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El Mito del Santuario


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805 respuestas a este tema

#81 carloslibra82

carloslibra82

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Publicado 31 agosto 2014 - 23:44

Qué capitulo, Felipe, genial, dándole protagonismo a June y dándole más implicancia en las batallas a Shun. Además, el dibujo de Marín te quedó genial, mil veces mejor que en el anime, porque ahí su armadura apenas sí la protegía. Sigue así, amigo Felipe!!



#82 mihca 5

mihca 5

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Publicado 01 septiembre 2014 - 18:57

Recién estoy tratando de ponerme al día con esto con los capítulos x falta de tiempo
Ese Seiya o le toco rivales fáciles o en verdad es fuerte, bueno forma de no abandonar la historia original al volver a ver Seiya afectado x la muerte negra del Pegaso negro

¡Si una hembra te rechaza es por el bien de la evolución!

 

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#83 -Felipe-

-Felipe-

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Publicado 07 septiembre 2014 - 16:14

 

el dibujo te quedo genial parece incluso una armadura divina

 

en cuanto al capitulo me agrado mucho que shun y June formen una buena pareja al menos en cuanto a combate.ojala shun no quede en la zona friend como el burro alado

 

Nah, nadie supera a Seiya en eso xD Y gracias por lo de la armadura, justamente porque parece divina a primer vistazo, como una ilusión creada especialmente por las alas, pero al segundo se ve claramente como aún deja varias zonas desprotegidas como una Plata normal.

 

Qué capitulo, Felipe, genial, dándole protagonismo a June y dándole más implicancia en las batallas a Shun. Además, el dibujo de Marín te quedó genial, mil veces mejor que en el anime, porque ahí su armadura apenas sí la protegía. Sigue así, amigo Felipe!!

Muchas Gracias, June merecía más.

 

Recién estoy tratando de ponerme al día con esto con los capítulos x falta de tiempo
Ese Seiya o le toco rivales fáciles o en verdad es fuerte, bueno forma de no abandonar la historia original al volver a ver Seiya afectado x la muerte negra del Pegaso negro

Seiya es fuerte. Imbécil, pero fuerte.

 

Y ahora... el debut de mi personaje favorito de Saint Seiya.

 

SHIRYU IV

20:14 p.m. del 29 de Agosto de 2013.

Un lugar enorme, inhóspito, frío y deprimente. El Himalaya parecía un sitio extraño para que habitara el único reparador de Mantos en todo el planeta, era de muy complicado acceso. ¿Cómo podía ser tan difícil reconstruir un Manto Sagrado? Shiryu estaba en medio de una brumosa niebla, no podía ver mucho a las lejanías, aunque sus zapatos chocaban continuamente contra rocas filosas y el viento era tan pesado que le costaba respirar. Además era constantemente arrojado contra los muros de las montañas cercanas.

Antes de llegar, había pasado a saludar a su maestro en China, quien a pesar de sus (supuestamente) más de dos siglos de vida, gozaba de buena salud. Como siempre, se lo encontró sentado frente a la Gran Cascada de LuShan en eterna tranquilidad, desbordando sabiduría. También tuvo una cálida y muy deseada reunión con Shunrei, la muchacha que de bebé su instructor encontró abandonada en el bosque y que luego adoptó, quince años atrás. Siempre con las redondas mejillas sonrosadas, la larga trenza color negro azabache que caía por sobre su hombro, los soñadores ojos azules arriba de la nariz pequeña y puntiaguda, y los labios inocentes que le dedicaban las más dulces sonrisas. En el Santuario no se solía recomendar ese tipo de relaciones sentimentales, pero él se consideraba lo suficientemente maduro y responsable como para poder mantener una llena de dulzura y cariño sin desconcentrar su entrenamiento y capacidad marcial. Era una manera de inspirarse en sus batallas y desear sobrevivir para retornar a casa. Y ella lo esperaba, confiaba ciegamente en ese regreso.

Después de tener un preciado e íntimo momento de reencuentro en su casa, Shunrei le informó que Genbu aún no regresaba a LuShan desde ese día tan remoto en el tiempo. Al parecer ya no estaba conforme con un arte marcial tan pasivo, y deseó un entrenamiento distinto y solitario, muy lejos de China. A Shiryu le hubiera gustado poder conversar con él un poco antes de irse e intentar convencerlo de lo contrario, porque sabía, que en el fondo, estaba enfadado por no obtener a Draco. Genbu no entrenaba tanto como él, pero le parecía mucho más capaz y con un mayor potencial. Y la persona más apta para explotar ese potencial vivía en LuShan, siempre sentado de frente a la cascada.

Pero en esa ocasión a principios del año, Shiryu pudo hacer lo que Genbu no. Aunque siempre se trataron como hermanos, el muchacho no pudo tomárselo con calma y abandonó el entrenamiento para no regresar después de dedicarle palabras llenas de sangre a la que había sido su familia.

 

El viejo maestro le había dicho que Jamir, la zona al interior del Tíbet donde se suponía vivía el reparador de Mantos Sagrados, era un lugar peligroso, y que cada vez que se viera en dificultades, simplemente caminara siempre hacia adelante, nunca a los lados o atrás; era la única manera de sobrevivir.

Le faltaba oxígeno, estaba muy alto en un lugar con temperaturas bajísimas. La niebla se hacía cada vez más densa, la nieve caía sobre sus ojos como una lluvia de granizo, el pecho le dolía y la ropa gruesa que llevaba parecía haber aumentado cien kilos. ¿Sería así de complicada la famosa montaña en el corazón del Santuario?

Se detuvo para intentar contemplar alguna muestra de vida, pero ni las aves se asomaban para devorar carroña. Todo a su alrededor era blanco, un espacio infinito sin sombras ni luces, la noche era escondida por los picos altos tibetanos. Tosió, y siguió avanzando apoyándose en el bastón de bambú, su único guía.

Repentinamente su pie chocó con algo muy duro y huesudo. Al bajar la vista y concentrarse para distinguir bien, se encontró con una mano esquelética que le rozaba el zapato.

«¿Qué es esto?»

La mano estaba conectada a un esqueleto putrefacto, y varios más cadáveres le acompañaban recostados entre los pliegues de la bruma. Supuso que debían ser aquellos que habían intentado llegar con Muu a reparar sus armaduras pero habían fallado. Por supuesto, los Mantos Sagrados que llevaran ya los habían dejado, quizás hacía décadas, y habían vuelto al Santuario para que otros los vistieran.

—Un gran susto, pero no es tan peligroso —murmuró.

Entonces no estás poniendo mucha atención —le susurró algo sombrío al oído, parecido a la voz de Ikki cuando estaba aún consumido por el infierno.

—¿Qué? ¿Quién es? —Shiryu se apartó pero antes de poner un pie atrás, lo regresó a su lugar original recordando las palabras de su maestro, aunque ya no tocó la mano huesuda. En su lugar logró distinguir un espectro, un fantasma gaseoso con ojos vacíos y boca deforme que le sonreía maliciosamente—. ¡Imposible!

Somos todos aquellos que hemos fallado —dijo otro, a su lado.

Somos todos aquellos que perdimos nuestras vidas sin ver al reparador —añadió un tercero. De pronto había decenas de fantasmas por doquier, todos igual de dantescos, como sacados de una pesadilla. La neblina solo se apartaba para que fueran visibles, como si estuviera ligada a sus órdenes.

No podía ser real.

—¿Qué es lo que quieren? —quizás era una ilusión, pero debía tomárselo con calma y seriedad, o podía terminar muerto.

Que nos acompañes, estamos solos...

Solos... —imitó otro espectro como un eco.

—No dejaré que me conviertan en uno de ustedes.

No hay opción. Todos aquellos que tratan de ver al reparador acaban despedazados, con sus cuerpos convertidos en esqueletos y sus almas atadas a este mundo cruel y despiadado, como perros guardianes que custodian el pasaje sombrío al que nadie puede acceder.

Estamos tan solos...

Únetenos...

Solos...

—Ni de broma.

Golpeó con un manotazo a uno de los fantasmas que se desvaneció al instante, pero otro apareció en su lugar. Lo intentó con una patada esta vez, siempre cuidando de mantenerse en el camino, pero seguía ocurriendo lo mismo. Cada vez que atacaba a un fantasma, éste desaparecía y un suplente ocupaba su poste. Debía tener cuidado, recordar las palabras del maestro.

“Avanza siempre hacia adelante”.

El Dragón Volador sería útil. Se envolvió a sí mismo con su Cosmos, puso ambos brazos atrás y separó las piernas, y luego avanzó de un gran salto en una sola dirección destruyendo todo a su paso.

 

Sin dejar de correr entremedio de la niebla, sintió como pasaban los minutos; los espectros parecían no acabarse y él empezaba a agotarse, la altura y la frustración tomaron su cobro desalentador... Pero cuando vio el camino despejado y una inmensa torre al frente, supo que lo había logrado. El cielo estaba oscuro y las montañas blancas, pero ya no lo veía todo mezclado, sino que era una claridad absoluta en la distinción entre los objetos, todos inmóviles y sin vida.

Se tomó unos instantes para recuperar el aliento y pensar en lo ocurrido. Fue muy difícil pelear en una zona tan alta por la falta de oxígeno, pero cuando miró hacia atrás, casi lo perdió todo de golpe. No había rastro de la densa y fúnebre neblina, solo un larguísimo y ridículamente angosto puente de piedra lisa en medio del acantilado más grande que hubiera visto en su vida. Debía tener decenas de metros de largo de profundidad, y al fondo halló cientos de rocas puntiagudas, afiladas como en una trampa sacada de una película de acción.

«Ya veo, por eso el maestro me dijo eso. Si no lo hubiera tomado en serio y hubiera dado un sencillo paso al lado, habría caído, muerto, y convertido en uno de esos fantasmas por la eternidad». Debía recordárselo: siempre confiar en las palabras del anciano de LuShan.

 

La torre era más bien una pagoda de ladrillo, cemento y piedra, de siete pisos octogonales de grosor decreciente y unos veinte metros de altura en total. El primer piso no tenía puerta como los demás, solo ventanas como orificios cuadrados sobre el ladrillo gris. Se sentía un fuerte Cosmos desde cada uno de los pisos. No humano, pero tampoco podía reconocer qué era.

«Así que esta es la mansión de Muu, el único reparador de armaduras en todo el mundo». Contempló un poco los alrededores; desde ese punto podía verse perfectamente el resto de montañas que componían la cordillera tibetana, y el aire era mucho más ligero y respirable, casi como si estuviera a altura de mar.

Sorpresivamente, desde el techo surgió una enorme roca como si la arrojara alguien invisible. Flotó unos segundos, y luego descendió como una estrella fugaz en su dirección. Consiguió esquivarla con ciertas dificultades, pero varias otras piedras cuasi redondas y muy grandes lo rodearon después de aparecer de la nada, como si fuerzas invisibles las sostuvieran en el aire y amenazaran con machacarlo y lapidarlo. Trató de escapar, pero esta vez no pudo evadirlas. Terminó aplastado.

—Je, je, je, de vez en cuando hay algún valiente que logra pasar el puente. Yo sabía que sería un buen escarmiento para que la gente no venga aquí, je, je.

Desde el interior de su tumba rocosa, Shiryu pudo oír la risa traviesa del ser que lo atacó. Pero no era momento para bromas.

Con un fuerte puñetazo se deshizo de todas las piedras que tenía encima, incluyendo su propio bastón, y se levantó inmediatamente después para observar a Muu fijamente. Era extraño, tenía la apariencia de un chiquillo de unos siete u ocho años de piel bronceada y caótico cabello castaño rojizo; de nariz pequeña y una sonrisa grandota y burlesca con labios gruesos. Sus ojos eran de un extravagante color violeta bajo un par de curiosos puntos rosas en lugar de cejas. Vestía con una camisa verde y harapienta sin mangas, pantalones blancos, sandalias y un brazalete dorado en el antebrazo izquierdo. Estaba de pie en lo alto de la torre, casi parecía un duende o un ser mágico. Sobre su mano alzada flotaba otra gran roca.

—Oye, no es muy cortés que recibas así a tus invitados.

—¿Te crees muy listo, cierto? Ahora verás. —Hizo el ademán de arrojar un proyectil otra vez, pero Shiryu levantó su dedo y lanzó un poco de su energía. La roca explotó en mil pedazos ante los gritos de miedo del chiquillo.

—Tienes extrañas capacidades mentales. Es telequinesis, ¿verdad?

—Ah... ah...

—Bueno, basta de juegos, necesito pedirte que repares los Mantos Sagrados que he traído, por favor. Pagaré lo que sea —dijo Shiryu, revisando sus bolsillos. La misma Saori se había ofrecido a pagar todos los gastos.

—¡No haré nada, me niego! —Muu le sacó la lengua y se volteó. No parecía tener la más mínima intención de bajar de la pagoda.

Después de unos segundos, volvió a mofarse de él a carcajadas.

—Como quieras... —Shiryu se acercó a la torre y encendió su Cosmos. Era un monumento muy grande pero se sentía capaz de hacerlo. Reunió su poder en el puño derecho ante los murmullos molestos del reparador, y después de unos instantes de preparación mental, saltó y dio un golpe tan fuerte en la superficie lisa y férrea del segundo piso que hizo temblar toda la gigantesca pagoda. Junto a los cinco niveles de más arriba se separó del primer piso para caer bruscamente a tierra, cerca del borde del precipicio que había detrás.

El techo no tuvo tanta suerte, y Muu quedó aferrado de una de las ventanas con sus pies colgando y pataleando por sobre el acantilado, mientras el viento lo azotaba una y otra vez.

