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-* El Legado de Atena *- (FINALIZADO)


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373 respuestas a este tema

#21 Seph_girl

Seph_girl

    Marine Shogun Crisaor / SNK Nurse

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Publicado 12 febrero 2009 - 11:43

QUOTE (Lady_Death @ Jan 24 2009, 06:44 PM) <{POST_SNAPBACK}>
Mmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmh... interesante.... muy interesante... cuanta curiosidad despierta.... mmmmmmmmmmmmmmmh...... bueh! Vamos a ver como sigue esto.. Mira que hasta ahora yo lo veo bastante bieeen... aunque no soy de tener paciencia...

Me gusta mucho el fic y me gusta que escribas cap largos.. seguí así!!! ^^

Bye!!


s14.gif



Lady Death ^^ muchas gracias por leer y darle la oportunidad a esta historia que va arrancando paso a pasito ^-^
Yo tambien suelo ser impaciente con los fics, pero cuando los autores prometen algo espero que lo cumplan, sino les llueven los reclamos (cof cof Rexo cof)
Lo que puedo prometerte es que cada mes habrá episodio nuevo, y de hecho el 2 ya salió del horno, pero esta pasando por revisión XD Espero que de este fin de semana no pase.
Ojalá continues leyendo ^^



QUOTE (Chiriko_Casiopea @ Feb 11 2009, 06:08 AM) <{POST_SNAPBACK}>
Guau intersante... Albert es el caballero de Géminis y Souva?? Vaya esta historia me llama mucho la atención, es interesante y original, ¿Volverás a actualizar pronto??

Besos Dohko.gif


Hola Chiriko ^^, que alegría que un miembro reciente de esta comunidad fanfikera se pasee por aquí, y más que esta historia te haya parecido interesante, ojalá pueda continuar así, y me esforzaré =)
Pronto sabrás que constelación protege Souva ^^ no desesperes. Pero si pudieras adivinar ¿de que signo crees que es? XD

Actualizo para este fin de semana =)
Y solo para ti e podre decir el nombre del episodio:
[b]Capitulo 2. Encuentros dorados, parte II. Choque de auroras[/b]
XD



QUOTE (... @ Feb 11 2009, 08:05 PM) <{POST_SNAPBACK}>
largisima me gusto

sobervia idea la tuya



=) muchas gracias amigo "..." (o.o... hay alguna otra forma de poder llamarte??)
Gracias por leer ^^ y me alegra que te haya gustado

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EL LEGADO DE ATENA - Capítulo 67. "Epílogo"


#22 Seph_girl

Seph_girl

    Marine Shogun Crisaor / SNK Nurse

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Publicado 15 febrero 2009 - 18:16

Disculpen el doble post, pero prefiero eso para cuidar un poco la organización de esto.
Pues he aqui el episodio 2 (uno por mes como prometo)

En este tiempo, pues la bomba del NEXT DIMENSION impedirá que ciertas historias se puedan sentir un poco creibles pues como no había nada escrito u oficial... Ese es el caso de mi historia, pero pues lo que inicié debe continuar, y en todo caso pues como muchos otros fanfics, tomen esto como una realidad alterna XD

A los lectores, ojalá y lo disfruten ^-^



****

Al avanzar sobre la blanda nieve sus piernas se hundían hasta las rodillas, por lo que cada zancada debía ser precisa, cuidadosa, si es que deseaba llegar a la aldea por víveres que su esposa e hija necesitaban.

El aire era extremadamente frío pese a su pasividad, recuerdo de la feroz tormenta de nieve que azotó Siberia la noche anterior, la cual borró caminos y cubrió el valle con altas dunas que imposibilitaban los viajes por senderos ordinarios. Mas el caminante era un hombre alto, robusto y dueño de un semblante que reflejaba experiencia en ese tipo de cruzadas.

Para él una andanza por la nieve no presentaba dificultad, mas aquella mañana tuvo que transitar por otra vereda que no frecuentaba a menudo, sea por su deseo de regresar a casa en el menor tiempo posible, o porque el destino así lo decidió.

 

En el trayecto divisó a lo lejos una cabaña, la cual estaba casi sepultada por la nieve, sólo el techo de madera y la chimenea quedaban a la vista.

El caminante de desaliñado cabello y barba oscura recordó angustiado que ahí solía vivir una familia de tres, por lo que poseído por un terrible presentimiento se aproximó a la construcción para inspeccionarla.

Decidió que tenía que revisar el interior de la vivienda para aplacar su congoja, orando para que el campesino y su familia hayan optado por ir a un refugio anticipando la terrible tormenta. Ya le pagaría los daños a su tejado de ser así, por lo que a patadas derrumbó la chimenea exterior, usando el conducto de ésta para ingresar a la construcción.

 

De algún modo logró que su cuerpo se deslizara por la estrecha garganta de piedra, terminando cubierto de hollín.

El lugar estaba oscuro, mas no había nieve dentro de ella. Hasta que su vista se acostumbró a la oscuridad es que descubrió el triste escenario dentro de la morada.

De manera solemne se acercó a los cuerpos que se mantenían unidos, cubiertos por mantas empapadas de escarcha con las que intentaron combatir el frío que congeló hasta sus huesos.

Cerró los ojos al notar el mortal color impregnando su piel, sintiendo una gran pena por ellos, un hombre y una mujer que se mantuvieron abrazados hasta el último suspiro, resguardando entre sus brazos un cuerpo más pequeño al que intentaron proteger de un despiadado enemigo invisible.

 

Imágenes de la lucha de aquella familia saltaron a su mente, por lo que el hombre se hincó para recitar una plegaria por su desafortunado final.

A su término, se alzó con la intención de darles un santo sepulcro, pero en cuanto intentó separarlos es que escuchó un quejido tan leve y confuso que bien lo hubiera podido confundir con el crujir de la cabaña.

Mas el viajero se aferró a la esperanza, descubriendo con asombro que el ruido provino del pequeño, a quién apartó del regazo de sus congelados padres.

Inmediatamente se quitó el grueso abrigo marrón que llevaba puesto, envolviendo al niño con él. Buscó signos de vida sobre su cuello, encontrando las débiles pulsaciones y escaso aliento de sus labios. Estaba sumamente pálido, con un corazón que podría detenerse en cualquier momento. El tiempo apremiaba, tenía que llevarlo al pueblo más cercano cuanto antes.

Cargó al niño en brazos, reteniéndolo contra su pecho, abrigándolo no sólo con el abrigo sino también con su propio calor.

Antes de marcharse, miró una última vez a la pareja, asegurándoles que su sacrificio no sería en vano, salvaría a su hijo, lo juraba.

 

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Capitulo 2

Encuentros dorados. Parte II

Choque de auroras

 

Siberia. Diez años después.

 

—Parece que habrá una gran tormenta esta noche, ¿no lo crees, padre? —preguntó preocupada una bella joven de cabellos dorados que se resguardaba en el umbral de la cabaña. Ella se frotaba los brazos intentando conserva el calor, esperando que su progenitor decidiera entrar para refugiarse.

Cubierto por gruesas ropas el hombre de edad madura parecía inmune al frío, por lo que no tenía prisa por abandonar su puesto. Se rascó el grueso bigote negro para quitarse la escarcha, manteniendo en alto una linterna de aceite que milagrosamente seguía encendida.

La linterna tenía la utilidad de un faro que guiaría a los residentes ausentes devuelta al refugio.

—Una muy intensa —concordó, recibiendo el constante golpe del viento helado en su rostro—… Tal vez un presagio de los eventos que ocurrirán mañana —meditó el hombre de amplia barbilla—. Natasha, ¿quiénes son los que todavía no regresan?

—Sirrah y Terario no han vuelto, padre —la joven respondió afligida, tosiendo un poco por el mal clima.

Al escucharla, el hombre decidió regresar sobre sus pasos, sabiendo que su hija no se resguardaría por completo hasta que él entrara a la vivienda.

Natasha lo ayudó a privarse del abrigo, mientras él apagaba la linterna y la colgaba cerca de la chimenea del recibidor.

 

El interior de la cabaña poseía un toque hogareño pese a ser habitado principalmente por hombres, la mayoría de ellos muchachos jóvenes que tras haber sufrido graves infortunios fueron acogidos por Vladimir.

Natasha nunca debió competir por el amor o atención de su padre, ella siempre se ha considerado la hermana menor de todos ellos, cuidándolos, respetándolos y amándolos como si todos fueran una gran familia pese a que la sangre no los ataba de ninguna forma.

—Podrías enviar a Velder o a Singa a buscarlos —se atrevió a proponer Natasha.

—No hay necesidad —Vladimir respondió tras sentarse en el humilde sillón forrado con pieles de animales que él mismo cazó en el pasado—, es probable que no vuelvan hasta el amanecer. No te preocupes por ellos, los dos son obstinados, supongo que tienen mucho que pensar antes del combate de mañana.

Natasha miró la cacerola que estaba sobre la hornilla de la cocina— Y yo que había hecho su platillo favorito —pensó desilusionada.

—Hija mía, ¿por qué esa cara? —Vladimir le pidió que acudiera a su lado.

Natasha no demoró, sentándose sobre la alfombra de la sala como solía hacerlo desde niña para escuchar algún relato de su padre.

Intentó ocultar su tristeza recargando la cabeza en la rodilla de Vladimir— No puedo mentirte padre. Mañana… uno de ellos tendrá que irse lejos. Además, nunca me ha gustado verlos pelear, no importa que sea un simple entrenamiento, no soporto que luchen entre ellos —murmuró.

— Lo sé hija, lo sé —sonrió, recordando las veces en que siendo una niña Natasha les pedía a sus discípulos que fingieran estar enfermos para evitar algunas de las prácticas, y la forma en la que los cuatro chicos accedían a la petición—, pero ya no son unos niños. Terario y Sirrah son mis mejores estudiantes, mañana uno de ellos ascenderá para convertirse en maestro. Lo único que puedes hacer es estar ahí y desearles suerte, ser testigo de su última prueba.

—Y estaré allí para ellos, como siempre —respondió con amargura—. Sé que sonará egoísta padre pero… ojalá Sirrah ganara el duelo, así Terario podría quedarse aquí…

Vladimir alzó el rostro de su hermosa hija por la barbilla— Tus sentimientos por Terario no son un secreto para mi, los respeto, pero Natasha, no te equivoques. Amar significa saber desprenderse y buscar el bienestar de la persona amada por encima de todas las cosas —explicó con gentileza—. Sabes lo mucho que Terario se ha esforzado, está a un paso de lograr su objetivo. Tu infelicidad puede ser que él se marche, pero la suya sería el perder, ¿de verdad te gustaría verlo derrotado en el suelo, soportarías su desdicha?

Natasha negó repetidas veces con la cabeza, no quería ver jamás un escenario como ese, no al haber sido testigo del empeño de Terario por superar a Sirrah todos estos años.

Amar es encontrar en la felicidad de otro tu propia felicidad —Vladimir le besó la frente—. Es normal que estamos nerviosos, pero ya verás que todo saldrá bien— le aseguró, comprensivo—. Bueno, ¿soy yo o ya pasó la hora de la cena? ¿Por qué no llamas a Velder y a Singa? Seguro deben estar tan hambrientos como yo.

Natasha asintió para rápidamente cumplir con esa tarea.

Vladimir permaneció sentado unos minutos más, observando por la ventana el inicio de la tormenta. Como padre de los cuatro niños que educó sentía una terrible ansiedad por el resultado de mañana, lo que significaría para cada uno de ellos, sin embargo, como maestro ansiaba saber a quién de sus dos aprendices le otorgaría la armadura sagrada.

 

//////////

 

Mientras su largo cabello rojo se movía al compás del viento tortuoso, Terario posaba las manos sobre un glaciar de hielo perpetuo, ejemplo sólido en el que su maestro basó sus enseñanzas y entrenamiento.

No estaba vestido de manera apropiada para sobrevivir a la cruel nevada que soplaba en su contra, la playera desmangada y el ceñido pantalón no serían suficientes para que un hombre común y corriente soportara el inclemente clima, mas Terario no era cualquier mortal, no necesitaba más protección que su misma piel.

 

Esa noche en especial era malditamente fría y oscura, ni las estrellas eran visibles en el cielo.

Para Terario permanecer en medio de la tempestad significaba recordar la noche en que perdió a sus amados padres. Sentir la crueldad del frío era revivir el esfuerzo, sufrimiento y sacrificio que vivieron dentro de la cabaña en la que quedaron atrapados.

Natasha solía decirle que las vidas de sus padres se convirtieron en el calor que lo mantuvieron con vida, siendo la fuerza de ese milagro lo que lo ha sustentado hasta el día de hoy.

Terario no era la clase de persona que se dejaba llevar por tales sentimentalismos, sin embargo, ante Natasha se permitía ser amable como para darle un poco de razón.

—Supuse que te encontraría aquí, Terario —una voz lo sacó de la vívida pesadilla, tan retumbante que superó el silbido de la tormenta.

Sabiendo que no se trataba de un enemigo, Terario no se volvió… por lo menos no lo será hasta después del alba.

—Sirrah, ¿qué haces aquí? —el pelirrojo preguntó con tranquilidad—. ¿Vienes a importunarme?

El recién llegado, un joven guerrero de cortos cabellos azulados y ojos astutos, sonrió socarronamente. Al igual que Terario soportaba el ambiente sin la necesidad de ostentosos abrigos, sólo se limitaba a mantener las manos dentro de los bolsillos del pantalón negro.

—Nada en especial —respondió Sirrah, alzando los hombros—. Creí que podríamos charlar antes del duelo de mañana.

Sirrah nunca fue de palabras amables con sus compañeros, mucho menos para él, por lo que Terario anticipó una doble intención que lo puso a la ofensiva. Se giró hacia Sirrah, dedicándole una mirada indiferente.

— ¿Vas a rendirte? —cuestionó él.

—Je, es justo lo que yo iba a preguntar —repuso Sirrah con osadía—. Por fin está por terminar nuestra encrucijada, ¿no te sientes ansioso? ¿Sabes? Es curioso que hayamos podido llevar esta charada de buenos hermanos todos estos años, considerando que siempre supimos que sólo uno de nosotros obtendría el codiciado premio.

Terario resopló con hastío— El maestro nos enseñó la senda de los caballeros de cristal, el dominio absoluto de las emociones, pues los sentimientos llevan a las disputas y a las guerras.

— Qué considerado de tu parte, ¿significa que no me odiarás cuando te derrote?—comentó Sirrah—. Qué iluso eres Terario, ¿de verdad crees que Singa no está resentido contigo por vencerlo? ¿O que Velder me perdonará el haber cegado su ojo derecho? El maestro Vladimir no es nadie para aleccionarnos sobre las emociones, no cuando posee fuertes lazos con la hermosa Natasha —se burló—. ¿Sabes lo que yo he aprendido? Que son necesarias para avanzar, para alcanzar la victoria, lo que me motivó para derrotar a Velder y lo que me hará ganar la armadura sagrada.

Terario endureció la mirada— La furia en el combate sólo te vuelve imprudente, lo ocurrido en tu duelo con Velder es la prueba. El haberlo imposibilitado para terminar con la pelea no significa que seas más fuerte o apto que él, sino que eres un cobarde.

Sirrah rio a todo pulmón— Di lo que quieras, de una u otra forma seré yo quien me adueñe del título de santo de Acuario.

—El permitirte tal cosa sería un insulto para los santos de cristal.

— Si tantos deseos tienes de impedirlo, ¿por qué esperar hasta mañana? —preguntó presuntuoso—. ¿Qué tal si zanjamos esto aquí y ahora?

— No caeré en tu juego. El resultado puede ser el que no te convenga y alegarás que no es válido por no haber testigos —Terario decidió finiquitar la conversación y retirarse, pues conocía la malicia de su compañero—. Respeta las normas, aunque sea esta vez.

—Como gustes —aceptó el peliazul, partiendo en dirección opuesta a la de su rival—, que sea frente a todos entonces.

 

//////////

A la mañana siguiente.

 

Natasha retiró el vendaje que cubría el ojo del joven Velder, el mayor de los cuatro aprendices, no sólo en edad sino también en estatura, corpulencia y quien poseía el corazón más amable de todos.

—Descuida Natasha, yo puedo hacerlo —pidió él, peinándose el cabello castaño e intentando tomar la esponja húmeda de las manos de la chica, mas Natasha se resistió con una agilidad sorprendente.

—Nada de eso —dijo, evidentemente molesta—. Se necesita de cierta delicadeza para esto, algo que ustedes los hombres no tienen, desconocen la palabra sensibilidad.

Velder lo descubrió entonces, que con quien realmente Natasha estaba enojada era con Terario, y al no poder desquitarse con él, su enfado encontraba otras formas de manifestarse.

Todas las veces en que la comida estuvo amarga o salada, los malos cortes de cabello y las incompletas costuras en la ropa, fueron consecuencias de ese malhumor.

—Sí, bueno… ¿Có-cómo están Sirrah y Terario a todo esto? ¿Ninguno de ellos huyó? —preguntó Velder de manera bromista, resignado a sufrir por la insensibilidad de su hermano Terario.

—Eso habría sido bueno —la chica respondió con la misma fuerza con la que colocaba el vendaje limpio—. Sirrah volvió primero, el muy descarado pidió que le sirviera de cenar como si fuera el señor de la casa; por su parte Terario apareció horas después haciendo casi lo mismo. ¡Ussh! estuve a punto de arrojarle el estofado en la cabeza.

—Ey… Cu-cuidado, que vas acortar la circulación allá arriba —pidió al sentir la venda cada vez más apretada.

 

Un toquido en la puerta detuvo la tortura del aprendiz, anticipando la entrada de Singa, el último de los discípulos Vladimir. Su aspecto era el más frágil de todos, casi un niño de cabello oscuro, pero los vendajes en sus brazos y cuello revelaban el intenso enfrentamiento del que fue participe días atrás.

—Ya es hora —dijo él, terminando con la rabieta de Natasha.

 

//////////

 

Vladimir colocó en la cima de un alto glaciar la caja dorada dentro la que se resguardaba el ropaje sagrado de Acuario, decidido a permanecer junto a ella. Desde allí observaría el vasto campo blanco donde sus pupilos determinarían de una vez por todas quién de ellos se convertiría en un santo de Atena y partiría hacia el Santuario para servirle.

 

Parado en aquella cima, Vladimir parecía ser alguien diferente, un hombre analítico y de mirada fría dentro de la que no había espacio para favoritismos.

 

Natasha, Velder y Singa buscaron situarse a una distancia prudente para ser testigos del combate decisivo.

 

En medio del valle nevado, Sirrah y Terario se observaban el uno al otro, esperando la señal que daría inicio al duelo.

 

Vladimir tenía grandes expectativas, conocía a la perfección las capacidades de sus alumnos como para atreverse a adivinar el resultado, mas en una batalla entre aspirantes a santos el desenlace nunca era fácil de predecir.

 

Sirrah siempre fue de carácter competitivo, empeñándose en sobresalir aunque tuviera que pisotear el espíritu de sus compañeros. Posee un cosmos agresivo que exterioriza los bríos de un alma agitada, dejándose dominar por impulsos e instintos bajos que Vladimir intentó corregir con el entrenamiento, mas no tuvo el éxito deseado.

Por su parte, Terario poseía una actitud pasiva y centrada. Nunca ha presumido de sus habilidades, ni siquiera cuando era un niño. Su cosmos fluía con la frialdad del ártico, reflejando la armonía de una mente y un corazón dignos de todo santo de cristal.

Estaba convencido de que ambos serían buenos adeptos para el Santuario, mas sólo uno de ellos será nombrado santo de Acuario el día de hoy.

 

Vladimir alzó el brazo derecho hacia el cielo, permitiendo que comenzara la última prueba.

 

No le tomó a Sirrah ni un segundo saltar sobre Terario, precipitando un puñetazo revestido de flameante cosmos.

Terario eligió retroceder, observando que el suelo estalló ante el golpe fallido de Sirrah, quien lo persiguió sin demora.

En cuanto pisó la nieve Terario se impulsó hacia su persecutor, ejecutando una combinación de golpes y patadas que Sirrah bloqueó con maestría, pudiendo este contraatacar con un potente rodillazo que se hundió en el costado del pelirrojo.

Terario resistió el impacto, limitándose a dar un atinado puñetazo que alcanzó el mentón de su rival un par de veces.

Tras esquivar un último golpe el peliazul se agazapó, realizando una barrida contra Terario a quien hizo caer al suelo. Tras alejarse de un salto, Sirrah realizó movimientos bruscos con los brazos con los que hizo emerger del suelo rígidas estalagmitas de cristal una tras otra, gruesas y filosas como si fueran los colmillos de un gran ser de hielo oculto bajo la nieve, trazando un camino mortal hacia Terario.

Sobreponiéndose con rapidez, Terario se cubrió con cosmos invernal, aguardando a que uno de los colmillos emergiera justo frente a él para golpearlo. El impacto de su puño emitió una resonancia que quebró instantáneamente todas las lanzas de hielo, reduciéndolas a diminutas pizcas de cristal que manipuló para transformarlas en una ráfaga cortante que proyectó contra Sirrah.

El guerrero de cabello azul sonrió confiado, aun cuando uno de los cristales le rozó el rostro y el hilo escarlata que emergió de la herida se congelara en su mentón. Sirrah se llevó las manos al rostro, formando un círculo del que generó un escudo impenetrable contra el que los cristales terminaron hechos vapor.

 

Sin tregua, ambos contendientes corrieron en la dirección del otro, siendo en el aire donde sus cuerpos revestidos de cosmos colisionaron con tal fuerza que salieron, despedidos contra el suelo. Los dos soportaron el choque, por lo que en cuanto las plantas de sus pies pisaron tierra volvieron a atacarse sin piedad.

Corrieron en líneas paralelas, intercambiando y bloqueando ataques sin la necesidad de detenerse.

 

—¡Están muy parejos! —exclamó un entusiasmado Velder.

A su lado, Natasha mantenía las manos unidas, orando en silencio por el bienestar de ambos combatientes.

—Atentos, que se están acercando —alertó Singa, teniendo un mal presentimiento.

 

Tras un sonoro estruendo que desencadenó un gélido vendaval, Terario cayó de bruces en el campo nevado, paralizado por un profundo dolor en su hombro izquierdo.

Velder, Natasha y Singa notaron la capa de hielo que aprisionaba el hombro del guerrero, el cual se extendió rápidamente hasta cubrir e inutilizar todo el brazo izquierdo.

 

Sirrah mantuvo distancia, usando el tiempo que le tomó a Terario ponerse de pie para efectuar su técnica.

El cosmos aguamarina de Sirrah se incrementó de golpe cuando sus brazos se posicionaron para liberar la gélida brisa del Diamond Dust (Polvo de Diamantes) contra Terario.

Empleando sólo el brazo derecho, el pelirrojo respondió arrojando una ventisca similar.

Los torrentes cósmicos impactaron entre si, generando vientos huracanados cercanos al cero absoluto.

 

En una batalla entre dos caballeros de cristal, es sabido que el vencedor será quien genere el aire más cercano a los 273.15º bajo cero, es decir, el cero absoluto. Privados de cualquiera clase de protección, quien reciba el aire frío del adversario morirá.

 

Aunque al inicio los dos torrentes permanecían igualados, Terario maximizó  su cosmos blanquecino, dotándole de una potencia mayor a la ventisca naciente de su mano que poco a poco se imponía a la del oponente.

Sirrah intentó ocultar todo temor apretando los dientes con la misma fuerza que deseaba transmitirle a su poder, mas su cosmos no llegó a opacar la resplandeciente energía de Terario.

Terario miraba fijamente al ya rabioso Sirrah, dispuesto a terminar con el encuentro de una vez por todas. Sin embargo, la confusión que le causó ver a su rival sonreír de forma tan maliciosa retrasó la decisión. ¿Por qué le sonreía a la derrota de esa forma?

Siendo entonces que lo descubrió.

Si su ventisca superaba la de Sirrah, esta no sólo lo engulliría a él, sino a Velder, Singa y a Natasha, cuya ubicación los colocaba dentro de la trayectoria de su técnica. ¡Natasha no lo resistiría, quedaría hecha pedazos!

A Sirrah sólo le bastó vislumbrar un instante de duda en Terario para percibir la flaqueza involuntaria de su cosmos, segundo que aprovechó para hacer estallar su poder y tomar ventaja en el duelo.

 

Un segundo tarde fue que Singa se percató de lo mismo, siendo imposible cambiar el rumbo de los acontecimientos— ¡Maldito, nos utilizó de escudo! —exclamó con indignación.

 

Terario fue golpeado por el Diamond Dust, siendo expulsado por los aires hasta que su espalda golpeó el duro muro de hielo que se alzaba en las cercanías.

Los labios de Sirrah se torcieron aún más al creerse el ganador de la batalla. Se atrevió a echar una rápida mirada sobre el hombro para ver cómo sus compañeros reprimían sus deseos de intervenir.

 

Terario buscó levantarse, pero desistió al ver que sus piernas estaban congeladas justo como su brazo izquierdo.

Sirrah caminó lentamente hacia donde yacía el caído e imposibilitado Terario, vanagloriándose de su condición.

 

Velder y Singa esperaban que su maestro objetara por lo ocurrido, descalificara a Sirrah o detuviera el enfrentamiento cuando menos, mas Vladimir permaneció impasible en el papel de juez, aun cuando Natasha le rogó que interviniera. Ni siquiera cuando la joven intentó adentrarse al campo de batalla lo hizo pestañear, siendo Velder y Singa quienes evitaron que cometiera una tontería.

 

Terario sentía todo el cuerpo entumecido, resintiendo el frío del enemigo inyectándosele en los huesos y alentando los latidos de su corazón. Si estaba vivo es porque logró escudarse con su cosmos en el último instante.

—¿Qué te parece? — dijo el ruin Sirrah—. No, no me mires así —añadió al complacerle la despectiva mirada de Terario, quien exhalaba vapor por la boca en cada una de sus veloces respiraciones—, fuiste tú quien quiso testigos en primer lugar, ¿no es así? —se burló—. Aprovecha todo elemento que haya en el campo de batalla, esa es una enseñanza que me gusta aplicar, ¿no crees que fue ingenioso?

Terario no pensaba malgastar esfuerzos respondiendo, mas estaba asombrado de la perversidad mostrada por su hermano, ¿desde cuándo se volvió el tipo de hombre que es capaz de cualquier bajeza con tal de lograr sus objetivos? ¿Acaso la rivalidad que le profesaba desde niño siempre se trató de un odio tan profundo?

Ahora estaba convencido de que Sirrah no tenía el derecho de convertirse en un santo de Atena. Alguien que va a servir a la diosa de las guerras justas no podía ser como él,  no lo iba a permitir.

—¿Qué le pasa a ese viejo? —preguntó Sirrah, quien notaba que Vladimir no tenía intenciones de finalizar el combate—. Vaya, parece que aún cree que puedes hacer algo para poner la balanza a tu favor. En ese caso temo que no hay otro remedio —alistó los puños para emplear otra de sus técnica—, a esta distancia dudo mucho que salgas con vida. ¡Hasta nunca Terario, Aurora Thunder Attack! (¡Rayo de aurora!)

El cosmos de Terario se incendió en una fracción de segundo, interponiendo la mano sana con la que logró contener el gélido ataque de Sirrah, reduciéndolo a simple vapor.

—Lo siento— musitó el guerrero pelirrojo—, pero un cosmos tan sucio como el tuyo nunca podrá vencerme— aclaró, levantándose ante los ojos atónitos de Sirrah.

Rodeado por un inclemente cosmos, el hielo que aprisionaba su hombro y piernas se deshizo en partículas de nieve.

—¡¿Qué significa esto?!... ¡¿Cómo puedes…?!

—¿Qué ocurre, no piensas correr hacia donde están tus escudos? —Terario preguntó con severidad, mientras el cielo se llenaba con la  de nubes invocadas por la aurora que lo respaldaba.

—¡¿Crees que vas a asustarme sólo con eso?! —Sirrah cuestionó, indignado—. ¡Se necesitan más que trucos baratos para amedrentarme! ¡Prepárate, que ésta vez no fallaré…!

El peliazul enmudeció al ver cómo Terario juntó las manos al frente, alzando lentamente los brazos hasta situarlos por encima de su cabeza.

Sirrah recordaba perfectamente esa pose, de la única vez en la que el maestro Vladimir les permitió ver la ejecución de una técnica tan avanzada, ¿por qué Terario querría imitarla ahora?

— ¡Ja! ¿Tan desesperado estás que me atacarás con una burda imitación de la mejor técnica de los caballeros de cristal?! Terario, sí que has enloquecido —con sorna decidió tomar la misma pose de su rival—. Si de imitaciones se trata, acepto tu juego.

 

—… Pero eso no es una imitación…—musitó Velder, a lo que Singa asintió ante el desconcierto de Natasha.

 

Vladimir reconoció la autenticidad del séptimo sentido que emanaba del cosmos de su discípulo.

 

—Ésta será la única advertencia Sirrah, ríndete o enfrenta mí desafío final —aclaró Terario con una frialdad inhumana —. A diferencia de ti no quiero llevar el combate hasta sus últimas consecuencias… pero si ese es tu destino entonces no te lo negaré.

—¿Crees que te tengo miedo? ¡¿Es eso?! ¡Nunca! ¡Jamás retrocedería, mucho menos ante ti!

—Entiendo —entrecerró los ojos con ligero pesar—, sin arrepentimientos entonces —bajando los brazos al mismo tiempo en que lo hizo Sirrah —¡Aurora Execution! (¡Ejecución Aurora!) —ejecutando simultáneamente la técnica máxima de los caballeros de cristal.

El choque de cosmoenergías liberó una centena de luces boreales que se propagaron por el cielo cual si fuera de noche.

 

El estallido ensordeció a Natasha quien se cubrió los oídos y cerró los ojos, temerosa de volver a abrirlos ante el incierto escenario con el que debería lidiar. El viento se arremolinó con violencia arrastrando nieve y hielo dificultando la visión de los presentes.

Cuando la joven dejó de sentir que su cabello bailaba por el soplido del viento, es que supo que todo había terminado. Toda temblorosa se animó a mirar, incapaz de retener las lágrimas por mucho más tiempo.

 

Terario fue el primero que bajó con pesadez los brazos. El fleco de su cabello le había ensombrecido la parte superior del rostro, por lo que era difícil saber si había perdido el sentido o no.

Por su parte Sirrah se mantenía estático, con las manos todavía unidas apuntando hacia su odiado adversario. Mas su piel había perdido cualquier vestigio de calor, ganando un pálido color azulado. En los ojos del aprendiz, antes tan vivos y flameantes, sólo quedaba un vacío de inconciencia. Sus amoratados labios presentaban cierto movimiento, como si buscara desesperadamente decir algo de suma importancia, fracasando.

 

Sólo hasta que Sirrah se desplomó en el suelo es que Singa, Velder y Natasha se atrevieron a acercarse. Velder buscó rápidamente signos vitales en el cuello helado del caído, mientras Singa esperaba el diagnostico.

Natasha se permitió correr hacia Terario, quien se sujetaba el hombro con evidente dolor.

 

—Está vivo… apenas —reveló Velder a su maestro una vez que éste se les uniera. Vladimir se privó de su ostentoso abrigo, cubriendo con cuidado al derrotado guerrero.

—Llévenlo rápido a casa —ordenó a sus discípulos—, aún hay tiempo de salvarlo. Natasha, ve con ellos y ayúdales.

 

Natasha iba a objetar, en verdad quería atender a Terario, mas en cuanto el pelirrojo le puso la mano en el hombro entendió que su deber era ayudar al más necesitado de sus hermanos, como siempre lo había hecho, sin distinciones.

—Sirrah te necesita —fue lo único que debió decirle para que obedeciera a su padre.

 

Una vez solos, Vladimir comenzó a hablar con tono ceremonioso—: Hace diez años recogí a cuatro niños y los volví mis discípulos sólo con la espera de este día —el pelirrojo hincó la rodilla en el suelo a modo de respeto—, y hoy, Terario, eres tú quien se ha alzado de entre ellos para hacer suyo el título de santo de Acuario. De pie, pues ya no debes arrodillarte ante nadie que no sea Atena o su representante en el sagrado Santuario.

Al incorporarse Terario miró hacia donde se encontraba la caja dorada, a esa altura destellaba en toda su gloria por los rayos del sol que caían sobre ella.

—Mí aprobación está dada. El ropaje sagrado de Acuario te servirá a partir de ahora, utilízalo no para fines personales sino para servir a nuestra diosa.

—Así será, maestro Vladimir —murmuró Terario, solemne y agradecido.

—Aunque me encuentro complacido con tu desempeño mostrado en la prueba final, hay algo que necesito señalar —comentó Vladimir.

Terario anticipó lo que diría.

—Controlar las emociones es algo que un maestro de cristal debe hacer a la perfección, si se permite aunque sea un instante de duda la muerte puede llegar de  forma prematura —le recordó una de las primeras enseñanzas—. Crees controlar tus sentimientos cuando realmente lo único que haces es reprimirlos.

—Me recrimina como si hubiera peleado con un enemigo —alegó Terario pese a que siempre había preferido la silenciosa obediencia—, olvidando que se trataba de una prueba y mi adversario era uno de mis hermanos. En otras circunstancias le juro que no habría dudado…

—¿Quién te dice que en el futuro no deberás luchar contra aquellos que alguna vez se hicieron llamar tus amigos? —Vladimir cuestionó con severidad—. El camino de los santos es incierto, aún aquellos que se dicen los más leales pueden escoger una senda diferente. Esa es la realidad en la vereda de una vida llena de sacrificios y conflictos, donde hasta tus mejores amigos se transforman en los más fieros enemigos. Tus sentimientos te expusieron Terario, eso no lo puedo ignorar.

—¿Me habría perdonado que ignorara el que su propia hija estaba en peligro? ¿Hubiera preferido que la dejara morir? —preguntó, sintiéndose ofendido por la reprimenda.

