CAPÍTULO V, FRÍO
Se dice que los glaciares que se alzan en el este de Siberia son totalmente indestructibles. Ni los más helados vientos, ni los mares del océano ártico, ni siquiera los cañones de un soldado pueden romperlos o derretirlos. Se les llama “Muros de Hielos Eternos”.
La pequeña niña rubia se colocó la máscara para ocultar sus ojos verdes y su corazón. Corrió por las tierras heladas en las que cualquiera podía perderse, y los fríos vientos que podían triturar la piel, hasta que llegó al misterioso lugar de entrenamiento que le habían destinado hace dos años: El Valle de los Lamentos.
Se decía que en ese lugar se podía enfrentar los miedos, pero lo que estaba frente a la niña era un hombre de ojos celestes y fríos, que estaba sentado frente a una fogata, única luz entre la oscuridad.
—Ya llegué, maestro.
—Comencemos entonces, Pavlin.
—Hace siglos, en la era mitológica, la Piedra de Rómulo fue la llave que los invocaba y liberaba. Desencadenaba sus poderes en la Tierra, pero Poseidón, el Emperador de los Mares, la robó para eliminar la competencia de la guerra.
—¿Es decir que está en su santuario, la Atlantis? —preguntó Mykene, observando fijamente al pequeño hijo de Mars jugar en el jardín.
—No, ya no. Hace más de diez años, uno de los barcos de la fundación Kido, llevó mercancías y pasajeros a Japón. Sin embargo, también iban algunos arqueólogos que lograron desenterrar la piedra, la cual había sido enterrada después de un maremoto, para venderla, ya que estaba hecha de un mineral que esos humanos jamás habían visto en su vida, el mismo del que están hechas nuestra Galaxy —explicó Mars, observando a su hijo mientras bebía de una copa de vino.
—Sin embargo, ese barco sufrió un grave accidente, y se hundió en los alrededores del océano ártico. Por eso acabo de enviar a Buthus a buscarla —tenía una voz gruesa, que hacía mover su larga barba. Su semblante disciplinado siempre le llamó la atención a Sonia, quien se asomó por la ventana.
—Ionia, ya llegaste —lo saludó Mykene.
—¿Qué noticias tienes? —preguntó Mars.
—Relogho en China, Acris en Japón, las abejas en Grecia, todo está saliendo según su plan, señor Mars.
—Y tú los sigues. Qué traidores somos —Mykene bajó la cabeza con tristeza, pero Ionia mostró una mueca de sonrisa.
—No sé tú, pero yo soy un noble traidor. Todo lo que hago es por Athena y el mundo.
—No discutan. Mykene, será mejor que estudies bien los movimientos más débiles de Edén para saber en qué entrenarlo más; Ionia, no pierdas el contacto con nuestros agentes. Todo lo que tenemos que hacer es esperar la piedra, y revivir a mis generales: los dioses de la guerra.
Sonia no entendía ni una palabra.
—Quiero que seas totalmente sincera conmigo. ¿Por qué quieres convertirte en Santo? —preguntó el hombre. Parecía estar totalmente acostumbrado al frío.
—Porque quiero... volver a ver a mis padres. Mi pueblo fue afectado por la guerra, y mis padres tomados prisioneros. No sé si están vivos o no, pero incluso si lo están, quiero verlos una vez más. Y para eso, para vencer a los enemigos, debo tener suficiente poder como para eliminar todo un ejército —no podía ver la expresión de la chica, pero él sabía que era sincera y valiente... sin embargo...
—Entonces morirás. Quieres salvar solo a un par de personas, ¿y a nadie más? Algo tan egoísta solo te llevará a la muerte —su mirada era glacial, puso a Pavlin al borde de las lágrimas de inmediato.
—Pero... yo...
