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El Mito del Santuario


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805 respuestas a este tema

#461 Patriarca 8

Patriarca 8

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Publicado 13 marzo 2016 - 12:01

HYOGA VI

 

Lo bueno:

 

-La parte en la que el cisne piensa en la gravedad de las heridas

sufridas tanto de  el y sus compañeros.

 

-Cuando Hyoga piensa racionalmente y desea eliminar a la amenaza

del avatar de poseidon ..........aunque tambien es posible que en el fondo este

sujeto solo piense en matar XD

 

-El cosmos que desplego un inconsciente poseidon

 

-La valentía del cisne

 

-la aparicion de la armadura de acuario------------ojala el cisne no se vuelva

traidor al usar la armadura XD

 

-El momento heroico cuando  Shiryu usa la armadura de libra

 

-La terquedad de seiya

 

-El momento en  que arrojan a seiya me recuerda a una escena de Manigoldo y Yato XD

 

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Spoiler


Editado por T-800, 13 marzo 2016 - 12:01 .

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#462 -Felipe-

-Felipe-

    Bang

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Publicado 17 marzo 2016 - 18:43

ñ:

¿Cómo que no hay mujerzuelas? ¿No viste a Tethys?

 

Y Mago no va a aparecerse aquí a menos que haga de protagonista a Hyoga, que sea más poderoso que Seiya, que salve a Saori, que Camus mate a todo el mundo con abrir los ojos, o que tenga doble personalidad, y que Ikki no exista.

 

Por supuesto, el fic debería llamarse "El mito del LOL Hyoga".

 

 

 

T-800:

Si algo tiene Hyoga es ser racional, traté de que no fuera tan emocional como en la obra original. Y en un momento como este, está forzado a usar la cabeza si Seiya no lo hace y Shiryu está en paupérrimas condiciones.

 

No, Hyoga no se volverá traidor a menos que use la armadura más de cinco minutos, tranquilo :)

 

¿En serio te recordó esa escena y no la original? ¡Eso es una buena señal! xD

 

 

Y entiendo que llame la atención que las armas de Libra no hayan roto el Pilar, pero me vi forzado a modificar un poco el plot, porque si me hubiera guiado por mi propia obra, solo una gota de sangre de Dohko en una espada serviría para romper el Sustento Principal, a Pose, la flecha en su cabeza y 3/4 del mundo, pero hay que darle algo de suspenso al asunto.

 

Saludos! :)

 

 

 

***************************************************

Solo restan dos capítulos. Luego de eso me tomaré un hiatus, porque la carrera me está exigiendo leer y estudiar mucho, por lo que no tendré tiempo (Aunque ya llevo 10 capítulos del próximo volumen, pero no es suficiente). Por ahora, vamos con el penúltimo capítulo, narrado desde la caótica y clavada mente de Julian Solo. Kinda.

 

JULIAN III

POSEIDÓN

 

23:32 p.m. del 23 de marzo de 2014.

«¿Quién soy yo?», se preguntó al despertar. ¿Cuánto tiempo había dormido? ¿Dónde? ¿Por qué? Las preguntas martilleaban en su cabeza… Ésta le dolía mucho. Parecía tener algo enterrado en la frente que no podía alcanzar, había dormido tanto que era incapaz de mover los brazos.

«¿Quién soy yo?», se preguntó otra vez. Se había limitado a despertar, pero según recordaba, si abría los ojos podía ver qué pasaba a su alrededor. ¿Cómo se hacía eso? ¿Qué eran exactamente los ojos? Con ellos cerrados era capaz de ver todo sobre el plano azul. Si lo deseaba, el mundo se abría ante él, donde fuera que hubiera mar. «Mar», repitió en su mente. Él era el Mar, eso lo sabía; lo que había olvidado era su nombre, y también su objetivo. Así que abrió los ojos, pues tal vez eso le daría una respuesta.

Sin embargo, le costó muchísimo. Sus párpados eran pesados, y algo caliente y oloroso resbalaba desde su frente sobre ellos. En el piso las manchas eran de color rojo… ¿Por qué rojo? El icor era dorado, siempre había sido así, ¿por qué cambiaría eso de repente, al despertar?

«¿Quién soy yo?». Tal vez alguna de las criaturas delante sabría la respuesta a ello. Uno de ellos era una fuente de brillo azul, con alas rebosantes de eterna luz, como las olas siempre alimentadas por el sol o la luna. Pero Sol y luna, por lo que recordaba, eran hijos de su hermano… ¿Quién era su hermano?

—Esa presencia todopoderosa de antes se fue, y dejó dejado solo al hombre que controlaba —dijo el ser alado.

¿Un hombre? ¿Se refería a él? ¿Eso era él? La criatura alada sostenía un arco, y aunque no lo veía detalladamente, lo odiaba. ¿Por qué le enfadaba tanto ese ser luminoso? ¿Qué era comparado con él?

—No sé cuánto penetró la saeta, pero para un ser humano sería fatal. Creo que solo el hecho de recibirla como dios lo mantiene agonizando.

En conjunto con otros seres se alejaron de él, corriendo y pasando por su lado. ¿Dios? ¿Eso es lo que era? Pero… ¿qué era exactamente un dios?

 

«¿Quién diablos soy yo?», inquirió esta vez. Sentía haber dormido mucho tiempo, desde una época muy remota, casi olvidada. ¿Quién era él? Conocía la respuesta a ello, de seguro, pero no podía recordarla.

Tal vez el plano azul podría decírselo. Contempló sus brazos, los que los humanos llamaban ríos, y los siguió a través de bellos parajes, junto a hermosos árboles frutales bajo cielos que lloraban. Ojalá hubiera sido solo eso. Los ríos eran capaces de recordar otras cosas antes de que aumentaran su caudal, cosas muy feas que no deseaba ver… Tantos humanos lanzando basura sobre sus brazos, sin una pizca de respeto; tantos peleando con otros solo por estar separados por él; gente flotando sobre uno de sus dedos, todos esqueléticos y sin deseos de vivir. ¿Para qué diablos los habían puesto en el mundo, entonces, si preferían morir a soportar la carga de la vida?

Miró más allá, aquello que los primeros hombres llamaron lagos. En ellos arrojaron cuerpos durante décadas… siglos. Se asesinaban unos a otros, y en vez de darse sepulturas dignas, convertían en basura aquello que las almas recibieron para usar y los tiraban a animales o al fondo de las aguas. ¿Por qué hacían eso? Eso lo enfurecía bastante, y se lo hizo notar a aquellos que habían pasado a su lado sin presentarse siquiera. ¿Quiénes eran?

«Humanos», se respondió. Enemigos, quizás. Habían cometido atrocidades innombrables a través de los siglos, mientras él dormía. A través de sus lágrimas, las conocidas como gotas de lluvia, pudo ver tanto horror que no entendía por qué no lo habían detenido. Muerte, crueldad horrenda, desigualdad… ¿Veía algo que pudiera considerarse “bueno”? Había algunos detalles, pero no les prestó atención. Las criaturas que vivían en su cuerpo eran preciosas e inocentes, vivían bajo las reglas del ciclo de la vida que les habían impuesto, pero muchas de ellas aparecían flotando boca arriba en aguas negras… ¿Quién les había impuesto todo eso a los mortales, en todo caso? ¿Esos dioses?

 

Dioses. Ese término llevaba sus recuerdos a un mundo sobre los cielos, un lugar de tiempo eterno y espacio infinito donde las reglas se construyeron. Había hombres y mujeres allí… No. Esos eran dioses, brillaban más que los que no lo eran, usaban preciosas vestimentas, hablaban en un idioma que solo ellos conocían, sin espacio que los contuviera ni tiempo que los detuviera. La ropa humana que vestía tenía sus propios recuerdos de ellos, imágenes en óleo o esculturas de mármol; uno de sus hermanos, el menor, vestía una toga y usaba larga barba, como un débil anciano. Nada más lejos de la realidad, pues era atlético, alto y dotado de una cabellera plateada, tan brillante como el rayo en su mano o las alas en su espalda. Vestía de blanco, era el opuesto del otro, el de ojos bellos y cabellos, ropas y alas negras que odiaba el mundo, razón de tantas y tantas discusiones. El mundo no tenía nada de malo, sino quienes lo poblaban, creados eones atrás. Lo ensuciaban.

¿Quién podría gobernar y controlar algo así? Aquel de negro deseaba una destrucción completa, sumirlo en la oscuridad para que la violencia que detestaba terminara de una vez. Para él, la muerte a la que estaban sujetos los humanos era la única alternativa viable, y por eso debía infundirles el miedo correspondiente.

Por eso discutían tanto, tenía dudas, no todos podían ser tan desalmados, y el bello mundo azul no tenía la culpa de nada. Pero que lo ensuciaran le enfurecía mucho, todavía sentía esa ira, y sobre todos sus recuerdos, pudo ver como las almas que antes lo habían atacado sufrían las consecuencias. Eran pequeños, pero también muy molestos… ¿Por qué lo habían atacado antes? ¿Conocían la respuesta?

«¿Quién soy? ¿Quién diablos soy?». Quizás era una pregunta sin respuesta. Un ave de hielo, un dragón verde y una estrella fugaz lo atacaron cuando intentó forzarlos a explicárselo. No entendía qué les llevaba a hacer eso, parecía absurdo golpear algo tan superior… Porque era superior, eso lo comprendió en ese mismo instante. Y estaba enfadado, no podía dejar de sentirlo.

 

Siempre lo habían considerado iracundo, a diferencia de su hermano de alas negras, tan pacífico. Sin embargo el otro, el menor que estaba por sobre todos ellos, tenía una idea diferente. No estaba tan enfadado, pero tampoco deseaba acabar con todo. Tenía dudas, y quería dar una oportunidad a esos animales conscientes que tanto trabajo les costó crear. ¿Qué sería eso? ¿Neutralidad?

Había escogido los Cielos, desde donde observaba todo, aunque sin interferir con nada. Su otro hermano quiso un lugar tranquilo, silencioso, donde llegaran los animales para darles los castigos que merecían por las leyes naturales de la misma existencia, lo que llamaban karma. Él, en cambio, se quedó con el bello mar del planeta azul…

¿Eso significaba que era un dios? Lo que sí recordaba era que su hermano de cabello de plata no le permitió adueñarse de toda la Tierra, sino solo de dos tercios de ella. Si uno quería destruirlo todo, y el de alas brillantes tenía tantas dudas, ¿por qué no simplemente le dieron el control?

 

En ese momento, tal vez antes, o quizás después, rememoró a tres niños jugando en la hierba. Pronto crecerían y se harían cargo de sus propios dominios. Uno era Sol, otra era Luna… Mientras que la otra… la otra…

¡Oh, claro que recordaba! Cabello castaño como su madre, ojos verdes tan… tan llenos de misericordia, labios inocentes y alas invisibles. Esa chiquilla no veía lo malo en esos animales… ¡Ella los amaba! Y su padre estaba de acuerdo con eso, por lo cual le dio el control del planeta azul. Era la niñita de sus ojos, la que jugando vencía fácilmente al sol y la luna en todo lo que ellos inventasen.

¿Por qué amaba a esas criaturas? ¿Cómo diablos se llamaba ella?

 

Volvió a mirar el mundo. Las tragedias nunca habían disminuido, sino que eran cada vez más horrendas, crueles y desalmadas. Pero esa chica, la hija de su hermano menor, se hacía la ciega y aducía que había más bondad que maldad. ¿Qué tan tonta era? ¿En qué estaba pensando el estúpido de su hermano? La primera vez que mandó un diluvio, ella protegió a esas criaturas arriesgando su vida. ¿Lo había hecho otra vez?

¿Dónde estaba?

La buscó por todos lados. Cuando la muchacha se cortó las alas y decidió vivir como un animal y bajar a la Tierra, le prometió que siempre que intentara hacer daño a los humanos, ella aparecería para protegerlos, así que debía estar en alguna parte. Se topó con otros cadáveres flotando en sus mares, con cielos grises y una atmósfera rota, pero no con ella. Veía muerte y extrañas creaciones, como un hongo muy extraño que mató a millones en un breve segundo, pero no a ella. También vio maravillas verdes reemplazadas por edificios de piedra, oleaje negro y contaminado, y una cruel matanza en nombre de algún… dios… Pero no a ella.

Tampoco podía concentrarse demasiado. Además de su ira creciente, había un grupo de necios atacándolo a la vez que se defendían de su aliento. ¿Cómo era posible que intentaran enfrentarlo? Estaba más allá de sus capacidades, la chica no podía obviarlo más. Había un nombre que repetían mucho… Mientras rugía, oyó ese nombre y le hizo sentido después de unas cuantas veces.

