. ¿Quieres volver al campo de batalla en nombre de la justicia, dar todo de ti por la humanidad, y ayudar a tu compañero? ¡O prefieres volver a golpear la puerta de los infiernos! Si escoges la primera opción, entonces enciende tu Cosmos.

¿Volver al combate? Ni siquiera tenía que dudarlo. Dejó que el universo en su interior estallara como la gran explosión que creó la materia. Su olfato captó el cambio de aroma, el metal quemado comenzó a transformarse.

 

El nuevo Manto Sagrado de Phoenix era una armadura más bella que antes. Resplandeciente, respirando con relajo. Las piezas, sin desearlo, se incrementaron, cubrieron más su cuerpo y se hicieron más ligeras. La parte central del peto lanzaba destellos de fuego que iluminaron el salón casi tanto como el Manto de Shaka. En sí, rodeado de fuego, notó que la armadura ya no era tan tétrica como antes, sino que tenía tonos más claros, y era la representación de algo fundamental.

—Es vida. La verdadera forma de Phoenix es vida y no muerte.

—Vete, Ikki, pero hay algo más: no mates al Pontífice —advirtió, bajando la cabeza por el cansancio—. No es realmente un ser malvado, es... complicado. Siento en él la pureza de la justicia, aunque ahora no puedo explicar con certeza todo lo que ocurre.

—¿Por qué haces todo esto, Shaka?

—Dudé —fue la rotunda respuesta.

—¿Dudaste? —Ese hombre aducía no dudar de nada mundano. ¿Cuánto lo había hecho dudar en su batalla?

—Sí. Creía que teníamos el poder absoluto, y en particular, que poseía todas las respuestas, pero con la explosión de tu Cosmos, con la energía de tu vida, con los lazos con tus compañeros... —Shaka volteó el rostro hacia la salida, donde se veía un par de estatuas budistas resquebrajadas. No le extrañó que pudiera verlos.

—Shaka... —Definitivamente era un Santo diferente, un verdadero guerrero de la justicia y protector de la paz.

—Por primera vez en mis veintisiete años en este mundo, mi corazón tuvo dudas. Por eso hago esto, porque debo empezar todo de nuevo, plantearme nuevas preguntas y obtener respuestas. —Clavó sus

—Lo repetiré una vez más. Vete, ayuda a Seiya, los alcanzaremos.

 

Recorriendo los palacios, trató de sentir el Cosmos de sus compañeros, pero solo podía sentir el de Seiya a mucha distancia. El guardián de Escorpio no hizo ningún intento por detenerlo, solo le dedicó una mirada inquisitiva.

En la salida del Templo de la Cabra encontró la primera sorpresa: Shiryu se había estrellado junto a un chivo dorado, formando un cráter en la tierra. Dragón apenas pudo hablarle, al tomarle la mano Ikki notó que todo su esqueleto estaba casi destrozado, pero logró murmurar una cosa. Estaba vivo aún.

—Ayúdalo, Ikki, por favor...

Lo tuvo que abandonar ahí, recostado junto a la armadura sin dueño que lanzaba destellos dorados. Ahora llevaba el Cosmos del Dragón en su puño.

En el Templo del Ánfora, un lugar pintado absolutamente de blanco, Hyoga yacía congelado de pies a cabeza frente al guardián de Oro... Pero en ese palacio casi completamente silencioso todavía algo hacía que hacía ruido. Solo una cosa emitía un tenue ruido de tambor que se oía muy claro al ser lo único que rompía el silencio.

¡Un latido de corazón! Le recostó con cuidado en un pilar brindándole un poco de su fuego para alargar su vida unos segundos más, y dedicarle una despedida de corazón.

—Ambos atacamos a nuestros compañeros del alma, nuestros hermanos del Cosmos. Si morimos, sería bueno que al renacer hagamos las cosas bien, Hyoga.

No pierdas el tiempo conmigo, Ikki —respondió el hombre bajo el hielo, directamente a su Cosmos. Sonreía—. Vete ya.

También tuvo que dejarlo atrás, pero llevaba su hielo en su Cosmos ígneo.

El Templo de los Peces era un desastre. Shun estaba tendido plácidamente sobre una cama hecha de su propia sangre. Una rosa de pétalos escarlata incrustada en su corazón absorbía su vida, pero ese Cosmos que siempre había tenido, que se negaba a reconocer, estaba retrasando su hora. Además, llevaba la protección de su madre difunta, el recuerdo que lo acompañaría hasta la tumba colgada en su cuello. La estrella de plata emitió un curioso destello semejante a un aura.

Y aunque hubiera deseado quedarse allí para siempre, sabía que Shun no se lo perdonaría. Arrancó la flor y la tiró al piso, asqueado. No le quedaban más que algunos minutos de vida, pero al ver el otro cadáver, cubierto de flores multicolores, supo que su hermano menor había peleado con todas sus fuerzas hasta el final como un verdadero hombre.

—Sobrevive —le pidió, aunque sabía que sería en vano.

Es la... tercera o cuarta vez que me dices eso —contestó Shun a su Cosmos, y su gentil rostro esbozó la más cálida de las sonrisas.

—Descansa, Shun, ahora pelearé por los dos —le prometió con lágrimas que se derramaron sobre las mejillas de su hermano.

Su hermano movió los labios, aunque no salió sonido alguno. Fue fácil leer el mensaje, de todas maneras.

“Sobrevive”. Ikki no puo evitar sonreír. Su hermano podía tener un humor muy curioso en las peores situaciones.

 

21:40 p.m. del 11 de Septiembre de 2013.

Arribó justo a tiempo ante quien reconoció como Santo de Oro, a pesar de no percibir ningún Cosmos hasta después de entrar al palacio del Sumo Sacerdote. No necesitó muchas explicaciones, solo le importaba defender a ese chico testarudo que, aunque bañado de sangre, se empezó a arrastrar hacia otra parte.

—-¡Fénix Ikki! Debiste haber muerto junto con Shaka.

—Definitivamente no me aceptan en el otro mundo.

El Santo de Géminis, Saga, enfocó su mirada en otro lado, en algún punto distante más allá de las puertas de hierro que acababa de atravesar. En el camino, los cadáveres de decenas de guardias estaban enterrados bajo escombros.

—Ese budista despreciable también está vivo, se puso en contra mía, y se niega a quedarse muerto. ¡Maldito sea!

—¿Estás listo? —le interrumpió poniéndose en guardia. Lo único importante en ese momento era darle tiempo al caballo alado.

—Je, je, je. Un Santo de Bronce o dos no hacen una diferencia, acabaré con ambos al mismo tiempo.

Pero Ikki se sentía impulsado por una extraña energía tras recibir los deseos de Shun, Hyoga y Shiryu, además de su nuevo Phoenix, la versión de la Vida que su maestro jamás esperó que se asomara. En ese momento, estaba al tanto de todo lo que ocurría a su alrededor, y el universo, con excepción de su oponente, se movía más lento o se había detenido. Tenía conocimiento absoluto sobre su mente.

Desplegó sus alas y arrojó su Aleteo Celestial, arrasando con los cuerpos que tenía al frente. Podría darles respetos más adelante, pero ahora eran solo cadáveres. Saga de Géminis no pudo contener el fuerte impacto y fue lanzado hacia el techo. Había sido relativamente fácil, tal vez Seiya le había dado una buena golpiza antes.

Ikki se volteó para mirarlo. El chico olía a sangre y a muerte, pero se seguía arrastrando hacia algún punto más allá de las cortinas blancas de la derecha, poco a poco. No llamó, pero Pegaso no le respondió. «Está enfocado completamente en cumplir su misión, tiene un plan».

—¿Me das la espalda, Fénix, o de verdad creíste que una técnica tan simple acabaría conmigo? —inquirió el Santo de Oro que debía ser el Pontífice, detrás de él. Su Cosmos despedía destellos de violencia y arrogancia sin igual, era quien había tratado de asesinarlos a todos, quien Shaka no deseaba que muriera.

«Tendré que desobedecer al Santo de Virgo».

—Eres fuerte —admitió—. Resististe mi Aleteo Celestial como si fuera nada.

—En realidad fue una situación bastante peculiar, lograste tocarme, tal vez aún tienes el Séptimo Sentido despierto. Eso te pone al nivel de los Santos de Oro.

—¿Tienes miedo?

—Claro que no, ja, ja. Yo estoy por sobre ellos —replicó Géminis. Lanzó una ráfaga de Cosmos que Ikki esquivó a duras penas por instinto y reflejos, y un pilar se derrumbó, lo que hizo tambalear y crujir los pisos superiores.

