...Sí, el nombre es similar a otra cosa, pero es pura coincidencia...
Eh? Ah, buenas tardes. El siguiente fanfic lo escribimos con la user Placebo ( :wub: ), el crédito es de ambos. Como saben, aunque nunca he sido muy doradista que digamos (ella un poco más xD), sí que nos interesa igualmente el desarrollo de los personajes, y a ellos, los dorados les falta en demasía, prácticamente no tienen. Por lo tanto, este fic más que de acción (la cual tiene, en todo caso), es de drama, de relaciones y crecimiento.
Así que publicaremos estas historias sobre el pasado de los Santos de Oro. Los años y formas de vida, así como alguna que otra referencia menor están basadas (por comodidad) en el universo de Mito del Santuario :ph34r: , y por tanto algunas cosas son diferentes a las del MO, pero no hay necesidad de leer el otro fic, ya que las historia transcurre en el pasado.
Los capítulos de publicarán en partes. ¿Cuántas? Depende de qué tan largo sea, pero a diferencia de los capítulos regulares, serán de unas 2000 palabras, más o menos. La publicación.. no se qué tan regular sea, tal vez una o dos veces al mes, aunque ya tenemos bastante avanzado.
En fin. Comencemos. Se esperan sus críticas, reviews, comentarios, elogios, amenazas de muerte, todo eso.
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ARIES
-Parte 1-
Febrero de 1988.
En las tierras lejanas, desoladas, frías y duras de Jamir, en el límite de India y China, más allá de las altas cumbres de los Himalayas, todavía residía una raza arcaica, misteriosa, hábil y poderosa que las personas u olvidaron o consideran una leyenda urbana; un mito sobre aquel país tan antiguo como Lemuria o Atlantis, que igualmente desapareció junto a sus habitantes… Pero la antigua torre de Jamir probaba que el mito no era exactamente igual a la realidad, aunque era cierto en algunas cosas.
Hubo un país llamado Mu, miles de años atrás, que las guerras erguidas por los dioses y peleadas por los humanos, destruyeron junto con muchos de sus habitantes, hombres y mujeres herreros y artesanos que destacaban entre cualquier humano por su extrema longevidad, sus características feéricas, sobrenaturales, y tan atractivas que los humanos comunes no creerían al ver, y algunos buscarían eliminar hasta volverlos parias del mundo moderno.
Pero lo cierto es que miembros de diversos clanes sí sobrevivieron a las Guerras Santas que enfrentaron principalmente a los terribles dioses del Olimpo griego entre sí, ya fuera por la paz en la tierra o el exterminio humano. Por muchas razones, hubo muvianos que escaparon a otras locaciones del globo, y la mayoría se reunió en el Tíbet, conformando una pequeña colonia-refugio en el continente asiático.
En la altísima torre sin puertas, parecida a una pagoda, llegó a pasos temblorosos el único integrante del clan Minem-La, un jovencito de cinco años con rostro pálido como la nieve, ojos verdes tan temerosos que buscaban todo con la mirada, cabello violeta tan liso que el viento intenso del Himalaya no parecía afectarlo, así como tampoco el frío desesperante. Solo llegó ataviado con una raída camisa amarilla, unos pantalones gastados de lana y una bufanda tejida a mano, roja como los puntos que reemplazaban sus cejas, y como el emblema de su familia ya marcado a fuego en su hombro izquierdo desde su nacimiento, un resquicio de una era casi tan antigua como el tiempo.
Al interior, un anciano igualmente arcaico lo esperaba con la paciencia que otorgaba la extrema experiencia, los más de dos siglos de edad que pesaban sobre sus hombros tanto como su cargo como el hombre más importante del mundo, el líder de la nación que protegía a toda la humanidad desde las sombras, un sobreviviente a la guerra con el Rey del Inframundo y un ex Santo de Oro, el rango que permite el dominio de la energía universal llamada Cosmos. Por su propia decisión, en toda la humildad que caracteriza a un guerrero que obtuvo el liderazgo por sus méritos, todos en el Santuario le conocían bajo el título de “Sumo Sacerdote”. Sion de Aries, quien a pesar de la espalda ligeramente encorvada bajo la bella y bien decorada túnica blanca, las canas cubiertas por el yelmo dorado y las arrugas bajo la sombra proyectada por el mismo, lucía los hermosos ojos rosados como pétalos de cerezo que caracterizaban a los hábiles integrantes del clan Lixel-Tet. A través de un linaje de seis generaciones anteriores, Sion era el pariente más cercano del niño que no se dignaba a acercarse a la torre por miedo tanto a las sombras grises que proyectaba sobre las rocas, la falta de entradas evidentes y el aura melancólica.
