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Saint Seiya: Los guardianes de la Flama Divina

Grecia Antigua Sócrates Pericles

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77 respuestas a este tema

#1 Nietz

Nietz

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Publicado 09 marzo 2014 - 23:10

SAINT SEIYA: Los Guardianes de la Flama Divina

 

Hola a todos! 

Quisiera empezar a compartir con ustedes esta historia en la que vengo trabajando desde hace un tiempo. Aún está en proceso de elaboración, pero confío en que haciéndola pública me obligaré a seguir escribiendo =P

La trama transcurre en la Antigua Grecia, y por eso mismo aparecerán varias figuras históricas como Sócrates, Pericles, Antístenes, etc. Aunque por lo general traté de respetar el contexto histórico, no he podido hacerlo siempre; por eso espero su colaboración para pasar por alto ciertos detalles que tal vez no sean históricamente precisos ;)

Debo comentar también que me ha costado bastante elegir ciertos términos. Por ejemplo, decidí usar la palabra "Caballero" en lugar de "Santo", aunque en un contexto como la Grecia Antigua esa palabra sea completamente anacrónica. Lo mismo me pasa con algunos ataques, como el Réquiem de Cuerdas... ¡Porque el réquiem aún no existía en el siglo IV a.c.! Llegó un punto en el que me resigné a escribir sin detenerme en cada uno de esos detalles, pero me gustaría que me dieran su opinión acerca del uso de algunas palabras conforme vayan apareciendo. 

Un comentario final acerca de qué fuentes de Saint Seiya he elegido para mi historia. Por lo general me baso en la Serie Original, el Manga Original y Next Dimension. Sin embargo, también he tomado elementos de Lost Canvas y Omega, sobre todo porque en estas series vemos otras constelaciones puestas en acción y muchas más técnicas de combate que le agregan más dinámica a las batallas. Más allá de esto, también me he tomado algunas libertades para inventar técnicas y rangos de plata y bronce.

Bueno, no los aburro más con las palabras preliminares y los dejo con el prólogo de esta historia.

Saludos!

Nietz

 

 

Prólogo: Ilusión de Arena y Luna

 

Los tres avanzaban con velocidad a través del desquiciante laberinto. La luna los acechaba, inmensa y pálida, justo encima de ellos. A pesar de ir envueltos en grises mantos, la luz del astro podía herir sus ropajes sagrados al más mínimo roce, haciéndolos sangrar destellos de oro y plata.

Dion cubría el flanco izquierdo. A su lado, Anker se ocupaba del derecho. Liderando la marcha, Ypsos completaba la formación triangular.

—Esto es absurdo —masculló Anker en voz baja—. Hace más de dos horas que estamos deambulando sin rumbo. Estos corredores no tienen final.

—¿Y quién nos asegura que no hemos caído en la ilusión de Kyros? —comentó Dion, no sin cinismo.

—Sabíamos a lo que nos exponíamos al penetrar en el recinto prohibido —les recordó Ypsos, sin voltear para ver a sus subordinados—. Paciencia, caballeros, no debe faltar mucho.

Dion era consciente de que aquellas palabras no tenían ningún tipo de fundamento, pero la firmeza en la voz de su capitán le bastaba para consolar el alma.

«Roguemos a Athena que estés en lo cierto, amigo», dijo el caballero de plata para sus adentros, pues sabía que de haber caído en la trampa del Sacerdote Rojo, ya no podrían escapar.

Doblaron el siguiente recodo y se hallaron frente a tres bestias del color de la noche. Eran panteras, enormes, silenciosas, con grilletes que las mantenían fijas a ese segmento del laberinto. Alzaron sus cabezas al tiempo que Ypsos daba la señal con su mano izquierda.

Dion asintió y sus dedos acariciaron las cuerdas de la lira. El instrumento resplandeció bajo la luna:

¡Serenata del Viaje Mortal!

La melodía se apoderó del alma de las fieras, sumergiéndolas en un profundo sueño. Sus cabezas volvieron a descansar sobre el suelo de piedra.

Los tres caballeros siguieron adelante.

Cada esquina daba lugar a corredores que conducían a nuevas esquinas y nuevos corredores. La misma escena se repitió una y mil veces, hasta que de pronto el camino se mostró inusualmente recto. Y justo frente a ellos, apareció una torre con forma de aguja.

—La Torre del Silencio —musitó Dion.

—Prepárate, Anker, es tu turno —dijo Ypsos.

El tercer hombre asintió.

Cruzaron los cien metros que los separaban de la base de la fortaleza vertical. Una portentosa muralla la circundaba, pero el plan no era ingresar desde abajo.

El caballero de Cefeo hizo entonces su jugada:

¡Avanza, Cadena!

Los delgados hilos de plata cruzaron el cielo oriental como un relámpago y alcanzaron el balcón más elevado de la torre. Anker aseguró las cadenas y sus dos compañeros se deslizaron ágilmente hacia el balcón. Luego, solo debió acariciar los eslabones entre sus manos para ser jalado con suavidad hasta arriba.

Dion fue quien lo recibió, tomándolo por el codo para ayudarlo a cruzar la baranda. Los dos santos de plata se reunieron luego con su capitán, quien los aguardaba en el interior de una habitación circular.

—¿Qué lugar es este?

Iluminado por cuatro lámparas de aceite, Anker observaba con desconfianza su reflejo en un alto espejo de pie. La pared del recinto estaba cubierta por esos objetos que multiplicaban hasta el infinito a los tres caballeros. Solo una puerta interrumpía la continuidad de espejos. Dion estiró su mano hacia el picaporte, pero la advertencia de Ypsos lo detuvo:

—No la toques. Lo más probable es que se trate de una trampa.

—¿Y cómo pretendes que salgamos de aquí si no es por esta puerta? —replicó el caballero de Lira.

Como respuesta, Ypsos se volvió hacia el espejo más cercano. Sus ojos negros fueron duplicados por el artefacto, como así también el sutil movimiento que realizó con sus dedos. Una leve grieta se dibujó en la imagen. Luego fueron miles. Finalmente, los cristales de toda la habitación estallaron.

—¡¿Pero qué haces…?! —exclamó Dion, alarmado por la lluvia de espejos rotos.

Sus palabras se ahogaron al descubrir el pasadizo que uno de los numerosos espejos había estado escondiendo.

—El Ojo de Zaratustra se encuentra en el corazón de esta fortaleza —aseveró Ypsos.

Se arrancó el manto que había estado envolviéndolo y los dorados cuernos de Capricornio brillaron bajo la luz de las lámparas.

Dion y Anker imitaron a su líder y destaparon sus armaduras de plata. El caballero de Cefeo era el mayor de los tres, rubio y con una barba rala. La suave tez aceitunada del caballero de Lira delataba su juventud casi tanto como su mirada osada y desafiante.

Ypsos se asomó al oscuro pasadizo: unas escaleras descendían en espiral hacia el centro de la torre.

—A partir de aquí, no hay vuelta atrás —se dirigió el caballero de Capricornio a sus subordinados—. Pase lo que pase, uno de nosotros debe llegar hasta allí.

Cefeo y Lira no se intimidaron.

