Saludos
Pues de momento no tengo queja de esta versión de Afrodita. Hasta siento más peso en la "venganza" de Shun, y es divertido imaginarme su Chesire Mode, tan en la línea del arquetipo troll que últimamente sale en las obras de la franquicia, aunque sin terminar de salirse del personaje que debe representar, creo.
A esperar la conclusión, que en su día vi como un mérito de Shun (porque Afrodita, con su eficaz abanico de técnicas, no me pareció "débil" en las Doce Casas), y en otros lugares se ve como "el Santo de Oro que cayó de un solo ataque". ¿Qué enfoque se le dará en esta historia? Me atrevo a preguntarlo porque dices que aplicarás Retcon Punch a la Saga de Hades :lol:.
También siento curiosidad por cómo lidiarás con algunas escenas bajo el sistema PdV, como el rescate de Marin a Seiya o la parte en la que Shaka pide ayuda a Mu para que Ikki regrese (¿o aquí eso lo hará Shaka directamente?); las revelaciones de Marin sobre Star Hill no son un problema, porque se pueden exponer en un PdV de Shaina, creo. Situaciones por el estilo hacen que piense en lo difícil que es escribir de esta forma (el estilo George RR. Martin); mis respetos.
Y hablando de eso, precisamente pasé a comentar porque noté esto:
—No dejaremos que tu muerte sea en mano, Shiryu, te lo prometemos, amigo mío. Conviértete en una estrella que vele por nosotros desde el cielo —se limpió los ojos y miró fijamente a Shun— Vámonos ahora.
Siento extraño leer el nombre del personaje PdV en la narración, pero no recuerdo si ha sido así siempre o esto fue una errata, lo marco.Los verdaderos reviews los sigo aplazando, dando fe de mi naturaleza incumplidora :ph34r:.
Gracias por el review, a mí me entretuvo usar el modo gato de Alice en Aphrodite, pero quise mantenerlo como algo intimidante, y no un simple chiste. Me alegro que funcionara en cierta manera.
Sí, sobre Aphrodite, es difícil trabajarlo, lo verás en el próximo capítulo. Shun siempre ha tenido un poder oculto, pero quiero mostrar, a su vez, que Aphro no es débil, simplemente que puede ser superado. Se verá incluso que las consecuencias de sus técnicas no son exactamente tan "simples" como lo fue en el clásico, aunque tendré que aplicar unos cuantos plots pooc convencionales xD
Sobre los PdV. Lo de Marin no será complicado, y el motivo es que ella no tiene cómo llegar a donde está Seiya. En el manga, pareciera que hay pasadizos secretos que todo el mundo conoce pero solo usan cuando le conviene a la historia, yo no quiero eso. En este caso, hay caminos que llevan directamente a los caminos específicos entre templos, pero que solo se le permiten a los humanos sin manejo de Cosmos o armaduras (es decir, guardias y sirvientes), Marin no puede llegar con Seiya, así que nunca fue problema el poner su descubrimiento sherlockiano en el PdV de otro personaje (ya que no usaré PdV de Marin hasta, quizás, mucho, mucho, muchísimo más adelante).
Y en cuanto a lo de Muu y Shaka, eso sí me había complicado bastante en su momento, pero luego descubrí que podía usarlo en un capítulo que narra más cosas que solo eso. Falta un par de capítulos para que eso ocurra.
Así que sí, es difícil, pero me gusta hacerlo. Gracias por los comentarios, ayudan muchísimo cuando vienen de alguien que, se nota, se maneja algo en este ambiente jaja.
Ah, y sobre esa línea, SÍ, es una tremenda errata, ya lo arreglé. Aunque creo que tengo una excusa para ello, y es que ese capítulo era originalmente de Seiya xD Narraba desde ese punto hasta que se enfrenta a las rosas, y solo después venía el de Shun, así que los mezclé, y obviamente se me olvidaron algunos detalles jaja Un riesgo que no puedo manejar bien en momentos.
