DOHKO II
23:00 hrs. 16 de junio de 2014.
Tres llamas de la Torre Meridiano se habían extinguido, y ahora la de Cáncer ardía a media intensidad. Eso significaba que Dohko, Santo de Oro de Libra y Sumo Sacerdote del Santuario, llevaba casi tres horas mirándose fijamente con Sion, el ex Pope y Santo de Aries. Su mejor amigo.
Y no significaba que fueran perezosos o no tuvieran nada mejor que hacer bajo la noche frente al Templo del Carnero, sino que se mantenían en una lucha silenciosa, ancestral y muy dura, cerciorándose de hasta los más mínimos movimientos y gestos nerviosos y musculares en su oponente, segundo a segundo, minuciosamente. Cada vez que Dohko pensaba en moverse hacia la izquierda para clavar por sorpresa un golpe mortal en Sion, éste tensaba ligeramente los dedos y miraba a su derecha; cada vez que Sion mostraba el menor atisbo para perseguir a Saga y los demás, de los que al parecer había perdido el rastro cósmico que solo los Espectros podían sentir, Libra arrastraba un centímetro el bastón hacia adelante, indicando que podía detenerlo a la misma velocidad. En lo posible, apenas cambiaban el vaivén de su respiración, que se mantuvo constante a través de las tres horas que llevaban allí, en perfecta sincronía, ritmo y tiempo.
Hasta que, como los dos viejos gruñones y tercos que eran, decidieron que era una reverenda estupidez. Ambos miraron hacia abajo y luego cerraron los ojos, no supieron quién lo hizo primero, pero una risita tonta por lo bajo les indicó a los dos antiguos guerreros que ya era momento de pasar a una nueva etapa, y que ninguno de ellos haría trampa alguna.
—Vaya, a pesar de la edad tienes los ojos ágiles aún, Dohko.
—No te creas tanto, si tuvieras la vejiga que tengo yo apreciarías mucho más mi destreza en seguirte los movimientos de oveja, Sion.
—Veo que no tienes bromas nuevas, sigues siendo un tonto y terco payaso.
—Y tú… por el contrario, has cambiado mucho —dijo Dohko, por primera vez con la pena que le agobiaba impresa en la voz, pero sin perder la sonrisa traviesa del rostro—. No entiendo qué te llevaría a tomar una decisión tan estúpida.
—¿Importa, acaso? Si seguimos hablando tu vieja vejiga estallará, y lo siguiente, nuestra batalla, no será todo lo divertido que crees.
—Vas al grano, ¿eh? Pues, muy bien. —Dohko soltó el bastón, que rodó por el suelo, y levantó las manos cansadas y arrugadas para imponer la postura ofensiva que prefería para iniciar, con las piernas separadas, las manos en direcciones opuestas, el dorso inclinado y la mirada penetrante en el rival—. Careces de todo tipo de sentido del humor, viejo amigo. ¿Estás listo, Sion?
Éste tampoco había cambiado sus trucos. Su pose era defensiva, elegante pero agresiva en el contraataque, como un animal sereno que protege a los suyos, con solo el brazo izquierdo alzado, la mano afilada hacia abajo, y ambas extremidades derechas firmes en la tierra o contra la cintura.
—¿Lo estás tú, Dohko?
El antiguo salto de Libra inició el primer asalto, atacando con el puño derecho que Sion de Aries bloqueó fácilmente, apenas moviendo la mano izquierda, con los ojos clavados en su oponente, que lo perseguía. La tierra bajos sus pies se dispersó.
Se columpió en el brazo de Sion aprovechando su baja estatura, recordando fugazmente que nunca había sido muy alto en primer lugar… pensamientos inútiles que le llegaban de vez en cuando, no sabía si por la vejez o por la nostalgia, revivida ahora por su viejo compañero de armas, al que le golpeó con la otra mano la barbilla, fuertemente. Sion contraatacó, se liberó del agarre de Dohko con su telequinesis (tan desagradable esa habilidad en el combate, y tan útil cuando se era un aliado), y con el mismo brazo ahora libre propinó un puñetazo que lo estampó contra el piso de piedra frente al Templo del Carnero.
