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EL ESPIRITU DEL FÉNIX (fantasía)


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2 respuestas a este tema

#1 aries_no_elissare

aries_no_elissare

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Publicado 08 junio 2007 - 19:26

Aquí os dejó el primer capitulo de un relato original mío sobre un joven que debe emprender un viaje para rescatar a su hermana pequeña y para descubrir su verdadera identidad.
_____________________________________________________

CAPITULO I: SECRETOS EN LOS BOSQUES DEL NORTE



988 D.G.O. (Después de la Guerra Oscura)
Praderas milenarias, secadas primero por el tórrido verano que Bretagna había sufrido y heladas después por el crudísimo invierno, se extendían ante ella. Los bosques espesos y extensos, que marcaban el final de su viaje y que significaban su salvación y la de su pequeño, aún estaban muy lejos, a dos días de viaje por las heladas llanuras.
Con el pesado manto que cubría sus miembros agotados ya empapado por la fuerte ventisca, Kirenë temía no ser capaz de continuar adelante, lo cual supondría su muerte y la del bebé de cuatro meses por quien lo había dejado todo y había huido de palacio.
Desde que su marido Sirius, el joven rey de Bretagna, muriera pocas horas después del nacimiento de su hijo, en un supuesto accidente, la joven siempre había temido por la vida de Kaleb, que era el heredero del trono. Sus damas, aquellas envidiosas víboras que nunca habían aceptado que una muchacha sin aparentes orígenes nobles les tomara la delantera y conquistara al apuesto rey de Bretagna, la habían traicionado.
En contrapartida, sus leales doncellas, que la habían seguido hasta el palacio de Pharis, capital de Bretagna, la habían avisado de la conspiración de sus damas. Junto con los enemigos más acérrimos del rey, porque Sirius también los tenía, habían planeado asesinar al príncipe y sin duda, a ella. Sin embargo, Kirenë sabía todo lo que había detrás de aquello. Alguien deseaba algo más que el trono del poderoso reino de Bretagna y su hijo estaba destinado a interponerse en sus planes.
Muerto de frío, Kaleb empezó a llorar. Su ojitos, de un intenso color verde estaban llenos de lágrimas.
- Tranquilo, mi sol, pronto estaremos a salvo, – susurró Kirenë con voz consoladora. - Mi hermana cuidará de ti.
El llanto del niño, sin duda quedaría acallado por la ventisca, pero sus perseguidores tenían otros métodos de escucha. Siendo así no tardarían en recuperar la pista que a la joven reina le había costado tanto hacerles perder.
Había empleado toda su fuerza para protegerlos del frío y las fieras, si ahora debía luchar perdería la batalla. Estaba agotada.
- Deberías hacer callar al crío, Kirenë, acabará por hacer que os descubran, – dijo una voz tras ella. Una voz que le puso los pelos de punta.
- ¡¡¡No!!! – Gritó la joven, aterrada, al reconocerlo.
– Tu huida y tu pequeño derroche de poder han sido en vano, mi reina, - continuó el hombre, que vestía una túnica negra con capucha. – Ahora, ríndete y entrégame al príncipe. – Le exigió con suave crueldad.
- ¡¡¡Jamás!!! ¡¡¡Protegeré a Kaleb con mi vida!!! 
La joven empezó a retroceder lentamente, intentando estar lo suficientemente lejos de su perseguidor para que su influencia oscura no interfiriera y poder poner toda su fuerza en un hechizo de teletransporte. Sin embargo, Kirenë no tenía más que unas nociones de magia y no sabía si aquello le saldría bien.
- Un magnifico alarde de valor, Kirenë. Tu padre era igual que tú, valeroso...
Negando con la cabeza, la joven reina se fue acercando a un pozo abierto en la llanura. No reparó en él y, a causa del hielo acumulado, resbaló y perdió pie.
- ¡¡¡Ah!!!! ¡¡¡Kaleb!!!
El llanto del niño y los gritos desesperados de Kirenë se perdieron en la oscuridad del pozo.
- Y tonto. – Concluyó el hombre.
El encapuchado, seguro de que ambos habían muerto, se marchó de allí con una sonrisa en la boca.
<<Tu muerte era innecesaria, mi bella Kirenë, podrías haber sido más grande de lo que ni tú misma lo podrías imaginar, mucho más que por tu matrimonio con ese blandengue de Sirius. >> Pensó el encapuchado con un punto de pesadumbre, asomándose al pozo por donde la reina francesa había caído con su pequeño. <<Pero tú lo has querido... ¡Misión cumplida! >>