—Tu preocupación por ellos fue lo que Sirrah aprovechó para doblegarte. Si eso fue planeado por un compañero de entrenamiento no querrás saber lo que un verdadero enemigo podría idear para lastimarte. Al dejarte dominar por tus emociones pones en riesgo tu vida y la de aquellos a quienes intentas proteger.

Vladimir se apartó unos pasos sólo para darle la espalda—. Si hubieras conservado el temple, estoy seguro que habrías encontrado una o dos formas de salvar a los demás sin tener que recibir el ataque directo de tu oponente.

 

Terario no pudo recriminar más, Vladimir tenía razón en que pudo haber reaccionado diferente, ya en calma podía visualizarse a si mismo ejecutando diferentes acciones durante el duelo.

Aunque ya era un adulto, Terario seguía sintiéndose un ser diminuto cuando Vladimir lo reprendía. No entendía cómo es que un hombre podía tener personalidades diferentes tan marcadas: en el entrenamiento era tal cual lo ve ahora, despiadado, estricto y distante, mas en casa es un hombre amable que sonríe con calidez a todos.

Al final, Terario terminó aceptando su error —Tiene razón maestro, disculpe mi falla. Entiendo lo que quiere decirme, prometo que no volverá a pasar— agachando la cabeza con sumisión.

—Por tu bien espero que así sea.

 

//////////

 

Al atardecer la situación en la cabaña no había cambiado mucho desde que Sirrah cayó en un estado cercano a la muerte tras su derrota a manos del nuevo santo de Acuario.

Vladimir sabía mejor que nadie que si el joven tenía alguna posibilidad de sobrevivir era porque Terario se reprimió de manera inconsciente en el último instante.

 

Los esfuerzos de todos por mantenerlo con vida fue algo que Terario no resistió ver por culpa de sus propios fantasmas. Se encerró en su habitación, buscando meditar y descansar un poco.

 

La caja de pandora era el objeto en el que centraba toda su atención. Ya había conseguido dar el primer paso después de años de duro entrenamiento y ahora, tal cuales fueron las indicaciones de Vladimir, debía partir a occidente, al Santuario, pues sólo ahí podría ser reconocido como un auténtico santo de Atena por el Sumo Sacerdote.

 

Comprendió que su estancia en Siberia había llegado a su fin, retrasar su partida no era necesario.

No poseía demasiadas pertenencias, por lo que en un morral de cuero metió todo lo que consideraba necesario para el viaje. Durante las siguientes horas intentó ser discreto, que nadie notara que empacaba, pero Natasha se percató de su intención al verlo tomar algo de carne seca y pan del almacén.

 

La chica no se atrevió a cuestionarlo, fingió no haberlo visto pese a que la melancolía la embargaba. Si él se lo pidiera ella lo ayudaría gustosa... mas Terario nunca la ha necesitado, nunca ha necesitado de nadie. La infantil fantasía en la que ambos pudieran tener una vida pacifica en Siberia se desvaneció para siempre.

Las palabras que su padre compartió con ella hace poco habían llegado a lo profundo de su alma, por lo que estaba dispuesta a dejarlo ir, mas aun así quería hacer una última cosa por él, un obsequio de despedida que de seguro apreciará.

 

Vladimir veló la noche entera a su discípulo, quien dormía entre cobertores cerca de la chimenea encendida. Sirrah aún conservaba un aspecto desesperanzador, aunque el color pálido había cedido un poco, siendo una señal esperanzadora para quienes esperaban su recuperación.

 

Amaneció, pero afuera todo seguía en penumbras.

Las llamas de la chimenea iluminaron a Terario en cuya espalda cargaba la caja con la armadura de oro.

Maestro y alumno serían capaces de despedirse sin emitir palabra alguna, pero Vladimir eligió cuestionarlo sin levantarse de su sillón favorito— ¿Te marcharás sin siquiera despedirte de los demás?

—Es lo mejor. Sé que ellos entenderán —respondió el pelirrojo.

— Eso crees tú —reprimió una sonrisa, sabiendo lo mal que se pondría Natasha por la situación.

— Ahora que esto terminó, ¿qué será de Singa, Velder y Sirrah? —quiso saber, ocultando su mortificación por el destino de sus compañeros, a quienes les había arrebatado el sueño de convertirse en santos de Atena.

—Eso dependerá de ellos. Si lo desean serán bienvenidos a permanecer aquí con Natasha y conmigo, pero también tendrán la libertad de marchar a buscar su propio camino... No lo sé Terario —suspiró cansado, como si los diez años que pasó como maestro de cuatro niños revoltosos lo hubieran envejecido de un momento a otro—, pero de lo que sí estoy seguro es que no seguirán tu mismo destino. No te preocupes por ellos, ya verás que se las arreglarán bien.

Terario asintió, dando una discreta mirada hacia su compañero inconsciente.

—Si Sirrah se recupera, dígale de mi parte que... lo estaré esperando si es que no encuentra paz en esta derrota —prometió, estando seguro que de alguna manera él lo escuchaba—. Con gusto aceptaré cualquier desafío, pero adviértale que la próxima vez no habrá consideraciones.

—Supongo que él te diría que concuerda contigo —Vladimir rió —. Yo se lo diré...

Terario se acercó a Vladimir una última vez para inclinarse respetuosamente en el suelo, siendo el modo solemne en el que agradecía todas las atenciones y molestias que pudo haber causado durante tantos años.

— Gracias por todo, maestro… —musitó, a lo que recibió una inesperada caricia que lo sorprendió, no, más bien lo avergonzó.

Vladimir le revolvió los cabellos con la mano, como si todavía fuera el mismo niño que encontró en una casa sepultada por la nieve.

— Gracias a ti, hijo —musitó—. Buena suerte Terario, que los grandes espíritus te protejan. Y no lo olvides, este siempre será tu hogar, puedes volver cuando quieras —musitó lleno de orgullo, a lo Terario fue capaz de responder con una inusual sonrisa curveando sus labios.

 

//////////

 

—¡Terario! ¡¡Terario!!

Todavía no perdía de vista la cabaña cuando tal llamado lo obligó a detenerse. El santo de Acuario volteó de inmediato, extrañándole ver a Natasha a lo lejos, quien corría en su dirección lo más de prisa que podía entre la nieve.

Fue clara su urgencia por darle alcance, pues ni siquiera logró abotonar debidamente su abrigo, y sólo calzaba una bota de nieve sin abrochar. El santo la esperó, cediéndole la mano al verla llegar tan cansada y agobiada por el trayecto recorrido. La chica de ojos miel respiraba exhausta, tomándole varios segundos el recuperar el aliento.

—... Dios... creí... creí que no iba a poder alcanzarte.

—Natasha, no deberías estar aquí.

Con el ceño fruncido ella espetó—: ¡No habría tenido que hacerlo si te hubieras despedido correctamente, tonto! —aunque al ver el inmutable rostro de Terario desistió, sabiendo que no lo comprendería—. Pero no gano nada enojándome contigo. Y aunque no te lo merezcas, no podía dejar que te fueras sin darte algo —sonrojada comenzó a buscar algo en sus bolsillos, rogando para no haberlo perdido en la accidentada carrera.

—Natasha, no hay necesidad de...

—Silencio, no pienso permitir que arruines este momento —lo calló con gesto amenazante, volviendo a sonreír en cuanto encontró el obsequio.

Le mostró un pequeño estuche circular que cabía en la palma de la mano, la tapa estaba decorada con el dibujo de cinco flores de colores diferentes.

Natasha esperó a que Terario lo tomara, mas el joven sólo enarcó las cejas confundido— ¿Qué es eso? — ¿Un espejo, maquillaje? Parecía algo muy femenino para su gusto, por lo que no comprendía la utilidad que tendría para él.

—Es medicina —respondió ella, ocultando su impaciencia—. Por las prisas no pude hacer más, por lo que te aconsejo que la utilices sólo cuando en verdad la necesites.

Terario conocía bien la habilidad innata de Natasha para preparar remedios curativos. Médicos de aldeas cercanas solían pedirle ayuda cuando alguna enfermedad escapaba de sus capacidades. Él mismo ha probado el milagroso efecto de sus formulas.

Natasha se alegró cuando Terario tomó el presente— De seguro serán muchas las pruebas difíciles que enfrentarás de aquí en adelante, por lo que lleva esto contigo, por favor —le pidió—. Sólo tienes que disolverlo con un poco de agua, pequeñas cantidades, tú sabes.

—Muchas gracias. No tenias que molestarte, yo... — el santo no sabía qué decir.

Terario no era ningún ciego, había notado desde hace mucho tiempo la forma en la que Natasha lo miraba, por ello siempre intentó tratarla con indiferencia y no fomentar falsas ilusiones. Desde muy joven él supo lo que quería hacer con su vida, idealizó el camino de un guerrero sagrado gracias al maestro Vladimir y los relatos de las pasadas guerras santas, servir a la diosa Atena era su deseo.

Su vida había costado la de sus padres, no creía que tal acción mereciera que pasara el resto de su vida sin hacer algo importante o equivalente a tal sacrificio.

Un santo le debe completa devoción a la diosa Atena y al Santuario, permitirse que alguien más acapare su atención era inadmisible.

—No digas nada, terminarás por arruinarlo, como siempre —dijo ella, risueña pese a que su amor no era correspondido—. Y así es como quiero recordarte Terario, no lo estropees con palabras insensibles —rogó, atreviéndose a tocarle las mejillas mientras grababa en su memoria el rostro del chico que siempre tendrá su corazón.

—Debo irme ahora... —dijo él al percibir la indecisión de Natasha, apartando las suaves manos de la joven que no se atrevió a robarle un beso.

—Lo sé... Cuídate mucho... No nos olvides —retrocedió ella, permitiéndole partir.

Terario guardó la medicina, reanudando su camino sin decir nada más, rumbo al Santuario, donde un sol diferente iluminará el camino indicado para él.

 

 

FIN DEL CAPÍTULO 2

 

 


*******

 

TERARIO DE ACUARIO


terario_de_acuario___el_legado_de_atena_

Editado por Seph_girl, 09 febrero 2020 - 00:29 .

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EL LEGADO DE ATENA - Capítulo 67. "Epílogo"


#23 alfanime

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Publicado 15 febrero 2009 - 21:24

esto es lo que yo llamaria una combinacion de talento y tiempo felicidades gradioso capitulo sigue adelante con el proyecto

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#24 Killcrom

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Publicado 16 febrero 2009 - 17:49

Estimada Seph, lamento haber tardado tanto en decidirme a morder este filetón que nos has traido. Soy una persona así de "guay", que hace las cosas cuando de verdad lo siente.

Debo decirte que al margen del review que te voy a hacer, me ha gustado bastante el primer capítulo. Ha habido elementos maravillosos y detalles de los que me saco ideas y notas para incluir en mis escritos. Eso no suele ser frecuente, pero te reconozco una gran labor.

Ahora, sin más preámbulos y memeces, quiero pasar a darte el review que tanto te mereces. Espero ser sincero y de verdad poder ayudarte en todo cuanto necesites. Como el texto ha sido largo, no te voy a poner todas las marcas que he subrayado, pero en caso de querer saber algo concreto, puedes pedirme el capítulo y yo te lo pasaré comentándote lo que necesites. Pa eso ta el msn.

Estructuraré el review en 3 partes, como ya sabes. Argumento, narración y norma. Empiezo pues por el argumento.

Cronológicamente bien ubicado y muy fiel al manga canónico (al menos hasta el Hades), has sabido mantener los acontecimientos a la altura de las circunstancias. Además, la coherencia con la que explicas lo sucedido en esos momentos en que no estamos presentes es, entre tú y yo, espectacular (en concreto algunas descripciones, pero eso aquí no).

Debo decirte que no me gustó cómo se reunieron los santos de bronce. El ritmo pausado de tu relato se ve quebrado precisamente por la brusca aparición de los 3, que para colmo de males, no identifican con certeza el cosmos de su amigo Seiya tras incontables batallas juntos.

Por suerte para tu historia, lo que sigue ha sido muy bueno. La entrada en el santuario, el ascenso, el guiño al Tenkai con la estatua de los caballeros de oro, los eventos en el Ateneo y en la cámara del Patriarca han sido lo mejor que he leído en mucho tiempo. Refuerzo mi opinión en este punto con las acertadísimas personalidades de Shun, Hyoga, Shiryu, Shaina, Ikki, en cierto modo Shion (porque no le conozco demasiado), e imagino que el shaman, al que por desgracia no conozco.

Aún no he terminado de elogiarte, porque el ambiente que recreas ayuda mucho a que el argumento se refuerce. Las descripciones, cosa que yo amo, han sido lo que más te ha elevado el capítulo. Será un placer para mí seguir la historia si sigues tú escribiendo así (espero que, de hecho, mejor).

Ahora pasamos a lo que no está tan bien. La narración en tu relato ha sido algo que me ha dejado perplejo por varios motivos. No todos son buenos, y de verdad lo siento, porque con lo que me ha gustado el capítulo, habría preferido simplemente ponerte una corona.

Veamos, hay partes en que narras como casi una profesional. No hay errores en esos trozos, eres explícita dando descripciones (además con muy buen léxico), empleas los tiempos verbales correctamente, y no la lías demasiado con la puntuación. La gran cantidad de descripciones que añades al capítulo hacen las delicias de una persona como yo, a la que le encanta sentirse envuelto por la historia, sin elemenos al aire. Me gustan las cosas que no me dejen imaginar más que lo que tú has visto escribiendo.

¿Qué es lo malo? Malo no, sino que peor. Pocos errores, pero creo que serios en cuanto la estructura de las frases. Todas las puntillas que das sobre Shiryu, los maravillosos decorados de tu Santuario, el realismo y vida de tus personajes... todo eso es opacado, así de crudo, por las comas y empleo estrambótico de tiempos verbales que tienes.

Has abusado de las comas hasta tal punto que en el texto tengo marcados párrafos enteros. Además, está también en tu contra el hecho de que empleas tiempos verbales extraños en tus descripciones que me han dejado preguntándome en más de una ocasión por lo que querías decir. Te daré un par de ejemplos, y si deseas verlos todos, te paso el texto.

"Seiya se alarmó una vez más en que escuchara ese replicar en su cabeza" --> ¿por qué pretérito imperfecto de subjuntivo?

"se le iluminó el rostro a Pegaso una vez que volviera a estar junto a sus inseparables camaradas" --> Igual aquí. ¿por qué usas el subjuntivo? ¿Acaso no te vale el indicativo? ¿Estoy yo equivocado y me puedes explicar por qué?

"Ascendieron por pasajes que evitó que debieran infiltrarse por las doce casas" --> ¿Y aquí por qué un presente y luego otro subjuntivo? De verdad, acláramelo, porque si bien es cierto que este tiempo verbal puede ser utilizado en acciones acabadas en el pasado, a mí me suena más a condicional...

He estado consultando incluso por internet, y además de lo que te he dicho, me topo con esto: Expresar juicios impersonales, opinión; Describir, comparar, explicar; señalar ventajas y desventajas; expresar acuerdo y desacuerdo; expresar arrepentimiento...

¡Me has dejado descolocado! ¿Por qué no emplear un indicativo elegante, simple, y más limpio? Creo que el hecho de hacer una frase más compleja, con un tiempo verbal que a mi juicio de aprendiz encaja regular en las situaciones que narras, sólo te echa tierra encima. Además, aunque fuese correcto, que ya te digo creo que no lo es, has abusado mucho de él, cosa que tampoco te ayuda.

Te aconsejo que, si no encuentras explicación a esto que he marcado y crucificado (y confieso que utilicé el comodín secreto*), empieces a usar el indicativo de toda la vida. Dejá los subjuntivos para las hipótesis, ché*.

Ahora sobre la norma. He encontrado fallitos tontos como que te comes letras, olvidas tildes, o que no pones los guiones en los diálogos bien. Asimismo, en la parte en que describes el pequeño combate de Shaina, haces un excesivo uso de puntos suspensivos... añadiendo también un laismo. Básicamente, esto es todo. No quiero ir punto por punto para evitar molestias.

Quizá he resumido demasiado. Cualquier cosa que no te quede clara nada más que me zumbes al msn. Soy vuestro, señorita. Ahora paso al numerío aprovechándome de que me dijiste que sí. ^^

Narración: 5 (narras muy bien, pero los subjuntivos me han destrozado. Es una lástima y de veras espero que mires lo que te he dicho y lo revises tan pronto puedas)
Forma: 7 (teniendo en cuenta lo largo que es el texto, es normal que se te cuelen letras y errorcillos menores. Ánimo y a seguir)
Trama: 9 (sin duda lo mejor, aunque el principio te ha chafado el 10)

Añado que hubiese preferido que el shaman king fuese un personaje propio. Nunca comprendí los crossovers... o_o

¡¡Abrazos y hasta la próxima!! ¡Sigue esforzándote!

Editado por Killcrom, 16 febrero 2009 - 17:50 .

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(Parte 3 de 3)

Publicado: ?? de ? de 2018


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Publicado 17 febrero 2009 - 09:44

Qué lindo!!!!

Seph, es un capítulo fantástico, espero el próximo con ganas. Nos vemos prontito

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SECTA DE LOS ROSTROS MUERTOS ADORNARÁS NUESTRA PARED...





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Publicado 18 febrero 2009 - 19:41

holas Seph!! ^^

Como podes ver.. sigo leyendo tu fic!! Y cada vez está más interesante!!

espero que éste caballero de Acuario no sea TAN frío como Camus... aunque por lo que leí es igual... (maldito..¬¬ aunque sea le hubiera dado un beso en la mejilla a la pobre mujer)

Hay un pregunta que quiero verla contestada prontito: ¡¿QUIEN RAYOS ES EL PATRIARCA?! haaaaaay!!!! Vamos chica, lo quiero saber!!! me está comiendo por dentro!!! xDDD

ejem.. ya está... tengo que controlar mis nervios... xDDD

me encanta la trama.. espero que sean todos unos "papitos" los dorados como los anteriores.. xDD por ahora los veo bien.. -y si me das el tel de alguno mejor-... ejem.. jeje.. me deje llevar.. xDDD (a tauro le podrías hacer un cambio, es solo una sugerencia ^^)
espero ver un "Maski" de cancer por ahí... y que le guste la sangrrrreee!!! *-* (otro sádico xDD)

Bueh!! Seguí así con el fic!!!

Lo haces muy interesante!! ^^ Ma dan más ganas de leer!!!

Saludos!!

Bye!!


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Editado por Lady_Death, 18 febrero 2009 - 19:43 .


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~A mitad del camino de la vida

en una selva oscura me encontraba

porque mi ruta había extraviado.~


#27 Seph_girl

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Publicado 08 marzo 2009 - 22:18

Saludos a todos!
Esta Semana subiré el episodio 3 de esta extraña historia =)
Asi que no dejen de estar al pendientes los interesados.
Abro este parentesis para agredecer y responder los comentarios que llegaron al respecto ^-^


QUOTE (alfanime @ Feb 15 2009, 07:24 PM) <{POST_SNAPBACK}>
esto es lo que yo llamaria una combinacion de talento y tiempo felicidades gradioso capitulo sigue adelante con el proyecto
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Muchas gracias alfanime t422.gif . Seguiré adelante, eso tenlo por seguro, pues de verdad planeo terminar el proyecto algun día. Lo inicié en mi cabecita hace mucho como para no verlo terminado jamás XD


QUOTE (Killcrom @ Feb 16 2009, 03:49 PM) <{POST_SNAPBACK}>
Quizá he resumido demasiado. Cualquier cosa que no te quede clara nada más que me zumbes al msn. Soy vuestro, señorita. Ahora paso al numerío aprovechándome de que me dijiste que sí. ^^

Narración: 5 (narras muy bien, pero los subjuntivos me han destrozado. Es una lástima y de veras espero que mires lo que te he dicho y lo revises tan pronto puedas)
Forma: 7 (teniendo en cuenta lo largo que es el texto, es normal que se te cuelen letras y errorcillos menores. Ánimo y a seguir)
Trama: 9 (sin duda lo mejor, aunque el principio te ha chafado el 10)

Añado que hubiese preferido que el shaman king fuese un personaje propio. Nunca comprendí los crossovers... o_o

¡¡Abrazos y hasta la próxima!! ¡Sigue esforzándote!


Killcrom XD, tal y como te lo dije en el msn ese día en que pusiste este review, te agradezco tus comentarios.
Es cierto que meto la pata horriblemente y tal vez porque me emociono demas, con una mezcla de que soy muy inconciente a la hora de escribir y demas ejejeje
Pero gracias a tus observaciones ando trabajando con ganas. No sé si remediaré mis fallos, pero te prometo intentarlo.
A partir del episodio que viene tu me dirás si he mejorado un poquito o sigo igual de burra XD

Y neta que no me hiciste sentir mal, ya que entre tantos horrores algo te gustó ^-^ y que alguien con tus estudios haya dicho cosas como las que dijiste me alagan ^-^ y me pone feliz. Aún hay esperanzas para esta historia =) y para mi XD

Ojalá y puedas seguir al pendiente de esto y ayudarme como lo andas haciendo ^-^
Gracias por tu valioso tiempo y consejo ;)



QUOTE (Chiriko_Casiopea @ Feb 17 2009, 07:44 AM) <{POST_SNAPBACK}>
Qué lindo!!!!

Seph, es un capítulo fantástico, espero el próximo con ganas. Nos vemos prontito

Besos Dohko.gif


Wuju, que bueno que te haya agradado el epi. No te preocupes, ya viene el 3 esta semana XD. El día dependerá de mi lector beta ^^ pero no pasa del sabado.


QUOTE (Lady_Death @ Feb 18 2009, 05:41 PM) <{POST_SNAPBACK}>
holas Seph!! ^^

Como podes ver.. sigo leyendo tu fic!! Y cada vez está más interesante!!

espero que éste caballero de Acuario no sea TAN frío como Camus... aunque por lo que leí es igual... (maldito..¬¬ aunque sea le hubiera dado un beso en la mejilla a la pobre mujer)

Hay un pregunta que quiero verla contestada prontito: ¡¿QUIEN RAYOS ES EL PATRIARCA?! haaaaaay!!!! Vamos chica, lo quiero saber!!! me está comiendo por dentro!!! xDDD

ejem.. ya está... tengo que controlar mis nervios... xDDD

me encanta la trama.. espero que sean todos unos "papitos" los dorados como los anteriores.. xDD por ahora los veo bien.. -y si me das el tel de alguno mejor-... ejem.. jeje.. me deje llevar.. xDDD (a tauro le podrías hacer un cambio, es solo una sugerencia ^^)
espero ver un "Maski" de cancer por ahí... y que le guste la sangrrrreee!!! *-* (otro sádico xDD)

Bueh!! Seguí así con el fic!!!

Lo haces muy interesante!! ^^ Ma dan más ganas de leer!!!

Saludos!!

Bye!!


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Lady!!! XD
Aaah es bueno tener una lectora a la que tengo emocionada ^-^
Jejeje no te preocupes, la identidad del Patriarca se sabe este capitulo que viene, asi como las razones del por qué se eligió como tal XD (tal vez algunos van a matarme... ohmy.gif )

No te preocupes por Terario de Acuario. Cierto que respeta la ideología de un caballero de cristal, pero asi debe ser la cosa. Aunque eso no significa que no volverá a ver a la chava XD jiji, pero eso será más adelante.

Sí, los nuevos personajes son guapos, ni modo XD Pero hasta en la oficial pasa.
Sobre Tauro, ya lo conocerás un día ;)
El caballero de Cancer pues en definitiva es diferente a Death Mask y a Mani, pero cuando lo hacen enojar te aseguro que se les parece XD jajajaja
Muchisimas gracias por leer =D




El proximo episodio:
"Encuentros dorados parte III. Elección y lealtad"
Junto a dos nuevas fichas de caballeros a todo color :D

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EL LEGADO DE ATENA - Capítulo 67. "Epílogo"


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Publicado 08 marzo 2009 - 22:52

Seph_girl, la verdad me sorprende lo bien escrito que está... ¿eres profesional?
Los capítulos son un poco largos como para leerlos en la PC (Estoy un poco mal de la vista), por eso no he podido leer completo tu trabajo, espero que mi impresora esté lista en poco tiempo, me interesa mucho leer éste fic.




Capítulo 15: La Flor Sangrienta
(Pincha AQUI para Leer)

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Saint Seiya: COSMO WARS
Índice de Capítulos: Aquí

#29 Seph_girl

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Publicado 09 marzo 2009 - 00:07



QUOTE (Cástor_G @ Mar 8 2009, 08:52 PM) <{POST_SNAPBACK}>
Seph_girl, la verdad me sorprende lo bien escrito que está... ¿eres profesional?
Los capítulos son un poco largos como para leerlos en la PC (Estoy un poco mal de la vista), por eso no he podido leer completo tu trabajo, espero que mi impresora esté lista en poco tiempo, me interesa mucho leer éste fic.


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Cástor, qué cosas dices XD
No soy profesional, nisiquiera me acerco. ^//^
Muchas gracias por leer. Lamento escribir caps largos, pero asi soy (y eso que he intentado escribir menos... u.u en otras historias mas largos han estado mis episodios XD)
:o no gastes tinta muchacho. No puedes copiar, pegar y poner la letra más grande en Word? digo, la tinta es cara :)
Gracias por pasearte por aqui ^.^
Seguiré al pendiente de tu trabajo tambien =D

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EL LEGADO DE ATENA - Capítulo 67. "Epílogo"


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Publicado 15 marzo 2009 - 22:55

Aqui vamos con el episodio 3 de este fanfic. Enjoy =D

*************
 

En Cabo Sunión existe una cárcel que, desde tiempos mitológicos, fue ocupada por hombres y mujeres que durante las guerras se opusieron a Atena, la diosa de la sabiduría.

El peligro real dentro de la tormentosa prisión llega cuando la marea sube, llenando la cueva casi totalmente de agua; sumergiendo en desesperación y agonía a todo aquel que enfrenta allí una sentencia.

Se dice que de Cabo Sunión no hay escape, salvo que la voluntad de algún dios decida apiadarse de tu alma; hasta que Atena misma te conceda el perdón.

 

Sugita ha luchado sin descanso contra la violenta marea que noche tras noche la luna ha mecido inmisericorde contra la cueva; mas el chico estaba empeñado en vivir aun cuando sus fatigados pulmones le pedían lo contrario. Estaba tan agotado que sus manos apenas podían aferrarse a los gruesos barrotes que le han servido como apoyo para mantener la mitad del rostro fuera del agua en las horas difíciles. Su cara tenía numerosos raspones a causa del techo áspero contra el que ha tenido que respirar. El frío del agua salada adormecía su cuerpo y mente, mas el ardor en sus ojos y el mal sabor de boca evitaban que cayera inconsciente.

El prolongado encierro y la falta de respuesta a sus esfuerzos comenzó a convencerlo de que tal vez Atena no lo consideraba apto para ser uno de sus santos. ¿Pero por qué? ¿Existía algo en él que ella despreciara? ¿Algo que sin importar cuanta devoción estaba dispuesto a darle no lo hacía merecedor de su gracia?... ¿O todo esto no era mas que una cruel y despiadada farsa ideada por el que se dijo santo de Géminis?

 

Mientras cavilaba con pesimismo, una gran ola chocó contra la prisión, alejándolo de la entrada hasta el fondo de la cueva. Nadó hacia arriba, buscando algún punto donde aún podía haber un poco de aire, mas no encontró ninguno, ni siquiera aquel cerca de los barrotes en el que se había refugiado todas las noches.

Le constaba que allí dentro su fuerza no lo salvaría, pues días atrás comprobó la resistencia sobrenatural de la cárcel, asombrándole el que sus técnicas no lograron ningún rasguño en los muros ni en la reja.

 

Sugita decidió esperar, mas no hubo cambios en la altura del agua— ¿De verdad voy a morir aquí? —pensó apesadumbrado, sintiendo que el mundo entero conspiró para alejarlo de su añorada meta.

Cerró los ojos conforme las últimas burbujas de oxigeno salían de su cuerpo. Pensó en su maestro, en su padre... en todo aquello que no lograría hacer en la vida.

Cuando estaba a punto de resignarse a morir, un sonido lo obligó a abrir los ojos.

Pese a que el agua lo cubría todo, sus oídos captaron una melodía que ahuyentó a la muerte que lo rondaba; era una tonada muy bella que le transmitió una indescriptible sensación de paz, no sólo a su espíritu, sino al mismo mar.

La marea respondió a las notas musicales que viajaban en el viento, obedeciendo una orden incapaz de contradecir. El oleaje disminuyó, el océano retrocedió lo suficiente como para que Sugita pudiera sacar la cabeza del agua.

El apuro del muchacho fue tanto que no midió bien la distancia, golpeando su frente con la dura roca que le abrió una herida de la que rápidamente brotó sangre. Sugita tosió toda el agua que había tragado, aspirando aire con suma desesperación y dolor. La música cesó de repente, siendo suplida por una voz masculina que escuchó con claridad.

Joven de oriente que busca la atención de una diosa ausente, ¿por qué te castigas de esta forma tan infrahumana?

—¿Quién eres? —preguntó Sugita, inseguro de que sus palabras puedan ser oídas por la entidad invisible para sus ojos.

 

En el exterior, justo encima de Cabo Sunion, donde los viejos pilares de un antiguo templo dedicado a Poseidón se alzaban, un hombre de mirada tranquila contemplaba el mar tras apartar una delgada flauta musical de sus labios.

Mi nombre no es importante en comparación al del señor a quien sirvo. Soy un simple vocero de su voluntad, y puedo decirte que mi señor se ha angustiado por tus ignorados esfuerzos —respondió el hombre de cabello claro que empleaba su cosmos para comunicarse con el prisionero—. Dime joven guerrero, ¿por qué continúas con ésta batalla mortal? Es una pena que alguien tan devoto deposite su lealtad a una diosa que no ha respondido a sus sacrificios. ¿Por qué? Me pregunto ¿Qué te obliga a este martirio? ¿Por qué Atena y no un dios en el que has despertado un aprecio por tu lucha constante?

—¿Un dios...? — Sugita repitió muy consternado.

De tu prisión sólo un dios puede liberarte —recalcó paciente—. Buscas que Atena sea quien responda, mas ella guarda silencio y tal vez ni siquiera se encuentre observando; sin embargo, mi Emperador ha escuchado tus lamentos, el mar le transmitió tus pensamientos, y como prueba de ello es que estoy aquí.

El chico guardó silencio por largos segundos, apenado por el que un desconocido conociera su pesar y decepción.

— ¿Qué dices joven guerrero? ¿Responderás a este acto de piedad? ¿Cuál es la respuesta que debo llevarle a mi señor? —insistió el heraldo del benevolente dios.

Sugita se palpó la frente, observando su mano ensangrentada por unos instantes. Sería fácil aceptar una proposición como esa, pero...

—Puedes decirle a tu Emperador que en verdad agradezco mucho su bondad —dijo sonriente, con la barbilla sumergida en el agua—. Aunque no tengo el gusto de conocerlo, el que se preocupe por un simple mortal como yo significa mucho, mas temo que debo rechazar su oferta. Mí lugar está con Atena.

El flautista entrecerró los ojos, siendo evidente que no era la respuesta que esperaba— ¿Puedo saber la razón? ¿Qué le debes a Atena aparte de los sufrimientos de los últimos días y la herida que sangra ahora en tu frente? ¿Por qué crees pertenecer al Santuario y no a otro lugar?

—... Voy a servir a Atena porque— dudó, no sabía si era correcto abrir el corazón al sirviente de un dios ajeno al Santuario— ... esa fue la creencia con la que murió mi madre.

Los ojos del flautista brillaron con nostalgia.

—Ella creyó... no, más bien, ella vio que yo serviría a Atena. No me gustaría romper con esa única ilusión que tuvo para mí—Sugita explicó alegre—. Mi padre también lo cree, por eso buscó un maestro que me entrenara desde muy pequeño... Y además —se apresuró a decir—, porque Atena es la justicia en este mundo. Ella siempre ha velado por los seres humanos a diferencia de otros dioses que han intentado hacernos daño. Es posible que no vaya a conocerla en persona pero, me basta recordar la forma tan cálida en la que mi maestro siempre habló de ella para querer protegerla y ayudarla en su misión.

Tu madre —musitó el flautista, dando unos pasos hacia la orilla del risco, permitiendo que la luna iluminara la majestuosidad de su scale dorada—… conoces tan poco sobre ella que te sorprendería saber lo que realmente te ata al mundo submarino. Pero está bien, el Emperador accedió a no insistir, mas en esta ocasión se sintió obligado a extenderte una mano amiga.

—¿Eh? ¿Qué quieres decir con eso? ¿Q-qué sabes tú de mi madre? —el muchacho preguntó alarmado—. ¡Contesta! —pidió.

Cualquier respuesta carece de importancia, has tomado una decisión y la respetaremos. Es probable que nuestros caminos vuelvan a cruzarse en el futuro, por lo que hasta entonces, santo de Atena— se despidió, desapareciendo del lugar, llevándose con él la fuerza que aplacó al océano por breves instantes. Nuevamente libre, la marea se alzó con fiereza, volviendo a inundar por completo la prisión.

 

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Capítulo 3

Encuentros dorados. Parte III

Elección y lealtad

 

 

Anochecía, los últimos rayos del sol eran observados por distintos habitantes del Santuario.

Para los reclutas que ponen a prueba sus fuerzas diariamente, era la señal del merecido descanso. Según el último censo, el número de jóvenes no superaban los doscientos, pese a que alguna vez fueron más de quinientos.

Se consideraban reclutas a todos aquellos que llegaban al Santuario dispuestos a someterse a las arduas pruebas para ganarse un lugar entre los santos. Eran instruidos en grupo bajo la tutela de los santos de bronce Jabu, Ban, Geki, Nachi e Ichi.

Cuando uno de los reclutas sobresale por su habilidad o desempeñó se gana el título de aspirante, obteniendo un aprendizaje a manos de un instructor personal. Estos individuos se vuelven la envidia de los reclutas, pero a la vez una imagen a seguir que impulsa a otros a no quedarse atrás.

