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Omega: Prologue


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#81 -Felipe-

-Felipe-

    Bang

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Publicado 15 febrero 2014 - 12:21

Pista. Fudo no tiene ojos rojos.


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#82 -Felipe-

-Felipe-

    Bang

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Publicado 16 febrero 2014 - 18:40

CAPÍTULO XXII, CONFLICTO

 

Una roca gigantesca se movió hacia él. Parecía una bomba que explotaría al primer impacto, y su velocidad dejaba una estela de fuego a su paso, iluminando la noche sin luna y estrellas apagadas.

Pero ya había hecho ese movimiento antes. Un ataque no afectaba dos veces a un Santo de Athena. Lo esquivó a la velocidad de la luz, como correspondía a un Santo Dorado, dejando pequeños brillos luminosos con su desaparición. Uno de los soldados marcianos se sorprendió al perderlo de vista, se desconcentró, y un valiente guerrero de Athena lo atravesó con su lanza.

Oyó la explosión detrás de sí, también gritos de personas que se habían estado ocultando de Mars, y ahora huían presurosos mientras los Santos los protegían. Se preguntó si debía asegurarse que estuvieran a salvo y luego pelear, o dedicarse plenamente a la batalla. Optó por lo segundo después de unos instantes en tiempo real que fueron minutos en su cabeza, analizando las distintas repercusiones de cada opción.

Si iba a ayudar a la gente, lo podrían atacar por la espalda, y arriesgar más la vida de esa gente. Además, estaba ese llanto de bebé...

Otro petardo lo sacó de sus pensamientos. El Comandante de los Cuatro Semidioses de la guerra, Rómulo, había sido más veloz esta vez, pero el valiente hombre de alas doradas lo esquivó nuevamente. Sin cansancio ni desesperación, el dios de la guerra continuó lanzando proyectiles, y pronto el aire se vio amenazado con una lluvia de tierra, rocas y magma que tenían un solo blanco.

Seiya de Sagitario.

Sabía que no podría esquivarlas todas, pero como Comandante del Santuario, mano derecha y confidente de Athena, debía mostrarse como un digno rival del semidiós. Aleteó varias veces, y con fugaces acciones, reventó cada roca que le llegaba cerca, sin fallar, a la vez que evitaba alguna que sus puños no alcanzaran.

Las explosiones le obstruían la vista con humos tóxicos, pero jamás bajó la guardia y, dejándose llevar por las fluctuaciones del Cosmos, logró su cometido. Rómulo no se sorprendió.

—Eres un digno Santo Legendario. Aquel que golpeó a Hades —dijo con voz muy grave, fría, sin alteraciones, controlada.

—Soy famoso, no lo niego —sonrió Sagitario.

—Esas piedras eran el comienzo. PIEDRAS QUEMADAS.

La tierra volvió a temblar, a la vez que el suelo se desprendía y se unía a la mano enguantada abierta del marciano. Creó una enorme esfera de magma fundido, tierra quemada y rocas destrozadas. En un instante, desapareció.

—¡Imposible! —lo había perdido de vista. ¿A qué velocidad se movía un semidiós? —¡Allí está!

Era tarde. Rómulo lanzó un puñetazo al rostro de Seiya, éste se cubrió instintivamente con los brazos, pero la explosión fue una sacudida que derribó a varios soldados que se enfrentaban a su alrededor.

 

—¿Qué espera para atacar? —se preguntó. No podía ver, pero podía sentir el movimiento del Cosmos. Y también oía, escuchaba claramente las gárgaras que su enemigo hacía con el líquido de su botella.

—¡Ah, mucho mejor! —bramó el más grande de los marcianos.

—Baco. No solo es el dios de la guerra, también..., de eso.

No necesitaba sus ojos para saber que su oponente se movía de forma aleatoria alrededor del Santo. Como si estuviera ebrio, con la vasija en la mano, el semidiós se contoneó de un lado a otro. Algunos soldados rasos se hicieron a un lado pensando que iba a caer, pero solo recibieron infernales golpes del marciano que no tenía intención de dejar de luchar. Ninguno se lo esperó

—Hace que sus movimientos sean impredecibles.

¡¡¡CAÑÓN... D-DANZANTE!!! —gruñó, su voz casi inentendible. Un mar de Cosmos salió de sus brazos, y rápidamente impactó con el escudo del Dragón, el más fuerte del ejército ateniense. No sirvió de mucho, porque poco a poco, la presión del agua comenzó a perforar en la coraza.

Debía hacer algo. Llevó el brazo derecho hacia atrás, y se preparó para realizar su técnica favorita, con la esperanza de desviar el cañón, mientras se protegía con el brazo izquierdo. ¿Podría luchar contra alguien cuyos movimientos eran imposibles de augurar? Hasta ahora sus oponentes habían tenido un estilo de lucha definido, en cambio Baco...

No. Ese hombre había aprendido a controlar la situación, a no dudar ante la adversidad, a confiar en sus habilidades.

Shiryu de Dragón.

—Ni siquiera por eso me rendiré. Mi maestro me enseñó a adecuarme a cada situación, por difícil o extraña que se viese, recibe la furia del dragón que surca el cielo, ¡DRAGÓN ASCENDENTE DE LUSHAN!

 

El marciano materializó horrendas cadenas con hoces en las puntas. Ardían con un brillo de fuego, y parecía deseoso de entrar en calor. Corrió apenas su líder dio la orden, y penetró el ejército ateniense para llegar hasta quien quería que más sufriera.

A su paso, varios soldados cayeron con graves fisuras en su cuerpo, no solo en el bando enemigo, sino también en el suyo. Otros, temerosos, lo intentaban esquivar, pero parecía un dios cruel que solo tenía la intención de cortar a los humanos como un carnicero a los cerdos.

Pero él no escapó. No. Jamás había huido de una pelea, y en el fondo de su corazón, sabía que las disfrutaba. Hizo arder su Cosmos, las llamas bailaron a su alrededor como chispas bailarinas.

Era el dios herrero que construía armas para la guerra, así que le parecía apropiado que usara una de ellas para intentarlo rebanarlo. Y Vulcano lanzó la cuchillada con violencia, como si la vida se le fuera si no era lo suficientemente cruel y despiadado... Por eso, no se esperó que detuviera la cadena con una sola mano, ni menos que se enfrentara a esos ojos.

—¿No tienes miedo, porqueria? —preguntó el semidiós herrero. Su voz era grosera, arrogante, inundada de egocentrismo y agresividad..., pero ahora una pizca de duda se unía a la mezcla que sonaba como siseos de serpientes.

—Lo siento, pero no le tengo miedo a Mars, menos le voy a temer a una escoria como tú —en cambio su voz era firme, alta, atrevida, llena de justicia, fuego y experiencia.

—¿Qué DIABLO eres tú? ¿Estás muerto, acaso, condenado pájaro...?

Ikki de Fénix.

Era un hombre sin miedo, había sobrevivido a todas las penas del infierno, y saboreado las consecuencias de la guerra. Ningún arma era suficiente para intimidarlo. Lo interrumpió con sus propios recursos de batalla.

¡ALETEO CELESTIAL DE FENIX!

Vulcano se cubrió con la cadena, a la vez que se preguntaba si su hoz sería suficiente para apagar las llamas del infierno encarnadas en un solo hombre.

 

Uno de los soldados marcianos llegó hasta Saori. Ella tenía los ojos fijos en Mars, quien seguía en lo alto del Palatynus. El soldado se burló de ella, diciendo que mandaba hombres a pelear, y ella no hacía nada. Pronto, el insolente fue hecho carbón gracias a un fuerte choque eléctrico.

—No se preocupe, Athena. La protegeremos, concéntrese en no perder de vista al tal Mars, por favor —le dijo una máscara inexpresiva. Pero ella la conocía. Sabía que detrás de esa careta estaban todas las cualidades que un guerrero debe tener, además de las emociones de alguien que lucha por proteger a la humanidad.

—Gracias, Shaina —dijo la diosa, encendiendo su Cosmos para hacerlo chocar contra el de Mars. Éste la imitó.

 

Su misión había fallado, tenía que reconocerlo. Pero cuando ocurre algo que puede traer graves consecuencias, debes hacer lo que puedas para evitarlo. En el caso de no lograrlo, aún se puede enmendar el error. Eso es, cambiando el mundo, evitando nuevas equivocaciones, reparando lo que quedó mal hecho, fabricando nuevos cimientos, puros y limpios, sobre la mugre que continuaba desde el error original.

Y estos cimientos podían estar hechos de hielo, por supuesto. Un montón de estatuas marcianas congeladas, para que la luz escarlata del planeta rojo no se expandiera fuera de Roma; y un camino de escarcha hacia una de sus erratas, para lanzarla a las profundidades de un abismo, desde donde nunca debió salir.

Esa errata, era una mujer que lanzaba flechas luminosas a todo aquel que su vista percibía. Todo lo que se reflejara moviéndose en su pupila a través del yelmo, y llevara el estandarte de Athena, terminaba con una flecha en el pecho.

—La diosa cazadora, Diana —murmuró fríamente. Ya estaba cerca de ella.

—No te acerques, si no quieres ser atravesado —le advirtió ella, tensando el arco. No parecía más que una formalidad, ya que era evidente que dispararía.

—Vamos..., hazlo ya —desafió el hombre de hielo.

—Lo haga o no, no cambiarás el hecho de que tú despertaste estas flechas —sonrió. Inteligente, manipuladora, cruel. Era una semidiosa de Mars.

—¡¿Qué dices?! —se enfureció. Por un momento, solo un breve parpadeo, él perdió el control. Solo eso bastó para tener una flecha a centímetros de la frente, y hubiera sido fatal si una cadena no la desviara.

Los eslabones se hicieron pedazos, un brillante aro cayó al polvo, pero solo le importaba una cosa. Sus amigos. La vida. La humanidad a salvo.

—¡No pierdas la concentración! —le dijo él. No solía comportarse así, pero su compañero era quien debía mantenerlos fríos en la batalla. No podían perder eso.