2996 D. G. O.
Yaëren y sus hijos mellizos de ocho años, Kale y Karen, regresaban a Althea, la pequeña comunidad, medio escondida en los bosques de la región de Vyridian, de donde Yaëren se había marchado misteriosamente unos años antes, dejando a su esposo Marcus y a su hijo de nueve años, Ceddrik, solos.
El hombre, muy querido en la comunidad, y respetado por todos por ser la mano derecha del Canciller de Vyridian, Gäwen, había explicado que Yaëren estaba embarazada y quería pasar un tiempo con su madre, pero su vuelta se retrasó ocho años.
- Kale, Karen, vais a conocer a vuestro padre, y a vuestro hermano mayor, Ceddrik. Os hablé de ellos, ¿recordáis?
La niña iba unos pasos por delante y no escuchó a su madre, pero el niño, de ojos verdes y largo cabello castaño claro, cuando su hermana era morena, estaba atento y asintió.
- Están deseando conoceros, a ti y a tu hermana, – continuó Yaëren.
- Mamá, ¿es verdad que nuestra casa es más grande que la de la abuela?
Ensimismada en los bosques que creía que no volvería a ver, Yaëren no hizo caso de la pregunta de su hijo.
- ¡Mamá! – Insistió el niño, tirándole de la manga. - ¿Dónde está la playa, mamá?
Yaëren sonrió a su pequeño, cuya curiosidad era insaciable.
- Sí, Kale, nuestra casa es más grande que la de la abuela y estamos demasiado lejos de la playa, pero cuando nos instalemos, te prometo que os llevaré a ti y a Karen.
- ¿De verdad, mamá? – preguntó Karen, volviéndose al oír su nombre.
-Sí, pero tendréis que esperar un poco, porque aquí aún es invierno y tenéis que ir a la escuela.
- ¿Y qué es la escuela, mamá? – Preguntó Kale.
Hasta entonces, él y su hermana habían recibido lecciones, sobretodo leer y escribir, de su madre y su abuela.
Yaëren apretó afectuosamente la mano de su hijo, pero Karen se le adelantó con la explicación.
- La escuela es donde se va a aprender, tonto, - le explicó la niña con expresión de superioridad y salió corriendo.
- Mami, yo no quiero ir a ese sitio, yo quiero ser caballero – protestó Kale.
Yaëren  torció el gesto, Marcus y ella ya habían discutido ese tema lo suficiente por carta.
Ceddrik iba a ser nombrado caballero por el rey Shedir, había pasado los últimos seis años en Pharis para conseguirlo. Yaëren ya tenía bastante con dos Caballeros del Fénix (la elite del ejército de Bretagna) en casa. No permitiría que  Kale siguiera los pasos de su padre y su hermano mayor.
- Cariño, ya te lo dije, tú serás consejero del Canciller, incluso Canciller, pero no caballero.
- Mamá, ¿aún sigues tratando de meterle en la cabeza al crío que no sea soldado? – Preguntó una voz entre los árboles.
- ¿Así recibes a tu madre, jovencito? – Replicó otra voz más dura.
Marcus y Ceddrik, este último con Karen en brazos, salieron de entre los árboles.
- Marcus – susurró la mujer, emocionada. - ¡Marcus!
El general y su esposa se unieron en un abrazo, mientras que Ceddrik recibía a su desconocido hermano volviéndolo del revés. Kale se revolvió, mientras le pegaba puñetazos los cuales al joven de diecisiete años no le hacían ni cosquillas.
- Suéltame, idiota, ¡suéltame o te vas a enterar!
- Suelta a tu hermano, Ceddrik, sólo te lo diré una vez – le riñó Yaëren, cariñosamente, con los brazos en jarras.
Ceddrik obedeció, pero sin ningún cuidado y el niño se dio un fuerte golpe contra el suelo.
- ¡¡Mamá!! – Llorando, Kale se abrazó a su madre. – Mamá, Ceddrik es idiota, lo odió.
Marcus fulminó a Ceddrik con la mirada.
- ¡Vah! Sólo es un llorón. Me voy a taberna – Comentó el joven, desdeñosamente, encogiéndose de hombros. - ¿Qué? – Replicó ante la mirada furiosa de su padre. – Dentro de dos días se me acaba el permiso y tengo que volver a la Academia, quiero pasar tiempo con mis amigos.
- Y tu madre y tus hermanos acaban de volver, así que ya estás cogiendo la bolsa de tu madre y llevándola a casa. ¿Me has oído?
Ceddrik apretó los dientes.
- Pero, padre...
- Ni pero padre ni nada, ya me has oído, ¡obedece! – Le ordenó, con el tono que usaría con un soldado.
- Sí, señor.
A regañadientes, Ceddrik obedeció a Marcus, refunfuñando.
La severidad de su padre, asustó a Kale que se escondió tras Yaëren, agarrado a su vestido. La mujer meneó la cabeza.
- Vamos, hijitos, ¿no queríais conocer nuestra casa?
Karen y Kale asintieron y corrieron de la mano, siguiendo a Ceddrik.
- Karen y Kale se llevan muy bien, - comentó Marcus, cogiendo de la mano a su esposa y echando a caminar con ella.
- Han crecido juntos y donde vive mi madre no había niños de su edad, es normal que estén tan unidos...
Marcus se paró y le besó el puño a Yaëren.
- Yaëren, dime la verdad – le pidió. – Confié en ti cuando quisiste marcharte, pero te amo lo suficiente como para merecer que me digas lo que sabes sobre Kale.
Yaëren se soltó y le rehuyó mirada.
- Marcus, el viaje ha sido largo y pesado... Estoy cansada, ya hablaremos en otro momento... – la mujer avanzó unos pasos.
Marcus la agarró del brazo para detenerla.
- Yaëren – la bella mujer lo miró con una mezcla de tristeza y culpabilidad.
- Marcus, te amo y lo último que quiero es ocultarte algo… Por favor, perdóname porque lo haga por Kale, pero no puedo decírtelo, no me preguntes más, te lo suplico.
Las lágrimas, amargas, corrían por el rostro hermoso y todavía joven de Yaëren.
Marcus no siguió preguntado y exigiendo repuestas y estrechó a su mujer contra su pecho. Podía ser un hombre duro, severo y frío como una roca, peor amaba a Yaëren y lo último que deseaba era hacerle daño.

