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El Mito del Santuario


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#61 -Felipe-

-Felipe-

    Bang

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Publicado 12 agosto 2014 - 15:50

HYOGA III

 

21:06 p.m. del 27 de Agosto de 2013.

El aire en el Monte Fuji era asqueroso, como si los muertos se acumularan allí y el mismo infierno se hubiera acomodado en la Tierra. Le recordaba a la leyenda china de la Colina del Yomi[1], del que se decía era un volcán en una dimensión intermedia entre el mundo de los vivos y el de los muertos, que las almas recorrían y por cuyo cráter que caían para llegar a su estancia de descanso eterno. Pensó que los japoneses tenían creencias extrañas; no había ningún infierno, ni nada. Olía a putrefacción, sangre y carne, definitivamente era un lugar oscuro que ya no se regía por las leyes del Santuario, fuera por culpa de un hombre o un fantasma, no importaba. Debía ser exterminado en nombre del Sumo Sacerdote.

—Estas son las Diez Cavernas de los Vientos, Cisne —dijo una voz bastante cordial cerca de él.

—Si entras por cualquiera de ellas te reencontrarás con tus amigos tarde o temprano, sin importar qué camino hayan tomado al principio, ya que son túneles interconectados —añadió otra voz, más gruesa.

«Uno, dos... tres. Qué simple».

—También puedes oír sus gritos de sufrimiento a través de las galerías, ¿cuál te gustaría escuchar primero, copia? —Al último lo reconoció. En su brazo traía una pernera de oro.

—Cisne Negro. Y los otros dos, bajen de una vez, no tengo mucho tiempo para estar perdiéndolo con la basura, acabemos con esto. —Los escuchó maldecir y luego se presentaron en medio de la oscuridad. Su aura le permitió verlos, aunque no fuesen necesarios los ojos contra alimañas como esas.

—Soy el Tucán Negro, tengo el guardabrazos izquierdo —se presentó el más cortés, llevaba una armadura bastante regular sin grandes protecciones, sería fácil encontrar los puntos débiles.

—Yo soy Erídano Negro, el más fuerte de las Sombras, tengo la muslera derecha de Sagittarius y pronto la manopla que llevas —dijo el de voz gruesa. Su Manto (del que se decía se guardaba en uno de los infiernos sobre la Tierra) se veía pesado y tenía formas redondeadas y gruesas, aunque a Hyoga no le pareció para nada alguien “fuerte”.

—Y yo soy el Cisne, por supuesto. Así que dinos, Hyoga, ¿en qué caverna quieres que nos enfrentemos? ¿Los gritos de cuál de tus amigos quieres oír? —Vio como el brazo de la Sombra ya se había sanado.

—Debes tener mucha confianza (o estupidez) para amenazarme cuando acabé contigo con toda claridad hoy en la mañana, Cisne Negro. No tengo amigos, no me interesa lo que le pase a los demás mientras la misión se cumpla, y tampoco tengo intención de entrar a una de esas cavernas. Llegaré a su líder por mis propios medios.

—Parece que eres tú el que se tiene demasiada confianza, lo de hoy fue un descuido. ¡Tomaré tu cabeza y me convertiré en el único Cisne!

Los tres se movieron al mismo tiempo: Tucán volaba desde la derecha con el puño extendido, pero con un Cosmos oscuro concentrado alrededor de su otra mano, era un simple golpe que esperaba ser sorpresivo; Erídano utilizaría su fuerza bruta, tenía ambos brazos arriba, musculosos y firmes, quería aplastarlo pero había saltado sin percatarse de lo descuidada que estaba su defensa; Cisne Negro ya despejaba los vientos, convertía el polvo asqueroso del volcán en su propio golpe, la Ventisca como le llamaba ridículamente, solo sería una pequeña brisa para Hyoga quien los veía casi en cámara lenta.

Saltó, abrió las alas y patinó en el frío hielo que su cuerpo desprendió en medio del aire, se dirigió directamente a su copia quien levantó el escudo oscuro, pero no era su objetivo. Rodeado de seres que no debían vivir calculó la dirección de reflexión, y se preguntó cuán potente debía lanzar su hielo sin destruir ese pedazo de metal inservible que aparentaba ser un escudo.

—¿Me atacas directamente primero? Eres un idiota... —sonrió el hombre de corazón manchado.

—Tú no eres digno de ser objetivo de nadie —le respondió Hyoga. Aún más veloz que sus oponentes, lanzó su Polvo de Diamantes directamente al escudo de Cisne Negro. La coraza reflejó como un espejo la ráfaga (al menos algo bien hicieron al imitar a Cygnus), y el hielo golpeó directamente a la cara a Tucán Negro, a su diestra. Sin poder detenerse dejó que la Ventisca pasara a través de él, le dio una fuerte patada a su copia que en menos de un instante se estrelló bruscamente contra las galerías cavernosas, y aprovechó el impulso para caer sobre el que acababa de recibir su hielo.

Sintió a Erídano acercarse por su espalda, furibundo. Vio los ojos de Tucán Negro pidiendo clemencia, ¡qué tontería!, se rebelaron contra el Santuario y ya se les había condenado. Después de atravesar su corazón con el puño, se dio vuelta para bloquear el ataque del grandote, le destrozó la nariz de un salto con un rodillazo. Se decía en los mitos que Erídano era el único de los seis ríos del infierno que estaba conectado con el mundo de los vivos. Pero sin importar las propiedades diabólicas que tuviera, seguía siendo un río. Y en invierno los ríos se congelan.

Cuando vio por el rabillo del ojo a su copia arremeter nuevamente, Erídano Negro ya se había convertido en una estatua de hielo, y lo único que tuvo que hacer para acabar definitivamente con él fue agarrar al Cisne negro en medio del aire y lanzarlo contra la otra Sombra, la que se convirtió en pedazos de cristal que los vientos nocturnos del Monte Fuji llevarían a un descanso final.

—No puede ser, acabó con dos de nosotros en menos de un minuto. —El Cisne Negro quedó con el brazo nuevamente congelado.

—Exactamente treintaidós segundos. Si entiendes la diferencia entre nuestros poderes entonces entrégame las partes de Sagittarius que tienes, y te prometo por la cruz del norte que te daré una muerte indolora. —Era lo justo, había resistido varios de sus mejores golpes sin desmayarse, algo que hasta el momento solo habían logrado Seiya y Shiryu.

—Puedes intentarlo...

—Como quieras. —Había perdido la opción. Nuevamente el Polvo de Diamantes salió de su puño, pero no alcanzó su objetivo. Hyoga vio como la ráfaga de aire helado se dispersaba frente a su oponente como si chocara con un muro invisible. Como ya era de noche no podía distinguirlo, pero notó el cambio atmosférico y la posición en que quedó la copia, con el brazo hacia arriba y las piernas separadas.

—Je, je...

—Ya veo. Utilizaste tu Ventisca para hacer un muro helado que repele los ataques. —No le sorprendió, era una cosa básica que podían hacer los Santos que manejaban de alguna forma el hielo.

—Así es, tu Polvo de Diamantes es inservible contra este muro, solo lograrás desperdiciar energía. Tendrías que usar algo mucho mejor para siquiera empezar a pensar en la posibilidad de vencerme.

—Eres demasiado arrogante. —Hyoga tardó un poco en decidir, no sabía si esa Sombra valía la pena lo suficiente como para ser la primera víctima. Era hasta riesgoso, pero no tenía tiempo.

El Polvo de Diamantes congelaba las partículas atómicas deteniendo sus movimientos en el aire para crear una ráfaga helada que podía congelar cualquier cosa; pero el Tornado Frío[2] era un remolino creado a partir de la manipulación de los vientos a su alrededor, congelando todo el ambiente menos un túnel en el centro, un vacío por el cual pasaba el torbellino.

Lo desató con un gancho derecho. Las piedras a su alrededor se congelaron y salieron dispersadas hacia los lados, un tornado se presentó frente a Cisne Negro que no pudo bloquearlo con su muro, y lo despegó del suelo. El aire se concentró más, la fuerza de los vientos helados se incrementó y pronto vio a su contrincante atrapado en el ojo de un huracán, llevado a las alturas y despedazado por el ruidoso torbellino.

 

Lo siguiente sí le sorprendió bastante. Cisne Negro seguía vivo, aunque no le quedaba mucho tiempo, después de todo. Despedazado en el suelo pedregoso, con las extremidades a punto de despegarse del resto del cuerpo por la congelación, la Sombra levantó una mano y se la llevó al rostro.

Una visión horrorosa y difícil de entender le siguió cuando se arrancó uno de sus ojos. La sangre manó a borbotones, fue asqueroso, empapó el suelo pedregoso con un líquido más espeso que los goterones que se evaporaban antes de caer.

—Ja, ja, ja, eres un tonto Cisne, ahora no tendrás oportunidad.

—¿Qué dices?

—¿Esa era tu mejor técnica? Bien... lograste vencerme, pero no conseguirás el mismo resultado con el Señor. —Vomitó sangre al mismo tiempo que la esfera blanca, teñida de rojo, desapareció entre sus dedos. Cisne Negro murió sin parar de reír como un enfermo.

 

21:35 p.m.

Por un momento tuvo el instinto de vomitar, de caer de rodillas e incluso la debilidad de llorar, pero el hielo en su cuerpo lo reconfortó y Cygnus, su blanca armadura, le dio fuerzas. Aun así era desagradable, como entrar al más profundo infierno a sabiendas de que es un viaje sin retorno.

A pesar de ser de noche veía una nube oscura, una mancha aún más negra que el firmamento (si era posible) sobre el escenario de su próxima pelea casi en la cima del volcán. Allí estaba el temido y respetado líder cubierto por llamas negras que no paraban de arder, vistiendo una armadura tan muerta como su aura putrefacta. Cuando llegó al muelle el día anterior y se encontró con Shiryu agonizando, poco antes que apareciera Pegaso, ya era tarde, la Sombra había escapado así que esta sería la primera vez que lo vería cara a cara. Dragón había dicho que era Ikki, uno de los niños del orfanato, el que había sido enviado al peor de los tres infiernos sobre la Tierra, la isla Reina de la Muerte. Lo que estaba ahora frente a él quizás era humano, tal vez era el tal Ikki logrando sobrevivir a ese infierno, pero más parecía un muerto. Un cadáver viviente. Eso solo podía significar que algún tipo de arte oscuro lo había reanimado... parecía absurdo, pero no tenía otra explicación para algo que le parecía, para todos los efectos, un zombi.

—Oye tú. Tienes el yelmo de Sagittarius, ¿correcto? Dámelo. —Hyoga había dejado la pieza que traía, además de las tres recuperadas, en una caverna pequeña unos metros atrás. Podía ver el casco alado cubierto de oro en sus pies, aunque su luz estaba difusa, casi apagada por las sombras.

Je, je —fue toda la respuesta que le dio. No podía distinguirlo bien, incluso después de encender su Cosmos era como un borrón negro con forma humana, aunque lograba reconocer algo que parecían unos cuernos y unas colas que salían de su espalda.

«Un momento... ¿Colas? ¿No será...? No, es imposible».

Hyoga disparó el Polvo de Diamantes sin tardar más tiempo asegurándose que llevara su máxima potencia de congelación de una sola vez. El cielo nocturno dejó caer la nieve aunque ésta pareció negra por el Cosmos acumulado de los muertos. Sin embargo, la ráfaga de hielo no perdió su rumbo, se dirigió contra ese ser con aura cargada de odio. Al segundo después Hyoga vio el hielo golpear su propio rostro, cerró los ojos con dolor mientras la escarcha cubría a Cygnus, sus brazos y piernas se tambalearon y la Sombra se mantuvo intacta.

Le habían devuelto su propia técnica. Hyoga usó todas sus fuerzas para no caer de rodillas, no iba a darle el gusto de verlo así. «¿Cómo demonios lo hizo? Fue un movimiento rápido, ¿pero puede ser acaso más veloz que yo?»

Desplegó las alas nuevamente, la nieve cayó con más fuerza convertida en granizo y la temperatura bajó aún más, pero la Sombra continuó impasible.

Una brisa tan patética no bastará para moverme siquiera un cabello —murmuró el tal Ikki, su voz parecía venir de todos lados como eco de ultratumba.

—¡Maldito! —Esta vez no lo meditó, debía admitir que era digno de recibir su mejor técnica. El Torbellino Frío volvió a despegar, un gancho derecho que hizo a la Sombra quedar encerrada en el remolino de vientos congelados, inmóvil, ascendiendo sin parar. Pero no fue normal. Lo común era que la víctima profiriera gritos de dolor y descendiera agonizando, no que se riera como un demonio.

—¡Ja, ja, ja! Cisne, me entretuviste un rato, pero debes saber que al morir la última imagen que ve el ser humano queda plasmada en sus ojos, eso es algo muy útil si se tiene hombres tan leales como perros. —El hombre cayó de pie sin problemas ni heridas o una pizca de escarcha. Cargaba una esfera blanca manchada de rojo en la mano que reventó un segundo después, una imagen asquerosa—. Aunque veo que lograste apagar mis llamas. Supongo que te felicitaré antes de enviarte al más hondo de los infiernos.

Era cierto, ya no veía una mancha negra sino un hombre de carne y hueso. Alto y robusto, de corto y despeinado cabello castaño; ojos de tono azul cobalto sobre el rostro cuadrado lleno de magulladuras del pasado; la más profunda era una cicatriz que cruzaba la nariz gruesa desde la frente hasta la mejilla izquierda. Estaba rodeado por un aura asesina, triste, dolorosa, iracunda y muerta, pero seguía siendo un hombre. Un hombre que había sobrevivido sin rasguños a su mejor técnica y que llevaba un Manto oscuro de tonos violetas y azules en las hombreras dobles y puntiagudas, también en los brazales y perneras de diseño agresivo; tenía detalles color fuego en el peto en forma de X curva que sujetaba las hombreras, y en los cuernos del casco. Dos pares de colas emplumadas como alas azules salían de su espalda. La insignia de un ave flameante se distinguía en el cinturón.

«Imposible, ¿es acaso...? Ese Manto... ¿Cómo es que nadie lo dijo? Tal vez soy el primero en verlo claramente sin todas esas llamas negras... pero no puede ser posible. El Manto maldito, del que mi maestro me dijo que nadie había llevado antes por su poder infernal capaz de romper con las leyes de la vida y la muerte, el que se mantenía encerrado en... isla Reina de la...»

Todo tenía sentido, pero no por eso era más fácil de creer. Ikki levantó la mano a una velocidad imposible, Hyoga recibió un doloroso golpe en la frente un segundo después que no pudo evitar.

Antes quiero que me muestres tu alma, Cisne. Me gustaría destrozarla en primer lugar, antes que tu cuerpo —dijo con voz sombría. El primer hombre en portar a Phoenix lo hizo retroceder, atemorizado.

Pronto la imagen de su oponente se desvaneció, y un cúmulo de visiones borrosas se mezcló en un torbellino frente a sus ojos. Había hielo, cisnes volando bajo el cielo ártico. También vislumbró a su maestro, luego a Isaak...

 

***

Estaba en un bote sobre el mar frío de Siberia. Alzó la vista para encontrarse con un enorme navío que se hundía en el mar más frío del planeta. En la proa, una mujer de cabellos dorados y labios rojos, vestida con un grueso abrigo rosa le sonreía con calidez aunque no dejaba de llorar por sus bellos ojos del color de los diamantes.

—Mamá... —se escuchó susurrar aunque la boca le supo a sal y la voz más aguda, como la de un niño.

—¡Te amo, mi Hyoga! —exclamó la mujer, y una mano grande, de adulto, le tapó los ojos. Aunque sabía lo que sucedía, su cerebro lo ayudaba con la imagen. El barco desaparecía en el frío océano, se hundía para nunca volver. Las aguas se congelarían y su madre permanecería allí para siempre.

 

Interesante, muéstrame un poco más, por favor —susurró una voz de penumbra.

El barco desapareció. Le siguió la línea divisoria horizontal entre el mar y el cielo, se esfumaron las nubes y también los glaciares. Todo era oscuridad, aunque se divisaban algunas algas y pequeñas burbujas. Un rostro con una cicatriz sobre la nariz se rio frente a él y luego se hizo a un lado para mostrarle nuevamente el barco. Esta vez estaba cubierto de moho, la madera se veía desgastada y fría, las velas se habían desgarrado con el tiempo y el frío inundaba el ambiente. El navío hundido se hizo más grande y Hyoga sintió como nadaba hacia él, vio sus brazos aleteando delante. El Cisne navegaba bajo el océano ártico.

Abrió una puerta al fondo de un pasillo congelado, sintió que aún podía aguantar la respiración mucho más tiempo, así que se deslizó al interior de la fría habitación, a la cama que servía como tumba eterna. Allí estaba, hermosa y elegante como siempre, su cabello rubio se mecía suavemente con el sutil oleaje submarino, sus labios delicados eran los mismos que le daban besos en la frente cada mañana; un vestido celeste de seda la envolvía, lo que había decidido ponerse para el viaje final... sus ojos estaban cerrados, descansando para siempre.

«Mamá...»

Hyoga se quitó algo de la boca y la miró antes de dejarla cuidadosamente entre sus cabellos: una rosa sin espinas tan roja como la sangre que flotaba de sus nudillos como pequeños hilos escarlata.

A diferencia de sus visitas anteriores, esta vez a su madre se le ocurrió abrir los ojos y uno de ellos se salió de órbita, colgando horripilantemente de la cuenca vacía al lado derecho de su nariz; los rizos dorados se desprendieron de su cabeza dejando una calva que se desarmaba en pedazos como un huevo al que se le quita la cáscara; la piel empezó a arder y se despegó de la carne interna dejando una masa roja grotesca con sangre saliendo a borbotones; de los labios deformes de Natassia salió un grito desesperado y horrendo, una pesadilla que daba indicios del destino de esa mujer. Al morir se había ido al infierno y quería llevarlo con ella...

 

***

—¡¡¡Ahhh, mamá!!! —gritó Hyoga viendo nuevamente la noche del monte Fuji antes de taparse los ojos y dejar que las lágrimas tomaran rumbo mejilla abajo. Oyó la risa lúgubre del primer Santo de Fénix en la historia.

Ja, ja, ja, ¿quién lo diría? El hombre de hielo sigue llorando por la madre que falleció seis años atrás como si fuera ayer. Amor, ternura, cariño, calidez y bondad, sentías todo eso por ella. Eres patético, me das náuseas...

—¿Cómo te atreviste a hacer esto? ¿Cómo pudiste tocar mi recuerdo más preciado? —Hyoga no entendía. Le parecía imposible que pudiera odiar tanto a alguien, que deseara tanto torturarlo y deshacerse de la manera más sanguinaria de ese espectro endemoniado.

¿Me odias? Suena bien, aunque tardaste mucho en entender cuál es el camino, Cisne.

Hyoga acumuló su Cosmos, frío como los mares árticos al mismo tiempo que ardiente como el infierno en su puño, y arrojó su Polvo de Diamantes. Pero el fantasma se deshizo entre llamas negras y apareció a su lado, a centímetros. Sintió un agudo dolor en el pecho, un profundo ardor en el peto de Cygnus, y vio como el puño de Ikki le había perforado la armadura con facilidad; la sangre corría como ríos infernales desde su corazón.

«Mamá...» Hyoga solo pudo ver la sonrisa fúnebre de ese hombre, esa Sombra venida de una entraña agonizante, antes de que todo se volviera negro.


[1] Yomotsu Hirasaka, en japonés.

[2] Kholodnyi Smerch en ruso.

 

 

**

Con este capítulo llega la primera aparición distinguible del Ave inmortal.

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Editado por Felipe_14, 23 julio 2015 - 18:10 .

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Publicado 12 agosto 2014 - 17:48

este fic se va poniendo cada vez mas interesante

 

me agrado la pelea entre el cisne y el fenix

 

 

excelente imagen


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Publicado 14 agosto 2014 - 17:47

Bueno, estoy pasando por un pequeño bloqueo de escritor, pero aún hay capítulos que publicar. Malditos PdV de Ikki, me quedé pegado xD

 

SHIRYU III

 

21:07 p.m. del 27 de Agosto de 2013.