—¡Oye, ayúdame, ayúdame, ayúdame, ayúdame, ¿qué esperas!?

—¿Repararás las armaduras? —le preguntó sonriendo. No iba a dejarlo morir, pero se merecía una buena lección.

—¡Yo no puedo hacer eso! Solo soy un aprendiz —chilló el chico, moviendo rápidamente las pequeñas piernitas en el aire—. Ni siquiera he podido aprender bien la teletransportación. Si no, no estaría aquí colgando, ¡así que sácame, estúpido!

—¿Cómo que solo un aprendiz? Pero si eres Muu, el único reparador de Mantos Sagrados en el planeta. ¿Me dices que de verdad eres solamente un niño inexperto?

—¡Yo no soy Muu, es él! —gritó al borde del llanto.

Shiryu miró hacia atrás de golpe, pero no vio nada más que el largo puente a lo lejos, sobre el otro precipicio. Giró la vista a los lados y en todas direcciones, pero no había nadie más que él y el chiquillo...

Sin embargo sentía una presencia más, aunque sus ojos no lograban captarla. Algo cercano con un Cosmos casi imperceptible, para nada semejante a los esqueletos y espectros de antes.

—¿Dónde está Muu? ¡Deja de jugar!

—¡Pues allí! Ha estado cerca de ti todo este tiempo, tonto. ¡Ya sácame!

 

Y de repente, lo vio.

Solo una sombra, algo transparente y difuso como un espejismo, pero lo vio. Un hombre caminando hacia la torre que se difuminó tan rápido como apareció, después vio al pequeño duende elevándose por los aires como si alguien lo levantara y dejara a salvo en tierra. Evidentemente no era cosa del mismo, ya que tenía la típica expresión de alivio de aquel que es rescatado, con los ojos entrecerrados y el pecho respirando apresurado.

Nuevamente lo vio aparecer y desaparecer en un suspiro de tiempo junto a la torre caída, dirigiendo su dedo fantasmal a una de las murallas. La gigantesca pagoda se irguió como por arte de magia ante el asombro incalculable de Shiryu; pocos hombres podrían levantarla con su fuerza física, pero frente a él alguien lo estaba haciendo solo con el poder de la mente. Los seis pisos derribados se posaron encima de la base retornando a la misma posición de antes a su puñetazo.

—Gracias, maestro —dijo el niño.

—Kiki, creo que el joven tiene razón en algo. Si ya habían fallado tus rocas, entonces no tenías por qué seguir atacando, ni menos enojarte. —El ser invisible tenía la voz más tranquila que Shiryu hubiera oído en su vida, incluso más que la de su sabio maestro. Era casi una poesía relatada con lentitud distante que hacía eco en todo el Himalaya, denotaba sapiencia y elegancia, un toque extra terrenal que Shiryu jamás había presenciado antes.

—¿Tú eres Muu? —preguntó al aire, aunque percibía la presencia inhabitual cerca del tal Kiki.

—Sí. —Y Muu se hizo presente ante sus ojos. Con eso comprobó que la voz hacía juego con el físico.

El hombre que se apareció ante Shiryu era parecido a un elfo de la fantasía literaria. Tenía un aspecto casi andrógino que emanaba pureza y tranquilidad, cuya edad era incapaz de adjudicar. Su piel era casi nívea, de rasgos suaves y elegantes como la luna llena; sus ojos eran de tono esmeralda, serenos y penetrantes, pero desprovistos de emociones fuertes, parecían mirar a través de su cuerpo, kilómetros más allá de su espalda. Su larguísima cabellera tenía un inusual color lila, era lisa y le llegaba hasta las rodillas, atada a la mitad por un lazo negro; algunos mechones caían sobre su rostro. Al igual que el niño, en lugar de cejas tenía dos extraños puntos ovalados, como los okimayu[1]. Vestía ropas sencillas y modestas, una camisa amarilla con cinturón negro y una toga roja encima, pantalones blancos de tela, sandalias oscuras y largas vendas alrededor de los brazos.

—Entonces... —Le costó encontrar las palabras después de admirar la poco natural apariencia del dueño de la torre.

—Lamento lo de la ilusión de más allá, pero solo los más aptos deberían llegar aquí, ¿lo entiendes? —Se disculpó sin expresar ninguna emoción en su voz aunque no solicitó tal cosa. Sin embargo, más le sorprendió su propia respuesta.

—N-no. Está bien... Pero me gustaría que repararas estos Mantos Sagrados, por favor. Te lo imploro, pagaré lo que sea.

—¿Repararlos? —Muu cerró los ojos con un dejo de cansancio, su boca no parecía capaz de sonreír o mostrar ni ira ni temor.

—Sí, ahora se avecinan muchas batallas para Seiya y yo, por eso requeriremos de la ayuda de Pegasus y Draco, pero en todo este camino no se han reparado ni un poco. ¿Lo ves?

Abrió las cajas que llevaba en sus espaldas, pero ni el caballo alado ni la bestia de jade salieron de allí. Tuvo que abrir el resto de caras de la caja manualmente para que se vieran. Su color era gris y opaco, deprimente, ninguno mostraba rastros de vida ni menos la respiración que tanto le había sorprendido después de invertir el flujo de la Gran Cascada.

—Lo veo. Pero lo siento mucho, no puedo repararlos. —Muu se dio vuelta y se alejó con calma hacia su torre, así sin más.

—¿Qué dices? ¡Necesito que las repares!

Por un momento, Shiryu perdió la serenidad ante tal muestra de desinterés, y se arrojó rápidamente a Muu con el puño en alto.

El hombre se volteó un poco. Sus ojos denotaban infinita pureza, su expresión era la manifestación de la paz absoluta. Realizó un suave movimiento con la mano, y Shiryu se vio golpeando el aire, de frente hacia el largo puente que estaba tras de sí.

«Pero qué... ¿Cuándo llegué aquí?»

—Por favor, nada de violencia —dijo Muu sin alzar ni un poco el tono de voz.

—Pero... ¿por qué...? —Shiryu se dio media vuelta y lo encontró mirándolo fijamente, a centímetros de su nariz, como si un profesor analizara en profundidad su objeto de estudio. No contento con todo lo raro que era y hacía, también parecía capaz de teletransportar gente a través del espacio.

—No puedo repararlas porque me parece que eres un buen hombre, y lo que pides conlleva un gran precio.

—Como dije, traje mucho di...

—No dinero. Probablemente tu muerte. No quisiera ser cómplice de eso.

—¿Cómo que mi muerte? —Era casi insólito. Todos lo consideraban el más tranquilo de los Santos, pero evidentemente estaba quedando en segundo lugar ante Muu, quien no cambió un ápice su semblante cuando dijo eso.

—Eres joven, así que es muy posible que mueras. Sería mejor que esperaras un poco hasta que estés en mejor forma y con un mejor desarrollo del Cosmos, o no lo aguantarás.

—¿Aguantar qué?

—Verás... —Suspiró inapetente, no parecía muy acostumbrado a conversar con gente, aunque tampoco podía decir que era maleducado—. Como imagino que sabes, los Mantos Sagrados no son solo protectores, sino seres vivos como tú y yo. Pueden sanar sus heridas como cualquier organismo viviente. Al interior de las Cajas de Pandora, en su caso. Pero estas armaduras pasaron por una muy durísima pelea, y ya han fallecido.

—Pero... ¡imposible! —Ochenta y Ocho Mantos, siempre los mismos, ¿y los suyos eran los primeros en morir en la historia? No parecía lógico.

—Sin embargo, a diferencia de nosotros ellos sí pueden volver a vivir. Para ello necesitan la mitad de la sangre de su portador, ya que están conectados con las estrellas a través del Cosmos. Son compañeros de los Santos en sangre y alma.

—No veo el problema, daré mi sangre.

—Como dije, eres muy joven. Perder la mitad de sangre causaría con alta probabilidad tu muerte, Santo de Bronce.

—No hablo de la mitad, daré toda mi sangre para reparar ambos.

Por primera vez, Muu expresó algo: un pequeño indicio de desconcierto que no pasó desapercibido para Shiryu, mientras Kiki lanzaba exclamaciones en voz alta.

—¿¡Qué!? ¿Estás loco, acaso? ¿Por qué harías una estupidez así?

—Por amistad, claro. —Seiya le había salvado la vida esa vez en el muelle, y sentía que la deuda aún no estaba saldada.

«Y es mi amigo».

—¡Pero piénsalo bien, tonto! Da la mitad de tu sangre para reparar tu Manto Sagrado y luego espera sobrevivir. Después tu amigo hará lo mismo con el suyo, si quiere. —El pequeño agitaba las manos desesperado, claramente contrariado—. O si lo deseas, idiota, repara al caballo y espera tu muerte, ya que la lagartija no servirá de nada si no la usas.

—Draco no tiene por qué fallecer, algún otro hombre lo vestirá después con tanto honor y orgullo como yo. Él no tiene por qué pagar por mi muerte —aclaró con convicción. La armadura no le había fallado jamás—. Daré mi sangre para que mi sucesor sea un digno Santo de Dragón y para que Seiya, mi amigo, pueda recuperar la compañía de Pegasus, pagándole la vida que me dio cuando casi la perdí. —No entendía por qué la confusión de Kiki. Hasta Muu se había quedado en un silencio tenso mirándolo con los ojos muy abiertos. Era lo justo, lo honorable, creía que cualquiera podría comprender eso.

—Eres un buen hombre, como supuse.

—¡Pero maestro! —gritó Kiki, aún más alarmado—. ¡Morirá!

—Es su decisión y hay que respetarla, honrarla, recordarla y admirarla. ¿Estás completamente seguro, Dragón?

—Sí.

—¡No, esperen! Eres un buen... no tan mal tipo, no hay por qué desperdiciar la vida de esa manera.

—Y tú eres un buen chico después de todo, ¿ves? —Shiryu le sonrió, y Kiki se quedó mudo.

—Despeja las mangas de tu camisa y pon las manos sobre las armaduras. Cortaré tus muñecas para que la sangre se derrame sobre ellas.

—¿De verdad las repararás, Muu?

—Lo prometo por mi honor y por mi diosa.

«¿Diosa?». Sintió un pequeño y breve cosquilleo en los brazos, luego vio la sangre caer y teñir de escarlata las opacas armaduras. Ni siquiera vio mover sus manos cuando le cortó las venas, fue excesivamente veloz.

—Pero... —Kiki recuperó el habla solo para decir una palabra. Era un niño de entre siete y nueve años, no podía (o no quería) comprender ciertas cosas, pero según el maestro, para todo había un tiempo. Lo recordó de repente, al igual que a su amada Shunrei, quien lo esperaba en LuShan como siempre.

«Esta vez quizás no vuelva, debí haberlo supuesto antes de irme» pensó con algo de tristeza, aunque estaba seguro que ella sabría y comprendería que lo hizo por una causa justa y noble.

—Si muero, ¿podrías informar de esto a mi maestro?

—¿Quién es? —preguntó Muu mientras analizaba las armaduras, de rodillas.

—El viejo maestro de LuShan, Dohko.

—¿Dohko? —clavó la vista en él de golpe. Una anormal mirada de sorpresa que duró unos instantes.

—¿Acaso lo...?

—¡Kiki, trae a Caelum!

—¡Sí, maestro! —Kiki entró de un salto por una ventana del primer piso a la torre, y menos de un segundo después, Shiryu lo vio en el cuarto piso como si hubiera entrado a ese desde el principio.

Empezó a perder las fuerzas, pero todo era para que Seiya cumpliera su misión. Él sería capaz de sobrevivir a los asesinos del Santuario, y devolvería a éste a la gloria que su venerado maestro deseaba ver otra vez.

Al salir, Kiki traía una enorme caja blanca en la espalda, como aquellas que cargan los Mantos de Bronce. La mirada se le nubló cuando la abrieron, y se preguntó si Muu sería tal vez un Santo de ese rango, aunque se movía claramente mucho más rápido que el promedio de jóvenes de Bronce.

Sintió las piernas tambalear a la vez que admiraba a Caelum, la rojiza armadura de Buril que incluía en su armado varias herramientas doradas y brillantes, como un martillo y un punzón. Parecían ser los utensilios del artesano de Mantos Sagrados.

—Comencemos entonces —dijo Muu, pasando un escalpelo por la superficie de Draco—. Kiki, quince gramos de polvo estelar, treinta kilos de oricalco, seis...

 

No pudo oír nada más cuando las piernas finalmente le fallaron.


[1] Símbolos pintados con mayuzumi que las mujeres aristócratas usaban durante la era Heian.


Editado por Felipe_14, 23 julio 2015 - 18:19 .

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#84 Patriarca 8

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Publicado 07 septiembre 2014 - 19:08

Te quedo bien la participación de Muu


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#85 carloslibra82

carloslibra82

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Publicado 07 septiembre 2014 - 23:45

Q genial aparición de Mu. Y me emocionó saber q también es tu personaje favorito de saint seiya. Siempre me gustó su personalidad, aún más potenciada en tu fic. Saludos, Felipe, a la espera del próximo episiodio!!



#86 mihca 5

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Publicado 08 septiembre 2014 - 10:04

Muy emotivo capítulo…fue bueno volver a ver al elegante y paciente carnero celestial!!

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#87 -Felipe-

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Publicado 11 septiembre 2014 - 17:14

SUMO SACERDOTE II

 

12:15 p.m. del 30 de Agosto de 2013.

Asterion era un tonto. ¿Volver vivo sin cumplir la misión? Se merecía la pena capital por lo menos, pero quiso mostrarse compasivo. Era lo que los Pontífices anteriores hacían, ¿no?

