HYOGA III
21:06 p.m. del 27 de Agosto de 2013.
El aire en el Monte Fuji era asqueroso, como si los muertos se acumularan allí y el mismo infierno se hubiera acomodado en la Tierra. Le recordaba a la leyenda china de la Colina del Yomi[1], del que se decía era un volcán en una dimensión intermedia entre el mundo de los vivos y el de los muertos, que las almas recorrían y por cuyo cráter que caían para llegar a su estancia de descanso eterno. Pensó que los japoneses tenían creencias extrañas; no había ningún infierno, ni nada. Olía a putrefacción, sangre y carne, definitivamente era un lugar oscuro que ya no se regía por las leyes del Santuario, fuera por culpa de un hombre o un fantasma, no importaba. Debía ser exterminado en nombre del Sumo Sacerdote.
—Estas son las Diez Cavernas de los Vientos, Cisne —dijo una voz bastante cordial cerca de él.
—Si entras por cualquiera de ellas te reencontrarás con tus amigos tarde o temprano, sin importar qué camino hayan tomado al principio, ya que son túneles interconectados —añadió otra voz, más gruesa.
«Uno, dos... tres. Qué simple».
—También puedes oír sus gritos de sufrimiento a través de las galerías, ¿cuál te gustaría escuchar primero, copia? —Al último lo reconoció. En su brazo traía una pernera de oro.
—Cisne Negro. Y los otros dos, bajen de una vez, no tengo mucho tiempo para estar perdiéndolo con la basura, acabemos con esto. —Los escuchó maldecir y luego se presentaron en medio de la oscuridad. Su aura le permitió verlos, aunque no fuesen necesarios los ojos contra alimañas como esas.
—Soy el Tucán Negro, tengo el guardabrazos izquierdo —se presentó el más cortés, llevaba una armadura bastante regular sin grandes protecciones, sería fácil encontrar los puntos débiles.
—Yo soy Erídano Negro, el más fuerte de las Sombras, tengo la muslera derecha de Sagittarius y pronto la manopla que llevas —dijo el de voz gruesa. Su Manto (del que se decía se guardaba en uno de los infiernos sobre la Tierra) se veía pesado y tenía formas redondeadas y gruesas, aunque a Hyoga no le pareció para nada alguien “fuerte”.
—Y yo soy el Cisne, por supuesto. Así que dinos, Hyoga, ¿en qué caverna quieres que nos enfrentemos? ¿Los gritos de cuál de tus amigos quieres oír? —Vio como el brazo de la Sombra ya se había sanado.
—Debes tener mucha confianza (o estupidez) para amenazarme cuando acabé contigo con toda claridad hoy en la mañana, Cisne Negro. No tengo amigos, no me interesa lo que le pase a los demás mientras la misión se cumpla, y tampoco tengo intención de entrar a una de esas cavernas. Llegaré a su líder por mis propios medios.
—Parece que eres tú el que se tiene demasiada confianza, lo de hoy fue un descuido. ¡Tomaré tu cabeza y me convertiré en el único Cisne!
Los tres se movieron al mismo tiempo: Tucán volaba desde la derecha con el puño extendido, pero con un Cosmos oscuro concentrado alrededor de su otra mano, era un simple golpe que esperaba ser sorpresivo; Erídano utilizaría su fuerza bruta, tenía ambos brazos arriba, musculosos y firmes, quería aplastarlo pero había saltado sin percatarse de lo descuidada que estaba su defensa; Cisne Negro ya despejaba los vientos, convertía el polvo asqueroso del volcán en su propio golpe, la Ventisca como le llamaba ridículamente, solo sería una pequeña brisa para Hyoga quien los veía casi en cámara lenta.
Saltó, abrió las alas y patinó en el frío hielo que su cuerpo desprendió en medio del aire, se dirigió directamente a su copia quien levantó el escudo oscuro, pero no era su objetivo. Rodeado de seres que no debían vivir calculó la dirección de reflexión, y se preguntó cuán potente debía lanzar su hielo sin destruir ese pedazo de metal inservible que aparentaba ser un escudo.