 

—La humanidad tiene oportunidad, yo creo en ello, también mi padre —le dijo la chica una vez, en algún lugar alto y rocoso frente a las olas y el sol. Había muchos cadáveres flotando en su cuerpo, lo que llamaron mares mientras vivieron, y ella lloraba. A su lado había un joven muy peculiar, con alas azules—. ¿Por qué no le crees? ¿Qué te hace pensar que tienes más razón que Padre?

—Esto es tu culpa, Athena —respondió con una voz que no era exactamente la suya, ni tampoco la de la ropa que vestía actualmente—. Todas estas muertes son fruto de tu terquedad.

—Ella ha hecho todo lo posible, por eso te ha ganado —intervino el guardia de su sobrina. Sus ojos eran vivos, llenos de valor y mucho orgullo; era aquel que los dioses no habían previsto—. Mientras haya esperanza, el mundo será digno y seguirá creciendo para mejor.

—Has perdido, Poseidón, y cada vez que regreses a este mundo será igual. Te detendré tantas veces como sea necesario, a la vez que protejo este mundo que tanto amamos ambos —mintió la chica, con la Égida en su mano y un ánfora en la otra—. Te lo prometo.

Entonces recordó. Ella era Athena. Y él… él era…

 

«¿Quién soy yo?». Era obvio. Era el Mar. Era el amo y señor del océano, el Emperador de ríos y mares, el único capaz de gobernar el mundo. Cuando uno de los animales lo agarró por la espalda, al fin logró responder en voz alta.

—Soy el dios Poseidón.

—Pero nada, Seiya, ¡haz tu maldito trabajo! —exclamó el indigno que ardía como la llama de una vela. Con sus dedos la apagó, y los demás gritaron su nombre.

—¡Ikkiiii!

¿Cuánto tiempo había dormido? ¿Por qué le habían hecho tanto daño al mundo? ¿Dónde estuvo Athena durante esas guerras, las muertes, la polución, la crueldad y la destrucción?

Ya había muerto. Su alma inmortal debía estar de camino al Tártaro, para ser juzgada por su hermano, el de ojos bellos. El cuerpo sin alas que había usado para mezclarse entre ellos estaba al interior de su tótem, aquello que había construido un tiempo atrás, en la era de los mitos, como le decían los humanos, para quienes el paso de las épocas era más lento. Se había ahogado creyendo poder salvar a esos seres que amaba, sin siquiera considerar que no merecían salvación.

El Sustento Principal, base de sus dominios, era indestructible, aunque tres humanos creían poder hacerle una muesca. No podían concebir la posibilidad de algo que no pudiera dañarse… Pero incluso así… algo le molestaba.

Miró en las profundidades de su propio mundo cuando descubrió que las aguas estaban más bajas de lo que debían, y que no había ordenado la llovizna que mojaba sus cabellos. En la antigüedad erigió siete Pilares para sostener su imperio y mantener la invulnerabilidad del tótem, pero por alguna razón, y para su gran sorpresa, los siete Pilares ya no existían. En sus bases yacían los cuerpos de cinco de sus Generales, los hombres más fuertes de tres cuartas partes del universo de importancia, y de los otros dos no había rastro. ¿Acaso el ejército de Athena, los llamados Santos, habían vencido a sus Marina?

Lo hubiera impedido si lo hubieran despertado a tiempo. A cargo estaba Dragón Marino, y un tal Jano. No los encontraba por ninguna parte, y por culpa de ellos, ahora despierto ni siquiera podía hablar bien, no tenía control sobre el Cosmos de su avatar, y no era capaz de liberar su Dunamis. ¿Qué diablos le había sucedido al mundo submarino? ¿Qué clase de Santos vencieron a sus hombres?

 

Vestían de Oro, igual que aquellos encerrados en el Santuario de Atenas. Debían ser esos tres, los que lo golpearon y ahora trataban de destruir el Sustento Principal. Se enorgullecían mucho de llevar esos Mantos de Oro hechos con polvo de estrellas, pero no entendían la diferencia entre ellos.

Según recordaba, había Santos de Bronce, Plata y Oro. La diferencia entre los primeros y los terceros era supuestamente como la del cielo con la tierra. Pero no comprendían que incluso los Santos de Oro eran como un grano de arena, una gota de rocío frente al más grande de los desiertos u océanos que eran los dioses. Por eso, para demostrarles que no eran nada más que basura contaminando el mundo, les destruyó esas armaduras de Oro.

Falló las primeras veces, eran demasiado pequeños y no podía manipular bien el vaivén de los ríos en sus brazos, ni el remezón de tierra bajo sus pies… ni siquiera podía ver bien, pero fuera como fuese, ya había escapado de la prisión de Athena, y acabó con esas protecciones doradas justo cuando dos de los humanos arrojaron al tercero de cabeza al Sustento Principal. Le hizo un poco de gracia contemplar la estupidez humana en su máxima expresión, el suicidio seguro ante la inminente muerte y la incontrolable desesperación.

 

“Los humanos son capaces de milagros maravillosos que los dioses no son capaces de entender”, dijo Athena en el Olimpo, una vez. Tal vez cien veces. No le hizo caso jamás, era ridículo que los dioses no pudieran entender algo que crearon ellos mismos.

—¡Vamos, Seiya!

—¡Vuela, Pegaso!

—Pero qué necios son… —Levantó el tridente para acabar con ese mocoso alado que deseaba ensuciar el Sustento Principal con su inmunda sangre y… —«Un momento, ¿cómo lo llamaron?».

El primero debía ser su nombre humano, no tenía importancia ni algún significado, pero el segundo… No lo recordaba, lo olvidó tan pronto lo escuchó de los labios del cisne blanco, pero el término le produjo una indescriptible angustia.

 

Y era extrañísimo, pero con su tridente no fue capaz de alcanzarlo. Había sido creado por otro de los hijos de su hermano, Hefestos, y contenía y canalizaba su Dunamis, o el Cosmos del avatar que utilizara, pero no atizaba. El joven alado seguía volando en dirección al Sustento Principal, atravesando las olas, la lluvia y las tormentas que convocó. Su armadura resistía mejor que las demás también.

«¿Por qué no afecta?», se preguntó Poseidón. Con una pizca de esfuerzo que no debió imprimir ni en el peor de sus sueños, finalmente consiguió destruirle las alas y gran parte de esa armadura, pero el joven seguía volando como si nada. En cualquier momento tocaría el Sustento Principal y lo mancharía con su sangre si tenía suerte. Pero si era solo eso lo peor que podía pasar, ¿por qué tenía ese agobio en su corazón? ¿Por qué no podía quitarse de la mente la imagen de la hija de su hermano, sonriendo con confianza mientras era acompañada por su…?

—¡No puede ser! —exclamó con la voz de Julian Solo.

El hombre se tornó de pronto en una estrella fugaz, una flecha luminosa arrojada contra el Sustento Principal. ¿Acaso de verdad intentaba derribarlo? Era una locura, pero su Cosmos a pesar de ser humano, era tan intenso que…

No. Los dioses le concedieron, sin desearlo, una fuerza extraordinaria a los humanos que sus creadores no pueden alcanzar. Se le llamaría una falla en la misma creación, pero los dioses no podían fallar. Sin embargo no ignoraría la existencia de esa fuerza, la había visto en el pasado, en ese guardián de Athena por tantas batallas.

Ese hombre… el joven era idéntico, no podría olvidarlo nunca más. Aquel que surcaba el cielo a la velocidad de la luz, con la fuerza que le permitía superar sus propios límites… ¿Quería conseguir lo que bautizaron como milagro? Pero eso significa que obraba un milagro humano… ¡frente a sus ojos! ¿Cómo podía permitir tal insulto?

Aunque por más que lo deseara, en ese tiempo que para los humanos era una milésima de segundo, intentó cientos de veces detenerlo. Finalmente desapareció en un chispazo que no pudo entender, y se llevó la mano al rostro mientras un mar cambiaba de curso bajo las lluvias.

 

¿Desde cuándo los seres humanos eran capaces de desaparecer ante la vista de un dios? Que supiera, ninguno de ellos tenía esa habilidad, aparte de ilusiones que para la divinidad era solo entretención. ¿Cómo lo había hecho? ¿Era un truco nuevo desarrollado mientras dormía para hacerle creer que había roto el Sustento Principal y así convencerlo de que era posible?

Pero… aunque hubiera una notoria grieta en una zona alta del tótem que había creado, eso no era concebible. Él, un dios, lo había construido, por lo que esa muesca —que se agradaba más y más, de la que salían escombros— debía ser falsa. Un nuevo tipo de ilusión.

No fue capaz de cerrar la boca. Primero fueron algunas piedras pequeñas, luego otras más grandes junto a un montón de agua transformada en cataratas. El ruido era insoportable para los oídos de Julian Solo, y hasta le costó mantener el equilibrio con ese cuerpo prestado. Las rocas fueron más grandes, y la creación más grande del imperio se empezó a derrumbar como si fuera plausible, y lucía muy real. Pero era imposible para un ser humano, especialmente estando él ahí. El guardia de Athena seguía siendo de carne y hueso, mientras que él era un dios…

«En cambio ella…», meditó con terror. Ella. Esa chiquilla insolente que desafió a los grandes dioses, a los hermanos de su padre apenas tuvo uso de razón, que se entrenó desde pequeña en las armas y estrategias mientras vigilaba a los seres humanos desde su balcón en el Olimpo. ¿Acaso esa mocosa seguía…?

—¡Es imposible! ¡¡NO PUEDE PASAR!! —gritó, y tuvo que retroceder al sentir sus botas mojándose por el agua que caía desde las miles de grietas de su Sustento Principal. El coloso se partió a la mitad, cayó de un lado y luego del otro, y las rocas fueron tantas y tan pesadas que atravesaron la tierra y crearon sismos que no eran provocados por él. ¿Cómo era eso posible? ¿Por qué su tridente no había funcionado? ¿Por qué necesitó esforzarse para romper sus alas? ¿Por qué ese joven había sido capaz de atravesar el tótem?

No tuvo que mirar atrás para saber que su Templo, otra de sus más grandes creaciones, también se estaba cayendo a pedazos, producto de una ola más fuerte de lo que debía ser por naturaleza. Oyó los crujidos y vio algunos peñascos entre sus pies, uno se pulverizó a un metro de su tridente, que al fin se decidió a actuar. Pero no podía culparlo, eso era obvio. ¿Por qué había nacido alguien capaz de hacer algo así? ¿Por qué los humanos pudieron desarrollar esos milagros?

Y más angustiante todavía…

¿Por qué seguía siendo él? De entre los escombros, la tierra, el barro y el agua a raudales, a través de una cascada que no evitó que siguiera caminando, y delante de la más grande de las olas, surgió un joven de revoltoso cabello castaño, no muy alto ni robusto, con camisa roja bajo algunas placas quebradas de metal dorado. Él otra vez, no fue capaz de reconocerlo antes. Podía parecer un simple chiquillo humano, pero obviamente era algo más. ¿Cómo fue que a Dragón Marino no se le pasó por la mente matarlo antes de que fuera tarde? ¿Por qué diablos no lo despertó para que lo evitara? ¡Siempre era él, la peor y más grande de las fallas en la creación, la venganza de los primordiales, la salvaguardia de los humanos!

Lo miró con asco. Avanzaba con la chiquilla recostada en sus brazos. De su espalda todavía colgaban parte de las alas doradas, creyéndose un dios, pero… era un humano, solo un humano. ¡El más horrible de ellos!

—Pegaso… —escupió, odiando y maldiciendo cada letra a medida que la pronunciaba. ¿Cuántas veces había dicho esa asquerosa palabra desde que Athena lo tomó como guardián?

 

El Santo cayó de rodillas apenas se vio libre del alcance de los escombros que seguían cayendo como proyectiles, sobre el piso tembloroso y empapado de lluvia y los primeros oleajes. Poseidón intentó destruirlo con el movimiento de su mano y tridente, pero por alguna razón se quedó inmóvil, petrificado ante lo que sus ojos no podían concebir.

Pegaso yacía en el piso, de su Cosmos solo quedaban cenizas que no podría encender ni con todas sus fuerzas en ese estado físico. Y ella… Athena no emitía más aura que una silla, era un cuerpo frío. Debía tener los pulmones llenos de agua, y esta vez, probablemente nunca podría volver a renacer. Solo un dios era capaz de matar a otro. Había acabado al fin con la hija predilecta de su hermano.

—S-Saori… —musitó Pegaso, demasiado cerca de ella otra vez.

—¿Hasta qué punto llegará su obstinación? —preguntó, sintiéndose más en control, más libre de la vasija. ¿Dónde estaba, por cierto? Lo había olvidado—. Lo que has hecho, lo que todos ustedes han hecho es indigno de considerarse como perdón. Acabo de ver todo lo que le han hecho a este bello mundo, confirmé que debía ser limpiado de su lacra. —Por primera vez puso atención en lo demás, había otros Santos bajo las aguas, apenas despiertos y vivos, pero mirándolo con desdén, como si él fuera el que ensució el mundo—. ¡Si no hiciera nada, ustedes llenarían el resto del universo con esa suciedad!

