Saludos, Piscis. ¿Qué tal?
Sí, a Sorrento le daré un trasfondo, aunque quizás sea algo implícito.
Qué bueno que te gustara el pilar, la verdad es mi favorito. Le da un aire medio de ensueño que empeora los efectos de la sinfonía sobre Shun. Sobre Pan, tiene que ver porque era un afamado flautista en los mitos, no tiene nada que ver con Poseidón. Es un adorno personal del guardián de ese Pilar. Por cierto, todos los pilares tienen sus templos, y son distintos, es donde viven los Generales, y entrenan a sus Guías.
¿Crees que exagero? Es muy posible, pero igual es poco con las descripciones que hice en el volumen anterior xD Si las lees, ahí si vas a poder criticar mucho. Pero tienes razón en que tal vez me he pasado un poco, pero es fruto del agotamiento acumulado. No es solo pelear contra tipos tan fuertes como los Santos de Oro, sino el correr y correr. Y sería peor si supieran que Saori está en el Sustento Principal.
Tal vez lo modere un poco o mucho en las próximas versiones, en todo caso :)
Sí, en el próximo capítulo viene la batalla en sí. Y voy a tener que editarla porque quedó algo simple, mucho diálogo. En todo caso sería como en dos semanas. Ahí sabrás si fue afectado o no.
Hay que estudiar, amigo, hay que estudiar. Hasta que podamos registrarnos en algún Santuario para pelear por una millonaria, no hay de otra. Saludos :)
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SEIYA VI
Aproximadamente catorce horas desde el encierro de Saori Kido.
Al despertar, su primer pensamiento no tuvo nada que ver con los Pilares. Lo único que tenía en mente era derrotar a Poseidón. Desde ahí, ni siquiera supo cómo llegó al Templo, sus pies se movieron por sí solos a través de los caminos ya conocidos hacia el Mediterráneo, mientras su mente se ocupaba de ocultar la ira por lo ocurrido en el Antártico. No solo odiaba al cadáver de Kaça de Lymnades que dejó Ikki por disfrazarse de Seika y engañarlo tan vilmente, usando lo más preciado que tenía, sino que se odiaba a sí mismo por su poca frialdad. Dejó que sus sentimientos nublaran su juicio y se olvidara de que sería imposible que Miho le mintiera con algo así. Seika estaba muerta, y todavía no lo superaba.
En el Templo apenas había algunos guardias en pie, pero ninguno hizo el ademán de detenerlo; retrocedieron aterrorizados apenas lo miraron a la cara, y muchos se quitaron las armaduras y se retiraron cabizbajos. Los demás estaban en el piso con las Escamas quemadas como si las hubieran electrocutado.
El Cosmos de la culpable estalló de pronto en una cámara interior. Seiya entró, y recordó que la vez anterior había salido por la propia puerta de entrada, frente a Shun y Tethys, gracias a un aura impresionante que debió construir una especie de laberinto de luz y sombra como el del Templo de los Gemelos. Pero esa presencia ya no estaba allí.
—¡Seiya! —gritó alguien.
En ese momento un Cosmos inexplicable envolvió todo el Templo. Seiya vio un chispazo, resplandores como relámpagos a través del techo, y una luz cegadora que reemplazó las flamas de las antorchas. Conocía esa sensación, la de aquella mujer que tenía la obligación de proteger, y que parecía estar todavía viva a pesar de enfrentarse supuestamente a Poseidón. Desde algún lugar lejano, Saori se había manifestado tras una gigantesca puerta que parecía hecha de una corriente, y llegó acompañada de la más hermosa de las canciones. Recordó las nanas que su hermana entonaba cuando niña, y los bailes infantiles de Miho en el orfanato. Sin embargo la voz no era de ellas, sino de la diosa que trataba de dar vuelta la guerra.
Apenas se detuvo y todo volvió a la normalidad, Seiya corrió a pesar de los intensos dolores en todo el cuerpo, y la hemorragia de su estómago no se cerraba; se sentía mareado y pesado. Cruzó el portón al chocar contra él, hasta toparse con un tipo alto sentado en un trono de zafiros como si fuera un rey, o algo. No era tan importante como la chica en el piso con la armadura destruida.
