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-* El Legado de Atena *- (FINALIZADO)


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#101 Lunatic BoltSpectrum

Lunatic BoltSpectrum

    ¡Sagrado corazón de Jesús en vos confío!

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Publicado 15 agosto 2011 - 14:14

EXCELENTE!!

como siempre muy buen capitulo, la historia cada vez mejor , un espiritu acompañante!! O_O genial

esperando con ansias el proximo capitulo

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PD usando linux turtle9yu.gif

#102 dead mask 2

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    ????

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Publicado 28 agosto 2011 - 22:22

ORALE TE KEDO

GENIAL


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#103 Seph_girl

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    Marine Shogun Crisaor / SNK Nurse

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Publicado 02 octubre 2011 - 16:36

Muchas gracias a mis dos lectores estrella de SS FOROS jejeje n.n (bueno Dos son los que ponen comentarios, me disculpo si hay otros que solo andan de fantasmas XD)
Sé que puedo contar con su apoyo XD

Pero debo dar una noticia... Por motivos personales y otros proyectos habrá una Pausa en la publicación de capitulos.
No quiere decir que aqui acaba todo, no, sin embargo debo atender otra historia por allí y me decidí a dejar esta justo aqui, aprovechando los capitulos de CALMA para cuando lo retome podré iniciar con mucha acción, batallas y misterios XD
Volvemos a las andadas para ENERO del 2012 =)

Y pues aqui les dejo el episodio 23 ^^

************


Pavel era un soldado raso como cualquier otro, joven, ágil y muy trabajador. Abandonó su tierra natal en búsqueda de mejores oportunidades junto a su fallecido padre.
La ciudad de Atenas era una de las más importantes capitales, tuvieron fe en que en ella lograrían prosperar. Los primeros años trabajaron en el puerto como pescadores hasta que su padre fue promovido por su facilidad en las cuentas y administración.
Él por su parte, al no encontrar emoción alguna en la pesca, se enlistó en el Santuario. Jamás esperó convertirse en un santo, pero la idea de entrenarse, aprender a luchar y servir a los campeones de Atena le pareció buena.
Lo intentó como muchos otros, pero nunca logró encender esa chispa de cosmos que se requería para ser un aprendiz de caballero. Mas eso no lo desanimó, aceptó que no nació para ser uno de los ochenta y ocho, pero sí para ser un guerrero.

Su padre había muerto recientemente, producto de un accidente que lo dejó convaleciente. Agonizó un par de días en que le pidió escribir a su madre y hermanos, diciéndoles que podían venir finalmente a Grecia.
Pavel así lo hizo, pero han pasado muchas semanas en que no ha recibido una confirmación o noticia. Estaba tan preocupado por eso que durante días ha descuidado sus deberes, ocasionándole varios problemas.
De lo que sí estaba seguro es que ninguno de esos errores ha sido tan grave como para que un santo de oro quisiera verlo. Fue toda una sorpresa recibir la orden esta mañana.

Pavel nunca había estado en las Doce Casas, ni mucho menos caminado por las rutas secretas que acortan el tiempo para llegar a la onceaba casa, Acuario.
Subió solo por las escalinatas, adentrándose a las sombras del templo con claro nerviosismo. El salón de batalla estaba completamente vacío, así que aguardó muy quieto a que algo pasara. No pasó mucho tiempo cuando escuchó unos pasos agigantados por el eco. Tomó posición de firmes en cuanto distinguió una figura en armadura que se acercaba.
Tenía entendido que el guerrero que protegía la casa de Acuario era un nuevo adepto al Santuario, por lo que era imposible saber la clase de hombre con el que debía lidiar. Por experiencia se sabe que con el señor de Cáncer se podía ser amigable, con el de Géminis era preferible no hablar o cuidar muy bien las palabras, con el de Escorpión había mucha libertad, con el de Capricornio no había peligro alguno.

Terario de Acuario miró con interés al soldado frente a él. Al poseer una mirada tan profunda y pesada, el joven Pavel se atragantó nervioso.
— Pavel, soldado de rango tres reportándose, señor Terario —pudo decir una vez que se sobrepusiera de la primera impresión, mostrando coraje y determinación en sus ojos—. Estoy a sus órdenes.
— Agradezco que hayas venido —pronunció el santo con voz imperturbable—. No espero quitarte mucho tiempo, pero hay alguien a quien necesitas ver —miró por encima de su hombro, dando una orden a alguien con un leve gesto.
Detrás de la capa blanca del santo de Acuario, un rostro se asomó con timidez.
El soldado parpadeó varias veces en lo que tardó en reconocer al niño que acompañaba al santo de oro. Había crecido mucho desde la última vez que le vio pero sus facciones, ese rostro, lo podría reconocer en cualquier tiempo o lugar.
Pavel esbozó una sonrisa, y por acto reflejo se quitó el casco de protección, pensando en que ayudaría a la memoria del pequeño que lo miraba con recelo. Eran muy parecidos uno con el otro, evidenciando sus lazos de sangre. Ambos tenían el cabello rubio y rizado, ojos de color negro; la piel del pequeño era mucho más blanca, seguramente Pavel también la habrá tenido así cuando llegó a Grecia, mas el constante andar bajo el sol, sin mencionar el entrenamiento, le han dado una tez un poco más oscura y áspera.
El hermano mayor se acuclilló, abriendo los brazos en espera de un fuerte abrazo— Víctor, soy yo —sus ojos se pusieron cristalinos de felicidad.
El niño se sobresaltó al reconocer su lengua de origen. Sonrió ampliamente, lanzándose de inmediato a abrazar a su hermano mayor al cual casi tumbó al suelo.

Terario contempló la cálida escena entre hermanos. Les concedió ese momento sin interrupciones, sólo hasta que Pavel exteriorizara su confusión es que habló.
Le contó lo ocurrido en Rodorio, también lo que Víctor le había dicho sobre su trágico viaje.
Recibir la noticia de dos muertes en un solo día no era algo fácil de sobrellevar, y Pavel no fue la excepción. Tuvo que tomar asiento para meditar bien las cosas. Víctor era lo único que tenía ahora. Lo embargaba una profunda tristeza al pensar en todo el tiempo que su padre ahorró para tenerles un hogar aquí en Grecia, y no pudieron llegar…
Mientras Víctor se entretenía jugando con el casco de metal de su hermano, Pavel habló en griego para el señor del onceavo templo, no deseaba que el niño entendiera.
— Agradezco mucho su generosidad hacia mi hermano menor. Siempre estaremos en deuda, mi señor —el soldado se puso de pie, reverenciando con respeto y admiración.
— No tiene la menor importancia. No existe tal deuda —fue la tranquila respuesta de Acuario.
—Es muy amable— le sonrió todavía más agradecido—. Por casa no tengo que preocuparme, pero mis horarios y turnos… Víctor no podrá cuidarse solo por ahora, mucho menos desconociendo el idioma. Buscar otro trabajo tal vez —suspiró, pensando en voz alta. Pesaba la idea en su cabeza, se ha esforzado tanto y ahora tenía que cambiar de oficio.
— Dale crédito al chico, es inteligente y tiene algunos talentos —Terario pudo decir con certeza, no por nada el niño había reparado con mucha facilidad la mesa de su cocina ayer por la noche—. En cuanto se sienta seguro de su entorno no necesitará de tantos cuidados como crees, pero sí es importante que domine el griego. No precipites tus decisiones— aconsejó serio—. Me informaron que eres buen elemento, bastante dedicado, entiendo que el Patriarca valora a los de tu clase.
Pavel se apenó, jamás había recibido un cumplido de un santo de oro— Sí pero… en esta ocasión debo pensar primero en mi familia.
Acuario cerró los ojos, sintiéndose un poco incómodo al saber que la influencia de su maestro Vladimir luchaba por formar una idea con la que podría aminorar la carga de sus compatriotas— Hagamos esto —dijo, cruzándose de brazos—. Necesito un sirviente de mi entera confianza.
Pavel se mostró sorprendido, pero a la vez temeroso.
— Como santo de oro tengo derecho a tener uno o dos a mi entera disposición. Compartiría tu mismo horario, por lo que partirían juntos a casa.
Pavel jamás ha imaginado una vida de guerrero para Víctor, por lo que estaba demasiado inseguro de la proposición.
—No me malentiendas— Terario lo supo por su gesto así como por el sudor que corrió por la frente del soldado—, no busco un discípulo —era sincero, no existía ese interés—. Serían tareas sencillas, de acuerdo a su edad, se mantendría ocupado que es lo importante. Además, podría enseñarle un poco griego si no me encuentro muy ocupado.
— No quiero sonar grosero pero debo preguntar… ¿por qué tanta generosidad, señor? Usted ya ha hecho tanto por nosotros que… estoy sin palabras, no sé qué pensar.
— Si no estás interesado…—iba a darse la vuelta, retirando así su propuesta.
— No, no, por favor perdóneme —suplicó Pavel—. Sé que no se necesitan motivos para ayudar a las personas, pero su bondad me tiene confundido.
Terario entrecerró los ojos mientras contemplaba a Víctor quien los miraba con ojos curiosos. Puede ser que no entendiera nada de lo que hablaban los adultos pero algo le advertía que era sobre su persona.
— Hace años, un viajero salvó a un niño como él de morir en una tormenta de nieve —recordó a su maestro, su gentileza—… después, ese mismo hombre le dio un propósito, una vida sin esperar recibir nada a cambio —también sus enseñanzas, sus valores—. Mi deseo es imitar las acciones de dicho hombre, así pagaré una vieja deuda.
Pavel se atrevió a suponer que el santo de Acuario hablaba sobre una experiencia personal— Entonces… esperemos que Víctor haga lo mismo algún día. Será un honor para nuestra familia servir a tan noble señor. Esperamos no convertirnos en una molestia para usted —haciendo otra reverencia.
Acuario asintió complacido— Hablaré con el Patriarca entonces. Tú continuarás en tu puesto y Víctor pasará a ser mi subordinado. Espero que te encargues de explicárselo.
Pavel asintió, tomando a su pequeño hermano por los hombros— Estará aquí a primera hora mañana.
— Ahora vayan, de seguro tienen mucho de qué hablar —ordenó, dando medía vuelta para ir hacia sus aposentos.
Pavel se inclinó respetuoso una última vez mientras que Víctor corrió para alcanzarle. Terario se detuvo cuando el niño le tomara la mano solo para decir —Gracias.



Capitulo 23
La calma. Parte II

Seiya de Pegaso contemplaba el paraje devastador en el que se había sumido Meskhenet. Recordaba con tristeza todas esas veces en que pasó por las calles en compañía del Patriarca. En cada visita iba siendo testigo del avance en la ciudad, reflejo del empeño de los habitantes por lograr una hermosa capital.
De las altas edificaciones bellamente adornadas y pintadas quedaban pobres vestigios de lo que alguna vez fueron.

Como mano derecha del Patriarca acudió a Egipto en muestra de buena fe, así mismo para esclarecer cualquier malentendido que pudiera perdurar entre ambas Órdenes.
Shiryu ya se había encargado de equilibrar las relaciones diplomáticas con el Chaty, él sólo vino a reforzarlas trayendo alimentos, vestimenta y algo de mano de obra.

Tras haberse reunido con los santos de Capricornio, Géminis y Sagitta, escuchó sus respectivos reportes y explicaciones, mas aún tras sus buenas intenciones recriminó con severidad la decisión de los santos dorados por abandonar el Santuario sin advertirles, y a Leonardo de Saggita por emprender una misión que no le concernía.

Aún ahora se encontraba molesto. Albert siempre tomaba acciones sin considerar las consecuencias ni le mortificaba arrastrar a otros a sus aventuras, sólo piensa en el objetivo sin importarle nada o nadie más. En cuanto a Sugita no supo qué decirle, una parte de él deseaba pedirle disculpas por pensar que había huido como un cobarde, pero la otra desaprobaba por completo lo sucedido.
Sin embargo, Seiya también halagó sus esfuerzos en batalla. Se sintió orgulloso de escuchar de labios del mismo Chaty que de no ser por la intervención de los valientes santos de Atena Meskhenet, sus habitantes y el Príncipe habrían sido borrados de la faz de la Tierra.

Ikki, el Santo del Fénix, lo había eludido todas las veces en que intentó charlar extensamente con él; el Fénix interrumpía la conversación al ver como algún trabajador necesitaba ayuda o situaciones parecidas.

Seiya lo veía en silencio, la forma en la que martilleaba continuamente una viga de madera para una vivienda. Al atardecer muchos dejaban las herramientas y se refugiaban en el descanso, por supuesto Ikki era de aquellos pocos que continuaban hasta el anochecer.

— Partiremos mañana— dijo Seiya desde tierra.
Ikki, quien permanecía trabajando en el techo, prosiguió con su labor unos cuantos martillazos más hasta detenerse.
— Ya era hora, no es sabio de tu parte abandonar el Santuario ante una posible crisis —agregó el peliazul.
— ¿Vendrás con nosotros? —era la principal pregunta.
El santo del Fénix se giró para verlo directamente a los ojos— Me necesitan más aquí —respondió sin vacilar—, y lo sabes. No dudo que ese monstruo cumpla su promesa de regresar, por eso debo quedarme —notando un gesto preocupante en el rostro de su camarada—. No me malentiendas, Seiya. Mí lealtad está con el Santuario y Atena, pero sólo mira a tu alrededor… ¿crees que merezcan que los abandonemos a su suerte? El Santuario no sufrió daños significativos, en cambio aquí están indefensos, ustedes no me necesitan por ahora.
— Lo sé —admitió el santo de Pegaso—. Creo que Shiryu también lo entenderá, o quizá el mismo te pediría que lo hicieras.
El Fénix asintió sin intenciones de bajar al suelo.
— Vi a Shun hace un par de semanas —comentó antes de perder su atención—. Deberías ir a verlo, eres doblemente tío ya.
Ikki sonrió con apatía— Quizá lo haga, pero soy un hombre muy ocupado estos días —tomando el mazo una vez más.
— Ikki, quiero que me digas la verdad —pidió Seiya con gesto serio—. ¿Qué es lo que realmente opinas sobre lo ocurrido aquí?
El Fenix meditó la pregunta, soltando un suspiro antes de bajar del techo de un salto. Comprendía que era imposible seguir eludiendo el tema.
— ¿Qué quieres decir?
— No me vengas con eso. Sobre Yoh Asakura, su actitud ante todo este desastre. Los asuntos de shamanes es su responsabilidad, sin embargo el muy canalla osó ignorar los llamados de Meskhenet y el Santuario —espetó con indignación.
— Según recuerdo fuiste tú todos estos años quien criticó su conducta entrometida, ¿ahora que no lo hizo lo desapruebas? —sonrió irónico—. Seiya, nunca estás conforme.
— Esto fue diferente y lo sabes. Si nadie se atreve a encararlo yo gustoso lo haré —añadió molesto.
— No tienes ninguna prueba de que él tenga que ver con esto —dijo sin vacilación—, te recomendaría ser precavido. En el mundo de ahora no sólo hay que preocuparse por seres como Poseidón o los otros dioses; shamanes, hechiceros y personas con otro tipo de habilidades han incrementado su número, iniciar un conflicto con ellos sería desastroso.
— Entiendo tu punto, descuida, no seré yo quien inicie un conflicto mayor, pero buscaré esas pruebas, y si las obtengo no dudaré en llegar al fondo de esto.
Ikki no se inmutó, al igual que muchos está consciente del desagrado que el Pegaso Seiya siente hacia el actual Shaman King. Ahora que tenía una razón justificable para tenerle desconfianza no la soltaría fácilmente.
— Haz lo que creas prudente Seiya, yo haré lo mismo. Debemos estar alerta, es claro que esto sólo fue el inicio de más batallas. Descubrir quiénes son los enemigos y sus motivos debe ser una prioridad.
— Para este momento Shiryu ya debió haber alertado a los demás. Sólo debemos esperar a que hagan un segundo movimiento para atraparlos, esta vez sin sorpresas.

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Grecia. El Santuario de Atena. Templo de Curación.

Abrió los ojos sintiéndose aún muy agotado. Lo primero que vio fue el rostro de su amiga Kaia y agradeció tal alegría.
Ella le dedicó una sonrisa, avergonzándose al permitir que un par de lágrimas escaparan de sus ojos. Las limpió rápidamente para decir —Bienvenido al mundo de los vivos, Giezi.
El Apóstol de Seth curveó un poco los labios para responder el saludo —Estoy vivo… ¿cómo puede ser?
—La nobleza del Santuario es abrumadora —respondió antes de sentarse a su lado.
Giezi examinó con un par de miradas la habitación, las camas vacías, los medicamentos y el azul de cielo que enmarcaba la ventana.
—¿Dónde está Assiut?... Kaia…. ¿Qué fue lo que pasó? ¿Qué ocurrió en Meskhenet? —preguntó alarmado, intentando levantarse sólo para notar algo que no recordaba del todo haber hecho.
Cuando buscó apoyarse usando las manos, una no respondió. Kaia se acongojó al ver el desconcierto en el rostro de su compañero.
Giezi se recostó de nuevo, reviviendo a través de los recuerdos el momento en que perdió el brazo izquierdo y la pierna derecha durante el combate contra el santo de Acuario.
La egipcia le tocó el hombro para responder— Te lo diré, pero debes guardar la calma, ya no hay nada que podamos hacer para cambiar lo que pasó…
La sierva de Isis le relató los eventos transcurridos durante las últimas horas del conflicto con Sennefer. Sobre el destino de los reyes y el deteriorado estado en que se encontraba Meskhenet. Giezi se atragantó al resentir cada noticia.
— Nosotros regresaremos pronto con nuestro pueblo. Se decidió que lo mejor es esperar a que te repongas lo suficiente para el viaje —Kaia lo confortó en todo momento, sin soltarle la mano.
— Ese maldito monstruo —Giezi se lamentó— No pude hacer nada… Como Apóstol del Templo de Seth era mi obligación enfrentarlo… derrotarlo… destruirlo para borrar el estigma que dejó en la casa de Seth cuando traicionó a Egipto —musitó con rencor, apretando con fuerza la mano de la guerrera.
— No te martirices de este modo. Sennefer es un enemigo terrible. Assiut quedó muy malherido, y ni siquiera con la ayuda de los santos Atenienses fueron capaces de acabar con él.
— ¿Qué sucederá ahora Kaia?... sin nuestra Reina estaremos más perdidos que nunca— Giezi se afligió, como muchos otros siempre consideró a la soberana Inet la luz que los encaminaría hacia un futuro radiante, y ahora las tinieblas han vuelto a cubrirlos
— Debemos confiar en que nuestro joven Faraón podrá conducirnos hacia parajes más hermosos.
— Es apenas un chiquillo —dijo desanimado.
— Y con más razón necesitará de nuestra ayuda.
Giezi suspiró desalentado. Desde el principió creyó que toda la misión era una locura, no dejaba de pensar en que si hubieran simplemente realizado los mandatos de Sennefer habrían logrado salvar más a su nación, pero la reina Inet fue de noble corazón hasta el final.
Pensando en ello es que hasta entonces se preguntó por alguien— ¿Qué me dices de Shai? ¿Qué harán con ella? —cuestionó, consciente de los malos entendidos que pudo causar su aparente alianza con los Apóstoles.
— No lo sé. Desde que desperté no se me ha permitido salir de este lugar.
— ¿Entonces somos prisioneros?
— No lo creo… quizá es sólo por precaución. En su lugar yo habría hecho lo mismo buscando la seguridad de ambos bandos —la guerrera anticipó los pensamientos de Giezi—. No seas paranoico. El mismo Patriarca vino aquí, pude hablar con él lo suficiente como para saber que es un líder justo y honorable, estamos a salvo.

De repente escucharon cómo tocaron a la puerta, abriéndose pese a que aún no habían cedido el pase.
Los dos Apóstoles guardaron las apariencias al ver a la amazona con mascara dorada que entró a la habitación.

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Grecia. El Santuario de Atena. Coliseo

Shaina de Ofiuco caminó por las gradas vacías del gran Coliseo. Subió hasta los últimos peldaños para divisar a la chica de cabello oscuro que había estado buscando.
Permitió que sus tacones hicieran el suficiente ruido para hacerse notar. La joven amazona de Virgo volteó casi al instante, sin mascara. Estaba allí, sentada al borde de la muralla.
Maestra y alumna se miraron en silencio, el encuentro pareció incrementar la intensidad del viento por un instante en que los banderines se sacudieron con violencia.
— ¿Recordaste este lugar? —Shai de Virgo preguntó.
— Imaginé que te encontraría aquí —aclaró sin avanzar más. Shaina no sabía qué sentir al verla vestir el uniforme del Santuario.
— Sí… venía a este sitio cada que te hacía enfadar —respondió con nostalgia—, esperando a que te tranquilizaras.
— Por un momento creí que habías huido —añadió con rudeza, después de todo desapareció del templo de Curación sin que nadie lo notara.
— ¿Huir? —Shai se levantó, mostrando una mirada afligida—. No hay necesidad, no hice nada de lo que me arrepienta —alegó para indignación de la guerrera de Ofiuco.
— ¡¿Por qué insistes con eso?! —Shaina inquirió impaciente.
— ¡¿Por qué te cuesta tanto creerlo?! —contestó del mismo modo, provocando un silencio más al darse cuenta de lo mucho que llegaban a parecerse—. Ya lo he explicado, incluso el Patriarca lo comprendió… Admito que no fue fácil fingir mi traición, mucho menos cuando tú apareciste frente a mí para luchar —le temblaron los brazos por la frustración, mas prosiguió con valentía—. Pero como te lo dije en el templo de Virgo, mi intención era salvar a todos los que son queridos para mí.
— Estaba dispuesta a matarte —Shaina le recordó con angustia.
— Lo sé, y jamás te lo reclamaré, yo habría hecho lo mismo —musitó comprensiva, intentando acercarse—. Yo y los Apóstoles acordamos luchar contra ustedes tratando de evitar todas las muertes posibles, pero el sujeto que venía con nosotros en ocasiones era incontrolable. Lamento las bajas que pudieron haber ocurrido, pero en comparación con el pueblo de Egipto el Santuario está intacto.
— Debiste acudir a mí.
— No podía —dijo sacudiendo la cabeza—… Esperaba que te dieras cuenta que jamás habría actuado como lo hice sin una razón —Shai rió entristecida—, pero supongo que no me conoces tan bien como creía.
De nuevo silencio mientras el viento remolineó los pensamientos de ambas.
El verdadero rencor de Shaina era hacia sí misma por no haber encontrado la verdad detrás de todo lo ocurrido. Shai tenía razón, no podía llamarse su maestra si creyó con tanta precipitación su deslealtad.
Shaina entendió que su discípula había aprendido muchas cosas de ella, entre ellas su obstinación, así que para evitar una discusión interminable dijo— No tiene sentido seguir discutiendo por esto, creo que Ikki ha sido una mayor influencia como maestro de lo que yo fui para ti —habló para sorpresa de la joven amazona—. Pero si vas a seguir sus pasos entonces debes estar preparada para soportar lo que los demás piensen de ti ante cada acción que tomes. Muchos serán los que desconfíen de tus intenciones a partir de ahora.
— Estoy consciente —agregó sin miedo.
— Salvaste la vida del Patriarca ese día, estoy orgullosa, pero si piensas permanecer en el Santuario será mejor que olvides las viejas costumbres de Egipto, aquí las amazonas estrictamente deben portar su máscara ¿o es que acaso lo olvidaste? —recriminó autoritaria.
Shai se tocó el rostro para sonreír—. Deberé conseguir una provisional, cierta persona hizo pedazos la mía.
— No pienso pedir perdón por eso, pero una cosa más. Pese a las circunstancias, pude comprobar lo fuerte que te has vuelto, continúa así.
La amazona de Virgo asintió, siendo la señal por la que Shaina comenzó a bajar las escalinatas.
La guerrera de Ofiuco no se atrevió a decir palabras más amables al no saber cómo confrontar la situación del todo. Además, todavía estaba algo afectada por lo que vio dentro de la técnica de la amazona de Virgo.
Al tiempo que recuperó la conciencia, le explicaron el alcance de dicho encantamiento por el que su mente fue encerrada dentro de una pesadilla creada por sus propios recuerdos y temores.
Lo que Shaina de Ofiuco experimentó no le permite sentirse cómoda al estar al lado de Seiya. La ilusión sin duda manifestó lo que siempre ha temido, aquello que se ha esforzado por ocultarse a sí misma. Aunque haya sido un juego mental jamás olvidaría la agresiva mirada de una vengativa Atena.

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Dejó atrás las llanuras de arena después de un peregrinaje de días por el vasto desierto. El mar apareció en el horizonte como un centinela que le impedía continuar.
Cada diamante incrustado sobre la imponente Zohar de Estéropes resplandecía por los rayos del sol naciente, dándole un aspecto divino a un monstruo desalmado.
Sennefer mantuvo sus pies alejados del oleaje, con precaución caminó por la playa desértica, buscando algo que encontró después de algunos kilómetros.
Miró arrogante aquello que el mar empujaba con insistencia para que saliera de sus aguas. Entre la arena blanca resaltaban manchas que simulaban petróleo. Ante la presencia del Patrono, estas empezaron a reaccionar como serpientes agonizantes.
Sennefer tomó el Cetro de Anubis que irradió un fulgor opaco de color rojo, por el cual las manchas de alquitrán tomaron forma poco a poco.
— Nunca imaginé que un Apóstol sería capaz de dejarlos en este estado —musitó decepcionado.
Conforme se formaban, las bestias gruñían a causa del doloroso proceso por el que sus miembros se unían. Erebus, el demonio de cabello negro fue el primero en surgir del agua y la arena, rugiendo de manera violenta. Sus alas se extendieron con una fuerza que estalló sobre las olas cercanas, abatiendo el oleaje.
Sennefer sonrió complacido por el suceso, mas arrugó el entrecejo al ver que Mastema no era capaz de recuperarse.
El demonio de cabello anaranjado se arrastró un poco por el suelo, carecía de piernas, brazos o alas que pudieran alzarlo. Visiblemente deformado su cuerpo se escurría como fango entre la marea, miraba con ojos suplicantes a su amo y hermano quienes lo contemplaban con lástima.
Sennefer guardó silencio mientras Erebus se acuclilló junto a él, abriendo sus alas en un intento austero de protegerlo del entorno que lo lastimaba.
— Antes de ser derrotados por el Apóstol Sagrado de Horus diste un inquietante espectáculo Mastema —musitó el Patrono, repasando los hechos en su mente—. ¿Qué fue lo que pasó? —preguntó inclemente.
La quijada del demonio estaba incompleta, por lo que entre balbuceos pudo responder — Much…a vida… —atragantándose— …sangre de… santo… tenía mucha… vida. Quemó… sangre hervía…co… volcán… mucha… vida…
El egipcio permaneció pensativo, alejándose de la moribunda bestia. Contempló el cetro, pensando que era la primera vez que parecía inútil.
— Ese muchacho —recordando al insolente santo de Capricornio—, me intriga cada vez más —confesó sonriente.
— ¡¡Vaya, hasta que te dejas encontrar!! —reclamó una voz furiosa y altanera.
El demonio completo se alzó alarmado ante la inesperada aparición, mas al reconocer a la dueña de dicha voz Sennefer permaneció de espaldas a ella.
Erebus se sentía confundido, no la sintió acercarse en ningún momento. No había razones para atacar, era una de las aliadas de su amo por lo que continuó confortando a su hermano moribundo.

— Mi querida Leviatán —dijo el egipcio—, ¿qué es lo que haces aquí?
Allí en la playa apareció una joven que portaba una armadura vistosa de colores azules como zafiros y cristales purpuras. Su tamaño y atributos indicaban ser apenas una adolecente de piel muy blanca, casi como la espuma del mar. Tenía cabello azulado como el de las olas, alzado en una coleta que lo hacía simular una cascada.
El casco que protegía su cabeza era muy similar al de Sennefer, la celada cubría la mitad superior del rostro, dejando a la vista únicamente unos pequeños labios coloreados con pintura rosa pálido.
— Me mandaron a buscarte ¿qué más? —se quejó, mirando con desagrado el océano—. Al no volver después de que abandonaras Egipto preocupó a algunos, pero el señor dijo que te diéramos tiempo, un tiempo que ya excediste, así que regresemos ya —ordenó con un tono fuerte e impaciente.
Sennefer se volvió hacia ella, provocando un gesto de total repulsión en la joven.
— ¡Sí que te golpearon duro esta vez, qué desagradable…!— se cubrió la nariz, como si pudiera imaginar el aroma de la carne humeante en el momento en que ocurrió el accidente— ¿Por qué continúas así? —preguntó, sabiendo de la habilidad regenerativa del egipcio.
— Esta vez la situación es un poco más complicada —comentó despreocupado, mirándose la mano carente de dedos y otros carbonizados—. El fuego del Fénix ocasionó un efecto más duradero del que pude imaginar, necesito ingredientes…
Leviatán miró hacia las bestias aladas cuando uno gimió en agonía.
— ¿Así es como tratas a tus mascotas, Sennefer? Tengo entendido que fueron un regalo de nuestro señor, mira en qué lamentable estado los tienes —desaprobó completamente el desinterés del Patrono—. Regresemos, en vista que no estás capacitado para ayudarlos siquiera, quizá el señor sí pueda.
— No pienso molestarlo por algo tan trivial como esto —respondió sonriente—. Como ya dije, sólo necesito de hacerme de algunos ingredientes y estaremos bien.
— Ingredientes… —repitió la chica, pensativa—. Quizá es por eso que Tara me mandó con esto para ti.
Escondido detrás de una duna de arena emergió un hombre de piel clara y cabello negro. Era un individuo alto, muy fornido, parecía un cazador con un atuendo anaranjado muy primitivo. Sus ojos abiertos y ausentes delataban total autismo. No reaccionó de ninguna forma al ver a los monstruos allí reunidos.
Seneffer lo estudió con atención, asintiendo gustoso al encontrarlo apropiado— Tara siempre está un paso delante de todos —rió sarcástico.
El Patrono extendió la mano hacía el sujeto, y tras un leve destello en sus ojos el hombre estalló.
Aunque Leviatán hubiera querido, no pudo ocultar el espanto que le causó ver flotar todos los pedazos y entrañas humanas. Sin caer al suelo, todo elemento que formó anteriormente a un ser humano se había dividido. La piel, carne y huesos se amontonaron en extrañas masas palpitantes mientras la sangre se mantenía a flote sin ninguna clase de dificultad.
El egipcio se privó del Zohar de Estéropes, siendo tras un pensamiento que una pequeña cantidad de carne se le adhirió al rostro y manos como si hubieran sido magnetizados.
Segundo a segundo la cara de Sennefer recobraba su apariencia original, borrando toda marca que el aleteo del poderoso Fénix logró sobre él. Se tronó los dedos tras haberlos recobrado todos.
Leviatán prefirió no prestar atención al proceso, era demasiado asqueroso para su gusto.
El Patrono del Zohar de Estéropes caminó hacia donde sus criaturas aguardaban instrucciones. Tras haber analizado la situación de ambas tomó una decisión.
Como un artista vislumbró el resultado que deseaba para la escultura que iba a comenzar.
— Bien, juguemos a ser dioses —musitó con malignidad.

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En algún lugar de Norteamérica.

Yoh Asakura contemplaba por última vez a los Grandes Espíritus. La máscara en su rostro impedía a cualquiera imaginar la clase de sentimientos que le acompañaban ante dicha visión.