—¡Maldición! —Ikki reintentó su Aleteo Celestial. Teniendo al oponente tan cerca debía hacer más daño. Calcinó casi toda la cámara, cadáveres incluidos, con la excepción del área este donde Seiya no le prestaba atención a nada de lo que ocurría.

El Santo de Géminis caminó entremedio del fuego con calma e imponencia, no sufría más daños que alguno que otro rasguño en la cara; era inquebrantable. Al menos había perdido de vista a Seiya gracias a las llamas.

—¿Eso es todo?

—¡Imposible!

—Admito que es una gran técnica. Si no me crees, ¿quieres probarla? —Saga alzó una mano y pareció introducirla en la corriente de fuego que corría a su lado, la manipuló sin problemas y la desvió hacia él.

Su propio Aleteo Celestial se le regresó, quizás con más bríos que cuando la arrojó. Lo derribó, luego lo arrastró y aplastó contra un muro por la fuerte presión. Sintió que se le resquebrajaron los huesos, jamás le habían hecho algo así.

Saga continuó con una patada en la boca del estómago. Un olor nauseabundo se acumuló en su boca, y empezó a vomitar sangre. No había sido solo una patada, sino que muchas, que lo dejaron de rodillas. ¡Miles!

—Cuando envié a Cygnus y Andrómeda a Otra Dimensión la primera vez, alguien me interrumpió y bloqueó mi meditación desde la isla Canon, uno de los tres infiernos sobre la Tierra. —Géminis le dedicó una sonrisa maliciosa, como quien disfruta la perspectiva de una horrenda tortura—. Supongo que me toca pagar tus servicios, ¿verdad? —Saga intentó aplastarle la cabeza con la bota, se la convertiría en sesos si lo alcanzaba, pero logró evitarlo por poco, rodando hacia un lado.

—¡porqueria! —Un lado donde lo esperaba el puño derecho de Géminis.

—¿Ya te ibas?

 

Lo que siguió fue una lluvia de puñetazos que no pudo bloquear, peor que cualquier Meteoro de Seiya. Cada golpe le desgarraba un músculo o le dañaba algún hueso, aunque la armadura resistía formidablemente; Saga simplemente ignoraba esa defensa y lo maltrataba a gusto.

Ikki tenía el presentimiento de que sería su última pelea, no podría resistir mucho tiempo esa golpiza bestial a la velocidad de la luz que ni siquiera le permitía pensar con claridad. Era una sensación similar a la que tuvo con Shaka, solo que a diferencia de Virgo que atacaba la mente y el espíritu, Saga se dedicaba al cuerpo y la voluntad. Cada vez que caía en cuenta de que le había roto un hueso en el brazo, ya le había destrozado tres costillas y dos dedos; y entre segundos, por pura diversión quizás, Géminis le daba un espacio para que pensara que tenía una breve esperanza de contraatacar, que quebraba como el cristal con un manotazo en el cráneo.

Pero si el Aleteo Celestial no funcionaba, aún tenía otro recurso. Se bañó en su Cosmos para bloquear uno de los golpes de Saga y retroceder un poco después. Solo unos pasos bastaron, un espacio libre. Concentró sus deseos negativos en el puño derecho e imaginó el daño mental que proyectaría a su enemigo.

Sorpresivamente, Géminis tenía exactamente la misma postura que él, con la misma mano empuñada en alto, con el mismo despliegue de fuerzas oscuras desde su corazón, con la misma repartición de aura alrededor del cuerpo. Tampoco podía quedarse a pensar qué diablos significaba eso, no podía dudar, así que proyectó un haz de luz a la frente de su contrincante, y conectó con el mismo ritmo y tiempo que su oponente hizo sobre su cabeza.

Ambos recibieron la misma técnica mental.

Ikki cayó de rodillas con un horripilante dolor de cabeza. Veía, sentía, y oía cosas: una Esmeralda desfigurada por una tétrica mutación le dedicaba aullidos sin sentido; Shun se arrancaba los ojos con sus cadenas y le amenazaba con hacerle lo mismo; su madre se pudría con su enfermedad, ahocando a su bebé antes de morir. La peste de la sangre inundó sus receptores olfativos y sintió su cerebro partirse en trozos chamuscados.

Había también cientos de tambores resonando al mismo tiempo en cada rincón de su mente, de forma entrecortada y desorganizada. Aulló a todo pulmón, y pudo oír una exclamación similar a poca distancia. El silencio volvió exactamente un segundo después.

 

Ikki jadeaba, respirando con dificultad por el trauma que debía controlar. Miró hacia atrás para encontrarse con la mirada cansada de Saga de Géminis, que se mantenía en la misma postura, como si estuviera frente a un espejo.

La diferencia era que él sonreía.

—Vaya, vaya, ja, ja, ja, muy interesante —congratuló Géminis, limpiándose el sudor del rostro, había un tic en uno de sus párpados—. Ambos utilizamos la misma técnica, la Ilusión Diabólica, un arte ancestral y oscuro que daña el cerebro, pensé que te ganaría, pero veo que has superado tanto mis expectativas como las tuyas, y por eso, nuestras fuerzas mentales equitativas se anularon tras unos segundos, cuando las superamos con nuestra voluntad —terminó de explicar.

—No será tan fácil acabar conmigo.

—Je, je, ahora dependeremos de nuestras aptitudes cuerpo a cuerpo, pero no será problema, te destruiré a ti y a Pegasus con... —Saga titubeó, e Ikki maldijo a los dioses al mismo tiempo. Solo quería unos segundos más...

Pero lo había notado.

—porqueria. —Al menos estaba más allá de las cortinas, era algo.

—¿Dónde rayos está Pegasus? —gruñó Saga.

—Muy lejos de tu alcance. —Ikki se arrastró hacia el pasillo por donde hacía mucho rato se había perdido Seiya, y abrió los brazos impidiéndole el paso.

—¿¡Dónde está Pegasus!? —rugió Géminis lanzando una ráfaga de Cosmos tan potente y furibunda que trisó a Phoenix, en la zona del pecho que salpicó rojo.

Pero Ikki resistió, sin caer. No importaba cómo, pero debía aguantar hasta hallar la manera de vencer a ese tipo.

—S-si me matas... t-te lo diré, ja, ja...

—Tardas demasiado en morir, ni Shaka pudo hacer el trabajo. Lo mejor será apartarte del juego de una vez, así que quítate de mi camino.

Saga rasgó el aire y el espacio se abrió ante él, un infinito de redes luminosas en medio del Templo Corazón.

—M-mie... —Sabía lo que tramaba, pero su cuerpo no respondía, no podría evitar lo que ocurriría. Además ese violento Cosmos lo ataba de brazos y piernas.

—¡¡¡Piérdete para siempre en Otra Dimensión, Fénix!!!

Ikki trató de oponer la máxima resistencia a la absorción para que Seiya se adelantara lo más posible, pero pronto su Cosmos ya no pudo sostenerlo. El palacio se derrumbó sobre él al tiempo que la brecha se cerraba.

 

 

 

 

***

 

 

Y por cierto, esta era la vieja armadura de Fénix con la que Shaka se puso a jugar a las explosiones.

Spoiler

 

 

Esta es la nueva, el primer cambio de la Cloth de Phoenix en la historia, tomando su forma de "Vida" y no de "Muerte".

Spoiler

 

Ojalá se aprecie una diferencia jeje


Editado por -Felipe-, 20 febrero 2016 - 15:04 .

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Publicado 17 febrero 2015 - 15:39

la pelea entre el pollo el majestuoso fenix y el loco fumon poderoso saga te quedo genial

 

la parte que mas me agrado fue:—Él también está vivo, ese budista despreciable también se ha puesto en contra mía, y se niega a quedarse muerto.

 

menos mal que ikki no alabo el poder de shaka ya que si no se libraria una batalla  verbal de los 1000 dias entre shakista y sagista XD

 

 

 

:unsure: sobre la nueva armadura del fenix ,bueno como decirlo ......................................

me hiso recordar a omega.......................lo que intento decir es que..........

 

 

Espera creo que me llaman..............otro dia termino de dar mi opinion sobre la armadura

 


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Publicado 20 febrero 2015 - 12:52

la pelea entre el pollo el majestuoso fenix y el loco fumon poderoso saga te quedo genial

 

la parte que mas me agrado fue:—Él también está vivo, ese budista despreciable también se ha puesto en contra mía, y se niega a quedarse muerto.

