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El Mito del Santuario


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805 respuestas a este tema

#201 Presstor

Presstor

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Publicado 20 enero 2015 - 16:13

hola!! decir que tu fic me tiene enganchado,eh disfrutado mucho la batalla de ikki y shaka

y me ha gustado mucho tu version de la lucha entre el cisne y el escorpion

es una de mi batallas favoritas de toda la serie y probablemente la mejor representa que es saint seiya

 

ya solo decirte que sigas asi y si tienes planeado ponerla en PDF para poderla pasar

a algun que otro amig@

 

un saludo!!

 



#202 Patriarca 8

Patriarca 8

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Publicado 20 enero 2015 - 21:25

me agrado el capitulo

 

se ve que el temor ha invadido a saga

 

me causo un poco de gracia cuanto saga se rie de la muerte de shaka se habra enterado de que le hace la competencia en la cantidad de fans XD

 

esperando el proximo capitulo


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#203 -Felipe-

-Felipe-

    Bang

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Publicado 22 enero 2015 - 22:55

hola!! decir que tu fic me tiene enganchado,eh disfrutado mucho la batalla de ikki y shaka

y me ha gustado mucho tu version de la lucha entre el cisne y el escorpion

es una de mi batallas favoritas de toda la serie y probablemente la mejor representa que es saint seiya

 

ya solo decirte que sigas asi y si tienes planeado ponerla en PDF para poderla pasar

a algun que otro amig@

 

un saludo!!

Muchas gracias de verdad :D

 

Ahora, ponerlo en PDF... no sé, no lo había pensado.

 

me agrado el capitulo

 

se ve que el temor ha invadido a saga

 

me causo un poco de gracia cuanto saga se rie de la muerte de shaka se habra enterado de que le hace la competencia en la cantidad de fans XD

 

esperando el proximo capitulo

El temoooooooooooooooooor jajaja

Sí, tiene niveles altísimos de temor. Según Jade, eso afecta su conocimiento sobre SS negativamente xD

 

Sa... quiero decir, el Sumo Sacerdote, está al tanto del Shaka vs Saga, y eso le provoca pesadillas xD

 

 

Sin más preámbulos, un capítulo EJE de la historia. Uno de los que más me encantó escribir.Si pueden, apenas vean letras en griego, pongan la segunda parte de "Resting of Warrior" del OST 3 de fondo jeje

 

SEIYA IV

 

18:08 p.m. del 11 de Septiembre de 2013.

—¿Viste eso, Shiryu?

—Por supuesto que no.

—Ah, sí, lo siento —se disculpó rápidamente. Correr junto a un amigo con tantas destrezas le hacía olvidar que era ciego. Trataba de avanzar lo más que podía, llevaba tal vez una hora arrastrándose por las escaleras con Shun encima, pero no se rendiría—. Una estrella fugaz pasó volando sobre nuestras cabezas y desapareció en el Templo del Centauro.

—Debe tener que ver con esa melodía que se oyó por todos lados. —Shiryu debió hacer un gran esfuerzo, pero logró ponerse de pie cuando ese villancico de campanas concluyó. Todavía sangraba por las heridas causadas por la Aguja Escarlata y ese Santo de Oro de gustos medievales.

Las nubes se alejaban al tiempo que el sol comenzaba a descender.

—¿Lo lograremos, Shiryu?

—No tenemos otra opción.

El problema era que la ruta desde Escorpio a Sagitario era sin lugar a dudas más larga que los demás, el doble de extenso si lo apuraban. No comprendían el motivo de apartar tanto a los guardianes 8 y 9.

Por un lado eran fortuito porque no había soldados en esa zona al no haber guardián en Sagitario. Seiya podía ocuparse de cargar a Shun sin preocuparse de peleas. Pero el camino hasta el Templo del Centauro era un área montañosa llena de riscos que saltar y pequeñas avalanchas de vez en cuando, más trampas naturales juntas que en todo el camino hasta allí, y se perdieron dos veces entre los cerros que se amontaban a los lados del camino, que parecían aparecer y desaparecer según dónde les llegara el sol como el gato sonriente de una película que vio una vez.

El esfuerzo extra los estaba matando poco a poco, no sabían cuánto lograrían avanzar con tantos obstáculos y heridas acumuladas. Seiya se derrumbó de rodillas al avanzar unos metros más. Además de las hemorragias abiertas y las fosas entre los escalones, también se presentaron a la fiesta el más molesto de los agotamientos y la falta de oxígeno. No nevaba pero debían estar más arriba que la cima del Everest.

—¡Seiya! ¿Estás bien? —preguntó Shiryu.

—S-sí, es que tropecé con algo y... —De repente su cara se encontró con las fauces de una horrenda víbora blanca, una pequeña criatura lista para atacarlo desde el borde del camino, y no pudo evitar soltar un alarido—. ¡Ah, porqueria!

—¡¡Seiya!!

Al alejarse bruscamente, Shun se soltó de su espalda y resbaló. Pudo haber caído por las escaleras, o delante de él, pero el destino tenía la mala costumbre de hacerles jugarretas crueles. Su pelirrojo amigo se desplomó y cayó por el barranco a su costado, uno de los tantos que había en el trayecto al Centauro. La estatuilla de serpiente, si hubiera estado viva, se reiría de ellos.

—¡¡¡Shuuuun!!! —Trató de alcanzar sus cadenas, pero fue demasiado tarde, y Shiryu no pudo ayudar. Ellas tampoco reaccionaron, agotadas quizás.

 

Crac. Ese fue el crujido del impacto de Shun contra una superficie blanca, como hecha de hielo con la que no recordó haberse cruzado. Un puente congelado que se extendía desde las escaleras unos metros más abajo hasta la pendiente sobre la que Seiya y Shiryu estaban de pie.

—¿Qué pasó, Seiya?

—Hay un puente de hielo ahí abajo. —Lo que solo podía significar...

—¿Siguen aquí? Han tardado demasiado en llegar al Centauro —les dijo un eco frío desde más abajo. No lo reconoció de inmediato porque su armadura era roja en vez de blanca, pero sus cabellos rubios y su acento lo delataron. Cargaba otra vez a Shun, que se agitaba, y parecía estar despertando.

—¡¡Hyoga!!

Cisne se quedó unos segundos sobre el piso de hielo esperando que Shun despertara completamente. Como Seiya había previsto, éste era impresionante y su cuerpo sanaba rápidamente. Tras un minuto subieron con ayuda de las cadenas.

—¡Shun, Hyoga! —saludó Seiya con entusiasmo.

—¿Están bien? —preguntó Shiryu.

Seiya notó que Cygnus, además de manchado de sangre, parecía un colador, aunque decidió no hacer una broma sobre eso. Por ahora.»

—Milo me salvó la vida después de recibir su mejor técnica, igual que Shun, ¿y tú vienes y lo dejas caer en el precipicio, Seiya?

—Oye, ¿qué te pasa? Me sorprendió esta ridícula estatua —rezongó Seiya dándole una patada a la pequeña víbora.

—¿Solo esa? ¡Pero si todo el camino está llena de esas cosas! —indicó el Cisne, que lucía bastante bien después de pelear con el sádico—. Aquí se detienen.

Era verdad, no lo había notado. En el borde de las escaleras, en los riscos y en torno a las columnas había diminutas estatuas de serpiente, blancas y mostrando los colmillos, posiblemente de bronce.

—¿¡Qué son esas cosas!?

—Algo que te asusta.

—¿¡Qué dijiste, ganso!?

—Tranquilos, por favor, chicos. No es momento de pelear —intervino Shun con un movimiento incómodo de cabeza, parecía aún mareado y débil.

—¿Estás bien?

—Estoy cansado, y estamos muy arriba. Pero me siento mejor, y me alegra que los tres estén bien —les sonrió el chico. Seiya y Hyoga se miraron y entendieron que se habían portado como tontos. ¿Sería culpa del aire?

—Estamos los cuatro juntos nuevamente —les recordó Shiryu—. El Templo del Centauro aún está lejos a pesar de todo lo que hemos avanzado, así que tenemos que darnos prisa.

—Si no me equivoco, esta ruta es el doble de larga que las demás.

—Con estas heridas costará mucho llegar —se quejó. De repente sintió un frío intenso en su cuerpo que venía del Cosmos de Hyoga, como meterse adentro de un congelador—. ¿Qué haces?

—¿Hyoga? —El Cisne también liberaba su aura sobre Shiryu.

—Apagaré un poco el fuego que dejó Milo con sus Agujas, pero entiendan que si soporté más de una docena de esas cosas, entonces deben aguantar dos o tres —los desafió. Y tenía razón.

 

La mitad del sol estaba a punto de esconderse. Seika y él se habían visto por última vez también durante un atardecer. Sufrió mucho mientras estuvo lejos de su hermana, que tras morir de tristeza se convirtió en su ángel guardián. Había logrado protegerlo toda la travesía por los doce Templos, Seiya había sobrevivido a la batalla con Aldebarán, Aiolia, Shaka y Milo gracias a ella que se manifestaba como un ser de luz y le sonreía.

Seika, Marin, Saori, Miho, tantas personas le habían ayudado a obtener lo que tenía ahora: sus compañeros y su fuerza. No podía fallarles, por todos ellos lograría su objetivo. «Me estoy poniendo sentimental, ja, ja».

Solo faltaban cuatro horas, y usaron todo lo que les restaba de fuerzas para al menos llegar al Templo del Centauro a descansar. Aunque estuvieran a punto de morir o desmayarse, debieron aguantar el correr el doble de lo normal y poner un pie al interior del palacio que alguna vez cuidó Aiolos de Sagitario, al que llamaban erróneamente “Traidor”.

 

18:23 p.m.

Jamás corrió tan rápido en su vida. O quizás fue el esfuerzo lo que le dio esa impresión, pero el caso es que estaba delante del brillante Templo del Centauro. Un coloso dorado y gigantesco vigilado por cuatro enormes estatuas de bronce de centauros míticos, criaturas con el cuerpo mitad caballo y mitad hombre, armados con cascos, aljabas, flechas y arcos, mucho más agradables de ver que los gusanos de las escaleras. Afortunadamente, la fracción restante de la ruta fue más continua, sin riscos ni potenciales avalanchas como las que bordeaban las extrañas víboras.

No había ventanas en el Templo del Centauro, solo contaba con una puerta de entrada sobre la que una inscripción rezaba Sagittarius. Y encima el símbolo del arco y la flecha. Era un palacio de tres pisos, el último siendo un campanario cuyo guardián era un quinto centauro, desprovisto de las mismas armas que sus hermanos de abajo. De su mano izquierda colgaba un escudo pulido, y una lanza de oro que apuntaba hacia una luminosa campana de ébano relucía en su diestra.

—Así que este es el Templo del Centauro guardado por Aiolos...

—Me pregunto si tendremos problemas aquí también. Espero que no, creo que necesitamos descansar —suspiró Shun, sus piernas temblaban con cada paso.

—Una estrella fugaz pasó volando por el cielo, y creo que se estrelló aquí —dijo Hyoga. La debió ver mientras corría, más a prisa que ellos gracias al antídoto de Milo en su cuerpo.

—Sí, la vimos. Quiero decir, la vi —corrigió Seiya ganándose un manotazo del Cisne—. También me dio la impresión de que se estacionó aquí, espero que no sea un enemigo.

Sin embargo, algo en su interior le decía que no era el caso. Más aún, ese ruido que resonó como una orquesta en todo el Santuario, la estrella fugaz de oro, la cercanía de la casa de Aiolos, todos esos pensamientos se agolpaban y mezclaban en su mente con una nostalgia que era incapaz de reconocer.

En el primer salón del palacio había carcajes vacíos a un lado, instrumentos de medición diversos sobre una mesa, y una docena de blancos pintarrajeados con anillos rojos al otro extremo. Todos estaban cubiertos de polvo y telarañas, al igual que los muebles humildes que decoraban las habitaciones laterales.

—Tal parece que hasta los sirvientes abandonaron este lugar después de la supuesta traición de Aiolos —notó Hyoga con voz cansada.

—Todo huele a suciedad y polvo —notó Shun—. Junto a la falta de aire de verdad me está mareando. —No podían reclamarle nada, a cualquiera le pasaría algo así si entregan su Cosmos a un compañero.

«De hecho lo está resistiendo mucho mejor de lo que consideraría “normal”, y creo que Shiryu tampoco se esperaba una recuperación así».

—También estoy agotado, créanme, pero no podemos permanecer aquí —sentenció Shiryu restregándose el rostro somnoliento con la mano—. Aún hay tres palacios más por recorrer, y son guardados por enemigos poderosos.

—¿Cómo lo sabes?

—Saca la cuenta, Seiya. Primero, si no me equivoco, está tu maestro, ¿no es así, Hyoga? Es un Santo de Oro.

—Sí —asintió el rubio. Como siempre, Shiryu tenía razón, el amo del hielo que congeló a Hyoga era su maestro, pero decidieron no ahondar en detalles—. Es Camus de Acuario.

—Luego tenemos a aquel que atacó la isla de Shun y June.

—Aphrodite de Piscis, el último del Zodiaco —recordó Shun, posando una mano con pesar sobre uno de los muebles menos polvorientos. Tenía un cajón abierto con pequeñas saetas de madera en su interior.

—Y Seiya, ¿quién está registrado como el asesino de Aiolos?

No se había puesto a pensar en ese detalle, a pesar de conocer su nombre desde que llegó al Santuario, muchos años atrás.

—Shura de Capricornio.

—Ahí lo tienen, tres muy poderosos Santos de Oro —sumó Shiryu, y Seiya notó una nube negra sobre los cuatro. Estaban hambrientos, agotados, sedientos, heridos, algo desanimados, y todavía les faltaba bailar con el asesino del legendario Aiolos, con el congeló a su discípulo, y con el que destruyó una isla llena de Santos y aprendices sin despeinarse.

Sin mencionar al viejo Pontífice.

 

¡Luz!

 

Luz incandescente, eso fue lo que encontraron al atravesar un portón que supusieron llevaba a la salida. Estaban demasiado cansados como para orientarse bien, y cuando cruzaron la puerta de roble se toparon con un sitio tan brillante que hasta Shiryu hizo ademán con el brazo para ocultarse, o tal vez fue por el Cosmos impresionante que salió de ahí.

—No puede ser... —murmuró Hyoga cuando la luz se empezó a desvanecer como la bruma con la salida del sol.

—¿Está aquí? —preguntó Seiya. Después de tanto tiempo la volvía a ver, el sentimiento nostálgico regresó y comprendió por qué lo había tenido en principio.

—Sagittarius —dijo Shiryu, ignorando que no veía.

—Esto debió ser la estrella fugaz —dedujo Shun.

Allí estaba la asombrosa quimera dorada, con las maravillosas alas extendidas y tres patas sobre un pedestal dorado al centro del salón. La cuarta simbolizaba, en alto, a los caídos por heridas de batalla, como le enseñó Marin una vez.

Con su mano izquierda sostenía un enorme y hermoso arco tensado con la mano derecha que sujetaba la saeta luminosa. Apuntaba directamente hacia un muro al este, el único que se encontraba total y sorprendentemente limpio en todo el palacio. No tenía ni una sola mota de polvo.

—Nos salvó durante la pelea con mi hermano —recordó Shun con tristeza.

—Me protegió cuando me atacaron Aiolia y los Santos de Plata. Jamás pensé que llegaría en este momento. —Lo necesitaba. No sabía por qué, pero necesitaba ver esa armadura nuevamente.

—Los doce Mantos Sagrados se han reunido en el Santuario, tal vez a eso se debió el ruido melódico de hace rato —reflexionó Shiryu.

—Pero... ¿por qué está aquí? ¿Por qué llegó ahora?

Como respuesta, la cabeza del arquero representado por el yelmo alado, que inicialmente miraba al muro pulcro, giró el invisible cuello y los observó. Soltaron una débil exclamación, la armadura parecía tener ojos dorados y les decía algo con la mirada, no sabían qué.

Era como si les hablara.

«Verdaderos Santos», oyó Seiya en lo profundo de su corazón. Miró a sus compañeros pensando que había tenido una alucinación, pero los rostros confusos de Hyoga, Shiryu y Shun le demostraron que oyeron lo mismo. No fue una voz humana, no fueron letras, fue algo que repentinamente supo, información directa en su alma, como el saber que estaba vivo.

El arquero disparó la flecha sin dejar de observarlos, todavía estudiándolos. La saeta voló como un bólido dorado hacia la muralla a la derecha del salón, penetró en ella y un temblor recorrió todo el palacio con un crujido. Los cuatro cayeron al suelo finalmente agotados, sin fuerzas para levantarse nuevamente. O al menos eso pensó Seiya hasta que vio el lienzo como una capa bajo la muralla destrozada por la flecha, una segunda pared oculta.

Un escrito en el muro. Seiya sintió más emoción en su corazón que nunca en toda su vida. Cuando se dio cuenta, ya estaba de pie frente al cuadro leyéndolo con atención, aunque ni siquiera sentía las piernas.

 

ta paidia hrqan edo

 

afhno thn Aqena oe sena

 

AIOROS

 

No podía creer algo semejante, tan simple a la vez que llena de sentimientos. E importante. Era lo más importante de todo.

