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-* El Legado de Atena *- (FINALIZADO)


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373 respuestas a este tema

#121 Lunatic BoltSpectrum

Lunatic BoltSpectrum

    ¡Sagrado corazón de Jesús en vos confío!

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Publicado 23 julio 2012 - 09:50

como siempre excelente capitulo

me sorprendió bastante la causa del raro comportamiento del guerrero de Megrez

y muy buenas todas las peleas

saludos

:s50:

#122 ƊƦąğoɳ_ǤįƦȴ

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    Doncella Dragón

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Publicado 26 julio 2012 - 00:03

Seph!!!
Después de un semestre y un verano intenso de universidad, por fin pude darme una vuelta por el foro con la esperanza de saber noticias tuyas....y oh sorpresa...me encontrado con varios capítulos, los cuales me hicieron feliz ya que puedo disfrutar de lo que queda de mis vaciones con esta genial historia.
Me alegra tanto ver nuevos capítulos....(de nuevo tengo que decirlo ^_^ ) lo único malo es que no he podido ponerme al corriente, pero no dudo ni un instante en que regresaré lo antes posible.
Por el momento te puedo decir que me encanta la forma en que narras las peleas, me ha gustado mucho la pelea del joven con su fiel amigo....También que estás manejando muy bien los flashbacks sobre la historia de Hilda-Bud, que por cierto me gusta como quedan.
I'll be back soon!!! :lol:


He regresado...
Quedé fascinada con los siguientes 2 capítulos, no cabe duda sigues revelando pedazos de la historia de una forma perfecta para engancharte cada vez más.
Los flashbacks me siguen gustando mucho, ya que los usas para construir las historias personales de cada personaje, son un detalle que se te agradece.
En lo personal me han gustado mucho estos capítulos de Asgard, ya sea por lo bien que escribes o porque tengo un gusto especial por la mitología nórdica, pero son geniales estos capítulos.
No me queda más que decirte que espero impasiente por saber lo que pasará....
Saludos!!

Editado por Dragon_Girl, 27 julio 2012 - 00:53 .

SOCIEDAD DE LA BALANZA

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Even if you can hear my voice, I'll be right beside you

 


#123 Seph_girl

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Publicado 23 agosto 2012 - 23:55

Hola a los que me siguen n_n
Y un especial saludo a mis lectores estrella del momento xD BoltSpectrum y Dragon girl. Muchas gracias por seguir mi loca historia =) Y espero seguir teniéndolos por aquí.
Dragon girl, gracias por tus comentarios XD, la verdad que he disfrutado mucho esta 'saga de asgard', sobretodo al poder utilizar la pareja de Hilda y Bud que el día en que se me ocurrió no la pude descartar x3. Lo de usar Flashbacks es algo que me gusta para que conozcan un poco de los personajes que no siempre sólo están allí para morir o pelear jejeje.

Y pues bueno, para no hacerles muy largo el cuento, aquí les traigo el siguiente episodio de mi fanfic. Ojalá les guste XD!

***********************************


Hilda de Polaris se mantenía en vigilia de los dioses guerreros, a través de la visión que su cosmos le permitía sobre el reino de Odín.
Desde el trono del salón principal, Hilda ha sido testigo de los esfuerzos de sus guerreros por proteger a la nación. Pero había muchas cosas que no entendía, como algunos comportamientos de sus enemigos e inclusive de sus propios hombres.
Sentía mucha contrariedad y preocupación en su alma, pero dentro de tal torbellino que asolaba su mente alcanzó a percibir el terrible peligro que estaba inundado el palacio con rapidez.
Instintivamente se levantó presurosa, advirtiéndole al par de soldados que la custodiaban dentro del salón que algo estaba mal.
— ¡De prisa, vengan junto a mí! —les ordenó.
Los soldados titubearon un poco pero corrieron hacia la sacerdotisa. Cuando la puerta de la cámara se abrió de golpe para dejar entrar una corriente brumosa, se alegraron de haber obedecido sin mucha demora.
La niebla se extendió con rapidez por la habitación, materializando un rostro deforme y monstruoso que se precipitó sobre ellos.
Pero Hilda no temió. Su cosmos la cubrió, y a los soldados, como un muro impenetrable que la bruma no fue capaz de traspasar.
La mujer logró tranquilizar a los guerreros quienes confiaron en la protección de su señora, hasta que ella se los indicara se moverían.
Aunque fueron meros segundos, estar rodeados por toda esa neblina volvió la espera todo un martirio, más al pensar que en cualquier momento podían ser atacados por algún enemigo.
Sólo hasta que el aire se limpió y la bruma se convirtió en polvo fino, Hilda apartó la protección brindada por su cosmos.
— Señora Hilda… ¿q-qué fue lo que pasó? ¿Qué fue eso? —preguntó uno de los hombres armado con una pica y un escudo.
Hilda no respondió al instante— No estoy del todo segura… pero algo no se siente bien… —musitó intranquila.
Los tres se alarmaron cuando comenzaron a escuchar gritos provenientes de los pasillos del palacio. Los mismos que pintaron en la mente de Alwar la idea de que los enemigos habían podido entrar al Valhalla.
El soldado que sostenía la pica se apresuró a investigar, ordenándole a su compañero que permaneciera con la gobernante.
Abandonó el recinto, adentrándose al pasillo de paredes altas por el que se corrían los atronadores golpes de armas, los gritos de batalla y las voces agonizantes. Esperaba encontrarse con bestias monstruosas tal y como clamaban las voces de sus compañeros, pero en vez de eso vio como todos estaban peleando entre sí.
— ¡Oigan, deténganse! ¡¿Qué están haciendo?! —preguntó, al ingenuamente interponerse entre dos de ellos.
Le tomó un segundo darse cuenta de su error, cuando los ojos de sus camaradas lo miraron con terror y furia.
Recibió un espadazo en la espalda, pudiendo protegerse de una segunda estocada que iba contra su pecho. Dio un giro veloz con el que pudo golpear a sus dos atacantes con el escudo, dejándolos abatidos en el suelo.
Corrió de regreso al salón principal, cerrando las puertas.
— ¡No sé qué es lo que pasa señora Hilda, es… es...! ¡Como si todos se hubieran perdido la razón! ¡Todos están peleando entre ellos, matándose los unos a los otros! —explicó, siendo atendido por su amigo quien se preocupó por la herida en su cuerpo.
Hilda escuchó horrorizada— Debemos detenerlos.
— No creo que eso sea posible… me atacaron al intentarlo… No podemos permitir que corra ese riesgo, mi señora. El señor Alwar nos dio instrucciones precisas —explicó el soldado malherido, pegándose a la puerta por la que la gobernante deseaba salir.
— Entiendo su preocupación, pero quizá seamos los únicos aquí que no hemos sido afectados por ese horrible maleficio. Me preocupan Flare y las pequeñas, no podemos abandonarlas a esa suerte —Hilda dijo con tono autoritario pese a las protestas de sus subordinados—. Pueden acompañarme o permanecer aquí, de una u otra forma yo iré.
— ¡Pero señora Hilda…!
— Con o sin su ayuda iré hasta dónde está mi hermana — aclaró con seriedad.
Ante la negativa de la gobernante, uno de los soldados aconsejó que podían tomar ciertas rutas para llegar hacia los aposentos reales, demorarían pero sería la opción más segura. Hilda aceptó, no deseaba poner a sus hombres en la necesidad de luchar contra sus propios amigos y compañeros.

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Capitulo 29
El Vórtice de la Tormenta Parte V. Sepulturas.

Al pie de una vereda de un alto y estrecho desfiladero montañoso, una figura espectral avanzaba a paso lento y sosegado. Se trataba de Caesar, Patrono de Sacred Python quien tenía una mirada ausente pese a sus pasos firmes.

Detestaba la nieve. Si hubiera podido decidir, habría optado por viajar a cualquier lugar excepto a un sitio como Asgard. El frío lo hacía recordar muchas cosas, demasiadas, que prefería haber podido olvidar. Pero aunque el tiempo se hubiera congelado para él, todas y cada una de esas memorias se encontraban grabadas en su mente.

Nunca imaginó que en Asgard se reencontraría con ese pasado… fue un sobresalto que lo mantenía aún impresionado y atrapado. La misión incluso pareció perder un poco de importancia. Sabía que eso era inaceptable, igual que se había retrasado más de lo necesario.

Alzó la vista hasta la cima de las montañas por las que se veía rodeado. Podría volar hasta allá y avanzar a mayor velocidad, pero el camino que seguía entre las murallas rocosas le parecía más acogedor. Quizá cuando saliera de allí su intranquilidad lo abandonaría para quedarse en ese lugar.

Caminó unos cuantos metros más cuando escuchó un extraño sonido entre el silbido de la tormenta. Un tornado venía en dirección opuesta, abarcando la angostura del camino.
Caesar percibió una fuerte energía dentro de la ventisca. Saltó sin dificultad por encima del vendaval, volviendo lentamente al suelo para confrontar al individuo que apareció por el sendero.

— Hasta aquí llegaste, lobo solitario —amenazó con valentía la guerrera de Phecda Gamma, Elke.
Caesar contempló con indiferencia a la hermosa guerrera, quien venía armada con un hacha de doble hoja.
— Guerrera de Odín, no me causa placer la idea de tener que pelear con una mujer —dijo con sinceridad—. Si me evitas tal molestia, prometo perdonarte la vida.
Elke se extrañó ante tal comentario, por lo que sonrió sarcástica —Vaya, todo un caballero, me siento con suerte. Pero los modales del siglo pasado ya no tienen cavidad aquí. ¿Por qué en vez de fijarte en que tengo pechos te alistas para el siguiente ataque? —Elke se mofó, apuntando con su arma al guerrero invasor.
Caesar no se intimidó, pero un repentino zumbido lo obligó a mirar sobre su hombro para descubrir que la tempestad venía de regreso por el paso. Se puso la mano en la cintura y, como si llevara una vaina invisible en el cinturón, desenvainó una reluciente espada dentada con la que partió el tornado a la mitad.
Un objeto salió despedido de entre la ventisca, siendo atrapada por Elke al dar un salto por encima de su oponente. Tras haber recuperado su segunda hacha, la guerrera utilizó el descenso para dar un poderoso golpe con ambas armas. Caesar retrocedió, sintiendo cómo el suelo vibró ante el impacto, pequeñas piedras resbalaron por las paredes del desfiladero.
De manera inmediata Elke prosiguió su ataque ante el primer fallo. Su destreza era indiscutible, pues empleaba las armas con gran agilidad pese a la pesadez de sus formas.
El Patrono eludió los ataques verticales y horizontales, escuchando cómo se cortaba el aire ante el paso de las afiladas hojas. Sus movimientos se veían limitados por la corta distancia entre las paredes del desfiladero, por lo que sólo podía avanzar o retroceder.
Cuando Caesar intentaba detenerle los brazos, la guerrera de Odín se zafaba con hábiles maniobras en las que incluso utilizaba las piernas para liberarse y continuar arremetiendo en su contra.
El Patrono esgrimió la espada con la que retuvo el golpe de ambas hachas. Quedando rostro contra rostro por unos segundos.
— Eres hábil, mujer. Elegiste este lugar estratégicamente, pero será insuficiente para vencerme.
— Je, me das demasiado crédito, yo no elegí nada. Fuiste tú quien se adentró a este camino —respondió sin ceder en su fuerza, manteniendo un gesto altanero—. Quizá fue el destino quien decidió que este lugar fuera tu tumba.
Caesar dio un ligero salto hacia atrás para impulsarse contra la guerrera de Odín. Elke perdió terreno al sentir como la fuerza de su enemigo la superó de manera repentina. Sus hachas bloqueaban las poderosas estocadas conforme retrocedía, viendo pequeños fragmentos de metal desprendiéndose de las armas de Phecda.
Elke saltó hacia los muros, escalando tras algunas piruetas hasta encontrar un pequeño borde en el que pudo permanecer de pie. Miró sorprendida las hojas de sus hachas, notando las grietas en ellas.
Desde el suelo, Caesar le dedicó una mirada serena antes de bajar su espada y dar media vuelta.
— ¡Espera! ¡Aún no hemos terminado! —la mujer reclamó.
— No suelo dar segundas oportunidades, por lo que te sugiero que aceptes mi piedad —el Patrono respondió, sin dejar de avanzar.
Caesar vio una sombra desplazarse por encima de su cabeza, volviendo a tener frente a él a la guerrera de Odín quien se desplazó entre los muros altos para ponerse en su camino.
— Sólo uno de nosotros va a abandonar este sitio —Elke dijo, alzando su cosmos de manera amenazante —, o quizá ninguno lo haga —musitó sonriente.
— Qué insensatez la tuya —Caesar susurró con pesar—. Tus armas se tornarán inservibles dentro de poco, no son rivales para mi espada.
Elke le daba cierta razón, la hoja de la espada azul estaba intacta. Pero lo que más la confundía era el aura mística que la ungía. Silenciosamente preparó su técnica, por la cual su hacha derecha se recubrió con la llamarada de su brillante cosmos.
— Ja, como siempre digo, puedes subir el lado fácil de la montaña... ¿Pero qué tiene eso de divertido? —cuestionó con desafío—. No pienso retractarme, mucho menos huir ¡Recibe esto! —advirtió, corriendo a toda velocidad hacia Caesar, alistando el golpe con su arma resplandeciente— ¡Martillo de luz!
Caesar no se movió ni siquiera para alzar su espada y defenderse. El Martillo de luz se impactó contra la cabeza del Patrono, detonando un cegador destello junto a un sonoro estallido. Elke esperaba poder sonreír victoriosa tras haber asestado su golpe, sin embargo quedó perpleja al ver una de las hojas resquebrajaba por el choque contra el casco del Patrono.
Por la fuerza, Caesar se tambaleó un poco hacia la derecha, quedándose inmóvil, lejos de contraatacar.
— ¡¿Cómo es posible?! —Elke gritó exaltada — ¡¿Quién eres tú?!
— Supongo que no tiene caso ignorar la petición de alguien que va a morir —respondió, conservando su temple pese a encontrarse frente a una enemiga—. Mi nombre es Caesar, Patrono de Sacred Python. Elegido por el señor Avanish para traer el verdadero inicio de esta nueva era.
— ¿El verdadero inicio? ¿Avanish? ¡¿De qué estás hablando?! —Elke exigió saber.
— Es normal que lo desconozcas, pero esta era de paz es una simple ilusión. Es cuestión de tiempo para que los mortales vuelvan a sumergirse en la desesperanza e injusticia… Tal cosa no debe ser permitida.
— Me suena a que tienes complejo de salvador… Pero sigo sin entender qué tienen que ver tus buenas intenciones con este ataque a Asgard. Nosotros no le hemos hecho nada a nadie —reclamó, intentando comprender las palabras del Patrono.
Caesar no responde, pues decide reiniciar la batalla. El Patrono generó una ventisca con su aura que obligó a Elke a apartarse.
El cosmos de Caesar lo cubrió como un escudo de fuerza llameante. Elke se preparó para atacar pero el Patrono se lanzó en su dirección sin permitirle reaccionar. En fracciones de segundo pasó a través de ella, quedando ambos espalda con espalda.
Elke sintió que la vista se le apagó por unos segundos sólo para despertar de golpe, sintiendo mucho dolor. Gritó al mismo tiempo en el que por su armadura se marcaron numerosas fisuras, desprendiéndose pedazos que cayeron al suelo.
Sintió como si todos los tejidos y órganos de su cuerpo se contrajeran y expandieran de manera incontrolable, una y otra vez. La guerrera de Phecda terminó de rodillas y manos contra la nieve, viendo la sangre que salía de su nariz y boca gotear sobre la blanca alfombra bajo ella.
— El ser una guerrera divina te convierte en uno de los males de los que se debe purgar este mundo. No es nada personal… pero es para lo único que sigo con vida —Caesar musitó más para sí mismo que para la mujer.
— ¿Có-mo puedes… decir que… somos el mal cuando… ustedes son los que han iniciado… los conflictos… en el Santuario… en Egipto…? —Elke preguntó en cuanto pudo volver a ponerse de pie, sosteniendo un hacha en cada mano.
— Lo que hacemos es nada comparado con lo que todas las Guerras Santas han logrado desde la era del mito —el Patrono palpó la empuñadura de su espada con suavidad.
—… Vaya, así que… ¿tenemos que morir sólo porque otros que estuvieron antes que nosotros hicieron cosas que no te gustaron? Ja, hablas de desesperanza e injusticia como si fueran ajenos a lo que predicas… pero no eres más que un maniático —Elke susurró con un deje de ira con la que se avivó la llama de su cosmoenergía.
— Insistes en pelear, pero no serías una guerrera si no lo hicieras. Elogio tu valor, por lo que recibiré tu mejor golpe en señal de respeto.
Hombre y mujer se giraron al mismo tiempo, quedando frente a frente. Caesar imitó los movimientos de Elke cuando esta retrocedió varios pasos.
— No deberías subestimarme. Admito que tienes un poder impresionante… y no sé qué clase de armadura llevas contigo, podría ser indestructible… pero aunque parezca imposible, ¡juro que voy a detenerte! —exclamó, con su cosmos invernal al máximo.
Los muros comenzaron a temblar, minúsculas piedras caían como granizo sobre ellos.
— Peco al imitar el mayor defecto de los mismos dioses —Caesar meditó, murmurando con solemnidad—… pero al final no nos queda más que aceptar que fuimos hechos a su imagen y semejanza. ¡Vamos guerrera de Phecda, golpéame con todo tu poder! ¡Que tu vida se extinga con la misma ferocidad que te caracteriza! —la incitó.
Elke de Phecda Gamma cerró los ojos, sonriente. Al abandonar la casa de Freya, estaba preparada para morir en cualquier posible escenario. Podía agradecer cuando menos que su espíritu quedaría libre entre las montañas que tanto amaba. Esa idea era lo único con lo que podía confortar su alma ante la decisión que había tomado.
Su cosmos se transformó en una densa brisa de luz y hielo. Su figura fue consumida dentro de una esfera luminosa que giraba con la fiereza y velocidad de un ciclón.
¡Ilusión alpina! —Elke rugió dentro del vendaval que se transformó en un gran meteoro.
Caesar abrió los ojos sorprendido por el resplandor que expulsó el cometa que lo golpeó. De manera violenta fue arrastrado por el estrecho túnel, la energía que le daba forma a ese bólido raspó la roca sólida, haciendo temblar los muros, congelando las murallas y el suelo a su paso.
El rostro del Patrono se contrajo con una mueca de dolor constante, apretando los dientes ante la tensión que sentía por el cuerpo.
El Patrono de Sacred Python se estrelló contra el muro en cuanto la guerrera de Odín volvió a pisar el suelo. Caesar quedó empotrado en la pared mientras su cuerpo liberaba hilos de humo.
Elke se encorvó hacia delante, como si las hachas en sus manos pesaran más de lo habitual, pero la verdad es que estaba perdiendo todas sus fuerzas. Se forzó a sonreír al ver que su enemigo levantó la cabeza y la miró con severidad.


-/////////////////-


Dahack, Patrono de la Stella de Arges quedó sorprendido al ser víctima de ataques invisibles a su vista.
Conforme el dios guerrero de Benetnasch se mantenía pasando los dedos por las cuerdas de su arpa, los impactos continuaban. Incluso aunque se moviera para intentar esquivarlos, estos lo alcanzaban.
Era una sensación horrible, como si cientos de piquetes le perforaban el cuerpo sin piedad. Al resentir el molesto dolor, Dahack supo que debía arriesgarse para encontrar la oportunidad de eliminarle. Empleó su velocidad en movimientos zigzagueantes para subir por las escalinatas.
El réquiem no dejó de fluir pese a que Alwar perdió de vista al enemigo, pero Dahack dejó de recibir cualquier impacto. El Patrono se detuvo por un instante, volviendo a ser alcanzado por la misma fuerza invisible de antes, comprendiéndolo al fin.
Dahack volvió a desaparecer de la vista de Alwar, mas éste prosiguió tocando sin temor, incluso cuando el Patrono se materializó a corta distancia suya.
El invasor lanzó un golpe dirigido al pecho del dios guerrero, pero su puño no alcanzó el objetivo, en vez de eso se impactó contra una superficie que sintió solida en sus nudillos, pero que sus ojos no pudieron ver.
— ¡¿Cómo…?! —Dahack alcanzó a decir antes de que Alwar de Benetnasch lo golpeara con la palma de la mano, liberando centellas de luz que estallaron sobre su cuerpo.
Atrapado dentro de esa red luminosa, Dahack gritó adolorido al caer sobre los escombros de la puerta del palacio y entre algunos cadáveres de soldados muertos.
Con semblante pacífico y sin haberse movido de su lugar, el dios guerrero continuó con el melodioso réquiem.
El Patrono se levantó tembloroso, limpiándose la sangre que le escurrió por el rostro. Quedó pasmado al ver las manchas rojas en sus manos, tal cosa no podía ser posible a menos que algo le hubiera ocurrido a la señorita Tara. Una fuerte preocupación quiso apoderarse de él, pero se obligó a centrarse en su actual encomienda. Saberse desprotegido lo incomodó un poco, ya había olvidado lo que era ese temor al ser herido por un oponente.
Encolerizado, Dahack cubrió sus brazos con cosmoenergía rojiza, disparando violentas ráfagas contra el dios guerrero.
Las explosiones revelaron que, en efecto, los ataques impactaron contra algo, pero la melodía no se dejó de escuchar, ni mucho menos el peliblanco resultó herido.
Alwar rió ante el gesto frustrado que pudo ver en el enemigo— ¿Hasta cuándo vas a darte por vencido? No puedes hacer nada contra mi Tocata final, una técnica ofensiva y defensiva a la vez, la más poderosa en todo Asgard. Por lo qué no importa que tan rápido puedas moverte, jamás podrás alcanzarme.
— Tus estúpidas trampas, me tienen sin cuidado —Dahack refunfuñó, molesto—. Tuve que dejarme golpear un poco para encontrar el punto débil de tus artimañas —lo apuntó desafiante.
— ¿Es eso cierto? —Alwar inquirió con tranquilidad.
— Utilizas las ondas de sonido como un medio de ataque… Tu técnica es tanto ofensiva y defensiva, es cierto, pero no funcionan ambos modos al mismo tiempo… Al ser un poco duro de oído y no ser un maldito músico, tardé en advertir que cuando me atacas y te defiendes cambias la tonada… En ese minúsculo lapso de tiempo en el que haces el cambio eres vulnerable —explicó con malicia—. Sin mencionar que para atacarme necesitas mantener los ojos fijos en mí, cosa que no puedes hacer cuando empleo mi velocidad.
Alwar permaneció silencioso ante las deducciones del Patrono, provocando que éste riera con maldad.
— ¿Estoy en lo correcto, no es así? —inquirió—. Podrías seguir escondiéndote dentro de tu burbuja si quieres, pero eso volvería interminable nuestra batalla y ambos tenemos prisa por ponerle un final.
Alwar le daba la razón, sentía la urgencia de adentrarse al palacio para socorrer a la señora Hilda y Flare.
— Así que te mostraré que puedo eludir la técnica de la que te sientes tan orgulloso.
— Inténtalo entonces… pero tu exceso de confianza será tu perdición —Alwar advirtió con serenidad.