 

menos mal que ikki no alabo el poder de shaka ya que si no se libraria una batalla  verbal de los 1000 dias entre shakista y sagista XD

 

 

 

:unsure: sobre la nueva armadura del fenix ,bueno como decirlo ......................................

me hiso recordar a omega.......................lo que intento decir es que..........

 

 

Espera creo que me llaman..............otro dia termino de dar mi opinion sobre la armadura

Imaginaba que no le iba a gustar a algunos xD, aunque aún así quedo con la duda.

 

¿Qué fue lo que no te gustó? ¿Tal vez los colores? La armadura es morada oscuro, pero con los reflejos que le puse (tal vez me pasé con eso) quedó media rosada.

¿O fue le diseño? Bueno, como sea, intentaré mejorar :)

 

 

 

AIOLIA II

 

21:40 p.m. del 11 de Septiembre de 2013.

Rugió de ira apenas se vio nuevamente en buen estado. No importaba lo que pasara, iba a despedazar al anciano Sion por su traición. Aiolia lanzó las sábanas al suelo, salió de sus aposentos y bajó las escaleras —con algo de lentitud, todavía no se acostumbraba bien a andar sin alguien dándole órdenes en la cabeza— sin prestar mucha atención a los gritos de Lithos, aunque la oía perfectamente.

—¡Señor Aiolia, espere!

—Voy a matar a ese inutil anciano de...

—¡Señor Aiolia! —Lithos se paró al final de la escalera y abrió su brazo de metal a un costado, impidiéndole el paso—. ¡Deténgase por favor!

—Ese bastardo hijo de... Ah, Lithos, no te metas en mi camino —ordenó sin detenerse. Siguió bajando a paso firme.

—Señor Aiolia, el señor Santo de Pegaso dijo que usted fue afectado por una tal Ilusión Diabólica, y que no debería levantarse en varios días. El señor Muu de Aries envió un mensaje similar. —Los ojos de aquella que amaba como una hermana eran muestras perfectas de cariño y preocupación, pero en ese momento solo pensaba en la ira y el engaño, a pesar de que la cabeza le daba mil y una vueltas.

—Hazte a un lado, Lithos. —Con delicada inflexibilidad, la desplazó con la mano a un costado y continuó su camino por el corredor principal.

—Señor Aiolia...

—No te metas.

—¡¡¡Aiolia de Leo, detente ahí en este instante, maldita sea!!! —gritó en esta ocasión, dejándolo paralizado como siempre que le hablaba así.

Miles de veces le había dicho que no tenía por qué hablarle con formalidad, que eran como hermanos desde que la salvó de su padre diez años atrás, convertido en un monstruo por los Titanes, y que a él no le gustaban esa clase de protocolos, pero ella siempre se negaba aduciendo que era lo correcto, y que por eso le pagaba el Santuario, aunque lo amara también como una hermana. Por eso, cada vez que le hablaba así, se quedaba congelado.

—¿¡Qué pasa, Lithos!? —se volteó furioso cuando recuperó la movilidad.

—Si va de esa manera podría tener problemas —se excusó ella, bajando la cabeza con humildad, y algo de tristeza. Con unas pocas excepciones, jamás le subía la voz, y siempre era por cosas triviales, como discusiones sobre la comida. Aiolia se sintió pésimo, de pronto.

—Pero... pero...

—Ella tiene razón, Aiolia —opinó una voz calma y monótona que apareció por el vestíbulo, una que obviamente recordaba—. No te esfuerces demasiado o te harán pedazos allá arriba.

Él la había conocido una vez, en Jamir, y ya en esa ocasión se habían puesto juntos en su contra. No tenía nada de gracioso, Lithos sutilmente dio un paso hacia él, lo que lo hacía peor. ¡Pero si estaba actuando como cualquiera lo haría!

—¿Qué acabo de oír, un sermón? —preguntó socarronamente con la mano en la oreja—. Debe ser Muu de Aries, por supuesto.

—Aiolia, solo te pido que no te apresures —sugirió el Santo de Jamir. No había cambiado mucho desde que lo vio por última vez, conservaba la apariencia hippie de siempre, envuelto en un aura de misticismo, tranquilidad y armonía.

—¿El que se pierde del Santuario por dieciséis años me enseñará qué es lo correcto? No me hagas reír, Carnero. —Encendió su Cosmos para amedrentarlo, pasaría por encima de su compañero si era necesario para salvar a Seiya y los demás Santos de Bronce—. No te pongas en mi camino.

—No lo haré —repuso Muu—. Al contrario, te acompañaremos. Solo pido que no te sobre esfuerces de más, mira lo débil que está tu aura.

—¿Acompañaremos? ¿De qué estás...?

 

Y súbitamente, como si hubieran esperado su pregunta, casi una decena de personas más aparecieron por el gran portón, y entraron al salón, anunciados por Goldie  y Blondie. Seis Santos de Bronce, una de Plata, un chico que parecía duende y traía un báculo dorado en la mano, y también Aldebarán, el enorme guardián del segundo palacio.

—¡Oh, cuánta gente! —suspiró Lithos, creyendo seguramente que tenía que servirles algo—. Buenas noches, señor Aldebarán. Oh... ¿Quién...?

—¡Qué tal, Lithos! —Tauro hizo caso omiso de la segunda pregunta de su asistente, y clavó sus ojos negros en él—. Qué recuerdos me traen las discusiones entre tú y Muu, pero no es el momento, León.

—Alde, ¿qué...? ¿¡Quién...!?

Aiolia cayó entonces en cuenta de su error. Era exactamente una decena de personas: Aldebarán traía en sus brazos una bella muchacha de cabellos castaños sin rastro de Cosmos, cubierta por su capa dorada. Debía estar muy mal de la cabeza, pues tardó mucho en recordar que era su diosa. ¡Su diosa!

—¡¡¡Es Atenea!!! —Corrió hacia Aldebarán, y el gigante la bajó un poco para que pudiera revisarla. Estaba pálida, inconsciente, y con una flecha de su hermano incrustada en el pecho que la hacía manchar continuamente su camisa de seda con sangre—. ¿Qué le pasó? ¡Respondan!

—Ptolemy le clavó eso por órdenes del Sumo Sacerdote —explicó Shaina, que ya se dirigía hacia la salida del templo—. No hay tiempo que perder.

—Es una de las flechas de Aiolos —reconoció. Esas que absorbían energías vitales de otros—. ¡Ese anciano está demente! —Aiolia clavó su mirada en el Carnero dorado, ya no le importaba qué pensara nadie—. No me interesa tu opinión sobre esto, Muu, pero te lo advierto: tengo intenciones de asesinar a tu maestro.

—Aiolia... —Muu suspiró tan profundamente que todo el palacio cayó con anestesia en el sopor. Hasta sus dolores de cabeza disminuyeron—. Ese hombre allá arriba no es mi maestro Sion.

—Disculpa, ¿qué? —inquirió Aldebarán.

—¿Cómo que no es...? ¡Explícate, Carnero!

—No es mi maestro —repitió—. No sé quién es, pero tengo mis sospechas.

—E-es cierto —se sumó una voz cansada y dolorida. Una persona más entró justo después, tambaleándose, con el Manto de Plata seriamente dañado. Las bellas alas blancas se habían despedazado—. El Pontífice S-Sion de Aries... e-está muerto... d-desde hace mucho...

—¡Marin! —Shaina detuvo su caminata y corrió a socorrerla, y la sujetó de la cintura antes de que se desplomara. La Santo de Águila se veía sumamente débil—. ¿Qué te pasó, Marin? ¿¡Quién te atacó!?

Esa era una escena infinitamente extraña, todos en el Santuario sabían que la domadora de serpientes odiaba al águila, pero ahora la estaba salvando de romperse la cara contra el suelo del palacio. Por supuesto ignoraron eso y se acercaron a ellas.

—¿Es la maestra de Seiya? —indagó el Santo de Unicornio.

—Nadie me atacó... —gimió Marin. Un hilillo de sangre caía bajo su antifaz igual que en su nariz, labios, brazos y piernas, pero la máscara estaba en perfectas condiciones—. E-estuve en e-el Monte Estrellado.

—¿Qué estuviste dónde? ¡Imposible!

Shaina tenía una buena excusa para su escepticismo. El Monte Estrellado era la montaña más alta de la Tierra, el lugar más cercano a los cielos. Desde allí, todos los Pontífices de la historia del Santuario habían visto el destino de la humanidad en las estrellas, era una zona de acceso solo concedido a ellos o Atenea.