Pasaron dos años desde el regreso, que todos en la pequeña aldea cogieron con alegría, de Yaëren y sus dos hijos. En ese tiempo, Marcus, que era capitán de la Guardia de la Cancillería, fue nombrado por Gäwen, General de la División Vyridiana, uno de los más altos honores que se podían conceder. Ese acontecimiento, influyó para que Kale, ya muy unido a su hermana Karen, conociera a un muchacho de su edad, Eric d’Ailhant, el hijo del Canciller Gäwen. A pesar de su noble nacimiento y de que, posiblemente, sería el futuro Canciller de Vyridian, Eric se convirtió pronto en el amigo inseparable de Kale. Y es que los dos niños soñaban juntos en ser Caballeros del Fénix y vivir mil aventuras, mientras Karen les echaba la bronca por no aplicarse lo suficiente en los estudios.
Los tres volvían de la escuela de Althea. Eric tenía un tutor personal, pero los esperaba todos los días y se iba a jugar con Kale mientras Karen estudiaba.
Aquel día los dos niños tenían una animada discusión.
- Yo mataré a mil enemigos de un golpe de mi espada – decía uno.
- Pues yo mataré a dos mil de una patada.
- Ah, pues yo mataré a quince dragones con sólo mirarlo.
- Pues, yo...
Detrás de ellos, Karen enarcaba las cejas.
- Mira que sois tontos, tú serás Canciller, Eric y tú – señaló a su hermano – hace años que no hay guerra por aquí cerca y al único Dragón que vas a tener que enfrentarte es a papá como se entere de que te escapas de la escuela para ir a ‘vivir aventuras’ con Eric.
Kale se cruzó de brazos, con cara de ofendido.
- Eso no es verdad, y con las notas que saco no tienes como probarlo, sabelotodo.
- ¿Ah, no? – La chiquilla puso cara de superioridad. – Pues yo creo que sí. Y si no me creyeran, sólo tienen que ir a preguntarle al maestro y ya está. Sólo está callando porque estás con el hijo del Canciller.
- No lo creerán nunca – afirmó Kale, aunque sin mucho convencimiento.
-  ¿Qué te apuestas?
Kale no contestó. Conocía a su hermana y era la niña de los ojos de su padre y Ceddrik también se pondría de parte de Karen.
- Ya sabía que no te atreverías.
Eric le pasó un brazo por los hombros.
- Karen, no seas mala, ¿qué van a decir los vyridianos cuando seas Cancillera si eres tan viborilla?
La niña se lo quitó de encima con una especie de llave. Eric acabó en el suelo.
- Kale, nos veremos en casa.
Muy digna, Karen pasó sobre Eric y siguió caminando como si nada.
- ¿Estás bien? – le preguntó Kale a su amigo, ayudándolo a levantarse.
- Sólo algo herido en mi orgullo, ¿dónde ha aprendido tu hermana a hacer eso?
Kale se rió.
- Creo que se lo enseñó mi abuela – tiró del brazo del otro niño. – Vamos a pedirle la merienda a mi madre.
Salieron corriendo detrás de Karen, pero por un atajo que conocían.

