Saludos a todos, luego de tomarte mi tiempo xD subo nuevamente un capítulo del Mito del Alcaesto ¡Diseños nuevos para los personajes! Trataré de en lo posible ir cambiando el dibujo de los personajes a medida que cambien en la historia, échenle un vistazo en la pestaña personajes. A penas pueda pondré la descripción que está pasando con cada uno como lo hago de costumbre. Un abrazo, espero que les guste el capítulo.
Personajes:
XII
—¡Señor Tamiel! ¡Señor Tamiel! —Exclamó Kaios de Capricornio entrando a su salón sin aviso— ¡Esto es terrible! Ha ocurrido algo muy malo.
—Dame una razón para no mandar a ejecutarte por haber entrado sin permiso.
—¡Señor! —Insistió muy nervioso— mi ejército, hoy desperté y… no había nadie.
—Eso es porque yo les he ordenado irse.
—¿¡Qué!? ¿Por qué señor?
—Tenía una importante misión para Thanon. Como tus hombres son unos débiles inservibles, preferí dárselos a este caballero para ver si él puede entrenarlos mejor.
—¡No! Eso es injusto. Darle a ese demente todos los hombres que con mucho esfuerzo he entrenado, a veces pienso que…
—¡Silencio! —Interrumpió Tamiel con un astral agresivo— vuelves a cuestionar mis decisiones y seré yo mismo quien acabe con tu miserable vida.
—Lo siento señor… —Kaios no entendía lo que pasaba. Su fuerza era enorme, su lealtad hacia su líder era aun mayor. Entonces… ¿Por qué no tenía un trato digno? Sentía que todo era demasiado injusto. Sin embargo, él creía desde el fondo de su corazón que Tamiel se relacionaba así con sus soldados con el afán de fortalecer su carácter. Gracias a esto, sólo los más firmes soportarían y serían aquellos quienes lucharían siempre en primera fila. Por lo tanto, este noble caballero permanecía humilde ante toda prueba; intentando hacer lo que le pareciera más correcto.
—Además, no ha ido solo. He enviado a otro de mis guerreros de elite para que guie sus pasos.
* * *
—Si no me equivoco… —comentó Kentha entusiasta— estamos sólo a unos minutos de llegar.
Como bien decía, al ritmo en el que iban cabalgando por el desértico camino, verían en tan sólo unos instantes las humildes construcciones que caracterizaban al pueblo donde vivía.
—Siento un astral muy extraño— dijo Eiris secándose el sudor de su frente.
—¿A qué te refieres? —Preguntó Louis intrigado— yo no siento nada.
—No lo sé… quizás sea sólo un presentimiento.
—¿Qué va a haber? —Intervino el paladín de tierra riendo— por estos lugares, además de plantas giratorias, lo único que hay es gente limosneando y un sucio orfanato.
La colina que se extendía hacia el horizonte se tornaba cada vez más minuciosa permitiendo que la visibilidad fuera más amplia. Los muchachos estaban sintiendo un pequeño entusiasmo al divisar a la distancia; el pequeño camino de tierra que llevaba hacia la derecha, concluyendo en la tan peculiar mina en donde algunos ya habían estado.
Sin embargo, al llegar hasta un punto donde la vista completa fue posible, un hecho inesperado dejó sorprendidos a los jóvenes y a Louis. Al parecer, la pequeña e inestable paz por la cual estaban pasando se terminaría en tan sólo un instante. El pequeño pueblo, fuera de presentarse en su plenitud como todos suponían, estaba rodeado por cuatro gigantescas paredes de una contundente estructura rocosa.
Sobre la parte más alta, una bandera negra con un extraño símbolo en el centro. Este bordado se conformaba por un gran círculo rojo con una cruz invertida del mismo color debajo de este.
—¿¡Qué porqueria significa esto!? —Exclamó Kentha con una profunda angustia.
Se acercaron hasta llegar a sólo centímetros de la gran muralla y comenzaron a rodearla buscando la entrada… pero no estaba por ninguna parte.