—Gracias. No pasará otra vez —y así de fácil, con solo las palabras gentiles, llenas de esperanza que su amigo siempre brindaba, desde que eran jóvenes, él recuperó la frialdad. No perdió la ira, pero la supo ocultar detrás de un glaciar imperturbable, una noche fría sobre sus ojos celestes —La mataré antes de que lo intente de nuevo.

—No lucharás solo. Te daré asistencia...

—Encárgate también de estas moscas que revolotean cerca de nosotros, por favor —le dijo en un susurro glacial. Caminó decidido hacia Diana.

—Confía en mis cadenas —y, como si fuera por arte de magia, los eslabones se pegaron unos a otros, guiados por el Cosmos de la nebulosa —me desharé de todos ellos al mismo tiempo.

—Uno frío como el Cocytos. El otro cálido como el Olimpo. Y aún así ambos son humanos... —reflexionó Diana. Pero no eran humanos normales.

Hyoga de Cisne.

Shun de Andrómeda.

El viento frío de Siberia y las cadenas maravillosas chocaron con la semidiosa y sus soldados. Creó dos flechas esta vez en su arco.

¡LLUVIA DE CAZA!

POLVO DE DIAMANTES...

¡TIRO BÚMERAN!

 

Mars lanzó un destello de energía carmesí a Saori. Ella lo repelió con su báculo, y lanzó ella misma una esfera de luz. El dios de la guerra lo detuvo con la mano negra.

—Athena, sabes que podría sentirme ofendido por no venir preparada para una guerra, tu ejército es muy inferior al mío en número, y ni siquiera traes una armadura para protegerte.

—¿Es necesario todo esto, Mars? —preguntó Saori haciendo caso omiso.

—¿Qué dices?

Volvieron a chocar sus energías. Esta vez el báculo no fue suficiente, y provocó que Athena se tambaleara. Era evidente que Mars aún no atacaba en serio, necesitaba combatir en igualdad de condiciones, pero antes necesitaba despejar unas cuantas dudas...

—¿Es necesario? ¿Quieres realmente cambiar este mundo, Mars? ¿Qué hizo que desees llenar el mundo de sombras? ¿Qué te sucedió en esta Tierra?

Se miraron fijamente unos segundos. La tensión era palpable y cada vez más rígida, tanto que uno de los marcianos rasos gritó de dolor cuando quedó entremedio de ambos dioses, su nariz sangró, y cayó inerte al suelo.

—El mundo es cruel y sanguinario, como puedes notar, Athena. Ya ha pasado mucho tiempo, es momento de un cambio.

—¿Quieres crear un mundo pacífico, Mars? ¿Qué harás cuando deje de haber guerras? ¿Te aburrirás? —Saori se permitió la sombra de una sonrisa, pero la perdió rápidamente cuando Mars la volvió a atacar. Esta vez no pudo protegerse, y gritó de dolor.

—¡Athena! —exclamó Seiya. Sangraba de la nariz y la frente, se le había roto un fémur al detener su fuerte caída fruto de la explosión, y su brazo no aguantaría mucho..., pero aún así corrió. Corrió desesperado por ella, jamás debió dejarla sola.

Rómulo creó rápidamente un muro de rocas ardientes y tierra voraz que detuvo el paso del Santo.

—Peleas conmigo, Sagitario —le dijo tranquilamente el semidiós.

—¡No te metas conmigo, hazte a un lado! ¡METEOROS DE PEGASO!

—¿Vas a pelear o no, Athena? Si sigues evitando la lucha como siempre, tus Santos irán cayendo como un hombre frustrado que se lanza desde un gran edificio al no alcanzar a Dios.

—Seiya... —murmuró afligida la diosa, intentando levantarse con ayuda del cetro de Nike.

—Ah sí, ese hombre debía luchar contra mí, pero intervino tanta gente..., mira, el Dragón y Andrómeda también tratan de ayudarte, pero no les será difícil a los Reyes Celestiales detenerlos..., ¿Lo ves?

—¡Cómo te atreves! —dijo una voz. La Garra Trueno retumbó, pero Shaina pasó de largo, Mars la esquivó con facilidad.

—¿Y tú? —preguntó Mars, ofendido por el ataque repentino.

—Soy la Santo de Plata Fatal, Ophiucus Shaina, no dejaré que le hagas daño a Athena.

—Mujer enmascarada..., no, Shaina de Ofiuco, recordaré tu nombre también, has osado atacar al dios de la guerra —levantó el brazo izquierda, una masa de energía escarlata surgió sobre su cabeza.

—¡Shaina! —gritó desesperada Saori. Kazuma, a lo lejos, corrió también, pero había demasiados marcianos que le impidieron el paso.

ESTRELLA ROJA DE GUNGNIR —como una lluvia en una tormenta, filosas lanzas rojas cayeron brutalmente sobre Shaina. No solo ella fue afectada, sino una buena porción del terreno donde luchaban, el monte Palatino se sacudió, un cráter se mostró rápidamente y la encantadora de serpientes, aunque había evitado varias jabalinas, fue finalmente atravesada por varias de ellas.

—¡¿Esta es tu decisión, Mars?! —exclamó furiosa, Saori, al ver a su compañera caer tan violentamente al suelo.

—¿Tuvo que pasar esto para que te dispusieras a pelear, diosa de la guerra? ¿Te pondrás acaso tu armadura?

—La Cloth de Athena la tiene uno de mis más valientes y leales guerreros.

—Sí. Pero yo no soy precisamente el dios de la guerra justa, en la batalla todo es válido, las oportunidades deben tomarse cuando se tiene, lo aprenderás de la peor manera, diosa, ¡Rómulo!

—¡Sí, señor!  —el comandante apareció ante Seiya y lo arrojó lejos de donde se encontraba luchando Saori. Su fuerza era brutal, no parecía que lanzara algo más pesado que un niño.

—¡Athena! —gritó Seiya, agitando sus alas para detenerse. Pero nuevamente el llanto de bebés. Saori también lo oyó. Había que terminar.

—Grave error, Mars..., alejarme de Seiya no servirá de nada.

—¿Qué?

—Que tienes demasiada confianza en Seiya, parece..., aunque a todos nos ha pasado, jeje —rió un hombre con Cloth violeta. Corrió deprisa entre las filas enemigas, sacó una estatuilla del cinturón, y la arrojó con precisión a las manos de su diosa.

—¡Imposible! —gruñó el dios de la guerra.

—Gracias, Jabu —sonrió Saori.

La legendaria Cloth de Athena brilló con una luz celestial una vez más.


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#83 Patriarca 8

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Publicado 17 febrero 2014 - 08:11

-Me agrado la mayor parte del combate de los protas pero creo que le estas dando mucho

protagonismo a Shaina.

 

-esperando el proximo capitulo


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#84 -Felipe-

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Publicado 18 febrero 2014 - 17:48

Tengo cierto gusto por esa femme fatale xD

 

En fin. Aquí está el siguiente capítulo, y pronto, quizás hoy mismo, estará listo el otro. Se acerca el inv...,ejem, el final.

 

CAPÍTULO XXIII, SANGRE

 

¡MURO DE FUEGO! —fue el grito enfurecido de Mars. No se lo esperaba, jamás lo habría pensado.

Le parecía evidente, necesario, normal, que Seiya llevara la Cloth de Athena, y por eso él la acompañara por Roma. Pero la diosa se había anticipado a ese pensamiento, había preparado otra estrategia, como una digna líder guerrera. Ahora se había vestido con ese ropaje dorado, adornado con los detalles violetas, iluminado con el brillo de las alas, preparado con el Escudo de la Justicia, y protegida con un yelmo de batalla.

Por eso, lanzó una llamarada desde su dedo, la cual envolvió al intruso, y calcinó su armadura hasta hacerla casi polvo.

—¡Jabu! —Athena trató de socorrer a uno de sus más valientes y leales protectores, pero un rápido ataque de Mars la hizo desistir, y protegerse del rayo escarlata con su escudo. Era inmenso, pesado, pero ya no era una muchachita débil. Era la diosa de la guerra, levantó el escudo y resistió el embate con fuerza y coraje.

—Señorita Saori... —se trató de levantar Jabu para socorrerla, y al verla sonrió— vaya..., no lo hace nada mal, jeje— El dolor acumulado de las batallas que había tenido durante estas horas lo invadió, y se derrumbó en el suelo.

—¡Athena! —gritó Mars, lanzando nuevamente la técnica. Era como si un volcán hiciera erupción desde la tierra bajo las faldas de la diosa, y quedara en el ojo de un huracán flamígero.

—Mi Cloth me protege, Mars..., no podrás matarme, ni menos apagar la luz de los hombres valientes de esta Tierra, como aquel que acabas de quemar...

—¡¡¡Athena!!! —la ira de Mars creció. Su dedo parecía un lanzallamas a máxima potencia, pero el Cosmos de Saori alejaba las flamas, y le daba espacio suficiente para respirar, y lanzar energía en contraataque desde el cetro.

—¡Detente Mars! ¡Detén a tu ejército! ¡Déjame ayudarte...!

—¡¡¡¡¡Athena!!!!! —los ojos de aquel que alguna vez se hizo llamar Ludwig brillaron con fulgores granate, el planeta rojo sobre sus cabezas hizo presión sobre Saori, ella lo notó, pero no pudo evitar poner una rodilla en tierra.

Mars recordó a su hija, Sonia, cerca de la muerte mientras se acercaba a ver cómo luchaban los Santos, con valentía, pero que no dejaba de llorar durante la noche al tener la imagen de su madre en la memoria. Recordó a su hijo, Edén, destinado a convertirse en un príncipe que gobernaría un mundo lleno de paz y sombras que lo arroparían. Recordó a Misha..., su esposa, aquella que los dioses se habían querido llevar solo por desear ver una obra de teatro. Ella brillaba con luz propia, era bondadosa, gentil, cariñosa, cálida, pero a nadie le importó eso. Una bomba, y estalló, así como todos sus deseos futuros, toda la confianza en la luz, y hasta su nombre. Ludwig.

