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Trotamundos solitario: La leyenda del Yermo


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46 respuestas a este tema

#21 Sekiam

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Publicado 11 diciembre 2015 - 17:36

Siempre me parece gracioso lo de la Nuka Cola.

 

Me gustó que le pusieras más emociones al prota, esta muy bien, así uno se mete más en lo que sucede. Me quedó dando vueltas lo del botón xD ¿sería el último o el primero? o ¿el último de abajo hacia arriba? jajaj no se como se debería decir solo creo que aunque se entiende la intención también suena a que esta mal de alguna manera xD

 

Las cosas se han puesto peligrosas para TS, pero como buen héroe no permitirá que siga tanta injusticia,  me parece bien que quiera ayudar, ahora veremos como lo hace :3


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#22 Patriarca 8

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Publicado 11 diciembre 2015 - 22:42

Capítulo II: Amargo día de reyes

 

-fue gracioso como Three Dog anunciaba que estaban en navidad XD

 

-El Nuka Cola demuestra que el legado de coca cola perdura

incluso en una época apocalíptica Jajaja

 

-pobres niños y yo que pensaba que Ikki y los demas protas habian tenido  infancias duras


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Publicado 12 diciembre 2015 - 20:08

Siempre me parece gracioso lo de la Nuka Cola.

 

Me gustó que le pusieras más emociones al prota, esta muy bien, así uno se mete más en lo que sucede. Me quedó dando vueltas lo del botón xD ¿sería el último o el primero? o ¿el último de abajo hacia arriba? jajaj no se como se debería decir solo creo que aunque se entiende la intención también suena a que esta mal de alguna manera xD

 

Las cosas se han puesto peligrosas para TS, pero como buen héroe no permitirá que siga tanta injusticia,  me parece bien que quiera ayudar, ahora veremos como lo hace :3

 

Hola, señorita Sekiam. Primero de todo, agradecerte la lectura, ya que podrías estar aprovechando tu tiempo en algo mejor que leer mi historia y sin embargo aquí estás.

 

En realidad el trotamundos solitario es un tipo que de verdad siente las injusticias y necesita corregirlas. El canon es así, no es que haya creado a un personaje bueno como un cacho de pan porque sea la moda. Aunque también tiene su parte mala y por supuesto será desvelada más adelante.

 

Respecto a lo del botón, es el de arriba, para que se vea más escote. Ya se me entendió, espero.  :lol:

 

Muchas gracias por tu visita, señorita Sekiam. Un gran abrazo.

Capítulo II: Amargo día de reyes

 

-fue gracioso como Three Dog anunciaba que estaban en navidad XD

 

-El Nuka Cola demuestra que el legado de coca cola perdura

incluso en una época apocalíptica Jajaja

 

-pobres niños y yo que pensaba que Ikki y los demas protas habian tenido  infancias duras

Hola, querido T-800. Primero de todo, muchas gracias por tu visita ya que tu tiempo te toma visitar nuestras historias día a día.

 

Three Dog es un negro cachondo de la leche que se pasa la vida haciendo bromas, porque no se puede estar quieto.

 

La Nuka Cola es claramente una parodia de la Coca Cola, y representa con el Nuka las bombas nucleares del juego.

 

En el Yermo no hay paz para nadie. Los fuertes se quedan con los débiles, y espero representarlo como es debido.

 

Un saludo enorme, compañero T-800.


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Publicado 20 diciembre 2015 - 10:56

Capítulo III: Dispara antes de preguntar

 

La vida no es sino una continua sucesión de oportunidades para sobrevivir.

 

Gabriel García Márquez; escritor colombiano.

 

*****

 

7 de enero de 2284; 10:30 AM; Rockwell.

 

Los primeros rayos de sol se filtraban a través de los tablones de madera que apuntalaban las ventanas como si se tratase de una casa abandonada. La luz incidió en los ojos del trotamundos, que se despertó debido a la claridad. Al lado del joven estaba dormida la recepcionista. La sábana le cubría los pechos a duras penas y el resplandor del alba hacía enrojecer aún más su rojo cabello, que parecía que estaba en llamas.

 

El joven se vistió y caminó hacia la puerta sin hacer mucho ruido, pues no quería despertar por nada del mundo a aquel ángel dormido. En cuanto se disponía a salir de la habitación, la pelirroja llamó con una voz sensual a su compañero de cama.

 

—¿Ya te vas, tigre?—la mujer se desperezó estirando sus brazos y dejando a la vista sus voluptuosos pechos, que fueron descubiertos de forma intencionada por aquella—. Todavía no me has dicho tu nombre.

 

Con una sonrisa ladina, el viajero se dio la vuelta mientras observaba atento a la diosa de cabello rojizo con la que unas horas atrás había compartido lecho y hecho cosas que harían enrojecer a cualquiera.

 

Sin pudor ninguno, la mujer se destapó entera dejando a la vista su despampanante cuerpo sin nada que lo cubriese. La fémina cogió de la mesita cercana una cajetilla de tabaco. Del interior de aquella sacó un cigarrillo sucio y una cerilla. Después, la señorita se sentó en el mueble con las piernas cruzadas y frotó el fósforo contra la pared, haciéndolo arder, para luego acercar su llama a la punta del pitillo.

 

—Yo me llamo Lydia—continuó con picardía la belleza pelirroja mientras daba una calada a su recién encendido cigarrillo—. Se me olvidó decírtelo entre tanto… jaleo.

 

— ¿Lydia? Qué hermoso nombre—con una actitud condescendiente, el extranjero intentó zafarse de aquella cuestión incómoda.

 

Pero lejos de despistar siquiera a la espabilada mujer, esta insistió con su pregunta, ya que sentía una gran curiosidad por aquel joven.

 

—Aún no me has contestado, tigre.

 

El aventurero suspiró con pesadez, viendo que no tendría manera de evitar responder al interrogante que le planteaba su bella amiga.

 

— ¿Mi nombre, dices?—sonrió haciéndose el interesante—. Ha pasado tanto tiempo desde la última vez que alguien lo pronunció que ni siquiera lo recuerdo.

 

— ¿Ah, sí?—la mujer se bajó de la mesita y caminó hasta quedar a un palmo de los labios del joven, que la miraba inquieto; le perturbaba tener a una mujer desnuda tan hermosa a tan corta distancia—. Entonces te llamaré… tigre…

 

—Puedes llamarme… viajero…—el trotamundos solitario tartamudeó nervioso, pues sentía la cálida presencia de aquellos pechos femeninos apretujarse contra su torso.

 

—Muy bien, viajero… ven a verme de nuevo…—Lydia espiró el humo del cigarro en la cara de su amante de una noche; después se dirigió a la cama y se arropó entre las mantas.

 

El extranjero salió de la habitación y cerró la puerta tras de sí. No tardó en salir de nuevo al desértico lugar que era Rockwell.

 

Miró su Pipboy; este marcaba las diez y media de la mañana. Lo que el día anterior había visto como arena y piedra calcificada hoy lucía con un manto blanco y marrón que el joven jamás había visto antes en Yermo Capital.

 

—Perdone—preguntó a un transeúnte que llevaba unas cajas a cuestas—. ¿Qué es eso blanco que hay en el suelo?

 

—No tengo ni cain idea, zoquete—respondió con agresividad aquel hombre—. ¿Quizás sea nieve?

 

Sin decir nada más, siguió su camino mientras intentaba no tirar ninguna caja del montón que había apilado.

 

A pesar del brusco comportamiento del que acababa de ser testigo, el joven decidió no responder al insulto, pues si le echaban de la ciudad no podría ayudar a los niños.

 

De nuevo fue al Hígado de acero para desayunar. Cruzó la puerta de Saloon del oeste que tenía aquel establecimiento y se sentó en uno de los asquerosos taburetes. Allí le atendió el mismo camarero de ayer.

 

— ¿Otra Nuka Cola, amigo?

 

—Por supuesto—un poco extrañado por aquella amabilidad, se puso alerta; cuando alguien tenía ese carácter era porque algo pretendía.

 

Mientras esperaba la llegada de su refresco helado, dos hombres armados entraron y se sentaron al lado del joven. Ambos llamaron al camarero, al que se refirieron como Bill “Hat Trick” Adams, y le pidieron dos botellas de Whisky para llevar. Como al viajero, les tocó esperar, y se pusieron a hablar entre ellos.

 

—amolar—dijo el más cercano, mientras fijaba su mirada en un sucio espejo que estaba enfrente—. Esto de Gus me tiene aguitado; no he dormido nada por la bronca que nos echó el hijo de cain del Tío Tom.

 

—No te preocupes—el otro tamborileaba con sus dedos al ritmo de la canción de Beethoven, intentando pasar el rato mientras llegaban sus botellas—. En realidad, ese cerdo de Gus merecía morir. Siempre lo escuchaba fardar de cómo violaba a las niñas y luego las molía a palos; era repugnante. Lo haya hecho quien lo haya hecho, merece un premio.

 

Vaya, parece que no todos estos capullos son unos insensatos.”—pensó para sí el trotamundos solitario, que escuchaba con disimulo la conversación ajena.

 

—Esta porqueria me tiene frito—de nuevo intervino el primero, que comenzó a impacientarse por la tardanza de su alcohol—. Espero que cojan rápido al desgraciado que lo mató para que pueda dormir tranquilo.

 

El camarero llegó con la Nuka Cola del joven y las botellas de Whisky de los mercenarios, que las abrieron en cuanto pudieron, pagando cinco chapas por cada una de ellas. Después ambos se marcharon dando tragos y vociferando.

 

El ensimismamiento que el extranjero llevaba llamó la atención del barman, el cual chasqueó los dedos en la cara de su nuevo cliente.

 

—Eh, chaval. ¿Estás aquí?

 

— ¿Qué?—el viajero movió la cabeza para despertar de aquel sueño personal en el que se había sumido—. Ah, sí, perdone… no dormí muy bien la última noche.

 

—Sí, ya me han dicho que dormiste con Lydia—soltó de golpe el camarero.

 

— ¿Y cómo caño sabe eso?

 

—En este pueblo se sabe todo, chaval. Y más si grita a las cinco de la mañana como si la estuviesen matando. Pero no te preocupes, en cuanto te des cuenta de lo que en realidad es, no tendrás ganas de volver a montarla.