—¡Por Athena! —exclamaron los tres.

Y atravesaron el umbral.

Sus pasos retumbaban en la quietud de la Torre del Silencio. Ninguna ventana interrumpía el muro circular; ningún guardia frenaba su marcha.

—Esto me huele raro —se quejó Anker.

—A mí también —coincidió Dion; de pronto, algo delante de ellos llamó su atención—. Ypsos, mira…

Las escaleras se dividían.

—Lo mejor será tomar caminos diferentes —dijo Ypsos sin detenerse—. Ve por la derecha, Anker.

El caballero de Cefeo no replicó, y al llegar a la intersección se separó de sus compañeros.

Entonces fueron dos.

Dion había notado que el interior de la torre era mucho más vasto que el exterior. Sin duda se trataba de la magia del culto. Tal vez en el pasado eso lo hubiese asombrado.  Pero sabiendo que en el centro de aquella fortaleza había otro universo, tan vasto como el que ellos habitaban, ¿qué más podría extrañarlo? Apenas unos pasos detrás de su capitán, Dion se preguntó cuánto tiempo transcurriría antes de llegar a una nueva bifurcación. Si iba a hablar, ese era el momento.

—Ypsos —dijo entonces—. Acerca de todo lo que hemos visto en estos últimos meses…

—Haz tu pregunta —ordenó Capricornio, aún con la vista al frente.

—¿Piensas que realmente…? —no se atrevía a terminar la frase—. ¿Piensas que tenemos oportunidad frente a un enemigo como este?

El caballero de Lira se quedó aguardando algunas palabras por parte de su capitán que, como en otras ocasiones, le aliviaran el corazón. Justo entonces llegaron al siguiente rellano, donde el camino volvía a partirse en dos. El caballero de Capricornio se detuvo.

—Durante mi vida, he debido hacer frente a diversos cultos que atentaban contra los ideales de nuestra diosa —su voz era monótona y sus ojos se ocultaban en el yelmo—. Osiris, Poseidón, Odín… En última instancia, cada ser humano es libre de elegir a su propio dios, y nadie puede doblegar eso por la fuerza. Pero si mis sospechas son ciertas, lo que está a punto de comenzar va más allá de cualquier creencia particular. Ningún dios nos salvará… Ningún dios se salvará.

La sentencia del caballero dorado sonó terrorífica en los oídos de Dion. Deseó no haber preguntado nada. Sin saber qué esperar, echó a correr por uno de los dos caminos, cada vez más lejos de Ypsos y más cerca de su destino.

A pesar de su juventud, el cosmos de Dion había alcanzado un nivel de madurez suficiente como para que sus sentidos sobrepasaran los de un humano ordinario. Por eso fue capaz de percibir que estaba llegando al final del trayecto. Era una sensación inquietante, de encierro. El sabor a emboscada que toda esa situación había tenido desde el principio ahora comenzaba a mezclarse con el aroma a incienso.

Un gran balcón se abrió a su derecha. Se asomó y pudo ver: en el centro de la sala ritual, una esfera nebulosa del tamaño de un hombre latía como un corazón. Las estrellas poblaban su interior.

«El Ojo de Zaratustra», pensó Dion.

Al menos una veintena de sacerdotes encapuchados circundaba el objeto sagrado. Tampoco en ese lugar había guardias. El centro de la escena era ocupado por el líder del culto: Kyros el Rojo. Dion miró a ese hombre enmascarado con una mezcla de desprecio y temor.

—No te dejaremos hacerlo…

La mano del caballero de Lira ya acariciaba las cuerdas de su instrumento, cuando descubrió algo que lo dejó pasmado. Un hombre colosal acababa de entrar a la sala. Vestía una armadura con el color del cobre, con rubíes incrustados en el peto y hombreras abultadas que apenas podían contener sus brazos vigorosos. Una larga cabellera rojiza emergía del yelmo con dos terribles cuernos taurinos.

Aunque Dion nunca lo había visto, intuyó que se trataba de un arcángel de la más alta jerarquía. Pero a pesar de la intimidante presencia, lo que realmente paralizó al caballero de Lira fue descubrir que aquel gigante cargaba sobre su hombro derecho a Anker. Su diadema se había perdido, así como el brillo de sus ojos.

—Mira lo que he encontrado, Kyros —dijo el arcángel con una voz de trueno, arrojando al suelo el cuerpo inerte del caballero de Cefeo.

—Lo que temíamos, los caballeros de Athena han ingresado a nuestro recinto —dijo el Sacerdote Rojo—. Es solo uno de plata, por lo que seguramente no esté solo. Mnemón, ordena a tus subordinados buscar en cada rincón de la torre.

Las peores sospechas de Dios se confirmaban: aquel era el arcángel de Manah, uno de los seis Atributos Divinos de Ahura Mazda, el dios persa.

—¿Y qué harás con este? —Mnemón señaló al caballero de plata que yacía a sus pies.

—Entrégalo al Ojo de Zaratustra. Su cuerpo será purificado y su alma servirá a un propósito más elevado.

El incontenible arcángel de Manha alzó a Anker con una sola mano.

—Que la voluntad del Único Dios prevalezca.

Desesperado, Dion observó como Mnemón arrojaba a su compañero hacia la esfera siniestra, cuyo interior poblado de luces se alborotó ante la inminente presa. No podía quedarse sin hacer nada.

¡Réquiem de Cuerdas!

A poco de ser engullido por el Ojo de Zaratustra, el cuerpo de Anker quedó suspendido en el aire. El encordado de la lira jaló al caballero de Cefeo hacia el balcón. Dion había salvado a su amigo, pero su posición había sido revelada.

Kyros alzó una mano como garra, y Mnemón al instante se impulsó hacia lo alto. Los ojos del arcángel centellaron en la cámara ritual al mismo tiempo que su puño anhelaba la sangre de los caballeros de Athena. Sin vacilar hubiera acabado con sus vidas, si una cortina de luz dorada no se hubiera interpuesto en su camino.

¡Espada de Chrysaor!

Mnemón logró frenar a tiempo. El golpe cortante pasó justo frente a él, escindiendo dos gruesas columnas como si estuviesen hechas de cera. El arcángel observó con recelo a la persona que lo había importunado.

—¿Quién eres tú?

—Ypsos de Capricornio —el caballero dorado había hecho su aparición por otro de los balcones que daban a la gran cámara—. Yo seré tu oponente.

—Ypsos de Capricornio, en nombre del Único Dios, te haré sucumbir —dijo el gigante, al tiempo que su cuerpo se veía envuelto en un aura carmesí—. ¡Camino de la Recta Sabiduría!

Por un momento, el caballero dorado creyó que sus sentidos lo estaban engañando, pues un colosal buey blanco cabalgaba hacia él por el sendero del aire. Preparado para recibir el impacto, Ypsos atrapó al animal por la cornamenta. La fuerza del golpe lo hizo retroceder, y cuando la imagen del buey desapareció, halló sus manos entrelazadas con las del gigantesco Mnemón.

—Ya te tengo —sonrió confiado el arcáncel.

—Aún no —replicó el caballero de oro, lanzando una patada tan afilada como su golpe anterior—. ¡Espada de Chrysaor!