 

Para Shaina, pasear por los campos de entrenamiento la llenaba de nostalgia. Todo a su alrededor se asemejaba al antiguo Santuario, pero libre de la barbarie que en los tiempos de Arles se implementó.

El Patriarca en turno se ha asegurado de que los habitantes del Santuario vivan bajo reglas inspiradas en el respeto, la justicia y la generosidad, por lo que se vivía en una relativa tranquilidad en el que podían escucharse las risas de los jóvenes que, pese a las exigencias y adversidades, disfrutaban su estancia allí.

 

La amazona subió por una  pendiente hasta llegar a la cima, donde encontró a un compañero que observaba sin mucho interés el área en la que muy pocos estudiantes todavía practicaban. Ese lugar era el que mejor se prestaba para inspeccionar los campos de entrenamiento y a los reclutas.

El guerrero Souva solía estar allí con frecuencia, pues una de sus tareas era encontrar el potencial de los estudiantes para encaminarlos al siguiente nivel, mas aquel día no se sentía concentrado, por lo que decidió fingir que lo estaba.

—¿Mal día? —la amazona le preguntó al distraído santo, quien se sobresaltó al no haber percibido la presencia de Shaina hasta ese momento.

—¿Ah? No —carraspeó, manteniendo la manos dentro de los bolsillos de su atuendo oscuro—, estoy bien, sólo un poco… —no encontró pronto la palabra correcta que definiera su sentir.

—Preocupado —completó la amazona.

Souva asintió—. No puedo evitarlo, ese odioso de Albert se aseguró que sintiera este remordimiento, maldito engreído —musitó resentido.

—Cuida tu lengua, Souva. No hay nada que puedas hacer al respecto, no cuando el Patriarca le ha dado cierta autoridad —le recordó Shaina.

—Mi único consuelo es la corazonada de que ese chico superará la infame prueba y Albert tendrá que admitir su mísero error. Y yo pienso estar ahí para atestiguarlo e impedirle que lo olvide con facilidad —asintió, jurándoselo a sí mismo.

Shaina reprimió una risita—. En verdad que esa situación te ha afectado, no has intentado molestar a ninguna de mis chicas en los últimos días. Es bueno ver que hay cosas que puedes tomar en serio y comportarte como el santo que eres.

El guerrero la miró, sonriendo de manera traviesa—. Ya lo decía yo, me extrañan —rió—, aunque me traten tan mal, en el fondo están loquitas por mí—siseó con arrogancia y galanura.

—Desvarías —Shaina se indignó, dándole la espalda.

—Pero la bella maestra es la verdadera razón por la que me aventuro y arriesgo la vida en cada una de mis visitas —continúo Souva con aire dramático, atreviéndose a tomar la mano de la amazona—. No hay lamentaciones, sólo dicha cuando eres tú quien viene a mí. ¿Hasta cuando piensas seguir engañando al santo de Pegaso? Sabes que nos pertenecemos.

—No me obligues a lastimarte, Souva —advirtió con paciencia la mujer. Jamás podría tomar en serio las insinuaciones del santo, pues en el Santuario es reconocido por ser un enamoradizo.

—Entre más me rechazas más es lo que siento por ti —bromeó, sabiendo cuál era la línea que nunca debe cruzar con la amazona de Ofiuco si es que deseaba seguir viviendo.

 

Shaina y Souva callaron al divisar dos estelas luminosas cruzando el cielo.

—El Patriarca ha regresado —dijo Shaina, siguiendo las luces con la mirada.

 

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Las dos estelas fugaces cayeron frente a la gran estatua de Atena que coronaba la cumbre de las Doce Casas. Dos hombres fueron visibles una vez que el resplandor se desvaneciera.

—Al fin en casa —dijo uno de ellos, poseedor de largo cabello café que vestía una túnica roja como si fuera un noble de la antigua Grecia. Estiró  los brazos para resaltar lo cansado que se sentía por el viaje, sonriendo con buen humor al saber que pasarían varios días en los que podría olvidarse del estrés—. La próxima vez no esperes que te acompañe.

El segundo hombre disfrutó en silencio el cálido viento de Grecia acariciando su rostro como una bienvenida.

— No es como si te hubiera obligado a acompañarme, Seiya —repuso el individuo en cuya cabeza descansaba el casco dorado que un único hombre en la Tierra tiene permitido portar—. Que yo recuerde estabas más que listo para partir antes de que te hiciera la invitación —comenzó a andar, con el viento remolineando su cabello negro y la fina toga blanca que lo cubría desde el cuello hasta los pies.

—Shiryu, sabes bien que el Patriarca no puede andar por ahí solo sin alguien de confianza acompañándolo —agregó el sobreprotector santo de Pegaso.

—En otros tiempos entendería tu cautela, —el Patriarca Shiryu sonrió agradecido —, pero siempre es un placer compartir un viaje contigo.

 

Hace quince años no fue difícil decidir quién, de entre los santos sobrevivientes a las guerras santas, debía ser el nuevo dirigente del Santuario. Fue una decisión unánime en el momento en que Seiya lo propuso. Nadie objetó el día que Shiryu tomó las riendas de la orden, ni en la actualidad, pues ha sido gracias a su guía que el Santuario logró resurgir cual era el deseo de todos.

Mas el ahora Pontífice no era la clase de hombre que aceptaba todos los cumplidos, sabía que el logro estaba lejos de ser sólo suyo, que de no ser por el apoyo de sus hermanos y amigos los quince largos años de trabajo habrían sido en vano. Es por el esfuerzo de todos que tenían un Santuario renacido, mas eran conscientes de que su labor estaba lejos de terminar.

 

Cuando el sol abandonó por completo el cielo, Shiryu y Seiya bajaron hacia el Templo del Patriarca, donde una mujer de rasgos asiáticos los recibió con una cálida sonrisa. Vistiendo una sencilla toga holgada, la dama saludó con respeto a los recién llegados.

—Bienvenidos, se les echaba de menos.

Seiya respondió el saludo con la mano antes de añadir —: ¿Ves? Sano y salvo —decidido a pasar de largo para abandonar el salón lo antes posible,  no queriendo robar minutos preciosos que el Patriarca  tendría para reencontrarse con su esposa después de un largo viaje y antes de que algún otro santo solicitara alguna audiencia urgente, como solía ocurrir a su regreso.

—Es un gusto estar en casa —el Patriarca tomó las manos que la mujer le ofreció, besándolas con caballerosidad.

— ¿Cómo te fue? —se interesó ella.

— Todo perfecto. Hilda te envía saludos y agradece las atenciones que tuviste para el príncipe.

—Me alegra escucharlo —se alzó en puntillas para darle a su esposo un dulce beso en los labios.

Aunque a ella le agradaría entretenerse durante horas en conversaciones amenas, ser la esposa del Patriarca tenía sus deberes y sacrificios. Shunrei tenía la prioridad de enterar a Shiryu de las novedades suscitadas en el Santuario durante su ausencia—. Aquí las cosas han estado relativamente tranquilas. Albert se tomó muy enserio su puesto, ha hecho un buen trabajo… aunque Souva te dirá que exageró— comentó con timidez.

El escuchar esos dos nombres en el mismo enunciado llevó a Shiryu a suspirar una vez que se sentó en el trono dorado.

—Ese par —murmuró con fatiga, previendo que pronto tendría que lidiar con una jaqueca. Apreciaba mucho a esos jóvenes, mas sus personalidades, como convicciones, solían ser tan opuestas como el día y la noche.

—Souva me hizo prometer que lo atenderías en cuanto volvieras, justo después de que Albert me pidiera lo mismo. Para evitar conflictos, lo mejor será que recibas a ambos, tengo entendido que tratarán el mismo tema —Shunrei intentaba no mostrar favoritismos, mas su corazón de madre incapaz de tener hijos propios se lo dificultaba.

Tal vez los dioses no la bendijeron con la capacidad de dar a luz, pero a cambio la convirtieron en madre de muchos chicos que quedaron sin padres y que estaban en el Santuario para convertirse en personas de bien.

—Me intrigas, ¿qué es lo que pasó? —el Patriarca preguntó con interés.

—Según escuché, alguien intentó irrumpir en el Santuario. Fue detenido, no hubo heridos, ni bajas y —pausó un segundo, temiendo la reacción de su esposo—, se dio la orden de que lo confinaran en Cabo Sunión.

— ¿Qué dices?—musitó Shiryu, incrédulo.

— Albert dijo tener una explicación válida, pero que sólo la compartiría contigo.

Shiryu meditó las posibles razones que llevarían al santo de Géminis a tomar tal decisión—. ¿Podrías llamar a ambos? Deseo verlos inmediatamente.

—En seguida.

 

 

Han pasado casi diez años desde que Shunrei dejó su hogar en los Cinco Picos. Recuerdos de esa vida ordinaria y pacífica solían confortarla en tiempos difíciles, pero nunca se arrepentiría de haber aceptado la propuesta de Shiryu.

El día en que el santo de Dragón llegó con la noticia de que sería nombrado Sumo Pontífice del Santuario, ella pensó que sería el adiós definitivo, mas la falsa alegría que se obligó mostrar se convirtió en una sorpresa enorme cuando su amado le pidió que lo acompañara a Grecia y se convirtiera en su esposa.

Lo admitía, han sido años duros, de constantes desvelos en los que acompañó a Shiryu en sus preocupaciones. Ella no nació para ser una guerrera, ni liderar una organización, mas sí podía ser un apoyo incondicional para el Patriarca.

Debió aprender a organizar a un gran número de personas, a asegurarse de que siempre haya alimento, medicinas y ropa suficiente para los habitantes del Santuario; en otras palabras, a cuidar de una enorme familia.

Familia, eso es lo que cada miembro del Santuario era para ella, siendo la razón por la que se ganó el cariño y respeto de todos.

 

 

Tras salir del salón, Shunrei no caminó demasiado por el corredor cuando divisó a dos hombres portando armaduras doradas. La mujer se detuvo, esperando a que se aproximaran.

Los santos de Géminis y Escorpio anticiparon el llamado del Patriarca, mas no pensaron que se encontrarían el uno con el otro en el camino.

Shunrei los saludó, a lo que ambos respondieron inclinando un poco el mentón. Al verlos allí juntos, la mujer no pudo evitar sonreír al recordar cómo es que conoció a cada uno.

Albert llegó al Santuario cuando era un niño, por lo que ha tenido la oportunidad de verlo crecer y superar su pasado para convertirse en un talentoso santo de Atena que todos respetan por su poder, pero que también era temido por su estricta disciplina.

Souva llegó años después, un adolescente de alma libre y muy servicial que su maestro entregó al Santuario para servir a Atena. Su carácter afable le ha hecho ganar numerosas amistades que no dudarían en apoyarlo en cualquier campaña.

—Son más coordinados de lo que quieren admitir —se le escapó decir a la mujer.

—¿El Patriarca podrá recibirnos? —inquirió Albert, ignorando el comentario.

—Los recibirá sin preámbulos. Le resumí lo ocurrido, será su deber aclarar los detalles. Por favor, escojan sabiamente sus palabras —Shunrei pidió, sabiendo lo soberbios que podían ser.

—No tema señora Shunrei —el santo de Escorpio sonrió despreocupado—, lo más grave que puede pasar es que terminemos compartiendo la misma celda por uno o dos meses, ¿no lo crees, Albert? —preguntó sarcástico.

—Si nos disculpa, pasaremos de una vez —Albert volvió a ignorar las triviales palabras de Souva, despidiéndose cortésmente de Shunrei para continuar con su recorrido inicial.

El santo de Escorpio apartó la careta dorada de su cabeza, reteniéndola bajo el brazo para seguir a Albert de cerca.

—Souva, lo digo en serio —insistió la esposa del Patriarca cuando éste le dedicara una mirada sobre el hombro. El santo alzó el pulgar prometiéndolo, o cuando menos trataría de hacerlo.

 

 

Al adentrarse al Gran Salón, ambos santos pegaron una rodilla sobre la alfombra roja, inclinándose respetuosamente ante el Sumo Pontífice. Al mismo tiempo alzaron el rostro para mirar a quien al final de la escalera reposaba en el trono dorado.

—Es un gusto que haya regresado sano y salvo, su Santidad —comentó Albert con humildad, secundado por un cabeceo de Souva.

—Gracias por su preocupación caballeros, también me complace estar de vuelta. Por favor, acérquense, necesitamos hablar —pidió a los santos.

Géminis y Escorpio subieron la escalera, cada uno colocándose en flancos opuestos del trono papal.

—Me atrevo a suponer que está al tanto de lo ocurrido —dijo Géminis a su mano izquierda.

El Patriarca asintió—. Una vida está en riesgo mientras nosotros discutimos si la razón es justificable o no —dijo en cuanto lo sintió a su lado—, por lo que les suplico que seamos breves. Albert, en mi ausencia te di autoridad para tomar ciertas decisiones, pero una sentencia a Cabo Sunión es demasiado atrevida, es inaceptable.

Souva de Escorpio no ocultó la sonrisa triunfante que le dirigió a Albert. Una de las ventajas de que el Patriarca fuera invidente, es que no se percataba del intercambio de gestos descarados.

—Espero un buen argumento— insistió Shiryu ante el silencio del santo de Géminis.

—Patriarca, el sentenciado fue atrapado en su intento de entrar al Santuario, agrediendo a uno de los reclutas en el proceso.

—Pero el chico no fue lastimado, está ileso —se apresuró a decir Souva, manteniéndose a la mano derecha del Pontífice.

—Sólo porque Shaina de Ofiuco y un escuadrón de guardias arribaron en el momento justo, de lo contrario quien sabe lo que hubiera podido ocurrir con el joven— añadió Albert con tranquilidad.

—Pensé que únicamente podías leer la mente Albert, ¿ahora también ves el futuro?— inquirió Escorpio con sorna.

—Si tanto deseas inmiscuirte en mi explicación, supongo que pasaré a la parte en la que tal intrusión al Santuario es responsabilidad tuya, Souva.

—¿Cómo es eso? —Shiryu fingió no estar enterado de las actividades del santo de Escorpio.

—Siempre ha incitado a pobres crédulos a la desventura de cruzar el camino de riscos y precipicios, sólo que esta vez aconsejó a la persona equivocada —Géminis explicó.

—No tendría que hacerlo si fueras más flexible con las personas que buscan servir a Atena. Esos chicos viajan desde lugares lejanos, incluso algunos abandonan a sus familias buscando una oportunidad, ¿y qué es lo que haces tú? Le cierras las puertas en las narices— espetó Souva con el ceño fruncido.

—Ninguno de los individuos de los que hablas mostraron una actitud apropiada. No han sido más que chiquillos que creen que aquí tendrán una vida fácil, un techo y comida. Se ha desperdiciado mucho en esas oportunidades, como tú las llamas.

— Patriarca, usted siempre ha elogiado mi capacidad de encontrar el potencial latente de los reclutas—aclaró Souva, ofendido por las palabras de Albert—, muchos de ellos lograron convertirse en excelentes santos.

—Y tuviste razón respecto a este último, no lo negaré —intervino Albert—. El chico tiene habilidad, la suficiente para ser un peligro. En su inofensivo aspecto se oculta el asesino perfecto.

—¿Asesino? —repitió Shiryu.

Escorpio sacudió la cabeza con fastidio— Albert, dile al Patriarca la verdad, ¿qué es lo que viste en la mente del chico que te asustó tanto? Tal vez si dejas de actuar como un engreído hasta yo te daré la razón, anda— exigió, recordando los eventos de aquella noche.

—Créeme Souva, una parte de mí creyó que podría estar malinterpretando lo que percibí, pero los hechos hablan por si mismos — mostró un libro que había mantenido bajo el brazo hasta entonces—. Tras mi investigación puedo defender mis motivos y estos son indiscutibles.

—¿Cuándo dejarás de parlotear e irás al punto? —Escorpio miró con interés el malgastado ejemplar de pasta azul que el santo de Géminis sujetaba.

De las hojas amarillentas sobresalía un cordón como separador, mismo que Albert de Géminis empleó para abrir el libro con cautela.

— Creyendo que mi habilidad me permitiría confirmar la inocencia del prisionero, el sondeo mental sólo terminó por condenarlo. Descubrí un oscuro secreto que se remonta a su nacimiento. Él desciende directamente de la familia Mizuki, la cual antiguos escritos aseguran son una familia oriental al servicio del Emperador de los Mares desde épocas remotas.

Sabiendo que el Pontífice era incapaz de comprobar la veracidad de los textos, Albert Albert le tendió el libro al santo de Escorpio, quien lo tomó con brusquedad.

Los ojos de Souva se movieron sobre las letras griegas hasta que encontró algo relacionado, leyendo:

…Y cuando la ira del dios de las mareas y el océano se desató sobre sus tierras, los reyes de oriente decidieron ofrendarle y someterse a su voluntad. Sacrificaron entonces a la luna en su nombre, y todos sus hijos quedaron consagrados a servirle por la eternidad… —detuvo la lectura, cerrando el libro con fuerza—. No puedes hablar en serio…

—A mi me convenció —aclaró el santo de Géminis —. Aunque se trate de una trascripción, su valor es absoluto.

El Patriarca sabía lo mucho que Albert pasaba en la biblioteca del Santuario. Adquirir conocimiento siempre ha sido su obsesión, siendo capaz de almacenar libros enteros en su cabeza y hasta memorizar sus ilustraciones.

—¿Entonces es eso? ¿Descubriste que sirve a Poseidón y está aquí para asesinar al Patriarca? ¡¿Por qué demonios no lo dijiste entonces?! —reclamó molesto, intuyendo que tal información se lo había reservado para hacerlo parecer un idiota ante el Patriarca.

—No exactamente. La verdad es que el muchacho no tiene conocimiento de esto — confesó con indiferencia.

Para Escorpio, escuchar tal cosa avivó una ira indescriptible en su ser.

—Albert, ¿estás diciendo que deliberadamente enviaste a ese joven a Cabo Sunión sabiendo de su inocencia? —el Patriarca frunció el entrecejo con total desaprobación.

—¿Qué pretendías con tal disparate? — exigió saber Souva, compartiendo el mismo sentir del Patriarca.

—Mi señor —Géminis se arrodilló ante el Sumo Sacerdote, aceptando de antemano cualquier castigo si es que en verdad merecía recibir alguno—, el muchacho dice querer servir a Atena. Aunque posea todo lo necesario para lograrlo, creo de corazón que esa decisión es algo que debe ser tomada por nuestra diosa —explicó, sin intenciones de disculparse.

— Enviándolo a Cabo Sunión podremos comprobar varias cosas. En primer lugar la autenticidad de su fortaleza, no sólo de cuerpo sino también de espíritu; el que continúe con vida es admirable. La segunda, si su herencia es verídica y Poseidón es quien interviene para abrigarlo bajo su manto, no tendremos ningún altercado con la frágil diplomacia que mantenemos con el reino submarino; estaríamos ayudando a que el joven Sugita cumpla con su verdadero destino. La tercera, si aún ocurriendo lo anterior, él  rechaza voluntariamente la ayuda del Emperador del Mar, demostrará que su corazón y alma están consagrados a Atena como ha jurado —pausó unos segundos en los que miró el semblante del Patriarca—. Sé que es una prueba cruel, mas sigo creyendo que fue la decisión más acertada. Mi único propósito es librar al Santuario de problemas innecesarios, y al tratar con el dios del mar se debe actuar con extrema precaución.

Sabiendo que Souva protestaría, Shiryu lo impidió al ponerse de pie, una acción que obligaba a ambos a guardar silencio. En el rostro del Patriarca había una sola resolución.

—Albert, liberarás al muchacho en este instante —ordenó, sin esperar objeciones.

— P-patriarca, ¿acaso no escuchó…? —el santo de Géminis balbuceó, consternado—. ¿Piensa ignorar mis advertencias?

—Es inadmisible —aclaró Shiryu con desilusión—. A lo que tú llamas prueba, yo lo considero tortura. Intenté comprender tus razonamientos, pero en el momento en que admitiste conocer la inocencia del prisionero me fue imposible. No me interesa si es o no un sirviente del emperador Poseidón, lo liberarás, ahora —repitió.

—Patriarca… Yo… —Albert permaneció acuclillado, oprimiendo sus puños con fuerza extrema.

 

—¡Señor Albert! —tal grito atrajo la atención de los tres hombres, quienes vieron a un soldado irrumpir en el salón sin respetar el protocolo. Presuroso, el soldado se hincó al pie de la escalera, esperando el permiso de algunos de los señores ahí reunidos para hablar.

El santo de Géminis se levantó, mirando al soldado a quien no podía recriminar nada, pues él mismo le dio una orden estricta.

—Señor, recibimos una señal de alerta, algo ocurrió en Cabo Sunión.

Souva se mostró sorprendido y preocupado.

Shiryu por su parte permaneció tranquilo, expectante, como si pudiera ver lo que aconteció en dicha prisión—. Souva, Albert, vayan de inmediato —les pidió, volviendo a sentarse en el trono—. Deseo conocer a ese muchacho, tráiganlo ante mí.

—De inmediato —respondió Souva apremiante, siendo el primero en marcharse olvidado la debida reverencia, algo que Albert desaprobó antes de seguirlo sin prisa alguna.

 

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Recorrer los páramos del Santuario también despertaba una abrumadora nostalgia en Seiya de Pegaso. Él solía aprovechar ciertas tardes en las que los entrenamientos terminaban a temprana hora para caminar por ahí sin demasiadas interrupciones, pues en el Santuario admiraban a los santos que lograron sobrevivir a la última guerra santa, sobre todo al gran héroe que desafió a los dioses en nombre de Atena.

La popularidad es algo que Seiya habría gozado hace mucho tiempo, pero ya no era el chiquillo arrogante que solía ser.

 

Una galería de recuerdos se pintaban a su alrededor conforme avanzaba por las zonas donde solía entrenar bajo la instrucción de Marin; recapituló varias de sus enseñanzas como si estuviera escuchándolas de la voz de la amazona; recordó las veces en las que Aioria transitaba por el campo de entrenamiento dando palabras de aliento a los aprendices que perdían la confianza en si mismos.

 

La caminata lo llevó hasta el Coliseo al que decidió entrar para proseguir con el recorrido de memorias. El edificio, restaurado como el resto del Santuario, conservaba el aspecto rústico de siempre, una estructura firme capaz de resistir combates sin paragón, así como albergar a una gran multitud en sus gradas.

 

Se paró en medio de la arena, siendo el sitio en el que se decidió quién sería el nuevo regente del Santuario.

Recordaba a la perfección esa tarde en la que le hicieron una propuesta que sacudió su mundo entero…

 

—¿Escuché bien? ¿Quieren que yo sea el Patriarca? —Seiya repitió más asustado que incrédulo ante la inesperada petición.

Con la noche subiendo por la bóveda celeste, nueve de los diez santos de bronce de su generación se habían reunido en el centro del Coliseo. Después de algunos años de búsqueda, estudio, trabajo y reorganización, era justo que alguien tomara el liderato que se requería para llevar al Santuario por buen camino.

No es que me guste del todo la idea —se apresuró a comentar Jabu, santo de Unicornio, con un gesto cínico—, pero hay algo que nadie aquí pone en duda Seiya, y es el que tú eres el guerrero más fiel a Atena. Todos tus méritos y hazañas te convierten en el candidato más apropiado— no le costó admitir—. Te lo has ganado.

Ichi, santo de Hydra, asintió repetidas veces antes de agregar—: Sin mencionar que de entre todos nosotros eres el más fuerte de la orden.

Muchachos—musitó Seiya, quedándose sin palabras. Le sobrecogió la confianza con la que sus camaradas lo miraban—... Yo… realmente no sé qué decir.

Sencillo, di que aceptas. Estamos dispuestos a seguirte a dónde sea —aclaró Shun con entusiasmo—. Estoy seguro que la misma Atena lo aprobaría.

El santo de Pegaso se llevó las manos a la cintura, meditando un poco sin mirar a nadie en particular.

Amigos… de verdad aprecio su voto de confianza, pero vamos, ¿realmente me quisieran de Patriarca? —los cuestionó sonriente y la vez avergonzando por tanta atención—. Ustedes saben cómo soy, imprudente, nada paciente y muy impulsivo.

Y te faltó decir testarudo y creído —agregó Jabu medio en serio medio en broma.

El punto es—Seiya prosiguió aun cuando le temblaban las cejas por la indignación que le causó el comentario del santo de Unicornio—, que no es así como el Patriarca del nuevo Santuario debe ser. En mi opinión, cualquiera de ustedes serían mejores candidatos que yo.

Seiya, no estarás intentando evadir las responsabilidades del título, ¿verdad?—inquirió Hyoga de pronto.

Aunque no lo admitió ese día, Seika, su hermana, fue un punto importante para tal decisión. Después de tanto tiempo añorando su presencia, finalmente se habían reencontrado; si se convertía en Patriarca mucho de eso cambiaría…

Pero por encima de su vida personal, estaba ese otro problema al que no ha podido encontrar solución. Los extraños espasmos que sufría por un intenso dolor en el pecho salido de la nada que casi lo han hecho desmayar. Un secreto que ha mantenido oculto para todos, considerándolo un defecto que en tiempos de guerra le podrían ocasionar una muerte prematura en el campo de batalla. Si algo llegara a ocurrir en el futuro, su delicada condición sería un estorbo y pondría a muchos en peligro.

No es eso —mintió, sin poder engañar a los santos de Cisne y Unicornio—, pero si realmente confían en mí como para aceptarme como el nuevo Patriarca, debo hablar con sinceridad y admitir que no me siento capacitado para ello —confesó, sin un atisbo de pena—. Por favor entiendan, no quiero defraudarlos, pero los cimientos de la nueva orden deben ser fuertes, se necesita a un hombre reflexivo, sabio y extraordinario que esté por encima de los demás liderando con justicia —explicó a los ocho hombres que lo escuchaban con suma atención —. Si me lo permiten, desearía postular a este gran guerrero para llevar el título.

Shiryu se sorprendió al sentir que el santo de Pegaso posó su mano sobre su hombro izquierdo —… ¡Pero Seiya…!

Seamos francos, ¿hay alguien aquí que se atreva a negar que Shiryu es el candidato por excelencia? —Seiya cuestionó al resto, quienes inmediatamente callaron por el inesperado giro de eventos—. Posee la sabiduría del maestro Docko de Libra al haber sido su mejor alumno; es portador de Excalibur, la espada de la justicia, la que se dice ser el arma que Atena entrega únicamente a su santo más fiel; es nuestro inseparable camarada y todos conocemos su noble corazón. Ha luchado arduamente a nuestro lado superando dificultades únicas y por la cual se ha ganado nuestra admiración. Si Shiryu fuera el Patriarca estoy seguro que las cosas funcionarán increíblemente bien —lo alentó, sin soltar su hombro —. ¿O es que acaso todo lo que he dicho son mentiras, Shiryu? ¿Te he estado sobrestimado todos estos años?

Seiya, es un honor que hables así de mí y me tengas en tal alta estima—respondió el santo de Dragón, cuyos ojos  permanecían cerrados—. Pero lo cierto es que considero que es tuyo el derecho de ser el representante de Atena en la Tierra, pues has sido tú quien llevó a cabo cada milagro que salvó su vida. Nos diste valor en cada una de nuestras batallas, fuiste la razón por la que muchos continuamos luchando en un intento por no quedarnos detrás de ti. Nos impulsaste a llegar tan lejos… me entristece que no puedas ver eso. Pero si tú me lo pides, confiaré en ti. Y si el resto está de acuerdo, me honraría aceptar el cargo.

—Son palabras como esas por las que mereces el trabajo— se alegró Seiya—. No iré a ninguna parte compañeros, deseo que el sueño de Atena se cumpla tanto como ustedes.

 

 

—Sabía que te encontraría aquí —Seiya escuchó repentinamente una voz ajena que rompió las imágenes del pasado que se recrearon dentro del Coliseo para él. Recuperó el sentido del tiempo en cuanto la esbelta silueta de la amazona de Ofiuco apareció entre las gradas, saltando hacia el círculo de arena.

En otros tiempos, las apariciones de Shaina significaban problemas y peleas. Impulsada por costumbres violentas de épocas remotas que obligaban a las amazonas a decidir entre matar a un hombre o amarlo si este veía su verdadero rostro, Shaina lo persiguió con un único propósito.

Sin embargo, ahora podían encontrarse frente a frente y sentir alegría, pues no existían barreras que les impidiera acercarse. Todas esas asperezas del pasado desaparecieron, la timidez de la juventud no existía.

Shaina se abrazó al santo de Pegaso, dándole así la bienvenida después de sus días de ausencia. Ella permaneció contra su pecho, mirándolo a los ojos.

—Ya era tiempo de que regresaran —dijo ella sin temor a ser descubiertos en su momento romántico —. ¿Todo está bien?

El santo asintió—. Ya sabes cómo son estas cosas. Para mantener las buenas relaciones con las demás naciones se necesita de este tour diplomático de vez en cuando. Shun te envía saludos por cierto.

—Parece que no hubo contratiempos, me alegra.

—¿Cuándo los hay? —dijo él, sonriente—. ¿Cómo la pasaron sin nosotros por aquí?

—Nada fuera de lo ordinario, hay muchos líos cuando juntas a muchos niños en el mismo lugar, pero nos las hemos arreglado. La enseñanza se me da muy bien y lo sabes —le palpó el rostro con cuidado.

—Hay cosas que jamás cambiarán aquí pese a que lo hemos intentado —Seiya buscó retirar la máscara que escondía el rostro de la mujer, mas la amazona retuvo su mano con sutileza.

—Hay ciertas tradiciones que deben conservarse. De por si es difícil que estos chicos se concentren, las mujeres pueden ser una distracción más —explicó—. Aunque, los pequeños cambios también son buenos —apartó la máscara plateada ella misma—. Y los hemos sabido aprovechar, ¿no es cierto? —enganchó sus brazos alrededor del cuello de Seiya para besarlo con ternura.

Su relación no era un secreto, pero se intentaba que las intimidades personales entre santos y amazonas se llevaran a cabo con discreción.

 

Seiya de Pegaso correspondía los sentimientos por los que la amazona arriesgó numerosas veces su vida. Fue un proceso lento, Shaina no lo dejará mentir, pues en el corazón del santo de Pegaso siempre existirá un espacio en el que su amor por Saori Kido era absoluto.

Mas la vida debía continuar, es lo que muchos le aconsejaron conforme pasaban las estaciones. Compartir el lecho con una extraordinaria mujer como lo era Shaina es algo que muchos envidiarían.

 

—Demasiado bien —respondió él hasta que sus labios se separaron. Tomados de la mano se encaminaron hacia las gradas donde tomaron asiento.

—¿Volvieron con las manos vacías? —preguntó Shaina, interesada por la auténtica razón por la que Seiya y Shiryu partieron.

—Temo que sí —musitó después de un rápido bostezo—. Hyoga, pese a ser el único maestro de cristal, no tiene ninguna pista sobre el paradero de la cloth dorada de Acuario. Creímos que la tendría bajo custodia ya que entrena a varios jóvenes en Asgard.

—En ocasiones las cloths son caprichosas, seguramente ha encontrado a alguien digno, alguien a quien Hyoga ha pasado por alto.

—Eso lo entiendo. Lo mismo pasó con Shun, tampoco sabe nada al respecto, nos prometió que contactaría a Ikki para pedirle su ayuda, pero incluso en estos tiempos Ikki prefiere permanecer independiente y distante en alguna parte de África. Y ni siquiera Kiki, quien es el candidato ideal para Aries y el maestro de Jamir, conoce el paradero del resto de ellas.

—Aries, Leo, Virgo, Libra, Acuario y Piscis… seis cloths desaparecidas, seis santos ausentes —contó nuevamente Shaina conforme observaba las estrellas—. Podría decirse que el Santuario posee únicamente la mitad de su verdadera fuerza.

—Es extraño que las armaduras hayan decidido buscar a otros candidatos fuera del Santuario. ¿Acaso nuestros esfuerzos pasan desapercibidos para ellas? Los jóvenes  que instruimos para servir a Atena deberían ser la primera opción, ¿no lo crees?

Shaina lanzó una risita al cubrirse ligeramente los labios—. No intentes resolver todos los problemas a la vez, Seiya. Las cloths saben bien la clase de personas a las que quieren de su lado, poseen una experiencia milenaria para juzgar las almas de los mortales. En ocasiones  pueden aceptar sugerencias y se permiten ser cedidas a jóvenes que el Patriarca cree justos, pero otras  impondrán su voluntad. ¿Por qué es tan difícil de entender?

Justo antes de que Seiya respondiera, un destello fugaz cruzó el cielo  nocturno. La radiante cola del cometa marcó con claridad su trayecto en el firmamento.

Seiya se alzó de inmediato, sabiendo que al final de aquel camino se rebelaría la identidad de un nuevo santo de Atena.

—Por la trayectoria, todo indica que será cerca de aquí —calculó la amazona una vez que volviera a cubrir su rostro.

 

¡Es una estrella fugaz!

— ¡Sí, salió de los aposentos de Atena!

Caerá cerca, ¿a dónde se dirige?

Exclamaban los habitantes del Santuario que fueron testigos del nítido resplandor que surcó por entre las demás estrellas.

 

Albert se aproximó a los centuriones que dejó custodiando la prisión desde la costa. Estos le explicaron cómo es que un rayo de luz cayó sobre la cárcel, iluminándola como si el mismo sol estuviera dentro de ella por unos segundos hasta que la oscuridad volvió a reinar.

—Debido al violento oleaje no pudimos acercarnos para ver la condición del prisionero —terminó de decir el guardia—. El señor Souva escuchó esto y enseguida se marchó.

Albert mantuvo silencio, cerró los ojos unos segundos, tratando de localizar la mente del niño del que ya conocía su sintonía mental. Se intrigó al no detectarlo, mas no se apresuró a sacar conclusiones, seguramente debía estar inconciente. Miró hacia el lugar donde la celda debía encontrarse, cubierta en ese momento por el océano. Levantó un poco más la barbilla, fijando los ojos en las ruinas que se encontraban sobre la prisión, decidiendo ir hacia allá.