Cuando llegaron, encontraron a la niña apoyada en la puerta de la sala de estar.
- Pero, ¿qué haces? – le preguntó Kale, enarcando las cejas.
- Cállate, papá y mamá discuten otra vez y quiero enterarme porque lo hacen tan a menudo.
- ¡Pero qué cotillas son las niñas! – Se quejó Kale con una mano en la frente. – Vamos, Eric, vamos a buscar algo de comer.
Karen lo cogió del brazo.
- Kale... – empezó con voz melosa. – Tú tienes muy bien oído… Kale, no podrías... es que no se oye bien.
El niño la miró enfadado.
- A mí no me metas, si te pillan y te la cargas, que sea a ti sola.
- Vamos, Kale, que soy tu hermanita...
Kale se cruzó de brazos y se apoyó en la pared, mirándola con la misma superioridad que ella lo había mirado a él en el bosque.
- Claro, mi hermanita que estaba dispuesta a contar a papá y mamá que me escapo de la escuela.
Karen lo miró furiosa, pero la curiosidad pudo con ella.
- Era broma, venga, hombre, no seas así... Perdona.
Al final, los tres niños acabaron escuchando detrás de la puerta.
Marcus seguía queriendo mandar a Kale a la Academia Militar de Pharis y esa era la razón por lo que él y Yaëren discutían.
La mujer no quería que su hijo pequeño viajara a Pharis, la capital del reino, para ser soldado como su padre y su hermano. Y menos con los rumores que llegaban desde el sur.
- Yaëren,  quieres hacer el favor de ser razonable, - argumentaba Marcus, calentándose al fuego. – Ceddrik está allí y ya es caballero, protegerá a su hermano. Y también está Kaviezel.
- Tú y Ceddrik sois soldados, Kale no lo será también – replicó Yaëren en sus trece. – Me niego a que mi niño cruce toda Bretagna y pase quien sabe cuantos años en Pharis. En Irmeön hay una buenísima universidad... la mejor de Bretagna. Mandaremos allí a Karen y a Kale. – Continuó la mujer, dando por zanjado el tema.
Sin embargo, el general de la División Vyridiana no iba a darse por vencido fácilmente.
- ¿Por qué proteges tanto al chico, Yaëren? – Le preguntó con suspicacia.
- ¿Es tan extraño que una madre desee proteger a sus hijos? – Replicó ella indignada.
- No, no es tan extraño, en un caso normal – contestó Marcus. – Pero sí es extraño cuando Kale no es hijo nuestro y me has ocultado la verdad sobre él durante diez años. – Añadió, con tal vez demasiada crueldad, mirándola duramente a los ojos.
Yaëren no le aguantó la mirada y se volvió hacia la ventana, con el rostro entre las manos para ocultar las lágrimas.
- Yo... ¡Yo no sé nada sobre Kale, Marcus! ¿No puedes creerme cuando te digo que no sé nada? – Exclamó, cada vez más furiosa.
- No puedo creerte, no puedo porque el día que encontraste a Kale en nuestro portal, te marchaste, dejándome solo con un niño de nueve años y sin darme ninguna explicación.
- Tuve que hacerlo, Marcus, tuve que marcharme... – replicó Yaëren. – No puedo creer que aún me lo reproches después de diez años.
- No te reprocho que te marcharas, sino que lo hicieras sin darme ninguna explicación.
- ¡Es que no hay ninguna! – exclamó Yaëren, con la voz rota. – Hemos criado a Kale como a Ceddrik o a Karen. Es nuestro hijo, ¿qué otra explicación cabe?
Marcus, que había tratado de no perder la paciencia, empezaba a enfadarse.
- La explicación de los orígenes de Kale, y tú la tienes, sé que la... - El roce de la puerta cortó la replica de Marcus.
Los dos esposos se volvieron hacía el umbral, para ver allí a Kale, Karen y Eric. Sus caras lo decían todo: los habían escuchado.
Sin embargo, tanto la expresión de Karen como la de Eric, sólo reflejaban la expresión de Kale. El pequeño era muy sensible y, en algunos aspectos, demasiado maduro para sus diez años. Descubrir entonces que había sido abandonado por los que deberían haberlo querido y recogido por quienes creía sus padres fue un golpe muy duro.
- ¡¡Mentirosos!! ¡¡Os odio!!
El niño, con lágrimas en los ojos, salió corriendo.
- ¡Kale, espera! – Lo llamó Karen, saliendo detrás de él.
No obstante, Kale no quiso escucharla. Tan sólo deseaba salir de allí.