Draco tenía algunos daños, el más grave en el peto, pero en general la armadura estaba en buenas condiciones y se había salvado de la muerte. Shiryu le debía la vida a Seiya. No sabía cómo ni cuándo ni dónde, pero le pagaría esa deuda. Al interior de la profunda caverna a la que entró oyó un ruido, como un tintineo, un resonar que hizo eco en la oscuridad nauseabunda de esa galería subterránea, y pensó que tal vez podría pagar pronto su débito.

Corrió a ayudarlo hasta que un brazo negro le agarró el suyo, de la manopla salían extrañas garras huesudas.

—Te ayudaré con el passseo, Dragón —dijo una voz serpenteante, y Shiryu fue arrojado a través de rocas y aire opaco con una fuerza sorpresiva. Logró captar a Ichi como el agresor.

«No. No Ichi. La Hidra Negra».

Trató de mantener el equilibrio y puso un pie en tierra, pero una patada lo envió por otra caverna subterránea a la izquierda. Su armadura reaccionó con un chillido metálico cuando supo que el atacante fue su réplica oscura.

—Pareces una pelota, Dragón —dijo una voz siniestra en la oscuridad que se alejaba cada vez más.

Shiryu levantó el escudo dispuesto a resistir el siguiente ataque, pero lo sintió pesadísimo. Estaba tan débil...

«No imaginé que perdería tanta sangre en la batalla de ayer». Shiryu se dio cuenta que tendría que pelear con una ligera desventaja, pero Draco podía equilibrar la balanza. Un corte en la oscuridad le siguió a un silbido agudo, la tercera Sombra lo esperaba en la penumbra, pero aguantó su golpe con la coraza de jade. Un hilillo de sangre corrió por su brazo como una cicatriz, lo impensado había ocurrido.

—Parece que el escudo del Dragón está bastante débil —susurró una voz a centímetros de Shiryu. Agudizó la vista para saber (y comprender) lo que pasó, su coraza tenía un pequeño agujero en el centro producto de un ataque perforador que había tomado provecho de las muchas peleas que tuvo que aguantar. Nadie nunca le había hecho un daño similar al escudo del dragón.

Escuchó pasos a su espalda y pronto se enfrascó en una batalla donde solo vio sombras y noche. Guiado por sus demás sentidos levantó el escudo varias veces, utilizó el puño derecho para hacer daño pero falló en cada ocasión. Su cuerpo fue derribado, azotado y perforado por un objeto cortante, pero no perdió firmeza. Debía continuar. No podía seguir lamentándose por lo de su escudo, solo lo desconcentraría.

Captó el olor nauseabundo del aire externo, aunque lo agradeció esta vez. Al salir de las cavernas, el sonido del choque de unas cadenas lo distrajo brevemente y sintió un dedo en la mejilla. Eso bastó para arrojarlo violentamente contra la férrea masa volcánica, y el dolor se propagó por su cuerpo como un baño de fuego.

Desde esa posición pudo distinguir a Shun en una férrea batalla de cadenas con su copia oscura, un poco más abajo en un valle de la montaña. A sus lados había otros dos sujetos de negro: uno llevaba un Manto Negro asimétrico con un casco que asemejaba a un delfín, y la otra era una chica con la misma armadura de Camaleón de su amiga, June, poseía un látigo con el que lo tenía atado del cuello. Andrómeda Negro utilizaba sus cadenas con maestría, semejaban dos serpientes del color de la noche, y Shun usaba una de las suyas a su máxima potencia desatando chispas en cada choque, mientras con la otra se defendía de los ataques de los otros enemigos.

Hizo el ademán de bajar a ayudarlo cuando una Sombra se le apareció como en una pesadilla.

—Primero preocúpate por lo que tienes enfrente. —Era Dragón Negro, usaba la misma armadura que él aunque con tonos siniestros, incluyendo un escudo de obsidiana en la zurda. También llevaba el cabello largo aunque atado con una cola de caballo, y sus rasgos parecían más maduros que los suyos. Sus ojos eran lo más raro: desprovistos de toda emoción, eran totalmente negros y muy grandes, tanto que se hacía casi imposible distinguir la esclerótica. Le tocó con el dedo en el pecho y sintió una horrenda presión, como si le aplastaran el esternón con un gran yunque.

Shiryu dio una patada que la Sombra esquivó con facilidad y se soltó de la roca. Abajo, Shun había atado a Camaleón Negro con una de sus cadenas, pero no le hacía grandes daños.

«Shun no ha asesinado jamás a nadie, la imitación de su amiga no será su primera víctima». Escuchó la risa histérica de Andrómeda Negro, un chico tan delgado que parecía una serpiente, de rostro afilado opuesto al redondeado de Shun, con pecas que ensombrecían aún más su rostro nocturno. Aprovechó la oportunidad para atar a Shun con la cadena serpenteante dejándolo paralizado, convirtiéndolo en blanco fácil para los golpes del Delfín Negro.

—¡Pon atención! —gritó alguien a su lado, y Shiryu alcanzó a evadir por poco el corte de una aguda navaja que se acercó peligrosamente a su cuello. Reconocía esa hoz de algo que le había contado su maestro.

—Eres Boyero... Boyero Negro, ¿no es así?

—Así es, aquel que cosecha la vida. —El hombre robusto con rizos de ébano tenía bajo el brazo desarmado la pechera de Sagittarius.

—Parece que serás testigo importante de la muerte de Andrómeda. —Esta vez era el de voz de víbora, la Hidra Negra. Llevaba el otro brazal, la pareja del que Shiryu había traído.

—Entréganos eso, Dragón, y no te preocupes por ese chico —sugirió su copia cargando con una hombrera.

—Por supuesto que no.

—¿Por qué lo ayudarías?

—Por amistad.

—¿Amistad? —La Sombra quedó quieta unos pocos instantes mirándolo con incredulidad, y luego se echó a reír como un payaso. La carcajada hizo eco en el volcán y llamó la atención de los que peleaban abajo.

—¡Queremos concentrarnos Dragón Negro! —gritó Camaleón.

—¿No ves que estamos asesinando aquí? —Andrómeda Negro también rio.

Leyó su nombre en los labios de Shun, quien usaba todo su Cosmos para no morir asfixiado. Sabía que podía salvarse por sí solo, pero era evidente que no quería asesinar a esas Sombras.

«A veces es la única opción, Shun». Su maestro le inculcaba que toda acción fuera para bien de otros. Hizo arder al dragón, no tenía tiempo que perder, y el fuego de su rugido era capaz de evaporar la Gran Cascada. Boyero se movió con rapidez y alzó su arma, Shiryu lo esperó concentrando su aura en el escudo, Dragón Eterno no volvería a fallar.

La hoz solo logró perforar un par de milímetros esta vez, y Shiryu vio la cara de sorpresa de la Sombra empeorar. Giró los ojos a un lado, Hidra buscaba probar suerte con sus garras, pero se sacó de encima a su adversario frontal dándole en la cabeza con el escudo esmeralda, y luego arrancó con el Dragón Volador pasando a través de la Hidra sin problemas, destrozándolo y aprovechando el impulso para ayudar a Shun. Delfín esperó en guardia insultándolo a medida que descendía, pero Shiryu había agarrado el arma negra de Boyero, lo arrojó y lo incrustó sin defensas en su cuello. El peto del Manto de Oro cayó en tierra.

—¡Shun, debes pelear! —exclamó cortando el látigo que sujetaba su cuello. No pudo hacer lo mismo con las cadenas oscuras, ya que Camaleón se lo impidió y Boyero apareció para una revancha, recuperando la navaja—. ¡A veces hay que hacerlo, porque si no ellos...!

—¡Todos merecen una oportunidad! —gritó Shun, tratando de deshacerse de las serpientes negras.

—¡Pero Shun!

—Oye, Dragón Negro, no dejes que tu pareja de baile se te escape, me está incomodando —se quejó Andrómeda Negro. Movía los brazos de un lado a otro, obviamente sus cadenas no eran tan independientes como las reales.

—Je, je, je, es que se es una situación divertida, ¡pelean por amistad! —se burló Dragón Negro, y su compañero imitó la risa.

—¿En serio? ¡Qué patéticos!

—¿Qué tiene de malo? —Le enfurecía que insultaran un valor tan noble, que se rieran de lo que su maestro les había inculcado con tanto esmero a él, a Genbu y a Shunrei—. ¿Acaso nunca han deseado proteger a un compañero? ¿No conocen ese sentimiento de hermandad?

—Ja, ja, ja, tienes razón, es divertido. ¡Estos son la amistad y el compañerismo para mí! —Andrómeda Negro arrojó unas de las cadenas a Camaleón Negro, la ató del cuello a pesar de los gritos desesperados de la muchacha, la asfixió y la arrojó con todas sus fuerzas al incrédulo Shun, quien sorprendido, cayó colina abajo con ella sin oponer resistencia.

—¡Shun!

—Ahora es turno de perder el cuello. —Boyero dirigió la hoz hacia su cabeza pero Shiryu la evitó velozmente y canalizó el arte del Dragón del Monte Lu en el puño derecho que lo convertía en el Santo más fuerte. La armadura negra se despedazó en pequeños trozos de metal inservible y su dueño perdió la vida cuando su mandíbula se hizo añicos.

“Los golpes de los Santos son fatales para aquellos que no lo son” decía su venerado maestro. Dragón Negro bajó junto al único compañero que le quedaba... aunque no se consideraran tales.

—¿Pelearás con ambos a la vez, imbécil? Es que no te ves bien... —sonrió maliciosamente el de las cadenas de víbora.

—Perdió mucha sangre, el señor Ikki lo golpeó fuerte, je, je.

—Eso nos hará la tarea más fácil. Qué lástima, esperaba un desafío.

—¿Acaso no sienten nada por la muerte de sus compañeros? —preguntó Shiryu. Ya estaba iracundo—. ¡Denme las piezas de Sagittarius y entiérrenlos como corresponde! —no podía entender por qué el mundo se había vuelto tan despiadado. Conocía la respuesta que le darían.

—¿Enterrarlos? Pero si están muertos, solo sirven de carroña.

—La amistad no existe, copia, es solo utilidad.

—No es verdad.

—Claro que lo es. La prueba de que tus ideales no son correctos está en que vas a ser derrotado aquí mismo, porque no tienes ninguna ventaja. Estando tan débil no podrías contra los dos.

—¡Él no está solo! —llamó una voz detrás de él, y al voltearse vio unas cadenas color rosa atadas a unas deformaciones en el terreno. Un aura purpúrea surgió del precipicio y Shun de Andrómeda volvió a la batalla de un gran salto, cargando tanto con la falda de la armadura dorada, como con el cadáver de la Sombra de Camaleón en su espalda.

—¡Shun!

—¿Para qué sobreviviste, Andrómeda, si solo vas a seguir llorando? ¿Acaso tengo que matar al dragón verde... o al negro para arrojarte allí abajo otra vez? Pesan más que la mujer.

—Puedes intentarlo—sonrió Dragón Negro sin molestarse por la amenaza.

—La mataste sin darle ninguna opción, lo habrías hecho conmigo sin vacilar, y ahora amenazas a mi amigo, e incluso al tuyo. —El Cosmos de Shun ardía como el fuego y brillaba como la nebulosa que compartía nombre con la constelación. Su rostro había cambiado, no era el cálido y compasivo de siempre, esta vez reflejaba furia como nunca antes.

—No somos amigos, nos somos útiles —dijeron ambas Sombras a la vez.

Cadena Nebular[1]... mis dos cadenas están deseosas de asesinarlos, y no sé si quiero detenerlas. No quería usar esta técnica jamás...

Con un veloz movimiento de muñeca, Shun desplegó ambas armas al mismo tiempo, la de punta de prisma y la de anillo. Por un momento, mientras chocaban con las cadenas negras de la Sombra, a Shiryu le pareció que era un cuatro versus dos... Luego vio ocho cadenas saliendo de los brazos de Shun pulverizando los eslabones oscuros, aniquilando las serpientes... Repentinamente ya eran decenas.

—¿Qué demonios? ¡La cadena se multiplica! —gritó Andrómeda Negro.

—Una de las propiedades de las verdaderas cadenas de la nebulosa: son infinitas, pueden extenderse todo lo que deseen —explicó Shun, derramó una lágrima solitaria por su mejilla oscurecida por la noche, aunque su determinación no flaqueó.

Una hombrera y luego la pernera, luego el cuello, su estómago y sus brazos, las cadenas lo hicieron pedazos completamente, al fin se habían liberado a los perros de Andrómeda. El cadáver cayó por el precipicio.

—Shun... tú... —Fue su primer asesinato.

—Ahora supongo que irás contra mí, ¿no es cierto? Porque mi copia no está en condiciones para siquiera tocarme —dijo el Dragón Negro, quien no se inmutó en ningún instante por la muerte de la otra Sombra. No había emoción.

—No, sé que Shiryu es capaz. Yo tengo que hacer algo importante. —Shun perforó el monte con la cadena izquierda como un taladro, y se preparó para lanzarse por el acantilado nuevamente.

—Shun, ¿qué haces?

—Lo salvaré, no sé cuánto tiempo le quede. —No supo a qué se refirió. Puso su atención en la cadena derecha que apuntaba inquietante hacia una cueva cercana, oscura y tenebrosa, lejos del único hombre de negro que restaba—. Tú tienes que cuidarte del segundo dragón.

—¿Segundo dragón?

Shun no alcanzó a explicarle ya que saltó a la noche sin perder tiempo. Cuando se volteó a ver a quien hizo referencia Shun, el segundo dragón ya corría al interior de la cueva. El primer dragón, después de asegurarse que la cadena estuviera firme, persiguió a su rival.

 

21:25 p.m.

Estaba totalmente oscuro, no podía ver ni siquiera su propia mano, casi como si la caverna tuviera una propiedad especial, mística y siniestra. Caminó en medio de las sombras eternas sintiendo el ardiente calor a través de sus botas y la humedad en su rostro. Olía a muerte y putrefacción, más que en el exterior.

«Aquí no podré ver a mi enemigo... ni él tampoco». Shiryu repasó esas palabras segundos antes de escuchar un susurro. A la derecha. Luego recibió un durísimo puñetazo en el estómago que casi le quitó el aire. Dio una patada a la zona de donde vino el ataque, pero solo encontró aire y silencio. Alzó el escudo para evitar otro ataque sorpresivo y trató de agudizar sus oídos, pero no oyó pasos alrededor. No podría protegerse de las nueve direcciones a la vez ni con su mejor Dragón Eterno.

A las cuatro —susurró la voz claramente a su izquierda, pero recibió una férrea patada desde la diestra directamente en el mentón, justo cuando había puesto el escudo en reflejo a la voz.

—¡Imposible! —Ninguno de los dos veía, ¿cómo era posible? Parecía estar en dos lugares al mismo tiempo. Se movió lejos de allí. Dos lugares... dos...

“El corazón es el mejor ojo que un hombre puede tener” decía su maestro. Shiryu cerró los ojos y esperó pacientemente, inmóvil como aguas en calma. Era cosa de tiempo, y el tiempo estaría a su favor si se lo pedía con respeto y paciencia. Oyó un susurro. A las once. Instantáneamente se movió hacia el lugar de donde provino la voz, a pesar del ataque fallido a su espalda. Golpeó con todas sus fuerzas y sintió un hombre perder la vida con el pecho atravesado y una armadura destruida, frente a él.

—¿Cómo...? ¿Cómo supiste...? —murmuró sorprendida la Sombra.

—A veces es la única opción.

—¡Imposible! Solo alguien con un oído tan agudo como el de mi hermano podría haberlo descubierto —dijo el Dragón Negro que sobrevivió.

—Un hermano ciego que es capaz de afinar el resto de sus sentidos. Ya veo, también te preocupas por otros —dijo Shiryu con aires de triunfo sacando la mano del pecho frío del hermano, dejándolo caer en la oscuridad eterna.

—¿Preocuparse? ¡Ja, ja, ja! —La Sombra soltó una nueva risa, más despiadada y cruel que cualquiera anterior, y sintió como se acercaba—. Creo haberte dicho que no existe la amistad ni la hermandad, él simplemente me es útil. Ya no, claro.

Shiryu sintió un dedo en el pecho y al parpadear se encontró arrojado lejos, sin poder detenerse, fuera de la caverna y directamente a una de las caras de la montaña. El impacto fue muy doloroso; sus fuerzas se agotaban.

—Ahora sí vas a morir, Dragón verde —le dijo su copia sonriendo, pero sin emociones en los ojos.

—¿Cómo es posible que no creas en esos valores? La amistad, el amor, el honor, la hermandad, la lealtad... —Su maestro le había enseñado todo eso, era la base del alma, algo incapaz de ignorar y digno de respeto—. Son las cosas que nos hacen humanos y tú no pareces poseerlas. ¿Acaso no sentiste nada de eso jamás, ni siquiera por tu hermano, el que acaba de morir?

—Yo no soy un humano, soy una Sombra. El segundo al mando, por cierto, detrás del señor Ikki. Soy su Sombra, siento como él, y él...

—No siente nada. —«Pero es imposible. Debe tener emociones, es el hermano de Shun» ¿Era posible? Lo comprobaría cuando lo viera—. De seguro algo se rompió en tu alma cuando maté a tu hermano, ¡era tu sangre!

—Pues no —respondió sin dudar. Luego apuntó con el dedo a su pecho—. Cambiando de tema, te está saliendo sangre. Mucha sangre. Deberías preocuparte.

—¿Qué? ¡¡No puede ser!! —Aquel lugar donde tanto lo habían tocado con el dedo estaba protegido por Draco, pero su ropa estaba manchada de sangre, caía desde debajo de la armadura. Shiryu estaba de pie sobre un gran charco carmesí.

—Un golpe más y te mueres, Dragón.

Oyó el tintineo de una campanilla. «No. Ahora no». Cuando vio a Dragón Negro sonreír y dirigir la vista a la cadena atada de Shun, supo que debía dar todo de sí sin importar la debilidad. Apenas la Sombra comenzó a caminar, trató de darle un puñetazo por la espalda (aunque fuera deshonroso), pero él lo detuvo como si atrapara una almohada.

—Qué patético. ¿Por qué viniste aquí a pelear estando tan débil? Tus heridas van a abrirse...

—Por mis amigos, simplemente por eso.

Dragón Negro lo derribó y escupió sobre el suelo pedregoso, frío, estéril y maloliente, aunque ya no reía. Más bien parecía molesto.

—Eso no existe, ¿no entiendes?

—Tendré que demostrártelo. La amistad es lo que me dará la victoria.

Le pidió silenciosamente a Draco que se separara del cuerpo, y el dragón esmeralda obedeció integrándose a su lado, convirtiéndose en una fiel estatua de jade con garras y colmillos afilados. También se arrancó la camisa que llevaba.

—¿Qué diablos haces? ¿Por qué te quitas la armadura, te volviste loco?

La piel de su cuerpo cambió de tinte, desde su pecho hacia abajo era casi completamente rojo. Pero no iba a rendirse, era un Santo. Se dio media vuelta y movió su largo cabello hacia adelante por encima del hombro.

—El Dragón Ascendente va a dar su máximo rugido. —No veía a su contrincante, pero sentía su temor en el flujo de Cosmos.

—¡Increíble! ¿Qué hace ese dragón en tu espalda, qué clase de tatuaje es? ¡Brilla como las estrellas!

—Es un tatuaje especial que usamos los que entrenamos las artes marciales del LuShanRyu. Cuando empieza a brillar así es demostración de que nuestro Cosmos ha llegado a su límite y que el dragón emprenderá su viaje a las estrellas. Si desaparece, significa que he muerto, aunque no dejaré que eso pase antes de vencerte.

—Qué tonto, si te toco nuevamente te convertirás en cadáver, ¿acaso no lo comprendes? Si huyeras ahora, quizás no podría...

—No sin mis amigos.

Dragón Negro, furioso, alzó su dedo y lo rodeó con un aura negra como vapor de un cráter, y se arrojó sobre Shiryu. Éste lo esperó con el puño derecho arqueado, las piernas separadas y los músculos del estómago firmes. La sangre fluía al revés, si recibía un golpe en medio de la ejecución otra vez, ya no tendría salvación alguna.

Los dragones se enfrentaron en el cielo nocturno arrojando fuego por la boca y rasgando las estrellas con sus colmillos de plata.


[1] Nebula Chain, en inglés.