Dante, quien era del pequeño grupo quien más sufría por sus propias reflexiones, sintió que el mundo entero era una jaula de la cual no podía escapar. «¿Qué será ese extraño símbolo? Pareciera como si un demonio hubiera tomado el control de este pueblo»
Sin explicación aparente, Louis saltó de su caballo y desplazando rápidamente su brazo de izquierda a derecha, creó una cortante onda aérea que desvió siete flechas de piedra que fueron lanzadas desde algún lugar.
—¡Muéstrense cobardes!
Desde la cima del muro aparecieron decenas de soldados portando negras armaduras similares a las de los súbditos de Desmith y de Timos. Estas no eran tan contundentes como las del guerrero de ojos rojos, parecían estar diseñadas para la ligereza de quien las usara.
El líder de la resistencia, al verse nuevamente acorralado, sentía como su pequeña esperanza de seguir con el plan de Ares se iba perdiendo como agua entre sus manos.
«Maldita sea. Al parecer, no tenemos escapatoria. No somos tan fuertes ni tenemos la energía como para enfrentarnos a estos sujetos ¿Habrá llegado el fin? Justo ahora que comenzábamos a recuperar las esperanzas»
—¿¡Quiénes son ustedes!? —Preguntó uno de los guardias de forma desafiante.
—¡Eso no es de tu…! —Caspian estaba respondiendo pero su maestro le tapó rápidamente la boca. Al saber que no podrían vencer, debía idear algún plan para poder salir con vida de la situación en la que se encontraban.
—Vengo a entregar… —Louis miró hacia todos lados intentando pensar en algo inteligente— a estos… ¡Esclavos! No… ¡A los caballos!
—¡Sé claro! —Ordenó un soldado raso— ¿Vienes a ofrendar a los equinos o a esos escuincles?
—¿¡Escuincles!? —Reclamó Kentha empuñando una de sus manos.
—¡porqueria! —El osado dirigente se vio frustrado— creo que podría haber inventado algo mejor. ¡Señores! —Se dirigió a los centinelas— vine a traerles estos caballos de primera clase ¡Y qué mejor manera de hacerlo que junto a estos sirvientes!
—¡Sí! —Le comentó un vigilante a otro— creo haber escuchado que hoy traerían los sacrificios para calmar a Glaux, pero pensé que sería al anochecer...
—Bien… —respondió su camarada— ¡Que pasen! Encadénenlos y denle el dinero correspondiente a nuestro viajero.
Estos misteriosos hombres eran en su totalidad paladines de tierra y lo dejaron al descubierto cuando rápidamente descendieron desde la cima de la muralla hasta el suelo, para luego entre varios, levantar al mismo tiempo sus brazos consiguiendo elevar también un pequeño espacio en la pared, simulando una puerta.
Los jóvenes fueron despojados de sus caballos de forma agresiva. Sus rostros reflejaban lo enrabiados que estaban, no obstante, no se quejaron por aquel extraño proceder, ya que de alguna forma… confiaban en su maestro. Después, los soldados negros comenzaron a encadenar a los muchachos quienes al menos en el caso de Kentha y Caspian, apenas podían soportar las ganas de iniciar un enfrentamiento.
La última en recibir las esposas fue Eiris, al verla, Louis intervino. —¡Ella no! Más respeto… es mi hija.
Los custodios del pueblo se pusieron a reír de forma burlesca. —Su madre ha tenido que ser muy bella ¡Porque del padre no heredó nada!— Dijo uno de ellos apretándose el estómago de tanto mofarse.
—¡Mi amada esposa murió durante el parto! Tengan un poco más de tino, no quiero volver a escuchar que manchen su nombre —ordenó el moreno paladín, fingiendo estar ofendido— ahora iré a buscar mi recompensa, mientras tanto, que Eiris vaya con los esclavos.
Al ver su desagrado y al ya haber comprobado lo fuerte que era, los enigmáticos guerreros no mostraron intenciones de contradecirlo. Así que pusieron a todos los muchachos en fila y se dividieron en tres grupos; un equipo iría a dejar los caballos hacia los establos, otro acompañaría a Louis para entregarle su paga y un último guiaría a los “esclavos” a su lugar de retención.