 

Con algunos segundos de ventaja es que Souva arribó al lugar al que Albert no tardaría en llegar.

Siguiendo el resplandor, el santo de Escorpio se detuvo al confirmar cómo es que el cuerpo del joven se encontraba protegido por una armadura dorada. Sugita yacía en el suelo, boca abajo y completamente inmóvil.

Tras un paso más que dio el santo de Escorpio, la armadura de oro brilló nuevamente y se separó pieza por pieza del muchacho, uniéndose en la forma que revelaba su signo guardián.

Souva se inclinó sobre el inconsciente chico, colocando la mano sobre su espalda en espera de sentir el bombeo de su corazón.

—¿Cómo está? —apareció Géminis de entre las sombras de los pilares.

—Sólo está desmayado —Souva suspiró aliviado.

Albert avanzó hasta que su rostro se reflejara en la superficie del tótem dorado—. Así que Capricornio —murmuró para si mismo—. Un rango demasiado alto para un principiante— pensó intranquilo y hasta molesto.

—Ya estarás contento, ¿no? ¿Es suficiente prueba para que lo dejes tranquilo? —inquirió Escorpio, cargando en hombros al joven.

—Soy un hombre que cumple sus promesas —respondió con desdén—. Pero eso no evitará que mantenga un ojo sobre él —pensó, todavía desconfiando.

—Como sea— Souva miró con seriedad al santo de Géminis—. Voy a advertirte esto una única vez, Albert— aclaró antes de marcharse—: yo tomaré al chico bajo mi protección. Dejarás a un lado tus tontos libros y omitirás todas tus investigaciones, ¿quedó claro?

Albert miró hacia el océano, guardando silencio. No pensaba discutir con Souva ahora.

—Pero —continuó el santo de Escorpio—… si todo lo que dijiste llegara a ser verdad… te juro que yo mismo me encargaré de él. Hasta entonces, lo tratarás como al resto de los demás.

—Es de las pocas veces que te escucho decir algo racional. No olvides tu promesa, Souva —musitó Géminis—. Mas no te confundas, aceptaré lo que hoy ha ocurrido pues ha sido la voluntad de la armadura quien escogió a este niño… Ya veremos qué es lo que opina Atena al respecto una vez que lo conozca.

 

 

FIN DEL CAPÍTULO 03

 

*Mizuki: (Mi: Bella, hermosa/ zuki:Luna)

Aquí el diseño más actualizado de:

El diseño más actual de SOUVA DE ESCORPIO

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Editado por Seph_girl, 17 abril 2020 - 13:48 .

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EL LEGADO DE ATENA - Capítulo 67. "Epílogo"


#31 Lady_Death

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Publicado 25 abril 2009 - 09:05

Hola Seph!!

Shiryuuuuuu... wow... patriarca... él... SEP! ya me parecía, en todos los fics que eh leído aparece él o Shun... me agrada mucho que sea él.. ^^

Muy BUENO! Muy INTERASANTE!! Muy muy... me quedé seca de palabras... U///U

Espero que lo continues pronto porque este fic ta RE JOYA!!

¿donde tan las otras armaduras? espero que aparezca el 'nuevo' hermoso de Piscis... y que no sea tan gay como lo muestran siempre.. ¬¬

Cancer... sigo esperando un adorador de la sangre... xD

Bueh!! Seguí así con el fic!!!

Lo haces muy interesante!! ^^ Ma dan más ganas de leer!!!

Saludos!

Bye!!


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Editado por Lady_Death, 25 abril 2009 - 09:06 .


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~A mitad del camino de la vida

en una selva oscura me encontraba

porque mi ruta había extraviado.~


#32 Seph_girl

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Publicado 28 abril 2009 - 23:41

Lady, gracias por pasearte por aqui XD, llegué a pensar que tiraste la toalla :s68:
JAjajaja bueno, sobre la identidad del PAtriarca no esperaba que fuera algo impactante, pero de entre todos, la verdad que considero a Shiryu la mejor opcion XD (me disculparan los fans de los demas bronceados)

Habrá dorados que tardarán en aparecer, y temo que Piscis será de ellos XD, pero no preocupeis, lo hará (mas no se si vaya a agradarte)

Cáncer saldrá un poco en el capitulo 5 (el proximo mes XD... y pues... ya lo veras o.o)

Muchas gracias por tus ánimos, espero continuar con el mismo ritmo.

Ahora si, empecemos con el Capitulo 4 de esta historia ^-^

***********

 

En una solitaria playa de arena blanca y oleaje tranquilo, chisporroteos de luz flameaban el paisaje en penumbras, imitando a la perfección los destellos del astro solar que no tardarán en aparecer por el horizonte. Mas cada destello celestial era acompañado por el rugiente estruendo de un relámpago que hacía vibrar tanto la tierra como el cielo.

 

Innumerables rayos dorados emergieron del puño cerrado de un hombre, marcándose en el aire como una letal telaraña cuyos hilos eran hábilmente eludidos por un joven.

Los mortales ordinarios no serían capaces de distinguir los trazos luminosos, mas aquel sujeto los veía con claridad, por lo que cual contorsionista doblaba y giraba el cuerpo para evadir cada uno de ellos, abriéndose camino hacia su oponente.

Cuando el hábil contorsionista estuvo a escasos centimetros de quien generaba la tormenta dorada, alistó su puño que brilló con intensidad antes de lanzar un golpe directo hacia el pecho de su estático rival.

Es posible que la potencia del impacto hubiera sido capaz de destruir una montaña, mas la mano del guerrero al que buscaba derribar la contuvo, atrapando el puño del veloz joven sin la intención de dejarlo escapar.

La fuerza de tal colisión creó un vacío alrededor de ambos, alzando arena y agua que se mantuvieron suspendidas en el aire unos segundos antes de caer por el efecto de la gravedad.

Como si se tratara de la tenaza de una fuerte criatura, la mano del hombre con mayor experiencia aplastaba la de su joven discípulo pese al choque de energías.

—Muy bien hecho Jack, así debe ser —lo alentó el hombre de rostro marcado por duros años de entrenamiento. La presión que ejercía sobre el brazo de su discípulo obligaba a éste a permanecer de cuclillas—. Has dominado por completo el séptimo sentido y eludido mi máximo ataque sin recibir ni un sólo rasguño.

El muchacho de ropajes ligeros fue el primero en rendirse, siendo hasta entonces que su maestro le permitió recuperar el control de su extremidad.

Jack fijó la mirada en el hombre de violácea cabellera quien le dedicó una sutil sonrisa.

—Creo que estás listo —anunció él para sorpresa de su discípulo.

—¿L-lo dice en serio, maestro? —musitó el joven de cabello cenizo.

El maestro asintió, avanzando unos metros más allá donde habían dejado sus pertenencias.

Jack lo siguió con la mirada, viendo cómo sujetó la gruesa correa de un caja envuelta por una manta andrajosa que seguramente llevaba años sin ser removida.

Anfinn, el hombre que lo había entrenado por tres exhaustivos años, lo animó a acercarse, entregándole la enorme caja que dejó a sus pies.

El hombre mayor se envolvió con una túnica roja, la cual se ondeó con vivacidad por el aire que el océano comenzó a soplar contra ellos—. La primera vez que te vi, te consideré demasiado mayor para iniciar tu entrenamiento, ¿lo recuerdas? Y aun así aquí estamos—rememoró con algo de orgullo en su voz—. Había algo en ti que me impidió descartarte del todo, una corazonada —se rascó el mentón, descubriendo que la barba que había afeitado no hace mucho comenzaba a crecer de nuevo—. Al poco tiempo superaste todas mis expectativas y me mostraste que si el destino de un hombre es volverse un santo de Atena, ni el tiempo ni la edad impedirán que logre cumplir con ese papel.

 

Como si se tratara de su hermano menor, Anfinn le palpó los hombros, siendo su manera de felicitarlo al reconocerlo como un digno guerrero.

—El Santuario tendrá suerte de tenerte de su lado, Jack, de eso no tengo dudas. Es momento de que vayas allá y tomes el lugar que te pertenece.

En contra de lo pensado, Anfinn notó una mirada triste y contrariada en su pupilo.

—Maestro —lo llamó, buscando la comprensión de su mentor—… ¿De verdad cree que soy digno?... ¿Así nada más piensa que… realmente merezco ser un santo de Atena?

—Jack, no empieces, no de nuevo —Anfinn le pidió con voz firme—. Lo hemos hablado tantas veces.

—Es sólo que… Sigo creyendo que es incorrecto que alguien como yo, cuyas manos se encuentran manchadas con la sangre de un inocente, pueda ser un digno santo de Atena, la diosa de la justicia. Seré basura ante sus ojos —se alejó unos pasos de su mentor y de la armadura que había ganado.

—Jack —Anfinn habló con tranquilidad—, si realmente creyeras tal cosa, no entendería la razón por la que entrenaste tan duro todos estos años. En el fondo deseas esto, mas tu sentimiento de culpa te impide aceptarlo — tomó asiento sobre el tronco de una palmera derribada por el combate anterior, ocultando sus brazos bajo la túnica al resentir el frío del ambiente—. Sé que tu pasado es un estigma que no te permite valorarte como debes, confío en que llegará el día en que entiendas que la vida no es únicamente arrepentimientos, penas y sacrificios.

No hubo palabras cuando el aire silbó, anticipándose al amanecer sobre el mar de Dinamarca, siendo un espectáculo que maestro y alumno admiraron con detenimiento.

—Te diré algo, Atena es una diosa de justicia, pero también de amor —el maestro dijo, sin apartar la vista del horizonte que se iluminaba poco a poco—. Estoy seguro que ella verá tu pecado y lo extirpara de tu alma. Ella perdona todo corazón en el que existe un arrepentimiento sincero, y en ti Jack… tu corazón clama por un perdón que siente inalcanzable.

El joven de ojos ámbar contuvo el aliento ante la esperanzadora imagen que se dibujó en su mente: la figura de la diosa del Santuario representada por el mismo sol frente a sus ojos.

—Estás convencido de que siendo un santo redimirás tus culpas, ¿no es cierto? Considero que ya has hecho suficiente Jack, ¿acaso mi entrenamiento no fue lo suficientemente duro como para considerarlo una penitencia? —Anfinn se permitió bromear—. No diré más al respecto, pues sería repetir lo que ya una y otra vez hemos hablado desde el día en que nos conocimos en aquel oasis del este —recordó al chico ojeroso y delgado que por voluntad propia vivía en austeridad extrema y ayuno constante.

—Quiero que pienses en lo que has aprendido estos últimos tres años mientras viajas hacia el Santuario, en Grecia —le pidió, volviendo a insistir en que tomara la caja, pero esta vez depositándola en sus manos—. Y si cuando llegues a tu destino continúas creyendo que no es para ti, entrégasela al Sumo Pontífice, él podrá cuidarla bien y seguro encontrará a alguien con más coraje que tú para portarla. Será una lástima que hayas perdido tu tiempo y me hayas hecho perder el mío —gruñó molesto antes de girarse, comenzando a caminar en sentido opuesto al que se encontraba de pie su discípulo—. Y una cosa más: no te atrevas a volver a este lugar o presentarte ante mí si decides abandonar la senda que te he mostrado… No tolero a los desertores, ¿has entendido? —con voz tan severa, tal advertencia se clavó como una daga en el pecho de Jack, quien sabía que debía tomar en serio la amenaza.

 

Jack no se movió hasta que perdió de vista a su maestro. Miró la caja con tristeza, pero tras golpear su frente contra ésta pudo dar un largo suspiro que apartó su indecisión, colgándola finalmente sobre su espalda como una mochila.

 

Sin haber mirado atrás ni siquiera una vez, Anfinn sintió cada paso con el que su alumno se alejaba, sabiendo que llevaba consigo la caja de la armadura. Sabía que pese a la resistencia de Jack por aceptar lo que se ha ganado con sudor y sangre, terminaría aceptando su destino… Después de todo, tenía la fuerza que sólo pocos hombres en el mundo estaban destinados a poseer en cada generación.

 

En eso pensaba Anfinn cuando se detuvo, mirando con desenfado la arena bajo sus botas de cuero. Centró la mirada en las gotas escarlatas que rápidamente eran absorbidas por el suelo. Si mirara tras de si, descubriría el discreto camino que ha dejado con esas mismas manchas desde que abandonó su lugar de descanso.

Notó que había una gran mancha de sangre en su capa, tomándose un momento para descubrirse el brazo derecho y notar cómo los tendones y músculos se encontraban completamente destruidos, destrozados por una fuerza que hizo explotar sus tejidos, ocasionándole daños tal vez irreversibles.

Mas para Anfinn tal lesión no era ninguna sorpresa, no cuando fue el brazo con el que intentó contener la técnica de su pupilo en la última prueba.

— Serás uno de los grandes, muchacho… eso lo tengo bien claro— pensó en voz alta, sonriéndole al firmamento—. Que los grandes espíritus te acompañen a donde quiera que vayas.



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Capítulo 4

Encuentros dorados. Parte IV. El justo y el osado.

 

Despertó, acompañado por la sensación de asfixia que casi le arrancó la vida la noche anterior. Tras despertar de una pesadilla, su espalda se alzó de la litera con rapidez, dejando escapar un quejido de espanto.

No tardó en darse cuenta que ya no se encontraba en la pavorosa prisión de Cabo Sunión, mas eso no calmó los latidos de su nervioso corazón. Se palpó la frente al resentir un dolor extraño, descubriendo un vendaje que le rodeaba la cabeza.

Examinó el humilde cuarto en el que fue alojado: paredes de bloques grises, una única puerta de acceso que conducía a paramos desconocidos; las ventanas rectangulares se encontraban demasiado altas en los muros como para poder asomarse hacia el exterior a menos que se subiera a un banquillo.

Junto a la cama en la que había despertado, otras dos se enfilaban hacia la derecha; en el centro de la habitación estaba una mesa circular de madera blanca en la que descansaba un ánfora de cerámica junto a algunas toallas, vendas y pequeños frascos transparentes.

El chico abandonó la litera, descubriendo que había sido vestido con un conjunto de pantalón y camisa gris muy ligeros. No quería hacerse demasiadas ilusiones, pero presintió que las cosas iban a marchar bien a partir de ahora.

Exceptuando el golpe en su frente, parecía encontrarse en perfectas condiciones.

Desconocía cómo es que había llegado hasta allí, lo último que recordaba era la melodía del misterioso flautista y el enfurecido mar sumergiéndolo en la oscuridad total.

 

Mientras se esforzaba por despejar la laguna mental de los pasados acontecimiento, le tomó por sorpresa escuchar que alguien giró el picaporte de la puerta para ingresar a la habitación, por lo que como cualquier niño que esperaba un castigo respingó y aguantó la respiración.

No tenía idea de lo que pasaría, por lo que conservar la calma era su única opción.

 

La máscara blanca fue lo primero que sobresaltó en la recién llegada, junto al largo cabello brillante de color verde que adornaba su cabeza.

La mujer dio unos pasos hacia el interior de la habitación antes de hablar—. Ya me preguntaba cuándo despertarías —dijo, tocándose los codos con las manos —. Venía con toda la intención de usar el agua de ese cántaro sobre ti de ser necesario.

—¡La-lamento los contratiempos que he causado! —como buen oriental, Sugita se inclinó para pedir disculpas.

—Jum, ahórrate las reverencias, niño, no soy yo ante quien debes inclinar la cabeza —aclaró con severidad—. Tus heridas no fueron tan severas, sólo sufriste de extremo cansancio, pero ya es hora de moverse chico nuevo, han venido por ti. Sígueme —indicó al darse media vuelta y salir por dónde llegó.

—¿Ah?… ¡S-sí! —Sugita se apresuró a seguirle el paso, presintiendo que no era la clase de persona a la que quisiera ver molesta.

 

— Disculpa… ¿qué lugar es este? —el chico se atrevió a preguntar conforme avanzaban por los pasillos de aquellas instalaciones, donde transitaban en su mayoría mujeres enmascaradas.

—Es el templo de Curación dentro del Santuario, mejor conocido como la Fuente de Atena —respondió su guía quien vestía un ceñido uniforme gris con piezas de cuero cubriéndole los hombros, pecho y cintura a modo de armadura—. Te trajeron aquí hace unas veinticuatro horas para ser atendido—explicó sin detener sus pasos.

— ¿Tanto tiempo? La verdad es que no recuerdo nada de eso —confesó apenado.

— Te lo explicarán después, no temas —añadió ella.

Sugita trató de memorizar el templo tan pulcro en el que percibía una peculiar energía que inundaba el ambiente, la cual le transmitía una sensación relajante y agradable.

Los aromas silvestres de los adornos florales, así como el sonido de una lira proveniente de algún lugar, le hicieron entender que en verdad era un sitio de reposo donde los heridos y enfermos podrían recuperarse satisfactoriamente.

Al salir del corredor, llegaron a un espacio abierto en el que Sugita se detuvo unos instantes para contemplar la gran fuente esculpida en mármol que se encontraba en lo que parecía el jardín central; la escultura representaba la mítica imagen de Atena, de cuyas manos brotaba el agua cristalina que llenaba la fuente, la misma que ofrecía a un guerrero arrodillado a sus pies que buscaba un sorbo del elixir.

 

La amazona lo llevó hacia la salida, donde Sugita se detuvo al encontrarse cara a cara con el hombre que más ha obstaculizado su camino desde que llegó a Grecia. Albert de Géminis lucía más imponente que antes por el ropaje sagrado que lo envestía, resaltando su posición jerárquica dentro del Santuario, algo que inevitablemente amedrentó al joven extranjero.

La amazona percibió la tensión entre ambos, mas no pensaba entrometerse en sus problemas.

—Puedes llevártelo Albert, asegúrale al Patriarca que está completamente sano y no habrá ningún tipo de secuelas —informó ella, hablando con la confianza de tratar con un igual, permaneciendo en los escalones superiores de la escalinata.

—Eso sería todo, muchas gracias, Calíope —agradeció Albert sin mirar a la mujer.

La amazona asintió, despidiéndose de Sugita con una fuerte palmada en el hombro antes de regresar al templo de Curación.

 

Albert escuchaba demasiado ruido proveniente de la mente del chiquillo frente a él, era difícil de ignorar tal nerviosismo y paranoia que no deberían ser parte de un santo… Mas nada podía hacer, ese niño fue elegido como uno de los doce a los que él mismo pertenecía, por lo que no sólo tenía que cumplir con su deber, sino también con la promesa que realizó.

— ¿Por qué esa mirada?—Albert lo cuestiona para terminar con el silencio—. Lo conseguiste, ¿no estás feliz?

— ¿Y qué es lo que exactamente conseguí? —tardó en responder el chico, todavía a la defensiva—… No tengo idea de lo que ocurrió.

— ¿De verdad? Vaya, qué desafortunado, creí que tu podrías decírnoslo—Albert meditó no muy sorprendido—... Trataremos de descifrarlo después, por ahora lo único de lo que puedes estar seguro es que lograste probar lo que con tanto afán afirmabas. Podría ser un  mero caso de suerte, pero los hechos son los siguientes: únicamente la voluntad de un dios puede liberarte de Cabo Sunión, y una armadura te salvó de las profundidades de la prisión; por lo tanto, tal situación te hace merecedor de un lugar dentro del Santuario.

Sugita tuvo que reprimir el auténtico júbilo que tales palabras le causaron, mas sus ojos dejaban a la vista muy claro sus sentimientos— ¿L-lo dices en serio?

— No te mentiría en algo tan delicado —aclaró fastidiado—. Así mismo, pienso cumplir la promesa que te hice al aceptar mi desafío, soy un hombre de palabra. Por eso estoy aquí, para escoltarte hacia donde se encuentra el Sumo Pontífice.

En verdad que el chico deseaba decir algo, lo que sea, para celebrar su triunfo y restregárselo en la cara a quien se había mofado de su meta… pero desistió, no pensaba tentar su suerte.

 

 

El Santuario no era como lo imaginó. Las imágenes que Sugita creó a base de los relatos de su maestro no tenían cabida ahí, pues en su pobre imaginación pintó templos derruidos por el tiempo, sequía, montañas y abismos; tal vez los campos de entrenamiento resultaban así, pero las instalaciones abrumarían a cualquier arqueólogo por la conservación de las columnas, cornisas y grabados de cada edificio, glorietas y fuentes.

 

El santo de Géminis marchaba en silencio, con la vista siempre al frente, mientras que su joven acompañante andaba distraído, deteniéndose cada que algo llamaba su atención, como si estuviera recorriendo un museo.

Conforme se acercaban al que Sugita creía ser el templo del Patriarca, (el que se situaba en lo más alto de la montaña sagrada), comenzó a ser invadido por la ansiedad, misma que lo obligaba a hablar en un intento desesperado por tranquilizarse.

—Y… ¿cuál armadura fue? —se contuvo lo más que pudo, pero fue inevitable hacer tal pregunta.

—¿Eso realmente es importante para ti? —musitó Albert en cuanto sintió al joven caminar a su ritmo—. Ningún santo se ha quejado de su cloth hasta donde me he enterado.

— No pienso ser el primero, es sólo que… —calló, intuyendo que a Albert le importaba muy poco su sentir.

 

Conforme más subían la montaña por pasajes zigzagueantes, Sugita comenzó a ver guardias cada ciertos metros custodiando las interminables escaleras.

—Todo esto parece un gran laberinto —comentó, aun cuando su último intento de conversación fracasó.

— El Santuario es una fortaleza natural tanto en el exterior como en el interior. Hay caminos que sólo los santos de cierto rango conocen, por lo que pon atención si no deseas terminar en el lugar equivocado. Créeme, no te gustará irrumpir en algún Templo del Zodiaco custodiado por uno de nuestros santos más temperamentales.

—Pareces conocerlos muy bien, ¿desde cuando eres un santo? —Sugita se interesó.

—El tiempo suficiente —fue su cortante respuesta.

 

El sonido de un fuerte aleteo distrajo a Sugita un momento, quien siguió con los ojos a la figura que se posó en una de las columnas que flanqueaban las escalinatas. El pelirrojo observó detenidamente al búho de plumas y ojos brillantes que parecía estar devolviéndole la mirada.

Intrigado por ver a un animal nocturno andar tan campante durante el día, se quedó admirándolo unos instantes.

El santo de Géminis se detuvo unos metros más adelante para decir: —El búho es la criatura que más cerca ha estado de Atena desde la época del mito. Los más jóvenes y algunos soldados tienen la creencia de que la diosa observa a través de los ojos de dichas aves. Dentro de poco notarás que abundan por los alrededores, por lo que no te distraigas por pequeñeces ya que debemos cumplir con un itinerario, en marcha.

Sugita reanudó la marcha, mas echó un vistazo sobre el hombro un par de veces, sintiéndose intimidado por los ojos del búho que se negaba a pestañear o perder interés en su persona.

 

------------------------------------

 

Con las estrellas en el cielo como única guía, Jack avanzaba por un pesado trayecto montañoso.

Varias lunas habían pasado por el cielo desde que finalizó su entrenamiento en Dinamarca.

Sus habilidades le permitirían recorrer grandes distancias con tremenda facilidad, pero prefería el modo tradicional, sin importarle los numerosos días que pudiera demorar en llegar a Grecia. No tenía prisa por llegar al Santuario, pues una vez que lo hiciera se vería en la necesidad de tomar una decisión de la que no habría regreso.

Le atormentaba saberse tan débil de voluntad. Anfinn tenía razón en reprocharle su actitud pesimista, pero es algo que no podía evitar.

Según sus cálculos, debía encontrarse cerca de la frontera de Austria con Hungría, un punto casi intermedio de su peregrinaje.

 

Lo había vuelto a alcanzar la noche, una en la que la luna se veía obstruida por las frondosas copas de los árboles que conformaban el bosques por el que cruzaba, mas Jack no temía la aparición de asaltantes que pudieran merodear por los alrededores.

 

Creyó escuchar el caudal de un riachuelo, por lo que el hombre de cabello cenizo decidió buscarlo, sabiendo que su cantimplora estaba a pocos tragos de quedarse vacía. A escasos metros se topó con un arroyo, en cuyas orillas había una infinidad de piedras blancas que hacían ruido al pisarlas. Allí el cielo estrellado volvía a ser visible, por lo que se acuclilló para rellenar la cantimplora. Aprovechó para lavar su cara y refrescarse un poco. Antes de decidir que aquel podría ser un buen lugar para acampar, divisó un extraño objeto que la corriente arrastraba. El agua alrededor del bulto se entintaba con colores oscuros. De inmediato Jack descubrió que se trataba del cuerpo de un hombre, por lo que no dudó y se adentró al arroyo cuyo caudal apenas y alcanzaba a cubrir sus rodillas. Volteó el cuerpo, esperando poder ayudarlo, mas se topó con un rostro pálido, cuyos ojos saltones indicaban la inesperada manera en la que la muerte lo había alcanzado; el orificio sangrante a la altura del corazón le hizo imaginar el resto.

Como un acto de piedad, sacó el cadáver del agua. Lanzó una mirada corriente arriba donde alcanzó a distinguir un diminuto punto anaranjado, una fogata, un campamento tal vez.

Pensando en que una horrible tragedia podría haber ocurrido allá es por lo que decidió  ir a toda prisa.

 

El punto flameante se hacía cada vez más grande conforme daba largas zancadas. Aminoró el paso cuando sus ojos encuadraron a la perfección la zona iluminada alrededor de la fogata, deteniéndose por completo en cuanto dos pupilas doradas sobresaltaron de entre las llamas, tan amenazadoras como las de una bestia que descubría a un intruso en sus dominios.

Mas Jack no se había topado con un monstruo, sino con un hombre sentado al otro lado del fuego en el que cocinaba el torso de, lo que esperaba, fuera de algún animal.

Antes de hablar, Jack dio una discreta ojeada a su alrededor, notando otros dos cuerpos humanos en el suelo, muertos.

El hombre que permanecía frente al fuego bufó con hastío, su aliento pareció violentar las llamas cediéndole un tinte todavía más rojizo a la corta cabellera tinta de su cabeza.

No se tenía que ser un genio para saber que aquel sujeto era peligroso, por lo que Jack intentaba descubrir lo que había ocurrido en el lugar antes de iniciar cualquier conversación.

El hombre de duro aspecto aguardó paciente, masticando el pedazo de carne que arrancó de una sola mordida a la pierna asada que sostenía. Aún careciendo de poderes mentales, pudo leer las suposiciones que se hacían en la mente del recién llegado, por lo que se anticipó a decir—: Tuviste suerte, chico, pudiste ser tú a quien estos ladrones encontraran primero —habló sin dejar de masticar—, pero ya no volverán a molestar a nadie, descuida— limpiándose la boca con la manta negra con la que se abrigaba.

—¿Ladrones, dices? —preguntó Jack con desaprobación— ¿Y por eso tuviste que matarlos?

— Les advertí que siguieran su camino —escupió un pedazo de cuero hacia un lado—, los muy pillos no me tomaron enserio, por lo que tuve que enseñarles un par de cosas… Puede que haya exagerado pero, algún día comprenderás que hay personas que no entienden con palabras —explicó sin remordimientos por sus acciones—. De cualquier forma, el mundo es un lugar mejor sin gente como esa rondándonos.

Jack no podía dudar de esa versión de los hechos; por las pisadas en el terreno era claro que los tres individuos lo rodearon por diferentes flancos en un intento de emboscada. También pudo determinar que el hombre no se movió de su lugar y aún así los cuerpos salieron despedidos en diferentes direcciones, incluyendo al individuo que terminó en el arroyo.

—¿Y qué es lo que hace un tipo como tú en un lugar como este? —cuestionó el de ojos dorados, tirando el hueso que dejó completamente limpio—. Pese a tu preocupación por el destino de estos infelices, sé que no eres un ladronzuelo. Vistes bien y pareces llevar todo lo que necesitas contigo.

—Sólo pasaba por aquí, estoy viajando hacia el sur. Me detuve junto al arroyo cuando me topé con el cadáver de uno de estos hombres… creí que alguien podría estar en problemas, por eso subí hasta acá.

El hombre de ropaje oscuro sonrió tras arrancar otra pierna del venado que se asaba en el fuego— ¿Complejo de héroe, muchacho? —musitó burlón.

—Me gusta hacer lo correcto, a diferencia de un hombre que toma la justicia por sus propias manos.

—Un idealista —dijo entre dientes, divirtiéndole. Lo invitó a acercarse con un movimiento de la mano.

Jack dudó, no podía ocultar la desconfianza e incomodidad que le despertaba ese extraño.

—Eres demasiado asustadizo para ser alguien que se atreve a andar de viaje solo y en noches tan oscuras como las de esta región —comentó sarcástico—. No te recomiendo continuar tu camino hasta que llegue el amanecer, por aquí abundan animales salvajes, sería peligroso.

Jack se aventuró a aceptar la invitación— Sabría arreglármelas —aseguró al sentarse junto a la fogata, dejando el pesado equipaje que despertó curiosidad en su anfitrión—. Agradezco tu hospitalidad, pero no pareces la clase de persona que se preocupa por los demás. ¿Por qué me ayudas?

—Je, simple, si yo tuviera un hermano como tú, desearía que alguien le ofreciera un lugar seguro en el cual pasar la noche —removió los leños para avivar más las brasas—. Es claro que crees que soy una mala persona, me intriga el saber por qué has decidido sentarte.

—Tal vez con la espera de que no lastimes a nadie más esta noche, no te lo permitiría.

El de cabello tinto lo miró perplejo, para instantes después lanzar una fuerte carcajada.

—¡Osadas palabras para un forastero! Me agradas, chico. Come, te lo has ganado, tenía mucho tiempo sin escuchar algo tan gracioso. ¿Cómo te llamas?

Aunque lo tomara como una broma, Jack estaba decidido a cumplir con su palabra— Jack.

—Soy Nauj —se presentó, continuando con el interrogatorio sin dejar de comer—. Con que al sur ¿eh? ¿Familia? —dando discretos vistazos al equipaje del muchacho. A simple vista sólo eran mantas y tapetes enrollados atados a una gran caja, mas eras las dimensiones del paquete por el que comenzó a deducir algo que encajaba perfectamente a sus planes.

— No —respondió Jack quien se había animado a tomar un poco de carne, la cual tenía un excelente sabor—, Grecia es mi destino.

— ¿Donde se encuentra el Santuario de Atena?

Jack interrumpió el trago que le estaba dando a su cantimplora, ocultando el sobresalto que le revolvió el estómago— ¿Sabe del Santuario? —pensó preocupado.

Nauj resopló— Hace muchos años comprendería tu sobresalto, pues la existencia del Santuario no lo sabía cualquiera, mucho menos su ubicación. Pero hoy en día las cosas han cambiado, son imágenes públicas que recorren el globo, así como otros fenómenos que caminan entre los hombres comunes —comentó con frialdad—. ¿O me equivoco?

Jack prefirió guardar sus comentarios— No pienso discutir eso…

Nauj se recostó sobre un tapete que ya había tendido en el suelo, permitiéndole a Jack notar las cicatrices que tenía en el cuello, así como la gran caja que mantuvo oculta al utilizarla como respaldo. Se acomodó boca arriba, subiendo los pies a la caja cubierta por un forro grisáceo... justo como él ocultaba la valía de su equipaje.

En ese momento todo fue claro para Jack— Eres un guerrero del Santuario.

—Ju, tardaste en descubrirlo —dijo con una sonrisa despreocupada.

Jack estaba sorprendido, suponía que los santos eran hombres de justicia, de almas nobles; mas los cadáveres de las cercanías estaban fuera de tal ideal.

—¿Me culpas? Crecí con la idea de que los guerreros de Atena no alzaban sus puños para cometer actos tan inhumanos.

—¿Continuarás con eso? —inquirió Nauj con aburrimiento—. Jamás has estado en el Santuario, ¿no es cierto? ¿A cuantos santos conoces?— mostrando curiosidad por su respuesta.

—Los suficientes para saber sobre la nobleza del Santuario— mintió, pues aunque Anfinn nunca admitió ser un santo de Atena, era el ejemplo ideal de lo que un santo debía ser.

—Claro… “la nobleza del Santuario”—musitó con un deje de desprecio; palpándose el cuello al revivir en su memoria los dolores de cuando las heridas estuvieron frescas y sangrantes en su cuerpo—. Eres un novato, pero cuando llegues a tu destino no tardarás mucho en descubrir que las fantasías le hacen un favor a la cruda realidad— siseó con advertencia—. Yo también me dirijo hacía allá, a presentarle mis respeto al Sumo Pontífice y tomar el lugar que, por tener esto, me pertenece —pateó irrespetuosamente la caja de la armadura con el talón—. Me desvié un poco para entrenar, es toda una coincidencia que me haya topado con un futuro compañero de armas— explicó.

—Yo… yo no soy un santo.

—¿Y cómo explicas la cloth que traes contigo, la robaste? —bromeó.

—¡Por supuesto que no! —Jack se apresuró a decir, pensando que eso es algo que bien pudo haber hecho Nauj—. Mi tarea es llevarla al Santuario, nada más —susurró, afligido.

—Sí que eres extraño —comentó dando un largo bostezo—. Bueno, no pienso discutir más contigo. Ha sido un largo día, por lo que descansaré los ojos un rato sino te importa —dijo Nauj cerrando los párpados sin esperar una respuesta.

 

Por supuesto que el hombre de las cicatrices se mantuvo alerta, aunque durante el resto de la noche su invitado actuó poco. Primero cuando apartó la carne del fuego, preparándola para tomar una pequeña porción y dejar el resto para su anfitrión; después percibió que se alejó, eso casi lo hizo dejar la charada, mas los sonidos le indicaron que se puso a cavar y eso lo tranquilizó; tras enterrar a los ladrones, el joven se echó junto a la fogata y también fingió dormir.

 

En algún punto, Jack cayó rendido por el cansancio. Durmiendo tan profundamente que cualquier enemigo habría aprovechado su estado para asesinarlo y apropiarse de una cloth sagrada. Mas sus ojos se abrieron para ver un nuevo día, despertando asustado por los fuertes graznidos de una parvada de aves cercanas.