Editado por Felipe_14, 23 julio 2015 - 18:11 .

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Publicado 16 agosto 2014 - 12:47

la pelea entre los dragones

 

una de las mas emotivas del clásico

 

 

PD:Shiryu  ni siquiera en los fics deja de quitarse su armadura XD

 

 


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Publicado 16 agosto 2014 - 21:53

Por supuesto que no, es parte del negocio xD

 

Un capítulo corto ahora :D

 

 

SHUN IV

 

21:45 p.m. del 27 de Agosto de 2013.

Su piel era negra, como si la hubieran contaminado, pero no entendía quién le hizo eso, ni cómo. Shun multiplicó las cadenas para poder atar también las cuatro piezas de Sagittarius que recuperó, pero no vio a Pegasus por ningún lado, Seiya estaba desprotegido. Aún sentía su respiración, pero era débil, y los latidos de su corazón se estaban haciendo más lentos. No le quedaba mucho tiempo y no sabía cómo salvarlo, era la primera vez que enfrentaba algo así. Le había costado mucho encontrarlo entre toda la oscuridad, aunque fue de mucha ayuda la campanilla en la muñeca que se mecía con el viento.

Si Ikki era realmente quien había planeado todo eso y había hecho tantas cosas malvadas, entonces su deber como hermano era... No, incluso las Sombras decían que el nombre de su líder era Ikki, pero debía ser una burla, una forma de engañar a sus sentimientos. Ikki jamás podría actuar de manera tan despiadada, nunca creería eso.

Pidió a la cadena que comenzara a subir, y sintió dos grandes Cosmos chocar entre sí. Los dragones. Shiryu estaba débil, lo notó desde que se subieron al avión, pero no sabía cómo decírselo. Después de todo, el Dragón decía sentirse bien, y nadie mejor que uno mismo sabe lo que siente. Aun así le preocupaba mucho, hasta ese momento Shiryu era quien se encargaba de mantener el orden y la paz en el grupo, y hasta funcionaba como líder.

La cadena iba bastante rápido...

Shun soltó un suspiro de alivio cuando descubrió que era Shiryu quien tiraba de la cadena, cubierto en sangre y muy débil, pero vivo, que era lo importante.

—Qué bueno que estás bien —saludó, cargando a Seiya sobre sus hombros.

—Sí, fue difícil, Dragón Negro era muy... Shun, ¿quién es...?

—Ayúdame con él, por favor.

—¡Es Seiya!

 

Miraron a Seiya unos segundos, allí tendido en el lóbrego suelo bajo el cielo contaminado por el Cosmos del que imitaba a Ikki. Tenía la piel absolutamente negra como ébano, las venas oscuras a punto de reventar. Apenas respiraba, su corazón se detendría pronto.

—¿Sabes que tiene? —Se atrevió a romper el silencio.

—Jamás vi algo así. —Shiryu era quien parecía más erudito entre los Santos de Bronce. Si no sabía qué le pasaba a Seiya tampoco, entonces...

—¿Qué hacemos?

—No lo sé, no parece haber sido golpeado en el corazón de manera grave, no resultaría lo mismo que él hizo conmigo. —Shiryu parecía afligido y al borde de la desesperación. Lo comprendía, se sentía en deuda pero no podía pagar—. No puedo creerlo, ¿qué le pasó? ¿Quién le hizo esto? Debo hacer algo, no dejaré que muera...

—Pero Shiryu...

—¡Maldición! Seiya, no puedes morir, tú eres un Santo de...

Shun sintió una fuerte corriente de aire. Algo rápido había pasado frente a sus ojos, algo borroso como una sombra... Le tomó más segundos de la cuenta el notar a Dragón Negro perforando con un dedo el pecho de Seiya. Shiryu tampoco reaccionó, estaba estupefacto.

—¿¡Qué hiciste!? —gritó Shun. Encendió su Cosmos y dejó que las cadenas arremetieran como bestias enfurecidas sobre la Sombra, no pensó controlarlas... pero ninguna de las dos hizo algo, se quedaron quietas, inmóviles en el suelo incluso aunque movió los brazos y las manos—. ¿Qué rayos pasa? Mis cadenas no están reaccionando contra el enemigo.

Dragón Negro ya se había alejado de Seiya, sonreía, pero no parecía una mueca burlesca, si no que era calmada y tranquila. Shun sintió la mano de Shiryu sobre su hombro, una señal de que no atacara.

—Tranquilo, Shun.

—Pero... Shiryu... Él atacó a Seiya y...

—Míralo. No está muerto.

La sangre negra salía del pequeño orificio entre los pectorales de Seiya, y su piel se aclaraba poco a poco, era notorio al compararlo con el resto del torso.

—Fue atacado por la Muerte Negra de Pegaso Negro que contaminó su sangre. Si no fuera por su increíble voluntad, ya habría muerto —explicó Dragón Negro. La sangre salía de su boca y sus piernas se tambaleaban—. Solo las Sombras conocíamos el antídoto; con el golpe que le di, la sangre sucia saldrá a borbotones.

«No puede ser, esta Sombra...»

—¿Por qué lo ayudaste, Dragón Negro? ¿Qué te pasó? —preguntó Shiryu, y vieron al hombre de negro caer de bruces a tierra, ninguno alcanzó a reaccionar hasta que topó el suelo con su rostro ensangrentado—. ¡Dragón Negro!

—Creo que... quería creer en esa amistad de la que tanto hablabas, Shiryu... al menos... al menos una vez... ¿No te parece absurdo? —Esas fueron las palabras finales de la última Sombra bajo las órdenes del líder de Reina de la Muerte.

Shun se quedó en silencio, Shiryu tampoco dijo nada, no se requerían palabras para dar cuenta que ese hombre merecía un minuto de silencio.

 

22:10 p.m.

Shun y Shiryu subieron por la montaña a toda velocidad. Dragón se veía débil pero determinado, el honor de Dragón Negro le había dado nuevas energías. Aunque no estaba seguro, su compañero había decidido que Seiya se quedara recostado. Si alguien podía sanarlo era él mismo. Shiryu lo había golpeado (como su copia sombría) en otros doce lugares del cuerpo, sus puntos estelares, las marcas representativas de las trece estrellas de la constelación de Pegaso, las que tienen una fuerte influencia energética y vital en los Santos. La sangre negra salió en abundancia, y el color de su piel volvió a la normalidad.

“Si aún tiene ganas de luchar, y su Cosmos es fuerte, entonces se sanará sin dudas. Nosotros hicimos todo lo que pudimos, ahora depende de él” le había dicho Shiryu antes de ponerse la armadura y comenzar a correr. Shun lo siguió.

El infierno se apareció de repente frente a ellos con la forma de un hombre cubierto en llamas negras luciendo una armadura oscura, idéntica a la de las Sombras que los atacaron en primer lugar. El miedo y la pena, el dolor y la ira, todo se hizo presente de golpe en sus corazones y almas cuando doblaron una esquina y lo vieron ahí de pie, bajo una nube negra.

—¡Es él!

—Espera Shiryu, déjame hablar primero...

—Shun, no bromees, ese hombre es fuerte y no tiene ningún escrúpulo en el combate, fui víctima de ello. Tu hermano podría derrotarnos en...

—¡No es mi hermano, Shiryu! Ahora voy a comprobarlo. —Las palmas de sus manos dolían mucho, las cadenas estaban más tensas que nunca y él las oía gritar. Creían que si no lo asesinaban morirían ellas, y estaban desesperadas por hacerlo de prisa—. ¡Dime tu nombre o te mataré!

Je, je, je... —No podía ver su rostro, era una mancha cubierta de fuego.

—¡Vamos! Tu nombre, no podré detenerlas mucho tiempo, y si no...

¡Qué cobarde, entonces ataca de una vez! —La voz del fantasma se oía como un eco en la montaña—. Siempre has sido tan miedoso, me repugnas.

—¡Deja de hacerte pasar por mi hermano, bestia del infierno! —Shun soltó la cadena derecha que voló a toda velocidad hacia el rostro del hombre de negro y lo golpeó en el rostro—. ¡Lo tengo!

 

Sintió una presión en el corazón, una fisura en el alma. Le dolía mucho el pecho, empezó a faltarle el aire. Ese hombre estaba muerto.

Ja, ja, ja, veo que tu entrenamiento en la isla de Andrómeda dio pocos frutos, y estaban podridos. —La Sombra apagó las llamas que lo rodeaban y mostró su Manto de tonos violetas y naranjas. Y su rostro... sus ojos azules, no iba a olvidarlos jamás. Tenía la cadena atada en el brazo—. Tanta amabilidad, tantas emociones. Es una enfermedad.

—No puede ser... ¿quién eres tú? Te ves igual a... —Ahora lo veía borroso, las lágrimas corrían desde sus ojos aunque no se sentía apenado. No sentía nada.

—¡Shun! —la voz de Shiryu era tan lejana...

¿Cómo es posible que tengamos la misma sangre? Lo mejor para el mundo es que termine contigo de una sola vez.

—Pero... mi hermano no me haría daño, siempre me protegía. —Sus palabras fueron tambaleantes, no estaba seguro si le entenderían. El hombre que era idéntico a Ikki caminaba hacia él, rodeado por una capa transparente y borrosa.

—¡Shun, ten cuidado! —Vio a Shiryu ponerse entre ellos, y un instante después voló por el cielo nocturno lanzando un grito y vomitando sangre.

—Shiryu... Ikki, ¿por qué lo golpeaste? No me ha molestado...

—Deja de llorar, insecto repugnante —le dijo Ikki con la misma voz grave de sus recuerdos infantiles, aunque solo la oyó desde un lugar.

Ikki encendió su Cosmos, ardía como llamas infernales. Luego levantó el puño y una ráfaga negra atravesó el aire. Shun vio su hombrera izquierda hacerse polvo, la cadena con fin circular se descontroló y la sangre corrió tan rápido como las lágrimas.

—Por favor, no.


Editado por Felipe_14, 23 julio 2015 - 18:11 .

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Publicado 18 agosto 2014 - 10:51

El primer capítulo del villano de turno, que nos mete un poco en el pasado del personaje. Cada volumen tendrá un capítulo único para un personaje con un subtítulo, que será PdV en el siguiente volumen.

 

IKKI

EL FANTASMA DEL INFIERNO

 

22:22 p.m. del 27 de Agosto de 2013.

Qué asco le daban las lágrimas, más que seres vivos destripados, una muestra de infinita debilidad, algo que según sabía solo valía como sacrificio. Lo importante era ser fuerte, lo suficiente como para pasar por encima de cualquiera, ser superior a los demás. El chico vestido de verde era víctima de eso ahora.

Allí estaba su hermano menor, aquel que se pasó la infancia llorando. No había cambiado a pesar de sacrificarse por él, sintió lástima por sí mismo.

«Tuve que vivir un infierno por culpa de este llorón, y ni si quiera se volvió alguien digno al menos para agradecérmelo». El muchacho de ojos verdes se puso de rodillas y extendió los brazos hacia adelante con las palmas boca hacia arriba, un signo característico de sumisión y debilidad. Seguía llorando.

—Ikki, te lo suplico, no sigas haciéndole daño a nadie más. Te propongo un trato: si te doy mi vida, a cambio dejarás de actuar así y les perdonarás la vida a todos los demás. Quizás vuelvas a ser el Ikki que yo conocía...

—Ja, ja. —No podía darle menos que risa. En el infierno había esqueletos más graciosos—. ¿De verdad crees que tu vida vale tanto? Qué patético, a cambio de eso les daré a tus compañeros un minuto de tiempo para escapar... No, que sean tres, eso es lo que vale tu vida, mocoso arrogante.

—Pero, Ikki... Yo causé que fueras a Reina de la Muerte. Yo soy el culpable de esto, así que acaba conmigo, pero no les hagas daño.

—Oh, no deberías recordarme todo lo que viví allí, tú no hubieras durado un solo día; pero allí obtuve a Phoenix, este Manto legendario, y será su fuego el que acabe con tu miserable vida. ¡Prepárate, Shun!

Alzó el puño, había pensado en usar la Ilusión Diabólica, pero luego se dio cuenta que Andrómeda no valdría como marioneta, era demasiado frágil, así que decidió atravesar su corazón.

Una coraza dura como el diamante retrasó sus planes unos momentos.

—¡Shiryu!

—Shun, está bien que sea tu hermano, pero no permitiré que sacrifiques tu vida de forma innecesaria. —Dragón se veía cansado, no duraría mucho...

—Lo innecesario es seguir gastando energías. Les daré una pequeña prueba de mi fuerza. —Golpeó el aire con las manos hacia los lados y la corriente de aire los dispersó. Terminaron estrellándose en la oscuridad contra las caras de la montaña.

No planeó un ataque tan potente, las armaduras de esos dos recibieron grandes fisuras. Eso significaba que se estaba haciendo cada vez más fuerte.

—I-Ikki, ¿q-qué te pasó en Reina de la Muerte? Cuéntamelo, por favor, quiero ayudarte. —El Manto de Andrómeda se estaba cayendo a cuajos, pero Shun seguía tratando de salvar su “alma”. Podría ser gracioso en otras circunstancias.

—¿Qué me pasó? Aprendí lo que de verdad importaba, y me convertí en el hombre más fuerte, el único digno de tener tanto el Manto más poderoso de la Tierra, así como uno de los doce de la élite.

—Pero Ikki, ¿qué clase de maestro tuviste? —Esta vez era el Dragón, era tan tranquilo que lo irritaba—. Puedo notar ese tipo de cosas. No tienes entrenamiento de artes marciales ni de estrategia, y tu aura es tan oscura que pareces un cadáver.

—Es porque lo soy —dijo Ikki, les sonrió y vio en sus rostros las expresiones de la confusión, la angustia y la tristeza. Hizo surgir su Cosmos y los atemorizó; solo eran chiquillos, no eran capaces de entender tanto poder.

—Así que eres un zombi. Muy bien, entonces será divertido acabar contigo, como en una película. —Su voz era desesperante, tan optimista y arrogante que le enfermaba. Seiya de Pegaso siempre había sido un insolente, un irrespetuoso de la autoridad... Y en ese momento, Ikki era la autoridad.

—¡Seiya! —exclamó Shun. Aparentemente Pegaso Negro no terminó bien su trabajo. Tampoco es que esperara mucho, en todo caso.

—Ten cuidado, este hombre es muy fuerte...

—Para todo hay solución, Shiryu, incluso para los muertos vivientes. —Seiya se puso en guardia. Sus brazos se veían fuertes, sus piernas ágiles, y Pegasus estaba en buenas condiciones. Pero el resultado sería el mismo—. Te devolveré al abismo infernal de donde saliste.

—Inténtalo.

—Je, ya no te ves tan espeluznante como antes, y tu voz ya no se oye como de ultratumba, parece que ese truquito de las llamas negras es lo que te hacía tan...

—Desaparece. —La fuerza del Fénix aleteó, forjó un remolino con sus brazos que chocó con Pegaso y lo envió lejos por más que intentó frenarlo. No fue suficiente, jamás lo sería contra él. Su armadura comenzó a trisarse, el yelmo voló en pedazos.

El imbécil se mantuvo en pie.

—N-No me rendiré tan fácilmente... Fue solo una brisa, ahora verás de lo que soy capaz. —Alzó el puño, pero Seiya se tambaleó y cayó de rodillas, enrojecido de rabia—. ¡Maldita sea!

—¿Eso es todo? Ja, ja, veo que la Santo de Plata que te entrenó hizo un gran trabajo, Seiya, la felicitaré más adelante.

—¡Qué te...!

—Espera, Pegaso. Me encargaré de esto, no te metas. —apareció una cuarta voz, una fría y serena, pero que no tenía sentido alguno. Debía haberse apagado hacía casi una hora atrás.

Llegó con su Manto blanco casi inmaculado y su Cosmos encendido, una nevada lo seguía. Tenía un agujero sangrante en el pecho que tornaba de carmesí su peto. Ikki estaba seguro que lo había asesinado, no comprendía nada. ¿Acaso también era capaz de resucitar?

—¡Hyoga, pero...!

—Ya dije, Pegaso. —Había un tono de seguridad tan evidente en esa voz congelada que el futuro se sintió incierto. Imperdonable.

—Veo que también tienes tus trucos, aunque debes entender que no me costará nada volver a matarte, y lo haré cuantas veces sea necesario ya que tengo todo el tiempo del mundo... Soy inmortal... —Dirigió su puño velozmente contra el pecho del Cisne al igual que antes, exactamente donde había quedado el cráter. Su velocidad fue mayor, Hyoga no pudo reaccionar...

Pero chocó con un pedazo de hielo al interior del Manto Sagrado.

—Vaya...

—Así es, sobreviví gracias a la capa de hielo que hay al interior de Cygnus, el cual no puede romperse con facilidad, tal como los glaciares eternos de Siberia.

Las llamas negras lo cubrieran mientras daba pasos hacia atrás. Hasta ese día jamás había fallado. El muchacho rubio merecía una tortura especial, mayor que la de cualquier otro.

—Soy capaz de sacarle el corazón a las personas, pero destruiré tu cuerpo después. Primero acabaré definitivamente con tu mente.

—¿Qué dices? —Vio el temor en los ojos del Cisne, quien recordó lo sucedido y supo lo que iba a continuación. Lo horrorizaba.

—Ya la dañé antes, ahora quedarás convertido en un vegetal, y después te arrancaré el corazón para que dejes de respirar frente a todos estos debiluchos. —Las llamas lo ayudaron convirtiéndolo en fuego a través del aire venenoso, el Cisne no fue capaz de seguirlo cuando apareció tras su espalda.

—¡Atrás de ti, Hyoga! —gritó Dragón, demasiado perspicaz para su gusto.

—¡La Ilusión Diabólica les mostrará a todos tus pesadillas con tu mamita!

Lanzó el golpe con todas sus fuerzas. Su destello oscuro chocó con algo que no pudo distinguir bien, un muro transparente detrás de Hyoga quien golpeó el aire hacia arriba violentamente. Ikki sintió un cosquilleo en la frente y se dio cuenta de todo. El Cisne se volteó para dirigirle una irritante sonrisa.

—¿Por qué no mejor nos cuentas qué te pasó en Reina de la Muerte, Ikki?

—Maldito... no puede ser, yo no debería ser afectado por... ¡Ahhh!

 

***

 

Hyoga desapareció. Las penumbras aparecieron frente a sus ojos como un remolino oscuro que poseía sus recuerdos... los que revelaría cuando el temporal cesara. Una imagen llegó adelante, la de un hombre robusto de torso desnudo cubierto de cicatrices, su rostro estaba detrás de una siniestra máscara roja que representaba al Rangda[1], un demonio del infierno devorador de niños, que dirige su ejército de brujas contra los dioses. Bajó la mirada para encontrarse con sus propias manos (mucho más pequeñas) empuñadas contra el suelo, cubiertas de sangre y lágrimas. Se oyó a sí mismo cuando era un muchacho débil aún.

—Maestro... esto es demasiado... no puedo más...

Por supuesto que no puedes más, aún eres un cobarde débil y emocional, ¡no sirves para nada! —Su voz era grave, resonaba a través de la máscara como un eco de ultratumba, pero ya le entendía—. Hasta que no aprendas a odiar, a dejar de lado toda emoción menos la que va contra tus enemigos, jamás lograrás vencer a ninguno de ellos.

—¿Odiar? Pero se supone que los Santos...

¡Al diablo con los Santos! —Su maestro lo golpeó tan fuerte en el rostro que lo hizo llorar. Jamás nadie se había puesto así por encima de él, ni siquiera en sus peores pesadillas—. ¿¡Qué es lo que no comprendes, huérfano de porqueria!? Es así de sencillo, infeliz gusano: el Santuario es enemigo, los Santos son enemigos, tus compañeros de orfanato son enemigos porque tuvieron un mejor destino que tú sin merecerlo. Tu hermano menor también es tu ene...

«Shun...»

—¡No se atreva a hablar mal de mi hermano! —Trató de golpearlo en la cara, en su rostro de demonio, pero se cubrió de llamas negras y se desvaneció. Apareció de rodillas a su lado, y lo golpeó tan brutalmente en la zona del hígado que supo que le rompió más de tres costillas.