Percibía como los sabios espíritus intentaban advertirle y aconsejarle. Ellos le cuestionaban constantemente sobre su decisión recibiendo siempre la misma respuesta —No se preocupen, ya verán que todo se solucionará—, su eterna convicción.

El Shaman King dio media vuelta dispuesto a abandonar tierra sagrada, mas en un último paso una voz intentó hacerlo cambiar de parecer.
— ¿Está seguro de continuar con esto, amo Yoh? — preguntó preocupado su antiguo y leal espíritu acompañante.
El señor de los Asakura se detuvo, sin dignarse a mirar a Amidamaru*, el espíritu del legendario espadachín al que apodaron “El dios de la muerte” por el número de asesinatos que llevó a cabo poco antes de fallecer.
— Si no quieres venir eres libre de hacerlo, Amidamaru —respondió el Shaman King.
El samurái de cabello grisáceo bajó la cabeza— Sabe bien que no haré eso, amo, pero no deseo que se arrepienta después… Usted no es la clase de hombre en el que está dispuesto a convertirse, por eso… yo…
— Descuida, he sido considerado un monstruo en cada una de mis vidas pasadas —explicó con indiferencia a su subordinado—, estoy preparado.
El samurái intentó decir algo pero la fuertes palabras de Yoh lo detuvieron— ¡Tú decides Amidamaru! ¡¿Estás dispuesto a seguir a un monstruo despreciable como yo?! —gritó molesto, le era desagradable percibir tanto temor e incertidumbre de su sirviente—. ¡Decídete ahora! ¡La paz eterna al unirte finalmente con los Grandes Espíritus o ser un ruin desertor como yo!

Amidamaru levantó el rostro alarmado, esa muestra de enfado sólo le indicaba una cosa. Eran pocas las veces en las que lo ha visto comportarse así, él lo conocía mejor que nadie... Se sintió avergonzado por su actitud, él no era nadie para cuestionar las decisiones del Rey de los shamanes., por lo que dejó atrás toda duda o inseguridad.
— Mi espada siempre estará a su servicio, amo Yoh —el samurái musitó solemne.
— Marchemos ya —el Shaman King ordenó de inmediato, tapándose la cabeza con la capucha de su capota clara—, este lugar ya no es el apropiado para nosotros.
El espadachín asintió, transformándose en una corriente de aura azul que rodeó como una estola al rey de los shamanes.

La corriente espiritual de Yoh Asakura le dio vida y fulgor a su manto ceremonial. El shaman se transformó en un águila de luz que tras un chillido se desvaneció como una estrella fugaz en el firmamento.

Cada uno de los Oficiales en la Aldea Apache percibió la partida del Shaman King. Todos se conmocionaron por ello. Sin aviso o explicación su líder los había abandonado.

FIN DEL CAPITULO 23


* Amidamaru, personaje oficial de la serie SHAMAN KING. El espíritu acompañante de Yoh Asakura.

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EL LEGADO DE ATENA - Capítulo 67. "Epílogo"


#104 Lunatic BoltSpectrum

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Publicado 02 octubre 2011 - 19:42

como siempre EXCELENTE capitulo Seph_Girl

la historia del niño sorprendente, siempre es bueno las conversaciones entre batallas


----------------------------
Hasta enero !!

O_O

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bueno preparandome para una larga espera :(

con la certeza de que valdra la pena esperar laugh.gif

PD suerte en tus proyectos ;)

Editado por BoltSpectrum, 02 octubre 2011 - 19:43 .


#105 ƊƦąğoɳ_ǤįƦȴ

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Publicado 13 octubre 2011 - 13:44

Hola Seph!!

Bueno desde hace unos días que he estado leyendo tu FanFic y hasta hoy que lo termine!!!
Quiero decirte que desde que empecé a leer el prologo me atrapó la lectura y quise escribirte de inmediato que me había encantado pero no lo pude hacer porque no era miembro del foro, así que espere a terminar el cap. 23 para registrarme
Después de unos días de estar de incógnita jejeje ahora si quisiera comentarte varias cosas que ya las traigo en mi cabeza rondando.

Primero felicitarte por el estupendo trabajo que has hecho durante los capítulos, no solo en la idea, sino en redacción, ritmo y coherencia. Eso si has tenido varios errores de ortografía, pero no son tan graves ;-)

Me encantó la forma en cómo le dedicas a cada personaje una historia de su pasado, lo que resulta enriquecedor para nosotros los lectores ya que respaldas tanto el comportamiento como el carácter de tu personaje.

Otra cosa que me pareció buena, es que haces una descripción detallada del ambiente y los personajes haciendo más fácil imaginar el ambiente.

He leído ya varios fanfics, creo que este es uno de los mejores y me atrevo a decir que el mejor. Ya que los otros que he leído me topaba con faltas de ortografía terribles, o un dialogo excesivo de personajes o sin diálogos o sin estructura (me refiero a la utilización de puntos, comas, etc.) Además creo que la idea no es choteada.

Ahora te invito a que no dejes de escribir en general, ya que se nota que hay talento... pero sobre todo, por favor no dejes de escribir esta historia porque en verdad me gustaría muchísimo leer en que acaba todo.
Espero que de verdad solo sea hasta Enero que te vas a tomar un break de este FanFic jejeje
También espero que este mensaje sea motivarte para que sigas con la historia y no sientas que no hay suficiente apoyo :-)

Te deseo lo mejor para tus proyectos.

Saludos

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SOCIEDAD DE LA BALANZA

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Publicado 26 octubre 2011 - 22:35

Saludos a todos =)
Aquí decidí darme una vueltita ya que me dijeron que me dejaron un review que me alegrraría leer ^^ y pues me encuentro con dossssss bellos reviews.

Primero
BoltSpectrum
, muchas gracias XD sé que puedo contar contigo como lector, y es un gusto que te haya gustado el capitulo. La verdad a mi me gusta mucho las escenas fuera de batallas que yo se en fanfics de SS a muchos no les gusta pero bueno, yo doy mitad y mitad para que no digan =P. Y sí, la historia de Victor decidí incluirla... no porque quiero que un día Victor se vuelva 'el Hyoga' de este ACuario, no, no, pero fue un elemento que decidí incluir para que se vea que los santos tienen vida y cosas que hacer no solo esperar a que estalle una guerra santa XD
Y tambien muchas gracias por tu comprensión, si Dios me va vida aqui andaremos con capitulo nuevo para Enerito. ^^


Dragon girl!!!
Hola, mucho gusto =D y que bueno que te animaras a manifestarte para dejarme comentarios respecto a la historia.
Te admiro por llegar hasta lo que va de la trama de golpe =)
Que bueno que el prologo te mantuvo lo suficientemente intrigada como para aventarte tantos episodios jejeje y pues con el prologo no quise mentir, quedó claro que seria un fic de SS con cositas extras y extrañas y pues bueno, eso o ahuyenta o atrapa lectores =)

Tengo tiempo escribiendo fanfics, EL LEGADO DE ATENA es uno de los más recientes, asi que en todo el transcurso anterior he aprendido a escribir a intento y error, pero sie me han dicho que mejoro despues de cada historia que termino, por loq ue gracias por comentar, sé que no soy profesional pero se hace con todo el esfuerzo.... séeeee la otografía es una poderosa enemiga, y aunque yo lo reviso lo mas que puedo tambien le pido ayuda a otro par de ojos por si se me pasan algunos (y vaya que se me pasan) pero bueno, al final se intenta que este lo más correcto posible jejeje

Me alegra que aprecies la individualidad de los personajes. La verdad es que en todas mis historias siempre intento no solo tener personajes de carton que pelen y se partan la cara y simplemente mueren y jamas supimos nada sobre ellos. Me gusta desarrollar a los personajes, unos se pueden más que otros =)

Y no te preocupes, no pienso dejar de escribir, aun tengo unas historias que terminar y en el futuro quien sabe si saldran más.
EL LEGADO DE ATENA tendrá final a menos que me pase algo y ya no pueda pero se va a intentar, si que si, no sé cuanto tarde pero tendrá su fin algún día =)
Y si, prometido que en enero aparezco trayendoles un cap para celebrar año nuevo jejeje

Si quieren estar un poco más al pendiente, tengo un blog donde suelo subir mis loqueras de fics y cosas por el estilo jejeje, les dejo el enlace por si quieren ir a visitarme =)



y por supuesto que tu mensaje me motiva, gracias por tomarte tiempo de leer y escribirme, sé que no tengo muchos lectores pero lectoras como tu valen por 20 XD
Gracias!!!


¡Un beso para todos!

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EL LEGADO DE ATENA - Capítulo 67. "Epílogo"


#107 Efebo Abel

Efebo Abel

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Publicado 30 diciembre 2011 - 01:53

Saludos... he leido el capitulo 23

muy bien hecho
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#108 Seph_girl

Seph_girl

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Publicado 07 febrero 2012 - 00:20

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¡¡Saludos a todos!!
Para quienes todavía me recuerdaaaaan, finalmente he vueltooooo con un nuevo episodio de este extraño Fanfictioooon!

Si hubieran visto todo lo que me pasó en este tiempo... y las razones por las que tuve que pausar esto no las cumplí pero se presentaron otras cosas que me tuvieron en cama todo diciembre... pero ya, para no hacerles el cuento largo, he vuelto =D

No sé si la espera valdrá la pena peroooo este es el preambulo para empezar otra ARC de acción XD espero la vayan a disfrutaaaaar!!

Un saludo a todos!
Los extrañé =)

*************

Ni a Sennefer, ni a Leviatán, les complacía la idea de encontrarse bajo tierra. Ambos conocían el hastío del confinamiento como para sentirse incómodos en un lugar que les recordaba su pasado.
Ingresaron a una inmensa gruta cuyos muros irregulares, suelo, estalagmitas y estalactitas estaban formados por un mineral de color azul.
Las paredes reflejaban de manera opaca cualquier silueta caminante. En ellas había incrustaciones de numerosos cristales que irradiaban una suave aura blanca.

Los Patronos avanzaron por ese subterráneo hasta llegar a una sección donde los rayos del sol caían en forma cilíndrica por una abertura en el techo. La luz marcaba exactamente el área de una fuente existente al ras del suelo, dejando todo lo demás en la penumbra.
Sin ornamento alguno, el agua dentro del círculo era cristalina, visiblemente pura. El estanque irradiaba una energía casi celestial con la que se alimentaba el césped y las coloridas flores que crecían a su alrededor.
Pero contrarrestando la belleza de la gruta, el estanque y la flora, varias siluetas lúgubres moraban allí.

Conforme Sennefer y Leviatán se acercaban al estanque, las siniestras sombras permanecieron a la expectativa sin darles alguna clase de bienvenida. Se distinguían las siluetas de seis individuos de diferentes alturas, complexiones y sexo.
Leviatán buscó a alguien en especifico entre ellos, mas al no encontrarlo preguntó—¿Acaso llegamos tarde?
Una de las seis figuras respondió— El señor tuvo que atender algunos asuntos, pero aseguró que estaría aquí antes de marchar. Sennefer, ya era hora que volvieras —dijo una voz masculina—. Tenías que haber regresado en cuanto el señor lo pidió. Tu arrogancia nos ha retrasado.
El shaman respondió con despreocupación—. Caesar, no deberías ser tan melodramático —se mofó, imaginando su verdadera mortificación—. Jamás me habría cruzado por la cabeza huir con esto, sé que tiene un valor demasiado especial para todos ustedes.
El Patrono egipcio tomó el cetro de Anubis, el cual generó una escandalosa llama azul. Sennefer metió la mano en las flamas, sacando una imponente espada dentada.
— No existe lugar en la Tierra en donde me hubiera podido esconder —rió al entregársela—. Tendrás que encontrar una mejor excusa para desafiarme. Además ya no voy a necesitarla, cumplió con su cometido.
Caesar tomó la espada respetuosamente, volviendo a desvanecerla en fuego.
— ¿De qué estás hablando? —se quejó otra de las sombras—. Fracasaste en tu tarea al dejarte dominar por tus asuntos personales. Y Nergal se prestó a tu tonto juego.
El Patrono de Brontes, Nergal, se dejó iluminar por la luz del sol. En la barbilla tenía una vistosa cicatriz la cual palpaba de vez en cuando—. No sé a qué vienen tales reclamos, al amo pareció no importarle ¿por qué no siguen su ejemplo?
— El señor ha sido generoso contigo Sennefer, te apoyó en tu campaña de venganza pero fallaste en la única condición dada —alegó otra voz masculina—. Eso es lo imperdonable.
— No tengo dudas de que habría cumplido mi parte del trato, pero el mismo señor me pidió parar. ¿Me reprochan el obedecer una orden directa? —Sennefer sonrió sarcástico para el desagrado de muchos.
— Involucrar al Santuario fue una estupidez —acusó un hombre que se dejó iluminar por el sol.
— Iblis, de ti sí puedo aceptar cualquier protesta —aclaró Sennefer con sorna.
Iblis, Patrono de la Stella de Nereo era un hombre joven de cabello café, gruesa barba en el mentón y ojos verdes bastante agresivos. Portaba una armadura azul menos vistosa y más ligera que cualquiera de los Zohars conocidos.
— Sabes que el Santuario se me fue encomendado a mí —aclaró molesto—. ¿Cómo habrías reaccionado si yo hubiera metido mis narices en Egipto?
— Te habría arrancado el corazón, sin duda —el shaman respondió sin quitar su sonrisa—. Realmente no fue nada personal, sólo se me ocurrió.
— Hacer partícipe al Santuario provocó tu fracaso —dijo Caesar con resentimiento—, no era tiempo de mostrarnos ante ellos. Debiste arrasar Egipto sin dejar sobrevivientes que pudieran dar testimonio de lo ocurrido, pero ahora todos conocen nuestra existencia.
— ¿No creen que si el amo lo hubiera querido así, simplemente habría frenado a Sennefer desde un principio? —preguntó Nergal, fastidiado.
— Esa es una excelente pregunta. Para regresar la paz a nuestro grupo quizá deba responderla.
Al instante, todos los allí reunidos se giraron hacia dónde provino la voz que los llevó a bajar una rodilla al suelo.
Un hombre envuelto en una manta y capuchón blanco se encontraba sentado arriba de un saliente situado a un par de metros por encima del suelo. La pequeña estructura le permitía una estancia cómoda frente a una fogata que se encendió con llamas rojas en cuanto llegó. A su alrededor revoloteaban muchas pizcas luminosas, como si se trataran de tímidas luciérnagas que son incapaces de alejarse de él.
Cada uno de los guerreros allí reunidos tenía su razón personal para bajar la cabeza en señal de respeto.
Algunos aún no se acostumbraban a sus inesperadas apariciones, era como un fantasma que se manifestaba cuando menos lo esperaban, no transmitía ninguna clase de energía o aroma con lo que pudieran anticipar sus llegadas.
— Sus corazones palpitan inquietos y ya he escuchado la razón —les dijo con una voz juvenil.
— Discúlpenos, no fue nuestra intención mostrar debilidad, mi señor —habló Caesar, Patrono del Zohar de Sacred Python.
— No se preocupen, es de humanos tener dudas, sentir miedo, ira, envidia... Es cautivador verlo en ustedes—el encapuchado agregó con suavidad, sólo una afilada barbilla era visible debajo de su atuendo.
De entre el ropaje blanco se asomaron un par de manos; la izquierda estaba envuelta completamente por un vendaje, mientras la derecha mostraba piel de pálido color. Con ellas, el enigmático joven sujetó una larga y delgada pipa de color negro, tenía dibujados símbolos coloridos, así como adornos de plumas que le daban un toque muy ceremonial y arcano. Con una sencilla señal de sus dedos, los Patronos tuvieron la libertad de erguirse.
El joven encapuchado encendió la pipa, fumando plácidamente— Todo lo que han dicho aquí tiene algo de razón, Sennefer tomó una decisión precipitada sin consultarlo y es probable que lo castigue por ello —sopló un poco de humo, meditando—, pero… entendí que ya no era necesario seguir ocultándonos —explicó con tranquilidad—. Su incursión ha logrado mandar un mensaje, lo acontecido en Meskhenet es sólo una muestra de lo que nuestras fuerzas son capaces de hacer, quedará como una herida difícil de aliviar. Quizá hayamos perdido el anonimato con el que nos hemos movido todos estos años, pero logramos intimidar a algunos de nuestros futuros enemigos. Ellos todavía desconocen nuestras ambiciones, en estos momentos deben estar confundidos, intentando descifrar nuestras identidades o capacidades. Podemos aprovechar ese aturdimiento para nuestros fines.
Sennefer y Nergal sonrieron airosos por sentir cada palabra como un alago a su logro.
— Además, la experiencia bien vale la pena. Ninguno de ustedes se había enfrentado a guerreros como los Apóstoles o los Santos. Díganme, ya que conocen su habilidad ¿se sienten capaces de vencerlos la próxima vez?
— Definitivamente —respondió Caesar, aquel que fue designado como el líder de los Patronos—. El poder del santo de Pegaso no fue lo que esperaba. Considerando que es uno de los hombres que más ha desafiado y herido a los mismos dioses, resultó una decepción.
— Según vimos, Nergal tuvo muchos problemas con ellos —dijo entre risas otro varón.
— Me tomaron por sorpresa —se apresuró a decir el Patrono Nergal—. Habría continuado peleando de no ser por ese entrometido santo de la Lyra. Admito que descuidé al número de oponentes que se reunieron a mí alrededor. La próxima vez no permitiré que sean tantos —prometió con un deje de furia—, mataré a todos los que se pongan en mi camino.
— Fuiste un vanidoso —Leviatán murmuró divertida.
— Supongo que Nergal ha aprendido una valiosa lección después de esto, nunca viajar sin un compañero —musitó con alegría el misterioso joven de ropa blanca—. No deben de olvidar su mortalidad. Aunque ahora se sientan capaces de superar hasta a los dioses, deben aceptar sus limitaciones. Que lo que les he obsequiado no los engañe, ¿me lo prometen? —preguntó con tono risueño.
— No lo defraudaremos, mi señor —Caesar dijo con un tono reverencial.
— Sé que no lo harán.

Un vapor blanquecino comenzó a brotar del estanque que rodeaban los Patronos. Del interior emergió una hermosa joven de cabello azul celeste, cubierta por un aura pálida que le daba una presencia divina. Sobre sus ojos cerrados había una antigua cicatriz que como un antifaz cruzaba por su bello rosto.
Usaba un vestido blanco largo y desmangado, completamente seco pese a que moraba en el interior de la fuente. Las puntas de sus dedos quedaron suspendidas sobre el agua mientras era contemplada por todos.
— Todo está listo, Hécate* ha tenido éxito —anunció la mujer con una voz gentil—. Llegó el tiempo apropiado para que partan.
— Es una buena noticia —comentó el joven de la pipa.
Los Patronos se mostraron confundidos. No era algo extraño la ausencia de Hécate, pero parecía que esta vez fue con una intención.
— ¿Alguna advertencia en tus visiones, Tara? —preguntó el de vestimenta blanca.
— No, todo sigue tal cual he visto, señor —ella respondió con solemnidad—. Los guerreros de esa tierra caerán, y al final del camino el desgarrador llanto de un niño finalizará la batalla.
— Bien, entonces… Caesar, será tu turno de actuar —el Patrono asintió ante la orden de su señor—. Pero tal cual hemos acordado no puedes ir solo, llevarás contigo a Dahack, ¿o tienen alguna objeción?
— Ninguna —respondieron dos voces al unisonó.
— El resto de ustedes continuará con sus respectivas tareas hasta que vuelva a requerir de su presencia, pero tú Sennefer, en vista que concluí mi parte del convenio por el que has conseguido tu más ferviente anhelo, debo preguntarte… ¿estás listo para cumplir el tuyo?
Sennefer inclinó la cabeza una vez más para decir— Emplearé todo mi poder para ver cumplido su deseo. Estoy a su entera disposición, señor Avanish*.
— Excelente, porque tengo una propuesta para ti —el joven sonrió ampliamente frente al fuego rojo.



Capitulo 24
Asambleas de guerra. Parte I.


Grecia, Santuario de Atena.

Para Sugita de Capricornio, volver al Santuario después de una brutal batalla fue un júbilo por el que cualquier novato se sentiría sobrecogido.
Gracias a la habilidad del santo de Géminis, pudieron regresar en menor tiempo trayendo consigo también a Seiya de Pegaso y a Leonardo de Sagita. El resto de la brigada permaneció en Egipto bajo las órdenes de Ikki de Fénix para continuar con las labores.

Los custodios de la entrada principal se sobresaltaron al ver cómo en las cercanías el manto entre dimensiones se fracturaba, mostrando un limbo negro en el que las estrellas y galaxias se movían. Quedaron todavía más absortos cuando los cuatro santos emergieron de la abertura antes de que ésta se cerrara. Tardaron un poco en reconocerlos ya que dos de ellos traían vestimentas nada parecidas a las usadas en Grecia.
Sólo hasta que Albert de Géminis les hablara salieron de la conmoción, dándoles el paso de inmediato.

A lo largo del camino fueron bien recibidos por los soldados, hasta llegar a la fuente donde Shunrei ya los esperaba. En un acto maternal la mujer abrazó a cada uno de los tres jóvenes quienes tomaron el gesto con aprecio.
Seiya parecía muy apurado por partir hacia los aposentos del Patriarca, por lo que tras intercambiar algunos saludos y recomendaciones, se marchó.

— Deben estar exhaustos y hambrientos —Shunrei les sonrió con amabilidad—, será mejor que descansen un poco ahora que pueden. Ya habrá tiempo para aclarar lo sucedido, por mi parte sólo puedo decirles que estoy orgullosa.
Leonardo reaccionó gustoso ante la palabra comida, por lo que estaba completamente de acuerdo con la idea del descanso. Sugita se apenó un poco por lo que nada más pudo responder con el mismo gesto. Albert permaneció inexpresivo.
— Consciente de su llegada —la mujer continuó—, el Patriarca ha convocado una reunión dorada, al mediodía, por lo que es importante que asistan con puntualidad. Todos los santos de oro estarán allí, conocerán a aquellos que arribaron durante su ausencia y se tratarán asuntos relativos a lo ocurrido aquí y en Meskhenet.
— ¿Todos los santos dorados? —se le escapó decir a Sugita con un deje de emoción y admiración.
— Cuando menos los que el Patriarca ha reconocido como tales —Shunrei respondió con alegría.
— Escuché que Kiki de Jamir está aquí —se adelantó Albert.
La esposa del Patriarca asintió— Durante todos estos altercados, otro más ocurrió en Jamir. Afortunadamente Kenai se encontraba en una misión en aquellas tierras, pero perdimos al santo del Cuervo.
— ¡¿Qué?! ¡¿Kraz?! —Leonardo de Sagita se sobresaltó—. ¿Kraz está… muerto?
Shunrei asintió con tristeza, pero mantuvo serenidad— En el Templo de Plata los demás podrán darte detalles, Leonardo. Será mejor que vayas y te reportes, otros de tus compañeros seguramente te necesitarán. Puedes retirarte.
Leonardo permaneció unos segundos cabizbajo, no era posible que uno de sus hermanos de plata hubiera tenido tal fin. Sólo hasta que Shunrei le tocara el hombro es que asimiló la petición, partiendo inmediatamente hacia el templo.

A Sugita le avergonzó no saber nada sobre el santo caído como para compartir una reacción similar, en cambio Albert no lucía para nada afectado, por lo que buscó proseguir con la charla.
— ¿Dónde se encuentra ahora? —Albert deseó saber.
— El Patriarca le ha permitido establecerse en el Templo de Aires por el momento. Tengo entendido que sus cloths sufrieron daños durante las batallas, si gustan pueden ir a verle, tal vez pueda hacer algo por ellas.
Albert sabía que las cloths de los santos tenían su propia forma de sanarse a sí mismas, en los días pasados seguramente la armadura de Géminis ha restaurado gran parte de sus piezas, pero la idea de que en cualquier momento tuviera que luchar de nuevo le transmitía cierto temor, no iba a marchar a la batalla con una coraza herida y frágil.
— Ven conmigo —le ordenó a Capricornio quien asintió.
Sugita no sabía de lo que hablaba Albert, pero suponía que admitir su falta de conocimiento sólo provocaría alguna clase de reprimenda o insulto.
— Albert, espera un momento —Shunrei pidió—. El templo de Géminis aún se encuentra inhabitable, hice algunos preparativos para que…
— No debe preocuparse, me alojaré en la biblioteca mientras tanto —Géminis se adelantó a decir—. Si nos disculpa, nos retiramos.

Los guerreros de Géminis y Capricornio subieron las escalinatas hacia el templo de Aries llevando consigo sus respectivas cajas de oro. Allí las reparaciones habían concluido, por lo que lo único que encontraron a las puertas de la primera casa fue otro dúo que despreocupadamente tomaba el sol de la mañana.

A la distancia, sentados muy cómodamente en las escaleras, Souva de Escorpión y Kenai de Cáncer saludaron a ambos con alegría. Hasta que se acercaron lo suficiente uno de ellos se atrevió a decir algo.
— Pero qué galantes, con esos atuendos casi no los reconocimos —siendo el risueño Escorpión quien lo hiciera.
— Ese bronceado te sienta bien Albert, te va mejor que el color amarillento de biblioteca —secundó Cáncer de modo bromista.
Albert se mantuvo paciente pese a tal bienvenida— Cualquiera pensaría que después de una experiencia tan cercana a la muerte llegarían a madurar, pero ustedes no se curarán ni muriendo —comentó.
— Quizá sí, la Muerte no tiene sentido del humor y eso bien que lo sé —Kenai añadió con cinismo.

Sugita desvió la vista hacia el cielo cuando un ligero chillido lo obligó a mirar. Vio como un majestuoso cuervo de plumas plateadas descendió de las alturas para posarse sobre el hombro izquierdo del santo de Cáncer sin que éste se lo impidiera.
Mientras los santos hablaban, el cuervo miró con atención a los recién llegados.
— Es la primera vez que veo a un cuervo como ese… —Sugita lo admiró como si fuera algo único.
— Sí, es extraño de ver. Aquí nuestro médico brujo regresó con una extraña afición por las aves de rapiña —Souva agregó bromista—. Esperen a pasar por su templo.
— Son buena compañía aunque no lo creas —el shaman aclaró al sobar el pico del ave—. Este es mi favorito, pueden llamarlo Kraz.
Albert y Souva pestañearon extrañados ante el nombre, a Sugita le confundió la idea de que se llamara igual que el santo que murió recientemente.
No importa cuánto lo mirara, Albert percibía algo muy antinatural en el cuervo gris. Sólo le bastó intercambiar miradas con Kenai para saber que éste le ocultaba alguna clase de secreto que podría intentar descubrir.
— Nombrar a tu nueva mascota como tu discípulo muerto es algo de mal gusto ¿no lo crees? —Albert preguntó.
El santo intercambio miradas con el ave antes de decir— Tienes algo de razón, quizá debería llamarlo Mortimer o algo parecido —meditó Kenai, recibiendo severos picotazos en la cabeza por parte del cuervo.
— ¡No, no, no! “Kraz”… “Kraz” está bien, es el que le gusta —aclaró, sonriendo con nerviosismo para apaciguar a la orgullosa criatura ante la mirada absorta de los presentes.

— A todo esto ¿qué es lo que hacen aquí? —el santo de Capricornio preguntó a Souva.
— Bueno… el maestro de Jamir nos ha pedido que le permitamos echarle un vistazo a nuestros ropajes sagrados —respondió con actitud relajada—. Éramos los últimos así que tendrán que hacer fila.
Por supuesto que tal enunciado hizo que Albert terminara por subir los últimos peldaños para entrar sin más al Templo de Aries.

— Me enteré que tuvieron sus problemas, pero mírate, estás ileso —Souva examinó a Sugita, no viendo ni si quiera un raspón o cicatriz a diferencia del santo de Géminis quien aún conservaba algunos vendajes en el cuerpo.
Sugita se miró los brazos ante el comentario sin encontrar palabras que excusaran su falta de heridas de guerra, por lo que Kenai intervino.
— Los beneficios de ser joven, sanan rápido —Kenai se levantó con la intención de guiarlo—. Lo mejor será que vayamos adentro, si tu armadura está dañada de seguro Kiki podrá repararla antes de la reunión. Ven, no querrás ser el único que no vista apropiadamente su ropaje ¿o sí? —inquirió, a lo que el joven santo asintió.

--------------------------------

Llevaban pocos días viviendo en el Santuario. Para Ayaka era la primera vez que pisaba aquellas tierras desconocidas, por lo que, cuando no se encontraba ayudando a su maestro, aprovechaba para recorrer los sitios cercanos y conocer a las personas que allí moraban.

En cambio, Kiki de Jamir no se permitió distracciones pese a la nostalgia que el Templo de Aries despertaba en su corazón. Una vez que intercambiara información con el Patriarca y llegaran a ciertos acuerdos, se instaló para dar tratamiento a las dañadas cloths.

Las remembranzas del Patriarca pudieron ser las razones por las que le concedió alojarse en la Primera Casa. Claro, Kiki entendía que era un caso temporal puesto que él no era el sucesor de la armadura de Aries pese a su propia desilusión. Muchos le concederían el titulo sin dudarlo tras haber sido el aprendiz del antiguo santo de oro, Mu de Aries, sin embargo ni el destino, ni la cloth de oro, compartían ese mismo pensamiento.

El lemuriano podía admitirlo, siendo más joven reprochó su mala suerte, pero el tiempo lo hizo reflexionar para aceptar su papel en el orden de las cosas. Siguiendo el ejemplo de vida que le dejó su antiguo maestro, decidió emplear sus conocimientos tal y como los anteriores a él, incluso transmitirlos para el futuro.

Podía contemplar sin envidias ni resentimientos a los cuatro guerreros dorados que orgullosos vestían sus respectivas armaduras sagradas. Los vio partir hacia los aposentos del Patriarca, sólo hasta perderlos de vista es que le permitió a Ayaka tomarse el resto del día, sin causar molestias a nadie.
La pequeña lemuriana partió contenta una vez que terminara de acomodar los utensilios y herramientas en sus respectivos cofres. Intentó disuadir a su maestro para que la acompañara, pero éste se negó con sutileza al tener otros planes.

Kiki se encaminó hacia algún punto de los terrenos montañosos que rodeaban el Santuario, donde hace muchos años encontró un lugar perfecto para meditar o pasar un tiempo de tranquilidad. Era un pequeño espacio entre las altas cordilleras donde el suelo y ciertas rocas estaban cubiertos por algo de musgo o césped; sobre una pared caía una delgada línea de agua cuyo principio y final siempre ha sido desconocido para él.
Con la mano tomó un sorbo de agua fresca, notando la sombra que se proyectó instantes después en el muro frente a él. El lemuriano giró lentamente para encontrarse con la figura de la amazona plateada de Perseo.

La aterradora máscara de Medusa no era algo por lo que Kiki pudiera sentirse intimidado, jamás lo estuvo.
— Tiempo sin vernos, Elphaba —saludó el pelinaranja—. Recibí tu mensaje, aquí estoy.
— Por un momento creí que no te atreverías a hacerlo —dijo la mujer.
— Sé que tú y yo tenemos asuntos pendientes —Kiki permaneció apático—. Dime, ¿tanto misterio y frialdad acaso significan que has cambiado de opinión?
Elphaba no respondió.
— ¿Piensas matarme? —inquirió el lemuriano, logrando una reacción en la amazona.
— Lo has sugerido tantas veces que comienza a ser una posibilidad tentadora —contestó secamente—. Es como si desearas que cambiara mi elección. ¿Aún te inquieta más que haya decidido amarte que el asesinarte? —preguntó casi entristecida, acercándose a él.
— Sabes que no es así —dijo con una sonrisa—, es sólo que desearía que los sentimientos de los que hablas hubieran nacido sin que esas leyes por las que te riges influyeran.
Elphaba de Perseo se cruzó de brazos, mostrando algo de fastidio— Veo que tu estancia en Jamir te ha cambiado, solías ser más agradable y despreocupado.
— Allá hay mucho tiempo para reflexionar… Por lo que respóndeme una cosa, de no ser por ese pequeño incidente en el pasado ¿habrías podido llegar a amar a alguien como yo?
La amazona volvió a callar.

