SKIN © XR3X

Jump to content

- - - - -

"Mi Amigo, el Ninja" (para chavos y adultos)

Ninja Ninjas déficit de atención adolescentes adolescencia ninjutsu crecimiento personal iluminación camino del guerrero psicología

  • Por favor, entra en tu cuenta para responder
Ninguna respuesta a este tema

#1 NinjAGP

NinjAGP

    Privilegiado

  • 19 mensajes
Pais:
United_States
Sexo:
Masculino
Signo:
Piscis
Energia:
Cosmos:
Ataque:
Defensa:
Velocidad:
Victorias:
0
Derrotas:
0
Total:
0

Publicado 17 abril 2014 - 00:57

¡Hola a tod@s!

Les voy a compartir los primeros 5 (de 17) capítulos de mi novela "Mi Amigo, el Ninja".

Ya está registrada y conservo todos los derechos de autor.

Espero disfruten el primer capítulo. Estaré poniendo uno cada semana hasta completar los cinco.

Les mando un abrazo y díganme qué opinan.

Gracias a todos.

NinjAGP

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Mi amigo, el Ninja”

 

 

 

 

 

 

 

Por: NinjAGP

 

 

 

 

 

 

 

 

La historia de un adolescente que encontró la iluminación y descubrió quién era, siguiendo el camino de los Guerreros de la Sombra… dedicado con cariño a todos los chavos y chavas que tienen “déficit de atención”.

 

 

Capítulo 1

 

Kinich era un chico poco ordinario, al igual que su nombre. Siendo un adolescente de 15 años, era natural su etapa de rebeldía, confusión y búsqueda de identidad. Lo que no era natural en él era su extraordinaria capacidad para poner atención. O, más bien, para NO poner atención.

Ya se lo habían dicho sus maestros en clase: en ocasiones era necesario gritarle para hacerlo regresar a la realidad. Muchas veces se perdía en sus fantasías, según sus exasperados profesores, y el resultado eran malas calificaciones y el ser objeto de ridículo por parte de sus compañeros de clase. Sin embargo, no era algo que hiciera intencionalmente.

Kinich podía darse cuenta de que un pájaro se posaba en una rama en un árbol afuera del salón, y entonces ser capaz de perderse inmediatamente en el acto de observar al ave. Podía pasar minutos y minutos simplemente observando... poniendo toda su atención en cada detalle del pájaro en cuestión, hasta que volara y dejara la rama... o hasta que las risas de sus compañeros o los gritos de sus profesores lo sacaran de su trance.

Igualmente podía quedarse perdido observando las hormigas al trabajar. No veía a una en particular, sino que prestaba atención durante horas a cómo iban y venían las filas de hormiguitas, unas cargadas de alimentos y hojas, y otra vacía, buscando sustento para el hormiguero. Podían pasar las horas y él se quedaba perdido, admirando la coordinación y el trabajo en equipo de los ordenados insectos.

Lo único que no podía ver directamente por mucho tiempo era el sol. Podía verlo durante algunos segundos, y luego tenía que desviar la vista, mientras una mancha opaca teñía de azul el centro de su visión. Nunca duraba más de unos segundos. Y otros le habían dicho que era muy peligroso ver al sol directamente y que iba a quedarse ciego de seguirlo haciendo.

Ya no lo hacía tan seguido, pero de vez en cuando, entrecerraba los ojos, y a través de sus pestañas permitía que algo de luz solar entrara en sus pupilas, por breves instantes. Siempre que lo hacía, algo que le hacía sentir como en casa, como si regresara a un hogar largo tiempo perdido.

Y es que sentirse en casa era algo que le agradaba mucho. Su única familia era su abuelo, Fernando Tonatiuh. Él era el único ser humano que le comprendía. Bueno, que le aceptaba, ya que aún su abuelo no podía comprenderlo totalmente. Pero Kinich se sentía muy amado a su lado, y con eso le bastaba.

Su abuelo le decía frecuentemente que había sacado sus grandes orejas y enormes ojos oscuros de él, y que se sentía sumamente orgulloso de ello. Pero también le decía que tenía las cejas pobladas de su padre, la boca con labios alargados de su madre, los pómulos salientes de su abuela y el color de piel de la familia: un color moreno claro parecido al de la canela. En conjunto, sus facciones le hacían parecer un niño grande, lo que no ayudaba a que los demás lo vieran como un adolescente maduro. Eso, aunado a su capacidad de perderse en cualquier cosa que le llamara la atención, le convertían en un chico raro y que era rechazado por la mayoría de sus compañeros.

Este día no iba a ser la excepción. Había una bolita de chavos que eran excepcionalmente maleducados y rudos. Por lo general desfogaban sus energías jugando fútbol americano y, cuando estaban en clase, les bastaba con burlarse de Kinich. Pero afuera, en el patio de la escuela, o en el camino de regreso a su casa, podían ser desagradablemente hostiles.

Kinich estaba de pié con su mochila colgando de un hombro, admirando cómo una mariposa estaba chupando néctar de unas flores al lado del camino. El vivir en provincia era algo que le fascinaba, pues le habían contado que en el Distrito Federal no podía ver flores ni animalitos con la frecuencia con la que los encontraba aquí, en Puebla. Y el pueblo de Calmeca, donde vivía, era rural y sin mucho ajetreo, aunque tenía más población que la cabecera municipal: Tepexco. La vida era tranquila, y los habitantes se dedicaban, en su mayoría, a la agricultura.