Se suponía que algo secreto perteneciente al Pontífice le permitía subir esa alta y escarpada colina, y por lo tanto para los Santos era imposible escalarla, incluso los de Oro. Se decía que el más apto apenas podría llegar hasta la mitad.

«Entonces... ¿Cómo pudo Marin...?»

—¿Podrías repetirlo? —cuestionó Aldebarán, sosteniendo con un solo brazo el cuerpo de la diosa para rascarse la cabeza con la mano libre.

—T-tenía que investigar, a-algo muy raro estaba ocurriendo, y lo d-descubrí en la zona más r-resguardada del Santuario —explicó balbuceando la maestra de Seiya, con quien siempre tuvo una buena relación. El estado de su armadura se debía seguramente a los campos de fuerza del Monte—. Era lo que esperaba: Sion está allá arriba, lleva cof, cof, m-muerto más de d-diez años. Estaba t-tirado en el p-piso... del templo como si fuera cof, c-cualquier... cosa. —Marin tomó un respiro y Shaina le limpió la sangre de la boca antes de que continuara—. N-no se ha d-descompuesto g-gracias a su increíble Cosmos, p-pero tiene gran p-parte del cuerpo quemado y un agujero en el corazón. Era c-como si le hubiera alcanzado una lluvia de estrellas o una explosión de...

Marin se interrumpió para toser más sangre y no pudo seguir. Lithos corrió a la cocina a buscar medicamentos o agua. Aiolia, así como Muu y Aldebarán, estaban estupefactos no solo por sus palabras, sino por el contexto: ni siquiera los Santos de Oro deberían ser capaces de llegar a la cima del Monte Estrellado, por lo que una proeza así debería causar un daño infernal. Pero en sí, esa opción parecía imposible hasta ese momento, y sin embargo nadie en el Santuario podía considerar a Marin de Águila una mentirosa.

—No entiendo. Si el Pontífice está muerto, ¿quién está arriba? ¿Quién nos ha estado dando órdenes estos años? —cuestionó Aldebarán.

—Parece que mis motivos para sospechar que algo andaba mal estaban bien fundamentadas. Debí investigar mejor —murmuró Shaina con cierto pesar—. Por eso dejaste el Santuario hace tiempo, ¿verdad, Muu de Aries?

—Sí —asintió éste—. Aunque no sabía quién...

Veo que ya no hay motivos para seguir ocultando esto —interrumpió una voz en sus cabezas, en sus Cosmos, de alguien que desbordaba experiencia y sabiduría en cada sílaba—. Muy buena detective, Aquila, je, je.

—¡Es el maestro de LuShan, Dohko de Libra! —se dieron cuenta todos.

Aiolia no solo sentía el Cosmos de Dohko, sino que también los de Milo de Escorpión y de Shaka de Virgo, como si estuvieran junto a ellos en el mismo salón. Alguien capaz de conectar esos Cosmos al interior del Santuario desde China solo podía ser el anciano de Libra.

Les explicaré —continuó la voz sabia de Dohko—. Alguien usurpó el trono del Santuario que pertenecía a mi viejo compañero de batallas y maestro de Muu, Sion de Aries, hace dieciséis años, la noche en que Atenea nació.

—¿Esa misma noche?

Fue cuando todo ocurrió. Recordó bromear con Aiolos antes de dormirse, lo había mandado a llamar el Sumo Sacerdote. A mitad de la noche lo despertaron para interrogarlo sobre el paradero de su hermano, a quien acusaban de traidor, de haber intentado asesinar a la infanta diosa y rebelarse ante su líder.

¿Me dirían quién fue el Santo que más cambió después de lo que sucedió esa noche?

Todos los Santos de Oro respondieron al unísono a la pregunta del anciano, no había dudas, pero aun así era difícil, pero evidente, creer en la ruta que estaba tomando la conversación.

—Saga de Géminis.

—Muchos en el Santuario pensaban que sería elegido Sumo Sacerdote para suceder a Sion —rememoró Shaka. Su voz —tan cercana que parecía estar al lado suyo, a diferencia de Dohko, por sobre ellos— parecía mucho más serena y humilde que de costumbre, aunque Aiolia no supo cómo dedujo algo así.

—Lo llamaban «semidiós» —comentó Aldebarán, observando a la verdadera diosa que cargaba en sus brazos, bajo su capa.

—Incluso mi hermano lo creía, a pesar de que él era el otro candidato más fuerte. —Sintió la ira incrementar dentro de él. Fueron los peores años de su vida.

—En esa época solo había cinco Santos de Oro, sin embargo Aphrodite, Shura y DeathMask eran demasiado jóvenes, no superaban los dieciocho años —recordó Milo, siempre pendiente de lo que brillara de color dorado.

Así es, Saga y Aiolos eran los mejores candidatos, pero a Géminis algo lo cambió, lo dominó la ambición, y por eso asesinó en primer lugar a Sion en el Monte Estrellado, tal como descubrió la señorita Aquila. —Dohko cambió del serio a un tono más triste—. Imagino que el elegido por Sion fue justamente Aiolos, y los celos llevaron a Saga a la locura.

—Pero... yo recuerdo a Saga de antes de la rebelión. Todos sabemos lo gran Santo que era: apto para el cargo, lleno de bondad y justicia, la gente lo consideraba un semidiós. T-tal vez después cambió un poco pero ¿cómo es posible que fuera capaz de algo así? —titubeó Milo, y luego voz cambió a algo más acusador—. Con todo respeto, maestro Dohko, usted nunca respondió los llamados del Santuario, así que ¿por qué deberíamos confiar en lo que dice?

—¡Escorpión! —regañó Aldebarán.

Tranquilos, tiene razón en dudar. Pero Milo, ahora es cuando vienen las pruebas, y la primera es: ¿cómo podría responderle a alguien que no era el Sumo Sacerdote del Santuario? Créeme, yo reconocería a mi más grande amigo de juventud.

—Eso es... —Y así, Milo simplemente calló.

Tras asesinar a Sion, intentó hacer lo mismo con Atenea, que acababa de descender del Olimpo y aparecer en la estatua, pero aparentemente el destino quiso que solo alguien de su nivel pudiera estar en el mejor momento posible. Fue solo por la casualidad.

—¡Mi hermano!

Así es —asintió Dohko con una pizca de alegría, como si acabara de suceder—. Detuvo a Saga, y cuando escapó con el bebé, el Santo de Géminis se hizo pasar por el Pontífice y lo acusó de traición. Envió a los Santos de Oro de Capricornio, Piscis y Cáncer a matarlo, pero no lograron dar con Atenea.

—Se supone que DeathMask la rescató... —recordó Aldebarán. Aiolia soltó un leve carraspeo, y el gigante se dio cuenta de la más grande tontería en la historia del Santuario—. ¡Ah, por todos los dioses!, ¿cómo pude creerme eso?

En realidad no hay razones para dudar de un Santo de Oro, ni menos del máximo representante de la diosa en la Tierra —siguió el maestro—. Saga cumplió su ambición, se ha estado haciendo pasar por el Pontífice todos estos años, planeando en secreto como matar a la verdadera Atenea, pero no pudo dar con ella hasta que las Sombras de la isla Reina de la Muerte atacaron a Saori Kido, y comenzó a sospechar que podría ser ella.

—¡Pero es imposible! —exclamó Milo nuevamente con su escepticismo—. ¿Quién resguarda Los Gemelos, entonces?

Una gran ilusión, me temo. Los Santos de Géminis siempre se caracterizaron por ser capaces de manipular el espacio, supongo que se doblegó a sí mismo para hacer parecer que el Santo de Géminis seguía presente en su Templo. Imagino que es el método que utiliza también para evitar la teletransportación entre los distintos puntos de la Eclíptica.

—Me cuesta creerlo. ¿Por qué Saga cambiaría así, tan de repente?

—Esquizofrenia, doble personalidad —determinó Shaka desde el Templo de la Doncella—. Tiene dos rostros, uno bueno y otro malo.

Exactamente, y en este caso, el lado malvado ha dominado sobre el justo, lo que lleva a la situación que Aldebarán sostiene en sus brazos. —Con las palabras de Dohko, todos miraron a la hermosa joven que yacía al borde del precipicio a la muerte, aquella por quienes todos se habían preparado, a quien juraron proteger—. En mi humilde opinión, Saga es digno de lástima.