Genial me encanto, y gracias por la aclaratoria sobre los universos, aunque dudo que puedas meter un santia, ya que Elda de caisiopea también ha perdido lugar en este fic, por cierto el final e este cap me parecio smple a comparacion de los finales de otros, yo me imagine que introducirias a la Rosa Negra de una manera mas narrativa en impresionante, dando el suspenso que dio tanto en el anime como en el MO, pero no lo vi, o al menos no lo senti asi -_-
Bueno, Elda en sí puede aparecer, ya que Caph es la ex santo de Casiopea, se retiró hace mucho, luego de perder sus piernas.
Y sobre el final, lamento que hayas quedado con esa sensación, aunque admito que me costó mucho determinar dónde cortar el capítulo. El hecho de hacerlo con la aparición de la Piraña, fue la importancia de ella en el pasado de Shun, un pequeño cambio que hice con el clásico y que se explicará en el capítulo que publicaré en unos días, ya que para hoy será el final de Hyoga.
Muchas gracias por comentar, como siempre :)
habra un tiempo de relax despues de esta batalla? siempre me hubiese gustado
verlos en tiempo que esten tranquilos solo haciendo vidas normales.
el dragon,que epicas son sus batallas y cuanto drama hay en ellas
afrodita tiene un repertorio que siempre me parecio muy terrorifico
en cuanto tu camus,se merece mas de un buen puñetazo por ser asi
Sí, habrá algo de descanso entre sagas, incluso tengo planeado todo un arco antes del 21 de marzo (cumpleaños de Julián Solo), pero me tomaré un tiempo para escribirlo. Ya terminé de escribir esta segunda parte del fic, hay 9 o 10 capítulos más ya escritos y que publicaré en los próximos días, pero cuando lo terminé, culminaré mi otro fic (SS Alpha), y recién ahí comenzaré con la tercera parte de este remake.
Gracias por el review :)
Y ahora... Frozen.
HYOGA V
No oía, sentía, ni veía nada. Todo era hielo a su alrededor, pero no tenía frío, estaba al tanto por sus recuerdos borrosos. Solo le quedaba eso, y su Cosmos, claro. Si lograba conectarse con él, significaba que estaba vivo. Y allí estaba, el mundo más allá del Cero Absoluto. Las auras de Shun y Seiya avanzando más adelante, Shiryu en sus últimos momentos en la Tierra, despidiéndose...
Pero él no podía hacerlo. No hasta darle un buen puñetazo a Camus de Acuario, al menos.
Su madre... Seiya, Shun, Shiryu... Isaak... Ikki...
—Sal de ahí, Hyoga. Vamos, eleva tus alas blancas. No te rindas, Cisne —murmuró una voz en su corazón.
—Saori Kido... No, Atenea.
—No mueras, tú eres fuerte, no puedes rendirte cuanto falta tanto. No quiero llorar más que por lo que he hecho por Shiryu, no debes morir. ¡Abre tus alas!
—Entonces dame un poco de fuerza, por favor, despiértame.
20:00: p.m. del 11 de Septiembre de 2013.
—¿¡Pero qué demonios...? —Eso fue algo nuevo, una queja de Camus.
El hielo comenzó a crujir y el calor acudió al rescate por las hendiduras de cristal. Percibía perfectamente lo que ocurría en el exterior también. Pudo abrir los ojos y vio su expresión de... ¿temor? No, no lo parecía, era confusión con algo más, pero no sabía qué se reflejaba en los ojos de Acuario desde el Ataúd Congelante. El hielo comenzó a trisarse al mismo tiempo que apretaba más sus puños.
—¡Imposible! Romper el Ataúd desde adentro es ridículo, solo un Santo de Oro podría conseguir semejante hazaña, o alguien que maneje el hielo a la misma temperatura. —De pronto su expresión se relajó, incluso pareció lucir una sonrisa, aunque eso por supuesto no tenía sentido—. No te morirás fácil, ¿verdad, Hyoga?