Tu hermano también es enemigo, imbécil. Ódialo, así como a tus padres que no están contigo. También a mí debes odiarme. Solo así te volverás alguien fuerte, nada es más importante en este mundo que la fuerza. El amor, la amistad, el compañerismo, el honor, la justicia, son cosas que ya no funcionan en la Tierra y solo te harán más débil. Querer a otros te hará un blanco fácil, y ellos siempre te traicionarán. Tu hermano lo haría sin pensarlo si estuviera en peligro de muerte, así como también cualquier Santo del Santuario; por eso debes matarlos primero.

—Pero... ¿Cómo...?

Tendrás que convertirte en uno. En esta isla hay dos Mantos Sagrados, y tú postulas para uno de ellos, Eridanus, el río del infierno. Con el tiempo, y con el alma lo suficientemente alejada de los sentimientos humanos, te harás dueño de armaduras más fuertes, y algún día del mundo entero si es necesario. Es lo único en lo que debes pensar.

—Yo... —«Erídano».

Así que te azotaré todos los días durante todos los años que se requieran, te haré llorar y gritar, te haré cosas horribles y desearás estar muerto, ¡y todo por tu bien, chiquillo inmundo! —Lo golpeó una y otra vez, aunque se veía cada vez más difuso. Guilty, guardián de Reina de la Muerte, dio paso a una muchacha de cabellos rubios y ojos de esmeralda, un ángel en el infierno...

 

—¡No, esto no!

—¡Ikki! —gritó Shun, o Seiya tal vez.

Se golpeó a sí mismo la frente. Atravesó con sus dedos su piel, le dolió como mil demonios, pero nada valía tanto la pena... Esos recuerdos se sucedieron rápido en su mente, pero no saldrían de sus labios...

 

—Tu amo es terrible —le había dicho—. ¿Por qué usa máscara?

—Desde que se la colocó se convirtió en un ser casi diabólico... —le había respondido con su voz celestial.

Trató de pensar en otra cosa. No era capaz aún de controlar totalmente a la Ilusión Diabólica, pero podía desviarla, hacerla pasar por otros recuerdos de su mente. Infundió llamas en sus dedos para dirigir el destino.

Se acordó de cómo ella le dijo que, según los mitos que tanto le gustaba leer, los Ángeles, soldados de los dioses, tenían parte de su rostro cubierto ya que una marca en su piel se conectaba con sus almas y los hacía seres divinos. Pero Guilty era distinto. Lo que fuera que ocultara de su rostro lo convertía en alguien demoníaco.

“No, Ikki, no te conviertas en alguien como mi amo, tú tienes un gran corazón y alma llena de bondad y justicia”.

«Maldición».

“No, Ikki...”

«¡Maldita sea!» Ya no pudo controlar lo suficiente el desvío en su mente, pero ya había pasado la mayor parte de lo que deseaba ocultar. El dolor en su frente era infernal, pero recordaba haber viajado ya por las cavernas del inframundo. Vio nuevamente a Guilty, quien durante seis años solo lo golpeó e insultó, jamás le enseñó alguna estrategia de combate o una técnica, ni nada. Solo le decía una cosa: Odia.

—Odia, Ikki, maldición. Pensaba que tenías potencial, pero veo que no. Eres uno más de los debiluchos en la Tierra. Me das asco, no vales nada, Phoenix se burlaría de ti, y creo que hasta Eridanus te consideraría indigno.

—¿Phoenix? —le preguntó una vez más. Una vez se había atrevido a meterse al volcán central de la isla para recuperarse en solitario antes del próximo azote, pero lo atraparon fácilmente las Sombras, los soldados de Guilty que usaban réplicas sin alma de los Mantos de Bronce. Sin embargo alcanzó a ver una bóveda, una gigantesca puerta de hierro en cuyo interior sintió una energía que jamás presenció antes, algo relacionado con la vida y la muerte... Sabía que eso era el tal Phoenix, pero cuando preguntaba, solo le respondían con golpes.

—¡Tú postulas para Eridanus! Aunque tu alma ya está podrida, es igual a la de cualquier espectro o fantasma del inframundo; mientras no odies, no serás capaz de usarla, y menos a Phoenix, un Manto legendario que nadie ha vestido jamás porque está maldito. Solo alguien que venga del mismísimo inframundo podría, tal vez. ¡Y tú no eres más que un gusano!

“Odia, odia...”

“No, Ikki, por favor...”

“¡Hermano!”

Vio los ojos verdes agonizando con el golpe fallido de su amo. Ikki lo esquivó y se culparía eternamente por eso. Ella no tenía la culpa de nada.

Desde ese momento todo cambio para él, sus ojos estaban puestos en su maestro, Guilty, quien le dijo por seis años que odiara. Ya lo hacía, con toda su alma, había fuego alrededor de su cuerpo. Ikki había fallecido, pero estaba escalando desde las profundidades del infierno, subiendo para vengarse de todos. Sentía las cavernas ardientes, las rocas putrefactas, el fuego consumidor eterno atrapándole las piernas, intentando que no huyera. Al mismo tiempo veía a su primera víctima frente a sí...

Niña tonta. Ahora tendré que conseguir otra.

—Guilty... —Fue cambiada por dos sacos de trigo...

Le sangraba la nariz...

Y tú, Ikki, te ves iracundo. Muy bien, pero aún no serías capaz de hacer algo contra mí, chiquillo arrogante, así que ve a tirar el cuerpo al agua y vuelve en cinco minutos para...

Con el primer pestañeo, se vio a centímetros de su maestro, quien trató de dar un paso hacia atrás. Al instante siguiente ya tenía SU corazón diabólico en la mano, y un agujero escarlata en el pecho de Guilty era la muestra de la muerte cercana. Él no sería capaz de escalar de vuelta.

Muy bien hecho, Ikki... ya se te secaron finalmente las lágrimas, je, je... Quizás Eridanus no es para ti...

—Nunca lo fue, imbécil —le respondió, aunque Guilty ya no lo oía.

Ella le dijo con su voz angelical una vez que quería verlo convertido en un fénix, un ave inmortal que siempre renace. Al menos cumpliría con eso.

 

***

—Ikki... —Esta vez era la voz de Seiya, triste y compasiva. Repulsiva.

—Hermano, no puedo creer que hayas pasado por tanto. —Los ojos de Shun volvían a llorar.

—De verdad moriste en Reina de la Muerte. —Shiryu estaba tranquilo aún.

Le enfermaba tanta lástima.

—Ya veo, espero que te haya gustado recibir tu propia técnica, así tal vez lo piensas mejor antes de hacer tantas estupideces. —Hyoga lo había engañado. Había una sola conclusión para toda esa humillación.

Todos debían morir.

El fuego ardió en sus brazos. Las cenizas se desprendieron de sus poros y el Cosmos de los muertos se presentó en la Tierra olvidada por los dioses... Lo que sus Sombras nombraron Aleteo Celestial de Fénix[2]. Era casi una mofa, le había hecho gracia y por eso lo permitió.

No tenía nada de celestial, el Fénix venía del infierno.


[1] Parte del folclor balinés.

[2] Hoo Yoku Tensho en japonés.


Editado por Felipe_14, 23 julio 2015 - 18:13 .

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Publicado 19 agosto 2014 - 17:36

bueno a favor de Ikki  de fenix  se puede decir que tener un hermano como el suyo es

algo desesperante  y concuerdo en que Shun no hubiera durado un solo día


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Publicado 19 agosto 2014 - 21:52

Este Ikki es más tétrico q el del anime y el manga, no me imagino como se va a convertir en un defensor de la justicia, pero sé q nos sorprenderás, sigue así, amigo Felipe!!!



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Publicado 20 agosto 2014 - 22:25

bueno a favor de Ikki  de fenix  se puede decir que tener un hermano como el suyo es

algo desesperante  y concuerdo en que Shun no hubiera durado un solo día

Sí, muy probablemente no hubiera durado mucho, aunque con la influencia de Esmeralda, quien sabe xD

 

 

Este Ikki es más tétrico q el del anime y el manga, no me imagino como se va a convertir en un defensor de la justicia, pero sé q nos sorprenderás, sigue así, amigo Felipe!!!

La verdad es difícil hacerlo cambiar, pero me gustó mucho darle este aire más tétrico, además así lo diferencio bien de los protas ,especialmente el pato.

 

SEIYA VI

 

23:00 p.m. del 27 de Agosto de 2013.

Veía vientos y fuego por doquier, el Cosmos de Ikki había tomado una forma monstruosa y brutal, jamás había sentido algo tan violento en todos sus años de entrenamiento con Marin. Las llamas lo consumían todo a su paso, el infierno se presentó en medio del monte Fuji.

Vio a Shiryu de pie delante de Shun protegiéndolo con el escudo, pero la coraza de jade ya estaba dañada y pronto voló en pedazos junto con Draco; ambos salieron despedidos por los fuertes vientos de energía estrellándose bruscamente contra las rocas y los peñascos. Hyoga resistió un poco más gracias al escudo de Cygnus, pero éste también se destruyó y su dueño cayó por un precipicio, la nieve se desvaneció.

En cambio él se sentía a salvo. Si miraba a sus lados veía a sus compañeros de Bronce derrotados, inconscientes; incluso la armadura de diamantes estaba hecha trisas. Pero si volvía la vista al frente veía un objeto hecho de oro, brillante como el sol, una anomalía en la noche de esa montaña putrefacta.

«No, no es un objeto, sino un ser vivo» se dijo Seiya. Eso le había enseñado su instructora: los Mantos Sagrados también estaban vivos, tanto como sus dueños... incluso como Ikki. Después de lo que vio, se dio cuenta de que lo convirtieron en un espectro contra su voluntad; no podía ser totalmente malvado ya que aún sufría. Y Sagittarius, sin sus alas (las tenían Jabu y los demás, montaña abajo) y con el yelmo juicioso, tenía el arco y la flecha apuntando al Santo de Fénix, quien tenía la confusión marcada a fuego en su rostro. Se había armado completamente solo, uniendo las piezas que habían tenido tanto Santos como Sombras.

—Pero qué demonios... ¿Por qué te protege esa armadura?

—Nunca estuvo destinada a ti, Ikki, sabe que no eres más que un cobarde. —Seiya sintió a Pegasus respirar aliviado con un Manto de rango superior de su lado, entre ellos y el fantasma.

—¿Cobarde, dices? ¡Ja, ja, ja, ja! Esa cosa no te servirá de nada, es un metal inútil sin poder vestirlo. Soy el único capaz de lograr algo así. —El puño de Ikki se acercó envuelto en fuego, quizás era la Ilusión Diabólica, pero no importaba. Lo había visto atacar tantas veces...

Lo evitó agachándose y se levantó con un gancho derecho. La pechera de Phoenix se hizo añicos, al igual que la confianza de Ikki.

—¿¡Crees que eres el único que ha sufrido!?

—No puede ser, ha dañado a Phoenix, el Manto legendario...

—¿Qué te hace creerte tan importante? ¡No eres el único que ha pasado por lágrimas y calamidades! —Lo golpeó esta vez en el rostro, y su casco cornudo se hizo polvo al mismo tiempo.

—¡Imposible! —Ikki, repentinamente más enfurecido que nunca, hizo al ave inmortal aletear otra vez y no pudo bloquearlo, era una energía que abarcaba mucho espacio y Pegasus, ya demasiado dañado por las batallas anteriores, no aguantó más y se deshizo en pequeñas piezas.

«Mi amigo... mi compañero, no lo siento respirar».

—¡Ya basta, Ikki! —Aunque ya no estaba protegido, se aprovechó de la falta de entrenamiento en combate de su oponente y le destrozó una pernera de una patada, acabando con sus átomos tal como le había enseñado Marin. Él, notoriamente incrédulo por la situación que enfrentaba, contraatacó con un puñetazo. El sonido de un fuerte choque hizo callar las llamas negras que cantaban a su alrededor, un escudo hecho de Cosmos se materializó en su brazo izquierdo y se disolvió rápidamente unos segundos después.

 

—¿Q-qué fue eso? El escudo del Dragón, yo lo hice pedazos...

—Shiryu usó el Dragón Eterno, una técnica defensiva. —Giró la vista y vio a su compañero de cabello negro de boca contra el suelo, inconsciente y sin armadura que lo protegiera.

«¿Cuántas veces piensas salvarme la vida, Dragón?»

—No importa cómo sea, ya no le debe quedar Cosmos, te enviaré a una de las Prisiones del Infierno, ¡no podrás escapar! —El puño de Ikki quedó inmovilizado, había algo rosáceo atado a su muñeca—. ¡Tiene que ser una broma!

—La cadena de Andrómeda. —A pocos metros Shun estaba desmayado, una de sus cadenas había desaparecido de su brazo, se había enroscado al de Seiya—. ¿Lo ves, Ikki? Ellos me ayudan también, es la amistad que hemos forjado en estos días... No, incluso desde niños, ¡no es solo Sagittarius quien está de mi lado! ¿No te dice eso algo, cobarde?

—Esto no tiene sentido, incluso sin armadura derroté a todas las Sombras de Reina de la Muerte y a sus dos líderes, tomando su lugar. A ustedes los mandé a volar con mi Aleteo Celestial, ¿cómo puede ser que un chiquillo como tú...?

—Supongo que necesitas más pruebas de que estás perdido. —Separó lo más velozmente que pudo las piernas, el brazo derecho sangró con la fricción tan rápida al moverlo de atrás hacia adelante. Las estrellas fugaces volaron entre las llamas de fuego, Ikki no las vio venir.

«Sesenta, setenta, ochentaidós, noventaiséis, ciento uno...» contó. Ikki no tenía cómo defenderse, Phoenix se hizo polvo en pocos instantes y el joven de ojos azules, malditos por el sufrimiento y la angustia, cayó de espaldas.

 

La cadena de Shun se deslizó nuevamente al brazo de su dueño, y Seiya corrió a socorrerlos y asegurarse que estaban aún vivos.

—Shiryu, Shun, ¿están bien? ¡Respondan! —Los movió bruscamente con los brazos. Tal vez se pasaba, pero era necesario.

—Seiya, tranquilo...

—Por favor... no mates a mi hermano...

No le respondió a ninguno, le bastaba con saber que estaban bien. Suspiró con alivio. Aunque temía por Hyoga, quien había caído por el precipicio, sabía que en realidad no tenía que preocuparse. Conociéndolo, y por las condiciones en que estaba tanto su cuerpo como la armadura de Cygnus, debía haber sobrevivido.

 

El temor lo azotó de repente como un latigazo, el sudor se presentó en su frente y las llamas se encendieron como si se hubiera metido a un horno. Volvió la vista atrás y se encontró con algo ridículo, algo que jamás le enseñaron a enfrentar.

“Si destruyes la armadura de otro Santo, quedará indefenso, es muy difícil que pueda resistir otro golpe, tendrá que rendirse” le dijo una vez Marin, pero jamás mencionó que hubiera un Manto Sagrado que pudiera hacer algo así.

Alrededor de Ikki ardían antorchas negras, flamas incandescentes cargadas de ira y odio. Había ceniza sobre su ropa oscura que comenzaba a tomar forma y a arder como el magma de un volcán. Las perneras, los brazales, la pechera que había roto, el yelmo que había hecho polvo, incluso las cuatro colas del ave de fuego, todo volvía a su sitio original. La armadura se reconstruía por sí sola.

«Claro, por eso es que esta armadura está relacionada con la vida y la muerte; aunque se destruya por completo siempre renace desde sus cenizas como el fénix de los mitos». Le costaba creerlo, pero allí estaba Ikki vestido con Phoenix nuevamente, acercándose con rapidez para agarrarlo de la camiseta. Sentía un calor sofocante, su mano ardía.

—¡No puede ser! La Ilusión Diabólica te había debilitado...

—Así es, Seiya, pero esa técnica no puede destruir por completo los nervios de alguien cuya alma está deshecha—le tomó el cuello y comenzó a asfixiarlo—. Por si te lo preguntas, sí, Phoenix es el único Manto inmortal. Cuando lo vestí por primera vez lo supe, es el más poderoso de los Ochenta y Ocho, nada puede vencerlo, me trajo desde el infierno al mundo de los vivos cuando Guilty me asesinó. Soy el primero lo suficientemente fuerte y digno para manipular su poder, ¿¡lo entiendes, Seiya!?

Antes que le destrozara la tráquea, un destello solar se manifestó con brillos dorados y calor salvador, y empujó a Ikki hacia atrás. Sagittarius, ahora con las alas puestas, aún tenía mucho que decir.

—Él me ayudó otra vez. Podrás usar ese Manto maldito, pero jamás vestirás una armadura de Oro como la del arquero.

—¿Por qué te apoyan? ¿Por qué se ayudan entre sí? Eso solo los convertirá en blancos fáciles, sus compañeros los traicionarán...

—O podemos ser aún más fuertes, algo que encuentro más probable —le sonrió, sabía que perdía el control cuando hacía eso. Volvió a disparar el Meteoro, la técnica con la que había ganado a Pegasus, quien se había convertido en un montón de pedacitos azules en el suelo—. ¡No eres más que un cobarde, Ikki!

—¿Cobarde? —El Fénix, aunque había despertado más fuerte y brillante, no podía manejarse a cabalidad con la mente tan dañada. Ikki intentaba bloquear todos los golpes desesperadamente, pero a cada segundo se le escapaban más.

—Sí, cobarde de enfrentar tus miedos apoyándote en nosotros, cobarde de no aceptar que has sufrido igual que nosotros, ¡cobarde por intentar matar a tu propio hermano! —Le dio un puñetazo en la barbilla que le hizo sentir bastante bien. Si era necesario acabaría con él, pero podían darse otras situaciones...

—¡Nadie sufrió más que yo en Reina de la Muerte!

—Quizás, pero eso no significa que vengas convertido en zombi a llamar la atención tratando de asesinar al mundo... ¡Maldito imbécil! —No sabía de dónde venía tanta fuerza pero estaba funcionando, incluso si no llevaba a Pegasus consigo. Ikki se estampó ruidosamente contra una de las caras de la montaña, de la que empezaron a caer algunos escombros como lluvia gris.

—No puedo creerlo...

—Termina ya con esto, Ikki, ¡con un demonio! —De repente sintió como las lágrimas se agolparon en sus ojos, aunque no entendió por qué. Se acercó al Fénix, cuyas llamas ardían como diminutas velas... Estaba inmóvil, con los ojos cerrados.

—Amistad, amor, compañerismo, honor, justicia...

—¿Ikki?

—Mis hombres muertos, no sentí nada con eso. Traté de acabar con Shun, y con mis compañeros de infancia. Tampoco sentí nada aunque eso me haría el más poderoso. Entonces... ¿por qué estoy perdiendo?

—Ikki, no lo entiendes. Lo que viviste, lo que te enseñaron... no sé si fue lo adecuado, te convertiste en un ser casi muerto con un Cosmos oscuro como nunca ha existido. Pero debes entender que si usas a Phoenix es por algo, creo que muy en tu interior tú tienes...

—No lo digas.

—Tienes aún un corazón. Sufre, pero lo tienes. —No entendía por qué decía todo eso, le salía desde el alma; había algo en los ojos de Ikki que le hacía saber que lo oía atentamente, no había tretas—. Mi maestra me dijo que los Ochenta y Ocho Mantos Sagrados velan por el bien de la humanidad. No dijo Ochenta y Siete, así que Phoenix cuenta. Vio algo bueno en ti, y tal vez por eso te trajo de la muerte.

—Pero eso...

—¿No lo ves? Dragón, Andrómeda... Siento también a Unicornio, a Lobo, al Oso, todos ellos de un solo lado. Todos fuimos criados en el mismo lugar, en cierta forma somos hermanos y no debemos... —Estaba hablando como Shun, pero tendría tiempo después para burlarse de sí mismo—. No debemos pelear entre nosotros.

Una piedrita cayó en su cabeza y tuvo que hacerse a un lado para esquivar una más grande. Sintió la tierra temblar bajo sus pies y el calor aumentó en el aire nocturno que se hizo más pesado. Ikki seguía inmóvil y sus llamas apagadas, no era él.

—¿Qué está pasando?

—Un terremoto —dijo Shun, acercándose con ayuda de Shiryu.

—No. Un Cosmos impresionante, gigantesco, está generando todo esto.

—¿Pero quién es?

—Largo —cortó Ikki. Todos se volvieron hacia él y quedaron estupefactos al ver las lágrimas. Eran pequeñas gotas esfumándose en sus mejillas a medida que aparecían, evaporadas por el fuego en su Cosmos.