—¿Seiya? —pidió Shiryu.

—Sí —contestó, y se lo leyó. Por los rostros emocionados de Hyoga y Shun, quedó claro que las mismas emociones inundaban sus corazones. Ni Cisne impidió que las lágrimas se deslizaran por su rostro templado.

Era el testamento de Aiolos de Sagitario.

 

A los jóvenes que han llegado hasta aquí

 

les encomiendo el cuidado de Atenea

 

AIOLOS

 

—¿Alguien podría explicarme por qué no puedo dejar de llorar? —balbuceó Seiya, con la garganta ardiendo.

—¿Qué es esta emoción que se agolpa en mi corazón? —preguntó Shiryu, solemne, como ante un funeral importante. O más bien... un nacimiento.

—Estos sentimientos me devuelven las fuerzas que perdí —sollozó Shun, y los demás lo notaron. Estaban súbitamente en casi perfectas condiciones otra vez, y sus Cosmos animados por la flecha aun clavada en el muro recuperaron bríos.

—Mientras Aiolos escapaba perseguido por todo el Santuario, tuvo tiempo para detenerse a escribir esto. Su último mensaje —dijo Hyoga, sus ojos de cristal parecían derretirse—. No. No debió tener tiempo, pero aun así lo escribió.

—La armadura nos ha guiado desde que esto comenzó porque nos vio como personas lo suficientemente dignas para leer el mensaje de su dueño —se dio cuenta Seiya. Todo el cansancio y desanimo de antes se esfumaron como por arte de magia.

—Sagittarius esperó dieciséis largos años...

—Incluso ignorando si alguien lo leería. Es muy difícil que alguien llegue al Templo del Centauro.

—Pudo haber escrito cualquier mensaje de alerta, un aviso sobre los planes del Santuario, una carta a su hermano, o no escribir nada en lo absoluto...

—Pero en ese momento desesperado, con la niña en sus brazos, plasmó en palabras lo único que le importaba, lo que más nos debería importar, lo que mejor representaba sus creencias.

“Les encomiendo el cuidado de Atenea”. Tan sencillo como eso, pero a la vez, bellísimamente complejo.

—Atenea.

—Su diosa. Aquella por la que dio su vida, nos la confía ahora a nosotros, sus sucesores. —Alrededor de Hyoga los cristales de hielo flotaban otra vez.

—Qué gran hombre fue Aiolos —dijo Shiryu, cuyo rugido de dragón pronto volvería a oírse—. Según mi maestro, si un hombre agonizante entrega a su hijo, lo más preciado, a un extraño, se puede considerar un verdadero hombre.

—Aiolos depositó su fe ciega en nosotros —sollozó Shun, le costó modular, pero su Cosmos brillaba como la galaxia de Andrómeda nuevamente.

—Desea que seamos los hombres que protejan a Atenea tanto como él, y a través de ella encargarnos de que se mantenga la paz en el planeta.

—Pues haremos que la pase mejor allá arriba o donde sea que esté. —Seiya se limpió las lágrimas y demás fluidos y miró a sus compañeros con toda la firmeza que podía darle su renovado Cosmos, y una alegría que no trató de contener—. Me he peleado varias veces con Saori, desee una vez que desapareciera de la faz de la Tierra junto a su abuelo, pero la realidad es muy diferente.

—Protegeremos a la señorita Saori.

—Y a la Tierra junto con ella.

—Lo juramos en nombre de Aiolos de Sagitario, que la cuidó como a su hija.

—Sí. Saori es Atenea... y juro dar hasta mi vida por ella —determinó, aunque no pensaba decírselo a ella.

—Pase lo que pase no debemos morir.

—Bajo este cielo lleno de estrellas...

—Bajo el firmamento del que hemos nacido...

—Somos hermanos, y tendremos el mismo destino.

Arriba, el campanario entonó un canto celestial.

 

Se despidieron silenciosamente del Manto de Sagitario que vio cumplido al fin su objetivo de tantos años. Los guio hacia el último mensaje de su dueño, lo que les devolvió los bríos perdidos.

Cruzaron el portón de salida para encontrarse con un sol que se ocultaba detrás de las montañas misteriosas del Santuario. El cielo los saludó con una mezcla de colores rojos, anaranjados y dorados, tal como cuando se vio por última vez con Seika. A ella le debía mucho, gracias a su compañía espiritual fue que pudo llegar a ese punto. Y también Aiolos, el hombre más admirable del que hubiera oído.

—Muy bien, chicos. Adelante.


Editado por -Felipe-, 20 febrero 2016 - 14:55 .

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#204 Patriarca 8

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Publicado 23 enero 2015 - 10:40

uno de los capitulos mas representativos de saint seiya

 

te quedo muy bien

 

 menos mal que decidistes no hacerles pasar por todas las trampas absurdas que se vio en el anime ya que les quedaba pocas horas y se suponia que Aiolos era su aliado

 

PD: tienes talento como escritor

 

 


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Publicado 23 enero 2015 - 13:09

Muy buen capítulo, siempre pensé q la casa de Sagitario les debería servir para reponer fuerzas, no para quedar peor. Los dejaste con las energías repuestas para enfrentar las 3 últimas casas y al Patriarca. Sigue así, Felipe, ya quiero ver esta recta final de las 12 casas



#206 xxxAlexanderxxx

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    Seras una excelente marioneta....

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Publicado 23 enero 2015 - 21:25

Genial!!! No habia pasado de hace tiempo, y me he perdido de una cantidad de cosas impresionantes, debo rescatar que has mejorado tantas cosas que no me gustaban, que de verdad debo quitarme el sombrero, simplemente magnifico, las peleas de Hyoga/Milo, Seiya/Aioria, Shyriu/DM e Ikki/Shaka, han sido bien llevadas e inclusos has podido plasmar muy bien las personalidades de cada uno de ellos sin perder el balon en ninguna de ellas, tienes mi respeto. Y en cuanto al ultimo capitulo bastante genial y buen guiño a Ofiuco, esperare con ansias los capitulos en que saldra Afrodita jejej Saludos!!

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#207 -Felipe-

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Publicado 26 enero 2015 - 21:52

uno de los capitulos mas representativos de saint seiya

 

te quedo muy bien

 

 menos mal que decidistes no hacerles pasar por todas las trampas absurdas que se vio en el anime ya que les quedaba pocas horas y se suponia que Aiolos era su aliado

 

PD: tienes talento como escritor

 

Lo de las trampas es uno de los momentos más ridículos de la historia de SS, convirtió a Aiolos en el Gold más troll de todos. Era una de las cosas que estaba obligado a basar únicamente en el manga.

Por la P.D., muchas muchas gracias :D

 

 

Muy buen capítulo, siempre pensé q la casa de Sagitario les debería servir para reponer fuerzas, no para quedar peor. Los dejaste con las energías repuestas para enfrentar las 3 últimas casas y al Patriarca. Sigue así, Felipe, ya quiero ver esta recta final de las 12 casas

Gracias Carlos, un gusto leer tus reviews siempre. Sagitario yo lo imagino como esa típica etapa o zona en juegos de video donde el personaje se recupera para afrontar los finales bosses.

 

 

Genial!!! No habia pasado de hace tiempo, y me he perdido de una cantidad de cosas impresionantes, debo rescatar que has mejorado tantas cosas que no me gustaban, que de verdad debo quitarme el sombrero, simplemente magnifico, las peleas de Hyoga/Milo, Seiya/Aioria, Shyriu/DM e Ikki/Shaka, han sido bien llevadas e inclusos has podido plasmar muy bien las personalidades de cada uno de ellos sin perder el balon en ninguna de ellas, tienes mi respeto. Y en cuanto al ultimo capitulo bastante genial y buen guiño a Ofiuco, esperare con ansias los capitulos en que saldra Afrodita jejej Saludos!!

Gracias por volver a leer :D y por las palabras, es gratificante leer reviews así, me hacen desear mejorar más, y seguir escribiendo... eh... cosas. Lo de Ofiuco, sí, no creo que pase de un guiño, por ahora.

Saludos!

 

SHIRYU V

 

18:35 p.m. del 11 de Septiembre de 2013.

Entre los cuatro se encargaron de todo obstáculo natural y de todo soldado que se les puso por delante con facilidad. Todavía estaban agotados físicamente, les faltaba el aire por la altura, estaban hambrientos y, principalmente, tenían horribles y agonizantes heridas en el cuerpo por los ataques físicos de Aiolia y Aldebarán sobre Seiya, la explosión de Cosmos de Shun, las Agujas de Milo sobre Hyoga, y el alma casi quemada de Shiryu desde la pelea en el Yomi. Pero corrían y peleaban con más intensidad que antes...

Todo gracias al testamento de Aiolos, sus últimas palabras encomendándoles a la diosa Atenea, Saori Kido. Ella también los había ayudado en todas las peleas, apareciéndose espiritualmente para entregarles parte de su propia energía, aunque se percataron tiempo después, cuando no los estaban zarandeando de un muro a otro de los palacios. Eso aportó muchísimo a que pudieran acercarse tan rápidamente al Templo de la Cabra, un palacio muy silencioso.

—Qué estructura tan curiosa...

—¿Por qué lo dices, Seiya?

—Solo hay una entrada, es muy pequeña a pesar de que el resto del Templo es tan grande como los anteriores, y que parece imponente porque está en altura. Una escalera muy angosta, en zigzag, lleva al portón —explicó con voz cansada. Las cadenas de Shun no reaccionaban a presencia enemiga, pero eso también podía deberse al agotamiento de su aura.

—No podemos quedarnos aquí, avancemos.

Entraron por la pequeña puerta en dos grupos. No había ni un solo ruido al interior, como un tribunal de justicia donde solo se oyen los golpes del martillo, en este caso sus botas sobre el piso. El eco retumbaba a lo largo y ancho del palacio sin que rebotara con un enemigo.

—¿Estamos solos? —preguntó Shun, a la carrera.

—No parece haber nadie aquí —contestó Hyoga.

—¿Acaso el Santo que mató a Aiolos se acobardó con nosotros? —preguntó Seiya, aunque Shiryu estuvo seguro que bromeaba. Si un Santo tenía la intención de matarlos, esa era la oportunidad perfecta.

—Shura de Capricornio no está custodiando su Templo —determinó Hyoga.

—Así parece, pero no bajemos la guardia.

—Esto me da mala espina...

Siguieron corriendo. Tomaron varios desvíos, era un palacio muy largo, pero en ningún salón había rastro del guardián de Capricornio. O eso indicaban los pasos cada vez más relajados de sus tres amigos.

Shiryu, por otro lado, sentía algo. No sabía qué, porque no oía nada más que las pisadas y respiración. Su Cosmos no percibía movimiento, pero había algo. Como cuando uno sabe que alguien lo está mirando, que alguien tiene puestos sus ojos en uno, pero no tiene manera lógica de confirmarlo o siquiera pensarlo.

“No hay que poner tanta atención en la apariencia, sino en la esencia”, solía decir su maestro. Le enseñó a confiar en sus instintos que, por muy ilógicos que fueran por definición, eran parte del ser de uno.

—¿Se dieron cuenta? En los pasillos está lleno de estatuas de Atenea —comentó Seiya—. ¿Será un fanático? Es el primer palacio con tal adoración por ella.

—Sí, pero todas llevan espadas en vez de lanzas —notó Hyoga.

—Ah, tienes razón, qué extraño… ¡Y nunca he visto a Saori con espada! —soltó Seiya con sarcasmo.

—Allá está la puerta de salida —dijo Shun.

Ésta era tan pequeña como la de entrada. Se encontraron en un patio trasero para el Templo de la Cabra. El mismo silencio de adentro se extendía por doquier, una sensación de agobio que inundó sus corazones, que se contradijo con el relajo de atravesar sin problemas una situación potencialmente difícil. Sus amigos soltaron un suspiro de alivio...

«Nunca hay que relajarse», recordó. Shiryu afinó sus sentidos para notar los más pequeños cambios en el flujo del aire. Escuchó y olió atentamente, y extendió el radio de su Cosmos.

—¿Qué haces, Shiryu?

—¡Oye, debemos avanzar, no te quedes ahí como...!

—¡¡¡Cuidado, muchachos!!! —advirtió de repente, su voz salió casi al mismo tiempo que la corriente del Cosmos fue cortada por una navaja afilada. El terror le salvó la vida a sus compañeros, que lograron saltar para esquivar un aire tan cortante como el de una espada que pasó cerca de él con una velocidad extraordinaria y que abrió el suelo.

Se dispuso a saltar por sobre la fisura creada de repente en la plaza, pero se detuvo a medio camino cuando sus instintos le avisaron. Descendió con un impulso de Cosmos y usó el Dragón Eterno en su escudo que aún deseaba aguantar.

—¿¡Shiryu, qué haces!? —llamó alguien, no supo si Shun o Seiya por culpa del ruido cerca de ellos.

Shiryu se movió a la posición entre medio y gritó al recibir el impacto. Su brazo estaba temblando y su Cosmos cedía. Se oyó un crac horrendo en su brazo, justo cuando la tierra se hizo pedazos bajo sus pies, y Shiryu cayó de espaldas. La onda expansiva pasó por encima y chocó con alguna montaña lejana.

—¡Shiryu! —alertó Seiya.

—¿Por qué te quedaste atrás? —preguntó una voz muy grave y firme. Parecía el arquetipo de quien tiende a imponer su voluntad por sobre la de otros, que no se deja atemorizar por nada—. ¿Tuviste miedo de repente? ¿O fue otra cosa?

—¡¡Oye tú, aléjate de él!!

—¡Espera, Seiya!

—¿Qué haces, Hyoga? ¡Suéltame!

—¿Por qué crees que Shiryu no saltó con nosotros? —preguntó el Cisne. Lo había comprendido rápidamente—. Ese tipo atacó dos veces, al notarlo, Shiryu tuvo que quedarse atrás para bloquearlo con el escudo.

—¿Y eso qué?

—¡Mira el suelo, imbécil! No es una simple fisura, ¡el ataque de ese hombre creó un barranco! Si saltas serás vulnerable a un ataque certero.

—Muy bien, ¿eran esas tus intenciones, Dragón? —preguntó el Santo de la constelación de Capricornio. El asesino de Aiolos, Shura.

—Alguien debía hacerlo. —«Además, mi batalla tuvo lugar antes que las de los otros, estoy en mejores condiciones que ellos».

—¿Cómo notaste mi segundo ataque? Creí haber ocultado bien mi presencia.

—Nunca dejé de desconfiar —respondió sin vacilar. Fueron las enseñanzas de su maestro, un Santo de Oro como Shura.

—Excelente, eres un guerrero notable, Dragón. Tu ceguera ayudó un poco también, lo supe cuando te vi corriendo en el palacio.

—¡Seiya, Hyoga, Shun! —No había motivo para perder tiempo—. ¡Váyanse ya, sigan adelante!

—Pero... ¡Shiryu!

—Nunca miren atrás, recuérdenlo. Los alcanzaré después, así que sigan al siguiente palacio y no se preocupen por mí.

—Y noble también, me recuerdas a alguien... —murmuró Shura, aunque esta vez no parecía dirigirse a nadie en particular más que él mismo.

—¡Está bien, Shiryu, como quieras!

—¡Te estaremos esperando, no te vayas a morir!

—¡Confiamos en ti, Shiryu!

Y sus compañeros siguieron avanzando por la Eclíptica. Shiryu levantó el escudo para prevenir que Shura los volviera a atacar, pero éste no lucía dispuesto a hacerlo tampoco. Su Cosmos ardía con vehemencia, era un aura muy orgullosa y libre de dudas, una energía fuerte y decididamente violenta, pero no en un sentido negativo. Shura parecía un hombre que vivía para la batalla y su aura estaba entonces acostumbrada a ella.

Solo Shun se quedó atrás un momento, pero continuó tras un titubeo. «Falta muy poco, Shun, para que no vuelvas jamás a combatir».

—Y bien, ya se fueron. Supongo que tienes algunas preguntas. Hazlas antes de que te corte en pedazos.

—¿Eres Shura de Capricornio, el asesino de Aiolos?

—Sí —contestó sin cambiar un ápice su voz.

—¿Por qué no atacaste a mis compañeros ahora?

—Te quedaste para enfrentarme uno a uno. Respeto eso. Después de que te mate, los interceptaré antes de que lleguen con Camus.

—¿Por qué no te presentaste antes?

—Nunca un Santo de Capricornio ha luchado en su Templo, no es correcto. No pudiste verlas, pero hay decenas de estatuas de Atenea en su interior y no deseo mancillarlas, son cosas sagradas. Normalmente, Capricornio enfrenta a sus enemigos en la entrada del palacio, pero quise estudiarlos, así que los dejé llegar hasta aquí.

«Este hombre... tiene un Cosmos tan violento y brusco, pero respetuoso de su diosa y las normas, es noble... Es un soldado».

—Entiendo. Lucharé contigo, Shura, y vengaré el nombre de Aiolos de paso también —dijo Shiryu. Quizás sería su última batalla, así que encendió su Cosmos al máximo posible de una sola vez, tras un alarido llameante de ánimos.