Ya ni siquiera estaba seguro que ese hombre hubiera existido. No. Él era un dios. Era el General de Marte, el líder de la rebelión contra la luz, el amo de las sombras que cobijaban a los buenos de corazón, el Señor de la Guerra y el Guardián del Fuego.

—¡¡¡Athenaaaaaaaaaaaaaaa!!! —gritó una vez más. El planeta vecino resplandeció con fuerza, y las llamas devoraron a la diosa tal como a Misha hace algunos años.

 

—¡¡¡Saoriiii!!! —oyó el grito del Pegaso de oro. Se hizo paso entre las filas enemigas para acudir con la mujer que había jurado proteger, incluso después de la muerte.

Rómulo se interpuso tranquilamente en su camino. Su técnica principal se llamaba “Piedras Quemadas”, manipulaba el magma subterráneo, la tierra, la arena y las rocas para construir potentes bombas, que tenían a Seiya respirando más fuego que aire.

—Peleas conmigo, Sagitario.

—¡Muévete, maldición!

PIEDRAS QUEMADAS

METEOROS DE PEGASO

 

—Qué es... esto... —se preguntó la mujer. No podía tensar su arco, la cuerda estaba totalmente congelada.

—Mi diosa necesita ayuda. Y tú eres inútil. —le dijo Hyoga, haciendo ademán de correr hacia la batalla principal, pero un potente relámpago rasgó el cielo. Si el cisne no hubiera dado un paso hacia atrás, le habría dado de lleno en el rostro. Aún así, no cambió su expresión.

—No me subestimes —sus labios se transformaron en una mueca arrogante. Aún habían destellos en sus manos, los que había usado para atacar por sorpresa— soy la semidiosa de la caza. Jamás dejo a mi presa viva.

—Eres bastante irritante, mujer... —Hyoga encendió su Cosmos. Diana sintió un leve temblor que recorría su espalda, un aire frío que no pudo ver venir. Ese hombre debía estar hecho de hielo, pero ella...

—Bueno, tú me despertaste, en parte soy tu creación. Sabemos lo que ha pasado, por supuesto. Si tu madre no hubiera traído la Piedra de Rómulo en ese barco, si no te la hubiera entregado al morir congelada... ella..., esto no hab... ¡Qué está pasando! No pue... —el resto fueron solo murmullos inentendibles. Una capa de hielo había tapado su boca, y ahora se extendía por su cuerpo, sobre la Galaxy negra.

—Silencio. —cuando tres marcianos lo atacaron por la espalda para ayudar a Diana, ni siquiera se inmutó. Sabía que no alcanzarían a tocarlo, era obvio al oír las cadenas que se movían por todos lados. De largo infinito, irrompibles, vivas por toda la eternidad.

—¡Hyoga! Esa mujer tiene sangre divina, no sé si podrás contenerla...

—Lo sé, Shun. No tengo pensado dejar vivir a una arpía como esta —levantó los brazos, dejó que la energía electromagnética de la aurora revistiera sus puños, los vientos empezaron a soplar con acometividad.

—¡Misera.... bles...! —gruñó Diana, tratando de romper el hielo.

¡TRUENO AURORA! —Hyoga bajó los brazos, y una descarga de vientos helados arrolló a la mujer como un camión a una lagartija.

—¡¡¡Hyoga!!! —alertó Shun sin dejar de atacar diversos objetivos de la cadena, cuando notó que Diana se seguía moviendo. El Cisne estaba preparado para ayudar a Athena.

—¿Cómo es posible? —el hombre de hielo dejó que la sombra de la incredulidad oscureciera su rostro.

—Soy la semidiosa de la cacería. No importa cuánto traten de defenderse, las presas no son nada ante el cazador —se levantó sonriendo, su Cosmos hervía tanto que derritió la capa de hielo sobre su cuerpo, y la escarcha del arco —Humanos, son astutos, no hay duda, pero tristemente, también incapaces.

¡ONDA TRUENO!

—¡Espera, Shun!

Diana agarró la cadena con sus garras enguantadas sin problemas. Salían chispas de cada eslabón, pero no parecía afectarle la electricidad.

—No puede ser... —murmuró Shun.

—Shun, ¡Cuidado! —alertó Hyoga. Corrió con la esperanza de cortar la cadena, pero un dardo luminoso que ella arrojó con la mano libre le atravesó el pecho— Esto... ¡Qué...!

¡GRAN RAYO! —gritó la diosa de la guerra. Condujo la electricidad a través de la punta triangular, y pronto Shun rugió de dolor.

—¡¡¡Ahhhhhhhhhh!!!

—¿Doloroso, cierto? Los rayos de los seres humanos no tienen comparación con aquellos que poseen los dioses, ¡Ni siquiera si son Santos!

Del cuerpo de Shun salió humo, y de la herida de Hyoga sangre a borbotones. Ninguno de los dos se pudo quedar en pie.

 

—¡Maldición! ¿Cómo lo haces, Dragón? —le preguntó con voz de borracho. Shiryu desviaba cada golpe, anulaba cada patada, y ningún ataque desde esa botella llegó a puerto.

—Soy un Santo, Baco. Entrenado por el legendario Dohko de Libra, no me subestimes —aunque lo dijera, Shiryu se sentía en problemas. A pesar de la corpulencia importante de su oponente, se movía fácilmente más rápido que él. Además era totalmente impredecible, sus movimientos eran grotescos, extraños, casi inhumanos, a la vez que ágiles, y sus puñetazos no daban descanso al escudo del Dragón.

El hombre de largo cabello azabache había concentrado su Cosmos en esa famosa pieza del brazo izquierdo, además de sus piernas para mantener el equilibrio, pero la presión era cada vez peor. Su Dragón Ascendente no le había causado ningún daño a Baco, solo había hecho tardar su siguiente golpe. Si se distraía un momento, si perdía la concentración un instante, si dudaba un segundo, lo pagaría caro.

Un marciano raso arrojó a un soldado ateniense a sus piernas, y solo eso bastó. El Cañón Danzante retumbó, las grietas no tardaron de formarse en la Cloth que se decía era tan dura como el diamante, y la sangre salió en abundancia de su piel. Sintió al menos diez huesos romperse, y voló hacia atrás impulsado por una fuerza feroz, dejando charcos rojos en su camino, pero antes que el dios lo rematara, Shiryu chocó contra la espalda de otro hombre. En condiciones normales, ambos habrían salido despedidos sin perder fuerza, y se habrían estrellado violentamente contra alguna superficie, pero no en este caso.

Ese hombre era casi imposible de derribar.

—Ponte de pie, Shiryu, esto apenas ha comenzado —le dijo. No necesitaba sus ojos, reconocía esa voz firme y segura. Se agarró de una de las alas para recuperar el equilibrio, y tuvo unos segundos para rescatar el aliento.

—¿Cómo vas tú, Ikki? Tu respiración está demasiado agitada —sonrió, a pesar de oír los pasos de Baco acercándose hacia ellos. Oía también los gritos de guerra y los alaridos de dolor de los soldados atenienses.

—Tengo que confesar que este tipo es duro. Es demasiado violento, como si solo viviera por oler la sangre y triturar huesos.

—¿Tienes miedo, Fénix? —preguntó, aunque sabía la respuesta.

—¡Je! Ni tú mismo te crees eso, ¿o sí, Dragón? Solo me está llevando más tiempo del estimado.

La Galaxy de Vulcano estaba chamuscado en pequeñas partes, pero seguía con su sed de sangre intacta. La hoz daba veloces giros en su cadena, impulsada por su muñeca, la cual ya estaba manchada de líquido escarlata.

—Ahora tengo dos cerdos que tajar, ¡No se resistan, puercos de porqueria! —su voz estaba llena de odio, crueldad y una fuerte esencia sádica.

—Son tal para cual, Ikki.

—¿Después de tantos años vienes a soltar las bromas? A tu izquierda, ¿lo ves? Seiya es quien está más cerca de Athena, pero ese tipo le impide el paso.

—Olvidaré que dijiste eso de la vista, Ikki. Ten cuidado.

—Vete antes que mis llamas te abrasen a ti también.

Shiryu corrió. No podía ver, pero el Cosmos de Seiya, y el de Saori que se debilitaba, lo guiaban sin problemas.

—¡¿Te vas, Dragón?! —rugió Baco.

—¡Vuelve aquí, no te alcancé a triturar! —exclamó Vulcano.

—Insectos molestos... —suspiró Ikki. Desapareció, apareció de sorpresa cerca de su enemigo, agarró la cadena hirviendo del herrero, y la arrojó contra Baco. Le atravesó el cuello.

—¡Baco!

—No me he olvidado de ti —con todas sus fuerzas, le regaló su mejor golpe llameante a Vulcano.

 

—¡¡¡Saori!!! —gritó Seiya, pero su oponente tenía un Cosmos muy cercano al de Mars, mayor aún al de los otros semidioses. Aunque sus estrellas fugaces destrozaban las rocas que le eran arrojadas, siempre venían más.

—¡No te moverás, Pegaso dorado!

—Seiya..., yo puedo... —Saori se levantó sostenida por el báculo, pero Mars, ardiendo con un aura escarlata, impulsado por la fuerza que le brindaba todo un planeta, le lanzó un montón de lanzas que a duras penas no dieron en un punto vital. Sin embargo, lograron atravesar la Cloth, y también el Escudo. Antes la pelea estaba ligeramente igualada, pero ella podía sentirlo. Las sombras del universo eran atraídas a la Tierra, canalizadas a través de Marte. El Cosmos de Mars estaba aumentando gracias a esta incontable energía externa agregada, y eso inclinaba velozmente la balanza.

—Athena... —sus ojos brillaban con el rojo de la ira y la sangre. Su mente solo se llenaba de recuerdos felices del pasado, rotos por la luz del sol, y los fulgores de la vida humana.