Pero de que añoraba pedirle a DeathMask que le hiciera una visita al Sabueso, no había duda. Él no podía hacerlo por sí mismo, despertaría demasiadas dudas, y era hora de estar concentrado en otro tema. Con Misty y Mozes muertos, había que enviar otro grupo a Japón para darles la pena de muerte a esos jóvenes Santos de Bronce que se estaban atreviendo a desafiarlo, y también al Águila, quien se había puesto del lado de su discípulo. Recordó a ese muchacho engreído a quien le entregó a Pegasus pocos días atrás.

—Un buen Santo, aunque algo impulsivo. Un chico que daría hasta su vida por aquello en lo que cree —se oyó diciendo, aunque que no fue él quien habló en realidad. Estaba seguro porque le pudo responder.

—Vete de aquí.

—¿No te recuerda a alguien?

El Sumo Sacerdote se llevó las manos a la cabeza, le dolía mucho desde hace un tiempo. Unos dieciséis años.

Y es que por supuesto que lo recordaba. Ese impetuoso e idealista niño de ojos verdes que creía en muchas cosas imposibles. Mientras él entrenaba con sus puños o la explosión de Cosmos, ese chico disparaba flechas y limpiaba su arco. Lo demás no importaba tanto, ya que era un prodigio de la madre naturaleza, tanto que logró enfrentarse a un trío de hombres de Oro después de que se le escapara. Y aun así, tal vez pudo entregar algo a alguien indeseado.

El Sumo Pontífice se cubrió la boca con las manos para gritar de impotencia e ira sin que lo oyeran afuera de los gigantescos portones del salón.

¡¡¡Aiolos!!!

—Ya cállate, eres demasiado ruidoso —le dijo la tercera voz. Pertenecía a aquel que conocía desde niño, parecido a él en tantas formas y, a la vez, tan distinto como el infierno lo es del cielo.

—¡Es tu culpa todo esto! —Sintió las lágrimas correr por sus mejillas. Estaba de nuevo allí, y el otro se había ocultado para seguir gritando iracundo.

—¿La mía? Qué tonto eres, siempre has sido así en tu interior. Yo solo te di un empujoncito.

—¡Mentira!

—¿Quieres pruebas? El otro se fue, al fin tienes el control. Ve y di a todos quién eres realmente. ¡Pronuncia tu nombre en voz alta desde el Monte Estrellado y quedará clara tu valía!

El Sumo Sacerdote se levantó de su trono y avanzó hacia las puertas a largas zancadas. Puso las manos sobre ellas y empujó con fuerza. Se encontró de frente con un hombre hecho de luz dorada, no pudo distinguir sus rasgos ni sus ropas, pero tenía un par de enormes alas brillantes saliendo de su espalda. A sus pies había tres hombres muertos: uno tenía una larga espada de hierro en la mano derecha, otro estaba cubierto por rosas multicolores, y el último era ya un esqueleto putrefacto.

—¿A dónde vas? —le preguntó el ente alado. Su palabra era como un coro de trompetas celestiales.

—¡No! Imposible, ellos no pudieron haber caído...

—Ahora te toca a ti, Traidor. —Sus ojos esmeralda eran acusadores y su voz estridente salía del rostro sin boca. Sus alas se abrieron en son amenazante, parecían hechas de plumas color sol.

—¡Mentira! ¡Tú eres el Traidor! —oyó que gritaba el otro, que había vuelto con su ira incrementada.

—¡Cállate, no te metas! Él tenía razón, siempre la tuvo —le dijo, y luego se dirigió al hombre brillante—. Perdóname, por favor. Nunca quise hacer eso.

—Dejaste que tomara el control y eres demasiado cobarde como para ir a revelar la verdad a todos, ¿verdad?

—Atenea nunca me lo perdonaría, y yo solo vivo por ella. Quizás... quizás si te haces a un lado, pueda ir al Monte Estrellado y...

—¿Pero qué dices? ¡Si ni siquiera te has levantado del trono!

 

Cuando abrió los ojos se encontró con el salón vacío y las puertas cerradas al final de la larga alfombra roja de terciopelo. Cerró los puños con tanta fuerza que sangraron, de sus dientes cayó un hilo rojo sobre sus ropas papales, y de sus ojos agua como una catarata...

—¿Por qué? ¿Por qué lo hice? Atenea... Te pido que... —oyó unos pasos y miró junto a él. Un hombre gigantesco y paciente allí estaba de pie con alborotados cabellos de tono como el musgo y ojos como pétalos de cerezo. Tenía dos grandes protuberancias saliendo de sus hombros como armas afiladas; lo miraba con tristeza y decepción, aunque ninguna de sus facciones era visible. El Sumo Sacerdote dio un largo grito hacia su alma.

 

—Ja, ja, eres un cobarde, y además estás loco, tus alucinaciones son cada vez peores —dijo el Sumo Sacerdote, riéndose del imbécil que al fin se había ido a dormir, o a lamentar su patetismo, o lo que fuera—. Lo mejor será que yo me encargue.

Lo meditó. Según el informe de Asterion, cuatro hombres con Mantos de Bronce lucharon contra las Sombras de Reina de la Muerte y sobrevivieron. Dos de ellos ya habían asesinado a Misty de Lacerta y Mozes de Cetus. Había que agregar al Águila también, la nueva traidora, y eso sumaba cinco rebeldes peligrosos. Aunque fuera una vergüenza considerarlo y admitirlo, tal vez tres Santos de Plata no bastarían, especialmente si se tenía en cuenta que Marin era del mismo rango.

—¿Qué harás? —le preguntó el tercer hombre, el que parecía ver a través de un espejo inexistente.

—Cuatro hombres de Plata y tres de Bronce para soporte. De eso no podrán sobrevivir, y luego deshacerme de la chiquilla será fácil.

—¿Chiquilla? ¿Crees que es ella?

—No lo sé, sería demasiado conveniente, ¿no lo crees? Pero quizás conoce información ya que su abuelo anduvo por estos lados durante esos días, y tal vez les hizo creer que era ella a estos chicos de Bronce. Sea como sea, debe morir antes que nuestros temores se concreten como una realidad.

—¿Nuestros temores? Ja, ja, ja, veo que di un empujoncito muy fuerte, te hice papilla el cerebro. ¡Estás hablando solo, idiota!

 

El Sumo Sacerdote se levantó y encendió su Cosmos para comunicarse con el exterior. Algol respondió de inmediato.

¿Alteza?

—Reúne a Capella, Shaina y Jamian, además de dos o tres Santos de Bronce, y vayan tras los rebeldes. No solo han luchado entre sí por motivos egoístas, sino que han asesinado a dos Santos de Plata.

¿Qué? Imposible, ¿entonces era verdad que Misty y Mozes...?

—¡Estás a cargo! No dejen a ninguno vivo, incluyendo a los que se escaparon de Aphrodite. Son nueve Santos de Bronce: Pegasus, Draco, Leo Minor, Monoceros, Chamaeleon, Ursa Major, Andrómeda, Hydra y Lupus. A ellos deben sumar a Aquila, quien ha admitido su traición. Que les quede claro antes de morir que debieron respetar al Santuario y a Atenea.

¿Qué hay del Cisne, Alteza?

—Ya envié a alguien para terminar con ese asunto. Ahora reúne a los tuyos, construyan un plan, y partan mañana mismo de ser posible.

Podríamos omitir esa parte del plan y salir hoy mismo, Alte...

—¿Estás cuestionándome?

N-no señor —respondió Algol. El Sumo Pontífice sintió fluir el temor en su Cosmos. Debía dejar las cosas claras para que no sucediera lo mismo que con el primer grupo de Plata.

—Sé que es difícil de comprender para nosotros, humanos normales, pero estos chicos están obteniendo poderes de fuerzas oscuras que nuestra diosa no admite en el mundo, es la única explicación para la muerte de dos hombres de Plata. No los subestimen como hicieron Misty, Mozes y Asterion, ¿está claro?

¡Sí!

 

Con eso debía ser suficiente. El otro, que se había asustado, jamás haría algo así. Para él ellos eran hombres de honor y con un destino importante, con un corazón bueno y otras estupideces. Lamentablemente debía compartir su mundo con él, no podía eliminarlo de su vida, aunque en el fondo...

En el fondo era hasta gracioso tenerlo cerca. Era tan patético, tan despreciable y llorón, tan débil e inútil. Nunca pudo ponérsele por encima, y le hacía gracia saber que sus sueños jamás se cumplirían, por más que se esforzara. Al del espejo también le parecía divertido.

—Es un tonto. —Vio al inútil temblando de miedo detrás de un pilar del salón; también había dos más: un gigante resplandeciente de ojos rosados junto a un ente dorado con alas. Ambos lo observaban desde la gran puerta al final de la alfombra con tristeza, la muerte los hacía sufrir, pero se lo merecían.

Sentado en las escaleras había un hombre idéntico a él dándole la espalda, aunque tenía el cabello más claro. Se había salido del espejo, pero también se pudría en el infierno.

—Los viste a todos estos y tuviste miedo, escondiéndote allí detrás. ¡Y hablas solo, lo que significa que estás loco! No podrás ganar, ¿entendiste? Ja, ja.

—No le temo a ellos, sino al poder de Atenea, como todos deberíamos. Y le temo a lo que tú vas a hacer —respondió el maldito cobarde.

—Solo debo recuperar a Sagittarius, luego al Carnero y la Balanza. Y si hallo al Oráculo y a la Victoria, ganaré, y ni tú ni estos tres cadáveres podrán hacer algo para evitarlo. Con los doce Mantos Sagrados brillando como el sol, y con la estatua que se dice da la victoria a quien la posee, tendré el poder suficiente para romper la barrera de Delfos. ¡Y cuando me haga dueño de la ventana que muestra el futuro, entonces seré totalmente invencible!

—Estás loco —le dijo uno de ellos, aunque no supo cuál. Poco importaba. El Sumo Sacerdote sabía que estaba cuerdo.


Editado por Felipe_14, 23 julio 2015 - 18:20 .

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Publicado 11 septiembre 2014 - 18:58

pobre Saga cada vez esta mas loco XD


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Publicado 11 septiembre 2014 - 20:48

A veces pienso que Kanon es el otro que está en la sala del pontífice

Ahora se avecina ver en acción al gran Argol y un posible sensual y heroico ciego!!

¡Si una hembra te rechaza es por el bien de la evolución!

 

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Publicado 11 septiembre 2014 - 23:07

Q buena manera de reflejar la locura de Saga!!. Otro capítulo genial, Felipe, esperando el próximo



#91 -Felipe-

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Publicado 14 septiembre 2014 - 17:44

pobre Saga cada vez esta mas loco XD

No hay psiquiatras en el Santuario, lamentablemente. El único que sirve algo es Shaka, y está ciego xD

A veces pienso que Kanon es el otro que está en la sala del pontífice

Ahora se avecina ver en acción al gran Argol y un posible sensual y heroico ciego!!

Bueno, en parte. Toma en cuenta que hay varios allí: 1. un ente con alas, 2. un yo bueno del Sacerdote, a quien trata de cobarde, 3. un tipo igual al sacerdote que lo trata muy mal, y que tiene el pelo más claro, y 4. el gigante de ojos rosas. Y sobre lo otro...

...

 

 

¿...Cómo demonios voy a hacer capítulos del Punto de vista de Shiryu si va a estar ciego? o.O

 

Q buena manera de reflejar la locura de Saga!!. Otro capítulo genial, Felipe, esperando el próximo

Muchas gracias.

 

HYOGA IV

 

17:14 p.m. del 30 de Agosto de 2013.

—¿Está todo bien, entonces? —le preguntó, mirándolo por la pantalla a los ojos fijamente para asegurarse que no mintiera.

—Sí, nadie ha venido por aquí —respondió el pequeño, y Hyoga supo que dijo la verdad. Detrás de él se veían los glaciares eternos, emblema de la tierra donde había nacido, entrenado, y obtenido a Cygnus.

—Gracias, Jacob, nos vemos.

 

Sacó algo de dinero de un cobrador automático, de la cuota mensual que entregaba el Sumo Sacerdote a los Santos, y salió del cibercafé hacia la tarde cuyo cielo ya se tornaba anaranjado. Hyoga comenzó a caminar sin saber dónde ir. No podía dirigirse al Santuario ya que no había cumplido con la misión encomendada, sencillamente lo matarían, y si eso ocurría no podría volver a ver a su madre en su tumba helada en el mar de Siberia. Si se uniera a los demás Santos de Bronce, por otro lado... No, prefería estar solo, y esos eran solo chicos inmaduros, sentimentales y...

Recordó de repente la Ilusión Diabólica de la que fue presa por culpa de Ikki, vio a su madre transformada en un monstruo, y él había... llorado. Algo que no podía permitirse repetir. El recuerdo de su madre era la fuente de su fuerza, no su debilidad, debía convencerse de aquello. La tercera opción era volver a Siberia a visitarla, la más fácil, pero algo se lo impedía. No sentía que era el momento, tal vez aún tenía cosas que hacer, un destino marcado por las estrellas...

 

***

 

—Respóndeme sinceramente, ¿por qué quieres convertirte en Santo? —le había preguntado su maestro esa mañana de noviembre siete años atrás cuando comenzó su entrenamiento en las tierras heladas de su natal Siberia. Había oído que un centro de instrucción marcial se había abierto a unos pocos kilómetros de distancia de la tumba de su madre, y sintió que era una señal casi mágica, a esa edad.

—Para poder ver a mi mamá. Destruiré la barrera de hielo que se interpone en mi camino con mis propias fuerzas, deseo verla una vez más —le respondió.