El Sumo Sacerdote sintió la sangre, proveniente de su nariz, manchar su barba y bigote poblados de canas, y quizás el tabique algo doblado, pero eso, evidentemente, no iba a frenarlo. Aprovechó el impulso, tomó el bastón y lo utilizó como arma, realizando un barrido horizontal que Sion evitó, flexionando la espalda hacia atrás con suma calma. El bastón se convirtió en una distracción sobre la que Dohko saltó para subir un poco más, sabiendo que las reglas de la física no aplicaban tan estrictamente con los Santos como con los humanos comunes, especialmente cuando se preferían ignorar: “la ciencia es una burra”, pensaba Dohko cada vez que realizaba una jugada fuera de lo normal, como planear hasta quedar sobre el rostro de Sion, que le sonreía con absoluto orgullo. Para sorpresa de Libra, su viejo amigo estaba en clara posición horizontal, despegado del suelo, listo para propinarle una patada desde arriba, sobre su espalda.
Dohko golpeó el puño de Sion y comenzó a girar sobre su propio eje en medio del aire, bloqueando la patada de su contrincante mientras descendía hasta el suelo, donde volvió a brincar, pues el otro ya se había puesto de pie, con ayuda de la jodida teletransportación de la que también hacían gala los de su gente. De hecho, así pudo descubrir que apenas había alcanzado a rozar la piel de Sion, y que, en realidad, éste solo lo hizo para hacer gala de sus habilidades; podría haber resistido el golpe con toda facilidad. Pero Dohko no iba a rendirse.
Inició con un puñetazo derecho, que Sion bloqueó; luego un golpe izquierdo, también bloqueado. Derecha, izquierda, derecha, izquierda, derecha, izquierda, todos atrapados en las manos expertas del antiguo Sumo Sacerdote, que apenas se inmutaba. Dohko arrojó una pequeña esfera de Cosmos mientras esquivaba un gancho zurdo, que Sion también evitó, y ganó el tiempo suficiente para contraatacar con una serie de patadas dirigidas al cuello de Aries. Cientos de ellas. Miles, incluso. Sion, que las bloqueó con el brazo derecho contra el rostro, perdió la sonrisa, pero finalmente se sacó de encima al Santo de Libra, agarrándolo de la vieja y roída túnica, golpeándolo en el rostro con su frente, y azotándolo contra una columna derruida.
Ambos descansaron del asalto. El tiempo volvió a la normalidad, y las piedras que flotaban sobre la tierra, impulsadas por el Cosmos que proyectaban los rivales, cayeron otra vez.
—Vaya, Dohko, esos fueron dos segundos bastante intensos —dijo Sion, sin una gota de sudor en el rostro—, pero también demostrativos: estás viejo. Muy viejo. Qué decepción. ¿Cómo diablos viviste tanto?
—Je, je, je, je, ¿qué dices? Solo estoy un poco oxidado, es todo —respondió Dohko, atrapando el bastón que había soltado, antes de que tocara el suelo.
—Tonto anciano, ni siquiera me has movido un centímetro de este sitio.
—Tranquilo, ya podrás conocer otros lugares mejores, viejo amigo. ¡Que inicie el segundo asalto!
Sion levantó la guardia, las rocas volvieron a saltar por todos lados, y Dohko brincó con gran fuerza, no hacia su oponente, sino hacia arriba, donde convocó las energías espirituales que había desarrollado con tantos años para compensar su vejez. Alrededor de su brazo conjuró la enorme extremidad del Espíritu del Gigante Ancestral, el “Jù Zǔ Líng”, dorada y enlazada a su alma, con la que hizo un barrido horizontal que pulverizó un par de columnas sin tocarlas, y creó una gran fisura en el camino, debido al potente viento generado.