Cuando llegó a vivir al Santuario siendo una niña, Elphaba y Kiki no congeniaron, mucho menos si el travieso lemuriano se la pasaba presumiendo sus extrañas habilidades entre los demás chicos de su edad, sin mencionar las historias de cuando fue el aprendiz de un santo de oro. Tales cosas no las toleraba entonces y quizá ni ahora siendo una mujer.
De cierta manera Elphaba escogió a Kiki como el rival con el que debía competir día a día para superarse, intentando sobresalir en todas y cada unas de las pruebas puestas por los maestros. Ganar, esa fue su meta por los primeros años de entrenamiento, algo que el lemuriano tomaba como un juego al aceptar los continuos retos. Algunos los ganó, otros los perdió, jamás se permitieron un empate.
La extraña rivalidad continuó los años que siguieron, aun cuando ella fue puesta en manos del santo de Pegaso.
Pero entonces Kiki vio su rostro un día y, en contra de lo que ella misma pudiera imaginar, no fue capaz siquiera de pensar en hacerle daño.

— Debí haber elegido la segunda opción —la amazona respondió algo irritada.
— Aún estás a tiempo.
— ¿Bromeas? El Santuario te necesita más que nunca, no dejaría que rencillas personales perjudicaran a mis camaradas.
— Lo dices como si yo me fuera a quedar quieto para que lo hicieras —comentó tras una risita.
Elphaba bajó los brazos, estando a punto de golpear al desvergonzado lemuriano, pero logró contenerse.
Kiki percibió la ira corriendo por el cuerpo de Elphaba, por lo que para aminorar las cosas dijo— No quiero que malentiendas todo esto… yo tengo sentimientos fuertes por ti, te lo dije aquel día, te lo demostré, pero… quería que estuvieras segura de tus propios sentimientos. Creí que alejándome sería lo mejor, estaba tan confundido como tú, pero en Jamir encontré mi respuesta a todo esto y es ahora que la comparto contigo —el lemuriano se atrevió a tomarle las manos—. Eres importante para mí Elphaba, descubrí que te amaba incluso antes de verte a los ojos por primera vez aquel día…
La amazona ahogó cualquier sonido de su boca, atragantándose ante tales palabras.
— Quería que tú también encontraras tu propia resolución —prosiguió ante el silencio de la guerrera—, pero si no eres capaz de contestar la simple pregunta que te hice antes, significa que aún dudas.
— Kiki… soy muchas cosas pero no una maldita adivina —dijo finalmente—, no puedes preguntarme algo como eso y esperar que sepa la respuesta. Si no me hubieras visto ese día… ¡no sé lo que habría pasado entre nosotros, no tengo una esfera de cristal para saberlo! —Elphaba correspondió el apretón de manos con determinación—… Pero lo que sí puedo decirte con certeza es que… tarde o temprano yo me habría desprendido de mi máscara como lo hago ahora —dijo antes de apartarla de su rostro sin ninguna vacilación.
Kiki quedó cautivado por la suave mirada que la amazona mostraba en ese momento decisivo. Pese a las cicatrices en su rostro, era una mujer bella.
— Y te habría robado un beso para que entendieras lo que a tu cabeza de chorlito le cuesta aceptar.
Elphaba soltó la máscara, abrazándose al cuello del lemuriano para plantarle un largo beso con el que esperaba dejar muy en claro cuáles eran sus verdaderos pensamientos.

-------------

El Santuario, Salón del Patriarca.

En el nuevo Santuario era la primera vez que una reunión de tal índole se llevaba a cabo.
Cada santo de oro arribó al Gran Salón con diferentes espacios de puntualidad, siendo Terario de Acuario el primero y Nauj de Libra el último en llegar. Por supuesto, aquellos que habían estado ausentes en sus respectivas misiones no conocían a los nuevos adeptos.
Souva se dio la libertad de llevar a cabo las presentaciones. Cada uno reservó sus comentarios respecto al otro, pero hubo algunos gestos que no pasaron desapercibidos.

Los nueve santos de oro aguardaron en la antesala a la cámara del Patriarca, esperando que el Pontífice les concediera el paso.
La amazona de Virgo, así como los santos de Libra y Géminis, mantuvieron su distancia y mutismo mientras el resto dialogó un poco entre ellos.
Durante los días pasados, el joven Jack de la constelación de Leo había logrado un acercamiento con la amazona de Tauro, algo por lo que Souva se entrometía sólo para hacer comentarios algo pecaminosos que Calíope catalogaba de mal gusto.
Kenai de Cáncer creció en una región de tundra muy similar a Siberia, por lo que era capaz de sostener una conversación con Terario de Acuario cuando menos. El santo de Acuario se prestó a la charla al sentir curiosidad por los tatuajes en el rostro de Kenai y por el clan de shamanes al que dice pertenecer.
Sugita de Capricornio escuchaba un poco de cada charla sin adentrarse a una. Ocultaba muy bien la emoción que le causaba poder estar en la orden dorada; la predicción que le dejó su madre se había cumplido después de todo. Él no se sentía capaz de compararse con ninguno de sus compañeros de armas, seguía siendo el más joven de ellos, pero en silencio les prometió que jamás se quedaría atrás.

Las puertas blancas de la cámara del Patriarca se abrieron lentamente para ellos. Un hombre y una mujer de la servidumbre se inclinaron respetuosos, animándolos a tomar un lugar.
— Fue idea mía— Souva de Escorpión murmuró cínicamente a Albert, anticipando la reacción de éste al ver dentro de la habitación una mesa rectangular con nueve asientos repartidos a los lados laterales y otros dos en los cabezales.
La larga mesa estaba cubierta por un amplio mantel rojo sobre el que se colocaron vasos y copas, junto a delgados cantaros con agua y vino.
Las sillas de madera mostraban tallados con diseños florales en los altos respaldos, siendo las dos situadas a los extremos las más elaboradas y distintivas.
Algunos dudaron un poco, pero una vez que el Patriarca y el santo de Pegaso aparecieran en lo alto rindieron sus respetos.
— Es una alegría que todos hayan podido asistir, por favor, tomen asiento —el Patriarca habló cordialmente conforme descendía por las escalinatas—. Me habría gustado que nuestra primera reunión se hubiera efectuado por motivos más amenos y de convivencia — sólo hasta que él tomara su lugar correspondiente el resto lo imitó. No existía un orden destinado, por lo que cada uno de los santos se acomodó donde quiso.
— Primero que nada deseo darles la bienvenida —el Patriarca comenzó—. Santos de Géminis y Capricornio, es un gusto tenerlos de regreso. Como todos pueden ver, la orden dorada comienza a completarse. Ya sea por designio de nuestra diosa o simple coincidencia, nueve de los doce santos dorados se han reunido ya en el Santuario.
— Y en buen momento —agregó Seiya en el asiento opuesto al Patriarca—. Todos están al tanto de lo ocurrido durante la invasión al Santuario y el ataque a Meskhenet.
— Es lamentable —prosiguió el Patriarca con solemnidad—. Nos es claro que todo esto no ha sido más que el preámbulo de batallas con motivos que aún desconocemos.
— Tres enemigos han salido a la luz —participó Nauj de Libra—, es evidente que todos provienen de una orden de guerreros que sirven los designios de alguien con el suficiente poder como para someterlos.
— Considerando que los tres Patronos (como se hicieron llamar) son dueños de un poder abrumador, no es difícil de imaginar que sirven a alguna clase de deidad —agregó Albert de Géminis.
— No es así —el santo de Libra aclaró con rapidez—, en mi batalla contra el llamado Nergal, me aseguró que ninguno de ellos se permitiría dominar por algún dios.
— ¿Un hombre común, quizá? —inquirió el guerrero de Acuario.
— No —dijo la amazona de Virgo—, pero sea quien sea debe tener la capacidad para despertar y subyugar a alguien como Sennefer, ya varios de nosotros hemos comprobado que es alguien de temer. Si él mismo abandonó la batalla sin ver cumplida su ambición hasta el final, significa que siguió alguna clase de orden, tal y como sucedió en el Santuario.
— Considerando las evidencias y muchas otras conjeturas de quienes fueron testigos de lo ocurrido, es casi un hecho que debe ser alguien que conozca el arte de los shamanes ¿no estás de acuerdo conmigo, Kenai? —Albert preguntó.
El santo de Cáncer apartó el vaso del que bebía agua para contestar— Egipto es la cuna del shamanismo como lo conocemos, que uno de los Patronos sea un shaman no significa que sigan a uno… pero en Jamir pude hacer mis propias averiguaciones —lentamente volvió a llenar el vaso de cristal—. Si me permite Patriarca creo que es el mejor momento para compartir mis descubrimientos con todos.
Shiryu asintió, esperando a que el santo de Cáncer revelara información importante.
— Ya todos saben que mi misión en Jamir era el primer paso para encontrar las cloths de oro que aún no regresan al Santuario. En mi andanza por el mundo de los espíritus, al ser la forma más rápida de lograr mi propósito, sentí ciertas anormalidades, fluctuaciones entre la delgada línea que divide el mundo de los mortales y el más allá.
Shai de Virgo se mostró más interesada que el resto. Comenzaba a darse cuenta que en el Santuario existían aliados valiosos y de gran conocimiento.
— Al creer que investigar más a fondo valdría bien la pena, tuve que visitar la entrada al mundo de los muertos para preguntarle al mismo custodio del lugar.
Para algunos en la mesa, las palabras de Kenai carecían de sentido o eran demasiado fantásticas para ser ciertas.
— Y este me dijo algo interesante… me confirmó que en efecto, algo o alguien estaba causando tales disturbios. Él no tiene ninguna obligación, ni mucho menos permitido revelarme más, pero mencionó que fuerzas muy antiguas están movilizándose en nuestro mundo, algo por lo que ciertamente se encontraba preocupado —pausó al tomar un trago de agua.
— Debió hablar de Sennefer y el Cetro de Anubis —indicó Shai de Virgo.
— Sí, pero ese hombre y su artilugio maldito son sólo uno de los dos problemas que lo mantienen inquieto. Como shaman que soy, me aseguró que si libraba al mundo de la amenaza del Cetro de Anubis sería una carga menos para nosotros… de lo segundo no fue capaz de aconsejarme nada ya que me obligó a regresar al mundo de los vivos por una razón. Cuando desperté, la Torre de Jamir estaba siendo invadida por tres enemigos que buscaban asesinar a todos los que estábamos allí. Perdí al santo del Cuervo en esa excursión —se lamentó por unos segundos—, pero de esos hombres obtuve una alarmante revelación. Cuando intenté extraer toda la información posible de uno de ellos, el hombre murió sin que yo fuera el responsable. Al examinar sus restos encontré esto —Kenai extrajo algo de entre su armadura, un rollo envuelto en una tela azul, la cual extendió en la mesa. Descubrió un pedazo de piel sobre el que se habían marcado símbolos en una especie de código alrededor del centro.
El shaman no sufría ninguna clase de remordimiento por haber tomado ese trozo de carne de un cadáver, desde pequeño ha sabido cómo curtir las pieles de los animales por lo que no fue muy diferente pese a pertenecer a un ser humano. Además, para él era importante preservar ese conjuro lo más intacto posible.
Unos cuantos en la mesa sí llegaron a sospechar que se trataba de piel humana, para otros pasó desapercibido, pero ninguno entendía la valía de dicho descubrimiento.
Seiya de Pegaso fue quien lanzó la pregunta que todos pensaban —¿Y eso qué significa?
— Esto, camaradas, es la mayor prueba de que lo que Albert y otros tantos han llegado a pensar sea factible, un habilidoso shaman está involucrado en todo esto.
— ¿Pero qué es eso exactamente? —Souva preguntó, contemplando fijamente las marcas.
—Es un sello ancestral que fue prohibido entre los mismos shamanes siglos atrás. Para mí el proceso es tan desconocido como para ustedes pero no tengo dudas, con estos símbolos y el ritual adecuado es posible sacar el alma de un cuerpo original para introducir otra, incluso de naturaleza diferente.
Muchos se mostraron inquietos ante tal explicación. ¿Algo como eso era posible? El espanto fue claro en ojos de algunos.
— ¿No puede ser posible que el mismo individuo que atacó Egipto sea el autor de dichos conjuros? —cuestionó el Patriarca.
— Es poco probable Patriarca, este arte prohibido se creó entre los clanes que se originaron en Norteamérica, mucho antes de que los primeros hombres blancos arribaran a sus tierras. Son rituales un tanto diferentes al compararlos con los de Medio Oriente.
— Parece que todo se reduce a Norteamérica… cada vez se vuelve más sospechosa la actitud tomada por el Shaman King ¿no piensa igual, Patriarca?—comentó Albert con sarcasmo.
— Kenai es el único shaman en esta mesa —se adelantó Souva al encontrar la mala intención en lo dicho por el santo de Géminis—, ¿qué opinas amigo? El Shaman King ha sido un hombre honorable que le ha brindado ayuda al Santuario desde que tengo memoria, ¿lo creerías capaz de algo semejante?
Toda la atención recayó sobre Kenai quien miró en redondo a sus compañeros. Se cruzó de brazos para dar una respuesta sincera tomando en cuenta todo lo expuesto por sí mismo.
— Es una posibilidad… yo no la descartaría.
Cierta conmoción originó murmullos entre los santos, Seiya de Pegaso parecía el más convencido de que era la suposición correcta.
— Pero —prosiguió Kenai— una vez mi abuelo dijo que no existía un trabajo más ingrato que el del mismo Shaman King —el santo sonrió ante la remembranza de ese viejo sabio—. Él, pese a su vasto poder e influencia sobre el mundo, en ocasiones está obligado a apartar la vista y permitir que las cosas sigan su curso… La humanidad es como un niño que debe aprender a levantarse cuando ha caído y el Shaman King es el padre que estará allí para confortarlo una vez que lo haga.
— Parece que estamos donde empezamos —renegó el santo de Libra, decidiendo tomar una de las botellas de vino para llenar su copa. Era claro que la reunión tomaría más de lo que esperaba y ya comenzaba a fastidiarse.
— Kenai tiene derecho a exponer sus opiniones. Pero una cosa es clara pese a que no podamos descartar ninguna de las dos posibilidades —Caliope de Tauro habló—, los Patronos están respaldados por uno o muchos shamanes. La búsqueda se ha reducido a Norteamérica, quizá más específicamente a la renombrada Aldea Apache. Tal vez el Shaman King esté inmiscuido, tal vez no, pero como quiera que sea muchos de nosotros estamos indefensos ante habilidades como las que ellos tienen —admitió Calíope, recordando la experiencia sufrida al pelear con Kaia, Apóstol Sagrada de Isis.
Sugita asintió, los combates en Egipto fueron de un nivel con los que nunca imaginó tendría que lidiar.
— Tras haber enfrentado algo como Sennefer me permite sugerir algo —Albert volvió a tomar la palabra—. No tengo problemas con enfrentar a enemigos de carne y hueso, pero si existe una manera de protegernos de aquellos a los que no podemos ver ni mucho menos tocar espero puedas dárnosla, Kenai.
— Supongo que lidiar con una horda de espíritus no fue del todo grato —Kenai comentó divertido.
— Tú debes saberlos mejor que nadie —respondió el santo de Geminis.
— Y por eso entiendo tu punto. Debo meditarlo un poco —pidió, rascándose la mejilla.
— La brujería de la que hablan quizá vaya a resolver uno de los mínimos problemas a los que nos enfrentaremos. Pero olvidan que los ropajes con los que se protegen esos sujetos parecían irrompibles, ni siquiera las armas de Libra fueron capaces de hacerle algún daño —Nauj dijo con indignación—, sin mencionar que cuando creí haberlo herido ni siquiera sangre brotó de su cuerpo ¿acaso todos serán inmortales?
— Son vulnerables, conocen el dolor. Cuando Aristeo de la Lyra empleó sus técnicas, el Patrono quedó totalmente indefenso— meditó el Patriarca en voz alta.
— Pero el santo del Cuervo fue capaz de hacer pedazos las armaduras de aquellos que los atacaron en Jamir —añadió el santo de Pegaso—, Kiki mencionó que no eran armaduras nada extraordinarias ni muy diferentes a las cloths.
— Tal vez entre ellos también existan rangos… los Patronos podrían ser los más poderosos de los guerreros —Shai comentó.
— Esto no nos está llevando a ninguna parte —musitó el santo de Libra.
— Es un rompecabezas que no debemos precipitarnos en armar, muchas de las piezas aún se encuentran perdidas —sugirió Jack del signo de Leo.
— Tiene razón —Terario de Acuario lo apoyó—. Debemos actuar con cautela.
— Encargarse del hombre que atacó Egipto debe ser una prioridad en cualquiera de los planes que escojamos seguir —Kenai recomendó—. Tal vez no sea el origen del problema pero debemos tomar en cuenta el consejo que se me fue dado.
— Desde que comenzaron estos incidentes he alertado a todos nuestros aliados —explicó el Patriarca—. En vista que tanto el Santuario y Egipto fueron atacados, no podemos descartar que intentarán lo mismo en otros lugares.
— Entonces ¿sólo esperaremos a que ellos hagan su siguiente movimiento? —preguntó Shai.
El Patriarca negó con la cabeza —Debemos estar preparados. Kenai me ha informado que conoce los lugares en donde los ropajes de Aries, Sagitario y Piscis se encuentran. Al desconocer los peligros con los que lidiaremos en el futuro, será necesario contar con todo el apoyo posible. Enviaré a algunos santos a la búsqueda en vista que Kenai tendrá mucho que resolver aquí.
— Intentaré encontrar alguna información que pueda sernos útil —se comidió el santo de Géminis—. También me aseguraré de incrementar la vigilancia y darles un debido adiestramiento a nuestras tropas. Debemos estar alerta para cualquier escenario posible.
El Patriarca accedió— Enviaré otro mensajero a la Aldea Apache, será necesario que uno de nuestros hombres permanezca allá para reportar cualquier anomalía —decidió pese a ser una asignación peligrosa para cualquiera.

Seiya de Pegaso divagó por sus pensamientos. Ver reunidos a los nueve santos de oro de la nueva generación lo llevó a hacer algunas comparaciones que lo hicieron sentir alguien viejo, de una época remota, pero tal sensación era una simple ilusión. Estaba en la mejor de sus épocas, capaz de enfrentar a los nuevos enemigos ¿pero qué hay de ellos? ¿Los santos de este nuevo mundo estarán capacitados para enfrentar tal guerra?
Una de las principales debilidades que veía a simple vista era la falta de hermandad entre ellos. Cierto que la generación anterior estuvo formada por guerreros muy distintos entre sí, pero al final se percibió que compartían un mismo ideal… algo que no veía en éste grupo.
Cuando compartió dicha preocupación con el Patriarca, Shiryu le aseguró que el tiempo se encargaría de crear esos lazos de amistad y camaradería, además le pidió que no olvidara que ni ellos mismos se llevaron bien al principio, sólo hasta que pasaron por fuertes experiencias es que llegaron a conocerse y respetarse.

A diferencia del Patriarca, el santo de Pegaso no confiaba tanto en los nuevos adeptos. ¿Qué es lo que realmente sabían sobre ellos?
El santo de Acuario domina las técnicas del puño de hielo que sólo los caballeros de cristal conocen. Hyoga no fue su instructor y aun así el ropaje dorado de Acuario le sirve. No ha escondido el nombre de su maestro, ni su ubicación, pero aunque aseguren ser fieles a la causa del Santuario toda esa situación le resultaba extraña.
El santo de Libra era demasiado prepotente para su gusto. Él mismo fue testigo de las reacciones violentas y brutales que tuvo durante un combate. ¿Alguien cómo él será el más adecuado para decidir cuándo se amerita el uso de las armas de Libra? Además, la manera en la que miraba a todos le parecía muy inquietante.
El santo de Leo era el único de ellos que no le despertaba ningún mal presentimiento. Pero parecía un joven demasiado influenciable, justo como Sugita de Capricornio. Le acongojaba que ambos pudieran hacer malas amistades y eso los llevara por un mal camino.
Aunque para ser justos, el resto de los santos tampoco eran un grupo de querubines bondadosos.
Albert de Géminis era el más problemático por su modo de actuar, pero para oponérsele siempre podrán contar con Souva de Escorpión quien sabe cómo mantenerlo a raya… aunque todo sería más sencillo si el Escorpión supiera comportarse.
Shai de Virgo estaba en una cuerda floja. Sin importar que haya sido discípula de Shaina durante su infancia, quien engaña una vez puede volver a hacerlo…
Podía confiar plenamente en la amazona de Tauro, quien aprendió las técnicas de Aldebaran. Se ha ganado un lugar importante en el Santuario por lo que muchos la consideran una autoridad que no dudarían en seguir.

Kenai de Cáncer era un tema diferente... Desde que llegó al Santuario acompañado por Yoh Asakura, intuyó alguna clase de doble intención. Quizá ahora sus sospechas estaban adquiriendo forma y el shaman no sea tan devoto al Santuario como pretende.

Seiya abandonó toda suposición paranoica al notar un gesto de preocupación en Shiryu.
Mientras los demás continuaban con las discusiones, el Patriarca guardó silencio total de un momento a otro. Nadie se percató de ello, ni mucho menos de su importancia hasta que se alzó de su asiento con evidente conmoción.
Todos guardaron silencio por el inesperado movimiento. Escuchando con claridad cuando Shiryu dijo— Asgard… fue atacada por el enemigo…



Fin del Capítulo 24


Hécate*
Es el nombre de una diosa de las tierras salvajes y los partos. Debo aclarar que NO ES ESA Hécate que aparece en Saint Seiya Next Dimension, sólo es un nombre.

Avanish* nombre que significa dios de la Tierra.

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EL LEGADO DE ATENA - Capítulo 67. "Epílogo"


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Publicado 07 febrero 2012 - 09:44

Hola Seph_Girl

que bueno tenerte de regreso y como siempre excelente capitulo

las escenas de misterio sobre el enemigo quedaron geniales

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esperando el proximo capitulo

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Publicado 01 marzo 2012 - 14:46

Hola Steph!
Que gusto me dio ver un nuevo capitulo tuyo...lo empece a leer y lo acabe de inmediato
Me ha gustado mucho, creo que tiene mucho suspenso lo cual me va atrapando mas la historia
Espero el prox. cap
Saludos!!

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Publicado 06 marzo 2012 - 10:59

Veamos si ahora si me deja editar esto.....

************

Hace 15 años en el extremo norte de Europa.

—“Yo, como tu único hermano, te llevaré a la tierra donde nacieron nuestros padres”.

Esa fue la promesa que terminó por arrebatarle lo último de sus fuerzas. Un momento de descanso se convirtió en una larga siesta en la que el intenso frío lo sumió por completo, invitándolo a permanecer allí, eternamente bajo la nieve junto a su hermano. La muerte veló su sueño con la atractiva promesa de desvanecer todo lo que le aquejaba: dolor, remordimientos, confusión pero sobretodo tristeza.
Pero tal cual solía suceder desde que era pequeño, entre más profundo dormía, con más fuerza es que las pesadillas lo acosaban.

Las corrientes gélidas que comenzaron a zumbar en sus oídos como un cántico mortal, hicieron que sus cejas empezaran a temblar, indicando la desesperación por retomar el control de su cuerpo catatónico y al borde del deceso. Los ojos castaños del guerrero de Alcor se abrieron asustadizos.
Él continuaba recostado sobre el pecho de su inerte gemelo, tal vez en un acto inconsciente por encontrar un milagroso palpitar de ese silencioso corazón.
Con el cuerpo entumecido, Bud logró erguirse, mirando hacia el cielo en un intento por descubrir el momento en que se encontraba el día, mas las nubes grises se negaron a resolver cualquier duda.
Sobre él una gran tormenta de nieve se desataba, cubriendo de blanco caminos o aldeas.
Tardó unos segundos en darle sentido a sus pensamientos, confusos aún por los sonidos de su última pesadilla.
Entrecerró los ojos ante el golpeteo continuo de los copos sobre su cara, no podía ver claramente entre el hielo y el aire embravecido. Debía seguir avanzando para no convertirse en una estatua de hielo, por lo que alzó nuevamente el cuerpo del caído Syd, sintiendo que pesaba más que antes.

El silbido del viento ocultó bien las pisadas que se aproximaban, y su distracción habría sido reprendida por cualquier maestro en el combate, pues sólo hasta que un destello se situara a pocos centímetros de su cabeza es que logró reaccionar.
De haber tardado un instante más, la punta de una lanza habría entrado por su nuca y emergido sangrante por la garganta, pero pese a los esfuerzos no salió ileso.
El lado derecho de su cuello fue rasgado por el paso veloz de una cuchilla que se clavó en el suelo; la sangre brotó, sintiendo cómo se secaba casi de inmediato por el frío.
Aún invadido por la sorpresa del inesperado ataque, el dios guerrero sujetó la lanza, sus ojos se acentuaron como las de un tigre enfurecido al descubrir que fue un soldado asgariano quien lo atacó.
De inmediato distinguió otras siete figuras de casco vikingo que lo rodeaban en una formación de media luna. En el centro de la línea se hallaba un hombre de aspecto fornido que se mantenía montado en un corcel gris. Unos estaban armados con espadas dentadas y otros con lanzas en un intento por acorralarlo gracias a la pendiente situada a su espalda.
Bud soltó la lanza con desgano y aburrimiento. Buscó detener la hemorragia con su mano derecha, valiéndose solo de la izquierda para sostener el cuerpo de su gemelo.
— No sé si son valientes o sólo ignorantes. ¡Hablen! ¡¿Cuál es su asunto conmigo?!— bramó el dios guerrero.
— Bud de Alcor —se adelantó el jinete quien se distinguía de entre los demás al usar un casco oscuro de largo cuernos y pieles marrones sobre los hombros que colgaban como capa— ¡Es designio de la gran Hilda de Polaris que tras abandonar tu deber y fracasar miserablemente en tu misión, se te trate como un traidor hacia Asgard y a Odín, por lo tanto debes ser ejecutado cuanto antes! —clamó el líder del escuadrón, apuntándole con una espada de hoja azul.
Bud no se sintió abrumado por escuchar aquella sentencia capital. Él mejor que nadie conoce la malicia existente en el corazón de la regente de Asgard, por lo que no le extrañó el que le impediría partir con tanta facilidad después de haberle fallado.
— Les sorprenderá saber que la única traidora a Odín no es otra más que su gran señora —el dios guerrero aclaró con sarcasmo—. Ella ha maldecido nuestra tierra, por lo que ninguno de nosotros encontrará el perdón. Les aconsejo que den media vuelta y se marchen, sus fuerzas no se comparan con las de un dios guerrero, sólo los han enviado aquí a morir.
— ¡¿Te atreves a blasfemar contra la señorita Hilda?!— gruñó uno de los soldados, expresando la indignación del resto de sus compañeros.
— ¡No le temeremos a un guerrero moribundo como tú! —aclaró el jinete.
— Ya verán cómo es mi fuerza ahora que estoy agonizando —la sombra de Syd sonrió socarronamente. Aunque su batalla con el Fénix lo ha dejado sin muchas energías, el debilitamiento de su cuerpo y la pérdida de su sangre estaban nublando sus sentidos, no es algo que les permitirá saber a sus enemigos.

Se dio la orden de atacar. Bud dejó en el piso el cuerpo de su hermano justo cuando dos espadachines se abalanzaran sobre él.
Como destellantes truenos, las garras del tigre se manifestaron en las uñas del guerrero de Zeta. Bud corrió hacia ellos sin miramientos, liberando una serie de golpes rápidos.
El feroz tigre blanco pasó por en medio de las espadas sin recibir rasguño alguno, sus garras rasgaron las frágiles corazas que los asgarianos tenían, la sangre chispeó escandalosamente por las múltiples heridas que les arrancaron la vida.
Bud reaccionó ágilmente contra dos lanceros que lo atacaron por la espalda. En un salto sobrehumano, el dios guerrero se colocó justo sobre sus cabezas como un sol en pleno cenit, y con la fuerza de su cosmos desplegó la técnica mortífera de los tigres de Zeta.
El guerrero Bud todavía no ponía un pie en el suelo cuando una lanza se le clavó profundamente en el hombro izquierdo. El dolor lacerante lo llevó a caer de rodillas, lanzando una mirada furiosa hacia el jinete quien había descendido del equino con una espada en mano.
El dios guerrero aún sentía arder su brazo por las llamas del Fénix que destruyeron su hombrera y brazal. Bud retiró la lanza, comenzando a jadear por el cansancio y el dolor.
Pensó en que tal vez lo mejor era dejarse matar en ese momento, de cualquier forma no tenía nada que perder… no había nada por lo cual seguir. Su motivación todos estos años fue vivir lo suficiente para vencer a Syd y tomar su lugar como un dios guerrero… Las cosas no resultaron cual hubiera querido, y al final descubrió que todo se trató de un engaño de sí mismo, algo creado por el odio y la amargura de su propio espíritu.
Ahora que la misma Hilda lo había traicionado, no le quedaba nada… Sin embargo, no podía terminar en ese lugar, de eso se convenció al haber atrapado entre sus zarpas la espada del capitán como por acto reflejo.
Su cosmos no se extinguiría por capricho de Hilda, ni siquiera por el del mismo Odín del que dice respaldarse. ¡Continuaría desafiando al dios que lo abandonó y condenó al infortunio!
Un cosmos blanco lo cubrió en el momento en que sus garras rompieron la espada del soldado enemigo. Bud expulsó su ken en un torrente de astillas de luz que se precipitaron contra el resto de los guerreros que lo rodeaban. Sus restos cayeron en la nieve, la tormenta se encargó de sepultarlos rápidamente.
Bud se giró hacia el único soldado que permanecía con vida, uno que temblaba de horror ante el despliegue de poder y habilidad del guerrero divino. El arco que llevaba consigo le resultaba ahora inútil para defender su vida.
El hombre pensó en correr pero ¿realmente sería más veloz que un dios guerrero? Lo dudaba. Buscando consejos de los cadáveres a su alrededor, divisó una espada, lanzándose presuroso ella, arrancándola de las manos muertas de su compañero; mas cuando se giró para confrontar a su enemigo este lo desarmó de un golpe al estomago. Las garras del tigre lo sujetaron inmediatamente por el cuello, sintiendo las puntas afiladas a punto de arrancarle la tráquea.
— ¿Cuántos individuos se necesitan para enviar un mensaje?— Bud cuestionó con ironía, manteniendo a su presa de rodillas frente a él—. Esto no es un acto de piedad— aclaró al estrujarlo un poco— Te permitiré vivir para que relates lo que aquí has visto. Dile a Hilda de mi parte que si quiere conservar lo que queda de su ejército no le conviene buscarme otra vez. No tengo interés en sus torcidas ambiciones, por lo que puede hacer lo que se le plazca mientras no vuelva a meterse en mi camino ¿escuchaste?
—… ¿Por qué debería hacer eso? Si no muero por tus manos… lo harán las de la señorita Hilda…— logró decir el atragantado guerrero, aterrado por los fieros ojos del dios guerrero.
— Ese no es mi problema —respondió, arrojándolo hacia un lado como un objeto inservible.
El soldado cayó pesadamente en la nieve, perdiendo su casco. No tardó en levantarse para echar a correr, tropezando muchas veces en la huida al temer un ataque traicionero del guerrero de Odín.