—¿Quién le está dando ese poder a Mars? ¿Quién está detrás de todo esto? —se preguntó Saori. Se llevó una mano al rostro.

La sangre manó de la frente de la diosa.

Más de lo que él podía aguantar.

—Aiolos, bríndame el poder de tu Cloth...¡RELAMPAGO ATOMICO! —---era un destello a altísima velocidad, rasgó el viento, desmoronó la tierra. El muro que se había creado para impedirle el paso se hizo trizas, y Rómulo recibió una fuerte descarga en su cuerpo que lo hizo retroceder y gemir de dolor.

—No te dejaré llegar con el señor Mars, Sagitario. Te haré una tumba en este lugar, descansarás para siempre sepultado por mi ataque a máxima potencia... ¡ROCAS FUGACES DE GUERRA! —pero había otra persona en su camino. Dirigió por instinto las bombas hacia el nuevo oponente, cuyo Cosmos brillaba como el jade.

A penas se puso en su camino lo sintió venir. Una lluvia de asteroides explosivos que caía del cielo, más potente que cualquier ataque anterior. Rómulo tenía pensado destruir a Seiya haciendo cualquier cosa por impedir que llegara hasta Mars y Athena, incluso si con esa lluvia de meteoritos acababa con todos los contendientes. No lo permitiría.

—Vamos, Espada Sagrada de Oro, danza una vez más, EXCALLIBUR

Cortó todas las rocas que pudo. Había aprendido a utilizar su espada moviéndolas en todas direcciones a la máxima velocidad. La velocidad de la luz. La Cloth de Dragón brilló como el oro, y la Espada Sagrada parecía un látigo que despedazaba cada roca, haciéndolas explotar en el cielo.

 

—¡Hyoga, mi hermano!

—¡¿A dónde vas, Cisne?!

 

Aunque Ikki había causado una herida muy grave en Baco, este jamás desistió. El tanque que era su cuerpo volvió a mover a gran velocidad, impulsado por lo que llevara ese jarrón en su mano. El Fénix hizo todos sus esfuerzos por evitar sus golpes imposibles de predecir, además de la furibunda cadena de Vulcano.

En un movimiento sorprendente, Baco aprovechó los cuerpos de los soldados atenienses para ocultarse, y agarrar al Fénix por los hombros. Lo levantó del suelo e hizo crujir sus huesos, soltándole un grito ensordecedor. Vulcano, con el casco trisado por el golpe de Ikki, replegó la cadena, y lanzó la hoz con fuerza hacia su quijada.

—¡Eres fuerte, pero Baco es un dios, tú un humano! ¡No sobrevivirás, asqueroso Santo!

—Maldición... —Ikki no se rindió. Sus dientes sonaron, sus huesos se destrozaron con el esfuerzo, logró soltarse de Baco con un estallido de Cosmos, pero la punta de la hoz estaba a centímetros ya.

Un segundo después, estaba congelada en la mano del Cisne. El hielo se extendió rápidamente a través de los eslabones, y al llegar a la mano, Vulcano no pudo romperla. La Cloth de los glaciares eternos brillaba como la luz del sol. Se vio forzado a soltar la gruesa arma.

 

—Luchas siendo un hombre de paz, muestras un rostro luminoso siendo un sediento de sangre como cualquier humano, ¡Eres lo más despreciable de esta Tierra, Andrómeda! —gritaba mientras arrojaba sus flechas.

—Lucho justamente por la paz. Busco cambiar el mundo, mejorarlo, pero sin mancharlo de oscuridad. Sus sombras jamás se apoderarán de los corazones de la gente —en ese instante, la Defensa Giratoria fue anulada, y la cadena izquierda se rompió, pero continuó defendiéndose con la misma que usaba al mismo tiempo para atacar—, el mundo es bueno, las personas son en el fondo gentiles, dispuestas a ayudar a otros, los niños siguen siendo la manifestación de la pureza..., ¡Vi muchos cadáveres de niños en el camino hacia aquí! —la cadena de la mano derecha se rompió también, destrozada por las flechas de luz. Aún así, encendió su Cosmos, e hizo dorada a su Cloth —¡¡Ustedes mataron a esos niños, no son más que cobardes que se ocultan detrás de ese deseo falso de hacer un mundo mejor!!

 

—Seiya... —murmuró ella, incrédula, en el suelo.

—Recuerda que nosotros..., los Santos..., luchamos por ti..., solo por ti, quien protege la Tierra —Sagitario estaba de pie, con los brazos abiertos, las alas extendidas, y su cuerpo atravesado por el ataque de Mars. Una en particular, se había metido profundamente cerca del cuello, en el esternón de Seiya.

—¡No hagas esto! ¡No de nuevo! —las lágrimas se asomaron en los ojos verdes de la diosa, pero él sonrió, aunque sangraba por la boca.

—A estas alturas, vestido de oro..., no hay espada infernal, ni lanza guerrera que pueda matarme definitivamente, al parecer —Encendió su Cosmos, y miró desafiante al Rey de la Guerra.

—El que se hizo legendario como Seiya de Pegaso..., esto es lo que esperaba. Enfrentar mis sombras divinas contra una luz humana, concluir de una vez por todas, quien debe gobernar esta tierra cruel. ¡Ven acá, Seiya! —sus ojos brillaron de rojo nuevamente, pero aunque iracundo, parecía entusiasmado —¿Serás tú quien me derrote para demostrar la fuerza de la humanidad, y la importancia de la luz del Sol, o tendré tu cabeza colgada en mi castillo para evidenciar la diferencia de los insectos con los dioses, y la trascendencia culmine de las sombras? ¡¡¡Muéstrame tu fuerza Seiya!!!

Trató de olvidar el ardor en el pecho, y las heridas en el resto del cuerpo. Las alas lo llevarían a donde quisiera.

—¡Pelea, Mars!


Editado por Felipe_14, 18 febrero 2014 - 17:53 .

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Publicado 18 febrero 2014 - 20:24

Síp. Otro capítulo hoy. Me encantó recrear las escenas del flashback de Mars en la serie.

 

CAPÍTULO XXIV, OSCURIDAD

 

Un lugar extraño, al interior de las entrañas de la tierra, cerca de las puertas del Hades. Totalmente oscuro, las sombras bailaban en el altar que la hechicera había construido. Del techo colgaba la cabeza invertida, gigantesca, de una Gorgona, como si espiara las acciones de los hombres, y estuviera dispuesta a devorar cada rastro de luz con su cabello de serpiente.

Medea levantó los brazos, como si hiciera una plegaria. Esferas de cristal le brindaban reflejo de la batalla que acontecía en la superficie. Su esposo se enfrentaba ahora al Santo Legendario que había desafiado a los dioses una y otra vez. La batalla se libraba en todos lados del Monte Palatino. Athena estaba débil, herida, rezando por la victoria de sus guerreros.

Ella también haría su parte.

—Gran Oscuridad, si sientes esta tormenta de embravecido Cosmos, responde a mi llamado. Sagrada Oscuridad, que lo destruye todo, concédenos el poder para derrotar a Athena...

En la noche eterna, la profundidad del universo sin límites, un oído oscuro respondió a la súplica de la hechicera.

 

¡ESTRELLA ROJA DE GUNGNIR!

¡METEOROS DE PEGASO!

Ambos ataque chocaron. Las lanzas carmesí tomaron rápidamente la ventaja, pero no parecían cerca de la meta. Los puñetazos veloces de Seiya las detenían, valientes, luminosos, desafiantes.

—¿Qué haces, Seiya? ¿Crees que podrás derrotarme? ¿Crees que resistirás el poder de la estrella roja?

—Lo haré. Lo haré aunque se me vaya la vida en ello, no le volverás a tocar un cabello a Saori... —de nuevo ese ruido. Llantos de bebés a sus espaldas. Estaban muy cerca, si Mars seguía poniendo tanta presión, su brazo no resistiría, y Athena estaba demasiado débil después del aumento repentino de poder del dios. Esos bebés...

—¡¡¡¿¿¿Pegaso???!!!

—Soy el Santo Dorado que rige sobre la luz, un guerrero de la esperanza..., soy Seiya de Sagitario...

—Imposible, ¿de dónde está sacando fuerzas?... No, no solo eso, está resistiendo mi ataque, su precisión está más refinada, golpea casi sin fallar las lanzar que le estoy arrojando y..., ¡Qué diablos! Uno de sus puñetazos me rozó...

—Así es, Mars. Los milagros son actos que hacen a los humanos mil veces mejores que los dioses —sonrió Saori.

—¡¡¡Brilla, mi Cosmos!!!

Seiya abrió al máximo sus alas doradas. Sus nuevas alas. El resplandor dorado que Athena le había entregado por años, la protección luminosa del antiguo portador de la armadura, Aiolos de Sagitario...

Tantos habían luchado para derrocar los deseos del dios de la guerra. Soldados rasos, sus hermanos de Bronce, guerreros de Plata..., valientes de Oro.

 

—Seiya... —murmuró el joven artesano, afuera de su templo en lo profundo del Himalaya. Sonrió mientras se concentraba, su Cosmos ardía para estar al tanto de la batalla —Eres el único que puede hacerlo. Por eso te admiro, porque nunca te rendirás..., es el destino de quien ha llevado la Cloth de Pegaso y la Cloth de Sagitario el oponerse ante las sombras.

 

—¡Miserable! —Mars saltó, cargó su aura escarlata en su puño, y se arrojó contra Sagitario. Éste hizo lo mismo, cargó temerariamente contra su enemigo, encontrándose en medio del cielo lleno de cenizas, polvo, luces y sombras.

¡¡¡COMETA DE PEGASO!!!

El impacto fue estridente, demoledor, se extendió por casi todo el campo de batalla. El Cosmos que había vencido a los dioses...

 

—¡¡Seiya!! —exclamó Shiryu. Su escudo resistía apenas los embates, pero su brazo derecho se había roto, junto con Excallibur. La Cloth de diamante se había quebrado, y la piel le ardía con las explosiones.