El arcángel no se esperaba aquello. La luz dorada cruzó justo a través de sus ojos. Su yelmo se había partido en dos y la sangre surcaba su frente.

—¡C-cómo has podido! —masculló el gigante, llevándose las manos al rostro.

—Las cuatro extremidades del caballero de Capricornio poseen el filo de una espada legendaria —explicó Ypsos—. No debiste subestimarme.

—Ni tú a mí…

—¿Qué…?

Un demoledor embate alcanzó al caballero dorado desde la retaguardia. Otra vez, salido de la nada, el colosal buey blanco. El yelmo de la armadura de Capricornio rodó por la sala circular y el caballero de Athena cayó de bruces al suelo.

—Es tu final, Ypsos de Capricornio —sentenció Mnemón, al tiempo que el aura rojiza volvía a envolverlo.

Sus manos se alzaron amenazadoramente, pero algo lo retuvo. El brazo derecho del arcángel había sido atrapado por una cadena.

¡Sacrificio del Rey!

La cadena de plata se había transformado en una gran red.

—¡Anker! —exclamó Ypsos desde el suelo.

El caballero de Cefeo había vuelto en sí, y desde el balcón empleaba todas sus fuerzas para mantener inmóvil a Mnemón dentro de una prisión de cadenas.

—¡Ypsos, ahora! —gritó Anker.

—Gracias, amigos —dijo Ypsos, poniéndose de pie.

Frente a él, Kyros retrocedió un paso.

—En nombre de Athena, pondré fin a tu maléfico plan.

El puño de Capricornio se hundió en el pecho del Sacerdote Rojo como la más filosa de las dagas, y su túnica se tiñó de rojo. Sin embargo, la misión del caballero dorado no había terminado. Girando sobre sí mismo, el filo de su pierna arremetió contra el Ojo de Zaratustra y lo hizo estallar.

«Lo hemos conseguido, es el fin del culto», respiró aliviado.

Pero cuando quiso retirar su mano, algo se lo impidió. Atónito, Ypsos observó cómo los dedos del sacerdote sujetaban su antebrazo.

—No es posible… —masculló el caballero de Capricornio, intentando librarse de su captor.

Aquel hombre estaba riendo.

—Ingenuo caballero de Athena —murmuró el enmascarado—. ¿Acaso no comprendes que los límites de la vida y la muerte ya han sido sobrepasados?

El brazo de Capricornio, la legendaria espada de Chrysaor, se hundía en el interior de aquel misterioso cuerpo. Una fuerza desconocida lo estaba absorbiendo.

—¡Ypsos! —gritaron Dion y Anker a la vez.

Pero cuando quisieron hacer algo, el balcón donde se hallaban se desmoronó. Desde abajo, el poderoso Mnemón había desgarrado sus ataduras y jalaba de las cadenas de Cefeno que ahora arrastraban a los caballeros de plata directamente hacia el terrible arcángel. Impotente, Dion alcanzó a divisar aquel puño colosal que apuntaba directo a su corazón. 

Se escuchó el crujir de la armadura al ser traspasada. La lira cayó al suelo, rompiéndose su encordado, y la sangre manchó el suelo. Pero el caballero de Lira no había resultado herido. Confundido, Dion miró al hombre que yacía a su lado.

—¡Anker…! ¡No…!

Tardó unos instantes en comprender lo que había sucedido: el caballero de Cefeo lo había protegido, y ahora una herida mortal lo desgarraba.  Dion observó a los sacerdotes de Kyros. Todo ese tiempo habían permanecido inmóviles en el mismo lugar, y ahora comenzaban a entonar un canto hipnótico.

La escena se le antojó bizarra e irreal. El laberinto. La torre. El espejo. El olor a incienso. ¿Acaso algo de todo aquello estaba sucediendo en verdad?

Anker, en sus brazos, escupiendo sangre al mismo tiempo que la vida huía de su cuerpo.

Mnemón, irguiéndose como un demonio frente a ellos. La herida que Ypsos le había abierto en el rostro ya no estaba.

Y más allá, la siniestra imagen del sacerdote enmascarado, envuelto en un manto de oscuridad, mientras devoraba por completo al caballero de Capricornio.

 

 



#2 Patriarca 8

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Publicado 11 marzo 2014 - 21:53

-Me agrado la forma en que describistes la situacion de como los caballeros se organizaron para

cumplir la mision como autenticos guerreros.

 

-Aunque te sugeriria que si en el futuro vas a usar figuras históricas des una pequeña descripcion de ellos para que los lectores que no esten muy familiarizados con la antigua grecia sepan quienes son

 

-Tambien me hubiera gustado que explicaras un poco mas sobre quienes son los enemigos

de los caballeros pero supongo que lo explicaras mas adelante


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#3 xxxAlexanderxxx

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Publicado 12 marzo 2014 - 06:52

Me gusta tu fic aunque concuerdo con T-800 en el segundo punto no todos conocen la antigua grecia asi q deberias describirlos mejor.Pero me gusta tu fic suerte

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#4 Nietz

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Publicado 12 marzo 2014 - 08:24

T-800, Alexander, gracias por sus comentarios!

 

-Los personajes que aparecen en este prólogo son ficticios, por eso no los he descrito. De hecho, no todos los personajes serán históricos; parte de mi idea es generar cierta curiosidad en el lector para que averigüe qué personajes están basados en personalidades históricas y cuáles son puramente ficticios. Ya en el capítulo 1 aparecen personajes como Sócrates y Protágoras; ahí me tomaré más tiempo para ir introduciéndolos poco a poco.

 

-El tema del enemigo se mantiene en suspenso durante los primeros capítulos, pero tal vez no esté de más decir que va a estar basado en el zoroastrismo, la antigua religión que profesaban los persas (los grandes enemigos de los griegos). Los nombres a veces serán raros, pero me he esforzado por hacerlos lo más atractivos posibles para nuestra visión occidental del mundo.

 

Saludos y gracias nuevamente! Estimo que  este domingo estaré subiendo el capítulo 1.



#5 xxxAlexanderxxx

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Publicado 12 marzo 2014 - 12:33

Ok compañero estare pendiente me gustaria que te pasaras por mi fic"la batalla del fin de los tiempo"

Me gustaria mucho que me dieras tu opinion sobre mi fic

Saludos

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#6 Nietz

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Publicado 12 marzo 2014 - 14:14

Ok compañero estare pendiente me gustaria que te pasaras por mi fic"la batalla del fin de los tiempo"

Me gustaria mucho que me dieras tu opinion sobre mi fic

Saludos

 

Seguro! Dalo por hecho.



#7 Nietz

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Publicado 16 marzo 2014 - 15:35

Hola de nuevo! Aquí va la primera parte del cap 1.

Una aclaración más que no hice antes. El número de armaduras en mi historia es de 48, pues esas eran las constelaciones conocidas en la antigüedad.

Saludos!