Bud se permitió encogerse de dolor sólo hasta que lo perdió de vista en el horizonte. Se sujetó el brazo herido con fuerza cuando sus demás extremidades comenzaron a temblar. Arrancó tiras largas de su desgastada capa para cubrir las lesiones en su cuello y brazo. Durante ese tiempo, a Bud le extrañó el repentino cambio de clima, la tormenta perdió fuerza y se desvaneció en cuestión de segundos. De entre las nubes comenzaron a filtrarse gruesos rayos de sol. Uno de ellos justamente cayó sobre él, brindándole calor y alivio. Fue entonces que el relinchido de un caballo lo obligó a mirar hacia atrás sólo para encontrarse con su destino.

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Capitulo 25. El vórtice de la tormenta, Parte I
Presagios

En todos estos años, Asgard floreció gracias a la dirección de sus soberanos quienes gobernaban con amabilidad, benevolencia y justicia.
Las líneas fronterizas ya no limitaban la prosperidad ni la supervivencia de la nación, por lo que la población llevaba una buena vida pese a los intensos fríos y la escasa fauna. Para muchos fue difícil tal transición, pero una vez que abrieron sus puertas al mundo exterior todo mejoró.

Las pocas familias nobles que quedaban en Asgard conservaron sus beneficios y propiedades, pero también ganaron responsabilidades (cedidas por la misma señora Hilda) por las que debían velar el bienestar de las personas que les servían y por aquellas que vivían en sus dominios.

Freya* provenía de una de esas familias acaudaladas. Sus padres son un matrimonio maduro al que no le sobrevive ningún otro hijo, por ello es la única sucesora de su padre, un hombre anciano que busca retirarse para descansar cómodamente los últimos años que le quedan de vida.
Cuando nació, se pretendió que Freya fuera educada para ser una dama de compañía de la señorita Hilda o Flare, y quizá ser desposada con algún joven noble en el futuro, mas los conflictos ocurridos con el Santuario y la Atlántida congelaron muchos de los planes y cambiaron muchos horizontes.
Freya se lo agradecía a Odín día a día, ya que no era una vida que hubiera deseado tener. Gracias a su tío Siegfried*, a quien admiró por su valentía y sentido del deber, aspiró a servir al país como una guerrera. Por supuesto no fue algo que le permitieron con tanta facilidad, debió desobedecer los designios de la familia, entrenarse en secreto, buscar el apoyo de los señores de Asgard, entre otras cosas.
Le tomó tiempo pero lo consiguió. El día en que el príncipe nació y nuevos dioses guerreros fueron invocados, escuchó el llamado de la armadura divina de Alfa, la cual aceptó con alegría.

Acreditaron la decisión de Hilda de nombrarla comandante de los dioses guerreros, a ese viejo sentimiento que la gobernante guardaba por el recuerdo del anterior guerrero de Alfa. Dicha resolución no fue bien vista por algunos miembros de la corte ni de la guardia imperial, por lo que Freya recibió un desafío para relevarla del cargo y puesto como dios guerrero.
La joven pelirroja no estaba obligada a aceptar, pero su orgullo la llevó a hacerlo. Desafortunadamente, y todo debido a ese infame punto débil de su técnica, perdió. Sin embargo, el ropaje divino permaneció fiel a ella, jamás aceptó un nuevo dueño e Hilda no presionó.
Pese a los murmullos y a las habladurías, Hilda de Polaris no la destituyó de su cargo, mas Freya se empecinó a no regresar hasta que hubiera perfeccionado sus técnicas, por ello se exilió al Santuario, donde el Patriarca la instruyó en las artes del dragón lo mejor posible. De verdad creyó que las había dominado… y sin embargo, un chiquillo tonto fue capaz de ver a través de su cosmos.
Casi sonrió al darse cuenta que de nuevo pensaba en Sugita, el atolondrado santo dorado de Capricornio.

Freya dejó de mirar por la ventana de la biblioteca para volverse hacia el escritorio donde guardaba una carta que no se ha dignado responder.
Una vez más se sienta, luciendo un hermoso vestido tinto de cuello alto. Buscó esa carta y leyó el contenido con tranquilidad. Lo que en ella decía no era la gran cosa, pero Freya se sonreía al notar la timidez con la que fue impresa cada palabra, como si el santo de Capricornio hubiera pensando muchas veces lo que debía escribir para que se leyera lo más correcta y propia posible.

El toque a la puerta la distrajo, permitiendo el pase de su compañera de armas, Elke de Phecda Gamma. En contraste con ella, Elke vestía ropas rojas tan ceñidas al cuerpo que no dejaban nada a la imaginación, una situación que le ha ocasionado discusiones con su madre al ser una invitada por tiempo indefinido en la mansión.
— ¿De nuevo leyendo la carta de tu enamorado? —Elke preguntó divertida al notar el intento fallido de su amiga por escondérselo.
Freya la miró con desagrado —Deja de decir tonterías. Sólo… reviso algunos documentos…
Elke dio algunos pasos y juguetonamente le arrebató el sobre —¿Ah no? Pero mira qué desgastada está ya —mostrándole los dobleces y ligeras arrugas— ¿Cuántas veces la has leído? ¿veinte? ¿cincuenta? —preguntó bromista.
Freya intentó recuperarla, pero la altura y fortaleza de Elke se lo dificultaba.
— ¡No es asunto tuyo, devuélvemela! —exigió, sonrosada por la burla.
— Quien iba a imaginarlo de ti, cautivada por un santo tan joven ¿no te da pena la diferencia de edad? Podría ser tu hermano menor.
En un movimiento oportuno, Freya logró arrancarle de la mano el documento, aunque en el proceso cierta parte de la hoja se rompió.
— ¡Estas cosas no te conciernen, Elke! ¡Deberías comportarte mejor ya que estas aquí sólo en calidad de invitada! —le reclamó, furiosa.
— Vaya carácter —se rió sin cambiar de actitud—, está bien, no criticaré tus gustos románticos, eres libre de sentirte atraída por quien tú quieras, claro que yo prefiero a los hombres experimentados y atractivos como ese buen mozo santo de Escorpión —suspiró lujuriosa, recordando ese excitante intercambio cultural que llevó a cabo en el Santuario durante su estancia allá—. El día que desees regresar a visitar a tus viejos amigos espero que me invites.
— ¡Eres una desvergonzada! —la pelirroja exclamó, apenada al captar las insinuaciones de su amiga.
— No me culpes por disfrutar de la vida a mi manera —se cruzó de brazos con osadía—. Pero no creo que sea el momento más indicado para hablar de estos temas, no podemos hacer esperar al señor Bud y al Príncipe por estar hablando de nuestras intimidades ¿o sí?
— ¡¿Qué?! ¡¿El señor Bud está aquí?! ¿Por qué no me lo dijiste antes? —preguntó exaltada. Con rapidez Freya dejó la carta dentro de un cajón antes de salir de la habitación.
— Te preocupas demasiado, ya tus padres le dieron el recibimiento apropiado, a mí sólo me enviaron a buscarte —le explica, caminando detrás de ella.
El pasillo era algo estrecho, pero en las paredes había numerosas pinturas y trofeos de caza que exaltaban la distinción de la familia en la que había nacido.

Se dirigieron a la sala donde distinguió la figura de sus padres sentados en uno de los sillones y al señor Bud de pie junto a la chimenea.
Freya le presentó sus respetos, dándole la bienvenida e intercambiando saludos.

Pese a los años de paz y relativa tranquilidad que ha vivido en Asgard, Bud continúa teniendo una fuerte mirada con la que intimidaba a todos sus rivales. Tras quince años de servir y apoyar a Hilda de Polaris en sus deberes, era toda una figura respetable que vestía atuendos acorde a su distinguida posición. Él, quien fue criado por un humilde campesino, jamás imaginó que algún día debería tratar con la aristocracia como un superior, y aunque en un principio se le dificultó, el tiempo e Hilda se encargaron de enseñarle lo necesario.
— Lamento que nos hayamos presentado sin anunciarnos, pero el Valhala aún está lejos y temí que la tormenta nos alcanzara por el camino. En otras circunstancias no habría dudado, pero no deseé arriesgarme ya que Syd me acompaña.
Freya se volvió hacia los ventanales, notando como la nieve comenzó a caer y el cielo estaba ennegrecido.
— No tiene por qué disculparse, nos honran con su visita — dijo la joven, buscando al pequeño príncipe quien apareció segundos después.
Tras una rápida visita a la cocina donde tomó una taza de chocolate caliente, el Príncipe regresaba al lado de su padre.
— ¡Freya! —saludó el niño, emocionado.
La joven se acuclilló para responder el abrazo que intentaba darle.

El príncipe de Asgard fue nombrado “Syd” en honor al difunto hermano de su padre. En apariencia heredó la fuerte y firme complexión de Bud, pero el color de cabello y los ojos azules los heredó de su madre.

A Freya le resultaba extraño que el joven Príncipe le tuviera tanta estima, considerando que cuando abandonó Asgard era todavía muy pequeño.
— Me alegra verte Syd, parece que cada día creces más y más. ¿Acaso te llevaron a cazar? —Freya le sonrió.
Syd negó con la cabeza — Fuimos a visitar a los abuelos —respondió con alegría.
— Eso es bueno, seguro te divertiste.
Syd asintió — Y lo mejor es que Lynae y Kaira se quedaron en casa, no me gusta que siempre estén abrazándome o jalándome las mejillas —se quejó de la manera en la que sus primas lo trataban, se sentía como un juguete cuando estaba con ellas.
Junto a la ventana, Elke rió un poco para decir— Eso dices ahora joven príncipe, pero llegará una edad en la que te gustará esa clase de atención —comentó para escándalo de Freya y su madre.
A sus cinco años, Syd no comprendió realmente lo que la guerrera Elke insinuó, por lo que hizo un gesto de desagrado total— Se aprovechan de que ellas son dos, pero ya verán cuando tenga un hermano, no podrán con nosotros —alzó el puño con determinación.
— Syd, ya hablamos de eso, compórtate —Bud le pidió con tranquilidad.
Syd caminó sonriente hacia su padre para permanecer junto a él, su manera sutil de pedirle disculpas.

Su hijo siempre sonreía de manera tan inocente que en ocasiones se le dificultaba tener mano dura con él, pero como futuro soberano de Asgard y todo el legado del señor Odín en la Tierra, debían educarlo con propiedad.
Bud jamás imaginó que llegaría a ser padre. En su juventud vivió obseso del odio que sentía hacia su familia y su destino, por lo que no fue capaz de soñar con un futuro como el que vive ahora.
No sólo había recibido el titulo del guerrero Mizard de Zeta y comandante de las fuerzas imperiales de Asgard, también recobró sus derechos familiares tras reconciliarse con sus padres, desposó a Hilda de Polaris ocasionando una gran polémica en aquellos días, tiene un hijo al que ama y por el que daría la vida sin dudarlo.

— Parece que esta será una tormenta muy fuerte, será un largo día —Elke se convenció que pasaría un largo y aburrido día, pero cuando menos degustaría suculentas comidas gracias a la presencia de los distinguidos visitantes.

-----------

Asgard, Palacio del Valhalla

— Es típico de Bud —dijo una mujer rubia quien miraba con angustia el inicio de la tempestad—. Hilda, ¿por qué sigues permitiendo que marchen por allí sin escolta o guardia alguna?
Hilda de Polaris permanecía sentada junto al confort del fuego, dejó la lectura del libro que sostenía para prestar atención a su hermana quien la acompañaba dentro de la recamara.
— Flare, ya te he dicho que Bud atesora los momentos que puede pasar con Syd, a ninguno de los dos les gusta ser vigilados —respondió la señora de Asgard, alegrándose de lo parecidos que padre e hijo pueden llegar a ser.

Hilda de Polaris no ha perdido la belleza que la ha caracterizado desde su nacimiento. Tenía el cabello recogido por una coleta alta, vestía una túnica roja que se ceñía perfectamente a sus caderas y como siempre evitaba cualquier tipo de joyería para mantenerse sencilla.
Ahora era una mujer más madura, con una sabiduría que sus allegados admiraban y por la que se dejaban dirigir.
Tras lo ocurrido con Poseidón y la maldición de la sortija Nibelungo, el pueblo de Asgard estuvo confundido y receloso hacia los repentinos cambios de personalidad de la gobernante. Aquellos que amaban a Hilda por su buen corazón, alabaron a los dioses por el que volviera a predicar enseñanzas de virtud, paciencia y esperanza. Sin embargo, aquellos que se acostumbraron a la Hilda despiadada y ambiciosa fueron difíciles de controlar.
La sacerdotisa de Odín no optó por la violencia para aplacar los intentos de derrocarla. Muchos de los nobles quisieron aprovechar la ausencia de los guerreros divinos para hacerse del poder, sin embargo el regreso del tigre blanco de Zeta lo cambió todo.
Bud se volvió la sombra protectora de Hilda, formando una pareja muy peculiar por sus contrastantes maneras de actuar. El guerrero de Mizard reaccionaba con violencia como el feroz tigre que tiene como estrella guardiana, mas la princesa lograba frenar sus impulsos.
Juntos lograron traer paz al reino de Odín, aquellos que se opusieron al cambio fueron exiliados, nunca ejecutaron a nadie pese a que muchos lo merecían.
Los años en los que cooperaron juntos le permitió a Hilda sentir algo por Bud, un sentimiento que fue correspondido por el dios guerrero quien ante Odín juró ser su fiel esposo, aquel que la protegería de todo mal y estaría con ella hasta que la muerte los separe.
Una vez que sintieron que la paz podría perdurar mil años más, los dioses la bendijeron con un bebé sano y fuerte.
Hilda de Polaris siempre fue una persona con un aire de misterio y melancolía, pero ahora su sola presencia irradiaba la alegría y calidez que su familia le ha dado.

— Pero es peligroso, no olvides las noticias que nos enviaron de oriente —Flare le recordó, caminando por la habitación alfombrada.
— Todos estamos conscientes de ello, pero confío en Bud. Él y los dioses guerreros se han encargado de vigilar las entradas a nuestro reino, y con los guerreros de Bluegard en la frontera no creo que haya razón por la que debamos vivir presas del miedo —explicó despreocupada—. Además, también está Hyoga.

Flare pensó en el santo del Cisne y su estancia prolongada en Asgard. Al principio Hyoga no fue más que un emisario del Santuario que viajaba para pasar largas temporadas en las tierras de Odín, ofreciéndoles ayuda y consejo durante los levantamientos civiles vividos.
Dicho tiempo le permitió a Flare recapacitar sobre lo que realmente sentía por el Santo del Cisne, en quien se apoyó durante los altercados ocasionados por la sortija Nibelungo.
En ese entonces no podía decir que estuviera enamorada de Hyoga pese a que muchos lo dieron por hecho. Su primer amor murió bajo terribles circunstancias, jamás lo olvidará ni ha sentido resentimiento hacia el santo del Cisne ya que ambos intentaron por todos los medios que Hagen de Merak entendiera la verdadera situación que se vivía en el Valhalla.
Desde que eran niños, Hagen no le ocultó sus sentimientos, sin embargo estos no fueron lo suficientemente fuertes para abandonar lo que creía su deber hacia Hilda y Asgard.
Flare llevó un largo duelo por él, creyendo que debía consagrar su vida a servir a Odín sin permitirse distracciones; pero al ver como Hilda y Bud comenzaron a congeniar y a formar una relación, la hicieron desistir. Llegó a la conclusión que ella merecía vivir una vida plena después de tantos sacrificios que se habían hecho para que todos llegaran a donde están.
Flare se permitió reencontrarse con el santo del Cisne para descubrir si podía haber algo entre ellos. Tras haberse conquistado mutuamente, ya ambos tenían dos hermosas hijas rubias: Lynae de ocho años y Kaira de seis.

— Le suplico a los dioses para que Hyoga no se vea en la necesidad de luchar otra vez —confesó Flare, merodeando intranquila.
— Es la misma suplica que acompañan mis oraciones diarias, querida hermana. Pero —Hilda cerró el libro para levantarse y andar hacia la ventana por la que la nieve se movía con fiereza—… desde que nació Syd no dejó de tener este presentimiento, si los dioses guerreros fueron invocados por Odín fue por una razón… quizá pronto llegará el momento de que todos descubramos cual es —musitó con tristeza.
Antes de que Flare expusiera cualquier otra pregunta, la puerta de la habitación se abrió casi de golpe. Dos niñas con vestidos blancos entraron envueltas en risas y jugueteos con los que se dirigieron a su madre quien las recibió con un fuerte abrazo.
— ¡Mamá, mamá, ya es hora de comer, vamos! —pidió la más pequeña, Kaira.
Flare besó las frentes de ambas — Hijas mías, ya les he dicho que deben cuidar sus modales.
Las dos pequeñas rubias eran tan parecidas entre sí que podían pasar por gemelas. Lynae tenía los ojos de su padre, era esbelta y siempre llevaba el cabello trenzado que suele adornar con accesorios florales muy llamativos. Kaira era idéntica a su madre.

Las niñas sonrieron al mismo tiempo que pidieron disculpas, y respetuosamente saludaron a su tía Hilda.
— Supe que hoy pasaron casi todo el día en los jardines ¿se divirtieron? —la señora de Asgard preguntó con gentileza.
Lynae asintió —Mucho, Alwar nos acompañó todo el tiempo y tocó hermosas melodías para nosotras.
— Dijo que somos las primeras en escuchar sus nuevas composiciones —Kaira añadió emocionada.
Un hombre dio unos pasos dentro de la recamara al escuchar su nombre. Vestía un atuendo negro que hacía resaltar la palidez de su piel, el blanco de sus cabellos y el rojo de sus ojos.
El joven inclinó el cuerpo en una reverencia, a su costado sujetaba un arpa negra con cuerdas plateadas.
— Muchas gracias Alwar, seguro fueron demasiado insistentes contigo.
El joven miró con solemnidad a la gobernante y a las princesas de Asgard.
— Todo lo contrario señora Flare, fue un placer. Supuse que usted y la señora Hilda tenían asuntos que tratar por lo que me tomé la libertad de hacerles compañía.
— Siempre tan servicial, querido Alwar —repuso Hilda, con gratitud.
— Torpe tormenta, lo arruinó todo —Kaira se lamentó al ver la nieve cayendo de manera torrencial.
— Es posible que este clima se extienda hasta el día de mañana —meditó Hilda—. Alwar ¿se ha sabido algo de Bud?
El joven negó con la cabeza— No hemos tenido noticias de ellos. Si me da su consentimiento puedo enviar a alguien a buscarles.
— No me atrevería a arriesgar a alguno de los súbditos con esta ventisca —respondió Hilda—. Conozco bien a Bud, de haber salido por su cuenta me preocuparía, pero Syd lo acompaña por lo que de seguro buscó refugio en algún lugar cercano.
Alwar asintió, respetando la decisión — Quien tampoco ha regresado es el señor Hyoga.
A Flare le extrañó y preocupó— Dijo que el dirigente de Bluegard había solicitado verlo, por ello marchó temprano, ¿qué puede hacerlo demorar tanto?
— No debemos alarmarnos —pidió Hilda de Polaris, notando como sus sobrinas percibían los miedo de Flare—. Quizá el reino vecino ha jurado fidelidad al dios Poseidón, pero en estos años hemos comprobado su interés por mantener la paz entre nuestros pueblos.
Alwar notó la aflicción en la señora Flare, por lo que se ánimo a decir— No es pecado ser precavidos, para evitar malentendidos lo mejor sería enviar a un dios guerrero a su encuentro.
La señora de Asgard meditó las palabras del joven vasallo, descubriendo las verdaderas intenciones detrás de ellas.
— Me parece bien, puedes asignar la tarea a alguno de los guerreros divinos —dio la orden, después de todo ella también quería traerle tranquilidad a su querida hermana.
El joven asintió, dando una última reverencia antes de partir.
— Gracias, Hilda.

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Asgard, Mansión Alberich

Aifor de Merak* despertó abrumado por los golpeteos en su ventana. Al levantarse vio claramente como las ramas de un árbol cercano chocaban constantemente contra el cristal, pero eso nada tenía que ver con el sobresalto que lo sacó del reino de los sueños.
Sintiendo aún el corazón en la garganta, Aifor se talló los ojos, notando las lágrimas que brotaron de ellos mientras dormía.
Permaneció sentado al borde de la cama por unos segundos, presionándose la frente en un intento por desvanecer la angustia.
Se había quedado dormido después de merendar, un hábito que no ha podido desaparecer del todo.
Su habitación, que ha confeccionado para ser lo más acogedora posible con el paso de los años, ahora le resultaba un lugar terrible y lúgubre al sentirse invadido por una pesada congoja.
Con esfuerzo abandonó la cama, acercándose al fuego de la chimenea, esperando que el calor se llevara su malestar.

Rodeado por colores llamativos en las cortinas y cobijas, pieles de animales en los muebles y cuadros coloridos en las paredes es como solía sentir confort en la fría mansión de los Alberich.
Desde que tiene memoria se la ha permitido vivir allí sin ser parte del linaje familiar. La casa siempre ha estado rodeada por un toque siniestro que de niño le aterraba, por ello escogió un pequeño espacio para él mismo, siendo la única habitación en toda la vivienda que tiene vida y luz.

Merodeando por la casa se encontraban siempre dos sirvientes, una pareja de ancianos que se encargan del aseo y mantenimiento del lugar. Ellos siguen las órdenes del amo de la mansión, un hombre solitario y un tanto excéntrico al que Aifor le debe la vida.

Aifor de Merak no tiene idea de sus orígenes, desconocía los rostros de sus padres y las razones por las que fue abandonado siendo un bebé. La única pista que tiene al respecto siempre la llevaba colgando del cuello, un collar dorado que se le ha permitido conservar desde pequeño. Cada que observaba la placa circular y el grabado con el que se trazaba una estrella, un sol y una luna rodeadas de círculos y líneas, solía preguntarse si tendría alguna utilidad, pero jamás ha encontrado alguna relación… de niño le gustaba creer que era un recuerdo de su madre, pero de eso jamás podrá estar seguro.

Aifor salió de su recámara, pasando por los oscuros pasillos que retumbaban por la tormenta del exterior. En el camino saludó con un simple gesto a la anciana quien sacudía las grotescas gárgolas situadas en las escaleras, y con una sonrisa al anciano que supervisaba el estado de los ventanales.
Se adentró a una gran biblioteca, donde todos los libros estaban en un perfecto estado y acomodo. Aifor avanzó hacia uno de los anaqueles, dudando al levantar la mano con la que iba a retirar un volumen. Sabía que tenía prohibido bajar a ese lugar a menos que se lo pidieran… pero debía asegurarse de algo, sólo así podría sosegarse.
Sujetó ese libro falso de pasta azul, activando un mecanismo que reveló una escalera zigzagueante bajo el piso de piedra.
Bajó las escalinatas sin llevar algún candelabro para iluminar su camino. En cuanto pisó el décimo escalón el acceso se cerró detrás de él.
Llegó al final de aquel pozo oscuro y atravesó un túnel arqueado para llegar finalmente a una cámara subterránea tan amplia como la mansión misma. Nunca se le ha permitido recorrer todo el lugar, pero a simple vista siempre tenía estantes con libros de apariencia muy antigua, así como pergaminos enrollados, frascos transparentes que contenían líquidos de diferentes apariencias y colores, un gran escritorio que era encabezado por una tétrica silla negra que estaba decorada con un par de cráneos humanos en los brazales y respaldo. Todo siempre lucía en gran desorden, empolvado y con telarañas, pero de alguna manera dentro de toda esa desorganización el amo del castillo se las ingeniaba para encontrar lo que necesitaba.

Aifor se alarmó al escuchar un alboroto más allá de lo que usualmente podía andar. Golpes contra los muros, cosas siendo arrojadas al suelo, cristales rompiéndose y bufidos humanos impulsaron al joven de cabello café a desobedecer las reglas. No es que fuera la primera vez que lo hiciera, pero siempre las reprimendas solían ser severas.
Corrió sin prestar atención a todo lo expuesto en la vasta estantería. Se detuvo hasta ver a un hombre de espaldas tirando la mayoría de las cosas que había sobre una mesa de trabajo, mientras bebía frenéticamente el contenido de un frasco.
— ¡Maestro! —lo llamó, no siendo la primera vez que veía esos extraños arranques en aquel que ha sido su mentor.
El llamado tuvo alguna clase de efecto en el hombre que se tensó tras un último golpe a la mesa sobre la que se apoyó, exhausto.
Tras varías respiraciones agitadas, fue normalizándola poco a poco, sin dejar de beber un tónico rojizo que le escurría por la barba. Vestía una túnica blanca manchada ya por diferentes sustancias y polvo, pero eso era algo insignificante para él.
— … ¡¿Me puedes decir qué estás haciendo aquí?! —exigió saber, bastante malhumorado.
Aifor tardó en pensar alguna excusa, no venía preparado para esa clase de encuentro por lo que lo primero que le vino a la mente fue — Creí que estaba en problemas… lo siento.
El hombre dio el trago final, limpiándose el rostro con el brazo antes de girar hacia su discípulo.
Clyde Van Alberich era un hombre que superaba los treinta años. Tenía cejas pobladas y una barba trenzada en el mentón que lo hacían ver mucho más viejo de lo que realmente era, cabello largo recogido de color turquesa y fieros ojos verdes que intimidaban a cualquiera.

El hombre miró detenidamente a su joven protegido antes de caminar hacia un anaquel del que tomó varios ingredientes, vertiéndolos en un mortero para hacer más tónico.
Volviendo a darle la espalda le dijo — Esa cara compungida tuya… ¿acaso tuviste uno de esos sueños?
El guerrero de Merak cerró los ojos apenado —Sí —respondió sin moverse de su lugar.
— Cuéntamelo —el maestro pidió con sumo interés, decidido a pasar por alto la intrusión a su morada secreta sólo esta vez.

Ambos volvieron a la entrada, donde el maestro Clyde tomó asiento en su sillón favorito y Aifor en un sencillo banquillo frente a él.

— Yo —Aifor intentó comenzar, pero se sentía incomodo al respecto—… veo cómo la estatua de Odín que se erige en el palacio del Valhala es partida a la mitad por una luz que la atraviesa —cierra los ojos para tener un recuerdo más nítido—. La estatua comienza a caer en pedazos, brotando sangre de las piedras que se esparce por todas partes… Escucho un alarido doloroso, el de un niño llorando inconsolable… y después —la duda se marcó en su rostro, la pausa reveló que intentaba ocultar algo—… despierto.
Clyde mantuvo silencio hasta sostener la mirada nerviosa de su discípulo —¿Desde hace cuanto tiempo has tenido esa visión? —preguntó.
— Desde… poco después que volvimos del Santuario —respondió, bebiendo un poco del brebaje que su maestro le preparó.
— Si hasta ahora me lo cuentas significa que sucedió algo nuevo que te ha perturbado ¿no es verdad? —quiso saber.
Clyde era consciente del don que Aifor posee, y de igual forma ha comprobado que todas esas visiones tienden a volverse realidad tarde o temprano. Poder predecir el futuro en sueños era una habilidad extraordinaria que sólo pocos poseen en la actualidad, pero ese era un secreto que mantenían entre ellos.
El joven se resistió a responder, pero a final de cuentas asintió— Alguien va a morir.
Clyde se mantuvo imperturbable pese a la infortunada advertencia— Seré yo, ¿no es así?
El dios guerrero de Merak se conmocionó ante la abrupta pregunta, la lengua se le paralizó sin saber cómo mentir —¿Soy tan obvio? —sonrió con amargura.
— Jamás has podido mentirme, lo sabes —respondió, bebiendo un poco más—. Además, de haber sido otra persona no estarías aquí, habrías salido corriendo a buscarla… Tal y como sucedió con aquel pescador, el doctor de la aldea y esa doncella del palacio ¿lo recuerdas? —preguntó con cinismo, recordando esas veces en las que, después de alguna siesta, Aifor salía presuroso de la mansión sólo para comprobar la seguridad de dichas personas.
Aifor suspiró completamente rendido, su maestro lo conocía mejor que nadie en este mundo.
— ¿Cómo será? —Clyde inquirió, pensativo.
— No lo sé… como siempre sólo veo el cuerpo del caído… Pero yo estaré presente… es lo único que puedo decir —contestó, bastante acongojado.
— Así será entonces —Clyde río un poco para perplejidad de su joven acompañante—. Me alegra tomar la decisión correcta —musitó para sí.
Aifor no comprendió las palabras de su maestro, pero se apresuró a decir—. No permitiré que suceda —poniéndose de pie.
— Si las nornas* ya han tejido mi destino nada lo hará cambiar —Clyde comentó despreocupado... quizá hasta sonó feliz.
— ¡Es posible!
— ¿Cuántas veces has podido hacerlo? —el hombre preguntó sarcástico, haciéndolo callar—. Exacto. No deberías preocuparte por mí entonces —Clyde se levantó, dispuesto a abandonar el recinto subterráneo—, si tu predicción es acertada algo muy grave esta por ocurrir en Asgard, y esa tormenta que ruge en la superficie es una clase de advenimiento.
— ¿Eso crees?
— Niño, aprende a ver las señales que la naturaleza te da… Apuesto todo lo que tengo que hoy será el día en que Asgard va a desmoronarse, y su tierra se cubrirá con la sangre de las víctimas —advirtió con malignidad—. Será sin duda un excelente día para morir.


FIN DEL CAPITULO 25




Freya*, personaje que apareció en el capítulo 1 una aprendiza a santo que pretendió ser un varón hasta que los Dioses Guerreros acudieron al Santuario como petición de Shiryu.
Siegfried*, sí, ese Siegfried Dubhe Alfa del anime de Saint Seiya.
Elke*, personaje que apareció en el capítulo 6, una guerrera asgariana que luchó contra los santos de plata en el Santuario.
Aifor*, personaje que apareció en el capítulo 6, dios guerrero de Merak, el más joven de la orden sagrada de Odín.
Nornas* en la mitología nórdica son los espíritus femeninos que tejen los tapices de los destinos de cada individuo (dioses y mortales). La vida de cada persona es un hilo en su telar, y la longitud de cada cuerda es la duración de la vida de dicha persona.

Editado por Seph_girl, 07 marzo 2012 - 21:30 .

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EL LEGADO DE ATENA - Capítulo 67. "Epílogo"


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Publicado 06 marzo 2012 - 13:21

Sé que no se permite el doble POST pero he intentado EDITAR mi ultima entrada sin éxito y sólo quiero pedir paciencia a mis dos lectores ya que por alguna razón se ha puesto el formato de cabeza con los acentos y otros signos Dx!!!
Por lo que hasta que el foro me deje editarlo en un intento por arreglarlo pues les dejo el enlace a mi blog donde esta el capitulo a su disposición: CAPITULO 25
ya que así como esta aquí sería difícil de leer x_x

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EL LEGADO DE ATENA - Capítulo 67. "Epílogo"


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Publicado 06 marzo 2012 - 16:31

como siempre muy buen capitulo

hay cosas que no puedo mencionar para no hacer spoiler pero esas parejas me sorprendieron o_O

saludos

-----------------------
lo del acento puede ser el tipo de letra ¿? no se me ocurre otra cosa, intenta editar el capitulo con otra fuente

lo de la edicion

en un computador que tenga un plan o modem con muy buena velocidad

si no te aparecen los cuadros de edicion texto (fuente, emoticonos, tamaño etc) es algo con la velocidad de la modem

Editado por BoltSpectrum, 20 marzo 2012 - 12:11 .