—¡Nada de lástima! —rugió Aiolia, rojo de ira, dirigiéndose a la salida a toda velocidad, otra vez.

—Aiolia, espera...

—¿Que espere, Muu? ¡Mira a tu alrededor, con un demonio! Por su culpa el Santuario está en las condiciones que está, por su culpa tu maestro está muerto, por su culpa mi querido hermano también, arruinando mi juventud; por su culpa nuestra diosa está agonizando, por su culpa asesiné a Cassios, ¡y por su culpa Seiya y esos chicos sufren lo que nosotros deberíamos sufrir! —Rememoró sus juramentos de joven, cuando obtuvo a Leo un año después de la muerte de Aiolos, y cuando luchó junto a sus compañeros contra los Titanes—. ¿No recuerdan? Nosotros debíamos construir un mejor futuro para ellos, no arruinárselos.

—Te comprendo, y por eso todos iremos contigo —repitió Muu.

—No debes hacer todo solo, León —replicó Aldebarán.

—¡Pero no hay tiempo! —advirtió el Oso mirando por la ventana—. Al reloj le queda muy poco, unos diez minutos o menos, creo, por lo bajo de la llama.

—¿Qué acaso ya fallamos? —se lamentó Milo desde su casa más arriba.

No —replicó Dohko—. Hay que proteger a la diosa, ella vivirá, y eso lo sé porque después de tanto, confío ciegamente en esos jóvenes Santos de Bronce. Cumplirán con su deber, y ustedes deben estar allá arriba con ella cuando despierte, para enfrentar a Saga, y recuperar la paz del Santuario. ¡Vayan!

—¡Sí! —respondieron todos.

Aiolia confiaba también en Seiya, pero tampoco quería que sufriera, le había hecho daño ya. Aldebarán se adelantó para llevar a Saori Kido, la diosa que todos habían jurado proteger, a la salida del palacio.

—¡Lithos!

—¿Sí, señor Aiolia?

—Cuida de Marin, por favor.

—Sí —obedeció, llevando a la Santo de Águila junto con Shaina y el duende con varios medicamentos en un botiquín de emergencia. a una de las habitaciones para que descansara.

Sin embargo... todavía tenía una pregunta más.

—¿Maestro? —preguntó mientras salía del palacio junto a los demás. Supuso que la conexión mental aún estaba activa.

—¿Qué pasa, Aiolia?

—¿Por qué decidió reaccionar recién ahora? Sabía esto desde mucho tiempo atrás, ¿o me equivoco? —interrogó, tratando en lo posible de sonar respetuoso.

Estás molesto y lo entiendo —contestó el anciano con amabilidad—. La verdad es que he estado mucho tiempo haciendo lo mismo que Saga: buscar a Atenea. Sabía... quería creer que seguía viva, y que DeathMask nunca la encontró. Lo descubrí más o menos al mismo tiempo que él, y que tú también. Antes... lamento admitir que no habría podido hacer nada contra Saga, y sin pruebas, ustedes no me habrían creído.

—Es cierto —confirmó Aiolia.

Pagaré mi pecado en el otro mundo por no haberla buscado mejor, pero de aquí en adelante solo me queda protegerla con mi vida, aunque ésta esté vieja y gastada. Es lo que todos debemos hacer, además de confiar en los Santos de Bronce.

 

Así que lo descubrieron —vibró otra voz, muy distinta, en sus Cosmos. Una llena de maldad, de odio, de ira, y también de siniestro regocijo. Nubló el Santuario con una manta oscura distinta a la noche, cada zona a lo largo y ancho se sumió en sombras brumosas que podían atemorizar hasta a los más valientes. Incluso las estrellas tomaron tintes grises y opacos.

—¿Qué es eso? —preguntó el Santo de Lobo, deteniéndose junto a los otros Santos de Bronce—. ¿Qué diablos está pasando?

—P-parece la voz... de-de-de un d-dios... —tartamudeó el Santo de Hidra.

—Es como un eco que resuena en cada rincón del Santuario —dijo el Santo de Osa Mayor.

—¡No se detengan! —les ordenó desde atrás, y todos prosiguieron su camino aunque sin apartar la atención de la voz de Saga de Géminis.

Anulé la conexión con el viejo inútil de Libra, y ahora solo me oirán a mí. Pueden llamarme «Dios» si lo desean, tal como dijo Hydra.

—¿¡Te volviste loco, Saga!? —reprochó iracundo Aldebarán, cargando con sumo cuidado a la diosa Atenea—. ¿Cómo es posible que...?

No te exasperes, Toro, o se te caerá la muchachita, ja, ja —rio Saga con malicia indudable, como si deseara conseguir eso solo con su voz—. No me quedaré mucho tiempo con ustedes. Les aviso que ya vencí, en breve me convertiré en el dios que se ocupará de este planeta, que los protegerá incluso a ustedes de Poseidón, Hades, Ares, y cualquier divinidad que se me oponga desde el Olimpo.

—¿Usando el Cosmos de Atenea? —cuestionó Camaleón con una osadía inesperada en esas condiciones—. Que estúpido, eres solo un cobarde megalómano más, como hay por montones.

Vaya, tú debes ser la que Aphrodite no pudo matar, qué interesante, pero al final tú y todos ustedes van a morir si se me oponen, así que no te conviene faltarme el respeto, princesa. —Saga se oía como si estuviera allí corriendo junto con ellos, parecía de verdad capaz de manipular el flujo del espacio—. Al igual que lo hicieron los que subieron hasta aquí. Phoenix, Draco, Cygnus y Andrómeda están ya pudriéndose en el infierno.

—¡Maldito! —gruñeron algunos de los jóvenes de Bronce, amigos de la niñez de esos muchachos.

Aiolia podría haber apurado la marcha, pero tenía que admitirse a sí mismo que su dolor de cabeza, culpa de la Ilusión Diabólica, se lo impedía. Por otro lado, Shaka y Milo tenían que esperar a escoltar a la diosa; Aldebarán la estaba cargando, y Muu debía quedarse con ellos al ser quien estaba en mejor estado por si había algún problema y fallaban... Aunque no había nombrado a Seiya de Pegaso.

—¿¡Qué le hiciste a Seiya!?

Aiolia, tú habrás fallado en asesinarlo cuando te convertí en mi juguete, pero yo no soy como tú, ja, ja, ja —se burló Géminis—. El muy irreverente se me escapó, intenta salvar a la doncella en peligro, pero apenas puede mover los pies. De hecho fuiste tú quien le quebró uno, ja, ja, ja. Lo encontraré en un par de segundos, y cuando termine con él me encargaré de todos ustedes, ya convertido en un dios. Así que los espero aquí.

La calma volvió al Santuario al igual que las luces de las estrellas, pero no a su corazón. «Saga... si matas a Seiya, si acabas con la vida de Atenea... no habrá nada que me impida hacerte polvo», prometió.


Editado por -Felipe-, 20 febrero 2016 - 15:05 .

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Publicado 20 febrero 2015 - 15:03

bueno el diseño de la armadura y sus colores en si esta bien pero creo que exageraste en los reflejos.

 

 

sobre el capitulo:me agrado bastante

 

 

 

 

aunque me genero una duda este parrafo: Sion de Aries, el Sumo Sacerdote, está allá arriba, lleva muerto más de diez años, está tirado en el piso del templo como si fuera cualquier cosa, no se ha descompuesto gracias a su increíble Cosmos

 

-Entonces los "expertos del m.o  del foro" estaban en lo cierto al afirmar que el patriarca tiene un cosmos extremadamente poderoso superior al de saga. :blink: 

 

 

 -se supone que dohko y el patriarca estan igualados y aqui el venerable anciano acepta que saga es mas fuerte que el,ahora si me confundi:

lamento admitir que no habría podido hacer nada contra Saga :s46: 

 

 

 

 

 

 

me agrado cuando saga se burla de todos como un verdadero villano que cree que no puede ser detenido

 

 

Pd:tienes pensado la "genial idea" de convertirlo en una especie de gigante monstruoso como en la nueva peli de saint seiya

 

 

 


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Publicado 21 febrero 2015 - 06:28

pues la verdad es muy difcil que este conforme con la batalla de ikki y saga

por el momento en el que se desarrolla...llega fresco,con nueva armadura y septimo sentido

despertado pienso que kuro deberia haberle dado una de tecnica  mas al fenix(siempre me parecio muy injusto este detalle)

y hacer el combate mas equilibrado...

tu combate esta a buen nivel...aunque me hubiese gustado un poco mas largo...con no se...

saga tirandole el templo corazon encima de ikki XD...

espero que no termine asi y vuelva de la otra dimension.

