-Aftermath: Empire's End-
Lo llaman el viejo veterano, lo que en sí es gracioso porque apenas tiene diez años, pero
ha estado aquí más que cualquier otro niño. Los refugiados vienen y van, todos provienen
de mundos dañados, en guerra o en los que el Imperio se ha ido y donde sólo queda una
estela de caos. Algunos niños se quedan por una temporada, dos, hasta tres, pero
eventualmente alguien viene, una persona elegante, y los adopta.
Pero no a Mapo.
Mapo no tiene una oreja y la mitad de su cara parece una carpintería al final del día.
Sus cicatrices se extienden de su quijada hasta el agujero que solía ser su oreja y su
cráneo. Ahí no le crece cabello. Por un tiempo intentó dejarse crecer el cabello y peinarlo
de lado para cubrirse, pero el experto le dijo que eso lo haría ver aún menos accesible.
(Como si eso fuera posible).
El brazo de ese lado tampoco le funciona muy bien que digamos. Está doblado y
cuelga inerte. Funciona, pero no como debería.
Ahora está de pie en la Plaza del Catalan, en el extremo alejado de la Fuente Plateada.
Theed es una ciudad repleta por plazas y fuentes, pero esta es la favorita de Mapo. Los
niños la llaman la Fuente Montaña por la forma en que el agua brinca creando arcos que
simulan una cordillera sobre todos los que se reúnen en la plaza a ver las aves tik-tak o a
pintar las montañas Gallo más allá de los márgenes de la capital.
A través del rocío, él puede ver una figura que se sienta a lo lejos. Sólo una figura
borrosa entre el agua.
—Puedes ir a hablar con él —dice Kayana. La joven mujer es una de los naboo aquí.
Ella es una cuidadora, alguien que vigila a los niños.
—No. Está bien —dice Mapo—. No hay problema. Está ocupado.
—Estoy segura de que le encantaría conocerte.
Ella le da un empujoncito. Él gruñe y piensa: «Nadie quiere conocerme». Quizás es
por eso que Kayana lo empuja, quizás quiere enjaretárselo a alguien más. Hace un par de
semanas escuchó hablar a los cuidadores y ellos habían dicho que era «realmente
deprimente».
De cualquier manera, ella podría tener razón. No es como si tuviera algo que perder.
A Mapo no lo van a adoptar hoy, ni mañana, ni nunca.
Mapo rodea la circunferencia de la fuente. El viento hace que lo salpique la brisa y lo
refresque. Él deja que su dedo siga el camino que marca el borde de piedra de la fuente,
dibuja líneas en el agua que desaparecen de inmediato.
Y entonces ahí está:
El gungan se agacha y succiona un pez rojo con la boca sorbiendo escandalosamente.
La lengua se asoma cual víbora de la boca que parece pico y la divertida figura tararea un
poco mientras se chupa los dedos.
Mapo aclara la garganta para anunciar su presencia.
El gungan está sorprendido.
—Ay. Heyo-dalee.
—Hola —dice Mapo.
Los dos se miran en silencio, un silencio que se extiende.
El gungan ha estado aquí tanto como Mapo. Probablemente más. Desde que los niños
comenzaron a llegar en calidad de refugiados en cargueros. Este gungan les ha servido.
Ha actuado para ellos una o dos veces al día. Hace trucos. Es malabarista. Cae y sacude
su cabeza y hace que sus ojos giren en sus cuencas. Hace sonidos graciosos y pequeñas
danzas extrañas. A veces es la misma rutina repetida. A veces el gungan hace cosas
distintas, cosas que nunca has visto y que no volverás a ver. Apenas hace unos días,
chapoteó al centro de la fuente y fingió lograr que los chorritos de agua lo elevaran por
los aires. Brincó de arriba a abajo salpicando todo hasta que en un salto se golpeó la
cabeza y cayó sobre su trasero. Volvió a sacudir la cabeza con la lengua de fuera. Todos
los niños rieron y el gungan rio con ellos.
Lo llaman el payaso. Traigan al payaso. Queremos ver al payaso. Nos gusta cómo
hace malabares con las cáscaras de glombo y cómo escupe a los peces en el aire y los
vuelve a atrapar, o cómo baila por doquier y cae en su trasero…
Eso es lo que los niños dicen.
Los adultos, por su parte, no dicen mucho de él o hacia él. Y no hay gungans que
quieran venir a verlo, tampoco. Ni siquiera hay quien pronuncie su nombre.
—Mi nombre es Mapo —dice el niño.
—Misa Jar Jar.
—Hola, Jar Jar.
—¿Túsa quere unas mordidas? —dice el gungano y sostiene en el aire un pez rojo—.
Estasa pez pik-pok muya bueno.
—No.