Su maestro se dio media vuelta con una expresión gélida de profundo disgusto y marcada decepción. No entendía por qué, era lo que de verdad deseaba desde el accidente, volverse fuerte para romper la capa de hielo que ocultaba el barco donde su madre había naufragado.

—Entonces morirás.

***

 

Hyoga seguía ensimismado en sus recuerdos, avanzando lentamente entre las concurridas calles de Tokyo cuando repentinamente se sintió acalorado, como si se hubiera adentrado en una cocina. O un horno. El calor se tornó insoportable, pero solo él parecía sentir eso: mirando a su alrededor, notó que los civiles se comportaban de manera completamente normal, compraban, reían o hablaban por sus teléfonos. Para peor, ya era suficientemente extraño que él, de todas las personas, sintiera calor, o al menos uno tan intenso.

Buscó algún rastro de Cosmos amenazador entre la multitud, miró a todos lados hasta que su atención se concentró en un angosto y oscuro callejón que, al parecer, se había convertido en la entrada al infierno. Se dirigió allí sigilosamente, cuidando de que nadie lo siguiera; además bajó la temperatura ambiente para que todos se alejaran inconscientemente de la escena, un truco que había aprendido meses atrás para sacarse de encima a los curiosos. Sabía que se avecinaba una batalla, lo sentía en los huesos cada vez que ocurría.

Un hombre de rizados cabellos rojos y ropas negras estaba apoyado en un muro, al lado de un contenedor de basura. Su Cosmos ardía como el fuego, tenía una Caja de Pandora plateada a sus pies, con una figura en relieve muy parecida a la del Manto de Oro de Sagitario, aunque sin alas. Era delgado, más bien huesudo, tenía una mandíbula afilada y ojos pequeños, tez oscura característica de la gente de medio oriente. Lo estaba mirando fijamente.

Cuando la calle se convirtió en una vía de paso para aquellos con los brazos temblorosos cruzados sobre el pecho, se acercó al extraño.

—¿Quién eres? —preguntó sin sentirse intimidado, era signo de debilidad.

—Eres Cygnus, ¿no es verdad? —indagó el extraño en un griego casi perfecto, sin acento alguno.

—Yo pregunté primero.

—Arrogante y frío, ja, ja, así que sí eres Cisne, como supuse. —El extraño rio, lo cual causó en Hyoga un sentimiento breve de angustia que supo sobrellevar con rapidez; no se dejaría vencer—. Pues yo soy el Santo de las llamas, el Centauro de Plata, mi nombre es Babel.

—¿Qué quieres?

—Me gustaría que fueras más respetuoso, yo soy un hombre fiel a todas las enseñanzas de la diosa Atenea, un Santo de Plata congratulado, mientras que tú eres un Santo de Bronce que no se ha reportado al Santuario. Así que seré directo contigo. ¿Has traicionado al Sumo Sacerdote?

“¿Traicionado?” Era una pregunta difícil de responder, ya que él mismo no estaba seguro. Combatió contra Ikki junto a aquellos que había prometido asesinar, esos jóvenes inmaduros y sentimentales, no podía simplemente negar eso.

—Lo admita o lo niegue, no importa lo que diga, ¿cierto? Vienes a matarme por órdenes del Sacerdote.

—Je. Así es. Los rebeldes siguen vivos, dos de ellos asesinaron a un par de mis compañeros, y eso es tu culpa por no hacer tu trabajo.

—Entonces acabemos con esto de una vez. Pero te advierto, no soy un simple Santo de Bronce.

—Sí, claro. Vamos, conozco un lugar.

 

En cinco minutos llegaron a lo que parecía un enorme almacén abandonado, oscuro y totalmente desierto. Babel poseía la llave, y la hizo crujir cuando la giró en la pesada puerta de hierro. Adentro, lo único que podía ver era el sinfín de cajas, barrotes de metal y polvo que había quedado de la bóveda de alguna industria, pero que ahora era un sitio ideal para la pelea que se avecinaba.

—¿Cuán rápido deseas morir, Cygnus?

—Podría hacerte la misma pregunta.

—Je. Como quieras.

Babel se puso su armadura en un santiamén. Era muy gruesa, las hombreras eran enormes y terminaban en agudas puntas; el peto era firme y voluminoso, con tonos blancos y adornos escarlatas, y las perneras eran apaisadas y robustas; el yelmo contaba con una cresta de plumas rojas con forma afilada. Centaurus era un verdadero Manto de Plata, muy diferente a Cygnus.

Sin embargo no se dejaría intimidar. Hyoga se colocó también su armadura y ambos encendieron sus distintos Cosmos de inmediato. Uno era ardiente como el fuego, rojo y chispeante, mientras que el segundo era gélido, blanco e irradiaba su luz en un vaivén calmo e intimidante.

—Cygnus Hyoga, has sido condenado a muerte por el delito de traicionar al Santuario y al Sumo Sacerdote, dejando vivos a siete rebeldes por incumplir con tus órdenes, provocando el fallecimiento de dos Santos de Plata de manera indirecta.

—Tú estás condenado por hablar tanto...

—¡Trágate esto!

Babel dio un fuerte y veloz golpe en el aire, salieron las chispas, y una gran bola de fuego tomó rumbo directamente hacia el Cisne. Hyoga se dio cuenta tarde que su hombrera se quemaba, pero contraatacó rápidamente con su Polvo de Diamantes, que congeló el brazo del Centauro.

—¡Oh, muy bien! Resististe mi ataque y te moviste para golpearme. Una pelea interesante, me gusta. ¡Ahora ve esto!

Hyoga apagó rápidamente las llamas de su nívea armadura.

—¿¡Qué diablos!? —Nuevas ascuas rojas derritieron el hielo en el brazo del Santo de Plata, quien no pareció verse afectado, y con el mismo lanzó tres esferas de fuego a su contrincante.

Hyoga las esquivó con algunas dificultades. Recién se estaba adaptando a la velocidad de su contrincante, pero solo tenía que igualarlo y superarlo, como le había enseñado su maestro, un hombre que se movía casi tan rápido como la luz; sin embargo, las bolas de fuego lo atacaron, lo golpearon, y lo lanzaron al suelo con partes de la armadura quemadas en un solo descuido o un breve parpadeo de sus ojos que no pudo evitar. El escudo no fue suficiente.

Las perneras, el peto y una de sus hombreras estaban ardiendo. Jamás pensó que Cygnus podía sufrir heridas así, ya que según su instructor estaba hecha de gamanio congelado, no podía ser dañada de esa manera.

—¿Cómo es posible? —Hyoga utilizó su Cosmos para tratar de aliviar con aire helado las heridas.

—Trabajo de forma similar a ti, muchacho. Pero con veinticinco años de edad, ya tengo la experiencia en batalla suficiente para saber cómo lucha la gente con tan solo verla unos segundos; es algo que brinda la experiencia.

—¿Qué cosa?

—Controlas el movimiento de los átomos, los haces más lentos y los llegas a detener, lo que produce congelamiento de la materia; básicamente usas hielo en todo ataque. Yo soy un Santo de fuego, también controlo los átomos pero acelero sus movimientos, los hago arder y eso me permite generar flamas que pueden quemar cualquier cosa, con la sola excepción de un Manto de Oro.

—Así que a eso lo estás reduciendo, ¿verdad? A un hielo vs fuego.

—Algo así, es más bien la consecuencia obvia de tu traición y mi lealtad.

Hyoga recordó cuántas veces su maestro le exigió seguir las reglas dejando de lado todos los sentimientos débiles, ya que era el camino de un Santo de Atenea. Había que hacer lo que había que hacer, pero Hyoga había perdonado la vida de los otros Santos de Bronce, y por eso, ahora lo llamaban “traidor”, tal como al legendario Aiolos de Sagitario. ¿Acaso se había dejado llevar por los sentimientos dentro de su corazón que le decían que esos chicos eran buenos y justos? (¿Aiolos también lo fue?) ¿O en realidad era su cerebro e instintos los que lo guiaban? Si era lo último, entonces su maestro no tendría nada que reprocharle.

—No soy un traidor.

—Claro que lo eres, por algo estamos luchando el uno contra el otro. —Lanzó otra bola de fuego que golpeó fuertemente en su frente, el yelmo alado empezó a arder y tuvo que arrojarlo a un lado para no quemarse la cabeza. Hyoga atacó otra vez pero el calor en el Cosmos de Babel lo desvaneció en menos de un segundo como si fuera vapor invernal.

—¡Imposible!

—Acepta tu derrota, te eliminaré sin mucho dolor.

—No... no moriré aquí, porque no soy ningún traidor.

«¿Qué debo hacer? Si mato a este hombre definitivamente me convertiré en un Traidor para el Santuario, nada lo evitará... ¿Pero antes ya era un rebelde? Al no matar a esos muchachos, al no obedecer las reglas de mi maestro, al no seguir las leyes impuestas por la razón».

—¡¡Lo eres!! ¡Tornado de Fuego![1] —Babel levantó el brazo y una multitud de chispas salió de sus dedos.

En un abrir y cerrar de ojos, Hyoga vio un huracán flameante avanzar hacia él. Los muros del almacén abandonado comenzaron a arder a pesar de la distancia que los alejaba de la fuente, su calor debía ser increíblemente intenso, una temperatura que ya lo estaba haciendo retroceder. Se negaba a pensar que fuera culpa del miedo.

Pero lo había generado también con la fricción contra el aire, tan velozmente que no logró percibir nada. Quedó envuelto en el Tornado de Fuego mientras pensaba en las palabras de su maestro, aunque las de su maestra llegaron a interponerse. Su verdadera maestra.

“Sigue lo que dicte tu corazón, eso es más correcto que cualquier ley”. En realidad siempre había recordado esas palabras, pero nunca las utilizaba, quería pensar que eran las palabras dulces de una mujer a un niño, una buena y tierna enseñanza, pero ahora... podrían cobrar real significado.

—¿Obedeces sin rechistar al Santuario? —preguntó mientras intentaba resistir el dolor en medio de las llamas. No lograba generar el hielo suficiente para quitárselas de encima, y su armadura se estaba calcinando.

—Por supuesto. Es algo que, según sabía, tú también habías sido instruido a hacer por tu maestro el señor C...

—¡Claro que lo hago! —interrumpió Hyoga. Logró formar un aro de aire frío alrededor de la muñeca—. Lo que dicta mi Cosmos es lo que hago.

—Mi tierra natal está siempre en guerra, ¿sabes? Mucha gente ha muerto: vecinos, familia, amigos... Por eso entiendo lo que dices, pensaba como tú antes; los soldados hacían lo que se les pedía, y gente inocente salía lastimada. —Babel lanzó más bolas de fuego, debió percibir que Hyoga salía poco a poco del torbellino—. Pero luego el Sumo Sacerdote me hizo comprender mi error. Los soldados que batallan en Tierra Santa no hacen lo que dicen las reglas, al final se están guiando por sus deseos de asesinar y de verse superiores a otros. Por eso soy un Santo, para seguir las reglas al pie de la letra, destruir solo a los enemigos y a aquellos que lastiman inocentes. Tal vez tú viste algo en esos chicos de Bronce, pero las órdenes son las órdenes, y nuestro líder vio algo malo en ellos, y él siempre tiene la razón. Debiste matarlos.

—Él puede equivocarse, es humano —se dio cuenta Hyoga de repente, como si fuera tan evidente como que la Tierra gira en torno al sol, mientras más aros de hielo salían de sus manos sigilosamente. Cygnus sufría, estaba absorbiendo la mayor parte del daño, pero debía aguantar un poco más. Se lo suplicó en silencio.

—Es el representante de la diosa Atenea, la divinidad sabia de la guerra, en la Tierra, no puede equivocarse. La prueba es que estás perdiendo, ¡Tornado de Fuego! —Lanzó por segunda vez su técnica especial, y Hyoga gritó de dolor... pero ya había arrojado su plan en marcha.

 

—Mi maestro dijo que siguiera las reglas al pie de la letra... No lo desobedeceré, seguiré tal como me dijo mi madre las leyes de mi corazón, mi alma y mi Cosmos. ¡Mira el Anillo[2] a tu alrededor!

Babel lanzó una maldición cuando se vio rodeado por finos aros de hielo alrededor de su cuerpo; suaves, blancos y helados círculos que se habían formado en un abrir y cerrar de ojos.

—¿Cómo hiciste esto? —El Santo trataba de mover los brazos y las piernas, pero a pesar de lo frágil que se veía, la prisión hecha del Cosmos de su corazón era sumamente difícil de romper o atravesar.

—Inmovilicé las moléculas de agua suspendidas en el aire y creé esos Anillos, de los que no podrás salir. —Hyoga estaba libre del fuego. Ya era hora.

—Mira esa armadura, está casi vaporizada, ¿cómo esperas seguir con esto? En cualquier instante mis llamas atravesarán este hielo y te superarán...

—¿Para que puedas cumplir tus reglas? Evidentemente estabas siguiendo unas erróneas, ya que si no, estarías lejos de perder la vida.

—¿Qué dices?

—Creo que pude haberte vencido antes... pero tenía dudas, trataré de que no pase eso de nuevo. Babel, el Santuario es el malvado aquí, me parece bastante obvio; ordenar matar a los Santos de Bronce por proteger a esa chica y al Manto de Oro, tratar de llevárselo contra su voluntad...

—¡Reglas que debemos seguir!

—Los hombres de tu tierra natal, tanto aliados como enemigos, las siguen en estos momentos, y cuando ven un niño en el fuego cruzado, no dudan en disparar.