Con un grito que no pudo oír, su Cosmos se liberó arrasando con las capas de hielo y el aire frío a su alrededor. El muerto decidió salir de la tumba en medio de una increíble explosión, entre los pequeños escombros que volaban por todos lados. Hyoga pudo ver como su maestro se protegía con sus brazos, y era arrastrado por una energía invisible hacia atrás.
«Mi energía», entendió cuando cayó de bruces al suelo húmedo del palacio. Estaba agotadísimo, le costaba respirar, pero aún tenía fuerzas. Jamás había sentido su Cosmos tan intenso como hasta ese momento, se creyó capaz de congelar lo que quisiera. Era como si el mundo se hubiera conectado con sus dedos a nivel atómico, y sentía que sería tan fácil detener sus movimientos que lo probó con una pequeña piedra cerca de su oreja que se convirtió en un trozo de hielo.
—El Cero Absoluto —resonó la voz de su maestro—. ¿Lograste tocar esa temperatura para romper mi Ataúd? Admirable, Hyoga, eso fue gracias a despertar el principal Cosmos en tu combate con Milo. Sin embargo aún no es suficiente, no logras mantenerlo más que un par de breves segundos y luego de eso...
Hyoga se levantó bajo una lluvia de granizo que instantes antes fue la primera capa del techo. Le haría tragar sus palabras.
—¿Q-qué... decías...?
—¿La mantienes a tope? —preguntó, incrédulo—. No es posible, ¿de dónde sacas tantas fuerzas, Hyoga? —Obviamente no había esperado eso.
—Ya te lo dije, no me rendiré hasta acabar contigo y superarte. —Concentró su poder en la mano derecha, y le sorprendió lo fácil que resultó. Sentía su Cosmos desbordándose, era una situación novedosa.
—¡Espera, no lo intentes, tu cuerpo no lo soportará! —advirtió su maestro, o eso pareció oír, pero Camus no era de los que se preocupaban. Eso solo significaba que sus sentidos desfallecían, y que ya no escuchaba bien.
Arrojó la energía con todas las fuerzas de su brazo y Camus lo imitó. Dos Polvos de Diamantes chocaron en la habitación y originaron una esfera pura y blanca que flotó en el centro entre ellos, colgando de sus brazos, desprendiendo ondas de baja temperatura.
—¡No puede ser!
—Ah... este frío... No puedo... —Tuvo que cerrar los ojos para concentrarse totalmente en, primero, mantener la energía en ese punto, y luego para empujarla hasta su maestro, pero era tan difícil como invertir el curso de una oleada.
—¡Tiene la misma temperatura que yo! La esfera se acerca al Cero Absoluto, su energía es equivalente a la mía... ¡Imposible! —A pesar de los gritos, Camus había recuperado su tono de voz frío y magnánimo, como alguien que ve todo lo demás como insignificante. ¿Cómo podía estar tan confiado si Hyoga prácticamente estaba en sus máximas fuerzas?
¡Claro! Camus sabía claramente que a Hyoga no le quedaban muchas fuerzas, pero si Atenea había confiado en él...
—Aunque hayas alcanzado temperatura más cercana al Cero Absoluto como yo, no tienes opción de ganar, Hyoga —dijo su maestro, impávido e indiferente, impulsando con menos dificultad la esfera de hielo hacia su discípulo—. Llevas a Cygnus, que por más congelada que esté, está hecha de gamanio y oricalco en una proporción que le da el rango de Bronce. Todas las sustancias tienen un punto de congelación específico, y en el caso de los Mantos del ejército ateniense, ese punto depende del rango —le recordó, como si estuviera dándole una clase frente al viento violento de Siberia—. Todos los Mantos de Bronce se congelan, y por tanto pueden destrozarse, a -150ºC. Las de Plata resisten un poco más, -200ºC, pero las de Oro, como Aquarius, están mucho más allá de eso.
Hyoga trató de recordar las lecciones, tal vez Camus deseaba eso para que perdiera el foco, y lo estaba logrando, porque ¿qué sentido tenía que le hablara del punto de congelación si eso podía ayudarlo en la batalla? Como consecuencia la bola de energía blanca comenzó a acercarse más rápido.