—Oh. Stasi bieni.
De nuevo, el silencio cae sobre ambos como un abismo.
El niño puede ver que el gungan es el más viejo que ha visto ahí en Theed. Jar Jar
sacude sus bigotes colgantes, bueno… no son bigotes en realidad son protuberancias
escamosas que bailan cuando él se mueve. El gungan observa a Mapo ahora más de lo
que mira a su pez, que de pronto se escurre de su mano y escapa. Grazna alarmado y saca
la lengua disparada atrapando con ella al pez en pleno vuelo y lo guarda en la boca. Jar
Jar se retuerce al tragar.
Mapo ríe.
Jar Jar le ofrece una gran sonrisa, una de la que no se siente avergonzado.
Eso hace que Mapo ría con más intensidad. Por un segundo, Jar Jar se ve satisfecho,
como si fuera música para él.
—¿De dónde túsa vienes?
—De la estación Golus.
La mirada inexpresiva en los ojos del gungan le dice a Mapo que él no tiene idea de
dónde está eso, por lo que Mapo añade:
—Está sobre Golus. Es un planeta gaseoso en el borde medio. El Imperio estuvo ahí.
Lo usaban para cargar combustible, pero al irse decidieron volar los tanques de
combustible. Supongo que no querían que alguien más los usara. Tomé mis juguetes y fui
a casa, ya sabes. Mi mamá y mi papá…
Mapo está enojado consigo mismo por no poder decirlo después de todo este tiempo.
Las palabras se anidan en su interior y no puede verlo a los ojos.
—Oie, mooie —dice Jar Jar sacudiendo la cabeza y mirando abajo—. Eso es muya
triste. ¿Tusa quere ver un trucoa?
—Sí, seguro.
El gungan ríe y sumerge la cabeza en la fuente llenando su cara de agua. Su pico y
sus cachetes están a reventar. Mapo espera verlo escupir el agua, pero no lo hace. En vez
de eso, se ve cómo tensa todo su cuerpo, su cuello, sus ojos bien abiertos.
Entonces: rocía el agua con sus orejotas. Se le desinflan los cachetes mientras el agua
sale por ambos lados de su cabeza.
Mapo no puede evitarlo. Ríe con tal intensidad que le duelen las costillas. Jar Jar no
se ríe, pero se sienta y luce tan satisfecho como cualquiera.
Cuando el niño deja de reír, él le limpia las lágrimas del rostro.
La sonrisa de Mapo va de oreja a oreja y dice:
—Eso fue asqueroso.
Jar Jar levanta su pulgar en aprobación.
—En realidad nadie habla conmigo —dice el niño.
—¡Misa hablo contigo!
—Sí. Lo sé. Por ahora. Pero nadie más lo hace. Nadie quiere verme.
A veces Mapo no se siente real. A veces siente como si fuera un fantasma. «Ni
siquiera yo quiero verme».
Jar Jar se encoge de hombros.
—Todo nadie habla conmigosa, tampoco.
—Lo he notado. ¿Por qué no te hablan?
—No esto muy seguro —dice el gungan mientras simula estar pensando—. Yosa
penso que e por Jar Jar cometió algunos oh-oh errorens. Grandens errorens. Los jefes
gungan me desterraron hace tiempo. Yosa no vuelvo a cassa por eternidad. La ente en
Naboo cre que ayudé al oh-oh-Imperio.
Por un momento el gungan se ve triste y fija su mirada en el horizonte. Luego se
encoge de nuevo.
—Nosé yo.
Mapo se pregunta si sabe más de lo que cuenta.
—Yo no creo que hayas ayudado al Imperio —dice Mapo sin estar seguro de nada,
pero no siente esa extraña sensación de que este sujeto pudiera hacer algo como eso. No a
propósito. Es un viejo y dulce payaso—. Puede que no pertenezcas a ningún lado, como
yo.
—Puequr, stasi bieni.
—Quizás eso stasi bieni —suspira Mapo—. No creo ir a ningún lugar, Jar Jar.
—Misa tampoco.
—¡Podríamos ir juntos a ninguna parte!
—Esidea uy buenaa.
—Oh, perdón —dice Mapo hundiendo la barbilla en su pecho.
Pero Jar Jar ríe.
—¡No! uy buenaa. Misa rio. Nosotres somes migos, migos.
El gungan le da una palmadita en la cabeza.
Mapo no está seguro de lo que sucede, pero uybuenaa debe significar «muy buena».
—¿Podrías enseñarme a ser un payaso como tú?
—Seera ayaso es uybuenoo. Misa te enseño, migo. ¡Remos que la galaxia onría, eh!
—Suena bien, Jar Jar. Gracias.
Jar Jar le sonríe y levanta sus pulgares. Son migos de verdad.