 

— ¿Pero qué cojones me está contando?—furioso, el paladín golpeó con el puño cerrado la barra.

 

—Eh, cálmate, chaval, o te rompo el cuello, ¿está claro?—sin inmutarse ante la reacción de su cliente, el camarero, llamado Bill, cogió una jarra de cerveza y empezó a limpiarla con un trapo sucio—. Verás: Lydia es una necrófago, aunque no sé si un bebito como tú sabrá siquiera lo que es eso. Los necrófagos son humanos mutados que se han convertido en monstruos vivientes. Esa mujer, o esa cosa, está maquillada hasta las cejas. Se tira a todo lo que se mueve para sentirse deseada y mujer de nuevo, así que no te hagas ilusiones.

 

— ¿Y por qué me iba a creer yo esa chorrada?—intentando rebatir aquello que le estaba contando, el trotamundos solitario quiso saber más.

 

—Porque su pierna derecha es una prótesis. Se le pudrió debido a la radiación y tuvieron que cortársela—Bill esbozó una sonrisa macabra, como intentando romper la tranquilidad de su nuevo feligrés.

 

«Pero, pero eso no puede ser…»—pensó el trotamundos solitario, que, sin embargo, mantuvo la tranquilidad.

 

—Toma tus tres chapas—se acabó su Nuka Cola y se levantó del asiento para después salir del bar.

 

No me importa, tengo cosas mejores de las que ocuparme.”

 

*****

 

7 de enero de 2284; 16:47 PM; Rockwell.

 

A pesar de la nevada mañanera, el calor hizo mella en Rockwell con incisiva agresividad y fundió la escarcha que helaba hasta los huesos de los animales con la piel más gruesa. El viajero estaba sentado en un escalón y sus ojos esmeralda se perdían la noria al otro lado del camino blanquimarrón.

 

La gente seguía amontonándose tras la taquilla improvisada. Parejas y familias se acercaban a la atracción que prometía una vista excepcional del yermo, atraídas por la situación, y también por la novedad de aquel artefacto mecánico impresionante.

 

Un hombre agitaba frenético, como si fuese una bailarina, un bastón, intentando llamar la atención de todas las personas que pasaban cerca de él. Llevaba vestido el mismo atuendo que el día anterior: un traje a rayas que intercalaba el blanco y el rojo; unos tirantes que sujetaban sus enormes vaqueros en su gruesa y cervecera cintura y unos zapatos de cuero negro impecables.

 

De nuevo, la misma escena: los niños deambulaban llamando la atención a todas las personas que no acudían al espectáculo ferial. En algunas ocasiones se oían gritos de “¡Eh, niñato, vuelve aquí!”, pues alguno de los zagales había aprovechado la cercanía para agenciarse una cartera que no era suya.

 

« ¿Qué puedo hacer? —Pensó indignado el joven, que no quitaba su desafiante mirada del movimiento frenético de la noria—. Estos niños cuentan conmigo.»

 

Sabía que si protagonizaba uno de sus heroicos actos, el asesinato de aquel mercenario caería sobre él y los niños jamás serían salvados.

 

«Ojalá la hermandad estuviese aquí.»

 

Pero de pronto, se le presentó la oportunidad que tanto estaba buscando, aunque no de la manera que él quería: un niño robó las chapas del hombre equivocado, y la respuesta de aquel fue violenta.

 

— ¿Se puede saber qué haces, inutil enano?—el tipo arreó un puñetazo con saña en pleno rostro del crío y cuando aquel estuvo en el suelo, comenzó a propinarle puntapiés a su pequeño y flaco cuerpo.

 

La gente que caminaba por las calles rodeó y observó la escena  impasible, sin siquiera intentar detener la brutal paliza. El cuerpo de seguridad ni se molestó en acercarse a pesar del jaleo que el crío estaba montando con sus llantos lastimeros y rogantes de perdón.

 

Aquel gesto de desprecio hacia el chico por parte de la gente hinchió al trotamundos solitario de rabia, que se levantó y atravesó el tumulto apartando a personas sin ningún cuidado de su camino a empujones y plantándose con rapidez en el centro del “espectáculo.”

 

El zagal protegía su cabeza con unos esqueléticos y pequeños brazos mientras las patadas le caían por todas partes, sin ningún tipo de tregua. El hombre, rapado y musculoso, atizaba con fuerza y reía como si estuviese orgulloso de lo que estaba haciendo.

 

—Eh, tú—con su clásica palabrería desafiante, el extranjero apartó de un empujón al atacante.

 

Con torpeza, el agresor cayó al suelo como si se tratase de un pesado fardo de paja relleno con piedras; el pueblo enmudeció ante aquella intromisión.

 

El sujeto se levantó y emitió un gruñido más típico de un perro que de una persona, mientras que con sus ojos sucios y negros lanzaba una especie de advertencia al que acababa de firmar su sentencia de muerte.

 

El joven viajero no era ni de lejos tan robusto como aquel sujeto, que tenía unos músculos propios de un campeón de boxeo y una espalda ancha; por el contrario, el cuerpo del trotamundos solitario era más flaco, pero su cuerpo era esbelto y ágil, algo que no podía decir la masa de carne que tenía en frente.

 

—Chaval—le retó intimidante—, más vale que te largues de aquí si no quieres que te parta en dos esa preciosa cara que tienes.

 

—Todo lo que quieras—sin inmutarse, el extranjero observó con sus ojos color verde hoja a aquel vigoroso hombre— pero no volverás a tocar a este crío.

 

Casi se pudo escuchar un clic en el momento que se lanzó contra el joven, como si en su cerebro se hubiese encendido algún tipo de mecanismo de ataque.

 

Con sus anchos brazos, lanzó puñetazos contra el viajero. Su técnica era tan torpe que poco tenía que hacer para esquivarlos; en un momento de descuido, el trotamundos solitario situó su mano derecha tras la cabeza del rival y la impulsó hacia abajo, fue entonces cuando estuvo a una altura adecuada para propinarle un rodillazo en la nariz.

 

Gritando y montando espectáculo, el antes gallito cayó al suelo sangrando por la nariz. A voces, mantenía las manos en su cara, retorciéndose de dolor en el suelo, implorando ayuda.

 

— ¡Mi nariz, amolar, me la has roto!—repetía el irresponsable hombre mientras las risas de los que los rodeaban estallaban.

 

Sin reparar siquiera en aquel desgraciado, el “salvador” cogió a aquel niño en brazos y se lo llevó lejos de la vergonzosa escena que acababa de tener suceso.

 

«En mi habitación estará seguro.»

 

*****

 

7 de enero de 2284; 18:24 PM; Rockwell.

 

Picaron tres veces a la puerta con los nudillos, los golpes fueron tan fuertes que hasta la lámpara de la habitación tembló. El trotamundos solitario estaba sentado en la cama al lado del pequeño; le había suministrado vendas y agua limpia que traía consigo y lo había dejado descansando tras la brutal paliza.

 

Ante el reclamo, el viajero se levantó y abrió la puerta, allí le esperaban dos hombres vestidos de negro, uno a cada lado de la puerta, con unas gafas tintadas, un traje oscuro e impoluto junto con una corbata bien planchada.

 

— ¿Sí?—dijo el extranjero, extrañado por la presencia de aquellas personas uniformadas.

 

—Lamentamos molestarle—el hombre de la derecha fue el primero en hablar, mientras su compañero se limitaba a observar—. El Tío Tom insiste en verle inmediatamente.

 

«Así que el famoso Tío Tom, eh…»—pensó para sí el joven mientras intentaba ver más allá de aquellos vidrios negros.

 

Sin mediar más palabra, los tres abandonaron el hostal y atravesaron todo el pueblo hasta llegar a una zona por la que no caminaba nadie, ya que no había nada más que una puerta pegada a un muro. Tras aquella entrada, el mundo era muy distinto.

 

Tras atravesar un oscuro pasillo que no tenía ninguna luz, se encontraron en una sala informatizada, donde cinco o seis operarios miraban de continuo unas pantallas de seguridad; por lo visto, había cámaras por todo el pueblo, tan bien escondidas que ni el mejor detective hubiese podido encontrarlas. El receptáculo estaba casi a oscuras; de no ser por el tenue brillo que ofrecían las televisiones y los botones rojos y azules de alguna máquina, no se lograría ver nada.

 

Los hombres de uniforme condujeron a su visitante a través de la negra habitación para que no se “perdiese”. Tras unos minutos de camino a través de penumbra, donde se albergaba la mayor parte de la tecnología que movía Rockwell día y noche. En aquellos lóbregos y poco iluminados pasillos se escondía el control de la noria, así como la vigilancia de todos los rincones del recinto, incluso del hostal; por lo visto, no había lugar que no estuviese cubierto por las cámaras de seguridad del equipo del Tío Tom.

 

En sus diez minutos de trayecto, el joven vio a más de cien personas trabajando en las salas tecnológicas, lo cual le impresionó, pues era mucha gente para controlar un lugar tan pequeño. Además, pocas veces había observado tanta tecnología junta fuera de La Ciudadela en Yermo Capital. Aquello no pintaba nada bien.

 

—El objetivo está entrando—dijo el mismo hombre que había hablado con el viajero minutos atrás.

 

Con la cabeza, ese mismo tipo le indicó que debía atravesar una puerta de madera, y, al mismo tiempo, que ellos no le acompañarían. El trotamundos no sabía qué iba a encontrarse tras aquella puerta, pero por debajo, por la rendija en la que no tocaba el suelo, se filtraba una luz.

 

Cruzó la puerta y sus ojos acostumbrados a la oscuridad fueron cegados por un brillo intenso. Cuando estos se hicieron a la claridad, lo primero que vio fue una lujosa habitación con cuadros en sus paredes, una cama ancha y monedas doradas tiradas por todos los rincones. Una lámpara de araña con incrustaciones de gemas colgaba del techo e iluminaba con fulgor la lujosa estancia. Los muros estaban cubiertos con un papel tapiz acorde a la decoración anticuada de la sala, en el que se describía una secuencia romboide con águilas en el dibujo.

 

En la cama había un hombre gordo y vestido solo con ropa interior. En su cuello lucía una cadena de oro con el símbolo del dólar. La cabeza de aquel tipo, redonda y fofa, estaba libre de pelo, y sus dientes se habían podrido hasta el punto de acabar negros. Al lado de aquel esperpento humano había una mujer asiática desnuda del todo; en el cuello tenía puesto un grillete. Estaba sentada contra el cabecero del lecho y tenía una jeringuilla pinchada en su brazo; parecía estar dormida, pero la palidez de su chupado rostro daba otra sensación.