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Publicado 19 marzo 2012 - 22:58

Hola Seph!
Me gustaron las nuevas parejas que salen, sobre todo la de Flare. Tambien me gusta como vas revelando pedazos de la histoira.
Esperando el prox capitulo....
^_^

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Publicado 03 abril 2012 - 20:53

genial seph yame habia perdido de esta historia

me gusta a inclucion de asgard

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Publicado 09 abril 2012 - 10:13

=3 Hola!
Agradezco a mis fieles lectores el estar todavía pendientes de esta historia que, aunque algo bizarra, la hago de corazón XD!
Aqui ya traigo el capitulo 26 n__n, espero sea de su agrado y continuamos con Asgard donde empieza la acción ahora si XD!

Estoy contenta por el que las parejas esten siendo del agrado de ustedes XD, a mi me gusta mucho la combinación de Hilda + Bud y creo que se nota mucho con los flashbacks jajaja, los cuales aún no termino de contar.
Pero bueno ya, comencemosssssss =3



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Asgard, quince años atrás.

Bud colocó la leña que partió formando una pila de maderos secos, cubriéndolos con cuidado para su conservación y futura venta.
El tiempo que vivió como vasallo de Hilda y los años en que sólo respiraba para entrenar, le habían hecho olvidar lo que era el trabajo duro y honesto de un hombre común.

Tras dar la debida sepultura a su hermano, Bud regresó al único sitio al que él puede llamar hogar. Pensar en su futuro lo hacía sentir a la deriva en un mar de incertidumbre, por lo que sólo esa humilde cabaña le servía como un puerto seguro del que no estaba deseoso partir.
Ahora que era un hombre nuevo, sus ojos le permitían ver de otra manera al mundo. A su regreso se llenó de remordimiento al ver la casa de su padre al borde del derrumbe, con maderos enmohecidos y agujeros rellenados con frágil paja seca.
Por supuesto que no esperó una bienvenida cordial del leñador al que por mucho tiempo creyó su auténtico padre, después de todo él fue quien se marchó cuando los alrededores se volvieron inapropiados para su entrenamiento; sumando el temor que tenía por la posibilidad de ser descubierto por Syd o alguien cercano a él.
Al verlo después de tantos inviernos, el recuerdo del hombre fuerte que talaba enormes árboles a pocos tajos había quedado muy atrás, como si hubiera sido atacado por una vejez prematura los últimos meses. Los ojos gastados del leñador tardaron en reconocer a aquel joven que bajó del caballo. Pero una vez reconocido, el anciano de tosco aspecto respondió como un verdadero padre, pues con un afectuoso abrazo sostuvo a su hijo, iluminándosele el rostro que pareció recobrar un poco de juventud.
El viejo leñador apenas y podía continuar con sus labores, por lo que para Bud fue fácil tomar la decisión de asentarse allí con él, cuando menos hasta decidir cuál rumbo tomar.

Han pasado pocos días desde que la guerra contra el Santuario llegó a su fin, y en ese lapso Bud dio un techo más fuerte a la cabaña del leñador, así como nuevos muros e incluso una pequeña ampliación a la morada.
Mantenerse ocupado era su mayor preocupación. La lesión en su brazo no era un impedimento para realizar el trabajo diario, una sola mano le bastaba para alzar hasta el árbol más grueso de esos bosques.
Estaba viviendo la que habría sido su vida de no haber descubierto la verdad sobre su nacimiento. Bud sonrió pensando en lo irónico de la situación.
Cuando se dispuso a entrar a la cabaña, escuchó cascos de caballos aproximándose. Se tensó al ver los estandartes del Valhala en manos de los jinetes que escoltaban un carruaje.
Para alivio del dios guerrero, el leñador había marchado al pueblo en su lugar, de lo contrario hubiera sido una inocente victima de todo esto.
Despojado de cualquier armadura o arma, vistiendo sólo tela rudimentaria de color blanco y pieles oscuras protegiéndolo del frío, Bud permaneció inmóvil frente al umbral de la choza, decidido a enfrentar a cualquier asesino que Hilda haya enviado.

Los jinetes en caballos grises se adelantaron al carruaje para aproximarse a la casa. Los dos soldados permanecieron en sus monturas con las espadas envainadas y los estandartes en alto. Uno de ellos, cuyo cabello rubio sobresalía por debajo del casco vikingo, se aventuró a preguntar tras haber estudiado al campesino.
— ¿Eres tú Bud de Alcor Zeta?
Con cierto recelo, el dios guerrero respondió en un intento de evitar una confrontación— Soy un simple leñador, señor.
El carruaje, que era jalado por dos yeguas blancas, se detuvo ante la maniobra del cochero. El color azul zafiro del vehículo y los relieves dorados que adornaban los marcos de las ventanillas revelaban que algún noble viajaba en el.
— No tiene sentido que evadas mi pregunta —aclaró el soldado—. Aunque debo decir que hasta yo dudaría y seguiría mi camino. Pensé que todos los dioses guerreros eran de familias aristócratas y no simples plebeyos —comentó sarcástico.
— Soldado, le suplico que por favor se retracte y muestre el debido respeto— reprendió una voz femenina que sorprendió hasta al mismo Bud—. Esa no es la forma en la que debe dirigirse a un guerrero de Odín.
De la pequeña puerta del coche descendió la bella mujer que dirigía al pueblo de Asgard. Ayudada por el cochero a bajar, la sacerdotisa de Odín avanzó sin precauciones o escoltas hacia la vivienda.
Bud pestañeó incrédulo ¿realmente se trataba de Hilda? ¿La misma Hilda de Polaris que declaró la guerra al Santuario? No, la mujer que estaba ahí no encajaba en lo absoluto con la tirana que recordaba.
El mismo rostro, el mismo cabello, la misma piel… pero la ausencia de la frialdad que habitaba en sus ojos le permitía dudar.
Bud quedó consternado por la calidez que desprendía esa mirada azul, tan pura, tan serena… Esos no eran los ojos ante los que se humilló en el pasado.
Las vestimentas de la gobernante también habían cambiado, apartando la imagen de mujer cruel y déspota por la de una doncella modesta y hasta dulce por el abrigo rosado y vestido largo de suave color azul que arrastraba un poco por la nieve.
— Mis más humildes disculpas señorita Hilda, le imploro me perdone señor —el soldado aceptó la reprimenda, bajando del caballo e inclinando levemente la cabeza para acatar la orden.

La hermosa sacerdotisa detuvo sus pasos y dedicó a Bud una ligera pero sincera sonrisa como forma de saludo.
Bud no se arrodilló como debería de hacer y eso molestó en gran medida al séquito de guardias. Para lo que él entendía, Hilda lo había tachado como traidor terminando así cualquier asociación entre ellos, no le debía nada.
Cierto es que Bud, como otros tantos, no conocían esa faceta de la señorita Hilda. Aquellos que la trataron antes del fatídico día en que la sortija Nibelungo la poseyó, sabrían que esa era su auténtica naturaleza.
— No sabes la alegría que siento por saberte con vida, Bud —su voz perdió el tono malicioso y malintencionado con el que confabulaba hasta entre sus propios allegados, ahora podía sentir sinceridad en sus palabras.
— ¿Qué dices? —la sombra de Syd no creyó lo que escuchó—. ¿Acaso has venido a terminar el trabajo tú misma, Hilda? —respondió con un deje de resentimiento.
Hilda inclinó la cabeza, avergonzada al recordar las crueles y engañosas palabras que dedicó al dios guerrero por influencia del anillo Nibelungo.
— Tal vez no vayas a creerme Bud, pero no soy la misma mujer que anteriormente conociste —habló con tranquilidad, volviendo a alzar el mentón con propiedad—… He viajado hasta aquí con el único propósito de pedir tu perdón, y también para explicarte lo que realmente sucedió… la razón por la cual Asgard llora a sus hijos caídos injustamente en batalla.
Bud quiso convencerse de que todo se trataba de un engaño, pero nada en la representante de Odín evidenciaba lo contrario. Veía en ella culpa y tristeza, pero a la vez ternura y amor.

Influenciado por los pocos buenos modales que se permite aplicar, Bud la invitó a pasar a su morada poniendo como pretexto el clima.
Hilda sintió un gran alivio, agradeció el tener una oportunidad de explicarse. Entró sin temor a la cabaña, no juzgó el pobre contenido y aspecto ya que bien sabía que la mayoría de los habitantes de su nación eran gente humilde y sin demasiados bienes materiales.
La Princesa se sentó en un banco circular junto a la mesa sobre la que había algunos trastes de cerámica. Bud echó tres leños a la chimenea empedrada y ahí decidió permanecer, removiendo los maderos entre el fuego con indiferencia.
Hilda contempló discretamente al lugar, pequeño y cuadrado. Era visible que faltaba el toque femenino que sólo una madre o esposa podían darle a un espacio como ese.
Bud notó la inspección, y sarcástico comentó— Jamás imaginé que la gran Hilda de Polaris pudiera frecuentar lugares como este.
— Para mí es algo normal, considerando que mi pueblo es carente de muchas cosas.
— ¿Desde cuándo eso te ha importado? —inquirió Bud molesto, atento a la reacción de la doncella quien atinó a suspirar con pesar, pareciendo incómoda ante el reclamo— Tampoco es de mi agrado que la mujer que me utilizó y después quiso matarme goce de la hospitalidad de mi techo, pero dices tener algo importante que decirme… Estoy dispuesto a escucharte, pero no prometo que vaya a interesarme o creerte.
— Me parece justo. Mi debilidad le ha costado a Asgard a sus hombres más prominentes, por ello mi penitencia será una tarea ardua y difícil —la sacerdotisa dijo con solemnidad, dispuesta a confesar lo que al mismo Odín le dijo aquel día—… Pero debo comenzar a reparar el daño que causé, y tú Bud, por encima de todos los demás mereces saber la verdad sobre lo que ocurrió. Después de todo, eres el único dios guerrero que queda con vida tras la mortal batalla contra los santos de Atena.

Para Hilda aún era difícil hablar sobre su encuentro con Poseidón y cómo es que ante la negativa de ella por propiciar una guerra contra el Santuario, el dios del mar la maldijo con el anillo Nibelungo, una joya que convierte a las personas en siervos del mal. Habló sobre la cruel forma en la que su naturaleza fue corrompida para servir a las ambiciones del emperador del mar, las mismas que la llevaron a llamar a los siete dioses guerreros y retar a Atena para buscar su muerte. Sólo hasta que los santos del Santuario recolectaron los siete zafiros de Odín, invocando la armadura divina junto a la espada Balmung, es que fue libre del maleficio del anillo endemoniado.
La sacerdotisa relató también la forma en la que ante su fracaso, Poseidón decidió actuar, comenzando una nueva guerra contra Atena y sus guerreros que se llevó a cabo en las profundidades del mar mientras el mundo sufría de terribles lluvias y tormentas provocadas por el dios del océano con el fin de borrar a la humanidad de la faz de la Tierra.

Para Bud habría sido difícil de creer tal situación de no ser porque es testigo del cambio en Hilda. Durante el relato de la Princesa, el asgariano centró toda su atención en busca de engaños, pero su honestidad era genuina. Además, la forma en la que Hilda se expresaba dejaba ver su dolor ante lo que había hecho bajo el control de la sortija que mencionó: sus manos temblaban por la rabia que sentía, y sus ojos se mostraron cristalinos a punto de romperse en lágrimas por el recuerdo de Sigfried, Syd, Alberich, Mime, Hagen, Phenril y Tholl.
En algún momento ansió el consolarla, pero toda esa historia removió muchas de sus propias penas. El saber que todo había sido acto de un dios infame como Poseidón lo llenó de cólera y frustración. Los dioses guerreros no lucharon por designio de Odín, murieron cruelmente engañados… ¡Su hermano había muerto por nada!

El estrés que sacudió todo su ser hizo que sus heridas le volvieran a doler como en el mismo instante en que las obtuvo.
Hilda abrió los ojos preocupada por la salud de Bud. Rápidamente abandonó su asiento para acuclillarse al lado del joven guerrero quien le pidió no tocarlo.
— Esas heridas… las tienes por mi culpa —señaló afligida ante el rechazo de Bud.
— Es lo que me gané por confiar en alguien —desvió la mirada y buscó ponerse de pie, mas la mano de Hilda lo detuvo al sujetarlo por la muñeca.
— ¿Qué es lo que estás…?
La sacerdotisa le sonrió con dulzura cuando su cosmos blanquecino la rodeó. Bud dejó de verla como una amenaza al instante en que percibió un cosmos tan tranquilo y confortante proviniendo de ella. No se parecía en nada al de antes, era una energía intensa pero amigable y llena de paz.
La Princesa de Polaris extendió su mano hacia el cuello del tigre blanco, cerrando los ojos para una mayor concentración.
Bud se atragantó al sentir algo cálido sobre el corte de su cuello, para después desaparecer. Lo mismo sucedió cuando la mujer acercara los dedos a su hombro herido.
— Ya no te molestarán más —la mujer dijo al desvanecerse el aura celestial que inundó la cabaña.
Incrédulo, Bud apartó el vendaje de su brazo, notando la desaparición de la herida, ni siquiera una cicatriz era visible.
— Hilda… ¿en verdad esta eres tú? —Bud preguntó contrariado, comenzando a sentir vergüenza por la forma tan despectiva con la que la había tratado.
— Lo descubrirás si me das la oportunidad—ella respondió con alegría—. Pese a lo trágico de la situación, todo lo acontecido me ha hecho darme cuenta que las cosas en Asgard deben cambiar, y el primer paso debo darlo yo —la distancia entre ellos se había acortado al fin, permanecieron uno cerca del otro junto al calor de la chimenea. Bud se sentía cautivado al contemplar a Hilda a la luz del fuego.
— El gran Odín me ha indicado el camino que debo seguir —ella prosiguió—, por eso en el futuro necesitaré del apoyo y trabajo duro de hombres como tú Bud, aunque yo sé que en estos momentos es pedirte demasiado…
— Señorita Hilda —su voz expresó al fin respeto por la gobernante de Asgard— … Yo…
— No necesitas responder ahora, aún hay tiempo— Hilda dijo comprensiva, percibiendo los titubeos del guerrero—. Además, en estos momentos me encuentro en una travesía diferente. He visitado a algunas de las familias de los dioses guerreros, es lo menos que puedo hacer. Decirles que todos ellos fueron héroes que cayeron con honor protegiendo a Asgard, y que serán honrados como tales a partir de ahora. Claro que no todos ellos tenían la dicha de tener un padre o una madre, pero es lo menos que puedo hacer —añadió con tristeza.
Para realizar un acto como ese no sólo se necesita de caridad sino de gran valentía. El ser mensajero de tan malas noticias no debía ser fácil. Eso es lo que pensaba Bud, sin poder apartar sus ojos de la princesa quien buscó algo dentro de su abrigo rosa.
— Casi he terminado, pero entonces pensé en ti Bud, y en lo mucho que te debo… así como a Syd —mostró un pequeño sobre negro con el sello del Valhala— Es algo que debes hacer, no por mí, sino por él.
— ¡¿N-no estarás sugiriendo que yo…?! —de alguna manera adivinó la intención de Hilda, y la sola idea lo estremeció—. No, lo siento, pero no lo haré —de nuevo su rostro mostró indignación, rompiendo con el lazo que habían logrado crear.
Bud se levantó, mirando con furia a la sacerdotisa quien permaneció en el suelo, impasible y silenciosa.
— ¿Por qué he de hacer tal cosa? ¿Acaso les deseas la muerte a tan acaudalada pareja? Si llegase a verlos no aseguro lo que podría pasar— alegó indignado.
— ¿Tanto los odias Bud?...
— Por supuesto— respondió sin vacilar.
— Entonces díselos…
— ¿Cómo dices...? —repitió conmocionado—. ¿Acaso estás burlándote de mí?
— Para forjar un nuevo camino primero se debe arreglar el pasado… Mientras una persona no enfrente a sus demonios nunca podrá avanzar hacia el futuro. Tu dolor no debe aprisionarte más en la oscuridad Bud, es momento de que dejes de ser una sombra y camines en la luz, con orgullo y valentía.
— ¡¿Estás diciendo que soy cobarde?! —espetó, frunciendo el ceño.
Hilda no se dejó intimidar, por lo que prosiguió— ¿No crees que es lo que hubiera querido Syd?
Las últimas palabras de Syd susurraron en su mente, logrando que sus sentimientos entraran en un terrible conflicto.
— Dudo que hubiera querido ver a sus padres sufrir todavía más —masculló aún furioso.
— Eres un buen hombre Bud, me apenaría ver que decidieras permanecer en el abismo del odio estando con vida a diferencia de los demás… Sé que Syd hubiera querido que fueses su sucesor, pero no pienso darle el puesto de dios guerrero a un hombre que tiene miedo de enfrentar su pasado —ella misma estaba enfrentando las consecuencias de sus acciones, eso la hacía sentir más fuerte y decidida—. La vida suele poner estas pruebas, eso es lo que significa ser humanos, enfrentar los contratiempos, avanzar y ser mejores cada día.
Bud se giró hacia la puerta, no iba a soportar por mucho más esos sermones. Decidió callar para controlar sus emociones.
— La vida es un reto, y desafío tras desafío es lo que te hace una mejor persona. Yo misma pienso iniciar mi encrucijada hacia el futuro que idealizo para Asgard y me gustaría que me acompañaras…
La princesa dejó la carta sobre la mesa una vez de pie para después caminar lentamente hacia la salida. Permaneció bajo el marco de la puerta para agregar— Pero si tu decisión es permanecer aquí y ser un pacifico leñador, prometo respetar eso —musitó al partir.
Bud no se dignó a agregar nada más, ni siquiera una despedida. Permaneció allí en una esquina de la cabaña, inmóvil, pensativo, en silencio.


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Capitulo 26. El vórtice de la tormenta, Parte II
Lobos y murciélagos.

Sergei, dios guerrero de Épsilon, corría por las estepas congeladas a gran velocidad. Ni la nieve, ni el viento eran capaces de frenarlo. Junto a él su compañero cuadrúproblema corría con la misma facilidad entre la tormenta.
Gracias a sus habilidades físicas e instintivas, es por lo que le fue encomendada la misión de dirigirse hacia Bluegard en búsqueda del señor Hyoga. Las explicaciones fueron escasas, pero entendía que la razón por la que debía atravesar kilómetros de tundra era para mitigar los temores de la Princesa Flare.
Tal encargo no le molestaba en lo absoluto. Pese a que lo consideraba una pérdida de tiempo, lo hizo por gusto ya que correr de esa manera por los valles congelados desenterraba las memorias de su niñez.
Su pasado era nebuloso, pero en las dunas blancas solían reflejarse fragmentos de recuerdos borrosos. A veces podía verse a sí mismo cuando era un niño que vivía en una humilde cabaña junto al bosque, la cálida sonrisa de su madre y el afectuoso rostro de su padre; el día que encontró a Aullido siendo un lobezno que quedó herido al ser prensado por una trampa, la manera en la que su padre curó al pequeño y le permitió conservarlo… Desgraciadamente también veía las imágenes de los hombres que violaron la integridad de su hogar, asesinando a su madre frente a sus ojos, la forma en la que fue privado de la libertad al ser llevado a ese horrible lugar donde borraron la mayoría de sus memorias y estuvieron a punto de desaparecer su voluntad.
La angustia solía embargarlo ante las remembranzas de las experiencias sufridas en ese espantoso sitio, sobre todo al recordar al viejo amigo con el que esperó poder escapar para recuperar sus vidas, pero tal deseo jamás llegó a ser… y quizá él tampoco lo hubiera logrado de no ser por el Patriarca del Santuario. En aquel entonces todavía sólo era el santo del Dragón, pero gracias a él logró sobrevivir a la destrucción de ese lugar infernal.

De repente, Sergei frenó al mismo tiempo que Aullido, permaneciendo ambos expectantes dentro del interior de la tormenta. El dios guerrero alzó un poco el mentón, intrigado por lo que olfateaba en el aire. El pelaje de Aullido se erizó al percibir un peligro que se aproximaba justamente por el frente. El guerrero de Épsilon compartió el mismo sentimiento.
Se apresuraron a subir a un lugar mucho más elevado donde pudieron obtener una vista panorámica del extenso valle rodeado por las montañas. Sergei concentró sus sentidos, pudiendo sobrepasar el límite del ojo humano para encontrar aquello que había alterado sus instintos.
El dios guerrero de Épsilon se alarmó al divisar en la distancia varias siluetas avanzando por las tierras de Odín.

El esfuerzo combinado de la visión de amo y lobo les permitió observar la peligrosa marejada que corría en dirección al Valhala. Se trataba de un grupo de hombres acorazados que, como una manada de animales salvajes, se desplazaban presurosos por las estepas de hielo. Había alrededor de cuarenta guerrero nómadas y todos ellos estaban envueltos por una estela siniestra a la que Sergei y Aullido fueron muy sensibles.
Ambos mostraron los colmillos al reconocerlos como un peligro. Si continuaban a esa velocidad y numero, el Valhala sería muy pronto atacado, necesitaba conseguir tiempo para que el resto de los dioses guerreros estuvieran consientes de la amenaza y tomaran medidas.
El dios guerrero de Épsilon intercambió una mirada con su fiel lobo, compartiendo así una idea que podría funcionar. Sergei dio un último vistazo hacia el horizonte, todavía confundido por esa única presencia que no le atemorizaba pese a ser quizá la más imponente de todas.

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Caesar, Patrono del Zohar de Sacred Python, encabezaba la horda de guerreros destinada a destruir todo vestigio del reino de Odín en la Tierra.
A su diestra Dahack, Patrono de la Stella de Arges, avanzaba a su lado. La Stella de Arges era de un color verde oscuro, con un diseño ligero por el que sus partes vitales se encontraban cubiertas, el casco con una celada adornada con relieves que formaban un gran ojo era la característica que compartía con otros de sus compañeros.
Y para su disgusto, a la izquierda caminaba una criatura disfrazada de hombre, un monstruo que servía a Sennefer con devoción. No se interesó en recordar su nombre, ni mucho menos conocer su habilidad. Tras las insistencias de Sennefer, el señor Avanish le pidió llevarlo a la misión como si se tratara un perro que necesita un paseo.

Caesar tenía claro su objetivo, él habría preferido algo mucho más discreto, pero aprovecharía la confusión numérica para alcanzar a su presa. A través de sus sentidos, la espada que se le fue confiada le transmitía la dirección que debía seguir.

El Patrono de Sacred Python vio algo a lo lejos, la tormenta le dio una forma antropomorfa, alguna especie de hombre bestia, pero conforme se acercaba la visión se separó en dos individuos. Sería fácil permitir que toda la fuerza detrás de él lo embistiera y borrara del camino, sin embargo decidió detenerse, siendo imitado por los demás.

Frente a toda la línea de guerreros y Patronos, el dios guerrero de Épsilon se plantó como el único obstáculo en el blanco valle.
Caesar no sabía si sentir admiración o echarse a reír, por lo que el silencio fue su única reacción. En su lugar Dahack se carcajeó ante la abrupta pausa.
— ¡Qué extraño, creí que una vez que se dieran cuenta se reunirían en un sólo lugar para enfrentarnos, pero en vez de eso envían a un único emisario! ¿O será acaso que piensas que es mejor lanzarte al suicido que vivir la agonía de una larga lucha? —Dahack gritó.
— ¡No sé quiénes sean pero no les permitiré avanzar más! —respondió con un gruñido de advertencia— ¡Puede que caminen y actúen como hombres, pero su disfraz no les servirá conmigo! ¡No permitiré que su pestilencia profane la sagrada Asgard! ¡Cuidado ya que caminan por hielo delgado!

Todos ellos miraron al osado guerrero, sólo Caesar prestó atención al lobo que lo acompañaba, nadie le dio importancia más que él. Se perdió en sus ojos amarillentos, para subir hacia las puntiagudas orejas recubiertas con un pelaje negruzco que se extendía a otras regiones del cuerpo excepto en el pecho, el rostro, las patas y la punta de la cola que respetaban un color blanco.
De cierto modo le pareció algo inusual ver a un lobo como ese domesticado, no lo consideraba una amenaza pero el animal removió algo en su interior.
¿Podría ser posible? —pensó por un instante.

Muchos de los guerreros se sorprendieron ante las palabras de Sergei de Alioth, como si hubiera descubierto un secreto que deseaban esconder.
— Parece que los asgarianos son extremadamente arrogantes —Dahack se adelantó pocos pasos—, uno solo de ellos se cree capaz de detenernos. No sé si llamar a eso valentía o estupidez.
— En mi opinión ustedes son los estúpidos por no seguir mi advertencia…
Sergei elevó su cosmos sin dudar, a su lado el lobo también se rodeó por una bruma destellante al aullar al cielo.
Dahack sonrió irónico, dispuesto a ser quien derramara las primeras gotas de sangre de esta guerra. Mas Caesar lo detuvo al sostenerle el brazo.
Antes de que el Patrono pudiera preguntar la razón, Sergei de Alioth lanzó un tremendo grito, avivando la intensidad de su cosmos.

El dios guerrero de Épsilon impactó su puño contra el suelo sobre el que de manera inmediata se trazaron líneas entre la nieve como si se tratara de un espejo rompiéndose.
La fuerza del golpe cuarteó el piso, revelando que lo dicho por el dios guerrero no sólo había sido una metáfora, en verdad estaban sobre un gran lago congelado que la nieve escondió con majestuosidad. Sólo verdaderos nativos de la región sabrían tomar precauciones.
Las fisuras se extendieron con gran velocidad, obligando a los guerreros a desplazarse hacia diferentes direcciones, dispersándose. La mayoría fueron lo suficientemente hábiles para saltar entre el hielo y llegar a una lejana orilla, el resto cayó dentro del agua helada, sufriendo el castigo de la madre naturaleza que se encargó de sepultarlos en las profundidades del lago.

Sergei y Aullido también retrocedieron para no caer victimas de su propia trampa. El dios guerrero estaba consciente que eso no los detendría, pero obligarlos a separarse fue el principal objetivo. Cruzar el lago era el camino más rápido y recto para llegar hacia el Valhalla, por lo que al destruir ese punto obligaría a los invasores a tomar las rutas más largas y complicadas, dividiendo sus fuerzas al mismo tiempo.
Tras apenas conseguir llegar a tierra firme, Sergei se volvió para contemplar su obra, quedando boquiabierto al ver a una sola figura levitando por encima del hielo flotante.
Dos largas alas negras es lo que mantenían en el aire a ese hombre que portaba una armadura oscura con una apariencia extraña, no parecía estar formada por resistentes placas metálicas, sino por algún material orgánico.
El guerrero volador se dirigió hacia esa misma orilla, aterrizando a una distancia prudente de Sergei y su lobo quien mostraba los colmillos.
Sergei miró con dureza al guerrero de largo cabello anaranjado, consternado por el ropaje que lo cubría casi en su totalidad, cediéndole largas garras en las manos, las alas en su espalda y un casco con un par de crestas que le daban un aspecto diabólico. Sin embargo el rostro del hombre debajo de toda esa abominación tenía una expresión seria y demasiado pasiva que contrastaba enormemente con su coraza protectora.
Los dos combatientes se miraron en silencio hasta que el peli naranja dijo —No nos dimos cuenta que bajo nuestros pies existía una magnifica tumba.
— ¿Es el momento en que vas a decirme que todos ustedes pueden volar como aves? —espetó Sergei, quien alejó a Aullido para tener mayor libertad de reacción.
— No —respondió con excesiva tranquilidad—. Nosotros somos únicos. Los otros encontrarán la manera de llegar a su destino, yo me he quedado para enfrentarte —explicó.
— ¿Y quién demonios son ustedes, engendros? ¿Por qué invaden nuestro reino?
— La destrucción y la muerte son nuestras únicas intenciones. Muere ahora guerrero de Asgard, quizá podrás renacer en un renovado mundo la próxima vez —dijo al extender la mano y que numerosos cortes aparecieran sobre la armadura de Épsilon.

Sergei sintió la extraña opresión que lo golpeó, pero gracias a su rapidez fue capaz de salir de la embestida de poder para evitar un daño total. El dios guerrero notó las profundas cuarteadas que se marcaron en su manto divino, enfureciéndose.
— Oh, eres ágil —el invasor señaló con leve admiración—, supongo que nos servirás para probar nuestro nuevo poder…
El guerrero de Épsilon tensó los brazos hacia los costados —¡Hay muchas presas a las que tengo que darles caza, no me estorbarás mucho tiempo! — gruñó antes de lanzarse a la ofensiva.
Sergei empleó las zarpas del ropaje de Épsilon para atacarlo, pero el enemigo se movió con destreza para eludir cada uno de los impactos.
El peli naranja volvió a emplear sus garras para atacar, mas esta vez Sergei las golpeó con sus propias zarpas para contrarrestarlas. Los choques entre ambos continuaron de manera incesante, retumbando como si todo un ejército peleara usando afiladas espadas.
En un rápido giro, el guerrero enemigo usó su ala izquierda para golpear al guerrero asgariano. Sergei se repuso al empujón en el aire, cayendo sobre sus piernas para impulsarse inmediatamente hacia su rival.
— ¡¡Garra nocturna!! —exclamó, liberando un centenar de ráfagas cortantes.
El invasor movió las garras con tal velocidad que rebotó cada uno de los cortes con sus movimientos.

Sergei quedó sorprendido por la demostración de destreza. Le habían alertado sobre el misterioso grupo de guerreros que atacaron el Santuario, capaces de enfrentar a los santos de oro y a los Apóstoles de Egipto… ahora había llegado su turno de probar fuerzas contra ellos.
Pero ¿qué era ese monstruo delante de él? Jamás había conocido a alguien que despidiera esa mezcla de olores y energías que circulaban como un vórtice oscuro a su alrededor.
— Parece que en habilidad, los santos y los apóstoles son superiores… —meditó el peli naranja en voz alta—… o quizá nos hemos vuelto más fuertes desde entonces —musitó, mirándose los brazos.
— Fueron ustedes quienes arrasaron con la capital del desierto.
Estuvimos allí.
— ¿Planean repetir esa hecatombe aquí? No les será tan fácil…. ¡no lo permitiremos!
— Esas palabras… las hemos oído de tantas lenguas y todos terminan muertos ¿habrá alguien que de verdad cumpla tal promesa? —el invasor cuestionó inexpresivo.
— ¡Haré hasta lo imposible para conseguirlo, aunque eso signifique perecer contigo! —clamó, siendo respaldado por Aullido a quien finalmente le permitió participar en el combate.
— Será inútil tu intento, la muerte no tiene poder alguno sobre nosotros mientras sirvamos fielmente al amo.
— No existe algo como la inmortalidad.
— Eres demasiado ignorante, humano.
Guerrero y lobo elevaron sus cosmos ante la mirada expectante del peli naranja. Para el invasor era todo un fenómeno que un animal posea un espíritu de lucha así como la capacidad de canalizar un cosmos. La bestia no era alguien de su especie, por lo que no podía atribuir tal capacidad a ello… De alguna manera el lobo está conectado con el dios guerrero y viceversa, un vínculo que les permite intercambiar y compartir aptitudes.
— Maravilloso…. —musitó para sí al contemplar que brillaban cual estrellas gemelas.
Sergei y Aullido se lanzaron al mismo tiempo contra su adversario— ¡¡Aullido final!! —Sergei exclamó con ferocidad. Hombre y bestia se transformaron en saetas luminosas que se desplazaron a la velocidad de la luz. La nieve se cuarteó a su paso hasta alcanzar al individuo a vencer.