—¿Crees que les gusta? ¡Deben obedecer! ¡Si no, no son soldados! —Poco a poco, el Centauro se liberaba de los Anillos, no parecía dispuesto a rendirse.

—Seguir las reglas, hacer lo correcto. Eso está bien, siempre y cuando no pases a llevar a un inocente. Si haces bien las cosas, respetas las vidas de los demás, combates y eliminas a aquellos que amenazan con romper el equilibrio y la paz sobre el planeta, entonces será claro tu destino y podrás hacer las cosas según las leyes, sin matar a quien no tiene la culpa de nada. Ahora entiendo a qué se referían mi madre y mi maestro, a su manera.

Hyoga preparó su puño. Cuando Babel se soltara, lo iba a atacar con todas sus fuerzas, estaba seguro. Concentró todo el aire frío de Siberia en la mano diestra.

—¡Los fuegos te mostrarán la verdad! Los traidores deben ser eliminados. ¡Tornado de Fuego!

—Soy fiel a lo único que importa: ¡mi corazón! Ya que respeto la vida de los inocentes, soy capaz de seguir las reglas que se dirigen a favor de eliminar al mal de este planeta, ¡esas son las únicas reglas que importan, Babel! ¡Tornado Frío!

Babel se soltó y disparó sus llamas ardientes, mientras Hyoga atacó con su propio remolino a pesar de las graves quemaduras en todo el cuerpo. Ya sabía lo que debía hacer después. Mientras que Babel dudaba, esa convicción le daba la ventaja, sin mencionar el hecho de haber tenido el maestro que tuvo. Cuando el Manto de Plata de Centauro comenzó a ceder y los pies de Babel empezaron a ser arrastrados por los fuertes vientos árticos, Hyoga recordó las palabras que le habían dicho siete años atrás, al principio de su entrenamiento.

 

***

—Entonces morirás. Con deseos tan egoístas y superficiales como los tuyos, incluso si te conviertes en un Santo lo único que te espera es la muerte.

—¿Qué cosa? —preguntó con los ojos llenos de lágrimas y la nieve que caía débilmente sobre las planicies blancas.

—Mira allá, Hyoga —indicó el hombre de ojos celestes, fríos y expertos. Su dedo apuntaba las enormes montañas blancas que rodeaban todo ese paraje frío, ese desierto de hielo—. Aquellos son los Glaciares Eternos de Siberia, y el Manto Sagrado por el que postulas está al interior de uno de ellos. El objetivo de los próximos años es que te conviertas en uno también. No se han derretido ni destruido en miles de años a pesar de los fuertes vientos y la potencia de los rayos solares. Siguen firmes, logrando la fuerza para vivir en esta tierra, aguantando cualquier embate sin importar qué los enfrente, suceda lo que suceda.

—Maestro... —Se dio cuenta rápidamente. ¿Salvar a su madre? Sí, siempre iba a tener eso en mente, pero con un corazón frágil no lo lograría. Debía ser tan firme como el más duro hielo.

—Escúchame, Hyoga. Para convertirte en un Santo te debes volver un hielo tan resistente como esos glaciares, que no se derrita ni con el sol recostado sobre sí, tan frío que congele al mismo infierno, tan irreverente que ni el tiempo sea capaz de superarlo, tan indiferente que ningún pesar corrompa su pensamiento. ¿Eres capaz?

***

 

—Sí —respondió Hyoga en voz alta, admirando como el hielo vencía al fuego y el alma vencía a las leyes dictadas sin justicia—. Soy capaz, maestro Camus.


[1] Photias Rouphiktra en árabe.

[2] Kolt’so en ruso.


Editado por Felipe_14, 23 julio 2015 - 18:21 .

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#92 Killcrom

Killcrom

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Publicado 14 septiembre 2014 - 20:02

Buenas noches, Felipe. 

 

Lo cierto es que tras leer Juego de Tronos con un amigo, este me comentó que alguien había adoptado el modelo de capítulos de Martin para remakear Saint Seiya y me dio curiosidad. Tras pasarme, me dije que por qué no dejarte un review. Es lo menos que puedo hacer tras leer un capítulo, ¿no?

 

Leí el prólogo. Me hubiera gustado seguir algo más, pero es bastante tarde y la verdad, estoy un poco cansado. Cuando acabe de redactar este review probablemente vaya a dormir. 

 

No sabría bien por dónde empezar. Tengo bastantes cosas que decir, pero hay algunas que pueden omitirse. Quizá hablar de la historia sea un buen comienzo. 

 

Me impresiona que decidieses hacer una nueva versión de la historia de Saint Seiya cuando bien podrías haber creado una propia. No digo que sea malo hacer esto, ¿pero por qué no probar algo que acerque más el universo de Kurumada a tus propios personajes? ¿Hay alguna historia que motivase tu decisión?

 

Sobre el desarrollo del prólogo, decir que me recordó mucho al capítulo de Aioros del juego de ps3 Batalla por el Santuario. No pasa lo mismo, pero sí que hay un descenso por varias de las doce casas. 

 

Hay un detalle al final del prólogo que no sé si es canónico o no, pero de no serlo, evidencia lo que a mi juicio es un pequeño fallo a nivel argumental: 

 

"Aunque el Sumo Sacerdote nos acaba de informar de todo, Athena está a salvo en su cuna, y tienes las marcas de la batalla —sus ojos serenos, pequeños y juiciosos lo inspeccionaron de arriba abajo—, Aphrodite, DeathMask, ¿Saga? Si no los convenciste a ellos, no veo cómo podrías conmigo."

 

El Sumo Sacerdote les informa de que Atenea está a salvo en su cuna y Aioros, sin embargo, la tiene consigo. ¿Si la mostrase a Shura, no se daría este cuenta de que hay algo que no encaja? ¿Qué hace Aioros con un bebé que no es Atenea en mitad de la noche y jugándose el cuello? ¿No haría eso sospechar a Shura de que o bien Aioros es cortito, o que el Sumo Sacerdote está tomando el pelo a todo el Santuario? Pero no, Aioros se calla, confirmando su culpabilidad y sentenciándose tanto a sí mismo como posiblemente a Atenea. ¡Ah! Y rechazando al que probablemente podría haber sido su aliado de enseñarle a la niña. 

 

Sobre la redacción, considerando el tipo de obra que es Saint Seiya, no sabría decir si hacer los capítulos según los puntos de vista de cada personaje será bueno o malo. Quizá haga que la obra se alargue mucho más de lo necesario y que sea complicado hacer saltos entre capítulos para simultanear eventos. Eso te encorseta a redactar escenas más que capítulos. Y si tus escenas/capítulos tienen un largo determinado, probablemente tendrás que alargar de forma artificial los eventos en algunas ocasiones. Te comento esto porque me pasó con mi último fic, y es... bueno, complicado.

 

Sobre aspectos más formales del texto, hay cosas que debes saber, pues en mi humilde opinión, podrían ayudarte a mejorar. Siempre declaro la guerra a la gente que me pide que le revise sus historias por lo mismo. ¡Que se lo digan al pobre Rexomega de hace unos años! Creo que aún debe odiarme...  :lol:

 

Sin rodeos, las comas. Abusas de ellas. He llegado a ver frases con más comas de las que deberías poner. Como sabrás, una frase larga, mal puntuada, hace tedioso el avance en la trama. Incluso te saca de la misma y convierte la lectura en un viaje incesante entre oraciones para tratar de comprender lo que quisiste decir. 

 

Aquí te pongo algún ejemplo, pero hay bastantes, muchos más. 

 

"Le decían "semidiós", porque la gente lo consideraba una divinidad con cuerpo humano." --> La coma entre "semidiós" y "porque" no debería estar ahí. Y justo a continuación de esta breve frase, nos topamos con:

 

"Amable, compasivo, el pueblo lo adoraba, jugaba con los niños cada vez que veía uno, entre ellos con Aiolia, pero además de su enorme corazón, era también poderoso, un titán entre los hombres." --> Para hacer la lectura menos pesada, yo te recomendaría algo como "Amable y compasivo, el pueblo lo adoraba; jugaba con los niños cada vez que veía uno -entre ellos con Aiolia-. Pero además de su enorme corazón, era también poderoso; un titán entre los hombres."

 

Si te das cuenta, de esta forma dirías lo mismo, pero aumentarías las pausas, y por lo tanto, la lectura se haría mucho más fácil y menos caótica. Y es que, a mi modo de ver, una mala puntuación puede hacer que una historia brillante -a lo que tú apuntas- se convierta en un infierno.

 

¡Aléjate de las comas! Tómate tu tiempo. Acaba el capítulo y espera un par de días. Tras ellos, léelo en voz alta y piensa si las pausas que escribes coinciden con las que harías hablando. También podrías acudir a un beta, pues como sabrás, cuesta poco ver los errores de los demás, pero los fallos propios se escurren como el agua entre los dedos. Y conste que a mí me pasa el primero. 

 

Hay más cosas además de la puntuación. Sé que estoy haciendo un review aburrido, pero creo que merece la pena. Confío en que no estés durmiéndote mientras me lees. Esto son estupideces probablemente, pero te comento lo que a mí me han enseñado. Entre compañeros fickers no debe haber secretos: 

 

Generalmente, antes de letra volada se escribe punto. Me refiero a las fechas en tu caso. Donde pones por ejemplo "1º de septiembre", lo correcto es "1.º de septiembre".

 

Luego hay algunas frases que presentas unidas cuando en realidad deberían ir separadas. Un ejemplo es este: 

 

"Al interior, las antorchas estaban encendidas, recorrió el largo corredor que llevaba hasta el trono, y se encontró con las dos personas que esperaba." --> Las antorchas son una idea y que andó hasta ver a X personas es otra.

 

Luego, decías que el patriarca tenía marcas de la edad, pero que representaban a alguien "muchísimo menor que dos siglos de edad". ¿No te suena raro? Para mí que sería mejor utilizar "de". 

 

Otra cosa que he visto es que en casos donde abres una interrogación seguida de una coma, usas mayúscula. ¿Por qué? 

 

Y lo que menos me ha gustado. Tomemos esta oración, ya casi al final del prólogo: 

 

"El proyectil blanco siempre llegaba a su destino, está creada con esa propiedad, y como lo esperaba, se incrustó..."

 

Hablas de un proyectil (masculino) en pasado. Tras la coma, cambias a femenino  presente, y tras la siguiente coma, vuelves a pasado. Como ves, un auténtico caos de tiempos verbales y géneros. ¡Debes cuidar estas cosas! Siendo un fanfiction, nadie se va a fijar en esto. Pero cualquiera que intente aspirar a algo más no puede darse esa excusa. 

 

Al margen de la pura forma, he visto expresiones que no me han gustado. Por ejemplo "vestir el oro". Como podrás imaginar, me recuerda demasiado a "vestir el negro". ¿Es incorrecto? No. Esto responde a tu propia decisión y estás en todo tu derecho de hacerlo, pero yo en tu lugar procuraría crear mis propias expresiones y mi propio estilo. A menos que solo escribas por el mero placer de hacerlo y no te interese cultivar un estilo propio... ahí ya no diría nada. 

 

Bueno, con esto acabo. Por si se te hace tedioso leer todo el review (lo siento), resumo: 

 

-Cuidado con las comas. Sobran muchas.

-Frases excesivamente largas, a causa de mala puntuación, que hacen el texto muy pesado en ocasiones. 

-Algunos errores, sobre todo de puntuación. 

-Continúa escribiendo y alcanza tu propio estilo. Depender de otros es un paso necesario, pero que hay que abandonar tan pronto como se pueda. 

-Pendiente del desarrollo de la trama.

 

¡Ánimo!  :lol:


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(Parte 3 de 3)

Publicado: ?? de ? de 2018


#93 -Felipe-

-Felipe-

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Publicado 14 septiembre 2014 - 20:21

Muchas, muchas gracias por el review. La verdad es que lo de las comas, siempre he sabido que he tenido un problema con eso (de hecho soy bastante crítico con los que nunca ponen una en una oración), pero sinceramente me cuesta mucho controlarlo, es como algo obsesivo, siempre ir pausando todo xD

 

Lo de "vestir el oro", sí, la verdad es que a medida que han pasado los capítulos, he tratado de ir dejando esas "copias" de lado.


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#94 carloslibra82

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Publicado 15 septiembre 2014 - 00:09

Considero muy original el que hayas decidido hacer la historia clásica desde tú punto de vista. Me parece genial la forma en que Hyoga cambia sus convicciones en tu fic. Sigue así. Una pregunta de curiosidad pura: hasta dónde piensas llegar con la historia? Sólo hasta las 12 casas? Poseidón? Hades? O no lo tienes decidido aún? Saludos!!



#95 -Felipe-

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Publicado 15 septiembre 2014 - 16:42

Y cada vez nos acercamos más al capítulo en que no sé qué diablos voy a hacer con Shiryu y sus puntos de vista ciegos.

Considero muy original el que hayas decidido hacer la historia clásica desde tú punto de vista. Me parece genial la forma en que Hyoga cambia sus convicciones en tu fic. Sigue así. Una pregunta de curiosidad pura: hasta dónde piensas llegar con la historia? Sólo hasta las 12 casas? Poseidón? Hades? O no lo tienes decidido aún? Saludos!!

Mi plan es que el "Volumen 1" tome hasta que comiencen los doce templos. Luego, si tuvo una buena acogida, seguiré con el 2, que tomaría el Santuario y Poseidón, dejando el tercero totalmente para Hades en que hay muuuuuuuuuuuuuuuuuuuuucho que cambiar y agregar.

 

 

Ahora, un capítulo bastante largo y muy importante.

SEIYA VIII

 

23:00 p.m. del 31 de Agosto de 2013.