—¡Shaina, resiste! —Seiya disparó sus Meteoros para distraer al idiota de pelo castaño y acercarse a Ofiuco. Pero por alguna razón, los destellos azules se detuvieron a centímetros del objetivo, convertidos en bolas de fuego que flotaban sin que hiciera el más mínimo de los movimientos. Luego se desvanecieron como si nunca hubieran estado allí.
Era Poseidón, inmóvil e impasible, lo observaba como si fuera una criatura extraña. En su mano derecha tenía el mismo maldito tridente que la rara sirena se llevó ese día cuando enfrentó a los Cíclopes.
Su compañera casi no respiraba, su armadura estaba quemada y bajo ella se veía correr la sangre. La serpiente del brazo diestro estaba partida en cinco piezas, igual que muchos de los huesos de Shaina, aunque no había rastros de combate físico. Tenía la piel blanca y los vellos erizados, como tras un gran susto.
—Oye, ¿tú le hiciste esto? —preguntó al Emperador de los Mares, a quien conocía al fin. Estaba rodeado de un aura azulada tan grande que abarcaba todo el salón. El golpeteo de su dedo sobre la silla sonaba como olas en una mujer de mala vida de mar, y una fina película de agua lo protegía, aunque estaba totalmente seco. Pero… más que eso... no era para tanto.
—¿Hm? —gimió Poseidón, mirándolo como si no tuviera sentido. ¿Acaso era tan confuso que alguien le hablara así?
—¡Te hice una pregunta! ¿Tú le hiciste esto a Shaina?
—¿Quién eres?
—Soy Seiya —contestó, dejando el cuerpo de Shaina apoyado sobre una de las columnas—. Pegasus Seiya.
—¿Pegaso? —preguntó Poseidón. Sus ojos se desviaron hacia abajo y luego a la derecha. Una gota solitaria de sudor cayó por su mejilla, y frunció el ceño; respiró profundamente, y lo que se suponía era un dios se vio por el más breve de los instantes más patético que cualquier ser humano, como si un fugaz recuerdo lo golpeara y avergonzara.
—Sí. Y todavía no respondes a…
—Pegaso —repitió el Emperador, el que se suponía había planeado todo el asunto de las lluvias, los asesinatos y todo ese caos. No lo parecía.
—Sí, ¿qué hay con e…? —Seiya no pudo terminar la oración cuando sintió el angustiante dolor de la articulación de la rodilla rompiéndose. Cayó al suelo sin remedio, sin haber sentido nada que lo golpeara—. ¿Pero qué demonios…?
—Por alguna razón me molesta mucho ese nombre —admitió Poseidón con los ojos cerrados y una sonrisa mínimamente avergonzada en la cara—. Debes irte si no quieres sufrir lo mismo que ella, y esta vez nadie vendrá al rescate.
Cuando Seiya apoyó su mano en el piso para darse impulso, descubrió que era el recipiente para una cascada de sudor que caía de su rostro, y del que no se había percatado antes. ¿Tenía miedo? No, imposible, le había temido más al lado malo de Aiolia. Pero al tocarse las mejillas las notó empapadas, igual que su frente.
—¿Rescate? ¿Acaso Saori…? —No pudo seguir hablando cuando la boca se le llenó de saliva y tuvo que derramarla en el piso rápidamente para no ahogarse. Al toser, manchó de rojo el dorso de su mano—. N-no puede, cof, s-ser...
—¿Preguntas por Athena? También eres leal a ella, entonces, pero eso solo llevará a tu muerte.
Seiya alzó la mirada para enfrentarlo al menos con los ojos, pero tuvo que desviarla cuando Poseidón pareció moverse en un vaivén vomitivo, como si ambos estuvieran en la cubierta de un barco en medio de una horrible tormenta. Pero era obvio que no se había movido un ápice.
«¿Qué rayos está pasando?»
—¿D-dónde está Saori…? —preguntó antes de limpiarse la sangre de la nariz que salía sin ninguna razón.