—Los has visto, ¿Cierto? Afuera de este valle, a lo lejos, se encuentran los Muros de hielo eterno, los cuales no se han derretido en miles de años. Mi maestro me enseñó que hay que ser tan firmes como esos glaciales, teniendo la fuerza para sobrevivir en esta tierra cruel, a la vez que nos hacemos más fuertes. Y para eso no solo debemos proteger a unos pocos. Proteger a los inocentes, a todos ellos, nos hace más fuertes, hasta que seamos indestructibles, ¿lo entiendes, Pavlin?
—Sí, maestro —ella sonrió. Sabía que su maestro sonreía poco o nada, pero quería hacer todo lo que él dijera, como palabras sagradas, para así devolverle todo lo que él había hecho por ella. El Valle de los Lamentos hacía honor a su leyenda, los miedos se disipaban y las respuestas salían a flote en ese lugar con extraordinaria rapidez. En ese momento...
—¡¡¡Oye tú!!! —gritó una voz.
—Cabello rubio, ojos celestes y un cuerpo adaptado a las temperaturas bajo cero, debe ser él —dijo otro.
—¡El Santo de Bronce Gélido, el que derrotó a un dios, y ha asesinado incluso a amigos y maestros a sangre fría! ¡¡¡Cygnus Hyoga!!!
—¿Y ustedes? —el rostro de Hyoga no mostró ni una pizca de sorpresa al ver a la centena de marcianos al interior del valle.
—Somos soldados marcianos al servicio de Mars, el dios de la guerra y nuevo regente del mundo.
—Somos el escuadrón Termita, somos capaces de comernos hasta los más pequeños átomos.
—Venimos por ti, Cisne.
—Es increíble, tantos vinieron solo por mi maestro, debe ser formidable —se sorprendió Pavlin cuando vio tal cantidad de hombres de negro.
—Pueden ser diez, cien o mil si quieren. ¿Creen que unos soldados pueden vencer al cisne? —preguntó Hyoga, impasible.
—Nadie podría vencer tantos a la vez. Además, somos de los mejores ejércitos, no podrás destruirnos a todos.
—¡¡¡Soldados del escuadrón Termita, ataquen!!!
—¡Maestro!
—Pavlin, da cinco pasos atrás y no te muevas —ordenó Hyoga. Los marcianos de avanzada atacaron en todas direcciones.
Pequeñas partículas de hielo comenzaron a reunirse a gran velocidad alrededor del puño derecho del Cisne, era un espectáculo hermoso a pesar de lo mortal que eran sus efectos.
—Polvo de DiamanteS.
Pavlin ya había contemplado el ataque preferido de su maestro en acción, pero jamás contra un enemigo, por lo que ver a esa ráfaga de hielo puro congelar a todo el equipo de avanzada de un solo soplido en segundos era más que impresionante.
—Increíble, acabó con tantos en poco tiempo.
—Es muy poderoso...
—Maestro, ¿Qué le pasa? —preguntó Pavlin viendo que Hyoga observaba fijamente un punto entre los marcianos. Ya conocía a su maestro lo suficiente como para saber que algo le preocupaba.
—No todos ustedes son escoria, ¡Sal de ahí!
—Ja, interesante Santo —un hombre surgió de entre la multitud, su armadura tenía varias púas, y una cola de escorpión surgía del yelmo.
—¿Eres el líder de estos tipos?
—No precisamente, ese sería Caleb de Termita, quien no está presente en este momento. Yo soy Buthus de Escorpión, un Alto Marciano —hizo una graciosa reverencia, dejando caer su cabello gris sobre sus ojos, mientras sonreía con elegancia.
—Pavlin, necesito que salgas de aquí, este lugar se pondrá peligroso.
—¿Salir? Maestro, no soy tan poderosa...
—Eres mejor que estos tipos, pero no te preocupes, te haré un camino, ve a donde sabes, por favor —nuevamente la ráfaga de aire helado despegó, congelando una línea de enemigos por la que Pavlin corrió con una impresionante velocidad para su edad. Comprendió perfectamente la orden de su maestro, quería que ella protegiera lo más preciado para él.
—¿Quieres pelear afuera? No se ve muy cómodo aquí —Buthus se quitó algo de escarcha y pedazos de Galaxy del cuerpo.