Pasaron las horas y a medida que caminaban, la paladín de viento congelado esperaba el momento exacto para efectuar su movimiento, lamentablemente a medida que caminaba un extraño dolor de cabeza le impedía pensar con claridad. Sentía en su mente, un molesto y agudo ruido similar al grito desesperado de un ave.
Kentha por su lado, sin pensar mucho en cómo se estaba desarrollando la situación, sabía muy bien lo que pasaría. Sería algo muy similar a lo que había sucedido durante la invasión… Eiris congelaría a los soldados con el caótico poder que de alguna forma podía tenía —¿Quién será realmente esta muchacha?— Pensó sin poder dejar de mirarla y de sentir esa extraña incomodidad que lo perturbaba cada vez que estaban cerca.
Dante a medida que caminaba junto al resto, le prestó atención a la gente a su alrededor y observó algo que puso su mente en blanco por algunos minutos. Los pueblerinos estaban libres por las calles, riendo y cantando muy animosos, era tanta la felicidad que demostraban que era algo casi enfermizo para él. Además, a pesar de ver que los llevaban encadenados hacia algún lugar desconocido, la gente que se cruzaba con ellos intentaba desviar la mirada.
«Algo muy raro está pasando aquí ¿Qué le estarán obligando a hacer a esta gente? Aquella felicidad que demuestran no puede ser verdadera. El pueblo está bajo el dominio de un guerrero negro, sólo sangre y lágrimas siguen los pasos de estos malditos soldados»
Cualquiera fuese la respuesta, el huérfano paladín de tierra sentía una molesta pena, ya que todo el entorno le producía mucha nostalgia. —¿Por qué será que veo todo tan distinto? —Se preguntó angustiado— ¿Qué habrá sucedido con el orfanato?
Por un estrecho pasillo por el que tuvieron que pasar, donde los amarillos ladrillos parecían más gastados de lo habitual, los únicos arqueros negros que se veían por los alrededores eran aquellos que los llevaban esposados. ¡El momento había llegado! Concentrándose para hacer surgir la mayor parte de su energía, Eiris levantó su brazo derecho direccionando un gran soplo de aire hacia arriba, rodeando a los soldados rasos que los custodiaban. Apenas comprobó que todo estaba como ella lo deseaba, expulsó el poder que mantenía retenido logrando congelar a sus vigías.
Sólo dos quedaron fuera del alcance de la técnica. Pero Dante quien no aguantaba más la frustración fundió las frágiles cadenas que lo mantenían cautivo y con su libertad nuevamente recuperada, atacó a sus enemigos con sus explosivos proyectiles de fuego.
Estos en vez de responder directamente, levantaron enormes murallas de tierra que hicieron explotar en decenas de pedazos. Los jóvenes se defendieron con mucho esfuerzo para no ser golpeados por los sólidos fragmentos. Luego de hacerlo, descubrieron que aquella ofensiva sólo había sido una distracción para poder escapar.
—¡Maldición! —Exclamó el paladín de fuego— de seguro informarán a su líder de que estamos aquí ¡Parece como si ahora nosotros fuéramos los invasores!
—Esta vez sí que la has molestado —le dijo Kentha— debías haber permitido que Eiris solucionara esto con sus propias manos.
—Siempre lo mismo contigo —agregó Caspian— permitiendo que las mujeres peleen por ti.
Kentha estaba a punto de responderle, pero la joven reaccionó en el momento oportuno —¡Debemos liberarnos cuanto antes! Antes de que nos descubran.
Sin chistar se zafaron de sus grilletes. En ese mismo momento pudieron ver a lo lejos una exagerada señal de su moreno líder quien estaba dentro de una vieja casucha de madera. Sin pensarlo dos veces fueron corriendo a su encuentro.
—Quiero que todo lo que hablen sea en voz baja —susurró Louis mientras entraban en la pequeña cabaña— Caspian, infórmame de lo sucedido.
—¡Todo como corresponde señor! Caminamos cerca de tres horas atados de manos y pies; luego, nos quitamos las cadenas y la señorita Eiris venció a los soldados, exceptuando por dos quienes lograron escapar.