 

— ¡Ah, eres tú!—el grasiento hombre señaló con su grueso dedo al recién llegado mientras cogía un puro de la mesita de noche y lo encendía con un mechero—. Bienvenido a mi humilde morada. Me llamo  Tom, pero por estos lares todo el mundo acostumbra a llamarme Tío Tom. ¿Cuál es tu nombre, mozo?

 

—Trotamundos solitario—respondió convencido el joven, frío como el hielo, mostrando desprecio por su anfitrión.

 

—Así que no tienes nombre, eh… mejor. Esto trata de negocios—se levantó de la cama con el puro en la boca a duras penas, pues su obesidad le impedía moverse del todo bien; se acercó a un escritorio de madera de roble y se sentó en su silla—. Ven aquí, mozo.

 

El viajero se sentó al lado opuesto de la lujosa mesa. Tom sacó dos vasos de cristal de un cajón, acompañados de una botella de Whisky Jack Daniels, cuya etiqueta estaba deteriorada por el paso de los años. Después sirvió la bebida en ambos vasos y cedió uno a su invitado.

 

—Verás—inició Tom, mientras daba un trago a su alcohol y luego una calada al puro—. He visto por las cámaras de seguridad lo que le has hecho a ese tipo que era el doble que tú. Estoy impresionado, la verdad. Pareces un tipo normal, pero creo que eres una máquina de matar o algo así.

 

— ¿A dónde quieres llegar?

 

El rollizo sujeto lanzó una risa de cerdo al aire mientras degustaba su fantástico puro, que de vez en cuando le hacía toser

 

—Es muy sencillo, mozo. Quiero que te unas a mi compañía de mercenarios en Rockwell.

 

Aquella contestación incluso ofendió al extranjero, que dibujó en su rostro un gesto de desaprobación total.

 

—No.

 

— ¿Estás seguro de eso?

 

—Lamento tener que declinar tu oferta, Tío Tom, pero, con todo el respeto posible… este sitio me produce arcadas.

 

—Eres un chico muy atrevido, ¿lo sabías?—terminó su Whisky de un solo trago tras escuchar las duras palabras que el trotamundos le había ofrecido—. Te quiero fuera de aquí mañana al amanecer.

 

Sin cruzar ninguna palabra más, el joven abandonó la estancia; cruzó la puerta y el corredor oscuro que atravesaba todas las instalaciones tecnológicas del lugar, hasta salir de aquel tenebroso ambiente y encontrarse fuera de los lóbregos pasillos.

 

El Pipboy marcaba las ocho y media; aquella conversación le había llevado bastante tiempo. Sin perder tiempo, puso rumbo al hostal. Sabía que aquella noche iba a ser movida.

 

Atravesó la multitud de gente que se amontonaba en el pueblo a aquellas horas y entró en su habitación. Allí le esperaba desnuda y dispuesta a todo Lydia, que había regresado, como había prometido.

 

 

 

Actualizada al fin la historia. Advierto que esta historia está algo subida de tono, así que para aquellos que seáis un poco sensiblones, os recomiendo que la evitéis (lo escribo al final para que lo recordéis por siempre).

 

¡Hasta la semana que viene!


Editado por Gemini No P., 23 diciembre 2015 - 09:12 .

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Publicado 21 diciembre 2015 - 16:56

Capítulo III: Dispara antes de preguntar

 

-al parecer el prota la paso bien despues de todo XD

 

— ¿Ah, sí?—la mujer se bajó de la mesita y caminó hasta quedar a un palmo de los labios del joven, que la miraba inquieto; le perturbaba tener a una mujer desnuda tan hermosa a tan corta distancia—. Entonces te llamaré… tigre…

 

-no me digas que el prota fue discipulo del heroico............XDDD

 

-entiendo que no le agrade hablar de su pasado ya que al parecer fue difícil

pero que no quiera dar ninguno de sus nombres me parece extraño

 

-—No tengo ni p*ta idea, zoquete—respondió con agresividad aquel hombre—. ¿Quizás sea nieve?

 

Jajaja algo parecido le paso a mi primo cuando era niño

 

—Eh, cálmate, chaval, o te rompo el cuello, ¿está claro?—sin inmutarse ante la reacción de su cliente, el camarero, ahora llamado Bill, cogió una jarra de cerveza y empezó a limpiarla con un trapo sucio—. Verás: Lydia es una necrófago, aunque no sé si un bebito de refugio como tú sabrá siquiera lo que es eso. Los necrófagos son humanos mutados que se han convertido en monstruos vivientes. Esa mujer, o esa cosa, está maquillada hasta las cejas. Se tira a todo lo que se mueve para sentirse deseada y mujer de nuevo, así que no te hagas ilusiones.

 

me pregunto si eso sera cierto

 

 

 

 

7 de enero de 2284; 16:47 PM; Rockwell.

 

se ve que el  trotamundos solitario es un buen luchador

 

 

7 de enero de 2284; 18:24 PM; Rockwell.

 

el Tío Tom parece ser un sujeto desagradable,aunque no entendi porque no

simplemente elimino al viajero en lugar de amenazarlo

 

 

 

PD:Que pases una feliz navidad

 

 

 

 

 


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Publicado 23 diciembre 2015 - 14:43

Me preguntaba a que se referia el titulo del capitulo y al final me quede pensando un rato... y lo capte xD

Agarraste un muy buen ritmo en la historia, es muy facil leer todo y comprender que sucede.

Con el +18 creo que apareceran varios a ver que tan subido de tono es xD personalmente esas cosas no me gustan pero estan bien dentro del contexto de tu fic como las groserias que ayudan al ambiente y la situacion :3

 

Sigo atenta a los nuevos capitulos :3


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Publicado 25 diciembre 2015 - 19:29

Capítulo III: Dispara antes de preguntar

 

-al parecer el prota la paso bien despues de todo XD

 

— ¿Ah, sí?—la mujer se bajó de la mesita y caminó hasta quedar a un palmo de los labios del joven, que la miraba inquieto; le perturbaba tener a una mujer desnuda tan hermosa a tan corta distancia—. Entonces te llamaré… tigre…

 

-no me digas que el prota fue discipulo del heroico............XDDD

 

-entiendo que no le agrade hablar de su pasado ya que al parecer fue difícil

pero que no quiera dar ninguno de sus nombres me parece extraño

 

-—No tengo ni p*ta idea, zoquete—respondió con agresividad aquel hombre—. ¿Quizás sea nieve?

 

Jajaja algo parecido le paso a mi primo cuando era niño

 

—Eh, cálmate, chaval, o te rompo el cuello, ¿está claro?—sin inmutarse ante la reacción de su cliente, el camarero, ahora llamado Bill, cogió una jarra de cerveza y empezó a limpiarla con un trapo sucio—. Verás: Lydia es una necrófago, aunque no sé si un bebito de refugio como tú sabrá siquiera lo que es eso. Los necrófagos son humanos mutados que se han convertido en monstruos vivientes. Esa mujer, o esa cosa, está maquillada hasta las cejas. Se tira a todo lo que se mueve para sentirse deseada y mujer de nuevo, así que no te hagas ilusiones.

 

me pregunto si eso sera cierto

 

 

 

 

7 de enero de 2284; 16:47 PM; Rockwell.

 

se ve que el  trotamundos solitario es un buen luchador

 

 

7 de enero de 2284; 18:24 PM; Rockwell.

 

el Tío Tom parece ser un sujeto desagradable,aunque no entendi porque no

simplemente elimino al viajero en lugar de amenazarlo

 

 

 

PD:Que pases una feliz navidad

Hola, querido T-800. Antes de nada, gracias por pasarte: se agradece tu visita oportuna siempre.

 

En algunas cosas te me adelantas demasiado. ¡No corras tanto, mi intrépido amigo, todo a su tiempo.

 

Feliz navidad, compañero. Espero que tengas un gran 2016 lleno de buenas historias.

Me preguntaba a que se referia el titulo del capitulo y al final me quede pensando un rato... y lo capte xD

Agarraste un muy buen ritmo en la historia, es muy facil leer todo y comprender que sucede.

Con el +18 creo que apareceran varios a ver que tan subido de tono es xD personalmente esas cosas no me gustan pero estan bien dentro del contexto de tu fic como las groserias que ayudan al ambiente y la situacion :3

 

Sigo atenta a los nuevos capitulos :3

Hola, señorita Sekiam. Primero de todo, muchas gracias por tu lectura.

 

Según mi guapísimo Beta, la trama mejora. Le hago caso a él porque sabe mucho. También apunto las ideas en una libreta: un organigrama. Todo lo que me parece interesante lo apunto y luego lo analizo, para ver si tiene cabida en la historia.

 

Muchas gracias por tu opinión, estimada compañera. Te deseo una feliz navidad y año nuevo lleno de buenas historias.


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Publicado 25 diciembre 2015 - 20:44

Ficha de personaje: Trotamundos solitario.

 

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Edad: 25 años

Estatura: 1.83 m.

Peso: 87 kilos

Fecha de nacimiento: 13 de julio.

Lugar de Nacimiento: Proyecto Pureza; Monumento a Jefferson; Yermo Capital (Washington D.C.); Estados Unidos.

Karma: Bueno / Muy bueno.

Personalidad: Calmada, atrevida.

Afiliación: Hermandad del Acero; él mismo.

 

El trotamundos solitario, protagonista indiscutible. Hombre con temperamento hecho fuego, capaz de hacer cualquier cosa, sin que nada pueda detenerlo. Solo dos personas conocen su nombre original. Nacido el 13 de julio de 2258 en el Proyecto Pureza, su madre murió en el parto y su padre, buscando lo mejor para su único hijo, ingresó en el Refugio 101. Cuando el chico cumple 19 años, su padre desaparece y cuando lo encuentra, este muere por salvar a su hijo, sacrificándose una vez más por lo que más quiere en este mundo.

 

Entrenado posteriormente por la Hermandad del Acero, el trotamundos solitario es una máquina de matar con todas las armas que existen. Su letalidad es legendaria y es conocido en Yermo Capital como el Asesino con corazón.