Destrozado por el descubrimiento, el pequeño se internó en el bosque, con la intención de llegar a su lugar secreto: un claro oculto tras una espesa capa de matorrales que sólo Eric y él conocían.
Para cuando llegó allí, ya despuntaban las primeras estrellas, pero Kale no temía a la oscuridad, de hecho no tenía ningún problema para ver en ella, aunque creía que era normal. Cientos de veces, había ido hasta allí de noche, a escondidas. La constelación del Gran Fénix resplandecía sobre el centro de claro con toda su fuerza y, aunque no sabía porqué, el jovencísimo “aspirante” a caballero se sentía protegido.
Lo que sí le dio miedo fue escuchar unas voces y risas que se hacían cada vez más altas según se iba acercando al su claro y vislumbrar una hoguera de campaña. ¡Allí había alguien!
<<No puede ser>> pensó Kale, asustado. <<Este lugar sólo lo conocemos Eric y yo. Ni siquiera Karen sabe que existe. >>
Muerto de miedo, se acercó más y vio que los intrusos eran un grupo de seis o siete soldados de armadura negra y cascos monstruosos. ¿De dónde habían salido, si es que eran humanos? A Kale más bien le parecían los monstruos imaginarios contra los que Eric y él luchaban en sus juegos, con la diferencia, de que aquellos eran reales.
<<Humanos o no, decididamente, no son soldados de Bretagna. >>
Se escondió tras los matorrales, rezando al Gran Fénix, que no lo descubrieran allí. Después de cómo se había marchado no podía volver a casa.
- Me gustaría saber cuando nos darán la orden de atacar – escuchó el niño que decía uno de los soldados, quitándose el casco.
Al menos, parecía que era un elfo, alto, con el cabello rubio platino y los rasgos delicados, aunque Kale sólo conocía esta raza por imágenes.
- Estoy hartó de estas misiones de espionaje. Nos llaman los Caballeros de la Muerte, por todos los Oscuros Señores.
- Ponte el casco, elfo estúpido, y habla más bajo – le dijo otro, con voz más de temor que de enfado. – Conoces las órdenes, no nos pueden descubrir.
- Un simple humano no me da órdenes así que cállate, mastodonte, además en este bosque no hay ni un alma – replicó el otro con voz burlona.
- Yo no estaría tan seguro – dijo otra voz.
Kale se quedó sin aliento. Aquella voz había sonado justo encima de él. Una manaza apareció entre la espesura y lo sacó de su escondite, para mostrárselo a los otros soldados.
- Mirad lo que he encontrado. – Kale se retorcía y daba patadas, tratando de soltarse. El soldado lo abofeteó. – Maldito crío, estate quieto.
Kale obedeció, temiendo que si no lo hacía, lo matarían.
El soldado lo llevó hasta el centro del claro, con sus compañeros y lo arrojó al suelo. Kale tuvo que rodar sobre sí mismo para apartarse de la hoguera.
- Así que tenemos aquí un pequeño espía, ¿eh, niño? – comentó el soldado que lo había capturado. Menos el que se lo había quitado antes, todos llevaban el monstruoso casco.
- Sólo es un niño, Lich – intervino el que, por la voz, parecía más joven.
Era el mismo que antes había abogado por cumplir las órdenes estrictamente.
- Un niño que tiene un buen oído ¿qué has escuchado?
- Este es mi claro, vosotros no podéis entrar aquí sin permiso – contestó Kale, tratando de hacerse el valiente, aunque la voz le temblaba.
Los soldados se echaron a reír. Una risa que distorsionada por el casco le heló la sangre al muchacho, ya de por sí, asustado.
- ¿Permiso? ¿Tu permiso? – le preguntó el Elfo, con voz burlona, mientras se limpiaba las lágrimas que la risa le había provocado.
- Sí… ¡Sí! Este territorio es de Bretagna y vosotros no sois soldados de Bretagna, ¡marchaos!
Aquello provocó que la risa del malvado elfo arreciara.
Para que no huyera mientras decidían que hacer con él, lo ataron a un árbol, aunque de todos modos, la discusión de los soldados lo tenía paralizado de terror.
- Matémoslo – opinaba el elfo, con su voz suave y burlona. – Sólo es una rata, una escoria humana, que lo único que hará será traernos problemas…
- ¿Estás loco, elfo? Conoces las órdenes, sólo espiar los movimientos de la División… Si lo matamos se armará un revuelo terrible.
- ¿Crees que voy a cumplir las órdenes de un simple Humano por muy rey que sea? Soy superior a él y me estoy hartando de hacer de recadero.
- Podríamos cortarle la lengua al niño, - medio otro. – sería una diversión y así seguro que no podría decir nada.
- ¿Os habéis vuelto todos locos? Las órdenes son claras, si no las cumplimos lo pagaremos caro, dejemos ir al niño – propuso el soldado joven. – Sólo es un mocoso asustado, no se le ocurrirá decir nada.
- Hasta que se le pase el susto…
- Para entonces ya estaremos fuera de aquí – argumentó el soldado. – Si hacemos cualquiera de las otras cosas que proponéis, tendremos que largarnos igualmente. Y ya sabéis que las muertes innecesarias no le gustan al rey, que además es el Sumo Sacerdote.
El Elfo lanzó un resoplido.
- Se es un maldito blandengue y… Humano – comentó. – No comprendo como hay podido llegar tan lejos.
- Y tampoco te importa, porque nosotros sólo cumplimos órdenes… Sus órdenes, para ser más exactos – contestó el otro. – Es un miembro del Triunvirato y, aunque te pese, merece nuestro respeto.
Al final no llegaron a ningún acuerdo.