—Escorpión..., ya luché con uno una vez, y no era tonto como tú, ¿Crees que no me he dado cuenta? El líder de estos tipejos..., ¿Dónde está?
—No es importante. No sé si querrás ponerte tu Cloth, ya que esto se pondrá caliente —el Cosmos de Buthus era inverso al de Hyoga, era ardiente como las llamas del sol, ese que pocas veces brillaba con intensidad en las tierras heladas de Siberia —Te presento mi técnica, también es un fenómeno natural como la tuya... ¡VIENTO SOLAR!
El Valle de los Lamentos, el cual estaba en una profunda caverna de Siberia, estalló como un volcán, derrumbándolo al subsuelo, generando una torre de flamas por sobre las capas de hielo.
“Oh no, es el lugar al que siempre va mi maestro, ¿Qué pasa ahí?” se preguntó Pavlin, al ver a un hombre portando una Galaxy, saliendo de la que fue una firme capa de hielo donde yacía lo más preciado de Hyoga. Ahora era un enorme cráter.
—Comiendo, comiendo... no soy fanático del hielo, prefiero la madera, esta cosa era demasiado fría y no pude encontrarla... aunque ese barco sabía delicioso —se decía Caleb de Termita, grande, robusto y con cara de idiota. Pavlin corrió hacia él, estaba solo, no lo consideró muy peligroso. Tenía el cuerpo empapado, y aunque intentaba que no se notara, temblaba de frío.
—¡Oye tú! ¡Ese lugar es sagrado para mi maestro, aléjate!
—¿Eh? ¿Una niña? Pequeña rata, si no quieres que llame a mi escuadrón Termita, aléjate en dos segundos. Uno...
—No me iré.
—...Dos. Ya pasaron los dos segundos... ¡Qué frío!
—¿No soportas esta temperatura? Qué patético —A Pavlin le pareció bien burlarse del marciano. Se sentía con ventaja por alguna razón.
—¡¡¡No te burles de mí ahora!!! El señor Ionia y el señor Buthus me ordenaron que encontrara esa piedra, pero por más que me sumerjo y como hielo y madera, no puedo hallarlo, ¡No puedo! —la Termita se sujetó la cabeza como si sufriera una migraña.
—¿Quieres contarme todo tu plan, acaso? —Pavlin pensó que ese tipo era definitivamente descerebrado.
—¡Cállate! No creo que tengas un buen sabor, pero no importa ahora... ¡GRAN GULA! —su boca se abrió a un tamaño considerable, y como una aspiradora, empezó a tragarse el aire y atraer a Pavlin hacia él. Pero a ella le habían enseñado a mantener la frialdad en todo momento.
—¡PLUMAS SILVESTRES! —Pavlin había aprendido a generar una especie de dardos de hielo, como las plumas de un pavo real, el animal representado en la Cloth oculta en lo profundo del Valle. No eran muy poderosas, pero serían suficientes, apuntó directamente a los dientes. Logró que se detuviera a la vez que propinarle un agudo dolor de muelas.
—¡¡¡Arghh!!! ¡Miserable, maldita niña miserable! Te llevaré a mi boca, y te escupiré en este océano, te conduciré hasta ese barco y te ataré allí, para buscar esa maldita piedra.
—Oh, tranquilo, hombre. No tienes que buscar, yo la tengo —Buthus llegó con la cola de escorpión de su diadema totalmente congelada, al igual que varias partes de su Galaxy, pero sonreía con gracia, y traía algo en la mano.
—¿Qué? ¿Dónde está mi maestro? ¿Qué le hiciste? —exclamó Pavlin, sin poder creer que ese tipo sobreviviera a los ataques de hielo.
—El fuego derrite al hielo, es básico, pequeña señorita. Y además, el imbécil no se puso su Cloth, era un final lógico. Ahora, Caleb, llévate esto por favor. El señor Ionia estará muy complacido.