Era un niño muy extraño, parecía un duende con esa amplia y muy traviesa sonrisa, esos ojos de extravagante color lila, el cabello rojo, unos puntos en lugar de cejas, el brazalete de oro...

—¿Quién demonios eres tú?

—Mi nombre es Kiki, y tenme más respeto, soy el discípulo número uno del gran señor Muu de Jamir.

—...

—¿Te quedaste sin palabras?

—¿Quién demonios eres tú? —preguntó otra vez. Lo único que veía era un enano que balbuceaba algo sobre una vaca que decía m...

En ese momento recordó las palabras de Shiryu, y lo extraño que le había parecido el nombre del ermitaño que reparaba las armaduras.

—¿Qué hace un niño tan simpático aquí? —preguntó Shun con dulzura. Una estupidez, el chico se había aparecido en medio del salón justo antes que todos se marcharan a dormir, saliendo de la nada, asustándolos con su horrenda expresión de mofa. Se merecía ser tratado de manera distinta.

—Oh, bueno... —El pequeño titubeó y le sonrió al Santo de Andrómeda, pareció que solo se dirigiría a él—. Como dije, soy discípulo del gran Muu de Jamir, el único reparador de Mantos Sagrados en el planeta. Un joven llamado Shiryu vino a nuestro hogar para que reparáramos sus armaduras, hace dos días.

—¿Qué? ¿Entonces Shiryu lo logró? —preguntó Jabu, quien no consiguió comunicarse con Retsu, su maestro. Geki y los demás tampoco ganaron mucha información en los alrededores del Santuario, obviamente todo estaba vigilado.

—Pues... ¿Tú eres Seiya, cierto, idiota? —preguntó el maldito duende—. Mira atrás de ti, burro.

—¿Qué? —Al girarse se encontró con una Caja de Pandora blanca, con el frontis del rostro de un caballo—. ¡Pegasus!

Lo oyó relinchar al interior de la caja, un sonido entusiasmado, audaz y salvaje que resonó en su corazón; vivía otra vez, respiraba con nuevos bríos, más fuerzas, era una perfecta resurrección. De alguna manera, el tal Muu la había reparado. Shiryu logró su objetivo, tenía que agradecérselo y...

—¡Un momento! —gruñó Geki.

—¿Dónde está Shiryu? —preguntó Nachi en su lugar. Seiya no se atrevió a hacerlo, una sensación angustiante en su interior le dijo que algo estaba mal.

—Es que quizás esté... —Kiki bajó la mirada con tristeza como si estuviera arrepentido ante su madre después de hacer una horrenda travesura—... muerto.

—¿¡Qué!?

 

—¡Seiya, suéltalo, por favor! —oyó la voz de Shun, aunque su mirada estaba puesta en el enano que tenía sujeto de la camisa verde. Sentía la cara ardiendo, los músculos tensos, la ira pasando a través de sus brazos.

—¡Seiya! —Esta vez fue June, su látigo se agarró a su brazo, y recién en ese instante, por arte de magia, se dio cuenta de lo que estaba haciendo. Lo espantoso que estaba haciendo.

Soltó con prisa al pequeño muchacho que cayó respirando con dificultades y las manitas alrededor de su cuello tratando de recuperar el aire perdido.

—Por... por... por todos los dioses...

—Oye, niño, yo...

—¿Qué quieres ahora, burro? Te traigo tu armadura y...

—Perdóname.

—¿Eh?

Se agachó y puso con suavidad sus manos sobre los hombros del niño, quien tenía lágrimas agolpadas en sus ojos violetas.

—De verdad lo siento, no quise ser tan bruto, es que... Shiryu es mi amigo.

—Lo... lo entiendo.

—¿Qué le pasó? —preguntó Ichi con su voz ridícula y la caja de Hydra aún en la espalda, debía tener mucha prisa por irse a su casa.

—El maestro Muu dice que para reparar armaduras muertas se requiere la mitad de la sangre de sus dueños —explicó Kiki, más tranquilo y con aire de nuevo en los pulmones—. Tratamos de disuadirlo, el maestro no estaba dispuesto a ayudar a ese chico a suicidarse, pero ese tal Shiryu era un tonto. Un tonto con demasiado honor y orgullo.

—¿Qué hizo?

—Dio toda su sangre para reparar a Pegasus y a Draco. Cuando el señor Muu me envió aquí, ese joven estaba al borde de la muerte, aunque mi maestro le curó las heridas para que se detuviera su hemorragia... Nunca... nunca vi a alguien tan valiente y tonto a la vez... ni tampoco al señor Muu tan conmovido, nunca en toda mi vida, lo juro. Aunque no es muy larga.

—Shiryu... —Ese idiota arrogante quería hacerse el héroe... No, se mentiría a sí mismo si pensara aquello, era simplemente un idiota con demasiado honor, quiso devolverle la deuda por salvarle la vida, aunque le había repetido varias veces que no le debía nada. No conocía al venerado maestro del dragón, pero si lo veía algún día le reprocharía algunas cosas sobre el entrenamiento de su pupilo.

—¿Entonces está muerto? —preguntó Shun. Kiki se giró rápidamente hacia él ya sin lágrimas, aunque quedaron rastros marcados en sus mejillas.

—No lo sé. Según mi maestro, está en el límite metafísico entre este mundo y el siguiente. Depende de él seguir vivo, de su fuerza de voluntad, su determinación, y el poder de su Cosmos. No puedo entender por qué hizo algo así.

—Porque nosotros los Santos, en general, somos unos tontos—contestó Jabu. Podría haber hecho una broma sobre eso, pero lo dejaría pasar. El unicornio faldero tenía razón.

—Supongo que solo nos queda esperar, ¿no? —preguntó Ban. Debía sentir lo mismo que todos, era difícil decidir cosas y ordenar cuando no estaba Dragón jugando al rol de líder.

—No sé... quizás...

—¡¡¡Niños!!! —interrumpió la voz estridente del mayordomo de los Kido, Tatsumi, apareciendo de golpe en las escaleras. A diferencia de otras ocasiones, no parecía que los iba a regañar por la estupidez de turno que se le ocurriera; su tono de voz fue serio, casi solemne.

Recordó de pronto que Saori Kido cumpliría dieciséis años al día siguiente, el calvo mayordomo lo mencionó varias veces durante su estadía en la mansión. Tal vez quería anunciarlo a toda voz.

—¿Qué quieres, viejo? —Seiya notó como Ichi, Ban y Nachi ya empezaban a alejarse hacia las puertas.

—¡No se vayan! La señorita Saori tiene algo importante que decirles.

—¿Tan importante que envía a su mayordomo como telonero?

—No, ella está un poco nerviosa, no sabe cómo contarles esto.

—¿Será que sus padres al fin volverán? —aventuró Shun.

Ichi se volteó soltando un siseo nervioso y hasta desesperante, y corrió a las escaleras. En un segundo estuvo allí.

—¿Qué? ¿Hoy les dirá?

—Sí.

—¿Ah? ¿Qué pasa, Ichi? Cuéntanos.

—Ichi, ¿qué es lo que ocultas, con un demonio? —gruñó Ban.

—Es que... yo...

—La señorita Saori tarda mucho. Tal vez deba comenzar yo mismo.

—Oigan, ¿puedo irme? Debería volver, ya es muy tarde —dijo Kiki. Seiya no le respondió, y no pareció que los demás le pusieran mucha atención tampoco. Había algo interesante en el tono de voz de Tatsumi (no quería admitirlo), no parecía ser solo el anuncio de un multimillonario cumpleaños, y una fiesta glamorosa y aburrida.

—Hace mucho que parece que nos ocultan algo tú, la señorita Saori e incluso Ichi —dijo Jabu—. ¿Puedes decirnos qué pasa?

—Yo... —El mayordomo transpiraba, se arregló la corbata aunque no estaba mal antes, y se aclaró la garganta—. Está bien.

 

La luna iluminó el rostro del mayordomo a través del ventanal en el segundo piso, más allá de la escalera principal adornada. Aquel que años atrás los había tratado con rudeza y crueldad, ahora parecía dispuesto a revelar algo importante y serio sobre la chica que seguía en su habitación, la primera del pasillo oeste. Al percatarse de la presencia de June, habló adecuadamente en griego.

—Dieciséis años atrás, acompañé al abuelo de la señorita Saori, Mitsumasa Kido (que en paz descanse), a una expedición a Atenas, Grecia, pues deseaba admirar el esplendor de los vestigios de sus ruinas, una civilización antigua ya desaparecida. Siempre fue un seguidor de la historia, de su arte y sus costumbres, desde la cultura mesopotámica hasta las fantásticas leyendas nórdicas. Pero aparentemente el destino quiso que visitara la cuna del conocimiento justamente el 2 de septiembre de 1997.

La fecha le hizo ruido, aunque no pudo descubrir de qué. Estaba demasiado bloqueado en sus recuerdos de la Atenas que Tatsumi rememoraba con paciencia.

—Fue ese día —continuó el mayordomo después de aclararse la garganta otra vez—. El señor Mitsumasa se alejó a tomar fotografías del atardecer mientras yo hacía algunos arreglos con ciertos negocios pendientes que teníamos con los empresarios griegos del petróleo. Cuando regresó al anochecer, cargaba con dos cosas que jamás esperé; y venía totalmente cambiado, nunca volvió a ser el mismo. Desde ese día se dedicó exclusivamente al trabajo relacionado con la antigua Grecia: creó la fundación Graude, y también invirtió en estudios científicos sobre astronomía, mitología, y el misterioso Santuario...

—Espera, alto, alto, ¿qué traía el señor ese? —interrumpió Kiki, al parecer, interesado ya en la historia.

—¿Eh? ¿Quién demonios eres tú? —le preguntó igual que Seiya.

Se sintió con la responsabilidad de intervenir, por alguna razón.

—Está bien, viejo, es un amigo. Me trajo a Pegasus.

—Sigue hablando —ordenó June, y el calvo continuó la historia visiblemente nervioso de repente.

—Sí. B-bueno. E-el señor Mitsumasa llegó confuso, pero al mismo tiempo radiante, como si de repente todo su destino se hubiera aclarado y tuviera las llaves a las puertas de todo el universo. No sé cómo explicarlo mejor.

—Evidentemente...

—Cállate, Seiya. Continúa, Tatsumi —dijo Jabu.

—El señor traía un bebé recién nacido entre sus brazos y una gigantesca caja dorada, brillante como el mismo sol, montada en su espalda. No pude interrogarlo, quedé paralizado.

—¿¡Qué cosa!? —preguntaron casi todos a la vez. Eso sí fue una sorpresa. No tuvieron tiempo para preguntar tampoco, ya que el hombre continuó la historia.

—Solo me pidió un favor. Lo seguí hasta unas ruinas a pocos minutos del hotel portando linternas, palas y un par de antorchas y mochilas, con una de ellas cargando el bebé que aún dormía pacientemente. En medio de la noche, apoyado contra una piedra lisa, había un cadáver. Un hombre fornido de cabellos castaños, vestido como los soldados antiguos, cubierto en un manto de sangre que corría como ríos escarlata por su piel bronceada... —tragó saliva—; le faltaban algunas... partes del cuerpo, como un pie, un brazo y... bueno. El pobre hombre había muerto producto de una intensa batalla, sus músculos aún estaban tensos, aunque no llevaba armas consigo. Una extraña sensación me invadió hasta el alma cuando toqué su rostro aún tibio... Mucho tiempo después, me enteré que fue su Cosmos.

—Era Aiolos —recordó Seiya. Saori había dicho la verdad—. Aiolos de la constelación de Sagittarius, a quien llaman Traidor en el Santuario

—Sí. Ese era su nombre, se lo había dicho al señor Mitsumasa antes de perecer. Y varias cosas más que no me dijo ese día, ni en mucho tiempo. Todo lo que ordenó fue que cremara el cuerpo de ese hombre, algo que ni la señorita sabe (en caso de que el enemigo quisiera sacarle información, no podría mentir sobre algo que no sabe). Sus cenizas fueron esparcidas al mar Mediterráneo con el viento. Luego, el señor Kido me pidió que preparara todos los papeles necesarios para la adopción de ese bebé recién nacido.

—¡Un momento! ¿La señorita Saori es adoptada? —preguntó Jabu. Era obvio que ese bebé era la chica, pero... ¿Por qué la tenía Aiolos? ¿Acaso era su padre?

—Así es. Nosotros mismos esparcimos el rumor sobre los padres viajeros de la señorita Saori, y que Mitsumasa Kido era su abuelo paterno. Él me contó unos seis años después lo sucedido, cuando ya preparaba su plan para que jóvenes como ustedes fueran entrenados en distintas partes del globo. La verdad es que esos centros de formación fueron creados en su mayoría por el señor Mitsumasa y sus contactos, algunos buenos Santos que iba encontrando en sus viajes y que eran contrarios al Sumo Sacerdote. Aquellos que no respondían los llamados del Santuario al sospechar el mal en su gobierno.

Bien, ya era obvio. Les estaban dando demasiada información de golpe. ¿Qué era lo que realmente ocurría?

—¡Él nos mandó a entrenar y a sufrir esas torturas! —dijo Geki, irritado con toda razón.

—¿Y todo eso se lo pidió Aiolos? Ya veo por qué tiene tanta fama —dijo Nachi, ganándose un manotazo de Ichi—. ¿Qué diablos...?

—Escuchen el resto de la historia —les dijo el punk con seriedad solemne. Sí. Definitivamente ocurría algo muy extraño.

—Aiolos le reveló muchas cosas, pero esta es la principal, recuerdo las palabras perfectamente. Las dijo mientras aún sostenía a la señorita Saori entre sus brazos, y el señor me las confió un año después.