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Publicado 28 diciembre 2015 - 13:15

-buena idea lo de la ficha

 

-Que pases un feliz año nuevo


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Publicado 05 enero 2016 - 18:03

Capítulo IV: Coloso en llamas (Parte I)

 

Cada uno de nosotros tiene a todos como mortales menos a sí mismo.

 

Sigmund Freud; psicoanalista austriaco.


 

 

7 de enero de 2284; 22:30; Rockwell.

 

El perfume embriagador que Lydia llevaba inundaba toda la habitación mientras una sonrisa lujuriosa se dibujaba en su rostro. La mujer vestía un albornoz transparente que, de nuevo, dejaba a la vista todos sus encantos.

 

El extranjero, nada más llegó a su habitación, se encontró con un panorama similar al del día anterior: Lydia tumbada en la cama, deseosa de que le entrasen a matar.

 

Bajo la mirada de su amante, la recepcionista dio una calada a un cigarro que sostenía entre sus labios mientras con el dedo índice le indicaba que se acercase, pero frío como la escarcha que se acumulaba en las calles de Rockwell aquella noche, el trotamundos solitario se negó.

 

—Hoy no —dijo con frialdad el joven, que recordaba las palabras que Bill, el camarero, le había dicho—. Sé lo que eres.

 

—¿Qué? —El gesto sensual fue barrido por una palidez que rivalizaba con la nieve.

 

—Sé que eres una necrófaga. Ese camarero del bar que me recomendaste me lo contó.

 

Lydia se levantó y se cubrió sus vergüenzas con ambas manos como pudo. Sus ojos, azules como el cielo, se volvieron rojos, muestra de la irritación: estaba llorando.

A la recepcionista no había cosa que más la avergonzase que alguien la viese llorar. A pesar de seguir desnuda, se tapó la cara, dejando su belleza de nuevo a la vista.

 

—Yo no soy una necrófaga… —dijo entre sollozos mientras la incomodidad se expandía por el ya de por sí cargado ambiente.

 

En la habitación se hizo un silencio sepulcral; ninguno de los dos decía nada para romper la violenta situación.

 

El trotamundos solitario mantuvo su silencio, esperando una nueva reacción.

 

—¡Yo no soy ninguna sucia necrófaga! —gritó la mujer—. ¡Eso son todo mentiras!

 

—No me mientas. Ese tipo del bar, Bill, me lo dijo —El gesto del viajero se volvió más rudo—. Me contó que te falta una pierna por la radiación.

 

—¿O…otra vez…? —Su tristeza rápidamente se transformó en rabia—. ¡Será hijo de p*ta!

 

Lydia se tumbó en la cama y lloró de forma desconsolada mientras se abrazaba a la almohada de la cama. El extranjero se acercó y se sentó al borde.

 

—Entiendo tus carencias afectivas, pero…

 

Enfadada, la recepcionista se giró de forma brusca hacia su amante y le arreó un sonoro bofetón, acompañado de un sonoro grito.

 

—¡Tú no sabes nada de mí, subnormal! —A pesar de estar semidesnuda, salió a la recepción; dejó un sonoro portazo y se marchó enfadada.

 

8 de enero de 2284; 00:30; Rockwell.

 

Toc, toc, toc. Alguien llamó a la puerta. Lydia se levantó, pasó la cadena de su puerta y asomó la cara por la pequeña rendija: allí estaba el trotamundos solitario.

 

—¿Qué c*ño quieres? —preguntó furiosa la mujer, con gesto amenazador.

 

—Lo siento, tienes razón. No sé nada de ti, y no debería haberme comportado así…

 

Aún con lágrimas en los ojos, la recepcionista abrió la puerta y dejó pasar a su visitante. En el fondo de su corazón, todavía tenía la esperanza de que aquel joven fuese distinto a todos los demás.

 

La habitación de Lydia era muy distinta a las demás. Sus paredes no tenían ningún papel tapiz ni pintura, sino que eran de cemento y estaban llenas de pequeños agujeros, frutos de la humedad y el paso de los años. Los armarios, viejos y destrozados, hacían juego con la cama. En el medio del receptáculo había una sola cama de 90x200; la colcha que cubría el jergón estaba sucia, y de su reluciente estado inicial no quedaba más que un gris oscuro, formado por el exceso de lavados. Encima del lecho había, para sorpresa del joven, una réplica de El Grito.

 

El trotamundos y la recepcionista se sentaron en la cama y se miraron el uno al otro durante tres minutos en completo silencio; aquello era una batalla por averiguar los pensamientos del otro.

 

—Quiero saber —acabó por decir el viajero—. Quiero saber sobre ti.

 

—¿Ah, sí? —Lydia sonrió halagada; era la primera vez que alguien le decía algo parecido.

 

 

El sol brillaba a lo alto de un bosque muerto, cuyos árboles ya no eran más que protuberancias negras y alargadas que salían del suelo. A lo lejos podía verse una cabaña abandonada al lado de un pequeño lago.

 

En medio del silencioso lugar, una niña corría y reía mientras otra iba detrás de ella, haciendo lo mismo. La primera era un poco mayor que la segunda y ambas llevaban puesto un mono de trabajo azul, de tela vaquera.

 

—¡Te alcanzaré! —gritaba sin cesar la pequeña, que, con los brazos extendidos, iba tras la otra.

 

—¡Eso ni lo sueñes! —reía la otra que, por más que la jovencita corriese, la mayor siempre era más rápida, y nunca le daba alcance; aquello se convertía en un juego sin fin, para diversión de las dos.

 

Al final, ambas se detuvieron y se abrazaron mientras caían rodando por una colina que las dejó en la orilla del lago, a punto de mojarse.

 

Se levantaron de nuevo, dispuestas a reanudar sus juegos.

 

—¡Lydia!—dijo la mayor —. ¿Qué te parece si ahora te escondes tú y yo te pillo?

 

De acuerdo con aquella idea, la chiquilla corrió a esconderse a un lugar donde su hermana no la encontrara nunca.

 

Lydia se escondió tras unos coches abandonados, en el medio de una carretera abandonada. Estaba tan emocionada con su pequeño escondrijo que olvidaba siquiera que jugaba con su hermana.

 

Tras horas de estar escondida, la niña salió. Caminó hasta el bosque donde antes reían y, para su sorpresa, no encontró a nadie, nada más que un rastro de sangre en el camino que llevaba al lago.

 

Asustada, Lydia siguió con cautela las manchas, que cada vez se hacían menos visibles. Cuando llegó a la colina, vio en la orilla del estanque a su hermana, tumbada boca arriba y rodeada de un charco de sangre.

 

—¡Eleanor!—gritó la niña con miedo, esperando una respuesta que no llegaba.

 

Decidida, Lydia bajó la cuesta a velocidad endiablada. A mitad de camino, sintió bajo su pie derecho un clic: algo explotó.

 

Cayó rodando sin poder detenerse. Clavó sus uñas en la tierra, pero la inclinación era demasiada y lo hizo inútil. Llegó abajo y chocó con el cuerpo de su hermana: estaba muerta y le faltaban las dos piernas.

 

Eleanor no respondía a las llamadas desconsoladas de Lydia, y esta se echó a llorar sin siquiera poder tenerse en pie.

 

Pasaron unas horas hasta que un hombre vestido con una bata encuentró a la pequeña y se la llevó consigo, cuando ya estaba a punto de morir desangrada.

 

 

La recepcionista se limpió las lágrimas con un pañuelo que guardaba en su mesita de noche.

 

—Sé que no me vas a creer, pero… —falta de aire, Lydia se refugió en el pecho del hombre, buscando consuelo, sin saber siquiera si la rechazaría.

 

—Te creo —Con gesto serio, el trotamundos solitario acarició el pelo de la mujer, intentando que dejase de llorar—. Eres una mujer muy fuerte.

 

La recepcionista, lejos de frenar su llanto, puso una cara de satisfacción al ver que alguien, al final, creía su desbaratada, aunque verídica historia.

 

Con delicadeza, Lydia acercó su cabeza a la del viajero y apoyó la frente contra la de él. Pronto surgió la chispa y sus labios se fusionaron en un cálido beso

 

La ropa comenzó a estorbarles y en cuestión de minutos ambos estaban piel con piel, predicando un amor extraño y efímero. El joven sintió el tacto de aquella prótesis de plástico que la mujer llevaba en lugar de pierna. Las caricias y los toqueteos se hicieron presentes junto con gemidos y gritos.

 

8 de junio de 2284; 05:30; Rockwell.

 

La puerta se abrió despacio. Dentro, el trotamundos solitario y su amante dormían abrazados. En la habitación se coló un hombre que caminaba de puntillas, intentando hacer el menor ruido. En la mano derecha llevaba un cuchillo de longitud considerable, empuñado en posición de ataque.

 

Llegó al borde de la pequeña cama, donde descansaba su objetivo. El misterioso personaje alzó el cuchillo, dispuesto a clavárselo al viajero.

 

Lydia, que había sentido un pequeño ruido, abrió los ojos como platos al ver que alguien había entrado en su habitación y llevaba un arma.

 

La mujer gritó muy fuerte, aterrada por la presencia del extraño. Por puro miedo, aquel dirigió el cuchillo a Lydia y le asestó dos puñaladas en el pecho; todo bajo la somnolienta mirada del trotamundos solitario, que había sido despertado por el ruido.

 

Cuando se dio cuenta de lo que sucedió, era demasiado tarde para evitarlo. La recepcionista dejó de gritar y en su gris colcha se formó un charco rojo profundo.

 

Cuando el hombre se dirigió a apuñalar al viajero, le fue imposible traspasar su defensa. Con la mano izquierda desvió el arma mientras le propinaba un puntapié en plena cara, todo sin levantarse siquiera de la cama.

 

El extranjero se irguió y agarró al malherido extraño por el cuello. Sacó una navaja de una funda que llevaba en el tobillo y se la puso en la yugular.

 

—Ya me estás diciendo quién c*ño eres y las razones por las que no debería rajarte.

 

—¡Tío, no te alteres, yo solo sigo órdenes del Tío Tom! —Con miedo, el mercenario comenzó a gimotear y a suplicar casi en un idioma inentendible.