—Preocúpate más por ti, Santo de Athena. Se dice que eres algo así como el segundo al mando de entre tus compañeros. Pero, como ellos, también eres un simple humano. Una lluvia de rocas más, y todo acabará para ti, para tu mundo, para lo que tus predecesores han hecho, para lo que tus contemporáneos no pueden proteger, para los que no llegarán a tu futuro.

Y Shiryu recordó. Su maestro Dohko, quien tanto le había enseñado durante años, hasta el día de su muerte frente al Muro de los Lamentos. Su amigo Genbu, compañero de infancia, quien luchaba contra los marcianos alrededor del mundo, salvando vidas inocentes. Su querida Shunrei, dueña de la única parte de su cuerpo que jamás podrían destruir. Esa sonrisa tierna, esa piel cálida, esa dulzura sin rival, esa esperanza infinita..., y Ryuho.

Ryuho.

—Ryuho... —murmuró.

—¿Qué dices? —le preguntó Rómulo.

—Hierve, Cosmos...

Un estallido sorprendió al comandante marciano. Se asemejaba a un dragón furioso que dejaba las cascadas para rugir entre las estrellas. Las olas se descontrolaron, las burbujas explotaron, su Cosmos ardió, los dragones se multiplicaron. Un tatuaje apareció en su espalda, detrás de la coraza. Levantó el brazo roto, olvidándose de su dolor.

—¡¿Qué intentas?!

¡CIEN DRAGONES DE LUSHAN!

 

—No puedo moverme, pero no es hielo como el del otro tipo..., esto es... —ondas de viento rosáceas giraban alrededor de sus piernas, brillando como una nebulosa en el cielo nocturno.

TORRENTE NEBULAR..., mi Cosmos se ha transformado en una corriente que ha impedido tus movimientos. Destruiste mis cadenas, pero no es lo único que tengo.

—Eres... —hizo el ademán de disparar otra flecha, pero Shun la detuvo.

—¡Alto! El torrente reacciona ante tu agresividad, si continúas, ni siquiera yo podré controlarlo, y será tu fin.

—¡¿Qué estupidez dices?! Soy una semidiosa, una guerrera de elite de Mars, el dios de la Guerra. Un humano jamás me debería advertir de esa forma —soltó la cuerda, y la flecha de luz voló, pero Shun abrió la mano derecha.

Debía recordarlo. Si quería cambiar el mundo, si quería salvar a las personas, a veces debía luchar. En ocasiones la sangre debía correr. Él podía irse incluso al infierno como lo había hecho su hermano, pero no permitiría que más niños sufriesen las torturas que había visto por culpa de los marcianos.

Para salvar a los seres de la Tierra, para que los niños sonrieran con esperanzas en el futuro, él debía combatir. Debía sobrevivir.

—Sinceramente deseaba que no aceptaras rendirte... ¡¡Explota Nebulosa!! ¡Sopla, Cosmos mío! ¡¡¡TORMENTA NEBULAR!!!

La flecha se desvió instantáneamente, y creó un cráter al impactar contra el suelo. Luego, los vientos de Shun se la devoraron, y Diana no pudo evitar quedar al interior del huracán.

 

—Algo se acerca, lo puedo sentir..., ¿podría ser esa cosa que vi en el Akanishta? No, eso era incluso peor... —pensó Ikki. Agarró con solo las manos el cañón que Baco le había disparado, el agua hervía, pero bien podía ser su Cosmos el que provocara eso. Había sentido los fuegos del infierno, esto no era nada— Acabaré con todos estos..., y después, iré tras esa cosa de ojos rojos. Vivo en el campo de batalla, es mi destino.

—¿Cuánto más crees que podrás aletear?

—Te mostraré que con el ave Fénix no se juega, ¡Arde, Cosmos! ALETEO CELESTIAL DE FEIX!

Hyoga tuvo que hacerse a un lado apenas vio venir el ataque de su compañero. Vulcano también lo previó, y ambos vieron como Baco daba vueltas al interior de las llamas que salieron de Ikki, quien seguía en el cielo lanzando fuego de sus brazos, iluminando la noche con sus alas llameantes.

—¡Tu mamita nos revivió, Cisne! ¿Te parece irónico que sea yo quien rebane a su bebé preciado?

—No conociste a mi madre —trató de mantener el control, pero no podía evitar recibir los cortes en su cuerpo, aunque ponía todos los esfuerzos en que no fueran fatales. El escudo de su brazo ya se había hecho polvo. Y eso que la cadena con la hoz yacían congeladas en la tierra.

—La piedra estaba en su cuello, así que la vi, muy bonita tu vieja, Cisne. Si hubiera seguido viva, habría hecho como Zeus, la habría visitado y...

—Silencio.

Eso era el colmo. ¿Cómo podía un enemigo hablar tanta idiotez junta? Primero le congeló la boca. Luego hizo bajar la temperatura de su Cosmos, congeló cada átomo que tuviera cerca, inmovilizó cada molécula...

¡VALS DE FLAMAS! —gritó Vulcano cuando sus llamas derritieron el hielo, formó anillos de fuego alrededor de su cuerpo, y los arrojó al hombre de los hielos eternos.

—Nunca hables de mi madre. Mi discípula cuida de ella ahora, y solo a Pavlin le permito pensar en ella. Mi maestro Camus me enseñó esto, sirve para callar hasta a los dioses. El arte secreto de Acuario, ¡Hiela, Cosmos!

Camus jamás habría permitido que ese herrero hablara tanto. Sonrió al recordar a su maestro.

¡EJECUCIÓN DE AURORA!

Y ambos ataque chocaron también.

 

Saori los vio. A sus soldados, cada uno de ellos. La atención se quedó con aquellos que luchaban contra los semidioses de igual a igual. La aurora congelaba las llamas que se esforzaban por arder, los vientos silbaban tratando de arruinar la cacería, cien dragones de esmeralda rugían en el cielo rompiendo rocas, y el ave inmortal ya había agarrado entre sus garras a un borracho.

Seiya hacía su mayor esfuerzo, una esfera de luz y fuego se mantenía al centro de la batalla personal que tenía contra el dios de la guerra.

Entonces, ¿Cómo podía cambiar la situación tan repentinamente? De un segundo a otro, sus cinco guerreros más capaces estaban perdiendo terreno. Su Cosmos no se debilitaba, sino que el de sus enemigos aumentaba a caudales.

—¿Qué está pasando? —se preguntó mientras se esforzaba por levantarse. Por instinto, alzó la vista y...

Eso era. Directo hacia ella.

 

Parecía un cometa. Era oscuro, estaba hecho de sombras, tinieblas y penumbras. Se hacía cada vez más grande, un coloso gigantesco que estaba a punto de segundos de cruzar el cielo y tocar su yelmo.

Un Cosmos de Oscuridad salía de allí. ¿De dónde venía? No tenía tiempo de preguntárselo, era lo que había cambiado el rumbo de la batalla, lo que por alguna razón había fortalecido a los soldados de Mars, y al mismo dios.

Ahora caía sobre ella.

—¡¡Señorita Saori!! —gritó Jabu, tratando de ponerse en pie con ayuda de un grave Kazuma, quien apenas podía mantener su propio equilibrio.

—¡¿Qué rayos es esa cosa?! —preguntó al aire el Santo de Plata.

—¡¡¡Seiya!!! —alertó Shaina, desde el suelo. Su máscara se había hecho trizas, pero aún le quedaban energías.

 

Seiya la oyó, pero sabía que si se volteaba, perdería. Aunque había elevado su Cosmos hasta el Séptimo Sentido, y había igualado a s contrincante, éste se empezó a hacer más fuerte de repente, y comenzó a arrastrarlo hacia atrás. No podía distraerse, no podía cometer ese error.

Pero Mars no estuvo tan de acuerdo. El dios del fuego miró hacia a un lado, sorprendido por la estrella fugaz negra, solo por unos instantes.

 

Tenía que aprovecha la opción. Levantó el cetro dorado, y lanzó destellos como flechas de luz. Su precisión era digna de una diosa, gracias a la presión que tenía encima.

Los cuatro semidioses de la guerra se vieron ensartados por saetas ígneas, y pronto lanzaron gritos desgarradores. Desesperados por calmar el dolor, dejaron a sus oponentes y se derrumbaron en la tierra, buscando alguna puerta, abrir una ventana a un alivio.

Y entonces el cometa alcanzó su meta.

 

Impacto.

 

Las llamas de Roma se tornaron púrpuras, el cielo quedó sin ninguna estrella, los árboles fueron arrancados de raíces, y la diosa de la sabiduría hacía todo lo posible por sobrevivir.

Parecía un ser vivo. Y era maligno, insaciable, voraz. Quería asesinar más que nada a Saori, a pesar de que el cráter se expandía con cada segundo, la principal fuerza del meteorito estaba empujando contra el Escudo de la Justicia en el brazo izquierdo de la diosa.

Las alas de la Cloth de Athena se desplegaron para equilibrar la situación, manteniéndola en pie, pero no era un cometa normal.

Estaba hecho de tinieblas hasta el núcleo, con la fuerza de la Gran Explosión que inició el universo en cada molécula, como si contuviera a toda la oscuridad del universo en cada una de sus raíces.

El llanto de bebés nuevamente.

—Si esto continúa así... —murmuró ella

El yelmo dorado de hizo trizas, dejando su cabello al viento y su cabeza descubierta, blanco de ataque.

 

Seiya lo notó. También la mínima distracción de su contrincante. Era su oportunidad, tal vez la única que tendría. Se impulsó mediante las alas, se hizo paso entre las llamas, evitó las lanzas a la velocidad de la luz.

Allí estaba el rostro de su enemigo. El rostro que solo quería oscuridad en el mundo, pensando que nadie merecía seguir viviendo en la Tierra. Sagitario jamás estaría de acuerdo con un ideal así, y por eso reunió su Cosmos en su puño. Lo sentía pesado, cansado, difícil de controlar...