—¡Porquería! Lograron escapar… eso significa que de seguro le informaran a alguien que estamos aquí. Tendremos que cambiar nuestros atuendos y movernos desde ya. No podemos arriesgarnos, será mejor que Kentha vaya junto a Dante y Caspian en busca de ese vagabundo y lo traigas hasta aquí. Mientras tanto, permaneceré escondido junto a Eiris cuidando el lugar.
Tomando unas túnicas negras que Louis había comprado, los tres muchachos cambiaron sus ropajes y partieron rumbo a la desolada y empobrecida calle donde el harapiento contador de historias solía hospedarse.
—¿Por qué tengo que ir contigo? —Le dijo Kentha a Caspian mientras caminaban.
—¡Tú sólo avanza!
—¿Quieres darme órdenes? —Preguntó levantando pequeñas piedras.
—Tenemos un combate que terminar ¡Recuérdalo! De no haber sido por la invasión ya estarías muerto.
—¡Ustedes! —Se entrometió Dante— ¿Ya lo notaron? Hay decenas de arqueros por todos lados, pero ninguno parece tener intenciones de atacar a la gente.
—¿Lo dices en serio? —Preguntó el huérfano de forma irónica— es lo que he tratado de decir desde hace rato.
—Quizás deberíamos preguntar… —sugirió el domador de fuego— pero puede ser peligroso.
Intentando demostrar que no era un cobarde como quienes lo acompañaban, Caspian se precipitó unos pasos y se puso de frente a uno de los centinelas. —¿Me podría decir a quienes sirven?
Los jóvenes que estaban en busca del vagabundo se pusieron de inmediato en una pose de guardia, atentos a cualquier movimiento del enemigo.
—La verdad… —contestó tranquilo el guerrero negro— somos soldados del señor Kaios de Capricornio.
—¡Muchas gracias señor! —Respondió el paladín de viento y se fue caminando en línea recta. Con una caminata exagerada, sacando más el pecho y manteniendo firmes sus brazos, así demostraba que había podido lograr aquellos que sus compañeros no pudieron.
—¡Caspian! —Exclamó Kentha riéndose fuertemente— regresa… el camino es hacia la izquierda.
A medida que siguieron con su andar, una fuerte música comenzó a sonar por todo el pueblo. Decenas de tambores se oían por doquier emitiendo una pegadiza música similar a lo que los chicos podían imaginarse con pensar en un ritual.
—¡Larga vida al rey Thanon! —Proclamaban los pueblerinos levantando sus manos— ¡Larga vida al rey Thanon!
Interrumpieron entonces su búsqueda, para tratar de averiguar a qué se debía todo este alboroto. En un muro de las calles había precisamente un informativo:
“A quien nos salvó del sufrimiento y el dolor.
A quien nos brinda su amor y su protección.
A quien ha superado la esclavitud y ahora reina.
¡Le ofrecemos este carnaval con todo nuestro agradecimiento!
¡Larga vida al rey Thanon!”
—¿Qué es esto? —Se preguntó Kentha muy intrigado.
—¡Miren hacia allá! —Ordenó Dante.
Al observar el lugar señalado, pudieron ver como una gran fiesta se estaba llevando a cabo en la plaza principal el pueblo. Un lugar muy extenso, el cual cubría prácticamente un tercio de todo el poblado.
En medio, había una gigante estatua de un hombre muy musculoso y con el pelo largo. Al parecer era nueva, ya que el paladín de tierra no la reconocía. Alrededor de esta había cientos de pequeños locales vendiendo comida y haciendo todo tipo de entretenimientos.
—Es extraño… —mencionó el moreno paladín— a pesar de estar bajo el dominio de los soldados negros, esta gente se ve… feliz.
—¡Debemos detenernos aquí un momento! —Sugirió Kentha— con el vagabundo teníamos un trato, si yo no le llevaba algo de comer, él no se dignaba a abrir su maloliente boca ¡No puedo ir con las manos vacías!
—¡Tenemos una misión que cumplir! —Reclamó Caspian.
—No seas aguafiestas, nos reuniremos aquí en una hora y seguiremos con lo nuestro.
—No lo sé… —pensó el guerrero de ojos verdes en voz alta, cuando de pronto vio un juego donde ganaba quien le lograra pegar a un castor de madera
— ¡Está bien! Pero sólo será una hora.