 

Al escuchar que el Tío Tom estaba inmiscuido en el asunto, pero más al ver cómo Lydia se desangraba sin que él pudiese evitarlo, estalló de rabia. La navaja perforó sin piedad el cuello del asaltante cerca de quince veces; murió a los pocos segundos de recibir la primera.

 

—¡Lydia! —dijo asustado el viajero, que se arrodilló al borde de la cama y la cogió de la mano.

 

Pero no hubo respuesta. El rojo ya teñía casi toda la manta y los ojos de la mujer se perdían en el vacío de su sucio techo.

 

8 de enero de 2284; 10:30; Rockwell.

 

A pesar de haber pasado solo cinco horas desde la muerte de Lydia, el trotamundos solitario se había movilizado por todo el recinto dando la noticia, sin conceder ningún detalle más que un ladrón se había colado en su habitación y la había apuñalado al ver que ella se había despertado.

 

«La mentira se hace aún más difícil de soportar.» pensó el joven mientras daba un trago a una botella de whisky que había pedido en el Hígado de acero.

 

Cinco horas, ese era el tiempo que había tardado el extranjero en difundir la noticia y organizar un pequeño funeral.

 

Todos habían aportado su pequeño grano de arena: el herrero talló una cruz de acero con su nombre, Bill cedió su bar para organizar el velatorio; algunos de los tenderos se movilizaron para cavar un hoyo en el que enterrar a la joven, al lado del hostal al que había dedicado su vida…

 

A las diez y media de la mañana, todo el pueblo se encontraba en el bar esperando por el padre Penalty, que era el encargado de la misa.

 

Las caras de los asistentes reflejaban múltiples emociones: tristeza, alegría, resentimiento, aflicción… de entre todas ellas destacaba, precisamente, la de Bill Adams, dueño de la tasca local. Estaba en la barra, limpiando los vasos sin poder contener las lágrimas, aunque tampoco se molestaba en ocultarlas.

 

Muchos de los niños, a pesar de las órdenes recibidas, estaban en el velatorio dándole su último adiós a la mujer. Lo que el trotamundos solitario no sabía era que Lydia dedicaba parte del dinero que ganaba con su hostal a comprar comida para los pequeños que, víctimas de la esclavitud del Tío Tom.

 

Incluso pálida y tiesa, Lydia estaba espectacular. Una modista le había dado su vestido más hermoso a la mujer para que se fuese con dignidad. Sus labios, blanquecinos y cortados, estaban embadurnados con pintalabios color carmín. Llevaba unos pendientes de aro color plata.

 

Algunos subieron al pequeño altar improvisado para decir unas palabras y despedirse de la recepcionista, incluso dejando objetos de valor dentro del ataúd abierto.

 

La modista dijo cosas muy buenas de Lydia, y maldijo al hombre que se la había llevado sin piedad. Un joven caravanero[i] contó la anécdota de cómo se había enamorado de Lydia, y a su vez, de cómo ella le había rechazado por ser demasiado “zagal”, según explicó.

 

Pero el testimonio que más lágrimas hizo brotar fue el de Bill, el camarero. Explicó cómo, a lo largo de su vida, había intentado salir con Lydia. Estaba como loco por ella, y le hacía regalos cada mes, cosa que incomodaba a la mujer. Contaba cómo le decía que no por su cercanía, porque no quería atarse a nada ni a nadie: quería ser una chica libre.

 

Cuando el padre Penalty se retiró, los asistentes llevaron la caja al hoyo que habían cavado poco antes. El trotamundos solitario se encargó de enterrarla, pala en mano, y el herrero clavó la cruz que había forjado al lado de la fosa, marcando el lugar.

 

Todos se marcharon cuando comenzó a lloviznar. Todos menos el viajero, Bill Adams y el niño que dos días atrás le había pedido ayuda en el bar. Los tres miraban la tierra removida, ahora humedecida por la repentina tormenta.

 

—Oye, tío —fue el barman el que rompió el silencio—. Lamento haberte dicho aquello de Lydia. Yo… me sentía muy celoso… y…

 

Unas lágrimas repentinas le impidieron continuar su disculpa. Su garganta se cerró y tan solo pudo emitir un sonido quejumbroso que nada tenía que ver con palabras.

 

—Tranquilo —dijo el extranjero sin dejar de mirar la recién cavada tumba—. Pagará por esto.

 

Bill despegó su cara de la manga de la chaqueta con la que se secaba las lágrimas para dedicarle una mirada de curiosidad al hombre.

 

—¿Pero… no lo habías matado? —Entre sollozos, el camarero tartamudeó mientras intentaba completar su frase.

 

—Al títere. El auténtico artífice de esto sigue vivo.

 

El tabernero enmudeció al escuchar aquello.

 

—… Tom.

 

Bill palideció y luego volvió a tomar color mientras sus mejillas enrojecían de la ira.

 

—Perdone, señor —intervino el crío, cortando la conversación entre los adultos—. Estamos listos para su plan.

 

El dueño del bar miró extrañado a los dos, primero al pequeño y luego al extranjero.

 

El trotamundos solitario se protegía del frío con el cuello alzado de su chaqueta de cuero, mirando impasible la tumba de Lydia. Tras unos segundos de silencio, apoyó su mano en el hombro de Bill.

 

—Necesito botellas de whisky, muchas.

 



[i] Persona que deambula con caravanas comerciales por el yermo, ofreciendo sus productos.


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Publicado 06 enero 2016 - 01:35

Sigue bien entretenida la historia men, mas importante aún siento que vas puliendote cada vez más en la escritura, sigue así!!


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Publicado 06 enero 2016 - 21:36

Interesante, me gusta, y acabó de encontrar esta otra parte del foro.
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Publicado 07 enero 2016 - 19:52

Sigue bien entretenida la historia men, mas importante aún siento que vas puliendote cada vez más en la escritura, sigue así!!

¡Muchas gracias, compañero! Tengo una persona detrás que me ayuda un montonazo con eso, y se lo agradezco siempre. No tengo palabras para agradecer que te pases por aquí a pesar de que esto es un foro de Saint Seiya. ¡Un abrazo!

 

Interesante, me gusta, y acabó de encontrar esta otra parte del foro.

Muchas gracias, compi. Ahora que has llegado, espero que te quedes. ¡Cómo no!


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Publicado 09 enero 2016 - 10:16

Capítulo IV: Coloso en llamas (Parte I)

 

-7 de enero de 2284; 22:30; Rockwell.

 

-Hubiera sido genial que Lydia diga  :"esa solo es una apreciación llena

de temor",los que pasan

por encuestas y versus lo entenderán XD

 

8 de enero de 2284; 00:30; Rockwell.

 

pobre Lydia ,su historia me recuera a lo que se exponen las niñas y

niños que viven en zonas de comflictos militares.

 

 

8 de junio de 2284; 05:30; Rockwell.

 

me pregunto porque los protas siempre pierden a sus amadas

 

 

8 de enero de 2284; 10:30; Rockwell.

 

 

-¿Que significa zagal?

 

-asi que Bill Adams solo se invento esa historia porque estaba celoso

 

-me pregunto de que forma se vengara el trotamundos solitario 


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Publicado 18 enero 2016 - 12:07


Capítulo IV: Coloso en llamas (Parte II)

 

Usar la venganza con el más fuerte es locura, con el igual es peligroso, y con el inferior es vileza.

 

Pietro Metastasio; poeta italiano.


 

 

8 de enero de 2284; 11:30; Rockwell.

 

Bill dejó caer el vaso de chupito sobre la mesa de madera, que hizo un sonido fuerte y estridente mientras dibujaba en su rostro un gesto de satisfacción.

 

El bar estaba casi vacío. Quitando a su camarero, al trotamundos solitario y al chico, solo había una prostituta ligera de ropa que bebía una cerveza.

 

En la pequeña tasca, la reunión clandestina de los tres se intentaba llevar a cabo con discreción, pues el Tío Tom seguro estaría atento a todos los movimientos del extranjero; se cuidaban de las cámaras en las paredes colocándose en un punto muerto donde no enfocaban.

 

—¡Pero eso es una locura! —susurró Bill, al que se le empezaban a enrojecer las mejillas por el alcohol.

 

El viajero, ante el escepticismo del tabernero, solo afirmó con la cabeza un par de veces antes de pasarle su Pipboy. A primera vista, no eran más que garabatos, pero si se miraba con detenimiento, podía verse el mapa de Rockwell detallado al completo.

 

Bajo la estupefacta mirada del barman, el niño señaló con su mugriento dedo los lugares clave para que se desarrollase la operación: la guarida de los mercenarios, la entrada al refugio de Tom y, sobre todo, la noria.

 

—Su colaboración es muy importante, señor —añadió el pequeño mirándolo a los ojos.

 

Bill hizo un mohín: no estaba de acuerdo con aquello, si le cogían lo matarían. Antes de rechazar del todo el plan recordó el rojo pelo de Lydia, que ondeaba al viento siempre que ella salía a dar un paseo. Eso le hacía sonreír: la belleza de la mujer que le correspondía y con la que soñaba. Ahora estaba muerta. Cada vez que lo recordaba, sus ojos se llenaban de lágrimas.

 

«Es injusto… totalmente injusto.» se decía una y otra vez, mientras ahogaba sus penas en una botella de Ginebra.

 

El joven trotamundos estaba a su lado, ausente, perdido, distante. Cruzaba sus brazos sobre la chaqueta de cuero negra y escondía el rostro en el cuello alzado de su chupa, avergonzado por no haber llegado a tiempo en ayuda de Lydia. Sus ojos cerrados enfocaban al suelo, intentando que nadie se fijase en él; era tan cómplice de la muerte como el que la había asesinado.

 

Pasaron diez minutos en los que ninguno de los tres habló. El plan estaba en marcha, solo tenía que caer la noche para ejecutarlo con absoluta precisión.

 

8 de enero de 2284; 12:15; La Ciudadela, Yermo Capital.

 

El Elder Lyons caminaba lo más rápido que podía, atravesando el Anillo A de La Ciudadela como si la vida le fuese en ello. En su avance dejaba atrás a Caballeros y Escribas, que lo observaban con curiosidad.

 

Llegó al Rincón de la Tropa[i] con gesto serio. Los dos hombres que hacían guardia constante ante aquella puerta saludaron gustosos a su líder, que les respondió con un ligero gruñido inentendible.