—¿Crees que se puede… arrebatar la vida a… p-personas por… e-el nombre de dios…? —balbuceó Pegaso, con el rostro hacia Athena, mirándolo de reojo. De su boca caía cada vez más sangre, debía tener los huesos hechos polvo, con milagro o sin éste—. No solo humanos… m-muchos seres desean seguir vivos en esta… T-Tierra, t-tal como está… ¡T-todos tenemos el derecho de vivir igual!

—¿Quién te dijo semejante basura? —No fue necesario que le respondiera. Pegaso era de agua, y Poseidón sabía lo que el agua pensaba—. ¿Fue tu hermana? ¿Otro ser humano? ¿Cómo pretenden darme un sermón ustedes, siendo humanos y yo un dios? ¡Nunca han tenido derechos! Estuve allí cuando vagaron como monos sobre la Tierra, y tuve confianza en que cuidarían de este planeta bajo las órdenes de mi sobrina, ¡pero todo lo que tienen es obra de los dioses, y se vanaglorian por ello! Las capacidades de ver, oír, pensar, e incluso amar, son obras de nosotros, las que impusimos en ustedes para que pudieran interactuar de mejor manera.

—¿Y t-también nos pro-programaron para destruir…? —preguntó Pegaso, sonriente, antes de vomitar sangre lejos del cuerpo de Athena, en cuyo seno creyó ver un breve pálpito. Debió ser la imaginación del cuerpo débil de Julian Solo.

—¿Ahora te burlas de un dios? —Alzó el tridente y concentró su Cosmos en él. Pronto sería capaz de liberar completamente su Dunamis, y ya no le importaba llevar a cabo los planes de su hermano, el de pelo negro. Era la mejor opción, y aunque no estuviera totalmente en control de lo que hacía, sabía que era la elección correcta—. Lo que sigues haciendo se llama blasfemia, Pegaso, y es un acto que no tiene perdón. Como castigo, partiré tu cuerpo en miles de millones de partículas que vagarán esparcidas por todos los rincones del universo, y ahogaré tu alma para que nunca sea capaz de regresar. ¡Para que nunca vuelva a darnos problemas!

 

La ola pasó a sus lados, y como esperó, no le tocó la espalda. El tridente ni siquiera se humedeció, eso le correspondía solo a los sucios humanos.

—M-m1erda… —Pegaso trató de levantar a Athena, pero sus brazos cayeron justo después de levantarlos—. Saori… yo…

—Humano, recibe la ira de los dioses.

Otros Santos se arrastraron hasta el medio, tratando de servir como escudos, pero los apartó rápidamente con sus dedos. Pegaso temblaba de pies a cabeza, las rocas y la lluvia lo sumergían por igual en su inmundicia.

—No me queda ni una pizca de fuerza… No puedo encender mi Cosmos… No me resta nada… Ja, ja —rio Pegaso. El último acto de estupidez.

Poseidón emitió su Cosmos, y finalmente pudo liberar una breve porción de su Dunamis, suficiente como para destruir incluso los restos del Sustento Principal, así como todo ser vivo en su camino…

 

Pero…

—¿Qué está pasando? ¿Mi tridente vuelve a fallar? —Había un aura a su alrededor, pero se negaba a salir, como si temiera liberarse—. ¿Acaso es culpa del cuerpo de Julian Solo?

—Ja, ja, ja, deberías verte la cara, ja, ja… —rio Pegaso, con la mano sobre el pecho de Athena; se movía en un vaivén acompasado de arriba hacia abajo—. Está r-respirando, cacharro de dios.

—¿Qué?

De pronto una luz incandescente e infinitamente pura salió del cuerpo de la mocosa. Más hermosa que la de Anfitrite, o la de Rea, aunque debía ser la luz de la suciedad humana… ¿por qué le parecía tan bonita?

—Que deberías lavarte las orejas, imbécil.

 

Athena tosió agua a borbotones y abrió los ojos lentamente. Con ayuda del último esfuerzo de Pegaso, y desprendiendo un Cosmos que solo se explicaba por ser la hija de Zeus, la diosa de la guerra se puso de pie.


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#463 Patriarca 8

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Publicado 17 marzo 2016 - 20:50

POSEIDÓN

 

-Para mi que Pose estaba borracho XD

 

-Me agrado la mención indirecta de Hades

 

-La fama de pegaso al parecer llega incluso hasta el olimpo

 

-Jajaja--- los comentarios Troll de Seiya

 

 

-Estuvo moderadamente  entretenido el capitulo

 

 

 

 


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#464 SagenTheIlusionist

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Publicado 19 marzo 2016 - 11:01

Hola Felipe, ya se que me he demorado más de un mes desde la anterior ocasión... Pero bueno, el capitulo 2 era largo :ninja:

 

Capítulo 1: Seiya I

 

Muy bueno la verdad :lol: (Hace como un mes que lo leí. No recuerdo casi nada de él, pero si que me gustó :t420:)

 

Capítulo 2: Shun I

 

Largo en comparación al anterior, tal vez... unas ¿dos?, ¿dos veces y media? Como mencioné antes, tu fluidez a la hora de escribir te ayuda mucho en este aspecto de la longitud de los capítulos :lol:

Con respecto al contenido, me gustó la inclusión de esta nueva apariencia de Leda, un hombre rubio. Me parece más correcto que la paleta de colores que eligió Toei para su relleno... Me gustó la descripción de la prueba de la Prueba del sacrificio, además de una maestra para June. Aunque personalmente creo que te pasaste con la pobre Caph al quitarle sus piernas xD

 

Siguiendo, puedo ver que por tus afirmaciones el año actual sería 2013 o 2014? Bueno, eso es lo que me da a suponer. La Saori con teléfono celular fue algo que me resonó bastante  :blink:  Luego recordé que era 2007 y me calmé un poquito.  :unsure: Y que con el le pegara a Seiya... (Nokia! Nokia! :t420: )

 

Saludos 


Editado por SagenTheIlusionist, 19 marzo 2016 - 11:02 .

Si deseas leer un fanfic, puedes echarle un vistazo a mi historia, se agradecería:

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                              "Los Reinos de Etherias"      Ya disponible hasta el Cap. 34

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#465 Presstor

Presstor

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Publicado 22 marzo 2016 - 08:52

buenas felipe,nos acercamos al final de esta como llamarlo....tercera temporada? XD

ha sido intensa,muy epica,con alguna queja personal pero sin importancia.

 

me hubiese gustado mas, una batalla mas equilibrada de ikki y kanon,mas por que hubiese mantenido

la armadura mas entera que por el intercambio de golpes que eso si estuvo bien,y asi en mi opinion

tendria luego mas sentido que poseidon no lo hubiera vuelto polvo cosmico(me gusto mucho ese momento) cuando le sujeto por la espalda

particularmente me gusto cuando el aleteo celestial y la explosion de galaxias se igualaron

muy interesante lo de discordia....y sobre todo eso de darse la vuelta y decirle que no vale la pena pelearse con el

es una humillacion en toda regla.

ahora me habria gustado mas con la armadura del fenix tan entera como la del dragon marino.

 

sobre una nueva tecnica...la verdad estoy de acuerdo con tu planteamiento,tiene mucho sentido

ahora bien,de verdad hay que ponerle nombre? si el aleteo celestial tiene un enorme rango

que tal reducirlo y concentrarlo en un punto? para mi los meteoros y el cometa tienen esa

misma cualidad

y en vez de acender,que tal que sea de bajada....y no hay necesidad de nombres....

es lo que eh pensado sobre como lo haria yo....el detalle de que donde lo aprendio....

en la misma pelea aprende hacerlo....

pero como te digo tendria que haber sido kurumada el que lo hubiese puesto en el original

tu solo demuestras cariño por la obra.

 

que caña le dais al mago XD XD,pero de verdad disfrute del capi hyoga  muy intenso y epico

y soy de los que siempre me gusto seiya...creo que hoy en se ha ganado el cariño de casi todo en fandom

se demostro en omega,que a la gente le encantaba cuando salia

de verdad adoro esa terquedad inteligente que tiene tu version, ese por "mis cojones que no me rindo" XD XD

 

y hay que ver como te has propuesto hacer de poseidon un auntentico DIOS,y amolar la que ha liado pegaso

a lo largo de las eras,eso tienes que decirlo en algun momento,y por que razon athena le eligio

para que sea su pretector cada vez que ella renace,o si fue cosa de zeus o de alguien mas

mira aqui si que ha estado muy bien que el destruya las armaduras de oro,nunca llege a entender por que un dios menor como thanatos

las hizo trizas y no lo hizo poseidon,aunque en el anime terminaron bastante hechas polvo

 

aqui creo que tienen que haber alguna consecuencia de que poseidon se manifestase en la tierra,o alguna reaccion

del las personas en general,si un tipo como ikki fue capaz de de poner de rodillas  de rodillas a un monton de gente

por puro miedo....lo de poseidon...no deberia ser capaz de expresarse con palabras.

 

despues de esto que vendra? seguiras con ellos o lo pausaras y mostraras tu version de la batalla con discordia?

las dos me llaman la verdad...me interesa saber como le recibira el santuario,a los heroes que han derrotado a un Dios

aunque claro seguro que estaran otros medio año metidos en la bañera para curarse XD XD XD

 

 

menudo ladrillo eh soltado...jijiji

espero que no te sea pesado leerlo,nada un saludo

y hasta la proxima.



#466 -Felipe-

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Publicado 24 marzo 2016 - 13:46

POSEIDÓN

-No, para nada xDDD

-¿Hades? Yo no vi ningún Hades...  :devil:

-Pegaso es famoso, sin duda. Más adelante habrá más detalles sobre el pasado de este trol.

 

Me alegro que te gustara al menos un poco. Saludos :)

 

 

 

Hola Felipe, ya se que me he demorado más de un mes desde la anterior ocasión... 

Hola. Sí, el capítulo de Shun es largo, pero fue especial. La mayoría son hasta la mitad de cortos que ese.

En este fic todos los personajes, con excepción de Sion, Mu y Kiki, tienen una paleta "natural" de color para el cabello. Con los ojos me doy algunas libertades, eso sí.

Caph es una ex-Santo, y con tantas batallas tenía sentido que pasara algo así alguna vez, pero fue bien avanzada su edad. A ella poco le importa en todo caso.

 

El año de la historia principal es el 2013 (aunque termina alcanzado el 2014). Este es el último capítulo completamente en el pasado, desde el próximo verás lo que ocurre en el tiempo "actual", que inicia el 24 de agosto de 2013. Por si acaso, el capítulo que publicaré hoy transcurre a fines de marzo de 2014. Y sí, el teléfono que Saori le lanzó a Seiya cuando eran niños era un Nokia, si no, no se explica que esté vivo.

 

Saludos! Y gracias por pasar :)

 

 

buenas felipe,nos acercamos al final de esta como llamarlo....tercera temporada? XD

y hasta la proxima.

Que no te moleste decir las quejas, Presstor, porque así se mejora ;) Gracias por pasar.

Ya que lo menciones, he estado pensando en cambiar la pelea para que sea más igualitaria en el PDF, pero no estoy seguro aún. (A todo esto, ¿viste el PDF del volumen 2? Me gustaría mucho que me dijeras tu opinión, siendo a quien se le ocurrió esa idea :) Si puedes...)

 

Con lo de Ikki... mira, a lo mejor tienes razón. Prometo que lo voy a pensar, al menos para la saga post-Hades (porque en esta va a ser algo difícil, ya verás por qué). Por cierto, la armadura de Ikki sigue siendo de Bronce, por eso se rompió así.

Lo que haga Kuru me tiene sin cuidado en ese aspecto; por eso le inventé técnicas a Shiryu y Hyoga, por ejemplo (Y verás sorpresas con los Santos de Plata en la próxima saga).

 

Sí, Mago debe amarme jaja En cuanto a Seiya, nunca fui fan de él, quizás solo en los primeros capítulos del anime cuando su personalidad no era enteramente basada en Saori (razón de que aquí lo hiciera así), y en Omega, por supuesto. En cuanto a por qué Pegaso está con Atenea siempre, y qué onda con él, tendrás que esperar, lo siento :)

 

Lamentablemente no puedo poner reacciones de la gente, porque esto está contando desde PdV, pero algo hay en el capítulo previo a la muerte de Alde. En el de hoy verás un poco más también. Ya el hecho de que destruir armaduras de Oro es un avance. En cuanto a qué viene, aprovecho de anunciarlo:

 

 

Este es el último capítulo del volumen 3. Lo siguiente será algo así como "Fairy Tail Zero", o sea una saga dedicada completamente a un evento pasado, en este caso, a la guerra contra Eris del 2010 en que se hicieron famosos los Cuatro de Oro Blanco. Será una historia más corta que estos tres volumenes, llevo 10 capítulos escritos, pero estoy tan ocupado estos días con la U que me tomaré un tiempo para empezar a publicarlo, ya que como no está basado en ninguna historia oficial, requiere más esfuerzo, y mucho detalle. Quizás el primer capítulo lo publique igual un día de estos como aperitivo, es cortito, pero la historia se va a remotar tras un buen tiempo para tener un buen avance en la historia y tenga calidad, no sea solo un mamarracho de palabras.