El Patrono de la Stella de Arges avivó su cosmos para iniciar el desafío impuesto. Alwar lo imitó, meditando sus opciones, eligiendo la que más le aseguraba el triunfo.
Intencionalmente, Dahack corrió hacia Alwar con el puño extendido a una velocidad mucho más baja de la que puede alcanzar. Tal y como anticipó, el asgardiano no se resistió a atacarlo con su Tocata Final. En un paso decisivo, un impulso sobrehumano, Dahack pasó a moverse a una velocidad que quizá vaya más allá de la de un santo de oro.
Alwar de Benetnasch quedó conmocionado al recibir un poderoso impacto, cuando el gancho derecho del Patrono se le encajara en el abdomen.
Quedándose sin aire, Alwar recibió numerosos golpes por todos lados, sin poder defenderse, sólo pudo proteger su arpa.
De pronto, el huracán de golpes dejó de girar a su alrededor al recibir un último impacto en la mandíbula que lo elevó por los aires, cayendo por las escaleras, por encima de los restos de los invasores a los que logró eliminar con anterioridad. Rodó hasta el último escalón, cayendo en la nieve tras perder su casco.
Con el cuerpo lastimado intentó ponerse de pie, mas solo alcanzó a apoyarse con manos y rodillas, escupiendo sangre tras respiraciones entrecortadas.
— Ahora entiendes que no son presunciones mías… de entre todos mis hermanos yo soy el más veloz— dijo con prepotencia, caminando por entre los restos de sus hombres ya cubiertos por la nieve.
Alwar poco a poco pudo enderezar la espalda al apoyar un pie en el suelo.
— Confías mucho en tu capacidad… pero como te dije… —hizo temblar una sola cuerda, logrando que el Patrono detuviera su avance por mera precaución— los hombres como tú caen ante oponentes más débiles todo el tiempo, y todo por su propio ego…
Alwar de Benetnasch sonrió victorioso para contrariedad del Patrono.
Dahack resintió una presión en las piernas, al mirar descubrió que habían sido aprisionadas por cuerdas de plata. Buscó resistirse, pero no pudo escapar de los hilos que se alzaron de entre los cadáveres esparcidos por las escaleras y por los que anduvo deambulando todo el tiempo, la nieve los había escondido bien. Además, nunca imaginó que el dios guerrero sería capaz de manipular las cuerdas ya cortadas para atraparlo de esa manera, y que encima éstas volvieran a unirse a su arpa para seguir llevando a cabo el aterrador réquiem.
Envuelto por los relucientes hilos, resintió la presión de ellos conforme la música resonaba en sus oídos.
— ¡Maldito! ¡¿Tenías este sucio truco preparado todo el tiempo?! —exclamó con frustración, viendo como múltiples lesiones empezaban a marcarse en su piel.
— Tu propia soberbia te ha llevado a caer en mi trampa. Típico en hombres como tú que alardean de más sobre sus fuerzas pero que jamás se preocupan en conocer la de su oponente.
Dahack comenzó a soltar quejidos conforme las cuerdas se apretaban más a su cuerpo.
— Yo también soy observador. Eres rápido, no lo negaré, pero necesitas un impulso preciso y determinado con tu pie derecho para poder moverte a la gran velocidad de la que presumes, una vez que te detienes eres como el resto de nosotros.
—¡E-esto… no será suficiente! —aseguró, elevando su energía con la que creyó poder liberarse, mas sólo retrasó el paso de las cuerdas ya ensangrentadas.
— Quizá no pueda romper tu armadura —admitió al ver como las cuerdas no tenían efectos sobre ella—, pero no puedes alardear lo mismo sobre la resistencia de tu piel. Verte sangrar significa que no eres diferente a mí, eres mortal y por eso puedes morir.
Dahack cerró con fuerza la mandíbula cuando las cuerdas que rodeaban su cuello se tensaron todavía más.
— ¡Y morirás! —aseguró, tocando con énfasis el arpa en sus manos.
Dahack gritó ante la agonizante tortura. Gran parte de su cuerpo se fue cubriendo por una delgada capa de sangre formada por las líneas carmesí emergentes de sus heridas.
Totalmente indefenso, Dahack sintió la muerte a punto de cortarle la cabeza. ¡Qué humillación! —pensaba avergonzado cuanto más se aproximaba el momento de la nota final.
Alwar estuvo a punto de finalizar su melodía cuando las cuerdas fueron cortadas por una veloz llamarada de fuego. Las flamas se extendieron por las hebras de plata, desintegrando las que aprisionaban al Patrono.
Confundido, Alwar buscó a quien había intervenido en su batalla. Iba a reaccionar con violencia, pero tal ímpetu frenó en cuanto reconoció la figura de un camarada en el campo de batalla.
— ¿Clyde? —musitó perplejo al verlo allí de pie, en medio del Patrono y él como si intentara protegerlo. En su mano sostenía la mítica espada de fuego, la cual retuvo a su costado— ¡Clyde! ¡¿Qué significa esto?! ¡¿En qué estas pensando?! —Alwar exigió saber. La única explicación que pudo formular en su cabeza es que el excéntrico hechicero quería satisfacer sus deseos de sangre matando él mismo al enemigo, no sería algo extraño… pero la verdad iba más allá de su comprensión.
Entendió demasiado tarde que quien estaba delante de él no era más el dios guerrero de Megrez, sobre todo cuando éste recitó un espeluznante hechizo — ¡Escudo amatista!
— ¡¡No!! —Alwar pudo exclamar antes de ser alcanzado por la ráfaga de cristales que despedazaron su arpa. Cualquier oposición de su parte fue inútil, el terrible maleficio lo aprisionó rápidamente dentro de un gigantesco ataúd de hielo amatista.
— ¡¡Clyde!! —alcanzó a gritar, en un tono que suplicaba una explicación, y que a su vez lo repudiaba por tal traición.

El Patrono vio con asombro lo sucedido, pero no alcanzó a entender la situación del todo. Dahack retrocedió con torpeza, severamente lesionado por el réquiem de cuerdas que estuvo por despedazarlo vivo.

— ¿Ésta es la clase de humanos con los que convives? Esperaba algo… diferente —escuchó decir de aquel que sostenía la llameante espada de cristal.
— ¿Quién eres? —Dahack deseó saber.
— Tu salvador —respondió, volviéndose hacia él.
El Patrono no se sintió más aliviado ante el rostro sombrío sobre el que surcaban líneas centellantes. Tenía un aspecto amenazante por el que no bajaría la guardia.
Todo se volvió un poco más confuso cuando una segunda figura descendió del cielo, pudiendo reconocer a la marioneta de Sennefer.
— Eres tú… ¿Qué demonios significa todo esto? ¡Respóndeme! —Dahack exigió ante la pasiva mirada de Masterebus quien prefirió contemplar la columna de hielo y la expresión congelada del dios guerrero de Eta.
— No tienes por qué estar nervioso —Ehrimanes pidió—, si te quisiera muerto estarías dentro de tu propio ataúd de cristal.
— Eres… un dios guerrero —el Patrono pudo confirmarlo al ver el brillante zafiro en su cinturón —¿Acaso… has decidido traicionar a los tuyos?
— Es algo más complicado que eso, sobre todo para tu pequeño cerebro — Ehrimanes respondió con una sonrisa burlona.
— ¡¿Qué dices?! —Dahack rabió, deteniéndose cuando Masterebus se interpuso entre ambos.
— Este hombre está ahora de nuestro lado —explicó con rapidez.
— ¿Y quién eres tú para decidir algo así? ¡No eres nada más que un sirviente y un…!
La espada frente a su rostro lo obligó a callar. Ehrimanes bien podría matarlo, pero al ser algo que todavía no le convenía logró apaciguar tal deseo.
— Cuidaría mis palabras si fuera tú — Ehrimanes advirtió con un gesto molesto. Escuchar que se refirieran a uno de los suyos como esclavo le resultaba intolerante—. La gratitud no viste bien a tu raza, pero deberías comenzar a practicarla.
Dahack no iba a permitir que le hablaran de esa manera, estuvo a punto de ponerse a la ofensiva cuando Masterebus habló.
— Ninguno de nosotros tiene autoridad para decidir si este hombre es digno o no de servir a la causa —aclaró con tranquilidad—. Lo único que podemos hacer es que los hechos hablen por sí mismos, que Caesar sea el que juzgue una vez se dé por enterado… Deberías agradecer su intervención, nosotros no íbamos a hacerlo —Masterebus confesó para furia de Dahack.
Por grande que fuera su enojo, el Patrono estaba en desventaja si se le ocurría desquitarse de ese par. Estaba lastimado y sus heridas continuaban sangrando, debía evitar confrontaciones innecesarias.
— Bien —Dahack musitó rencoroso. Sacó un pequeño y delgado frasco cilíndrico de entre su ropaje, bebiendo todo su contenido. Al final lo rompió hasta reducirlo a pequeños trozos— … no sé que hay entre ustedes dos… pero confío en que Caesar se encargará cuando llegue el momento —sonrió, al estar seguro que el Patrono de Sacred Python aplastaría al nuevo aliado.
— Confórmate con saber que no me interpondré en su camino, ¡todo lo contrario! Me quedaré aquí mientras ustedes terminan sus asuntos —Ehrimanes aclaró, apoyando la espada de fuego en el suelo como si se tratara de un simple bastón.
Dahack lo miró todavía con más desconfianza, pero guardó silencio al resentir el efecto del tónico curativo.
Ehrimanes vio que los numerosos cortes en el Patrono se fueron cerrando, como si estuviera borrándolos el paso de la nieve y el viento. Pero la curación no fue perfecta, quedaron delgadas líneas ásperas en la piel, cicatrices muy sutiles que le impedirían olvidar su batalla contra el arpista.
— Aún percibo a algunos dioses guerreros por los alrededores… no hay necesidad de que vayan y los busquen, ellos vendrán hasta ustedes —Ehrimanes dijo, mirando hacia un punto en el horizonte—, uno ya se encuentra dentro del palacio —advirtió.
Masterebus podía confirmar lo mismo, percibía un cosmos llamativo dentro del castillo.
— ¿Pelearás contra tus propios compañeros para que tengamos éxito? ¿Por qué? ¿Qué ganarás tú? —insistió Dahack.
Ehrimanes mostró una sonrisa torcida, tenía sus razones personales y vengativas; no estaba dispuesto a compartirlas, pero una de ellas venía corriendo justamente hacia el Valhalla, quizá la más importante— Satisfacción… —respondió con malignidad.

-//////-

Elke maldijo su mala suerte, el enemigo no sólo estaba con vida sino ileso y libre, avanzando hacia ella para cumplir con su amenaza.
Agotada y débil, la guerrera de Phecda lanzó una de sus hachas contra la cabeza del Patrono quien sólo se limitó a mover la sien, permitiendo que el arma girara hasta clavarse con potencia en las rocas. Elke intentó hacer lo mismo con el arma que le quedaba, mas Caesar se lo impidió al impulsarse a gran velocidad contra ella.
El cuerpo de Elke se tensó cuando la hoja de la espada azul le atravesara el estomago. Caesar empujó con más fuerza hasta que la punta de su arma se clavara contra la pared más cercana.
Elke gimió cuando su espalda golpeara el muro, soltando una serie de gritos que logró callar exigiéndose autocontrol, escupiendo sangre que alcanzó a manchar los brazos de su enemigo.
Caesar giró y movió la espada para asegurar una herida mortal. Permaneció con dura expresión junto a ella pues deseaba ser testigo de su muerte, no era bueno dejarlo al azar.
El cuerpo de la guerrera tembló, el Patrono sintió dichos espasmos al mantener las manos sobre la empuñadura.
— Sólo tomará unos segundos más —le dijo—. Herí tus órganos vitales por lo que no hay marcha atrás.
— ¿Y… vas a… quedarte a hacerme… compañía? —con el rostro cabizbajo, Elke tosió adolorida—. Qué bien… la verdad… me aterraba la idea de… poder morir sola… —sonrió sarcástica, quizá por última vez.
— Nunca debiste enfrentarte a mí tú sola. Lo que te ofrecí al inicio hubiera sido una mejor opción.
— ¿Una… mejor opción? —Elke repitió, escupiendo—. Puede ser, pero… no podía permitir que continuaras… tu camino, no…
Caesar vio el cosmos blanco de la asgardiana volver a encenderse.
— Mujer impertinente, no tiene caso que continúes con tus vanos intentos. Todo se acabó para ti —dijo con clara impaciencia, sin retroceder.
Caesar contempló sin temor cómo la guerrera intentaba levantar su hacha. No temía que lo atacara pues bastaba con un único movimiento para impedírselo.
En ese momento Caesar escuchó una serie de crujidos que lo llevaron a mirar por encima del hombro. Al contemplar el muro posterior, vio que la superficie comenzó a fracturarse por largas líneas que nacían del punto en el que el arma de Phecda se encontraba alojada.
El Patrono entendió de manera fugaz de lo que esto se trataba, pero fue muy tarde, sobre todo cuando Elke utilizara lo que le quedaba de sus fuerzas para golpear con su hacha restante el muro al que estaba clavada.
Al tratarse de las últimas llamas de su vida, nunca tuvo tal potencia como la que pudo emplear en ese instante tan decisivo. Actuando como una titánide enfurecida la fuerza fue la suficiente para lograr su cometido: un derrumbe inminente que inundaría el desfiladero, aplastándolos bajo toneladas de roca y nieve.
— ¡Maldita! —Caesar gruñó, intentando sacar la espada de su cuerpo, pero Elke se opuso empujándola contra sí para que se adentrara todavía más a sus entrañas.
El Patrono bien puedo intentar escapar, mas dudó al saber el valor que la espada azul tenía para su señor, además la guerrera lo retuvo fuertemente por el brazo.
— ¡Los dos teníamos razón… ambos quedaremos sepultados aquí, infeliz! —Elke sonreía complacida ante el rostro enfurecido del Patrono quien la sujetó por el cuello para estrangularla.
Elke no desperdició energías resistiéndose, sabía que iba a morir por lo que no lucharía contra eso, sólo para llevarse a tal amenaza con ella. Sabía que si ese hombre pasaba por el desfiladero, llegaría a la casa de Freya.

Desde el principio, Elke había estado siguiendo el rastro de este hombre en particular ya que era del que percibía el más peligroso cosmos latiendo en su ser. En cuanto adivinó su destino supo que no tenía caso intentar huir, ni tampoco abrigó la idea de que pudiera vencerle. Al acudir allí, enfrentársele, fue únicamente con la idea de morir junto a él. Durante la batalla buscó la manera sutil de ir debilitando las murallas y así, al final, lograr el derrumbe deseado.
Si se lo hubiera dicho a Freya, la muy obstinada habría insistido en acompañarla, pero no podía permitir tal cosa.

En su último pensamiento, Elke se preguntó con tristeza si alguna vez la temperamental Freya se daría cuenta de su verdadera intención… Y gracias a la visión de una valkiria montada sobre un hermoso caballo blanco acompañándolos, tuvo la seguridad de que así sería.
En el momento en que le quebraron el cuello, las paredes montañosas se vinieron completamente abajo, produciendo feroces estruendos y una gran avalancha.

-/////-

Freya abrió los ojos sorprendida, reteniendo la respiración. El nombre de la guerrera de Phecda escapó de sus labios que temblaban por la conmoción. El cosmos de Elke se apagó después de una larga agonía.
Desde el balcón principal había seguido la batalla con interés. Su razón y corazón lucharon uno contra el otro a cada segundo, pero logró mantenerse en la vigilia nada más, confiando en que su compañera sería capaz de ganar la batalla…
La tormenta apenas y fue capaz de ocultar los sonidos del derrumbe suscitado a lo lejos. Freya agachó la cabeza con un gesto de pesar. Permaneció con los ojos cerrados por largos minutos en los que sollozó por la guerrera caída.
Sus lágrimas no sobrevivieron al ambiente, por lo que no dejaron rastros notorios en su rostro. Dio un fuerte suspiro tras el cual buscó sobreponerse al remordimiento.
Caminó de prisa hacia el interior de la mansión, bajó hacia el salón, buscando a su madre quien esperaba junto a la chimenea.
— No podemos esperar más, nos iremos ahora —avisó, buscando al príncipe por el lugar, mas no lo encontró—. ¿Dónde está Syd?
La mujer mayor se levantó con semblante preocupado— En cuanto te marchaste hizo un puchero y se encerró en el cuarto de visitas, no ha querido salir por mas que le he insistido.
— ¿Qué? ¿Por qué se lo permites? Que traigan la llave maestra, no tenemos tiempo para sutilezas ahora —dijo malhumorada, emprendiendo su marcha hacia la segunda planta.
Su madre, quien iba tras ella, le ordenó a una sirvienta traer las mencionadas llaves— ¿Qué querías que hiciera? Creí que era lo mejor, no sólo porque no quería importunar al príncipe del reino, sino que tras lo que está pasando entiendo su berrinche… pese a todo sigue siendo un niño pequeño, tú eras justamente igual, necia y orgullosa, no querías escucharme.
— En cualquier otro momento lo entendería madre, pero no hoy —la pelirroja respondió a secas.
— Bueno, cuando tengas tus propios hijos veremos qué tan firme es tu mano hacia ellos —rió divertida la mujer.
Al llegar ante la puerta de la habitación, Freya calmó un poco su humor, teniendo la delicadeza de tocar primero, esperando que el niño desistiera de su actitud malcriada. No importó qué tan amable fue su voz, ni sus disculpas por lo ocurrido, no hubo respuesta y eso alarmó de golpe a la guerrera de Odín, quien imaginó lo peor al ver que un copo de nieve se deslizó por debajo de la puerta.
No esperó a que la llave maestra llegara a sus manos cuando rompió la manija y el seguro. Al entrar sintió la brisa gélida por toda la habitación, la cual se coló por una ventana que quedó entre abierta.
Aunque la señora de la casa lo llamó alarmada, Syd no respondió. Freya miró rápidamente por la ventana, imaginando que el pequeño rapaz había salido por allí y de algún modo pudo bajar. Descartó que alguien ajeno haya entrado y se lo hubiera llevado al ver una improvisada cuerda hecha con sabanas colgada del ventanal.
— ¡No puedo creerlo! —rabió, negándose a pensar si quiera que Syd estuviera del camino hacia el Valhalla, pero mientras más lo pensaba más sentía que esa era la realidad. ¿Cómo y para qué? Eso aún lo tenía que descifrar. Pidió a los sirvientes que buscaran por la casa y los alrededores algún rastro mientras se vestía con su manto divino, pero su sexto sentido le advertía que debía encontrarlo y muy pronto. El peligro aún se palpaba en el aire.

FIN DEL CAPITULO 29


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EL LEGADO DE ATENA - Capítulo 67. "Epílogo"


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Publicado 24 agosto 2012 - 09:20

como siempre excelente capitulo

cada vez mejor la historia

las batallas fueron excelentes

esperando el proximo capitulo me despido

:s50:

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Publicado 24 agosto 2012 - 10:56

excelente fic ! Seguí así :D

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#126 ƊƦąğoɳ_ǤįƦȴ

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Publicado 25 agosto 2012 - 19:04

Hola!!
Muy emotiva la pelea de Elke, en verdad me entristeció....solo espero que en verdad se haya deshecho de Caesar.
También me gustó la pelea del guerro de Eta, muy buenas técnicas, creo que es un guerrero bastante fuerte, no creo que se quede en el ataud.
Excelente capítulo, espero con ansias el próximo.
Saludos!!

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Publicado 24 septiembre 2012 - 00:54

Qué taaaal a todos? Aquí andamos de nuevo dando lata con un nuevo capitulo de la historia. Espero sean pacientes y no sientan que lo de asgard vaya algo lento, pero pues me gusta manejar subtramas para que no todo tenga que ir tan lineal, aparte que le dan mas sazón a los personajes y sirve para no queden demasiados planos.

Ya llevo avanzado el capitulo 31 y 32 XD, por lo queee habra actualizaciones puntuales los proximos meses con el favor de la suerte.

Saludos y muchas gracias por leer y dejar sus comentarios =)

***********


Para Hilda de Polaris fue desgarrador ver a sus vasallos sufriendo de manera tan terrible. En su camino por los pasillos de servicio, se toparon con los cuerpos de hombres y mujeres, algunos inconscientes e invadidos por una fiebre muy alta, otros totalmente inmóviles y exánimes; incluso se toparon con casos en los que hallaban soldados escondidos y petrificados por el horror de las alucinaciones, sus gritos y suplicas terminaban por hacerlos retroceder para continuar con la travesía.
En una ocasión, la noble gobernante no resistió e intentó a ayudar a un anciano, pero sus buenas intenciones la pusieron en peligro. Afortunadamente sus guardias intercedieron, sometiendo al agresor.
Estaba muy angustiada por cómo podría encontrar a Flare y a sus sobrinas. El único consuelo que tenía era que su hijo estaba a salvo, lejos de toda esta locura. De su mente intentaba apartar la idea de no volver a verlo, pero con tantos asesinos rondándolos era algo difícil de lograr.