 

 

Capítulo I: Cree en el cosmos (primera parte)

 

Atenas, la grande, brillaba blanca y esplendorosa bajo la luz del sol griego. Cuna de la democracia, fuente de las artes, de la oratoria y la filosofía, la polis que Pericles el Glorioso había vuelto dorada era así mismo el corazón político y económico en el que confluían todas las rutas terrestres y marítimas. Desde lo alto de una colina, el majestuoso Partenón observaba las calles abarrotadas de las zonas comerciales con su incesante ajetreo y sus ánimos vibrantes.

Una comisión poco numerosa recorría los caminos de la ciudad en sentido ascendente. No pocos se detenían con una reverencia al pasar el líder de ese grupo, un hombre alto y de semblante orgulloso. Su nombre era Protágoras, hombre considerado un sabio por muchos y el maestro indiscutido de la retórica por todos. Con paso firme y las manos cruzadas en la espalda, el sofista guiaba a sus discípulos hacia el destino final de su viaje.

—Así que esto es Athenas —murmuró una muchacha de cabello negro que tenía el rostro cubierto por una máscara—. ¡Pero qué mugrosos!

Un muchacho pálido y de apariencia socarrona rió a carcajadas por el comentario.

—Por una vez debo coincidir contigo, hermanita —dijo otro joven con el mismo tono desdeñoso, mientras escrutaba los puestos ambulantes con sus ojos verdes.

—Prudencia, mis estimados jóvenes, están hablando ni más ni menos que de la polis más poblada de Grecia. Tan numerosos son sus habitantes que podríamos llamarla “el Gran Hormiguero del Mediterráneo” —comentó Progátoras para el regocijo de sus discípulos, al mismo tiempo que dedicaba un saludo a las personas del lugar—. Sin embargo, deben recordar que no estamos aquí para ver las hormigas del suelo. ¡Alcen sus cabezas! ¡Contemplen la fortaleza de los caballeros!

Ese último comentario atrajo la atención de los jóvenes. Habían llegado a una cumbre desde donde se podía apreciar el Santuario de Athena en toda su vastedad. Arriba, en la cima, la gran estatua de la diosa que miraba con ojos piadosos a las criaturas mortales. Más abajo, escoltándola, las legendarias Doce Casas.

El muchacho que cerraba la comisión, quien hasta entonces había permanecido en silencio, alzó la frente por primera vez para apreciar la vista. Sus ojos eran oscuros y profundos, como dos estanques de agua calma en el fondo de un abismo. Su semblante, casi inexpresivo, delataba ahora sin embargo un genuino interés.

—¿En qué piensas, Lander? —le preguntó el maestro.

El joven se tomó su tiempo para contestar.

—Pensaba en la diferencia entre una fortaleza y un hogar… si es que realmente la hay.

Protágoras estaba por aprobar su reflexión cuando una ola de júbilo llegó hasta ellos desde algún lugar del Santuario.

—¿Cómo? ¿Ya se ha acabado? —dijo Protágoras con profunda decepción—. Hemos llegado tarde. Será mejor que aceleremos el paso.

Cada uno de ellos recogió la caja metálica que había dejado en el suelo y continuaron la marcha rumbo al Coliseo.

 

Bajo el ardiente sol del mediodía, las gradas estallaron en aclamaciones que vitoreaban al vencedor indiscutible. Cien batallas había superado para llegar a la contienda final. Ciento una lo convertían ahora en el campeón.

La caja de Pandora, la tan anhelada, aguardaba en la cima de las escalinatas. Junto a esta, a la izquierda, se encontraba Sócrates, quien observaba lleno de orgullo a su discípulo. Y a la derecha, Pericles el Glorioso, Guardián de la diosa y Patriarca del Santuario.

—Han pasado cientos de años desde la última vez que esta armadura tuvo un portador —habló Pericles, acariciando la caja con sus largos dedos—. Considérate un favorecido por los Olímpicos, Arístocles.

Aún envuelto en sudor por la lucha en la que acababa de verse envuelto hasta hacía unos momentos, el muchacho sonrió ampliamente y asintió con la cabeza.

—A partir de este día, dejas de ser un postulante para convertirte en un caballero de Athena, digno portador de uno de los cuarenta y ocho ropajes sagrados —prosiguió el Patriarca—. Sin embargo, debo advertirte que tu verdadera lucha comienza aquí. Te he visto crecer y sé que eres capaz de grandes hazañas, joven Arístocles. Tus puños encierran un enorme poder, pero tu espíritu aún tiene un largo trecho por recorrer. Reflexiona acerca de estas palabras; busca la razón que te ha de atar con aquel legendario varón que vistió esta armadura antes que tú. Ahora, debes jurar en nombre de nuestra diosa que tu vida estará destinada a la justicia de este mundo, para servirlo y protegerlo.

—Lo juro, su Santidad—no vaciló en contestar el muchacho—. En el nombre de Athena, la defensora de la paz.

—En ese caso, te hago entrega de esta armadura de bronce, y a partir del día de hoy serás conocido como Arístocles, el caballero de Pegaso.



#8 Archad

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Publicado 17 marzo 2014 - 05:12

Compañero, escribes de cine, me gusta mucho como desarrollas tu fic y esa escritura que la hace tan interesante. Sin lugar a dudas en estos dos capítulos que he podido contrastar, se reafirma una buena calidad de escritura y un buen desarrollo de la trama de la que goza tu obra.

 

Un par de capítulos muy buenos, sin duda tu historia y tu manera de redacción está pasando para mi en ser considerado una de las mejores escrituras que he he podido contemplar en esto de los fics. Realmente hay una serie de compañeros a los que sigo que lo hacen genial. Bueno ahora cuando lleves un poco más valoraré el argumento que de momento está realmente bien y eso es lo que determinará en mayor o menor medida el buen andar del fic. De momento me ha impresionado tu manera de redacción.

 

Un saludo compañero y ya tengo otro fic que seguir... ojalá pudiera seguir algunos fics más de otros compañeros que seguro que hay muchos y muy interesantes también y muy bien elaborados, pero de momento por falta de tiempo debo seguirlos poco a poco.



#9 Nietz

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Publicado 17 marzo 2014 - 08:22

Compañero, escribes de cine, me gusta mucho como desarrollas tu fic y esa escritura que la hace tan interesante. Sin lugar a dudas en estos dos capítulos que he podido contrastar, se reafirma una buena calidad de escritura y un buen desarrollo de la trama de la que goza tu obra.

 

Un par de capítulos muy buenos, sin duda tu historia y tu manera de redacción está pasando para mi en ser considerado una de las mejores escrituras que he he podido contemplar en esto de los fics. Realmente hay una serie de compañeros a los que sigo que lo hacen genial. Bueno ahora cuando lleves un poco más valoraré el argumento que de momento está realmente bien y eso es lo que determinará en mayor o menor medida el buen andar del fic. De momento me ha impresionado tu manera de redacción.

 

Un saludo compañero y ya tengo otro fic que seguir... ojalá pudiera seguir algunos fics más de otros compañeros que seguro que hay muchos y muy interesantes también y muy bien elaborados, pero de momento por falta de tiempo debo seguirlos poco a poco.

 

Muchas gracias por el apoyo, Archad! Espero no defraudarte con el argumento.

Saludos!