—Llámala por su nombre, humano. —Poseidón golpeó el piso una vez con el tridente, y la herida en el estómago de Seiya se abrió todavía más; la sangre salió como de un grifo, el castigo por ofender a una divinidad.
Luego ocurrió algo impresionante. El muro detrás del trono se deshizo en pequeñas partículas que cayeron como una suave y silenciosa lluvia, y después el agua se evaporó como si nunca hubiera estado allí. En un par de segundos, y solo con el golpe de la vara, un objeto físico cambió de forma y luego desapareció, lo que equivalía a unas cuantas leyes de la física tocadas.
Había una larguísima pasarela detrás, bajo el mar que parecía cielo, y que tras una curva a la derecha se conectaba con una calle bordeada por enormes edificios de dos pisos que se extendía hasta el Sustento Principal, a lo lejos, pero aparentemente cerca dada su inimaginable altura y grosor; ese Pilar gigante que debían destruir cuando todos los demás cayeran, los que olvidó para ir hacia el Templo. Imaginó que Shun y Hyoga podrían hacerse cargo.
—¿Qué haces? —preguntó justo antes de quitarse una lágrima ridícula que salió de la nada.
—Premiándote por tu valor —contestó Poseidón, girando el cuello hacia el titán que era avatar de su poder—. Allí está Athena, Pegaso.
—¿Qué dijiste? —Seiya se puso de pie velozmente, y con la misma rapidez se estampó de boca contra el suelo. No entendía cómo diablos le hacía todo eso, le impedía absolutamente estar en otra postura que no fuera de rodillas.
—Encerré a Athena en el Sustento Principal hace unas quince horas en este mundo. Lo decidió por sí misma, está recibiendo gran parte del agua que debería caer sobre la Tierra para darle tiempo a ustedes de… derrotarme —añadió el dios luego de una sonrisa por lo bajo.
«Saori, eres una tonta»
—¿¡Qué m:erda estás hablando!? Entonces sácala de allí, ¿qué esperas? ¿O es que tu poder no da para…? ¡Ahh! —Seiya se agarró el cuello con ambas manos, sintió que se ahogaba con su propia saliva, lágrimas y sangre que de una u otra forma terminaban en su garganta. También fue despegado del piso por una fuerza monstruosa, una que jamás podría igualar, o siquiera acercarse, aquella que está por encima de los hombres, que controla hasta las más mínimas partículas de su cuerpo. No importaba cuánto esfuerzo pusiera, no podía concentrarse ni siquiera para encender su Cosmos.
—Deberías ser más respetuoso.
—Ah… me aho… ah… —Temió que los ojos se salieran de sus órbitas por un dedo mágico detrás de ellos, una presión divina que jugaba con todos sus órganos internos y amenazaba con torturarlo poco a poco… Pero Saori debió pasarlo peor, mucho peor, recibiendo tanta agua—. Libérala… Libe… ¡¡¡Ahhh!!! —¿Quince horas recibiendo el agua del mundo? No importaba qué tan bien supiera nadar, el que sobreviviera dependía exclusivamente de su Cosmos y aguante, pero era obvio que hasta eso tenía un límite. El Sustento Principal se llenaría.
—Estuvo drenando el agua, evaporándola con su propio Cosmos mientras resistía las intensas corrientes con la esperanza de sobrevivir al mismo tiempo que salvaba a los demás —explicó Poseidón como si hubiera leído sus pensamientos—. Una idea interesante, novedosa, pero inútil. Pensé que se ahogaría dentro de unas seis o siete horas, pero aguantó el doble.
—Ja… Ja… —Seiya se concentró al máximo para poder reunir su Cosmos en su puño derecho. Era todo lo que necesitaba, pero le costó casi todas sus fuerzas físicas, ya no daba más—. No debiste… confiarte… E-esa chica es… ter-terca, aunque no lo pa… ah…
—Pero imagino que lo sentiste hace unos instantes. Para salvar a sus Santos, tanto esta chica como los que pelean con los Generales sobrevivientes, mi sobrina hizo estallar el resto de su aura con una canción. —El Emperador bajó la cabeza, y Seiya se preguntó si realmente pensó que se creería esa falsa tristeza—. Y no siento más su presencia. En estos momentos Athena camina por la ruta de los muertos, su cuerpo va al Inframundo y su alma a recibir su castigo divino en el Tártaro, y ni mi hermano podría salvarla de ello.