Subieron unas últimas escaleras, llegando a la gran explanada donde la estatua de Odín se alzaba de manera inmaculada entre las montañas y rodeada por profundos vacíos. Sólo tenían que bajar por el nuevo acceso hacia el área oeste para acercarse más a su objetivo, no parecía complicado.
Pero mientras cruzaban la zona, la sacerdotisa de Odín se detuvo, percibiendo un cosmos maligno que de forma inminente estaba por alcanzarlos.
— ¡Cuidado! — alcanzó a alertar cuando una silueta oscura fue visible entre el cielo tormentoso. Alguien que parecía un gigantesco murciélago salido desde el mismo fondo del Niflheim*.
Hilda se supo blanco de la criatura sombría, por lo que valerosa manifestó su cosmos para enfrentarle. Sin embargo, quedó perpleja cuando uno de los soldados saltara frente a ella, convirtiéndose de manera voluntaria en la presa del depredador oscuro. Una zarpa negra se cerró alrededor del cuello del guerrero, ocasionando heridas letales que le arrancaron un fuerte alarido así como la vida.
La bestia voladora se lo llevó, permitiéndole ser su acompañante por algunos instantes antes de dejarlo caer hacia el mortal abismo.
En cuanto la criatura alada pisó tierra, el segundo guardián se apresuró a colocarse como escudo frente a la dirigente de Asgard. Aunque estaba herido de la espalda, imitaría la valentía de su compañero de ser necesario.
— ¡Detente! —Hilda le ordenó a su subordinado—. No intentes pelear con él, es un enemigo que va más allá de tus capacidades. ¡Por favor!
— Perdóneme señora Hilda —fueron las palabras del heroico soldado, quien no se atrevió a mirarla—, pero juré proteger a Asgard y a su familia sin importar que deba dar mi vida. Le daré aunque sea unos segundos, aproveche por favor para escapar de aquí. ¡Vaya, ahora!
Sin importar las palabras de la sacerdotisa, el soldado avanzó velozmente hacia el mortífero enemigo.

En silencio, Masterebus aplaudió tal arrojo de un siervo por su amo. Él mejor que nadie entendía tal determinación, durante la mayor parte de su existencia ha vivido para salvaguardar la vida de alguien más. Quizá sólo por eso se permitió esquivar los lentos ataques del asgardiano, cuya pica le era igual de peligrosa que un mondadientes.
Masterebus le concedió los segundos que proclamó, y aun así la sacerdotisa permaneció inmóvil, observando con semblante acongojado. Al final, el guerrero de Sennefer golpeó con su ala derecha al soldado, su arma y escudo cayeron en el suelo mientras su cuerpo fue arrojado con tremenda fuerza hacia un pilar.
Ambos impactos bastaron para dejarlo inconsciente y agonizante, Masterebus avanzó con pasos lentos hacia él, sorprendido de escucharlo aún respirar.
— ¡Alto ahí! ¡Seré yo tu oponente! —escuchó decir.
Masterebus se detuvo, tardando en darse la vuelta al dudar de lo que había escuchado. Al hacerlo, observó con incredulidad a la gobernante que a lo lejos le apuntaba con la lanza de su guardián caído. Era una bella visión sin duda, ver a tan elegante mujer dispuesta a pelear cautivaría a muchos enemigos e inspiraría a todos sus aliados.
Al verla de pie en medio de la tempestad, respaldada por la intimidante imagen de Odín despertó en la criatura una inexplicable admiración.
La firmeza y naturalidad con la que sujetaba la lanza tenía intrigado a Masterebus, algo que evitó que se arrojara de inmediato sobre ella para matarla.
— Mujer, deberías seguir tu propio consejo y aceptar tus limitaciones —dijo el pelinaranja de armadura negra.
— No permitiré que nadie más muera frente a mí —respondió Hilda con calma, pero sus ojos destellaban con una fuerte determinación.
— Otra promesa absurda… —musitó Masterebus, no dándole importancia a la sacerdotisa quien volvió a gritarle, aunque cuando estaba por darle la espalda, un sonido lo obligó a girarse de nuevo.
De la punta de esa lanza emergió una esfera blanca que con gran velocidad lo alcanzó. Al golpear su cuerpo el cúmulo de energía aumentó de tamaño, encerrándolo en una esfera dentro de la que fue vapuleado por violentas descargas.
De sus labios humanos escapó un potente grito, al mismo tiempo que su armadura lanzó un rugido espantoso. El casco de Masterebus pareció volverse de plástico por un instante en que se alargó y contorsionó como el ser monstruoso que era.
En cuanto la prisión de luz se disipara, Masterebus se mantuvo de pie, tambaleante por el inesperado ataque que lo debilitó. Sintiéndose herido de gravedad por primera vez en Asgard, abrió los ojos iracundo, desapareciendo todo rastro de piedad que pudo albergar hacia la mujer.
Hilda no se amedrentó, desplegó de nuevo su poder el cual el guerrero esquivó al lanzarse hacia un lado como una bestia de cuatro patas. La sacerdotisa no dejó de intentarlo sin importar sus fallos.
Masterebus volvió a elevarse junto al humo de un impacto fallido, intentando sorprender a la gobernante, pero Hilda estaba esperándolo.
El guerrero de Sennefer se dejó caer en picada, con el brazo cubierto por llamas negras. Sus garras afiladas tenían la clara intención de alcanzar el delgado cuello de la sacerdotisa.
Hilda impregnó la lanza con su cosmos, interponiéndola como un escudo contra el que la zarpa del guerrero se impactó.
Desplegando un campo de fuerza a través de su arma, Hilda impidió el paso del pelinaranja, mas Masterebus persistió. No retrocedió pese a la inestable energía que se estaba generando ante tal choque de poderes.
Las llamas negras sobre la cúpula blanquecina que rodeaba a la sacerdotisa comenzaron a generar relámpagos oscuros.
Hilda dio un paso hacia atrás al no poder contener la fuerza del siniestro guerrero, que parecía crecer cada vez más conforme se alargaba el duelo.
La sacerdotisa se percató de que no podrá aguantar por más tiempo, además si el cosmos de su enemigo terminaba por rodearla sería su fin. En un arriesgado intento, hizo girar la lanza entre sus dedos, generando un crecimiento en el campo protector.
El conflicto entre ambas cosmosenergías llegó a su máximo, produciendo un sonoro estallido que afectó a los combatientes.
Hilda rodó en el suelo, adolorida. Su escudo de fuerza absorbió gran parte del impacto pero aun así presentaba lesiones en las piernas y brazos. Permaneció poco tiempo tendida en el suelo, en vano buscó ponerse de pie al mismo tiempo en que buscaba indicios del invasor.
Vislumbró su silueta, alzándose con cierta dificultad a lo lejos. Hilda observó con ojos asustados cómo su enemigo se aproximaba. Todo su torso derecho, junto con el hombro y brazo conectados a él, se encontraban ensangrentados y quemados, privados de cualquier trozo de armadura pues se evaporó en el momento de la explosión.
El resto de la coraza estaba intacta, pero de ella parecía provenir un tétrico lamento espectral.
— ¡Tú… eres peligrosa… demasiado dañina para nosotros…! —el pelinaranja clamó furioso, poseído por el odio que guardaba desde aquella ocasión en Egipto. Su mente revivió la sensación de dolor y ardor al beber la sangre de aquel santo dorado, y ahora esta mujer de cabellos plateados le originó un sufrimiento similar…
En Masterebus creció una necesidad muy grande por eliminarla, ante él tenía a una hija de la luz, mientras él que nació en la oscuridad la encontraba repugnante.
Alargó su brazo sangrante hacia ella, mientras Hilda intentó alejarse de él, arrastrándose en el piso.
Cuando esa pútrida mano estaba por alcanzar su rostro, un haz de luz se abrió paso por entre la tormenta para darles alcance.

Masterebus quedó estupefacto al ver su brazo herido desprendiéndose de su cuerpo después de que unas afiladas cuchillas cortaran su extremidad por encima del codo. La sangre brotó de manera incontrolable, seguido de un alarido por parte del guerrero quien retrocedió afligido, no podía creer lo que había pasado.
Alzó la vista en busca del culpable, encontrándose con una nueva figura que cargaba a la sacerdotisa de Odín en brazos.

Cuando Hilda sintió próximo su fin cerró los ojos por reflejo, mas una brisa huracanada la levantó del suelo y la alejó del peligro.
Al abrir los párpados se encontró con el perfil de su salvador, el de su adorado esposo quien estaba allí para protegerla al fin —Bud— la sacerdotisa sonrió con un gesto cansado.
El dios guerrero de Mizar Zeta se atrevió a dedicarle una mirada con la que expresó lo mucho que se sentía culpable por sus heridas.
— Todo estará bien Hilda. Ya estoy aquí.

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Capitulo 30.
El vórtice de la tormenta Parte VI. Misterios y verdades.

Desesperación, dolor, frío y después vacío infinito... tales son las últimas sensaciones que quedaron impresas en su mente antes de que la oscuridad lo devorara.
Ya antes había sido presa de esa secuencia de sentimientos, años atrás lo experimentó muchas veces y, tal cual ocurría en dichas ocasiones, su conciencia luchó por reanimarlo.
Sentía cobijo y confort por un entorno tibio. Escuchaba algunos murmullos de diferentes voces que se desplazaban a su alrededor. Olfateaba cedro, leños de una hoguera y comida.
— ¡Creo que va a despertar! —escuchó de una vocecilla sobresaltada.
— Cuidado, no te acerques mucho… ¡Hazme caso! —renegó otra.
Una sensación húmeda y constante entre sus dedos lo llevó a despertar. Sus ojos amarillentos enfocaron un techo de madera y sus vigas. Giró un poco el rostro para ver a su fiel compañero lamiéndole la mano con gusto. Sergei tardó en reaccionar, le palpó un poco la cabeza, sintiéndose confundido ya que lo último que recordaba era...
De golpe, Sergei apartó las pieles que lo cubrían, levantándose de la tibia cama sobre la que encontró reposo. Alterado por las memorias de su antigua batalla, miró el lugar como si en cada esquina esperara encontrar a un enemigo.
El lobo Aullido se movilizó alrededor de él en un intento por tranquilizarlo y proteger a las dos mujeres que gritaron asustadas por la reacción del invitado.
Con expresión salvaje, el dios guerrero miró hacia donde una joven y una niña se abrazaban detrás de una mesa. Las dos lo miraban con semblante temeroso, pero en la joven se notó un gran sonrojo y bochorno después de cubrir los ojos de la pequeña.
— ¡Espera, espera! ¡No nos hagas daño, por favor! —dijo la sonrojada chica de ojos azules y cabello castaño.
— ¡¿Dónde estoy?! ¡¿Qué fue lo que pasó?! ¡¿Cómo llegué aquí?! ¡Contesta! —Sergei no cambió mucho su expresión agresiva pese a las protestas de Aullido que lanzaba algunos bufidos y ladridos.
— ¡Responderé todo lo que quieras pero por Odín, deja que te entregue tu ropa! —respondió con fuerza la joven, incómoda por la desnudez del guerrero.
Sergei no sintió pudor aun tras la observación. Que un par de mujeres lo vieran sin ropa era algo que no le mortificaba, pero la presencia de la pequeña le permitió ser un poco más consciente de sí mismo.
Sergei terminó por sentarse en la cama, tapándose la cintura y los muslos con un cobertor. Su mirada se humanizó un poco, pero aún mostraba impaciencia.
La joven de largo cabello castaño respiró con valor para continuar con la penosa situación.
— Bera, ¿podrías traer la ropa del señor? —la hermana mayor le pidió a la niña a quien finalmente podía soltar y dejar ver.
Sergei sostuvo la mirada curiosa de la niñita de ojos y cabello castaño. Ambas sin duda eran asgardianas, pero seguía sin entender cómo es que había terminado allí con ellas.
La niña asintió y fue a buscar lo pedido a otra habitación.
— Bien —dijo la chica con una renovada actitud fuerte, teniendo el valor de caminar por la cabaña hasta pararse frente a Sergei—, no importa que seas un dios guerrero de Odín, estás en mi casa por lo que espero algo de respeto y consideración después de todos los sustos que nos has provocado —dijo, cruzándose de brazos con aparente malhumor.
— ¿Qué pasó exactamente? —insistió, sin disculparse, observando de reojo el lugar. Era una vivienda amplia, con tres puertas que llevaban a habitaciones anexas y una más que conducía hacia la salida. No había lujos pero sí mucha comida a la vista en la cocina. Todo se encontraba perfectamente ordenado, limpio y con un toque muy hogareño.
— Esperaba que despertaras y me lo dijeras —respondió ella, a quien Aullido por alguna razón respaldaba para contrariedad de Sergei—. Escucha, no sé qué está pasando en el reino pero, fue toda una sorpresa que en medio de esta horrible tormenta un hombre apareciera tocando mi puerta.
— ¿Un hombre?
— Sí. Pensé que era alguien buscando refugio, pero en cuanto le abrí entró como si fuera el dueño de mi propiedad, venía seguido por este perro…
— Lobo —corrigió.
— Lo que sea —la joven refunfuñó—. Ese hombre te traía en brazos, pensé que estabas muerto. Él nos dijo que eras uno de los dioses guerreros que protegen Asgard y a la familia real. Pero él no se identificó ni explicó lo ocurrido… era un guerrero claro, se podía ver por su impresionante armadura negra, pero jamás lo había visto, creo que era un forastero.
— ¡¿Estás diciendo que el enemigo… me trajo hasta aquí?! ¡¿Qué disparates son esos?! —cuestionó indignado, viendo a Aullido como si esperara sacar una explicación de su parte. Pero calló al notar que el lobo no se encontraba herido pese a recordar que resultó severamente lastimado por su oponente.
— ¡No me grites! ¡No lo sé! ¡Si era tu enemigo entonces fue uno muy piadoso! —respondió la mujer.
Sergei le pidió al lobo que se acercara, éste acudió a su lado sin demora. Lo examinó con cuidado, sus ojos parecían sanos, parte de su pelaje se encontraba chamuscado pero estaba en perfectas condiciones físicas.
— Sólo me pidió que te cuidara. Yo no te daba muchas esperanzas y le dije que no soy médico ni nada parecido, pero entonces él me dio un frasco —la mujer buscó sobre una repisa el pequeño frasco de cristal vacío, entregándoselo a Sergei quien lo miró con cuidado—, estaba lleno hasta la mitad, me dijo que te lo diera a beber mucho después de que él se fuera, y así lo hice pues me amenazó con que volvería si no seguía sus instrucciones —le apenó decir.
El dios guerrero olfateó el interior del frasco, sin encontrar algún aroma en particular.
— Cuando te lo di, creí que era veneno pues te quejaste, pero terminaste por calmarte y hasta recuperaste color. Te quedaste profundamente dormido después de eso.

Los pasitos de la niña los hizo callar. Bera traía consigo un conjunto de ropa diferente al que él recordaba traer puesto, lo único que reconoció fue el cinturón de su armadura del que aún se aferraba el zafiro de Odín.
Bera se lo entregó con una amplia sonrisa— Aquí tiene señor dios guerrero. Mi hermana tuvo que quitarle su ropa mojada, pero puede usar esta, es de nuestro hermano Axel. No es más bonita pero huele mucho mejor que la que usted traía puesta —dijo la inocente.
Sergei tomó la ropa sin que alguna clase de agradecimiento saliera de su boca. La pequeña Bera volvió al lado de su hermana con un gesto risueño. La joven encaminó a la niña hacia otra habitación donde se tomó unos minutos antes de volver a la estancia.
Sergei ya había terminado de vestirse para entonces con un pantalón negro y abrigo blanco. Le quedaban un poco ajustados, pero no le tomó importancia.
— Volveré a pagarte por esto —le dijo al terminar de ponerse las botas oscuras.
— No quiero tu dinero —la joven respondió—, pero creo que merezco un favor.
— ¿Qué clase de favor? —el joven preguntó con desconfianza.
— Nuestro hermano Axel trabaja en el palacio. No tiene caso que quieras ocultármelo, a estas alturas sé que hay peligro rondándonos. Por favor, si está en ti asegúrate que ese tonto pueda volver a casa.
Sergei se giró hacia la salida para decir —Haré lo que pueda por él, tienes mi promesa.
— Vaya, es bueno ver que puedes ser un poco civilizado —la chica bromeó, mostrando una sonrisa al fin.
— Estoy en deuda contigo, es lo menos que puedo hacer —musitó, avanzando hacia la puerta de salida.
— ¿Te irás tan pronto? Necesitas recuperar tus fuerzas, ¿quizá algo de comer? —la mujer se preocupó.
— No necesito nada más, ya han hecho suficiente.
— Me llamo Asdis, por cierto —dijo ella, sabiendo que jamás se presentaron como debían.
— Tú y tu hermana tienen mi gratitud, Asdis. Y Sergei de Épsilon siempre cumple sus promesas, velaré por tu hermano.
El dios guerrero abrió la puerta, recibiendo la ventisca helada que lo regresó a la realidad. El interior de esa cabaña era un mundo aparte, donde no había batallas ni muerte, sabía que tenía que abandonarlo para perseguir a los hombres que podrían acabar con tal perfección.
Aullido sobó su cabeza contra la pierna de Asdis. La mujer quedó asombrada con los ojos tan expresivos del animal, al que casi pudo imaginar decir “Gracias”.

Hombre y lobo volvían a correr dentro de la tormenta que se negaba a morir. Sergei continuaba buscándole sentido a lo ocurrido. Él debería estar muerto, sumergido dentro del lago congelado… Seguía sin poder creer que haya sido salvado por uno de los enemigos de Asgard ¿Cómo podía ser eso? ¿Por qué? No lo entendía, y eso lo llenaba de frustración.
Tenía que obtener respuestas. Aunque carecía de la protección de su manto divino, Sergei no estaba dispuesto a abandonar la lucha. Sentía cómo es que todos estaban marchando hacia el palacio del Valhalla, por lo que su siguiente destino era claro.

/---/

Aifor de Merak logró subir por el acantilado tras muchos esfuerzos y decisiones peligrosas, pero su temeridad le permitió llegar lo suficientemente alto para sujetarse del camino del que cayó. Rodó sobre la superficie con evidente cansancio, resintiendo aún el dolor por su brazo roto.

Se forzó a sí mismo a ponerse de pie, avanzando hacia el castillo al ser el sitio donde todos los cosmos de amigos y enemigos estaban reuniéndose. Apenado por la demora, Aifor corrió lo más rápido que pudo, temiendo que la situación se haya salido de control.