 

me encanta tu aliolia!! me ha gustado este capi suyo,ya se ha descubierto la manipulacion

del loco de saga...aqui lo estuve flipando cuando lo vi de pequeño

como los tenia a todos engañados XD

 

espero que te animes y lo pongas en pdf para poderlo compartir.

 

 

 

 



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Publicado 21 febrero 2015 - 19:22

Genial amigo, disculpa que no halla comentado, he estado haciendo algunas cosas de mu tesis y he entrado esporádicamente, por ciertos buenos cap me ha gustado mucho la peleas que se han desarrollado e ikki sigue igual de bad ass XD asi que bien por hay, aunque bueno a pesar de ser muy bad ass le siguen dando hasta en la cedula al pobre. Detesto a aioria jamas me gusto ni me gusto ni me gustara el condenado es fácil de manipular.

yo espero una gran participación de los dorados en la saga de hades yo no se si tu lo haras pero me encantaroa verlos luchar a todos en la saga de hades. Jajaja saludos amigo, tu historia sigue siendo excelente ^_^

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Publicado 24 febrero 2015 - 16:21

bueno el diseño de la armadura y sus colores en si esta bien pero creo que exageraste en los reflejos.

 

 

sobre el capitulo:me agrado bastante

 

 

 

 

aunque me genero una duda este parrafo: Sion de Aries, el Sumo Sacerdote, está allá arriba, lleva muerto más de diez años, está tirado en el piso del templo como si fuera cualquier cosa, no se ha descompuesto gracias a su increíble Cosmos

 

-Entonces los "expertos del m.o  del foro" estaban en lo cierto al afirmar que el patriarca tiene un cosmos extremadamente poderoso superior al de saga. :blink: 

 

 

 -se supone que dohko y el patriarca estan igualados y aqui el venerable anciano acepta que saga es mas fuerte que el,ahora si me confundi:

lamento admitir que no habría podido hacer nada contra Saga :s46: 

 

me agrado cuando saga se burla de todos como un verdadero villano que cree que no puede ser detenido

 

 

Pd:tienes pensado la "genial idea" de convertirlo en una especie de gigante monstruoso como en la nueva peli de saint seiya

No. O sea, depende. A ver, lo de que Sion se mantenga AÚN sin descomponer no tiene que ver con que tenga más o menos Cosmos que Saga y Shaka, sino que por su experiencia, tiene un mayor control del mismo.

Un ejemplo, aunque no sé cuánto te manejes en eso. En Star Wars, Obi Wan se deja matar por Vader, sin importar cuál de los dos era más fuerte, ya que el viejo no "muere" en su totalidad. Su conocimiento de la Fuerza es tal, que se une con ella después de su muerte física, por eso se le sigue apareciendo a Luke. Entonces, no es una cosa de fuerza, sino de conocimientos, y Sion cultivó tanto su Cosmos que logró algo de ese calibre como evitar (o más, retrasar) la descomposición de su cuerpo.

 

Sobre la fuerza de Sion y Dohko, tendrán que juzgar por ustedes mismos cuando aparezcan en acción... si es que aparecen tun tun tuuuuuuuuun...

 

 

¿A quién engañó? xDDD

Ah, y por cierto, ¿lo del Saga-zord?

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Espero que eso responda la pregunta jaja

 

 

 

pues la verdad es muy difcil que este conforme con la batalla de ikki y saga

por el momento en el que se desarrolla...llega fresco,con nueva armadura y septimo sentido

despertado pienso que kuro deberia haberle dado una de tecnica  mas al fenix(siempre me parecio muy injusto este detalle)

y hacer el combate mas equilibrado...

tu combate esta a buen nivel...aunque me hubiese gustado un poco mas largo...con no se...

saga tirandole el templo corazon encima de ikki XD...

espero que no termine asi y vuelva de la otra dimension.

 

me encanta tu aliolia!! me ha gustado este capi suyo,ya se ha descubierto la manipulacion

del loco de saga...aqui lo estuve flipando cuando lo vi de pequeño

como los tenia a todos engañados XD

 

espero que te animes y lo pongas en pdf para poderlo compartir.

Bueno, varios puntos a destacar.

1. Nunca des por derrotado a Ikki por completo, recuerda que me baso en el manga, no el anime (guiño guiño)

2. Yo pensé en darle técnicas a Ikki, pero hubiera sido contradictorio. Como relaté en los capítulos pasados, especialmente en su único PdV en la primera parte del fic, Guilty no le enseñó NADA sobre combate a Ikki, simplemente a odiar. En cuanto a capacidad de pelea, estrategia, y todo eso, Ikki es el menos capaz de los cinco protagonistas (aunque lo compensa con el mejor poder de fuego). Su Ilusión Diabólica es una técnica legendaria que usan los miembros de Reina de la Muerte, y que él (Y Saga) simplemente optaron por "robarse"; y el Aleteo Celestial no es más que una proyección a lo bruto de Cosmos, no tiene mucha ciencia, hasta le pusieron el nombre los Santos negros, no él.

Por eso no tiene más técnicas.

 

A mí la verdad me gusta escribir a Aiolia, según lo veo, es uno de los más "humanos" personajes de Kurumada, o al menos así trato de retratarlo en esta historia. Además que está levemente basado en una versión madura del del G, así que tiene tintes de protagonista.

 

 

 

Genial amigo, disculpa que no halla comentado, he estado haciendo algunas cosas de mu tesis y he entrado esporádicamente, por ciertos buenos cap me ha gustado mucho la peleas que se han desarrollado e ikki sigue igual de bad ass XD asi que bien por hay, aunque bueno a pesar de ser muy bad ass le siguen dando hasta en la cedula al pobre. Detesto a aioria jamas me gusto ni me gusto ni me gustara el condenado es fácil de manipular.

yo espero una gran participación de los dorados en la saga de hades yo no se si tu lo haras pero me encantaroa verlos luchar a todos en la saga de hades. Jajaja saludos amigo, tu historia sigue siendo excelente ^_^

Tranquilo. De hecho, gracias por pasar a comentar siempre, tus reviews son agradables de leer.

Tengo MUCHAS ideas nuevas para los dorados durante la saga de Hades, espero que te mantengas leyendo hasta que eso ocurra :)

 

 

Y bueno. Quedan tres capítulos de esta segunda parte de la historia, así que espero sigan disfrutando :)

Este es del Sumo Sacerdote (ya revelado como Saga) No sé si notaron que NUNCA lo expuse como Saga hasta hace un par de capítulos, quise que hasta los que nunca han visto SS se sorprendieran con eso xD La primera parte está sacado del prólogo del fic, solo que en esa ocasión el punto de vista era Sagitario, no Géminis. Desde allí, ambos capítulos narran cosas semi-paralelas.

 

PONTÍFICE III

(SAGA)

 

1º de septiembre de 1997.

—Son los únicos Santos de Oro que superan los dieciocho años —resonó como eco la voz del Sumo Sacerdote en cada esquina de su alma, estaba deseoso de conocer el resultado, lo había esperado hace tanto tiempo—, Son justos, fuertes, virtuosos, uno de ustedes tomará mi cargo, y el otro lo asistirá en todo lo que pueda. Deberán trabajar siempre juntos en pro de repeler el mal sobre el planeta —pausó un par de segundos como si aún lo pensara, pero era tan obvia la elección—. Aiolos, tú has sido elegido, Nicole lo hará oficial mañana mismo.

Sintió que el corazón se le resquebrajó. No era correcto, Aiolos era tan apto para el cargo como él, incluso más, pero aquel que encerró predijo la verdad, y una vocecilla en la cabeza le repetía incesante: «Debiste ser tú». ¡Qué vergüenza!

—¿Yo, Su Excelencia? —preguntó Aiolos. Hasta él creyó que la decisión era inesperada. ¿Qué clase de broma era esa?

No. Estaba bien. Estaba bien.

—Te encargarás de educar a Atenea como diosa y forjar la nueva legión de Santos que esté preparada para la nueva guerra, en cuanto las sombras se hagan presentes. ¿Saga?

Le costó encontrar las palabras, pero debía estar seguro de lo que opinaba su corazón. Recordó su juramento, y también las batallas en que luchó junto al Santo de Oro de Sagitario.