—De acuerdo, pero te advierto que será muy doloroso. Eres caballeroso y noble, tal como Aiolos, y al igual que él, un traidor al que debo asesinar en nombre de mi diosa Atenea.

 

Capricornio movió su brazo a toda velocidad. Algo afilado corrió por el suelo dañado cerca de Shiryu, que supo de inmediato que no podía esquivarlo. Concentró el aura en su brazo izquierdo al tiempo que su mente tomaba decisiones, listo para bloquear el impacto del golpe.

Lo siguiente que supo fue estar de espaldas con el brazo inutilizado, y más liviano de lo acostumbrado. Olía la sangre y se sentía un horrendo dolor, como si le hubieran aplastado la extremidad con un camión de varias toneladas. Su Cosmos en esa zona se había extinguido, y el escudo...

«El escudo de Draco».

—¿Esa es la defensa más potente entre los Santos de Bronce? —preguntó Shura con notoria confusión.

—Mi escudo... ha...

—Lo corté sin problemas. Aunque debo decir que resistió lo suficiente el primer golpe cuando ayudaste a tus amigos, y el segundo para no perder el brazo. El tercero será el definitivo.

—¿Cómo es posible? «Solo sentí un aire proviniendo de uno de sus brazos, como un remolino afilado muy potente, y rompió mi escudo como si fuera de papel. ¿Es este... el poder del Santo de Capricornio?»

Excálibur —resonó su voz, más alta que los vientos huracanados a esas alturas—. Ese es el nombre de tu perdición, la espada mítica que habita en mi brazo y puede cortar cualquier cosa, hasta la más férrea estructura.

—Ahora que conozco tu poder, es tiempo de que veas el mío. — No tenía tiempo para admirar y evaluar esa espada y recibirla otra vez. Brincó a un lado para burlar un corte antes de que el otro pensara ejecutarlo.

No podría superar la velocidad de impacto de un Santo de Oro, pero sí podía vencer su pensamiento. Shura lo seguía con la mirada, pero Shiryu rápidamente se movía a una ubicación distinta apenas percibía un cambio en el Cosmos. No era el estilo típico del LuShanRyu, enfocado en el combate a corta distancia, pero lo había entrenado en caso de necesidad.

A lo lejos se destruyó un monte, y le siguió otro tras el sitio donde estuvo un segundo atrás. Descubrió que lo atacaba con rayos simples de energía para probar sus habilidades, no con su técnica, y aunque eso lo molestaba, también era una oportunidad de oro. Se preparó, unió su Cosmos con el de la armadura, y se enfocó en el brazo derecho intensificado con la pérdida del izquierdo. El Dragón Ascendente rugió como nunca, la pelea empezó haciendo uso completo de su aura esmeralda.

Su mano empuñada chocó contra el antebrazo del Santo de Capricornio, más duro que un bloque de cemento. Las falanges de su mano se quebraron, y el guante de Draco se hizo polvo. En pocos minutos Shiryu perdió sus dos manos, y falló en usar todo su Cosmos desde el comienzo.

—Mal, Shiryu... Esperaba mucho más de ti.

—M-maldición... ah...

—Pero hay algo interesante, tu técnica es muy fuerte, sin duda. Supongo que debe traer un costo.

—¡Imposible! —Abrió los ojos sumido en la misma oscuridad por el impacto emocional. El tono de voz de Shura era un manifiesto, a diferencia de lo que decía.

Lo había descubierto. A pesar de que tras la pelea con Ikki y las Sombras lo había aprendido a controlar, y en su combate con Algol ya ni siquiera era notorio. El punto débil de su mejor técnica.

—Un golpe en esa dirección, y con esa potencia —analizó Shura, como si le importara poco estar en medio de una batalla—. Tu cara palideció un poco, así que tu sangre empezó a correr al revés, ¿o me equivoco?

—Esto es... —«Este hombre no es una máquina de pelear sin cerebro, es el primer hombre en descubrir el secreto del Dragón Ascendente».

—Lo que podría significar que un golpe, en ese momento, a una zona vital... como el corazón quizás, sería fatal, ya que la sangre abandona el cuerpo y tú debes controlarla, ja —fue su risa, breve pero imponente—. Esta pelea será más breve de lo que pensé.

 

Shiryu se desplazó nuevamente y chistó cuando todo su cuerpo dolió, tenía el brazo izquierdo entumecido por el impacto que rompió el escudo como un cuchillo sobre una barra de mantequilla, y el derecho roto. En ese estado físico y después de tantas batallas, no dominaría el flujo de su sangre con la velocidad habitual, por lo que recibir un golpe en esas condiciones...

—¡¡Ahí va!! —avisó Shura. Una espada fue proyectada desde su brazo, el filo mortífero de las leyendas artúricas, Excálibur.

Debía esquivarlo mientras se movía, ya había tomado impulso... No. El corte lo alcanzaría, no había error. Su tarea sería evitar que fuera fatal, así que enfocó su aura en sus piernas para detener su carrera, y aun así el impacto le dio de lleno.

El brazal derecho quedó convertido en dos mitades que el viento producto de Excálibur se llevó lejos. La hombrera voló en pedazos, así como la rodillera de su pierna de apoyo. El olor de su propia y abundante sangre lo mareó un poco, debía estar parado sobre un verdadero charco, un desastre que Shura no deseaba en su Templo por considerarlo ofensivo a su diosa.

—Buenos reflejos, Dragón. Mi golpe nunca ha fallado contra seres humanos, ni siquiera Santos. Pero así como pudiste sentir, sí puede desviarse un poco, pero es seguro que golpeará siempre algún punto del objetivo.

—E-eres fuerte... D-deberías usar ese p-poder por Atenea, n-no contra ella... —Una de sus piernas temblaba, mucha sangre corría por su cuerpo y caía cual gotas de lluvia en el patio trasero de la Cabra.

—Mi poder solo sirve a la diosa Atenea. Mi golpe va dirigido contra quienes amenazan la paz, la seguridad del planeta, y en tu caso, los que se oponen a la diosa que deberían proteger.

—¡Yo peleo por Atenea! Igual que lo hacía Aiolos...

—¡Aiolos fue un traidor! —gritó con rabia contenida, por primera vez, sin ningún antecedente.

Notó la proximidad del corte. Le rogó a Saori que le brindara la capacidad de ver la dirección del golpe a pesar de su ceguera, y la rapidez para evitarlo.

 

Shiryu..., susurró una voz en su corazón.

Shiryu fue atrapado por la voraz hoja de la espada sagrada. Sus perneras evitaron que perdiera todo desde las rodillas hacia abajo, pero se hicieron trisas como si Muu jamás las hubiera reparado. Oyó las piezas metálicas en el suelo, y rosó una con el brazo inútil cuando cayó de bruces a tierra.

—¿Hm? Lograste saltar a último momento, la hoja no te dio por completo. ¿Cómo lo hiciste, Dragón?

¿Podía responder? ¿Todavía podía hablar? Debía aprovechar antes de que le cortaran la garganta.

—Ah... A-Atenea m-me dio su ayuda...

—¡No digas tonterías! Mi diosa no brindaría asistencia a un traidor como tú, ¡no me hagas reír!

—Aiolos la estaba protegiendo... nunca quiso asesinarla. Como dijiste, me parezco a él porque tengo las mismas intenciones.

Una inmovilidad repentina y un Cosmos juicioso. Sintió una mirada aguda y penetrante sobre él. O quizás el Santo de Capricornio recordaba; debió percibir los verdaderos sentimientos de Aiolos mientras escapaba con la pequeña Saori, era un buen hombre. Duro, agresivo, fiero, pero definitivamente un guerrero noble.

—Es cierto que en su mirada había justicia, pero muchos Santos de Oro son competentes ilusionistas. Aiolos fue un Traidor declarado por el mismísimo Sumo Sacerdote, y lo corté en pedazos bajo sus órdenes, igual que haré contigo.

«¡Debo hacer algo!». Se movió rápido, y tuvo un horripilante dolor cuando concentró su aura en las piernas, pero lo necesitó para impulsarse, saltar, y usar todo el poder del Dragón Volador sobre su rival. Si sus puños no servían, entonces usaría el resto de su cuerpo.

 

***

“El arte del LuShanRyu se compone de técnicas de distintos niveles que dependen de la experiencia, el respeto y honor. Se construye bajo cinco cimientos de lucha, el número de montañas alrededor de esta Gran Cascada, los Cinco Ancianos que charlan sobre los misterios de la vida y el alma”, le recordó su maestro en su mente, una tarde en su segundo año en China

“La primera corresponde al talento de la Espada, el dragón que asciende, la montaña del oeste. Tu sangre corre en sentido inverso para desatar un poder capaz de invertir el flujo de las aguas de esta cascada”. Su principal técnica de ataque que Shura venció.

“El talento del Inmortal, el dragón que no muere. Tu brazo se torna en una coraza de diamantes que impide las dudas externas”. Lo perdió también, junto con el escudo más fuerte entre los Mantos de Bronce.

“El talento de las Flores, el dragón que vuela sobre el horizonte. Un rocío suave que se convierte en una estrella fugaz cuando se enfurece; tu cuerpo es el principal arma que posee tu alma”. Era lo que le quedaba, lo único que restaba de lo que le habían enseñado.

Sin contar al cuarto talento en el monte de la Permanencia...

—¡Muere, Dragón!

Convertido en un bólido de fuego, Shiryu chocó contra los brazos de Shura cruzados en forma de X. El tipo no poseía técnicas defensivas, le bastaba con solo sus brazos para detener sin problemas su Dragón Volador. Era un hombre temible.

Con un brusco movimiento lo lanzó hacia atrás como si fuera una pelota de goma. Dos corrientes de aire cruzadas salieron de los brazos del dueño del Templo de la Cabra. Una doble Excálibur.

«Aiolos soportó esto y murió con el epíteto de Traidor».

—¡Atenea! —llamó en el último segundo.

—¡Shiryu! —le contestó la imagen de una muchacha de ojos esmeralda en su mente, que le dio un último impulso hacia atrás.

—-¡No puede ser, no le di de lleno otra vez! —rezongó Shura cuando no pudo quitarle la vida. Si eso lo consideraba una misión fallida, no podía intuir cuán dolorosa sería una exitosa. Ya había perdido por completo la armadura del Dragón, muerta, convertida en trozos que flotaban sobre un charco de sangre.


Editado por -Felipe-, 20 febrero 2016 - 14:56 .

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#208 Kobain_DX

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Publicado 26 enero 2015 - 22:25

Vaya, es un nuevo enfoque de la historia. Eres muy meticuloso con los dialogos y el desarrollo de la historia, me tardare un buen tiempo en leerla completa pues has avanzado bastante. Pero pinta excelente. 

 

Un saludo, ahora poco a poco voy conociendo a los fickers y tambien sus obras, ojala tambien te des una vuelta por mi fic y le des una leida, no esta tan extenso como el tuyo pero lo actualizo casi del diario. Saludos y por aqui nos leemos! 



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Publicado 27 enero 2015 - 07:14

Genial amigo, interesante la manera en que muestra a Shura, por cierto en una parte pusistes fuera en ves de fuerza, que al parecer era lo que queridas poner no? Que tipo tan sinico es Shura, no se como a la gente le gusta -_- excelente, me gusto el capitulo ¡¡Saludos!!

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#210 Patriarca 8

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Publicado 28 enero 2015 - 14:13

este fic mejora cada vez mas

 

la batalla entre Shura y Shiryu fue una de las  mejores

en la saga de las 12 casas 

 

no se en que estaban pensando cuando la excluyeron

en la nueva peli de saint seiya

 

esperando el prox capitulo

 


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#211 -Felipe-

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Publicado 30 enero 2015 - 13:42

Vaya, es un nuevo enfoque de la historia. Eres muy meticuloso con los dialogos y el desarrollo de la historia, me tardare un buen tiempo en leerla completa pues has avanzado bastante. Pero pinta excelente. 

 

Un saludo, ahora poco a poco voy conociendo a los fickers y tambien sus obras, ojala tambien te des una vuelta por mi fic y le des una leida, no esta tan extenso como el tuyo pero lo actualizo casi del diario. Saludos y por aqui nos leemos! 

Gracias por pasar, yo también iré leyendo tu fic, porque no lo había visto, y es bastante interesante.

 

Genial amigo, interesante la manera en que muestra a Shura, por cierto en una parte pusistes fuera en ves de fuerza, que al parecer era lo que queridas poner no? Que tipo tan sinico es Shura, no se como a la gente le gusta -_- excelente, me gusto el capitulo ¡¡Saludos!!

Arreglé el error, muchas gracias por notarlo. Y sobre Shura, la verdad es que no me parece cínico. ESTE Shura en particular no está basado en el del animé (claramente cínico) ni en el del manga (malo), sino que en el de Episodio G, un tipo que realmente cree que lucha por la justicia.

 

 

este fic mejora cada vez mas

 

la batalla entre Shura y Shiryu fue una de las  mejores

en la saga de las 12 casas 

 

no se en que estaban pensando cuando la excluyeron

en la nueva peli de saint seiya

 

esperando el prox capitulo

Yo tampoco, aunque dejaron muy bien parado a Shura en esa película, tratando a Ikki como basura, pero siento que no debieron olvidarse de esa pelea con Shiryu.

 

 

Ahora vamos con el siguiente capítulo, el cual relatará la primera parte del Pato vs Jarra. Esto es porque los Santos siguen avanzando, y nunca le vi sentido a que se demoraran una hora en llegar de templo a templo si, por ejemplo, tardaron un par de minutos de Leo a Virgo, o cuando Hyoga salió de Escorpio y se encontró de frente con Seiya en Sagitario, que había llegado recién. Una de lkas cosas arreglar en este fic es el tema temporal.

 

HYOGA IV

 

19:00 p.m. del 11 de Septiembre de 2013.

«El clima se enfrió y ni siquiera llegamos. Es el poder de Camus de Acuario».

—Me pregunto si Shiryu estará bien...

—Su Cosmos no se ha apagado, Shun, confiemos en él.

El camino desde Capricornio hasta Acuario estaba muy oscuro. Los cientos de escalones eran bordeados por enormes murallas de tierra y barro que desprendían olor a humedad producto de las cascadas que se apostaban entre los riscos, algunas apenas eran chorros de agua, pero otras eran gigantescas cataratas desde donde los soldados observaban, ocultos por la noche que ya daba inicio.

El ruido del choque de agua con las salientes rocosas era ensordecedor, y podría haber dado problemas si los guardias se dignaban a atacar, pero ninguno ni siquiera lo intentó. Posiblemente no recibieron órdenes del Templo del Ánfora.

—Qué hermosa ruta, es diferente a las demás —comentó Shun, al trote.

—Sí, todo el camino está oscuro, es fácil perderse con las sombras que da la noche. Las murallas son muy bonitas también.

—Me refería al cielo, Seiya —insistió Shun—. Se está llenando de estrellas, la luna se asoma entre las nubes y... e-empieza a hacer mucho frío.

—Es cierto, le temperatura está bajando. ¿Es cosa de Camus? —inquirió Seiya, cuyo rostro apenas distinguía con la oscuridad de los corredores naturales a ambos lados de las escaleras que recorrían.

—Es posible... —respondió vagamente. No deseaba hablar del amo de los hielos con sus compañeros. Era algo en que nadie debía interponerse.

 

Las escaleras acababan en un precipicio. No se veía hacia adelante, ya que el paisaje era oculto por la cascada más grande del Santuario, que caía desde un lugar muy alto que no se distinguía por las sombras de la altura, y que se extendía hasta perderse en el vacío bajo ellos.

—¿Qué es esto? ¿Nos perdimos ya?

—Hay que volver a algún desvío para...

—¡Esperen! —les detuvo cuando ambos ya se volteaban. Sentía un potente Cosmos y un frío insoportable más allá de los torrentes—. Estamos bien.

Dejó que las aguas lo empaparan, y cruzó lentamente a través de la cascada. Era un poco doloroso, pero su decisión era demasiado firme como para detenerse o retroceder. Nunca había estado tan resuelto antes.

Sus botas pisaron algo que sonó como cristal, una superficie quebradiza. Al pasar la catarata se encontró con una imagen bella, a la vez que aterradora.

—¡Hyoga! —lo llamó Shun, vadeando tras él.

—Oye, ¿estás bien? ¿Qué pasó? ¿¡Eh, y esto!?

—Esto es el escenario creado por mi maestro. Vamos.

 

Era un lago congelado de unos cincuenta metros de diámetro, perfectamente circular, bordeado por montañas irregulares cuyos picos alcanzaban las estrellas, y que brillaba con destellos plateados y cristalinos. En su superficie se mezclaban el blanco del hielo con los tonos azules y negros reflejados del firmamento.

«Un mar de hielo, como aquel donde que mi madre duerme, bajo un cielo de estrellas y constelaciones... Camus, ¿te burlas de mí?».

Al otro lado de la laguna se hallaba el Templo del Ánfora. Tenía un diseño bastante peculiar, era más pequeño que los demás, y su base era tan circular como el lago. De colores negros y azules, era cilíndrico, decorado por pilares que se erigían alrededor de la planta. El segundo piso era mucho más pequeño que el primero, culminaba en una cúpula redondeada, sobre la que se hallaba una estatuilla de un hombre con una vasija sobre el hombro, sujetada por ambas manos.