En el trayecto, percibió cómo el cosmos de Elke de Phecda Gamma y Alwar de Benetnasch entraron en batalla contra oponentes de gran poder. Eso le dio esperanzas que se derrumbaron al final.
La presencia de Elke se desvaneció por completo, y la de Alwar estaba apagándose con rapidez. Se sintió culpable de no haber estado allí para ayudarlos, tal sentimiento le permitió abrirse camino por las llanuras a mayor velocidad, pudiendo vislumbrar en poco tiempo el palacio y finalmente la entrada.
Paró en seco al ver un objeto extraño que resaltaba entre la tormenta. Había muchos cuerpos sepultados por la nieve, pero Aifor sintió mucha más inquietud por la columna de cristal, así que caminó hacia ella con mucha precaución.
Había alguien encerrado dentro de la amatista, pero sólo hasta que rodeó la columna reconoció al prisionero.
— ¡¿Señor Alwar?! —Aifor exclamó sorprendido. Su primera reacción fue tocar el ataúd amatista, resintiendo una sensación hiriente y congelante que lo hizo retroceder. Fueron sólo unos segundos, pero sintió cómo si le hubiera querido arrebatar la energía.
— E-esto… esto no puede ser… —susurró conmocionado, inseguro de lo que debía hacer o cómo ayudarlo.
— Si fuera tú, lo olvidaría —escuchó a alguien decir.
Sobresaltado, Aifor se giró para distinguir a una figura encapotada descansando a la mitad de las escalinatas ascendentes.
— ¿Maestro? —dudó por un instante, pero el manto divino de Megrez lo confirmaba, se trataba de él —. Yo… qué bueno que está bien… —suspiró aliviado y contento de verlo con vida— ¿Pero qué sucedió? ¿Hay alguna manera de ayudar al señor Alwar? Si este es un maleficio, usted mejor que nadie sabría cómo hacerlo— confió en que le daría respuestas… pero algo no estaba bien, al joven Merak le extrañaba ver una mirada tan pasiva en la cara de su maestro cuando usualmente era arrogante, indiferente y a veces burlesca, por ello no estaba seguro de querer acercarse.
— ¿Quieres salvar a Alwar? —Clyde preguntó, sonriendo un poco—. El método es sencillo, conocimiento básico, recuerda —tocándose la cabeza con el dedo índice—, la mayoría de los encantamientos terminan cuando eliminas a quien lo invocó. Mata al responsable y todo habrá terminado.
— ¿Está seguro?
— Por supuesto. Te lo garantizo, porque fui yo quien lo encerró allí —confesó, sin moverse del sitio en el que reposaba.
— ¡¿Qué dice?! —Aifor se alarmó.
— Lo que escuchaste.
— ¡¿Pero por qué?! —gritó sin poder sentir ira ante tal revelación.
— Aifor, siempre has sido un chiquillo que hace muchas preguntas. Algunas demasiado estúpidas, otras muy atinadas… Conforme crecías me era más difícil esconderte la verdad.
— ¿De qué verdad me está hablando? ¡¿Qué tiene que ver eso con… con convertirse en un traidor?! —espetó al ser la única respuesta en la que pudo pensar.
— ¿Vas a escucharme o seguirás con tus preguntas infantiles? —inquirió el dios guerrero de Megrez con voz tranquila y paciente—. No tengo mucho tiempo, este maldito me ha dejado emerger quizá por última vez, cree que con eso me hará sufrir, pero está muy equivocado. Así que prefiero emplear este tiempo para contarte una historia…
Aifor calló, no lo entendía, ¿de quién estaba hablando? ¿Última vez? ¡¿Qué diablos pasaba?! Escucharlo hablar así le despertaba un mal presentimiento, pues en vez de regañarlo todo sonaba a que se estaba despidiendo.
— ¡Pero maestro…!
El asgardiano levantó la mano, ordenándole guardar silencio— Yo era un niño, —Clyde inició con solemnidad—, mucho más joven que tú cuando mis padres murieron a causa de una plaga que azotó nuestro pueblo. Huérfano y sin nadie que se ocupara de mí, fui enviado con el único pariente vivo que me quedaba, un tío de mi padre, Harek era su nombre.
Aifor pestañeó perplejo, nunca antes su maestro le había hablado sobre su niñez.
— Cuando te veía por la mansión, me recordabas tanto a mí… yo también le temí a las gárgolas, a los sirvientes y a la atmósfera sombría del lugar. Harek era un hombre viejo, sabio y poderoso, un hechicero nigromante sin herederos, por lo que mi única paga hacia él sería convertirme en su sucesor. Me introdujo a las artes oscuras, me enseñó magia y encantamientos, me instruyó como si fuera su hijo para algún día traspasar sus conocimientos a otros, tal cual le sucedió a su padre, y al padre de su padre por muchas generaciones…
Clyde hizo una ligera pausa, sintiéndose igual de viejo que aquel hombre del que aprendió tanto.
— La magia me apasionó, fui devoto a mis estudios pero demasiado impaciente y soberbio para aceptar los resultados de mi aprendizaje. Quería devorar el mundo en un solo día ¿pero qué muchacho no actúa así? —rió un poco—. En ti muchas veces me vi reflejado, pero que sea una lección para ti Aifor, pues mi impaciencia me costó caro… Esa actitud fue lo que lo atrajo a mí… Ahora sé que todo fue planeado por él, para que aquella noche de invierno bajara a la biblioteca y descubriera la cámara secreta, él me guió hasta allí. No pude resistirme y terminé haciendo lo que él esperaba… encontré un libro —levantó el voluminoso ejemplar negro, un grillete cuyo peso lo ha sofocado desde entonces—, que me prometió poder y conocimiento más allá de mi comprensión —Clyde avanzó un poco, pisando el centro de las escaleras para mirar a su pupilo desde lo alto—. Y lo hizo, no mintió, pero el precio sigue siendo debatible… pues con ese poder vino mi maldición.
— ¿Una maldición? —el dios guerrero de Merak repitió desconcertado.
— Con este libro le abrí las puertas de mi alma a un ser oscuro que se introdujo en lo más profundo de mi ser —admitió después de tantos años—… Harek se percató de lo sucedido muy tarde. Al ser un espíritu existían artes para dominarlo, intentó que aprendiera a controlarlo, pero fue inútil, siempre ha sido demasiado fuerte.
Aifor pensó en esos episodios en que su maestro era invadido por una rabia inexplicable, causando destrozos por toda la mansión. Tales eventos se habían repetido con más frecuencia los últimos años, siempre creyó que tal desenfreno era parte de la atormentada alma de su mentor… ¡pero nunca que fuera causa de una posesión!
— Cuando Harek se dio cuenta de lo peligroso que era, no se atrevió a matarme, debió haberlo hecho… no sé si su decisión fue por amor o porque no estaba dispuesto a desperdiciar años de entrenamiento en mí —Clyde prosiguió, nostálgico—… Intentó separarnos, fue un ritual doloroso y brutal pero se dio cuenta de que eso era imposible… la criatura no me abandonaría con esos métodos, así que Harek buscó llegar a un acuerdo… sin embargo a él no le interesaba un cuerpo viejo y decrépito como el suyo, así que se negó y terminó matándolo… El ritual lo había dejado exhausto, por lo que fue fácil para esa abominación hacerlo, usando mis propias manos —Clyde dejó sus brazos colgando a sus costados, soltando el libro que ya no le serviría para nada—… Harek fue la primera de muchas víctimas que estas manos han arrebatado….
— Maestro… ¿por qué… por qué nunca me lo dijo? —Aifor cuestionó con malestar, sus ojos humedecidos por una culpa ajena que no debía sentir—. Tal vez hubiéramos podido…
— Aifor, ya he intentado muchas cosas para liberarme de este mal… pero ni siquiera puedo quitarme la vida con mis manos, eso liberaría a la bestia y sólo necesitaría hacerse de otro cuerpo para continuar con su existencia errante —explicó, conservando la serenidad pese a todo—. A base de algunos conjuros pude volver mi situación un poco más estable, logré atarlo completamente a mí… un contrato de sangre que le impide abandonarme a voluntad, por lo que si muere conmigo, ya sea por el tiempo o a manos de alguien más, los dos nos desvaneceremos en el limbo… Es lo máximo que pude lograr.
— ¡Debe haber alguna forma de…!
— Tu sueño… ¿sabes por qué es que serás testigo de mi muerte, Aifor? —Clyde volvió a interrumpirlo— Ahora podemos confirmarlo, tú vas a ser quien me mate…
— ¡No! ¡Me niego a hacer algo como eso! —gritó al serle una idea impensable.
— Debes hacerlo, de lo contrario habrá muchas sepulturas como esa por toda Asgard —apuntó hacia la prisión de cristal donde se encontraba el arpista—. La primera ha sido para Alwar, la próxima podría ser la tuya, la de la señora Hilda y la de todos aquellos a cuantos conozcas… Ti-tienes… que hacer…lo… —a Clyde se le dificultó el decir, alarmándose al ser la señal de que Ehrimanes estaba buscando retomar el control.
— ¡¿Por qué… por qué ahora tiene que pasar esto?! —Aifor reclamó, cerrando los puños con desesperación.
— ¡Es el destino, ya lo viste! —Clyde se sujetó con fuerza la frente, luchando por prolongar su estancia— ¡No seas estúpido, no puedes cambiar el futuro, nunca has podido, no lo harás ahora! ¡Él no tendrá contemplaciones en matarte! ¡Tienes que hacerlo, aún puedes salvar a Alwar, es la única salida! —Clyde estiró el brazo hacia su pupilo de manera suplicante—. ¡Aifor! ¡Te entrené y acogí por este único motivo… para que el día en que ya no pudiera más tú me eliminaras…! —confesó furioso—. ¡Hice todo lo que pude… esto es el final...! ¡Vive o muere Aifor, decide tu futuro ahora… porque yo… yo ya no puedo hacer más por ti!
— ¡Maestro! —Aifor quiso correr a su lado, mas sus sentidos le advirtieron que el cosmos del guerrero de Megrez desapareció para dar paso a una presencia oscura y maligna.
Su maestro permaneció de pie, respirando un poco agitado, pero al final apartó la mano que le cubría la frente para permitir que un semblante sombrío e invadido de centellas se mostrara.
Aifor quedó enmudecido al ver los ojos relampagueantes y las grietas luminosas que adornaban ahora la cara de su mentor.
Vaya despedida… creí que sería mucho más emotiva, pero en vez de eso prefirió contarte el inicio de nuestra íntima y personal relación —sonrió la criatura con el rostro de Clyde de Megrez, de cuyos labios salía una doble voz espeluznante.
— ¡Tú…! ¡Maldito! —clamó iracundo.
El pequeño Aifor ha llegado —Ehrimanes sonrió con sorna—. Te estábamos esperando con ansiedad.
— ¿Qué quieres de mí?
¿Yo? ¿De ti? —rió—. Bueno, ya que lo preguntas, me tomaré la molestia de responderte: sólo quiero desquitarme de años de tortura y frustración —movió los brazos de manera teatral hacia el firmamento—. En ocasiones pienso mucho en lo que sucedió en el río aquel día, has sido el único ser humano que ha escapado de mis colmillos… quizá sólo quiera devorarte para llenar ese vacío que dejaste en mí.
— ¿De qué estás hablando? —Aifor fue invadido por cierto temor—. ¿Ya nos habíamos visto antes?
Oh, yo te he visto toda tu vida, vi tus primeros pasos, escuché tus primeras palabras, soy como tu padre —rió desvergonzado—, por supuesto que no había podido salir hasta hoy para poder decirte “Hola, hijo” —Ehrimanes apartó la capa que lo cubría, dejando a la vista la espada de hielo que completaba el manto sagrado de Megrez Delta. La criatura se impulsó hacia Aifor, quien logró evadir el espadazo vertical. Aifor se abrumó al ver cómo el arma se prendió en llamas antes de tocarlo, pero alcanzó eludir el primer golpe, y los que le siguieron.
El joven Merak se agachó y esquivó con gran destreza, siendo perseguido por la espada flameante. Su mayor preocupación era alejar al enemigo de donde se encontraba Alwar, por lo que procuró ascender hacia el interior del palacio.
Ensordecido por el paso de las llamas a su alrededor, Aifor tropezó, cayendo sobre las escaleras. Se volvió a tiempo para envolver su mano con fuego y detener la hoja de la espada de Megrez que buscó atravesarle el pecho. Su mano sangró por el filo pero no fue lastimada por las llamas.
Ehrimanes empleó todo su peso sobre la empuñadura para vencer al aterrorizado joven. Percibir el olor de su sangre le despertó la hambruna insaciable por la que han sucumbido cientos de seres humanos, siendo una motivación poderosa para lograr su cometido.
¿Y Clyde confiaba en ti para detenerme? —rió prepotente—. Conozco todo de ti y sé que no tienes ninguna oportunidad. ¡Eres un fracaso, no tardó en darse cuenta! Por eso prefirió marchitar su cuerpo hasta donde era posible.
— ¡¿Qué… estás diciendo?! —el guerrero de Merak apenas podía contener la espada, si cuando menos no tuviera roto el brazo habría más oportunidades.
Como lo oyes, sabiendo que algún día yo tendría el control buscó la manera de atrofiar su cuerpo para las peleas. Él era un joven sano y con mucho potencial, pero tú, tú fuiste su motivación para destruirse a sí mismo. Sus brebajes y formulas estaban destinadas a volverlo un saco decrepito de carne y huesos, ese era uno de sus planes, pero no contaba con que mi liberación ocurriría antes de lograrlo. Es cierto… no está en su mejor forma, pero aún me sirve para ver vistos mis propósitos —siseó la serpiente venenosa.
Aifor se atragantó al escucharlo, por fin entendía la razón de por qué la salud de su maestro fue deteriorándose. Cuando le preguntaba, Clyde le daba muchas evasivas… ya que lo pensaba con cuidado, siempre fue un hombre que le ocultó demasiadas cosas.
Clyde guardó muchos secretos para ti —dijo, como si hubiera podido leerle la mente—. Era un tonto sentimental, creyó que durante mis aventuras fui el que mató a tus padres, pero él no sabe que fui yo quien te encontró aquel día… un inofensivo bebé en medio de la nada, de dónde saliste o cómo llegaste allí sigo sin entenderlo… pero tenía tanta hambre que no me importó… pero ahora comprendo que fuiste puesto ahí con un motivo: ¡fastidiarme!
Ehrimanes clavó su pie en el estomago de Aifor. El chico perdió fuerza, mas logró girar el cuerpo para eludir la estocada mortal. Realizó un movimiento de pies que terminaron por empujar a su enemigo por las escaleras.
El guerrero de Merak se incorporó rápidamente, enfadado por escuchar todas esas confesiones. Intentaba asimilarlas pese a que la pena y el coraje querían desbordarse por sus ojos.
— No puedo creerlo…. ¡Nunca había conocido a una criatura tan vil como tú! —el joven bramó furioso—. ¡Ahora entiendo por qué él maestro llevaba una vida tan solitaria y reservada! ¡No quería que se involucraran contigo!
Ehrimanes se levantó, sonriendo con una dentadura relampagueante— Es cierto, nuestro amigo se volvió todo un ermitaño, eso lo hizo todo muy aburrido pero… entonces dime ¿qué papel jugabas tú en todo eso? —cuestionó con malicia.
— Yo tampoco lo entendía, creí que era soledad, una extraña piedad —respondió acongojado—, ¡pero si le hiciste creer todo este tiempo que mataste a mi familia, es porque se sentía culpable!
La furia hizo arder su cosmos flameante, creando una extensa zona en la que la tormenta dejó de existir. El cuerpo de Aifor brilló como lava hirviente antes de atacar — ¡Caos de Muspelheim*! —desatando una feroz marejada de fuego que derritió la nieve y los cadáveres a la redonda.
Ehrimanes fue alcanzado por ese vendaval infernal, siendo consumido por las brasas y el calor sofocante.
El dios guerrero abrió por un instante las puertas del reino de fuego, liberando un río de llamas incontrolable, fundiendo todo a su paso.

Sobre el suelo carbonizado, Aifor respiraba con dificultad, resintiendo debilidad física y emocional. Aunque empleó gran parte de sus energías, no iba a dejarse llevar por la ilusión, el enemigo aún estaba con vida. Distinguió su silueta en medio del cenizo cráter que dejaron sus flamas. Las estelas de humo desaparecieron rápido por el viento glaciar, pero el guerrero no se movía en lo absoluto.
Una clase de arrepentimiento invadió al dios guerrero de Merak. Se había dejado llevar por sus sentimientos pero no podía lastimar el cuerpo de su maestro por eso… ¡tenía que encontrar alguna forma de salvarlo!
Se acercó a él, imaginándolo inconsciente e incapacitado. Se mordió el labio al saberse incapaz de cumplir la voluntad de su maestro… Siempre fue débil ante los ojos de Clyde, ahora lo sabía… Ni siquiera ahora sentía la convicción necesaria para llevar a cabo su deseo.
Lo único que pudo pensar es en pedir ayuda a la señora Hilda, quizá ella fuera capaz de lograr alguna clase de milagro. Optó por emplear su cosmos gélido para aprisionar a su enemigo de manera temporal, cuando menos hasta que terminara la ola de terror que azotaba la tierra de Odín.
Alargó el brazo hacia el durmiente Ehrimanes, sólo para recibir un sablazo de la espada de fuego.
Aifor gritó de dolor por el golpe. Su brazal y guante quedaron desechos, su extremidad continuó pegada al resto de su cuerpo pero no podía moverla tras terminar horriblemente quemada y cortada.
Eres igual de arrogante que Clyde. Si él no caía ante tu insignificante poder, ¿por qué he de hacerlo yo?
Aifor retrocedió con un par de saltos, mirando su brazo seriamente lesionado.
Bajaste la guardia, eso te ha costado la pelea, estas indefenso ante mí… —aclaró Ehrimanes, poniéndose de pie. La armadura de Megrez presentaba cierto daño, y el guerrero estaba un poco maltrecho, pero no lo suficiente para sentirse derrotado.
— ¡A-aún puedo pelear! —Aifor bramó con valentía.
Confías mucho en tu habilidad sobre los elementos… pero eres un gusano si te comparas con un fiel hijo del abismo como yo…
En cuanto Ehrimanes tronó los dedos, la atmósfera invernal se tornó un poco pesada, la misma nieve alentó su movimiento hasta que la corriente adoptara un ciclo distinto. En un instante, Aifor se vio rodeado por un enjambre de copos blancos que se pegaron a su cuerpo, transformándose en un cristal tan resistente como para no poder liberarse, sólo su cabeza quedó descubierta.
Sería tan fácil… —musitó Ehrimanes, apuntando la espada de fuego hacia el corazón de su rival—. Tu existencia hizo que mi huésped tomara decisiones estúpidas, una tras otra, las cuales nos han conducido hasta este día. Maldícelo, ódialo, porque él fue el causante de todo. Pienso hacer que se arrepienta, dejándolo ver cómo te destrozo, miembro por miembro, ¡y después nos haremos un festín con tus restos!
Aifor sudaba nervioso mientras castañeaba los dientes. Estaba sobrecogido por el dolor, atrapado dentro de ese témpano de hielo sentía que no podía pensar, ni respirar, le dolía cada centímetro de su ser al sentir como si numerosas estacas de hielo se encontraran clavadas en sus huesos y le helaran la sangre. Nunca había sentido un frío como ese, iba más allá del que hubiera experimentado jamás.
— Sin embargo… en el largo tiempo que he convivido con los humanos, he descubierto que hay dolores más profundos que los que una espada puede lograr… Las palabras hieren de formas más permanentes y eficaces, pero sobre todo la verdad… La verdad es el arma más letal de todas…
Ehrimanes estiró la mano y le sujetó fuertemente la cabeza, presionándolo con un claro deseo de romperle en cráneo.
— Y ya que tenemos algo de tiempo, quiero comprobar qué tanto puedo lastimarte usando esa arma en tu contra, por lo que te revelaré el oscuro secreto que Clyde guardó para ti. Voy a decirte la clase de ser mezquino y manipulador que fue… para que entiendas que él fue perfecto para mí. Si somos tan entrañables y compatibles es porque somos iguales —le dijo con un gesto malvado, jalándole los cabellos para que levantara el mentón que casi mordió—. Tu papel pequeño zángano era sencillo… Clyde y yo llegamos a un acuerdo ese día en que apareciste en nuestras vidas, y a cambio de que yo me mantuviera tranquilo él me prometió que te moldearía para que fueras un huésped perfecto para mí en cuanto llegaras a una edad adecuada —los ojos de Aifor se abrieron desmesuradamente, sacándole a Ehrimanes una carcajada—. ¡Así es pequeño ingenuo, nunca fue piedad, mucho menos bondad, ni culpabilidad¡ ¡Clyde sólo buscaba salvarse a sí mismo! —exclamó hilarante, produciendo una atronadora carcajada que ensordeció los oídos del dios guerrero de Merak.

FIN DEL CAPITULO 30


Niflheim*: en la mitología nórdica es el reino de la oscuridad y de las tinieblas, envuelto por una niebla perpetua.
Muspelheim*: es el reino del fuego en la mitología nórdica.

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EL LEGADO DE ATENA - Capítulo 67. "Epílogo"


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Publicado 24 septiembre 2012 - 14:50

Muy bien capítulo ! Voy a estar a la espera de lo siguiente !

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Publicado 24 septiembre 2012 - 20:55

Como siempre excelente capitulo espero ver pronto la continuacion :)

estuvo excelente la escena de rescate de ultimo minuto

y por otro lado la conversacion de la criatura con el guerrero de odin

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Publicado 26 septiembre 2012 - 00:38

Todo el capítulo estuvo lleno de emociones y especialemente el toque final de intriga es fantástico...
Valió la pena la espera para conocer sobre la criatura qe habita en el cuerpo de Clyde.
Estaré a la espera del próximo capítulo.
Saludos!!

SOCIEDAD DE LA BALANZA

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Publicado 05 noviembre 2012 - 01:23

Aqui de nuevo me aparezco para traerles un capitulo mas de esta historia =)
Gracias a quien la siguen con gusto n.n y debo decir que ya falta poco para terminar con este conflicto en Asgard. El capitulo 32 esta 98% terminado XD, asi que espero no tarda tanto para publicarlo.

**************

Asgard, cinco años atrás.

En el palacio del Valhalla, el silencio acallaba la alegría y la ansiedad de los habitantes del castillo. Todos estaban a la expectativa de una célebre noticia sin desatender sus quehaceres, ni los preparativos de la celebración.

Bud de Mizar era uno de ellos, quizá el que más permanecía tenso y nervioso durante la espera.
Cuando se le fue notificado el inicio de las labores, él decidió permanecer en una de las habitaciones del palacio, la cual había transformado en una celda que apenas podía encerrar su inquietud. Nunca imaginó que llegaría a sentirse así, pero sus padres se lo advirtieron— Cuando llegue el momento será mucha tu impotencia, pero deberás hacerte a un lado y dejar que otros se encarguen.
Mientras el tiempo pasaba lentamente en la caja del reloj, el dios guerrero fue notando por la ventana que algunos campesinos comenzaron a reunirse en la explanada bajo la mirada de la estatua de Odín.
¿Y si resultan gemelos? —era la pregunta con la que Bud se atormentó conforme el vientre de Hilda fue creciendo con el paso de los meses. Aunque ella le aseguró que no, el estigma sufrido en su infancia le hacía temer el oscuro sentido del humor de los dioses.
Pese a que Hilda cambió las leyes sobre el nacimiento de gemelos hace tiempo, sabía que era difícil cambiar la forma de pensar de las personas… ¿Toda esa gente aceptaría que su gobernante trajera al mundo un par de gemelos? ¿Lo culparían a él? ¿Los rechazarían sólo por creencias ridículas? El pensar en todo eso lo sofocó un poco, decidiendo apartarse del ventanal.

Bud volvió junto a la chimenea, dando un último trago a su copa antes de dejarla en la repisa rocosa sobre la que recargó sus manos, permaneciendo allí para contemplar los maderos crujir bajo el yugo del fuego.
Tenía que alejar a sus viejos demonios. El tormento del pasado había quedado atrás, por lo que no debía sentir resentimiento.
Debía agradecer que el destino le sonrió una vez terminada la locura de dioses como Poseidón y Hades: se le permitió reencontrarse con sus padres y labrar una mejor relación con ellos a base del perdón; le fueron cedidos sus derechos de nacimiento; se le confirió el titulo de dios guerrero de Mizar, convirtiéndose en una pieza importante en la reconstrucción y reorganización de Asgard; se ganó el corazón de Hilda de Polaris y ahora ella estaba por darle a su primer hijo. Sí, tenía mucho que agradecerle al destino

Bud vio como la chimenea estuvo a punto de apagarse, pero en una clase de arrepentimiento las llamas volvieron a danzar más altas y llamativas que antes. El dios guerrero lanzó una mirada sobre su hombro, sabiéndose acompañado por algo sobrenatural.
Giró por completo al reconocer a la mujer que apareció junto al ventanal del que se había alejado con anterioridad. Ella observaba hacia el exterior con cierta curiosidad.
El nacimiento de tu primogénito es un suceso que debe celebrarse— la mujer dijo con esa voz suave y celestial que escuchó desde su primer encuentro—. El pueblo de Asgard es cálido y gentil, esperan conocer el nombre de su futuro soberano ¿lo has decidido ya?
Aunque a Bud no le alegraba su presencia, entendía que la diosa debía estar aquí, después de todo esto era sólo parte de su proyecto.
— Extraña pregunta viniendo de ti, la norna Skuld —respondió con seriedad—. De seguro conoces la respuesta desde hace mucho tiempo— Bud caminó, colocándose a su lado.
El tiempo no causa efectos en las hijas de Odín. Skuld era tal cual la vio aquel día, de largo cabello rubio, piel bronceada, labios de color carmín. El casco alado que lleva sobre su cabeza continúa ensombreciendo sus ojos y su armadura resplandecía con una inexplicable aura mística.
— Ha pasado tiempo desde que nos vimos —prosiguió Bud, sin dejar de mirarla— … Por un momento llegué a creer que no volvería a verte… Tal vez deseaba que así fuera.
Lejos de sentirse ofendida, la valquiria sonrió débilmente. Conocía el frágil corazón humano, y entendía sus miedos.
En ese entonces te dije que había grandes planes para ti Bud. Asgard vive en paz y armonía gracias a ti y a tu esposa, sólo por eso es que ahora tu verdadera misión está por comenzar, pues es tu hijo quien será importante para Asgard en el futuro.
— ¿Mi hijo?...—los ojos del asgardiano se abrieron con temor.
Lo que aprenda de ti será determinante para el futuro de Asgard, incluso del mismo Valhalla. Los hijos tienden a ser el reflejo de sus padres, es por eso que te elegí a ti Bud, sé que él aprenderá cosas valiosas a tu lado, tus cualidades, tu honor, tu ética, tu espíritu…
— Espera un momento Skuld— Bud la interrumpió, conteniendo la frustración que sintió ante las palabras de la norna.
No me malentiendas. Yo no planeo interferir en la vida de tu hijo, nada se le será privado, tendrá una vida al lado de sus padres— extendió una mano, siendo de su palma que se creó un delgado hilo color perla que de inmediato se alargó e introdujo dentro de la melena dorada de la hija de Odín, convirtiéndose en uno más de sus cabellos—. Su hilo en mi telar está en tus manos ahora, tú tejerás su destino hasta el día en que tome las riendas de su camino, siendo entonces cuando podremos saber si cumpliste bien o no tu encomienda. Sé dichoso Bud, pues Odín te ha bendecido con su aprobación.
— ¡Skuld, tú no puedes…!
Bud calló, sobresaltado cuando un par de golpes a la puerta de la habitación lo obligó a girarse. Al volverse nuevamente hacia la valquiria, esta había desaparecido.
Escuchó que una voz femenina lo llamaba del otro lado de la puerta con insistencia, reconociendo la voz de Flare.