Así que se separaron y rápidamente comenzaron a recorrer esta gran feria.
Mientras Kentha caminaba, observaba todo con mucho entusiasmo. No era un joven que se apasionara mucho por los combates y por el estilo de vida que había estado llevando últimamente. Por lo tanto, el divertirse un momento, no le parecía nada de mal.
Comenzó probando su suerte en juegos de azar, en los cuales obtuvo muy buenos resultados. Luego en competencias de puntería y finalmente de ingenio. En cada reto que se involucraba, terminaba ganando más y más dinero. —Si fuera así de bueno en las batallas sería genial— se dijo riendo.
Pero de pronto, la música se apagó, los peores pensamientos se vinieron rápidamente a su mente. Preparado para enfrentar cualquier tipo de problema, el paladín de tierra comenzó a observar con detenimiento cada lugar del reciento.
—¡Es hora de anunciar nuestro evento principal! —Dijo un hombre vestido lujosamente— el baile que realizarán las muchachas más bellas del pueblo ¡En honor a nuestro rey Thanon!
Relajándose de inmediato, el joven trató de sentarse lo más cerca posible al escenario que habían montado. —¿Las mujeres más hermosas? —Pensó— no recuerdo haber visto ninguna que valiera la pena seguir mirando.
Unas brillantes luces rojas alumbraron el blanco proscenio, dejando ocultos los largos asientos de cemento donde los pueblerinos estaban reunidos. El espectáculo comenzó con unos pequeños paladines de fuego haciendo piruetas y lanzándose esferas encendidas entre ellos, al compás de unos tambores que simulaban como si estuviesen dentro de una guerra.
—No está mal… —pensó el huérfano quien ya se estaba aburriendo.
Luego de ese baile y al menos unos tres más, el ambiente cambió por completo. Esta vez la luminiscencia se volvió azul y el ritmo de la música de fondo se tornó más lenta, emulando el sonido de las conchas marinas. Kentha jamás las había escuchado y fue tan relajante para él que cerró sus ojos un instante y sintió una calma que quizás nunca antes en su vida había experimentado.
Después, aparecieron cerca de diez doncellas bailando, con un vestuario que intentaba interpretar a bellas sirenas; estos atuendos al presentarse junto al decorado escenario, intentaban mostrarle a la gente como era el mar, que ellos jamás habían visto. Con elegantes y coordinados movimientos las chicas encendían al público que observaba atentamente. El paladín de tierra, quien aún permanecía sentado, estaba satisfecho con aquella demostración de talento.
Dispuesto a marcharse para ver alguna cosa más antes de reunirse con sus compañeros, notó que la música empezó a cambiar, tornándose más rápida y caótica. Sin saber el motivo, el corazón del joven empezó a latir cada vez más deprisa.
Desde atrás, una nueva muchacha apareció. Controlando el agua que traía, la desplazaba de un lugar a otro al ritmo de sus movimientos, haciendo piruetas con una elegancia que dejó al antiguo miembro de Campo Ónfalos mirando muy impresionado. Su piel morena brillaba por el maquillaje que adornaba sus ojos rasgados y el vestido azul que llevaba, se moldeaba a su atlética figura, la cual Kentha no podía dejar de mirar, al igual que su negra cabellera que le quitaba el aliento.
No supo cuánto duró aquella presentación, él sólo se quedó ahí… impresionado por la belleza de aquella joven mujer. A penas terminó el evento; se puso de pie y burlando a la escasa seguridad, fue corriendo detrás del gran escenario.
Caminó por todos lados buscando de forma instintiva a esta hermosa paladín de agua. En ese momento nada pasaba por su mente, solo quería acercarse a ella. Estaba pronto a rendirse cuando al fin pudo verla desde lejos. Ya se había quitado su traje de baile y llevaba en vez, una reducida playera verde y una falda gris. Era el momento más oportuno, estaba sola, sentada en un pequeño banco de cemento.
—¡Hola! —La saludó con mucho entusiasmo.
—Hola —respondió la muchacha con una encantadora sonrisa.