Kale lloraba silenciosamente, después de todo no era más que un niño, muerto de miedo. Atado aún al tronco, se arrepentía de haber salido corriendo de aquella manera, sino lo hubiera hecho, estaría durmiendo en su cama.
<<Esos Caballeros de la Muerte me van a matar y lo último que le dije a mamá fue que la odiaba. >> Pensaba el niño.
De repente, una gran sombra cubrió la luna, que aún no se había puesto y una mano apareció sobre su boca.
- Ni se te ocurra gritar, mocoso, y deja de llorar, que no te va a pasar nada – dijo una voz.
Kale la reconoció como la del joven soldado que había tratado de que lo liberaran.
Este le cortó las ligaduras y lo levantó del suelo, cogiéndolo por el cuello de la camisa, hasta ponerlo a su altura.
- Escúchame bien, mocoso – le dijo. – Lárgate y no vuelvas más por aquí. ¿Me has oído? – El niño asintió. – Me lo estoy jugando todo por salvarte el pellejo, así que mejor que olvides lo que ha pasado esta noche.
- Si… i… í. Gra… aaa… cias – contestó Kale, con voz temblorosa.
- No me des las gracias, no lo he hecho por ti, mocoso entrometido, y ahora, ¡largo!
El soldado lo lanzó por los aires. Kale, casi sin tocar el suelo, aunque seguía asustado, echó a correr en dirección a Althea.