Amo y lobo pasaron a través del enemigo, quedando de espaldas a él. Escucharon la piel abrirse y la sangre brotar de numerosas heridas, por lo que al volverse esperaron ver a un agónico rival lamentándose, aunque lo que vislumbraron fue algo totalmente diferente.
El guerrero de vestimenta oscura se giró para que a la vista resaltaran las grietas sufridas a su armadura, pero sobre todo la manera en la que escurría un fluido negruzco de ella al haber sido dañada. La piel que quedó al descubierto se mostraba ilesa, lo que significaba que estaba exento de cualquier dolor.
Más asombroso fue cuando de las grietas de la coraza negra emergieron pequeños y delgados tentáculos que se enlazaron unos a otros para reparar el ropaje del peli naranja, siendo una reconstrucción casi instantánea.
Los sonidos que escuchó provenir de la armadura oscura confundieron aún más a Sergei, sobretodo cuando distinguió un extraño palpitar proveniente de ella.
— ¡Esto es imposible! —el guerrero de Alioth bramó frustrado.
— Veo que tu técnica tiene algo de potencia —el peli naranja dijo con indiferencia, manchándose las manos con la sustancia viscosa que emergió de su ropaje—… Lograste lastimar nuestra coraza… parece que aún le falta ganar resistencia, pero mientras sigamos enfrentándonos a sujetos como tú alcanzaremos un nivel muy superior al imaginado —caviló, apartando la vista por unos segundos de su contrincante.
— ¡Tu armadura… está viva…! ¡Es un ser viviente! —descubrió alarmado, sabiendo que el liquido oscuro no fue otra cosa más que su sangre, los constantes crujidos los movimientos de sus músculos y aquel palpitar que tamboreaba en sus oídos era un corazón.
— Te diste cuenta muy rápido… nos sorprendes —el peli naranja volvió a tenerlo en la mira, extendiendo las alas de murciélago al mismo tiempo que dos puntos verdes se encendieron en su casco como ojos abominables—. Aun con tu limitado poder has contribuido con tu pequeño grano de arena… ya no tienes nada que nos interese.
— ¡Eres un monstruo de dos cabezas! —rugió enfurecido, volviendo a atacarlo con una combinación de golpes y patadas que fueron bloqueadas por el enemigo.
Al peli naranja le tomó por sorpresa que el lobo se uniera a la lucha, por lo que sólo cuando éste encajara los afilados colmillos a su pantorrilla entendió que no debía subestimarlo.

Los esfuerzos unidos de los dos lobos hicieron retroceder al siniestro guerrero, pero en un instante él frenó tal trabajo en equipo.
El peli naranja sujetó por el rostro a ambos con una fuerza tremenda. En un instante las grandes manos del invasor se prendieron en fuego negro con lo que quemó a sus adversarios.
Aullido chilló por el tormento. Sergei gritó agonizante conforme le humeaba la cabeza, sintiendo como su casco comenzaba a derretirse. Retorciéndose de dolor logró zafar su cabeza de la corona que lo aprisionaba en tal tortura. En cuanto sus pies tocaron el suelo lanzó un zarpazo para liberar a Aullido. El peli naranja lo soltó, alejándose para esquivar las ráfagas cortantes que le siguieron después.

El lobo cayó malherido, las llamas dejaron terribles quemaduras en su cabeza, hocico, orejas y ojos. Debilitado y totalmente ciego permaneció tendido en el piso, convulsionándose con violencia.

Poseído por la rabia al ver a su amigo lastimado, Sergei superó su propia velocidad para golpear repetidas veces al enemigo en el pecho, tras una patada el peli naranja cayó en el suelo, resbalando varios metros sobre la nieve.
El guerrero con alas de murciélago se levantó despacio, conservando una mirada tranquila pese a todo, a diferencia del dios guerrero cuyos ojos lucían como los de una auténtica bestia sedienta de sangre.
— No eres alguien fácil de matar… ninguno de los guerreros sagrados que hemos enfrentado antes lo han sido —el enemigo de Asgard comentó con seriedad—. Sirves la voluntad de un amo, justo como nosotros, por ello respetamos tu tenacidad… te daremos el honor de sucumbir ante nuestra más reciente fuerza, aquella con la que el amo nos ha bendecido por nuestro sacrificio y lealtad.

Sergei jadeaba como un animal salvaje, llegando a encorvarse hasta que sus dedos rozaran ligeramente el suelo, su enemigo lo desconocía pero una vez que entraba a ese trance dejaba de reconocer incluso el idioma de los hombres, se volvía el contenedor dentro del que hierven instintos asesinos hasta el momento de estallar.
El peli naranja encendió su cosmos, teniendo la apariencia de llamas oscuras que sofocaron todo el entorno. La nieve a sus pies se derritió al instante, descubriendo el suelo rocoso que escondía debajo de ella. A su alrededor los copos de la tormenta se desvanecían, creando un vacio en el que la madre naturaleza no podía penetrar.

Tras un grito feroz, Sergei elevó su cosmos invernal, moviéndose a la velocidad de la luz con movimientos zigzagueantes que confundieron momentáneamente a su rival. Se encerraron dentro de un tornado de golpes, garras y sangre que desgastaron sus respectivas armaduras y acumularon heridas en sus cuerpos.
Ambos eran bastante resistentes al dolor, aunque las magulladuras se marcaban más en el dios guerrero, el daño que recibía del fuego emergente de las extremidades de su oponente estaba consumiéndolo con rapidez, algo de lo que el peli naranja se percató pronto.
Un golpe llameante en la quijada y Sergei cayó de bruces contra el suelo, envuelto por vapor y sangre que escupió en la blancura del piso.
Gruñendo como un animal herido, pero aún desafiante, Sergei de Alioth pudo ponerse de pie, debiendo alzar la vista al cielo cuando su adversario voló hacia allá.

Las llamas negras lo cubrieron en su totalidad, dándole la apariencia de una criatura salida de los mismos infiernos.
¡Aleteo abismal! —clamó el monstruo al lanzarse en picada contra el dios guerrero de Alioth.
Antes de siquiera pensar en cómo debía reaccionar, Sergei fue alcanzado por una fuerza demoledora que destruyó completamente su armadura.
Aquel monstruo del abismo pasó a través de él, embistiéndolo con el poder de su fuego infernal. El impacto lo hizo elevarse por los aires, envuelto en un vendaval de fuego, escuchando como su manto divino estallaba sobre su cuerpo.
El dios guerrero ni siquiera gritó, aunque el dolor que sintió fue brutal duró apenas un segundo, después ya no sintió nada. No tuvo pensamientos coherentes durante el descenso, todo estaba nublándose… sin embargo durante la inminente caída a las frías aguas tuvo una extraña visión antes de que todo se ennegreciera: en una lejana orilla del lago vislumbró a una radiante mujer montada en un caballo blanco.
La potencia del ataque lo alejó de la orilla para terminar dentro de la oscuridad y el hielo. El guerrero de Épsilon desapareció dentro de las profundidades del lago después de un sonoro “splash”.

El siniestro guerrero volvió a tierra tras extinguir las oscuras llamas de su cuerpo. Miró con detenimiento hacia el agua como si una diminuta parte de él esperara que su adversario emergiera de ella, pero tal cosa resultaría absurda, había dejado de sentir cualquier vestigio de vida… podía asegurar su muerte.

Tan absorto estaba en ello que no anticipó la llegada de alguien más a la escena.
— Oye tú, esbirro de Sennefer —escuchó de pronto.
Al reaccionar con prontitud, pudo distinguir la silueta de Caesar, Patrono del Zohar de Sacred Python, en lo alto de un peñasco.
El peli naranja batió sus alas para volar hacia él.
Masterebus es nuestro nombre —corrigió con tono indiferente.
Caesar enarcó las cejas, extrañado, ¿por qué hablaba en plural? ¿Qué es lo que Sennefer tenía bajo su mando? Se preguntaba con desconfianza. No fue testigo de todo el combate, sólo del flameante final; sin mencionar que en ese momento veía cómo la armadura de la criatura se curaba por sí misma, habiendo una mezcla de sangre roja y negruzca por todas las heridas sufridas.
— No me interesa tu nombre, pero me ha impresionado tu desempeño. Al principio creí que sólo serías un estorbo como los demás… pero el señor Avanish decidió darte la oportunidad de unirte a nuestra lucha, bien hecho —le dijo con sinceridad.
Masterebus inclinó la cabeza con humildad, aunque su amo y el Patrono de Sacred Python vivían en constante rivalidad, aceptaba sin problemas la jerarquía de Caesar.
— Ante este inesperado suceso los hombres se han dividido —el Patrono dijo con aburrimiento—. Tú debes seguir al resto rumbo al Valhalla, yo tengo que dar un pequeño rodeo…
— ¿A qué se debe eso?
— El objetivo principal no se encuentra en el palacio, pero aún así es conveniente diezmar a los guerreros de Odín ¿crees poder contribuir? —Caesar preguntó, autoritario.
— Ya hay uno menos del cual preocuparse, con gusto comenzaré la caza de los otros guerreros sagrados.
Caesar asintió, satisfecho por tal respuesta— Vete ya, nos reuniremos pronto.
Masterebus aceptó la orden, volando hacia una dirección opuesta a la que Caesar se giró.
En la mente del Patrono ya se había dibujado el escenario en el cual encontraría a su presa. Una mansión muy cerca del Palacio Valhalla, allí es a donde debe dirigirse.

FIN DEL CAPITULO 26


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EL LEGADO DE ATENA - Capítulo 67. "Epílogo"


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Publicado 11 abril 2012 - 07:33

como siempre excelente capitulo

muy buena la historia de Bud

y tambien muy buena la pelea de la ultima parte

saludos

#118 Seph_girl

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Publicado 01 junio 2012 - 14:42

SALUDOS A TODOS.
Vaya que tuve unas semanas ocupadas... pero aquí seguimos para traer un episodio mas a esta historia. Ojalá lo disfruten =3

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Asgard, 15 años atrás

Cada mediodía un poderoso cosmos circula por el aire de Asgard, palpando la piel como una caricia. Esa era la hora en que la princesa de Polaris viajaba hacia la orilla del mar para orar con devoción al padre Odín.
La Princesa dejó de acudir sola a tal rito desde el atentado del emperador del océano. Todo un séquito de creyentes, incluyendo a su hermana Flare, la acompañaban en la oración, maravillándose por el pacifico y encantador cosmos que apaciguaba sus corazones.

Ese día en especial, Hilda abrió poco a poco los ojos, permaneciendo con las manos unidas para permitirse un instante de distracción. Lanzó una sutil mirada por encima del hombro para descubrir una presencia en particular, allá a lo lejos, por encima de las cabezas de todos los fieles que oraban con fuerza a los dioses. La regente de Asgard esbozó una sonrisa al reconocer a Bud, quien en la distancia y apartado de las sombras permanecía como un guardián.
Hilda se mostró feliz de verlo allí. Bud se veía diferente, algo había cambiado en él y sabía que era para bien. Mas debía finalizar primero con sus plegarias para después poder hablar con el guerrero.


El dios guerrero permaneció de pie en la cima de las escalinatas que conducen al nuevo altar de Odín. Deseaba hablar con Hilda, pero entendía que debía ser paciente y esperar el momento más oportuno.
Nunca ha sido un hombre de oración, por lo que no iba a comenzar ahora pese a que estaba esforzándose por ser un hombre diferente. Días atrás dio un gran paso por el sendero que jamás creyó se animaría a andar, pero Hilda tuvo razón desde el principio.
Fueron momentos de mucha tensión, pero al final sus padres le demostraron que sin importar todo lo sucedido aún lo amaban… Pese a que logró expresar su odio hacia ellos, las lágrimas de su madre tuvieron un poderoso efecto, limpiaron su corazón de resentimiento. Tras esa demostración de afecto y arrepentimiento, Bud no pudo seguir negando sus propios sentimientos, por lo que accedió a darse una oportunidad para conocerlos.
Pensaba en ello cuando fue invadido por una extraña sensación que lo puso intranquilo. No se trataba del cosmos de Hilda, ni tampoco de una presencia maligna. Agudizó los sentidos para encontrar su origen, siguiendo el rastro que sentía latente en el ambiente.
Su percepción lo condujo hacia unas viejas ruinas que alguna vez edificaron una mansión. Pasó con cautela por los pasillos, arcos y bóvedas derruidas, llegando a un claro bajo el cual alguna vez se alzó un jardín con una larga fuente rectangular, rodeada por estatuas de guerreros vikingos, ahora sólo quedaban despojos de la bella arquitectura.
Bud se detuvo ante un monumento del que sólo quedaban las piernas de un hombre en armadura. Sentía que toda la zona estaba impregnada por esa extraña presencia, pero no podía ubicar el lugar exacto del que emanaba.
Parece que lo conseguiste. Felicitaciones dios guerrero de Zeta —escuchó un eco reverencial justo en el momento en que se manifestó una luz en medio de la destrozada fuente.
El resplandor dorado no lastimó sus ojos, pero aun así retrocedió unos cuantos pasos. La masa resplandeciente se ondeó hasta formar un portal del que emergió una manifestación divina. Fue difícil de distinguir, pero poco a poco notó una silueta montada sobre un caballo.
Tal visión hizo que Bud se palpara la cabeza al ser invadido por un leve mareo, causándole un poco de dolor… Muchas imágenes se desbordaron en su mente, recordando algo importante… memorias perdidas de un encuentro con una divinidad.

--------

Herido y sumamente débil después de enfrentar a los esbirros que Hilda envió para matarlo, Bud se sorprendió por el potente relinchido de un caballo. Cuál fue su intriga al volver el rostro, descubriendo que provino de un majestuoso corcel blanco con herraduras, riendas y silla de oro. La jinete que montaba el robusto animal llevaba en brazos el cuerpo del caído dios guerrero Syd de Mizard. Se trataba de una mujer quien lo acunaba como a un niño durmiente.
La mujer poseía una impecable belleza, de pálida piel que desprendía un aura celestial. Estaba dotada de un cuerpo fornido pero escultural; cabello largo, lacio y dorado como hilos de oro blanco; nariz respingada; labios finos, coloreados con pintura rosada; sus ojos estaban ensombrecidos por un casco alado que adornaba su cabeza. Su vestimenta consistía en una armadura ligera de platino con incrustaciones de piedras preciosas, de su espalda crecían dos alas plegadas de aspecto metálico que formaban parte de la coraza, una túnica blanca se acentuaba a sus caderas, y un escudo en el que dos cuervos y dos lobos habían sido plasmados para la eternidad.
Por las leyendas populares en Asgard es por lo que Bud sabía qué era ella…
— Una valkiria… —murmuró incrédulo ante su magnificencia.
El maravilloso corcel golpeó la nieve con uno de sus cascos, pidiendo dar marcha. La imponente valkiria decidió permanecer ahí un poco más, estudiando con cuidado al mortal que había quedado sin habla mientras la miraba muy sorprendido.
Tenía deseos de conocerte Bud de Alcor Zeta —escuchó que ella le habló, mas la valkiria no tuvo que mover los labios para darse a entender.
— ¿Me conoces? —Bud preguntó contrariado.
Ridícula pregunta —sentenció la hija de Odín—. Por supuesto que sé quién eres, así como conozco a todos los hombres y mujeres que nacieron en las tierras de nuestro gran padre, Odín. Después de todo, soy una de las responsables de tejer los tapices del destino bajo el fresno Yggdrasil, mi nombre es Skuld*.
Skuld, una de las tres nornas encargadas de los hilos del destino, y que al mismo tiempo sirve como una valkiria más a las órdenes de Freya.

Por un inexplicable sentimiento de respeto Bud se mantuvo arrodillado ante la divinidad nórdica, empequeñecido por la intrigante presencia que inundó el lugar.
— ¿Has venido a llevarte a mi hermano? —se atrevió a preguntar.
Odín lo ha llamado a su lado, su valor será recompensado y junto al resto de los dioses guerreros gozara de los placeres del Vingólf… Aunque originalmente, también venía por ti. Curioso, sigues con vida pese a que el hilo estaba por llegar a su fin —comentó para oídos del asustadizo Bud— ¿Te gustaría verlo?— inquirió al extender la mano hacia el guerrero. Los cabellos casi blancos de la valkiria se agitaron un poco, siendo uno de ellos el que se alargó hasta llegar al pecho de Bud, tocando justo donde se encontraba su corazón.
El dios guerrero quedó boquiabierto, ¿Acaso ese era el hilo de su vida?, ¿Un simple cabello de la norna Skuld?
En ese largo hilo de oro, Bud notó franjas oscuras, casi invisibles, que marcaban unas divisiones en el tramo del cabello.
No cabe duda que los mortales son interesantes, algunos como tú logran desafiar lo tejido en el Yggdrasil y extienden el hijo de sus vidas, ya sea por su gran voluntad, la intervención de algún dios o el ferviente deseo de un ser querido. Observa bien guerrero de dios, en dos ocasiones has debido morir pero tu hilo continúa extendiéndose— sus palabras eran ciertas, había dos anillos oscuros en ese cordón dorado.
— … ¿Y eso qué significa?...— el tigre blanco preguntó preocupado.
Que hay un destino más grande del que yo pude vislumbrar para ti — anunció—. Y con los eventos que han azotado a Asgard gracias al poder de Poseidón, finalmente lo comprendo. El señor Odín tiene planes para su pueblo y para él mismo… Él te ha elegido Bud, pero sólo eres una opción… Necesitas más que haber sobrevivido hasta ahora para ser realmente digno.
— ¿Qué estás tratando de decirme, norna Skuld? —un deje de desconfianza hizo brillar los ojos del joven guerrero.
No tienes ningún poder sobre mí como para que tenga que revelártelo, pero mi misión es ‘tejer lo que deberá ser o lo que es necesario que ocurra’. Si yo quisiera, podría terminar con tu existencia aquí y ahora, o convertirte en un trovador por el resto de tu vida… Lo que yo considere necesario— explicó.
— Parece que los dioses gustan de jugar con los humanos— dijo resentido, después de todo ha tenido una vida llena de infortunio.
Skuld sonrió divertida— Despreocúpate, cuando se trata de hombres con un espíritu como el tuyo es difícil trenzar algo como eso. Además, puede que seas la hebra que necesito para hilar los deseos de mi dios padre. Aunque todavía no estás listo, necesito que me demuestres algo más… Eres fuerte y poderoso, es cierto, pero se necesita de otra clase de fortaleza si es que en verdad serás de quien Odín vaya a aprender.
— ¿Aprender?... ¡No entiendo nada!— renegó, levantándose.
No necesito que lo entiendas, sólo que lo hagas. Sé digno Bud, demuestra que puedes enfrentar tus miedos más profundos y vencer tus oscuros instintos. Haz eso y tejeré para ti algo grande.
— ¡Espera, me rehúso, yo no…!
No recordarás nada de esto hasta el momento en que nos volvamos a ver… Y si eso llega a pasar, significará que has sido elegido como la mejor opción.

---------

— Skuld… Tú… ¿Cómo pudiste jugar con mi mente así?— poco a poco apartó la mano de su frente, sobreponiéndose al dolor.
Era necesario— dijo la valkiria sin abandonar la montura de su dócil corcel— Creí en ti, y no me defraudaste. Y antes de que digas algo erróneo, te diré que yo no tuve nada que ver con las decisiones que tomaste los últimos días. Debes saber que las nornas no controlamos todos sus movimientos en la vida, sólo aquellos que sabemos son necesarios para lograr el futuro.
— ¿Cómo creerte?
No espero que me creas, pero es la verdad. Eres otro hombre ahora, ya no eres ese niño huérfano y resentido, has escapado de la mediocre existencia en la que bien podrías haberte perdido. Estoy sorprendida y muy satisfecha.
— ¡No quiero ser un juguete de los dioses Skuld, ya no más!
No muestres ingratitud ¿acaso no aprendiste nada durante tu prueba? —la valkiria cuestionó con tranquilidad—. Tu padre rogó a Odín para que te salvara esa fría noche, y él respondió. Tal vez no viviste como un príncipe, pero conociste la generosidad a manos de un hombre honesto. Todo lo que has superado era necesario para que llegaras hasta aquí… Tendrás tu recompensa.
— No necesito nada de ustedes, no planeo ser su herramienta en lo que sea que traman —Bud respondió con el ceño fruncido.
— ¿Acaso me veré en la necesidad de borrar tu memoria de nuevo, Bud? Creí que esto te alegraría— añadió seriamente la valkiria—. Deberías sentirte honrado.
— Inténtalo— ante el inexpresivo rostro de la valkiria, Bud alargó sus garras mortales y encendió su cosmos en advertencia—. Esta vez no será tan fácil.
— ¿Levantas tus puños contra una mensajera de Odín? —Skuld preguntó contrariada.
— ¿Por qué no? Tal vez así se entere que no soy una buena alternativa después de todo.
— Y sin embargo, no podría pensar en nadie más para ayudarnos, Bud.
En ese instante, otra voz femenina intervino, conteniendo el violento cosmos del tigre blanco.
La princesa Hilda había arribado de manera imprevista, con serenidad caminó por entre las ruinas y la nieve.
— Hilda… ¿acaso tú eres parte de esto?—el dios guerrero masculló con recelo.
— Como soberana de Asgard estoy al tanto de los planes del padre Odín. Te lo dije antes ¿no es cierto? Que necesitaré a personas como tú de mi lado para forjar un mejor futuro para Asgard. Y si estás aquí es porque has decidido que así sea.
— Pero no así —apuntó a la valkiria quien permaneció en silencio—. No por alguien que puede manipular todo lo que hagamos a voluntad.
— ¿Así lo sientes Bud? ¿De verdad crees que todo lo que has hecho no es por mérito propio? —la princesa se paró junto a él, dedicándole una reverencia a la norna antes de proseguir—... Tal vez los dioses únicamente te hayan inspirado para que lo hagas, pero al final, si no hubieras sido lo suficientemente capaz, habrías fracasado en todas y cada una de tus acciones. Los dioses no son nuestros enemigos, por lo menos no los de estas tierras. — con suavidad palpó el brazo de Bud para que bajara sus mortíferas zarpas—. Ellos desean compensar todos los siglos de sacrificio que hemos tenido que soportar, y dichosos debemos estar. Trata de entenderlo Bud, ya has llegado hasta aquí, no creo que debas retroceder.
Bud dejó la pose de batalla al sentir que debía confiar en Hilda, no podía sentirse enfurecido con ella, ya no más.
— El mundo está por cambiar, y Odín necesitará guerreros tanto en el Valhala como en la Tierra ¿Me ayudarías aquí, Bud?
Hilda preguntó instantes antes de que el cielo comenzara a oscurecerse. La sacerdotisa, el dios guerrero de Zeta y hasta la misma valkiria de Odín alzaron la vista, contemplando cómo es que una mancha oscura apareció en el sol para ennegrecerlo poco a poco.
— ¿Qué es eso? — Bud cuestionó desconcertado sin apartar la mirada del astro rey.
— La señal del cambio —Hilda contestó sin temor—… Es cuestión de tiempo para que el mundo sufra una metamorfosis…
La prueba tanto para dioses como para mortales dará inicio cuando el sol vuelva a brillar con todo su esplendor —la norna Skuld profetizó a la pareja cuyos hilos no había decidido unir todavía, y sin embargo lo hicieron por sí mismos. Sonrió al ver como las delgadas hebras de sus vidas se entrelazaban justo como lo hicieron las manos de ese hombre y esa mujer al estar uno junto al otro.
— Tal parece que es como dijiste Hilda —Bud habló. Ninguno de los dos parecía consciente de estar tomados de la mano—. Tenemos que pasar nuestras vidas encarando el futuro… en una lucha eterna.
— Pero no siempre habrá que luchar —corrigió Hilda—. No todo se resuelve con batallas, sino también con palabras y perdón ¿acaso no aprendiste eso?
Bud sonrió avergonzado. Ya más relajado pudo mirar a Hilda a los ojos ¿acaso todo esto lo había planeado ella y no la norna? Tal vez jamás lo sabría— Sí… en eso, te doy la razón.
— No nos corresponde participar en ese desafío que libran ahora Atena y sus santos— reveló la princesa asgariana—. Pero ya habrá otros y tenemos que estar listos ¿estarás conmigo Bud?— preguntó esperanzada.
Bud soltó la mano de la princesa, hincándose en reverencia ante su señora. Dando inicio a su vida como guerrero de la luz— El dios guerrero de Mizard Zeta está listo para iniciar sus funciones. Le serviré fielmente a partir de hoy y para siempre, princesa Hilda.

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Capitulo 27.
El vórtice de la tormenta, Parte III.
El bosque oscuro

El lejano aullido que escuchó claramente dentro de la tormenta trajo a Bud ese viejo e importante recuerdo. Algo que percibió como un mal presagio…
Bud, Freya y Elke abandonaron sus actividades y charlas dentro de la mansión al escuchar el llamado de Aullido a través de sus cosmos. Algo grave estaba ocurriendo en Asgard, era su responsabilidad acudir al llamado.

Freya y Elke se aproximaron a Bud de Mizard quien miraba desafiante por una ventana, siendo clara la preocupación que recorría su ser.
Los tres dioses guerreros extendieron sus sentidos hacia donde sentían el cosmos de Sergei de Alioth, intuyendo que estaba siendo partícipe de una confrontación. Siendo él su guía, lograron distinguir las numerosas presencias que ya no podían esconderse entre la feroz tempestad.
— Son entre veinte y treinta individuos —dijo Freya, como si pudiera visualizarlos en la distancia—. ¿Qué está pensando Sergei al ir él solo a enfrentarles? —preguntó preocupada.
— No, son cuarenta, ni más, ni menos —corrigió Elke, quien era mucho más a fin a tales percepciones—. Parece que se han dividido por alguna razón, aunque eso no ha detenido su marcha… pero Sergei ha iniciado una cruenta lucha con uno de ellos —describió como si estuviera allá.
— ¡Debemos ir! —indicó Freya, esperando la autorización del señor Bud.
— Seré yo quien regrese al Valhalla, ustedes dos deben permanecer aquí y cuidar de Syd —Bud indicó tras meditarlo unos segundos.
— ¡Pero señor Bud, el príncipe estará más a salvo si lo llevamos al palacio…! —Freya intentó oponerse.
—Es peligroso viajar con este clima y más si en el camino debemos lidiar con guerreros desconocidos —respondió, caminando hacia la salida tras tomar su abrigo. Si son los mismos de los que hemos tenido noticias de oriente nos esperan pruebas muy difíciles. No pienso exponer a Syd de esa manera, estará más a salvo aquí, con ustedes.
— Dejar a dos guerreras sagradas fuera del combate sólo para servir de niñeras es una estúpida idea —dijo Elke sin contemplaciones.
— ¡Elke! —Freya desaprobó la forma de hablarle a su superior.
— Quizá tengas razón —dijo Bud—, pero quiero poder enfrentar esta situación con la seguridad que las dos mejores guerreras de Asgard estarán al lado de Syd. Si algo llegara a pasar y las cosas resultan como en Egipto, podré confiar en que ustedes lo mantendrán a salvo y lo llevarán a un lugar seguro —explicó sin cambiar de parecer, mirándolas con gesto autoritario—. Aunque lo duden este no es un deseo egoísta de un padre que intenta proteger a su hijo. Asgard necesitará a su príncipe en el futuro, los dioses así lo han decretado.
Elke sólo cruzó los brazos bastante molesta, desaprobando las indicaciones que le fueron dadas.
Freya sentía lo mismo, pero a diferencia de Elke podía sentirse honrada de que el señor Bud le confiara la vida de su único hijo. A ese grado llegaba la estima que sentía por ella y no pensaba defraudarlo.
— Dejo a Syd y el futuro de Asgard en sus manos —Bud dijo con solemnidad, decidiendo emprender el viaje hacia la batalla sin despedirse del príncipe Syd.

Palacio Valhalla.

En la sala del trono, Hilda proyectó su cosmos hacia cada rincón de Asgard para estar al tanto de la situación. Al percibir el cosmos de Sergei de Alioth estallando en la lejanía, supuso que algo grave estaba por suceder, un presentimiento que pudo confirmar gracias a Alwar de Benetnasch, dios guerrero de Eta.
El arpista permaneció junto a la fuente circular que marcaba no sólo el centro de la habitación del trono, sino del palacio mismo. Alguna vez escuchó decir que los antiguos sacerdotes de Odín utilizaban ese espacio como una gran fogata de llamas embravecidas, pero las aguas cristalinas con brillos platinados reflejaban de mejor forma la benevolencia de la actual gobernante de Asgard. La luz que emitía el agua bañaba las paredes de un color azul tan claro que daba la ilusión de encontrarse dentro de un auténtico palacio de hielo.
— El peligro avanza de manera incontrolable por las tierras de Odín —la sacerdotisa previno después de abrir los ojos—. Debemos estar preparados.
A falta de la presencia del señor Bud, Freya y el resto de los dioses guerreros, Alwar de Benetnasch sabía que toda la responsabilidad recaía sobre sus hombros. La seguridad de la familia real de Asgard era su máxima prioridad.
— Los hombres están preparados, la mayoría ha tomado posiciones para salvaguardar el perímetro del castillo —Alwar explicó con una reverencia.
— Alwar, tú y yo sabemos que las sombras que avanzan hacia nosotros no pueden ser contenidas por hombres ordinarios. Sé que es pedirte demasiado, pero si es posible desearía que hubiera el menor número de bajas —pidió, preocupada.
El guerrero de Eta asintió con sumisión —Haré todo lo que esté a mi alcance, señora Hilda. Pero no tema, confiemos en que el señor Bud regresará pronto, además no olvide que aún contamos con Clyde de Megrez y Aifor de Merak. Seguramente ellos vendrán.
Hilda sonrió con optimismo, volviendo a cerrar los ojos.
— ¿Pedirá ayuda al Santuario, mi señora? —intuyó el asgariano ante el semblante de la gran sacerdotisa.
— Aunque ese fuera mi deseo, no puedo —respondió en total calma.
— ¿Por qué no? —se animó a preguntar, intrigado.
— Aún no lo entiendo del todo, pero siento como si algo, o alguien, impidiera que mi cosmos alcance al Patriarca del Santuario… temo que nuestros enemigos no cometerán el mismo error dos veces, tendremos que enfrentar esto solos.
— ¡No necesitamos la ayuda de los forasteros! —clamó Alwar con valentía, obligando a Hilda a mirarlo a la cara—. Le pido que no se angustie señora Hilda, los guerreros de Odín no le fallaremos.
La sacerdotisa sonrió agradecida. Debía creer en la fortaleza de su nación, sería toda una deshonra volverle a fallar al gran dios Odín.

En algún lugar de Asgard.