—Le apoyo totalmente en su decisión, también creo que Aiolos es el más apropiado para el cargo y no escatimaré esfuerzos en ayudarlo en la protección del Santuario, en la lucha por la paz y la justicia sobre la Tierra, incluso si enfrento cara a cara a la muerte

Pero no. A Saga de Géminis lo llamaban «semidiós», la divinidad en la Tierra. No solo la gente lo amaba, sino que sus compañeros lo consideraban un titán, uno de los hombres más fuertes en la Tierra, capaz de destruir galaxias enteras con su Cosmos. Entonces... ¿Por qué? Vio el rostro de su hermano, de espaldas en el suelo, riéndose de él.

Imposible. Él se rebeló contra el Santuario, y por eso castigó, se lo dejó bien en claro esa mañana. Pero... tenía razón. Por eso siguió al Sumo Sacerdote después de su aviso. Al día siguiente Nicole de Altar publicaría la elección, debía hablar con uno de ellos antes de eso, solo para aclarar la situación, para saber.

No, Nicole lo conocía muy bien desde niño. Debía ser Sion en persona.

 

Le halló en la zona más profunda del bosque Dodona, a poca distancia de la Fuente de Atenea, más allá de la biblioteca por la entrada izquierda del Santuario. Si miraba arriba se topaba con el imponente y majestuoso Monte Estrellado, el colosal monte al que solo un dios o su representante podían acceder. Se decía que el más poderoso Santo de Oro solo podría escalar hasta la mitad.

Sion, vestido con sus ropas ceremoniales negras, reunía su ancestral Cosmos para abrir el supuesto pasadizo que lo llevaría al Templo de las Estrellas en la cima, el lugar desde donde se predecía el futuro de la humanidad gracias al movimiento de los astros del firmamento.

—¿Saga? —preguntó el Sumo Sacerdote, aun dándole la espalda, notando en segundos su presencia aunque se había esforzado por ocultarla. No quería revelarse hasta conocer el método para subir.

—Sí, Su Excelencia —confesó, dejándose alumbrar por los resplandores de la luna llena. ¿Por qué se ocultaba? No tenía nada de malo tener curiosidad, y Aiolos era perfectamente digno. Pero...

«Debiste ser tú».

—Te noto tenso. ¿Te preocupa algo? —indagó el Sumo Pontífice, todavía rodeado por un aura dorada calma, expectante.

—Me gustaría hablarle. En privado. —Inconscientemente alzó la mirada. Era imposible ver la cima del Monte Estrellado desde ese lugar, ya que se perdía entre las nubes en una dimensión extraña, tal como la Eclíptica. Los astros, los árboles y el viento eran testigos de todo lo que decía, pero no le importó.

—¿Quieres subir? —El Sumo Sacerdote aún no lo miraba a la cara, pero se notaba lo tenso que se había puesto el aire—. ¿Aunque esté prohibido?

—Sí.

El Pontífice usó su rosario como llave. ¡Su rosario! Un haz de luz tenue cayó desde el cielo cuando tocó con una de las cuentas la base del monolito, una piedra igual a las demás, y soltó un chispazo que iluminó el bosque como si hubiera sido de día, lo obligó a cerrar los ojos.

 

Cuando los abrió se encontró frente a una hermosa edificación, el Templo de las Estrellas. Diferente a los doce palacios del Zodiaco, asemejaba a un monasterio, una gran casa de piedra y ladrillos con muchas ventanas y puertas de madera; en el segundo piso había una campana al interior de una cúpula tejada, y junto a ésta, una chimenea que desprendía humo indicaba que era cálido por dentro. Lucía humilde, común, parecía extraño que no se derrumbara con tantos siglos encima, pero a su alrededor danzaban casi imperceptibles, blancas, cadenas de polvo estelar. Era como ver luciérnagas que giraban frente a los muros, entraban y salían por los ventanales confundiéndose con nieve, bailando cerca del domo y otorgándole a la abadía un aura brillante, un Cosmos celestial, de diferente naturaleza al de los Santos.

Comprendió también que no era necesario escalar, pues los Pontífices tenían la ventaja de la «llave», quizás bendecida por la misma Atenea.

 

La noche era intimidante a esa altitud. Estaba tan arriba que el frío le heló a pesar de la armadura, y notó que el Templo Corazón en la montaña vecina se veía hasta pequeña, pero las nubes le impedían admirar el Templo Corazón o la supuesta estatua gigante de Atenea.

—Saga, ¿qué desea tu corazón? —le preguntó Sion, mirándolo por primera vez. No parecía afectado por el frío, su rostro vetusto era pétreo.

—¿Disculpe? —preguntó fingiendo no entender. Pero lo sabía. En el fondo de su alma lo sabía, y tenía miedo... En cualquier momento sería obvio que él tenía razón, y que el otro regresaría después de tanto.

—Hace tres años se convocó una reunión de urgencia —relató Sion. Extraño y sin sentido, no recordaba eso—. Todos los maestros se juntaron en el Templo del Carnero para oír lo que debía contarles, mientras los alumnos, incluyendo a Muu y otros postulantes a Santos de Oro, se mantenían al margen.

—No tenía conocimiento de eso —aseguró Saga.

—Exactamente —admitió Sion, sin cambiar un ápice su voz gentil, pero tan firme como siempre—. Esa mañana acudí al Oráculo de Delfos, advertido por las estrellas de una noticia oscura. Como sabes, los verdaderos Pontífices, elegidos por Atenea, podemos pasar sin problemas por la barrera.

—¿Qué cosa? —Saga notó como su cuerpo comenzaba a perder el control. ¿De qué trataba todo eso? Nadie le dijo nada en esa ocasión. Y esa acentuación en la palabra «verdaderos» le hizo hervir la razón, aunque no supo la razón.

—El Oráculo me dijo que alguien, al interior del Santuario, nos traicionaría y se opondría a nosotros. Mandé a llamar a todos los maestros para advertirles, para que tuvieran cuidado, para que pusieran un ojo sobre sus discípulos, y estar al tanto de cuando ocurriera. —El Sumo Sacerdote miró a la luna, tan cercana y enorme que podría aplastarlos, y al mismo tiempo tan bella, lo observaba con cautela también—. El destino no puede alterarse. Y yo lo conocía.

—D-de... ¿de q-qué habla, Su Excelencia?

El anciano se cubrió por una niebla borrosa. Las estrellas que revoloteaban alrededor del Templo de las Estrellas se hicieron opacas.

—Yo supe perfectamente quien sería nuestro traidor desde que el Oráculo me enseñó a un hombre hecho de materia oscura —reveló el Pope, y su aura soltó chispas doradas—. De su espalda salían dos alas, una era la de un ángel, la otra de un demonio. Mira las estrellas de esta noche, Saga. ¿Hermosas, verdad? Ahora me dicen que será hoy cuando ese ente oscuro se manifieste, pero siguen siendo bellas e inflexibles. ¿No lo crees? —añadió con un dejo de lástima que le hizo estremecer.

—¿Yo? —Era una tontería, cosas de ancianos. Había otra cosa mucho más urgente que discutir—. Eso no importa, son ilusiones, ¡mentiras! Su Excelencia, vine aquí solo porque quiero saber... ¿¡Por qué no me eligió a mí como su sucesor!? Por qué... ¿Por qué Aiolos? —Se le llenaron los ojos de lágrimas al pronunciar ese ruin nombre, el de aquel que... en realidad, era hasta más digno.

No. No lo era. Los vientos fríos soplaron briosos como un vendaval, y lo estaban empujando a sus deseos, lo impulsaban a que cometiera un pecado atroz. El Sumo Sacerdote bajó la cabeza y sus ojos emitieron una triste luz rosa.

—¿No es obvio, Saga? Tu temblor, el sudor en tu rostro, el fuego en tus ojos. Tienes oscuridad en tu alma, aunque no seas consciente de ello.

«Mentira»

—¡Es un mentiroso! Todos me llaman semidiós, todos en Rodrio me... ah... —rezongó cuando el otro le inventó nuevos insultos. Lo hacía para debilitarlo, para retomar el control. Aquel ente del pasado intentaba apoderarse de sus movimientos, de sus pensamientos y emociones. Y también de sus pecados.

—Ya estás cambiando, y el destino no puede ser evitado ni transformado. —El Sumo Pontífice hizo bailar la llama de su Cosmos de forma ofensiva—. Lamento mucho que te haya ocurrido esto, no sé quién o qué es el culpable, pero será mejor que permitas a las estrellas cumplir con su profecía.