 

La Tropa estaba debatiendo sus tácticas y objetivos cuando la puerta se abrió de par en par. Todos miraron al viejo Lyons y se levantaron al instante, formando frente a él.

 

—Me gustaría hablar con mi hija a solas, si es posible —dijo con las manos entrelazadas en su espalda.

 

Los Caballeros rompieron filas y salieron de la habitación, dejando sola a Sarah con su padre. La cara de preocupación de la Centinela se acentuó cuando vio el gesto serio del recién llegado.

 

—Hija, hace ya dos días que el Paladín Solitario no se reporta en La Ciudadela… ¿hay algo que deba saber?

 

—Pues verás, padre, yo… —La chica se puso roja y comenzó a sudar. Rodó los ojos buscando una excusa creíble mientras sentía cómo la penetrante mirada de su padre se le clavaba—, no quería decírtelo, pero vi cómo se suicidaba en el río y se lo comía un Hombre Pinza… —No pasaron más que unas milésimas de segundo hasta que la chica se dio cuenta de la estupidez que acababa de decir.

 

«Sonaba mejor en la carta…» pensó.

 

El Elder Lyons soltó una sonora carcajada de ironía. Después esbozó un mohín de decepción y salió de la estancia sin siquiera decirle nada a Sarah, que lo observó con ojos tristes y llorosos.

 

—¡Espera, papá! —gritó la Centinela, reclamando la atención de Owyn, que avanzaba sin girar la cabeza. Después de correr tras él, logró que le hiciese caso.

 

—¿Tienes algo que decir? —espetó el viejo, sabiendo que lo que le había contado era mentira.

 

—No quería engañarte, es solo que… —Sus mofletes enrojecieron ante la atenta mirada de su padre; sentía que le había fallado—, él me dijo que no te lo contase… se ha ido a buscar a su hermana, a Seattle.

 

A pesar de la rotunda noticia, el Elder no se enfadó ni hizo ningún gesto de rabia, solo se giró y siguió su camino.

 

Al instante, Sarah comprendió que lo que le había contado ya lo sabía, y por ello no era ninguna sorpresa para él.

 

La mujer pasó las manos por su rubio cabello, las dejó en la nuca y suspiró con fuerza, como intentando olvidar lo que acababa de suceder hacía apenas un momento.

 

8 de enero de 2284; 19:30; Rockwell.

 

Como era costumbre en esas épocas, la noche ya había caído y el viento frío comenzaba a alejar a la gente de las calles; los inviernos postapocalípticos eran aún más duros.

 

Las luces públicas del recinto se encendieron y los niños se resguardaron donde pudieron de la inminente lluvia de pedrisco, que destrozaba ventanas y tejados por igual.

 

A pesar del tiempo, algunos «locos», como los llamaban los mercenarios, seguían haciendo cola tras la monstruosa noria, que giraba y se traqueteaba con violencia debido al fuerte viento.

 

El bar estaba lleno a aquellas horas del día, y Bill no daba abasto con tanto reclamo. Servía él solo la barra y también las mesas. En la demora del camarero, algunos se impacientaban y comenzaban a vociferar e injuriar.

 

—¡Que ya voy, j*der! —gritaba el ocupado tabernero, que iba de un lado a otro con una bandeja de aluminio en la que llevaba las bebidas.

 

Todo aquello bajo la mirada del trotamundos solitario, que estaba sentado en la barra, conversando con Bill cuando le daban tregua. Allí, concentrado en una cerveza, el extranjero repasaba punto por punto su infalible plan. Cada cinco minutos daba un trago a la bebida y luego seguía mirando atontado la desgastada etiqueta de la botella, una Heineken, cuyo color verde se había transformado en amarillo pálido.

 

«El niño tiene que estar ya en su sitio, preparado para hacer su parte. Espero que Bill no se raje o tendré que hacerlo yo todo, y…» pensaba todo el rato el joven, sin distraer su mente ante el bullicio de fondo, que molestaría hasta a un sordo.

 

Un ruido comenzó a sonar: era su Pipboy, que marcaba las siete y media. Había puesto una alarma para que no se le pasase la hora. El viajero se levantó del taburete y le dio un toque en la espalda a Bill, que justo estaba atendiendo una mesa. Levantó la mirada para ver cómo su compañero salía por la puerta trasera, a la que se quedó mirando unos segundos después de que el trotamundos hubiese salido.

 

«No pienso fallar… por Lydia.» se dijo mientras dejaba una botella de whisky en la mesa.

 


*****

 

Nada más salir, el joven se encontró con una pequeña cuadrilla de cinco mercenarios que le esperaba. A pesar del frío, todos llevaban como única vestimenta una camiseta de tirantes roja y unos vaqueros ajustados.

 

Esquivó la atención de los hombres mientras caminaba rumbo a su habitación, para poner en práctica su plan.

 

«Menos mal que salí por detrás.» concluyó el viajero.

 

8 de enero de 2284; 22:00; Rockwell.

 

«Comienza el asalto.» dijo en bajo el niño que había ayudado al trotamundos.

 

Era la hora marcada para ejecutar el plan: la torre del reloj del pueblo acababa de dar las diez y media.

 

Tres chiquillos esperaban frente al acceso a las instalaciones del Tío Tom cuando el extranjero apareció, embutido en un atuendo de mercenario.

 

—¿Está todo listo? —preguntó el viajero.

 

Los tres afirmaron sonrientes, deseando que todo saliese bien.

 

Sin mediar ninguna palabra más, accedió al lugar. De nuevo se sumergió en la oscuridad de aquella sucesión de pasillos, intentando pasar inadvertido ante los operadores de las máquinas que, ajenos a su presencia, seguían con la vista pegada a las pantallas, vigilando los recovecos de aquel lugar.

 

Caminó sin hacer demasiado ruido y sin levantar sospechas, hasta que se plantó frente a la pesada puerta de pino que ayer había visto. A a cada lado de aquella, los dos hombres de traje negro que le habían escoltado.

 

«Vamos allá.»

 

*****

 

Bill se plantó frente a la noria. Miraba con ojuelos temblorosos la atracción, sintiendo el miedo que un crío pequeño tenía cuando hacía algo mal; el camarero no era un hombre violento. Sus piernas, temblorosas, avanzaban al ritmo de Für Elise, de Beethoven, mientras en el brazo derecho sostenía una lata roja.

 

«Cálmate, todo saldrá bien.» se repetía mientras avanzaba a paso lento, con sudor en la frente.

 

La noria tenía en cada uno de sus asientos unas luces de colores que parpadeaban sin parar al son de su hipnótico giro de trescientos sesenta grados.

 

El tabernero se acercó al feriante que estaba frente a la atracción y sacó una pistola del interior de su chaqueta, clavándola contra el hombrecillo, que tragó saliva.

 

—Baje a todo el mundo —Bill apretaba cada vez más el arma contra el pecho del feriante.

 

—P…pero… —balbuceó con torpeza, sintiendo el cañón del arma cada vez más apretado.

 

—No rechiste, no quiero tener que hacerlo yo —amenazó con voz ronca. El camarero esbozó una sonrisa nerviosa; todo parecía ir bien.

 

Sin perder un instante, el pequeño hombre se acercó a los controles de aquel monstruo mecánico para acelerar el viaje y bajar a todas las personas que estaban subidas; en dos minutos la atracción estaba despejada, ante las quejas de los que hacían cola.

 

—¡Por favor, tranquilícense!, es solo un fallo puntual, la noria volverá a estar en funcionamiento dentro de unos minutos —gritaba el feriante, sabiendo que aquello era mentira.

 

Bill alzó la mirada y después la dirigió a su alrededor: ningún mercenario a la vista. Observó de nuevo la parte alta y suspiró. Se acercó a la base de la atracción, que estaba hecha de madera, abrió la lata y vació su contenido sobre ella.

 

Tras tirar el bote a un lado, sacó de su gabardina una cajetilla de tabaco. Retiró la pegatina que lo cerraba y cogió un cigarrillo de su interior. Se lo puso en la boca y lo encendió con un Clipper azul. Dio una calada, lo suficiente como para encenderlo y hacer que no se apagase. Saboreó la menta de aquel viejo cigarro mientras pensaba en el rojo cabello de Lydia en un día de viento suave, que lo mecía como si bailase al son de un ballet perfecto.

 

Sujetó su cigarro entre los dedos índice y corazón, mientras con el pulgar lo agitaba con suavidad para quitar la ceniza sobrante. Tras aquello, lo lanzó al líquido, que empezó a arder con rapidez.

 

Bill suspiró. Aquel fuego no aplacaba el dolor que sentía. Aunque aquella noria ardiese hasta sus cimientos, ella no volvería.

 

En cuestión de minutos, toda la estructura estaba en llamas; la noria era historia.

 

*****

 

La puerta se abrió despacio. El trotamundos solitario asomó el ojo por la rendija y vio dentro al Tío Tom sobre la mujer china, que ponía cara de asco ante los lametones que le daba.

 

Cruzó el umbral de la puerta y cerró tras de sí, produciéndose un clic cuando el pestillo llegó a su posición y se encajó en el agujero.

 

El sonido hizo que Tom girase la cabeza. Su cara, gorda y ancha, perdió todo rastro de color cuando vio en la habitación a aquel joven.

 

Nada más entrar, limpió sus botas en un felpudo que había a la entrada; aquel quedó rojo.

 

Tom se apartó rápido de la cama, tanto que cayó de espaldas al suelo. Su enorme tamaño le impidió moverse con agilidad y el viajero puso el pie sobre su cuello.

 

—Por favor… no… Tengo dinero… puedo… —gimió como pudo aquel personaje, intentando aflojar la presión que el extranjero hacía con su pie.

 

—No quiero dinero. Quiero venganza —Los ojos rojos del trotamundos, mezclados con su tono de voz, asustaron a Tom más todavía.

 

Sin mediar ninguna palabra más, de su chaqueta de cuero sacó una pistola con silenciador y disparó seis veces al cráneo del gordo. Sus sesos se desparramaron por la habitación y el rojo intenso de la sangre manchó la pared.

 

La mujer que estaba sobre la cama, encadenada con un grillete en el cuello, gritó de alegría. El joven rebuscó en los cajones del escritorio de Tom hasta que encontró una llave con la que abrir la cadena, liberando así a la prisionera.