El ex Santo de Aries bloqueó la enorme mano espiritual usando la fuerza de todo su cuerpo, mostrando por primera vez los gestos conocidos del esfuerzo. “Solo un metro, al menos”, pensó Dohko. Con moverlo solo un metro de su lugar ya iba a sentirse satisfecho, porque la verdad era que… estaba viejo. Lo sabía. La edad no era cualquier cosa, no pasaba sin efectos. Sion, gracias a los poderes del dios Hades, tenía un cuerpo de 18 años, y un poder de… no quería ni pensarlo.
—Así que esta es la técnica que desarrollaste durante estos años, ¿eh, Dohko? Liberas a tu espíritu y convocas a un gran gigante de luz que controlas con tu decrépito y arrugado cuerpo, no está mal. —Sion recuperó la sonrisa, esta vez era una terrible e intimidante—. Solo que no es suficiente.
—No necesito lo “suficiente”, Sion. El sabio se conforma con lo poco, pero no solo se conforma, sino que se contenta.
—No dices más que estupideces sin sentido.
No se completó el metro, pero sí logró arrastrarlo hasta que Sion de Aries fue arrancado del suelo. Antes de que se teletransportara, Dohko usó su brazo izquierdo, libre del Gigante Ancestral, y disparó una potente ráfaga de Cosmos externo, el de su propio cuerpo, en lugar del alma.
Sin embargo, Sion le devolvió ese poder con una mano, con un movimiento casual, como si espantara una mosca. Dohko fue lanzado hacia atrás, mientras sentía cómo su oponente se acercaba, tras destruir rápidamente los cinco dedos de la mano de gigante, que el actual Patriarca sintió como dolor físico en los de su cuerpo. Trató de recomponer la verticalidad sin perder tiempo, y con ambas manos hacia adelante disparó su Cosmos, una ola de luz verde y dorada, que Sion escudó con sus propias fuerzas cósmicas, de tono violeta.
Una gran llama dorada, como una esfera incandescente, se materializó entre ambos guerreros de la antigüedad, el efecto clásico de la Guerra de Mil Días… Sin embargo, la igualdad no duró mucho… A Sion solo le bastó dar un paso adelante para que Dohko se viera contra las cuerdas, la llama se vino contra él y tuvo que esquivarla con una voltereta hacia un costado, donde el antiguo Pope lo esperaba con el puño en alto, a gran distancia de su viejo sombrero de paja, que volaba lejos tras el impacto.
«Desde el Monte de la Tranquilidad, este de los Cinco Grandes Picos, convoco el Talento del Inmortal, el dragón que no muere». Así, Dohko utilizó el Dragón Eterno, tornando su brazo izquierdo en una coraza de diamantes que impedía al mal cruzar… excepto a Sion que, en lugar de atacar directamente el escudo de Cosmos, lo azotó con una potentísima y dolorosa ráfaga que nació desde abajo, elevándolo por los aires como si fuera un muñeco de trapo.
Cuando miró hacia un lado, vio a Sion listo para destruirlo con un solo golpe, cargado de furioso Cosmos oscuro. En la posición en la que estaba, y con las heridas que acumulaba en tan pocos segundos, Dohko se hallaba en la incómoda situación de no poder esquivar ni detener el ataque. Por lo tanto, estaba muerto.
Por eso le sorprendió tanto que el Dragón Eterno bloqueara el puñetazo de Sion, y que el choque cósmico lo arrojara hacia una de las puertas del Templo del Carnero, pues su técnica ya se había desactivado hacía rato. Lo que significaba, evidentemente, que uno de sus seres más queridos se graduaba de estúpido y terco al mismo tiempo.
Apenas lo vio de pie delante de él, con el brazo adolorido, cargando la Caja de Pandora en la espalda, agotado de tanto correr, y muy lejos de China, Dohko no se guardó el pequeño regaño que nacía desde sus más profundos temores.
—¿¡QUÉ DEMONIOS HACES AQUÍ, SHIRYU!?
—M-maestro, no se preocupe, yo me haré cargo de él —dijo Shiryu, un tonto sin remedio, como si de verdad se creyera el cuento. Aunque, en el fondo, sabía que no podía culparlo, pues no sabía quién se hallaba frente a ellos, sonriendo con suma arrogancia y sorna, y tampoco podía percibir su terrible Cosmos.