—Son -270...
—¡Así es, el Cero Absoluto! —asintió su tutor—. Es la temperatura que no puedes mantener. Con eso congelarías mi armadura, pero para destruirla necesitarías del soporte del Séptimo Sentido; uno mayor al mío.
Hyoga se sintió soporífero, perdió el foco y la atención, y percibía el intenso centro de frío a punto de tocarlo. Estaba perdiendo la batalla...
No... Ya había perdido.
—¡¡¡Hyoga!!! —gritó una voz estridente que meció su cabeza, la de una mujer, no sabía si Atenea o...
«Mamá». ¿Un recuerdo? Abrió los ojos justo para detener entre sus manos la bola de luz. Lanzaba rayos azules intermitentes que empezaron a trisar su armadura, Hyoga perdió la sensibilidad en sus manos y el equilibrio, que lo derribó de rodillas, pero aún sujetaba la extraña mezcla helada.
—¡Suelta eso o destruirá tu cuerpo, Hyoga! —pareció que gritó Camus, pero eso era imposible. Debía estar perdiendo la cabeza.
Aplicó presión en sus brazos para tomar control de la bola de luz. Al hacerlo, Cygnus no solo se rompió, sino que se convirtió en diminutos fragmentos que se llevaron los vientos fríos que soplaban por los pasillos del Templo del Ánfora. Solo quedó con su ropa de tela agujereada por Milo, ya cubierta por una capa blanca de escarcha. Ni siquiera sabía si estaba helada, ¡no sentía nada! La única razón por la que tenía certeza de aún sujetar ese poder era porque sus ojos estaban bien abiertos.
—¡¡¡Hyoga!!!
Éste lanzó la luz blanca hacia arriba, y provocó una explosión que estremeció todo el palacio: los libreros se desplomaron, la vasija gigante se trisó, y Camus fue arrastrado hasta impactar contra un muro. Su yelmo de oro voló por los aires hasta caer cerca de sus pies, mientras que Hyoga quedó inmóvil en su posición. No es que hubiera resistido la explosión, pero estaba tan congelado que ni siquiera la fuerza de repulsión lo movió, sus pies estaban pegados al piso.
Sin su armadura ya nada iba a poder hacer, Cygnus había desaparecido, era solo polvo congelado que acariciaba el piso como rocío.
—Hyoga... —llamó su instructor.
—Ugh... C-Camus, ¿qué...? —Al levantar la mirada vio al Santo de Acuario y su Manto de Oro con tonos albos por el hielo sobre ella. O en ella, más bien.
—Aquarius fue congelada, apenas puedo moverme —explicó con su típica voz monótona, esa que usaría para decir la hora—. Eso significa que al contener ese choque de fuerzas despertaste la totalidad de tu Séptimo Sentido y superaste al mío.
Hyoga se dio cuenta que tenía hasta la lengua congelada, no podía más que gimotear y balbucear, pero tampoco hizo ninguna de las dos cosas. Lo que quería preguntarle era si podría desafiarlo en ese estado, si podría burlarse de él como había hecho antes. Debió notarse en su mirada.
—Me alegra que lo hayas logrado —confesó el amo de los hielo.
—... ¿Qué? —logró gimotear por la sorpresa. ¿Qué diablos fue eso? ¿Alegría?
—Me superaste por unos segundos, lo que significa que fue útil congelarte. Superaste los desafíos.
—¿Desa...? —No entendía nada, era como hablar con Ichi, como si Camus hubiera aprendido algún otro idioma desconocido. Y no sonreía, claro, pero Hyoga no estaba enfadado con él. ¿La traducción era que todo fue una treta para que se superara a sí mismo? ¡Qué clase de idiotez era esa!