 

“El mal está en el Santuario. Han jurado matar a este ser inocente, pero las estrellas me indicaron el camino hacia usted, debe ser la persona indicada. Protéjala, porque mis fuerzas ya se han acabado, y muchos Santos a las órdenes del Sacerdote del Santuario se han puesto como meta el asesinarla. Le ruego con toda mi alma que acepte la responsabilidad de cuidar a esta niña, protéjala con la ayuda de jóvenes guerreros que velen por la paz. Entrénelos, que eleven al máximo sus Cosmos y cuénteles la verdad cuando ella cumpla dieciséis años, ya que así lo ha marcado el destino en el firmamento. También haga uso de este Manto Sagrado, de mi querido Sagittarius, para que los guíe por el sendero de la justicia, la paz y el amor en la Tierra. Ella es la reencarnación de la diosa que aparece cada doscientos años a defender el planeta de las fuerzas oscuras que quieren destruirlo. Ella es...”

 

Un Cosmos irrumpió de golpe en la estancia. Seiya nunca había sentido algo tan grande, tan compasivo, tan puro, tan gentil a la vez que determinado, algo sublime y poderoso que le hizo verse pequeño pero no indefenso; tuvo que cerrar los ojos por la magnánima luz que bajó desde las escaleras como si el Paraíso hubiera decidido materializarse en el segundo piso.

Al igual que sus compañeros cayó irremediablemente de rodillas llevados un magnetismo mágico, pero a diferencia de la experiencia con Ikki, no fue de terror. Lo mismo había sucedido durante la pelea con Hyoga, unos días atrás...

—¿¡Atenea!? —oyó la voz del Cisne. Miró hacia atrás y lo encontró detrás de un pilar. No lo vio llegar, supuso que se estuvo ocultando, pero no pudo esconder más su presencia cuando surgió la potente luz y el cálido Cosmos inundó el corazón de todos los presentes.

Oyó a Ichi llorar, vio a Geki con la gran boca muy abierta, a Shun con lágrimas en los ojos, a June con la vista al suelo, a Jabu con la cabeza hacia arriba expectante de algo maravilloso...

Saori bajó lentamente las escaleras. Su Cosmos era blanco y dorado, una mezcla brillante como lo más puro, algo etéreo. Sus cabellos castaños se mecían como acunados por suaves brisas, sus ojos esmeraldas tenían cicatrices de lágrimas recientes, y sus labios eran rosas como pétalos de cerezo. Llevaba atada la pulsera de flores en la muñeca, y lucía sus ropas casuales, unos jeans azules y una camisa verde... aunque a sabiendas de sus colores reales, Seiya veía la tenida totalmente blanca como el azúcar.

—No puede ser...

—Disculpen si no les conté esto antes, chicos. —Su voz se había convertido en un coro de ángeles aunque no hacía eco, no sabía cómo expresar la dicotomía—. Mi destino es ser... esto, y el suyo es protegerme, pero no deseaba que sufrieran por mi culpa. Aún no lo deseo, es una injusticia con la que he tenido que batallar.

—Imposible...

—Por eso el viejo la llamaba regalo de los dioses y princesa —recordó Ban.

—Ella es la reencarnación de la diosa de la Tierra —murmuró Nachi.

—También la hija del rey de los dioses —dijo Jabu.

—Ella es Atenea... —susurró June.

La diosa que se supone residía en lo alto de la montaña al corazón del santo Santuario, y que aparecía en la Tierra cada doscientos años...

«Por los dioses, de seguro ni el más poderoso Santo de Oro tiene un Cosmos de esta magnitud... El destino, las estrellas, la muerte de mi hermana, el maldito Kido. No... no lo creo, ¡no voy a creerlo!»

—¡Es un ángel! —exclamó Kiki.

—Señorita. Hay algo más que no le he revelado. —Tatsumi se acercó al gran reloj antiguo que estaba apoyado en una de las paredes, opuesta a la del pasadizo secreto, y abrió su puerta con una llave que sacó del bolsillo—. Durante esos días, su abuelo y yo encontramos algo más.

 

Un báculo dorado. Un cetro de casi dos metros de largo que culminaba en la figura de un anillo, una representación curiosa de un ángel sin rasgos muy detallados gracias a la intensa luz que salía de su rostro, y cuyas alas de plumas metálicas se cerraban para formar el círculo. El bastón estaba rodeado por una cinta blanca de tela tan brillante que parecía un halo angelical.

—¿Qué es eso?

—Encontramos una estatuilla flotando a la deriva en el mar de Atenas, una representación en gamanio (aunque en principio pensamos que oro macizo) de Niké, la diosa de la Victoria, poco después de incinerar el cuerpo de Aiolos cerca del cabo de Sunión. El señor estaba seguro que era cosa del destino, ya que cuando poníamos la estatua junto a su cuna, usted dormía más plácidamente que nunca. La fundimos y volvimos a forjar con esta forma, su báculo, para que el Santuario no la encontrara, ya que sospechamos de inmediato que procedía de allí. Igual que la diosa de la guerra y la inteligencia, usted debe llevar a Niké en su mano derecha...

—¡No! —No pudo aguantar más—. ¡No voy a creer algo así! Esta niñata consentida y adinerada no puede ser Atenea. ¡No! Que una diosa esté de verdad en el mundo humano es un cuento de niños en el que no pienso creer.

—¡Seiya! —oyó la voz de Shun, aunque no se volteó a mirarlo.

—¡No lo haré! Me importa un rábano si le creen a esta tipa y al calvo que nos torturó de niños, pero yo no me dejaré convencer. Esta mujer...

—Seiya, por favor... —Saori había disminuido su Cosmos, y sus ojos eran enternecedores, pero no se rendiría ante ella.

—¡Esta no es Atenea!

Un ave negra se posó en el hombro de la joven. Otra le siguió.

¡Una nube negra ingresó rompiendo los vidrios de las ventanas! De pronto, una bandada de cuervos tan oscuros como la noche irrumpió en el salón principal de la mansión Kido, graznando como demonios y volando como murciélagos infernales. La vista se le nubló, su cuerpo fue paralizado; la oscuridad invadió el entorno.

 

00:10 a.m. del 1º de Septiembre de 2013.

—¡Seiya! Seiya, ¡despierta, Seiya!

Se levantó de golpe. Shun estaba a su lado, al igual que los demás Santos de Bronce y Tatsumi, en medio de una niebla negra que se disipaba poco a poco por las ventanas abiertas de par en par, puertas a la noche donde los pájaros se volvían casi completamente invisibles.

—¿Pero qué pasó, Shun?

—No lo sé. Pero esos cuervos eran muy...

—Se llevaron a Saori —dijo Hyoga de repente, mirando por la puerta abierta. Cuando Seiya salió al patio frontal solo se encontró en primera instancia con una de las criadas que estaba con la boca abierta mirando el cielo nocturno y una mano alzada hacia arriba. Entonces vio, a lo lejos, cerca de la luna blanca, una chica colgando de cuerdas imperceptibles, llevaba por una numerosa bandada de cuervos.

Parecía estar inconsciente, al menos esa fue la impresión que tuvo hasta que se perdió de vista y se esfumó en la noche.

—¡Debemos salvarla! —gritó Jabu.

—Pero no sabemos dónde fue —dijo Nachi.

—¡Es Atenea! No importa dónde esté, debemos ayudarla. —Ichi se cubrió rápidamente con Hydra, sus garras días antes congeladas habían sanado.

—¡Que no es Atenea! —exclamó Seiya. Ya estaba harto, no podía ser así.

—Sea o no, nuestro deber como Santos es ayudar a la gente en problemas, por lo que debemos ir tras ella de cualquier manera. —Hyoga hablaba con autoridad a pesar de que días antes quería asesinarlos a todos—. Separémonos, y si ven a esos cuervos, mátenlos.

—Maldita sea... —gruñó Seiya. Tatsumi lloraba exageradamente con el báculo aún en la mano, apoyado en el reloj. Balbuceaba algo incomprensible.

 

00:30 a.m.

Corrió a toda prisa. Decidió ir solo, no quería a nadie diciéndole en la oreja cada dos minutos que la niña esa era Atenea. No, no podía ser, cuando eran niños era insoportable, y Atenea era un cuento inventado para Santos de Bronce y los guardias para que cumplieran las reglas del Santuario, para tener una fe que venerar, alguien para poner en los estandartes de la guerra.

«Pero ahora...»

Sí, quizás ya de joven era una chica más simpática, dulce, amable y hermosa, pero eso no significaba...

«¿“Hermosa”?»

Al final, el Cisne tenía razón. Si estaba en problemas no importaba si era o no una diosa, debía salvarla. Recordó que había alguien en el Santuario a quien todos llamaban Cuervo de Plata, supuso que algo pudo tener que ver en el rapto de la heredera de la fortuna Kido.

Siguió su instinto. Si era un Santo de Plata, entonces no dejaría las cosas tan fáciles. Seiya se adentró en una zona montañosa y casi deshabitada a las afueras de la ciudad, en dirección opuesta a la que tomaron las aves negras con el pensamiento de que quisieran engañarlos.

Lo consiguió.

 

Encontró un Cosmos extraño en un cerro rocoso y enorme, se internó entre las piedras ocultando su aura, y vio a la joven de ojos verdes recostada en medio de una multitud de detestables pájaros negros, inconsciente y con las ropas algo rasgadas por las garras de los cuervos. Además, un hombre calvo vistiendo un Manto de Plata.

—Saori Kido... —Aunque su armadura era plateada como las de su maestra, Shaina o Misty, ésta tenía reflejos oscuros que se mezclaban con los brillos de la luna y las sombras de la noche. Destacaba una corta capa de plumas negras, y también hombreras triples que reposaban apuntando hacia arriba. También las perneras y brazales eran de tres piezas No llevaba yelmo para cubrir la calva—. El Sumo Sacerdote no solo quiere a esos niños muertos, sino que según Algol, también a esta muchacha. ¿Por qué...?

Dirigió su mano enguantada hacia Saori, y Seiya saltó inmediatamente para detenerlo, llevado por una fuera invisible y poderosísima en su alma.

—¡Déjala en paz!

—¿¡Eh!? —Tenía una voz grotesca y un rostro poco agraciado, sin dudas, con ojos pequeños y oscuros, larga nariz ganchuda, boca casi deforme con la mandíbula arqueada hacia la derecha, le faltaban las cejas—. ¿Quién eres tú, mocoso?

—Pegasus Seiya, Santo de Bronce. —Abrió la Caja blanca y el caballo celestial relució con nuevos bríos y las alas extendidas. Cuando se la puso notó que era más liviana, pero que se había modificado en algunas partes. Las hombreras eran más largas, los brazales también, la protección central del pecho con la figura del caballo se había ampliado. Le habló como a un viejo amigo que volvía al fin—. Ya veo. Muu no solo te reparó sino que también te quitó volumen para cubrir más mi cuerpo.

—¿¡Seiya!? ¿El que mató a Misty?

—Veo que ya soy famoso.

—El Sumo Sacerdote nos dijo que no nos confiáramos como le pasó a él, así que te mostraré el verdadero poder de un Santo de Plata, yo, el mensajero del Santuario, ¡Jamian de Cuervo!

Las aves comenzaron a volar en todas direcciones, una niebla tan negra como la noche sobre su cabeza empezó a formarse en el aire y a mezclarse con el ambiente; los graznidos de los pajarracos eran horripilantes e irritantes, rápidamente lo marearon como si estuviera al interior de un huracán.

Pero eso no iba a detenerlo.

—¡No me subestimes! —Con su Meteoro se deshizo rápidamente de las aves que lo atacaron en primer lugar, cayeron como piedras oscuras en una avalancha; pero cuando ejecutó el golpe la segunda vez, notó que el puño le pesó un montón.

Una pluma negra, desprendida de uno de los pájaros muertos, había caído sobre su guantelete, y le parecía que pesaba una tonelada. Otras plumas cayeron y lo pusieron de rodillas.

«Ya veo..., por eso no pudimos movernos en la mansión».

—El Ala Negra[1]. No podrás desprenderte de eso, Seiya. Cada una de las plumas de mis muchachos está impregnada con el Cosmos de un Santo de Plata como yo; te enterrarás en el suelo incapaz de respirar cuando todas las plumas te cubran, te asfixiarás y te darás cuenta del verdadero poder de los expertos de la guerra en el Santuario, ja, ja.

—No..., no me rendiré... —Casi todo su cuerpo estaba tapado bajo una manta emplumada y negra, pero se esforzó nuevamente para lanzar otro Meteoro, poco después de ver a Saori en el frío y rocoso suelo. Se veía tan indefensa a pesar del poder que había demostrado antes, tan bella a pesar de los problemas que tendría que vivir por su cruel destino al convertirse en la diosa de...

«¿Eh? Maldición, ya estoy delirando también...»

—Con mi Perturbador Negro[2] descubrirás que todo lo que hagas será inútil, Pegasus. —Levantó un dedo a altísima velocidad. Los cuervos se interpusieron en el camino de las estrellas fugaces y tomaron los golpes por él.

—¡Cobarde! —gritó Seiya antes de desplomarse en el suelo, ciego. Su cabeza estaba ya cubierta de plumas negras. Y aunque se había deshecho de varias aves, cientos seguían volando alrededor.

—¡Ja, ja, ja! ¡Hasta nunca, Seiya!

 


[1] Black Wing en inglés.

[2] Black Jammer en inglés.

 

Iba a dejar a Jamian sin imagen (como a Babel y Mozes) pero... bueh.