—Ganimedes, el copero del Olimpo —presentó Hyoga, avanzando con facilidad por la superficie congelada. Detrás, sus compañeros se retrasaban cada vez que el hielo crujía, y se detenían alarmados—. Tranquilos, no caerán al vacío, esta no es más que una trampa psicológica. Caminen por donde voy yo.

—Es fácil para ti decirlo, naciste entre cubos de hielo.

Después de varios minutos alcanzaron la entrada del palacio. Hyoga tuvo que avanzar más lento en algunos tramos para ayudar a Shun y Seiya. Éste tenía razón, algunas zonas si estaban construidas para quebrarse, y para cualquiera de ellos, caer en las aguas bajo la capa helada sería definitivamente fatal.

Al cruzar las puertas de obsidiana se encontraron en un sitio casi tan oscuro como el exterior. Apenas había unas cuantas antorchas encendidas, y sus llamas ni siquiera eran muy visibles. El aire frío corría como vendavales a lo largo y ancho del único pasillo, generando una atmósfera lúgubre, según Seiya; pero para Hyoga era otra cosa, algo más simple: era un sitio frío. Sumamente frío. ¿Cuántas veces había sentido frío desde que se volvió Santo?

Marcharon lentamente por el corredor azul, no querían que les ocurriera lo mismo que en la Cabra y ser atrapados por sorpresa, pero Hyoga sabía que ese no era el modo de trabajar de su instructor. Al cabo de unos cuantos segundos más llegaron al salón principal...

—Esto es... es... —Los dientes de Shun castañearon, la piel se le puso pálida, y brindarle su calor para revivirlo dejó de ser una buena idea.

—¿E-estamos e-e-en un c-c-congelador, o qué d-diablos? —balbuceó Seiya, abrazándose para darse calor—. Y hay un... u-una copa gigante...

—N-no hay n-n-nadie aquí... No siento el calor d-d-del Cosmos...

—No. Ya viene —advirtió Hyoga, resistiendo el frío mejor que ellos. Lo raro era que pudiera tener frío...

 

El salón principal era de planta circular, y desde ese centro nacían ocho pasillos larguísimos en las direcciones cardinales e intermedias. El que se encontraba frente a ellos, más allá de una vasija blanca de unos seis metros que brillaba con luz propia, debía ser la ruta de salida.

El ánfora estaba decorado con runas que Hyoga no entendía, pero sabía que su maestro era conocedor de ellas como de varias otras cosas. Innumerables cosas. Camus de Acuario era erudito, un joven sabio. De la boca de la urna salían reflejos azulados que cruzaban el techo del segundo piso a través de un tragaluz, oscurecido por la noche fría.

Alrededor había pocos muebles, solo un par de sillas y una mesa; las cosas importantes debían estar en los otros seis corredores. Desde uno de ellos apareció Camus, su maestro, como un fantasma en la bruma nívea. Traía un manuscrito bajo el brazo, y paseaba junto a un enorme librero iluminado por una antorcha de llamas azules, inmune al Cosmos de cristal del guardián del palacio.

—T-tú eres... el m-m-maestro de... Hyo... ga... —tartamudeó Seiya, golpeado por el frío que ni siquiera Hyoga era capaz de resistir bien. Su maestro venía de su propia biblioteca personal con los ojos cerrados, y no pareció notar la presencia de Pegaso, o siquiera si lo había oído.

—Eres... C-Camus... Hyoga, ¿tú vas a...?

—¡Váyanse! Este asunto es entre él y yo, no quiero que nadie se entrometa, ¿está claro? —les dijo con voz rígida.

Camus aún no daba muestras de haber recibido visitas, guardaba con calma su pergamino en un escritorio al inicio del pasillo a su derecha.

—¿Qué? ¡Pero Hyoga!

—¿De qué hablas, pato? Este es el tipo que te congeló, ¿crees que vamos a dejar que...?

—Vete de aquí, Pegaso. Recuerda nuestro deber, al menos uno de nosotros debe llegar con el Sacerdote, ¿no? Pero este asunto es mío, así que no seré yo. Largo, no me estorben —ordenó esta vez. Sus compañeros lo miraron confusos, y luego de unos segundos bajaron la vista. Lo comprendieron.

—E-está bien, pero ten c-c-cuidado.

—Nos v-veremos después.

Cuando dieron la espalda y se alistaron para pasar junto a la enorme vasija, Camus abrió los ojos con frialdad absoluta.

—Nadie pasa sin mi permiso.

Y un segundo después, tal vez incluso menos, Seiya y Shun se convirtieron en estatuas de hielo, paralizados en pose de correr, inmóviles junto a la urna sagrada.

—¡No puede ser, Shun, Seiya! —gritó, ni siquiera logró pensar en moverse antes de que Camus hubiera hecho algún truco de magia congelada. Era la velocidad de la luz que otorgaba el dominio total del Séptimo Sentido.

—¿Podrías bajar la voz, Hyoga? —inquirió su instructor, poniéndose por fin delante de él. Su mirada gélida también amenazaba con congelarlo.

—¿Por qué has hecho esto, Camus? ¡Cómo te atreves!

—Tranquilo, mantén la frialdad —le calmó con su voz de cristal, no daba indicios de que alto lo perturbara—. No han perdido la vida, pero no quiero que se entrometan en una pelea pendiente entre tú y yo. Sin embargo, mis órdenes son que nadie pase por este recinto sagrado.

—Sí, me enseñaste a respetar las reglas, pero solo sigo las de mi corazón y mi alma —le retó, no tenía caso que se preocupara por ellos en ese momento, no había nada que hacer más que vencer a Camus para liberarlos.

—Entonces no te enseñé bien. El corazón es irracional, ¿no te das cuenta?

—Es lo que me permitió llegar hasta este punto.

Se miraron en silencio unos instantes que parecieron eras, ninguno deseaba pestañear, se lanzaban hielo en forma de insolencias y regaños mudos que ambos deseaban verbalizar desde hacía tanto. Ambos sabían lo que ocurriría en seguida.

—Quiero... quiero ser sincero antes que todo, maestro —decidió comenzar, de manera respetuosa—. Debo agradecerle todo lo que me enseñó, usted no estuvo presente cuando saqué a Cygnus de la capa de hielo, no tuve oportunidad de darle las gracias por todo lo que aprendí de la instrucción como Santo.

—No estuve desde que decidiste buscar a tu madre en el fondo del mar y hacer que tu compañero de entrenamiento perdiera la vida —contestó Camus con la frialdad que se esperaba. Él no tenía conexión con sus emociones.

—Sí. Como sea, debía agradecérselo. Era lo correcto. Y ahora... —Abrió las alas sabiendo que su Cosmos de hielo debía igualarse con el de Acuario para luego superarlo. Recordó cómo se burló de los sentimientos a su madre en el Templo de la Balanza, cómo lo humilló encerrándolo en un ataúd para que nadie lo matara, cómo le tuvo lástima... Y lo peor, cuando enterró el cuerpo de su madre en lo más profundo de las aguas de Siberia, inalcanzable para cualquiera—. Utilizaré esos conocimientos para vencerlo, maestro. ¡Para acabar contigo, Camus!

—Como corresponde. Bien, Hyoga, te guiaré a la tumba utilizando también todas mis fuerzas —contestó su maestro. Su aura brillaba como el oro mezclado con destellos azulados.

 

Hyoga disparó primero el Polvo de Diamantes con todas sus fuerzas, esperaba que fuera más potente que la vez que lo arrojó en Libra, debía haberse hecho más fuerte tras su combate con el Escorpión. El rostro pétreo de su maestro y su cuerpo inmóvil ante la corriente fría demostró que aún no lograba avanzar tanto.

—Te lo dije en el Templo de la Balanza, esta es la técnica básica de hielo que yo mismo te enseñé, no puedes ni hacerme cosquillas con un truco tan simple. —Camus alzó la mano y disparó una ráfaga de aire frío que lo mandó a volar al techo para luego estrellarse contra la vasija de piedra al centro del salón. Shun y Seiya se tambalearon peligrosamente.

Sentía dolor en todo el cuerpo menos en la pierna izquierda congelada, pues había perdido sensaciones allí. Camus se acercó cuando trataba de ponerse en pie.

—¡Hyoga! Dime qué es el Cero Absoluto.

—¿Qué?

—¡El Cero Absoluto! ¿Qué es?

«¿Por qué debería responderle? Ya no es mi maestro. ¿Por qué?». Y empero, algo le hizo actuar como alumno otra vez. Recordaba perfectamente lo que era el Cero Absoluto, no olvidó ninguna enseñanza.

—Es la temperatura más baja posible, que congela cualquier cosa, paraliza el movimiento de los átomos en toda sustancia conocida.

—Así es —asintió el hombre de hielo—. Detener el movimiento de las partículas en lugar de acelerarlas como hace el resto de los Santos. Ese es el método de los guerreros de hielo, y en una pelea entre nosotros, gana el que baje más su temperatura, el que más se acerque al Cero Absoluto.

—Pero tú...

—Sí. Yo puedo manejar el Cero Absoluto solo si elevo mi Cosmos al límite máximo y utilizo mi Ejecución Aurora. Con ella puedo congelarlo todo, aunque hasta para mí es difícil acceder a eso —admitió Camus, atravesando su alma con sus ojos de témpano—. Pero tú no. Para que pienses en derrotarme, primero debes bajar tu temperatura hasta ese punto casi imposible, y luego superar mi Séptimo Sentido con el tuyo, ¿lo entiendes, Hyoga?

Volvió a arrojar una ráfaga de aire frío que Hyoga trató de esquivar, pero fue una velocidad increíble que le atrapó la pierna derecha y se la congeló también. Ese Polvo de Diamantes era un arma mortífera.

—N-no puedo moverme —masculló con las manos en el piso.

—Ya no tienes nada que hacer, eres tan inútil como en el Templo de la Balanza, no tienes más alternativa que morir. —Camus movió la mano bruscamente hacia arriba, y en seguida se materializaron varias efigies de hielo en el piso circular, junto a cada pasillo. Algunas tenían la forma del amo del hielo, Santos de Acuario a color, un truco que todavía desconocía.

«La Tierra de Cristal... pero... ¿por qué ahora?». Era una técnica que se utilizaba para despistar al enemigo en medio de la confrontación, pero si uno de ellos había sido inutilizado...

—¡No puede ser! —exclamó al ver la pose de ataque de su maestro.

—Un golpe superior al simple Polvo de Diamantes, cuya potencia se incrementa con el impulso proyectado y reflejado en el hielo. —Arrojó una descarga de aire frío a una de las efigies, se reflejó como en un espejo y viajó con increíble precisión hacia otra de las construcciones con más velocidad y fuerza—. ¡El Rayo de Diamantes![1].

El rayo esbozó una red de luces blancas que se reflejaban decenas de veces entre las estatuas, Hyoga no podía seguirlo con la mirada y en cualquier momento sabía que lo golpearía, sin poder evitarlo... Pero había algo más que podía hacer. No era tan débil como pensaba Camus, con o sin hielo en las piernas.

Cuando el Rayo de Diamantes le dio de lleno, Hyoga había soltado su energía sobre las estatuas de sus compañeros. Aplicó todo su Cosmos en poder pagarles lo que habían hecho en Libra.

 

Dos pares de ojos lo miraron con angustia, pero el solo tenía firmeza en su expresión, e infinita determinación.

Váyanse, logró musitar antes que la boca se le llenara de sangre. Entendieron sin dudar, y escaparon en medio de la neblina de nieve y hielo que se había formado por los múltiples impactos.

—Hyoga. ¿Has...? —vaciló su maestro cuando la visibilidad volvió al palacio. La vasija gigante al centro se había hecho trisas con el choque de Cosmos, la unión del Rayo de Diamantes y su aura proyectada para salvar a sus compañeros.

—No me subestimes, Acuario... —logró decir de rodillas en el suelo. Las 15 heridas de las Agujas se le abrieron, pero no iba a rendirse ni mostrarse débil ante Camus. Nunca más.

—Arriesgaste tu cuerpo para salvar a tus pares, oculto a mis ojos. Debo decir que me has impresionado —dijo con un tono de voz y una expresión que indicaba todo lo contrario, monótonos y rígidos.

—Acostúmbrate, entonces- —Fue como imitar a Seiya.

Para no reparar mucho en ello, preparó su puño derecho y descargó su Tornado Frío. Camus lo esquivó sin problemas, congelarle las piernas no habría sido tan efectivo como con Milo, pero tenía que arriesgarse.

—¿¡Vas a seguirte levantando, Hyoga!? ¡Ya basta!

Creó nuevas efigies y descargó su Rayo de Diamantes con mucha más fuerza, velocidad y baja temperatura que antes. Hyoga logró esquivar algunos destellos pero sus piernas congeladas no le estaban ayudando. Se derrumbó en el suelo segundos después, comenzando a perder sensaciones. Una curiosa manera de agonizar.

 

...Y sin embargo, volvió a levantarse. No sería derrotado hasta que venciera categóricamente a quien le había quitado todo lo que apreciaba.

—¡Hyoga!

—Acabas de usar esa técnica, maestro, no esperarás que me haga tanto daño como antes, ¿o sí? —se burló. Era hora de invertir las cosas.

—¿Entonces deberé asesinarte con mi Ejecución de Aurora? —inquirió con una pequeña mueca de fastidio en el rostro.

—Hagas lo que hagas, no me vencerás. Te lo probaré. —Hyoga hizo arder su Cosmos interno de nuevo, al mismo tiempo que bajaba más su temperatura; sabía cómo hacerlo, el problema sería resistirlo sin morir en el intento—. Lograré emitir una energía congelante a tu nivel, e incluso mayor.

Construyó pilares de hielo en lugares específicos a la mayor velocidad que le otorgó su Cosmos con la Tierra de Cristal ante el rostro impávido de su instructor. Tras un cálculo rápido, descargó su Polvo de Diamantes sobre el más cercano.

—¿¡Qué!? ¿El Rayo de Diamantes?

¡Puedo ponerme a tu nivel, Camus, tal como dije! —gritó con tanta fuerza que le dolió el pecho. Al menos aún no perdía todo el tacto.

El rayo de luz blanca se reflejó en los pilares, se desvió un poco en algunos, pero de todas maneras llegaría a puerto. Camus se quitó la capa con vehemencia y extendió la mano para lanzar una ráfaga de aire frío que más pareció un vendaval, como si fuera fácil. Destruyó a la velocidad de la luz todos los pilares y acabó con la mayor parte del Rayo de Diamantes en lo que dura un parpadeo, aunque recibió parte del impacto, un cosquilleo quizás en uno de sus hombros.

—¡¡¡No puedes utilizar eficientemente una técnica como esa sin practicarla antes, Hyoga, no seas tonto!!!

Un huracán lo envió hacia el interior de uno de los pasillos a la izquierda con tanta fuerza que no solo sintió el frío, sino que un crujido de huesos en los brazos y torso que le hizo gruñir de dolor cuando impactó en el suelo.

 

La luz de las estrellas entraba por los ventanales que iban desde el techo hasta poco antes del suelo, era lo único que había en ese corredor además de un escritorio al final, con varios instrumentos de medición estelar sobre él.

—Maldición... ¿Acaso no puedo... no puedo...? —La armadura dormía, más fría de lo recomendable; los músculos no le respondían, y aún no se acercaba al poder de un Santo de Oro, solo logró avanzar un paso desde la pelea en Libra, pero le faltaban decenas.

—¿Por qué saliste de mi Ataúd Congelante? —le preguntó con tono férreo.

—¿Qué? —«Mis compañeros me ayudaron. ¿Acaso no lo sabe?»

—Sé que otros te sacaron —contestó como si le leyera el pensamiento, sus ojos de cristal atravesaron los suyos con la precisión de su Rayo de Diamantes—. Te pregunto por qué no te moriste. ¿¡Por qué decidiste seguir viviendo y luchando en esta guerra!?

—Es mi pago a que me salvaran la vida, no quería que tuvieran lástima por mí, y encerrarme en un ataúd como lo hiciste tú —respondió sin vacilar, aunque la voz le salió tropezada.

—No te encerré por lástima.

—Milo me dijo que fue para que no me matara otro, para que tras salir en millones de años fuera lo suficientemente fuerte como para pelear en igualdad de condiciones con...

—No sé qué piensa el Escorpión —interrumpió Camus, cerrando los ojos—. Si te encerré allí fue para que murieras, pero no hiciste eso ni antes ni después de que te congelara, así que respóndeme. ¿¡Por qué!?

Hyoga no pudo hacer más que quedarse mudo. Camus de Acuario no era simplemente un ser frío, le demostraba que realmente no tenía corazón, y que Milo trató de darle valor y ánimos, intentando que se rindiera y rechazara las batallas por un tiempo. Todo era tan claro como el cristal del lago en las afueras del palacio.

Sin embargo, había algo que podía responder. Algo que le llenaba de ganas de seguir luchando el corazón.