—¿Me atacas directamente primero? Eres un idiota... —sonrió el hombre de corazón manchado.
—Tú no eres digno de ser objetivo de nadie —le respondió Hyoga. Aún más veloz que sus oponentes, lanzó su Polvo de Diamantes directamente al escudo de Cisne Negro. La coraza reflejó como un espejo la ráfaga (al menos algo bien hicieron al imitar a Cygnus), y el hielo golpeó directamente a la cara a Tucán Negro, a su diestra. Sin poder detenerse dejó que la Ventisca pasara a través de él, le dio una fuerte patada a su copia que en menos de un instante se estrelló bruscamente contra las galerías cavernosas, y aprovechó el impulso para caer sobre el que acababa de recibir su hielo.
Sintió a Erídano acercarse por su espalda, furibundo. Vio los ojos de Tucán Negro pidiendo clemencia, ¡qué tontería!, se rebelaron contra el Santuario y ya se les había condenado. Después de atravesar su corazón con el puño, se dio vuelta para bloquear el ataque del grandote, le destrozó la nariz de un salto con un rodillazo. Se decía en los mitos que Erídano era el único de los seis ríos del infierno que estaba conectado con el mundo de los vivos. Pero sin importar las propiedades diabólicas que tuviera, seguía siendo un río. Y en invierno los ríos se congelan.
Cuando vio por el rabillo del ojo a su copia arremeter nuevamente, Erídano Negro ya se había convertido en una estatua de hielo, y lo único que tuvo que hacer para acabar definitivamente con él fue agarrar al Cisne negro en medio del aire y lanzarlo contra la otra Sombra, la que se convirtió en pedazos de cristal que los vientos nocturnos del Monte Fuji llevarían a un descanso final.
—No puede ser, acabó con dos de nosotros en menos de un minuto. —El Cisne Negro quedó con el brazo nuevamente congelado.
—Exactamente treintaidós segundos. Si entiendes la diferencia entre nuestros poderes entonces entrégame las partes de Sagittarius que tienes, y te prometo por la cruz del norte que te daré una muerte indolora. —Era lo justo, había resistido varios de sus mejores golpes sin desmayarse, algo que hasta el momento solo habían logrado Seiya y Shiryu.
—Puedes intentarlo...
—Como quieras. —Había perdido la opción. Nuevamente el Polvo de Diamantes salió de su puño, pero no alcanzó su objetivo. Hyoga vio como la ráfaga de aire helado se dispersaba frente a su oponente como si chocara con un muro invisible. Como ya era de noche no podía distinguirlo, pero notó el cambio atmosférico y la posición en que quedó la copia, con el brazo hacia arriba y las piernas separadas.
—Je, je...
—Ya veo. Utilizaste tu Ventisca para hacer un muro helado que repele los ataques. —No le sorprendió, era una cosa básica que podían hacer los Santos que manejaban de alguna forma el hielo.
—Así es, tu Polvo de Diamantes es inservible contra este muro, solo lograrás desperdiciar energía. Tendrías que usar algo mucho mejor para siquiera empezar a pensar en la posibilidad de vencerme.
—Eres demasiado arrogante. —Hyoga tardó un poco en decidir, no sabía si esa Sombra valía la pena lo suficiente como para ser la primera víctima. Era hasta riesgoso, pero no tenía tiempo.
El Polvo de Diamantes congelaba las partículas atómicas deteniendo sus movimientos en el aire para crear una ráfaga helada que podía congelar cualquier cosa; pero el Tornado Frío[2] era un remolino creado a partir de la manipulación de los vientos a su alrededor, congelando todo el ambiente menos un túnel en el centro, un vacío por el cual pasaba el torbellino.
Lo desató con un gancho derecho. Las piedras a su alrededor se congelaron y salieron dispersadas hacia los lados, un tornado se presentó frente a Cisne Negro que no pudo bloquearlo con su muro, y lo despegó del suelo. El aire se concentró más, la fuerza de los vientos helados se incrementó y pronto vio a su contrincante atrapado en el ojo de un huracán, llevado a las alturas y despedazado por el ruidoso torbellino.