 

 

******************************************+

Ahora vamos con el último capítulo, que así como en las ocasiones anteriores (visita al Oráculo y pelea contra Saga) es desde el PdV de Saori Kido, AKA Athena.

 

 

SAORI V

00:10 a.m. del 24 de marzo de 2014.

Le dolía el pecho y sus piernas temblaban, pero aunque ocurriera frente a una hilera de tsunamis y sobre un terremoto constante, a Saori Kido le alivió estar libre nuevamente. Y Seiya tenía una pizca de razón en algo: sentía un poco de confort al ver a Poseidón y su mandíbula de diez metros. Después de todo su plan finalmente falló. Apenas, pero falló.

—Buenos días, S-Saori… —murmuró Seiya, derrumbándose poco a poco, pero sin cerrar los ojos para asegurarse de que estaba viva. Con varios litros de agua en sus pulmones que derramó tosiendo sobre su vestido empapado (el que Julian le regaló), con la sangre agolpada en su cabeza por la intensa presión bajo el mar, y extremadamente cansada, pero viva—. ¿D-dormiste bien?

—Seiya, muchas gracias. —Le abrazó con fuerza. No conocía la razón, pero el destino había decidido que él la rescatara una y otra vez. Saori confió en él y sus compañeros hasta el final, y por eso hizo estallar su Cosmos y salvar a Shun y Shaina para hacerle creer a Poseidón que había muerto. Reservó un poco de energía para aguantar hasta que alguno de ellos la encontrara y liberara para que cumpliera su destino, y solo pudo hacerlo porque Seiya le dijo que era posible. “El Cosmos es inmortal”, le dijo su maestra—. Resiste por favor, Seiya, no te mueras ahora.

—N-no estoy seguro si soy yo o los otros a q-quienes… d-debes dar las gracias, creo que es al revés… —Seiya perdió las fuerzas en sus piernas y era tan pesado que Saori no pudo socorrerlo, por lo que cayó de espaldas en el agua que no dejaba de correr—. Con tu Cosmos nos animaste muchas veces… Nos ayudaste… ¿O crees que n-no… e-e-escuché t-tu… oración…? ¿Qué no sentí… tu c-calor?

Sus miradas se toparon una última vez antes de que Seiya cerrara los ojos con una sonrisa final que se mantuvo aunque el agua la empapó. Desde allí, Saori vio a Shiryu y Hyoga, Shun e Ikki, Shaina y Kiki. Todos ellos habían arriesgado sus vidas hasta sus últimas fuerzas no solo para salvar a las personas de la superficie sino también por ella. Quedaron inconscientes… tal vez peor, porque tuvieron frente a ellos a un dios, al mayor de los doce Olímpicos, y apostaron por ella para vencerlo. En ocasiones, mientras el agua le caía encima y luchaba por apartarla de su cuerpo (habilidad que tuvo que aprender a la fuerza) y soportar el hambre, el sueño y la fatiga por tantas horas, pudo observarlos y darles un poco de ayuda, aunque fuera mínima; se los debía.

Shiryu atravesado por un tridente y con los sentidos alterados; Ikki luchando contra aquel que inició tanto la Guerra Santa como la rebelión de Saga, volviendo una y otra vez de la muerte; Shun atacado tanto por la melodía que terminó matando a Aldebarán, como por su propia inocencia; Hyoga enfrentando su pasado de la peor manera; Shaina llevando la responsabilidad de rescatarla frente a frente al mismísimo dios, y Kiki cargando la armadura de Oro de Libra por todo el océano. Todos ellos colocaron sus esperanzas en ella.

No les iba a fallar. Besó a Seiya en la frente y apartó el agua de su cabeza con un movimiento gentil de su mano, para que no se ahogara; y lo mismo hizo con los demás, desde la distancia.

—¿Cómo es posible que estés viva? —preguntó Poseidón, todavía con la voz de Julian, pero hasta los gestos de su cara eran diferentes—. ¿Me engañaste?

—Se acabó, tío —sentenció mientras se ponía de pie enfrentando la lluvia, intensa y extremadamente pesada—. Regresa al Olimpo, no opongas resistencia.

—Imagino que estar al borde de la muerte te alteró, aunque seas una diosa. ¿Cómo es eso de regresar al Olimpo, si acabo de bajar de allí? —Las olas pasaban al lado de Poseidón aunque ya habían derrumbado la mitad del Templo detrás. Su aura abarcaba todo en su rango de visión—. Sería casi imposible solo con mi tridente, sin que abrieran el ánfora, pero mi ira al ver lo que hiciste con este planeta es tan grande que pude atravesar el laberinto dimensional y llegar hasta aquí. —Su rostro se tornó en una mueca enfurecida, con el ceño fruncido y los ojos liberando relámpagos azules y truenos que se replicaron en todo el cielo—. ¿Cómo podría regresar sin limpiar tu desastre solo porque me lo pides, sobrina?

—Si no lo haces voluntariamente, será por la fuerza —dictó Saori con toda su firmeza, buscando sutilmente con la mirada lo que necesitaba. Lo encontró en solo dos segundos, acercándose a ella llevado por la marea tras de sí—. ¿Sabes por qué entraste a esta dimensión con ese descontrol, y por qué perdiste a todos tus hombres, Poseidón?

—¿Hm?

Saori dio unos pasos hacia atrás, lentos, mientras se concentraba para poder elevar su Cosmos nuevamente. No se sentía capaz de imitar el del Emperador del océano, cuya energía parecía tener un origen distinto al de ella o los Santos.

—Alguien te traicionó, y te ha manipulado desde el principio. En cambio yo, con mucho esfuerzo —muchísimo—, me gané la confianza de los Santos que saben que daré todo por ellos. —Saori se arrodilló y tomó de una oreja mojada el ánfora plateada con un corazón dibujado que se encontró bajo una baldosa del Sustento Principal. Al tomarla por primera vez, cuando el agua le llegaba a los tobillos, sintió una gran nostalgia por el objeto.

—N-no puede ser… —farfulló Poseidón, con sus ojos totalmente celestes abiertos como platos, desprovistos de rayos—. Eso que tienes en las manos…

—Eso es lo que nos diferencia, y lo que acabará contigo —continuó Saori, alzando la vasija con las dos manos y encendiendo de golpe su Cosmos blanco y dorado, aprovechando el instante de indecisión de su familiar mitológico—. Formé lazos con mis Santos, con la gente de Rodrio, con mis doncellas, con mis amigos, con mi familia adoptiva, y con todos los que vi sufrir bajo el agua. ¿Alguna vez has tenido esos lazos, Poseidón?

—¡Tu ánfora! —exclamó el dios, enfadado esta vez, levantando el tridente e incrementando más su aura si es que era posible—. ¿Cómo llegó a tus manos? ¡Es el objeto mitológico que has usado para encerrarme a través de las eras! Pensé que había dejado claro a Dragón Marino que lo ocultara, ¿cómo es que…?

—Eso solo prueba mi punto —dijo Saori, rescatando los pasos que había retrocedido—. No formaste lazos con tus soldados, y por eso te traicionaron.

—¿Lazos? ¿De qué tonterías sigues hablando, Athena? Ellos cumplen mis órdenes porque son humanos, y conscientes de ello. Un dios no necesita otro tipo de relación con los humanos, así como un escritor no necesita una relación con su pluma. —Una ola rugió detrás de él al pronunciar esas palabras.

Saori la vio acercándose amenazante a Kiki, debajo de la Caja de Pandora, y con su Cosmos lo impulsó lejos de su alcance. Lo mismo hizo con Shaina.

—Comprobaré que estás equivocado cuando te encierre nuevamente aquí.

—Siempre has sido una tonta. La única razón por la que lo has conseguido las veces anteriores fue por sorpresa o porque no estaba completo, pero como ves ahora… —Poseidón rasgó el aire horizontalmente con su tridente, y Saori sintió un doloroso corte a la altura de los muslos que no solo desgarró su vestido celeste, sino que lo manchó de sangre y le hizo caer de rodillas—. Es diferente. Soy yo. Solo si superaras mi Dunamis podrías tener esa oportunidad.

—Ugh… ah… —Saori trató de ponerse de pie, pero sudaba copiosamente y sus fuerzas físicas estaban demasiado mermadas. La salud tampoco la ayudaba, y solo su Cosmos la mantenía viva.

—S-Saori… —musitó Seiya, tal vez en un sueño. Ese apoyo y esa fe también la mantenían lejos de la muerte. Tuvo que alejarlo de unos escombros del Templo que casi le caen encima.

—Te repetiré la oferta que te hice como Julian Solo: únete a mi cruzada, limpiemos juntos este mundo, no dejaremos a ninguno vivo, no lo merecen, y crearemos nuevamente a la humanidad. Esta vez serán totalmente puros, harán lo que nosotros les digamos, respetarán las leyes y el mundo en que viven…

—P-pero no tendrán libre albedrío, ¿verdad?

—Esa libertad es lo que llevó el mundo que amamos al borde de la total destrucción, fue un gran error dotarlos de esa capacidad.

—Si es así, tendré que rechazar esa oferta otra vez. —Destapó el ánfora, pero nada pasó, como había supuesto. Debía hacerlo cuando superara el poder de su tío, su… Dunamis. ¿Qué era eso?

—No te esfuerces; como dijiste, esto se acabó. —Por un instante, el dios del mar cerró los ojos con tristeza—. Maldición, Athena, por culpa de tu obstinación en socorrer a estos humanos, tendré que acabar contigo. El Dunamis de los dioses al que tú no tienes acceso por tu cuerpo humano, no detiene ni acelera los átomos, sino que los desintegra al nivel de sus partículas. ¿Entiendes eso? Perecerás en serio.

—No temo morir, pero no dejaré que sea tan fácil.

—Tu alma irá a parar al Tártaro, y no podrás recuperar tu cuerpo tal vez en millones de años. Aunque tengas un alma eterna, a esas alturas la humanidad ya te habrá olvidado, ¿lo entiendes?

—A esas alturas la humanidad ya habrá encontrado una manera de evitar la destrucción de este mundo. Dales una oportunidad.

—¡No discutiré ese sueño contigo!

 

Las aguas alrededor de Poseidón se alzaron, se convirtieron en lanzas, y se pusieron a danzar de un lado a otro. Saori sentía muchísima presión, utilizaba casi todo su Cosmos solo para conservarse de pie, con todos sus huesos y músculos intactos. Pero ese era el momento para liberar su poder de diosa, y debía hacerlo bien si no era ya un cadáver.

Un riachuelo solitario que permaneció en el piso a diferencia de los demás, se deslizó en zig-zag hacia Poseidón, y se alzó mucho después que ellos. Tomó grosor y una forma irregular, casi humana, delante de los ojos impávidos del dios, que pareció sorprenderse por un momento. Dos protuberancias salieron de los lados de su superficie líquida como brazos que se interpusieron entre ambos dioses. El dios Poseidón soltó una sonrisa de desprecio tras unos segundos de titubeo.

—¿Apareces otra vez? ¿No te quedó claro en el Templo? Ja, ja, apártate. En tu estado no tienes cómo protegerla, oceánida.

De un manotazo, hizo desaparecer ese extraño río, y su energía estalló como el bramido de una ola. ¿De dónde había salido eso? ¿Por qué la había protegido?

—¿Q-quién era…?

—Muere, Athena.

 

Saori vio repentinamente la Gran Explosión, y un planeta azul surgió de él a toda velocidad, listo para aplastarla. Era el Dunamis del Mar, el Cosmos del dios Poseidón, podía verlo con toda claridad aunque fuera imposible concebir la vista de todo el planeta, tan cerca.

Se materializó como olas, millones de olas devastadoras que se abalanzaron sobre ella como perros de caza sobre su presa. Saori debía utilizar esos campos de energía que aprendió a usar al interior del Sustento Principal, pero ¿sería suficiente?

Tampoco es que tuviera otra opción. Extendió las manos hacia adelante y prolongó su Cosmos hacia los lados, arriba y abajo. Una cascada le cayó encima, pero para su sorpresa no fue más que agua…

«¿Qué es eso?»

Poseidón no había atacado todavía. Esas olas eran una divina distracción, solo el manifiesto de su poder; el verdadero ataque era el tridente que arrojó e hizo pasar a través de las cascadas, uno que pasaría fácilmente por la barrera de Cosmos que había creado. Nunca se planteó esa posibilidad, nunca esperó que fuera tan fácil para un dios con todos sus recuerdos del Olimpo, acabar con una muchacha que todavía estaba masticando que no era una humana completa.