 

Cuando el viajero abandonó la habitación y cruzó de nuevo los lóbregos pasillos, no vio a ningún operador. Dos hombres vestidos de feriantes se acercaban corriendo, y se detuvieron al ver la ancha figura del trotamundos.

—Oh, porqueria… —dijo uno de ellos, que era más bajo que el otro.

 

—Está muerto. Largaos de aquí —Ante el tono de voz iracundo del viajero, los empleados de Tom huyeron a toda prisa.

 

Al salir del búnker, lo primero que notó el extranjero fue el olor a quemado que llegaba desde algún lugar. Se adentró en el pueblo y allí estaba: la noria, envuelta en llamas.

 

Las mujeres gritaban, los niños lloraban, y los hombres se hacían los importantes diciéndoles a todos los demás que no se acercasen mucho.

 

A lo lejos, el trotamundos distinguió la figura de Bill entre la muchedumbre. Se acercó a paso lento y le tocó el hombro. El camarero pegó un salto, y luego sonrió al ver que ambos lo habían conseguido.

 

—Esto merece un trago —dijo el camarero caminando hacia su bar, seguido de cerca por su nuevo amigo.

 



[i] Sala dedicada al descanso y reunión de la Tropa de Lyons.


Editado por Gemini No P., 18 enero 2016 - 12:10 .

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Publicado 21 enero 2016 - 16:17

Capítulo IV: Coloso en llamas (Parte II)

 

8 de enero de 2284; 11:30; Rockwell.

 

Bill es extraño,la primera impresion sobre este personaje fue que

era un tipo duro pero al final resulta es que es debil emocionalmente

 

8 de enero de 2284; 12:15; La Ciudadela, Yermo Capital.

 

la inteligencia de esa chica se compara a la de los fans extremos

que aparecen en encuestas y versus

 

8 de enero de 2284; 19:30; Rockwell.

 

me pregunto que tramara el prota

 

8 de enero de 2284; 22:00; Rockwell.

 

el plan hasta cierto punto fue ingenioso por otra parte se me hace extraño que absolutamente  todos los hombres de Tom estuvieran viendo el incendio y nadie vigilara su guarida

 

 

 


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Publicado 17 febrero 2016 - 17:18

Ojala pronto actualices este fic


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Publicado 03 abril 2016 - 22:27

Esta bien imitar a kurumada pero tampoco hay que exagerar XD


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Publicado 03 septiembre 2016 - 14:21

Capítulo V: Nunca por las buenas

 

Vencer sin peligro es ganar sin gloria.

 

Séneca; Filósofo latino.

 

9 de enero de 2284; Parque Nacional Rock Creek; 22:30 PM

 

Cuaderno de viaje: día dos. Tras resolver el incipiente conflicto en la pequeña población de Rockwell, continúo mi camino hacia Seattle. Según el Pipboy, desde donde ahora me encuentro, estoy a unas… novecientas horas de distancia. Lo que se traduce en unos cinco mil kilómetros. He parado a descansar en una especie de parque, donde otros civiles pasan la noche. Parece ser una población nómada, que viaja de aquí para allá. Me dejan hospedarme con ellos, incluso me dan comida y agua. Es una sorpresa encontrar a gente capaz de compartir en este vasto desierto egoísta. Referente a lo sucedido en Rockwell… no es algo de lo que me enorgullezca. Fue un gesto poco propio de mí. Ese cerdo sacó lo peor que tenía dentro y no podía dejarlo ir. Se trata de justicia divina, ¿no? En fin… La cosa con Bill se arregló. A la mañana siguiente de que ardiese la noria, los mercenarios vinieron a buscarme. Al principio pensé que querrían asesinarme, pero por lo visto, ellos no le tenían ningún afecto a su jefe, solo le seguían porque pagaba. Y al no estar el que pagaba, decían que se retiraban a no ser que alguien les abonase sus salarios. Los habitantes, conscientes de que no podían vivir seguros sin ellos, acordaron pagarles por sus servicios de protección. Estoy seguro de que les irá todo bien, ahora que ese tío ha desaparecido. En cuanto a Lydia… no sé bien cómo clasificar algo así. Murió delante de mis narices, sin yo poder hacer nada… Es mejor no recordarlo, al menos no ahora, pues tengo cosas que hacer, sitios a los que llegar. Por papá. Por mí. Salí hoy de madrugada, tras pasar la noche en la habitación que había alquilado. A las ocho de la mañana ya estaba despierto, y decidí visitar su tumba. A las nueve cogí mis cosas, recogí mi arma a la entrada y me puse en camino. Según el Pipboy, he avanzado unas… cuarenta millas. El día de hoy ha transcurrido sin incidencias. Corto y cierro.

 

El trotamundos solitario presionó el botón rojo que detenía la grabación. Después abrió el compartimento donde se colocaba la holocinta y la sacó, guardándola después en la mochila que llevaba a la espalda. Extendió su cuerpo a lo largo de la fría y áspera esterilla, que lo “protegía”, lo resguardaba de la humedad del suelo. Colocó seudas manos tras la nuca, mirando al cielo, escudriñando con profundidad la densa niebla de contaminación que cubría toda la cúpula celeste, intentando ver siquiera una mísera estrella; pero era inútil. Dirigió sus ojos a la profundidad de aquel parque, que alguna vez contuvo un bosque. Los árboles, por llamarlos de alguna manera, se retorcían de manera grotesca y siniestra, limitando la visión; si de noche ya era complicado encontrar algo en tan densa penumbra, aquellos troncos muertos lo hacían misión imposible. Negó un par de veces y suspiró, sabiendo que aquellas noches había tenido suerte y que, a partir de dicho momento, le tocaría enfrentarse solo a la oscuridad en sitios que nunca había visitado. Se giró, apoyando su costado derecho en el suelo, intentando encontrar la postura más cómoda, aunque era casi imposible. Usando su propia chaqueta de las Serpientes de Túnel como almohada, el joven cayó rendido a los quince minutos por el cansancio acumulado.

 

 

 

13 de febrero de 2284; Cearfoss, a dos kilómetros del límite del estado de Maryland con el estado de Pennsylvania; 13:14 PM

 

El cielo aturbonado anunciaba otra fuerte tormenta de nieve. El suelo estaba cubierto de hielo, que impedía el paso a prácticamente todo ser viviente. Los riachuelos que daban un mejor aspecto (digamos mejor pues tras un apocalipsis nuclear, todo está horrible) al yermo se habían congelado, convirtiéndose en enormes pistas de patinaje. Las carreteras, agrietadas y con el pavimento levantado, eran el único camino medio decente por el que se podía transitar. En medio de aquel “navideño” paisaje, el trotamundos solitario caminaba, cubierto con una gabardina de piel de brahmán y unas botas de cuero antiguas y desgastadas; eso era todo lo que se podía ver. Caminando como fantasma en la nieve, con su rifle en las manos, cubiertas con unos guantes rotos, que dejaban al descubierto partes de su piel, casi morada por el frío, cabeza gacha y espalda encorvada, el trotamundos solitario avanzaba al paso que sus piernas, doloridas y poco firmes, le permitían. De su rostro solo se distinguían los ojos, pues este iba cubierto por un gorro de piel, la propia gabardina y una braga polar negra que tapaba boca y nariz; el frío arreciaba tanto que se formaba escarcha en sus pestañas. Un viento gélido recorría con silbidos la llanura blanca. El joven miró su Pipboy, solo para saber la temperatura que había en el ambiente. El termómetro marcaba la asombrosa cifra de menos veintitrés grados.

 

«J*der—exclamó para sí el exhausto viajero, que contemplaba cómo su respiración pronto se condensaba en el aire.

 

La mochila no era tampoco ligera. El largo camino estaba destrozando su espalda, y la nieve no era el mejor terreno para caminar durante un extenso periodo. Aquel tiempo de perros lo había retrasado mucho, más de lo que esperaba. En un mes, había recorrido unos escasos ciento diez kilómetros, ya que las tormentas le impedían avanzar.

 

Cuando parecía que no podría dar un paso más, levantó la cabeza y vio en la lejanía un pequeño asentamiento. ¿Acaso era un espejismo, una broma de su subconsciente, herido por la necesidad de resguardarse en cualquier cobijo que la Tierra le diese? Parpadeó un par de veces y todo seguía en su sitio. Con la esperanza renovada, sus pies pudieron moverse de nuevo, avanzando a velocidad constante. Sin prisa, pues no podía ir muy rápido, pero sin pausa, las botas se hundían en la nieve, de al menos veinte centímetros de altura.

 

Tras cinco minutos de interminable camino, el trotamundos solitario se plantó en el lugar. A la entrada había un cartel que oraba “Cearfoss, Maryland”.

 

Cearfoss no era gran cosa, solo un pequeño pueblo en el que, según el Pipboy, se cruzaban varias rutas en los antiguos Estados Unidos. Una rotonda que dividía el pueblo en dos. La mayoría de edificios eran de un solo piso, es decir, viviendas normales y corrientes. Frente a la glorieta había una gasolinera, y tras aquella podía vislumbrarse un campanario, correspondiente a una iglesia. Buscó con la mirada un sitio en el que refugiarse. Siguió por la avenida que tenía a su derecha y caminó hasta encontrar una casa, la primera que se topó. Se adentró por el sendero de nieve y llegó a la entrada, agarrando el picaporte y girándolo en dirección contraria a las agujas del reloj para abrir la puerta.

 

—¿Cerrada? —exclamó con ligero enfado al ver que no cedía. Empujó con el hombro, para ver si era solo el óxido, que había corroído el mecanismo, pero siguió sin moverse. Inspeccionó la puerta de arriba abajo, llegando a la conclusión de que era demasiado nueva como para ser de antes de la guerra.

 

La paciencia del trotamundos solitario no dio más de sí. Agotado, sacó de la funda que guardaba en su tobillo una navaja y la introdujo en el cierre, haciendo palanca y rompiéndolo. Nada más llevar a cabo dicho movimiento, la puerta se abrió de manera limpia.

 

Sin perder un instante, el joven se metió en la casa, cerrando la puerta tras de sí, para que no entrase más frío. Se quitó la mochila de la espalda, la dejó en el suelo junto con su rifle, y apoyó su maltrecha espalda en la pared que estaba justo frente a la entrada. Poco a poco, dejó que su cuerpo resbalase por el muro cubierto de desgastado papel pintado, hasta tocar el suelo con sus posaderas. Alargó las piernas y echó un último vistazo al exterior por la ventana que tenía a la derecha de la puerta; la tormenta de nieve estaba comenzando de nuevo.