Lo siguiente sí le sorprendió bastante. Cisne Negro seguía vivo, aunque no le quedaba mucho tiempo, después de todo. Despedazado en el suelo pedregoso, con las extremidades a punto de despegarse del resto del cuerpo por la congelación, la Sombra levantó una mano y se la llevó al rostro.
Una visión horrorosa y difícil de entender le siguió cuando se arrancó uno de sus ojos. La sangre manó a borbotones, fue asqueroso, empapó el suelo pedregoso con un líquido más espeso que los goterones que se evaporaban antes de caer.
—Ja, ja, ja, eres un tonto Cisne, ahora no tendrás oportunidad.
—¿Qué dices?
—¿Esa era tu mejor técnica? Bien... lograste vencerme, pero no conseguirás el mismo resultado con el Señor. —Vomitó sangre al mismo tiempo que la esfera blanca, teñida de rojo, desapareció entre sus dedos. Cisne Negro murió sin parar de reír como un enfermo.
21:35 p.m.
Por un momento tuvo el instinto de vomitar, de caer de rodillas e incluso la debilidad de llorar, pero el hielo en su cuerpo lo reconfortó y Cygnus, su blanca armadura, le dio fuerzas. Aun así era desagradable, como entrar al más profundo infierno a sabiendas de que es un viaje sin retorno.
A pesar de ser de noche veía una nube oscura, una mancha aún más negra que el firmamento (si era posible) sobre el escenario de su próxima pelea casi en la cima del volcán. Allí estaba el temido y respetado líder cubierto por llamas negras que no paraban de arder, vistiendo una armadura tan muerta como su aura putrefacta. Cuando llegó al muelle el día anterior y se encontró con Shiryu agonizando, poco antes que apareciera Pegaso, ya era tarde, la Sombra había escapado así que esta sería la primera vez que lo vería cara a cara. Dragón había dicho que era Ikki, uno de los niños del orfanato, el que había sido enviado al peor de los tres infiernos sobre la Tierra, la isla Reina de la Muerte. Lo que estaba ahora frente a él quizás era humano, tal vez era el tal Ikki logrando sobrevivir a ese infierno, pero más parecía un muerto. Un cadáver viviente. Eso solo podía significar que algún tipo de arte oscuro lo había reanimado... parecía absurdo, pero no tenía otra explicación para algo que le parecía, para todos los efectos, un zombi.
—Oye tú. Tienes el yelmo de Sagittarius, ¿correcto? Dámelo. —Hyoga había dejado la pieza que traía, además de las tres recuperadas, en una caverna pequeña unos metros atrás. Podía ver el casco alado cubierto de oro en sus pies, aunque su luz estaba difusa, casi apagada por las sombras.
—Je, je —fue toda la respuesta que le dio. No podía distinguirlo bien, incluso después de encender su Cosmos era como un borrón negro con forma humana, aunque lograba reconocer algo que parecían unos cuernos y unas colas que salían de su espalda.
«Un momento... ¿Colas? ¿No será...? No, es imposible».
Hyoga disparó el Polvo de Diamantes sin tardar más tiempo asegurándose que llevara su máxima potencia de congelación de una sola vez. El cielo nocturno dejó caer la nieve aunque ésta pareció negra por el Cosmos acumulado de los muertos. Sin embargo, la ráfaga de hielo no perdió su rumbo, se dirigió contra ese ser con aura cargada de odio. Al segundo después Hyoga vio el hielo golpear su propio rostro, cerró los ojos con dolor mientras la escarcha cubría a Cygnus, sus brazos y piernas se tambalearon y la Sombra se mantuvo intacta.
Le habían devuelto su propia técnica. Hyoga usó todas sus fuerzas para no caer de rodillas, no iba a darle el gusto de verlo así. «¿Cómo demonios lo hizo? Fue un movimiento rápido, ¿pero puede ser acaso más veloz que yo?»