Pero eso jamás lo había detenido. Nada lo había detenido. A penas el pensamiento se hizo evidente en su cerebro, vio su puño, el Cometa Pegaso, aplastando la mandíbula de Mars. Éste alcanzó a mirarlo.

¿Qué había allí? ¿Rabia? ¿Vergüenza? ¿Sorpresa? ¿Derrota? No sabía. Y no era evidente en la palabra que salía de su boca.

—¡¡¡Seiyaaaaaaaaaaaaa!!! —rugió el dios de la guerra.

 

—Niños... —se dio cuenta Saori al voltear hacia atrás, mientras el cometa de sombras la arrastraba.

Estaban aún entre los brazos de los cadáveres de sus padres, entre los escombros de su hogar, debían ser recién nacidos. El varón tenía cabello rojo, rostro inquieto, y lloraba con fuerza, con impotencia. Su hermana melliza tenía cabello y ojos celestes, un rostro más níveo que el de él, y su llanto era triste, desgarrador, angustiado.

—Lo detendré. No dejaré que siga avanzando.


Editado por Felipe_14, 18 febrero 2014 - 20:44 .

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Publicado 18 febrero 2014 - 21:44

Y, aunque no lo esperaba, pero estaba inspirado, el tercer capítulo del día, una especie de "pre epílogo". Solo resta uno más, mil gracias a los que han leído hasta aquí, de verdad.

 

CAPÍTULO XXV, MUNDO

 

Dejó que su Cosmos volara y cabalgara como un caballo celestial. Lo soltó completamente, dejó que se expandiera fuera de ella e iluminara cada pupila que pudiera. Un fulgor despegó de cada ala, el Escudo lanzó un trueno, y el cetro de Nike brilló como nunca. Ante los ojos de los hombres y de los dioses, se podía atestiguar que el sol estaba ardiendo a la mitad de la noche.

La Oscuridad pareció dudar.

Luces de todos los colores del arcoíris se esparcieron, extendiéndose al norte, sur, este y oeste del planeta Tierra con una velocidad incomprensible para los seres humanos, como si hubieran estado allí antes que comenzara. Los colores cálidos tocaron el fuego de los volcanes, hicieron arder las cenizas de las profundidades de la Tierra. Los intermedios superiores arrastraron las arenas, retumbaron al interior de las montañas y se cobijaron en las llanuras. Luego, los colores centrales se dejaron llevar por los vientos, silbaron sobre las colinas, y volaron entre las nubes. Los colores intermedios inferiores, casi fríos, se sumergieron en las aguas, y se desplegaron para cubrir la mayor parte del planeta, entre medio de burbujas, fauna y flora marina, olas en las playas, glaciales inmortales. Y los colores más intensos del círculo interno fueron a los cielos, esperaron allí a la lluvia, el electromagnetismo las inundó, y se dejaron desplazar por los rayos y relámpagos de las tormentas nocturnas.

 

—¿Qué está pasando? —se preguntó Hyoga. Su Cloth nívea estaba incorporando detalles negros en medio de un resplandor, y adquiría nuevas fuerzas. Se recuperaba.

—Siento como vuelve a vivir, es hermosa —notó Shun. Agregados más agresivos, simpleza en el diseño general, una nueva diadema, brillante como la luna. Los vientos corrían fuertes entre las separaciones de su armadura.

—Oigo su respiración, está recibiendo un nuevo poder —apuntó Shiryu, cuya protección cambiaba a un color mucho más claro, y el escudo recuperaba fuerzas al cambiar de forma. Notó también el agua correr en su interior.

—Increíble —dijo Ikki. Su armadura podía revivir por sí sola desde las cenizas, pero jamás habría podido adquirir tal sensación. Mientras se oscurecía y recuperaba fuerzas, las flamas ardían como nunca. Era fuego de verdad, no solo Cosmos el que ardía entre sus manos.

—Mi Cloth está... —una serpiente se enroscó alrededor de su brazo derecho, y a medida que la armadura de Ofiuco adoptaba una forma mejorada, ella recuperaba las esperanzas. La electricidad recorría cada célula de su cuerpo.

—¿Qué es esto? —Seiya vio como sus alas se afirmaban, la luz limpiaba la mancha de sangre de su pecho, y una gema celeste con forma romboide aparecía para filtrarlo.

Gemas parecidas surgían en las nuevas armaduras, no solo en el campo de batalla, sino también más lejos. Ban vio una esfera dorada en su hombro, Nachi recibió garras bajo los cristales verdes. Geki lo sabía repentinamente. Tenía un nuevo poder.

Incluso Ichi en el Santuario, Kiki en Jamir, Mykene y Fudo en los alrededores de Roma, la Cloth de Pegaso en el trono del Pope, una esfera rosada que incorporó a un águila en las cimas más altas del planeta...

Era evidente.

Se habían conectado con sus constelaciones.

 

Los dos bebés fueron protegidos en esferas de luz que Saori logró crear con el Cosmos despedido de sus alas. Habían dejado de llorar, y se calmaron apenas recibieron las energías más blancas del arcoíris. Athena sonrió, pero había liberado demasiado poder.

La Oscuridad, como un animal salvaje, notó la debilidad, y cobró nuevos bríos y más potencia. Se arrojó con fuerza sobre su víctima, el escudo no resistió más, e hizo rebotar tentáculos hacia todos lados, manchados, umbríos, como pedazos de universo voraces.

Seiya extendió sus nuevas alas mientras su Cloth se transformaba, y esquivó fácilmente uno de los apéndices oscuros, pero Mars, quien había sido golpeado bruscamente por el Pegaso dorado, no tuvo tanta suerte.

Le dio de lleno, y pronto, al ver una víctima fácil, otros miembros sombríos lo siguieron, y se metieron al cuerpo de Ludwig, sin importarles la Galaxy marciana que llevaba puesta. Rugió de dolor, impotencia, la sangre empezó a salirse por sus poros.

—¿Pero qué diablos está pasando? —se preguntó Seiya. Al girar la vista hacia Saori, se encontró con que liberaba con su luz a uno de los bebés que habían estado llorando. Su piel se había oscurecido, parecía hollín, pero antes que las sombras lo consumieran por completo, la diosa de la sabiduría logró apartarlas y tomó al bebé en brazos.

 

Sin embargo...

—¿Dónde está el otro bebé? —preguntó Saori entrando en la desesperación, sujetando fuertemente al varón contra su cuerpo.

—Jaja, qué impresionante Cosmos de Luz —rió una voz firme, tenebrosa, siniestra, fiera.

Y lo vieron. Una llama surgía desde su cabeza, su Cosmos se había incrementado a raudales, y el universo se había fusionado con él, posándose en su pecho. En lugar de una coraza negra, solo había un vacío azul cubierto de estrellas, galaxias, y sombras infinitas. Gritó impulsado por sus nuevos poderes. Pero lo peor era lo otro. En su gigantesca mano, la cual se había deformado, sostenía la esfera de luz, y a la pequeñita de piel blanca en su interior. Estaba tranquila, dormía, no sabía lo que ocurría. Pero Saori sí.

—¡Suelta a esa niña, Mars! ¡Ahora! —gritó la mujer de ojos verdes, entre angustiada y enfadada como nunca.

—Una niña que ha heredado el Cosmos de Athena... ¡Jajajajaja! —ante la sorpresa de todos, desplegó sus sombras, y empezó a levitar para, sin problemas, salir volando de allí. No esperó, no dejó una oportunidad para rescatar al bebé, no comentó otra cosa. Huyó tan velozmente como cualquier dios haría al encontrar una nueva ventaja.

Y, escondido en el Coliseo, un jovencito furioso presionó la Piedra de Rómulo con violencia, dispuesto a romperla.

 

La situación se calmó después de unos minutos de tensión intensa. Los Cuatro Semidioses habían desaparecido entre los pliegues de la tierra. Los marcianos soldados sobrevivientes huyeron con su líder, mientras los cadáveres comenzaban a pudrirse, o a ser devorados por la rapiña.

Había fuego a donde fuera que mirasen, pero al menos ahora tenían la oportunidad de apagarlo. Los soldados atenienses se dispersaron para cumplir con esa misión, pensando siempre en una más importante: Ayudar a los inocentes que habían sido dañados por la batalla en los alrededores, y que habían seguido vivos.

Saori puso un poco más de su Cosmos en el tierno bebé que dormía plácidamente y lo dejó unos instantes a cargo de Shaina, quien había recuperado parte de sus energías.

—Señora Athena, ¿Qué...? —le preguntó al verla quitándose la Cloth, y volviendo a transformarla en una estatuilla pequeña en medio de la luz.

—Cuídalo unos segundos, por favor, Shaina. Volveré pronto —con mucho cansancio, dolor y, especialmente, tristeza por la niña y todas las demás víctimas, Saori caminó hacia alguien que yacía en el suelo. El hombre que se había puesto como escudo de las lanzas de Mars.

Sangraba profusamente del cuello y el pecho, pero la joya en la nueva armadura la absorbía, y calmaba el dolor con pequeñas chispas.

—Saori, ese bebé... ugh..., Shiryu y los demás..., ah, Mars... —cada palabra parecía doler una infinidad.

—Shhh, no hables, Seiya. Esta es una herida demasiado grave, fuiste quien peor salió de todo esto.

—¿Peor incluso que Shiryu? Eso es nuevo —sonrió, pero volvió a gemir de dolor y cerró los ojos.

—Él está ayudando a apagar las casas que se quemaron, así que diría que sí. Y no hagas bromas —de todas formas le devolvió la sonrisa, se inclinó sobre él, y se rasgó una larga parte del vestido.—Usaré mi Cosmos para sanarte, ponte esto alrededor del cuello cuando estés listo —se lo entregó en sus manos, y se acercó un poco más a él —Gracias.

 

—Shun, ¿estás bien? —le preguntó Hyoga, quien ayudaba a sacar a una anciana de su casa en llamas.