 

Pero tampoco se esperó que ese hombre de armadura anaranjada apareciera de la nada y recibiera el tridente en su lugar. Los tres dientes salían por su espalda, manchada de rojo igual que su negro cabello. Las Escamas que llevaba se trituraron y cayeron al piso como si fueran de arena.

Al verlo mejor, se sorprendió con la idea de que fuera Saga, pero recordó la pelea de Ikki y descubrió la verdad.

—Eres… Kanon…

—¿Aquel que me traicionó disfrazándose de Salem? —preguntó Poseidón, bajando las aguas para que pudieran verse—. Me evitaste el tener que buscarte, ja, ja.

El hermano de Saga temblaba de pies a cabeza y tenía los ojos en blanco. El hecho de llevar Escamas que pagaron la mayor parte tal vez lo había salvado de desintegrarse completamente, pero la ira manifiesta de dios en su organismo debía estarlo matando poco a poco.

Y aun así… sonrió.

—Je, je, ¿pero qué diablos vine a hacer aquí? Ah…

—¡Kanon! —gritó Saori, muy triste. Ese hombre había provocado la muerte de millones de personas en todo el globo, era una de las personas más perversas que hubiera pisado la faz de la Tierra. ¿Por qué le causaba tanta pena el sufrimiento de ese hombre de ojos verdes?

—Ah… ya entiendo… Como c-c-cometí el sacrilegio en primer lugar… m-me c-corresponde… recibir el castigo… —El General comenzó a derrumbarse, primero sus rodillas sonaron con el chapoteo en el agua que destruía los edificios laterales. Ese hombre, según lo que Ikki reveló, había sufrido la intensificación de sus más crueles deseos por un tercero, una diosa llamada Discordia—. Je, je, je, tiene sentido… D-después de todo, en mi juventud prometí… p-proteger a esta chica…

—Kanon —«¿Qué estoy haciendo?»— ¡Resiste! —Trató de arrodillarse para ayudarlo, pero él la apartó con un suave y respetuoso manotazo.

—No…, no haga nada. —Una gota salada cayó de uno de sus ojos y no fue capaz de evitar que se notase—. Ja, ja, por todos los dioses… He hecho cosas tan… absurdas, je, je…

Kanon se arrancó el tridente con todas sus fuerzas, y en el agua derramó muchas cosas horribles, sangre la más abundante y reconocible de ellas. Luego cayó de boca y su Cosmos se apagó.

A Saori eso la enfadó, por alguna razón, y miró desafiante al dios de los océanos. ¿Cuántas personas habían sufrido desde la primera Guerra Santa, cuando él atacó porque no estaba conforme con la decisión de su hermano? Incluso Kanon Laskaris, de alguna manera, había sido víctima de la crueldad de los dioses para justificar que la maldad era humana. ¿Quién era el verdadero culpable? Fuera como fuera, su enemigo era en ese momento su tío el Mar, el primero en atacar la Tierra… y esperaba que el último.

—Tú y yo… parece que estamos condenados a enfrentarnos una y otra vez desde la era mitológica por el gobierno de este bello mundo. —La sonrisa del dios era orgullosa, diferente a cualquiera de las de Julian, estaba llena de vehemencia, ira y despotismo. Su cabello se alzó igual que las mareas, mientras ese tal Dunamis se concentraba en sus manos. —Pongámosle fin a esa eterna dinámica —sentenció, mientras la tierra bajo sus pies se trituraba y drenaba el agua.

Saori sintió que el terremoto sacudía todo el fondo submarino, y por tanto, gran parte de la Tierra, solo décimas de segundos después de que iniciara.

Y el dios finalmente atacó. No eran golpes ni rayos de energía, sino que su piel se entumecía, y luego sentía impactos en todo su cuerpo, aunque venían de la propia agua de su interior. Cada molécula de líquido repetía la misma mecánica: salía de su cuerpo, se incrementaba y la atacaba estruendosamente al tiempo que sudaba, sangraba y se le resecaban los labios. También perdía la visibilidad poco a poco, y el dolor se incrementaba mientras las olas chocaban con su cuerpo tan rápido e eficientemente que no le daba tiempo para caer, o siquiera para respirar.

Solo se ocupó de gritar con cada choque, mantener su barrera de Cosmos lo mejor que podía, y sujetar el ánfora entre sus manos.

—¡¡¡AHHH!!! —chilló cuando tropezó con una fisura en la tierra y recibió impactos en zonas que había desprotegido levemente. También recibió algunos cascotes del pilar central que seguía desarmándose, al estar justo debajo del cabo de Sunión tan, tan arriba.

—¡Saori! —clamaron algunas voces, junto con un par de “Athena”. Eran los chicos, sus Santos, incapaces de moverse pero todavía preocupados más por ella que por su propia salud. Con la ira de tres cuartas partes del mundo golpeándola en un frenesí agonizante, se le hizo imposible verlos, pero sentía sus corazones, la fuerza que ponía en ella sus esperanzas.

No iba a rendirse.

—¿Qué pasa, Athena? —preguntó Poseidón con sorna, con una cascada tan grande como el Sustento Principal detrás de él, reuniendo una segunda ola en su mano—. ¿Solo te enseñaron a defenderse? Para ser la diosa de la guerra dejas una muy mala impresión, ¡no podrás bloquear mi Dunamis para siempre!

 

«El Cosmos es infinito, incluso yo fui creada desde la Gran Explosión. Puedo encender mi Cosmos mientras mi corazón desee hacer lo correcto por toda la gente que mi padre me dejó a cargo». Sí, ella podía alimentar su energía de la bondad de las personas, de las risas de los niños que sufrían bajo las aguas y escapaban de las olas; todos tenían pureza en su interior, y por eso serían capaces de solucionar los problemas y mejorar el futuro. Siempre lo había sabido, y había visto durante siglos que la humanidad seguía estable solo gracias a esa bondad innata.

—No estabas… destinado a r-renacer e-en esta era… ¡Vuelve a dormir!

—¡Silencio! —Poseidón volvió a atacar, y ella proyectó su barrera de nueva cuenta. El mar del mundo cayó sobre ella, más agresivamente que antes o que en el Sustento Principal, las gotas de lluvia eran como cuchillos, los ríos como látigos desgarradores, y las olas como yunques sobre su cuerpo… La tierra se trituraba, y el agua no dejaba de caer, como si el mismo océano pudiera ahogarse.

Pero a pesar de que fue muchísimo más doloroso, no retrocedió esta vez, ni estuvo más cerca de soltar la vasija. Sintió el sabor de la sangre, que era roja como la de cualquier ser humano que piensa y siente, y con ella volvió a amenazarlo.

—P-parece que estás olvidando algo…

—¿Eh? —La expresión del dios se tornó a una mueca de confusión y abrió los ojos muy grandes con evidente disgusto. Saori no había caído todavía, y eso no estaba en el plan de alguien que tiene manejo del tal Dunamis.

El planeta azul, que seguía incrementándose, detuvo su curso, pero liberó un vapor que le hizo arder la piel, y la transpiración era el poco líquido que le quedaba adentro. Pero eso no la amedrentaría, porque sentía el apoyo de aquellos que habían arriesgado todo de sí porque confiaban en su sueño, tenían fe en sus ideales, estaban esperanzados en que los buenos de corazón eran mucho más, y superiores, a los que mancillaban el universo. Y que incluso ellos tenían un centro de gentileza y empatía.

Habían sufrido, no solo físicamente, sino que habían perdido cosas queridas, y habían discutido con sus propios sentimientos, dudado de sus propios deseos. La muerte de una hermana, de un padre, de una amada, de un maestro, de una madre o un amigo podían hacer cojear a cualquiera, pero a los Santos se les había más fácil aferrarse de lo que sí conservaban: sus compañeros, sus ideales, sus esperanzas, sus experiencias, sus lazos, sus corazones, y también los recuerdos de sus caídos.

—Yo cuento con los Santos de mi lado, esos jóvenes valientes que aunque han perdido tanto, siguen aferrándose a un futuro lleno de luz y paz. Son aquellos que confían en que la propia humanidad se reconstruirá tras esto, y eso los hace indestructibles, incluso ante un dios.

—¿Pero de qué diablos estás hablando, mocosa? —resopló Poseidón, como si la amenaza hubiera tenido mucho menos valor del que esperaba. Su expresión de extrema confianza regresó—. ¿Qué importa que estén de tu lado? No viene al caso si no son capaces de ponerse ni a tu nivel.

—Al contrario…. Diría que pueden ser superiores a ti.

—¿Qué cosa? ¡Pero si prácticamente son cadáveres! ¿Y dices que pueden superar a un dios? ¡¡¡Deliras!!!

—Ellos tienen la capacidad de obrar milagros. Cosa que tú, como dios, eres incapaz de comprender.

Eso debió enfurecerlo mucho, ya que el siguiente ataque fue miles de veces peor que los anteriores. Sintió un frío que le heló hasta el alma, la tierra se molió bajo sus pies y solo quedó mar; Saori fue aplastada y perdió la noción del tiempo y el espacio, ya no había nada más que agua, tan ardiente como congelada, al mismo tiempo y sin mezclarse. Además de la lluvia también surgieron relámpagos que le paralizaron completamente, y no supo si caía de espaldas o de frente. Sangraba más que nunca, perdió sensaciones y color de piel, se estaba ahogando en el más violento de los torrentes. Y perdió de vista a sus compañeros.

 

De todas formas, lo único que veía era algo muy lejano al caos o a los mares en el mundo de Poseidón. Las algas fueron reemplazadas por manzanos y naranjos, y los corales por todo tipo de flores. Era muy pequeña, pues miraba a su abuelito Mitsumasa desde abajo, y éste la invitaba a entrar al establo, pues una cría había nacido unas horas atrás.

—Algún día correrás con ella tan rápido que superarás el viento, solo debes creerte capaz de eso —dijo su abuelo, con la sonrisa alzando su bigote e inflando su barba. De la mano la llevó hasta la nueva yegua, una preciosa de color blanco.

—La llamaré Nube —respondió antes que le preguntara. El día anterior vio una nube idéntica a un caballo—. ¿Me dejarás montarla sola?

—Al principio tendré que acompañarte, pero algún día podrás hacerlo por ti misma. —Mitsumasa Kido se le acercó y le besó la frente—. Pero siempre me vas a tener cerca, mi princesita de los dioses.

 

Sintió diversas llamas en su corazón, deseos y esperanzas ajenos a los suyos. Ellos, los Santos, también la acompañaban aunque sus cuerpos estuvieran inmóviles, no la dejarían sola, pues ya habían formado lazos irrompibles. Y para demostrar eso, lo primero era recuperar la orientación, y recordar qué era lo que enfrentaba.

«Lo de adelante es lo que ven mis ojos, lo de atrás es lo que se derrumba, a los lados hay corazones ardientes y respiraciones débiles; bajo está el agua que busca ahogarme y la tierra que desea enterrarme, sobre está el sufrimiento y las esperanzas de las personas».

El enorme planeta, la lluvia y las cascadas seguían ahí, pero pudo ver más allá, al dios iracundo rodeado por ríos danzantes y un Cosmos sinigual, una gran porción de la energía en la Gran Explosión.

—No me harás caer…

—¡Ya deja de resistirte! —Poseidón volvió a crear sus olas, y más moléculas de agua se liberaron de Saori y la atacaron, la presionaron y la dejaban seca, pero lo resistió tal como cuando comenzó el efecto, no se dejó mecer por el descontrolado vaivén de emociones y furia. Ni siquiera proyectó una barrera, resistió el ataque solo porque deseó que así sucediera, y eso tornó el rostro de Poseidón a uno que sus pesadillas siempre le recordarían—. ¡Imposible! ¡NO!

—Mis Santos pueden conseguir milagros porque sus corazones están llenos de emociones tanto hacia el mundo como a la humanidad; ante la adversidad son capaces de crecer para defender esos sentimientos, cosas que los dioses en su eterna majestuosidad no pueden conseguir, ya que nada les es difícil. —Saori bajó la vista hacia su pecho, donde un corazón rojo latía rápidamente—. Aunque soy una diosa, mis emociones son prueba de que también soy humana, y por eso voy a superarte.

—Silencio, ¡silencio!

Poseidón atacó una vez más, esta vez directamente, con rayos de luz que destruyeron todo a su paso, eliminando toda edificación, solo dejando los espacios protegidos con barreras para los Santos; la tierra casi se había destruido, y lo que temblaba era el mismo mar que todo lo abarcaba, pero     Saori no sintió dolor ni más angustia. Lo que estaba alrededor se desintegraba, pero no ella. Recibió orgullosa la ira del dios, a sabiendas de que tenía la razón.