—Para destruirte por burlarte de mis sentimientos hacia mi madre.

—Comprendo —asintió su instructor—. Ahora no hay armas de Libra cerca ni compañeros que te ayuden, así que espero que decidas morir de una vez por tu traición a las leyes del Santuario.

—¿Qué?

Camus alzó el brazo, un resplandor azul brotó de la punta de su dedo índice, y todo alrededor se llenó de hielo.

—Adiós para siempre, Cisne.

 

 


[1] Diamond Ray, en inglés.


Editado por -Felipe-, 20 febrero 2016 - 14:57 .

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Publicado 30 enero 2015 - 18:27

este capitulo fue muy intrigante y me genero 2 dudas:

 

-Camus en verdad maneja el Cero Absoluto ?. :wacko: 

bueno en la saga de hades puede ser pero en la saga de las 12 casas el mismo afirma que no 

 

 

-cuando dice No sé qué piensa el Escorpión

sera que como afirma  cierto respetable compañero del foro que no piensa como yo ,Camus nunca fue amigo de milo

 

 

 

esperando el prox capitulo


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Publicado 31 enero 2015 - 07:59

Me encanto, sinceramente ese toque del diseno de las casas y sus alrededores siempre me va a gustar, y lacasa del Anfora dimplemete due magnifico, pones a Camus muy sabio, por un momento me rocordo mas a Degel que el propio Camus, pero bueno, normal. La pelea bastante genial, otra cosa que me gusta es que haces mas fuertes a todos los dorados, esperare el "Mito de Poseidon" mira que esa Saga necesita arreglo urgente XDDD Saludos!!!

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Publicado 01 febrero 2015 - 10:49

este capitulo fue muy intrigante y me genero 2 dudas:

 

-Camus en verdad maneja el Cero Absoluto ?. :wacko: 

bueno en la saga de hades puede ser pero en la saga de las 12 casas el mismo afirma que no 

 

 

-cuando dice No sé qué piensa el Escorpión

sera que como afirma  cierto respetable compañero del foro que no piensa como yo ,Camus nunca fue amigo de milo

 

 

 

esperando el prox capitulo

-Sobre lo primero, sí, incluso lo mencioné en la pelea en Libra, pero imagino que pasó algo desapercibido. Siempre se infravalora a Camus por eso, porque es el único dorado que no maneja la totalidad de su estilo de combate.

 

Pero que quede claro, en este universo, el tener el Cero Absoluto no es tan determinante de una batalla entre dorados como es supuestamente en el kuruverso. Lo más importante es que Camus SOLO puede llegar al Cero Absoluto cuando eleva su Cosmos al máximo, y ÚNICAMENTE a través de la Ejecución Aurora, no es simple, la mayor parte del tiempo está en el nivel clásico (al borde del o Kelvin).

Para ganar en una pelea entre Santos de hielo, primero hay que igualar el nivel de congelación, y luego superar el nivel de Cosmos.

 

-Sobre lo segundo, en este fic Camus y Milo tienen en realidad un cierto respeto entre sí, ya que les tocó pelear juntos durante la Titanomaquia, por así decirlo, hacer equipo. Se comprenden mejor el uno al otro, pero no es la amistad que sueñan las fangirls ni nada, ni menos lo que se ha dado entender en la saga de Hades, el G, o LC, es algo más de respeto que amistad, principalmente porque Camus es casi incapaz de sentir ese tipo de emociones.

 

 

 

Me encanto, sinceramente ese toque del diseno de las casas y sus alrededores siempre me va a gustar, y lacasa del Anfora dimplemete due magnifico, pones a Camus muy sabio, por un momento me rocordo mas a Degel que el propio Camus, pero bueno, normal. La pelea bastante genial, otra cosa que me gusta es que haces mas fuertes a todos los dorados, esperare el "Mito de Poseidon" mira que esa Saga necesita arreglo urgente XDDD Saludos!!!

Gracias por tu review :)

Sobre lo de Poseidón... bueno, este es mi plan:

-La saga de las Sombras fue un remake.

-La Saga de Plata fue un cambio ligero al clásico.

-La Saga de Oro cambia solo algunos detalles, no sentí que iba a cambiar mucho.

-La Saga de Poseidón será un remake. Tal como dices, necesita muchos arreglos, y tengo varios planes sobre ella.

-La Saga de Hades será prácticamente un reboot, cambiaré casi todo xD

 

Ahora... Shiryu.

 

SHIRYU VI

 

19:30 p.m. del 11 de Septiembre de 2013.

—Has perdido tu armadura —dijo Shura. Pero Shiryu ya lo sabía.

—E-eso es... no significa... —Le dolía hasta hablar. El impacto de la espada legendaria Excálibur había hecho trisas las piezas de Draco, así como sus músculos y huesos. Estaba muy débil.

—Significa que el próximo corte no lo podrás bloquear, y será el definitivo. Aunque no te quite la vida gracias a tus milagrosas esquivadas, perderás alguna parte del cuerpo, quizás una pierna o un brazo. Morirás ya sea por la pérdida de sangre o porque solo quede tu cabeza rodando por ahí.

Shiryu..., susurró Saori, de pie delante de él, a pesar de que sus ojos físicos no eran capaces de verla.

—¡No voy a morir aquí, no todavía! —Trató de dar un puñetazo que Shura esquivó con toda facilidad.

—Qué tonto, apenas puedes quedarte de pie y vas a... ¿Pero qué es eso? ¡Hay un dragón en tu espalda!

Al fin se había manifestado, y Shura lo había visto. La esencia del LuShanRyu que prueba el fin del entrenamiento, y la adquisición de una armadura de Atenea: el Tatuaje Tao[1] del Dragón.

—¿Lo ves, cierto? —preguntó sin girarse. Percibía el fuego del dragón libre de las ataduras de la armadura de Bronce. Habiéndola perdido, solo podía valerse de su propio poder—. Es el Tao que recibimos los que entrenamos bajo las enseñanzas de Dohko de Libra, aparece en mi espalda cuando mi Cosmos alcanza su límite.

—Ya entiendo, había oído que los practicantes de cierto arte marcial usaban ese método de los tatuajes especiales, ¿pero se supone que debo temerle a eso?

—Mi Cosmos arde con más fuerza que nunca, no deberías confiarte.

Con los brazos en condiciones deplorables, tuvo que usar sus piernas para atacar. Cada patada era bloqueada fácilmente por los brazos durísimos de Shura, que solo se movía de un lado a otro con pasos cortos. Ambos aumentaron la velocidad de combate, Shiryu seguía embistiendo mientras Shura se defendía. Estaban casi a la par, una situación totalmente inesperada para los dos contendientes. Los combates recientes habían dado sus frutos.

Enfócate en entrenar y condicionar el cuerpo. Ese era el primer fundamento del arte marcial de los Taonia.

—Increíble, te mueves rápido. Creo que despertaste el Séptimo Sentido —dijo Shura, pero no había sorpresa en su voz.

—Te oyes tranquilo, no pareces afectado por eso. —Sus piernas estaban perdiendo fuerza poco a poco, aunque su Cosmos aumentaba.

—Es que no tiene importancia —afirmó Shura.

—¿¡Qué cosa!?

—Es muy claro. Tus brazos han quedado casi inutilizados, especialmente el izquierdo, y tus piernas están temblando. —Lanzó una ráfaga de aire que azotó sus rodillas, lo hizo tropezar con el olor de la sangre subiendo a sus fosas nasales. En un abrir y cerrar de ojos perdió sus piernas—. Se acabó también. No te queda nada, tu defensa fue destruida, esa última técnica tuya es fácilmente evitable, y tu principal golpe fue anulado. Más aún, si lo usas de nuevo solo será cosa de golpear tu corazón o tus pulmones, y será el fin. No tienes nada que ofrecer a este combate.

—-¿Quieres que me rinda?

—Con tu Séptimo Sentido te has vuelto muy poderoso, pero no tienes nada para canalizarlo —explicó el Santo de Oro—. Deja que te corte la cabeza, prometo que será rápido e indoloro, mi brazo es el más preciso de la orden de Atenea. Fue el que tuvo el honor de acabar con Aiolos de Sagitario.

—¿Honor? —¿De qué diantres estaba hablando?

—Aiolos me ayudó un par de veces con mi entrenamiento —rememoró la voz de Shura, en el pasado—. Le tenía un gran respeto, era poderoso, amable, honorable, leal y justiciero, me costó creerlo cuando nos traicionó, pero terminé con su vida con el honor que merecía; lo corté con todo mi poder para hacer valer su orgullo. Lo mismo haré contigo.

Sé recto y defiende tu honor. Era la segunda enseñanza fundamental.

—¡Jamás!

Nunca se rendiría, sería una ofensa a su maestro, a sus amigos, y a su propio corazón. Si Shunrei recibía su cadáver en LuShan, debía ser producto de la batalla, no quedar sin cabeza por lástima.

—Como quieras, aquí va el último golpe. Fuiste un buen guerrero, Dragón, te rendiré honores.

 

«Permíteme ver la técnica de Capricornio, Atenea, por favor... Una vez más, solo una vez más».

Shiryu abrió los ojos y encontró solo sombras... Pero entre esas sombras, se asomó una luz vertical, un resplandor dorado con forma de hoja de espada que se acercó como un relámpago entre nubes umbrías. «Gracias, Saori».

Trató de esquivarlo, la velocidad que le brindaba su Séptimo Sentido se lo permitiría, pero sus piernas no respondieron a tiempo; estaban cortadas y con una abundante hemorragia. Pensó rápidamente como resolverlo.

Cerró las manos sobre la hoja brillante que iba hacia él, se le rompieron los huesos de ambas manos y se le quemaron ambas palmas, igual que las plantas de sus pies mientras la Excálibur lo arrastraba varios metros atrás. En el viento percibió la cercanía de un precipicio, no supo si uno de los naturales o alguno de los fabricados por el filo de la espada.

Se desgarró la garganta con un grito desesperado, y sus piernas respondieron al fin. Se detuvo y separó las manos cuando el efecto de la técnica se apagó, y en ese instante, entre las sombras de su ceguera, vio una cabra de monte brillante como el oro en estampida hacia él. Su cuerno izquierdo era enorme...

Sus brazos no respondieron, así que enfocó su Cosmos en el torso. El cálido filo de la espada sagrada se incrustó en su pecho, sintió los dedos ardientes de Shura penetrando su carne, abriendo sus costillas. Shura había cambiado el corte vertical del brazo derecho con un embate de esgrima con la izquierda.

—Bien hecho —felicitó con voz sincera—. Lograste detener la presión de la hoja Excálibur con las manos desnudas, gracias al despertar del principal Cosmos. La mano de Shura estaba a centímetros de su corazón, firme y punzante, dolía más que nada en el pasado, lo hacía desfallecer—. Pero te deshiciste de la última carta que te quedaba, tus manos aún eran útiles, pero ahora son tan inservibles como tus brazos y piernas. ¡Recuerda lo que te dije! Mi Excálibur puede golpear otro punto o ser bloqueada, pero nunca falla, es el sable que corta todo lo que se le atraviesa, el arma destructora de la materia que solo algunos elegidos pueden retirar de la piedra, y que se hereda entre los más dignos. —El orgullo de Shura le impidió darse cuenta de la lentitud de sus pensamientos en ese momento crítico—. Con mi brazo izquierdo en tu corazón, te quedan pocos segundos de vida —informó erróneamente.

—Aún no acabas conmigo, Capricornio.

—¿Qué dices? Si he atravesado... ¡No puede ser! —fue la exclamación que indicaba que Shura caía en cuenta de la treta.

—Aún hay cartas en la mesa: mi cuerpo es un arma en sí mismo, así me lo inculcó mi maestro. —Dio una patada directamente al codo tensado de Shura, que soltó una maldición de pesar. Le trituró todos los huesos del brazo izquierdo.

Shiryu se tambaleó y volvió a caer de rodillas, escapándose de la mano en su pecho que resbaló afuera. El viento de las montañas lo azotó como un tornado, le indicó que no le quedaban armas, y que solo estiraba el tiempo como una goma; el final era inevitable.

Un brazo menos no era nada comparado con su situación. Shura aún llevaba su Manto de Oro puesto y no cometería el mismo error dos veces. Sin embargo...

—Admirable, de verdad admirable —apremió Capricornio, que se sobaba el brazo metálico—. Tras perder el Cosmos en tus manos, concentraste el resto en tu pecho para que mi mano no tocara tu corazón, luego lo guiaste a tus muslos para la patada, y finalmente en el pie para romperme el brazo. Eres un digno guerrero, me enorgullece luchar contra ti. Es una lástima que estés en contra de Atenea y que te deba matar, pero no dudaré ni un segundo.

—No estoy en su contra —replicó Shiryu por enésima vez. Ya comenzaba a molestarle esa terquedad—. Si p-pudieras sentir s-su Cosmos sabrías que d-digo la verdad, igual que Aiolos.

—Lo vi con mis propios ojos, escapando con las heridas de batalla causadas por tres Santos de Oro, de pie frente a uno de los muros del Templo del Centauro, sin atreverse a negar la verdad. Su traición era evi...

—E-en ese muro escribió su testamento —le detuvo—. Sus últimas palabras.

—¿Qué?

—«A los que jóvenes que han llegado hasta aquí les encomiendo el cuidado de Atenea». E-eso decía el t-t-testamento. ¡Él sí era un verdadero Santo!

—He pasado cientos de veces por ese palacio y jamás vi tal cosa.

—Parece que solo se revela a aquellos dignos de servir a Atenea, de velar día y noche por ella. I-imagino que no eres tan d-digno dices ser.

—¡Miserable! —protestó Shura, presa de la ira y el orgullo herido—. ¿¡Cómo te atreves!? Soy un Santo de Oro, uno de los doce guerreros de élite que protegen a la diosa Atenea, intachable como todos ellos, el único capaz de retirar la Excálibur de la piedra legendaria.

—A-Aiolos también e-era uno de esos d-d-doce, ¿no?

Shura cortó la tierra, furioso, hizo desaparecer el piso bajo las rodillas de Shiryu, que tuvo que brincar sobre uno de los escombros en caída libre para escapar de la muerte. Llevado por sus instintos, se agarró de las rocas hasta escalar a un sitio firme nuevamente, y allí recibió el castigo por su osadía.

Un golpe duro y potente en su rostro, una patada sobre el Tao del Dragón, que lo azotó. Un pisotón en ambos pies terminó con las armas que le quedaban, y la herida abierta en el pecho se derramó y propagó hasta acariciar su rostro. Sabía horrible. Comenzó a perder el conocimiento mientras Saori le pedía que se pusiera de pie, que no muriera en ese lugar.

Levántate, Shiryu, por favor...

—Lo siento, Saori, no voy a poder ayudarte. No tengo energías.

El dragón no puede cansarse, siempre debe elevarse a las estrellas. No quiero que nadie muera en esta batalla, no debes...

—Lo siento... —repitió Shiryu, con lágrimas en sus ojos.

Y en un breve instante, recordó las enseñanzas de su venerado maestro. Eso fue lo que debió recordar desde el principio.

 

***

Desde tiempos inmemoriales el clan de los Taonia, una orden de guerreros que protegía la paz con la fuerza de la naturaleza sin usar la violencia, entrenaban en LuShan, al sureste de China, los talentos del LuShanRyu, simbolizados por las cinco montañas alrededor de la Gran Cascada, una por cada punto cardinal y la quinta al centro. Dohko de Libra era el último maestro de la doctrina.

Al norte estaba el monte de la Permanencia, cuyo talento de las Flores quedó plasmado en su Dragón Volador, la técnica que convertía a su cuerpo en un bólido de fuego para devorar al oponente, y que Shura destruyó con sus brazos de oro.

Al este se hallaba el monte de la Tranquilidad. El talento del Inmortal estaba inscrito en su brazo izquierdo. El Dragón Eterno bloqueaba cualquier ataque como un escudo en diamantes. Lo aprendió a los tres años allí, y fue lo primero que perdió bajo el filo de Excálibur.

Al oeste se encontraba el monte del Esplendor, cuyo talento de la Espada representaba el Dragón Ascendente, la técnica principal del estudiante que se orienta en la ruta del Dragón, y que es tan intenso que hace hervir al revés la sangre, como el flujo de la cascada. La desarrolló al culminar su entrenamiento, y la perdió cuando Shura descubrió su debilidad.

Al sur estaba el monte del Balance, que contenía conocimientos avanzados no otorgados hasta que el maestro considerar que su nivel en las artes del Dragón hubiera alcanzado un honor máximo. Pero había uno más...

—¿Qué pasa con el monte de la Nobleza, maestro? —le preguntó una vez, cuando perfeccionaba su Dragón Ascendente. Genbu los había abandonado justamente por esa montaña, de donde caía el agua de la vía Láctea.

—No es importante —respondió su anciano tutor con un tono de voz que nunca le había escuchado, molesto e indiferente al mismo tiempo.

—¿Cómo no va a ser importante? Usted dijo que son cinco los fundamentos de la lucha en estas artes marciales.

—No es importante si dominas el Dragón Volador, el Dragón Eterno y el Dragón Ascendente —aclaró Dohko, aunque no lo convenció.