—¡Hermano!

—Largo, dije, antes que mueran también.

El monte Fuji era un volcán dormido desde hace casi cuatro siglos, pero estaba a punto de hacer erupción nuevamente, cargado por el Cosmos de alguien desconocido que quería enterrarlos vivos. Las rocas se desmoronaban, el fuego en la cima ardía, el magma se aparecía en la tierra pero Ikki estaba impávido.

—¿También?

—¡Pero Ikki!

—Quizás sí soy un cobarde como dijiste, Seiya. No sé qué me pasa, pero siento que es lo correcto, que no tengo opción. Ya morí una vez, esta será la definitiva así que quiero hacerlo bien. —Ikki sonrió. No fue un gesto diabólico como antes, pareció gentil. Cerró los ojos y se dejó consumir por el fuego, su Cosmos se incendió como madera en las brasas, su piel ennegreció y sus cabellos se tornaron rojos.

—¡Hermano!

—¡Hay alguien allí! —Esa le pareció la voz de Jabu, pero no logró verlo. Sus ojos estaban puestos en un hombre cerca de la cima desde donde salía el fuego, vestía una armadura plateada como la luz de la luna. El caos comenzó seguido por una fuerte avalancha que bajó a toda velocidad a atraparlos. A devorarlos.

—¡Váyanse! —Ikki extendió las manos y su energía se expandió a todos lados con una potencia inimaginable.

Seiya fue arrastrado hacia abajo lejos de la nieve, las rocas de fuego y el magma.

—¡No, por favor hermano, no me dejes de nuevo! —suplicó Shun.

—¡Sobrevive! —gritó Ikki antes de desaparecer bajo la tierra desarmada por el terremoto. Pronto comenzó a desvanecerse entre sus llamas.

El Aleteo Celestial los estaba impulsando, iban directo hacia el precipicio. Un fuerte brazo de oso salvó a Seiya a tiempo cuando el cielo se cubrió de estrellas de fuego que brotaron del volcán buscando diversas presas. Entre ellas, un destello dorado se apresuró a una dirección desconocida.


Editado por Felipe_14, 23 julio 2015 - 18:14 .

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#70 carloslibra82

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Publicado 20 agosto 2014 - 23:11

Espectacular, me emocionó tanto como el clásico. Está basado en el manga, cierto?? Entonces el del manto plateado debe ser Misty. Esperando el siguiente capítulo!!



#71 Patriarca 8

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Publicado 21 agosto 2014 - 19:26

pobre Ikki,concuerdo en que fue un capitulo muy emotivo


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Publicado 22 agosto 2014 - 16:56

Me alegra que haya provocado esas emociones :D Gracias por los comentarios

 

SHAINA II

 

01:50 a.m. del 28 de Agosto de 2013.

No pudo dormir, de nuevo soñó con ese mocoso insolente que se atrevió a mostrarle compasión, a tratarla como un ser humano débil, y no como la guerrera que era, digna y orgullosa.

 

***

 

En esa ocasión, cinco años atrás, volvía de una difícil misión en Polonia. Llegó cansada al Santuario junto a sus compañeros y se retiró a un bosque cercano para limpiar sus heridas. Se miró en el agua de una laguna y se remojó la cara, la sangre manchaba su rostro, pero el peor daño lo tenía en el brazo quemado; tardaría más de lo normal en sanar.

—¿Estás bien? —Tenía un pésimo acento griego.

—¿Qué demonios...? ¿Quién eres y qué haces aquí, niño? —No lo había visto venir, supuso que estaba demasiado agotada.

—Vamos, déjame verte. —Tenía inocentes ojos café, una mata desordenada de cabello castaño y una sonrisa traviesa pero gentil. Desesperante.

—¡No te atrevas a tocarme! —Sintió una punzada de dolor en el momento en que movió el brazo, y el chico se lo sostuvo con delicadeza. Se arrancó una tira de tela de su pantalón y envolvió con cuidado su brazo, remojándolo cada diez segundos. Pudo herirlo allí mismo por entrometerse donde no lo habían llamado, pudo hacerlo cuando le dijo que descansara y que esperaba volver a verla, o cuando se dio media vuelta para alejarse tarareando una canción... pero no lo hizo. Jamás lo hizo.

«Maldito seas, Seiya». Ese niño había crecido para obtener un Manto Sagrado que no le correspondía, Dante era más digno, hasta Cassios lo era. Así que miró las estrellas del firmamento nocturno para preguntar a los dioses sus motivos para hacer las cosas. «¿Qué tiene ese chiquillo de especial?».

 

***

 

Sin razón en particular miró a lo lejos, al monolito desde donde el Sacerdote del Santuario predecía el destino. Arriba había un pequeño pero importante Templo donde solo ese hombre podía estar, se decía que tenía un lugar de oración, un observatorio de astronomía, una biblioteca y...

«Biblioteca». Quizás podría aprovechar su desvelo para seguir su investigación. Después de todo, no fue elegida parte del grupo para asesinar a los Santos de Bronce.

En el Santuario de la diosa Atenea había tres bibliotecas en total, una era de tan limitado acceso como la del Monte Estrellado y estaba en el Templo del Ánfora, era la colección personal de un Santo de Oro. La tercera era la biblioteca pública, hacia donde se dirigía, en el lado oeste del Santuario, y cuyo acceso se le tenía permitido a cualquier integrante del mismo.

Un centro con la típica estructura helénica de mármol se construyó cerca del bosque Dodona; una estatua de Atenea de unos dos metros de alto sobre el techo, equipada con una lanza, daba la bienvenida a los visitantes. El edificio tenía tres pisos de los cuales el primero, con la puerta de entrada, estaba en el subsuelo. Se accedía luego de bajar por una escalinata de piedra blanca. Había siempre dos guardias en la puerta, pero esta vez un tercero conversaba amistosamente con ellos. Lo conocía bien, incluso le parecía que Cassios estaba bastante interesado en ella, aunque Shaina no le diera mayor importancia.

Le pareció curioso recordar al Santo de Oro dueño de su biblioteca, ya que justo en ese momento sintió un agudo frío en el cuerpo, se le erizaron los vellos de la piel y posteriormente lo vio salir por el portón enfundado en una larga capa dorada, llevando varias copias de libros bajo el brazo. Shaina sabía que eran copias, eran conocidas las acostumbradas visitas de Camus, uno de los doce Santos de Oro, a esa biblioteca para transcribir los escritos e incrementar su propia colección en su hogar casi en la cima de la montaña. Era un témpano, y como era habitual, pasó entre los soldados con cortesía gélida despidiéndose con un ligero movimiento de la mano libre. Si vio a Shaina, no dio muestras de ello.

—Buenas noches —saludó. Gracioso, tenía que admitir que hasta ella era más efusiva que el guardián del Ánfora.

—¡Oh, señorita Shaina! ¿Q-qué le trae por aquí? —preguntó el grandulón, y los otros soldados, aunque se irguieron rectos e hicieron el disciplinado y protocolar saludo a un superior, no pudieron evitar una risa por lo bajo.

—¿A qué vendría a una biblioteca, Cassios, si no es para leer?

—Pero es tan tarde que... —se calló al notar que habló demasiado, desvió la cabeza a un lado y quedó expuesto el agujero donde antes había existido una oreja, la que Seiya cortó.

—Vamos, acompáñame, estos tiene que vigilar, no cuchichear —dijo Shaina. En realidad no estaba segura de querer compañía, pero Cassios sabía muchísimo del Santuario, podía serle útil con la información.

 

Bajaron por la escalera con una antorcha encendida que tomaron de la pared, y entraron. Adentro solo había algunas velas encendidas, pero eran capaces de ver todo el esplendor de una de las más importantes fuentes de conocimiento del mundo. Había libreros en todos lados, pergaminos enrollados y otros colgados de las paredes, un busto de la diosa protectora de Atenas sobre un pedestal al centro de la sala. Alcanzó a leer algunos títulos: Historia de Guerra, Sueño de Atenea, Odín, Napoleón el conquistador, Titanomaquia, Círculo de Satélites, Ángelus, y varios otros.

Detrás de un gran mesón de pino negro en el ala oeste se hallaba leyendo quien esperaba encontrar, una vieja amiga.

Una de las pocas.

—Yuli.

—Oh, hola Shaina. —La muchacha, vestida con ropas de entrenamiento rojas, dejó el manuscrito que tenía en las manos y puso atención a los recién llegados. Tenía largo cabello plateado a pesar de sus dieciocho años, ojos vibrantes y celestes, y una figura alta y delgada. Nunca tenía ojeras a pesar de que a duras penas dormía. Siempre estaba allí o en el observatorio, era una de las oficiales auxiliares del Santuario, se encargaba específicamente de los aspectos astronómicos, enviando informes de movimientos estelares, lunares y planetarios al Sacerdote para que éste los estudiara y enviara predicciones de vuelta, un trabajo que habían hecho todos los Santos de Bronce de Sextante antes que ella. Por eso era normal encontrarla allí, estudiando manuales y planos del cielo; se podía decir que era también la encargada no oficial de la biblioteca, desde que el titular había muerto hace más de diez años en el norte de África—. ¿Qué necesitas?

—El Libro Dorado, ¿sabes dónde está?

—Por supuesto.

Tardó un par de segundos en traerlo. Era uno de los libros más grandes que se podía encontrar, tenía más hojas que cualquier otro, lo que le hacía pesadísimo a pesar de que casi la mitad estaba en blanco. Contenía la biografía, logros y hechos más importantes de cada uno de los Santos de Oro que habían pasado por el Santuario desde la era mitológica, escrito personalmente por el Sumo Sacerdote a cargo guiado por la voz de Atenea.

«Ja, Atenea». A veces le costaba creer que la diosa de la sabiduría viviera en el Santuario, en carne y hueso, ya que nunca la había visto. Milo llegó un día diciendo que había escuchado su voz durante la pequeña intervención bélica en Asia de Eris, la diosa de la discordia, tres años atrás, pero no verla era un constante desafío a la fe de los Santos. Oírla no era suficiente.

Abrió el grueso manuscrito sin saber dónde encontraría lo que buscaba. Entre las primeras páginas escritas con letras tan brillantes como las Doce armaduras de élite había personajes famosos como Hélico de Sagitario, el primer hombre en usar un Manto de Oro, y otros de sus contemporáneos; al correr cientos de páginas de una vez se encontró con Ionia de Capricornio, legendario por su longevidad; DeathToll de Cáncer, un personaje (por decirlo de una forma) complicado en la historia de los Santos; Krest de Acuario, no tan longevo como Ionia... Pero aún le faltaba mucho por llegar con el que buscaba. Leyó el nombre Muu y dio con la generación actual.

 

Sagittarius, Aiolos (1977-1997) Griego. Guardián del Templo del Centauro desde 1990 hasta 1997; fue el creador de la técnica Quiebre del Infinito[1], la cual sería estudiada por expertos desde su primer aparición por el intenso calor que irradiaba durante su ejecución; fue el líder del contraataque a la fallida rebelión del Ejército del Sol en 1993, Egipto; encargado solitario de impedir el resurgimiento del gigante Tifón en 1995...

 

Había varios más datos y decenas de batallas menores pero importantes, que se hacían extraños de leer. Después de todo, Aiolos solo estuvo siete años en el cargo. Pero al llegar casi al final de la página, los tonos heroicos del contenido dorado cambiaron bruscamente.

 

Intentó asesinar a la diosa Atenea horas después de llegar a la Tierra en forma de bebé, el 1º de Septiembre de 1997; y al fallar en su misión, trató de secuestrarla agrediendo al Sumo Sacerdote Sion en el acto. Fue asesinado durante la persecución posterior a manos del Santo de Oro Shura de Capricornio. Desde ese día se le conoce como Traidor.

«Vaya, interesante». No decía nada más, la siguiente página tenía información ya sobre su asesino, no se mencionaba que su cuerpo jamás había sido encontrado ni que su Manto de Oro había escapado.

—Sinceramente, señorita, creo que hay Santos mucho más interesantes que ese traidor inmundo —dijo Cassios, asomándose por sobre su hombro. Entre los guardias no era muy querido el nombre de Aiolos, al cual durante la persecución jamás pudieron ni siquiera ver.

—¿No te parece extraño que no se mencione nada sobre su cuerpo? Nadie lo encontró jamás.

—Probablemente se lo devoraron las aves de rapiña, o quizás Shura lo dejó en pedacitos, aunque no quiera admitirlo.

—Es uno de los Santos con más honor aquí, no seas idiota.

—Ah, sí, tienes razón.

—¿Por qué Aiolos haría algo así? Un hombre que peleó durante poco tiempo en tantas batallas saliendo victorioso, alguien de quien se rumoreaba sería candidato a Sumo Sacerdote cuando éste se retirara...

—A nuestro líder aún le falta bastante tiempo. Dicen que tiene más de dos siglos de edad, pero se ve bastante bien —sonrió el hombretón.

—Sí, bastante... —Había algo que faltaba en el rompecabezas, una pieza que no coincidía pero que no alcanzaba a distinguir. Le frustraba admitir que Marin o Algol darían con esa respuesta con más facilidad.

En 1997 era una niña de cuatro años, pero durante sus primeros días en el Santuario se enteró de algunos de esos rumores. ¿Por qué querría el Sumo Sacerdote un sucesor en ese año si después seguiría dieciséis más en buena forma? De los que se hablaba eran...

—¿Quiénes eran los candidatos en esa época? Según los rumores.

—Oh, el Traidor era uno, por supuesto. Y Saga. Pero claro, eran los únicos que superaban los dieciocho años en esa época; el Tigre llevaba años sin responder un solo llamado desde el Santuario.

—¿Saga, eh?

Saga de la constelación de Géminis. En su página la información se detenía coincidentemente (y muy misteriosamente) en 1997, ya que desde ese punto solo hizo pequeñas apariciones públicas. Se había vuelto alguien muy solitario, salía poco o nada de su templo; Shaina recordó verlo solo una vez, muchos años atrás.

«Así que tenemos tres posibles sucesores a Sumo Sacerdote en esa época, uno no ponía un pie en el Santuario desde hacía años, otro se vuelve un ermitaño serio y solitario, y el último se muere». Era un tema interesante sin duda, aunque no aclaraba tampoco la desaparición misteriosa de la Victoria, la estatuilla que descansaba en la mano de la gigantesca estatua de Atenea en la cima, a la que se le atribuían supuestas cualidades casi mágicas, y que se esfumó el mismo día.

De repente se fijó en una estantería en particular, su subconsciente debió haber dirigido sus ojos hacia allá. Atenea, diosa de corazón humano decía la portada con letras blancas. Conocía ese libro, registraba biográficamente a las mujeres que habían sido reencarnaciones humanas de la diosa en la Tierra, aquellas que hasta habían escogido un nombre humano. Corrió a abrirlo y buscó la última hoja: Sasha, la joven líder de los Ochenta y Ocho durante la última Guerra. No había nada después.

«La actual Atenea no tiene un nombre humano, ni siquiera aparece en público como si lo hizo en el pasado, en otras reencarnaciones». Recordó unas palabras que su maestro le mencionó durante los primeros años de su entrenamiento: “Los Santos de Bronce se encargan del exterior, son la primera línea de ataque y defensa; los Santos de Plata son los expertos de la guerra, rodean las inmediaciones del Santuario y salen a las misiones principales, escoltan a la diosa desde las lejanías preocupados más de las potenciales amenazas; los doce Santos de Oro siempre deben estar junto a Atenea, o cerca de ella. Forman la última y casi infranqueable línea de combate”.

Doce junto a Atenea, pero no parecía problema que tres Templos estuvieran vacíos y que la diosa nunca apareciera. Los doce Mantos de Oro siempre buscaban a la diosa de la justicia, aunque ahora uno de ellos parecía estar en Japón...

«No puede ser...»

—¿Sucede algo, señorita Shaina? —Cassios le tocó el brazo con suavidad y ella se apartó sin brusquedad, se había quedado bloqueada en sus pensamientos.

—No, nada, creo que ya me voy a dormir, estoy muy cansada. Aunque antes... ¿Sabes algo sobre lo que ocurre en Japón con los siete chicos de Bronce?

—Ah, dicen que nadie sabe el paradero del Cisne, quizás el inútil de Seiya siga vivo, pero dicen los rumores que se encontraron decenas de cadáveres de hombres de Reina de la Muerte en una montaña en Japón. Parece que era verdad eso de que escaparon de la isla y fueron hacia allá.

—Y ahora los Santos de Plata tenemos el turno. Acabar con simples chicos de Bronce cuando con uno solo de nosotros bastaría.

—El primer equipo tiene a cuatro Santos, no sé tampoco por qué tanta necesidad y prisa —dijo el gigantón antes de despedirse con torpeza, sin quitarle los ojos negros de encima.

 

Al pasar cerca de la montaña, Shaina miró nuevamente el Monte Estrellado donde se predecía el futuro. Solo el Sumo Sacerdote podía estar allí, era el lugar con la mayor cantidad de información en el planeta.

—Yuli, ¿puedes predecir el destino? —preguntó a la chica que la acompañaba, pues vivía en una cabaña cercana. Parecía ser que al fin se había decidido a salir y dormir un poco.

—No, solo envío y recopilo información del movimiento astral. Únicamente el Sumo Sacerdote sabe interpretar esos datos.

—Y luego te reenvía esa información para que la repartas entre los Santos.

—Sí... en teoría ese es mi trabajo, ¿verdad? —La muchacha bajó la cabeza con un dejo de tristeza.

—¿Qué ocurre?

—Bueno, creo que el Pontífice no me considera muy buena en esto, si te soy sincera. Sextans debió tener buenos compañeros antes. —Yuli miró hacia atrás, a la Caja de Pandora colgada a su espalda, con ojos entrecerrados y cristalinos a la luz de la luna creciente.

—¿Por qué lo dices?

—Bueno, ya llevo cuatro años como Santo. Como sabes, soy una de las más jóvenes en vestir un Manto Sagrado en la historia, pero en ese tiempo el Sacerdote me ha reenviado muy pocas veces esa información. Por eso no he podido entregarle a muchos de ustedes datos sobre su futuro posible, supuestamente mi trabajo más importante desde que llevo esta armadura.

—¿Pocas veces? Pero el Sumo Sacerdote siempre pasa allí arriba. ¿De cuántas estamos hablando? ¿Tres veces al mes? ¿Dos?

—Unas... diez veces en estos cuatro años.

—¿Qué dices?

Bien, ya parecía un hecho. Algo raro ocurría en el Santuario y en Japón hallaría las respuestas. No importaba si tenía que encontrarse con el chiquillo otra vez. Si era necesario, ella misma de encargaría de asesinarlo.

 

«Seiya... maldito seas, ¿qué tienes de especial?»


[1] Infinity Break en inglés.


Editado por Felipe_14, 23 julio 2015 - 18:15 .

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#73 carloslibra82

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Publicado 23 agosto 2014 - 02:12

Vas perfilando muy bien la historia, amigo mío, resultando bastante más coherente q en el anime. Era lo más lógico q todos pensaran q el patriarca seguía siendo shion, no uno nuevo como en la serie. Esperando los siguientes episodios!!



#74 Patriarca 8

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Publicado 23 agosto 2014 - 11:22

vaya ese capitulo me parecio bueno ya que nos permite saber como van las cosas en el santuario,tambien me agrado el cameo deYuli de Sextante

 

esperando el proximo capitulo


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Publicado 27 agosto 2014 - 19:41

Gracias por los comentarios :D

Ahora un capítulo de "transición" que da inicio al próximo arco.

 

SAORI IV

 

11:15 a.m. del 28 de Agosto de 2013.

—¿Así que simplemente escapó? —les preguntó. Saori pensó que los Mantos Sagrados actuaban muy extraño a veces.

—Se elevó por el cielo ya armada, se esfumó en la oscuridad —explicó Jabu.

—Eso es porque se vio cerca, ¿no es así? Me refiero a las piezas, estaban muy cerca unas de otras.

—Tal parece.

Nachi, sentado en uno de los sillones, tomó la palabra después de un minuto de completo silencio.

—¿Y ahora? Acabamos con las Sombras e incluso con su fantasmagórico lí...