Muu, con cinco años de edad, acababa de perder a su padre, y un par de días después se enteró que tenía un tío lejano con dos siglos de edad viviendo en Grecia, la cuna de las artes, aunque no tuviera mucho sentido. ¿Cómo podía vivir tanto alguien y ser al mismo tiempo un pariente cercano? Su padre había vivido la considerable cantidad de noventa y tres años; su rostro reflejaba solamente tener cuarenta, claro, pero aun así… Al subirse la bufanda para proteger su boca del viento, Muu se preguntó cuánto llegaría a vivir. ¿Cómo le iría bajo la tutela del líder de la nación más importante de la Tierra? ¿Lo llevaría a vivir mil años o diez más? Era consciente de que no lo sabría si no avanzaba, pero en ese momento sus pies se negaban a responder más que con espasmos. Además… había visto al enigmático anciano hace unos días cuando le fueron a informar de la herencia, se mantuvo a cierta distancia mientras el asistente le hablaba sobre la nueva vida que no había escogido.
Aquel hombre le parecía tan alto como un roble. Imponente como una montaña, su mirada mostraba un témpano rojo, palideciendo hasta parecer rosa. Su larga cabellera blanca lucía tan desordenada que parecía tener vida propia, casi levitando por encima de hombros. Esa vez le dio un miedo trepidante, lucía tan frío que no podía evitarlo, y ahora era peor al saber que hablarían cara a cara. Muu no sabía si estaba asustado o inquieto, pero su estómago amenazaba con devolver el arroz semi quemado (y un poco pasado de sal) que había comido hace unas pocas horas. Aquel hombre era sumamente importante. Tan importante que sintió deseos de salir huyendo y, al mismo tiempo, de saber que iba a ocurrir. ¿Qué haría?
—Puedes pasar.
La orden se oyó con toda claridad, a pesar de que el anciano (¿y siquiera podía seguir llamándolo así con esa vitalidad en la voz y su porte majestuoso?) estaba al interior de la pagoda en medio de montañas golpeadas por vientos ensordecedores. Más aún, fue como oírlo en su propia mente, como un pensamiento que no ideó y se plasmara con distinta voz. Se mareó, sintió arcadas, el frío le heló las piernas, pero sin quererlo se puso a avanzar como un robot, como un roedor a la trampa, ya podía sentir el arroz en la lengua. ¿Quién sería realmente ese hombre que podía causarle algo así?
«Quisiera decir que estoy impaciente. Quisiera decir que estoy emocionado por lo que vaya a ocurrir y que todo esto es solo el inicio de algo nuevo. Pero eso es mentira —pensó el ex Santo de Oro, sintiendo que se le originaba una leve jaqueca—. Si tuviera que definir lo que está retorciendo mi estómago, sería algo muy parecido al miedo. No es el mismo miedo que sientes ante la espada del enemigo. No es el miedo que te invade al sentir como una técnica te lanza contra una muralla o temes que tu centro nervioso no vuelva a funcionar. Es un miedo diferente, que se siente similar a un mal presentimiento y yo nunca he ignorado un mal presentimiento, este tampoco es el momento. No es el momento para él tampoco». Sion de Aries llevaba sentado en una silla de humilde mimbre un buen rato, pero decidió hacerla desaparecer y la gravedad lo llevó al suelo. ¿Cómo era posible que un hombre con tantas batallas encima se sintiera así de nervioso ante un solo niño? Un niño… pero es que nunca había tratado así con uno, todos residían ya en el campo de batalla, no en la inocencia de la orfandad.
Muu ya estaba cerca de tocar la pared del primer piso cuando se dio cuenta de que no había puerta por la que entrar. ¿Tan nervioso estaba? ¡Pero es que no conocía a casi nadie más que su familia y algunos vecinos! ¿Cómo podía culpársele? Y para peor, ese hombre importante parecía burlarse de él privándole el ingreso. Muu cerró los ojos, ya no quería saber nada más de nada, su padre había muerto, así que…
—Puedes acercarte, si quieres.
Esta vez la petición fue más cercana, y la escuchó a través de sus oídos. Abrió los ojos y se halló una habitación solo iluminada por la tenue luz del sol a través de las seis ventanas en sus respectivas paredes. El suelo estaba limpio, cubierto por alfombras de lana de yak, y las paredes de granito o algo similar a la piedra, pero que por alguna razón reflejaban luz, eran adornadas por mandalas y figuras de espíritus religiosos. En el centro, sentado en el suelo con las piernas cruzadas se hallaba el venerable líder, un héroe de guerra que se convirtió en el más poderoso de los Santos, en el representante de la diosa de la sabiduría en la Tierra. ¿Acaso era una puerta falsa? ¡Pero en qué momento la atravesó! Era como cuando su padre jugaba a las escondidas y parecía desvanecerse en la niebla de la mañana para aparecer detrás de él.