—Aunque seas un dios, eres inferior a ellos por el simple hecho de que te pusieran en aprietos unos instantes, lo que prueba que no eres perfecto. Si esos humanos te dieron problemas con la infinita fuerza de sus corazones, entonces los demás también merecen esa opción, ¡pero no tienes ningún derecho a arrebatarles la posibilidad de demostrarlo y a cambiar!

—¿Por qué no puedo matarte? ¿Cómo es que puedes resistir la fuerza de alguien tan superior a ti? —dijo Poseidón, impávido, justo antes de desplegar su Dunamis por enésima vez.

—A diferencia de mí, solo eres un alma divina sin control, atrapado entre dimensiones y usando el cuerpo de alguien que se opone también a ti. Por eso es que tu tiempo aquí se acabó… —Es ese instante Saori lo supo, pues notó el breve relámpago dorado que brotó desde su mano derecha, cerca de su preciada pulsera de flores, muy diferente a su Cosmos usual. La sangre en sus dedos se tornó dorada en ese breve momento. Al siguiente segundo, sabía lo que pasaría.

«Pero ni con eso podría sola… Chicos, ayúdenme, por favor».

La primera llama que llegó a su mano, en una milésima de segundo, fue de intenso color azul. Le siguieron algunas otras, de diversos tamaños y tonos, pero todas impulsados por el mismo deseo. Escuchó también palabras de aliento de los que se habían decidido a acompañarla en su cruzada de por vida, los hombres y mujer más valientes que conocía, las pruebas vivientes de que tenía la razón sobre la bondad interna del ser humano.

 

Redirigió el rayo cargado por esas flamas directo a la frente de Poseidón, donde se notaba sangre reseca. Éste torció el cuello al recibir el impacto, y sus ojos se salieron de sus órbitas por la incertidumbre y el temor.

—¿D-Dunamis?

En ese breve segundo… No, quizás una centésima de segundo, pudo lograr superar el poder del dios. Solo bastó eso, y aunque pensó que sus dedos estaban congelados, pudo moverlos con toda facilidad y gracia para destapar el ánfora.

—Si eres una divinidad tan gloriosa y majestuosa, entonces asume que has perdido, Poseidón, y vuelve a dormir hasta que sea tu verdadero momento para despertar —rogó, y un terremoto la sacudió tan fuerte que casi le destruye los pies.

Poseidón gritó con todas sus fuerzas mientras el agua se levantaba, lejos de ellos, hasta alcanzar el mar que parecía cielo, en la superficie. Los relámpagos se hicieron más ruidosos y brillantes, pero todos ellos cayeron en la vasija grabada con un corazón tan rojo como el de Saori. Eran rodeados por las auras de Pegaso, Dragón, Andrómeda y los demás, como guardias y testigos ante la prisión.

El cuerpo de Julian Solo, atrapado en un huracán, se estremeció como un animal paralizado por el terror ante su cazador. Un vapor azul salía de su cuerpo, se mecía con un vaivén rápido y difuso, como la lluvia torrencial en un cristal, y tomó la forma irregular de un rostro gigantesco, totalmente blanco y contorsionado en una mueca de terror y desesperación. Logró balbucear unas últimas palabras que resonaron directamente en su corazón.

—Te arrepentirás de haberte puesto del lado de los humanos. Terminarás sufriendo el mismo destino que ellos cuando los dioses del Olimpo se cansen de tus caprichos… Incluso yo bajaré con mi verdadero poder si es necesario para cercenar tu necedad. No lo olvides…

Cuando el vapor azul completó su viaje hacia el ánfora y dejó el cuerpo de Julian absolutamente vacío de divinidad, cayendo en el mar, Saori cerró el ánfora que le perteneció desde la era mitológica. La abrazó con todas sus fuerzas, como si temiera que se liberara en cualquier momento.

 

«Poseidón, si el proteger a los seres humanos siendo uno de ellas desata la ira del Olimpo… no tendré más alternativa que enfrentarme a todo los miembros del Panteón de ser necesario, uno tras otro, no lo dudes. Jamás me arrepentiré de mi cualidad como humana… Después de todo eso vine a ser aquí en la Tierra».

El agua empezó a subir y sintió una mano enguantada en su brazo. Luego, la sonrisa de un muchacho de ojos marrones le indicó que todo había acabado, y que podía dejar de abrazar el ánfora.

—T-tenemos que salir de aquí —dijo Seiya, sujeto del hombro de Shun, tan desgastado como todos los demás.

Detrás de ellos, prácticamente arrastrándose por el agua, se acercaron Ikki, Hyoga, Shaina, y Shiryu cargando a Kiki. Con tanta agua cayendo por todos lados, empañando su visión, era difícil saber si estaban conscientes o solo eran cadáveres llevados por la corriente, pero Saori solo sabía que no dejaría a ninguno de ellos ahí. Además estaba Julian… ¿Qué podía hacer?

No. Alguien más sostenía el cuerpo de Julian, la joven que vio en la fiesta de cumpleaños, una sirena de cabello rubio y mirada triste. Con un gesto rápido de su cabeza le hizo saber que se encargaría de Julian Solo, vivo o muerto, y Saori confió en ella… Tal vez porque no tenía más fuerzas para pelear o discutir.

 

Una ola los azotó, y un hombre de cabello negro llegó hasta su falda, tal vez muerto. Saori cerró los ojos y pensó que tal vez sería capaz de sacarlos metiéndose todos en una burbuja que flotara hasta la superficie, la que debía estar mucho más cerca que antes. Y cuando un ser humano deseaba algo con todas sus fueras, podía incluso montar sobre las nubes a caballo.

 

 

***

Epílogo

 

10 de Abril de 2014.

Tuvieron que pasar varios días para que recibiera noticias del paradero de Julian Solo. Mientras recorría las calles todavía heridas de Ámsterdam para dar ayuda a aquellos que habían perdido tanto, Kiki tiró de su mano mientras hablaba con una reciente viuda a la que construyó una casa.

A lo lejos, en el centro de la plaza Dam, el heredero de la familia Solo (con una venda alrededor de la cabeza) daba un paseo acompañado de muchos niños, hacia un gran camión repleto de todo tipo de juguetes. La gente alrededor lloraba y reía por igual, pero costaría mucho reparar todo el daño en el mundo.

En Paris, la torre Eiffel fue derribada por un Ceto desde el Sena; en Londres, un gran tsunami destruyó el Parlamento; Manhattan, en Nueva York, desapareció completamente bajo las aguas, igual la isla de Pascua y Gibraltar; los peores daños continentales se vivieron en África, Asia oriental, Sudamérica y Europa occidental.

El número de habitantes del globo se redujo considerablemente, un sexto de la población mundial pereció bajo el mar, la mayoría de los países costeros, y de entre los sobrevivientes, solo el diez por ciento salió sin daños, todos del noroeste de China y zonas aledañas. Si hubiera llovido por más de tres días, si no se hubiera encerrado en el Sustento Principal, si no hubieran avisado a las autoridades, y si no hubieran intervenido los Santos para matar a los monstruos, el pesar sería mayor, tal vez la mitad de la gente en la Tierra, incluso si encerraban a Poseidón.

—Athena… No, quise decir, señorita Saori Kido —dijo alguien a su lado con voz sumamente suave y humilde, como el que se excusa antes de decir por qué.

—¡Sorrento! —se sorprendió Saori, y Kiki le aferró fuerte la mano, mientras su mayordomo se adelantaba. El joven que la había escoltado al mundo submarino, aquel que había luchado contra Shun y llevado a la tumba a Aldebarán, sonreía delante de ella, con una mirada desprovista de acritud o vehemencia, vestido con las mismas ropas elegantes que usó en el cumpleaños de Julian, cargando una flauta traversa plateada en la mano.

—¡Tú! ¿Cómo te atreves a venir así a…?

—Tranquilo, Tatsumi —calmó Saori, estuvo a punto de abalanzarse sobre el joven, lo que podía causar más problemas en un lugar que no merecía ver más peleas. Además, el General de Sirena había ayudado a Shun y a Ikki, al fin y al cabo—. No viene a pelear.

Sorrento se inclinó humildemente ante ella, sin elevar ni una pizca de su Cosmos. Su voz fue serena y arrepentida.

—Así es, no tengo motivos para pelear contra usted. Desde el principio, el dios Poseidón no fue el de la idea… Y tampoco desee que esto terminara así. Me disculpo si le incomoda mi presencia.

—No, está bien —le aseguró Saori, devolviéndole la sonrisa. Ese hombre fue su enemigo, y por su culpa murió uno de los mejores hombres del Santuario, pero si creía en darles una oportunidad a los habitantes de la Tierra para redimirse del daño a su mundo, no podía ser tan hipócrita y no conceder lo mismo a alguien demasiado idealista en un planeta con sufrimiento real—. ¿Qué haces aquí?

—Cuando Tethys sacó a Julian Solo, me encontré con ellos en la playa. Él no tiene recuerdo alguno de lo que sucedió, dudo siquiera que la recuerde a usted como alguien más que la hija de un amigo de su padre. —Sorrento guio su mirada hacia Julian, que estrechaba la mano de un senador mientras la gente alrededor aplaudía. Allí estaba la sirena Tethys también, sin percatarse de su presencia—. Sentía haber despertado luego que el mar lo dejara inconsciente en su fiesta de cumpleaños, y sin pensarlo dos veces, ¡decidió emplear la totalidad de su fortuna en la reconstrucción mundial con un fondo de ayuda para las familias más damnificadas en las distintas regiones del globo. Cuando le pregunté la razón, me respondió que no lo sabía, pero que sentía la obligación de hacerlo.

—Julian… —musitó Saori, y estrechó con fuerza la mano de Kiki. Para él debía ser muy difícil, así como a los Santos, confiar en que el hombre que con su poder asesinó a tanta gente pareciera un simple millonario y filántropo excéntrico, pero ella tenía completa fe en que ya no era Poseidón. Éste yacía plácidamente en el monte Olimpo, contenido por el ánfora que ocultó en el fondo del mar, bajo los más profundos escombros del Sustento Principal y el cabo de Sunión, que se redujo bastante en tamaño. Con una inscripción de sangre en la tapa, se aseguraría de que su tío no despertaría cuando quisiese.

—Le ofrecí acompañarlo en su viaje alrededor del planeta, tocando mis melodías para animar a los niños. —El músico bajó la mirada un instante, se golpeó débilmente un muslo con la flauta, y clavó sus ojos dorados en ella—. Le aseguro que ni yo, ni Tethys, ni el señor Julian le daremos problemas, señorita Saori; usted se ha ganado merecidamente el gobierno de este mundo. Haga lo que deba hacer, por el bien de todos. Tengo fe en su poder… Lo sentí.

—Así lo haré… Cuida de Julian, por favor. Si Poseidón cambia de parecer sobre el destino del mundo, usará el cuerpo de alguien de la familia Solo para manifestarse, así que debes estar alerta.

¿Podía confiar en Sorrento? Sinceramente no estaba segura, y algunos de los Santos de Oro la regañarían por pensar en ello, pero el músico irradiaba el aura de la culpa y el deseo de hacer bien las cosas, estaba segura.

Antes de retirarse, Sorrento le dijo una última cosa.

—Permítame la pregunta, pero ¿sacó a Kanon del mar, en esa ocasión?

Saori no supo qué responder. No porque no quisiera que Sorrento supiera o no, sino porque ella misma no tenía la más remota idea de si había sacado a Kanon de Dragón Marino del fondo oceánico.

—No estaba con nosotros en la costa, así que no lo sé —respondió Saori, a fin de cuentas. Y de verdad no lo sabía, pero esperaba que, en caso de estar vivo, no se encontrara con ninguno de los Santos.

Estaba junto a ella, azotado por las olas, desangrándose y sin respiración, cuando encerró a los Santos en una burbuja para salir, pero no recordaba haber llevado —o no— al gemelo de Saga. Podía entender el cambio de Sorrento, confiar en Julian y dar el beneficio de la duda a Tethys, pero Kanon era un caso diferente. Era, ante todo, el asesino de millones de personas en todo el mundo, perpetrador no solo de la Guerra Santa, sino que de la mismísima rebelión de Saga, del descenso drástico en el número de Santos, incluso de obligarla a vivir lejos del refugio sagrado con la muerte de Aiolos. Era el causante de todo lo malo que había vivido en los últimos años, y en su primer día en la Tierra como Saori Kido. ¿Podía ser capaz de perdonar a alguien así solo por recibir el tridente de Poseidón en su lugar o por revelarse que una manzana de oro había plantado la semilla del mal en él?

Si algún día aparecía vivo, significaría que sí. Pero ese era su caso; los otros habitantes del Santuario, los Santos de todos los rangos y la misma gente jamás lo perdonarían. Demasiados habían caído, cosa que Saori descubrió apenas Milo y Aiolia la recibieron en el Mediterráneo junto con algunos sobrevivientes, apenados y enfurecidos todos ellos por su impotencia.