—Mejor que Seiya, creo, jaja. Oye, ¿has visto a...?

—Supongo que está ayudando en los alrededores. Cuando termine se irá volando, como siempre —un raro gesto, pero le sonrió— ¿Te sorprende, Shun?

—No, en realidad no —se dio cuenta con un suspiro de resignación, mientras desplegaba sus cadenas reparadas para asistir a quien pudiese.

 

—Gracias, Shaina, puedes a ayudar a los demás —le dijo Saori, tomando en brazos nuevamente al bebé.

—Como ordene, Athena —rápidamente Ofiuco se retiró, y se reunió con Kazuma y Jabu para ordenar a los soldados.

—Tiene un rostro tan dulce..., pobre bebé, su cuerpo se llenó de oscuridad en un solo momento. Tardará mucho para que vuelva a sentir la luz cálida, pero con sus padres muertos, será algo muy difícil... aunque... —Athena, la diosa, le sonrió al bebé. Este seguía durmiendo como un ángel, y a Saori, la humana, le pareció lo más hermoso del mundo repentinamente —Jamás dejaré que te sumerjas en la oscuridad, pequeño.

Oyó los pasos de su más leal guerrero, recuperado gran parte de sus fuerzas. Lo miró de reojo, y lo vio con una larga tira de seda blanca que colgaba de su cuello como una bufanda. Soltó una risita al poner sus esmeraldas nuevamente sobre la criatura en sus brazos.

—No sé qué tan terrible sea el destino que te depara ahora..., pero, en todo momento enciende tu Cosmos, y vive con fortaleza —murmuró Seiya, al acercarse al pequeño varón.

 

 

De nuevo en el lúgubre salón, se sentó en el sofá cansado. Tuvo que levantarse al instante que empezó a quemarse, y se quedó de pie, viendo a la pequeñita que dormía en uno de los sillones. Irradiaba Cosmos de Luz sagrado por cada célula, como si fuera una Athena en miniatura.

¿Qué había logrado? Misha había muerto, y no sabía si la había vengado o no. Tampoco tenía claro el resultado de su combate contra Seiya, o contra la diosa. Solo sabía que tenía un nuevo cuerpo muy extraño, pero un fuerte Cosmos a raudales.

Miró por la ventana, llovía, pero alcanzaba a vislumbrar el destello rojo del planeta vecino. Esta vez, estaba seguro que no se estaba burlando.

—No eres como las demás estrellas, al parecer. Ayúdame a apagar esas mentirosas luces, y te convertiré en un mundo nuevo —le dijo a través del vidrio.

—¿Papi? —preguntó su hija. Entró al salón tomada de la mano de su madrastra. Su primera impresión fue retroceder al ver el aspecto de su padre, pero al oír su voz, se le acercó.

—Ven, Sonia.

Le revolvió el cabello con cuidado, y ella, aunque titubeó, le sonrió. Luego, se acercó al bebé para admirarlo, como hacen todos los niños.

—¿Y ella? —le preguntó Medea en voz baja, con un tono despectivo, aunque una sonrisa misteriosa se asomaba en su rostro.

—Athena será el cimiento de nuestro nuevo mundo, mujer. Y esta niña..., será la nueva reina.


Editado por Felipe_14, 19 febrero 2014 - 16:00 .

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Publicado 19 febrero 2014 - 15:46

muy buenos capitulos ,me agrado la parte en que seiya reconose que Shiryu sale peor que el

en las batallas aunque ya estas como kuru al hacer que le hagan bullying psicologico al

cisne jajaja.


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Publicado 19 febrero 2014 - 15:59

No es mi culpa, es de TOEI y Kuru, yo solo quería ser popular xD

 

Entre hoy y mañana el último capítulo, el epílogo... del, paradójicamente, inicio de Saint Seiya Omega.


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Publicado 20 febrero 2014 - 18:14

Y aquí tenemos el capítulo final, el epílogo del Prólogo a Omega. Gracias a todos los que han comentado y seguido la lectura, esperando pacientemente a que se me quiten los momentos Kuru y publique un nuevo capítulo. Gracias por el apoyo de todos, sus críticas son apreciadas y esperadas. Gracias a Saori por prestar su hermosa imagen nuevamente, a Ban por no tartamudear en sus líneas, y a Kiki por tener las armaduras a punto para la grabación.

 

Ban los ama.

 

 

CAPÍTULO XXVI, LUZ

 

Epílogo.

 

No importaba si pasaba con él cada hora del día, jamás podría mirar sus ojitos cafés sin suspirar posteriormente. Era pequeño, había sobrevivido con valentía, pero a la vez, era frágil, y ella lo alejaba de los peligros. Cuando dormía y cerraba esas castañas dulces, se acurrucaba en sus brazos deseando que el mundo no le hiciera daño, solo parecía pensar en el cariño, y en jugar el nuevo día. Y ella se lo entregaba, lo mecía en sus brazos para que soñara con las estrellas del firmamento azul, o con las nubes esponjosas, con el sol radiante, o con su sonrisa, la que nunca se iba a apagar para él, sin importar lo temible que fuera la adversidad.

A veces, después de alimentarlo, pensaba que sería de él si no lo hubiese encontrado llorando en ese momento. Allí, gritando en los brazos de su verdadera madre, suplicando comida, leche, auxilio, menos ruido, calma..., suplicando por sobrevivir.

El tentáculo oscuro lo alcanzó y comenzó a tornarlo en un ser gris, cuyo Cosmos se empezaría a alimentar de la noche, el fuego y la sangre. Pero ella lo impidió, logró hacerla sin importar si su vida se iba en ello. Lo encerró en una esfera celestial, y le entregó su luz. Si no hubiera estado allí para el pobre huérfano..., si no lo hubiera protegido...

...Estaría como la otra niña.

No pudo salvarla, mientras rescataba al pequeño, perdió de vista un instante a la chiquitita de piel nívea que se había llenado de su luz, pero que ahora estaba en las garras de Mars.

“Una niña que ha heredado el Cosmos de Athena” fueron las palabras del dios de la guerra. Era claro que no la mataría, sus planes eran otros, si no, la habría asesinado allí mismo. Esperaría a que llegara a una edad madura para usarla como tenía pensado usar a Saori.

Faltaba mucho para eso. Tenían tiempo para planear su rescate.

Por ahora, haría todo lo posible por entregarle su luz a ese niño. En cada mimo, en cada caricia, cada vez que lo alimentaba, cada vez que lo mecía, cada vez que le cantaba una nana, le entregaba alguna chispa, grande o pequeña, no importaba. Lo único fundamental era que tuviera luz, que supiera en su piel, su mente, su espíritu, sus ojitos que la miraban con alegría, afecto y ternura, que jamás le faltaría nada. Las estrellas siempre brillarían para él, y le deparaban un futuro prometedor. Y ella, la diosa de la sabiduría, le daría los primeros pasos para ese destino luminoso.

 

Lo llamó Kouga. Y justo en ese momento comenzaba a dar sus primeros pasos, habían transcurrido unos meses después de la sangrienta batalla en Roma. Aún no decía palabras, aunque tenía mucho tiempo para eso.

Jamás pensó que ella, Saori Kido, nieta del multimillonario más acaudalado de Japón, tendría un bebé propio a la vez que ejercía como la diosa protectora de la Tierra. Le parecía hasta gracioso.

—No..., no soy su madre, eso sería faltar el respeto a la mujer que dio la vida por él con tanto valor y esperanza. Sin embargo, haré todo lo posible por cuidarlo como si lo fuera. Todo lo posible, y también lo imposible —se dijo mientras lo soltaba, sostenido de un pilar, y se alejaba unos pasos. Se sentó en la fría piedra del Templo y esperó.

—Uhh... —gimió el pequeño Kouga, a punto de llorar al verse alejado de su maternal guardiana. Lo más importante para él.

—Ven, Kouga —lo incitó ella con una sonrisa cálida. Algún día, tendría que moverse con sus propios pies, llegar a lo más alto con su esfuerzo, y desde allí, entregar su luz al planeta.

 

El Santuario. Lugar de refugio para aquellos que después de un arduo entrenamiento, desafíos, y la superación de adversidades y límites humanos, tienen el derecho y honor de llamarse a sí mismo Santos. El corazón del refugio era una gigantesca montaña que se subía a través de un sendero, el cual daba vueltas alrededor hasta legar a la cima después de una subida difícil. No solo por el camino en sí, o la altura, sino por sus guardianes.

Los doce Santos Dorados, que protegían los Doce Templos del Zodiaco, eran los hombres más poderosos que había sobre la Tierra, y eran los principales encargados de velar por la seguridad de su diosa. Cada uno vivía en uno de los Templos, desde Aries a Piscis, y luego, estaba la Cámara del Sumo Sacerdote y el Templo de Athena donde descansaba el monumento que se convertía en su Cloth al contacto con sangre divina.

Y aún así, mientras Kouga titubeaba si podía despegarse del pilar, Saori suspiró un poco afligida.

—Doce guardianes para el Santuario..., y aún así, tan vacío...

 

La noche era calma, nadie hacía ningún ruido. Desde allí arriba, a los pies de la estatua, la mujer y el infante podían parecer los únicos que residían en el corazón del Santuario en ese momento.

Kiki estaba en Jamir, estudiando las nuevas Cloths que habían nacido del choque de su Cosmos con el del cometa negro. Le comentó que ahora las cajas serían inútiles, ya que se guardarían en pequeñas joyas conectadas con un extraño poder planetario.

Mykene, Fudo y Ionia..., ellos tres habían tomado ya su decisión, y ella se los permitió. No podía dudar ahora.

Y el caballo celestial, el arquero luminoso..., ¿Estaría guardando el noveno Templo del Centauro? ¿Haría la ronda nocturna? ¿Daría instrucciones a los soldados? ¿Quizás visitaría la preciada tumba de...?