Desplegó las alas nuevamente, la nieve cayó con más fuerza convertida en granizo y la temperatura bajó aún más, pero la Sombra continuó impasible.
—Una brisa tan patética no bastará para moverme siquiera un cabello —murmuró el tal Ikki, su voz parecía venir de todos lados como eco de ultratumba.
—¡Maldito! —Esta vez no lo meditó, debía admitir que era digno de recibir su mejor técnica. El Torbellino Frío volvió a despegar, un gancho derecho que hizo a la Sombra quedar encerrada en el remolino de vientos congelados, inmóvil, ascendiendo sin parar. Pero no fue normal. Lo común era que la víctima profiriera gritos de dolor y descendiera agonizando, no que se riera como un demonio.
—¡Ja, ja, ja! Cisne, me entretuviste un rato, pero debes saber que al morir la última imagen que ve el ser humano queda plasmada en sus ojos, eso es algo muy útil si se tiene hombres tan leales como perros. —El hombre cayó de pie sin problemas ni heridas o una pizca de escarcha. Cargaba una esfera blanca manchada de rojo en la mano que reventó un segundo después, una imagen asquerosa—. Aunque veo que lograste apagar mis llamas. Supongo que te felicitaré antes de enviarte al más hondo de los infiernos.
Era cierto, ya no veía una mancha negra sino un hombre de carne y hueso. Alto y robusto, de corto y despeinado cabello castaño; ojos de tono azul cobalto sobre el rostro cuadrado lleno de magulladuras del pasado; la más profunda era una cicatriz que cruzaba la nariz gruesa desde la frente hasta la mejilla izquierda. Estaba rodeado por un aura asesina, triste, dolorosa, iracunda y muerta, pero seguía siendo un hombre. Un hombre que había sobrevivido sin rasguños a su mejor técnica y que llevaba un Manto oscuro de tonos violetas y azules en las hombreras dobles y puntiagudas, también en los brazales y perneras de diseño agresivo; tenía detalles color fuego en el peto en forma de X curva que sujetaba las hombreras, y en los cuernos del casco. Dos pares de colas emplumadas como alas azules salían de su espalda. La insignia de un ave flameante se distinguía en el cinturón.
«Imposible, ¿es acaso...? Ese Manto... ¿Cómo es que nadie lo dijo? Tal vez soy el primero en verlo claramente sin todas esas llamas negras... pero no puede ser posible. El Manto maldito, del que mi maestro me dijo que nadie había llevado antes por su poder infernal capaz de romper con las leyes de la vida y la muerte, el que se mantenía encerrado en... isla Reina de la...»
Todo tenía sentido, pero no por eso era más fácil de creer. Ikki levantó la mano a una velocidad imposible, Hyoga recibió un doloroso golpe en la frente un segundo después que no pudo evitar.
—Antes quiero que me muestres tu alma, Cisne. Me gustaría destrozarla en primer lugar, antes que tu cuerpo —dijo con voz sombría. El primer hombre en portar a Phoenix lo hizo retroceder, atemorizado.
Pronto la imagen de su oponente se desvaneció, y un cúmulo de visiones borrosas se mezcló en un torbellino frente a sus ojos. Había hielo, cisnes volando bajo el cielo ártico. También vislumbró a su maestro, luego a Isaak...
***
Estaba en un bote sobre el mar frío de Siberia. Alzó la vista para encontrarse con un enorme navío que se hundía en el mar más frío del planeta. En la proa, una mujer de cabellos dorados y labios rojos, vestida con un grueso abrigo rosa le sonreía con calidez aunque no dejaba de llorar por sus bellos ojos del color de los diamantes.
—Mamá... —se escuchó susurrar aunque la boca le supo a sal y la voz más aguda, como la de un niño.
—¡Te amo, mi Hyoga! —exclamó la mujer, y una mano grande, de adulto, le tapó los ojos. Aunque sabía lo que sucedía, su cerebro lo ayudaba con la imagen. El barco desaparecía en el frío océano, se hundía para nunca volver. Las aguas se congelarían y su madre permanecería allí para siempre.