—¿Qué me oculta, maestro?

 

Por unos minutos solo se oyó el rugido de la Gran Cascada. Los cabellos blancos del anciano danzaban al son marcado por la melodía de las aguas chocando contra las rocas al fondo, donde reposaba la armadura. Dohko le había inculcado ser paciente, así que esperó lo necesario para que le contestara la pregunta, a sabiendas de que lo haría.

—En el monte de la Nobleza reside el talento del Cielo, que contiene los conocimientos del Dragón Celestial[2].

—¿Dragón Celestial? ¿Por qué no me ha enseñado eso? —se ofendió Shiryu. ¿Acaso no lo consideraba un alumno digno?

—No necesito enseñarte porque ya conoces esa técnica, Shiryu, pero a la vez, como tu maestro, te la prohibí hace años.

—¿Qué? —No comprendía cómo podía conocer una técnica que nunca le habían enseñado, que recordara, y que a su vez estaba prohibida.

—Solo podrías hacerla una vez —reanudó su maestro—. Mezcla el poder de los otros tres talentos que conoces, te convierte en un bólido de fuego, te cubre de diamantes y te eleva hasta el cielo. ¿Sabes lo que significa «Dragón Celestial»?

—Un dragón que ya descansa en el cielo después de ascender —contestó sin dudar—. Un dragón que ya ha muerto.

—Exactamente —aprobó Dohko—. Usar ese truco significa que has muerto antes de usarlo, ya que tu Cosmos y tu sangre hierven hasta la fatalidad. Solo debería utilizarse cuando no hay otra alternativa y estás dispuesto a sacrificar todo, hasta tu vida, por un bien mayor. El poder desatado te eleva junto con tu contrincante al cielo, y ambos mueren en una explosión al cruzar la atmósfera. Por eso te prohíbo utilizarla, Shiryu.

—¿Es una técnica suicida?

—La más espléndida conocida, fatal para ambos, sí. El dragón se eleva hasta morir sin arrepentirse. Te convierte en un hombre capaz de derrotar a cualquier rival que desees, ni siquiera un Santo de Oro sería inmune, pero el pago es tu propia vida. —Otros muchachos se sentirían desafiados al oír eso e intentarían practicarla, pero su maestro lo conocía muy bien; Shiryu entendió la lección perfectamente. Era una técnica que nunca debería utilizar.

—Comprendo, maestro. Sellaré ese conocimiento en mi corazón.

—Así es, Shiryu. El Dragón Celestial te recuerda el precio de la vida, así como su belleza, por eso debes sellarlo, para valorar más lo que te rodea.

Honra a tu maestro era la tercera enseñanza del Dragón.

***

 

Shiryu se levantó impulsado por una fuerza invisible. No había pasado ni un segundo sumido en ese extraño sueño, quizás un recuerdo vago, pero Shiryu supo qué hacer cuando Shura dio un paso más en dirección contraria, pensando que había culminado la batalla y que tenía permiso para matar a Seiya, Hyoga y Shun como lo prometió. Era tan obvio, pensó Shiryu. Su misión era evidente, ni siquiera dudó para decidir su destino.

—¡Shiryu! —se sorprendió Shura—. ¿Sigues vivo? Estás cubierto en sangre, ¿cómo es posible que...?

—Si uno de nosotros sigue vivo, la batalla no ha acabado.

—Sí, creo que lo mismo diría Aiolos —dijo Shura, todavía nostálgico—. Eres un guerrero interesante, Dragón, pero lamentablemente no tienes con qué pelear, y noto tu Cosmos apagarse, igual que tus sentidos. Tus piernas no te sostienen bien, y tus brazos están rotos.

—Igual que el tuyo...

—Durante la Titanomaquia también se rompió —repuso Shura, orgulloso—. Originalmente era Caliburn, «Acero», pero cuando el titán Críos la quebró, recibió el nombre de Excálibur, que significa «Liberada del Acero», cuando volví a forjarla a favor de la justicia. No me es difícil reparar mi espada si mis pensamientos son los correctos. No lo fue entonces, no lo será ahora.

 

...Pero no lo había hecho. No quería repararla. O no podía. Fuera cual fuese el caso, Shura aún tenía el otro brazo en perfecto estado, pero a Shiryu le restaba una sola opción.

—Maestro... perdóneme, por favor.

No, por favor, Shiryu —sollozó Saori desde su lecho agonizante.

—P-perdóname tú t-también, Saori —se excusó, antes de ponerse en la más deplorable de las guardias.

—¿Con quién diablos hablas?

—Tu último golpe no funcionará, Shura —se dirigió esta vez a su oponente, cuya ubicación conocía perfectamente a pesar de la ceguera.

—Hasta el momento jamás he fallado en mi vida, todos los humanos que he enfrentado han recibido de una forma u otra el filo Excálibur, ¿y dices que en esas condiciones bloquearás esta técnica? No me hagas reír.

Shiryu vomitó sangre. Su cuerpo ya no daba más, solo le quedaba un recurso antes del final: el de aquel que ya ha muerto. El Cosmos de Libra se conectó con él una vez más, como en el Templo del Cangrejo, tras ese fatídico pensamiento.

¿¡Qué haces, Shiryu!? Te prohibí que...

—Lamento desobedecerlo así, pero honraré sus enseñanzas.

 

Encendió todo el Cosmos que le quedaba hasta las cenizas, acompañado de un grito tan enérgico que el dragón de su espalda amenazó con abandonar su cuerpo y ascender hasta las estrellas que ya se asomaban débilmente en el cielo nocturno.

—¿¡Qué demonios es esto!? —gritó Shura, tal vez amenazado. Concentró su Cosmos una vez más en su brazo derecho. Excálibur estaba lista.

—Si logro vencerte, significará que yo tenía la razón. Y también Aiolos.

—¿Qué?

«Atenea, bríndame tu apoyo una vez más».

—Shiryu, no...

Pero ya no había vuelta atrás. Shura cruzó los brazos y dos cortes brotaron afilados del calor de las leyendas, y Shiryu contraatacó con vigor.

—¡Arde, fuego de dragón!

—Esta es la Danza de Excálibur, no podrás hacer nada para evitarla, mi último corte será fatal, y luego terminaré con los demás traidores a Atenea. ¡Toma esto y muere, Dragón!

—El Dragón Celestial, aquel que ha muerto de antemano por un bien mayor, el camino del sacrificio. ¡Ruge!

Los ojos no fueron impedimento para que viera los múltiples cortes de luz que lanzó Shura convertidos en un enjambre de oro. Sus pies le respondieron una última vez, y se tornó en un dragón de diamante para esquivarlas sin recibir daños. Cruzó a través de las ráfagas brillantes mientras el aire se chamuscaba y se fundía con la sangre salpicada, pero Shiryu, solo consciente de que todavía tenía sus brazos y piernas, logró llegar hasta su oponente.

Shura arrojó un corte directo al cuello una última ocasión, desconcertado al fallar por primera vez en su vida, pero Shiryu le detuvo el brazo antes de que la hoja brillara con todas sus fuerzas restantes y lo dobló atrás, esquinzándole el hombro y trisando a Capricornus, una sinfonía que tronó.

—¿¡Ah, qué diablos estás...!?

—Si muero te llevaré conmigo, Capricornio.

Lo agarró velozmente bajo las axilas, impidiendo sus movimientos y le dobló las rodillas con las suyas para alzarlo del suelo y limitar la resistencia. Hizo estallar bruscamente su Cosmos dispuesto a llevarlo a la más lejana estrella del firmamento.

La imagen de una joven de ojos azules apareció en su mente. «Perdóname de todo corazón, mi amada Shunrei».

—¡¡Dragón!! —gritó Shura, atormentado con sus fuerzas físicas reducidas, sin posibilidades de generar la Excálibur.

—¡Seiya, Shun, Hyoga, les encomiendo el cuidado de Atenea y la Tierra que amo! —Con el mismo principio en mente del Dragón Ascendente, Shiryu desató todas sus fuerzas y sin brincar, se despegó del suelo que se hizo pedazos en una melodía ensordecedora de temblores y piedras saltarinas.

 

Sé honesto con los otros y trata a tus amigos con lealtad. Esa era la lección final de la ideología del LuShanRyu. Hacía lo que hacía por sus amigos, era por ellos al fin y al cabo. Sin madre, padre o hermanos, además de Shunrei y Dohko, lo más amado que tenía eran sus amigos; sin ellos nunca habría logrado nada, y les pagaría su amistad quitándoles de encima a Shura, que buscaría cazarlos con una espada rota.

Comenzaron a ascender sin control bajo el estruendo caótico del patio del palacio desmoronándose. Shura no pudo hacer nada para resistirse con sus brazos rotos y su Cosmos superado por el Séptimo Sentido de Shiryu. Y maldecir, pero ya apenas lo oía.

Shiryu no podía ver, pero de alguna forma admiraba claramente las montañas y los mares del mundo, maravillosos, que se hacían más grandes mientras se alejaba de ellos. Quizás era su imaginación...

—¡Suéltame, imbécil! También vas a morir, ¿no te das cuenta?

—No me importa morir si así evito que mates a mis compañeros —replicó convencido—. Así también te enseño una buena lección.

—¿¡Qué dices!? —La voz de Shura indicaba su desesperación creciente, no era inmune a la muerte, también sufría las consecuencias del fuego de jade.

El aire era un agente casi ausente, el frío se asomaba tímidamente dentro del fuego que estallaba de su cuerpo como volcanes de magma esmeralda. Dohko de Libra, desde China, decidió sermonearlo una vez más, conectando su Cosmos aún a esa distancia. Era como su segundo padre. No..., su único padre, contra quien se rebeló en su última acción de vida. Shura también lo percibió.

—Este Cosmos es de...

—¡Maestro! —gimió Shiryu, sin saber cómo reaccionaría.

Shiryu, al final lo ejecutaste.

—¡Perdóneme, maestro!

—Es... ¿Dohko de Libra?

—Te prohibí el Dragón Celestial con el presentimiento de que algún día tu nobleza te llevaría a utilizarla de todas formas; por eso me negué tanto a revelarte su existencia. Pero creo que es el destino de un hombre que sabe qué es lo correcto y que da hasta su vida por los que ama, y se convierte en un dragón libre de las ataduras... E-es algo admirable, p-pero también... t-también es muy triste, Shiryu...

La voz de su maestro tembló. Jamás lo había oído así. ¡Estaba llorando! Y, en cualquier caso, Shiryu solo tenía una petición como despedida.

—Maestro, cuide de Shunrei, por favor, ¡pídale disculpas en mi lugar!

El Cosmos de su tutor se desvaneció, inalcanzable a tanta altura incluso para él. A diferencia del Dragón Celestial que prácticamente ya actuaba por sí solo, Shiryu perdía fuerzas, en cualquier momento se rendiría y moriría... Pero también aquel que cazó a Aiolos hasta darle muerte.

—El calor a esta altura nos calcinará apenas salgamos fuera de la atmósfera, pero como llevo a Capricornus y tú no nadas, morirás primero que yo. ¡No me verás caer, Dragón! —trató de insultar una última vez Shura, cosa que solo era muestra de su desesperación y confusión.

—No importa. Tendremos el mismo destino —le aseguró.

—Vencer aunque se te vaya la vida en ello. ¿Qué ganas con esto? ¿Qué ganas con perder tu vida si no vas a...?

—No lo hago por mí —interrumpió. No tenía control sobre su cuerpo, solo ascendía y ascendía sin parar, cubriéndose de cada vez más fuego que lo quemaba poco a poco—. Lo hago por lo único que importa.

—¿Lo que importa?

—Siendo el Santo leal que dices ser, deberías saberlo... ¡Por Atenea!

—¿Atenea? —su voz se quebró en un sollozo incontrolable.

—Ella representa la paz sobre la Tierra y los ideales que apoyan el valor de las personas viviendo en ella, gente libre que no desea ser controlada por un tirano como el Pontífice, sediento de poder.

—¿Sigues hablando así de él? ¿Qué clase de Santo eres? No puedo creer que yo, que vencí a un titán, muera por culpa de un traidor como tú —rezongó Shura, olvidándose de sus alabanzas precias—. ¡Debe ser una broma!

—¿Traidor? No lo soy ni he sido jamás, soy leal a mis convicciones y mis seres queridos, tal como lo fue Aiolos.

—¿¡Aiolos!? —Y otra vez se le quebró la voz.

—Sí, él protegió a la diosa Atenea más que tú. Dio su vida por ella sin dudar un segundo, porque sabía lo que era lo correcto.

—¿Sigues hablando de la falsa Atenea que ustedes siguen? —Se hizo extraño, las voces ya no se oían bien a esas alturas.

—La diosa nace cada doscientos años para pelear contra el mal, y su victoria significa que no habrá niños como nosotros que se vean forzados a pelear hasta la muerte, y que gente como tú, yo o Aiolos sean libres. Ese es mi deseo. —Recordó el centro de artes marciales que quiso construir cuando arribó a hablar con Mitsumasa Kido en Japón. Nunca lo logró, pero su victoria significaba algo cercano.

—¿Dejarías tu vida en el camino para cumplir ese deseo? ¿Harías algo así?

—Es un precio bajo, pero justo.

Las llamas empezaron a quemarlos, pero Shiryu no sentía dolor. Solo se dejó llevar por su decisión, feliz de sus consecuencias.

—Ja, ja, ja —rio Shura, sin burla o arrogancia—. Sí que te pareces a Aiolos, él tenía el mismo deseo que tú, siempre hablaba de eso, ja, ja. Vaya, creo que me equivoqué, no debí acatar órdenes sin dudar, debí confiar en Aiolos. En su cara tan llena de sinceridad y justicia, ¡debí escucharlo! —Shura se calló mientras una ducha cálida los cubría, salió de la nada y alivió los fuegos mientras los sumía en el final—. Este Cosmos que nos rodea... es el de Atenea, ¿me equivoco? La verdadera.

Por la falta de aire y la pérdida lenta de la consciencia no lo había notado, pero allí estaba. Era Saori quien los reconfortaba en sus últimos momentos.

—Sí.

—Entonces tú tenías la razón, igual que ese tonto y honorable arquero. Solo alguien protegido por este Cosmos tan magnánimo podría tener la razón y esquivar a la espada mítica... Solo alguien protegido por la verdadera diosa, no la invención a la que yo que le rezaba. Por eso no pude volver a forjar la Excálibur. Tú no deberías morir, ojalá pudiera soltarte de esta técnica pero con tu Cosmos impresionante, creo que ni siquiera siendo un Santo de Oro podría liberarte. ¡Perdóname Shiryu! Y tú también... Perdóname, Aiolos. —La voz de Shura se oía distante, y Shiryu apenas podía mantener los brazos arriba. Si lo soltaba ¿qué pasaría?

Probablemente nada, el poder del Dragón Celestial era superior a ellos.

—Shura...

—Gente como tú o Aiolos es la que debería seguir viva. Si lo pienso, quizás hubieras sido capaz de sacar la espada de la piedra con mucha más facilidad que yo. Pero ya es tarde, nos haremos pedazos por la fricción y nos convertiremos en polvo cósmico en pocos segundos... —Apenas le escuchaba, ¿por qué hablaba tan bajo?— Quizás podríamos hacer otra cosa por la Tierra. ¿Te parece si cuidamos a Atenea desde las estrellas? Me parece una...

Un eco de la última palabra fue lo último que Shiryu escuchó.

 

 


[1] Quin Dao, en chino. El Tao representa el aspecto fundamental del universo.

[2] KouRyuu, en japonés. Por separado, los kanji se leen como «Dragón de los Espíritus Altos».


Editado por -Felipe-, 20 febrero 2016 - 14:58 .

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Publicado 01 febrero 2015 - 14:51

Ya va, ya va, ya va. En el Milo vs Dm estoy acusando el alacran de awuevonao y no me había dado cuenta de Gembu? O_o de verdad estas tratando de conectar Nd, epi g, Mo y Omega? O son ideas erradas mías? O estas usando elementos de cada una, aunque lo del epi g es innegable has dicho que mato un Titan, asi que directamente implantastes un hecho ocurrido en epi g, por lo que no es simple un simple guiño. Excelente pelea, no se, sigue sin gustarme Shura, ya se viene el desenlace del Camus vs Hyoga y vienemi querido Afrodita, si todas las casas anteriores eran hermosas esta debe tener una narración simplemente magnifica, por esa parte seré exigente jum O.O. Saludos y Excelente como siempre

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Publicado 01 febrero 2015 - 15:25

me agrado el capitulo

 

Shiryu quisas no sea el mas poderoso de los protas pero sus peleas simpre son la mas sangrientas y por lo tanto las mejores XD

 

 

buen fic


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Publicado 03 febrero 2015 - 13:57

Ya va, ya va, ya va. En el Milo vs Dm estoy acusando el alacran de awuevonao y no me había dado cuenta de Gembu? O_o de verdad estas tratando de conectar Nd, epi g, Mo y Omega? O son ideas erradas mías? O estas usando elementos de cada una, aunque lo del epi g es innegable has dicho que mato un Titan, asi que directamente implantastes un hecho ocurrido en epi g, por lo que no es simple un simple guiño. Excelente pelea, no se, sigue sin gustarme Shura, ya se viene el desenlace del Camus vs Hyoga y vienemi querido Afrodita, si todas las casas anteriores eran hermosas esta debe tener una narración simplemente magnifica, por esa parte seré exigente jum O.O. Saludos y Excelente como siempre

A Genbu lo menciono desde el primer capítulo de Shiryu, aparece en la mitad de sus capítulos más o menos xD, pero tranquilo, no es tanto problema, son demasiados personajes.