—No te confundas —replicó su instructor, que mecía ligeramente los brazos para recuperar la movilidad—. Eres un rebelde del Santuario, incumpliste las reglas, así que traté de asesinarte, lo que haré a continuación. Sin embargo... —Algo similar a un atisbo de duda se asomó en la cara de su maestro, en sus ojos de cristal bajo las particulares cejas dobles—. No...
»No importa lo que diga, este combate debe acabar, y sin Manto ni Cosmos que soporte tu Séptimo Sentido, no podrás resistir mi técnica. No te encerraré. Tal como dijo Milo eres un hombre orgulloso, sería por lástima, y nunca he sentido tal cosa —aclaró su maestro. A sus lados aparecieron súbitamente varios carámbanos y estacas de hielo, y del techo cayó nieve como si no hubiera techo en primer lugar—. Te asesinaré con honores con la técnica más poderosa de los Santos de hielo.
Camus separó las piernas y levantó los brazos por sobre la cabeza, creando una urna con sus manos entrelazadas. La técnica que hacía mejor uso del Cero Absoluto, que congelaba cualquier cosa y que solicitaba de toda la concentración y fuerzas del Santo de Acuario: la Ejecución Aurora.
—¿Listo? Cumpliré con mi deber tal como tú debiste hacer con el tuyo, es lo que hacemos los Santos.
—...Camus —tartamudeó Hyoga, aprisionado en el hielo menos en las partes que necesitaba, donde concentró todo el calor que reservaba todavía su cuerpo—. Aún no... he... Aún...
No iba a rendirse. Podía decirse a sí mismo que no era Camus, que nunca iba a serlo, pero en realidad se parecían mucho, había aprendido todo de él. Le probaría, sin embargo, que ya no había nada más que pudiera enseñarle...
—¿¡Qué estás haciendo en esa pose, Hyoga!?
Aunque no sentía los brazos, logró levantarlos con la percepción que le dio su sexto sentido. Separó las piernas e inundó sus manos con el Séptimo Sentido, una energía especial que percibía como conocimiento total de todo lo que era, como la sabiduría de todo lo que había ocurrido y ocurriría en su ser, y que puso de corazón en la vasija que formaron sus dedos.
—Yo... —No, no tenía sentido, no podía decir nada, pero había tanto en sus pensamientos, tantas ideas, tantos agradecimientos...
Al final, Camus era leal a las órdenes del Sumo Sacerdote, pero también tenía un corazón, lo había demostrado con esas muestras de preocupación que, Hyoga pensó antes, no fueron nada más que alucinaciones. Se equivocó.
—¿Vas a usar mi propia técnica sin siquiera haberla practicado una vez? ¡Qué locura! No puedes imitarla así como así aunque tu Cosmos me haya superado. Tu cuerpo no lo resistirá, terminarás muerto. O quizás...
—¿Eh? —Vio algo rarísimo, su rostro confuso, una expresión manifiesta, los labios arqueados en lo que parecía una sonrisa, lo que le convirtió en una persona totalmente diferente.
—¡Muy bien! Veamos quién tenía la razón, Hyoga, mis ideales o tus deseos. Esta confrontación final lo decidirá, ¡así que usa todo tu ser!
«Así será».
Por unos instantes solo el aire corría. Una aire frío que ya no lo molestaba, su cuerpo ya estaba congelado y apenas reaccionaba con pálpitos en el corazón.
No sabía si podría hacerlo, pero debía usar todo su Cosmos acumulado antes de que la vida lo abandonara, pagarle a Camus sus enseñanzas, mostrarle lo mucho que había crecido, y probarle que su madre le daba fuerzas desde el fondo del mar al que la confinó. Jamás lo debilitaba, su compañía espiritual era la fuente de su poder.
Y él también. Camus siempre le había dado ánimos, en su particular estilo.
—¡¡¡Ejecución Aurora!!! —gritó su maestro, dándole la señal. Bajó los brazos y lanzó una descarga que congelaría hasta las llamas del infierno.
Hyoga lo imitó, exactamente en la misma posición aunque era su mente la que le decía lo que ocurría, no percibía sus brazos y sus ojos estaban nebulosos, mas sabía lo que hacía. Lo sabía todo.