—No… ¡No! ¿¡Por qué?!
—¿Maestro? —Shiryu se volteó, y Dohko lo agarró fuertemente de la pierna, hasta que le hiciera daño—. ¡M-maestro!
—Le dije a Shunrei que no te dejara venir… le sugerí a Atenea que prohibiera a todos ustedes que volvieran al Santuario… yo, como Sumo Sacerdote, también te ordené eso. Entonces ¿qué haces en este lugar, Shiryu?
Su terco alumno se apartó, con profunda tristeza plasmada en su rostro, pero Dohko halló también un poco de ira concentrada.
—¡L-lo mismo digo, maestro! ¿Por qué el Santuario nos marginaría a los Santos de Bronce de una batalla tan crítica?
—Sabes bien que no son los Santos de Bronce, ¡son solo ustedes cinco! Esa es mi voluntad y la de Atenea, ya no deben luchar más.
—¡Pero maestro…! —intentó protestar Shiryu nuevamente, pero Dohko lo calló con un golpe de su bastón contra el suelo, clavando en su alumno la mirada. No quería ver a Sion en ese momento tampoco, que seguramente estaba muerto de la risa.
—Ya lucharon bastante, sufrieron mucho más de lo que deberían, salvaron a Atenea por sí solos, se ganaron el derecho de vivir pacíficamente. Shiryu… es obvio: no queremos que mueran, y eso ocurrirá si están en el Santuario. Todos moriremos. La misma Atenea se encuentra preparada para morir, esta guerra será un verdadero infierno, ¿y tú quieres mantener la terquedad y quedarte a luchar, solo para morir?
—¡Sí! —exclamó Shiryu, como un imbécil. Un imbécil que amaba como a un hijo. Un imbécil, como todos los hijos son para los padres, pensó Dohko, al igual que los padres son idiotas para los hijos. Era el efecto de los sentimientos, aquella cosa que Dohko encontraba tan fascinante vivir, en todas sus dimensiones—. Sí, no me interesa morir, estoy listo para eso, ¡pero quiero pelear a su lado! Juntos evitaremos que Atenea muera, y derrotaremos a ese sujeto que le hizo daño.
—Je, je, je, este chico tuyo es hilarante, Dohko, ja, ja, ja. Continúen, por favor, esto está muy divertido.
Dohko decidió ignorar al idiota Sion, tenía un asunto mucho más importante entre manos, y si la carta de amenazar con sus propias muertes y la de Atenea no era suficiente, solo le quedaba una esperanza.
—¿No comprendes el amor, Shiryu? —Como esperaba, eso tomó a su alumno desprevenido y mudo—. ¿No entiendes que, si mueres, Shunrei se pondrá muy triste? ¿No sabes que ella es capaz de todo por nosotros? Yo tengo mi misión, pero tú debes quedarte con ella… Entiendo que luchas por la justicia para defender a mucha gente, a millones de personas… pero al final, uno hace las cosas especialmente por una sola persona, uno batalla por el egoísta amor de esa persona… de mi hija… ¡y no creo que sea algo malo! Por eso debes irte de…
—Estos monólogos me darán jaqueca…
Dohko se había distraído por un solo segundo, enfocándose al cien por ciento en Shiryu, lo que Sion aprovechó para atacar con una gran ráfaga de Cosmos, que casi los revienta a ambos. No había sido cualquier cosa. El bastón que Dohko siempre llevaba llegó al rescate, lo hizo girar a una suprema velocidad para detener el potente ataque mientras Shiryu apenas conseguía girar el cuello a tiempo.
El bastón, una reliquia de los Taonia, apenas consiguió resistir el impacto, salió disparado por los aires y se estrelló contra el símbolo de Aries en el frontis del Templo del Zodiaco. Afortunadamente, antes de ello, logró repeler el ataque de Sion, que solo se dignó a encogerse de hombros.