No. Si hubiese deseado, lo habría rastreado de inmediato, pero quería darle libertad. Había luchado tanto por ella, que a veces, aunque él se lo reprochara y lo negara, sabía que se merecía un descanso.

Además, la noche estaba tan tranquila, las estrellas parecían llenas de vida, iluminadas en la bóveda negra y azul que se extendía sobre los hombres, tal como el día en que el Santo Dorado lo levantó en sus hombros para que admirara la constelación de Pegaso. Nada parecía perturbar el cálido abrazo de la brisa nocturna, el ruido de los grillos era la única melodía en el teatro apagado del refugio sagrado, y las luciérnagas eran pequeñas velas que iluminaban los primeros pasos de su bebé. Nada podría pasarle esa noche.

 

Kouga se decidió, dio unos pasos, se tambaleó, pero trató de mantener el equilibrio. Soltó una risita, caminó otra vez, y poco antes de llegar ante Saori, cayó de rodillas. Y lloró.

El instinto hizo a Saori hacer el además de levantarse y socorrerlo, pero lo repensó. Confiaba en él, en su luz, en su esfuerzo por sobrevivir. Y cuando ella se permitió su sonrisa, ya sabía que él lo lograría.

Kouga se enjuagó las lágrimas, hizo un corto puchero, se sentó, reunió sus fuerzas, y volvió a levantarse. Tal como el hombre que daba la vida diariamente por ella, ponerse en pie e intentar tantas veces sea necesario, sin importar el problema que haya enfrente. Y en ese momento, cuando Kouga logró llegar a su falda, feliz por otra victoria contra la adversidad de la vida, Saori se dio cuenta que ella también tendría desafíos en su camino. Uno acababa de presentarse en el Santuario, con un temblor, un murmullo siniestro, acompañado del cambio en el color del cielo. Se tornó rojo como la sangre.

Una voz imponente, violenta, guerrera, feroz, se hizo eco en la cima del Santuario. Lo reconoció perfectamente.

—Athena, he venido por ti.

Tomó en brazos velozmente a Kouga, se puso en pie, y miró a las estrellas, las cuales se habían apagado como si alguien no las quisiese de testigos. Solo una siguió resplandeciendo. El astro rojo se acercó como un bólido, se hizo enorme ante las esmeraldas de Saori, y dejó salir rayos oscuros, idénticos a los que habían puesto en riesgo la vida de Kouga, quien volvió a llorar. Se volteó para evitar que lo golpearan otra vez, y ocurrió lo inevitable.

Oyó su propio grito, sintió un feroz dolor en el lado derecho del cuerpo sobre el que había caído, y el brazo izquierdo le ardía. Cuando lo vio, notó que en vez de piel, había una mancha negra y azul, cubierta de estrellas, desde el hombro hasta su codo, como si le hubiesen implantado un trozo del universo. Intentó encender su Cosmos por instinto, y sufrió las consecuencias al instante. Le dolía, la agotaba, la asesinaba lentamente...

Un nuevo ataque se hizo paso, como un tanque que se enfila entre los soldados enemigos, arrollándolos sin dificultad. Era un cometa rojo y sombrío, el que se convertía en el próximo intento de matar a la diosa. Pero ella no podía soltar a Kouga para defenderse, la única opción evidente era esperar que al menos él sobreviviera.

Sin embargo, después de pestañear, se encontró con un escenario distinto. Había luz, un fulgor impresionante que salía desde las alas de ese hombre. Su hombre más leal y valiente que aún llevaba el trozo de tela en el cuello. Las alas doradas, extendidas y rígidas como si desafiaran al enemigo a un combate que lo ponía en riesgo, había anulado el golpe de su oponente con un simple puñetazo. No importaba. Siempre había esperanza.

—Gracias, Seiya —le dijo Athena desde el fondo de su corazón. Él se limitó a asentir con la cabeza.

—Digno de un Santo Dorado, jajaja —rió Mars, de pie repentinamente frente a ellos, cubierto su pecho manchado de sombras por una capa roja, y una llama ardiendo sobre su cabeza —Esperaba que vinieses..., Seiya de Pegaso.

—Yo también —ni siquiera se inmutó cuando Mars lo llamó por su antiguo nombre para insultarlo.

—Pa... —fue la sílaba que se escapó de los labios de Kouga, instantes antes que Seiya de Sagitario, un Santo Dorado, se enfrascara en una lucha intensa con Mars, el dios de la Guerra y el Fuego.

Destellos rojos y fulgores dorados danzaban ante la estatua de la diosa, manifestados como puñetazos, patadas, fintas, embates, todo a una velocidad que los ojos humanos de Saori apenas podían distinguir.

—¿Eso es todo? Con ese Cosmos no podrías ni siquiera tocar mi Galaxy —bufó Mars, sujetando por el puño a Sagitario. Estalló otro ataque, y el brazo de la Cloth dorada voló en pedazos.

Y aún así, al igual que el pequeño Kouga que aprendía a caminar...

—¡No importa, detendré tu poder, como sea!

—Eso es Seiya, ¡Eleva más tu Cosmos! —lo incitó el dios.

Seiya volvió a ponerse de escudo ante el nuevo impacto carmesí, sus alas evitaron que chocara con Saori y el bebé.

¡ESTRELLA ROJA DE GUNGNIR!

¡METEOROS DE PEGASO!

Igual que la vez anterior, ambos ataques chocaron creando una fuerza tan impresionante que acunaron a Kouga en la inconsciencia.

Iban a explotar si esto continuaba, se podían llevar el Santuario con ellos, las estrellas fugaces de Seiya estaban impactando en el pecho infectado de Mars, y las sombras salían desesperadas, pidiendo quizás un nuevo huésped.

—¡No desapareceré tan fácilmente! —aulló Mars, elevando su Cosmos. Puso sus ojos rojos en Saori, y disparó a la vez que Seiya hacía lo imposible por detener las manchas que cruzaban entre las luciérnagas, y evitar la explosión inminente que acechaba al Santuario.

—¡Saori! —oyó el grito de Shun. Su más gentil compañero, al que tanto quería como diosa y humana, apareció para protegerla a ella y al bebé como una coraza humana, poniendo los brazos en cruz, y recibiendo una horrenda mancha en el brazo, como la de ella.

Vio a Shiryu, Hyoga e Ikki en el Templo también. El Fénix desviaba osadamente los ataques con sus alas y el Cisne recibió un trozo de universo para reemplazar su cadera y parte de la pierna izquierda.

Saori vio que Seiya era capturado por los tentáculos que salían del vientre del dios de la guerra, el dragón saltó para salvarlo, pero demasiado cerca, y sufrió horrendas manchas en gran parte del cuerpo.

La situación no se veía bien. Y aún así, a pesar del temor, la desesperación, el riesgo de Kouga, los rasguños que se hizo en las rodillas al caerse... nada importaba si seguía habiendo luz.

Nada importaba si Saori veía al hombre de alas doradas absorber la noche, y despertar el sol de su armadura, para traer un futuro luminoso a los niños como Kouga.

 

Solo había que tener esperanza en Seiya. En Shun, en Shiryu..., esperanza en los Santos de Athena. Esperanza en la humanidad y su luz interna.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

---

 

Y eso es todo. ¿Quieren saber qué sigue? Entonces vean la serie.

 

Preguntas sin respuesta agradable:

¿De quién es la tumba que puede visitar Seiya?

 

No lo pienso decir, aunque pueden adivinarlo.

 

 

 

¿Por qué Jabu, Geki y los demás se retiraron como Santos?

 

No quise pensarlo, me aburrían demasiado esos tipos xD

 

 

 

Eso :D


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#90 Gnzalo

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Publicado 20 febrero 2014 - 19:03

Notable, brillante.

 

Me leí de tirón los últimos 5, geniales.

 

 

 

 

 

 

 

EN serio, genial.


¿Extrañas a Umakoshi en Saint Seiya? ¡Checa mi galería donde homenajeo su trazo!


#91 -Felipe-

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Publicado 21 febrero 2014 - 08:22

Oh, stop it, you!!  :04:


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Publicado 21 febrero 2014 - 19:02

Estubo muy bueno tu fic pero debistes contar porque los caballeros secundarios se retiraron

como Santos ya estas como kuru que deja huecos argumentales.

 

Te felicito por tu fic ,es uno de los que mas me han gustado y ojala dentro de poco

te animes hacer otro.


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#93 -Felipe-

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Publicado 21 febrero 2014 - 19:24

Entre mis ideas, si quieren considerarlas "canon" de mi "universo" xD, estaba que Ban, Nachi y Geki quedaron tan agotados por la batalla que se dieron cuenta que ya no estaban en el nivel necesario, y que había otras manos en que podían dejar a Athena (por eso dejé a Ichi como Capitán en el Santuario, para salvarse de esa consecuencia, y mantenerse en Omega como Santo).

 

Así, haría que Ban le entregara su piedra a Kazuma cuando se reunieran los soldados después de la batalla, y que Nachi se la pasara a Shun y la llevara a la Mansión Kido. En el camino, volvería a encontrarse con Tokisada y Yoshitomi, y dejaría la piedra en la aldea ninja para que alguno de ellos dos la tomara.

 

En el caso de Geki, mantendría su piedra y se la entregaría a un buen soldado de Palestra (vemos que uno de los concursantes del Saint Fight es Osa Mayor).

 

 

En cuanto a Jabu, no pude hacer nada, ya que TOEI no ha aclarado qué pasa con él. En la primera temporada, seguía siendo oficialmente el Santo de Unicornio, según la página de TOEI. Pero vemos como en el Opening, lleva una Steel Cloth.

 

 

 

Así que eso.

 

Gracias por leer y tus comentarios :)


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#94 Apsu.

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Publicado 05 junio 2015 - 21:25

Se me olvidó por más de 1 año tu fic xD, ahora lo terminé jeje, buenísimo

 

la última escena podrías haber puesto... un dialogo de Shaina y Koga del primer cap y ahí terminarlo xD


SATARN SAMA el Dios más poderoso de todo el universo de SS :3





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