—Interesante, muéstrame un poco más, por favor —susurró una voz de penumbra.
El barco desapareció. Le siguió la línea divisoria horizontal entre el mar y el cielo, se esfumaron las nubes y también los glaciares. Todo era oscuridad, aunque se divisaban algunas algas y pequeñas burbujas. Un rostro con una cicatriz sobre la nariz se rio frente a él y luego se hizo a un lado para mostrarle nuevamente el barco. Esta vez estaba cubierto de moho, la madera se veía desgastada y fría, las velas se habían desgarrado con el tiempo y el frío inundaba el ambiente. El navío hundido se hizo más grande y Hyoga sintió como nadaba hacia él, vio sus brazos aleteando delante. El Cisne navegaba bajo el océano ártico.
Abrió una puerta al fondo de un pasillo congelado, sintió que aún podía aguantar la respiración mucho más tiempo, así que se deslizó al interior de la fría habitación, a la cama que servía como tumba eterna. Allí estaba, hermosa y elegante como siempre, su cabello rubio se mecía suavemente con el sutil oleaje submarino, sus labios delicados eran los mismos que le daban besos en la frente cada mañana; un vestido celeste de seda la envolvía, lo que había decidido ponerse para el viaje final... sus ojos estaban cerrados, descansando para siempre.
«Mamá...»
Hyoga se quitó algo de la boca y la miró antes de dejarla cuidadosamente entre sus cabellos: una rosa sin espinas tan roja como la sangre que flotaba de sus nudillos como pequeños hilos escarlata.
A diferencia de sus visitas anteriores, esta vez a su madre se le ocurrió abrir los ojos y uno de ellos se salió de órbita, colgando horripilantemente de la cuenca vacía al lado derecho de su nariz; los rizos dorados se desprendieron de su cabeza dejando una calva que se desarmaba en pedazos como un huevo al que se le quita la cáscara; la piel empezó a arder y se despegó de la carne interna dejando una masa roja grotesca con sangre saliendo a borbotones; de los labios deformes de Natassia salió un grito desesperado y horrendo, una pesadilla que daba indicios del destino de esa mujer. Al morir se había ido al infierno y quería llevarlo con ella...
***
—¡¡¡Ahhh, mamá!!! —gritó Hyoga viendo nuevamente la noche del monte Fuji antes de taparse los ojos y dejar que las lágrimas tomaran rumbo mejilla abajo. Oyó la risa lúgubre del primer Santo de Fénix en la historia.
—Ja, ja, ja, ¿quién lo diría? El hombre de hielo sigue llorando por la madre que falleció seis años atrás como si fuera ayer. Amor, ternura, cariño, calidez y bondad, sentías todo eso por ella. Eres patético, me das náuseas...
—¿Cómo te atreviste a hacer esto? ¿Cómo pudiste tocar mi recuerdo más preciado? —Hyoga no entendía. Le parecía imposible que pudiera odiar tanto a alguien, que deseara tanto torturarlo y deshacerse de la manera más sanguinaria de ese espectro endemoniado.
—¿Me odias? Suena bien, aunque tardaste mucho en entender cuál es el camino, Cisne.
Hyoga acumuló su Cosmos, frío como los mares árticos al mismo tiempo que ardiente como el infierno en su puño, y arrojó su Polvo de Diamantes. Pero el fantasma se deshizo entre llamas negras y apareció a su lado, a centímetros. Sintió un agudo dolor en el pecho, un profundo ardor en el peto de Cygnus, y vio como el puño de Ikki le había perforado la armadura con facilidad; la sangre corría como ríos infernales desde su corazón.
«Mamá...» Hyoga solo pudo ver la sonrisa fúnebre de ese hombre, esa Sombra venida de una entraña agonizante, antes de que todo se volviera negro.
**
Con este capítulo llega la primera aparición distinguible del Ave inmortal.
Editado por Felipe_14, 23 julio 2015 - 18:10 .