#10 Patriarca 8

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Publicado 17 marzo 2014 - 16:09

Me gusto la forma en que narras ,ya que nos sumerges de lleno en la epoca antigua de grecia.

Sobre el numero de armaduras creo que pudistes omitir ese dato ya que por lo general no

se muestran todas las armaduras con portadores en la misma epoca excepto que en tu fic

tengas pensado hacerlo.

En fin fue un buen capitulo


Editado por T-800, 17 marzo 2014 - 16:10 .

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Publicado 17 marzo 2014 - 20:42

Me gusto la forma en que narras ,ya que nos sumerges de lleno en la epoca antigua de grecia.

Sobre el numero de armaduras creo que pudistes omitir ese dato ya que por lo general no

se muestran todas las armaduras con portadores en la misma epoca excepto que en tu fic

tengas pensado hacerlo.

En fin fue un buen capitulo

Gracias por volver a leer, T-800!

Si... tienes razón, fue una aclaración innecesaria XD Lo que ocurre es que algunas veces los personajes se referirán a los "cuarenta y ocho ropajes", entonces quise dejar claro ese tema de las constelaciones de Ptolomeo, pero tranquilamente podría obviarse. 

Saludos y gracias nuevamente!



#12 xxxAlexanderxxx

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Publicado 18 marzo 2014 - 14:41

Me gusto el cap muy bueno,espero el siguiente cap compañero
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#13 Nietz

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Publicado 25 marzo 2014 - 14:40

Capítulo I: Cree en el cosmos (segunda parte)

 

 

El sol de las primeras horas de la tarde volvía radiantes las piedras del sendero que unía el ágora de Atenas con el Santuario. En ese sendero y sobre esas mismas piedras estaba a punto de producirse un encuentro singular.

Carretas y caminantes iban y venían en ambas direcciones; aunque el Santuario de la diosa era un recinto prohibido para la mayoría de los ciudadanos, no dejaba de tener un íntimo lazo social y económico con el resto de la polis, que lo abastecía de alimentos, armas y esclavos.

—¡Abran paso al caballero de Pegaso! —prorrumpió a viva voz Arístocles, con la frente en alto y la caja de Pandora sobre los hombros—. ¡Este es el hombre que los defenderá a partir de ahora! ¡Muestren sus respetos!

Su amigo Elián se llevó una mano al rostro y sonrió compasivamente por la inmadurez del nuevo caballero; no dejaba de sorprenderle lo rápido que Arístocles se había deshecho de la actitud disciplinada que demostró durante la ceremonia de nombramiento.

—Pero, Arístocles, ¿no se supone que somos los caballeros quienes debemos servir a las personas, y no al revés? —indagó Sócrates, quien iba unos pasos detrás de ambos jóvenes.

—Maestro, ¿ni siquiera el día de mi triunfo te muestras entusiasmado? —le reprochó Arístocles; qué ingenuo había sido al creer que Sócrates abandonaría su temple sereno y sus preguntas tramposas al conseguir la armadura de Pegaso.

—Por supuesto que estoy entusiasmado, mi querido muchacho —dijo el filósofo con una humilde sonrisa—. Pero no sabía que entusiasmado y alborotador significaban lo mismo…

—¿Y qué le parece si buscamos un lugar apropiado para celebrar, maestro? —intervino Elián—. Tal vez el alboroto se aplaque con el estómago lleno y podamos descubrir si Arístocles está realmente entusiasmado, o no.

Sócrates lo miró con asombro por unos instantes.

—Pero qué propuesta más interesante, Elián —exclamó al fin—. Vayamos, pues, y averiguaremos si has estado en lo cierto.

«Elián, eres el mejor», pensó Arístocles; si alguien era capaz de jugar en el mismo terreno que Sócrates, ese era el caballero de Dragón.

—Coincido con este muchacho, Sócrates. Un banquete de celebración es la mejor manera de coronar una victoria y el encuentro de dos camaradas.

Los dos jóvenes y el filósofo se detuvieron y observaron al hombre que les había dirigido la palabra.

—Mi estimado Protágoras —sonrió Sócrates—. Mi alma se llena de dicha al ver llegar a Atenas al más alto de los maestros en el arte de la palabra.

—Guárdate los elogios irónicos para alguien que desconozca tus trucos, compañero —le devolvió Protágoras un gesto perspicaz—.¿Por qué mejor no me presentas a estos jóvenes que caminan junto a ti? No es necesario ser un sabio para ver que se trata de dos caballeros.

—Tu vista es aguda, como siempre —Sócrates se hizo a un lado y alzó una mano—. Este muchacho de serenos ojos azules que antes has elogiado es Elián, cuyo maestro no es otro que Ypsos. Y este otro que me acompaña es Arístocles, mi discípulo, a quien aún no sé si juzgar como un hombre entusiasta o un niño alborotador...

—Entusiasta o alborotador, este es sin duda el caballero de Pegaso —los ojos de Protágoras centellaron al fijarse en la caja que Arístocles sujetaba con apego—. Has de sentirte orgulloso por ser el maestro de aquel que consiguió la más codiciada de las armaduras de bronce.

—Dos veces aguda tu vista, mi amigo —prosiguió Sócrates—. Arístocles acaba de hacerse merecedor del ropaje que Odiseo vistió durante la guerra de Troya, y es por eso que íbamos a celebrar. En cuanto al tema del orgullo, no entiendo cómo un hombre puede vanagloriarse por un logro que no ha sido suyo…

—No te restes méritos, caballero dorado —le aconsejó Protágoras—. Un buen discípulo es la huella de que ha habido un buen maestro…

Arístocles y Elián se miraron. ¿Acaso ese diálogo filoso y mordaz continuaría para siempre? Por su parte, el caballero de Pegaso comenzaba a tener hambre y ya quería irse de allí…

—Pero yo también estoy acompañado por aquellos que hacen valer mi título de maestro —prosiguió el maestro de Abdera—. Dos hijos de la isla de Creta, Ariadna y Quirón; otro oriundo de la lejana región de Jonia, llamado Alfard. Y por último, mi discípulo más dotado… —Protágoras hizo una pausa y luego habló con una voz ceremoniosa—: Como bien dices, la armadura de Pegaso ha ganado prestigio a partir de la guerra troyana. Sin embargo, hay otra armadura de bronce que posee renombre, incluso desde épocas más remotas…

—La armadura de Orión —completó Sócrates—. Dime, Protágoras, ¿ese joven que se esconde atrás de los tuyos y no quiere alzar la cabeza es el portador de ese ropaje legendario?

—Adivinas muy bien, amigo —se complació Protágoras—. Déjame presentarte Lander de Orión… de Esparta.

La malicia en la voz del maestro de Abdera al pronunciar esa última palabra fue intencional. Había buscado sorprender a Sócrates, escandalizarlo, pues todos sabían que el nombre de esa ciudad aún causaba dolor en los corazones de los atenienses. Sin embargo, no pudo prever lo que ocurrió entonces. Una emanación de cosmos pasó a su lado como un estridente meteoro e impactó contra las rocas del camino, justo a los pies de Lander.

—¡Espartano! —rugió Arístocles—. ¡Qué hace un espartano en Atenas!