Muu estaba paralizado del temor, jamás le había hablado una persona tan importante, y estaban a solas, nadie más había sido elegido de testigo. Aunque fueran dos personas, el joven de cabellos violetas se sentía completamente solo.
—¿No vas a saludarme? —preguntó el anciano, y se arrepintió en seguida. No estaba en su trono en el Santuario, no era la manera de comportarse—. ¿Cómo te llamas?
—…Muu —contestó tras diez segundos de duda y un par de arcadas que no consiguió fingir que no existieron. ¡Pero qué nervioso estaba! Parecía que se rompería en cualquier segundo como un juguete.
—Hola, Muu, yo soy el líder del clan Lixel-Tet, mi nombre es Sion… soy… soy un tipo de… s-soy… —Desafió al Rey del Inframundo con su voz, ¿y ahora venía a tartamudear?
—Me dijeron que era un tío, señor. —Muu carecía de expresión en el rostro pálido.
—S-soy quien cuidará de ti de ahora en adelante. —Sion decidió tomar aire… bastante aire antes de continuar—. Nada te faltará, ni de comer ni beber, ni una cama donde dormir.
—No sabe lo que necesito… señor. —Intentó sonar respetuoso pero el dolor de barriga se intensificó antes de la última palabra. Necesitaba un baño. Una salida. No quería conversar más con esa persona.
—Todo lo que necesites está aquí —dijo Sion, y deseó poder retroceder el tiempo, fue una mala elección de palabras.
—Perdí todo, señor.
Un incendio que quemó todo su hogar, que le arrebató la vida a un padre que solo pudo sacar a su hijo a tiempo, que arrasó con las memorias de una vida. Sion de Aries decidió que era momento de hablar cara a cara, aquel niño no era un Santo ni nada, era solo eso… un niño. Así que comenzó con quitarse el yelmo con la efigie de águila y dejar a lucir su largo y caótico cabello blanco, las marcas de su faz y sus ojos rosados.
—Y lo recuperaré para ti —mintió. La memoria era el elemento más importante del ser humano, convertía a las personas en lo que eran, pero las posesiones se las había llevado el viento, y la memoria se debilitaba con el tiempo—. Escucha… Muu, sé que es difícil. También lo es para mí, no sé muy bien que hacer, pero voy a ayudarte. Si el destino nos reunió, debe ser por una razón importante y por mi… trabajo, tengo el deber de cuidar a los desv… inocentes. —Sion deseó golpearse el rostro en ese momento—. Espera, escucha…
—No. No. —Muu lo fulminaba con una mirada que mezclaba profunda tristeza, normal desconocimiento, nerviosismo absoluto y un poco de ira. ¿Pero quién era esa persona? ¡No era su papá, eso de seguro! Nadie iba a cuidarlo, menos una persona con un cargo quién sabe dónde en la cima de quién sabe qué. El niño se dio media vuelta y avanzó a la ventana, dispuesto a salir de ese sitio que no le había traído más que dolores de estómago. Necesitaba salir y buscar a su padre… ¡Era obvio que no podía haberse ido para siempre!
—¡Espera, cuidado!
Muu subió sobre una mesita y saltó por le ventana… y lloró. Lloró al saber que moriría porque Sion lo había engañado, como todos menos su padre. Ya no estaba en el primer piso de la torre, sino en el más alto, y la caída lo mataría. Lo mataría y todo se acabaría. «Y papá estará ahí, él va a atraparme o me llevará con él». Cerró los ojos con fuerza hasta que incluso las lágrimas dolieron… Cuando se dio cuenta de que una caída no podía tardar tanto, alzó los párpados y se halló flotando en el aire, azotado por el viento norte.
—Ah… ah… —comenzó a farfullar, presa del pánico. Pronto sintió una tibieza que le avergonzó como tantas veces en el pasado.
—Lamento lo que has sufrido, de verdad —dijo Sion, con la mano alzada detrás de él, acercándose a grandes zancadas con su porte imponente. ¡Lo sujetaba sin tocarlo! —. Con tantos años en mi espalda jamás había estado en esta situación. Tendrás que vivir en esta torre, pero no te forzaré a nada.
—Estaré solo —murmuró Muu para sus adentros. Ya no lo soportaba. Se largó a llorar con más ganas que nunca, pero en silencio, como si quisiera guardarlo solo para él.
—Estarás conmigo. ¿Recuerdas a mi asistente? Se llama Nicole, es el Santo de Plata de… —Otra vez debía golpearse la cara, pero no era el momento. Debía calmarse, transmitir aquella tranquilidad al pequeño que había de adoptar—. No es importante, pero él se quedará a cargo de mi trabajo hasta que estés cómodo conmigo. Cuando sientas que quieres hablar… estaré ahí para ti. Muu no quiso saber nada más. Ni siquiera supo dónde se durmió.
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Saludos y gracias por leer
Edited by -Felipe-, 05 March 2017 - 23:47 pm.