Sobre lo que planteas sobre conectar universos, la respuesta es lisa y llanamente . Fue uno de los principales objetivos de escribir este fanfic. Con ciertas variaciones para encajar, claro, pero estos son los universos que mezclo:

 

-Manga original, principalmente.

-Animé original, solo algunos detalles que sirvan para reparar errores del manga.

-Episodio G, casi tal cual, pero en este universo los personajes no llegaron a los niveles de poder que mostraron en el manga de Okada, los Titanes en sí tuvieron sus poderes más sellados que en el G. Retsu de Lince también sale mencionado, y aparecerá más adelante.

-The Lost Canvas, los sucesos vistos en el Canvas son los de la guerra Santa anterior, en la que lucharon Sion y Dohko. Tome esa versión de la guerra porque está terminado, muy detallado, y no me gusta el ND. Por supuesto, hay varios cambios para que calce, como lo de la ley de la máscara, y algunas cosas que se mostraran durante la saga de Hades (que como expliqué antes, será un reboot). Así, Tenma, Regulus, Manigold, Lugonis, Ilias, etc, fueron contemporáneos de Sion y Dohko, y vivieron casi lo mismo que narra Shiori. De hecho, en el segundo capítulo de Shaina, hago mención de Sasha.

-Next Dimension, en el sentido de que los personajes que aparecen (los Dorados) han sido Golds en la historia del Santuario, pero no más que eso. Es decir, Kaiser, Izo, Ox, Caín, etc, fueron Santos de Oro, pero no en la guerra anterior, sino que en una más pasada, o en periodo entre guerras. Lo que sí tomé del ND fueron cosas del presente, en relación a Ofiuco (aunque cambiado), y a los Ángeles, cosa que se verá, espero, mucho más adelante, pero que ya he dado sutiles adelantos y detalles en algunos capítulos ya publicados.

-Gigantomachia, básicamente en cuanto a las apariciones de Yuli y Nicole.

-Omega. Ya han sido mencionados Ionia y Genbu en este fic.

-Alpha, mi otro fic que narra la primera guerra Santa, son más que nada guiños.

 

Eso. ¿Cuáles no van? Por lo pronto, Assassin no sirve de nada ponerlo ya que aparentemente transcurre en el futuro, y no se ha explicado a sí mismo.

El otro sería Saintia Sho, aunque he dado sutiles detalles de que algunas cosas que narra ya aparecieron. Menciono en un capítulo de Shaina que Milo se encargó de una breve reaparición de Eris, pero me encantaría meter más cosas, aunque es difícil con un manga que aún se publica. Por otro lado, el Santo de Delfín ya existe en este fic, y se llama Venator, además que por influencia de Alpha, yo ya tengo a Corona Boreal como Plata y no Bronce.

Pero, sinceramente, ganas no me faltan para meter a Saintia de alguna manera en Mito del Santuario.

 

Y ahora viene Afro, así que espero te guste.

 

 

 

me agrado el capitulo

 

Shiryu quisas no sea el mas poderoso de los protas pero sus peleas simpre son la mas sangrientas y por lo tanto las mejores XD

 

 

buen fic

Shiryu tiene más litros de sangre que un humano común, incluso más que un Santo, eso es obvio xD

 

 

Parte de lo que se narra en el siguiente capítulo es tomado de los primeros capítulos de Shun (de la primera parte)

 

SHUN V

 

20:12 p.m. del 11 de Septiembre de 2013.

—¡Seiya! ¿Eso fue...?

—Sí. Ese dragón en el cielo fue él —respondió su amigo, al borde del llanto.

—¿Shiryu está...?

—Ese imbécil honorable siempre se está sacrificando por los demás, y lo ha hecho por última vez —sonrió Seiya, tembloroso—. E-es un maldito engreído.

—¿Seiya? —Shun notó que también lloraba, sus lágrimas eran más que sus heridas en todo el cuerpo.

—Su muerte no será en vano —sollozó Seiya, que elevó la mirada—. ¡Shiryu, eso te lo prometo, amigo mío! Y tú conviértete en una estrella que vele por nosotros desde el cielo. —Se limpió los ojos y lo miró, controlando el pesar—. Vámonos.

—Pero...

—Hagamos honor a la muerte del Dragón terminando con esta misión.

—... Sí, tienes razón, Seiya. También espero que Hyoga nos siga.

El dragón esmeralda que ascendía en línea recta se perdió entre miles de estrellas que iluminaron su camino.

En la ruta ya totalmente oscura de la Eclíptica, los guardias con lanzas fueron reemplazados por tenaces arqueros que no perdieron oportunidad de dispararles flechas incendiarias. Con lo débiles que estaban ya, la cadena de Andrómeda hizo la mayor parte del trabajo por sí sola, destruyendo los arcos y evitando que las saetas llegaran a puerto, o al menos a zonas fatales. Mientras tanto la mente de Shun estaba en otro lugar, en un punto de su pasado: la tarde que le entregaron el Manto de Chamaeleon a June.

 

***

La maestra Caph, que había sido Santo de Bronce de Casiopea muchos años atrás, estaba vestida con sus ropas ceremoniales, una toga blanca la cubría desde los hombros, y una corona de laureles adornaba sus cabellos de plata. Estaba sentada en una silla de ruedas desde que perdió las piernas de las rodillas para abajo, aunque eso no la detenía realmente para ser capaz de hacerlos volar a todos en la isla. Sus ojos expertos eran grises y serenos.

June recibía con humildad y orgullo la armadura que la acompañaría en las batallas, desprovista de sus ropas de entrenamiento, y vestida con una túnica azul, una elegante capa esmeralda y sandalias blancas, resquicio de pertenecer a la nobleza etíope, aunque los vendajes producto de su desafío torcían un poco esa imagen.

—Por Atenea, la diosa de la Sabiduría y la Guerra —dijo Caph. June recibió las instrucciones de la anciana instructora mientras Daidalos se dirigía a él.

—Los Santos luchamos para proteger a los inocentes y vencer a las fuerzas malignas, pero siempre debemos tener como norte principal la seguridad de la diosa de la Tierra —fueron las palabras de Cefeo que se le grabaron en la cabeza. Cuando June tocó la Caja de Pandora, Daidalos le dedicó la lección más importante antes de la batalla—. Dónde esté Atenea debes estar tú junto a ella. Siempre.

Le contó eso a June horas más tarde, en la cabaña de aprendices, cuando se preparaban para partir a Atenas y presentarse ante el Sumo Pontífice. Tenía pensado ir después a Japón a entrevistarse con Mitsumasa Kido, y ella deseaba acompañarlo.

Por Atenea. Ja, ja, hasta a mi maestra le costó creer que esa diosa estuviera de verdad en el Santuario.

—Sí, mi maestro me lo dijo —sonrió Shun, que luchaba con un libro que se negaba a caber entre dos camisas—, pero aunque no exista, nuestro deber es luchar al menos por las enseñanzas que nos inculcaron en el nombre de ella.

—Ayudamos a los desprotegidos y a los inocentes, y mantenemos la paz en la Tierra —recordó June, cerrando la última maleta.

—Así es.

—Shun, es hora de despedirnos de nuestros maestros, ¿no te parece? El barco sale en un par de horas... —La chica le dio un manotazo al libro y por arte de magia su valija también pudo cerrarse. Luego le dio la espalda y miró por la ventana, hacia el mar, con aire nostálgico—. Me gustaría ser una humana normal por última vez también. Shun, ¿nos vemos en la playa después?

—Claro —respondió, pero antes de preguntar el motivo notó una humareda de Cosmos violentos en el aire. Se topó con la mirada agresiva y tosca de Leda justo cuando pensaba despedirse de él y los otros aprendices. Todos ardían de rencor, aunque Shun no tenía nada contra ellos, pero conocía la razón: Leda nunca le había perdonado que interrumpiera su prueba del Sacrificio, tomándola en su lugar por casualidad y triunfando. Ninguno de ellos lo consideraba digno de Andrómeda. Decidió salir silenciosamente para evitar problemas.

 

—¿Maestro?

—¿Ya te vas, Shun? —El Santo de Cefeo observaba al mar como si soñara despierto, específicamente la roca donde Shun fue atado para la prueba. El pedestal donde yacía la armadura seguía ahí, resistiendo las fuertes olas de las costas índicas.

—Sí. Quería agradecerle todo, maestro, antes de viajar.

—¿Volverás a Japón? —inquirió Daidalos. Su Manto resplandecía como la luna, en tonos blancos y azules.

—Sí, a reencontrarme con mi hermano, pero primero iré a Atenas con June para presentarme al Pontífice.

—Hm... —Daidalos se volteó y le dedicó una mirada misteriosa, cautelosa, una que decía «no hagas lo que piensas hacer». Prefirió verbalizarlo de otra forma—. Shun, hay muchas cosas sobre el Santuario que nunca te conté.

—¿Eh? —¿A qué se debían esos ojos tristes? ¿Esas dudas en su Cosmos?

—Es... Simplemente no confíes en nadie, Shun —sentención. No parecía dispuesto a añadir nada más, aunque se notaba que había mucho en su garganta que deseaba soltar.

—¿Maestro, qué me oculta?

—Nicole de Altar —murmuró en un susurro casi inaudible que consiguió traducir recién en Japón, a solas con sus recuerdos.

—¿Qué?

—No confío en el Santuario, Shun, y me gustaría que tampoco lo hicieras. Solamente recuerda que debes pelear por la verdadera Atenea, la única Atenea. Eso es todo lo que importa.

Las olas rugieron cuando terminó de hablar. El sol ardía sobre sus cabezas, el calor insoportable de la isla de Andrómeda, pero Shun se quedó frío.

—Confío en su juicio, maestro. Y por todo lo que me ha enseñado, todo lo que aprendí de usted a pesar de las dificultades que vienen con mi personalidad, quiero pagarle con el mejor regalo que puede darle un discípulo a su instructor... Un hijo a su padre.

—¿Regalo? —Daidalos abrió los ojos vidriosos con marcada confusión, pero no emitió comentarios sobre la última declaración.

—Sí. Mi verdadero poder. —Shun encendió su Cosmos y lo concentró en sus manos libres de las cadenas al interior de la Caja de Pandora junto a él.

—¿Tu p-poder? Ya v-veo —balbuceó Daidalos—.Como supuse, siempre has tenido una energía oculta que evitas mostrar, ¿verdad? Te dejas vencer por lástima.

—Nunca he deseado dañar a nadie, pero gracias a usted, mi aura ha crecido durante estos años. —Dicho eso, incrementó el volumen de una bola de fuego en su mano que liberaba destellos rosas.

—¿Shun? E-este... Cosmos... e-es...

—Esto es producto de sus enseñanzas, maestro Daidalos. —Shun hizo que el aura danzara a su alrededor como un remolino. El rostro de su maestro denotaba temor y sorpresa, y el sudor manchaba su frente, mientras Shun esperaba que se pusiera en guardia para poder...

Una explosión los interrumpió. Una inmensa explosión en la parte baja de la isla, en el desierto al norte.

—¿¡Qué fue eso!?

—Maestro... ¿Qué es ese Cosmos?

La cara de Daidalos se desencajó, y frunció el ceño, furioso. Los recuerdos de Shun eran horrorosos desde ese punto, cuando Spika aparecía jadeando junto a ellos. Debía verter esos sentimientos sobre el Santo custodio del último palacio del Zodiaco. Solo así le pagaría realmente a Daidalos su deuda.

***

 

El Templo de los Peces era gigantesco, uno de los más grandes que se habían encontrado. La fachada externa le daba una apariencia similar al Partenón, era de una sola ala custodiada por una decena de columnas de estilo dórico; las puertas de jade estaban abiertas de par en par, y tenían imágenes de Eros, el angelical dios del amor, talladas en su superficie.

Sobre el dintel estaba el símbolo de los peces entrelazados además del Piscis escrito con tinta verde. Varias figuras de ébano sobre el techo representaban ángeles y peces pequeños que al interior eran reemplazadas por innumerables estatuas de piedra de hermosas mujeres junto a las cataratas que caían por los muros y por las puertas que daban paso a otras estancias. Las cascadas se derramaban sobre breves riachuelos que dividían el suelo en áreas desiguales.

Mezclaba los oscuros colores de las piedras y la noche con tonos aguamarina y celestes en diversos cristales que adornaban el palacio incrustados en orificios de los ladrillos. Las antorchas se distribuían a lo largo y ancho de los salones, brillaban con llamas de un enigmático verde que le daba al sitio custodiado por el Pez Dorado un aspecto enigmático, hermoso, y hasta fantasmal.

—¿Seiya?

—¿Sí?

—Cuando nos encontremos con Aphrodite, sigue adelante y déjamelo a mí, y ve a por el Sumo Sacerdote. —Shun esbozó una sonrisa al descubrir algo que lucía evidente ahora—. Creo que todos sabíamos que serías tú quien lo enfrentaría, desde que dejamos en claro nuestras misiones específicas en Sagitario.

—¿Eso quieres? —Seiya no pareció sorprenderse mucho por su decisión. Se limitó a bajar la cabeza con pesar e inclinarse de hombres mientras caminaban por el corredor principal, donde los únicos ojos que los observaban pertenecían a las bellas estatuas femeninas que aparentaban jugar en los riachuelos.

—¿Te opondrás?

—Imagino que vengarás a tu maestro —dijo Seiya, dejando boquiabierto a Shun—. Este Santo de Oro lo mató, ¿no es así?

—Así es —asintió Shun, sorprendido por haber sido atrapado tan fácil—. Además quiero cumplir la promesa que le hice a Ikki, y pelear como un hombre hasta el final.

—¿Sabes que tu Cosmos está muy disminuido por lo de Libra, cierto?

—No importa, no puedo rendirme solo por eso. Puedo valerme solo, se lo demostraré a todos. —Lo miró con la mayor firmeza que pudo, sin dudar. Aunque Seiya no era precisamente de los que lo subestimaban—. Sin ofender, no necesito tu ayuda. ¿Está bien?

De pronto recordó algo, y antes de que Seiya respondiera, rebuscó en su cinturón hasta encontrar un largo rosario de perlas multicolores. Casi lo olvidaba.

—¿Qué rayos...? Shun, no soy precisamente del tipo religioso —bromeó.

—No es mío. Quien fuese que controlara el laberinto en Géminis, llevaba puesto este rosario, mi cadena lo encontró atravesando las dimensiones. Algo me dice que encontrarás su origen más adelante.

Sin decir nada más, aunque con una expresión fascinada, Seiya guardó la joya en su propio cinturón y siguieron avanzando. Su amigo se mantuvo en silencio por unos segundos, pero eso no duraría mucho, obviamente.

—¿Sabes?

—¿Sí?

—Shiryu me contó una historia... —Ambos se detuvieron sobre uno de los ríos. Seiya tenía un semblante poco usual, como si ocultara algo, y era normalmente bastante transparente—. Era de un conejo que... ¡Bah, olvídalo! —Pero súbitamente cambió de opinión. Seiya se acercó y le apoyó una mano en la hombrera derecha—. Solo no mueras, ¿está bien? No recuerdo que Ikki te hiciera prometer que pelearías como un cadáver hasta el final.

—Ja, ja, está bien, Seiya.

—Bonita amistad, confianza, valores, todo eso está bien, pero no le sirven de nada a los traidores como ustedes —dijo un hombre que salió desde una cascada sin ni una pizca de agua encima.

Aphrodite de Piscis estaba tal como lo recordaba. Bajo el yelmo tenía largo y ondulado cabello rubio, con algunos rizos que caían sobre su ojo derecho. Tenía un rostro afilado y ojos celestes penetrantes y orgullosos; bajo el izquierdo lucía un lunar que le daba un aspecto enigmático. Sus labios estaban curvados en una mueca de sonrisa eterna, tuvo la misma durante la masacre. Se le conocía como el más bello de los Santos de Atenea, a la vez que el más temible. Y debía admitir que se parecía al típico galán de cine, que también era un arma ya que sus oponentes se confiaban de su apariencia y eso los llevaba a la tumba, pero Shun había aprendido a no hacer eso de la peor manera posible.

Su Manto de Oro resplandecía con luces solares que se confundían con la noche de las ocho de la tarde. Parecían escamas aglutinadas que le daban un aspecto feroz y hermoso. Usaba hombreras dobles algo irregulares, igual que la falda filosa y las perneras. Estaba adornado con joyas rosáceas que brillaban tanto como los tonos dorados, y con pequeñas salientes como corales en brazales, rodilleras y el casco. En su mano traía una de sus armas, una rosa color sangre. A su alrededor danzaba su Cosmos, dorado como el de los demás de su rango, pero con una apariencia fluida, como si fuera líquida.