Al amanecer, aún no había regresado a casa. Marcus y gran parte de los Guardias Vyridianos, la Guardia de la Cancillería había estado buscando a Kale por el bosque durante toda la noche, sin embargo, ninguno imaginaba que se había alejado tanto.
No fue hasta que despuntó el alba, cuando Eric, que se había quedado en Althea para esperar a su amigo, reparó en el lugar donde podía haberse escondido Kale. Siguiendo las indicaciones del muchacho, Marcus y los guardias partieron en busca del niño.
- Perdóneme, señora Yaëren, si hubiera pensado antes en ello, Kale ya estaría en casa.
Yaëren, con los ojos enrojecidos le pasó un brazo por los hombros, sonriendo, y pasó el otro brazo por los hombros de Karen.
- No pienses en ello, chiquillo, no es culpa tuya – le dijo, limpiándole las lagrimas. – Queridos míos, os quiero pedir una cosa. Prometedme que no hablareis de lo que oísteis ayer. Ni con Kale, ni con nadie.
Los niños la miraron sorprendidos, pero asintieron.
- Recordadlo, nadie debe saber que Kale no es hijo de Marcus y mío.
Karen le dio un beso.
- Ni Eric ni yo diremos nada, mamá, pero dinos, ¿por qué nadie lo puede saber? ¿Quién es Kale?
Yaëren meneó la cabeza en señal de negación.
- Sólo debes saber que Kale es tu hermano y ya está – contestó. – lo siento, cariño, pero nadie más puede saberlo. Que yo lo sepa puede, incluso, ser peligroso para todos.

La patrulla encontró a Kale, en medio del bosque, temblando y paralizado. Aún así, casi recuperó el movimiento de los miembros y echó a correr cuando se vio rodeado de soldados, aunque fueran Caballeros del Fénix.
- Kale, son guardias de la Cancillería, muchacho, no te harán nada. – Le dijo Marcus con su habitual severidad.
Kale se echó a llorar, su mismo padre le daba miedo. Aunque no era su carácter, Marcus se arrodilló y abrazó a hijo. Dulcificó su tono para tratar de consolarlo.
- Kale, soy yo, tu padre, no llores, muchacho – El soldado no sabía que decir para consolar a su hijo, normalmente era Yaëren quien se ocupaba de ello. – Kale, pequeño… ¿Qué ha ocurrido? Vamos, cuéntamelo.
Sin embargo, las palabras del Caballero de la Muerte que lo había liberado resonaban en la mente del muchacho. <<– Me lo estoy jugando todo por salvarte el pellejo, así que mejor que olvides lo que ha pasado esta noche. >> Eso lo hizo reaccionar y Kale se limpió las lágrimas y negó con la cabeza.
- Na… nada, - contestó, con voz aún temblorosa. – Quiero volver a casa, papá… - El niño lo miró asustado, pero ya no por lo ocurrido en el bosque. - ¿Me dejas volver a casa?
El general lo tomó entre sus brazos. Realmente no importaba cuales fueran los verdaderos orígenes de Kale, era su hijo y era él quien debía protegerlo.
- Vamos, hijo mío, tu madre está muy preocupada.
El niño se quedó dormido entre los brazos de su padre.


"El cosmos sagrado de Athena nos hizo revivir y nos protegió de todo mal en el Muro de las Lamentaciones... ¿Crees que vamos a desperdiciar esta nueva vida y vamos a dejar que los Dioses destruyan el mundo que ella tanto ama?
¡No me gusta la violencia pero por Athena, venceré! ¡Soy Mü de Aries, Guardián de la Casa del Carnero Blanco!"
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#2 Sara

Sara

    Acostumbrarse es otra forma de morir

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Publicado 29 junio 2007 - 11:08

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Y la historia cuándo continúa?

Me ha gustado la manera como llevas a cabo la narración y pues estaré pendiente de la continuación.

Ánimo.
"Sé tú mismo, los demás puestos ya están ocupados"

#3 Lunatic BoltSpectrum

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    ¡Sagrado corazón de Jesús en vos confío!

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Publicado 22 noviembre 2010 - 09:07

esta historia esta genial laugh.gif happy.gif

lastima que se halla perdido en los bstos dominios del ciberespacio

una pregunta alguien que haya conocido a ese user sabe si lo publico en otro lado?




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