Hilda de Polaris sonrió con dulzura al ver a su esposo entrar a la recamara. Con el cabello trenzado, la sacerdotisa se encontraba en cama bajo tibias mantas que atrapaban con facilidad el calor de la chimenea cercana. En sus brazos, un pequeño dormitaba envuelto en un cobertor.
El dios guerrero caminó muy poco dentro de la habitación, deteniéndose sin siquiera acercarse lo suficiente a la cama.
Desde allí Bud contempló a ambos, sintió que su corazón no era capaz de albergar la dicha que lo bombardeó al verlos juntos. Estaba completamente conmovido por la madre y el niño que reposaban después del laborioso parto.
En silencio dio gracias a Odín por encontrarlos sanos y salvos.
Hilda estiró el brazo hacia él, animándolo a acercarse. Bud rodeó la cama, sentándose al lado de su esposa a quien abrazó con delicadeza. Le dio un beso en la frente y ella respondió con una caricia en su mentón.
— ¿Cómo te sientes?— preguntó él, dedicándole toda su atención. Nunca la había visto tan radiante, tan feliz. La maternidad le había dado una nueva luz.
— Un poco cansada— respondió ella, refugiándose en los fuertes brazos de su esposo—Estoy bien, Odín nos bendijo este día Bud— con ternura removió un poco las mantas que cubrían al recién nacido, haciéndolo respingar un poco.
— Es tan pequeño…— se le escapó decir a Bud, entusiasmado.
— Aún no decidimos su nombre— Hilda murmuró, risueña.
Bud no pudo resistirse más y pasó su mano sobre la diminuta cabeza del bebé, la cual estaba cubierta con poco cabello del mismo color que el de su madre.
— Desde el día en que me diste la noticia, te cedí todos los derechos para escogerle uno apropiado —le recordó, bromeando—. Yo de seguro lo arruinaría.
La mujer acunó al recién nacido al saberlo inquieto. Hilda con mucho cuidado lo colocó en los brazos de Bud, para así propiciar el primer encuentro entre padre e hijo.
Las manos de Bud temblaron un poco, inseguras ante la frágil e indefensa criatura. Terminó sonriendo, encantado con ese pequeño individuo que llegó a sus vidas para darles un nuevo sentido.
— Estuve pensando y —la gobernante comenzó a decir—… si no te opones ¿por qué no lo llamamos “Syd”? En honor a tu hermano.
Bud miró sorprendido a Hilda. Con honestidad podía decir que en algún momento lo pensó, mas no deseaba imponer sus deseos personales en tan importante decisión.
— ¿Estás segura?...— preguntó él.
— ¿No te gusta?— ella respondió.
— ¿Hablas en serio? Me encanta la idea— se inclinó hacia la sacerdotisa para sellar la decisión con un beso—. Aquí y ahora Hilda, te juro que protegeré a ambos hasta el final de mis días, no permitiré que nada ni nadie arruine su felicidad —sin importar que tuviera que alzar los puños contra el mismo dios que le ha dado tanto.

—Debemos dar el anuncio, Bud— comentó Hilda al estar enterada del interés de la comunidad por el nacimiento del príncipe—. El ocaso está próximo y el frío aumentará pronto. No hagamos esperar más a nuestra gente.
Hilda se preocupó por el bienestar de su pueblo, por lo que con ayuda logró ponerse de pie. Caminó despacio con el bebé en brazos, abrigada y respaldada por su esposo quien no intentó persuadirla.
Los tres salieron a la terraza y los aldeanos señalaron hacia sus bondadosos dirigentes.
La explanada del palacio estaba repleta de personas; los guardias mantenían sus posiciones para evitar cualquier incidente, pero sentían el mismo júbilo que el resto de la población.
Con el niño en brazos, Hilda miró conmovida a su gente quien vitoreaba con alegría.
— Pueblo de Asgard —dijo ella con júbilo—. Agradecemos su preocupación e interés por el natalicio de nuestro hijo. Jamás olvidaremos su bondad en esta acción, ni tampoco permitiremos que él lo olvide —alzó al niño por encima de su rostro, cómo si deseara entregárselo a su pueblo y consagrarlo al cielo sobre ellos—. Este es Syd, príncipe de Asgard, y futuro soberano de las tierras de nuestro señor Odín. Que nuestro dios le conceda sabiduría, fuerza y espíritu para convertirse en el gobernante que este pueblo merece.
¡Viva el príncipe Syd!— clamó alguien dentro de la multitud, logrando que se alzara un coro en ritmo de alabanza.
Sobre ellos, el cielo mostraba su mejor cara. Ni una nube osaba a interponerse en el resplandor de las primeras estrellas de la noche, mucho menos sobre la osa mayor que brilló de forma inusual, no pasando desapercibido para Hilda y Bud que la contemplaron con cierta preocupación.
De las estrellas descendieron cilindros luminosos que se precipitaron a tierra sobre diferentes puntos del reino nevado. La gente ahogó gritos de sorpresa ante el fenómeno del que eran testigos. Aquellos que han vivido lo suficiente y fueron afortunados, recordaban que tales luces sólo eran el preludio del nacimiento de nuevos dioses guerreros.
Bud miró a Hilda que estaba tan consternada como el resto de los testigos. Ella no era responsable de la invocación, mas no le tomó mucho tiempo para recobrar un semblante tranquilo, como si el viento le hubiera murmurado palabras al oído, revelándole un secreto— Debemos estar agradecidos Bud, es la ofrenda del Valhalla para nuestro hijo—explicó sonriente.
En el dios guerrero de Mizar se despertó un terrible presentimiento. Debía ser obra de Skuld, mas estaba lejos de poder adivinar lo que la valquiria tenía planeado para ellos en el futuro…

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Capitulo 31.
El vórtice de la tormenta Parte VII. Pesadillas

Masterebus cayó de rodillas siendo víctima de un profundo dolor, soltando fieros bufidos al luchar contra la agonía por la pérdida de su brazo. Veía furioso el charco de sangre que se estaba congelando bajo sus pies.

Bud de Mizar se alejó del enemigo, llevando consigo a su esposa a quien dejó descansar bajo el techo de la construcción más cercana, debiendo confiarle su seguridad a los pilares y arcos sólidos del palacio.
Desearía que alguno de los otros dioses guerreros estuviera presente para encomendarle el cuidado de Hilda, pero por ahora lo único que podía hacer era mantenerla en un sitio cercano, donde no la perdiera de vista.
Antes de volver al campo de batalla, Hilda lo tomó de las manos, reteniéndolo a su lado — Bud… ten mucho cuidado. Sergei, Elke, Clyde y Alwar han sido derrotados —habló temerosa.
— Lamento no haber podido hacer nada para ayudarlos, pero comprobé que esta tormenta no es normal, es como si todo el reino estuviera cubierto por una poderosa maldición —Bud explicó para contrariedad de Hilda—. Intenté llegar a aquí cuanto antes, pero me fue imposible, pareciera que la misma tempestad tiene vida y pensamientos propios, bloqueó mi paso hacia aquí en cada uno de mis intentos.
— Entonces… es como me lo suponía, esta tormenta fue provocada. Alguien está detrás de ella, es quien me impide ponerme en contacto con nuestros aliados en el exterior.
Bud asintió— Es lo más probable. Algo debió pasar para que al fin el camino se me revelara hasta aquí, de lo contrario… quizá yo no hubiera podido… —el dios guerrero calló, la sola idea de haber perdido a Hilda le estrujaba el corazón.
La sacerdotisa lo notó, compartiendo su mismo pesar ante el pensamiento de una trágica separación.

Los dirigentes de Asgard se exaltaron al escuchar un funesto alarido por parte de Masterebus, quien sin moverse de su posición había invocado el poder de las llamas negras en su mano restante.

La criatura utilizó el calor de las llamas para tratar su herida, cerrando el excesivo flujo de sangre. No le resultó nada placentero fundir su propia carne, pero al lograr su propósito pudo reincorporarse a la lucha.

Bud sostuvo la mirada de su oponente, no sintiendo temor pese a que los ojos de Masterebus se habían inyectado por una capa de oscuridad en la que resaltaba el color amarillo de su iris.
Entendiendo lo feroz que sería su rival, no dudó más en dejar a Hilda atrás. Avanzó por la explanada donde libraría una batalla a muerte.

El rostro de Masterebus estaba contraído con un rictus de furia, mientras que el asgardiano mantenía una expresión imperturbable.
Masterebus alargó el único brazo que le quedaba, mostrando lar garras de su brazal, con las que le arrancaría la vida a su enemigo.
Bud no tardó en mostrarle que también contaba con afiladas zarpas para combatir, dejando a la vista las afiladas garras con las que cortó su brazo.
— Nunca les perdonaré haber irrumpido en nuestra tierra sólo para traer muerte y destrucción. Pero tú —lo señaló con desprecio— terminarás hecho pedazos por tocar a mi esposa.
Tanta fanfarronería logró que Masterebus se lanzara primero al combate. Bud respondió garra con garra, el impacto entre ambas y la tensión entre ellas generaron vistosas chispas.
Masterebus perdió la calma que lo había caracterizado desde el principio, demostrando que sin importar que se viera como un ser humano por el exterior, continuaba siendo un monstruo en su interior. El daño y dolor sufrido expusieron su verdadera naturaleza, un agente del mal que no pararía hasta ver a sus enemigos eliminados.
Bud se desplazaba atinadamente, evadiendo los ataques directos de su oponente. Era fácil leer los movimientos de su adversario si se comportaba como un ser irracional.
El dios guerrero de Mizar no tuvo problemas en alcanzarlo con sus golpes, era mucho más diestro y disciplinado, tal vez hasta más veloz. Bud lo pateó repetidas veces en la cabeza, estrellándolo contra un pilar decorativo después de una potente patada en el pecho.

Masterebus se levantó presuroso, alzando el vuelo donde el enemigo no pudiera alcanzarlo. Asechó como un halcón a su presa, pero el dios guerrero no lucía para nada impresionado, ni mucho menos preocupado por la batalla. La criatura detestó su mirada tan confiada y prepotente, desearía poder arrancarle los ojos y aplastarlos entre sus dedos.
Había enfrentado a contrincantes como él antes, pero era la primera vez que se sentía tan humillado y presionado como ahora ¿Acaso todas esas extrañas sensaciones se debían a su nuevo cuerpo?— ¡Qué tontería!— Masterebus pensó con mortificación.
Invadido por la ira, expulsó su cosmoenergía negra, envolviéndose completamente por fuego oscuro para llevar a cabo la técnica con la que le dio fin al guerrero de Épsilon.
Bud admiró el poder de su oponente, pero no creía ser menos poderoso que él. Elevó su cosmos resplandeciente, dispuesto a contraatacar en cuanto estuviera dentro de su rango de alcance.
¡Aleteo abismal! —Masterebus rugió durante el veloz descenso.
— Eres mío—Bud aseguró su victoria antes de saltar para interceptarlo— ¡Garras del tigre vikingo!
La luz y la oscuridad se estrellaron como en todo canto épico. El tronido desgarró a la tormenta misma y paralizó el corazón de Hilda de Polaris por un instante.
Ambos bólidos pasaron a través del otro pareciendo un empate, sin embargo, cuando una gran cantidad de fluido negro salió del cuerpo de Masterebus, fue claro quién fue el vencedor.
Bud maniobró en el aire, cayendo de pie. Su capa estaba incinerándose por las llamas del enemigo por lo que apartó los restos de tela con prontitud.
Masterebus cayó de costado, volviendo a encharcarse en sangre negra. Su armadura presentaba severos y profundos cortes que alcanzaron a llegar hasta su cuerpo humano, por lo que una mezcla de ambas sangres escurrió por la coraza maltrecha.
El guerrero luchó por reincorporarse, mas cuando Bud plantó su pie sobre su espalda se lo impidió.
— Eso fue por Sergei —musitó con resentimiento, sujetándolo del casco para encorvar su espina. Clavó todo el largo de sus garras repetidas veces en su espalda, sacándole largos alaridos así como hilos de sangre—, por Clyde, por Elke, por Alwar, por Hilda.
Bud lo jaló hacia arriba, obligándolo a levantarse, dándole un empujón para que tomara distancia. Abatido por todas sus heridas, Masterebus logró mantenerse de pie. De manera tambaleante se giró hacia el asgardiano quien ya preparaba su técnica mortal.

Masterebus sentía un intenso dolor lacerante por todo su cuerpo, el sufrimiento de su hermano era suyo y viceversa. Escuchaba sus jadeos y los suyos al unísono. Los dos corazones palpitaban con fuerza ante la posible destrucción, mas era el cuerpo humano el que estaba por desfallecer.
Mientras vivió como un demonio completo, jamás experimentó estas emociones antes de caer contra un oponente más fuerte. Nunca se había sentido tan diminuto, tan inútil, tan desesperado… Y lo más extraño de todo, aun cuando ahora servía a un amo que podría invocarlo y regresarlo a la vida las veces que fueran necesarias, él no quería morirno quería perderno quería fallar… Sin duda todos esos pensamientos irracionales provienen del nefasto corazón humano que bombea en su nuevo ser.

— ¡Y esto es por todos aquellos que han muerto por su causa! —clamó Bud al correr hacia el enemigo con las zarpas luminosas por un costado, posicionadas de tal forma en que convirtieron el brazo del dios guerrero en una lanza de luz— ¡Colmillo del tigre vikingo!

Hilda cerró los ojos en cuanto vio el brazo de Bud emerger por la espalda del guerrero tras perforarle el corazón por su lado izquierdo.
El cuerpo Masterebus se tensó, quedando totalmente rígido como para mantenerse en pie. Bud lo escuchó exhalar un último respiro antes de que cerrara sus ojos amarillos y le colgaran los brazos.
Bud no sintió pena por el guerrero caído, sabía que aún debía atender a otros invasores que intentaban esconderse de él.

Pero cuando el guerrero de Mizar Zeta intentó sacar su brazo de entre las entrañas del cadáver, descubrió con horror que no le sería tan fácil.
— ¡¿Pero qué..?! —bramó, viendo que su brazo estaba siendo cubierto por la misma coraza de su enemigo que estaba expandiéndose. Aunque jaló con fuerza, estaba atrapado desde su codo hasta la muñeca por el impactante grillete.
— ¡Esto no puede ser posible… pero si le perforé el corazón! —pensó consternado conforme la mancha negra se extendía centímetro a centímetro por su brazo.
Durante el forcejeo, Bud de Mizar quedó estupefacto al sentir un nuevo palpitar en el pecho de su oponente— ¡Tiene dos corazones! —descubrió muy tarde.
El dios guerrero alzó el mentón sólo para quedar cara a cara con Masterebus, cuyo rostro se cubrió rápidamente con repulsivas membranas que completaron su casco, dejando sólo dos huecos de los que se encendieron un par de llamas amarillas.
Las alas de la criatura se abrieron a todo su ancho, dividiéndose de manera instantánea en ocho extensiones afiladas que arremetieron contra Bud.

El grito de Bud estrujó el corazón de Hilda, única testigo de la sangrienta confrontación. Vio horrorizada cómo esas lanzas atravesaron el cuerpo de su esposo.

Bud se sacudió por las ondas de dolor que azotaron su cuerpo, cuando sus brazos y piernas fueron atravesados por cuatro navajas. Una quinta cuchilla flexible se le enredó en el cuello como una cobra despiadada que en cualquier momento podría decapitarlo.
Imposibilitado de moverse por las dolorosas cadenas, Bud lanzó una mirada furiosa hacia su oponente, sólo para ver que su armadura se estaba reparando por sí sola, sellando las grietas, reconstruyendo las partes perdidas. Aunque el brazo de su cascaron humano se había perdido, eso no evitó que una nueva hombrera y brazal se formaran, y más impactante aún, que se moviera de manera natural.
Debería arrancarte un brazo… —escuchó de una voz espectral, proveniente de debajo de la máscara que ahora cubría por completo el rostro del pelinaranja.
Sus extensiones libres se encargaron de sacar el brazo del dios guerrero que se alojaba en sus entrañas. Bud creyó que se vengaría cortándolo, pero le asombró que no fuera el caso.
Debería reventarte el corazón… —volvió a decir, acercando las cuchillas filosas a la pechera de Bud y después llevándolas hacia su cabeza —… debería sacarte los ojos… — musitó la tortura que anhelaba su ser.
— ¿De dónde ha salido algo como tú?... ¿Qué eres? —Bud se atrevió a preguntar por primera vez.
Masterebus pareció estudiar la pregunta, moviendo la cabeza como si desconociera el idioma —Arrojarlos a todos al vacío… ese es mi deseo… —divagó—. Allí te sumergiré pronto… usándola a ella….. —siseó para terror de Bud.
— ¡Hilda, cuidado! —exclamó, anticipando la acción.

La sacerdotisa se sobresaltó al ver cómo las extensiones restantes se abalanzaron sobre ella. Empleó su cosmos para generar un escudo que la protegió, las cuchillas oscuras no fueron capaces de alcanzarla, pero el golpeteo constante debilitó el campo de energía. Una vez de pie, Hilda corrió entre los pilares, junto a los muros, pudiendo rechazar el intento de su enemigo.
Estuvo a punto de ser alcanzada, cuando alguien la apartó del camino, salvándola. Mas pronto, la sacerdotisa se preguntaría qué habría sido mejor, terminar en manos del guerrero infernal, o del Patrono de Arges que poseía una mirada lasciva.
— ¿Querías quedarte con la mejor parte, criatura molesta? —cuestionó Dahack a su aliado, reteniendo a Hilda junto a él—. Si no te importa quiero ser partícipe de esta batalla.

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La revelación de Ehrimanes golpeó brutalmente la confianza y psique de Aifor de Merak. Aunque en el primer instante rechazó la idea, su mente terminó por dudar, creyendo en la posibilidad…
— …¡No! ¡Es mentira! —intentó protegerse.
¿Por qué mentiría? —Ehrimanes recriminó sonriente—. ¿Acaso no da sentido a todas las preguntas de tu infancia? ¿De verdad creíste que te quería como un heredero? No pequeño incauto, no es tan bondadoso como lo fue el viejo Harek… de haberlo sido te habría entregado a manos más capaces, a una familia donde crecerías como cualquier niño; quizá hasta te habría dicho que él era tu padre, o algún pariente…. Pero no, siempre supiste cual era tu condición, un huérfano infortunado que debía comer de la mano de su salvador, un perro recogido al que entrenaría para ser un guerrero, y admito que estaba haciendo un trabajo aceptable. Nunca había visto a un dios guerrero tan joven como tú, habrías sido una excelente vasija para mí pero es evidente que ya no te necesito… —rió, soltándole el cabello.
Aifor permaneció silencioso, sumido en la controversia. De Ehrimanes había escuchado una verdad, de Clyde de Megrez otra… había algunas contradicciones entre ellas, y aunque quisiera no creer en la lengua de un demonio tampoco su maestro le fue sincero en todos los años en que convivieron.
Atrapado en el hielo, Aifor ya había dejado de sentir dolor y frío, ya no sentía nada más que pesar y un profundo aletargamiento que poco a poco estaba nublándole la vista. Luchó contra el sueño que se esforzaba por cerrar sus párpados.

Clyde le pidió antes de desaparecer que lo matara, para eso lo había entrenado todos estos años; Ehrimanes dice que fue sólo para el beneficio de ambos, un viejo trato… No sabía qué pensar, ni mucho menos qué debía hacer… Y aunque luchara, ese demonio era muy fuerte. En sus pensamientos le reclamó a su maestro una vez más, si le hubiera contado todo nada de esto estaría pasando… si tan sólo él le hubiera advertido… Aun ahora imploraba para que le dijera qué es lo que debía hacer…
Estaba a punto de llorar por la frustración que como una daga se le había incrustado en el pecho, cuando Ehrimanes, sin razón, le dio un fuerte puñetazo en la cara.
Ese golpe no sólo sacudió los pensamientos de Aifor, sino también su memoria. Quedó con el rostro hacia un lado, con la sangre brotando de su labio partido, mirando de reojo a Ehrimanes quien recogió su puño con un gesto preocupado.
— ¿Qué fue eso? —la criatura se preguntó, sujetándose el brazo que por un instante actuó por cuenta propia.
Al borde de la inconsciencia, Aifor contempló la figura de su maestro, creyendo escucharlo decir algo como — ¡No llores, eso no resolverá nada!