—¿Qué yo lo lleve? ¿En serio? —la sonrisa de imbécil era algo que le salía muy natural a la termita.
—Sí, considéralo una señal de buena fe... y que me gustaría quemar toda esta zona también... —Buthus le entregó lo que llevaba a su compañero. Era una cruz dorada con joyas incrustadas. Una de ellas destellaba con un brillo poco natural.
—¿Esto?
—Es la Piedra de Rómulo. ¿Curioso, cierto? Pasó por tanto... de Roma a Atlantis, de allí a ese barco, de aquel a alguno de sus pasajeros, y de allí a uno de sus sobrevivientes. Cada vez más reducido.
—Ah, claro —evidentemente se había perdido a la mitad de la reflexión, se rascaba la cabeza—, me voy ahora.
—Quiero entender esto. Se metieron a mi lugar sagrado, invadieron la tumba, el lugar de descanso eterno de mi madre... ¿Y quieren escapar vivos de aquí? —Pavlin estaba segura que esa voz era capaz de congelar un desierto solo con unas letras. Jamás había visto a su maestro tan gélido a la vez que furioso. Llevaba su hermosa Cloth blanca de Cisne puesta, aunque tenía quemaduras en sus brazos y cuello.
—¿Sobreviviste? Digno del hombre que asesinó a su propio...
—¡Silencio! —Hyoga no estaba para discursos. Movió su brazo y un aire frío cruzó los vientos para impactar contra Caleb.
—¡Argh! —su boca se abrió más que al realizar una técnica, una mueca que se mantendría para siempre, congelado en las tierras frías de Siberia. O así sería si Hyoga no lo quebrara en pedazos.
—Ya entiendo... indestructible como un muro de hielo eterno, impasible, frío y poderoso. Pero con sentimientos... —Pavlin se alejó diez pasos esta vez. Sabía que su maestro necesitaría espacio.
—Hombre, tranquilo. Ya no tengo esa cruz..., la acabo de enviar a mis señores mientras te calentabas, jeje..., sin remordimientos, ¿Ok?
Pavlin vio como su maestro levantó los brazos sobre su cabeza, y los unió mientras los vientos se arremolinaban a su alrededor. Su Cosmos ardía como nunca, a pesar del frío que despedía. Nunca había visto aquella técnica, de la que se decía había sido creada por el propio Hyoga manipulando los vientos más gélidos del norte, pero había oído de su poder insuperable.
La Cloth blanca destelló con hielo y nieve, mientras la Aurora Boreal surgía en el cielo nocturno de Siberia Oriental. Era un espectáculo maravilloso, Pavlin sabía que era una señal del destino. Los vientos estaban a favor de esas luces del norte.
El Alto Marciano también levantó los brazos, y encendió su Cosmos.
—Ya veo, lo intentarás otra vez. Muy bien, pero no digas que no te lo advertí. Mi Viento Solar es poderoso, pero nada es más potente que una Tormenta Solar. Este fuego derretirá cualquier polvo de diamantes que hagas.
—Lo que digas. Solo una cosa: Nadie toca a mi madre. Es así de simple.
Los Cosmos chocaron cuando las luces de colores en el cielo alcanzaron su máxima energía electromagnética, y la constelación de la cruz del norte brilló tanto como aquella que le arrebataron al cuello del triste cisne.
—¡TORMENTA SOLAR!
—¡TRUENO AURORA!
Hyoga le había enseñado a Pavlin que había que ser frío e impasible, para lograr la indestructibilidad de los glaciares eternos de Siberia. Pero, tal como el Cisne había aprendido de su propio maestro, Pavlin, quien postulaba para la plateada Cloth de Pavo, sabía ahora que dejar los sentimientos no era tan absoluto como sonaba. Si Buthus yacía como un escorpión congelado a metros de distancia, expulsado por los vientos glaciares, era porque Hyoga había temido por su madre. Era porque el Cisne había derramado una lágrima.
Editado por Felipe_14, 21 noviembre 2013 - 14:29 .