 

En la Guerra Santa contra el Emperador del Océano perecieron, por obra del mar, los Marinas, o los monstruos, setecientos dieciocho soldados y guardias rasos, dejando solo trescientos ochenta y siete. También fallecieron el alcaide de la prisión del cabo, Al-Marsik de Ofiuco, el Santo de Oro Aldebarán de Tauro —restando solo cuatro en el Santuario—, y los Santos de Bronce Nesra de Pez Austral, Mahkah de Indio, Ahmar de Zorra y Olly de Pez Volador, reduciendo su número a solo veintidós. Seiya y los otros Santos estaban graves, pero ya se recuperaban lejos del Santuario. Y eso que la Oscuridad, la verdadera amenaza, todavía no llegaba.

 

Saori regresó esa misma tarde al Santuario, y decidió subir uno por uno los escalones de la Elíptica, evitando el pasadizo de los guardias de Piscis. Durante un breve instante había igualado la energía de Poseidón despertando su Dunamis, así que debía ser capaz de hacerlo cuantas veces fuera necesario, igual que sus Santos, aunque el cansancio fuera considerable.

No sabía exactamente qué era eso del Dunamis, Aiolia le comentó que los Titanes, aunque sellados, buscaban usar esa fuerza para pelear con ellos, pero parecía el mejor método para repeler a aquellos dioses que deseaban la Tierra.

De acuerdo a las palabras de Poseidón, esos dioses estaban enfurecidos con su manera de proteger al mundo, y pronto perderían la paciencia. Aseguró que los vencería a todos de ser necesario, pero de la palabra al hecho había un gran trecho que cruzar. Sellar, pero no derrotar a Poseidón, requirió que no estuviera con total control de sus facultades, que Seiya y los demás sumaran su Cosmos a ella, que la flecha de Sagitario absorbiera parte de su energía, que el mismo Julian se resistiera a la posesión con esa breve intervención de la “oceánida”, y que por una centésima de segundo única se abriera el ánfora. ¿Iba a hacer lo mismo con todos los Olímpicos también? ¿Tendría una oportunidad así con cada uno de ellos?

No parecía probable, así que debía entrenar su energía, despertar la fuerza completa de su divinidad, tal vez incluso recuperar sus memorias pasadas. Yuli de Sextante, la oficial de la biblioteca, le entregó el libro Athena, diosa de corazón humano, pero tras la primera leída en el avión a Países Bajos, ninguna historia ahí mencionada le hizo sentido.

Había oído los susurros de su padre en Delfos y pudo liberar una mínima porción de Cosmos divino, pero más que eso no tenía nada. Hija de Zeus, sobrina de Poseidón, construyó el Santuario, los Mantos Sagrados, y un ánfora para encerrar al Emperador del mar, pero todo lo demás que supusiera la mitología podía ser tan falso como la representación de ella que se hacía en las estatuas, con cabello rizado, un yelmo guerrero, y nacida de la cabeza cortada de su padre.

Sin embargo, durante su estadía en el Sustento Principal, sí tuvo algunos sueños extraños que podrían tal vez pasar como memorias: un lugar lleno de luz, cerca de un bello prado, acompañada de varias personas diferentes en recuerdos tan distantes entre sí del tiempo como del espacio; la más intrigante era una mujer de cabello oscuro, ojos luminosos y brazos emplumados como alas de lechuza que le repetía dos frases, una y otra vez: Se lo prometo y la acompañaré hasta el fin del mundo. No sabía quién era la mujer, pero era la persona más nítida que recordaba en sus sueños.

 

En cualquier caso, si quería entrenar para encontrar alguna pista para pelear contra los dioses invasores que no tardarían en caerle encima porque no entendían a la humanidad, lo primero sería el físico. Ahora ya llegaba antes de desfallecer hasta el Templo de la Doncella, donde Shaka siempre le daba algunos consejos sobre el manejo del Cosmos, y le enseñaba sobre historia mitológica o los diversos estados de la consciencia. Parecía que también la estaba preparando para algo, pero no sabía qué, y no era del tipo elocuente como para dar una explicación concreta.

Al llegar al Templo Corazón, Saori se inclinó en la ventana ya reparada de su cuarto en el ala oeste para recuperar el aliento, y miró el sol en lo alto, sin nubes alrededor. Las lluvias ya habían cesado completamente, incluso en zonas invernales, como ratificaron los reportes de la familia de Polaris. Aunque la humanidad había sufrido un durísimo golpe, gracias a la rápida acción de todos se evitó que fuera mucho peor, Seiya se lo repitió varias veces mientras sanaba en la Fuente, y por eso ella se había convencido. Podría ser peor.

Así que debía estar lista para cuando el mundo corriera peligro, pero en tanto tuviera la confianza de su gente, mientras mantuviera esos lazos férreos con aquellos que amaba y no hubiera posibilidades de traición, ella estaría bien. Podría contar con sus Santos durante todo el tiempo que siguiera viva.


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Publicado 28 marzo 2016 - 14:27

SAORI V

 

LO BUENO:

 

 

-la valentía de saori

 

-el reconocimiento que le da a la valentía de sus caballeros

 

-el uso del Dunamis  en la batalla

 

 

LO NO TAN BUENO

 

-la intervención de kanon-----,en el manga si tiene sentido pero con los cambios 

que se dieron en tu fic ,esa escena es poco creíble

 

-la escena de la yegua llamada Nube parecia bastante innecesaria


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Publicado 28 marzo 2016 - 17:15

 
 
Epílogo
 
LO BUENO:
 
-Que el dinero de Julian sirva para los damnificados...menos mal que saori no
lo demando por secuestro con tal de obtener mas dinero.....se volvería multimillonaria si
demandara por eso XD
 
-la forma que narras los daños que permanecieron después de las inundaciones
 
​-la mención indirecta de Partita
 
 
 
 
 
LO NO TAN BUENO
 
-Hubiese sido una  buena la pelea entre el legendario Tatsumi y el marino Sorrento.....saori
siempre interponiendose en batallas interesantes  ....aunque 
inderectamente le salvo la vida al flautista XD
 
-a Saori le vale caramba lo que paso a tauro....ya estas como el sensei kurumada Jajaja
 
-saori se la pasa confiando en todos-------------es bastante------------(comentario de Europa XD)
 
 
 
Spoiler
 
 
 
 

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Publicado 02 abril 2016 - 14:10

Gracias por comentar T.

 

Sobre las cosas buenas, me alegra que ta haya gustado la actitud de Saori. Lástima que no pudiera introducir el concepto de Dunamis antes, a ver si puedo cambiarlo en alguna edición posterior.

 

Sobre Kanon, será cosa de distintas opiniones, pero a mí justamente no me hace ningún sentido que lo hiciera en el MO. Allí, él se sacrifica porque Ikki le contó la ridiculez de que una bebé que ni lo conocía, recién nacida, lo salvó de ahogarse... y nada más, eso fue todo lo que necesitó para arrepentirse. Al menos yo creo que le di una buena motivación y explicación a por qué hizo todo lo que hizo, y por qué cambió, ya que en vez de cambiar de bando solo por lo que probablemente fue una mentira absurda del Fénix, aquí siempre fue un buen tipo, pero llevado por el mal camino por sus deseos negativos muy humanos. Cosa de gustos, supongo.

 

Y con lo de Nube tengo que defenderme. A esa yegua la he usado como diez veces ya en el fic, probablemente no lo recuerdes pero no te culpo. La primera vez es como en el segundo capítulo de Saori en el vol 1, de hecho xD Nube (nombre de la yegua de la protagonista de mi novela real... de la que alguna vez les hablaré) es lo que conecta a Saori con su lado humano, con el de una muchacha criada en Japón con una familia que la quería, y que todavía desea vivir allí. Por eso la metí otra vez. Incluso, cuando conversa con Julian Solo antes de ser encerrada en el Sustento, el caballo ya había aparecido afectada por las lluvias.

Además... yegua... caballo, Seiya...

 

 

Ahora, respecto al Epílogo, me encantó incluir a... ¿Partita? No sé de qué estás hablando xD Y por supuesto, que Julian se pusiera a ayudar y todo. En el manga es clarito que lo hizo, pero en el anime no hay nada de eso. También, era necesario que los daños se hicieran evidentes. En la obra de Kurumada era siempre como, "bueno, hubo una guerra, muchas gentes han muerto y me vengaré por ello"; pero nunca mostraban a la gente aparte de uno que otro screenshot o página random. Y Miho mirando el sol jaja

 

Saori ya lloró bastante a Aldebarán, pero se va a reflejar explícitamente al principio de la saga de Hades, no es que lo haya olvidado jaja. De hecho, siempre he criticado que nadie se preocupara del toro en la obra original. Y bueno, es parte de la personalidad de Saori que confíe en la gente, y es más culpa de esta reencarnación en particular que de "Atenea" en sí.

 

Entiendo que no te haya gustado tanto esta parte como la de Santuario, porque en sí es la más floja de las sagas. Prometo que la de Hades será muy intensa, de verdad. Pero para eso habrá que esperar, ya que primero vendrá Fairy Tail Zero, quiero decir, la saga de Bardock... no espera, el primer matrimonio de Kenshin.... no, no era eso... el arco de Kuruoko en Teiko... ejem... la Saga de los Cuatro de Oro Blanco. Será más corta, pero me gusta mucho la forma en que está escrita.

Pronto dejaré el prólogo, muy cortito, como medio de avance, para "tantear" las aguas, pero estoy tan ocupado últimamente que tardaré en empezar a publicar, aunque como dije, ya llevo más de 10 capítulos escritos.

 

SALUDOS! :D


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Publicado 02 abril 2016 - 19:07

Aprovecho de decir también que edité el primer post con la guía de capítulos de la tercera parte.

 

SALUDOS a todos :)


Editado por -Felipe-, 02 abril 2016 - 19:11 .

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Publicado 09 abril 2016 - 10:43

Voy a dejar esto aquí como una especie de "capítulo promocional" para cuando empiece a publicar esta cuarta parte de Mito del Santuario, y así evito que el tema muera xD

 

Espero sus comentarios, sean positivos o negativos, ya que esta será una historia totalmente original, y será una prueba.

 

Como dije hace tiempo, esta saga narrará eventos del 2010, tres años antes de que Seiya obtenga su armadura, y se enfoca en los Cuatro de Oro Blanco que han sido referenciados un par de veces en el fic. A diferencia de las otras sagas, no usa el estilo de Punto de Vista, sino una narración más "flexible", general. Este es el Prólogo, muy cortito, pero que da el puntapié inicial.

 

 

 

 

MITO DEL SANTUARIO, SAGA DEL MAR

VOLUMEN 0:

HÉROE DEL MAÑANA

 

 

 

PRÓLOGO

 

Cada vez que el mundo es golpeado por la calamidad, quienes sirven de escudos para defenderlo y espadas para contraatacar son los Santos, un grupo de guerreros con habilidades sobrehumanas gracias al dominio de la energía liberada en la Gran Explosión hace millones de años, que se replica en cada uno de los seres vivos del universo: el Cosmos. Esa energía les entrega una fuerza inconmensurable, velocidad y agilidad extremas, una resistencia increíble, y la capacidad de proyectarla. Además, se dice que aquellos Santos con una inquebrantable fuerza de voluntad, un espíritu noble, un gran ideal de justicia y una valentía sin igual, tienen un acceso más fácil que las personas normales a conseguir milagros en pro de la paz. Usan uno de los ochenta y ocho Mantos Sagrados, armaduras construidas en la era mitológica que canalizan su energía y les facilita desquebrajar el suelo de una patada o destruir estrellas con sus puños.

Los Santos viven en el Santuario de Atenas, desde donde son liderados por la diosa griega de la sabiduría Atenea, que renace cada doscientos o trescientos años en la Tierra como una humana; y en su ausencia por el Sumo Sacerdote, un hombre recto, sabio, poderoso, y temible para los enemigos.

 

El Santuario respeta una estricta jerarquía de tres rangos, el más bajo siendo el de los cincuentaidós bravos Santos de Bronce, capaces de alcanzar el mach 1 de velocidad; son la primera línea de escudos y la primera tropa de espadas.

La casta más poderosa está compuesta por los doce Santos de Oro, seres superdotados con un poder inimaginable hasta para los demás rangos; tienen un dominio absoluto sobre su cuerpo, mente y Cosmos que les permite atacar a la velocidad de la luz, y visten armaduras de Oro, brillantes como el sol. Cada uno es guardián de uno de los doce Templos de la Eclíptica, la montaña al centro del Santuario que debe recorrerse para llegar al Templo Corazón y Atenea. En la guerra son generales, pero rara vez salen a misiones exteriores. Así cuidan a los inocentes del despliegue de su inmenso poder.