 

Recordaba bien lo que había sucedido la noche anterior, por lo que notó de inmediato la ausencia de Nauj. En acto reflejo, lo primero que verificó es sus pertenencias estaban intactas — Parece que simplemente tomó sus cosas y se marchó en silencio.

Jack se apresuró a hacer lo mismo, con algo de torpeza recogió lo suyo e intentó encontrar a Nauj.

Extendió sus sentidos, intentando localizar la presencia agresiva del misterioso santo. Abrió los ojos una vez que su imagen se dibujara en la oscuridad, sabiendo exactamente a dónde debía ir. No estaba demasiado lejos, por lo que sería capaz de darle alcance sin problema.

 

Arribó hacia el claro donde el cauce del arroyo caía en cascada, formando un lago rodeado por árboles y montañas. Allí estaba Nauj, sumergido hasta la cintura.

Repentinamente su cuerpo se recubrió de flamas doradas que apartó el agua que lo rodeaba, dejando a la vista el suelo bajo sus pies. Mantenía los ojos cerrados en un estado de meditación, cuando alzó el brazo derecho hacia el cielo.

 

Jack guardó distancia al percibir la poderosa cosmoenergía que emanaba de él, disipando cualquier duda sobre su identidad como un guerrero del Santuario.

 

De repente, un relámpago pareció caer justo en la mano abierta del hombre de ojos dorados, siendo el momento en que lanzó un golpe diagonal del que se liberaron un sinfín de ases luminosos contra la cascada.

Toda aquella formación rocosa se cubrió de explosiones, reduciéndola a partículas de polvo y cenizas en un santiamén.

Nauj abrió los ojos y el fulgor que lo envolvía desapareció, justo como el agua de aquel lago, evaporada por la energía del guerrero. El hombre se peinó el cabello hacia atrás, mirando a quien sabía lo observaba en la distancia.

— Oh, tú de nuevo —simuló indiferencia—. ¿Son ideas mías o estás siguiéndome?

— Cuanto poder, y aun así… ¿sólo destruyó este lugar por el placer de hacerlo?— meditó Jack un momento—. Creo que me he decidido, no podré estar tranquilo sabiendo que un hombre violento como tú merodea por ahí ajusticiando de modo barbárico a las personas cuando hay otras maneras de que paguen sus delitos.

—¿Acaso estás… amenazándome? —preguntó Nauj, sonriendo tan cínico como lo haría un demonio—. ¿Y qué es lo que piensas hacer? Según dicen, la rabia se acaba matando al perro…

—No te confundas —pidió Jack en todo momento sereno, acercándose un poco—, la respuesta a los problemas no siempre es la violencia. Sino mal entiendo, los dos nos dirigimos hacia el mismo lugar, por lo que pienso acompañarte el  resto del camino.

—Sí que dices cosas graciosas —Nauj se cruzó de brazos, sin abandonar su gesto burlón—. Si aún tras lo que viste tienes la seguridad de que podrás detenerme si actúo de forma inadecuada, debes ser alguien de mi nivel… o sólo estás sobreestimándote. Si lo que buscas es que comparemos fuerzas, no hay necesidad de tanto dramatismo, pelearé contigo.

—Lo último que deseo es tener que alzar los puños contra un santo de Atena, por lo que por favor, evitémonos esa pena.

Nauj suspiró resignado—. Que aburrido eres. Supongo que no aceptarás un ‘no’ como respuesta… No esperaba compañía, pero ya que eres tan persistente, está bien, puedes seguirme si es lo que deseas, sin embargo, no me comprometo a seguir tu senda de monje virtuoso —advirtió, yendo a por la caja de la cloth para colgarla sobre su hombro izquierdo—. Lo único que prometo es que no será un viaje largo, espero puedas seguirme el paso.

 

------------------------------------

 

En Norteamérica existe una tribu que, desde tiempos ancestrales, tiene la gran responsabilidad de servir a los espíritus de la tierra en todo aquello que sea su voluntad.

Los grandes espíritus, como ellos los llaman, es la corriente divina a la que todas las almas van después de morir y de la que vuelven a nacer si ganan el derecho de la reencarnación; la conciencia de la Tierra como ente viviente.

Es a través de dicha corriente que el líder de la tribu está en contacto con la esencia creadora que dio origen y color al universo entero. Se le conoce como el Shaman King, pues es capaz de escuchar a ese gran rey de los espíritus.

 

El Shaman King se elige cada quinientos años, su advenimiento promete terminar con épocas caóticas y guiar a las personas hacia una era de paz. Eso es lo que ha hecho Yoh Asakura desde el día en que tomó el puesto.

Los últimos años habían sido agotadores, mas estaba satisfecho con todo el progreso logrado, mucho más al saber que al fin puede descansar y dejar que todo siga su curso natural.

 

Descansaba ahora dentro del territorio sagrado que sus ancestros han custodiado por generaciones.

En medio de un bosque aparentemente infinito, un remolino de luz invertido nacía de la tierra, elevándose hasta el cielo. Frente a tal manifestación luminosa se encontraba un altar rodeado por tótems bellamente tallados en piedra y madera que podrían intimidar a todo aquel que pase entre ellos.

Para llegar allí, es necesario que los Grandes Espíritus o el Shaman King lo aprueben, de lo contrario cualquier individuo será desafiado por entidades místicas que impedirán su intento. Mas si estos viajeros son capaces de probar su valía y poder, el paso les será permitido.

 

Envuelto en una capa de color pardo, Yoh Asakura permanecía sentado en el suelo, hojeando con interés las últimas páginas de un cuadernillo.

A su lado, un shaman de túnica reluciente aguardaba de pie, en total silencio. Era difícil saber su edad, nacionalidad e incluso género, pues su cabeza estaba cubierta por un ostentoso penacho de plumas y una máscara metálica que semejaba el rostro de un águila.

El shaman enmascarado respingó cuando su líder cierra ruidosamente el cuadernillo y se lo devuelve alargando el brazo.

—Es un buen trabajo, estoy complacido —dijo el Shaman King, sonriendo con la amabilidad de siempre—. Mí caligrafía es terriblemente mala, dale mis felicitaciones a quien transcribió mis jeroglificos.

El shaman tomó el delgado volumen, asintiendo respetuosamente.

—Ahora debo pedirte un favor más. Necesito que lleves ese ejemplar con el líder de Bluegrad.

—¿Bluegrad? —repitió el shaman con una voz distorsionada por la máscara—. ¿Se refiere al país del norte, ese reino de hielo? —intentó esconder el desagrado que le causaba la idea de tener que visitar tierras tan heladas.

—Así es, creo que es el mejor lugar en el que puede estar, no por nada es allí donde se encuentra todo el conocimiento del mundo, desde la época mitológica hasta nuestros días— Yoh recordó la primera vez que visitó dicho país, sintiéndose abrumado por la gran biblioteca que tenían a su cuidado—, es el lugar perfecto para mi relato. Estoy seguro que lo encontrarán interesante —masculló divertido.

—Se hará como usted diga —realizó una reverencia, reacomodando su careta de metal, como si le quedara un poco grande.

Yoh lo notó, por lo que no dudó en comentar—: No puedo creer que todavía quieran llevar eso con ustedes a todos lados, ya les dije que no hay necesidad.

—Es parte del uniforme, la tradición —el shaman respondió con humildad—. Sé que usted no siente ninguna clase de apego hacia estas costumbres por haber nacido en oriente, pero para nosotros es importante… por muy poco atractivo que pueda ser— comentó, ligeramente avergonzado.

—Sabes que lo digo en broma— le recordó, conservando un gesto amable—— mas ocultar mi rostro no va conmigo. Anda, vete ya. Saluda a Alexer de mi parte.

 

La tela brillante de la envestidura del shaman se alzó siguiendo el movimiento horizontal de sus brazos. Tras un breve resplandor de su cuerpo, el enmascarado se transformó en un ave luminosa que subió a los cielos, volando y desapareciendo como una estrella fugaz en el firmamento.

 

Yoh dio un profundo suspiro, rascándose la cabeza mientras bostezaba a todo pulmón. Nadie quien lo viera actuar de esa manera podía creer que fuera un líder importante, pues no era para nada formal, ni en público ni en privado; sus gestos, modales, comentarios y actitudes solían desconcertar a la mayoría y avergonzar a sus asistentes.

 

Se estiró antes de levantarse, limpiando su ropa polvorienta con la mano. Se permitió divagar en algo tan ordinario como en elegir lo que comería el día de hoy, que el mal presentimiento que lo golpeó lo dejó helado… Algo no estaba bien.

 

El viento sopló sobre un nuevo cuerpo que apareció en territorio sagrado. Alguien envestido con una larga túnica blanca caminaba con respeto por el sendero terroso. Su cabeza estaba cubierta por una capucha blanca que ocultaba la parte superior de su rostro, dejando a la vista una fina y pálida barbilla. Parecía ser un monje en voto de silencio que se detuvo a escasos metros del Shaman King.

 

Yoh Asakura lo miró perplejo, no es alguien que conociera, mucho menos que pudiera haber entrado sin una invitación. No sintió ninguna perturbación en la zona, por lo que no llegó allí por la fuerza… ¿Acaso los Grandes Espíritus lo permitieron? ¿Por qué?

El Shaman King encaró con desconfianza al recién llegado, ansioso por descubrir la identidad de su visitante.

— ¿Quién eres? —preguntó, con un rostro inusualmente serio.

El encapuchado sonrió con sutileza antes de hablar—: Sólo un cansado viajero que desea saber si nuestro Shaman King conoce la respuesta a un enigma.

— ¿Cuál enigma?

—Yoh Asakura, ¿qué es lo que vuelve dios a un dios?

Yoh quedó confundido ante la pregunta, una a la que intuitivamente intentó encontrar sentido o significado.

—¿No lo sabes? —musitó el viajero, reprimiendo una sonrisa por la expresión de desconcierto del rey de los shamanes—. En ese caso, seré yo quien te ayude a descubrirlo.

En la mano del encapuchado se manifestó una llamarada azul, de la que emergió un instrumento reluciente y amenazador.

Asakura permaneció estupefacto al ver como ese hombre precipitó las violentas flamas contra él, cortando su manto antes de caer al suelo.

 

 

FIN DEL CAPÍTULO 4


Editado por Seph_girl, 05 mayo 2020 - 00:54 .

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EL LEGADO DE ATENA - Capítulo 67. "Epílogo"


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Publicado 02 mayo 2009 - 21:30

Holas Seph!!

Mensaje cortito por ahora!

Ta RE JOYAA!!!!!

y ahí termina..

NO mentira! xD

Me encantó me encantó!!

hasta donde voy leyendo.. voy la mitad del cap... toy con sueño y fiaca pa leer últimamente... es raro..jamás había tenido fiaca pa leer fics.. xD

espero mi caballero de cancerrr.. *-*

me encantan que los caps sean largos... perdon que lo repita.. pero es tan interesante lindo y... y... no sé... Grossoo! como dicen acá... xD

luego posteré un mensaje con detalles... ^^

TQM!! Saludos!!

Bye!!

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~A mitad del camino de la vida

en una selva oscura me encontraba

porque mi ruta había extraviado.~


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Publicado 31 mayo 2009 - 15:31

Muchas gracias Lady por seguir al pendiente de esta historia ^-^
Y dejarme Review =)

En este capitulo aparece el Caballero de Cáncer...
Tal vez no es lo que esperarías pero pues... No le hagas el fuchi tan pronto n.nUUU
Solo puedo decir que cuando se enoja será como ver a Death Mask de nuevo XD

Y recuerden queridos lectores, las primeras impresiones no siempre son las acertadas XD

********

Los trazos azules que fueron tatuados en su rostro desde muy joven le daban un aspecto de guerrero tribal, un practicante y creyente de una religión antigua ajena a la del Santuario del que formaba parte.

Tatuajes como los suyos solían ser vistos en los miembros de las tribus que viven en el extremo norte de América, donde las tradiciones se mantienen inmutables aún tras el paso del tiempo.

 

Los centuriones que custodiaban la entrada del Gran Salón le permitieron la entrada, por lo que una vez dentro caminó por el sendero rojo hasta hincarse con humildad ante el Patriarca del Santuario que lo esperaba sentado en su trono.

—Es un gusto verlo, Patriarca. Me informaron que deseaba verme, por lo que aquí estoy —dijo el joven piel roja, manteniendo el rostro inclinado hacia el suelo. Su cabello era tan oscuro que daba la impresión de estar formado por plumas pertenecientes a un cuervo.

—Kenai, bienvenido. Agradezco la pronta respuesta a mi llamado.

—Tan repentino mensaje me hizo temer algún tipo de peligro para el Santuario. ¿En qué puedo servirle?

Shiryu sonrió con amabilidad—. No hay peligro por el que debamos preocuparnos, sólo necesito de tu sabiduría. Como el único miembro del Santuario que al mismo tiempo es un shaman, pensé que serías el más indicado para ayudarme. Ven a mi lado por favor.

Kenai obedeció, pronto estuvo de pie al lado del Patriarca, como era costumbre para sus allegados de más confianza.

—Es cierto que soy un shaman, pero mi vida, así como mi lealtad, le pertenece a usted y a Atena —creyó prudente recordárselo.

—Lo sé, jamás he puesto en duda tu lealtad, es por eso que necesito de tu colaboración. Como sabes, la orden de Santos Dorados se encuentra fragmentada, muchas de las cloths partieron hace tiempo hacia sitios desconocidos. Supusimos que tarde o temprano regresarían en manos de aquellos que están destinados a proteger una de las constelaciones… pero ha pasado mucho tiempo desde entonces y no hemos visto resultados, creo que es momento de que regresen a casa.

—Le preocupa que se encuentren en manos equivocadas, ¿no es cierto? —Kenai se adelantó a las palabras del Patriarca.

—He sido testigo de lo que la avaricia de los hombres puede causar... Desde tiempos antiguos han existido individuos que buscaron poseer alguno de los ropajes por razones egoístas y deseos de poder; algo que no se puede permitir en esta época de paz. Aunque no se ha reportado ningún incidente preocupante, durante varias noches las estrellas me han despertado cierta inquietud, como si desearan advertirme algo.

Kenai sabía del don del Patriarca de entender el flujo del universo que se trazaba en el firmamento a través de las estrellas.

— ¿Qué clase de advertencia? —como ferviente creyente y practicante de lo espiritual, Kenai sabía que los presentimientos del Patriarca debían tomarse en serio.

—Descuida, sólo es un presentimiento pasajero que espero se esclarezca pronto. De cualquier forma creo que es necesario saber dónde se encuentran el resto de las cloths y saber la identidad de las personas que las tienen en su poder.

— ¿De verdad desconfía de la voluntad de las armaduras?

—No, pero sí un poco de la de los hombres, por lo que es mejor prevenir eventos desafortunados. Es ahí donde entras tú, Kenai, sé que tus habilidades sensoriales podrán rastrear y entender mejor  los espíritus de las cloths de formas que yo jamás podría. Después de todo, el mundo de los espíritus no es mi especialidad. Deseo que tomes esta misión, buscar los ropajes dorados y traerlos de regreso; tal vez sus dueños desconocen el destino en el que ahora están implicados, será tu deber mostrarles el camino.

—Entiendo su intención Patriarca, me honra con esta tarea —Kenai accedió, cruzando el brazo derecho contra su pecho—. Pero hay algo que necesito preguntarle… ¿cómo deberé proceder en el remoto caso de que alguno de ellos se niegue a escucharme o acompañarme?

—Sería una decisión muy insensata de su parte, confío en tu astucia para lograrlo sin llegar a la violencia, pero de ocurrir espero que contactes conmigo antes de causar cualquier alboroto; yo mismo acudiré a interceder si es necesario. Al ser tu viaje un poco incierto, deseo que lleves a alguien contigo, la elección queda en tus manos.

—Agradezco su preocupación. Prepararé todo y saldré mañana al alba si le parece bien.

—Descansa lo que debas, sé precavido —pidió el Pontífice alzándose del trono.

—Así se hará —Kenai se inclinó con humildad al saber terminada la audiencia.

 

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Capítulo 5

Encuentros dorados. Parte V

Iniciación y búsqueda

 

Kenai no ocultó la alegría que le despertó su pronto viaje fuera del Santuario. La sonrisa que llevaba consigo no pasó desapercibida por quienes se cruzaron en su camino. Entendía perfectamente la importancia de la misión, pero tras tantos meses en los que sus actividades se han reducido a la meditación y a la supervisión de algunos reclutas, era bueno salir de la rutina.

Cruzó miradas con el santo dorado que venía subiendo hacia el templo principal. Albert de Géminis se animó a detenerse al percibir con claridad su buen humor.

— Parece que te ausentarás un tiempo.

— ¿O fui muy obvio o es que acaso leíste mi mente? —preguntó de forma amistosa el shaman de rostro tatuado.

—Sabes que entrar a tu mente me provocaría jaqueca —el santo aclaró con un deje de resentimiento.

—Me complace que todavía tengas miedo de meterte aquí —respondió el shaman tocándose la frente con el dedo índice. Pudo haber proseguido su camino sin decir más, pero en cuanto echó un rápido vistazo al aparente recluta que seguía a Albert, sintió un poco de curiosidad—. Pensé que no estabas interesado en tomar pupilos a tu cuidado, Albert —agregó Kenai—. Claro, no es que yo le desee algún mal a otra pobre alma.

—Larga historia, pero no es mi discípulo. El día en que decida tomar uno será todo lo contrario a sujetos como ustedes —aclaró el santo Géminis, reanudando el ascenso por los escalones.

—Jamás pasará si continuas con esa mentalidad —Kenai bromeó al verlo partir, centrando su atención en Sugita, quien se detuvo cuando le dirigió la palabra—. Ten cuidado amigo, que ese hombre es el más peligroso de aquí.

—No tienes idea de cómo es que ya lo he comprobado —comentó el chico con tranquilidad; como si las experiencias en Cabo Sunión fueran algo lejano o carente de importancia.

—Albert siempre ha sido falto de etiqueta, por lo que las presentaciones nunca son lo suyo. Me llamo Kenai —decidió presentarse una vez que estudiara el alma del joven frente a él, la cual era muy transparente y por ende confiable.

—Soy Sugita, un placer —respondió, agradecido de encontrar gentileza en otra persona dentro del Santuario.

Se estrecharon la mano un instante en el que Kenai logró confirmar lo que su intuición le había susurrado al oído.

—Supondré que nos veremos más seguido por aquí. Si un día necesitas algo las puertas del Cuarto Templo siempre están abiertas— dijo el shaman al alejarse.

—Gracias —Sugita se despidió, apresurándose para alcanzar a Albert a quien ya había perdido de vista—. El Cuarto Templo —repitió, descubriendo tardíamente que Kenai era otro santo dorado.

 

- . - . - . - . -

 

Kenai tomó su tiempo para volver al templo de Cáncer. Durante el trayecto pensó cuál sería el mejor método para llevar a cabo la tarea que le fue asignada. No la consideraba una misión difícil teniendo en cuenta que las cloths tenían un aura única en el mundo espiritual.

 

Antes de resguardase en las sombras de la cuarta casa del zodiaco, Kenai silbó tras colocar dos dedos sobre sus labios. Aguardó un tiempo considerable hasta que un agudo graznido lo hizo voltear hacia el cielo, donde una saeta oscura volaba en su dirección. Kenai alargó el brazo para que un ave negra se posara con delicadeza.

El shaman acarició unos momentos al ave de largo pico, la cual aleteó en agradecimiento por las atenciones del santo.

—Necesito que vueles hacia tu maestro, tengo una misión en la que me gustaría participara—el shaman le pidió al cuervo, quien pareció entender la petición al alzar el vuelo lejos del templo de Cáncer.

 

- . - . - . - . -

 

Sugita nunca se puso a imaginar realmente cómo sería la persona que regía sobre el Santuario; el mortal que era vocero de la diosa Atena y protegía el mundo durante su ausencia; la persona a la que ochenta y ocho santos le debían respeto y obediencia. Pero el hombre que encontró delante de él no lo desilusionó en lo absoluto.

La sencillez revestía al Patriarca quien en vez de encontrarse sentado en el trono del Gran Salón los citó en el exterior donde se erige la gloriosa estatua de Atena. En cuanto arribaron él se aproximó a ellos, recibiéndolos con una cálida sonrisa en vez de permanecer apartado y en la cima de las escalinatas para resultar su posición.

—Patriarca —Albert se inclinó con humildad, por lo que Sugita lo imitó con cierta torpeza—, he aquí el joven del que le hablé. Lo traigo ante usted tras haber comprobado que su destino es formar parte de los santos que servimos a Atena gracias a la armadura de Capricornio.

— ¡¿Ca-Capricornio?!— el chico abrió los ojos con gran sorpresa, esforzándose por esconder su ansiedad.

— ¿Tus dudas han desaparecido, santo de Géminis? —lo cuestionó el Pontífice.

Ante la interrogante que se formó en el rostro de Sugita, Albert decidió callar sus verdaderos pensamientos—. Confío en la decisión de Atena y en la voluntad del ropaje sagrado. No soy nadie para replicar tal elección. El resultado de la prueba en Cabo Sunión es irrefutable: Atena lo ha señalado como el nuevo santo de Capricornio.

—Me alegra escucharlo —confesó Shiryu, llevando su atención hacia el nuevo santo—. Te doy la bienvenida, joven viajero. Permite que me presente, mi nombre es Shiryu, el Patriarca de este Santuario.

Que el Pontífice mantuviera los ojos cerrados en todo momento fue una señal para que Sugita descubriera su posible ceguera—. Increíble, debe de tratarse de un guerrero extraordinario para padecer tal discapacidad y aun así estar en la cima de la Orden Ateniense— pensó, sintiendo todavía más respeto y admiración por el representante de la diosa.

Para más contrariedad del chico, Shiryu extendió el brazo con toda la intención de estrechar manos con él… En verdad era un líder noble.

—Es un honor Patriarca, me llamo Sugita —respondió el saludo con un fuerte apretón, recordando que su maestro solía mencionar que la forma de saludar de un hombre decía mucho de su persona. Y no se equivocaba, pues gracias al corto enlace Shiryu supo que trataba con un guerrero efusivo, de buenos sentimientos y corazón; justo como lo eran otros santos al servicio de Atena.

— Dime, Sugita, ¿cómo es que viniste a parar aquí? ¿Quién te mostró el camino? —Shiryu preguntó con sumo interés, invitándolo a caminar junto a él. El Pontífice sabía que un santo era capaz de desarrollar su cosmos de manera autodidacta si había nacido bajo la estrella correcta pero, por lo que había escuchado de Albert, el nuevo adepto parecía saber mucho sobre los guerreros sagrados y su misión en el mundo.

Sugita pensó en ir a su lado tal cual se lo pedía, sin embargo, en cuanto se alzó del suelo recordó otras palabras de su antiguo maestro, una última orden que sólo ahora podría llevar a cabo. Dudó un instante, pero debía hacerlo antes de que se percataran de su intención… lo prometió pese a que era un disparate.

Había llegado tan lejos, ¡¿por qué tenía que arriesgarlo todo por tal insensatez?!

Estaba a la distancia correcta, era ahora o nunca, por lo que su indecisión finalizó en cuanto un gesto serio le invadiera el rostro, diciendo—: De antemano, pido disculpas por esto…

 

Albert escuchó sus palabras, sufriendo un sobresalto cuando vio el ardiente cosmos del santo de Capricornio manifestarse antes de lanzarse contra el mandamás del Santuario.

Por supuesto que Shiryu se dio cuenta del repentino ataque, mas al no percibir agresión ni maldad se mantuvo indeciso sobre cómo actuar. Se giró por mero reflejo, sabiendo que su inmovilidad solo haría que Albert asesinara al chico sin vacilaciones.

En aquel manto oscuro en el que siempre se encuentra la visión del Patriarca, se delineó una silueta gracias a la energía dorada que el atacante despedía. La vio saltar, extender el brazo derecho en cuyo cosmos se concentró, adquiriendo una forma que Shiryu reconoció al instante, conmocionándolo.

 

Ambos brazos chocaron el uno contra el otro cuando Sugita lanzó un rápido movimiento de espada con su mano, mientras que Shiryu se cubrió empleando únicamente el brazo derecho.

La mano del Patriarca se mantuvo rígida como una barra de acero, en cambio la del joven tembló por el formidable bloqueo.

Sugita no pudo explicar sus intenciones cuando el santo de Géminis lo sometió, estrujándole el brazo contra la espalda para alejarlo del Patriarca. Ante la presión que el brazo de Albert ejerció alrededor de su garganta, el joven no pudo hablar con facilidad, por lo que tuvo que ejercer resistencia para que su cuello no se partiera en dos.

—¡¿Acaso has perdido la razón?! —espetó Albert, iracundo por la grave falta de la que fue testigo. Lo habría fulminado con alguna de sus técnicas, mas temió que su maestro resultara herido—. Al fin decidiste mostrar tus verdaderas intenciones, pero escogiste un mal momento —le aseguró al japonés que ni siquiera forcejeaba para liberarse, sólo para respirar un poco.

—¡E-espera… no es… lo que… crees…! —le costó decir por el sofocamiento.

 

Shiryu meditó un momento, no creía haberse equivocado ni que aquello hubiera sido alguna ilusión. El simple hecho de que el muchacho aun tuviera el brazo pegado al cuerpo era suficiente prueba.

—Albert, por favor, deseo escuchar lo que tiene que decir —pidió, en un extraño estado de calma.

—Patriarca, creo que es claro que este insolente ha demostrado que no es alguien de fiar, ¿por qué lo protege? —Albert exigió saber sin dejar de castigar al chico.

— ¡Sabía que era mala idea… pero mi maestro me hizo prometerlo…! — Sugita luchó por decir —. Él me dijo… no, él me ordenó que… cuando estuviera frente a usted… yo tenía que… demostrarle mi autenticidad de esta forma… Por supuesto que le dije que… era una locura y que sólo me ocasionaría problemas… graves problemas… pero dijo que usted… ¡que usted comprendería…!

—Dime, ¿cuál es el nombre de la persona que te dio tal instrucción?—Shiryu demostró gran interés.

—Deneb… —respondió.

Cierta desilusión fue evidente en el semblante del Patriarca, para quien ese nombre no significaba nada, sólo despertó una mayor intriga que lo mantuvo meditabundo unos segundos más.

—Albert, suéltalo —ordenó, para disgusto del santo de Géminis.

— ¡Patriarca!

—Sugita se ha explicado, dudo que vuelva a atreverse a actuar de ese modo, ¿o estoy equivocado?

—Nunca… —afirmó con mirada suplicante—. Es la última orden que obedeceré de ese hombre… Discúlpeme… No era mi intención hacerle daño... lamento si lo ofendí.

—El único que resultó herido fuiste tú —lo sabía por el aroma que percibió en el aire.

Albert echó un vistazo al brazo del chico que sujetaba con fuerza, percatándose del profundo corte en la piel que le recordó a las que él mismo había sufrido a manos de un arma muy afilada.

—La verdad es que en ningún momento percibí que su intención haya sido el  lastimarme, por lo que no volveré a repetirlo Albert, todo está bien, déjalo ir —insistió Shiryu al santo dorado.

Albert no entendía cómo es que las personas podían actuar con tanta irracionalidad. Él no creía ni una palabra de lo que el chico afirmaba, pero el Patriarca estaba dispuesto a arriesgarse a caer en sus engaños. De mala gana soltó al agresor, quien sobó su cuello adolorido.

El santo de Géminis no se alejó más que un paso del joven oriental, no permitiría más irreverencias, la próxima no tendría piedad.

Tras unos segundos de silencio en el que el Patriarca buscó sabiduría, dijo—: Entiendo lo que tu maestro quería que comprobara —confesó Shiryu—. Si alguna duda quedaba en mí, con esto he confirmado que en verdad eres capaz de ocupar al puesto que ahora te conferiré. Ya que aquel que pueda blandir a Excálibur es considerado el santo más fiel a Atena.

Albert quedó pasmado ante la mención de la legendaria espada Excálibur, el arma mitológica consagrada para la protección de Atena, entregada a su guerrero más leal. Géminis no lo comprendía, tenía entendido que en la actualidad el poder de Excálibur residía en el brazo derecho del Patriarca, conferido a él por el antiguo santo Shura de Capricornio… ¡¿Cómo es que este chiquillo era capaz de poseerla?!

— ¿Es cierto lo que dice? —Albert dejó escapar su indignación en forma de pregunta——. Patriarca, ¿está seguro de su conjetura? ¿No podría tratarse de una imitación?

Sugita frunció el entrecejo, dedicándole una mirada de reproche. ¿Qué pasaba con el santo de Géminis? ¿Por qué es que desde el primer momento en que cruzaron caminos lo trataba con tanto desprecio?

Shiryu negó sutilmente con la cabeza—. Es autentica. Al reconocer el brillo de Excálibur supe que la única  forma en la que podría contrarrestarla sería utilizando el mismo espíritu que también habita en mi ser. De ser una farsa el brazo de este joven habría caído a tus pies, Albert.

—Y sin embargo, él sangra —señaló con desconfianza.

—Un detalle que reafirma la veracidad de sus palabras. No me atacó con todo su poder, fue un mero destello con el que me permitió entender el mensaje de su maestro… aunque admito que pudo haber elegido algo más sutil, ¿no lo crees, Sugita?

Sugita volvió a inclinar el mentón a modo de respeto—. Intenté que entrara en razón, pero no hubo suplica alguna que lo hiciera desistir— suspiró aliviado por el que el Patriarca Shiryu fuera un hombre de gran compasión. Dio gracias a Atena que no fuera un hombre como el Santo de Géminis quien liderara el Santuario.

—Puedo entender la obediencia de un pupilo hacia su maestro, por lo que lo pasaré por alto esta única vez —advirtió al recién llegado—. Ahora, sin más interrupciones, es momento de terminar con esto. Sugita, ven conmigo.

Sugita asintió para seguirlo, avergonzado por el que en tan poco tiempo cometió dos grandes faltas hacia el Santuario; por lo que se prometió que nunca volvería a pasar, sería un santo ejemplar para redimir tales afrentas.

Mientras Albert observaba a los dos hombres dirigirse hacia la estatua de Atena, intentaba aplacar sus emociones. Sentía haber cometido un error, uno irreparable… Cuando escudriñó dentro de la mente del chiquillo debió haberse percatado de todo esto, pero tal parece que erró el camino dentro del laberinto mental, ¿cómo pudo ser tan descuidado?

No había forma de parar lo que estaba por ocurrir, sin embargo, Albert confió en que tarde o temprano el tiempo terminaría por darle la razón, sólo entonces podría remediarlo, sin excusas, ni intromisiones.

 

 

Allá arriba, a los pies de la inmaculada estatua de Atena, la caja de una armadura dorada aguardaba al Patriarca.

¡Es verdad, u-una armadura de oro! ¡Esto es…! No esperaba esto, pero no es un sueño, ¿verdad? — a Sugita se le dificultó todavía más ocultar su emoción al ver la caja, resistiéndose a no tallar sus ojos como lo haría un niño incrédulo.

El joven respingó cuando vio que una lechuza salida de quien sabe dónde se posó sobre la caja dorada con una naturalidad extraña, como si fuera un cómodo nido desde el que lo miraba con intensidad.

El chico se puso un tanto nervioso al acordarse de lo que Albert le había dicho no hace mucho sobre esas aves en el Santuario.

Shiryu alzó el mentón hacia la estatua, como si en su mente tuviera bien impreso el rostro sereno de la diosa griega.

—Atena, traigo ante a ti a aquel que has señalado como tu leal guerrero —el Patriarca habló con serenidad y humildad, sabiendo que su plegaria llegaba a oídos de la diosa—. El joven a quien ésta sagrada armadura ha elegido es Sugita, por lo que aquí, en tu nombre, le proclamo el guerrero sagrado de Capricornio.

En el instante en que Shiryu colocó la mano sobre el hombro de Sugita, una sensación escalofriante recorrió el cuerpo del muchacho.

En un principio fue algo abrumante para sus sentidos, por lo que Sugita se llenó de temor. Su corazón comenzó a latir con fuerza cuando un cosmos desconocido lo envolvió de pies a cabeza. Estuvo a punto de quedarse sin aire por la conmoción, cuando una dulce voz tocó su alma para exorcizar el miedo que lo embargaba.

Sugita levantó la vista para clavar su mirada en la de los ojos de la inmensa estatua, sabiendo por un instinto incomprensible que la dueña de la voz celestial no era otra más que la de ella.

—Sugita de Capricornio, finalmente nos conocemos.

 

El cosmos de un dios no puede compararse con el de ningún mortal. El enlace con esa presencia tan magnánima lo dejó sin palabras y completamente indefenso. Sugita sabía que Atena no se encontraba ahora entre los mortales, que sólo volvería a la Tierra cuando una guerra santa estuviera cerca, por lo que su cabeza se volvió una maraña de preguntas.

Perdido en su divinidad, el joven santo se sentía tan minúsculo, insignificante y por un instante hasta indigno...

El cosmos que en un inició creyó lo devoraría no hizo más que cubrirlo con gentileza, como una velo tibio y acogedor; si pudiera describirlo, Sugita lo compararía como estar ante un sol amigable que impedía que cualquier sombra osara cubrir su mundo.

Las palabras que Atena transmitía a cada uno de sus santos en ese momento tan especial eran sólo para ellos. El revelarlo era elección de cada guerrero, mas la mayoría prefería atesorar el mensaje de la diosa como su más grande posesión.

 

Aun cuando la voz de la diosa cesó, la sensación de su precioso cosmos permaneció unos segundos más alrededor de Sugita, quien terminó arrodillándose ante su imagen.

—Ahora es mi deber preguntarte: Sugita de Capricornio, ¿aceptas servir a Atena y consagrar tu vida a sus ideales, así como luchar en su nombre por el bienestar de este mundo que tanto ama?