Varios transeúntes se detuvieron a ver qué estaba ocurriendo al oír los gritos enardecidos de joven caballero.

—Vaya, parece que efectivamente es un niño alborotador lo que tienes ahí, Sócrates…

—¡Y tú eres un carnero embustero! —replicó el caballero de Pegaso, borrando la sonrisa de Protágoras como si le hubiese propinado una bofetada.

—¿Qué has dicho…? —se encolerizó el sofista, ofendido—. ¡Impertinente! ¿No sabes que es una ofensa alzar la voz contra un caballero dorado?

—¿Y qué clase de caballero dorado trae a Atenas un sucio espartano?

—Arístocles, por favor, tranquilízate… —trató de aplacarlo Elián.

—¡No me digas que me calme! —Arístocles se quitó de encima el brazo de su amigo—. ¡Y tú, espartano! ¿Qué tienes para decir?

—No sé qué es lo que quieres que diga, ateniense —contestó Lander.

El caballero de Orión se mantenía impasible; sus ojos calmos como una laguna se reflejaban en los del caballero de Pegaso, ardientes como las llamas que consumieron Troya. Los demás discípulos de Protágoras observaban la escena con la satisfacción de quienes han sido dejados a un costado, mientras que Elián no sabía qué hacer para detener el desenfreno de su amigo.

—¡Si no quieres hablar, entonces quizás quieras pelear!

Arístocles dejó la caja de Pandora en el suelo y llevó la mano directamente a la cadena cuadrangular que emergía de la boca del Pegaso tallado en la superficie. Estaba a punto de abrirla cuando alguien lo sujetó con firmeza por el antebrazo.

—Mi estimado muchacho, sabes que no es habitual en mí decidir lo que otras personas deben hacer —el que hablaba era Sócrates; se había desplazado con tal velocidad que ninguno de los presentes alcanzó a ver sus movimientos—. Pero, ¿no acabas de hacer un juramento hace apenas unos momentos? ¿Realmente podrías seguir llamándote a ti mismo caballero si abres la caja a tu capricho?

—No es ningún capricho personal—replicó Arístocles con terquedad—. Es un espartano, un enemigo de Atenas…

—Me pregunto si eso es así en verdad —meditó Sócrates con una mano en la barba—. Y lo que es aún más interesante: ¿la armadura te reconocerá en estas circunstancias? ¡Pero qué situación tan intrigante! Arístocles, desde lo más profundo de mi corazón, te ruego que abras esta caja. ¡Todos aquí queremos saber qué es lo que Pegaso y Odiseo piensan acerca de esto!

Arístocles apretó los dientes, vaciló un poco más y finalmente soltó la cadena.

—Poco me importa lo que un héroe muerto piense acerca de mí —dijo con resentimiento.

Luego escupió al suelo, recogió la caja con su armadura y se marchó rumbo al ágora.

—Vaya, qué tipo tan bravo —murmuró Ariadna.

—Debiste darle su merecido, Lander —comentó Quirón.

Pero el caballero de Orión no les prestaba atención. Sin dejar de seguir a Arístocles con los ojos, no pudo evitar volver a preguntarse si realmente había alguna diferencia entre un hogar y una fortaleza.

 

 

El banquete en honor a la victoria del temperamental Arístocles fue celebrado y no faltaron los manjares del mediterráneo, los instrumentos que cautivan el corazón y el vino que embriaga los sentidos. Protágoras fue invitado por Sócrates a participar de la celebración, pero el orgulloso maestro de Abdera dijo que jamás había compartido la mesa con una bestia y no estaba en sus planes empezar a hacerlo ese día. ¿Habría el sofista aceptado la invitación de haber sabido que el homenajeado sería el primero en abandonar la reunión?

El sol comenzaba a ocultarse detrás de las colinas, tiñendo de matices dorados al Partenón. Recostado contra una de sus columnas, Arístocles contemplaba la ciudad que lo había visto crecer. El ajetreo del día poco a poco iba dando paso a la calma del ocaso.  Justo en ese momento, una comisión danzante atravesaba las calles. Las personas tocaban instrumentos y llevaban un buey adornado con flores, ofrenda a alguno de los altares de la ciudad.

—Atenas está hecha un caos… —dijo de pronto la voz de Elián.

—¿Y qué esperabas? —replicó Arístocles, sin inmutarse—. Mañana inician los Juegos del Homenaje.

Elián puso una mano contra la columna en la que Arístocles se apoyaba y alzó la vista; décadas enteras había llevado la construcción de aquella colosal obra arquitectónica, y ya faltaba muy poco para su culminación. En el interior del templo, una magnífica estatua de Athena de treinta pies de altura, hecha de oro y marfil, compartía el silencio de los dos caballeros de bronce.

—Siempre has detestado este sitio —comentó Elián, observando las facciones de la diosa—. He venido por si acaso, pero no pensé que te encontraría aquí. ¿Por qué te has ido del banquete?

—¿Acaso todavía no finaliza? —dijo Arístocles con hastío.

—Solo quedan los más ruidosos. Sócrates ya se ha marchado. Dijo que el Patriarca lo necesitaba a su lado.

—Es comprensible que Pericles requiera el consejo de Sócrates para los preparativos de mañana…

—Arístocles. ¿Qué duda te inquieta?

Aquella pregunta tomó desprevenido al caballero de Pegaso. Su amigo había hablado con la mayor seriedad.

—¿A qué te refieres?

—Lo pude leer en tus ojos; hoy, cuando pensabas enfrentarte al espartano y Sócrates intervino. Hubo algo que no te atreviste a decirle. ¿Qué era?

Arístocles no se sorprendió de que Elián lo conociera tan bien. Seis años habían compartido entrenando codo a codo en el Santuario y no dudarían en considerarse hermanos de espíritu. El caballero de Pegaso supo entonces que ese era el momento indicado para hablar.

—Elián, ¿tú crees en Athena?

—Por supuesto que sí.

—Oh… Porque, en verdad, yo no…

Un silencio incómodo atravesó el Partenón. Arístocles sintió el peso de la mirada de su amigo, por lo que se vio obligado a seguir hablando.

—Quiero decir… ¿Dónde está Athena? ¿Alguna vez la hemos visto?

—Athena se encuentra en el Santuario, más allá de las Doce Casas, bajo la protección del Sumo Pontífice…

—¡Vamos, Elián! ¿Realmente te has tragado ese cuento? ¿Piensas que Sócrates realmente cree en Athena, o en Zeus? Sus dioses son la justicia, el amor, la ciudad. Pero te aseguro que no se guía por fantasmas olímpicos…

Por tercera vez se quedaron callados. A pesar de lo embarazoso de la situación, el alivio de haber podido confesar su parecer calmaba el alma de Arístocles.

—Dime, amigo —retomó Elián la palabra—. ¿Qué sentiste durante la batalla de hoy?

—¿La batalla del coliseo? —preguntó el joven caballero de Pegaso, algo desorientado—. No lo sé, supongo que mucha expectativa; era el último combate. Además, algo de temor… Es decir, confiaba en mí mismo, pero no sería una pelea fácil.