«Y ahora… ¿Qué le digo? ¡No traigo nada planeado! Además, me está mirando fijo. Es tan hermosa…»
La chica se quedó ahí unos instantes y como quien tenía al frente no dijo ni una sola palabra, se sonrojó. —Y tú eres…
—¡Mi nombre es Kentha! Y bueno… pasaba por aquí ¡El baile te ha salido espectacular!
—¡Gracias! —Respondió riendo con algo de vergüenza— ya es de noche, mañana es el último día del festival y tengo que estar sola vendiendo productos marinos. Será mejor que vaya a dormir.
—¿¡Mañana es el último día!? Bueno… que tengas un lindo día, ¿Cuál es tu nombre?
—Me llamo Roxee —dijo la muchacha y se acercó al huérfano que estaba muy ruborizado. Al estar a sólo centímetros de él, le dio un dulce beso en la mitad de su boca.
La hermosa joven se fue luego de eso y Kentha cayó al suelo sin poder mover ni el más mínimo músculo de su cuerpo. A pesar de que aquel beso no fue en plena boca, el pequeño contacto que tuvieron y en verdad… el tan sólo haber hablado con ella, lo dejó sintiéndose como si volara junto a las estrellas que podía ver en el cielo.
—Esas estrellas… estrellas ¡Estrellas!
Sin haberlo notado antes, ya se había hecho de noche, no le quedaba más opción que regresar al pequeño refugio donde estaba con los demás.
Al llegar, Caspian quien estaba sentado lo miró y sin previo aviso le dio un fuerte puñetazo en la cara. —¿¡Dónde te habías metido imbécil!? Estuvimos más de una hora esperándote. Creímos que te habían secuestrado o algo.
Pero el paladín de tierra no reaccionó mal, muy por el contrario, con una gran sonrisa se sentó junto a todos. —¡Lamento haberlos preocupado! Mañana sí o sí buscaremos al vagabundo.
—¡Eso tendrá que esperar! —Intervino Louis.
—¿Qué sucedió? —Preguntó Kentha sin saber nada.
—Eiris ha estado muy enferma, sintiendo una presencia extraña todo el día, muy similar a la de ese misterioso lobo.
—¿¡Habrán más criaturas como esa por los alrededores!? —Preguntó Dante.
—No lo sé —respondió su líder— pero de haberlas, será mejor que estemos preparados, ya que no es nuestra vida solamente la que peligra, sino la de todo el pueblo ¡Mañana mismo iremos en busca de esa bestia!
Bajo aquella orden, los guerreros se durmieron de inmediato en el provisorio refugio demostrando lo cansados que estaban. Sin embargo, en medio de esas horas de la noche durante las cuales el cielo estaba más oscuro; Kentha se levantó de su lugar de reposo muy lentamente, con el fin de no despertar a nadie. En contra de las indicaciones de su dirigente, salió y comenzó a caminar por las calles del pequeño pueblo.
Aún se veían algunos faroles alumbrando el escaso pavimento que se mezclaba con la tierra, los guardias que circundaban el lugar no parecían hostiles, no obstante, los recuerdos de anteriores batallas perturbaban la mente del joven paladín. Desde su enfrentamiento con Desmith hasta el que tuvo en Campo Ónfalos en contra de los soldados que atacaban a Eiris.
El motivo de su repentina salida era que se sentía angustiado por algún motivo que ni siquiera él mismo podía explicar. Necesitaba ir hasta el orfanato para ver si sus más terribles presentimientos eran reales, por lo tanto, con sus manos en los bolsillos se dirigió caminando tranquilamente por la noche, bajo la mirada de decenas de guerreros negros quienes no le hacían problemas; incluso algunos lo saludaban.
«Qué extraño… los subordinados de Desmith llegaron e intentaron destrozarlo todo, de la misma forma sucedió con los de Timos, ¿Quién será esta vez el comandante de estos invasores? Parece como si actuasen de una forma totalmente distinta»
Anduvo por algunos minutos hasta que llegó junto al portón negro que daba la entrada hacia su antiguo hogar. Un gran bullicio se escuchaba del otro lado, daba la impresión de que se estuviese librando una gran batalla. Sin esperar, el muchacho empujó con sus manos la gran puerta con el afán de ingresar y enfrentarse a lo que fuera.