Sin dejarse amedrentar por el agresivo golpeteo del viento, el dios guerrero de Megrez observa por encima de un desfiladero. Envuelto por una capa y el manto divino de Delta, mira hacia el horizonte de manera analítica.
Junto a él, el joven guerrero de Merak estudia acongojado el panorama. Estuvo al tanto del cosmos de Sergei de Alioth, y tras un repentino estallido contra su rival desapareció todo rastro de él. ¿Eso es lo que les esperaba a todos? ¿Era el significado de su sueño? Se cuestionaba mortificado.
— Se acercan… una horda de ellos subirá por la vereda del sur muy pronto—el guerrero de Megrez señaló con el dedo—. Pero tenemos la ventaja en este terreno —explicó, sonriendo malicioso al ver como una roca cayó por la orilla hasta perderse en el fondo del acantilado.
— ¿Cómo puede estar tan seguro? Yo no percibo nada —aclaró, esforzándose por ver más allá de la tormenta.
— Muchacho tonto —Clyde se mofó con descaro—. No me sorprende de tu cabeza hueca, nunca has sido bueno para escuchar a las personas, mucho menos entender lo que tu alrededor te grita a los oídos —sonrió sarcástico.
Aifor ignoró el comentario con naturalidad, por su convivencia con el guerrero de Megrez había ganado cierta invulnerabilidad a cualquier insulto.
— Pongámonos en marcha, debemos aprovechar que estaremos en terreno elevado —sugirió Aifor de Merak, avanzando por un costado de desfiladero, mas se detuvo al notar que Clyde de Megrez caminó hacia el sentido contrario, rumbo al bosque.
— ¿A dónde va? —inquirió, a un paso de seguirlo.
— También vienen por esta dirección, yo me encargaré. Tú ocúpate de los otros.
— P-pero… —quiso disuadirlo.
Al saber su preocupación, Clyde se detuvo un momento para decir— Tu sueño… dijiste que serías testigo de mi muerte ¿o no? —cuestionó irónico—. Mantener la distancia sería lo mejor, ¿no lo crees? No hay que apresurar las cosas, el día aún no termina —prosiguiendo su marcha—. Quiero divertirme un poco antes de que las nornas corten mi hilo, además no podemos permitir que esos hombres vuelvan a reunirse.
Aifor de Merak se atragantó por la pesadez que sentía en el pecho, no concebía que su maestro tomara tan a la ligera la idea de morir, como si tal sentencia la hubiera estado esperando desde hace mucho tiempo. Pero en algo tenía razón y lo mejor era alejarse de él por ahora. No podía preocuparse nada más por Clyde de Megrez, tenía que velar también por la seguridad de todos sus compañeros y los habitantes de Asgard.
Con determinación, Aifor bajó las lentillas de su casco sagrado para reiniciar el andar hacia la batalla.


Clyde de Megrez caminó casi un kilometro para adentrarse al bosque oscuro que conoce como la palma de su mano. Los altos y frondosos árboles crean una resistente bóveda que ni la misma tormenta es capaz de traspasar. Todo el lugar estaba sumido en una penumbra espectral, rodeado por los fieros gritos del viento que sacudían las hojas y las ramas.

En ese lugar entrenó y perfeccionó durante largos años las artes que los Alberich han guardado con recelo durante generaciones. No le pesaba en lo absoluto ser el último de tal linaje, ni siquiera se preocupó por engendrar cuando menos uno o dos vástagos que pudieran continuar con el apellido, ni se permitió tener algún bastardo entre las mujeres de la región. No se arrepentía de ello, ni siquiera ahora que tiene la certeza que su vida está llegando al final.
Tales decisiones hacían difícil de comprender la razón por la que decidió mantener bajo su protección a Aifor de Merak. Algunos se aventuraban a preguntar y otros a hacer conjeturas, Clyde sólo guardaba silencio pues el chico era su boleto de salida, de una forma u otra.

El dios guerrero de Delta se detuvo al visualizar a la primera sombra que venía a su encuentro, así como a las otras que se posicionaron en las ramas de los arboles. En un instante se vio rodeado por una docena de guerreros con armaduras de colores variados. Clyde de Megrez giró sobre sus talones con lentitud, mirando a cada uno de ellos sin temor. Él no era la clase de adversario que se interesaba en buscar razones para no pelear, por lo que le desagradó escuchar a uno de ellos hablarle.
— Clyde, esbirro de la Casa Alberich, tiempo sin vernos.
El guerrero de Odín se giró lentamente hacia el hombre que se atrevió a avanzar a su encuentro. Ni su presencia, ni su armadura gris despertaron alguna clase de interés en el dios guerrero.
El hombre de cabello castaño y piel bronceada sonreía con arrogancia, guardando silencio como si esperara ser reconocido.
— ¿Y se supone que nos conocemos? —Clyde de Megrez preguntó con indiferencia.
Al guerrero le cambió la expresión a una de completa indignación, pero mantuvo los estribos —Parece que en Asgard continúan con su mala costumbre de enterrar los actos deplorables que cambian el rumbo de la historia. ¡Está bien que finjas no reconocerme, pues yo Kolbeinn de la casa de Yttredal he regresado para tomar lo que por derecho nos pertenece! —clamó, respaldado por el vitoreo de los hombres que lo acompañaban.
Clyde permaneció pensante sin expresión alguna, algo que irritó al llamado Kolbeinn. Él fue de los principales promotores del intento del derrocamiento de Hilda de Polaris años atrás, el exilio fue su castigo, ¡¿pero cómo se atrevían a olvidarse de él?!
En aquel tiempo, sólo hubo dos grandes impedimentos para ver logrado su fin: el feroz tigre de Zeta y el hechicero oscuro de Delta. Sin ellos, Hilda hubiera sido despojada del trono y alguno de sus aliados habría tomado el control.
Ahora que el destino les brindó la oportunidad de vengarse de tal humillación, aceptaron tomar el camino de la venganza, un sentimiento que permaneció latente pese al haber sido acogidos por el reino vecino donde vivieron en paz.
— Jum, la basura sigue siendo basura, no me disculparé por no recordar el nombre de un traidor —Clyde sonrió tras encontrar un viejo recuerdo sin importancia de aquellos días de guerra—. Esto comienza a tomar sentido… ¡Ja! Le dije a la Señora que debíamos de cortarles la cabeza a todos. Será una lección para ella que vea que la piedad no trae ninguna recompensa —rió sonoramente—. Concuerdo con lo que dijiste antes, es una pésima costumbre enterrar la porquería ya que no desaparece y tiende a volver a la superficie. Todos ustedes son la prueba de ello.
— ¡Maldito! —rugió el guerrero mientras el resto de los hombres tembló por la furia.
— Cierto es que tienen uno que otro motivo para levantar sus puños contra Odín, pero no recuerdo que fueran tan inteligentes como para ser el origen de los ataques a Grecia y a Egipto ¿o me equivoco?
— Esas son cosas que no nos conciernen.
— Quiere decir que en efecto se han vendido para lograr sus ridículas intenciones —Clyde dedujo sin quitar su sonrisa altanera.
— ¡A callar! ¡Tú que estás cegado por el fanatismo ha dioses ausentes jamás lo entenderías! ¡Asgard será una nueva tierra donde los hombres gobernarán su propio destino!
— ¿Aún después de tantos años continúan con lo mismo? Son patéticos —Clyde se echó la capa hacia atrás, dejando sus brazos al descubierto—. En ese entonces fracasaron, hoy no será diferente, es claro que sólo son peones sacrificables de un rey que se esconde en algún lugar —llevaba consigo un grueso libro de pasta negra y grabados plateados—. Así que, ya que los han enviado al matadero con mucho gusto seré el verdugo que finalmente los ejecutará como tenían merecido.
— ¡En esta ocasión todo será diferente! ¡Ataquémoslo todos juntos! — Kolbeinn ordenó iracundo.
Los gritos de batalla superaron los silbidos del viento, mas Clyde se mantuvo inmóvil y sonriente pese a que los doce hombres se lanzaron sobre él por todas direcciones.
En respuesta, el guerrero de Megrez Delta encendió su cosmos blanco al abrir el libro que sostuvo con una mano. Las hojas se movieron por sí mismas a gran velocidad hasta detenerse en una página específica.
— Invoco al espíritu del trueno —Clyde musitó con un tono místico— ¡Tordenbrak! —su voz tronó como un relámpago, desencadenando un fuerte temblor a su alrededor. En el suelo se abrieron una serie de grietas de las que emergieron saetas eléctricas, tomando por sorpresa a los guerreros. La mayoría alcanzó a retroceder, mas dos hombres fueron atrapados y golpeados por los rayos.
El guerrero de Megrez permaneció en medio de la barrera eléctrica, observando cómo sus primeras dos víctimas se calcinaban por el golpeteo continuo de los relámpagos hasta quedar ennegrecidos.
— Vuelvo a darte la razón Kolbeinn de la casa de Yttredal, esta vez será diferente… No habrá piedad —Clyde aclaró con soberbia.
Los cuerpos carbonizados cayeron al suelo, marcando conmoción en el rostro de los invasores. El dios guerrero desvaneció la magia que lo protegió con un movimiento de su mano.
Los exiliados estaban estupefactos, es cierto que en el pasado habían sido testigos del poder oscuro del último de los Alberich, ¡pero nada como aquello!
— Que no les sorprenda. En esta ocasión no tengo por qué contenerme, la señora Hilda no está aquí para salvarlos —rió al imaginar lo que cruzaba por sus mentes.
— ¡Mantengan sus posiciones, podemos vencerle, despliéguense! —dirigió un guerrero de ropaje magenta.
— Estúpidos —Clyde se mofó cuando cuatro de los enemigos decidieron atacarlo por diferentes flancos al mismo tiempo.
El dios guerrero de Megrez cerró los ojos para volver a quedarse inmóvil. Con horror los exiliados notaron como las hojas del maléfico libro negro volvieron a moverse— La unidad de la naturaleza —susurró el asgariano cuando los enemigos estuvieron lo suficientemente cerca para escucharlo.

Gritos de espanto cruzaron por todo el bosque cuando las torcidas ramas de los arboles cobraron vida de forma espeluznante. Como serpientes atraparon por las extremidades a todos los enemigos allí reunidos. Algunos intentaron escapar o destruir las ramificaciones que caían sobre ellos, pero resultó inútil resistirse a todo el bosque que los envolvió rápidamente como una telaraña, sobre todo cuando las raíces de los mismos arboles también salieron de la tierra.

La desesperación creció rápidamente en todos ellos, mucho más al verse unos a otros forcejear sin que alguno pudiera liberarse.
La madera marchita crujió de manera horripilante conforme los guerreros fueron arrastrados hacia donde se encontraba el maligno hechicero.
El dios guerrero aguardó paciente a que todos quedaran alrededor de él, como toda una araña que estaba a punto de saciar su hambre con un amplio festín.
Clyde de Megrez rió al verlos como auténticos insectos retorciéndose entre las enredaderas. Los hombres que colgaban de las ramas notaron como en el rostro del hechicero comenzaron a notarse unos inusuales resplandores que le cedían todavía un aspecto mucho más macabro e intimidante.
—Escogieron este lugar creyendo que sería ventajoso para ustedes… —musitó conforme numerosas ramas con puntas afiladas se situaron sobre los prisioneros, quienes aterrados intuyeron lo que estaba por ocurrir.
—Esperaban que fuera mi tumba, pero terminará siendo la suya —sonrió despiadadamente, cerrando el libro negro con fuerza. Dicha acción fue la orden que siguió el bosque para masacrar a los guerreros.
Las ramas atravesaron sus cuerpos con la efectividad de cientos de lanzas. Los alaridos y gritos agonizantes se escucharon al unísono, quedando atrapados en la espesura de los árboles. Unos tuvieron la dicha de morir de forma instantánea, otros sobrevivieron a la primera ola de dolor sólo para sucumbir ante los movimientos de la naturaleza pensante que los arremató con crueldad y sadismo.
Los sonidos fueron apagándose poco a poco hasta que volvió a reinar el silencio dentro del oscuro bosque.
Clyde de Megrez contempló satisfecho cómo la sangre goteaba de todos los cuerpos colgantes. La lluvia carmesí hizo vibrar cada uno de sus sentidos, provocándole una dicha indescriptible.
El dios guerrero alargó la mano para mancharla con la sangre que caía sobre él. Sus dedos comenzaron a temblar conforme se los llevaba a la boca. Pasó la lengua por las yemas de estos, saboreando la cautivadora esencia de la sangre.
Cuando buscó probar más, prefirió golpearse el rostro con la mano extendida, como si deseara asfixiarse a sí mismo.

Clyde soltó un bufido de desesperación antes de caer de rodillas al suelo, temblando de manera frenética sobre las manchas carmesí.
El dios guerrero se dobló sobre sí mismo, atacado por un intenso dolor que conocía a la perfección. Con esfuerzo, buscó entre sus ropas algo que se le dificultó coger por el entorpecimiento de su cuerpo.
Con dificultad bebió el contenido de un delgado frasco, respirando agitadamente sin poder levantarse del piso.
— Maldito seas… veinte años de esto y… ¡Es suficiente! —rabió—… Mi único consuelo es que… hoy será nuestro último día juntos… Todo terminará… —susurró desafiante.

Con un claro sobreesfuerzo, el dios guerrero tomó el libro negro antes de ponerse de pie. Sudoroso y debilitado dio media vuelta, sabiendo que debía marchar hacia el Valhalla para asistir a sus jóvenes compañeros.
Clyde avanzó unos cuantos pasos nada más cuando percibió un poderoso cosmos desplegándose por el bosque. Se giró con rapidez sólo para ser testigo de cómo todo estaba siendo cubierto por una gruesa capa de hielo de tonalidades verdes, desde el piso hasta la hoja más pequeña. El hechicero vio como ese fenómeno también envolvió a los cadáveres, por lo que saltó para no ser atrapado por el manto de hielo, cayendo sobre el duro y resplandeciente cristal.
— ¿No te alegra haberme escuchado? Te dije que si aguardábamos un poco quizá seriamos testigos de algo asombroso —un hombre dijo entre la oscuridad— ¿Cuál es la lección de todo esto? —inquirió presuntuoso.
— No me vengas con tus sermones ahora, ya entendí que ser cauteloso no significa cobardía —respondió la voz impaciente de una mujer.
— Perfecto, había más alimañas escondidas después de todo —Clyde fingió despreocupación al detectar a dos individuos que habían escapado de su mirada.
— Sí que me dejaste perpleja con esa demostración de poder, dios guerrero de Delta —elogió la mujer de armadura verde jade que emergió de las sombras—. Pero no te servirá más.
— Permanecieron como espectadores todo este tiempo y no se dignaron en intentar salvar a sus compañeros. Sospecho que los asuste un poco ¿no es cierto? —Clyde inquirió ante las precauciones de ese par.
— Hemos esperado mucho tiempo como para que nuestra nueva vida termine aquí y de manera tan cruel —respondió el hombre quien portaba una armadura verde olivo.
— Me es claro que ustedes no son como estos estúpidos —el dios guerrero señaló a las estatuas de hielo. Percibía algo diferente en ellos dos que aún no alcanzaba a comprender.
— ¡Para nada! —la mujer de cabello rubio permaneció junto a su compañero—. A nosotros no nos interesan sus políticas o rencillas sociales. Tenemos una misión, y los dioses guerreros interfieren en ella.
— ¿Puedo saber a quién sirven con tal devoción? —Clyde indagó, concentrándose en reunir fuerzas— ¿Qué es lo que buscan retando la ira de Odín y del Valhalla?
Hombre y mujer sonrieron con complicidad — Pronto ya nadie tendrá que volver a temerle a tu gran Odín—la guerrera respondió, invocando un intenso cosmos esmeralda por el que el bosque de hielo empezó a romperse.
Clyde la imitó al ver como el guerrero se abalanzó sobre él en un ataque directo. Una vez más invocó el espíritu del rayo, pero el enemigo logró abrirse paso por entre las centellas en una temeraria encrucijada, pudiendo asestarle un puñetazo en el abdomen y un rodillazo en el pecho.
Clyde raspó el hielo con su cuerpo hasta ser detenido por una pila de rocas congeladas. Lanzó una mirada furiosa al enemigo quien sólo le dedicó una sonrisa burlona cuando expulsó su propio poder.
Los dos invasores unificaron sus cosmos esmeraldas para producir un estallido cuya ola de destrucción quebró todo lo que estaba bajo el hielo. En pocos segundos el bosque entero fue reducido a miles de fragmentos de cristal que permanecieron flotantes en el aire.
El dios guerrero quedó pasmado ante la manera en la que podían manipular cada trozo de hielo para convertirlo en una mortal avalancha.
— Tu vínculo con la naturaleza no es algo que pudiéramos a superar, pero nos enseñaste que podemos usar el entorno a nuestro favor. ¡Muere ahora!
Los pedazos cristalinos se arremolinaron como un enjambre embravecido, cayendo como un tsunami de hielo cortante contra el dios guerrero.
Clyde logró ponerse de pie, luciendo tan abatido como si llevara días luchando sin descanso. Estuvo a punto de remover las páginas del libro de hechizos para defenderse, cuando una imagen resaltó a su vista.
Dicha visión lo dejó contrariado por un momento, sin embargo terminó por ablandar la mirada y sonreír como si lo hiciera para una querida amiga a la que estuvo esperando por mucho tiempo. Con la imagen de esa hermosa mujer y su corcel blanco se dejó arrastrar por la marejada.
La ola de cristal causó grandes estruendos, fundiéndose con la nieve para alterar la formación del terreno conocido. La tormenta zumbó en los oídos de los guerreros que, victoriosos, observaban el resultado de su fuerza combinada.

El hombre parecía el más satisfecho de poder estar allí sobre sus dos piernas, capaz de sentir el frío en la piel, la emoción acelerándole el corazón, percibir el sutil perfume de los cabellos de su compañera. Habían sido bendecidos con una segunda oportunidad para ver cumplidos sus sueños de antaño, por lo que estaba dispuesto a pasar por encima de cualquiera para conservar lo que se les obsequió.
Una vez que se convencieron de que habían acabado con el asgariano, caminaron por la alfombra de nieve y cristal en dirección hacia donde sentían otros cosmos luchando entre sí.

El guerrero corría al frente mientras la mujer permanecía un poco rezagada. Sus pies se hundían ligeramente en el suelo a diferencia de su pesado compañero, sin embargo en un último paso sintió que algo la sujetó por el tobillo, jalándola con una fuerza descomunal para hundirla en la nieve. Fue tan rápido que apenas un débil sonido de sorpresa se le escapó de los labios para alertar a su camarada.
El hombre miró sobre su hombro, alcanzando a ver como el brazo de la mujer se sumergía en la blancura de la llanura.
— ¿Elier? ¡Elier! —gritó, corriendo hacia el punto donde había desaparecido. La tormenta cubrió rápidamente el espacio sin dejar pista de su paradero. La llamó repetidas veces, escarbando con desesperación.
Se paralizó de forma repentina al percibir una presencia que poco a poco estaba aumentando su intensidad. Se levantó abrumado, buscando en todas direcciones ese cosmos que superó con facilidad el suyo.
Lo sentía provenir de todas partes, sintiéndose asechado por un ente siniestro.

Entonces escuchó un sonoro grito cuando un destello blanco emergió del suelo, borboteando como un violento géiser que se alzó hacia la inmensidad del cielo nublado. Sangre le cayó en la cara cuando el cuerpo de su compañera salió expulsado de la columna de luz.
Impresionado por lo ocurrido, ni siquiera intentó moverse para atraparla. La mujer cayó al suelo inerte y exánime a pocos metros de él. Con horror pudo ver el amplio agujero que le atravesaba el vientre.
El guerrero dio un paso en falso hacia atrás, chocando contra alguien que ya estaba a su espalda. El leve contacto le transmitió un intenso escalofrío que casi le detuvo el corazón. Invadido por un terror incomprensible no se atrevió a mirar atrás.
Una lúgubre respiración zumbaba en su oído, nublando todo pensamiento o acción de valentía. Reconoció esa sensación que sólo una vez se experimenta en la vida, aquella que te abraza antes de morir.
— El amo no estará complacido… —el hombre musitó con resignación.
Justo en ese momento un brazo se cruzó por delante de su pecho para sujetarle la quijada —Pero yo sí —le dijeron con una voz espectral—, gracias por brindarme la oportunidad que necesitaba.
De un sólo movimiento esa mano quebró el cuello del guerrero, volteándole el mentón hacia la espalda. Su rostro quedó congelado con una expresión llena de confusión y espanto, mirando fijamente al dios guerrero de Delta.
Clyde dejó caer el cuerpo de su enemigo, contemplándolo en silencio. Pese a todo, el dios guerrero se encontraba completamente ileso, salvo por tener rastros de abundante sangre seca en la barbilla y en el contorno de los labios, siendo evidente que no le pertenecía a él.
Sus ojos habían cambiado, destellaban con un aura eléctrica que parecía encontrarse atrapada en el interior de su cuerpo, marcándose delgadas grietas luminosas alrededor de los ojos, por la frente y las mejillas.
Ese rasgo tan inhumano reflejaba lo que en verdad pasaba en su interior. Clyde comenzó a reír por lo bajo, aunque conforme iba aumentando la dicha en su ser la transformó en una fuerte carcajada que sobrepasó los sonidos del viento.


FIN DEL CAPITULO 27



Skuld*. Es una de las tres Nornas principales de la mitología nórdica junto a Urd y Verdandi. Junto a sus hermanas tejía los tapices del destino bajo el fresno Yggdrasil.
También desempeñaba un trabajo de valquiria, cabalgando en los campos de batalla mientras decidía sobre las vidas de los combatientes y decidiendo la suerte que llevaría a la victoria.

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EL LEGADO DE ATENA - Capítulo 67. "Epílogo"


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Publicado 01 junio 2012 - 22:11

como siempre excelente capitulo Seph girl

la saga de los asgardianos cada vez se pone mejor

sorprendete el poder de megrez

saludos

:s50:

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Publicado 22 julio 2012 - 23:22

Y despues de mucho, aqui esta un nuevo episodio de este fic =)
Gracias Bolt por seguir dejando tus mensajes por aqui n_______n

//////////////////


14 años atrás, en el extremo norte de Europa.

Durante la noche una intensa tormenta azotó los valles congelados, dejando los caminos intransitables y a los pueblos incomunicados. En la mañana el cielo se encontraba totalmente despejado y azul, sumiendo todo en una atmósfera tranquila en la que hasta el mismo viento dejó de soplar.

Sólo una figura se atrevía a andar por las llanuras limpias, rompiendo la armonía del pacifico ambiente, manchando con su presencia y con su pecado la pureza del paisaje. Se trataba de un joven.
Su cabello turquesa se encontraba enmarañado y cubriéndole gran parte de la cara, sólo un pantalón entallado lo privaban de la desnudez total. Caminaba de manera torpe y cansada, arrastrando los pies en la nieve. Sus brazos colgaban con pesadez de sus hombros, encorvado hacia al frente como si estuviera a punto de dejarse caer.
Respiraba con una dificultad tremenda, exhalando el aire como un animal desesperado. En su cuerpo había rastros de sangre, sobre todo en las manos, brazos, mentón y cuello, pero no había heridas visibles en él...
Con el rostro ensombrecido llegó hasta el tronco de un árbol seco al que se sujetó con el mismo énfasis que un niño abrazaba a su madre.
Tensando la mandíbula, el joven sufría de dolores y sensaciones que no era capaz de soportar. Era dominado por un hambre voraz imposible de controlar, un apetito que lo ha llevado a varias chozas, dejando un camino de muerte y devastación del que no era consciente.
Ahora buscaba más. La necesidad de devorar era el anhelo que sometía su humanidad, relegándola a lo más profundo de su mente casi al punto de extinguirse. Sólo podía seguir caminando como un ente errante hasta encontrar más comida.
Volvió a ponerse en marcha, encontrándose con más arboles marchitos por el camino sobre los que solía impulsarse para avanzar. De pronto, se detuvo al escuchar un sonido que casi lo hizo entrar en frenesí. Se giró hacia un costado sabiendo que allá encontraría más presas.
Avanzó por el bosque, siguiendo el constante sonido que terminó por conducirlo a la orilla de un río. Caminó un tramo más, acercándose a donde nacían esos lamentos. Sintiéndose morir de hambre, trotó lo más rápido que pudo, sintiéndose exasperado conforme los llantos se hacían cada vez más fuertes.
En cuanto lo tuvo a la vista disminuyó la velocidad de sus pasos, acercándose lento y vacilante.
Se encontró con un bebé, envuelto en una franela blanca dentro de la que se revolvía llorando desconsolado. Era tan pequeño, dos meses de edad como máximo.
El joven errante se detuvo en cuanto tuvo al infante a sus pies, observándolo en silencio. Se acuchilló sobre él para después mirar hacia los alrededores, sin encontrar a alguien más, ni siquiera huellas que delataran la presencia de otro ser vivo que hubiera podido dejar al bebé allí junto al río.
Su cuerpo tembló de manera frenética, sujetándose la cabeza en un efímero intento por detenerse o cuando menos obligarse a dar media vuelta y correr, pero no era tan fuerte…
El joven tomó al bebé entre sus manos ennegrecidas por la sangre, apartando el manto que envolvía a la criaturita de piel suave y sangre tibia. Descubrió que se trataba de un varoncito de cuyo cuello colgaba un largo collar dorado con un emblema circular, pero no le tomó importancia. Ni el llanto ni las lágrimas lo hicieron desistir, abrió la boca como un animal salvaje, dispuesto a arrancarle la vida al niño a mordidas. Sin embargo cuando estuvo a punto de cerrar las fauces sobre él, la insignia dorada destelló con un cegador fulgor, impidiendo tal atrocidad.
El joven aulló como bestia embravecida sintiendo que esa luz le quemaba la piel. Soltó al bebé, tapándose los ojos adoloridos mientras retrocedía tropezando contra sus propios pies. Invadido por un profundo malestar, cayó de rodillas, comenzando a expulsar por la boca una gran cantidad de sangre de aspecto desagradable.
El joven vomitó de manera incontrolable hasta que se purgó de todos los falsos nutrientes con los que había envenenado su cuerpo mortal. Cada segundo fue una tortura asfixiante de la que no podía escapar. Cuando finalmente terminó, se desmayó exhausto sin saber de sí.

Al despertar el cielo lo recibió con un color gris muy pálido, el joven contempló hipnotizado los copos blancos que comenzaban a caer. Pestañeó un par de veces, confundido, débil y muy desorientado.
Escuchó unos sollozos y pucheros que hicieron que moviera la cabeza hacia un lado. Sorprendido, descubrió al bebé que apenas se movía a unos cuantos metros de él.
El joven intentó levantarse con dificultad, arrastrándose hacia el infante. Notó el charco de sangre en el que despertó, deduciendo cosas terribles en su mente.
Dudó en tomar al bebé con sus manos sucias, encontrando el manto con el que volvió a envolverlo. Al ponerse de pie, llevando al niño en brazos, se topó con una horrible visión de si mismo gracias al reflejo en el río.
Sus ojos verdes se abrieron enormemente, apenas se reconoció bajo ese aspecto descuidado y deteriorado, pero sobretodo quedó absorto por los rastros carmesí en su cara. El darse cuenta que su experimento fracasó le quitó el aire, el joven pareció olvidar cómo respirar
Le fue evidente que había hecho cosas horribles... ¿a cuántos habría matado esta vez? Se preguntaba con horror. Sólo le bastaba mirar al bebé para imaginar que había asesinado a sus padres pero… ¿cómo es que seguía vivo? ¿Por qué no lo mató también?

El joven reprimió un grito de frustración, casi lloró, pero ahogó todo enojo y desilusión en cuanto el niño volvió a llorar con fuerza. La necesidad de salvarlo se volvió el único pensamiento lúcido del que podía valerse por ahora. Se centró en tratar de descubrir en qué lugar estaba. Le tomó un poco descubrirlo, pero gracias a la formación de los árboles y la anchura del arroyo supo que se encontraba frente al río “Aifor”.

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Capitulo 28.
El vórtice de la tormenta, parte IV.
Hermanos del abismo

Aifor de Merak alcanzó a interceptar a la horda enemiga que subía por la empinada vereda al sur del acantilado. Ese camino era tan estrecho y peligroso que los habitantes de la región lo evitaban. Sin mencionar que ocasionaba vértigo gracias a la gran altura que alcanzaba.
Aifor contó a ocho guerreros que se detuvieron ante su presencia. El tener dominado el terreno alto era una ventaja táctica por la que aseguraba su victoria.
— Todos ustedes se han condenado a terminar en el mar congelado que hay abajo —el joven expuso la falta de consideración que tendría hacia ellos.
Ninguno de los guerreros poseía un cosmos peligroso, pero aun así entendía que permitirles avanzar complicaría la situación en el Valhalla. Sin miramiento alguno, Aifor comenzó a bajar los escalones hacia ellos. Por el reducido espacio enfrentó uno a uno cuando se lanzaban con sus puños sobre él. El dios guerrero les sujetaba los brazos, les torcía las muñecas con gráciles movimientos que los confundía hasta golpearlos en el pecho de manera inesperada, dejándolos caer hacia las violentas olas que estallaban contra las paredes de roca. Cuando le hizo lo mismo a tres de ellos, el resto retrocedió para que un cuarto valiente empleara su poder. Las ráfagas de luz se dirigieron hacia el dios guerrero quien atinó a mover los brazos y que su cosmos creara una gruesa capa de hielo que recibió el impacto, estallando en cientos de fragmentos.
Aifor aprovechó la distracción del estallido para emplear su técnica de viento gélido. El aire congelado empujó a otros tres al vacío en un torbellino de alaridos.
Avanzó más, notando la conmoción en sus enemigos. Uno se aventó contra él, Aifor únicamente movió el brazo para derribarlo hacia el acantilado con un solo puñetazo. Llegó hasta el último invasor, quien del mismo modo intentó probar su destreza en combate cuerpo a cuerpo, pero no tuvo éxito alguno.
El dios guerrero lo sometió, torciéndole un brazo con tremenda facilidad para mantenerlo de rodillas al suelo.
— Ahora que ya no hay más distracciones, dime ¿qué pretenden al venir a Asgard? —Aifor cuestionó con frialdad, tirando de ese brazo que estaba a punto de dislocarse de su hombro.
El guerrero gimió adolorido, apretando los dientes y lanzando una mirada furiosa al joven como respuesta.
Aifor encendió su cosmos flameante, incendiando todo el brazo del hombre quien gritó con desesperación ante el dolor y las llamas.
— Si no me dices lo que quiero saber el fuego irá cubriendo otras partes de tu cuerpo —explicó, sin que las flamas se apagaran por la fuerza de la tormenta—. Será una tortura agonizante por lo que te advierto que no es el momento de ser valiente.
El hombre balbuceó presa de la agonía, algunas palabras empezaron a salir pero resistió hasta el final.