—Ella no ha muerto… —No sentía su Cosmos, pero no se iba a creer eso de que había muerto; si la flecha de Aiolos no lo había logrado, menos un poco de agua—. Tú, por otro lado…
Levantó el puño lo más sutilmente que pudo, entre quejidos, sin soltar su propio cuello con la otra mano.
—Su misión era protegerla, imagino que debe sentirse muy mal el fallar así. No tienen nada que hacer aquí.
Seiya disparó el Meteoro tan fuerte que se le quebró el brazo, y luego los huesos de la mano y los dedos; solo sintió el ridículo e intenso dolor, pero la serie de estrellas fugaces voló hacia Poseidón con tantos bríos que esta vez no podría simplemente detenerlos. Sería imposible.
—Estás atacando a un dios, Pegaso, parece que sigues olvidando el pecado que eso conlleva. —Los ojos del Emperador del Mar resplandecieron con un rayo azul que brilló junto a los zafiros en el tridente y el trono.
—¡Me da igual lo que seas! —gritó Seiya, al fin libre de las ataduras cósmicas del dios, justo antes de disparar mil veces más—. ¡Eso no impedirá que te vuelvas polvo cósmico, basura de dios!
Los Meteoros se detuvieron justo frente a la nariz de Poseidón, convertidos en bolas de fuego. Lo siguiente que supo Seiya es que uno de ellos lo golpeó en el estómago, no pudo percibir cuándo.
Con un rostro de confusión se tocó el pecho y lo encontró cubierto de su propia sangre. Antes de preguntarse qué había pasado sintió un impacto en la zona trasera de la rodilla que le hizo caer, y nuevamente otro que reventó una de sus hombreras antes de que tocara el piso con sus manos.
Cuando por fin reaccionaron sus sentidos a lo que pasaba, estaba siendo apedreado y fusilado una y otra vez por sus Meteoros. No podía contarlos, pero sabía que algunos de ellos lo golpearon más de una vez, y una más, controlados por una fuerza que no llegaba a comprender. Su mente no conseguía reconocer el dolor; solo estaba concentrada en uno de sus sentidos: la vista, que se topaba con las astillas de gamanio, las gotas de sangre, de sudor, y esas tontas lágrimas que no eran su culpa, sino del absurdo poder de Poseidón que las controlaba. Todavía se estaba derrumbando mientras era perforado por las estrellas fugaces, lo que quería decir que su velocidad era mayor a la que el mismo Seiya había impreso.
Cuando su nariz se estampó contra la piedra negra de la sala, recién ahí se dio cuenta de que estaba enfrentando a un dios, no cualquier rival, alguien que superaba a los Generales y a los Santos de Oro. Lo había golpeado con su propia técnica por el simple hecho de que era pecado tocar a un dios.
—Pegaso, no voy a tolerar otra falta imprudencia así. —Poseidón no había sufrido el más mínimo daño, y volvió a verse como detrás de una catarata, en un vaivén aturdido, tan grande como pequeño al mismo tiempo—. Por mi respeto a tu lealtad, y a aquella que te considera tan importante, no te quité la vida. No tendrás esa suerte nuevamente.
—Ugh… ugh, maldi… maldita sea… —Normalmente a esas alturas ya lograba al menos ponerse de rodillas, pero le estaba costando un montón solo mover un dedo. No sentía absolutamente nada más que dolor, y tenía nulo control sobre su cuerpo; lo que no significaba que se fuera a rendir.
—Debes saber que ante la presencia de un dios solo tienes un movimiento posible: retroceder. Si me atacas, tu golpe regresará mil veces más fuerte, pues un dios no puede ser mancillado por un humano. —Golpeó el suelo con el tridente y Seiya sintió un horrible retorcijón en su interior, como si enroscaran sus órganos sin tocarlos—. No hagas nada estúpido, no te adelantes, no me desafíes, no luzcas ni una sola pizca de tu Cosmos; solo puedes realizar cualquier gesto que signifique retroceder, ¿está claro, Pegaso?