El joven respondió de inmediato, más convencido que nunca.

—Así lo haré Patriarca, juro que honraré siempre a la benévola Atena.

— Entonces, como Patriarca del Santuario te doy la bienvenida, santo de Capricornio.

 

Albert de Géminis se retiró en silencio del lugar.

 

Con el rito terminado, Shiryu se apartó un poco del joven que permaneció cabizbajo—. Has tenido varios tropiezos desde que llegaste aquí, pero puedo decirte que no has sido el primero, ni el peor —comentó, sonriendo al revivir los alborotos que ciertos santos causaron en sus primeros días en Grecia—. Espero que no nos guardes rencor, Sugita. Albert es un tanto extremista, pero en el fondo tiene un espíritu noble que se preocupa por el Santuario, a su modo.

— ¿Rencor? —el pelirrojo repitió confundido, al mismo tiempo que escuchaba el aleteo de la lechuza emprender el vuelo hacia parajes desconocido— ¡No, por supuesto que no Patriarca! Yo jamás podría sentir eso por el Santuario —respondió, mirando la caja dorada que estaba a un brazo de su alcance, en cuya superficie reluciente lograba ver su reflejo—. Sé que mi comportamiento no ha sido el mejor, pero no hay nada de lo que debamos lamentarnos,  no ocurrió ninguna desgracia, al contrario —se puso de pie con un gesto alegre y orgulloso—, si tuviera que volver a superar todas esas pruebas para llegar a este momento, las repetiría las veces que fueran necesarias.

—Siento que encajarás perfectamente con nosotros. Toma la cloth y ven conmigo, tu día apenas comienza.

Sugita obedeció, cargando en sus hombros por primera vez la caja de pandora de su ropaje sagrado. En contra de lo pensado no le resultó nada pesada, era tan ligera que hasta pensó que podría estar vacía.

 

Juntos descendieron hacia el Gran Salón, donde una bella mujer les dio el debido recibimiento. Ella caminó hacia el Patriarca cuando este le extendiera la mano.

—Antes que a nadie, permíteme presentarte a mi querida esposa, Shunrei. Ella se encargará de que te sientas como en casa, eso te lo garantizo —Shiryu explicó—. Shunrei, él es Sugita, el nuevo santo de Capricornio.

La mujer oriental esbozó una sonrisa—. Bienvenido, es un placer tenerte con nosotros joven Sugita.

¿Esposa? No sabía que los santos tuvieran permitido tener una —pensó contrariado, pero al ver a una pareja de lazos tan fuertes liderando el lugar le permitió a Sugita olvidarse por fin de la fría y cruda imagen que se había hecho del Santuario desde pequeño.

—Me encargaré de llevarte mantas limpias y todo lo que necesites a tus nuevos aposentos —aseguró la mujer, quien al ver la herida en el brazo del muchacho y el vendaje en su frente, añadió—: También algunas vendas y medicamentos para que puedas tratar tus heridas.

Hasta entonces el chico descubrió que sangraba, por lo que rápidamente se cubrió la herida con la mano, preocupado de haber manchado la alfombra a su paso—. Es muy amable, señora Shunrei. No se preocupe por esto, no es nada serio, ni siquiera me duele.

— Lo sé, pero a partir de ahora preocuparme por ti será mi trabajo —respondió para bochorno del recién llegado.

—Estoy seguro que hay mucho que quieres conocer, por lo que le he pedido a alguien de confianza que te muestre el lugar, creo que ya lo conoces —anticipó el Patriarca.

En ese instante apareció un hombre por la vereda roja del salón, lo recordaba bien, fue el único que se animó a defenderlo ante Albert de Géminis esa caótica noche.

—Souva, lo dejo en tus manos.

—Como usted diga, Patriarca —asintió el santo de Escorpio, privado de su vistosa armadura para lucir el pulcro uniforme negro de sus semejantes—. Sígueme, hay mucho que necesito enseñarte.

Sugita vaciló, pero al final dio una debida reverencia a los señores del Santuario y bajó presuroso para seguir a Souva de Escorpio.

 

Cuando ambos santos abandonaron el Gran Salón es que a Shunrei se le escapó decir—: Es apenas un niño… No entiendo por qué Albert le hizo pasar por algo tan terrible…

—Yo era todavía más joven que él cuando vestí por primera vez la armadura del Dragón—mencionó el Patriarca—. ¿Qué opinas de él?

Shunrei apoyó la cabeza en el brazo de su amado—. Parece tan inocente, pero de ahí proviene su nobleza, creo que lo hará bien. Sin embargo, no puedo evitar sentirme preocupada por él.

—¿No te pasa eso con todos? —bromeó su esposo.

—Tenemos una gran familia, querido, si no nos preocupamos nosotros ¿quién lo hará? —respondió sonriente.

 

- . - . - . - . -

 

Una vez que se alejaron lo suficiente del Templo del Patriarca, Souva se giró hacia el chico nuevo—. Parece que gané la apuesta. Sí, yo tengo buena intuición, diga lo que diga el envidioso de Albert —alzó el pulgar para decir—: ¡Felicidades! Y bienvenido al clan ganador.

—… ¿Gracias? Creo —dijo el inseguro chico que no sabía si fiarse de ese rostro tan risueño—… Souva, ¿cierto?

Sugita, de eso me acuerdo bien. Imagino que cuando comenzaste esto no esperabas que las cosas se pusieran tan mal. Pero siéntete orgulloso, ven, que tu recompensa la tendrás.

 

Para Souva no fue difícil elegir con cuál lugar comenzar el recorrido, el destino lo había elegido así.

Sugita sufrió la misma impresión que todo santo se lleva al contemplar por primera vez el monumento magistral de los santos dorados que combatieron en la última guerra santa contra Hades.

—Sí algún día necesitas algo de inspiración créeme que este lugar te la dará —musitó el santo de Escorpio.

Sugita se apresuró a encontrar a aquel que portaba la armadura de Capricornio, fue fácil de reconocer, pues blandía el brazo derecho como si fuese una espada.

—Increíble —se le escapó decir—. Ellos son…

—Nuestros predecesores —se adelantó Souva—. Es una gran historia, sobre todo cuando la escuchas de alguien quien estuvo allí, aunque los veteranos se ponen algo melancólicos, por lo que no recomiendo que les preguntes en un mal momento —aconsejó—. Pero puedo decirte algo chico, si alguna vez queremos acercarnos a su grandeza debemos de trabajar muy duro. Dime, ¿qué tanto sabes de este lugar?

—Poco realmente. Mi maestro se reservó muchas cosas sobre el Santuario.

—Entonces presta atención porque hay mucho que asimilar. Eres un santo de oro y por ende el primer sitio que debes conocer es este —señaló montaña abajo, donde podía verse un camino por el que se alzaban los templos del zodiaco—. Doce templos, cada uno custodiado por un santo dorado… Aunque en estos tiempos son pocos los que se encuentran en funciones.

 

- . - . - . - . -

 

—No deberás preocuparte demasiado por los molestos vecinos —comentó Souva conforme dejaban atrás la doceava y onceaba casa—, los únicos templos habitados en estos días son Tauro, Géminis, Cáncer, Escorpio por supuesto, y ahora Capricornio.

—¿Qué hay del resto? —preguntó el pelirrojo

—No lo sabemos. Quienes quiera que sean no se han aparecido por aquí —alzó los hombros con indiferencia—. Te presentaré con los demás cuando haya oportunidad. No te preocupes, exceptuando a nuestro buen amigo Albert, el resto son personas de buen carácter.

 

Souva de Escorpio le explicó de manera rápida lo que debía saber sobre las Doce Casas, así como los deberes y normas que deberá aplicar para cualquiera que desee pasar por ellas. Se preocupó en aclararle que sus obligaciones no lo convertían en un prisionero de su templo, pues no era necesario permanecer enclaustrado como un ermitaño; el Patriarca buscaba gente productiva, por lo que tenían libertad de realizar otras actividades dentro o fuera del Santuario. Tauro por ejemplo pasaba sus días adiestrando a las amazonas en el templo de curación; Géminis era un estudioso de la historia por lo que la biblioteca era su dominio; el misticismo era la especialidad de Cáncer, por lo que muchos recurren a él por consejos ya que lo confunden con una especie de médico brujo.

 

Llegaron finalmente al portal de la décima casa, Sugita se sintió ligeramente intimidado por la grandeza del templo, pero terminó entrando unos segundos después que Souva. El chico no prestó demasiada atención a las construcciones anteriores, reservando sus impresiones para cuando llegara al que sería el templo que deberá defender a toda costa.

Las columnas enfiladas se perdían entre las sombras. El suelo de placas negras servía como un espejo para quien caminara dentro del complejo. Todo se iluminaba gracias a la entrada de luz que se situaba en el techo del templo.

La mirada del santo de Capricornio subió por la gigantesca estatua que allí se erigía, bañada por la luz del sol. En ella se plasmaba a la diosa Atena en toda su gloria y misericordia; en cuyas manos sostenía una espada que parecía entregar al soldado arrodillado ante ella.

No existía diferencia con la obra original que fue destruida durante la batalla liberada entre el santo de Dragón y el antiguo santo de Capricornio, alguien se tomó el esfuerzo de recrearla para las generaciones futuras.

—Excálibur… —intuyó Sugita, recordando la descripción que su maestro le había dado sobre la efigie.

—Uff, hablando de presión, ¿no, amigo? —resopló Souva, quien en el pasado se había detenido numerosas veces a admirar la estatua; siempre tratando de imaginar la clase de persona que se haría de dicho honor en el futuro… Sugita no se acercaba mucho a sus predicciones pero, había algo en el chico que lo convencía de que hará honor al título.

— Se dice que el Santo de Capricornio es el guerrero más fiel a Atena, siendo Excálibur la prueba de ello.

—Si me preguntas a mi —Sugita tragó saliva—, es incorrecto que tal nombramiento sea para un único santo… Cualquiera que arriesgue su vida por Atena merece el mismo honor. Además, todavía no he hecho nada por ella como para sentir que esto es para mí. Es como dices, si quiero alcanzar la grandeza de mis predecesores todavía me falta mucho.

—Oh, buena respuesta —Souva sintió aún más simpatía por el nuevo santo—. Supongo que estarás bien aquí... Hubiera sido un problema que se te subiera a la cabeza.

 

- . - . - . - . -

 

Se sirvió un poco de vino antes de sentarse en el sillón de terciopelo azul para descansar.

Sin deseos de volver a su templo, Albert de Géminis prefirió aislarse en la estancia que utilizaba como área de trabajo y dormitorio.

Le gustaba allí, era silencioso, ordenado y rara vez recibía visitas, pues son pocos los individuos que llegaban a pisar la biblioteca del Santuario por voluntad; después de todo la generación actual se componía (en su mayoría) por guerreros jóvenes desinteresados en el conocimiento y el estudio. Es por ello que la Gran Biblioteca se encontraba a su entera disposición, tanto que pudo adaptar un cubículo en la parte trasera para su comodidad, embriagándose con el contenido de los textos históricos que allí se reunían cada que había oportunidad.

La curiosidad siempre ha sido el móvil para su aprendizaje, desde niño ha sido así. Cuando transitaba por las calles de la olvidada Londres, cualquier artículo de información despertaba su interés sin importar lo pequeño que fuera: notas de diarios viejos, revistas o libros que la gente desechaba.

 

—No tiene sentido… —murmuró tras un último trago de vino—. Lo comprendo del Patriarca, pero… ¿por qué…? ¿Por qué un posible esbirro de Poseidón puede tener en sus manos a Excálibur? —se insistía, incapaz de dejarlo pasar.

El santo de Géminis creyó que se libraría de responsabilidades una vez que convirtiera a ese chiquillo en un santo, pero mientras más descubría de él, más preocupaciones aparecían.

Recargó la mejilla sobre los nudillos de su mano izquierda, dejando la copa en el escritorio de caoba oscura sobre el que había varios pilares de libros desde hace días.

Su vista perdida se centró en cierto momento en la única ventana cuadrada que permitía que algo de luz natural entrara a la habitación.

 

Hostigado por una paranoia involuntaria comenzó a pensar demasiado, cosas que no podría compartir con nadie ya que lo considerarían un loco, por lo que estaba decidido a no abandonar ese recinto hasta que pudiera serenarse, sin embargo, el estrés del momento pudo haber invocado aquel fenómeno que se manifestaba para atormentarlo.

—Pudiste haberte deshecho de él cuando tuviste la oportunidad. El primer impulso siempre es el acertado, Albert…

Escuchó de una voz retumbante que se extendió como eco por la habitación. Albert cerró los ojos, implorando paciencia.

— ¿Hasta cuándo piensas hacer esto?... —murmuró fastidiado, llenando una vez más la copa con vino.

—Quién lo sabe, una vez que encuentro a alguien interesante a quien aconsejar es difícil que lo deje ir —rió la voz masculina.

—Largo de aquí, no tengo tiempo para esto —fijó la mirada en su reflejo dentro de la copa de cristal.

No lo entiendo Albert, me buscaste por mucho tiempo entre estos libros… Fue tu insaciable búsqueda la que llamó mi atención—por increíble que fuera, su reflejo en el vino no imitaba para nada el movimiento de sus labios, lo hacían de acuerdo a las palabras del ente fantasmal que merodeaba la habitación—. Oh, realmente me trajo recuerdos, vi mucho de Saga en ti…

La imagen en la copa copiaba en apariencia al santo de Géminis, mas el color rojizo de sus pupilas delataba una maldad del que el original carecía.

—Yo no soy Saga — indicó con calma.

Claro que no, él murió en el momento en que decidió dejar de escucharme… Pudo haber tenido un futuro tan majestuoso, lograr la ambición que tanto anhelaba en su corazón, pero sus conflictos lo estropearon todo… Pero tú eres diferente Santo de Géminis, tienes el ingenio y el poder para gobernar en el Santuario, aplacar a Poseidón en el mar, y con Atena y Hades fuera de la balanza todo se inclinaría para ti.

Albert sonrió por tan absurdas palabras—. ¿Y cómo es que yo podría hacer eso? ¿Quién sería tan estúpido como para tener de enemigo al Santuario, a Poseidón y al resto de las naciones? Sólo un dios se propondría tan absurda cruzada—mostró un cínico interés.

El antiguo Géminis no temió de dicho reto, sin embargo tienes razón en dudar. Él poseía una ventaja estratégica del que tú careces, pero yo podría revelarte un secreto que te pondría al nivel de un dios.

— ¿Qué dices? —pestañeó incrédulo.

¿Acaso he llamado tu atención? —sonrió triunfante el torcido reflejo del santo—. Es algo que no compartí con el mismo Saga pues él tenía su propio plan y no aceptó otros caminos. Él creía que con el báculo de Niké, el escudo de la Justicia y la fuerza bélica de doce santos dorados sería suficiente para poner el mundo a sus pies... Claro que fue muy divertido cuando simples santos de bronce desmoronaron su perfecto plan.

— ¿Por qué callaste entonces?

Qué puedo decir, los mortales son interesantes. Deseé ver que tan lejos llegaría por si mismo, pero estoy dispuesto a hacer una excepción contigo...

—Basta —ordenó Albert al ser alcanzado por un repentino remordimiento—. No estoy interesado —movió la copa sin mirar al espectro que tomaba su rostro para confundirlo.

¿Es cierto eso? He visto cómo te esfuerzas para hacer de este lugar diferente, de proteger los intereses del Patriarca, pero aún así se atreven a ignorarte e incluso burlarse. El Santuario te importa demasiado como para permitirte verlo encaminado hacia la mediocridad. Algo dentro de ti lo desea, apartar a esos ingenuos que tienen el poder… Serías un Patriarca formidable.

 

El santo peli azul arrojó el vaso al suelo, rompiéndose en decenas de fragmentos. Se levantó de su asiento, a la altura en la que el vidrio de la ventana reflejó el perfil de su rostro—. Nunca lo entenderás, ¿no es cierto? —dijo, manteniendo un porte de convicción absoluta—. Sin importar que seas o no un producto de mi imaginación, o el espíritu de quién dices ser, jamás seguiré el mismo sendero del traidor Saga. Gracias a él es que tengo que cumplir con mi objetivo primordial, borrar la ofensa que dejó sobre el signo de Géminis; es una sombra que no pienso cargar por siempre. Además, si he de regir sobre el Santuario algún día será por mis propios medios y meritos.

La voz de ultratumba volvió a reír—. No tengo prisa para ver cómo es que tales palabras se volverán contra ti algún día. Es un evento que no pienso perderme, pues la caída de los más virtuosos es algo que en verdad disfruto, es exquisito… Saga solía ser así, por lo que disfruté demasiado cuando asesinó al Patriarca y atentó contra la vida de Atena; no puedo imaginar lo que tú harás…

—Pierdes tu tiempo —musitó, huyendo de la absurda tentación.

 

Albert salió de la Gran Biblioteca, alejándose para adentrarse al paraje desértico de los campos de entrenamiento; no quería verse influenciado por tales mentiras.

¿Cuánto tiempo ha pasado desde la primera vez que se encontró con la siniestra entidad? Más de cuatro años, sí, recordaba que fue al poco tiempo de haber sido nombrado santo de Géminis; en aquellos días en que se obsesionó por conocer la historia del Santuario, intrigándole la renombrada traición de Saga de Géminis. Tal vez indagó demasiado y su castigo había sido ese, ser perseguido por quien se dijo ser el titiritero detrás de las acciones del antiguo santo.

Pese a la extraña situación no se ha atrevido a comentarlo con nadie; hacerlo aumentaría el recelo que ciertas personas tienen hacia él sólo por las similitudes con su predecesor. ¿O es que tal vez temía descubrir que tenía un problema…? No, no sentía que su salud mental pudiera estar comprometida.

Debía resolver esto solo, prometiéndose que si en verdad su destino era repetir la historia del antiguo santo de Géminis, se rebelaría contra las estrellas y no se dejaría vencer por la maldad. Él dejaría una huella diferente en el Santuario, eso le juró a Atena el día en que le confirió su armadura.

 

FIN DEL CAPÍTULO 5

 

*****


Y como ya es costumbre, imagen de los santos de oro que se descubre en este episodio.
KENAI, SANTO DORADO DE CÁNCER
 

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SUGITA, SANTO DORADO DE CAPRICORNIO
 
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Editado por Seph_girl, 11 julio 2020 - 01:13 .

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EL LEGADO DE ATENA - Capítulo 67. "Epílogo"


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Publicado 28 junio 2009 - 18:45

Aún veía el Santuario a cuestas mientras caminaba junto al borde de los riscos por donde decidió emprender el viaje. La caja dorada con el símbolo del cangrejo se encontraba sujeta a sus hombros. Cubrió su frente con la mano derecha para desafiar al viento y al polvo, logrando ver siluetas que revoloteaban sobre él que anunciaban el arribo de un amigo.
De entre las cordilleras, una persona emergió de un salto, inclinándose a espaldas del santo dorado quien lo recibió con gusto.
—Kraz, santo de plata reportándose a sus órdenes, señor Kenai —dijo respetuoso el joven de cabello gris y ojos claros. Vestía el uniforme azul del santuario que le concedía el rango de plata dentro de la Orden. Dos cuervos que lo acompañaban se posaron sobre las hombreras oscuras del caballero.
—Buenos días Kraz, ¿listo para iniciar el recorrido? —inquirió con amabilidad, mientras el amanecer ocurría a lo lejos—. Nos espera una búsqueda algo complicada.
—Es un honor que me permita acompañarlo en su misión. Prometo no defraudarlo— agachó la cabeza nuevamente.
Kenai suspiró— No tienes que ser tan solemne conmigo, Kraz. Confío en que me ayudarás bastante, como siempre. Te hice llegar las órdenes que he recibido ¿tienes alguna duda que yo pueda resolver?
—Con el debido respeto, señor. Desearía saber la razón por la que me eligió para ayudarlo en su travesía. Sí los presentimientos del Patriarca son acertados, lidiar con caballeros dorados rebeldes será todo un desafío.
Kenai rió un poco— No te precipites, no es la intención del Patriarca que dé inicio una caza de santos dorados o algo por el estilo —buscó tranquilizarlo—. ¿Acaso no te apetece salir del Santuario aunque sea por unos días? No creas que no me doy cuenta la forma en la que contemplas siempre al océano, hay nostalgia de libertad en tus ojos; la misma que siempre te ha acompañado mi estimado pupilo.
Kraz aun sentía incomodidad que alguien de su misma edad haya sido su maestro en las artes de la caballería. Fue un golpe duro para su orgullo y ego el que el Patriarca, después de haber sobrepasado las pruebas necesarias para su ascenso, le asignara un maestro dorado como él. Tenían quince años entonces, y Kraz tardó en verlo como una imagen a la que le debía respeto, obediencia y admiración, pues su maestro se comportaba como un niño irresponsable que tomaba todo a la ligera. Sin embargo, el tiempo bajo su tutela le permitió conocer su verdadero ser, encontrando un guerrero ante el que podía inclinar la cabeza sin sentir vergüenza. Es por él que ahora era el santo plateado del Cuervo.
—Se dice que nunca nadie debe aliarse con un cuervo, pues son símbolo de infortunio; mensajeros de la muerte —lo sentía como su misma descripción—. Somos seres de mal augurio, pero se empeña en que siga su sombra, señor.

Las memorias de Kenai viajaron hacia el pasado, pensando en todas las veces que escuchó a los demás reclutas hablar sobre el solitario Kraz, quien pasaba todo el día entrenando por su cuenta; no hablaba mucho; no socializaba con nadie; decían que estaba hechizado y que las cosas caían o explotaban a su alrededor; solía dormir afuera de las barracas pues en las noches parecía ser poseído por espectros que gemían usando su garganta como conducto. En ese entonces, Kenai lo supo en el momento en que lo vio, Kraz tenía un don similar al suyo, no tan fuerte, no tan sensible, pero ello lo volvía blanco de las fuerzas espectrales que merodean por ahí.
Cuando él le explicó y comentó que podía abrir un poco sus sentidos a ese mundo fuera de los ojos humanos, Kraz lo llamó loco, y a cambio Kenai lo llamó cobarde.
A bases de desconfianzas y malas impresiones es cómo iniciaron su relación como maestro y alumno; sin embargo, ahora todo era diferente.
—Tal vez no te lo he contado, tal vez sí, no lo recuerdo —se rascó la cabeza, intentando hacer memoria. Le indicó al Cuervo que marchara a su lado—. Mi abuelo contaba historias que le cedía al cuervo un origen más noble; ellos no siempre han sido mensajeros de infortunio. La historia dice que un cuervo es quien creó la tierra firme; de él brotaron los hombres, animales y plantas; actuó como maestro, en forma humana, enseñando a hombres y mujeres a utilizar a los animales, a encender el fuego y otras cosas más. Una vez que este cuervo enseñara todo lo necesario a los hombres, volvió al cielo y allí ha permanecido desde entonces, dándole buenos tiempos a los humanos si así lo piden, enviándoles mal tiempo si estos osaban matar a un cuervo.
Kraz no recordaba tal historia, pero se sintió confundido por ese papel de dios que le fue dado a un animal carroñero.
—Cuando supe que la cloth del Cuervo te eligió, fue toda una sorpresa. Desde entonces no hemos podido platicar, te convertiste en un hombre muy ocupado de pronto.
—¿Está diciendo que me sacó de mis deberes sólo para charlar? —cuestionó con un ligero temblor en sus cejas. Le parecía inaudita su desfachatez, pero muy propio de él.
Kenai volvió a reír descaradamente —Un poco de esto, un poco de aquello. Pero siendo honestos, tu conexión con el mundo espiritual puede serme de ayuda llegando el momento. Ambos hemos conversado y encarado a la muerte misma ¿lo recuerdas?
Kraz sudó frío al recordar esa experiencia; de conocer ese punto fuera del mundo mortal al que las almas van después de morir, siendo enviadas a su respectivo lugar de descanso. Acordarse de haber estado ante la entidad que vivía y custodiaba esa zona, logró que le sudaran las manos.
—¿Y dónde comenzaremos a buscar? —preguntó Kraz con curiosidad, y buscando desvanecer esos antiguos escalofríos.
—Al lugar en donde las armaduras han sido restauradas desde tiempos mitológicos; el sitio donde han muerto y renacido una y otra vez. Iremos a Jamir, allí encontraré las conexiones que necesito.




Capitulo 6
Defensa plateada. Parte I
Asedio al Santuario


Han pasado varios días desde que fue admitido en el Santuario. Sugita había conocido ya la mayoría de los lugares dentro de la fortaleza, desde las doces casas hasta las mazmorras; así como a varios de los maestros de bronce y a otros pocos santos de plata que rondan por los campos de entrenamiento de vez en cuando.
Nada de lo que ha visto y experimentado lo ha desilusionado. Se encontraba contento de estar ahí, finalmente cumpliendo con el destino que su madre vislumbró para él. Pensando en ella es que lo llevó a centrarse en su padre, decidiendo que hoy sería el día que le enviaría las nuevas.

A muy temprana hora tomó pluma y tinta, y sobre un trozo de papel comenzó a escribir una carta dirigida a él. Se trataba de un hábito que deseó tener pese a que nunca recibiera una respuesta, pero de alguna manera sabía que las cartas llegaban a sus manos.

Su padre… la última noticia que tuvo de él es que había vuelto a casarse con una mujer de Japón. Años han pasado desde que le vio en persona, fue ese mismo día en que conoció al maestro Deneb e inició su entrenamiento lejos de casa. No debió, pero escuchó la conversación que su entonces maestra, padre y Deneb tuvieron a cerca de su futuro. ¿Sintió miedo? Tal vez un poco, pero en ese tiempo lo que más le entristeció fue que ese hombre no haya mostrado ni siquiera duda o preocupación para dejarlo ir.

Escribió sobre su viaje por el mar y la peculiar bienvenida que le dieron en Grecia. Omitió, como a todos los demás, al misterioso hombre que mencionó conocer a su madre. Le tomó tiempo en escribir en breves reseñas todo lo que en el Santuario había visto. Una vez terminado, dobló cuidadosamente la carta, introduciendo todo a un sobre el cual selló con un trozo de cera que acercó a una vela.
Ya que se encontraba listo para comenzar su día, abandonó esa estancia del Templo de Capricornio que contaba con todo lo necesario para dormir y estudiar. Bajó por las escaleras, dispuesto a presumir un poco el atuendo que le habían confeccionado recientemente y entregado la noche anterior; con la misma distinción que la de los santos de oro usan cuando no portan sus armaduras; La que vio el primer día en Albert y Souva, pero con la diferencia de que en sus brazales fueron bordados algunos adornos griegos con hilos dorados.
Se detuvo precipitosamente a unos cuantos escalones del primer piso, pues alguien estaba ahí en el Templo de la décima casa.
—Eres tú —lo reconoció Sugita, era el joven soldado que le descubrió durante su travesía por los riscos. Intentó hacer memoria por recordar su nombre, pero el gesto tan poco amigable que veía en esa cara lo puso un poco nervioso—… ¿Sieg, o me equivoco?
El joven de cabello rojo permaneció en la luz junto a la estatua de Excalibur.
—Quién lo diría, tú un santo de dorado. Je, ya entiendo porque los demás chicos te envidian —dijo sarcástico al echar un ojo al inmenso templo—. Hay quienes han estado años esperando una oportunidad, y que alguien al primer tropiezo logre la ansiada meta es demasiado afortunado ¿no te parece? Te advierto que no eres el más popular en los campos de entrenamiento estos días.
—No espero despertar envidias, mucho menos busco problemas —alegó Sugita, preocupado.
—Descuida, no lo digo por mí. No estoy interesado en trivialidades de ese tipo.
—Menos mal —respiró con alivio—. Ahora que recuerdo, no había tenido la oportunidad de disculparme contigo por todo el malentendido que causé.
—No creas que vine aquí por una disculpa —añadió, tajante—. De hecho tengo una pregunta que hacerte al respecto. Dime ¿cómo es que descubriste la falla en mi técnica? Es cierto que te subestimé, pero jamás creí que alguien pudiera saberlo con tanta facilidad.
—Ah, te refieres a eso —bajó hasta donde el aprendiz a caballero se encontraba, manteniendo una distancia prudente—. La verdad no es que hayas hecho algo mal, simplemente recordé una de las enseñanzas de mi maestro —se sobó la frente buscando en su mente el momento justo de dicha lección—. Él me dijo que los guerreros que derivaban sus técnicas de las criaturas mitológicas como los dragones tienden a cometer ese insignificante descuido —imitó el movimiento del brazo que deja descubierto el corazón—. De esta forma. Por lo que cuando descubrí eso en ti, puse a prueba lo que él me dijo. Tuvo razón, quién lo diría.
Sieg calló, viéndose malhumorado— Es increíble, incluso leyendo libros de cuentos y mitos alguien es capaz de saber cómo combatir a un dragón —masculló con resentimiento—. He pasado dos años aquí en el Santuario puliendo mis técnicas y parece que todavía no es suficiente… —cerró los puños demostrando su frustración—. Es humillante perder peleas por algo tan insignificante.
—No es para que te pongas así. Todo guerrero caería si lo atacan de esa manera sin importar su técnica. Pero ¿puedo preguntarte algo? —el que pidiera permiso confundió al joven de cabello rojo, quien asintió tras un titubeo— ¿Por qué obsesionarte con una técnica que pone en tal riesgo tu vida? ¿No sería más sencillo buscar otras opciones que querer reparar lo irreparable?
—No es algo que entendería un chiquillo como tú —sus ojos verdes se mostraron furiosos ante la idea—. Es cuestión de honor… se lo debo a una persona —confesó entre dientes.
—Tal vez yo no sea un maestro o algo parecido, pero si necesitas…
—No necesito nada de ti —espetó Sieg, disponiéndose a dar por terminada su visita.
Sugita hubiera podido dejar que se marchara con tranquilidad, pero al retener la carta en su mano lo llevó a decir— E-espera, yo sí necesito algo de ti —su voz se intensificó por el eco de los muros.
Sieg, al ver la carta en manos del santo dorado, dijo rápidamente— Si por un momento crees que me convertiré en tu mandadero estás muy equivocado… —amenazó, impaciente.
—Descuida, tengo dos brazos y piernas que me permiten hacer las cosas por mi mismo —le sonrió, amistoso—. Necesito enviar ésta carta, y no sé exactamente dónde hacerlo.
—En los campos de entrenamiento los Centuriones se encargan de recoger o entregar correspondencia los días ocho de cada mes. Pero supongo que como santo dorado que eres, alguna clase de preferencia tendrás, deberías preguntarles —respondió el guerrero—. O si no, siempre podrás saltarte todas las formalidades y hacerlo en Villa Rodorio. De cualquier forma es allí donde se encuentran los que asisten el correo estos días.
—¿Me acompañarías? La verdad es que deseo que esto llegue lo antes posible, y no conozco las afueras de Santuario… Aunque ahora que lo recuerdo no tengo ni una moneda…—comentó, hurgando en los bolsillos de su pantalón.
—Je, se nota que eres nuevo —le hacía gracia tal inocencia—. En poco tiempo aprenderás que la gente de Rodorio es agradecida, y cuando se trata de un santo, los servicios suelen ser libres de algún costo. Pero aunque quisiera acompañarte, temo que los reclutas no podemos abandonar el Santuario con tanta simplicidad.

A insistencia del santo de Capricornio, Sieg le siguió, sorprendiéndole lo rápido que aprendía a utilizar su ahora posición para lograr las cosas. Eso lo comprobó cuando las puertas del Santuario se abrieron para dejarlos salir sin muchos problemas.
Sugita no evitó lanzar una mirada hacia los guardias del portón, los mismos que le negaron el paso en un principio. Se le escapó una sonrisa cínica para esos dos que se veían obligados a mostrar su respeto hacia un nuevo superior.
—Aprendes rápido —murmuró el estudiante, divertido ante los semblantes de los frustrados soldados.
—¿Qué puedo decir? Uno se acostumbra a lo bueno con mucha facilidad —añadió en broma.