Y ese conocimiento fue lo que estalló. Otra esfera debió crearse en el centro, pero no resistió mucho. La explosión cambió al palacio de un lugar de tonos negros y azules con antorchas rojas a un Templo perfectamente blanco, sin una sola mota de algo distinto. En un instante que duró lo que un parpadeo o un suspiro, todo se cubrió de hielo y nieve.
—Seiya, Shun, Saori... me despido de ustedes, lamento todo lo que les hice pasar— dijo, aunque las palabras jamás salieron de sus labios. El Séptimo Sentido le había dado antes la información sobre la consecuencia de ese choque de poderes, así que no le sorprendía nada que su corazón latiera cada tres o cuatro segundos.
Oyó el crujido del cristal, era Camus que bajaba los brazos, un Santo que se había convertido en un hombre de hielo. Su piel era nívea, sus cabellos pasaron del rojo al celeste, la armadura de Acuario no resistió y cayó en trozos congelados. Sus ojos seguían manteniendo ese fuego azul de siempre...
No, la mente le estaba jugando una mala broma. Nunca había sido fuego, en realidad. Esta era la primera vez algo así en el rostro de su instructor.
—Muy bien... Hyoga...
—Maestro... —Su voz se quedó a medio camino nuevamente. Estaban de pie uno frente a otro, inmóviles por culpa de las piernas adheridas al piso, pero apenas se distinguían. El lapso entre latidos alcanzó los cinco segundos.
—Nunca creí que superarías mi poder en tan poco tiempo, te enseñé todo lo que se y convertiste mi principal truco en tu mejor arma. Ya no hay nada que pueda enseñarte, ja, ja —rio su oponente. Rio.
¿Se había equivocado? La voz era claramente de su maestro. ¿Por qué sonaba como otra persona, entonces?
—Ma...
—A punto de morir congelado despertaste el Séptimo Sentido y superaste el mío, y eso demuestra que siempre tuviste la razón. Estoy orgulloso de eso. Incluso tras hundir el barco de tu madre usaste esa ira a tu favor, y la convertiste en justicia, poder y valor. Tal vez el amor a esa mujer no te debilitó como creí, te hizo madurar, te convirtió en un verdadero guerrero. —Algo se desparramó como granizo a los lados de Camus, pero no supo qué, eran largos y dorados—. M-me encantaría que pudieras seguir d-demostrando este nivel en el futuro, que siguieras peleando por lo que dicta tu corazón... E-es todo lo que siempre desee, pero... yo no puedo... hacer... n-nada más por ti... y... No. No hay... m-más que d... Adiós... Hyo...ga.
Algo en la parte baja se quebró, y el sonido de un cuerpo que cae sobre el cristal retumbó en el palacio blanco que antes había pertenecido a aquel que fue como un padre. Estricto, firme y frío, pero que hizo todo por él, únicamente por él.
—Diste tu vida para que llegara hasta aquí, me inculcaste lo que era justo y lo que no, me enseñaste a no rendirme ni siquiera con todo contra mí, incluso cuando eras tú quien atacaba. Me enseñaste a amar más a mi madre y a confiar en mis compañeros. Me enseñaste todo. Y desearía poder seguir demostrándote mis avances —dijo Hyoga, tal vez con la lengua útil o quizás ya no, pero lo importante era no callarlo.
El hielo bajo sus pies se desbarató, y se estampó contra el suelo de frente, aunque su piel no sintió el golpe.
—Hyoga... ¡No mueras! ¡¡¡Hyoga!!! —Esa debió ser Saori. Pero no debía estar preocupada, ella estaría bien, Shun y Seiya la salvarían. Hyoga también estaba bien.
«Con estas heridas acumuladas ya no puedo seguir, pero eso quiere decir que volveré a las tierras heladas bajo el mar de Siberia. Me reuniré con mamá en el otro mundo. Nos vemos allá, maestro».
Editado por -Felipe-, 20 febrero 2016 - 15:00 .