¡Ejem! —tosió Shiryu. Shun, apoyado en el muro en un rincón, bajó la mirada tristemente.

—Ah... bueno, el... eh... todas las Sombras fueron derrotadas. Sí, eso, y Hyoga desapareció. ¿El Santuario dejará esto así como así nada más?

—Imposible —respondió Seiya—. El hombre que provocó el derrumbe era un Santo de Plata. Lo que quiere decir que la noviecita de Shun tenía razón, les toca a ellos intentar matarnos por “romper los votos”.

Tal parece que intentó subirle el ánimo a Shun con esa pequeña bromita, pero no lo logró, aún estaba cabizbajo. June le puso una mano en el hombro sin sonreír tampoco. «Vio morir a su hermano, quien había pasado por un infierno, poco después de reencontrarse con él, es como si muriera por segunda vez. Pobre Shun...» Le dolía mucho que sufrieran, pero parecía ser el destino de todos ellos. Saori estaba decidida a hacer lo posible por evitarlo.

—¿Entonces qué hacemos? —preguntó Ichi, rascándose la calva.

Todos miraron a Shiryu. El joven de largo cabello negro se sonrojó un poco al percibir tantas miradas, carraspeó y comenzó a pensar y dirigir como había hecho últimamente. Lo escucharon atentamente.

—Creo que primero deberíamos comunicarnos con el Santuario y explicar lo que realmente sucedió. Pero, claro...

—Nos matarían apenas llegáramos —completó Jabu.

—Exacto.

—Podríamos enviar una carta —aventuró Geki.

—¿Una carta? ¿Algo como un correo electrónico? —preguntó Seiya.

—No, una carta.

—¿Quién diablos usa cartas en esta época?

—El Santuario.

—No sé escribir cartas.

—Lo sabemos.

—Bien, bien, basta —interrumpió Shiryu, sonriente, mientras todos reían—. Antes que nada, Saori, me gustaría saber tu opinión sobre el Santuario.

«Vaya, chico inteligente, qué pregunta más directa».

—¿Mi opinión? No es como si yo tuviera mucho que ver con el Santuario.

—Aun así, has sido víctima de la influencia del Sumo Sacerdote y las batallas entre Santos. —Shiryu la miraba penetrantemente con ojos verdes. Era alguien astuto, tal vez sospechaba algo—. ¿Cuál es tu opinión?

—Mi difunto abuelo visitó Atenas hace varios años, aunque según recuerdo dijo que no llegó en un buen momento. —Le temblaban las manos mientras hablaba, estaba a punto de decirles muchas cosas. Más de las que querría, pero menos de las que debería.

—¿Buen momento? ¿Cómo es eso?

—Parece que había habido una pequeña rebelión al interior del Santuario que no terminó muy bien.

—Ah, ya sé de lo que hablas —interrumpió Seiya—. Es sobre el Traidor, uno de los más famosos personajes en la historia del Santuario, se supone que trató de matar a Atenea de bebé y no le resultó... Aunque claro, creer eso sería aceptar que esa diosa sea una humana.

Saori sintió una puntada en el estómago.

—¿Un Santo trató de matar a un bebé? —preguntó Shiryu, la incredulidad estaba intensificada en su tono de voz como un coro.

—Sí, un Santo de Oro: Aiolos. Era el hermano mayor de Aiolia, un guardia del Santuario amigo mío. Era el dueño de Sagittarius. —Puso su mirada, llena de juicio, directamente sobre ella—. No lo mencioné antes, pero es muy extraño que tengas la armadura del Traidor; y al final tampoco nos explicaste cómo fue que Mitsumasa Kido dio con ella. El único que podría habérsela entregado es el mismo Aiolos, y no está en condiciones de decir nada, así que, ¿quién le dio la armadura de un muerto traidor a tu abuelo? Y otra cosa, ¿por qué no quieres que la devolvamos? El Sumo Sacerdote me entregó a Pegasus, es un buen hombre y...

—¡No lo es! —exclamó Shun. Estaba al borde de las lágrimas, Saori podía sentir su aflicción como si fuera propia—. Ni el Sumo Sacerdote es buen hombre, ni el Santuario nos ayudará.

—Ellos destruyeron la Isla de Andrómeda, mataron a nuestros compañeros y a nuestros amados maestros porque sentían algo raro en el Santuario y no respondían sus llamados desde hace casi dieciséis años —explicó June con rapidez, parecía que se sacaba las palabras del alma—. Por eso causaron una masacre de la que solo Shun y yo sobrevivimos, a duras penas.

—June...

—Era momento de decirlo, Shun.

Se hizo un largo silencio, ninguno parecía saber qué decir. Saori aún estaba en deuda de responder a las preguntas de Seiya, pero se sentía tan frágil, tan niña... Tenía miedo de la reacción de esos muchachos si les decía toda la verdad, la cual apoyaba completamente a Shun y June. Shiryu saltó a culminar el incómodo momento con su solemnidad característica.

—Mi maestro fue un Santo una vez, tampoco respondió a los llamados del Santuario hasta que se retiró, así que me consta que algo raro pasa allí. El Sacerdote debe haberse dado cuenta de las extrañas circunstancias de nuestras peleas; el Santo de Plata debió descubrir los cuerpos de las Sombras, y habrá visto volar a Sagittarius, así que creo que están tras la armadura. O quizás... —Shiryu volvió a fulminarla con la mirada—... algo más. Pero seré sincero, hasta que no tengamos certeza de lo que ocurre en Atenas, o de los reales motivos detrás de que quieran asesinarnos, preferiría no entregarles a Sagittarius.

—Ni siquiera está con nosotros, Shiryu.

—Pero está de nuestro lado, por eso te protegió, Seiya. Así que por ahora apoyaré la decisión de Saori. Jabu, Ban, Ichi, Nachi, Geki, ¿podrían ir a buscar información en los alrededores, o en lugares cercanos al Santuario? Están en mejores condiciones que nosotros, pero deben tener cuidado. Dense prisa en volver.

—Soy discípulo de Retsu, el más afamado Santo de Bronce en el Santuario —dijo Jabu—. Podría tratar de comunicarme con él.

—A ver cuánto pasas lejos de tu princesita —se burló el Santo de Pegaso.

—Imbécil.

—Yo debo reparar a Draco, supongo que Pegasus también necesita arreglos, ¿no es así, Seiya?

—Bueno, no quiero molestar, pero es verdad que el pobre está hecho polvo.

—No se repararán solas como las demás armaduras, están en condiciones horrendas, ni siquiera las siento respirar. Solo hay una persona en el mundo capaz de reparar algo así, según mi maestro: un ermitaño llamado Muu que vive en lo más profundo del Tíbet. Le llevaré ambas armaduras para que las arregle.

—Gracias, amigo.

—Y Shun, tú debes descansar. Quédate tranquilo hasta que todo esto pase.

—¿Eh? Pero los Santos de Plata...

—Yo me encargaré de eso, tonto —dijo June, apoyando su codo en el hombro de su amigo. Habían sufrido tanto, pero seguían manteniendo la sonrisa.

—Y yo también. Aunque no lleve armadura soy capaz de pelear. Pero claro, lo haré de lejos para no interrumpirlos. —Seiya sonrió como un bufón y los demás rieron. Eso mantenía las preguntas incómodas lejos.

—Un día voy a necesitar golpearte, Seiya —dijo Shun.

 

14:50 p.m.

Shiryu partió una hora después con las dos pesadas cajas de Bronce sobre la espalda, y Jabu junto a los demás un poco después. Saori decidió acompañar a Seiya, Shun y June al orfanato Niños de las Estrellas.

Le parecía adorable ver a las niñas amontonarse para estar cerca del Santo de Andrómeda, y June jugaba bastante bien al fútbol con los chicos, eran momentos que debían aprovechar antes de que llegaran nuevas batallas. No eran jóvenes normales, tristemente nunca tendrían la vida de un adolescente común, así que si podían reír, jugar y olvidarse de los problemas, aunque fuera por unos minutos, Saori creía que valía totalmente la pena.

—Supongo que ahora sí me dirás todo. —Seiya interrumpió sus sueños y pensamientos apareciéndose como un fantasma detrás de ella, quien estaba sentada en una banca cerca de la capilla.

—Seiya... —Le parecía un chico apuesto, alegre, osado y vivaz, pero en ese momento se asemejaba a un enemigo—. Por favor, no sigas.

—Solo quiero saber la verdad. Ahora estamos solos, así que no ocultes nada.

Saori titubeó unos segundos. Esperó, observó las castañas que tenía por ojos el muchacho frente a ella. No tenía una expresión iracunda ni juiciosa, simplemente no tenía ninguna. Se decidió finalmente.

—Escucha... Aiolos, el hombre que llaman Traidor en el Santuario, fue quien le entregó el Manto de Sagitario a mi abuelo antes de fallecer. —Consiguió decir gran parte de su secreto de una sola vez, no el asunto más importante quizás, pero era para sentirse orgullosa.

Vio una deformación en el rostro moreno del chico.

—¿Qué? Espera... ¿¡Qué!?

—¿Pasó algo, Seiya? —preguntó Shun, escondido a lo lejos.

—No... ¡Oigan niñas, ahí está Shun, detrás del árbol! —Las pequeñitas se abalanzaron nuevamente sobre Andrómeda, jalándole del cabello y tocándole la cara mientras él se ruborizaba genuinamente incómodo—. Je, je, je, ingenuo... Como sea. ¿¡Qué!? ¿Cómo es posible si nadie encontró el cuerpo de ese hombre?

—Pues, por eso. Mi abuelo lo enterró, aunque te seré sincera, juro por su alma que no me dijo dónde. De verdad.

—De acuerdo, el dinero logra muchas cosas, pero eso es demasiado... ¡Ja, ja, ja, ja! —Seiya se puso a reír repentinamente, con alegría, y Saori sintió su corazón latir más fuerte, aunque con cierto alivio.

—¿Qué pasa?

—Es que, bueno... Es todo tan misterioso alrededor de ese tipo, un Santo de Oro legendario que de un día para otro se vuelve malo, luego muere, luego un playboy multimillonario lo entierra, luego éste también se muere, y finalmente el Sacerdote (quien también sería malo) no lo puede encontrar por dieciséis años. Tampoco a su armadura, la que se mueve por sí sola, pero no regresa al Santuario. No me digas que no te parece graciosísima la situación.

—¿Por qué?

—Porque si todo eso fuera cierto, Aiolos sería el bueno —contestó con la boca torcida en una enorme U—. Por algo su armadura me protegió, y eso haría que Shun y June también tuvieran la razón, cosa que por supuesto no les voy a reconocer. Y lo peor, tú también tendrías la razón, cosa que tampoco pienso admitir.

Seiya, sin dejar de sonreír, se sentó junto a ella y miró a los niños jugar. Se veía tan tranquilo, puro y... «Se ve bien» terminó diciéndose. Por alguna razón que Saori no lograba comprender, se sentía maravilloso que ya no pareciera estar enfadado con ella. Tomó valor para decirle otra cosa de su corazón que no dejaba de latir con fuerza.

—Seiya, sobre Seika, no te he dicho cuánto lo lamento, su muerte fue...

—No está muerta, Saori. Siempre está conmigo.

—¡Seiya, señorita Saori! —saludó de repente Miho, una de las profesoras en el orfanato. Era una chica muy cálida y amigable que conocía desde hace años, pero que le hablaba con respeto por ser su “jefa”.

—¿Qué cuentas, Miho? —preguntó Seiya.

—Me parece bien verlos así, no tienen que estar siempre peleando. Y... Seiya, me preguntaba si... tal vez querrías... —Vio como le temblaron las manos, cosa que a Saori le pasaba a menudo, no iba a negarlo.

—¿Qué?

—¿Ir a la playa? Es bueno que descanses bien antes de volver a la sangre y todo lo demás, tal vez el agua te puede ayudar —dijo ruborizada.

—Hm... sí, ¿por qué no? Nunca está de más romper algunos cuantos castillos de arena. ¡Nos vemos, señorita Kido! —se despidió agarrando bruscamente de la mano a Miho, y juntos se alejaron corriendo.

«No alcancé a contarle todo. Pero está bien, al menos ya me habla».

Vio a Shun y June acercarse a ella y se preguntó si debía decirles. Hasta ese momento solo Ichi estaba informado... No, aún no era tiempo. Debían descansar, no preocuparse más. Y ella también debía relajarse.

Su destino era tal vez más cruel que el de los jóvenes Santos.


Editado por Felipe_14, 23 julio 2015 - 18:15 .

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Publicado 28 agosto 2014 - 20:40

al parecer los protas secundarios del clasico aparecerán con mayor frecuencia en tu fic

,me pregunto si tambien pasaran las doce casas

 

 


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Publicado 29 agosto 2014 - 17:26

Sí, serán un poquito más importantes, es que nunca entendí por qué desaparecieron tan de repente durante esta etapa en el Manga, además de darle un poco de protagonismo a June, quien se lo merece (creo). Pero tampoco es para exagerar, no van a cruzar las doce casas, no es para tanto xD

 

SEIYA VII

 

15:30 p.m. del 28 de Agosto de 2013.

El mar era gigantesco, abarcaba la mayor parte del planeta, pero no se sentía insignificante como decían los filósofos. Mientras más se adentraba en esa agua cálida y cristalina, pensaba en lo que se venía: muchas batallas contra Santos de Plata que buscaban asesinarlos. Trató de no hacerlo, pero no podía detenerse y relajarse como un humano normal. Desde que el Sumo Sacerdote le entregó a Pegasus... No, antes, desde que Marin lo tomó como aprendiz esa mañana de junio seis años atrás, su vida ya estaba destinada al combate.

Al salir, vio a Miho en la orilla mirando el horizonte, descalza y con una corta minifalda para sentir el agua. Seiya tal vez moriría en batalla y ella estaría triste, pero a veces no había opción, aunque esperaba evitar de alguna manera que sufriera mucho. No sabía cómo. Si moría, sería de manera horrible, ya se había enfrentado una vez a una Santo de Plata, y aún con todos sus esfuerzos apenas logró hacerle un rasguño (y ella ni siquiera estaba intentando matarlo porque iba en contra de las leyes del Santuario). Ahora que lo consideraban un rebelde, no tenían por qué frenar todo su poder. Lo harían pedazos.

—¿Cómo está el agua, Seiya? ¿Te sientes más relajado?

—Sí, Miho —mintió—, gracias por traerme aquí.

—No hay problema, me siento bien cuando tú estás bien. —Se sonrojó como siempre—. Y claro, Seika también lo estaría.

—Lo sé, ella está con nosotros siempre, en espíritu; y tú aquí, en carne y hueso. Hasta me dan ganas de no lanzarte al mar, pero lamentablemente es algo inevitable.

—¿De no...? ¿Qué? ¡Seiya, suéltame! —gritó Miho, y se rio mientras la arrojaba al agua como cuando eran niños. Ella era una chica normal pero muy bondadosa, siempre le había apoyado incluso cuando era un mal chico; era la mejor amiga que se podía tener. Se merecía ser feliz, por lo que hacerla reír era lo mínimo que podía...

 

Sintió repentinamente un escalofrío recorrer su espalda al recibir un chapoteo de agua lanzado por Miho en su cara. Ella se tambaleó y tropezó, pero él alcanzó a agarrarla. Su abrazo se sintió nervioso sus manos en su pecho temblaron. Miho debió notar en su rostro la expresión del miedo y la angustia, no era la misma sensación que producía Ikki, sino que era una presión de poder, algo inmenso que lo aplastaba como si le dieran el trabajo de levantar el mismísimo firmamento.

—Seiya, me siento mal. ¿Q-qué pasa? —le preguntó sin dejar de temblar, con los ojos cerrados y la voz afligida, ahora agarrada de su cuello como si temiera que el mar la absorbiera.

—Vete, Miho. Ve al orfanato con Saori y los demás, no regreses a este lugar hasta mañana. Te quiero mucho, eres una buena amiga.

—¿Seiya?

Seiya la convenció de irse de la forma más persuasiva y efectiva que encontró en esa situación; después la despidió y le prometió que volvería al orfanato. Ella se fue dejando una estela de lágrimas en el aire pesado, tal vez al suponer que era otra mentira. Quizás no era seguro, pero sí muy probable. Pero daría todo de sí mismo.

 

El hombre apareció caminando por la playa cuando Seiya se puso la camiseta nuevamente. La gente comenzó a irse quizás por instinto mientras lo veían pasar, tenía un Cosmos tan impresionante que ni siquiera se quedaron los tontos de siempre a tomar fotografías o grabar con sus teléfonos.

Recordó de pronto que no llevaba a Pegasus, Shiryu la cargaba hasta el Tíbet para repararla, y soltó una risita cuando pensó en las bajas probabilidades que tenía de vencer. Cuando las arenas quedaron desiertas con excepción de ellos dos, se fijó bien en el Santo de Plata. Era alto y fornido, de piel blanca, con ondulado cabello rubio y ojos azules dotados de orgullo sobre una nariz afilada y levantada. Su armadura tenía gruesas hombreras decoradas como el resto con detalles en rosa y púrpura; partes puntiagudas en los brazales y perneras que abrigaban sus extremidades íntegramente; y un par de anillos en los antebrazos. Tenía un peto de cuatro piezas conectado a través de una serie de placas sobrepuestas con un cinturón de dos correas cruzadas; y cargaba una larga capa blanca e inmaculada en la espalda.

—¿Eres Pegasus? —preguntó con voz llena de imponencia, grave y sonora.

—Sí, ¿y tú eres...?

—Él es Lacerta Misty. —Esa voz la reconoció. Miró hacia la roca grande que había a su izquierda donde antes hubo niños arrojándose arena. Sentada encima había una Santo de Plata de rizado cabello rojo que llevaba una hombrera doble solo en el hombro izquierdo mientras el otro quedaba descubierto, una pegada a la piel y la otra inclinada hacia arriba; alas de plata en la espalda unidas a la placa del torso que se doblaba para dar espacio a los senos, separados por una pieza delgada y romboide; una hermosa falda que asemejaba estar hecha de plumas de plata que llegaban hasta los muslos, desde donde salían las largas perneras decoradas con gemas azules; llevaba una pañoleta de tela rosa atada a la cintura, un gorjal con forma de cruz en el cuello; y un yelmo de cabeza de ave bajo el brazo protegido con una pieza sumamente pegada a la ropa azul bajo ella. Un antifaz cubría como siempre sus ojos, y pero no sabía si era parte del Manto Sagrado. No acostumbraba a llevarlo puesto.

—¡Ma-Marin! Pero acaso... ¿tú también estás...?

—¿Preguntas si vino también a matarte? En teoría, sí, pero yo me encargaré de eso en su lugar, para evitarle la carga de matar a su discípulo —explicó Misty—. Pero no lo dudes, ella lo haría sin vacilar si yo no hubiera llegado aquí antes.

—No, imposible, Marin jamás me...

No podía creerlo, pero su instructora no decía nada, ni para desmentir ni para corroborar lo que el Santo de Plata de Lagarto decía. Estaba inmóvil y en completo silencio, observando la futura contienda.

—Bien, la verdad es que hoy vas a morir, es el destino que han marcado las estrellas para ti, pero no se han puesto de acuerdo en el cómo —dijo Misty, cerrando los ojos con un dejo de tristeza bastante irritante—. Traté en el monte Fuji y saliste de alguna forma, pero no podrás escapar de tu destino más tiempo. Ni tú ni tus compañeros, ¿está claro?

—¿Tú fuiste el que provocó el derrumbe que mató a Ikki entonces?

—Las opciones son dos, en este caso —fue la respuesta del Lagarto, sin hacer caso a la pregunta—. Puedo asesinarte personalmente, o puedes suicidarte con honor. ¿Serías tan amable de escoger, Pegasus?

—¿Qué dices? ¡Debe ser una broma! —Seiya trató de golpearlo con todas sus fuerzas. Antes de pestañear vio a su objetivo al frente. Después, todo era oscuridad, sentía la arena entrando a su nariz, agolpándose contra su cuerpo. Lo habían derribado a una velocidad impresionante y, al tratar de levantarse, le pusieron un pie en la nunca.

—Qué tonto. Me dio la impresión (quizás me equivoco) de que escogiste la primera opción. Te daré la oportunidad para que lo reconsideres. —Le aplastaba la cabeza con calma, sentía que se la podía reventar con poco esfuerzo.