*****

Un bostezo inconciente escapó de la boca del soldado de rubio cabello, aquel que día a día protege y vigila la entrada hacia el Santuario en el horario matutino. Adrian es su nombre, y cierto es que nunca aspiró a algo tan descabellado como convertirse en un santo. Siempre se ha sentido inepto en el aprendizaje, pero su madre solía decirle que era tan fuerte como un buey como para intentarlo.
Una vez que supo lo duro que son los entrenamientos para los futuros caballeros, Adrian estaba seguro de jamás querer convertirse en uno. Pero necesitaba un trabajo, y ser un soldado raso podía tener pocos privilegios pero se llevaba una vida tranquila y bien pagada.
—Otro turno más que está por acabar—dijo la voz de quien le acompaña al otro extremo de la entrada, su compañero de guardia quien ingenuamente deseaba verificar la hora buscando el gran reloj de fuego, sin éxito—. ¿Qué dices si vamos a la taberna al finalizar? —su nombre es Evan y siempre ha seguido las reglas. El que su uniforme siempre se mostrara impecable y completo indicaban que era una persona responsable en sus deberes. Algunos lo tachan de aburrido, pero en contra de lo esperado, en sus tiempos libres era todo un partidario de buscar diversión.
—Ah, no lo sé Evan. Estoy un poco cansado y aún me persigue la resaca por lo de ayer —se talló los ojos con el antebrazo—. Es un alivio que el señor Albert no haya pasado por aquí, lo notaría desde el primer momento y nos volvería a mandar a realizar trabajos forzados como la última vez —musitó Adrian, temeroso de que su mala suerte invocara al susodicho.
Evan rió despreocupado— Siempre has sido un cobarde. Pero está bien, disfrutaré yo solo de la compañía de la bella Delphine entonces.
El rubio alzó las cejas, sorprendido— ¡Jamás! Sin importar lo que intentes Delphine será mi esposa alguna día —aclaró con recelo, sosteniendo la pica con fuerza.
Antes de que Evan pudiera proseguir con las provocaciones, notó como es que algo venía por el sendero que conectaba al Santuario con el pie de la montaña.
Para ellos era un perro que campante merodeaba por el lugar. Ninguno de los dos guardias se sorprendió; era común ver cuadrúproblemas con los que solían simpatizar por esos rumbos, ya sean perros o coyotes.
—Es nuevo, nunca lo había visto por aquí —en un inocente movimiento, Evan comenzó a llamarlo con silbidos y movimientos de sus dedos.
Las orejas puntiagudas del animal se alzaron y con tranquilidad es que decidió acercarse de forma dócil, demostrando que sabía tratar con la gente.
—¿Hmm? Es un perro muy extraño… —analizó Adrian ante el denso pelaje gris y ciertas complexiones del canino mientras éste era acariciado por Evan—. Es más, creo que ni siquiera es un perro…

Sus palabras fueron las que decidieron objetivos, pues el hocico del animal se abrió inesperadamente, lanzándose sobre Adrian a quien mordió con brusquedad en el brazo izquierdo.
Adrian luchó por liberarse de la bestia. La resistencia de sus brazales no fue suficiente para soportar la mordida, pues su sangre corrió alrededor de los colmillos del animal que se clavaron profundamente en su piel.
Ante la sorpresiva situación, Evan tomó su lanza y se dispuso a clavarla sobre la bestia embravecida al ver como su compañero no era capaz de quitársela de encima. Precipitó el delgado filo sobre el lomo del cuadrúproblema, sin embargo, una saeta azul surgió de la nada para intervenir.
Evan miró incrédulo como su lanza fue deshecha a tajos, y más cuando alguien lo alzó con tremenda facilidad por el cuello, azotándolo contra la alta puerta de metal. En los escasos segundos que se le permitió seguir consciente, observó el borrón del sujeto que tenía su vida en las palmas de las manos.
Un atinado golpe a la altura del estomago bastó para dejar al guardia completamente aturdido e inmóvil. El misterioso guerrero plantó su pie en el cuello del soldado Adrian, pues vio como éste iba a apuñalar a su amigo animal con una daga.
Adrian se sintió sofocado, en vano quiso apartar la pierna del sujeto. Desde el suelo lo estudió con detenimiento; debía tratarse de algún santo al vestir una armadura reluciente de color zafiro, su rostro parcialmente cubierto por el antifaz con el que contaba su casco.

El sonido se dispersaba con facilidad, por lo que aquellos guardias que se encontraban del otro lado del muro se percataron del alboroto de afuera.
Uno de los Centuriones escaló la muralla, se paró justo en la cima para recibir inesperadamente el cuerpo de Adrian que fue arrojado como un bulto. Logró atraparlo, mas su peso estropeó el equilibrio del soldado, cayendo irremediablemente los dos hacia el suelo al otro lado del portón.
—No puedo creer que eso realmente haya funcionado —comentó socarronamente una segunda silueta que apareció en las afueras, detrás una saeta de colores rojos. Se trataba de un hombre, al igual que el guerrero de ropaje de zafiro. Su armadura de placas blancas y rojizas destellaba con fuerza por el sol que lo golpeaba.
—Aullido tiene su encanto ¿no es así? —agregó otra entidad emergente de un rayo oscuro y violeta—. O es un excelente actor… o estos tipos son unos completos orates —se descubría fácilmente como una mujer, pues la armadura ceñida a su cuerpo resaltaba las curvaturas de su atlética condición.
El de ropaje zafiro se tomó unos momentos para verificar la condición de su fiel compañero; salvo por la sangre que manchaba sus bigotes, estaba en perfectas condiciones. Él buscó saltar el portón, mas su compañera lo retuvo por el brazo con suavidad— Espera un poco más Sergei, sólo unos segundos más… —pidió ella con malicia, atenta a su entorno.
El de alargadas uñas y apariencia salvaje decidió aguardar, pues esa mano tenía una gran influencia capaz de actuar como su correa, y una vez libre de ella tendría permiso para continuar lo que ya habían comenzado.

El misterioso trío escuchó entonces una campana, la señal que la mujer esperó con ansias.
El de armadura roja sonrió divertido— Parece que no tienes remedio Elke. Creí que seguiríamos el plan de infiltrarnos con discreción.
—Cambie de opinión. Esto no sería entretenido del otro modo —aclaró, tomando las hachas que llevaba detrás de la espalda—. Que de una vez todos se enteren que estamos aquí, nos desharemos de las molestias y llegaremos con mayor rapidez con los oponentes que sí valen la pena —aclaró la mujer—. Aifor, nos veremos allá entonces. Recuerden el por qué estamos aquí.
—Lo sabemos, lo sabemos —se mostró despreocupado el de ropaje rojo. El antifaz con el que se encontraba acompañado su casco cubría la mitad de su rostro, dejando a brote una cabellera ligeramente larga de color marrón. Aifor se aproximó al oscuro portón decidido a echarlo abajo. De sus manos lanzó un torrente de hielo y cristal que golpeó el resistente metal, logrando congelarlo hasta el punto en que se desmoronó en grandes trozos de hielo.
El camino hacia el Santuario se reveló frente a ellos, su asalto no podía ser más placentero, sobretodo al vislumbrar a lo lejos docenas de siluetas que venían en respuesta a su intento de invasión.
Aifor se mantuvo al frente de la formación triangular. Sonrió una vez más antes de ponerse en marcha. Un cosmos invernal hizo resplandecer la partes blancas de su armadura, instantes antes que sus manos liberaran de nuevo un aire frío y devastador que cubrió el suelo del sendero por el que se disponía a cruzar.
A gran velocidad es que el gélido cosmos recorrió el camino, tomando de sorpresa a los soldados quienes venían por el. Se paralizaron por el intenso frío que les golpeó de pronto, sumado al pavor y desconcierto que les ocasionó ver sus piernas prisioneras por el grueso hielo que les cubrió hasta las rodillas. Algunos cayeron vergonzosamente al no poder mantener el equilibrio, y otros pocos lograron mantenerse en pie.
Atónitos se quedaron los guardias cuando la saeta blanco-escarlata pasara por en medio de la peculiar pista de hielo a gran velocidad. Aifor se desplazó por encima de la cristalina superficie como si de un artista de patinaje se tratara. Los insulsos soldados que podían moverse intentaron atraparlo con sus brazos o emplear las mismas lanzas que llevaban consigo, mas todo fue inútil ante el paso veloz del cínico intruso, quien en más de una ocasión saltó en piruetas para evadir algunas de las barreras humanas semicongeladas con las que se topaba en el camino.

El amo y su lobo imitaron al guerrero de antifaz blanco, pero ellos aprovecharon la distracción y conmoción de la mayoría de los soldados para dejarles inconscientes de un sólo golpe o embestida. Tanto hombre como animal cooperaron para tal fin con una coordinación casi sobrenatural y una rapidez todavía más infame.

De las altas paredes de piedra que limitaban el estrecho camino, Aifor observó a los hombres que comenzaron a emerger con arcos y flechas, y otros se colocaron detrás de grandes rocas redondas que se enfilaban hasta el final de la vía, las cuales y se apresuraban por arrojar hacia la calzada por medio de palancas de madera.
Saltando por encima de la vereda y las mismas formaciones de la montaña, la mujer de las hachas arrojó ambas contra la formación paralela de hombres. Las armas giraron de forma horizontal cual discos cortantes, y del mismo modo golpearon una a una las piedras que se desmoronaron al primer impacto. Asimismo, los vientos que generaba el movimiento giratorio alcanzaron a golpear a los indefensos soldados que terminaron por caer hacia el terreno congelado, donde quedaban tendidos.

Aifor fue el primero en saltar hacia un claro muy espacioso en donde le esperaban alrededor de veinte, tal vez treinta, jóvenes armados sólo con su valor y puños en alto.
En medio de la glorieta, una gran fuente de agua chisporroteaba, la cual atrajo la atención del guerrero de antifaz blanco al estar un poco sediento. No se sintió intimidado por los guerreros que lo rodeaban en un círculo casi perfecto, por lo que tal fue su desfachatez de acercarse al manantial, introducir un brazo y beber lo poco que pudo albergar su mano.
—Hmm parece que nos estamos acercando —comentó para si mismo, al descubrir que los ahí presentes no se trataban de guerreros ordinarios como los anteriores.
Aifor detectó cómo algunos de esos jóvenes encendieron sus cosmos y se prepararon para atacar omitiendo el preámbulo y las preguntas absurdas, algo por lo que no se quejó.
La continua y fastidiosa señal de alerta se mantenía replicando en el aire y en los tímpanos del guerrero de hielo, comenzando a irritarle.
Todos esos aprendices a caballeros eran de edades diferentes, así como de nacionalidades y géneros. El forastero observó detenidamente los rostros de esos guerreros, como si buscara a uno en particular.
Su inspección se vio interrumpida cuando uno de ellos, de estatura media y cabello rizado, se lanzara al ataque. Aifor no tuvo más que extender el brazo y atrapar el puño del chico en su mano, ejercer fuerza para alzarlo y estrellarlo contra un segundo muchacho que intentó atacarle por el flanco opuesto.
Ambos fueron arrojados al interior de la fuente, cuya agua se congeló en menos de un segundo, atrapando sus extremidades.
—Muy lentos —masculló el de antifaz a esos dos que bramaban rabiosos y se retorcían en un intento por romper el hielo.

Un lobo aulló, atrayendo la atención de varios de los aprendices, anunciando la llegada de los otros tres integrantes del grupo de asalto.
Aifor deseó asegurarse de no ser interrumpidos por más basura. Alzó una pared de hielo en la boca de la entrada principal, sellando el acceso a cualquier débil entrometido.
Al descubrir la intención de todos esos guerreros por abalanzarse sobre ellos al mismo tiempo, obligó a la mujer a encender sus hachas con el reluciente cosmos blanco que posee.
La guerrera que respondía al nombre de Elke tenía un rostro bello y maduro, de ojos color esmeralda y carnosos labios rosados. Bajo su casco crecía una cabellera verde aguamarina que tocaba sus hombros. Su complexión esbelta mostraba una firmeza que sólo el arduo entrenamiento y el ejercicio permitían conservar. Dentro de una tormenta podría confundirse con una hermosa ninfa de las nieves, mas el aura que despedía mostraba todo lo contrario al plasmar dos grandes serpientes.
Todos sintieron la fiereza de su cosmos, como si el invierno hubiera llegado a abatirlos con su crueldad. Vientos huracanados rodearon a la mujer de oscura armadura, y tras un grito tan ensordecedor como un relámpago tronando en el cielo, liberó ambas armas que giraron peligrosas a una altura cercana al suelo, capaces de rebanar los tobillos de cualquiera que se encontrara en su camino. Las hachas giraron y danzaron en una espiral que obligaron a la mayoría de los defensores del Santuario a saltar para evadirles; mas cual sería su horror, pues en el aire fueron atrapados por el torrente violento que generaban las hélices. Simularon dos tornados que mantuvo en su interior a más de a mitad de los chiquillos entre gritos y sangre. El aire frió y cortante que marcó heridas en su piel y deshilachó sus vestimentas ascendió todavía más hacia los cielos ante la mirada escéptica de los espectadores.

Los que lograron escapar de esa técnica traicionera buscaron atacar al inmóvil guerrero de coraza azul. Sergei no se inmutó, decidido a recibir los ataques esperó con la guardia en alto.
Su aspecto intimidaba, sobretodo a los inexpertos muchachos que no conocían un campo de batalla real. Los ojos de Sergei se escondían detrás de las lentillas amarillas de su casco, aquel que retenía cabello negro desmarañado.
Una amazona hizo estallar su cosmoenergía en una técnica de patadas, mas su enemigo desapareció de su vista, reapareciendo velozmente por un costado en el que le propinó una fuerte patada.
Percibiendo un ataque por la espalda, el maestro del lobo se giró con rapidez para frenar la ráfaga de ken liberada por los puños de un joven de cabello azul. Sergei lanzó hacia el frente sus nudillos cubiertos por garras amarillas, sorprendiéndole que el chiquillo pudiera eludir el golpe y responder con un gancho que logró rosarle la quijada. Ante la sonrisa burlona del aprendiz, Sergei decidió darle una lección liberando sobre el joven su violento ken en ataques cortantes que aturdieron por completo al muchacho, cayendo éste al suelo con los brazos ensangrentados.
Sergei olfateó la sangre fresca y los afilados caninos de su boca se mostraron con malicia. Estaba dispuesto a ensañarse con la débil presa que tenía bajo sus pies. Sin embargo, ese sentido extrasensorial que posee lo obligó a tomar rápidas medidas, saltando únicamente siguiendo su instinto y así evitar ser golpeado por la gran bola metálica que estuvo por destrozarle el cráneo.
Entre saltos e impulsos de sus manos sobre la tierra, Sergei descubrió la veloz bola de acero con picos incrustados que destrozaba el suelo al no alcanzar su blanco principal.
En una última pirueta, antes de que la esfera encadenada volviera a las manos de su dueño, el guerrero azul sujetó con fuerza la cadena para así encontrar al oponente que se preocupó por capturar su atención.
Al otro extremo de la cadena negra, encima del capitel bronceado de una columna blanca, la mano de un santo se mantenía aferrada a la larga extensión. Su ropaje plateado con aditamentos oscuros resaltaba su jerarquía.
—Rematar a los que se encuentran indefensos no glorificará tus acciones —habló con severidad el de ojos verdes y cabello gris—. Invasor, sólo pienso decir esto una vez: Ríndete y acepta tu derrota, o perece en tu insensata cruzada.
El de antifaz de lentillas amarillas apretó los labios, como si él supiera un secreto gracioso que su próximo oponente desconoce. Por primera vez en esas tierras lejanas, dejó escuchar su voz— Guárdate los buenos modales para a alguien que le importe —gruñó el salvaje guerrero—. Ya veremos que tan insensato es cuando tenga tu cabeza y la de tus amigos en la palma de mi mano —advirtió, lanzando destellos de ken que emergieron de sus garras.
El santo plateado saltó oportunamente antes de que la columna estallara en cientos de pedazos. Lanzó entonces el otro extremo de la cadena que permanecía libre colgando de su brazo izquierdo.
Sergei únicamente ladeó la cabeza para que la peligrosa esfera fallara en su intento. Tomó de la misma forma la cadena, y así evitar golpes imprevistos.
El santo pisó tierra, encontrándose al mismo nivel que su adversario— Si esa es entonces tu convicción, no me queda más que defender al Santuario con mi vida —aclaró con un tono honorable—. Yo, Vergil de Cerberus no te permitiré avanzar ni un paso más.

Aún junto a la fuente congelada, el castaño Aifor silbó ligeramente impresionado por la apariencia del recién llegado santo. Sabía que su compañero jamás le perdonaría interferir en una de sus batallas, y tras ver a Elke tan entusiasmada con los aprendices es que decidió aguardar su turno sin impacientarse. Sin embargo, percibió una brisa caliente que resintieron los pómulos de sus pálidas mejillas.
La intensidad de ese cosmos ardiente derritió con facilidad el hielo en el que se había solidificado el agua cuando una sombra pareció caer desde el mismo sol. Se trataba de un hombre que con brusquedad clamó— ¡Ustedes dos —refiriéndose a quienes salían rápidamente de la fuente antes de que el agua comenzara a hervir—, largo de aquí inútiles sacos de porquería, sino quieren que los mate yo mismo! —bufó con la misma intensidad en la que su cosmos destellaba hostil sobre su armadura plateada.
Sin permitirse objetar tal orden, los dos jóvenes se alejaron tras conocer el mal carácter del caballero plateado.
—¿Qué pasa princesita de hielo? —sonrió burlón el hombre con grandes hombreras en punta —. ¿Demasiado ejercicio para ti? Sería una pena que hayas desperdiciado todas tus energías en esos mojigatos cuando yo apenas estoy calentando —su cabello oscuro se tornaba en ocasiones castaño gracias a los efectos de las llamas de su poder.
—Vaya, respondieron más rápido de lo previsto —Aifor añadió en completa calma—. Eso quiere decir que han perdido la confianza en su patético grupo de defensa.
—Ja, desde el principio era evidente que las fuerzas de estos pelmazos no son las suficientes para encargarse de la situación. Pero me han alegrado el día, es aburrido tratar con batallas amistosas como por aquí les llaman. Por fin algo de verdadera acción.
—Es claro que estás impaciente fosforito —dijo en burla, llevándose las manos a la cintura—. No te decepcionaré. Ni siquiera te has molestado en preguntarme nada referente a éste ataque, eso quiere decir que ansías probar tus fuerzas conmigo.
—Exactamente —aclaró, raspando con su bota derecha el suelo—, me es completamente indiferente si has venido aquí a matar al Patriarca o sólo a entregar correspondencia. Nimrod de Centauro se complace de participar en cualquier batalla.
—Para ser un insignificante caballero de plata hablas demasiado. Pero si eso es lo que quieres, adelante, dame tu mejor golpe… —incitó, cruzando los brazos atrás de su cintura.

Las fuerzas huracanadas que vapuleaban a los inexpertos aspirantes a santos, se disiparon una vez que en movimientos erráticos los torbellinos se inclinaran como gusanos de tierra y estrellaran sus cabezas contra el suelo. Despedidos salieron los prisioneros hacia todas direcciones, lo suficientemente mareados y lastimados para pensar en levantarse con rapidez.
La guerrera Elke atrapó las hachas que volvieron a sus manos como si de boomerangs de tratasen. Miró hacia su izquierda al descubrir una silueta que se mantenía de pie en medio de los tullidos muchachos.
La apariencia de ese individuo se perdía entre los gruesos hilos de polvo que los vientos todavía elevaban en la zona, pero pronto unos destellos plateados la hicieron entrecerrar los ojos.
Elke agudizó la vista, descubriendo el ropaje y cosmos de un santo. Pero lo que más llamaría su atención sería la cabeza de su oponente, pues las mechas de su cabello negro parecían ramas marchitas de un árbol, tiesas y zigzagueantes; Un casco demoníaco actuaba de diadema a la altura de la frente.
Su rostro sería lo más llamativo, cubierto por una máscara que fue esculpida de tal forma en la que los parpados permanecían sellados por las gruesas pestañas; los labios pequeños pero carnosos no eran capaces de contener el par de colmillos que sobresalían de su boca. Elke no se intimidó siquiera por las serpentinas salientes que adornaban la parte superior e inferior de la careta.
—Por fin un santo de verdad viene a darme la bienvenida —se alistó la enemiga oscura del santuario, preparando las hachas que manipulaba mejor que sus propias extremidades.
Mas la amazona distaba de querer combatir, y eso fue claro cuando los párpados petrificados de su mascara comenzaran a abrirse lentamente, liberando extraños resplandores que obligaron a Elke a observar con detenimiento, siendo ese un error fatal.
Una vez que los grandes y enfurecidos ojos de la máscara se abrieran, el mundo de Elke se detuvo en un simple tac.

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EL LEGADO DE ATENA - Capítulo 67. "Epílogo"


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Publicado 04 julio 2009 - 16:19


Hola =)

Bueno, por fin llegaron mis vacaciones, y es hora de ponerme al corriente con los fics, como lector y por supuesto, también como escritor!

Seph, después de tanto timpo por fin he podido leer tu fic con detenimiento, y a continuación te presento mis impresiones sobre el prólogo (Y próximanente d elos demás capítulos).

1. Me gusta mucho tu forma de narrar, desde el primer párrafo se siente ese "aire" de misterio que en sí, envuelve todo el capítulo. Escribir sobre un suceso el cual nadie entiende, es interesante por que hace que el lector siga y siga leyendo esperando encontrar la respuesta ¡en ese mismo capítulo!

2. Muy bien trabajadas las emociones de Seiya. A pesar de que había encontrado a su hermana (el objetivo que tenía fijado desde hace mucho tiempo), a pesar de que la Tierra aparentemente se encontraba en completa paz y armonía (cosa por la que habían luchado en tantas batallas), tenía esa preocupación y ese sentimiento de vacío que le hacía ver que no todo estaba bien, que bajo la aparente tranquilidad se encontraba algo terrible que sin duda pondría nuevamente en peligro sus vidas. Además de que, pese a su renuencia en aceptarlo, ya no podía negar el ehcho de que saori era más que su Diosa, Saori ya formaba parte de él y seguramente ya no imaginaba su vida en un mundo en el cual ella no estuviera.

3. Estuvo muy bien el detalle de la escultura de los caballeros de oro *-*. Y la inesperada aparición de Shion. Tratandose de guerreros muertos que regresan, de haberme preguntado Shion sería el último en mi lista xD, si fue algo iensperado.

4. No estoy muy enterado del mundo Shaman King, pero la descripción que has dado de los shamanes resulta por demás interesante. Y rtambién el hecho de que el Santuario ahora necesite aliados, eso quiere decir que se viene algo GRANDE. jujuju


5. ¿Será que la desconfianza de Seiya hacia el Shaman realmente tenga fundamento y se vea en un futuro? >:-)


Seguiré al pendiente de tu fic, Seph. =)




Capítulo 15: La Flor Sangrienta
(Pincha AQUI para Leer)

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Saint Seiya: COSMO WARS
Índice de Capítulos: Aquí

#37 Apolo the Lightbringer

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Publicado 15 julio 2009 - 01:46

porque tuviste que hacer que el santo de Geminis se llamara Albert? nombre fome... y ademas lo tuviste que inventar con el pelo azul y un mechon gris todo gay...hubiera sido mejor un poco mas masculino,con barba y un hacha vikinga o algo...jejejeje

hablando en serio,este es uno de los mejores fics que he leido.
esta muy bien narrado,es original y la idea del crossover con shaman king fue genial! me gusta shaman king igual! aunque era mas fan de hao que de yoh xD

ojala escribas luego el capitulo 7 porque estoy muy ansioso de ver lo que pasa...

felicidades por este excelente trabajo!

pd:ojala incluyeras caballeros con armaduras que no hayan aparecido en el anime ni en el manga,como el conejo,jirafa y otras constelaciones. ;)


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#38 Seph_girl

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Publicado 16 julio 2009 - 01:21

Me paseo por aqui a responder Reviews y saludos =)

Cástor, te envidio, tienes vacaciones ;_; (suspiro) pero bueno, en diciembre me tocará... Espero.
Bueno, ya pasaste el peligroso prologo que siempre tiene dos clases de reacciones XD, parece que fue la favorable en tu caso.
Ya de ahí no sé cómo te resulte la cosa pero pues....... ¡mucha suerte! jajaja

Eres de los pocos que me dicen que he manejado bien a Seiya, ya otros me quisieron crucificar jajajaja XD

A mi tambien me encantó el detalle de la escultura de los dorados XD, pero pues se me ocurrió cuando estaba viendo el Ova del Tenkai y quise hacerles un homenaje todo lo contrario a lo que les pasó en esa historia (pobres ;_;)

No te preocupes por los de Shaman King, que salen poco, eso lo notarás conforme avances ^^. Ah con respecto a lo que pasará en el futuro.... sólo espero poder manejarlo bien T_T que no quiero que las ideas se me hagan engrudo.

Muchisimas gracias por leer Cástor XD
a ver cuanto duras.
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*********

Jajaja saludos Apolo de Geminis ^^
Un gusto tenerte por aqui y que pese a todas tus observaciones sobre el santo de Geminis ya hayas leidos todos los episodios que llevo XD!!!

Bueno, verás, muchos de los nombres y apariencias fisicas de los nuevos Santos fueron una contibución de varios amigos yaaa hace tiempo (ajaja pospuse demasiado tiempo escribir este fic por ciertos razones personales) y por eso los respeté lo más que pude n.nUUU, y es otro tono de azul XD, no igual.
Si quisiera copias muy al carbón de los Santos no me habría molestado en cambiarles cosas XD Disculpa que mi estilo de dibujo sea tan estetico (pero no se ven tan tan afeminados como se ven los del Episodio G -.-), ya me jalaron las orejas via MSN por lo mismo, pero ese es mi estilo y deben aceptarlo XD.
Aunque son libres de imaginarlos más macho si asi lo necesitan jajajaja XD

Yeiii otro fan de Shaman King ^^
Si, a mi tambien me agrada mas Hao que Yoh... pero bueno, ya verás XD pues al personaje le pasaron muchas cosas ahora que es un adulto =)

Que bueno que te guste mi manera de escribir y llevar la historia, no es perfecto pero me esfuerzo para que se vea bien.
El capitulo 7 estará listo para la semana proxima ^^ espero

Y referente a lo de caballeros de las constelaciones que no salieron en el anime... ya veremos XD con tanto personaje que todavía falta por salir no sé si podré manejar tantos jejeje
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Gracias por leer.

Editado por Seph_girl, 16 julio 2009 - 01:23 .

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EL LEGADO DE ATENA - Capítulo 67. "Epílogo"


#39 Seph_girl

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Publicado 29 julio 2009 - 16:21

Ah... creo que me retracé de más en subir este episodio, pero no fue de todo mi culpa XD
Mi beta tester se hizo del rogar XD!!
Pero bueno, empecemos con el episodio.




Capitulo 7
Defensa plateada. Parte II
La máscara de Medusa


Error fue para el guerrero Sergei mantener por tanto tiempo sus manos sobre las cadenas del enemigo. Mas ese agudo sentido de alerta con el que fue dotado, le advirtió que las soltara instantes antes de que el metal aumentara drásticamente su temperatura. El torrente eléctrico fue más veloz que su propio instinto, por lo que las palmas de sus manos recibieron lesiones superficiales. Sergei se alejó de las cadenas electrificadas al saberlas una amenaza, retrocediendo como un auténtico lobo temeroso del fuego; posiblemente la descarga habría sido capaz de fundirle las manos.
Ante la liberación de su arma, Vergil de Cerbero no desaprovechó la oportunidad. Transformó las cadenas en destellante fuego, las esferas puntiagudas de los extremos se incendiaron en dos cometas que dibujaron las cabezas, hocicos y fauces del furioso can del infierno. Las hizo girar a su alrededor con gran maestría, creando una red de ataque y defensa aparentemente impenetrable, y dentro de la que podía moverse con libertad y velocidad sin temor a lastimarse. El santo plateado corrió en dirección de su adversario rodeado por esas flamas de las que una cabeza emergió para atacar a Sergei.

El forastero saltó y evadió el mordisco de las flameantes fauces. Se protegió de la lluvia de fuego que liberó el cancerbero, cruzando los brazos frente a su rostro. Su cosmos blanco se alzó, siendo una barrera por la que las ráfagas escarlatas rebotaron hacia el cielo como lluvia de estrellas.
Vergil de Cerbero percibió el gran cosmos que respaldaba al invasor, el cual dibujaba la imagen de un feroz lobo de dos cabezas. Cuando su técnica cesó, el lobo estuvo listo para actuar—– ¡Garra nocturna! —liberando ráfagas cortantes que se precipitaron sobre la coraza de fuego, la cual se desmoronó al verse fácilmente atravesada.
Los fieros golpes arrastraron al santo plateado algunos metros antes de dejarlo caer de espaldas sobre el árido terreno; su cadena fue cortada en decenas de pedazos, mas él se mantenía aferrado a dos trozos de ella.
—Grrrr ¿es ésta la fuerza de los Santos del Santuario? —gruñó decepcionado el de armadura color zafiro—. ¿Por qué no se hacen un favor y llaman a los caballeros dorados? Estoy seguro que ellos serán un mejor reto —aclaró mostrando sus colmillos.

Vergil se sobrepuso casi de inmediato. El peto de su armadura se encontraba cuarteado por los anteriores impactos, pero en su rostro no había desesperación. La confianza que sentía en sí mismo no había desaparecido todavía, por lo que añadió con prepotencia— No creo que ellos se molesten en tipos como ustedes…
Los trozos de metal esparcidos alrededor de Sergei se alzaron del suelo como por acto de telequinesis, y con suma rapidez se entretejieron para aprisionar a su enemigo. La cadena se formó una vez más alrededor del cuerpo de Sergei quien quedó con los brazos atados fuertemente a los costados.
—No intentes nada —le advirtió con desdén el santo de plata—. Cualquier movimiento y mi cadena te fulminará —observó la forma en la que su oponente mostraba los dientes, rabioso ante el cambio de situación—. Y ahora responderás ¿Quién eres y por qué invades el Santuario? ¿A quién sirves?
Sergei no se atrevía a moverse, en verdad sentía que se encontraba en una situación peligrosa y que las palabras del santo no debían ser tomadas a la ligera, su instinto se lo gritaba. Debía pensar en algo, y rápido…

Sergei percibió entonces un gran peligro en las cercanías, al mismo tiempo en que la presencia de su compañera Elke se empequeñeció de modo inquietante. Volteó en dicha dirección, mas el combate de llamas que efectuaba Aifor con el santo del Centauro le dificultó la visión por el exceso de humo y cenizas.
Ante la falta de respuestas, Vergil agregó— Parece que necesitas un poco de estimulación para soltar la lengua —una orden silenciosa enviada por su cosmos, y la cadena se sacudió en descargas eléctricas que abatieron a Sergei por unos segundos. Fue lo suficientemente intenso para sofocarlo y aturdirlo.
—Esa fue sólo una prueba. Si no cooperas las cosas se tornarán más dolorosas para ti. No me obligues a torturarte innecesariamente —casi sonó como una súplica.

Ese castigo… El dolor de esas descargas por todo el cuerpo lo obligaron a revivir las experiencias en ese maldito campo de esclavos. Bajo su antifaz, apretaba los ojos con fuerza, resintiendo el despertar de los recuerdos que tanto intenta reprimir y olvidar ya que solían sacar lo peor de él.
El silencio de su prisionero llevó a Cerbero a actuar, repitiendo el ataque eléctrico con una mayor duración, esta vez logrando sacar un grito desgarrador de su prisionero. Colándose por debajo de la armadura es que las descargas arremetían con violencia.
Sergei trastabilló y una de sus rodillas golpeó el suelo mientras respiraba con dificultad, pues su corazón palpitaba errático por los electrochoques.
Vergil no tenía la intención de matarle, por lo que se conformaba con que su enemigo perdiera la conciencia. Seguramente el Patriarca ordenará a alguien más capaz de extraer una confesión de él.
— … Si aprecias tu vida… te detendrás ahora… —masculló el abatido guerrero azul, conforme cerraba los puños y sus nudillos se tensaban—. No te conviene hacerme enojar… —rotó las manos de tal forma en la que pudo sujetar un poco las cadenas que se pegaban a su cuerpo como víboras magnetizadas.
El Cerbero no se dejó intimidar— Eres tú quien no entiende qué es lo que te conviene. ¡Duerme ahora!
Pese a las intensas sacudidas eléctricas, Sergei logró pararse, elevando su cosmos con un alarido que semejó a un peligroso aullido. El dolor de las descargas únicamente aumentó la ira del ya rabioso guerrero, y tras un estallido reventó las cadenas que lo restringían, desintegrando casi en su totalidad el arma del santo de Cerbero.
—¡Esto no puede ser! —pensó Vergil, aterrado— ¡¿Qué es esta terrible energía que siento provenir de él?! —soltó su inservible defensa, alzando los puños en espera del inminente ataque de su oponente—. ¿Será éste el séptimo sentido que sólo pocos privilegiados pueden alcanzar?
Como el santo de plata permaneció absorto en sus pensamientos, Sergei tuvo tiempo suficiente para actuar. Aunque su mente se encontraba ligeramente nublada por la rabia, logró centrarse en Vergil a quien no perdió de vista ni un instante.
A una velocidad que superaba la del sonido, el feroz Sergei desplegó un único golpe, clavando las garras de sus nudillos en el peto de la cloth de Cerbero.
La fuerza que acompañó ese impacto llevó a Vergil a estrellarse contra las altas murallas de piedra, siendo enterrado por las pesadas rocas que cayeron por los estragos.



Cuando Aifor cruzó los brazos atrás de su espalda, las chispas de cosmos del caballero Centauro se extendieron en una ventisca de fuego y lava que fluyó como ola contra él.
El suelo por el que pasó la incandescente cosmoenergía se carbonizó al instante. Las manos del joven con antifaz no duraron demasiado en la posición arrogante como pretendía, pues las extendió para tomar el flujo de la corriente, moldeándola a su voluntad. En pocos movimientos convirtió la fuerza de un volcán en una esfera diminuta que descansó en su mano izquierda.
El Centauro no dio crédito a lo que veían sus ojos.
—Vaya, creí que serías un oponente del que podría aprender algo sobre las técnicas de fuego, pues perteneces a un país donde reina el sol. Pero tus llamas son tan simples e indefensas como si tratáramos con un cachorrito —comentó sarcástico al cederle a esa esfera la forma de un gracioso perro que saltó de las manos de su creador y corrió alrededor de Nimrod de modo juguetón.
De un pisotón, Nimrod desvaneció esa burla hacia él— Parece que sabes más de un truco, no lo esperaba.
—Nunca me ha gustado jugar a desventajas —Aifor sacudió sus manos— Supongo que todo maestro de fuego maldice cuando su oponente es un maestro de hielo, y viceversa. Yo por el contrario, bueno… soy muy afín a ambos… —alardeó.
—Interesante…. Pero no me amedrentas. Anda, muéstrame de lo que eres capaz —lo incitó, mejorando su pose ofensiva.
Como respuesta, el Centauro recibió una mirada aburrida por parte de su rival —Nah, no creo… Sería demasiado para ti —dijo con una sonrisa petulante.
—¡¿Qué dices infeliz?! —el plateado se sobresaltó, agredido por el comentario.
—Ya me escuchaste, yo… —Aifor calló al sentir una lúgubre cosmoenergía que lo intimidó por unos momentos. Intuitivamente ladeó la cabeza, buscando el origen de la presencia junto a la que el cosmos de Elke se desvaneció; siendo un descuido que no nadie perdonaría.