Derribado en la nieve, Aifor intentaba contener las gruesas lágrimas mientras se tocaba la mejilla inflamada.
¡Y-ya no quiero… me duele… ya no quiero pelear más! —sollozó el infante de siete años.
¿Tan pronto te rindes? —se burló su estricto maestro al encontrarse en el interior del bosque oscuro— ¿Acaso no dijiste que querías ser un guerrero? Lo que sientes ahora es lo mínimo que sufrirás si sigues por ese camino.
¡Pero usted es muy malo! —recriminó el niño, poniéndose de pie con los ojos llorosos. En sus visitas al palacio había visto cómo entrenaban a los soldados, quienes recibían un mejor trato e instrucción.
¿Eso crees? Qué decepción Aifor, y yo que admiré tu determinación ese día en que me pediste que te entrenara —le recordó Clyde en tono burlón.
Aifor bajó la cabeza con vergüenza.
¿Quieres que te trate como un mozalbete? Ese no es mi estilo, no pienso mentirte, la vida de guerrero no es sencilla, es un camino de sacrificios constantes y pocas recompensas —aclaró con severidad—… Es bueno que te des cuenta de que eso no es para ti, nos ahorras tiempo y energía. Regresa a casa —dijo con desprecio. Estuvo a punto de dar media vuelta cuando el chiquillo le gritó.
Quiero ser un guerrero… ¡quiero serlo… ser como el señor Bud, como usted!
Eliges malos ejemplos a seguir —Clyde se mofó—. No te gustaría ser como yo, eso te lo aseguro.
— ¡Pero si usted es un hombre muy fuerte y valiente! ¿Qué tiene de malo? —cuestionó, sin darle a tiempo a Clyde de contestar—. Sé que todos le temen pero…
¿Te doy miedo Aifor? —lo interrumpió, mirándolo fijamente.
El chiquillo dudó en responder, sonrojándose— No.
¿Por qué no?
Porque… usted me ha cuidado siempre… y yo quiero responder a eso… ¡también quiero protegerlo! —admitió, nervioso.
Clyde prefirió voltear hacia otro lado, soltando un suspiro.
Qué disparates dices, mocoso ingenuo. Para “protegerme” tendrías que ser mucho más fuerte que yo ¿crees que podrías llegar a serlo?
¡¿Más fuerte que usted?! —se alarmó de sólo pensarlo.
Si alguna vez llegara a estar en “peligro”, que lo dudo, sería porque estoy enfrentando a alguien más hábil que yo, eso significa que tu fuerza debe no sólo sobrepasar la mía, sino también la del enemigo ¿te crees capaz de alcanzar tal nivel?
Yo…
De lo contrario sólo serías un estorbo para los demás.
Yo…
— Si quieres ser alguien útil, confiable y poderoso debes ser estricto contigo mismo. Resistir todas las pruebas que lleguen a ti, jamás vacilar de lo que crees ya que cualquier instante de duda te traerá una dolorosa derrota y un fatídico final… No quisiera eso para ti —confesó con dificultad—. Pero sobretodo quiero que entiendas que siempre hay una solución para toda situación que enfrentes, excepto claro la de llorar como una niña.
Maestro… —el niño se apresuró a limpiarse la cara, asustándose cuando Clyde posó su mano sobre su hombro, creyó que le daría una golpiza para darle una auténtica razón por la cual llorar.
En cambio, Clyde logró suavizar un poco su expresión para hablar con franqueza y con tono paternal.
No hay prisa, tampoco debes precipitarte. Si es tu destino serás un guerrero, si no estaré igual de orgulloso sin importar qué decidas ser en el futuro.
Aifor sonrió ante esas palabras, además lo llenó de alegría ver una sonrisa sincera en los labios de su mentor.

— Protegerlo… debo ser más fuerte… más fuerte… si soy más fuerte podré… salvarlo… —Aifor susurró delirante, atrapado en el hielo— … siempre hay…. una solución…
¿Hmm? ¿Qué tanto estás murmurando? —Ehrimanes sonrió con morbosidad, interesándose por escuchar sus divagaciones.
— ¡Aléjate de él, Clyde! —dijo alguien a su espalda.
Ehrimanes miró sobre su hombro antes de recibir una fuerte patada que lo alejó del guerrero de Merak.
Entre el demonio y el joven apareció la guerrera Freya, vistiendo la armadura Dubhe de Alfa.
— ¡No sé qué es lo que pretendes con tu traición Clyde —Freya clamó, tomando una posición ofensiva—, pero no dejaré que continúes!

Ehrimanes esculcó en la memoria de su cuerpo huésped para identificar a la guerrera de Odín, pudiendo responderle como si la conociera de toda la vida.
Así que… la joven comandante de los dioses guerreros al fin aparece —siseó de manera siniestra—. Será un placer hacerte un lugar en mi jardín de esculturas de hielo —rió.
— Vi lo que le hiciste a Alwar, pero a mí no me atraparás en tu amatista con tanta facilidad… Voy a matarte maldito brujo.
— Fuertes palabras para provenir de una muchacha cobarde.
Freya arrugó el entrecejo. No tenía que dejarse llevar por las palabras de quien pensaba que era Clyde, sólo la estaba provocando.

Le angustiaba haber llegado al palacio tras correr lo más rápido que ha corrido en toda su vida, y aun así no encontrar rastros del joven príncipe. Temía que algo le hubiera ocurrido en el camino pero, tenía un fuerte presentimiento de que debía estar en algún lugar del castillo.
A su llegada, le conmocionó encontrar al arpista de Eta atrapado dentro del ataúd amatista, sabiendo que tal abominación sólo podía ser obra del dios guerrero de Megrez. La traición de Clyde le fue evidente, y más al ver cómo hostigaba al indefenso Aifor de Merak.
Freya sentía la sangre hervirle por las venas, no estaba en ella perdonar a los que traicionan a Odín y a sus camaradas.

— Sólo quiero que me digas ¿por qué Clyde? ¿Por qué te vuelves contra Asgard en un momento como este? —la guerrera pidió, preocupándose por el estado de Aifor quien terminó por cerrar los ojos mientras murmuraba cosas inentendibles.
Eso no te concierne… además interrumpes un momento muy personal entre mi pupilo y yo. No dejaré que te entrometas, aún tengo muchos juegos para él —dijo con sarcasmo.
Freya jamás había visto un semblante tan maquiavélico en el rostro de Clyde. Sabía que el hechicero era un hombre muy excéntrico y un poco lunático, siempre le contrarió que pudiera haber criado a Aifor, quien posee un espíritu noble.
— Parece que al final te has vuelto completamente loco, Clyde. Era cuestión de tiempo, todos lo sabíamos. Pedirle a Aifor que se encargue de ti es demasiado para él, por lo que yo seré quien lo haga —aseguró, poniéndose en movimiento.
Qué presuntuosa eres… Está bien, juguemos un poco para comprobar de qué está hecha la diosa guerrera Dubhe de Alfa.
Freya alistó sus puños, Clyde se armó con la espada de fuego.
Clyde se precipitó a dar el primer golpe por lo que Freya logró empujarlo levemente hacia la derecha para propinar un puñetazo en el mentón de su rival.
El impacto resonó en los oídos de los presentes. Clyde cerró la mandíbula al sentir el fulminante golpe que lo privó de su casco.
La diosa guerrera no se detuvo allí, una vez tan cerca de su oponente, arremetió numerosas veces contra él con la misma potencia que el primer golpe.
Freya sentía en sus nudillos cómo dañaba la armadura de Megrez, el crujir de la coraza y algunos huesos la motivó cada vez más, terminando con un despliegue de su cosmos que formó un destello en su mano.
Clyde intentó imponerse con mandobles de su espada llameante, pero Freya era mucho más hábil en el combate cuerpo a cuerpo, por lo que tras el golpe energético que estalló en su peto, terminó golpeando una muralla sobre la que debió apoyarse para no caer.
Freya suspiró, sintiéndose satisfecha con lo que sentía en su ser. Desde su regreso a Asgard no había puesto a prueba el entrenamiento que recibió en Grecia, por lo que ahora era una gran oportunidad para hacerlo. No volvería a subestimar a ningún enemigo, la última vez quedó humillada por un niño, eso fue suficiente para negarse a caer en una situación similar de nuevo.

Clyde se sobrepuso casi de inmediato. Freya admiró su resistencia pues creyó haber herido severamente sus músculos, pero en el rostro del dios guerrero de Megrez no había ni una mueca de sufrimiento.
Ehrimanes sonrió divertido, después de todo él no sufría el dolor que fluía por ese cuerpo humano.
¡Eres rápida y fuerte, haces honor a la leyenda que envuelve a los miembros de tu familia! ¡Probemos la distancia existente entre la verdad y el mito! —Ehrimanes apuntó hacia la diosa guerrera, generando cientos de chispas eléctricas que comenzaron a estallar una tras otra alrededor de la mujer — ¡ ¡Tordenbrak!!
Freya se vio atrapada en medio de una nube eléctrica con saetas estallando e impactando por doquier.
Con su destreza fue capaz de eludir los rayos que destruían lo que tocaban. Con mucho valor, Freya logró abrirse camino entre ellos, descubriendo que la zona electrificada la seguía, siendo ella el centro del fenómeno.
Intentó llevar toda esa tormenta hacia Clyde pero éste la frenó una vez que tomara la postura con la que suele terminar un combate.
¡Escudo amatista!
Freya no tuvo más remedio que saltar para evadir el ataque, sabiendo que su enemigo no esperaba atraparla en el hielo, pero sí obligarla a buscar refugio en el aire donde le fue imposible maniobrar con libertad para seguir evitando las descargas eléctricas.
Freya gritó con fuerza al ser envuelta por la tormenta eléctrica. Sentía cada uno de sus nervios entumecidos y desgarrados por el paso de la feroz corriente.
El poder de Clyde la mantuvo en el aire como una telaraña eléctrica en la que recibía daños constantes.
Ehrimanes permaneció en el suelo, viendo con una sádica sonrisa cómo la guerrera se retorcía. No existía prisa, podría quedarse allí observando hasta que quedara como un cadáver carbonizado y marchito.
Pero cuando Freya abrió los ojos invadidos por la furia, supo que tal cosa no pasaría. La diosa guerrera despertó su cosmos blanco, el cual creó un conflicto con el de Clyde. Las dos corrientes de poder lucharon una contra otra hasta que tras un sonoro grito, la guerrera logró romper la técnica que la aprisionaba.
Durante el descenso, Freya se percató del intento de Clyde por atraparla con su escudo amatista, pero esta vez reaccionó con antelación, liberando un rayo de luz con el que dibujó un círculo alrededor de los pies del guerrero de Megrez.
Esto es… —Ehrimanes musitó.
— ¡Espada de Odín! —clamó la guerrera en cuanto el círculo en el suelo se iluminara, y de cuyo interior emergiera un geiser de energía que liberó cientos de fragmentos cortantes.
Ehrimanes fue alzado en el aire por esa lluvia invertida de cristal. Su cuerpo fue severamente cortado por el paso de las cuchillas que terminaron por destruir el manto sagrado de Megrez.
Freya llegó de rodillas al suelo, adolorida por el anterior ataque eléctrico, mas se puso de pie completamente repuesta en cuanto Clyde cayera a metros de distancia.

La guerrera de Odín se mantuvo alejada, esperando alguna clase de ataque sorpresa, o que de verdad su enemigo ya no pudiera levantarse. Tantas heridas y sangre podrían asegurarle la victoria, pero el guerrero de Megrez tenía otros planes.

El cuerpo de Clyde se cubrió con un aura oscura y espesa que lo alzó en el aire. El hombre permaneció levitando a pocos centímetros del suelo, contemplando a su rival con un gesto prepotente.
No lo haces nada mal, niña —fueron las palabras que salieron de esa dentadura electrificada—. Si éste fuera mi cuerpo, de seguro estaría gimiendo de dolor.
— ¡¿Qué dices?! —cuestionó Freya con espanto, dudando si había escuchado bien.
No es que quiera cambiar el concepto que tienes de Clyde pero, deseo que entiendas que hay fuerzas demasiado complejas en este asunto, y tú estás interponiéndote —el cosmos negro alrededor de Ehrimanes comenzó a extenderse por el suelo como un humo negro. Freya permaneció en alerta, siendo mucho más precavida al resentir una sensación extremadamente fría en sus pies en cuanto la bruma le cubriera los tobillos.
Es una lástima que este plano haya sido limpiado y todos los portales hayan sido sellados —el hombre comentó, conforme los relámpagos en sus ojos se volvían más brillantes—, de lo contrario tendría un mayor número de piezas a mi disposición para lidiar contigo, pero qué más da… estos peones deberán ser suficientes para vencer a la reina enemiga¡ Skyggen av kaos*!

De entre el humo negro en el suelo, comenzaron a escucharse quejidos y lamentos espeluznantes. Freya se sobresaltó al ver cómo los cuerpos sin vida de los soldados asgardianos que cayeron durante la batalla empezaron a emerger de la bruma, levantándose con cierta dificultad.
Era una treintena de espectros ensangrentados o mutilados en cuyos cuerpos permanecían abiertas las heridas que les dieron muerte, incluso algunos conservaban dentro de sus entrañas las armas que les quitaron la vida.
Estaban esparcidos por toda la zona, por lo que la diosa guerrera se vio rodeada por esa brigada infernal que se armó con espadas, arcos, picas y escudos que usaron en vida.
Clyde era un excelente nigromante, pero no tenía idea de su verdadero alcance —Ehrimanes rió victorioso—. ¡Vayan ahora mis esbirros, muéstrenme el camino para vencer a tan entrometida enemiga! —señalando a Freya, quien de inmediato se convirtió en el objetivo de todos ellos.

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Hilda de Polaris forcejeó lo más posible para zafarse de las manos de Dahack, Patrono de la Stella de Arges.
El Patrono sólo sonreía divertido al ver sus intentos, por lo que más la apretó contra sí. Sin dificultad, abrazó a Hilda por la espalda, reteniéndola con claro placer y morbosidad. Enredó su brazo derecho sobre el cuello de la sacerdotisa, mientras el izquierdo le cruzó por encima del pecho para sujetarle la cintura.

Fue claro el sobresalto y enojo de Bud. Masterebus sintió cómo cada nervio del dios guerrero se tensó ante el escenario frente a ellos, por lo que decidió no reclamar por la vida de la mujer.
— Parece que eres vengativo, monstruo —Dahack le habló a Masterebus —, vas por buen camino pero, no siempre destazar a alguien es la mejor manera de castigar a los insolentes —para probar su punto, una de sus manos dio un tirón sobre el vestido de la sacerdotisa, arrancándole lo suficiente para que una de sus esbeltas piernas quedara expuesta.
— ¡Hilda! — se agitó Bud, invadido por la cólera. Luchó por liberarse aunque más sangre brotó de sus ataduras, pero aun así las extensiones de Masterebus continuaron manteniéndolo bajo control.

Pese a la situación e inutilidad de su fuerza física, Hilda no desistió en sus intentos
— ¡Basta, basta de tanta insensatez! — gritó frustrada—. ¡¿Por qué?! ¡¿Qué es lo que hemos hecho para atraer a seres como ustedes a las puertas del Valhalla?! —preguntó, logrando mirar por encima de su hombro al Patrono.
El Patrono de Arges sólo sonrió con malicia —Sin error a equivocarme tú debes ser Hilda de Polaris, la gobernante de este inmundo lugar —le retuvo el mentón muy cerca de sus labios, con un claro deseo por besarla—. Y aquel dios guerrero debe ser tu consorte —dedicó una rápida mirada a Bud—… De ser así debe ser claro para ti… Tengo la orden de matar a los reyes de esta nación, así como Sennefer lo hizo en Egipto, pero… podría ser piadoso y prolongar un poco más tu vida si haces algo por mí.
Hilda se limitaba a escuchar, conservando un semblante firme y valiente pese a las circunstancias.
— Llama a tu hijo —le pidió.
— ¡¿Qué?! —los ojos de Hilda temblaron temerosos.
— Ya me escuchaste. ¿Dónde está tu bastardo? Llámalo, llámalo ahora —el Patrono insistió—. No tiene caso que lo ocultes de nosotros, lo encontraremos tarde o temprano, pero sería mejor para ti si me apoyaras. Quizá pueda convencer a mis aliados de que te dejen con vida.
— ¡Nunca! —fue la rotunda respuesta de la sacerdotisa de Odín quien volvió a luchar entre los brazos de su captor.
— Admito que esperaba que te resistieras, así puedo disponer de ti como crea conveniente —Dahack le alzó el cuello al jalarle una parte del cabello plateado. El Patrono volvió a mirar a Bud, satisfaciéndole el gesto iracundo del dios guerrero de Mizar.

Dahack mostró sus afilados colmillos, con los cuales mordió el cuello de Hilda. La sacerdotisa ahogó un grito ante el inesperado movimiento, resintiendo el paso de la mordedura y la sangre que escurrió por las heridas.

Hilda intentó resistir el dolor pero, de inmediato comenzó a ser invadida por extraños síntomas que la aletargaron. Su vista se fue nublando poco a poco, hasta su voz fue perdiendo fuerza. Su cuerpo se volvió pesado, difícil de mover a voluntad.

Dahack no succionó la sangre de la mujer como seguramente los testigos creyeron. Desde joven, trató su dentadura para simular los colmillos de una serpiente venenosa. Sus habilidades en los venenos y sueros fueron por las que se ganó el aprecio del hombre al que sirve.

Al extraer sus dientes, la sacerdotisa no perdió el conocimiento, mantenía los ojos entre abiertos, pero no podía hablar más que en susurros, y su cuerpo no le respondía de ninguna forma, sólo quedó colgante en los brazos del Patrono. Apenas podía escuchar los gritos de Bud que la llamaban.
— Oye monstruo —el Patrono volvió a dirigirse a su silencioso compañero—, según tengo entendido, tú y Sennefer se divirtieron mucho en Egipto aquel día, y por torturar a sus gobernantes obtuvo lo que tanto ansiaba: su venganza y el Zohar de Estéropes. Supongo que podremos intentar lo mismo para lograr nuestra meta en vista de que el inútil de Caesar se ha retrasado, quizá hasta esté muerto —Dahack llevó su mano a levantar el muslo desnudo de Hilda, simulando una caricia muy insinuante—. Pero a mí no me gusta la sangre y las vísceras a diferencia de tu amo, hay otros métodos.
— ¡Suéltala maldito! ¡No la toques! —rabió el dios guerrero.
— Al final, cualquiera de los dos tendrá que ceder —Dahack miró con sorna a Bud, —. Ya seas tú para evitarle esta humillación a tu esposa —enfatizó al dejar que su mano avance por debajo de la falda de la sacerdotisa, llegando a un punto en que hubo una clara conmoción en las facciones de la mujer— O ya sea ella para evitarte tanto sufrimiento y un destino sangriento.
Masterebus entendió, por lo que decidió cooperar con el Patrono de Arges. Presionó con más fuerza las cadenas hirientes de Bud quien tembló en enojo y frustración. Se negó a gritar, pero sus ojos sostuvieron los de Hilda quien lo miraba suplicante —Resiste, pase lo que pase resiste —es lo que parecían decirle en voz alta.

El dios guerrero de Mizar hervía en coraje, sentía que el corazón le iba a reventar del odio que sentía hacia sus rivales. No temía el ser desmembrado por el enemigo con tal de liberarse, pero no podía adivinar lo que le pasaría a Hilda al estar en manos de un asesino desalmado.
Pensó en Syd. Al igual que su esposa sus labios jamás traicionarían a su sangre. Parece ser que después de todo, las nornas le permitieron ponerlo en un lugar seguro antes de que esta tempestad diera inicio. Agradecía que estuviera a salvo…
Pero, en el momento en que estaba encontrando consuelo en dichos pensamientos, sintió que el corazón se le detuvo al escuchar — ¡Papá! ¡Mamá! —deseando que fuera una alucinación.
Dahack y Masterebus miraron en dirección hacia el templo, distinguiendo la pequeña silueta que apareció.
Los ojos de Bud se desorbitaron al verlo ahí— ¡No! —clamó desolado— ¡Syd, aléjate, no te acerques!
Pero el príncipe estaba lejos de poder cumplir la orden de su padre. Era clara su conmoción ante el escenario en el que dos monstruos tenían sometidos a sus padres. Sólo en sus pesadillas habría podido ver algo así.

FIN DEL CAPITULO 31


*Skyggen av kaos: en noruego significa “Sombras del caos”

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EL LEGADO DE ATENA - Capítulo 67. "Epílogo"


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Publicado 05 noviembre 2012 - 07:48

como siempre excelente capitulo

saludos

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#133 ƊƦąğoɳ_ǤįƦȴ

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Publicado 06 noviembre 2012 - 01:08

Realmente valió la espera....trajiste un capítulo buenísimo, me ha encantado todo, desde el flashback que haces del nacimiento del príncipe hasta la terrible situación que pusiste a los gobernantes de Asgard....¡Increible!
Muero de ganas para leer el cap. 32
Saludos!

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Publicado 06 noviembre 2012 - 07:31

Buen capítulo como siempre, a la espera de más !

Saludos

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Publicado 07 diciembre 2012 - 18:40

Fiuuu, disculpen la demoraaaa, pero aqui esta un episodio más de este fanfic.
n_n Puedo anunciar que esta pronto el final de la arc de Asgard para pasar a otros escenarios y ya soltar algo de información de tanto misterio...
Espero les agrade, el final de este episodio me gustó como quedó, ya tenía ganas de llegar a esta parte. Un saludo!

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Capitulo 32.
El vórtice de la tormenta Parte VIII. Milagroso destino

El corazón de Hilda de Polaris se llenó de desesperación al compartir la angustia de Bud. Tras escuchar el nombre de “Syd”, su instinto de madre la alertó del peligro inminente que corría su hijo.
Como el acto cruel dentro de una obra del destino, el príncipe Syd arribó al palacio en el momento en que sus padres se habían resignado a soportar cualquier cosa con tal de mantenerlo a salvo. Y ahora, allí estaba, de pie frente a dos agentes de la muerte misma.
El niño contemplaba con ojos asustados la situación, parecía haberse congelado por la impresión que le causó el escenario.

Por las reacciones de los regentes de Asgard, el Patrono Dahack averiguó la identidad de ese niño, lo que lo hizo sonreír con cinismo.
— Esto sí que es afortunado —dijo, perdiendo el interés en la sacerdotisa a la que dejó caer al suelo.
La parálisis que aprisionaba el cuerpo de Hilda le impedía si quiera arrastrarse. Con un delgado hilo de voz es con el que la sacerdotisa le pidió a Syd que corriera, pero todo sonido de su garganta se perdía con el feroz paso de la ventisca que los rodeaba.
El Patrono de Arges caminó a paso lento hacia el infante, lo que obligó a Bud a buscar la libertad pese a que ello significara desangrarse.
Con gran determinación, Bud hizo estallar su cosmos, incrementando su fuerza en un mero instante en que aprovechó para jalar su brazo fuera de la estaca que lo aprisionaba. La sangre brotó al mismo tiempo que sus garras mortales adornaron su mano ya libre, cortando con veloces movimientos las extensiones que lo tenían sometido.
Los destellantes cortes hicieron retroceder a Masterebus quien gruñó bajo su máscara, afectado por el dolor de las amputaciones. Sus extensiones cortadas se movieron cuales gusanos agonizantes en el piso.
Antes de que el guerrero infernal reaccionara, Bud ejecutó el poder devastador de sus garras sobre él. A tan corta distancia, los cortes perforaron la armadura e impulsaron a Masterebus lejos por la explanada.
Bud compartió una última mirada con Hilda para tomar una difícil decisión: por encima de sus propias vidas, la de Syd era mucho más importante.