«Yo... ¿morir así nada más? Seika estaría avergonzada».

—¡Jamás! —gruñó desde el suelo, y la arena se metió en su boca.

—¿Qué dices? ¿Decidiste sabiamente por la segunda opción?

—¡Cállate, lagarto inútil! —No supo cómo, pero sacó fuerzas de flaqueza que hicieron a Misty volar por los aires cuando golpeó el aire hacia arriba. Aterrizó sin problemas en la arena, ni rasguños ni molestias visibles, pero ya era algo.

—Ya veo, optaste por ser asesinado. Comencemos, entonces. —Misty sonrió con aires de triunfo.

Pero siempre había opciones.

Seiya desplegó el Meteoro que su maestra, la única testigo de la batalla, le había enseñado; pero para su sorpresa ninguno de los golpes llegó a su meta. Era extraño, no era como si los bloqueara o evitara, como habían hecho respectivamente Shaina e Ikki, sino que simplemente no lo alcanzaban. Se esfumaban en el aire como si toparan con una membrana invisible, algo que no reconocía, diferente al muro de hielo que creaba Hyoga. Misty solo había movido rápidamente los brazos una vez.

—¿Qué pasa? Ninguno de mis golpes te...

—Por supuesto que no. Parece que no entiendes, así que lo explicaré con lujo de detalles. Soy un Santo de Plata, tú un Santo de Bronce que ni siquiera lleva su armadura; la diferencia entre nosotros es tan amplia como la que hay entre el cielo y el infierno, no puedes llegar a pensar siquiera en la posibilidad remota de golpearme.

—Hablas como si fueras un ser superior o algo así...

—Lo soy. Hasta el día de hoy nunca he sido golpeado, ni siquiera durante la Titanomaquia recibí un solo puñetazo, tampoco durante la pelea de las Dríades. La victoria más hermosa es aquella que se da sin recibir daño, sin siquiera una gota de sangre del oponente en el cuerpo, y ese es mi estilo de combate. No te mataré a golpes como lo haría Marin, eso podría mancharme de tu sangre de Bronce, y no me daría una victoria perfecta.

—Pero qué demonios...

—No te dejaré huir. Te verás obligado a pelear o a suicidarte, y si intentas lo primero, morirás del cansancio y la frustración, cuando ninguno de tus... ¿cómo los llamas, Marin? ¿Meteoros? Je, je, ninguno de esos me alcanzará. Por eso, no importa si mis oponentes son de Oro, Plata, Bronce o gente sin armadura.

—Qué tipo más arrogante, ¡me tienes harto! —Seiya sintió a alguien tomándole el brazo y lo jaló con fuerza hacia atrás. Dolorosamente. Dedos cálidos y suaves, pero extremadamente potentes—. ¡Ah, Marin! ¿Qué haces?

—Seiya, no tienes oportunidad contra un Santo de Plata como Misty, no lo intentes. Es una orden —le dijo con voz seria y determinada. Hablaba en serio.

—Pero, ¿quieres que me rinda? ¿Qué me suicide así sin más?

—¿Lo harías?

—¡Por supuesto que no!

—Entonces lo siento mucho, Seiya.

 

De un rápido movimiento ella se acercó y le perforó el pecho. Seiya vio sangre salir a borbotones del orificio en su peto, pero no sintió miedo ni dolor... solamente oscuridad y una profunda tristeza. Su espalda chocó contra la arena y las sombras se apoderaron del alcance de sus ojos; la muerte se avecinaba...

Pero no. Sin dolor, pronto se dio cuenta de lo que sucedía. Ella era una experta en eso, él nunca aprendió el truco. En medio de la oscuridad se relajó, tranquilizó sus fuerzas y ánimos, y analizó sus probabilidades de vencer. Tenía una nueva opción y debía mantener la cabeza fría.

Oyó una conversación cercana. Marin le dijo a Misty que el trabajo estaba terminado y debían volver con sus compañeros. Lagarto contestó que se quedaría allí a solas unos momentos más a decir unas palabras por el alma del joven que acababa de asesinar. Luego, después de segundos en que estuvo inmóvil, sintió el Cosmos de Marin alejarse lentamente hasta desaparecer...

—Maldita tramposa, podría haberla asesinado si no tuviera que hacer otra cosa en este momento. Soy el líder de este escuadrón de Plata, no se lo perdonaré. Pero primero... ¡Levántate, mocoso!

Seiya sintió que lo jalaron bruscamente y luego lo alzaron por el aire. Al caer a la arena notó su pecho y peto intactos, sin rastros de sangre. Marin era capaz de muy buenas ilusiones y técnicas mentales.

—Me dio una segunda oportunidad y no la desperdiciaré. Ahora estoy más tranquilo, puedo vencerte.

—¿En serio piensas eso? Ni siquiera has podido tocarme un cabello, chocarás tus Meteoros contra mi Cosmos casi divino y te morirás del cansancio; ni una gota de sangre se derramará.

—Otra vez con eso, ¿temes ensuciarte? ¿Qué clase de guerrero eres?

—Aquel que obtiene victorias hermosas y perfectas, claro.

Seiya volvió a lanzar su técnica, pero los disparos azulados chocaron de nuevo contra algo invisible que había delante de Misty, aunque no veía nada allí... hasta que notó una corriente de aire. Realizó ciento treintaidós golpes en el segundo en que el Lagarto levantó sus dedos índice y corazón.

Un fuerte tornado atrapó a Seiya, lo levantó y lo hizo girar sobre su eje.

—Este es el Agujero Negro[1], no suelo usarlo más que en los entrenamientos con mis compañeros de Plata o contra enemigos muy fuertes, como unas momias que enfrenté hace unos años. Pero debo apresurarme antes que Marin se me escape.

—¿¡Qué le harás!? —logró preguntar al interior del torbellino, le hacía varios cortes en su cuerpo tornando roja la piel. No era capaz de diferenciar a Misty de una piedra en medio del mar.

—Asesinarla, por supuesto, de manera violenta. Nadie se burla de mí, y ella lo merece por proteger a un rebelde, su discípulo. ¡Ha engañado al Santuario!

Misty lo dejó caer, Seiya chocó de boca y la arena bajo su rostro se tiñó de rojo. Estaba débil, todavía no se recuperaba totalmente de la pelea con Ikki, pero la fuerza que había obtenido durante esa guerra debía estar presente aún, debía ser capaz de usarla. Sintió al Lagarto acercarse lentamente y esperó unos segundos, inmóvil...

Se levantó de golpe para darle un puñetazo en la cara, pero el Santo de Plata lo evadió con facilidad y luego le pateó el estómago.

—¡Ah! Maldición...

—Je, je, buen intento... pero qué... ¿Qué es esto? No puede ser, ¡qué asco! —exclamó el Lagarto al ver su Manto Sagrado antes inmaculado, plateado como la luna llena, ensuciado con la sangre que se había desprendido del brazo de Seiya. También un poco había caído en su cara, y Misty corrió al mar a tratar de limpiarse.

—¿A dónde vas, cobarde?

—He sido mancillado —dijo mientras se lanzaba agua al rostro, desesperado, después de quitarse la parte superior de Lacerta y dejarla en la arena—. Nadie debería ser capaz de hacer eso, el cuerpo que me dieron los dioses solo es inferior al de la diosa Atenea. ¡Maldita sea!, ya no podré obtener una victoria hermosa y perfecta...

—¿Qué rayos...?

—Te asesinaré, Pegasus, juró que lo haré. —Elevó su Cosmos intensamente, mirándolo con furia y orgullo roto desde la orilla del mar—. El salir de esto sin daño aún me da la ventaja, los dioses están de mi lado.

Seiya no dejó que se pusiera nuevamente las partes del Manto en la arena, atacó con todo el poder de su Meteoro pero el rubio reaccionó poniéndose de pie y alzando las manos, una sola vez. Logró dar ciento cincuenta golpes en un segundo antes de que el Agujero Negro lo elevara por los cielos nuevamente y lo dejara caer ruidosamente a tierra. Misty rio, seguro de su superioridad...

 

Pero había algo distinto.

—¡Ah! ¿Qué demonios es esta cosa? —Misty de Lagarto se llevó una mano al estómago desprotegido, la marca de un puñetazo en su camiseta, y luego palpó el correr de la sangre saliendo de sus labios confundidos—. Imposible...

—Tú eres capaz de manipular las corrientes atmosféricas, un truco que una vez mi maestra mencionó que algunos Santos podían hacer. —Durante la ilusión de Marin había recordado también algunas de sus enseñanzas, vaya que era útil incluso ir perdiendo—. Mueves las manos a gran velocidad generando un vacío en el aire, creando un muro invisible que repele todo. O casi todo, más bien.

—No, he recibido un golpe, jamás había sentido esto... ¿Qué es esto?

—¡Se llama dolor, Misty! Los verdaderos hombres luchamos recibiendo ese dolor. La sangre en nuestros cuerpos es la marca de una pelea intensa, las cicatrices son medallas de honor. Siempre has huido de eso, razón de que ahora te esté ganando.

—¿Ganando? No me hagas reír, solo me diste un golpe aprovechando que no llevo puesto a Lacerta, pero cuando lo haga...

—¡No te daré tiempo para eso!

Disparó una vez más. Estaba cansado, pero Seiya descubrió que la velocidad de puñetazos por segundo no había disminuido. No sabía de dónde salía tanto poder pero supuso que Seika era la respuesta, su alma le brindaba el apoyo que requería. Misty contraatacó con el Agujero Negro, una técnica que ya no hacía mucho daño.

 Lagarto claramente dependía más del temor que producía su gran Cosmos para que los oponentes se murieran de cansancio o se suicidaran; pero al descubrir cómo funcionaba el truco gracias a Marin, Misty había perdido todas las ventajas.

El Agujero Negro reaccionaba según el tipo de ataque enemigo. En ese caso en particular, la dispersión del Meteoro en muchas direcciones. Solo tenía que modificar eso con una técnica que entrenó en Grecia pero que no había llegado a hacer debutar. Era el momento. Concentró su Cosmos en su puño derecho sin dejar de contrarrestar el ataque rival, y calculó los distintos objetivos que tendría su Meteoro en el próximo segundo. Luego unió la fuerza dispersada en un solo objetivo al centro del muro atmosférico delante del Santo de Plata.

—¡Imposible! ¿Está resistiendo mi ataque? Un simple Santo de Bronce no debería aguantar tanto daño, menos al no llevar un Manto Sagrado.

—El miedo que tienes a la derrota será lo que te lleve a la muerte, Misty, no se huye de las marcas de una batalla, ¡se reciben con orgullo! —Arrastró el brazo hacia atrás y contuvo un momento el Agujero Negro con la mano izquierda. Con rapidez, Seiya gatilló e hizo viajar las estrellas fugaces a un blanco único, generando un solo rayo de luz azulado.

—¿Qué es eso? ¡No puedo desviarlo! —Los dedos de Misty temblaban con esfuerzo, fallando en su intento.

—¡Esto es un Cometa[2], Misty!

Atravesó con facilidad la barrera atmosférica adaptada a un ataque disperso y luego su mano chocó contra el estómago de Misty, arrastrándolo varios metros. El rojo brotó de sus labios profusamente al no llevar protección, debía tener dañado un par de órganos internos, pero juntó fuerzas para sonreír una última vez.

—Quizás... quizás sí tenía miedo de ser lastimado, aunque no has obtenido una victoria hermosa ni perfecta, Seiya...

—Si no me hubieras subestimado tanto, quizás habría pasado algo más lógico, ¿no crees? —Le dolía el cuerpo, pero al menos había hecho algo bueno por Marin, su maestra. Cayó al suelo pensando en eso.

 

 

 


[1] Mavrou Tripa en griego.

[2] Suisei en japonés.

 

***

Ahora, este debe ser junto a Daidalos el peor de mis dibujos (al menos en cuanto a Plata), pero igual lo pongo jajaja

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Editado por Felipe_14, 23 julio 2015 - 18:16 .

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Publicado 30 agosto 2014 - 13:08

el dibujo no es tan mal en comparacion al otro

 

 me agrado el detalle que seiya derrote con cierta facilidad a ese plateado tan particular, sin tener que usar su armadura y que demuestre un poco de inteligencia para variar XD


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Publicado 31 agosto 2014 - 15:31

Sí, bueno, lo entrenó Marin, algo tenía que quedarle en el cerebro, no? xD

 

Ahora un capítulo bastante largo.

SHUN V

 

17:00 p.m. del 28 de Agosto de 2013.

Justo cuando Miho les dijo que Seiya estaba en peligro, sintió un Cosmos muy grande en dirección hacia la playa, y junto con June no tardaron en correr allá. Dejaron las Cajas a cuidado de una preocupadísima Saori, y se pusieron sus Mantos Sagrados antes de partir. Chamaeleon era de un color verde amarillento, tenía hombreras con púas y perneras que cubrían hasta las rodillas desde donde salían piezas extra que cubrían los muslos por los lados; los brazales alcanzaban el codo y se componían de cuatro placas unidas por correas verde oscuro, del mismo tono que la larga pieza de escamas cuadradas que unía el cinturón con el peto;  incluía un látigo extremadamente resistente que podía extenderse varios metros y dañar órganos internos con una fuerte vibración aplicada sobre la piel, incluso sin herir gravemente la misma.

La playa se veía desierta a primera vista, como esperaba dejara la gente frente a una pelea entre Santos; solo había una bandada de gaviotas volando tranquilamente en el cielo azulado sin nubes. Cuando se adentraron en la arena, notaron dos cuerpos recostados sobre ella, cerca de unos roqueríos. Ambos inmóviles. Inconscientes. Uno de espaldas y el otro, boca abajo. Reconoció perfectamente al primero.

—¡Seiya! ¿Estás bien? ¡Reacciona, Seiya! —gritó, pero no hubo respuesta. Su compañero aún respiraba, afortunadamente.

—Aún está vivo, en cambio este otro no —informó June, quien se había arrodillado al lado del otro cuerpo, un joven rubio con la cara deformada por un gran puñetazo, que aún tenía piezas de armadura en las piernas y brazos, aunque teñidas de rojo. Pero su color original era blanco como la luna llena.

—Es un Santo de Plata, no puedo creerlo.

—Significa que Seiya lo derrotó. Mira, por allá están las demás piezas de la armadura. —June indicó con el dedo una zona de arena donde partes del Manto ya eran cubiertas por el oleaje marino. No pudo reconocer a qué constelación pertenecía.

—Ya han comenzado a perseguirnos, June, quizás es el mismo que nos atacó en el monte Fuji.

—Es posible.

De repente, una extraña presencia llamó su atención y la de sus cadenas que se tensaron de inmediato, hiriéndole las manos.

—Oh, ¡mira eso, June!

 

Estaba ocurriendo algo imposible, jamás había presenciado algo parecido: el mar se estaba partiendo en dos.

Las aguas se separaban hacia los lados y dejaban un corredor de tierra como en un mito bíblico; algunas algas quedaron enterradas, descansaban inertes en la arena húmeda de color negro. El océano estaba abriendo un camino para que un hombre avanzara por allí.

Su Cosmos era enorme, tanto como él, quien medía fácilmente dos metros de altura. Tenía una horrenda cicatriz sobre un párpado y un hueco en lugar de su ojo izquierdo, el otro era azul como el mar durante un atardecer; tenía cabello negro enmarañado y rasgos duros, con una nariz gruesa y una amplia barbilla con pocos vellos. Bajo la armadura no llevaba camisa, se le veían las innumerables cicatrices de batallas pasadas. El Manto Sagrado de Plata tenía una aleta en el brazo derecho y un escudo en el izquierdo; era gris, pero más oscura que la del cadáver, con detalles florales de color negro.

Cuando tocó la arena, el mar se unió nuevamente acompañado de un fuerte retumbar como el grito de un gigante, y pronto volvió a la tranquilidad, tanto el oleaje como el brillo del sol sobre la transparencia azulada.

—¡Ustedes! ¿Qué han hecho? —gruñó con voz grave. Puso sus ojos en June y en el cuerpo a sus pies—. No puede ser, ¿¡es acaso Misty!?

Avanzó en un parpadeo, se arrodilló y palpó el cuello de su compañero. Cerró los ojos y su cuerpo tembló, su Cosmos resplandeció como una llama celeste, y lanzó una fuerte maldición al comprobar que ya no había vida.

—¡¡¡Con un demonio, malditos seaaaaan!!!

—¿Quién eres? —preguntó June, siempre más impulsiva que reflexiva.

—¿Ustedes hicieron esto? ¿Asesinaron al líder de nuestro escuadrón? —Hizo caso omiso de la pregunta de June y se levantó con el Cosmos ardiendo. No les quedó otra que ponerse en guardia, la presión que ejercía el hombre era increíble.

—No, no fueron ellos —dijo otra voz a sus espaldas. Shun no lo sintió llegar, y June aparentemente tampoco—. Pero de igual forma deben ser asesinados.

El segundo Santo de Plata traía una larga capa blanca. Una cabeza de galgo cubría su cabeza, y otra moraba en su pecho sobre el peto triangular; era el patrón común de la armadura, el cinturón no solo era uno, sino que incluía tres en relieve al interior del borde color vino tinto; lo mismo ocurría en las enormes hombreras dobles y puntiagudas, y en los brazales decorados con dibujos hermosos y formas circulares blancas. Tenía largo cabello negro y alisado, penetrantes ojos verdes bajo pobladas cejas, rasgos finos, con un mentón afilado y pómulos alargados. Parecía más tranquilo ante la situación que su compañero, de hecho, a Shun le pareció que el hombre los miraba demasiado, sintió como si hurgara dentro de su alma.

—¿Quién fue, entonces? —preguntó el grandote con voz de trueno.

—Ese joven que está tirado allí —explicó su compañero—. De acuerdo a estos chicos, se llama Pegasus Seiya. Ya sabes, el discípulo de Marin.

—Ya veo, ¿pero cómo es posible que un Santo de Bronce venciera a uno de Plata y saliera vivo?

«Un momento, nunca le dijimos que era Seiya, ¿qué está pasando?»

—Nada fuera de lo normal, niño. —El hombre de cabeza de perro le sonrió, había respondido a la pregunta que se hizo en su mente.

—Im-imposible.

—¿Quiénes son ustedes? —se atrevió a preguntar nuevamente June con el látigo firmemente sujetado con sus manos.

—Yo soy el Sabueso, Asterion de Lebreles —respondió con tranquilidad el misterioso Santo de Plata—. Y él es el Monstruo de mar, Mozes de Ceto. Amigo, estos dos muchachos también están condenados por el Santuario.

—¿Bajo qué cargos?

—Shun de Andrómeda y June de Camaleón son rebeldes que trabajaban junto a Caph y Daidalos en la Isla de Andrómeda. Lograron escapar de Aphrodite.

—¡Ja, ja! Sí que debe estar enojado el Pez... —Mozes rio y pareció olvidar por un instante su ira.

—Más aún, Andrómeda tiene doble cargo de rebeldía en contra, ya que peleó contra sus compañeros de Bronce hace unos días. Me queda claro que el Cisne no cumplió con su deber.

—¿Acaso lees mi mente? —preguntó Shun finalmente. No podía entenderlo, era demasiado extraño.

—Asterion es el más raro entre los Santos pero no importa mucho, chico, pues aquí van a morir. —Mozes se arrojó sobre él, y Shun desplegó las cadenas de forma defensiva formando círculos concéntricos en la arena a su alrededor; se extendieron en un radio de metro y medio.

—Esta es la Nebulosa[1], quien la pise recibirá una descarga eléctrica de diez mil voltios, sin excepción. Debes alejarte.

June, por su parte, utilizó de inmediato su técnica contra Asterion, el Látigo Mimético[2]. Golpeaba con el arma a su oponente y después, gracias a las vibraciones que recorrían su cuerpo, podía recibir información sobre sus puntos débiles o zonas más flojas, como un radar.

El problema era que Asterion, con los ojos cerrados, esquivaba cada ataque de su compañera, sonriendo mientras lo hacía.

—¿¡Qué demonios pasa!? Es como si adivinara mis movimientos, no puedo atraparlo, ¡mi látigo no debería fallar!

—Sí, tienes razón, je, je.

—Si leyeras la mente sabrías que Shun y yo no somos traidores, tampoco nuestros maestros lo fueron.