—No… D-de hecho, c-creo que deberías po-poner una o dos velas aquí… —se burló Seiya, sin atreverse a reír por el dolor. Finalmente consiguió el gran milagro de poner el brazo entero en vertical, izar su peso y arquear una rodilla.
—¿No estás dispuesto a rendirte, Pegaso? —cuestionó el dios con una ceja levantada, como si no pudiera creer que alguien cuerdo pudiera actuar así, como si su hubiera perdido el juicio.
—¿Ren-rendirme? ¿Rendirme yo? Qué estupidez… —Seiya cerró el puño, lo miró y descubrió que brillaba como el oro. También lo que le quedaba del Manto Sagrado, con el mismo tono que la armadura de Aiolia, con su mismo calor y gran determinación. Tenía consciencia absoluta de todos los rincones de su universo interior, como cada vez que despertaba. Eso lo impulsó a erguirse una vez más.
—Pensé que tu armadura era de Bronce —comentó Poseidón, sin sorpresa.
—Lo es, pero gracias a la sangre de los Santos de Oro, toma este brillo al hacer arder mi Cosmos al máximo, el Séptimo Sentido. —Enfrentó la mirada de Poseidón tal como Aiolia lo habría hecho, y también Shaina, con la vehemencia que conceden las infinitas posibilidades de hacer lo que quisiera—. Mientras viva no abandonaré la lucha. ¿Cómo podría mirar a los Santos de Oro a los ojos, o a Saori, si me rindiera ahora? —«¿Cómo podría acercarse a la tumba de Seika?»
—Será como desees, Pegaso —decidió Poseidón, cerrando los ojos otra vez con su molesta falsa tristeza—. Sufre el castigo divino.
Seiya trató de usar su Meteoro, pero parecía haber usado todo su poder en hacer reverberar su armadura. Había alcanzado el Séptimo Sentido, pero no podía canalizarlo a través de sus puños, uno estaba hecho trizas, y el otro no respondía.
Poseidón golpeó el brazo del trono con su dedo, y un resplandor azulado tan brillante como el mismo sol se expandió hasta atraparlo en un remolino de luces destructivas, como ser atrapado por un tifón submarino. Pero incluso si no podía atacar, la armadura lo defendería; en ese momento era supuestamente casi tan resistente como una de las doce armaduras de Oro.
…O eso pensó. Solo aguantó por la mitad de un segundo hasta empezar a deshacerse como si fuera de cartón, los trozos cayendo o siendo disparados hacia todas partes por una fuerza que rechazaba todo lo que considerara enemigo. Y si continuaba, no solo sería su armadura.
Dos sombras saltaron desde algún lugar lejano mencionando su nombre, y se interpusieron entre él y el resplandor antes de que se convirtiera en huesos. Las luces azules fueron desviadas hacia arriba por dos figuras con manchas grandes en los brazos izquierdos.
—¿Y ustedes? —preguntó Poseidón.
—Draco Shiryu —respondió una de las figuras que de pronto tomó forma de un tipo con pelo largo, y un escudo que brillaba como las esmeraldas. Sin perder tiempo se acercó a Seiya y lo tomó de la espalda antes de que se desplomara. Y sí era Shiryu, aunque su armadura estaba seriamente dañaba, su piel estaba cortada, y se frotaba los ojos cada dos segundos.
—Cygnus Hyoga —se presentó el otro, un rubio con una armadura que daba frío ver. Sangraba por todos lados como si lo hubieran convertido en alfiletero. De pronto conjuró una muralla de hielo frente a Poseidón para darles tiempo. —Seiya, ¿estás bien?
—Ja, ja, ja… ¿te parece que estoy… bien? Tonto gans… ¡Ah…!
Eran sus compañeros de las estrellas, con quienes hizo una promesa en el Templo del Centauro de que serían siempre hermanos, hasta el último día. Al menos ellos podían moverse; Seiya iba tardar un poco poder mover los dedos.
—¿Él es Poseidón? ¿Aquel que ha traído tantas desgracias al mundo?
—No, Shiryu, según supe puede que haya otro controlando sus acciones.