—¿Y qué me dices del momento en que diste el último golpe? —insistió Elián—. He visto cómo trazabas tu constelación guardiana, la pureza y perfección de tus Meteoros de Pegaso. Creo no equivocarme si digo que has dominado por completo esa técnica.

—¡Bueno, supongo que puede ser así! —Arístocles se echó a reír con una mezcla de orgullo y bochorno.

—Me refiero a lo que sentiste en ese preciso momento —las palabras de Elián eran significativas.

Arístocles al fin comprendió adónde su amigo quería llegar.

—Sentí el universo entero ardiendo en mi interior —dijo con pasión; alzó su mano y observó distraídamente su palma, recortándose contra el cielo crepuscular—. El microcosmos que todos llevan adentro, y que los caballeros somos capaces de hacer explotar.

—¿Y crees tú en ese cosmos del que tanto hablan en el Santuario? Bien podrían ser patrañas…

—¡Por supuesto que creo en el cosmos! —replicó Arístocles de inmediato—. Bueno, es cierto que Sócrates siempre repetía eso durante mi entrenamiento, pero al fin logré experimentarlo al conectarme con mi constelación guardiana. Ahora es lo que siento cada vez que libero los Meteoros de Pegaso.

—En ese caso, no creo que haya nada de qué preocuparse —dijo Elián con una voz tranquilizadora—. No voy a poner en duda tus pensamientos. Tampoco sé qué es lo que Sócrates opina al respecto. Solo sé que Athena es el emblema de la paz y la salvación de este mundo. En eso creo yo. Y mientras ese emblema siga vivo, mientras se encarne de alguna manera, ¿qué más da que la diosa posea una existencia real o ideal?

—Vaya, nunca lo había pensado de esa manera —reflexionó Arístocles, y una sonrisa plena se dibujó en su rostro vivaz—. Me alegra haber tenido esta conversación contigo.

—Tal vez llegue el día en que sientas en carne propia la existencia de la diosa, así como has sentido la realidad del cosmos —finalizó Elián, colocando una mano sobre el hombro de su amigo—. Ahora volvamos a la ciudad. Debemos descansar bien esta noche; mañana inician los Juegos.

—¿Piensas que nos tocará enfrentarnos en el torneo? —preguntó Arístocles.

—Es posible —convino Elián.

—Prométeme que si eso ocurre, pelearás con todas tus fuerzas contra mí.

Elián entendió que ese era un asunto muy importante para Arístocles.

—Prometo darte una paliza, hermano.

A los pies de la diosa de oro y marfil, los dos jóvenes atenienses se echaron a reír, como tantas otras veces, desde que eran niños.



#14 Patriarca 8

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Publicado 26 marzo 2014 - 16:52

me agradaron los dialogos pero creo que exagerastes un poco al referirte sobre el ropaje que Odiseo vistió durante la guerra de Troya


Editado por T-800, 26 marzo 2014 - 16:52 .

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#15 Nietz

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Publicado 26 marzo 2014 - 19:20

Gracias T-800!

En relación a la armadura de Pegaso usada por Odiseo, es un dato que hace al trasfondo de la historia. Arístocles aún no comprende cabalmente lo que implica ser un caballero de Athena; la asociación con un héroe legendario como Odiseo pienso que me servirá para ir trazando un paralelismo entre los dos. 

Más allá de eso, así como estoy presentando a los griegos del siglo V a.C. vistiendo ropajes de Athena, pensé que sería atractivo mencionar que los griegos que combatieron en Troya también los usaban =P (dicho sea de paso, me imagino que Aquiles debe haber usado la armadura de Leo XD )

Saludos y gracias nuevamente!


Editado por Nietz, 26 marzo 2014 - 19:20 .


#16 Miguee

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Publicado 27 marzo 2014 - 00:09

Esto es lo mejor que he leido en este foro ,tu historia es de exelente, intrigante y  agradable lectura  te felicito amigo!


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#17 Nietz

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Publicado 27 marzo 2014 - 11:04

Muchas gracias por el apoyo, Migue!! =)



#18 Archad

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Publicado 27 marzo 2014 - 12:26

Buena continuación compañero, el hambre de pegaso me recordó por momentos a son Goku y sus compañeros e hijos sayagins...

 

Va por un buen camino la obra camarada, ese pegaso es todo un caracter...

 

Saludos



#19 Nietz

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Publicado 31 marzo 2014 - 21:20

Buena continuación compañero, el hambre de pegaso me recordó por momentos a son Goku y sus compañeros e hijos sayagins...

 

Va por un buen camino la obra camarada, ese pegaso es todo un caracter...

 

Saludos

 

Así que Arístocles te recuerda a los saiyajins? XD Mi idea era crear un personaje con una personalidad explosiva, que contraste mucho con la personalidad fría de Lander de Orión. Veremos cómo resulta.

Saludos y gracias por el comentario!!



#20 Nietz

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Publicado 03 abril 2014 - 17:05

Capítulo II: El peligro se acerca

 

 

Sin prisa Sócrates atravesó los pasillos del palacio en la cima del Santuario. La alfombra de terciopelo rojo era un contacto agradable para las plantas de sus pies, y el tamaño de la construcción servía de escudo al calor imperante afuera; allí adentro reinaba un clima fresco.

Los dos guardias que custodiaban la entrada a la cámara del Patriarca reaccionaron con sus lanzas al ver que se acercaba un hombre moreno y con barbas, casi con la apariencia de un mendigo. Pero al notar la firmeza del porte, el poder contenido en esos músculos añejados y la serenidad de la mirada, comprendieron el craso error que habían cometido.

—¡S-señor, Sócrates! —balbuceó uno de ellos, abriendo de inmediato la pesada puerta para dejarlo pasar.

Él les sonrió ampliamente y siguió su camino con tranquilidad.

La silla del Sumo Sacerdote estaba vacía en aquel momento, pero en la habitación había alguien más: una mujer de cabellos color granate, madura pero con una gran belleza conservada. Ella le sonrió al verlo llegar.

—Sócrates, pero qué andrajoso te presentas ante nuestro gran señor.

—Mi estimada Aspasia, pareciera que no me conoces. Me presento ante Pericles justamente como lo que soy: un pobre hombre.

La mujer soltó una risa armoniosa.

Aspasia, caballero del Águila. Tal vez, el alma gemela de Sócrates. Ambos se conocían desde su juventud, desde los días en que Pericles comenzó a forjar una era esplendorosa para Atenas. Imponiéndose en una sociedad de hombres, Aspasia había sabido ganarse su lugar como una de las personas más cercanas al Patriarca. Por eso a Sócrates no le sorprendió su presencia allí esa tarde de verano: siempre que el Sumo Pontífice tenía un asunto importante que debatir, Aspasia y Sócrates eran los primeros en arribar.

—¿Y qué es de nuestro amado señor? —preguntó Sócrates.

—Él estará con nosotros de un momento a otro —le informó Aspasia—. Tyrone ha ido por él.

«“Ha ido por él”», repitió Sócrates con amargura en su mente. Pericles ya era un hombre de edad muy avanzada; últimamente requería la ayuda de su servidor más cercano, el caballero del Altar, para cumplir con todas sus obligaciones. Un dolor inmenso afligía el corazón de Sócrates al ver que aquel gran hombre se hallaba en decadencia, al igual que la ciudad que tanto había amado y que cada vez se sumía más en la corrupción.