—Ustedes saben que sus maestros no respondían a los llamados del Sacerdote, y se basan en que lo que ellos les decían: que nuestro líder es malvado, pero no se han cuestionado si es verdad. Podrían estar equivocados.

—¿¡Qué!? —June retrocedió al escuchar las palabras del Sabueso.

—¿Y qué hay de lo otro? —preguntó Shun. Mozes no había entrado a la Nebulosa, aunque no se veía temeroso, sino que parecía estudiarla, con una mano sobre la barbilla y los ojos entrecerrados directamente en el suelo—. No luchamos entre nosotros por motivos personales, sino porque las...

—...Sombras los atacaron. Ellos utilizaron la Ilusión Diabólica sobre algunos de sus compañeros, lo que les hizo defenderse y pelear entre sí. Lo comprendo, y es útil saberlo al fin, pero lo que debieron hacer fue reportarlo al Santuario. Y no lo hicieron porque desconfían del Sumo Sacerdote. Como ven, todo lleva a eso.

—Si mi maestro no confiaba en ese hombre, entonces yo tampoco lo haré. —Daidalos de Cefeo era un hombre de honor, y uno de los Cuatro de Oro Blanco; sabía por qué hacía las cosas.

—¡Como quieras, niño! —Mozes dio un gran brinco a pesar de su tamaño, se evidenció su intención de atacarlo por encima. Grave error.

—¡Mozes, la cadena es aún más poderosa ante ataques aéreos! —informó Asterion. No cabía duda, era capaz de leer el pensamiento y las memorias.

—¡Ok, gracias por el dato! —diji el Ceto en medio del aire, y descendió sobre Shun con el escudo, de forma triangular, por delante. Lo hizo resplandecer y Mozes se convirtió en una estrella fugaz.

—¡Maldito tramposo! —exclamó June, la vio atacar, pero Shun tuvo que poner atención en su dilema y la perdió de vista. Solo alcanzó a ver a Asterion multiplicarse, decenas de Sabuesos rodearon a la muchacha.

Las cadenas se arrojaron con bríos potentes hacia arriba, directo a perforar al bólido que estaba a punto de estrellarse. Vio brotes de sangre desde el meteorito, pero no se detuvo, y pronto una mano gigantesca se le enroscó alrededor del cuello. Mozes sangraba por todos lados, su rostro cuadrado y velludo derramaba sudor rojo, pero no parecía importarle.

—Te presento al Bombardero Propulsor[3], Andrómeda. —Con una brutal fuerza inhumana, Mozes lo arrojó bruscamente muy alto al aire, desactivando la Nebulosa de paso. Shun no podía controlar su cuerpo, ascendía girando como si estuviera atrapado en un torbellino muy violento, semejante al chorro de agua que lanza una ballena antes de tomar aire.

«No puedo liberarme, este tipo va a...» Vio con horror a Mozes esperándolo abajo con el puño elevado y cerrado. Con esas manos que parecían tener la fuerza de las olas oceánicas lo destrozaría en partes, quebraría su columna o quizás le reventaría el cráneo. De cualquier forma sería fatal.

 

Las cadenas de sus brazos, aquellas que no tenían mentes que leer, llegaron al rescate. Se extendieron y enterraron en la arena, lejos de Mozes, y lo arrastraron hacia allá apenas agarró velocidad.

Cayó con brusquedad, pero al menos estaba entero.

—Ja, ja, ja, se te escapó una presa, Mozes, ¿cuántas veces te había pasado? —Asterion había dejado a June inconsciente en el suelo, y le sonreía a su compañero. Sin importar cuán fuerte fuera el contrincante (June en este caso), era imposible pelear contra alguien que adivinaba todo lo que ibas a hacer.

—Nunca me había pasado, amigo. —Ceto estaba furioso, su voz transformada debido a hablar con los dientes chocando entre sí. Parecía verdad lo que decía—. ¿Acaso me pasará lo mismo que a Misty?

—Ya le pregunté al cuerpo de nuestro líder: se confió demasiado, por eso fue derrotado. Además, evidentemente Marin no lo ayudó, sino que lo traicionó.

—¡Ah! —Mozes puso una mueca de asco—. ¿También lees la memoria de los muertos? ¿Qué clase de cosa monstruosa eres, Asterion?

—Solo el último pensamiento, Mozes. Y Recuerda que eres el monstruo. ¡Vaya! Ahora que lo recuerdo, el mito del Ceto dice que fue enviado por Poseidón a devorar a la princesa Andrómeda de Etiopía, ¿o me equivoco? Parece cosa del destino. ¡Acaba ya con ese chico antes que llegue algún Perseo a salvarlo!

«Al igual que Andrómeda, sobreviviré al Ceto» pensó Shun. Se dispuso a pelear hasta que vio a Mozes acercarse a June. «No, no te atrevas».

La agarró del brazo y estuvo a punto de lanzarla hacia arriba; las cadenas no llegarían a tiempo... Pero aparentemente sí una mujer que salió de la nada y le sujetó el brazo al gigantón. Una joven de cabellos rojos con un antifaz en el rostro, vestida con una hermosa armadura plateada con alas de tonos azules.

—¡Marin! —exclamó Asterion.

—Ya suéltala, Mozes. No irás a rematar a alguien inconsciente, ¿o sí?

«¿Es Marin de Águila, la instructora de Seiya? Según mi maestro, se le conoce como la Santo de Plata con la técnica más veloz de su rango».

—Contigo necesitábamos hablar —dijo Mozes, soltando a June como si fuera una caja o algo parecido—. Debiste ayudar a Misty, cumplir con tu deber y matar a tu discípulo, pero es evidente que nos traicionaste.

—¿De verdad?

—Por alguna razón nunca he conseguido leer tus memorias —dijo Asterion, adelantándose—. Con el uso de mi Cosmos puedo predecir tus movimientos, pero no ver tus pensamientos. Sin embargo, gracias al cadáver de Misty supe toda la verdad.

—Si ya lo sabes, entonces no hay nada más que decir —respondió la maestra de Seiya con una calma inigualable.

—En nombre del Sumo Sacerdote y de nuestra diosa Atenea, te condenamos a muerte bajo el cargo de alta traición —declaró Asterion, y Mozes corrió hacia Marin. Ésta respondió separando las piernas y arrastrando hacia atrás el puño derecho. Era la gran técnica que su discípulo había heredado, el Meteoro.

—¡No lograrás hacerme nada con eso!

—¡Es una ilusión, está detrás de ti! —gritó Asterion.

El Sabueso tenía razón. Cuando Shun miró hacia atrás del Ceto, la Santo de Águila estaba allí lista para romperle la espalda de un puñetazo cargado de energía, mientras que la otra Marin se desvanecía como la bruma otoñal.

—¿Atacas por la espalda, maldita traidora? —gruñó Mozes volteándose, pero Asterion levantó la voz nuevamente.

—¡No, es otra, delante tuyo, agachada!

Era un movimiento que Shun no se sentía capaz de seguir, pero Marin ya había aparecido delante del rival después de desvanecerse su segunda ilusión. Jamás había visto un manejo de esos trucos a tal nivel. Su puño derecho casi le rompe la barbilla a Mozes, pero éste logró reaccionar a tiempo y la detuvo con su mano.

Tener de compañero de combate a Asterion de Lebreles era casi como jugar sucio, entregaba muchas ventajas.

—Lo siento, Marin, son las reglas. —Mozes la lanzó fuertemente hacia arriba paralizándola mientras era atrapada en el Bombardero Propulsor. Shun desenrolló las cadenas para salvarla, pero Asterion rápidamente se ubicó delante de él... o al menos un Asterion. Había otro observando tranquilamente la escena, más allá.

«¿Qué pasa con este Santo tan extraño? No solo puede leer la mente, ¿sino también esto...?».

Los dos Santos de Lebreles lo miraron al mismo tiempo y le sonrieron inclinando la cabeza. Shun sintió como se le erizaron los vellos de la nuca y los brazos. Sí, también esto, dijeron con el gesto.

El puño de hierro de Mozes golpeó violentamente la espalda de Marin, se oyó un monstruoso crujido de huesos, y la sangre que salió cubrió casi por completo el cuerpo de la mujer como una marejada escarlata, pero no vociferó ni un solo grito. Simplemente cayó a la arena totalmente inmovilizada. El Ceto la agarró nuevamente y la arrojó con fuerza titánica varios metros mar adentro.

Las olas azules se encargaron de hacerle una marcha fúnebre.

«Acabo de ver morir a la maestra de Seiya y no hice nada para salvarla; nunca me lo perdonará». Shun sintió las lágrimas bajar por sus mejillas y su Cosmos arder más que nunca.

—¡Mozes!

—¿Eh?

Shun usó la Cadena Nebular. El ataque pasó a través del Sabueso quien se desvaneció como un holograma dañado. Las cadenas alcanzaron al monstruo marino, pero éste las tomó con las manos y alzó a Shun por los aires con una fuerza bestial, dejándolo quieto justo por encima, como si las cadenas se hubieran vuelto tiesas.

Mozes Utilizaría nuevamente el Bombardero Propulsor, y esta vez Shun no podría usar las cadenas para escaparse.

 

El sonido de un fuerte choque y el sabor de la sangre en su boca fueron acompañados por el dolor insoportable en la espalda y la vista llenándose de sombras. Una gran cantidad de sensaciones incómodas y dolorosas, casi fatales si no fuera por la electricidad que recorrió el cuerpo del Santo de Plata a tiempo, lo que causó que no pudiera golpear con todas sus fuerzas.

Cayó ruidosamente a la arena escupiendo sangre. Sintió que flotaba sobre una piscina maloliente en la arena hecha de manchas rojas que salieron de su espalda y se expandieron hasta alcanzar su cabeza. Apenas sentía las piernas, no sabía cuántos huesos le habían roto.

—¡Malditas sean esas cadenaaas! Jamás pensé que tardaría dos golpes en matar a un Santo de Bronce.

—Tres, amigo, te recuerdo que ya fallaste una vez —le recordó Asterion con simpatía y mofa a la vez.

—No más, esta vez ni la electricidad lo salvará. —Mozes jaló de las cadenas y volvió a lanzarlo al cielo. Shun estaba consciente de que no tendría oportunidad... hasta que oyó la voz que siempre lo apoyó.

—¡Shun, sus manos no son tan fuertes, tampoco la zona de su cuello! —el arma de Camaleón estaba atado a la pierna de Ceto. El Látigo Mimético no le había hecho daño, pero consiguió su meta.

—¿Qué? ¿Está viva? —gruñó Mozes. Miró a la muchacha rubia que se había arrastrado hacia él por el suelo—. ¡Asteriooon!

—¡Imposible! —gritó el Sabueso. Leer la mente no serviría de nada en ese momento, por la posición y el tiempo.

Era tarde.

Las cadenas se plegaron en el aire para cambiarlo de postura, quedó con las piernas extendidas hacia abajo. No era su estilo favorito, pero era un Santo de Bronce entrenado por Daidalos de Cefeo, no iba a fallar. Reunió su Cosmos solo en un pie, descendió a toda prisa, y le dio una patada tan potente que hasta a él le dolió. Reventó el guantelete de Mozes, que rugió como el monstruo que representaba su constelación al verse paralizado por la cabeza de Medusa, tal como contaba el mito que en ese momento tomaba su curso habitual.

Shun no se sentía capaz de hacer nada más, sus huesos estaban destrozados, pero sus armas sí seguían moviéndose. Asesinar por segunda vez no lo orgullecía, sino que lo apenaba, pero a veces era una necesidad como aprendió en el monte Fuji. Esta vez para salvar a su amiga más querida, y para vengar a la maestra de Seiya.

La Cadena Nebular chocó contra el cuerpo del guerrero, multiplicándose y atacando especialmente la zona del cuello, la que Mozes no podía proteger. Usó el escudo roto para intentar frenar los eslabones, pero las cadenas estaban tan furiosas como perros hambrientos. Lo destrozaron, y también al mismo el Ceto cuyo rugido no duró más que un segundo. Shun se convirtió a la vez tanto en Andrómeda como en Perseo, y tomó una segunda vida venciendo al monstruo marino.

 

—¡Mo-Mozes! —dijo Asterion, y corrió a verlo. Shun lo vio palpando su cuello destrozado. El Sabueso reconoció la frialdad de la ausencia del pulso, y loe dedicó una mirada iracunda. Su Cosmos no tenía nada que envidiarle al de su compañero caído, era muy superior al de cualquier enemigo que hubiera enfrentado antes.

—Detengamos esto, no es necesario que más vidas se pierdan. Los dos somos Santos que...

—No te lo perdonaré. ¡Acabaré contigo de una forma aún más brutal de lo que él habría hecho! Un Santo de Plata no puede morir así.

—Shun, vete de aquí, ¡vete de aquí! —gritó June desde el suelo. Ella le había ayudado a vencer a Mozes, al igual que todos los días desde que llegó a la Isla. Jamás la abandonaría para salvar su propia vida.

—No, pelearé aunque me cueste la vida, no huiré como un cobarde, ¡Ikki no estaría orgulloso! —Sobrevive le había dicho al subirse en el avión y lo repitió antes de que el derrumbe lo sepultara en el volcán. Pero esta vez quizás no podría hacer eso, se le habían agotado todas las fuerzas y Cosmos al utilizar las cadenas en sus brazos.

—¡¡¡Shun!!!

—Es tu fin. Por el honor de los Santos de Plata te venceré con el Millón de Fantasmas[4]. —Asterion se multiplicó como si fuera mágico. Había decenas de copias suyas por doquier, y Shun no sabía cuál de todos era el real. El original se desvaneció y seguramente mezcló entre la multitud de ilusiones; si lo atacaban desde todos lados a la vez, no tendría oportunidad. ¿Podrían las cadenas encontrar al verdadero Sabueso o también estaban agotadas? Apenas sentía su energía.

 

Sin embargo, una persona encontró al Santo de Plata sin problemas.

—Tus ilusiones serían mucho mejores si te enfocaras en que todas tus copias tuvieran sombras también, Asterion.

—¿Qué? Es imposible, ¡eres Marin! —Las ilusiones se desvanecieron, y solo permaneció la única imagen que tenía sombra sobre la arena. ¿Cómo es posible que no se diera cuenta de ese detalle?

No. Había algo mucho más extraño. La maestra de Seiya estaba intacta, solo conservaba algunas manchas rojas secas sobre su Manto Sagrado, pero no parecía ni débil ni herida. Más aún, Shun sintió su increíble y vibrante Cosmos arder más que el del Sabueso.

—Déjalos en paz. Yo seré tu oponente si sigues con esto.

—Pero es imposible, debiste haberte ahogado con el mar y tu propia sangre.

—No tenía tanta sed como para beberme todo el océano.

—Aunque no pueda leer tus memorias ni obtener información, te dije que sí puedo adivinar tus siguientes movimientos. ¡Será imposible que me derrotes, águila traidora! —Asterion volvió a dividirse en cientos de réplicas idénticas que saltaron a la vez, cada uno preparado para darle una patada a la joven pelirroja. Ninguno de ellos tenía sombra sobre la arena.

—¿Y qué voy a hacer, Asterion? Dime.

Marin se acercó a ellos por abajo, tranquilamente, como si diera un paseo. El millón de fantasmas se frenó y regresó a su lugar al ver la reacción inesperada de la joven que ocultaba sus ojos. Cada uno de ellos puso la misma expresión de horror, el sudor recorrió sus rostros.

¿Qué demonios pasa? —preguntaron al mismo tiempo. Fue un eco que en otras tesituras hubiera resultado gracioso—. No puedo leer nada ahí adentro, ¿acaso encontraste una forma de bloquear toda mi habilidad?

—No soy capaz de eso —respondió el Águila de Plata con un tono de voz monótono, casi rutinario, como si no estuviera en una batalla a muerte. Sus pisadas no emitían sonido alguno sobre la arena cálida, y los clones de Asterion estaban inmóviles, sin saber qué hacer.

Pero... no, no puede ser, ¡acabas de dejar tu mente en blanco! No hay nada allí adentro, pero eso es prácticamente imposible en una pelea... ¡Qué diablos es esto!

Repentinamente había tantas Marin como Asterion a lo largo y ancho de la playa, ella también se multiplicó en un abrir y cerrar de ojos, sorprendiéndolo aún más si era posible. Todas, visiblemente tan reales como si fueran una sola, tenían la postura de ejecución del Meteoro.

—Así que buscas imitarme. ¡Pero sé muy bien cómo detener esa técnica, no es necesario que te lea la mente! —El millón de Sabuesos atacó con patadas como una legión de fantasmas a todas las Marin, haciéndolas desvanecer ante el mar como si las botas de oricalco pasaran a través de cortinas de humo... hasta que un grito despejó las dudas de Shun.

 

Era una mujer fantástica.

—¿Qué decías? —preguntó Marin. Le había dado una patada tan veloz a su oponente que pareció un simple resplandor; en un primer instante Shun la vio en el aire, y luego cayó en picada como una estrella fugaz o un águila que ha encontrado su presa saltando sobre un río. Y lo había hecho con tanta potencia y velocidad que Canis Venatici comenzó a caerse a pedazos.

—Im-imposible... así que esta es... la... técnica principal de la constelación de Águila, ¿no es cierto? —Asterion cayó de espaldas sin que sus extremidades opusieran una resistencia reflexiva. Habló desde el suelo aunque hilillos de sangre caían por la comisura de sus labios, debía tener graves daños internos—. El Destello de la Garra[5].

—No debiste confiarte, te dejaste cegar por la ira, Asterion. Jamás esperé esa reacción tan descuidada de ti.

—No... yo tampoco, ja, ja. ¿Qué harás con... conmigo ahora?

—El otro día cuando discutías con Aiolia, dijiste que yo también era una de tus hermanas, al igual que Mozes y Misty. Solo por eso te he perdonado la vida. Irás ahora (o cuando puedas moverte) directamente al Santuario, y darás un informe de todo esto al Sumo Sacerdote, sin mentir. —Aunque Shun no veía sus ojos, podía notar que de ellos salían chispas que tensaban que el ambiente. Estaba implicando que lo mataría si no hacía lo que ordenaba—. El Santuario estará en guerra con los Santos de Bronce, y sabrán de qué lado estoy.

—Lo-lo que digas... —Asterion de Lebreles no pudo seguir hablando, las fuerzas le faltaron, y finalmente se desmayó.

 

 Shun levantó a June y se acercaron a la mujer, quien los esperó sin verlos, dándoles la espalda frente al horizonte. Seiya aún estaba en el suelo, pero ya movía los dedos. De a poco recuperaría la consciencia y las fuerzas.

—Muchas gracias por todo.

—Eres Shun de Andrómeda, ¿no es así?

—S-sí —asintió como si estuviera ante Daidalos.

—Dale este mensaje a Seiya cuando despierte y también a los demás Santos de Bronce: Protejan a Atenea. Eso es lo único importante —dicho esto, en un abrir y cerrar de ojos, Marin desapareció. Se esfumó como si hubiera sido otra más de sus ilusiones, solo dejando un rastro como un gas semitransparente detrás.

Ya no le sorprendió.

—¿Proteger a Atenea? ¿Qué habrá querido decir con eso?

—Shun... creo que era ella.

—¿Quién?

—Tiene la misma voz. Creo que es la que me visitó en el hospital, la que me informó que los Santos de Plata vendrían tras nosotros.

—Entonces tenemos un Águila de Plata de nuestro lado. —Shun notó que Seiya roncaba ruidosamente, de seguro podía oírse en toda la plata, pero antes lo pudo notarlo. No pudieron hacer menos que sonreír—. Es tan extraño que sea la maestra de este chico, ¿no te parece?


[1] Nebula en inglés.

[2] Mimitikó Mastígio en griego.

[3] Spouting Bomber en inglés.

[4] Million Ghosts en inglés.

[5] Toe Flash en inglés.

 

 

***

Y también mi dibujo preferido de los que he hecho (al menos entre los Plata), presentando al Águila.

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Editado por Felipe_14, 23 julio 2015 - 18:18 .

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Publicado 31 agosto 2014 - 18:36

el dibujo te quedo genial parece incluso una armadura divina

 

en cuanto al capitulo me agrado mucho que shun y June formen una buena pareja al menos en cuanto a combate.ojala shun no quede en la zona friend como el burro alado


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