—Ju, qué tonterías —resopló Poseidón detrás del muro de hielo, como si se hubiera sentido ofendido por el comentario de Hyoga.
—Eso no cambia nada. Si Seiya muere, nosotros también lo haremos, pero no sin pelear. —El Cosmos era brillante cual catarata de oriente bajo el sol—. Y nos enteramos que Athena también está en peligro, más razón para dar pelea.
—Nuestra misión es detener a Poseidón y ayudar a Athena, eso no cambiará por más golpes que recibamos. —El aura de Hyoga era blanco como gotas de nieve en un cielo nocturno, frío como glaciares.
—Mírense, están cubiertos de heridas, y a sus espíritus se les acabarán las fuerzas muy pronto. Sus piernas tambalean, no pueden mantenerse en pie. Ofiuco fue salvada por Athena; y Pegaso por ustedes. ¿Sirve de algo que se presten esos refuerzos unos a otros si están moribundos? Además soy un dios.
—Mi maestro dice que si un dios siente la necesidad de llamarse a sí mismo un dios, entonces no merece serlo. —Shiryu disparó el Dragón Ascendente que subió desde bajo tierra apenas la pared de hielo se deshizo por los rayos de zafiro.
—Moribundos o no, ¡eso no cambia nada! —Hyoga atacó con el Rayo de Diamantes, aprovechando los cristales que quedaron del hielo deshecho.
—Si quieren morir juntos cumpliré su deseo, pero no se atrevan a atacar a un dios, ¿cuántos pecados quieren acumular?
—¡No, cuidado! —advirtió Seiya, pero descubrió que la voz nunca salió.
—¡Shiryu, Hyoga…! —Pero si se oyó la de Shaina, que había recobrado la consciencia, aunque parecía solo ser capaz de mover los labios. De nada sirvió.
Ambos ataques se detuvieron frente a Poseidón, y con un golpeteo de su maldito dedo, instantáneamente se movieron hacia Shiryu y Hyoga, atrapándolos en un vórtice albiverde que los golpeó repetidas veces, atravesando sus cuerpos y destruyendo sus armaduras, a pesar de que ya habían tomado colores dorados.
La espalda de Shiryu ardía con flamas verdes, e intentaba cortar las luces con una extraña espada que tenía llameando en el brazo; y Hyoga estaba rodeado por un remolino de nieve y conjuraba carámbanos tanto a su alrededor para tratar de contener sus propios ataques, como cerca del trono, pero estos se derretían en el momento en que aparecían.
«Vamos, vamos, Cosmos, se supone que eres infinito, ¿o no? Entonces ya enciéndete una vez más, con un demonio, ¡brilla, Cosmos! Brilla…»
Cuando a Shiryu y Hyoga se les acabaron las fuerzas, Poseidón liberó su resplandor de zafiros. Pero antes de que fueran castigados por la luz de los dioses, un cegador destello cruzó el salón desde el portón detrás de ellos en forma de una saeta luminosa tan ardiente como llamas del sol, dejando una estela de plumas tan brillantes como polvo de estrellas.
Poseidón levantó la mano por primera vez, y el destello se disolvió antes de que lo tocara, pero consiguió darles tiempo a Shiryu y Hyoga para que cayeran al piso todavía vivos.
Y era el mismo sol el que se había aparecido en la estancia, sobre ellos; una esfera ardiente y radiante que opacaba incluso la luz casi divina de Poseidón. Y es que no podía ser divina si era opacada, pensó Seiya. Cuando se dio cuenta, sin entender la lógica detrás de eso, ya se había puesto de pie. Acercó su mano a la bola llameante que sorprendía incluso a Poseidón, y tocó las espuelas de lo que parecía un caballo.
—Vamos, Seiya, adelante… —apremió una voz etérea que recordaba haber oído antes, no hacía mucho. Una voz distante, y al mismo tiempo muy cercana. Una voz tan experta como gentil y cálida. La voz de un héroe.
—Gracias —respondió, sin controlar sus labios.
Y varias piezas muy pesadas le cayeron encima, pero irónicamente, cuando movió las alas, se sintió extremadamente ligero.