 

Suspiró, agradeciendo haber encontrado asilo antes de que la cellisca cayese sobre él.

 

—Si siguiese ahí fuera, ahora estaría muerto… —Fue lo último que alcanzó a decir antes de cerrar los ojos y caer dormido, fruto del cansancio acumulado durante días.

 

 

13 de febrero de 2284; Cearfoss; 23:54 PM

 

La luna había salido horas atrás. La tormenta, para suerte de todos, había cesado. A pesar de que aún arreciaba el frío, era mucho menos peligroso estar a la intemperie en dicho momento. Tras diez horas de sueño ininterrumpido, la fase REM del joven se acabó. Diez horas de sueños horribles, de pesadillas inhumanas, de idílicas ilusiones; en aquel corto periodo hubo tiempo para todo. Sin embargo, no se despertó porque hubiese dormido suficiente, sino porque unas voces turbaron su ya de por sí frágil sueño. Abrió los ojos despacio, como si sus párpados estuviesen pegados. La luna brillaba blanca y magnánima en el cielo despejado, y su clara luz se filtraba a través del vidrio roto de la ventana, iluminando la sala.

 

Cuando el viajero entró a la casa, no le dio tiempo siquiera a fijarse en nada, pues cayó rendido segundos después. Ahora, aunque la penumbra cubriese la mayor parte de la estancia, todavía era visible. El trotamundos había dormido en un amplio recibidor, vacío y bastante iluminado. Las ventanas, a ambos lados de la puerta, eran amplias, y conservaban una mínima parte del vidrio. El suelo era de moqueta, sucia y polvorienta por el paso de los años. Las manchas negras tintaban el techo, producto de la humedad, que se filtraba por grietas que el tiempo y la falta de mantenimiento habían creado. Al fondo de la sala, a la derecha, había un pasillo, que se perdía quién sabe dónde, y a la izquierda unas escaleras que llevaban al piso de arriba. La barandilla de aquellas era de madera, pues quedaban algunos resquicios de lo que un día fue.

 

El joven pasó los dedos índice y pulgar por sus ojos, respectivamente. Tardó unos segundos en darse cuenta de lo que le había despertado: alguien estaba hablando. Por la experiencia que tenía, los habitantes del yermo no solían ser amistosos con las “visitas”. Apoyó ambas manos en el suelo, haciendo un esfuerzo titánico para levantarse. Sus piernas apenas respondían, producto del cansancio, y la espalda le propinaba unos potentes calambrazos al intentar moverse; la gabardina de brahmán pesaba diez kilos, añadidos de manera superficial a su propio peso, y le impedía un movimiento correcto. Movió el cuello en círculos, y crujió, por el agarrotamiento de los músculos; se quebró los nudillos y una vez más, hizo acopio de todas sus fuerzas para ponerse de pie.

 

Tras un par de minutos, consiguió erguirse. Alcanzó su rifle y cogió la mochila con la mano izquierda, cargándola a su espalda. Apretó bien las correas que hacían que se sujetase bien firme y se acercó a la puerta. Apoyó su hombro izquierdo contra la pared, quedando justo al lado de la ventana que estaba a la derecha de la puerta. Aguzó bien el oído, intentando identificar de nuevo esas voces que antes lo habían sacado de su letargo.

 

Asomó un ojo por el hueco semivacío de la ventana, para intentar vislumbrar algo, pero nada. La luz que producía la luna era suficiente, mas no había nadie. Aguantó la respiración unos instantes, por si esa fuese impedimento para distinguir aunque fuese un susurro; fue inútil. Los nervios empezaron a tensar su cuerpo. La mano izquierda apretaba con fuerza el cañón del rifle mientras que la derecha, puesta en el gatillo, temblaba; estar solo del todo no le gustaba, no era una sensación agradable, y estaba seguro de que la mente le jugaría malas pasadas.

 

Respiró hondo, buscando la calma en aquel mar de nervios que se echaba sobre su cuerpo, como si se tratase de una corriente que lo arrastraba hacia el interior de un océano de perdición. Una gota de sudor frío recorrió su frente y murió en la ceja derecha, empañando la vista del trotamundos solitario. Se frotó los ojos con el antebrazo derecho, sujetando el rifle con la izquierda. Fue entonces cuando volvió a escuchar algo, pero esta vez con total claridad.

 

—Hostias, qué frío hace —dijo una voz grave camuflada por la oscuridad de la calle.

 

—¿Qué dices? Hemos tenido temporadas de más frío —a la voz anterior se unió otra, algo más distante y más fina.

 

De entre las sombras surgió una pequeña llama. El viajero lo identificó pronto con el arder de un cigarro, y supuso que el que primero había hablado estaba fumando, pues parecía estar mucho más cerca que su compañero.

 

El joven contuvo la respiración unos instantes, como si dos personas ajenas del todo a que él estaba allí pudiesen sentir hasta la más tenue de las perturbaciones en el ambiente. Pero eso le hacía sentir tranquilo, con calma, seguro. Apretó la mano izquierda con fuerza, sujetando el cañón decidido, y lo asomó por el vidrio roto. Hincó la rodilla en el suelo, todo para tener una mejor precisión. La culata del rifle se encajó contra su hombro derecho y su diestra se deslizó por la madera arañada hasta llegar al gatillo. Colocó el dedo índice, listo para abrir fuego. Pero no… aquella no era su intención. ¿Matar de una manera tan escandalosa a dos hombres que ni siquiera conocían de su existencia, para que luego todos los demás, que seguro que los había, se abalanzasen sobre él como aquel que ve una moneda? No… Era precavido, e intentaba mantener la mente fría al cien por cien. Siguió con la mira fija en el haz de luz que emitía el cigarrillo encendido, hasta que ambos hombres se perdieron en la oscuridad de la larga avenida. Cuando por fin los vio desaparecer, sacó la cabeza por la ventana sin vidrio y la giró cabeza a izquierda y derecha; no había nadie.

 

Abrió la puerta con suma cautela, cerciorándose de nuevo de que no había nadie en los alrededores. Avanzó a paso lento, pues sus pisadas hacían un ruido característico; la nieve lo delataba. Llegó a la carretera, poniendo sus ojos en todos los rincones, todas las casas, todos los sitios que pudiesen albergar un peligro. Era cierto que gozaba de un gran prestigio en la Hermandad por sus nervios de acero y sus grandes dotes de combate, pero todo eso en grupo; no estaba acostumbrado a enfrentarse solo a la muerte.

 

Agazapado como un conejo, rodeado de los más terribles lobos, el viajero se movía a paso parsimonioso, casi receloso, inseguro de si seguir dicho camino. La avenida por la que estaba yendo estaba plagada de casas a ambos lados de la calzada, todas de un piso. Un plan bastante suicida, a sabiendas de que desconocía por completo el número de personas que había en dicho lugar, donde se resguardaban, o siquiera si eran hostiles. Pero no tenía alternativa, pues no estaba seguro en aquel lugar, con el riesgo constante de que lo encontrasen.

 

Pronto divisó de nuevo la glorieta por la que había llegado al pueblo. La luz de la luna, aunque tenue, iluminaba con leves destellos la gasolinera. Escudriñó de manera obsesiva aquella zona tan céntrica, con la idea de que allí seguro habría alguien, algún vigía, algún guarda. Pero no vio a nadie. Siguió avanzando, un poco más calmado; en su mente empezó a aparecer la posibilidad de que aquellos hombres no fuesen más que visitantes nómadas, que rapiñan las ruinas en busca de alimentos o de trastos que vender. Sí, seguro que sería eso, sino aquel pueblo no podría estar tan tranquilo.

 

Al fin alcanzó la rotonda; todo seguía en absoluta calma. Suspiró, tan fuerte que podría haberse quedado sin pulmones. Toda aquella tensión de golpe desapareció, como una hoja que una ráfaga de viento se lleva a algún lugar recóndito de la Tierra.

 

—Entonces… —dijo en voz baja mirando su Pipboy en el brazo izquierdo, consultando el viejo mapa de carreteras, aún no del todo confiado con la situación—, tengo que seguir por Cearfoss Pike hacia el norte durante dos kilómetros hasta llegar a Pennsylvania, entonces…

 

—¡Eh! ¿Quién c*ño eres? —Una voz que provenía justo de detrás suyo habló con voz ronca.

 

La sangre del trotamundos solitario se heló, tanto que casi podría haberse sacado horchata de sus venas. Giró la cabeza despacio, con una parsimonia digna de elogio. La luz lunar incidía justo sobre el hombre que le había dirigido la palabra, y de nuevo podía verse el arder de un cigarrillo en la semi penumbra de la noche; era el tipo que había pasado antes, pero ahora se le veía con mucha más claridad. Vestía un chaquetón de piel de vaca que le llegaba hasta los tobillos, estaba desgastado y el cuero se había agrietado por el paso de los años; en los pies llevaba unas botas oscuras pero muy brillantes; también hacía gala de unos vaqueros azules y una cinta blanca en su frente, que evitaba que el largo flequillo moreno que tenía se le echase sobre los ojos. Su cabello era largo, y sus ojos aguileños, combinados con una nariz curva, le daban un aspecto temible. Para colmo de males, entre sus manos, cubiertas con unos guantes blancos, había un rifle de caza.

 

Sin responder siquiera a la pregunta, el joven se echó a la carrera, intentando huir del peligro; bajar la guardia lo había condenado. El hombre gritó, ordenándole que no se escapase, pero el viajero hizo caso omiso y se metió en la nieve alta, donde casi no podía maniobrar, ni moverse, ni avanzar. Con la nieve casi por las rodillas, era inútil correr, pues todos los esfuerzos irían a parar a saco roto. Al ver la huida de aquel extraño personaje, el hombre apuntó al aventurero con su arma y disparó un solo tiro, que se introdujo en su hombro derecho, haciendo que cayese al suelo agarrándose con la mano izquierda el lugar donde había sido abatido.


Editado por ℙentagram, 03 septiembre 2016 - 14:22 .

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Publicado 03 septiembre 2016 - 18:04

el trotamundos solitario se salvo del mal clima   :enfermo:  

 

pero 

 

se metió en otro lio   :doh:


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