—Vete, Seiya. Yo me encargo desde ahora.

—¡Oh, qué osados, como si yo no estuviera aquí! —dijo en voz alta el Santo de Oro, siempre con su sonrisa sobria.

—Muy bien, pero no me iré sin al menos presentarme. —Seiya dio un gran brinco y desplegó sus Meteoros, su técnica principal.

Aphrodite no se inmutó para bloquear los golpes, se limitó a cerrar los ojos y soltó una risa despectiva mientras las estrellas fugaces se desviaban al piso y alistaba la rosa que llenó con unas gotas de su misteriosa aura dorada.

—¡Seiya, ten cuidado!

—¿¡Eh!?

Piscis la arrojó con sutileza y su amigo la desvió con el brazo sin problemas. Cuando la flor se estrelló contra el piso, quedó incrustada como si se tratara de una navaja, aunque Seiya no le dio importancia.

—¿Eso es todo? ¿Una flor? —se burló a espaldas de Piscis—. No sé de qué te asustaste, Shun, dudo que falte mucho para que nos veamos de nuevo. Acaba con el principito y veámonos en el salón del Pontífice.

—Ju, ju, ju —rio Aphrodite, con semblante divertido. Comenzó a voltearse con otra rosa roja que se materializó en su mano en un abrir y cerrar de ojos, Shun no tenía idea de cómo las creaba o de dónde las sacaba. ¡Simplemente aparecían!

—¡No te lo permitiré! —Shun conjuró su Nebulosa bajo los pies de Piscis. Si se disponía a avanzar, recibiría una descarga de miles de voltios. Se había reforzado mucho después de tantas batallas, y consiguió detener el movimiento de su rival.

Mientras tanto, Seiya abrió una puerta y desapareció en el siguiente corredor.

—Qué inquietante, logró cruzar —comentó Aphrodite con desinterés.

—Qué rápido incumpliste con tu deber —se mofó Shun.

—¿Deber? Mi deber es que los invasores no lleguen hasta los aposentos del Sumo Sacerdote, y he cumplido con eso desde que obtuve el Manto de Piscis. Seiya de Pegaso efectivamente no llegará más arriba.

—¿¡Qué!?

—Verás, hay una última trampa tras este palacio. Llámalo mi cortejo fúnebre —dijo Piscis, que sostenía ahora tres flores entre sus dedos—. Ya activé la defensa con mi Cosmos, así que en el camino de Pegaso aparecerá un sinfín de rosas rojas sobre las escaleras, en las columnas, e incluso caerán desde el aire. Así tu compañero muere, ¿lo entiendes?

Por supuesto que lo entendía, por eso había temido tanto. Ya había visto en acción esas Rosas Reales[1], y si una sola ya era tan peligrosa, un cortejo completo sería para Seiya...

—¡Maldición! —Retornó las cadenas a sus brazos y avanzó dos pasos, pero esta vez fue Aphrodite quien se interpuso.

—Puede que permita a mis rosas atacar a uno, pero del otro me encargo yo. Además... —Aphrodite se quitó el yelmo, despejó sus cabellos del rostro, y hasta ese gesto tan simple resultó intimidante. Confiado, dejó el casco sobre un pedestal—. ¿Conversaban ustedes algo sobre una venganza, no? ¿Acaso te hice algo?

—Sí. —Shun inspeccionó su mirada, el Pez Dorado parecía no recordarlo, como su tuviera nula importancia.

De pronto, los ojos de Aphrodite se posaron en Shun con una pizca de ira que trató de ocultar en el acto, pero que no pasó desapercibida. ¡Lo recordaba, no había duda de ello! Y estaba furioso por no haber completado su misión.

—Te... recuerdo un poco —mintió el Santo de Oro—. Cuando me enviaron por los traidores de la isla de Andrómeda, parece que tú estabas entre los habitantes.

—Así es, mataste a mi maestro y a decenas de compañeros, pero... —Shun decidió seguirle el juego, pero no podía evitar hacer ciertas cosas llevado por los deseos de venganza que mantenía guardados desde hacía tanto. En este caso, una sonrisa con sorna y un apretar de puños que casi le rompe los nudillos—... dos personas se te escaparon, ¿verdad? Pues yo soy uno de ellos.

—Oh, ya veo... —El rostro de Aphrodite se oscureció, pero logró que no se notaran las otras emociones negativas, si es que las tuvo—. Entonces cumpliré con mi tarea ahora, y terminaré contigo de la misma manera que con Daidalos de Cefeo.

—¡Eso lo veremos! —Shun preparó su principal técnica, la Cadena Nebular, que arrojó multiplicando sus armas de extensión infinita. Aphrodite lo esperó, y cuando las puntas estuvieron a centímetros de él, levantó la mano y dejó salir desde ella una poderosa ráfaga de Cosmos.

Las cadenas se desviaron y chocaron contra los muros y el suelo, Shun salió volando hacia el techo, y se precipitó bruscamente cerca de una de las cascadas.

Un intenso aroma de rosas inundó el ambiente cuando trató de recuperarse. La fragancia de la muerte.

«Oh, no...»

—Que las Rosas Reales te brinden dulces sueños, Andrómeda.

Cuando arrojó la flor de pétalos de sangre que tenía en la mano, ésta se multiplicó igual que lo hacían las cadenas. Un cortejo de flores lo rodeó e inundó sus receptores olfativos con un perfume suave. Trató de desviarlas con la cadena de defensa, pero el roce de los tallos y las espinas era tan potente que atravesaban el bloqueo y el gamanio de la armadura, acariciando su piel.

—¡No puede ser!

—Sí, como viste en la isla estas rosas son muy peculiares. El primer Santo de Piscis las creó y regaló a los palacios imperiales que se encontraban en guerra con los enemigos del Santuario; al plantarlas en sus jardines se convertían en el mejor método de defensa —relató Aphrodite, que se veía extremadamente borroso, y se mecía de un lado para otro—. No importa si te las quitas de encima, ya que con el roce de una sola basta para que comiences a perder tus sensaciones. Te hundirás en un sueño final con el aroma de su polen, y no puedes hacer nada para evitarlo.

—E-esto... es... —Shun se sintió mareado y somnoliento, el mundo se volvió un sitio muy confuso.

—Te prometo que será una muerte indolora —le aseguró el Pez con fría confianza—. Recuéstate, cierra tus ojos y espera tranquilamente la muerte, porque como verás, nadie se me puede escapar... ¡Nadie!

 

Varias imágenes volaron por su mente mientras su conciencia se desvanecía: Daidalos de Cefeo... June... Shiryu, Hyoga, y Seiya... Ikki...

«Y Saori. ¡Saori!» “Donde esté Atenea debes estar junto a ella”, le había dicho su maestro. No podía quedarse a morir de esa forma tan tonta, aún tenía mucho que hacer, y lo primero sería vengar a quien fue como un padre para él. Así que Shun se restregó los ojos y afirmó los pies contra el piso. No perdería. No moriría.

—¡Atrápenlo, cadenas! —Ambas armas volaron por el espacio para cumplir con la orden, y Aphrodite las esquivó sin problemas, con pasos breves o pequeños saltitos, como si danzara. —¡Rayos! —Mandó a las cadenas a volver a arremeter, pero con el segundo asalto, el Santo de Piscis simplemente desapareció.

Más bien, se desvaneció. Se fundió con una nube de pétalos de rosas que no supo de dónde salió, como si fuera magia. Un rocío fragante inundó totalmente el Templo de los Peces, cuyos tonos verdes se confundieron con los rojos y las rosas.

Vaya, Andrómeda, te resististe a mis Rosas Reales con solo fuerza de voluntad, es casi admirable —le dijeron unos labios flotantes que aparecieron en el aire, a su derecha, entre las nubes de rocío. Solo los labios. Shun les arrojó la cadena y en seguida desaparecieron dejando tras de sí solo una risita—. Ju, ju, ju.

—¿Qué es esto?

Lamentablemente mi veneno ya ha hecho efecto, las espinas de esas rosas son venenosas, igual que el polen de sus pétalos —dijo esta vez desde la izquierda, aunque no sus labios, sino sus ojos mientras la voz continuaba bajo el filtro de un murmullo de corrientes. Las dos esferas celestes, con párpados y pestañas, aparecieron en una de las cataratas que reemplazaba un muro, junto a uno de los múltiples ventanales de cristal.

Pero había algo que no conseguía entender, algo aparte de ese curioso truco de magia salido del gato de un libro de fantasía.

—¿Veneno? ¿Cómo puedes sostener esas rosas con tus manos, entonces? —«Debe haber una parte de la flor que se puede tocar, o tal vez tiene que ver con una forma de respirar... O quizás...»

Los venenos no me hacen ni cosquillas, Andrómeda —contestaron los ojos, muy satisfechos y orgullosos—. Eso es lo peor para aquellos que tienden a subestimarme por mi apariencia. Si decides hacerme daño con tus cadenas, puede que me deje golpear, y eso sería un grave error del que te arrepentirías.

—¿A qué te refieres?

Mi sangre. —Su sonrisa apareció en el techo, pero los ojos se mantuvieron en su sitio, y la voz surgió de una estatua a su derecha. «¿Qué clase de hombre es este?»—. Los Santos de Piscis envenenamos nuestra sangre como parte de un ritual, resistirlo es la prueba necesaria para obtener a Pisces, así que nadie puede dañarme de manera física sin morir antes al hacer contacto con mi sangre. Por eso somos los últimos guardianes del Santuario, no hay forma de vencernos.

—Imposible... —Shun se dio cuenta de que sus cadenas tenían esa función física para atacar, y si era manchado con sangre, nada más podría hacer. ¿Qué clase de Santo se sometía a un ritual de venenos?

Y el efecto de mis rosas... puede que lo neutralizaras, pero esta nube genera lo mismo. Llegará un punto en que no podrás evitar la muerte —dijo desde otra cascada, más lejana.

 

«No me importa», decidió.

—Incluso si eso ocurre, te llevaré conmigo. Eso es lo que hace un Santo de Atenea. —Arrojó la punta de flecha de Andrómeda a la catarata para acabar con los ojos, pero el rocío le nublaba la visión y dañaba su sistema motor. Era fácil fallar y ser impreciso, como comprobó cuando los eslabones se estrellaron contra el vidrio y ni siquiera lo trisaron.

—¡Qué firme decisión! —aclamó Piscis, que apareció del torso para arriba junto a Shun. Su cuerpo parecía formar parte de la nube—. Me causa intriga, tenía entendido que preferías no dañar a nadie, ¿no?

—Le prometí a June que vengaría a nuestros maestros, y a mi hermano que pelearía como un hombre hasta el final, así que aunque sea mi última batalla, ten por seguro que combatiré.

—Sí, pero te recuerdo... ¡que soy un Santo de Oro! —Aphrodite apareció a cuerpo completo frente a él y de sus palmas abiertas surgió un sinfín de rosas rojas.

Pero Shun ya estaba preparado. Aunque sus ojos tuvieran dificultades para divisar al enemigo, sus cadenas reaccionaban al Cosmos, que no podía ocultar. La Defensa Giratoria lo protegió de la Otra Dimensión de Géminis, y lo consiguió otra vez. Girando en círculos a altísima velocidad a su alrededor, bloqueó y desvió al suelo cada una de las Rosas Reales que Aphrodite arrojó.

—¿¡Qué!? Esa cadena... —Piscis frunció el ceño, y desde su otra mano brotó una marcha de flores encadenadas potencias por las gotas de su aura.

—¡Protégeme, cadena! —Y la defensa continuó perfecta, cortó los enlaces y mató también esas flores, que no parecía hechas de Cosmos.

Aphrodite se vio contrariado, y Shun aprovechó el momento para volver a atacar con la Cadena Nebular. Piscis notó una leve desventaja y desapareció en la bruma roja nuevamente.

—¿Te escondes otra vez? —inquirió. ¿Era cobardía? ¿O tal vez estrategia?

—Podría matarte si quisiera, pero tendría que hacerlo de manera brutal, y no me gustaría manchar de sangre este lugar sagrado de Atenea sin necesidad. Después de todo, no te queda mucho tiempo de vida.

Lo que significaba que, al menos para él, era lo segundo. “El Cosmos supera cualquier obstáculo”, solía decir Daidalos. Shun lanzó la cadena de su mano derecha que se convirtió en un relámpago que arrasaría con cualquier cosa.

Onda de Trueno...

Incluso si se manchaba con la sangre venenosa de Aphrodite, debía vencerlo a cualquier costo para vengar el honor de su maestro, poner en alto el nombre de la isla de Andrómeda, y dejar en claro que la destrucción de la misma fue una de las grandes injusticias del Santuario.

La cadena de punta de prisma podía atravesar dimensiones, y atrapaba a su enemigo aunque se hallara a miles de años luz de distancia. En unos segundos, la joya del gorjal de Piscis salió volando hasta caer sobre un riachuelo, flotando a la deriva, y Aphrodite tenía sujeta con la mano fuertemente la cadena que amenazaba con cortarle el cuello, liberada completamente de las restricciones.

—Q-qué cadena más... i-impresionante... —balbuceó Aphrodite, tratando de alejar la cadena de su cuerpo como si de un perro rabioso se tratase.

—Sus habilidades se expanden acorde al nivel de mi Cosmos, y después de tantas batallas es lógico que pueda ponerme cerca de tu nivel —explicó Shun con sinceridad. Era hora de que empezar a confiar en sus habilidades.

—¿Mi nivel? —sonrió con mofa Aphrodite, quitándose el cabello de un ojo con su mano libre—. P-por favor..., si no fuera por estas malditas cadenas no serías nada para mí.

Piscis agarró la cadena y la alzó. Junto a ella, Shun voló nuevamente por el aire y se estrelló contra el piso de cabeza, haciendo temblar todo el palacio. Pero no iba a rendirse...

Tras escupir sangre, Shun se puso de pie otra vez y la Onda de Trueno tronó nuevamente. Esta vez de seguro atravesaría el cuello del Santo de Oro.

Pero... para su sorpresa e infinito pesar, ni siquiera pasó a través de una rosa negra. Esa flor que odiaba, aquella que destruía todo...

 

 


[1] Royal Rose, en inglés. «Real» refiere a perteneciente a la realeza, no tiene relación con la realidad.


Editado por -Felipe-, 20 febrero 2016 - 14:58 .

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#218 Rexomega

Rexomega

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Publicado 03 febrero 2015 - 17:42

Saludos

 

Pues de momento no tengo queja de esta versión de Afrodita. Hasta siento más peso en la "venganza" de Shun, y es divertido imaginarme su Chesire Mode, tan en la línea del arquetipo troll que últimamente sale en las obras de la franquicia, aunque sin terminar de salirse del personaje que debe representar, creo. 

 

A esperar la conclusión, que en su día vi como un mérito de Shun (porque Afrodita, con su eficaz abanico de técnicas, no me pareció "débil" en las Doce Casas), y en otros lugares se ve como "el Santo de Oro que cayó de un solo ataque". ¿Qué enfoque se le dará en esta historia? Me atrevo a preguntarlo porque dices que aplicarás Retcon Punch a la Saga de Hades :lol:. 

 

También siento curiosidad por cómo lidiarás con algunas escenas bajo el sistema PdV, como el rescate de Marin a Seiya o la parte en la que Shaka pide ayuda a Mu para que Ikki regrese (¿o aquí eso lo hará Shaka directamente?); las revelaciones de Marin sobre Star Hill no son un problema, porque se pueden exponer en un PdV de Shaina, creo. Situaciones por el estilo hacen que piense en lo difícil que es escribir de esta forma (el estilo George RR. Martin); mis respetos.

 

Y hablando de eso, precisamente pasé a comentar porque noté esto: 

—No dejaremos que tu muerte sea en mano, Shiryu, te lo prometemos, amigo mío. Conviértete en una estrella que vele por nosotros desde el cielo —se limpió los ojos y miró fijamente a Shun— Vámonos ahora.

 
Siento extraño leer el nombre del personaje PdV en la narración, pero no recuerdo si ha sido así siempre o esto fue una errata, lo marco. 
 
Los verdaderos reviews los sigo aplazando, dando fe de mi naturaleza incumplidora  :ph34r:.

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Publicado 03 febrero 2015 - 18:15

Genial me encanto, y gracias por la aclaratoria sobre los universos, aunque dudo que puedas meter un santia, ya que Elda de caisiopea también ha perdido lugar en este fic, por cierto el final e este cap me parecio smple a comparacion de los finales de otros, yo me imagine que introducirias a la Rosa Negra de una manera mas narrativa en impresionante, dando el suspenso que dio tanto en el anime como en el MO, pero no lo vi, o al menos no lo senti asi -_-

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#220 Presstor

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Publicado 04 febrero 2015 - 13:24

habra un tiempo de relax despues de esta batalla? siempre me hubiese gustado

verlos en tiempo que esten tranquilos solo haciendo vidas normales.

 

 

el dragon,que epicas son sus batallas y cuanto drama hay en ellas

afrodita tiene un repertorio que siempre me parecio muy terrorifico

en cuanto tu camus,se merece mas de un buen puñetazo por ser asi

 






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