Cuando Aifor de Merak percibió cómo el cosmos de Clyde de Megrez se extinguió, perdió total concentración. Su mismo cosmos se esfumó con el de él, girando la cabeza hacia donde fue el último lugar en el que lo sintió.
La inesperada impresión lo sumergió en un profundo trance que le impidió estar preparado para no caer por el acantilado.
Un grueso látigo se enredó por su pierna, jalándolo hacia el vacío. Al mirar por la orilla, Aifor notó cómo uno de los guerreros había alcanzado a aferrarse a la pared rocosa. Pudo haber maniobrado para zafarse pero, cuando el hombre que tenía de rodillas se impulsó sobre él todo fue inútil.
Se sofocó como si un toro lo hubiera empujado hacia el abismo. El hombre se sujetó a él para asegurarse de que no pudiera escapar, del mismo modo lo hizo el dueño del látigo con quien unió fuerzas.
Aifor resintió varios golpes contra las piedras salientes, chocando constantemente contra la pared rocosa, perdiendo su casco en el trayecto.
En la caída, uno de los invasores se aferró tanto a su brazo que terminó rompiéndoselo por los bruscos golpeteos.
Por el dolor sufrido dentro de ese bólido de confusión y fuerza, Aifor expulsó su cosmos, envolviéndose completamente en llamas. La energía expulsó a los enemigos fuera de la bola de fuego que por un instante formaron.
Con un sólo brazo para buscar detenerse, el dios guerrero manoteó desesperadamente contra el muro rocoso hasta que por obra de Odín logró sostenerse de algo firme.
Resintió todo el peso de la caída y la velocidad en su hombro, pero logró resistir. Aifor permaneció conmocionado, sujetando la milagrosa roca que le salvó. Con ojos asustadizos mantuvo la vista hacia el frente. Se aventuró a mirar hacia abajo y ver en la distancia los peñascos contra los que azotaron sus enemigos quienes fueron devorados por el mar y las furiosas olas.
Aifor observó su brazo derecho colgando como un miembro inútil que le dificultaría todavía más las cosas. Alzó la vista, viendo el imposible trayecto que debía escalar si quería salir de allí.
Él mismo golpeó su frente contra las rocas, un insignificante castigo para tan patético descuido. Desde pequeño, cuando cometía errores como esos solía recibir una paliza por parte de su maestro para aprender la dura lección, y ahora…
Su maestro… ¿de verdad habría muerto? Se preguntaba acongojado, pegando el rostro contra el muro como si se tratara del hombro de un amigo en el cual deseaba llorar, mas las lágrimas no llegaron a brotar. Aifor se sorprendió e ilusionó cuando volvió a detectar el cosmos de Clyde de Megrez en la lejanía. Levantó una vez más la vista hacia la cima con esperanzadora actitud pese a que no entendía lo que estaba ocurriendo a lo lejos. Es cierto que se trataba de la presencia de su mentor pero… había algo diferente en él… su esencia se había vuelto un poco más caótica que de costumbre.
No tenía más opción que subir y averiguarlo por él mismo. Guardó todos los dolores y miedos en una parte recóndita de su ser, sólo así encontraría una salida de su penoso problema.

-///////////////////////////////

La guerrera Elke permanecía de guardia en una de las terrazas del segundo piso. Vistiendo su ropaje sagrado resaltaba entre la tormenta, imponiéndose a la furia de la naturaleza que no lograba mover más que sus cabellos.
Pese a todo logró mantenerse en la mansión, supervisando con sus sentidos el curso de las batallas y los movimientos de amigos y enemigos. Debió reprimir su verdadero humor sólo por petición de Freya.
El príncipe no necesitaba saber lo que estaba pasando, era muy pequeño por lo que no querían conmocionarlo. Entre Freya y su madre lograron distraerlo una vez que notara la ausencia de Bud, algo con lo que Elke no estaba de acuerdo. Syd no era un niño ordinario, nació en una cuna que exigía una crianza diferente, una en la que entendiera con rapidez la clase de vida que le aguardaba en su adultez, por lo que ciertas consideraciones no deberían serle cedidas.

La mujer permaneció con los ojos cerrados la mayor parte de su estancia como vigía, pero Freya notó la repentina impaciencia de su compañera cuando ésta comenzara a golpear el piso con un movimiento repetitivo de su pie.
Freya abandonó la calidez del interior de la mansión para pasar hacia la terraza y decir: —Elke, sé lo que estás pensando. Desiste, es una orden —exigió con tono autoritario.
— ¿Me ordenas? Ja, sólo cuando te conviene quieres el puesto de comandante, eres bastante oportuna —la guerrera Elke respondió, manteniéndose de espaldas.
— El señor Bud fue quien dispuso que mantuviéramos nuestro puesto, esto no tiene nada que ver conmigo —le recordó, suspirando—. Entiendo tu sentir, créeme, pero nuestro deber es claro.
— No sólo Sergei ha caído, hace un momento el cosmos del mago quejumbroso también sucumbió —explicó para sorpresa de Freya—. Aún sabiendo eso ¿te atreverás a decirme que debemos permanecer aquí?
La pelirroja lo meditó en silencio, pero al final su convicción seguía siendo la misma —El príncipe es nuestra prioridad. Debemos confiar en nuestros camaradas, ¿crees tan poco en ellos?
Elke de Phecda Gamma finalmente se giró para confrontarla, dudando un instante al descubrir algo que decidió no compartir con Freya— No tienes idea de la clase de cosas que están allá, caminando entre la nieve —dijo con fuerza, señalando hacia la tempestad—. Es cierto, Sergei, Clyde y Aifor han logrado reducir la cantidad de enemigos pero los más peligrosos siguen intactos y avanzan hacia donde se encuentra la señora Hilda —explicó malhumorada—. ¡¿Quieres tener un rey con un corazón endurecido por la orfandad y la tragedia?! ¡Bien, si eso es lo que quieren adelante, en todo caso yo no soy asgariana, me importa muy poco el futuro de esta tierra, puedo irme cuando lo desee!
— ¡Elke, no es momento para que hables así! —Freya se enfureció.
— Sólo digo la verdad, hasta el mismo Bud no parecía muy seguro de que pudiera volver con vida, incluso nos ordenó escapar si la situación se complicaba. Pues te lo digo de una vez Freya, lo hará —predijo—, más te vale tomar al niño y huir cuanto antes, pero yo no tengo que obedecerlos.
— ¡Eres una guerrera sagrada de Odín, sabes tus deberes!
— Yo soy libre de hacer lo que me plazca —Elke espetó con determinación—, ese es el convenio que tengo con la señora Hilda. Hasta ahora no había tenido objeciones, por lo que era fácil seguirles el juego, pero en esta ocasión no será así.
Freya se acercó más, conteniendo las ansias de abofetearla —Dices que no te importa el futuro de Asgard pero aun así te empeñas en ir a pelear. No eres buena mintiendo —aclaró, desafiándola con la mirada.
La guerrera de Phecda la miró a los ojos sólo unos segundos ya que prefirió sostener la mirada de alguien más.
— Si eso crees entonces tendrás la oportunidad de mostrarme tu habilidad para mentir Freya. Quizá pueda aprender a hacerlo mejor.
La sonrisa de Elke le advirtió a la pelirroja que alguien más los acompañaba en la terraza. Se volvió rápidamente para encontrarse con el joven príncipe quien las miraba con claro espanto y sobresalto.
— Syd —lo llamó Freya casi sin aliento—… ¿desde cuándo estas…?
— ¿Qué está pasando Freya? —preguntó el niño—. ¿Es cierto que mi papá no va a volver?
Freya se giró furiosa hacia Elke quien le dedicó un gesto prepotente. El príncipe estuvo escuchando la mayor parte del tiempo y ella no se lo advirtió.
— Por supuesto que regresará, no tienes porque dudarlo —le dijo la pelirroja, sujetándolo por los hombros en un intento por hacerlo entrar a la vivienda. Sin embargo Syd no le creyó, de un movimiento se agachó para pasar por un lado de ella y preguntárselo a la guerrera de Phecda —¿Es cierto todo lo que dijiste?
— Syd, por favor —Freya le suplicó, volviéndolo a tomar por los hombros— Elke, guarda silencio —le advirtió con resentimiento.
Mas Elke no se sintió intimidada. Lanzó una mirada hacia el horizonte para después volver a prestarles atención —Tú eres el príncipe de Asgard, no tengo porque mentirte. Ordénamelo y te hablaré con la verdad —fueron sus palabras.
— Suficiente —Freya cargó al príncipe pese a que intentó oponerse—. Elke, márchate si eso es lo que deseas, pero no creas que me olvidaré de esto. Yo misma castigaré tu desacato una vez que todo haya terminado —le avisó sin mirar atrás.
Elke de Phecda Gamma sonrió satisfecha. Sin remordimiento alguno se lanzó a correr entre la ventisca, siendo claro su objetivo.

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Masterebus sobrevoló varios kilómetros entre la tempestad siguiendo la presencia de uno de los dioses guerreros. Aunque detectó que otros esbirros lo retaron era fácil saber que no tendrían oportunidad para vencerle, por lo que se apresuró a darle caza y tal vez salvar a una que otra desdichada alma.
Aumentó la velocidad al percibir el extraño escenario en que ese cosmos desapareció unos minutos para renacer con una fuerza y esencia diferente. Intrigado por tal suceso es que llegó hasta el lugar.
Distinguió dos siluetas tendidas en el suelo, con nieve carmesí bajo ellas. Un tercer individuo era el único que se movía, estaba acuclillado sobre uno de los cuerpos.
Masterebus descendió a espaldas del sujeto, batiendo las alas para dejarse notar pues no estaba en él atacar a traición.
El hombre de cabello turquesa permaneció encorvado sobre el cadáver del que estaba alimentándose.
Sin bajar la guardia, Masterebus estudió el cuerpo femenino que se encontraba tirado a unos cuantos metros de distancia, perturbándole un poco la forma en la que su abdomen fue abierto con brusquedad, como si alguien hubiera estirado la piel hasta romperse. También tenía perforado el pecho y en ninguno de esos dos agujeros era visible algún órgano.
El escenario le fue muy familiar, mucho más cuando el dios guerrero le habló.
Tenía mucho tiempo sin ver a otro hermano en este plano de existencia… Debo admitir que eso me causa dicha —dijo en un dialecto que le sorprendió escuchar de la boca de un humano, un lenguaje que sólo las criaturas de las profundidades conocían.
El dios guerrero de Megrez se levantó, caminando por encima del cadáver para girarse hacia el recién llegado
Ven. Ya que este encuentro debe celebrarse compartiré contigo mi alimento —le ofreció servirse de lo que yacía a sus pies.
Masterebus prestó atención a los ojos centellantes y a las grietas luminosas en el rostro del dios guerrero.
¿Quién eres tú? —preguntó con desconfianza en la misma lengua.
Tengo demasiado tiempo sin usar mi nombre… para los Alberich sólo fui una sombra que decidieron olvidar dentro de una bóveda… pero puedes llamarme Ehrimanes.
¿Qué eres?
¿Acaso no reconoces a alguien de tu propia especie? Supongo que en este patético estado no puede resaltar mi verdadera esencia, pero es algo que podré arreglar pronto —explicó, sosteniendo la recelosa mirada del guerrero alado—… No me mires de esa manera, según percibo tú también vives una situación similar a la mía… eres un habitante del Abismo, como yo.
No somos como tú… —Masterebus aclaró, dudando de lo que escuchaba.
Que ustedes hayan podido venir a este mundo con sus cuerpos originales es algo que envidio, pero no todos tenemos esa suerte. Yo fui uno de los muchos que los humanos arrancaron de la Profundidades hace cientos de años. Me degradaron a una existencia de parásito y peón para involucrarme en sus absurdas guerras… Sólo hasta que dije “Basta” comprendieron el peligro que representaba, y desde entonces fui confinado a la oscuridad… pero siempre esperé el momento en que algún rayo de luz me mostrara la salida… y así fue… —se palpó el pecho, sonriente—. Debí aguardar durante años a que un mocoso curioso girara la llave de mi liberación —explicó con ironía.
Masterebus recordó a su amo ante tal historia. Para encontrar la verdad se dejó guiar por sus instintos, pudiendo reconocer la naturaleza atrapada bajo esa apariencia humana— Entiendo, eres como un pez que jamás podrá abandonar su pecera.
— Podría decirse… Si hablamos así tienes razón, jamás podré regresar al profundo mar del que fui sacado… pero como te dije antes no te sientas superior a mí, tú no eres diferente. Tu pecera fue destruida y sólo sobrevives ya que otro de los nuestros accedió a hospedarte en la suya, ahora están destinados a compartir el mismo espacio… a eso llamo hermandad.
Masterebus se impresionó un poco, no tuvo que explicar nada y la criatura comprendió todo sobre él.
Escogiste un mal momento para emerger de tu prisión. No sé qué tanto sepas pero los dioses guerreros de Asgard deben ser aniquilados, tenemos órdenes.
Oh, me suena como un desafío ¿acaso piensas retarme? —el llamado Ehrimanes inquirió sarcástico—. Por supuesto que sé lo que pasa, sé lo mismo o incluso más que el mismo Clyde de Megrez. A mí no me interesa lo que tú y tus amos buscan aquí, pero gracias a todo esto me vi beneficiado así que me-e… siento ligeramente-e… en… deud-a… —balbuceó sin quererlo.
El cuerpo del dios guerrero de Delta se contorsionó como un títere cuyos hilos se enredaron unos con otros. Interpuso las manos para no caer completamente al suelo.
Ehrimanes lanzó un bufido furioso antes de poder volver a hablar —Como ves… no estoy en el mejor de mis momentos… aunque tenga el control… no puedo deshacerme de Clyde… Necesito fortalecerme… para que no me estorbe… ¡Debo comer… más, mucho… más! —explicó con altibajos de voz, intentando arrastrarse inútilmente en la nieve para ir en búsqueda de carne fresca.
Masterebus lo miró con lástima, sintiéndose identificado pues él también sufrió la agonía de perder su cuerpo. Recordó lo mucho que agonizó y pensó ante su amo hasta que éste finalmente le salvará la vida. Sennefer le dio la oportunidad de renacer como una criatura nueva y más poderosa ¿acaso él no podría ayudar a un hermano caído de la misma forma?
Se reprendió por pensar así, él no tenía la habilidad del Patrono, pero al tratarse de alguien como Ehrimanes intuyó que algo podía hacer. Sin pensarlo más, Masterebus caminó hacia un delirante Ehrimanes quien balbuceaba incoherencias por su lucha contra la voluntad de Clyde de Megrez.
Masterebus se hirió la muñeca, sus garras se marcaron en el guantelete de la armadura, dejando salir el fluido negruzco que tanta conmoción causaba ante quienes peleaba.
El olor de la sangre atrajo la atención de Ehrimanes quien sólo se le quedó mirando fijamente.
— Hermano, entendemos tu aflicción. No hemos vivido lo que tú pero al ser hijos del Abismo nos causa un conflicto que podríamos catalogar como pena… Parte de nuestra sangre aún no ha sido corrupta por la humanidad que nos da forma, compartiremos contigo la fuerza de esa misma sangre, la que esperamos te permita prevalecer.
Ehrimanes escondió la cara, pudiendo sonreír con clara maldad. Tal oportunidad no la desperdiciaría, jamás imaginó que se reencontraría con alguien de su especie, ni mucho que éste lo ayudaría.
Masterebus aguardó a que su congénere hiciera el resto. Lo vio revolverse en espasmos dolorosos, incluso en un momento pensó en defenderse ya que parecía que el guerrero tenía intenciones de atacarlo. Ehrimanes logró sujetarlo por el brazo, y tras un gran sobreesfuerzo pudo llenar su boca con la preciada sangre.
Masterebus permaneció inmóvil e indiferente, pero cuando comenzó a sentir dolor y debilidad, exigió que lo soltara, mas su hermano estaba poseído por un apetito insaciable. No tuvo más remedio que apartarlo de un golpe con sus alas.

Ehrimanes cayó en el suelo, pareciendo muerto. Tras unos cuantos segundos pudo ponerse de pie por sí mismo, sonriendo satisfactoriamente tras haber recuperado el control total.
Eso… estuvo bien…
No te acostumbres —aclaró el sirviente de Sennefer, sanando su herida—. No lo volveremos a hacer. Esperamos encuentres el tiempo suficiente para solucionar tu problema.
Ya tengo algo en mente… Lo que has hecho por mí jamás lo olvidaré —respondió la criatura que había usurpado el cuerpo del dios guerrero de Megrez, haciendo una reverencia—. Puedes considerarme tu aliado a partir de ahora.
No necesitamos nada de ti.
Desearía conocer a la persona a quien le sirves —insistió.
Él está fuera de tu alcance por ahora.
¿Podrías saciar mi curiosidad cuando menos? Nada te cuesta charlar un poco conmigo. Tengo muchas preguntas.
Nada de esto te concierne… —Masterebus susurró en advertencia.
Sólo deseo armar el rompecabezas tan extraño que se ha formado aquí. Los hombres que murieron a manos de mi homónimo eran seres humanos sin nada especial, pero en cambio este par —refiriéndose a los caídos—, son… almas que usurparon un cuerpo vivo. Creí que algo así estaba penado en el mundo de los humanos, quien lo hizo debe tratarse de alguien de gran poder, aun muertos siento su influencia sobre estos restos —Ehrimanes dijo pensativo—... Igual me desconcierta que alguien de nuestra especie sea capaz de caminar entre los hombres con tanta libertad… ¿Qué clase de persona ha sido capaz de reunir tal armada y con qué motivo? Ese es el enigma.
Masterebus no respondió al instante. El llamado Ehrimanes poseía una percepción e intuición muy elevada… comenzaba a creer que había sido una mala idea el haberle ayudado.
Quienquiera que sea tu amo, comienzo a entender porque te humillas a la servidumbre.
Nuestro amo y aquel a quien admiras sin conocer son individuos diferentes, no te equivoques —Masterebus corrigió, dándole la espalda.
— Desearía conocerlo.
— Eso no es algo que nosotros podamos arreglar.
— Si permanezco contigo quizá tenga la oportunidad.
Haz lo que quieras, mas no podemos asegurarte nada. Si Caesar, el Patrono de Sacred Phyton te considera una amenaza, te eliminará sin titubeos. Él es el hombre de más confianza del señor Avanish.
¿Tan fuerte es ese hombre, o es que acaso estas subestimándome?
— A nosotros no tienes que demostrarnos nada, si quieres llegar al señor Avanish haz algo que llame su atención y quizá te dé la oportunidad. Caesar puede ser la llave que te lleve a él —Masterebus no dijo más, alzó el vuelo convencido de su siguiente dirección. Aunque tenía muchas dudas respecto a Ehrimanes, pero estaba seguro que lo seguiría.
¿Avanish? —Ehrimanes repitió el nombre—. Tal vez sea la persona más interesante de este mundo... valdrá la pena buscar una audiencia con él —musitó con malicia.

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Veinte guerreros fueron los que pudieron llegar a vislumbrar el palacio del Valhalla. Recorrieron las confusas dunas blancas y montañas, pudiendo reencontrarse conforme se acercaban al castillo. Ninguno de los dos Patronos apareció entre ellos, mas decidieron no retrasar los planes.
Les sorprendió no hallar guardias que se les opusieran, pudiendo llegar a la gigantesca entrada sin problemas.
Las altas y gruesas compuertas estaban cerradas, pero no las consideraban un impedimento para abrirse camino por la fortaleza.
Frenaron cuando divisaron una única silueta interponiéndose en su andar. El rojo de su ropaje sagrado resaltó entre los copos de nieve.

La sola presencia de Alwar de Benetnasch detuvo a la horda de guerreros. Los forasteros desconfiaron por lo sucedido anteriormente en el lago, mantenerse alerta fue una precaución que tomaron todos.
El dios guerrero de Benetnasch los miró desde el último escalón, siendo el obstáculo que impediría a los invasores entrar al recinto sagrado. La frialdad de sus ojos rojos intimidó a más de uno pero no fue suficiente para hacerlos desistir.
— Retírense —escucharon con claridad pese al sonido del viento—. Esta será la única advertencia. Si uno, quien sea, se atreve a avanzar un solo paso más, condenará al resto —advirtió con rudeza.
Alwar sabía que era inútil intentar razonar con ellos, pero lo sintió como una obligación hacia la señora Hilda.
Para su beneplácito, no se equivocó. Alguien dio el paso que necesitaba para excusar las ejecuciones.
Los hombres se extrañaron cuando el peliblanco se armó con una harpa negra. Sus dedos tocaron una sola nota que resonó en los oídos de los intrusos, siendo el preludio de una terrible agonía.
Aunque todos se lanzaron al ataque, del harpa emergieron un sinnúmero de hilos brillantes que se les enredaron por todas partes. Se sintieron sometidos como si se trataran de pesadas cadenas, irrompibles pese a su delgadez.
Estaban totalmente confundidos, sin poder moverse forcejearon sólo para herirse ellos mismos pues los hilos que estaban en contacto con la piel cortaban con suma facilidad.
Al escuchar las exaltaciones de sus enemigos, Alwar comenzó a tocar una bella melodía para silenciar los grotescos sonidos que procederían a continuación.
El réquiem que se desprendió de esas cuerdas poseía una armonía celestial, como si un ser divino la estuviera interpretando, sin embargo su efecto sobre otros era muy contrastante.
En cuanto la música comenzó, los hilos plateados se tensaron sobre todos los cuerpos a los que estaban adheridos.
Manteniendo los ojos cerrados, el dios guerrero no perdía concentración pese a los alaridos que el réquiem arrancaba de las gargantas de los invasores.
Alwar se negó a ver cómo las cuerdas brillantes se enterraban sin compasión en la piel. Las armaduras que vestían se rompían como cristal, encajándose con saña sobre los tejidos, cortando con profundidad.
La melodía prosiguió hasta la última nota. La cuerda mortal vibró con fuerza y todos los hombres murieron en un instante tras gritos ensordecedores.
Las cuerdas cortaron miembros y cabezas, desbaratando sus cuerpos como piezas de juguetes deshechos. La sangre saltó por todos lados, empapando las escalinatas.
El guerrero de Eta cortó los hilos sobrantes para liberar su harpa, abriendo los ojos para contemplar el trabajo. No se consideraba un hombre despiadado, pero como guerrero de Odín debía actuar de acuerdo a sus prioridades, y tomar prisioneros no era una buena estrategia.
Alwar jamás pidió esta vida de combatiente, sólo aspiraba a ser un simple músico, pero no tenía otra salida ya que las nornas lo señalaron como el dios guerrero de Benetnasch años atrás. Nadie lo sabe pero, intentó rechazar el nombramiento, se negó a tomar la armadura y por ello fue castigado. La herida en su rostro fue un mínimo pago por su atrevimiento, pero quedó marcado de por vida en más de una forma. Su cabello blanco y ojos rojos eran el símbolo de su desacato ante los deseos de Odín.

Dejó de pensar en el pasado cuando escuchó unas cuantas ovaciones de soldados que celebraron su victoria. Al otro lado del muro había todo un regimiento, pero sólo unos pocos fueron capaces de ver lo sucedido, siendo quienes corrieron la voz de lo acontecido.
Alwar estaba lejos de responder las aclamaciones, sólo se giró un segundo para evitar que se les ocurriera abrir las puertas de la muralla, sabía que más enemigos rondaban el palacio, debía esperar por ellos.

— Es increíble… te deshiciste de todos ellos con tanta gracia. Los dioses guerreros comienzan a impresionarme —oyó decir a su costado.
Alwar se volvió rápidamente, quedando pasmado al ver a un hombre de brazos cruzados sentado muy cómodamente en las escaleras. No se había percatado de él y se acercó tanto ¡¿cómo podía ser?!
El dios guerrero retrocedió, con la defensa en alto. Inspeccionó detenidamente al hombre que apareció como un fantasma en el lugar. Tenía la piel morena, llamativo cabello rubio, pero lo que más resaltaba eran las pinturas en su cara. Con líneas blancas, azules y negras tenía tatuados dos pares de ojos, unos arriba y otros abajo de los auténticos órganos, dando una fuerte impresión.
— ¿Desde cuándo estas aquí? —Alwar preguntó.
— No mucho —respondió alzando los hombros—… Está bien, miento, pude haber salvado a estos inútiles si hubiera querido pero… la verdad es que eran un estorbo. Cumplieron su parte por lo que ya no eran necesarios, gracias por ahorrarme las molestias de tener que hacerlo yo mismo —sonrió con descaro, dejando ver una dentadura cuyos colmillos habían sido afilados intencionalmente.
— ¿Salvarlos? Creo que te sobreestimas.
— Tómalo como quieras —dijo despreocupado, levantándose para encarar a su próximo oponente—. Bueno, la falta de acción ya estaba comenzando a aburrirme, me alegra que mis compañeros decidieran ir por otro camino, así tengo todo este parque de juegos para mí solo —el sujeto comentó con burla.
— No voy a permitir que irrumpas en el sagrado palacio del Valhalla —el dios guerrero de Benetnasch aclaró.
— Al no encontrar a ningún simple soldado durante todo el camino me hace suponer que todos están escondidos allí adentro —añadió, mirando por encima de Alwar la gran puerta del castillo—. Sabes que son inútiles y aun así quieres protegerlos, qué desperdicio.
— Me tiene sin cuidado lo que piense alguien que no valora la vida de sus propios aliados.
— Je, quiere decir que sufrirás con lo que estoy por hacer —musitó con malignidad—. Espero te hayas despedido de ellos porque ya no tendrás la oportunidad.
Ante la amenaza, Alwar lanzó su ken de forma inmediata, de su mano se dispararon un sin número de hilos de luz que estallaron al golpear el suelo.
— ¡¿Qué?! —se sobresaltó, al ver como el enemigo estaba al pie de las escaleras. ¡Ni siquiera lo vio moverse!
— Es claro tu deseo por salvarlos, ¡pero sólo provocaste que mi ansía por matarlos sea mayor! —rió de manera diabólica al mostrar un cosmos tinto rodeándolo, el cual comenzó a extenderse como una bruma espesa que cubrió poco a poco el panorama frente al palacio.
¡Dementaris! —exclamó, provocando que entre la neblina tinta se formara un rostro fantasmal, el cual gruñó mostrando una grandes fauces. El alarido ensordeció a muchos, incluyendo a Alwar quien no estaba seguro de cómo responder el ataque.
La bruma avanzó como una marejada, pasando a través del dios guerrero, por los muros del palacio, por los soldados, por los sirvientes. Como una peste imparable llegó hasta los lugares más recónditos del Valhalla en cuestión de segundos, penetrando por debajo de las puertas o cualquier mínima fractura de los muros.
Cegó, ahogó y aterrorizó a todos, pero no perduró.
Dahack, Patrono de la Stella de Arges vio complacido como todo el inmenso castillo estaba cubierto por la bruma. Poco a poco, el espesor de la neblina empezó a disminuir, volviendo la visibilidad.
Pese al azote del viento, la estructura del palacio quedó impregnado por la extraña bruma que terminó convirtiéndose en polvo, quedando abundantes granos oscuros en el suelo.
Dahack mostró un gesto de sorpresa al ver el brillante cosmos de Alwar de Benetnasch. El asgariano esperó alguna clase de dolor cuando la neblina chocó contra él. Atinó a envolverse con su cosmos, sirviendo como barrera impenetrable, mas nada ocurrió. A simple vista nada estaba fuera de su lugar, alcanzaba a escuchar como los guardias tosían pero respiraban lo suficiente para saberlos vivos.
— ¡¿Qué fue eso?! —el dios guerrero de Eta exigió saber.
— No te preocupes, se escuchará en —pensativo, se rascó la barbilla para comenzar a contar—… tres… dos… uno.

Un extraño barullo dio inicio en el interior del palacio. Alwar oyó como los guardias gritaban aterrados y confundidos.
— ¡¿Qué es esto?! ¡Aaargh!
— ¡¡Monstruos!!
— ¡¡Malditos!! ¡¿Cómo entraron?!
— ¡¡Ayuda!! ¡¡¿Dónde están?!! —entre otras fueron las exclamaciones que llegaron al dios guerrero.
Alwar estuvo por correr hacia el palacio pero, se detuvo por el enemigo al que le descubriría la espalda.
Dahack permaneció inmóvil, escuchando las frenéticas reacciones provenientes del Valhalla.
Alwar escuchó como la batalla inició entre los soldados y lo que sea que hubiera aparecido en el interior de la fortaleza. El sonido de espadas chocando contra otras, los golpes de escudos, los arcos dando en un blanco, el derramamiento de sangre y los gritos de batalla alarmaron al dios guerrero. Al ver su indecisión, el Patrono decidió ayudarlo a revelar la situación.
Dahack extendió el brazo hacia la puerta, generando una tremenda ráfaga violácea que impactó contra el grueso portón.
Alwar esquivó el ataque con facilidad al no ser el blanco primario. La puerta estalló sonoramente, los escombros salieron despedidos por todas partes.
En cuanto el golpeteo de la nieve y el humo le permitieron ver, el guerrero de Eta quedó absorto al observar que los soldados peleaban entre ellos, sin tregua ni consideración.
Poseídos por una furia y miedo irracional estaban matándose entre ellos, ya unos cuantos yacían inertes en el suelo, y el resto estaban heridos por las armas de sus propios camaradas.
— ¿Pero qué significa esto…? —musitó perplejo— ¡Deténganse! ¡Paren en este instante! —gritó con voz de mando, pero fue totalmente ignorado.
La risa del Patrono de Arges retumbó en sus oídos.
— ¡Tú! ¡¿Qué es esta brujería?! —Alwar le exigió saber en cuanto desplegara numerosas cuerdas plateadas hacia los hombres. Como inofensivas sogas contuvieron a los soldados que estaban al alcance. Pese a su intento de evitar que se maten entre ellos, los guerreros que estaban más retirados emplearon flechas para acabar con los aprisionados entre sus cuerdas.
— Que ironía… cuando se nos encomendó venir a aquí no imaginé que seríamos espectadores de una pequeña pero dramática reproducción de lo que ustedes llaman el Ragnarok ¿no te parece? —Dahack cuestionó sarcástico, subiendo poco a poco los escalones—. Según entiendo las leyendas dicen que vendrá el invierno llamado Fimbulvetr, con inmensas nevadas, hielos y vientos gélidos en todas las direcciones —el Patrono extendió los brazos para sentir la nieve en sus dedos—. El mundo se sumirá en grandes batallas, y los hermanos se matarán entre sí. Bastante épico —comentó burlón.
Alwar se giró por completo al enemigo que subía lentamente por las escalinatas.
— Todo esto es obra tuya, sólo tú puedes detenerlo.
— Podría claro, si quisiera… pero no es mi deseo. El veneno de mi técnica es difícil de resistir. Los débiles sucumben ante la toxina, teniendo una muerte lenta y dolorosa; pero aquellos que tienen algo de fuerza sufren alucinaciones intensas que les impide reconocer a amigos de enemigos, se ven a sí mismos rodeados por criaturas monstruosas sin darse cuenta que están destazando a sus propios compañeros de lucha —Dahak sonrió con cinismo, mostrando los colmillos que parecían los de una poderosa serpiente—. La agonía se acabará hasta que una mano piadosa los asesine. Claro que es inútil con guerreros de élite como los dioses guerreros, pero es suficiente para ahorrarnos la necesidad de lidiar con microbios.
A la mente de Alwar saltó la preocupación. La señora Hilda, la señora Flare y sus hijas ¿acaso ellas también han sido víctimas de ese maleficio?
Benetnasch preparó la lira en sus manos, haciendo sonreír al Patrono quien esperaba otra danza de hilos plateados, sin embargo cual fue su sorpresa cuando tras una simple nota salió expulsado en el aire.
Dahak sintió como una serie de golpes lo empujaron. Cayó de pie sobre las escaleras. No vio nada que hubiera podido esquivar, por lo que el asombro se le acentuó en la cara.
Alwar volvió a pasar los dedos por las cuerdas y de nuevo Dahack resintió una serie de golpes invisibles que lo llevaron a cubrirse la cabeza con los brazos.
— Haz osado manchar el Valhalla con la sangre de los hijos de Odín, pagarás caro tu atrevimiento— sus ojos rojos brillaron como rubíes por la furia que borboteaba en su ser—. Aquí encontrarás tu final.

FIN DEL CAPITULO 28


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EL LEGADO DE ATENA - Capítulo 67. "Epílogo"





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