Pero para su gran sorpresa, el escenario era completamente distinto. En vez de una contienda bélica, lo que se encontró fue a un puñado de huérfanos bailando y haciendo movimientos extraños. Estos al ver la inesperada entrada del paladín de tierra, retrocedieron asustados y entraron corriendo a sus habitaciones.
—¿Qué demonios le pasa a estos? —Se preguntó intrigado.
—Veo que has vuelto… —desde el otro extremo del desértico patio que se presentaba al entrar al orfanato, un anciano y delgado sacerdote se acercó con su rostro serio. Era uno de los tantos que se dedicaban a impartir clases y velar por la protección de los hospedados.
—¿Por qué reaccionan así los niños?
—Es porque para ellos, tú eres un asesino.
—¿¡Aún siguen con eso!? De no ser por Dante y por mí, aquí todos estarían muertos.
—Después de que desapareciste —le dijo mirándolo con lástima— llegó otro ejército de soldados como bien puedes ver. De una forma muy pacífica su rey nos prometió cuidarnos, a cambio de que le ofreciéramos nuestra lealtad.
—No lo entiendes ¡Ellos son malvados! Han acabado con mucha gente, lo he visto con mis propios ojos.
—A veces… pequeño, los actos que aparentan ser los más atroces, se cometen por causas justas y mucho mayores a lo que tus ojos pueden ver. Si tú piensas que los soldados negros son enemigos, es por quizás no sabes cuales son los verdaderos motivos por los que luchan.
—¿Los motivos por los que luchan? —Aquella interrogante sembró una semilla de duda e incertidumbre dentro de la mente del joven, quien a pesar de haber pasado por tantas cosas en Campo Ónfalos, aún no se sentía parte de lo que había sido de este.
—Ya no eres bienvenido en este orfanato —aseguró el sacerdote sin escrúpulos— puedes pasar la noche aquí si gustas, pero apenas amanezca, deberás marcharte.
—Está bien… sólo daré una vuelta.
Con una triste expresión en su rostro, comenzó a caminar por todo el recinto. Miraba las viejas escaleras oxidadas y las piezas de rojos ladrillos que aún le daban ese característico toque a cárcel. Llegó hasta su habitación y se percató de algo que le pareció muy extraño.
¿Cuánto había pasado? Ni siquiera se había cumplido un año desde que estuvo allí por última vez, no obstante, parecía como si toda una vida hubiese transcurrido desde aquella noche similar a esta, donde los soldados de fuego irrumpieron en aquellos dominios.
En la estrecha pieza donde solía dormir, parecía como si el tiempo no hubiera afectado en lo más mínimo. Aún seguía ahí la gastada manta que cubría su cama, desordenada como siempre, en la misma posición. Entonces, ¿Qué fue lo que cambió? ¿Por qué todo se veía tan distinto ahora? Al verse en el pequeño espejo de bordes amarillos que estaba en la pared, el muchacho pudo comprenderlo. Ya no era el mismo de antes.
Quizás sus pensamientos seguían siendo similares, su físico no había cambiado prácticamente en nada. No obstante, había algo... algún tipo de condición interna que le hacía sentir como si la vida ahora tuviese sentido. Tenía algo que hacer y no era cualquier cosa, se trataba de un asunto importante en el cual el destino del mundo estaba involucrado. No sabía si sería capaz de lograr algo, pero desde ese momento, en el que volvió una vez más a su cuarto, comenzó a apreciar todo lo que había tenido que vivir.
Aún no había amanecido y Kentha no se dirigía hacia el orfanato, sino a un lugar que ya no podía sacar de su mente.
Tras haber corrido varios minutos, llegó hasta la plaza del pueblo, donde comenzó a buscar a Roxee por todos lados. Su corazón latía muy rápido mientras fantaseaba las miles de posibilidades de entablar una conversación con la joven que tanto lo había encantado.
En el centro del recinto, había alrededor de veinte puestos de comidas rodeados por un grueso listón rojo donde ya algunos pueblerinos estaban transitando.
Antes de cruzar hacia aquella zona restringida, uno de los guardias lo detuvo agresivamente.
«¡porqueria! ¿Habrán descubierto quién soy?»