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Editado por Felipe_14, 23 julio 2015 - 18:23 .

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#96 carloslibra82

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Publicado 15 septiembre 2014 - 18:38

Q buen capítulo, e insisto, la lógica con la q estás contando la historia es muy superior a la de la serie. Gracias por responder a mis preguntas, y, al menos por mi parte, tienes la mejor de las acogidas para q llegues hasta Hades. Saludos!!!



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Publicado 16 septiembre 2014 - 13:29

Tuvo bueno el capítulo!!

Me gustó este Cuervo que si parece un santo de plata de verdad
Que bueno que les diste mayor protagonismo a los bronces secundarios!!

Editado por mihca 5, 16 septiembre 2014 - 13:30 .

¡Si una hembra te rechaza es por el bien de la evolución!

 

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Publicado 16 septiembre 2014 - 17:37

me agrada el papel que desempeñan los plateados en tu fic 

 

ese seiya burlandose del nombre de Muu XD

 

muy buenos dibujos que agregas a tu fic


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#99 -Felipe-

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Publicado 17 septiembre 2014 - 13:23

Muchas gracias por los comentarios :)

 

SHAINA III

 

00:25 a.m. del 1º de Septiembre de 2013.

Y ahí estaba el mocoso despreciable, convertido en una estatua emplumada y negra, aplastado contra el suelo de la montaña. A su lado yacía la muchacha que tantas preocupaciones le había dado al Sumo Sacerdote, y quien tantas sospechas generaba en el corazón de Shaina.

No le agradaba mucho el Cuervo de Plata, era un tipo engreído, insolente, arrogante y torpe, y a diferencia de Algol o Misty, no tenía tanto poder del que enorgullecerse. Como Dio, Jamian era un imbécil, sin embargo tenía que admitir que había hecho un buen trabajo. Había derrotado a Seiya, y sus cuervos se encargaron de la chiquilla millonaria.

—¡Shainita! Tanto tiempo — saludó el Cuervo moviendo la mano como un idiota—. Ven, ven, ven, mira lo que tengo.

—Bien hecho, Jamian, pero yo le daré el golpe final a Seiya —dijo al bajar de la colina rocosa donde había estado esperando.

—¿Eh? ¿Por qué? ¡Yo haré eso, me corresponde! —chilló el calvo.

—Puedes hacer lo que desees con Andrómeda, el Oso, o quien sea, no me interesa quien los mate, pero Pegaso es mío.

—¿Tuyo? Uh, Shainita, no me digas que tienes algún tipo de senti...

—¡No te atrevas! Una palabra más, Cuervo... —amenazó Shaina poniendo sus afiladas garras a pocos centímetros de la garganta del Cuervo—. Me haré cargo de él. Ahora, retrocede.

—El líder de nuestro escuadrón es Algol, tú no me vas a venir a dar órdenes a mí, el gran Corvus.

 

Un ruido.

Shaina cambió la vista bruscamente hacia al lado (Jamian tardó un poco más), ambos observaron al montón de plumas que se estremecía bajo la luna. Tardó en reaccionar a la situación. Un destello azulado salió del interior de la tumba negra, y todos los cuervos se volaron alarmados. El alumno de Marin estaba allí de pie, con su armadura resplandeciente, escupiendo plumas que se habían metido en su boca.

—¡Puaj! Malditas porquerías, casi me ahogo allí adentro, ¡puaj!

—¿Qué? Imposible, deberías estar muerto, Pegasus —dijo Jamian, dando un paso hacia atrás. Maldito cobarde.

—Sí, bueno, no pensaste que me iba a quedar a dormir en un lugar como este, ¿o sí? —En ese momento los ojos de Seiya se clavaron en Shaina, quien no supo interpretar su mirada.

—¡Muchachos, llévense a la chica, pronto! —exclamó de repente el Cuervo.

Jalando de los hilos, los cuervos emprendieron el vuelo y la alzaron por los aires tomándola de los brazos y las rodillas. La niña aún no despertaba.

—¡No lo harás!

Shaina no supo por qué, pero no impidió que Seiya ejecutara su maldito Meteoro, la técnica que le enseñó Marin. Y pudo hacerlo. Las aves negras cayeron como lluvia oscura, igual que las plumas que se llevaba el viento, y el mocoso tomó en sus brazos a la chica Kido como el valiente caballero en armadura brillante a la princesa en peligro. Le daba náuseas.

—Seiya, suéltala, será mejor para ti.

—Shaina, no hagamos esto —respondió, sin intentar bajar a Kido.

—Como ves, en esta ocasión llevo puesta mi armadura de Plata, Ophiucus, y estando con Jamian aquí, y tú con esa chica en los brazos, no tienes oportunidad. Ten algo de dignidad y muere peleando, dando todo de ti, ¿quieres?

—Sí, lo lamento mucho, chicos, pero es que no me puedo quedar a pelear. ¿Estás despierta, Saori? —le preguntó mirándola con ojos de cordero. Ella abrió los suyos lentamente.

—¿¡De qué hablas, mocoso!? Shaina y yo te tenemos rodeado, no podrán escapar a ninguna parte a menos que salten al vacío.

El viento soplaba fuertemente desde y hacia el precipicio, era una altura para nada despreciable, con el cielo nocturno sirviéndoles de techo estrellado.

—¿Seiya? —preguntó débilmente la muchacha.

—Hubiera preferido que no despertaras aún, Saori —le respondió Pegaso sin hacerle caso a sus oponentes—. Estamos... como en peligro, je, je.

—No importa, Seiya, sé que algo podrás hacer.

—Las dos opciones que tenemos pueden matarnos... pero ya tengo en mente una decisión. Si algo sale mal, ¿tú me...?

—Confío totalmente en ti, Seiya.

—Lamento que tu cumpleaños... yo... lamento que resultara así.

—Estoy con quien deseo estar.

Ambos se sonrieron mutuamente, como si nadie más existiera. Él, intrépido y audaz, un joven apuesto pero imbécil, arrogante y demasiado compasivo. Ella, una bella princesa en dificultades cuyo abuelo envió a Seiya a vivir un infierno en Grecia.

«¿¡Por qué demonios se miran así, entonces!? ¿Por qué tienen esas expresiones uno para el otro si deberían odiarse?»

—¡Sostente fuerte, entonces!

—¡Shaina, alerta! —gritó Jamian. Ella estaba como en una ensoñación, ¡qué estupidez! Y por culpa de ello reaccionó demasiado tarde. Seiya y Saori Kido se convirtieron en una estrella fugaz que se lanzó al vacío.

—Maldito chiquillo.

—¡Saltar desde esta altura es un suicidio!

—¡Vamos, no hay tiempo que perder! Para nosotros los Santos de Plata, una altura como esta no es nada. ¡Andando!

 

00:40 a.m.

En la oscuridad costaba mucho distinguir una piedra de un hueco en la montaña, pero podían guiarse por el flujo del Cosmos.

Mientras descendía a toda velocidad, sus ojos entrenados se percataron de movimientos en la base de la montaña, cientos de metros más debajo de donde habían estado, al interior de la oscuridad.

Una magullada Saori Kido se había arrastrado lentamente hasta el Santo de Pegaso, quien estaba en horrendas condiciones, cubierto en sangre y tal vez muerto. No... Aún sentía un débil rastro de Cosmos en el muchacho, pero estaba inconsciente. Cuando estuvo a punto de llegar abajo, se tuvo que detener. El corazón le latió mucho más rápido, y su respiración se paralizó. La muchacha multimillonaria estaba encima de Seiya, derramando ríos de lágrimas con el rostro pegado al de él, y sus labios...

—¡Vaya, vaya! —exclamó Jamian, llamando la atención de Kido. Shaina no supo en qué momento aterrizó—. ¡No canten victoria, aún no están a salvo!

—Es... asombroso que no hayan muerto —dijo Shaina tratando de mantener la compostura, no sabía qué diablos le estaba pasando—. Pero a Seiya no le queda mucho tiempo, en todo caso.

—¡No tocarán a Seiya! —exclamó con seriedad la heredera de los Kido. Se puso de pie y los miró fijamente, entre los Santos de Plata y el imbécil de Bronce.

—Vamos, vamos, vamos..., esto ya terminó. —Jamian levantó los dedos y otra bandada de cuervos surgió de la noche. Shaina no sabía cuántos tenía el desgraciado calvo—. Ríndete de una vez, mi objetivo primordial es ese chico, si hace falta te haré a un lado a la fuerza, chiquilla.

—Inténtalo —contestó ella. Al parecer se le había pegado lo arrogante, típico de niña ricachona que...

 

Su pensamiento se detuvo allí. Al mismo tiempo que los pájaros negros se alejaban desesperados, volando montaña arriba, Shaina sintió un potente Cosmos que comenzaba a apoderarse de todo el sitio; una energía tan radiante, cálida e imponente que podía atemorizar hasta un Santo de Oro, de seguro. Se sentía como si un dios acabara de aterrizar en la Tierra, a metros de donde ellos estaban...

«¡Un momento! No puede ser...»

Nunca había sentido algo así en toda su vida, y la fuente era claramente la chica de ojos verdes cuyas lágrimas aún no se secaban, pero cuyo cuerpo estaba rodeado por una energía gaseosa de tonos blancos y dorados. Miró a su lado, Jamian estaba temblando como si se acabara de dar una ducha en el mar ártico, ríos de sudor caían por su horrible rostro atemorizado.

—No puedo... No p-p-puedo hacer esto...

—¿Jamian?

—No puedo... p-pelear... c-con esta chi... con ella. Con ella.

—No me des más problemas, Jamian de Cuervo —dijo la chica sin apagar su enorme Cosmos—. Vuelve al Santuario y dile al Sumo Sacerdote que venga él mismo por mí si tanto lo desea. No me esconderé, ni tampoco escaparé.

—¡No! No v-v-volveré al Santuario, no aún, no así... N-no puedo...

—¡Jamian! ¿¡A dónde vas, cobarde!? —gritó Shaina, aunque en su interior no discutió la decisión del Cuervo, quien se alejó poco a poco del lugar.

—¡¡¡No puedo!!! —terminó exclamando, y voló lanzando maldiciones, con los pájaros negros sirviéndole de techo o de guía. Shaina tuvo el presentimiento de que no volvería a ver en mucho tiempo al Cuervo de Plata.

En ese momento el Cosmos imponente y divino que se había construido alrededor como un gran domo, se desvaneció. Saori Kido se arrodilló para abrazar al Santo de Pegaso, sin preocuparse de que aún estuviera allí. Eso la enfureció más que nunca, pero sus manos no se movieron, ni tampoco sus pies.

«¿Qué rayos me pasa?» Lanzó un suspiro de alivio cuando sintió los Cosmos aliados llegar, y vio aparecer a sus compañeros, al líder del escuadrón. Contra todos ellos, ni siquiera Atenea podría luchar.

«¿Atenea

—¡Shaina! ¿Qué te pasa, diablos? ¿No vas a hacer nada? —Ese era Capella, el Cochero. Tenía largo cabello rojo y rostro cuadrado, adornado con un par de cicatrices; con ojos oscuros y una larga nariz ganchuda. Su Manto Sagrado, Auriga, se componía de varios discos extremadamente filosos que era capaz de arrojar con mucha fuerza y habilidad. Generalmente era un tipo muy impulsivo y poco calculador, demasiado precipitado, por eso normalmente a las grandes batallas lo acompañaba quien el Sumo Sacerdote había designado como cabeza de la misión.

—Jamian también se fue. No sé qué significa todo esto, Shaina, pero si no puedes cumplir con lo pedido, nosotros lo haremos. Ve al Santuario a dar tu reporte. —Algol de Perseo llevaba su gruesa y pesada armadura llena de grandes placas y púas en el hombro izquierdo que parecía el caparazón de una tortuga, mientras que el derecho era una pieza curva en vertical; el peto se componía de una placa delgada que cubría desde el esternón hasta el estómago, y encima llevaba dos grandes corazas más; la falda estaba hecha de tres piezas una bajo la otra. Pero lo peor no era el grosor de Perseus, claro... sino aquello que relucía en su brazo izquierdo, quizás el arma más peligrosa en todo el Santuario, algo a lo que incluso un Santo de Oro podría temer. Acompañado de detalles en cruces púrpuras y azules, la cabeza de la bestia Gorgona destacaba con sus cabellos de serpiente sobre tinte  gris como la piedra, en el poderoso Escudo de la Medusa.

—Pero Algol, aún debo matar a Seiya, no me iré hasta que...

—¡Que te largues, dije! —Tenía una mirada furiosa y decepcionada. Le costaba admitirlo, pero Algol tenía razón, ella no había cumplido con su deber. El magnánimo Cosmos divino la había paralizado y vencido.

—E-está bien. Encárguense del resto.

No podía entenderlo. Mientras veía como otros tres Santos de Bronce a las órdenes de Perseo aparecían en medio de la noche (Tucana, Delphinus y Bootes), se preguntó por qué le era tan difícil acabar con ese maldito mocoso de Seiya. Sí, había algo muy extraño con la tal Saori Kido, pero lo que más le molestaba era esa cara. Esa maldita cara que puso cuando se decidió a saltar con ella y se convirtió en una estrella fugaz en el vacío, para dar su vida por esa chiquilla. Todo con esa sonrisa despreciable y confiada. Lo odiaba con todo su ser.


Editado por Felipe_14, 23 julio 2015 - 18:24 .

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Publicado 17 septiembre 2014 - 22:28

Genial, como siempre, Felipe, me encanta este enfoque, insisto por milésima vez. A ver q pasará ahora. A esperar el siguiente capítulo!!






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