—Maldito seas, atacando así —protestó Shiryu—. ¿Acaso no tienes honor?
—¿Honor? Ja, ja, ja, Dohko, ¿este es tu alumno? No me digas que es de esos nobles sin mancha tan optimistas, ja, ja. De la clase de Sísifo, ¿te acuerdas?
—¿Cómo te atreves? Mi nombre es Shiryu, soy el Santo de…
—No me interesa —interrumpió el Espectro. Shiryu estuvo a punto de atacar y probablemente matarse, de no ser porque Dohko lo detuvo. Era tiempo de explicar.
—Ni siquiera lo intentes, Shiryu… Este hombre es Sion, y nadie en todo este Santuario puede oponerse a él.
—Sion… Espere, Sion es… ¿¡Aries Sion!? —gritó Shiryu, aterrado, paralizado en el acto por la mención de aquel nombre—. ¿Me está diciendo que este hombre es el antiguo Sumo Sacerdote? ¿Él es…?
—Sí, el maestro de Muu, que fue asesinado por Saga hace dieciséis años, y que luchó conmigo en la anterior Guerra Santa. No puedes enfrentarlo, Shiryu. Ni siquiera yo puedo.
—¡Al fin te das cuenta! O más bien, al fin lo admites. Dioses, es una terrible decepción, hace 243 años nuestro poder era el mismo, ninguno de los dos era superior al otro, y pensé que ahora tendríamos una Batalla de Mil Días. —Sion se apoyó sobre una de las columnas que habían sobrevivido al impacto, cruzándose de brazos, lleno de orgullo, pedantería y absoluta confianza en sí mismo. Hasta se atrevió a cerrar los ojos, como si le diera asco mirarlos—. Pero estás tan viejo, tan débil… ¡tan inútil! Ya no tienes la fuerza de antaño, se te pudrieron los músculos mientras vigilabas la torre de los Espectros. ¡Ni siquiera sé por qué sigues vivo, no eres como mi gente! Supongo que Atenea te quiso vivo tanto tiempo para hacer su trabajo, sin contemplar que te verías así a esta edad.
—No lo entiendes…
—En cambio, mi cuerpo tiene dieciocho años, gracias al señor Hades, y mi poder es el Cosmos acumulado durante casi 250 años, desde que obtuve mi armadura de Aries hasta mi predestinada muerte. Es decir, ¡gracias al Rey del Inframundo, estoy en mi máxima condición posible!
Con la última frase, Sion abrió los ojos y los envió a ambos a volar, como para comprobar sus palabras. No importaba qué artes marciales utilizara, el LuShanRyu se había vuelto inútil contra alguien como Sion; desde el principio del combate lo fue. Pero… Dohko había aprendido que no todo en la vida era la fuerza, y fue lo primero que le restregó en la cara a su viejo amigo, tan sabio y noble en su madurez, tan calmo y humilde en su juventud, ahora convertido en un maldito egocéntrico que se vendió al enemigo.
Usando todas las fuerzas físicas que le restaban, Dohko se aferró al suelo para no alejarse más, mientras sujetaba a Shiryu del brazo.
—¡Patético! —Dohko invocó momentáneamente al Gigante Ancestral, solo un destello, y el ataque de Sion fue completamente anulado, para su sorpresa. El ex Santo de Aries lo miró con incredulidad… sabía que algo se saldría de control.
—¿Q-qué dices, maldito anciano?
—Esa juventud, esa vida falsa que te dio Hades, el enemigo que nos arrebató a tantos compañeros en la anterior guerra… ese corazón podrido, ¿te hacen feliz?
—¿Felicidad? No entiendo qué dices. Y esos pobres infelices que mencionas, todos murieron por su debilidad. Mírame, ¡con este poder no necesito felicidad!
—¡IMBÉCIL! —le gritó, harto de su falsa pedantería—. La vida es un regalo preciado que solo se vive una vez, que debe disfrutarse al máximo mientras vivamos en la Tierra, no es algo que desperdiciar o vivir cuantas veces queramos. La vida es el resplandor de un precioso milagro, del que no permitiré… —Dohko hizo estallar su Cosmos por primera vez, no permitiría más burlas de su excompañero, pelearía en serio— que te burles. ¡Shiryu, mira bien, te mostraré el quinto secreto del LuShanRyu, el que nunca conociste!