Bud de Mizar se desplazó velozmente hacia Dahack, quien ante el alboroto miró por encima del hombro. El haz de luz en el que se convirtió el dios guerrero de Mizar no lo impresionó lo suficiente, pues logró quitarse del camino.
Bud quedó frente a Syd a quien apenas miró, su atención volvió a la batalla en cuanto retuvo un golpe traicionero con su antebrazo.
Dahack dio un salto hacia atrás ante su fallo — Eres veloz —admitió. Estaba seguro de que lograría golpearlo, mas el dios guerrero parecía estar dotado de buenos reflejos —. Aunque dudo que puedas mantener el mismo ritmo con tus heridas —dijo al ver los agujeros sangrantes en las piernas y brazos de Bud.
El dios guerrero no respondió, el enojo que crecía en su interior sobrepasaba sus límites, sólo deseaba acabar con ese maldito.
— ¡Papá!
— ¡No te acerques! ¡Retrocede! —fueron las duras palabras de Bud para su hijo.
— ¡Pero… papá…! —insistió el pequeño, indeciso ante la amplia espalda de su progenitor.
— ¡Obedece! ¡Aléjate de aquí, no tenías que haber venido! ¡Hazlo ya! — gritó impaciente, lanzando una severa mirada al príncipe; era la primera vez que veía una expresión como esa en su padre.
Tal distracción permitió a Dahack desaparecer del campo de batalla, pero el instinto guerrero de Bud lo llevó a sujetarlo del brazo antes de que lo pasara de largo y se abalanzara contra Syd.
El dios guerrero de Mizar lo arrojó en dirección opuesta a la que se encontraban el niño y su madre, yendo detrás de él con las garras extendidas.

Asustado y confundido, el príncipe buscó a su madre, corriendo hacia ella al ser el acto natural de un cachorro aterrorizado.
Al verlo a su lado, algunas lágrimas corrieron por el rostro de Hilda, e igual en las del niño. Con gran esfuerzo, la sacerdotisa pudo sentarse para abrazar a su pequeño. En su actual condición estaba incapacitada para luchar, pero estaba dispuesta a servirle de escudo.
— Oh Syd… Syd… ¿Qué estás haciendo aquí?... ¿Cómo llegaste?... No tenías que… — Hilda susurró angustiada.
— Lo siento… perdóname mamá... yo… no quería quedarme solo, mamá, no quería… por eso yo… —Syd balbuceó completamente apenado, dificultándosele el expresar los temores que lo hicieron abandonar la casa de Freya y viajar de vuelta al Valhalla. Atragantado por su propia angustia, sollozó en los brazos de su madre.
Hilda se aferró a él de manera protectora, rogando en silencio por la vida de su hijo.

Dahack realizó algunas volteretas para volver a suelo sobre el que se impulsó para evadir al dios guerrero que lo perseguía. El Patrono admitía que era un férreo oponente, pero su velocidad seguía siendo mayor.
Podría continuar evadiéndolo hasta que las heridas de Bud terminaran por cansarlo, pero la mirada en el dios guerrero indicaba que era un hombre lo suficientemente obstinado para mantener los mismos bríos hasta el último suspiro.
El Patrono desplegó su cosmos en una poderosa ráfaga energética hacia su rival, mas el tigre de Asgard la eludió sin la necesidad de retrasarse ni un segundo.
El método ofensivo de su adversario le permitió a Bud acortar distancia, pudiendo sentir cómo sus garras alcanzaron su objetivo.
Ambos guerreros se enfrascaron en un intercambio de golpes y patadas veloces. La experiencia de Bud le permitía no encontrarse tan a la desventaja con un oponente que superaba fácilmente su velocidad, se dejaba guiar por su instinto que le advertía de los peligros y tácticas del Patrono.

Dahack se enfureció al estar recibiendo cortes tras cada impacto que recibía, pero terminó por permitir más heridas sangrantes. Los hilos escarlata de ambos guerreros se mezclaron en el aire mientras continuaban en movimiento.
Bud no fue ajeno a recibir golpes, mas sus fuerzas no menguaron, ni siquiera cuando su visión comenzó a tornarse borrosa. Sin embargo, en cuanto sus garras atravesaron el aire en vez de la cabeza a la que había apuntado, comprendió su verdadera condición.
Ante el golpe fallido por la visión doble, Dahack rompió la defensa de su oponente a patadas y puñetazos que arremetieron contra el dios guerrero. El Patrono liberó una descarga cósmica que arrastró a Bud por el suelo hasta golpear contra el mirador.
— ¡Ja! No hay ímpetu que mis venenos no puedan doblegar, ya sea la de la misma sacerdotisa de Odín o la del feroz tigre de Zeta, todos caen ante mí —el Patrono de Arges exclamó con prepotencia.
Bud lo miró con hostilidad. Sentía que su cuerpo se entumecía cada vez más y más, y sus sentidos estaban debilitándose.
— Bien lo dijo tu amigo, el arpista —Dahack comentó, recordando al guerrero de Eta y su consejo sobre no subestimar al enemigo, sobre todo si desconoces de lo que es capaz—… Deberías ser un buen perdedor, no te culpes por desconocer que mi cuerpo y sangre son mi mejor arma —explicó ante los ojos furiosos del dios guerrero que buscaba ponerse de pie—. Durante años he trabajado para que cada célula y gota de mi cuerpo resulten mortíferas para cualquier criatura viviente. Por lo que, fue efectivo que me hirieras, mi sangre resultó tu perdición al mezclarse con la tuya a través de tus heridas. Aunque de todas formas, con tan sólo haberla olfateado o que tocara tu piel habría tenido el mismo efecto… Ahora todo eso ya está dentro de ti, por lo que pronto morirás como todos los que moran este palacio —rió con maldad.
— Debí saber que eres un… ser miserable… que sólo sabe luchar a ventaja — una vez de pie, Bud escupió el exceso de sangre que había en sus labios.
— En las guerras todo está permitido —comentó con sarcasmo—. Creo que te has dado cuenta que ya no podrás moverte con la misma rapidez de antes. Pero no te preocupes, aún no pienso eliminarte, todavía quiero que seas testigo de lo que le haré al mocoso y a tu mujer —Dahack volvió a sonreír malicioso.

El Patrono dio media vuelta, caminando hacia donde la sacerdotisa y el niño se encontraban.
— No te atrevas a darme la espalda… —dijo Bud, permaneciendo de pie, levantando con firmeza los brazos hacia los lados.
Dahack no se detuvo, le divertía su intento por persuadirlo.
Bud se rodeó con su cosmos invernal, dispuesto a emplear cada partícula de energía que le restaba para detenerlo.

A lo lejos, Masterebus había logrado recuperarse. Su armadura pareció llamar a los trozos que fueron cortados por el dios guerrero. Con movimientos serpentinos se arrastraron por el suelo hasta llegar a él, volviendo a fusionarse con la coraza negra.
Vio como Bud de Mizar estaba preparándose para atacar al Patrono de Arges, y como el tonto e inconsciente Dahack se atrevía a ignorarlo. En esta ocasión Masterebus se decidió a no intervenir, salvaguardar la vida de Dahack no era ninguna prioridad, la vida de un humano valía lo mismo que todas las demás: nada.

El Patrono se detuvo sólo hasta que sintió una atmosfera extremadamente fría formándose tras su espalda. Se obligó a girar para contemplar el gran vendaval que giraba alrededor del dios guerrero de Mizar.

Pese a que el cuerpo falle, el cosmos es inmortal y una fuente inagotable de poder, eso Bud lo sabía muy bien. Durante años ha preferido un estilo de combate más directo, donde sus garras pudieran destrozar a sus enemigos, pero en condiciones como estas, le alegraba haber aprendido la técnica que su hermano le heredó a través de la armadura de Zeta.
¡¡Impulso azul!! —clamó con fuerza, pareciendo unificar su poder y el de la misma tormenta en contra del Patrono.

Dahack no supo reaccionar a tiempo, no estaba seguro si moriría, pero tuvo el presentimiento que sería catastrófico.
En contra de lo deseado, el Patrono de Arges no recibió ni una lesión por ese ataque, no cuando una segunda ventisca desvaneció la técnica del guerrero de Mizar.
Una profunda zanja se marcó en el suelo de piedra ante el paso del viento cortante que sobrepasó la técnica del dios guerrero de Zeta.
Conmocionados, Bud y Dahack buscaron al responsable de tal intervención.
El Patrono sonrió socarronamente al reconocerlo, mientras Bud no podía creer que todo pudiera empeorar más.
— ¡Sabía que la señorita Tara no te dejaría morir tan fácilmente, Caesar! —dijo Dahack a su compañero de armas.
El recién llegado traía en mano la mortífera espada dentada que le había dado muerte a Elke de Phecda Gamma.
Caesar, Patrono de Sacred Python estaba con vida.

-/-/-/-/-/-

En aquella cueva ancestral, lugar oscuro que da refugio a la legión de guerreros que se han llamado a sí mismos Patronos, los lamentos de una mujer se escuchan de manera constante.
Sus fuertes respiraciones se acrecentaban por el eco del lugar. Velando su malestar, un hombre en armadura gris, y con una máscara cubriéndole la parte inferior del rostro, aguarda a la orilla del estanque iluminado.
En silencio, el guerrero observa hacia el interior de la profunda fuente. El círculo perfecto que encerraba el agua cristalina, simulaba un portal que llevaba a una dimensión donde reinaba la nada, al ser un espacio enteramente blanco y aparentemente sin límites. Sólo un punto colorido resaltaba en medio de toda esa blancura, de él provenían los quejidos que afligían al guardián gris.
— Señorita Tara, no debió esforzarse de esa manera —el enmascarado comentó con evidente preocupación.
Sumergida en el profundo pozo, la joven de cabello celeste se abrazaba las rodillas reteniéndolas contra su pecho, manteniendo los ojos cerrados mientras intentaba recuperar el aliento.
Lo sé pero… no podía dejarlo morir… Hice lo que estaba destinada a hacer… —se escuchó por la cueva sin la necesidad de que ella hubiera movido los labios— ¿Funcionó no es así? ¿Él está…?
— La señora Hécate se encargó del resto, Caesar vive y está libre para continuar con su misión —el enmascarado pudo confirmárselo.
La hermosa joven sonrió, satisfecha de escuchar tales palabras, aunque lo sabía de antemano gracias al poder de sus visiones.
Pero tal sonrisa se borró en cuanto escuchó — Tara, eso fue demasiado arriesgado y lo sabes, muy egoísta además —de la voz a la que ambos le deben obediencia y devoción.

El enmascarado se giró hacia el templete sobre el que su señor se materializa en cada ocasión. La fogata allí puesta se encendió en cuanto se manifestó un hombre rodeado por diminutas almas que circulaban a su alrededor como luciérnagas.
El guerrero se arrodilló de inmediato mientras la joven aceptó su falla.
Lo siento mucho señor Avanish, pero no me malentienda… Sólo hice lo que tenía que hacer para asegurar que el futuro ocurriera tal y como lo he visto —se disculpó con sumisión y nerviosismo—. Caesar debía estar allí… yo sólo…
Mi bella Tara, ¿continúas creyendo que el futuro necesita que tú lo guíes? —el hombre encapuchado sonrió— ¿Hasta cuándo vas a excusar tus acciones de esa forma?
La mujer alzó el rostro hacia la superficie, abriendo sus ojos rojos con clara preocupación.
No debes desgastarte pequeña. Aun con tu gran poder no serás capaz de controlar las voluntades de todos los que contribuyen para que el futuro se cree frente a tus ojos —el llamado Avanish estaba lejos de escucharse molesto o inconforme, parecía un sacerdote impartiendo una lección a una niña—. Sólo los dioses creen tener el control absoluto sobre los hombres y su futuro, pero continúan cerrando los ojos a la verdad. Una sola voluntad podría romper el tapiz que con tanto cuidado han tejido para nosotros. ¿Acaso te crees una diosa?
¡No! —se apresuró a decir la joven, llena de vergüenza—. Mi señor yo… lo siento, creí hacer lo correcto… pero es verdad, yo… debí confiar en Caesar… ayudándolo o no, sé que él hubiera podido escapar, yo solamente… me precipité… yo… yo… tiene razón, fui una egoísta… —admitió, conteniendo el llanto ante la reprimenda.
Me complace que lo aceptes, y sé que no volverá a ocurrir —aclaró comprensivo—. Agotaste todas tus fuerzas para proteger a Caesar, pero ahora has dejado a todos sin la debida vigilia de tu protección, esperemos y eso no traiga consecuencias…
Tara no sabía qué decir, volvió a hacerse un ovillo dentro del estanque. Cuando utilizó su poder para socorrer al Patrono de Sacred Python conocía los riesgos, pero no pudo reprimir su deseo por ayudarlo…

Tara nació con un extraño poder proveniente de su linaje materno. Desde pequeña fue una habilidad latente que las hermanas de su madre decidieron despertar de manera agresiva, para que así pudiera tomar su lugar como una más de ellas.
Sacrificaron su visión mortal para permitirle acceder a una visión divina sobre el futuro, el presente y el pasado a través de la gran madre, Gea… Pero ella nunca pidió vivir en la oscuridad de su entorno y sólo ver el mundo a través de los recuerdos que quedaban en la Tierra, así como en las visiones que saltaban en su mente.
Nació para ser prisionera de un deber de sangre, del cual pudo escapar gracias a la intervención del señor Avanish, su salvador.

En ello pensaba la joven llamada Tara, sobresaltándose de forma repentina cuando imágenes comenzaron a fluir por su cabeza.
No… no, esto no puede ser… —musitó perpleja.
Avanish y el guerrero enmascarado la escucharon, intentando adivinar lo que le ocurría.
— ¿Señorita Tara, qué sucede? —preguntó el hombre de armadura gris.
¡E-el futuro está cambiando… ha cambiado! —clamó espantada—. No… no… Para… ¡Basta!… ¡Alguien deténgalo!

*-*-*-*-*-*

Freya Dubhe de Alfa se vio rodeada por un ejército de muertos vivientes. Aunque le causó pesar ver a sus compatriotas asgardianos reducidos a despojos ensangrentados para luchar en contra de su propia nación, Freya entendía que no debía dejarse llevar por sentimentalismos.
Se giró hacia donde Clyde era ya custodiado por una barrera de guerreros muertos mientras el resto se preparaba para atacar ante la primera orden.
— ¿Y crees que estos muñecos tuyos van a detenerme? ¡Por favor! —Freya se mofó.
— Puede que en vida hayan estado limitados por su escaso potencial humano, pero ¿acaso no dicen que cuando uno muere es cuando encuentra la verdadera libertad? —Clyde cuestionó sonriente, liberando centellas de su cuerpo que se introdujeron por las bocas de cada uno de los espectros, proporcionándoles una chipa de vida y poder en sus ojos muertos—. Bien pequeña pelirroja, entretenme un poco…
Clyde de Megrez señaló a la guerrera de Odín, ocasionando que la horda del inframundo comenzara su ataque.
Freya se perturbó en cuanto los primeros se aproximaron blandiendo espadas cuyas hojas se convirtieron en relámpagos, la velocidad y destreza con la que se desplazaron fue sobrehumana.
La guerrera de Odín esquivó atinadamente, confundida por la sagacidad que en vida jamás poseyeron sus ahora enemigos.
Por reflejo, Freya esquivó y retuvo con sus brazales los feroces golpes, mas cuando las hojas relampagueantes la golpearon, resintió un extraño daño que le entumeció las palmas de las manos.
Acosada por los constantes ataques, la guerrera apartó toda emoción humana para poder contraatacar. El primer puñetazo fue el difícil, el cadáver rodó estrepitosamente en el suelo quebrándosele numerosos huesos.
La guerrera se disculpó en silencio con todos sus hermanos de batalla y con el mismo Odín por tener que derramar sangre asgardiana en el palacio del Valhalla.
Freya procuró deshacerse de ellos uno por uno, evadiendo los ataques que organizaban en conjunto. Se valió de acrobacias y saltos para imponerse al batallón infernal. Sus golpes y patadas lanzaban a los muertos contra los muros y columnas.
Eludió las flechas que los arqueros lanzaban desde lo alto, subiendo con un gran salto para deshacerse de ellos. Aprovechando el terreno alto, dio un vistazo hacia el campo de batalla, notando que el número de soldados no había disminuido, descubriendo que pese a que les destrozaba los huesos, volvían a levantarse.
— ¿Qué? ¿Acaso esto no tendrá fin? —se preguntó enfadada. Fue cuando percibió el inicio de otra lucha en lo más profundo del palacio. Distinguió el cosmos del señor Bud, quién parecía tener problemas.
En su distracción, Freya no escuchó los numerosos pasos de los que se aproximaban hasta que una de las puertas del balcón en el que se encontraba fue deshecha por el paso de numerosos cadáveres caminantes. Ésta vez no se trataba de soldados, sino la servidumbre del palacio.
Ante la sorpresa, la guerrera de Odín prefirió volver a la explanada del patio principal, donde todos los espectros armados volvieron a formarse a su alrededor.
Clyde sonrió divertido al ver la expresión de furia en la pelirroja— ¿Eso es lo mejor que tienes? Peleaste con mayor entusiasmo antes. ¿A dónde se fue esa vitalidad?
— No me provoques maldito, sabes que te puede ir muy mal —bramó la mujer.
Considerando que tu técnica máxima es tu mayor punto débil, la verdad es que ansío que lo intentes. Aunque tienes miedo de hacerlo… te estás conteniendo, pero a la vez sabes que es tu única oportunidad ¿no es cierto? De lo contrario jamás podrás abrirte paso hacia donde tus reyes están por ser despedazados —Clyde rió sonoramente.

Freya se llenó de coraje al saberse entre las cuerdas. Clyde había sido uno de los que atestiguaron el reto que perdió en el pasado, por ende conocía la forma de derrotarla de un solo golpe.
La guerrera se convenció de que no había otra salida, el señor Bud y la señora Hilda peligraban, ¡no podía permanecer más allí! Albergó esperanzas de triunfar sabiendo que Clyde no era tan veloz como los otros dioses guerreros.
Lo primero que debía hacer era llegar hasta el titiritero de tan desagradables marionetas.
— ¡Lamentaras haberme llevado a esto, traidor!
Freya se lanzó al ataque, viendo como una marejada de espectros se abalanzaron sobre ella. Su brazo derecho se prendió por la fuerza de su cosmos antes de gritar—. ¡Ventisca del dragón de hielo! — lanzando una terrible onda glaciar que frenó el paso de los soldados infernales, haciéndolos volar por los aires. Sus cuerpos ensangrentados se congelaron completamente, por lo que en cuanto impactaron contra cualquier superficie, fueron reducidos a fragmentos de hielo.

La asgardiana dio un rápido giro sobre sus pies al saberse perseguida por otra fracción de espectros que intentaban atacarla por la espalda. Una vez más ahogó cualquier pesar y remordimiento, rodeando su brazo izquierdo con energía resplandeciente — ¡Ventisca del dragón de luz! —una poderosa luz blanca golpeó a los cadáveres, empujándolos con violencia hasta reducirlos a cenizas.

Sólo un puñado de muertos vivientes se hallaban esparcidos por el lugar, pero el espacio entre la guerrera Dubhe de Alfa y el dios guerrero de Megrez estaba despejado.
Freya no esperó más y concentró su cosmos hasta el máximo mientras que Clyde la imitó, armándose con la espada de fuego.
La guerrera de Odín movilizó los brazos sobre sus costados, estirando los puños a la altura de los hombros para gritar— ¡Ventisca del dragón supremo! —liberando dos fuertes corrientes que se mezclaron en una ráfaga mortífera hacia Clyde.
El dios guerrero de Megrez sonrió con un gesto desquiciado en el instante en que el resto de sus marionetas se lanzaran como escudos humanos para recibir el impacto.
— ¡Cobarde! —gruñó Freya, imposibilitada de detener su técnica, la cual intensificó esperando deshacerse de la coraza humana que Clyde colocó entre ellos y lograr alcanzarlo.
Uno a uno los soldados espectrales fueron consumidos por la luz y el hielo, desbaratándose en polvo de cristal. En cuanto el último de ellos comenzó a deformarse por el vendaval, un rayo atravesó el cadáver por la espalda, abriéndose camino con una tremenda velocidad que la guerrera apenas alcanzó a ver antes de recibir un impacto en el pecho.

Freya quedó perpleja al ver la espada llameante del guerrero de Delta clavada en su corazón.

Sólo las últimas fuerzas de la poderosa ventisca alcanzaron a Clyde, justo como él lo había planeado. En su actual condición y con el cuerpo maltratado que poseía, habría sido difícil confrontar esa pavorosa técnica. Sus marionetas resistieron lo suficiente para ser una distracción que bloqueara la visión de su oponente y mermar la intensidad de la ventisca, dándole el tiempo suficiente para calcular la fuerza y precisión con la que debía arrojar su espada, convirtiéndola en una lanza letal que alcanzó su blanco.

El viento en contra, el cadáver y la resistencia de su armadura sagrada fueron factores que le impidieron tener una muerte instantánea. Sólo la punta de la espada penetró la coraza del ropaje, mas fue suficiente para herir su corazón.
Quemándose las manos, la guerrera de Odín sacó la afilada espada de su cuerpo, cayendo al suelo por el intenso dolor, sujetándose el pecho mientras tosía sin parar.
La sangre salió de su boca y brotó rápidamente por su herida, estaba acabada… no había nada más que hacer.
Se sentía frustrada por su exceso de confianza e ingenuidad al creer que podía luchar sin esperar un golpe como ese.