 

—¡Viejo malnacido! —le escupió cuando al fin se sintió libre del cobarde que no se atrevió a hablar de él o su pasado juntos. Como castigo lo encerraría en un rincón de su mente para siempre—. ¿Crees que puedes darme órdenes? ¡Haré lo que quiera cuando quiera, inutil anciano decrépito!

—Hazlo ya —apremió el Pontífice, sin intenciones de huir, completamente sereno y preparado—. Ya he cumplido mi labor en este mundo, y estoy más que satisfecho con mi vida. ¡Pero te lo advierto, Saga de Géminis!, o quien quiera que seas. ¡No ganarás! Te prometo que no ganarás, así lo pregonan las estrellas. Serás vencido por quien menos esperes.

—Gusano bastardo, me apoderaré del Santuario y me convertiré en un dios al asesinar a Atenea, pagarás muy caro en el infierno el haber pasado de mí... ¡Y mi primer acto como divinidad será destruir el pasado! —Arrojó su técnica especial, la Explosión de Galaxias[1], que era capaz de arrasar con estrellas y chamuscar la Tierra—. ¡¡Muérete, fósil de porqueria!!

El cobarde intentó defenderse, tal vez un último acto de miedo a la muerte. Pero la edad no pasaba en vano. Lo calcinó, y penetró su corazón con su puño de oro, por más que el otro le jalaba el brazo con todas sus fuerzas, llorando a gritos. Una nube negra los rodeó a ambos: él, lleno de vida y determinación, y el aciano, un cascarón vacío de un antiguo Santo con ideales y sueños inútiles, a quien no pudo mirar sin reír a carcajadas mientras las sombras lo sumían en lo que el otro llamaba «pecado». Eso también era gracioso.

Tras unos minutos de contemplación, partió en busca de la Daga de Physis escondida bajo la estatua, para terminar de cumplir su destino. Lamentablemente, Aiolos de Sagitario prolongó su grito de triunfo.

Al final fue simplemente cosa de fingir ser Sion, teñirse el cabello de gris y actuar como un viejito correcto, sabio y bueno mientras buscaba el paradero de la verdadera Atenea. Solo en ciertas ocasiones permitió que el otro tomara su lugar, era mejor que aguantar sus lloriqueos constantes.

 

21:56 p.m. del 11 de Septiembre de 2013.

«Y él creía que me vencerían, que me derrotaría un ser inesperado... ja, ja, qué imbécil fue el viejo Carnero». Quedaban solo minutos, casi nada. Los Santos de Oro a los que acababa de dejar meados de miedo no llegarían ni a toda su velocidad por el laberinto que había extendido por el Santuario, y ya percibía el Cosmos de Pegaso en el Ateneo. Había avanzado bastante, seguramente ya había encontrado la saeta de Aiolos en la habitación agujereada, pero probablemente el derrumbe del palacio lo demoró y, con suerte, le arrancó un brazo o una pierna.

—Aiolos de Sagitario —le recordó el cobarde, sin llorar. Corría a su lado por las escalinatas que llevaban hacia la zona más sagrada del Santuario, pero el inútil se esforzaba demasiado, no lo superaría en la carrera.

—Ya cállate —le reprochó—. Ese nombre ya no podrá darme miedo cuando me convierta en un dios.

—No lograrás llegar —insistió, sus ojos verdes emitían trémulos destellos de desesperación y angustia.

—Ja, ja, Pegasus está a unos metros, por supuesto que lo alcanzaré, idiota.

—Si no llegas a tiempo, él podría salvar a Atenea. Pero si él no llega a tiempo, podría convertirse en un dios por sostener esa flecha en...

—¡¡¡Te dije que lo detendré!!! —negó, furioso. Le dio un fuerte manotazo y lo dejó atrás, quejándose. Apuró la carrera ahora que no tenía a ese irritante al lado, en menos de un par de segundos ya lo tendría, no iba a poder escapársele. Y cuando tuviera a Pegasus en sus garras...

 

¿Qué eres tú, Saga?

El eco fue horrible, y el palacio se sumió en la oscuridad. «Qué eres tú». Un cuestionamiento que se repetía diez, cien, mil veces en cada rincón, cada muro, cada escalón, cada partícula del techo que crujía. En todos lados ese interrogatorio.

—¿Quién es? ¿¡Quién está ahí!?

¿Eres el bien o el mal? —le preguntó su propio casco—. ¿Qué desea tu corazón?

No recordó si lo llevaba puesto o si Seiya se lo había quitado en alguno de los golpes, pero allí estaba, flotando frente a él, la única luz en ese mundo de sombras infinitas que le hizo detener. Y con la maldita pregunta de Sion, para peor.

El yelmo de Gemini tenía dos rostros, uno a cada lado, como máscaras. La que representaba la maldad no podía verse ya que al frente yacía la que simbolizaba la justicia. Igual que el cobarde de atrás, sus ojos estaban agolpados de lágrimas de cristal, emitían destellos patéticos de humillación.

—¿Por qué lloras, tonta? ¿Por qué la pena? Obviamente no te das cuenta de lo que ocurre, ¿verdad? ¿¡Te molesta que alguien como yo esté a cargo, acaso!?

El rostro siguió llorando, y se limitó a responder con un susurro suplicante, moviendo los labios de gamanio y oricalco.

Deja de pecar... Arrepiéntete...

—¡No! —contestó Saga, convencido de que hacía lo correcto. ¿Por qué no lo entendían?—. Zeus, Señor de los Cielos; Poseidón, Emperador de los Mares; Hades, Rey del Infierno; o cualquiera de esos egocéntricos y arrogantes dioses del Olimpo, en cualquier momento podrían bajar, apoderarse de todo, y gobernar a los humanos. Algunas Guerras Santas ya se han perdido por culpa de Santos débiles, las peores calamidades en la historia prueban las derrotas de las frágiles reencarnaciones de Atenea contra ellos. —También hubo algunos empates, pero debidas justamente a la chiquilla tonta, así que no cambiaba su argumento—. Conmigo a cargo, convertido en un dios como ellos, no podrán. ¡Jamás podrán! No lo entiendes ahora, Gemini, pero después te darás cuenta que soy el salvador de esta Tierra.

Y el rostro siguió llorando. ¿Qué era tan difícil de comprender?

Basta ya... Atenea no morirá.

«¿Atenea? ¡Pegasus!».

—No... Maldición. No, no, no. ¡Maldito seas! —Destruyó la ilusión de su otro yo con una exclamación desesperada cuando se dio cuenta de la treta. Ese inútil nunca lo dejaría en paz.

 

21:59 p.m.

Corrió con todas sus fuerzas hasta salir a la noche nuevamente. Sintió que el corazón se le resquebrajó al ver a Seiya, volando tras un brinco como un equino alado, hacia la estatua, con el puño en alto. Específicamente hacia la Égida, el colosal escudo de la justicia, el que se decía que eliminaba la maldad.

¡Su mano reverberaba con haces dorados! «No».

Todo el mundo se tambaleó, la estatua iba de un lado a otro a medida que se acercaba y la veía más claramente, quemándose los pies en la carrera. El chiquillo que volaba estaba empañado por algo borroso, con excepción de la luz, tan nítida. Y no se detenía, ¡no quería parar!

—¡¡¡No te atrevas, Pegasoooooooo!!! —Lanzó una potente descarga de rayos de Cosmos hacia el infeliz en medio del aire. Debió hacerle pedazos, le debió volar los sesos, y convertir en polvo. Lo estampó contra la estatua bruscamente, allí debió perder la vida, ¡qué facilidad! Al final no fue...

«Oh no. ¡No! No.»

Mientras Seiya caía en el vacío bajo la estatua, bañado en sangre, notó una saeta dorada clavada en la Égida, en medio de una luz tan incandescente como la del Monte Estrellado. Paralizado, solo pudo contemplarla esfumándose poco después, como si hubiera sabido que no lograría llegar ni con su mejor salto.

 

No quedó nada de ella.

—No. No, no, no, no, no, ¡No! ¡¡¡NO!!!

—Como dijo ese anciano decrépito fue quien menos esperabas —le susurró al oído con sorna el otro, la segunda persona que odiaba más en todo el universo.

 

 


[1] Galaxian Explosion. El término «Galaxian» no existe en inglés, pero refiere a «semejante a galaxias» de un modo interpretativo, con el sufijo –an.


Editado por -Felipe-, 20 febrero 2016 - 15:06 .

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