—¿Quién va a escuchar las palabras de un viejo decrépito y moribundo? ¡Con solo un ataque más se te detendrá el corazón y ya no hablarás más! —Sion se impulsó hacia adelante, rodeado de bolas de luz que le tomó la mitad de un segundo crear.
Pero no sería suficiente contra lo que se venía, a diferencia de Shiryu, que ya lo sospechaba, como se evidenciaba en su cara de diez metros.
Cinco montañas se hallaban en LuShan, cada una conservaba uno de los talentos del dragón de los Taonia, y Shiryu sabía que el del sur, el Monte del Balance, esgrimía el Talento del Sabio, el último arte del dragón que solo se permitía utilizar al Gran Maestro de la doctrina.
Y desde hacía ciento catorce años, Dohko de Libra era el Gran Maestro.
—Me parece muy triste que un hombre como tú se haya olvidado del valor de la vida refugiándose en la frialdad de la muerte… ¡así que muere y vuelve a ser tú en el descanso eterno! —Dohko hizo explotar su Cosmos una y otra vez, separó ambas piernas y ubicó sendos brazos en paralelo, formando garras, la izquierda abajo con la palma hacia arriba, y la derecha a la inversa. Fuego esmeralda lo rodeó, hacía años que no sentía una sensación tan llameante y satisfactoria, la de utilizar cien veces el clásico Dragón Ascendente al mismo tiempo, rasgando el espacio y desatando su espíritu y su pasión—. ¡Rujan en el cielo, Cien Dragones[1]!
Sion detuvo su carrera, demasiado tarde para esquivar el ataque. Aunque uno conociera la técnica de los Cien Dragones, el arma maestra del dragón, jamás era posible evitarlo a tiempo, pues la ejecución requería de la velocidad de la luz, y se manifestaba como un ejército de dragones esmeraldas que surcaban los cielos, con garras capaces de destrozar las estrellas y colmillos que podían desgarrar la tierra.
Desde luego, el ex Santo de Aries conjuró la técnica principal de la constelación de Aries, el Muro de Cristal, la defensa perfecta del Santuario. O casi perfecta, más bien, pues ninguna técnica era infalible, eso lo sabían ambos desde hacía dos siglos; el punto débil del Muro era móvil, aparecía y desaparecía a lo largo y ancho de toda la hermosa pared de rubíes y “plasma líquido”, pero a los ojos de Dohko, que tantas cosas habían visto, incluyendo la muerte de sus hermanos a manos del Rey del Inframundo al que Sion ahora servía, un mísero punto débil era cualquier cosa.
Los dragones rugieron tan estruendosamente que Shiryu quedó sentado sobre sus posaderas, haciendo esfuerzos por sostenerse, y tal vez comprendiendo por qué solo se le permitía a una persona por generación subir al Monte de la Nobleza para aprender el Talento del Sabio… la sabiduría era solo una de las manifestaciones del poder, ¡y probablemente la más divertida al final de la vida!
—Increíble, es como si hubiera usado repetidamente el Dragón Ascendente de una sola vez —escuchó decir a Shiryu, que, como siempre, era bueno para inflar su viejo ego—. ¿Este es el poder de mi maestro?
—¡M-maldita sea, no puedo…! —Sion cedió, por más fuerzas que usara. Era el fin para él.
—El Muro de Cristal es presa fácil para los Cien Dragones, lo sabes perfectamente.
El “vidrio” crujió, luego se trituró, y finalmente se deshizo mientras los cientos de dragones avanzaban, arrasaban con Sion, y lo aplastaban con fuerza voluminosa. ¡Esta vez sí que lo movió más de un metro!
[1] HyakuRyu, en japonés.
Editado por -Felipe-, 07 mayo 2018 - 23:20 .