Clyde de Megrez caminó hacia la moribunda mujer, observándola retorcerse en su propia sangre, gritar y respirar con dificultad. Con un simple pie la sometió para que se girara boca arriba, apartándole la mano del pecho con la que intentaba detener la hemorragia.
El guerrero se pasó la lengua por los labios, sintiendo ganas de alimentarse, después de todo tenía que reponer energías.
Perdiste —recalcó lo obvio al mantenerse sobre ella—, y el más fuerte debe comerse al débil, ese será tu destino.
Freya maldijo algo pero su voz no alcanzó a escucharse por la agonía que la dominaba.
La criatura que posee el cuerpo de Clyde estaba dispuesta a desmembrar a la guerrera utilizando solo la fuerza de sus manos, aunque tales intenciones no se llevarían a cabo.
Comenzó como un débil sonido que dejó pasar por alto, un crujido que se repitió conforme delgadas fisuras comenzaron a marcarse en el hielo que aprisionaba al dios guerrero de Merak.

En el momento en que el demonio Ehrimanes se percató del fenómeno, notó un débil brillo dorado en el pecho del abatido joven, mismo que comenzó a cubrirlo de la cabeza hasta los pies.
Aifor abrió los ojos, reanimado por la energía que fluía sobre él como un manto protector. Sabía que ésta sería su última oportunidad para hacer las cosas correctamente.
Elevó su cosmos flameante al punto en que su prisión no pudo contenerlo más. Los pedazos de cristal se evaporaron de inmediato, dejando libre al joven maltrecho.

De pie y con mirada decidida, Aifor se encontraba ungido con un aura cálida y dorada que causó confusión en el demonio.
Ehrimanes estaba consternado, el dios guerrero de Merak estaba sometido por su encantamiento ¿cómo pudo liberarse con tal facilidad? Se preguntaba sin quitarle la vista de encima.
Estudió las posibilidades, dejó que sus sentidos fluyeran y encontraran la verdad. En el instante en que puso sus ojos en el medallón de oro que colgaba del cuello del joven encontró su respuesta. Una vez más ese extraño amuleto se interponía en su camino.
— ¡Aléjate de ella, miserable…! —Aifor exclamó—. ¡Esta vez… voy a detenerte! —aclaró con agresividad
Vaya, parece que sigues dándome sorpresas… Sí que eres un chiquillo molesto, pero tu mirada… creo que ya tomaste una decisión, ¿acaso vas a cumplir la petición de Clyde? —cuestionó sarcástico—. Dudo que puedas hacerlo, tu poder no se compara con el mío.
— Has acertado, ya tomé una decisión —respondió Aifor con seriedad—, sólo falta que tú tomes la tuya.
¿Qué dices?
— Y te doy la razón, aún estoy lejos de poder vencerte… pero ¿adivina qué? ¡Esta vez no estoy solo! ¡Nunca lo he estado! ¡Y lo que te detuvo una vez, volverá a hacerlo!
Ehrimanes sintió una inmensa presión espiritual alrededor de Aifor de Merak, en el instante en que bajo los pies del joven se dibujó el mismo símbolo de su medallón. El demonio percibió una magia poderosa tanto del propio chico como del artilugio de oro.
Aifor se sobrecogió por el poder que ahora le pertenecía, aunque sólo fuera temporal lo emplearía para salvar a sus compañeros y amigos, sin importar el sacrificio.

Ehrimanes intentó avanzar, pero quedó pasmado al descubrir que su cuerpo se había engarrotado y le era imposible realizar cualquier movimiento — ¡¿Qué… qué es esto?! —gritó iracundo—. ¡Es… magia! ¡Una magia tan poderosa que… no puede ser…! ¡¿Acaso tenías este poder oculto?! —se llenó de temor al notar cómo el mismo círculo mágico se había dibujado a su alrededor, siendo el sello que estaba restringiéndolo.
— No lo sé… si de verdad has presenciado todo lo que el maestro Clyde me enseñó, sabrás que jamás fui muy adepto para la magia… Sin embargo este poder… desconozco si me pertenece o no pero… ¡Lo usaré ahora! —alzó su brazo quemado hacia el enemigo— ¡Ehrimanes, te ordeno que te manifiestes, permíteme ver tu verdadero ser! ¡Libera ese cuerpo que no te pertenece y encárame!
El guerrero de Megrez gritó de manera apabullante al sentir una sofocante energía presionándolo dentro de su jaula de luz. Una fuerza abrumadora lo torturó hasta la agonía para forzarlo a obedecer. No resistió demasiado cuando de la boca y ojos de Clyde emergieron una infinidad de rayos negros que se acumularon en una densa nube oscura sobre el hombre que cayó inconsciente al suelo.
Aifor quedó incrédulo al ver que su conjuro funcionó tal y como lo deseó. La nube tormentosa poco a poco adquirió una forma humanoide, sin dejar de ser una silueta formada por bruma y relámpagos que se concentraron a la altura de los ojos para encender una mirada.
— ¿Así que esto eres? ¿A esto se reduce tu maldad? Una bolsa se aire…—Aifor se aproximo a él, encarándolo sin miedo alguno.
¡¡Tú… no puedo creer que… me hayas obligado a salir!! —su voz tronó con furia.
— Admito que estoy igual de sorprendido que tú… pero te he vencido y eso es lo único que importa.
¡¿Vencerme tú?! —rió el ser espectral—. Temo que las cosas no funcionarán así, y no por mi culpa claro ¿acaso no olvidas lo que Clyde dijo? Me ató completamente a él por lo que no hay manera de eliminarme sin que detengas su corazón primero ¿lo ves? —señaló el extraño hilo que se materializó desde el interior de la criatura hasta el pecho del dios guerrero—. La única forma de que desaparezca es que elimines mi cuerpo huésped… es reconfortante saber que Clyde empleó un conjuro tan poderoso que ni tú fuiste capaz de romper… ¡Pero anda, cumplí lo que me ordenaste! ¡Mátalo ahora que no puedo hacer nada por defenderlo!
Aifor miró al convaleciente Clyde quien parecía luchar por despertar.
¡O intenta exterminarme, da igual, el orden no cambiará nada! —aclaró la criatura con una risa malévola.
— Toda mi vida… he soñado con la muerte de otras personas, y jamás pude impedir que ocurrieran por más que lo intenté —el joven recordó esas ocasiones que le causaron mucho dolor—. “No se puede cambiar el futuro” es con lo que mi maestro siempre me reprendía… y quizá tenga razón. Cuando no está en tus propias manos que ocurra el cambio, es difícil… ¡Pero en esta ocasión depende de ti y de mí!
La criatura guardó silencio, aún no entendía a dónde intentaba llegar.
— Es por eso que me niego a hacerlo, iré en contra del destino de las mismas nornas, así que Ehrimanes todo depende de ti ahora.
¿Qué es lo que estás planeando exactamente? —inquirió con desconfianza— ¿Qué intentas decirme?
— Yo… —dudó, pero al ver a Clyde y a Freya al borde de la muerte lo llevó a decir—, ¡quiero hacer un trato contigo! —Aifor dijo sin más vacilaciones.

/*/*/*/*/*/*/*

Bud de Mizar cayó estrepitosamente en el suelo después de un último golpe. Con el cuerpo tembloroso, intentó ponerse de pie pero resultó inútil, ya no albergaba la fuerza suficiente para hacerlo.
Poco a poco sus sentidos se han ido debilitando, quedando un débil hilo que apenas le permitía ver y escuchar.
Enfrentar a tantos enemigos a la vez no era algo que pudiera manejar ya, no en su actual condición…
Abrumado por el dolor, miró hacia el frente, topándose con la inmaculada imagen pétrea de Odín, resintiendo la pesada mirada del dios ante su pronta derrota.
Estuvo a punto de desfallecer cuando la voz de Hilda lo retuvo unos segundos más en este mundo.
La sacerdotisa estaba a unos cuantos metros, abrazando a Syd a quien le evitaba la desdicha de ver la situación en la que se encontraba su padre, cubriéndole los ojos.

Bud ahogó un grito, haciendo lo sobrehumano para poder levantarse ante las miradas de sus enemigos que aguardaron en sus posiciones.
Bud nunca fue un hombre de plegarias, pero en su corazón suplicó por un milagro, no para él, sino para Hilda y su hijo… Sin importar si Odín o algún otro dios lo escuchaban o no, ofreció su vida y hasta su alma a cambio de una oportunidad para ellos.

Dahack se había adelantado para ser quien le diera el golpe final.
— Si no les importa, el gusto será mío. Aquellos que llegaron tarde no tienen derecho a reclamar —aclaró Dahack, sin lograr que Caesar emitiera palabra alguna.
Masterebus gruñó molesto, pero tomó la misma posición del Patrono de Sacred Python.

Bud se alejó unos pasos más de Hilda y Syd, temiendo que salieran heridos por su causa. Aunque de cualquier forma dudaba que pudiera eludir cualquier clase de ataque.

Dahack concentró una inmensa cantidad de energía a su alrededor, sabiendo que al fin terminaría con tan bravo rival. Admitía haber disfrutado del enfrentamiento, pero debía ponerle fin.

Syd luchó contra el regazo de su madre para ver lo que sucedía. La visión de su padre herido y ensangrentado lo impactó, llorando todavía más.
Su padre ya había sufrido demasiado por ellos, es lo que pensaba el príncipe de Asgard cuando escapó de los brazos de Hilda. No era justo que enfrentara a esos hombres él solo, ¿por qué no estaban aquí los dioses guerreros para ayudarlo? ¡No era justo, no era justo!

— ¡¡Papá!! — Bud escuchó, viendo a Syd corriendo hacia su encuentro. Horrorizándole que él mismo se hubiera encaminado hacia la muerte segura.

Dahack estaba lejos de querer detenerse, no le importó la presencia del niño pese a que Caesar le gritó que se detuviera. La llamarada azul tinta en sus manos escapó de su cuerpo mucho antes de que pudiera interceder.
La ráfaga mortal desaparecería tanto a padre como a hijo.
Con un abismo detrás de sí y una ola mortal frente a él, Bud no tenía muchas opciones en su deplorable estado, por lo que en un intento desesperado por proteger a Syd logró sujetarlo del brazo, salvaguardándolo contra su pecho para servirle de escudo.
El impacto en su espalda fue brutal, su ropaje divino estalló en cientos de pedazos, conmocionando a Hilda, quien observó como Bud y el pequeño fueron arrastrados por tal resplandor.

Con el cuerpo destrozado, Bud se impulsó para salir de esa violenta marejada, cayendo por el abismo existente entre el altar y la estatua de Odín.
Aunque estuvo a punto de perder el sentido, el llanto de su hijo lo aferró a mantenerse consciente. El efecto de la caída entorpeció todavía más su cuerpo malherido, pero con gran determinación alargó sus garras de tigre, encajándolas sobre la pared rocosa para disminuir la velocidad de la caída, hasta toparse con una pequeña saliente a la que pudo aferrarse.
Con una sola mano se sujetó a ese pedazo de roca que era lo suficientemente amplia y resistente para albergar al pequeño.
Con gran esfuerzo, Bud subió allí a su hijo, quien temblaba aterrado entre lágrimas que resbalaban por su sucio y lastimado rostro.
El guerrero de Mizar sabía que esa saliente caería si permanecía sosteniéndose a ella. Pero por más que buscó, no encontró otro lugar al cual poder aferrarse.
— ¡Papá, sube papá, vamos, sube! —sollozó Syd, sujetándolo por la muñeca. El ver a su padre colgando en la negrura del profundo vacío lo llenó de desesperación. Su mente inocente no entendía que en esa situación sólo uno de ellos se salvaría, y que su padre ya había escogido por él.
Bud clavó sus garras todo lo que pudo en el muro para detenerse un poco más. A este punto no había muchas alternativas… pero pese a todo Bud decidió tomar esos escasos segundos para consolar a su hijo con suaves palabras. Aun cuando sentía que la vida se le escapaba por las heridas sufridas, el dios guerrero de Mizar no se permitiría que el último recuerdo que tuviera Syd de él fuera la de un hombre débil.
— ¡No te caigas papá, por favor no te caigas! —suplicó en inútiles esfuerzos de poder jalar a su padre.
— Todo está bien Syd… Papá no puede hacer lo que le pides ya que los dos caeríamos sin remedio al vacío —explicó con gran serenidad, dedicando a su hijo una mirada tranquila y sumisa hacia su destino—. Tienes que ser valiente por los dos ¿de acuerdo? —pidió, pero un ligero derrumbe estremeció la plataforma en la que el príncipe se mantenía tendido.
— L-lo siento papá… en verdad…. Lo siento —sollozó todavía más.
— No tienes nada de que disculparte, no es tu culpa —le dijo con sinceridad—. Así es como deben ser las cosas, mi deber es protegerte sin importar qué… ahora serás tú quien deba proteger a los demás.
— ¡Papá! —gritó asustado. Bud aprovechó esa distracción para alejarse, evitando que Syd se negara a soltarlo en el momento final y lo arrastrara con él.
— No importa lo que llegue a pasar, debes aguardar a que vengan por ti ¿me escuchas? —sus garras resbalaron un poco, bajando un par de metros más.
Con desesperación, Syd insistía en alcanzar a su padre, alargando sus manos hacia él, pero Bud, con toda la tristeza de su corazón se despidió en la distancia.
— Cuida a tu madre por mi Syd… —le sonrió antes de que sus ojos se nublaran por completo e irremediablemente cayera hacia la oscuridad.

El pequeño Syd abrió los ojos conmocionado, llamando su padre con todas sus fuerzas. Por sus mejillas resbalaron incontables lágrimas que cayeron hacia el precipicio. El dolor que sentía en su corazón era demasiado grande para pedir a un niño como él controlarse, pero esa fue la razón por la que su ojo izquierdo comenzó a brillar sin su consentimiento. El estar envuelto por esa profunda tristeza, no le permitió percatarse del fenómeno, el cual culminó con un grito que ascendió a los cielos y recorrió todo Asgard. Callaron los sonidos de la tormenta, la cual como si fuera una sierva sumisa perdió intensidad.

Todo dios guerrero, sin importar estado o ubicación, fue víctima de una sensación escalofriante cuando un poderoso cosmos los alcanzó, al mismo tiempo en que los zafiros de sus ropajes comenzaron a brillar.

Sergei de Alioth, quien corría por los bosques del palacio, se detuvo estrepitosamente por el resplandor en su cinturón.
— ¿Qué es esto? Esa voz… —fijó su vista hacia el castillo al cual estaba a pocos segundos de arribar—. El zafiro de Odín está brillando... ¿qué puede significar esto?...
Su lobo acompañante aulló melodioso, uniéndose a otros tantos aullidos que se alzaron como alabanza por las tierras de Asgard.

El ataúd amatista que mantenía prisionero a Alwar de Benentash comenzó a cuartearse en el momento en que su zafiro se iluminó. Su prisión fue despedazada por la fuerza que exigía la comunión entre los zafiros. El arpista cayó en la nieve aún inconsciente.

La guerrera Freya yacía durmiente en el suelo mientras su zafiro brillaba en armonía con el que se encontraba en el ropaje de Merak Beta, que permanecía como guardián de la mujer.
Un rayo de luz azul emergió de cada una de las joyas sagradas. Los delgados rayos se proyectaron hacia el cielo, golpeando la estrella que representaban dentro de la osa mayor en el firmamento.
Ante el llamado de su dios, las armaduras de Dubhe Alfa, Merak Beta, Phecda Gamma, Megrez Delta, Alioth Épsilon, Mizar Zeta y Benetnasch Eta respondieron sin demora.

Las siete estrellas de la constelación centellaron como nunca, uniendo su fulgor en un único rayo que cayó como un relámpago dentro de la grieta que se encontraba bajos los pies de la estatua de Odín.
De la larga abertura se alzó una cortina de poderosa luz que alarmó a los Patronos y a Masterebus.
La estatua de Odín se iluminó por dicho resplandor. Piedras y escombro se alzaban por la energía que fluía desde las profundidades de ese abismo.

Hilda mejor que nadie reconocía esa presencia, ella que le ha servido desde que tiene memoria.
Centellas y relámpagos comenzaron a salir, el cielo se ennegreció, mas la Osa mayor permaneció esplendorosa. Tonalidades verdes y doradas surcaban los aires, un viento terriblemente frío comenzó a azotar el ambiente. Aullidos de lobos y graznidos de los cuervos corearon con el silbido del viento, que detuvo la tormenta y la nieve que caía.
Un gran poder se sentía en el aire, y hacía temblar la tierra por su ascenso. Pronto, una esfera de viento y cristal apareció frente a la estatua de Odín tras haber salido del abismo bajo sus pies. La esfera permaneció infligiendo las leyes de la naturaleza, suspendida en el aire conforme un tornado gélido giraba a su alrededor.
Algo podía divisarse en su núcleo, una figura difícil de reconocer por el vendaval que le daba forma.
Ese capullo de nieve y centellas estalló tras un sonoro tronido, liberando al hombre que en su interior se había resguardado hasta entonces. Sus pies se desplazaron por encima del precipicio, llegando a posarse sobre la superficie de la explanada. Cuando sus botas se plantaron sobre el suelo, este se congeló varios metros a su alrededor.
Ahí, cubierto por una estola blanca que elegantemente envolvía su cuerpo, la figura de un hombre fue descubierta, irradiando poder por toda su armadura de diamante. De la corona en su cabeza fluían destellos, mientras que en su mano descubierta el filo de una espada era visible.
Hilda quedó de rodillas al no poder dar crédito a lo que veía, pero gracias a la antigua batalla con el Santuario y que el Pegaso Seiya fue capaz de invocar el sagrado ropaje de Odín, podía convencerse de que era real.
Frente a ella, su señor Odín le daba la espalda. El poder verse reflejada en la hoja de la Balmung la había dejado sin palabras. Reconocer el brillo de la armadura de cristal la mantenía en una conmoción imposible de describir.
Ella era testigo del regreso del Señor Odín a este mundo. Se había olvidado de respirar pues grande fue su temor de madre, pensando en que le había fallado… Por su falta de poder, su dios, quien decidió nacer en este mundo de su vientre, se vio obligado a abandonar su pacifico intento de vivir con los humanos.

Caesar, a través de la ansiedad que sentía crecer de su propia espada, reconoció inmediatamente el aura divina que envolvía al individuo frente a él— ¿Es realmente Odin?

Hilda no se atrevió a dirigirle la palabra a su gran señor. En vez de eso se sumió en un silencio total en que las lágrimas expresaron todas sus penas y arrepentimiento, hasta que aquel que portaba la armadura sagrada, habló.
— Hilda, mis pecados siguen siendo muy grandes como para que el Valhala decida abrirme las puertas —dijo con una voz tranquila aquel que sujetaba a Balmung en su mano derecha—. No tienes que llorar más.
La gobernante de Asgard frenó su llanto al reconocer esa voz. Alzó la vista hacia quien creía su señor y ahí, dedicándole una débil sonrisa, era el rostro de su esposo quien portaba la corona de Odín y todo el sagrado ropaje que el dios ha usado en sus batallas desde la era del mito.
—¡Bud! —grande fue su dicha al ser testigo del milagro por el que Bud de Mizar había sido escogido por Odín para defender a su pueblo.
Bud caminó hacia Hilda, hincándose frente a ella para mostrarle el valioso tesoro que resguardaba en su brazo izquierdo. Bajo la estola blanca que le cubría, el príncipe de Asgard yacía dormido. Todavía algunas lágrimas eran visibles en su tierna cara, pero su semblante era de gran paz.
Hilda tomó a su hijo, agradeciendo al creador el que se encontrara bien. Bud se libró de la estola blanca y con ella cubrió a los dos soles que iluminaban su vida.
— Déjamelo todo a mí. El esfuerzo de Syd no será en vano, y la orden de mi dios se cumplirá —Bud le aseguró a la princesa. Ella asintió convencida de que así sería.

FIN DEL CAPITULO 32


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EL LEGADO DE ATENA - Capítulo 67. "Epílogo"


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Publicado 07 diciembre 2012 - 19:59

como siempre excelente capitulo

esta capitulo me dejo realmente impresionado

saludos

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Publicado 09 diciembre 2012 - 19:44

Cada capítulo que traes me sorprendes más!!!
Increible, fascinante descenlace y sobretodo dramático....
Te quedó muy bien este capítulo, solamente quiero resaltar lo increible que manejaste al personaje de Bud...toda esa intensa pelea, la pude imaginar claramente con lujo de detalle. Ecxelente!!
Espero que pronto actualices!!
Saludos!

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Publicado 15 diciembre 2012 - 12:56

Hola a todos ^^ :08:
Qué más quisiera sorprenderlos con un nuevo episodio, pero no, el cap 33 aún no esta terminado, pero no debe de tardar.
Como vi en el foro que la fecha en la que comencé a Publicar este fanfic es 15 de Diciembre del 2008, pues........ podría decirse que es cumpleaños de esta historia, y a la ves me asusta.... es decir, llevo 4 años escribiendo esto? Holy o.o....

La verdaaaaad, pues estoy contenta pero a la vez preocupada ya que llevo 33 episodios y no creo llevar ni la mitad de todo lo que quisiera escribir... pero tampoco quisiera hacer una historia tan larga así que deberé hacer varios ajustes para que sea menos, pero bueno, es de las cosas que pasan cuando hay muchos personajes nuevos para la trama, cada uno con su historia y peculiaridades.

Agradezco a los lectores que tiene ^^, a los que han sido fieles, a los recientes, a los que ya no están ejeje, muchas gracias por su paciencia y tiempo para leer y dejar comentarios.

Ahoraaaa pues, quizá merezcan unos breves Spoilers XD sólo para celebrar:

El Arc de la Saga de Asgard se acaba en el próximo capitulo y después de algunos episodios en los que conoceremos a los nuevos santos dorados de Sagitario y Piscis.
Comenzará una Arc que ocurrirá en el reino marino de Poseidón, por lo que veremos que cosas han pasado con el dios del mar y sus súbditos.
Más misterios pero ya más información al respecto de lo que está pasando en el mundo XD. Obvio más peleas :t478: ;)

Creo que con esos son suficientes :lol:

De nuevo,se les agradece su tiempo =) :09:
Un gran saludo a todos ^_^ ^_^

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EL LEGADO DE ATENA - Capítulo 67. "Epílogo"


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Publicado 15 diciembre 2012 - 13:53

pues felicitaciones por tu constancia y por tan excelente historia

espero ver pronto la continuacion

saludos

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Publicado 16 diciembre 2012 - 11:07

Excelente cap como siempre seguí así !

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