Un jalón lo sacó de su ensimismamiento. Tan fuerte fue el tirón en su mochila, que cayó de sentaderas en el camino, lastimándose. Continuaron jalándolo hasta que le quitaron su mochila. Kinich sintió cómo la sangre llegaba a su cara y la ira comenzaba a llenarlo. Se levantó y estaba volteándose para encarar a sus adversarios cuando lo empujaron, haciéndole perder el equilibrio nuevamente. Estaba enojado, pero nunca sabía qué hacer con esa ira. Frente a él, de pié, estaban cinco de sus compañeros más burlones y agresivos, liderados por Paco, un fanfarrón que había reprobado dos veces seguidas el año, y era mucho más grande que el resto de sus compañeros. Era bueno para el americano y, a pesar de reprobar, era popular en la escuela. Tenía un séquito que lo acompañaba, y cuatro de ellos estaban ahí, burlándose de Kinich, mientras él solamente los miraba con furia y su rostro enrojecido.

¡Devuélvanme mi mochila!”

Uy, uy. El lunático está enojado. Qué, ¿nos vas a hacer algo?” Preguntó Paco, ocasionando la risa de sus seguidores.

¡Que me devuelvas la mochila!”

O ¿qué? ¿Qué nos vas a hacer si no te la devolvemos?” Paco cerró los puños y se acercó, amenazador. Aunque estaba casi de su estatura, Paco era dos veces más ancho, y cada brazo tenía el grosor de una pierna de Kinich.

El chico estaba realmente enojado. Y quería que le devolvieran su mochila. Aunque no sabía ni de box ni de artes marciales, adoptó una posición de boxeo, parecida a la que había visto en exhibiciones de pelea que había visto en el pueblo. Subió sus puños cerrados a la altura de su barbilla y miró con furia a Paco, dispuesto a pelear si fuera necesario.

Uy, ¡uy! ¡Qué miedo! Miren, chicos. ¡Se está poniendo bien agresivo! ¡Se cree que es un hombre! ¡Uyuyuy! ¿A ver? ¡Pégame si te atreves!”

Paco había adelantado la mandíbula y le miraba provocadoramente.

Kinich no aguantó más y se dejó llevar por el engaño: tiró un gancho hacia la cabeza de Paco, quien se lo esperaba totalmente. Paco simplemente se hizo para atrás, y le tiró una patada en el estómago. El otro brazo de Kinich estaba demasiado lejos para cubrirlo, así que recibió el impacto completo de la patada y se quedó sin aire, tratando de respirar, de rodillas frente al grupito. Los otros cuatro se desternillaban de risa. Pero Paco solamente le dirigió la palabra con desprecio: “Te crees muy fuerte, pero no eres más que un tonto lunático debilucho. Vámonos muchachos, no vale la pena gastar más tiempo aquí.”

Tiraron su mochila al suelo, y se alejaron, riendo. Algunos palmeaban la espalda de Paco, y otros volteaban a señalar con el dedo a Kinich, burlándose nuevamente. Después de unos minutos se perdieron de vista, y, ya capaz de respirar, el muchacho tomó su mochila, dirigiéndose a su casa, enfurecido con todos, con su distracción, con Paco, con sus secuaces y también... consigo mismo. No podía evitarlo. También se enojaba consigo mismo porque pensaba que, en el fondo, tenían razón: no era más que un tonto lunático debilucho.

Llegó a su casa, cerca de la orilla del pueblo. Su abuelo estaba sentado afuera en una banca hecha de cemento, pegada a la casa. Al verlo llegar se puso de pié inmediatamente y caminó rápidamente a su encuentro.

¡Kinich! ¿Qué te pasó?”

Estoy bien. No pasa nada.”

Estoy viendo una mancha de zapato en tu camisa de la escuela. No estás bien. ¿Qué fue lo que pasó?”

Nada, abuelo. Estoy bien. No te preocupes.”

Kinich, cuéntame.”

¡Que estoy bien! ¡Déjame en paz!” le gritó el muchacho.

Kinich no quería enojarse con su abuelo, pero odiaba que lo viera así: derrotado y débil. El no quería sentirse débil ni inútil, pero era exactamente como se sentía al ver la preocupación de su abuelo.

El abuelo meneó la cabeza, y se alejó, tristemente. El muchacho sabía que iría a caminar y que después regresaría más tranquilo. Pero ese conocimiento no le hizo sentir mejor. Entró a la casa, se dirigió a su cuarto y se encerró con llave, tirándose en la cama y llorando amargas lágrimas en silencio casi absoluto, hasta que se quedó dormido.

Varias horas más tarde... lo despertaron los disparos.






Also tagged with one or more of these keywords: Ninja, Ninjas, déficit de atención, adolescentes, adolescencia, ninjutsu, crecimiento personal, iluminación, camino del guerrero, psicología

0 usuario(s) están leyendo este tema

0 miembros, 0 invitados, 0 usuarios anónimos


Este tema ha sido visitado por 6 usuario(s)

  1. Politica de privacidad
  2. Reglas generales ·