—¿Conoces el motivo de esta reunión? —prosiguió Sócrates, cambiando de tema.

—Tengo algunas sospechas, pero solo eso —se limitó a decir Aspasia.

Fiel como siempre a Pericles, ella no comentaría nada sin su autorización. Sócrates lo sabía; por eso no insistió y esperó pacientemente hasta que las cortinas de la puerta que daba a los aposentos del Patriarca se abrieron. Allí apareció Tyrone guiando al Sumo Sacerdote.

—Aspasia, Sócrates —les sonrió Pericles con estima. Era un hombre muy alto, delgadísimo, con grises cabellos que caían bajo el casco del Patriarca llegando hasta su cintura. A pesar de sus más de noventa años, ese noble varón conservaba la solemnidad de un ser divino—. Espero no haberlos hecho esperar mucho tiempo.

—En absoluto, Pericles —negó Aspasia, con una leve inclinación que Sócrates imitó.

—Me alegro, mi querida —dijo el anciano, dirigiéndose hasta su asiento—. ¿Cómo aguarda la ciudad los Juegos?

—Expectante, como siempre —afirmó Aspasia.

—Distraída, como siempre —replicó Sócrates a media voz.

Ella le dirigió una mirada reprobatoria, pero Pericles se limitó a sonreír. El anciano conocía bien la opinión de su amigo, tal vez no en contra de los honorables Juegos del Homenaje, pero sí de todos los movimientos confusos que se entramaban alrededor de los mismos. En esta ocasión, Pericles debía coincidir con él…

—Tyrone —se dirigió a su ayudante—, ¿aguardamos a alguien más?

El caballero de Altar era un joven muy recto y reservado. Sin familia y sin linaje, aquella función de sombra del Patriarca a la que lo ligaba su constelación protectora era sin duda el destino idóneo para el muchacho ateniense.

—Tal vez se refiera a la Dama de Virgo, señor —dijo Tyrone—. Ella sin embargo no podrá concurrir a esta reunión, pues ahora mismo se está llevando a cabo la ceremonia de purificación del fuego de los Juegos en su templo. Aún así, me ha hecho saber a través de un esclavo que más tarde se presentará ante usted.

—En ese caso, lo mejor será que vayamos directo al grano —resolvió Pericles—. Sócrates, Aspasia, el asunto por el que los he citado hoy aquí es muy delicado. Temo un ataque durante los Juegos del Homenaje.

Aquella noticia los estremeció.

—¿Qué clase de ataque? —indagó Aspasia.

—Aún no lo tengo claro —admitió el Patriarca—. He acudido a la Colina de las Estrellas y los astros solo han revelado que una nueva Guerra Sagrada se avecina.

—Eso es terrible… —musitó Aspasia, mientras Sócrates meditaba en silencio—. ¿No hay nada que podamos hacer para prevenirla? ¿Qué hay de Ypsos y Deucalión?

—Deucalión continúa con su misión de vigilar las tierras heladas—explicó Tyrone—. De acuerdo a su último informe, los hombres del Norte no representan un peligro inmediato, pero él no estará de regreso para los Juegos. En cuanto al caballero de Capricornio…

—Hace meses que perdimos contacto con Ypsos —reveló el Patriarca—. No sabemos cómo marcha su misión en el Oriente.

Una muda inquietud invadió la sala.

—Lamentablemente, no podemos hacer nada si nuestro enemigo es invisible —dijo Pericles—. Peor aún teniendo en cuenta que durante los Juegos la ciudad se llenará de extranjeros…

—Eso suponiendo que el enemigo es ajeno al Santuario —intervino al fin Sócrates.

Los otros tres lo observaron inquisitivos.

—Sócrates, ¿acaso desconfías de alguien? —preguntó Tyrone, alarmado.

—Solo considero que no debemos dejar de lado esa posibilidad.

—Sócrates tiene razón —reflexionó el Patriarca—. Los tiempos de los Juegos son tiempos confusos. Es preciso estar muy alertas.

Nadie dijo nada. Pero una inquietud punzaba en el corazón de Sócrates. El filósofo ateniense llevaba varios días aguardando el momento oportuno para hablar del asunto con Pericles. Al parecer, el momento tampoco iba a ser ese…

—¿Cuántos caballeros dorados habrá en el Santuario durante los Juegos? —indagó Aspasia, ajena a las inquietudes de Sócrates.

—De los atenienses, solo cuatro —comunicó Tyrone.

—No creo que contarme a mí sea lo más adecuado —repuso el anciano Patriarca—. La armadura de Sagitario espera a su sucesor desde hace muchos años…

—Por favor, Pericles, no digas eso —murmuró Aspasia con aflicción.

—Es la verdad, querida mía —insistió el Sumo Pontífice—. De los seis caballeros de oro atenienses, solo Sócrates, Karissa y Antístenes están aquí…

—¿Realmente estás contando a ese sucio perro? —le reprochó Aspasia, indignada.

Sócrates y Pericles se echaron a reír.

—Querida, por favor —dijo el Patriarca—. Por más excéntricas que sean sus maneras, Antístenes sigue siendo un poderoso caballero.

—Eso si se digna a mover un dedo —replicó ella y se cruzó de brazos.

—¿Y qué hay de los caballeros de otras polis? He oído que el sabio de la isla de Cos vendrá a Atenas.

—El rumor es falso, Sócrates —dijo Pericles—. Sus dos aprendices participarán de los Juegos del Homenaje, pero mi amigo Heráclides ya no es capaz de moverse de su hogar en la isla de Cos.

—Quien sí estará presente es el señor Protágoras —informó Tyrone—. El maestro de Abdera se entrevistó con el Patriarca hace apenas algunas horas.

La que ahora no pudo evitar reír fue Aspasia.

—¿Así que te reencontrarás con tu gran amigo, Sócrates? —comentó con diversión.

—Ya lo he hecho, querida Aspasia —musitó el filósofo distraídamente—. Siempre es bueno ver a los amigos…

—Por todos los dioses, Sócrates —intervino Pericles, suplicante—. Será mejor que ustedes dos estén a la altura de las circunstancias y no haya problemas durante estos Juegos.

—Me hieren tus palabras, Pericles —dijo Sócrates, ofendido—. ¿Qué podría llegar a suceder entre dos buenos camaradas que compiten sanamente?

—Media ciudad destruida, eso podría suceder —replicó el anciano—. ¡No quiero otra batalla de mil días!


 

 

 

 

-------------TRIVIA!!-------------

Hola a todos! Junto a este capítulo II, les dejo una pequeña Trivia:

Como habrán notado, estoy siendo un poco misterioso con la identidad de los caballeros dorados en mi historia. Por ahora han aparecido o sido nombrados ocho, pero solo tres constelaciones han sido reveladas: Pericles de Sagitario, Karissa de Virgo e Ypsos de Capricornio.

 

¿A qué constelación creen que pertenecen los otros?

 

 

Saludos!!


Editado por Nietz, 03 abril 2014 - 17:07 .





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