Nimrod recubrió sus brazos y piernas enteramente de fuego, lanzándose al ataque. Aifor se giró a tiempo para bloquear los veloces puñetazos con sus brazos sin que el fuego hiciera mella en su ropaje sagrado.
—¿Combate cuerpo a cuerpo? Me parece bien… Aunque no tengo tiempo para juegos, mi amiga peligra —liberó su cosmos gélido, ocasionando que el choque de fuerzas opuestas desprendieran una densa neblina por el vapor liberado.
—Je, no tiene caso que te preocupes por ella, estoy seguro que se entenderá bien con mí amiga —el Centauro sonrió perversamente, como si conociera de antemano cuál fue el destino de la guerrera invasora.
—Oh, entonces tu compañera promete ser un mejor rival que tú.
—Ya lo veremos —masculló Nimrod, soltando un potente rodillazo que golpeó de lleno al desprevenido guerrero de hielo en el abdomen, mas Aifor respondió ágilmente con un aire frio que frenó y heló las piernas del Centauro, propinando después un gancho bajo la quijada del plateado.
Por el hielo que lo mantenía unido al suelo es por lo que Nimrod no se alzó en el aire, mas una exhalación de su nariz liberó un torrente de fuego que derritió con facilidad los cristales.
Reanudaron ambos un intercambio de golpes en el que hielo y fuego se enfrentaban sin piedad.

Los jóvenes aprendices comenzaron a retroceder, sabiendo que esos combates estaban fuera de su alcance. Ayudándose unos a otros buscaban no ser un estorbo más para sus superiores, ni tampoco volverse víctimas de alguna descarga mortal de todo el poder que circulaba por los aires.

Ninguno golpeó al otro después de los primeros dos impactos. Sumidos en ese torbellino de golpes, fuego y hielo, circularon en frenesí trastornando el clima de su entorno.
Nimrod conectó una patada en el costado de Aifor, prendiéndolo completamente en llamas; acompañado de un fuerte golpe con el brazo que podría haberle quebrado el cuello a cualquiera.
Pero aún cubierto por esas intensas flamas rojas, Aifor no parecía afectado de ninguna forma. Su armadura avivó todavía más la intensidad del fuego y dibujó con ellas la silueta de un gigantesco caballo de ocho patas.
—Parece que no comprendes que tu poder está lejos de compararse con el mío —dijo ensombrecido por toda la energía flameante que lo cubría. Las lentillas de su antifaz brillaban en un alarmante color rojo que le daban un aspecto más de un demonio que de un hombre.
Lejos de encontrarse asustado ante la evidente diferencia de sus poderes, el Centauro sonrió fascinado— ¡Admitiré que es la primera vez que enfrento a alguien como tú! ¡Esta es una auténtica pelea entre santos y no ridiculeces! —se preparó para hacer uso de su mejor técnica, su cosmos bailó al ritmo de su emocionado corazón. Sólo hasta que quedara completamente destrozado por un adversario es que admitiría una derrota.
—Las llamas de un fósforo no se comparan con las de un volcán. ¡Prueba el sabor del azufre! ¡Caos de Muspelheim! —de sus brazos se desprendieron imparables olas de fuego.
—¡Serás tú quien arda con mi Estampida de centauros! —millares de cometas emergieron del ardiente cosmos del santo plateado, adquiriendo la forma de un ejército de furiosos centauros flameantes.
El colosal choque de fuerzas inundó la zona en un mar de llamas y cenizas, sin embargo, la armada de Nimrod fue consumida por el paso veloz del fuego anaranjado de Aifor.
Nimrod quedó ciego ante el resplandor de las llamas que fueron en su dirección e incendiaron la piel de su rostro. El santo gritó de forma horrorosa, alterando los nervios de los espectadores de la batalla.
Fue engullido por el violento oleaje que los arrastró hasta estrellarse contra una ladera montañosa. Inconciente, su cuerpo humeante cayó al piso todavía en llamas, mas una brisa fría despedida por Aifor extinguió las flamas.

Aifor no le dedicó demasiado tiempo al santo derrotado, corrió hacia donde la presencia de Elke permanecía diminuta y estática; reencontrándose con Sergei y su lobo Aullido quienes tenían la misma intención por descubrir lo ocurrido con su compañera.
—Alerta niño, tengo un mal presentimiento —gruñó al guerrero de vestidura zafiro.
Aifor sabía que la intuición de Sergei siempre era acertada, por lo que asintió, aceptando el consejo. Ya no percibía más ese cosmos siniestro que le erizó la piel hace poco, y eso lo hizo desconfiar de todo su entorno.
Por las columnas de humo y vapor, la visibilidad fue difícil. Encontraron a su amiga de pie pero completamente inmóvil. Al acercarse a ella descubrieron la angustiosa realidad: allí una estatua de piedra con la forma de Elke permanecía intacta.
—…Por Odín… ¿Qué es lo que pasó? —perplejo, Aifor retiró el antifaz que se plegó a la diadema de su cabeza, sólo para comprobar que no se trataba de un defecto de su visión.
Aullido olfateó la escultura demostrando algo de ansiedad, justo como su amo Sergei quien percibía el aroma y la esencia de Elke atrapada en ese cuerpo de roca.

Son muy buenos para haber derrotado a dos caballeros de plata ustedes solos, estoy sorprendida —escucharon de una distorsionada voz femenina que los hizo volverse en un sobresalto.
El velo de polvo y humo que se mantenían suspendidos en el aire fueron barridos por un fuerte viento que descubrió a un tercer santo del Santuario.
Lo que más impresionó al joven Aifor fue la máscara que llevaba puesta, la misma por la cual Sergei y Aullido permanecían tensos.
Amo y lobo percibían el peligro que rodeaba a la intrigante guerrera que no le permitió a Elke siquiera defenderse.
Lamentable es que vayan a terminar aquí. Pero ni hablar, serán excelentes piezas para mi colección en el jardín —rió con malicia la de cabello marchito.
Un tremendo escalofrío hizo temblar las piernas de Sergei y erizó el pelaje de Aullido a quien jamás había visto tan nervioso y furioso.

Justo como Elke, Aifor se dejó llevar por la curiosidad del misterioso resplandor que comenzó a brotar de los ojos sellados de la máscara, conforme estos empezaban a abrirse. Y habría terminado como ella de no ser por el oportuno Sergei quien lo sujetó por los hombros y lo obligó a girar para darle la espalda a toda esa luz. Aullido reaccionó de forma similar y buscó refugió entre la piernas de su amo.

Desconcertado, Aifor vio horrorizado la forma en la que tres reclutas quedaron congelados instantáneamente en piedra.
Sin duda, ellos habían logrado reunir el valor necesario para decidir apoyar a su superiora, esperando tomar por sorpresa a los distraídos enemigos y atacar. Mas cuando esa luz pasó por encima de los intrusos, golpeando los rostros de los exaltados jóvenes, la transformación ocurrió. Los gestos de pánico que quedaron impresos en sus caras dejaron boquiabierto al más joven de los invasores.
—No… no puedo creerlo —masculló casi sin aliento.
Sergei echó un vistazo sobre su hombro, encontrándose con los ojos sellados de la máscara.
Oh, parece que no fueron tan fáciles de engañar como esos tontos —se burló de los tres que habían sido petrificados—. ¡El Patriarca lo llamaría valentía, yo insensatez! ¡Espero que los demás aprendan que nadie debe intervenir en la batalla de un santo, pues sus consecuencias serán altas! —clamó su advertencia a todos aquellos aspirantes que continuaban en el campo de batalla.
—Es una maldita bruja —musitó Sergei a su joven amigo—. Parece que su habilidad radica en esa endemoniada máscara. Hagas lo que hagas no la mires cuando abra los ojos.
Eso es fácil de predecir, aunque difícil de cumplir —comentó la guerrera de Perseo al haber captado su conversación—. Pero como se encuentran en suelo sagrado les daré una última oportunidad. Abandonen sus armaduras y ríndanse.
—¡¿Qué pasará con Elke?! —preguntó exaltado Aifor. Sus ojos cafés temblaban en frustración.
Si te refieres a esa mujer, quién sabe, tal vez me decida a no volverla granito —aclaró sarcástica, cruzándose de brazos.
—Usualmente los maleficios terminan cuando acabas con la hechicera… —Aifor susurró muy por debajo a Sergei, sabiendo que su agudo oído lo captaría. Si recordaba bien las enseñanzas del excéntrico guerrero de Delta sobre los artilugios mágicos, también existía la posibilidad que destruyendo la careta sea la respuesta a sus problemas.
—¿Estás dispuesto a tomar la vida de la amazona? —inquirió Sergei, cauteloso de esos párpados durmientes.
—No quisiera pero… ¡Demonios, esto se está saliendo de control, pero no podemos detenernos ahora! —se animó a sí mismo—. No antes de tiempo. Sergei, destruyamos la máscara… puede que eso funcione.
¿Qué tanto están murmurando? —inquirió Elphaba de Perseo—. Parecen dos pequeños roedores asustados por la presencia de una serpiente hambrienta —dio cortos pasos hacia al frente, poniendo nerviosos a los guerreros—. No creo que vayan a rendirse, pero tampoco se atreven a atacar, entonces seré yo quien dé inicio a este encuentro —su cosmos aguamarina se extendió de manera amenazante y serpentina por el cielo.

********

Era la primera vez que visitaba Rodorio desde que lo nombraron un santo, por lo que su perspectiva era diferente ante la amabilidad que desprendían los gestos de la población hacia su persona. Era claro que el trato del Santuario hacia la comunidad era de mucha cordialidad y respeto, y por ende se les daba un trato igual en agradecimiento.
Sieg se encargó de mostrarle la humilde agencia de correo, una que llevaba las cartas al puerto y ahí las embarcaban hacia su destino final. Y tal y como el aprendiz a caballero dijo, lo consideraron un caso especial y corrió a cuenta de la casa.
Sugita sólo esperaba no acostumbrarse a tan buena vida, debía permanecer con los pies en la tierra, pues si se había convertido en un santo no era por fama o fortuna, sino por proteger a esas mismas personas que le sonreían.
—¿Puedo preguntar para quién es esa carta tan urgente? —se interesó Sieg conforme caminaban de regreso al Santuario, debiendo atravesar de nuevo la bulliciosa villa por su centro.
—Mi padre —respondió con tranquilidad— Él solía vivir en Japón, esperemos y continúe ahí.
—Así que eres oriental.
Intrigado por el abrupto interés a su persona, Sugita lo miró de reojo—Mi madre nació en oriente, mi padre es de occidente. Viví con él un tiempo en Japón hasta que mi maestro me llevó con él a recorrer el mundo, desde entonces no he vuelto allí —imágenes vagas de una casa en medio de la nada y con un volcán nevado en el horizonte vinieron a su mente—. ¿Y qué me dices tú Sieg, hacia dónde van dirigidas tus cartas?
El de cabello rojo accedió a responder sin ese mal carácter que en ocasiones envenenan sus palabras— No escribo muchas, mis padres no estuvieron de acuerdo en que decidiera abandonar mi hogar sólo para venir a Grecia en busca de perfeccionar mis técnicas.
—Es claro que eres un guerrero de nacimiento, pero ¿no extrañas el hogar? Comida caliente en la mesa, agua tibia para asearte, esas cosas.
—¿Estás añorando ya esa vida? No tienes ni un mes como santo, no vas a durar —rió, hiriente—. Hice bien en apostar en tu contra con los muchachos.
—No quise decir eso —se detuvo junto a la glorieta donde algunas personas llenaban sus cantaros con el agua de la gran fuente de cantera—. Fue simple curiosidad… Espera un minuto ¿hacen apuestas? —se mostró ligeramente indignado de ser objeto de dinero mal habido.
—Je, todo el tiempo. Pero no te sientas especial, es hacia toda situación que permita algo de diversión y dinero fácil… —reanudó la caminata pese a que su acompañante permaneció en su sitio—. Eres la novedad, te doy una semana más y serás como cualquier otro santo —añadió sarcástico.
Antes de dar un paso más y seguir su camino hacia el Santuario, tanto Sugita como Sieg sintieron algunos cosmos estallar, al mismo tiempo en que gruesas columnas de humo se divisaron en los territorios montañosos dentro de los que se encuentra el Santuario de Atena.
La gente comenzó a señalar el fenómeno con visible preocupación. Se alzaron voces anunciado un posible ataque a la fortaleza que conmocionó a muchos.
Sieg lanzó una mirada recriminatoria a Sugita. Por haber perdido el tiempo en trivialidades es por lo que no podían estar en sus posiciones como deberían. Bufó molestó y corrió, con la esperanza de poder llegar a tiempo y apoyar a sus compañeros.
—¡O-oye, espera, es peligroso…! —intentó detenerle, trotando algunos metros, cuidando de no tropezar con algún ciudadano que contemplaba el espectáculo de lenguas de fuego y relámpagos.

Al pie de la colina que conduce hacia las puertas del Santuario, Sugita descubrió que había perdido de vista a Sieg; era más rápido de lo que aparentaba ser.
Las replicas de la campana de alerta comenzaban a disminuir conforme ascendía. Estaba decidido a darle alcance, mas se contuvo cuando una mano se posara pesadamente sobre su hombro.
—¿Souva?
Apareciendo de la nada, el santo de Escorpión interceptó al más reciente miembro de la orden dorada— Ey ¿por qué tanta prisa? —preguntó inocente. Sin lucir su ropaje de batalla.
—¿Qué acaso no hay problemas? —Capricornio cuestionó con urgencia.
—Ah, eso —levantó los hombros con indiferencia—. Ven conmigo —le pidió con una calma que desconcertó a Sugita, sobre todo al ver como avanzaba hacia una empinada lateral fuera del camino que lleva a la fortaleza.
—Pero…
Conciente de la preocupación en el joven, el Escorpión agregó— Tú sabes bien cuál es tu posición Sugita. Todos tenemos nuestro rol en el Santuario, y soldados como tu amigo lo saben también. Acompáñame y entenderás a lo que me refiero —intentó recordarle, prometiéndole con su semblante tranquilo y confiado que todo estará bien, como si todo estuviera controlado.

********

Un sin numero de serpientes emergieron debajo del suelo que ambos guerreros pisaban. Los escamosos cuerpos se enredaron con facilidad alrededor de sus piernas y brazos en un intento de restringir sus movimientos.
Notaron como es que la guerrera de Perseo saltó a varios metros encima de ellos. Aifor y Sergei alzaron la vista, dispuestos a ejecutar sus técnicas al encontrarla en una posición desventajosa, sin embargo cuando el delgado brillo de luz se dibujó bajo los parpados de la máscara, no tuvieron otra alternativa mas que cerrar los ojos y agachar la cabeza descubriendo por si mismos sus espaldas.
¡Meteoros de Pegaso! —su brazo disparó centenas de veloces golpes que cayeron como tormenta sobre los dos hombres que se desplomaron de rodillas al suelo, donde las serpientes empezaron a mordisquear sus armaduras.
Sergei fue el primero en descubrir que en las zonas donde las víboras mordían su ropaje divino, una capa de piedra se expandía alrededor de sus colmillos. Cuando la mujer del Santuario lanzó una patada contra él e interpuso el brazal de su brazo derecho, miró incrédulo como es que las pequeñas partes que fueron convertidas en roca se deshicieron por el golpe.
Inseguro de abrir los ojos o no, Aifor golpeó el suelo con las palmas de sus manos y al instante todo un iceberg se izó, atrapando a la imparable guerrera de Perseo en su interior, junto al séquito de serpientes que se congelaron sin dificultad.
—¡No tiene sentido combatir a alguien a quien debes darle la espalda todo el tiempo! — Aifor se puso de pie, resintiendo la impotencia que le causaba tener a una oponente con una habilidad tan monstruosa. Colocó una vez más el antifaz para proteger sus ojos.
Lejos de creer que el hielo la detendría, Sergei se mantuvo en extrema cautela justo como su lobo, y el presentimiento no fue errado.
Esa temible luz volvió a aparecer en la máscara, Sergei se giró para evitar mirarla, mas Aifor no estaba dispuesto a hacerlo.
Juntó sus manos por encima de la cabeza al momento de cerrar fuertemente los ojos, liberando una torrencial tormenta de fuego contra el hielo que se cuarteó arrojando pedazos afilados hacia todas direcciones.
Aún en la oscuridad y con la protección de sus párpados y armadura, Aifor vio en esa vasta penumbra dos destellos que atravesaron las olas de fuego. Turbado por la inefectividad de su acción, el antifaz de su diadema se partió por la mitad, cayendo junto a sus pies.
Su ataque infernal fue frenado por el cosmos de Elphaba que se transformó en serpientes aguamarinas y se enredaron alrededor de su cuerpo, formando un capullo de protección sobre el que las llamas no hicieron más que empujar un poco.
Aifor pegó una rodilla en la tierra por la repentina pesadez de su brazo derecho. Desde la articulación del hombro hasta la punta de sus dedos este se había petrificado.
La risa de la amazona de Perseo se escuchó siniestra por el eco de su defensa —Qué ingenuidad y torpeza, creer que el poder de la legendaria Medusa puede ser evitado sencillamente cerrando o cubriéndose los ojos —el escudo de protección se deshizo en polvo azul que permaneció flotante alrededor de la sombría guerrera, dibujando una espiral luminosa— Pero me conmovió tu intento… y por eso les diré un secreto: sólo con un gran sacrificio es que podrán sobrepasar los percances que les ocasiona mi máscara —la palpó con sus uñas largas y pintadas de color violeta—. Se dice que nuestro amado Patriarca fue capaz de vencerla al enfrentar a mi predecesor, siendo ese el principio de su invidencia —alargó el dedo índice y cordial, apuntando en dirección a sus desconcertados oponentes. Siendo así como imitó el movimiento con el que hace años un dragón sacrificó su vista para traer luz a otros—. Creo que jamás existirá otro hombre con tal coraje para afrontar las consecuencias de su valentía. ¿Qué me dicen ustedes? ¿Serían capaces de cegarse con tal de detenerme y salvar a su amiga? —añadió en desafío—. O mejor aún, ¿para conservar sus vidas?
Aifor agachó la cabeza, sabiendo bien que su corazón no albergaba tal valor. La simple idea lo hizo estremecerse.
Sergei, quien hacía todo lo posible para mantener sus instintos bestiales relegados y así permitirle al hombre pensar, estaba dispuesto a arriesgarse. Permaneció de espaldas a Elphaba y tocó por el hombro a su compañero, intentando que no abrazara la derrota todavía.

Elphaba de Perseo observó como es que los dos hombres murmuraban entre ellos. Planeaban algo, y sólo porque no todos los días tenía la oportunidad de probar la eficacia de sus habilidades es que les dio la oportunidad.
El guerrero de aspecto salvaje avanzó hacia ella, señalándose como su oponente en turno. Alistó las garras amarillentas de su armadura y dejó circular su cosmos del color del invierno.
Finalmente una mejor actitud. Combate directo, me agrada —siguió sus mismos pasos y avivó el nido de serpientes que trazan su cosmos.
La tomó realmente de improviso la gran velocidad con la que el guerrero Sergei se desplazaba. En un instante él se convirtió en un borrón y al siguiente estaba ya a pocos centímetros de alcanzarle.
Sergei sabía de antemano que los santos del Santuario no son afectados por la misma técnica dos veces, por lo que mantenía a raya sus poderes especiales para un momento decisivo.
Las garras del guerrero perforaron su hombrera plateada, mas Elphaba logró frenar el gancho que dirigió hacia su costado.
El acercamiento resultó una táctica fatal. Tan cerca no había a donde huir, o eso pensó la amazona de Perseo al despertar la máscara de Medusa. Pero Sergei lo había previsto y con gran precisión arqueó su espalda hacia atrás, rodando en el suelo donde permaneció de cuclillas con la espalda al descubierto.
Por la sangre que Elphaba sentía correr por su brazo, decidió no mostrar más piedad. Levantó el puño del que se desencadenaron cientos de golpes en un santiamén.
Tras agudizar todos sus sentidos, Sergei logró esquivar las centellas de luz aún sin verlas de frente, algo que conmocionó a la guerrera de plata.
Antes de pensar en siquiera volver a atacar, Elphaba descubrió como es que todo el suelo se había congelado de pronto, debiendo saltar para evitar que sus tobillos fueran atrapados por esa escarcha cristalina.
Miró a donde se encontraba Aifor, cuya mano se había despegado del suelo solo para que se tornara flameante por la incandescentes llamas que nacieron de sus dedos ¿Acaso iba a atacarla inútilmente? Se preparó, decidida a no dejarse tomar por sorpresa.
Sin embargo, el castaño golpeó el hielo con la palma ardiente, logrando una reacción inmediata sobre el piso. Una gruesa cortina de vapor se alzó, desatada por torrentes propios de un geiser en la zona de combate. Todos los que se hallaban dentro de ella apenas y podían distinguir algo a más de dos metros de distancia.
Elphaba supo lo que intentaban, le pareció un juego por demás infantil cuando ya no sintió la presencia de sus dos adversarios que buscaban perderse dentro del velo blanco.
—Predecible —pensó ella al imitarles, desapareciendo su cosmos.
Sudaba copiosamente por el calor desatado, pero únicamente debía aguardar y jugar a las escondidillas un poco, no había forma que fueran a encontrarla. Era una lástima, pero para su máscara hechizada esa neblina no era ningún impedimento, por lo que abrió los ojos de la abominable Medusa, lanzando miradas hacia todas direcciones, en espera de que al disiparse el vapor encontrará dos nuevas estatuas.
A su izquierda escuchó unas pisadas, y posiblemente divisó una silueta encorvada que se movió por allí. Se dirigía hacia allá cuando a su espalda sintió una brisa de aire que meció sus cabellos, pero al observar de nuevo perdió de vista a la sombra. Volvió a repetirse la misma aparición a su izquierda, obteniendo los mismos resultados.
Enfurecida, Elphaba chasqueó los dientes— ¡Este es un juego por lo demás absurdo! —pensó.
Como si hubiera invocado a sus enemigos, sintió un cosmos despertar muy cerca, podía reconocerlo ya, era el hombre de coraza azul que se movía a gran velocidad, en círculos. Perseo se disponía ir sobre él, pero un cosmos muy parecido apareció en la otra dirección.
¿Cómo era posible? ¡Sentía dos cosmos acechándola… pero eran casi idénticos, sino es que iguales! No, seguramente se movía tan veloz que transmitía esa ilusión, sí, esa era la treta.
Tal cual se activaron dichas presencias, desaparecieron de golpe, logrando que la amazona se sintiera todavía más acechada por las sombras que corrían a su alrededor.
No importaba que ella hubiera desvanecido por completo su presencia, la nariz de Sergei podía saber su ubicación exacta, y el olor inconfundible del miedo lo estimulaba todavía más a la cacería.

Elphaba se hastió de la situación, y tras un fuerte pisotón que dio contra la tierra, infinidad de serpientes salieron bajo las rocas, tejiendo una cama mortal que atraparía a cualquiera que rondara cerca.
Escuchó un bufido cercano. Se sintió victoriosa al saber atrapado al escurridizo invasor. El cosmos de su prisionero se elevó, tal vez en un vano intento de aplacar a las víboras.
Ella corrió hacia allá, la rígida máscara tomó vida al abrir sus ojos mortales.
El camino de escamas se abría ante cada paso que daba, siendo al final donde las serpientes se acumulaban orgullosas alrededor de la nueva estatua. Pero en lugar de encontrar a un hombre petrificado, hallaría al lobo que le acompañaba congelado bajo la roca.
—¡Es imposible! —pensó Elphaba contrariada, ¿un animal como ese es capaz de tener un cosmos tan intenso para haberla confundido así?
Fue tarde para Perseo descubrir el engaño, aún cuando una sombra se proyectó sobre ella. Le habría tomado sólo una milésima de segundo girarse y convertir en piedra al aventurado oponente, pero la suerte ya había decidido acoger a Sergei.
El guerrero cayó como un relámpago, su garra derecha desenganchó la terrorífica máscara de Medusa del rostro de Elphaba antes de que le cediera su mirada mortal. La mejilla de la mujer fue cruelmente lacerada por el paso de las garras; bien pudo haber perdido los labios o hasta la nariz de un sólo tajo.
Perseo gritó adolorida ante la conmoción de toda esa sangre cubriendo su rostro y que resbalaba abundante por su cuello. Mas su castigo no terminó ahí, pues una vez libre de atacar sin ninguna clase de impedimento, con su brazo izquierdo Sergei lanzó su técnica cortante contra Elphaba.
La armadura de Perseo se quebró cual jarra de cerámica que se deja caer al suelo. La mujer cayó de bruces al piso donde temblaba por los profundos cortes que en su piel se habían trazado.

La máscara de Medusa cayó boca abajo lejos de su portadora, donde se zarandeó unos instantes pareciendo que podría invocar un cuerpo en cualquier instante, pero rápidamente fue sometida. Aifor lanzó un aire congelante sobre ella, encerrándola en un cofre de grueso hielo para evitar posibles tentaciones de la extraña hechicera. Creía fervientemente que destruyendo ese objeto podría liberar a todos ¿pero que tal si erraba y era necesaria para el contra hechizo?

Elphaba encajó fuertemente las uñas en la tierra ennegrecida, resintiendo la terrible agonía de sus heridas arder ante la temperatura que paulatinamente comenzaba a volver a la normalidad.
Su cuerpo no respondía. Levantarse sería imposible ahora, logró girar sobre si misma y encarar al hombre que se encontraba mirándola a través de esas lentillas amarillas.
Frente a él, Sergei tenía a una joven guerrera, dieciocho años cuando mucho. Sus gestos eran duros como los de su máscara, pero reflejaban la severidad con la que había sido tratada toda su vida. Su rostro era bello, hasta cierto punto maduro gracias a los raspones y heridas que en su niñez cicatrizaron sobre su frágil piel.
Lo que más le impresionó fueron esos grandes ojos verdes que lo retaban carentes de miedo. Era la primera vez que veía a una oveja herida desafiar a un lobo feroz.
—Voy a preguntar esto una vez —Sergei alistó sus puños afilados—, ¿revertirás el maleficio que le has hecho a los míos o tendré que matarte para conseguirlo? —inquirió con frialdad.
—¿Por qué habría de… liberar a enemigos del Santuario? —se encogió por el dolor, el movimiento de su mandíbula apuñalaba todavía más su herida—. Ni aunque me mates funcionará, se quedarán como están para siempre —añadió, apretando los dientes.
—Mientes… —sentenció Sergei, dispuesto a creer en su solución. Precipitando un golpe hacia el cuello de la guerrera quien se limitó a encarar a la muerte de frente.

Una esfera puntiaguda golpeó brutalmente la espalda de Sergei. Él escuchó como su armadura crujió tras el impacto. Cayó de rodillas cerca de Elphaba quien juntó su cosmos en un puño y descargó un fuerte golpe en el mentón de su rival.
El hombre perdió su casco tras caer brutalmente de costado. Los alargados ojos de Sergei se mostraron a la luz, Elphaba quedó sorprendida al ser tal cual los de un lobo enfurecido, y con esa misma fiereza los observaba a todos.

Una vez que saliera de la precipitada tumba en el que lo habían dejado, un malherido Vergil salvó la vida de su compañera plateada. Pudiendo reunir su cosmos le dio vida una vez más a la cadena y atacó.

La pelea distaba de terminar, lo supo bien Aifor al ver que hasta el caballero de Centauro se puso de pie de pronto.
—¡Dioses guerreros, deténganse en este instante! —clamó resonante una voz sensata.
Sergei y Aifor giraron sus rostros hacia la figura que permaneció junto al umbral desbloqueado, pues el hielo se derritió por la sofocante temperatura.
Los plateados no lo reconocieron ya que no suelen prestar mucha atención a los reclutas en entrenamiento, pero por el contrario, la reacción de los invasores fue diferente, incluso Aifor se permitió sonreír antes de gritar.
—¡Comandante!

***

Souva le mostró un camino alternativo para entrar al Santuario. Un par de pendientes escondían una pequeña brecha entre las cordilleras que jugaba un papel importante cuando escabullirse fuera del refugio era necesario; sobre todo si eres un caballero dorado que gusta de la vida social de la villa.
Nadie que no conociera de antemano dicho pasadizo podría encontrarlo, tendría que ser alguien muy afortunado. Y aunque tal caso llegara a ocurrir, Souva no era para nada descuidado, las trampas puestas en su interior le daban la confianza de que ningún intruso será capaz de pasar.

Sugita permanecía inquieto por la nula preocupación del Escorpión, pero por más que pedía una explicación, Souva lo eludía prometiéndole que nada malo pasará.
El angosto camino desembocó a los pies de las Doces casas, topándose primeramente con uno de los muros laterales del templo de Aries.
Allí, en la entrada del primer templo, todo una comitiva de guerreros se mantenían de espectadores a lo que se suscitaba más abajo, en ese claro ahora inundado por humo y cenizas alzados por el movimiento de las poderosas cosmoenergías que luchaban entre si.
El santo de Capricornio se contrarió al ver allí al mismo Patriarca, junto al señor Seiya, la maestra de las amazonas Shaina, los maestros de bronce Jabu, Geki, Icchi, Nachi y Ban y al caballero dorado de Géminis.
Personas que deberían ser los primeros en ir en ayuda de sus guerreros y estudiantes, estaban allí bajo la agradable sombra del templo de Aries limitándose a observar.

Ninguno de los presente les prestó una debida atención a los recién llegados, lo que pasaba allá abajo acaparaba todo su interés.
Ubicado a la siniestra del Patriarca, Albert comentó— Déjeme decirle que tiene una discípula sublime, Seiya.
Al ser la mano derecha del Patriarca, Seiya se mantenía a la diestra de Shiryu en toda situación. El Pegaso sonrió complacido ante la habilidad demostrada por su alumna y que estaba impresionando a sus camaradas— Elphaba tiene el talento, pero es común que la rebeldía de la juventud la haga cometer descuidos.
—No llamaría ‘descuido’ convertir en piedra a sus aliados —agregó sarcástico el Unicornio.
—Es un tremendo poder el que tiene a su cuidado, es natural que pueda haber esa clase de accidentes —su maestro intentó defenderla.
—Yo culparía a los ingenuos que entraron al rango de ataque… —comentó Albert, despectivo. Ocasionando que Icchi y Ban fruncieran el entrecejo con recelo.

El Patriarca permanecía en silencio, de espalda a todos los demás. Unos creerían que lo incomodaba de cierta forma presenciar una pelea en la que la actual amazona de Perseo se encontrara involucrada debido a esa desagradable experiencia durante su juventud por la que perdió la vista. Sin embargo, hace mucho que Shiryu dejó atrás esos sentimientos y pesadillas; al igual que los demás se encontraba satisfecho e impresionado por el desempeño de la alumna de Seiya. Su habilidad única la vuelve una gran defensora del Santuario… Pero se encontraba preocupado por las actitudes vistas en ella, y también en el caballero de Centauro.

—No entiendo nada ¿Qué es lo que pasa aquí Souva? —musitó Sugita al santo de la octava casa quien respondió con discreción.
—Relájate, nada de esto es lo que parece. Cuando la moral está baja y los objetivos no muy claros, se necesitan de ciertos incentivos para que los estudiantes, soldados y hasta santos renueven su convicción, y que otros se den cuenta que posiblemente esto no es para ellos. ¿Qué mejor que una situación realista en la que se prueben a ellos mismos lo que son capaces e incapaces de hacer?
—Espera… ¿estás tratando de decirme que esto es una especie de… simulacro?
El Escorpión asintió un par de veces— En mi clan lo hacíamos todo el tiempo… pero después fue complicado saber cuando era una prueba y cuando una situación de vida o muerte —comentó risueño.
—No tenía idea que hicieran cosas así —musitó extrañado.
—Yo tampoco —añadió el de cabello negro con mucha expectativa hacia el desenlace—. Es una novedad planeada por el Patriarca, sus razones tendrá. Sólo podemos esperar, así nos lo ha pedido.

—Creo que es suficiente —Shiryu habló de pronto, al percibir el arribo de la persona con la que contaba para detenerlo todo.

Sugita se tensó al ver cómo es que era Sieg quien apareció en el campo de batalla para encarar la situación.


FIN DEL CAPITULO 7


****************

Quise poner las imagenes de los santos plateados que hice pero... me marca que no puedo... asi que las tengo que subir a otro servidor -.- ......... bueno, les dejo el link de perdida por si les interesa =)

GALERIA:

VERGIL DE CERBERO

NIMROD DE CENTAURO

ELPHABA DE PERSEO

Editado por Seph_girl, 29 julio 2009 - 16:24 .

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EL LEGADO DE ATENA - Capítulo 67. "Epílogo"


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Publicado 29 agosto 2009 - 01:13


Hola Seph ^^. Lento, pero seguro... aquí vengo a dar mis opiniones del capítulo 01 jujuju


-Me agrada la forma en que empiezas, con un texto troductoio antes de presentar el nombre del capítulo. Me recuerda a una serie de televisión ^^. Algo parecido hago yo con mi fic The Three Wars, aunque el texto es más corto y va después del tíulo. juju
-Me gusta el nombre Deneb =3 . Sugita se pronuncia tal cual se escribe, o Suyita? o.o
-Me agrada esa sensación de vieja película china, dónde un joven lleno de esperanzas desea ser entrenado por un legendario maestro de artes marciales (en éste caso, convertirse en un santo es la motivación), pero antes teniendo la obligación de subir por una interminable escalera que ponía a prueba su voluntad y resistencia (en éste caso el largo camino antes de llegar a con el Patriarca). Me agrada ^^.
-Aparece Albert, según vi en los dibujos que has puesto en tu galería, es el caballero de géminis juju. Lo dibujaste con un libro en la mano ¿es un guiño a Camus? :P Cómo Kurumada le puso ese nombre por un escritor francés llamado Albert Camus jujuju. Además, también aparece Souya, según la descripción, creo que es el caballero de Acuario (O me brinqué algún parrafo donde se menciona su constalación? o.oU).
-Aparece Shaina =O
-Ese chico que atacó a Sugita... tiene un ataque similar a la Espada Odín de Sigfried, y uno parecido a la Vetizca del Dragón" jujuju.

Vamos a ver qué ocurre con Sugita más adelante. s46.gif

Capítulo 15: La Flor Sangrienta
(Pincha AQUI para Leer)

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Saint Seiya: COSMO WARS
Índice de Capítulos: Aquí




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