Los protagonistas de esta historia conforman la segunda orden del ejército ateniense, son los expertos de la guerra, los más dotados en el campo de batalla, estrategas de gran renombre y aptitudes de liderazgo. Hay veinticuatro de ellos, y son el rostro más reconocible en las misiones alrededor del mundo para mantener la paz y la justicia.

Su velocidad se sitúa entre mach 2 y mach 5, sus Mantos de Plata, blancos como la luna llena, pueden resistir un frío de -200ºC antes de quebrarse, y algunos poseen armas extraordinarias para confrontar el mal. A diferencia de los Santos de Bronce, tan numerosos que se dispersan por todo el mundo, o los Santos de Oro, demasiado solitarios, los Santos de Plata se consideran entre sí hermanos. Son una familia en el campo de batalla, y también fuera de ésta. Por eso es normal que dos de ellos sean enviados juntos a alguna misión, como ocurrió el 6 de Junio del año 2010, en el área occidental de la jungla pantanosa del Congo, en África central.

Georg de Cruz del Sur y Yuan de Escudo nunca esperaron que una misión de reconocimiento señalara el inicio de la leyenda de los Cuatro de Oro Blanco, los Santos de Plata más poderosos de la era moderna.

 

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Todavía no empezaré a publicar regularmente, mis disculpas, pero ando demasiado ocupado con la U.

 

Ruego paciencia :)


Editado por -Felipe-, 12 octubre 2019 - 20:56 .

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Publicado 10 abril 2016 - 15:57

suerte en tu fic


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Publicado 17 abril 2016 - 11:26

Comenzamos con el primer capítulo. Como dije, tal vez haga la gran Killcrom/Rexo y publique una vez al mes, tal vez cada dos semanas, pero no podré ser igual de regular que antes, pero haré el esfuerzo.

 

Esta saga no está relatada ni en PdV ni con un solo narrador, sino uno omnisciente que a veces se enfoca en los personajes, y que van rotando. Además, tiene una narración mucho más "flexible" y relajada que otras veces, estoy bastante contento con el resultado.

 

Sin más que decir, allí vamos. Comenten, por favor, para saber si voy bien o si necesito cambiar, ya que es la primera saga que será completamente nueva, sin base en nada más que tomar algunos personajes... y si pueden, denme feedback sobre los últimos capítulos de Pose también xD

 

 

CAPÍTULO 1

                                                                      

LA MISIÓN DE KINSASA

 

14:20 p.m. del 6 de Junio de 2010.

A esa hora debían sufrir un calor angustiante, con un sol abrasante sobre sus cabezas como el día anterior, en el hotel en Kinsasa donde se hospedaron y les informaron de los pormenores de la misión, bebiendo de una botella de agua mineral cada vez que abrían la boca para no deshidratarse.

Sin embargo, el calor al interior de una de las selvas más inexploradas del globo no era tan quemante como sí húmedo, como si les cayera encima una lluvia caliente que hacía cualquier cosa menos refrescar. No sabían hasta dónde debían adentrarse o cuándo encontrarían a sus objetivos, pero ya era bastante molesto el evitar los pozos de brea, los barrancos, los insectos, las lianas que parecían boas de diez metros, y las verdaderas boas de diez metros, como para también soportar el calor encima. No podían buscar sombras en la frondosidad cada dos minutos, la misión requería algo de prisa.

—¿Sientes algo? —inquirió Yuan, irónico, pues su pierna se había sumergido en una pequeña laguna pantanosa.

—Por enésima vez: cuando alguno de nosotros sienta algo, te lo haremos saber —respondió Georg, el líder de la misión, animando con un brazo a los soldados, a su inmaduro compañero y a los tres jóvenes Santos de Bronce que los acompañaban, para que avanzaran.

Yuan era el Santo de Plata de Escudo, polaco, y el mejor, así como el peor amigo que Georg podía pedir. Tenía 21 años recién cumplidos, era de tez blanca y contextura delgaducha, aunque alta. Usaba el negro cabello corto hasta la nuca, peinado hacia atrás, dejando patillas largas más allá de sus mejillas poco infladas. Su nariz era tan afilada como su lengua, y sus ojos, grises como el plomo, eran breves y cerrados, aunque brillantes como el pendiente en su oreja izquierda y la medalla del ejército en el que participó durante unos meses colgada en el cuello. Ese día usaba unos pantalones de tono lechoso, y una camiseta azul cuyas largas mangas deseaba desgarrar con todas sus fuerzas.

Georg era el Santo de Plata de Cruz del Sur, alemán, el mejor compañero que Yuan nunca admitía tener. Era robusto, alto y de aspecto intimidante, aunque una plática con él haría a cualquiera cambiar de parecer. Era uno de los más viejos de su rango, como parecía querer demostrar con la barba que jamás se afeitaba y los ojos expertos, cámaras de muchas batallas. Llevaba el revoltoso cabello rubio hasta poco más abajo que los hombros, tenía ojos grandes y azules, separados por una nariz ancha y bajo cejas espesas. Usaba gruesos jeans grises, botas de cuero y una camisa blanca abotonada casi hasta arriba, pero en ningún momento se quejó por el calor. Sería perder el tiempo, correr provocaría la misma sensación.

La gente de la capital del Congo había pedido asistencia al Santuario para solucionar una situación en la selva, desde donde habían salido los últimos días, durante la noche, un grupo de personas, de todas las edades y nunca los mismos, a meterse en las casas a atacar a las personas, quemar árboles y edificios, y pelear entre ellos mismos hasta matarse. Según decían los testigos, ninguno de ellos lucía ebrio ni demente, eran aldeanos que no hablaban su idioma, y aseguraban que sus ojos se tornaban progresivamente más rojos y eran en exceso crueles, no tenían una pizca de compasión por nadie o límites en su actuar. Después del caos, solo unos pocos regresaban a la floresta, pero la mayoría se juntaba en la plaza principal de la ciudad para un frenesí de sangre y violencia, incluso entre niños y adultos, y mujeres contra ancianos. Todos aparecían muertos al amanecer.

El Sumo Sacerdote indicó que el fenómeno se había dado ya muchas veces en el pasado, en todas partes del mundo, y que él mismo estuvo en el Congo diez años atrás para una situación similar, acompañado del escriba del Santuario, el Santo de Plata Nicole de Altar, que murió envenenado por un ejército de suicidas. Relató que no consiguió descubrir la razón del misterioso acontecimiento, ya que solo duraba unas cuantas semanas hasta que surgía al otro lado del mundo meses o años después. En el Monte Estrellado los astros le explicaron que si aparecía de nuevo en el Congo era la señal de que terminaría al fin.

 

Mlima de Mesa, de nacionalidad nigeriana, y primer discípulo de Retsu de Lince, los acompañó como traductor. Era de contextura robusta y baja, calvo y de cejas depiladas, el único con la armadura puesta, aunque solo fueran los brazales. Corría y saltaba los pozos con agilidad sin dejar de hablar de trivialidades como los tipos de árboles que se encontraba o una película que vio antes de viajar.

En cambio el alumno boliviano de Georg, Oliver de Octante, se mantenía siempre callado y alerta, había adaptado muchos gestos de su instructor. Era bajo y atlético, y su única prenda visible era una gran capa gris que lo cubría de pies a cabeza. Tampoco se quejaba de nada, igual que los soldados que cerraban la marcha.

Nesra de Pez Austral, compañero de entrenamiento de Yuan, sorteaba los obstáculos y protegía la retaguardia con destreza y profesionalismo, pero cada dos minutos soltaba una maldición porque se le pegaba la camiseta a la piel o porque la nube de insectos negros que los rodeaba no le dejaba ver bien. Llevaba el cabello negro atado en una coleta, tenía el rostro cuadrado y un mentón tan largo y cercano al pecho que le daba la impresión de estar siempre encorvado. A pesar de ir atrás, fue el primero en notar el humo que significaba la presencia humana.

—¡A la derecha, veinte o veinticinco metros!

—Bien señores, estén alertas —ordenó Georg, adentrándose en la maleza. Asignó a los guardias a quedarse en las cercanías, tanto para no incomodar a la gente como para vigilar. Los demás Santos lo siguieron presurosos, pero con la vista en todos lados casi al mismo tiempo, cerciorándose cada dos segundos de que nadie los estaba siguiendo.

La villa era humilde y poco poblada para la cantidad de viviendas que tenía. Estas casas eran de paja, y la mayoría estaba en la orilla de una larga vertiente del río Congo, donde la gente, vestida solo con taparrabos y algunas capas de pieles, recogía agua con vasijas de piedra y plantaba semillas en su orilla que ninguno de los Santos intentó reconocer. Al fondo, lejos del torrente, dos mujeres asaban un ave en una pira. Los aldeanos no notaron la presencia de los Santos hasta que Mlima tropezó con una raíz gruesa, y temerosos, se apretujaron u ocultaron en sus chozas.

—Tranquilos, no venimos a pelear —se excusó el Santo de Bronce apenas se puso de pie, en cuatro idiomas diferentes, pero nadie pareció reconocer alguno de ellos. Dos jóvenes extrajeron lanzas de una piedra, pero no intentaron atacar.

—¿Estos son los locos sanguinarios de los que nos hablaron en la capital? —susurró Yuan entre dientes, sin entender nada.

—Parecen gente pacífica, tal vez nos equivocamos de aldea —dijo Nesra, en voz tan baja como su amigo, mientras sutilmente aplastaba una araña bajo su zapato.

—Silencio los dos —exigió Georg, el único con aire preocupado. Se acercó a Mlima y le habló a su oído—. Pregúntales si podemos hablar con su líder.

—¿Eh? Pero si no sé qué idioma hablan, señor —replicó Mesa.

—El tercero que usaste —insistió el Santo de Plata, seguro de sus palabras. Había notado miradas cómplices cuando usó esa lengua, distintas a las totalmente confusas de las otras ocasiones. Pero había algo más extraño: la villa sí estaba en la jungla, pero en una zona poco frondosa bajo el sol y no las copas de los árboles, y sin embargo había muchas raíces de árbol enterradas en el suelo; algunas tan gruesas como troncos y otras delgadas y pequeñas como gusanos, pero sin nada encima.

Después de la pregunta de Mlima, los aldeanos se miraron entre sí, dudosos, y una de las mujeres, cuyo cuello era alargado por unas argollas plateadas, corrió al interior de una choza sin que nadie objetara.

Un minuto después un anciano jorobado, con bastón y una barba tan larga que arrastraba por la hierba, salió y se presentó ante ellos con una mirada desafiante. Parecía muy enfermo, se notaba en las manchas en su piel y la forma tan lenta de caminar; incluso trató de apurar un ataque de tos para que no fuera evidente.

—¿Qué quieren? —preguntó sin dudar, como Mlima tradujo. A través de él, Georg se dirigió al líder.

—No venimos a luchar, somos soldados de la paz, Santos del Santuario de Grecia. Solo deseamos hacerles unas preguntas.

—¿Soldados de la paz? Eso no existe —replicó convencido el anciano, antes de otro ataque de tos. Hablaba de manera bastante cortés para ser un salvaje, como dijeron en la capital; indicaba que había tenido relación con la civilización—. Los soldados son soldados, hacen la guerra.

—¿Ustedes son pacíficos?

—Hemos vivido tranquilos en este lugar por cientos de años —respondió el viejo, aunque según Mlima bien pudo decir «miles». Pero no contestó realmente a la pregunta que le hizo.

—Tal vez es en otra villa, pero nos dijeron que gente de aquí hizo daño en la ciudad, quemaron casas y se mataron a golpes.

El anciano sufrió otro espasmo, uno demasiado falso como para que Georg no sospechara de él. La gente alrededor estaba muy inquieta, y el líder tardó un poco en contestar.

—La gente de aquí no ha salido de la aldea.

Como suponía, era bastante astuto, respondía sin responder claramente, pero sin mentir tampoco. Georg hizo un gesto sutil con la mano, y Nesra y Oliver se esfumaron en un abrir y cerrar de ojos entre los árboles. Por un lado había testigos que juraban que los habían atacado gente de la aldea en la selva, habían visto los cadáveres en la morgue y estaba claro que la villa estaba incómoda y atemorizada ante el interrogatorio. Por otro lado estaba la dudosa defensa del líder, así que solo restaba confirmar que no era una casualidad.

Diez segundos después, Pez Austral y Octante bajaron de las copas más altas con las noticias que esperaba: no había más villas cerca, al menos no en varios kilómetros a la redonda. Los atacantes necesariamente tuvieron que salir de ahí.

—¿Qué pasó con el resto de la gente? —inquirió Georg después de meditar cuál sería la mejor pregunta posible, y se ganó una risita de aprobación de Yuan.

—¿Por qué quieren saber? —preguntó a su vez el anciano. Y esa era toda la prueba que necesitaban.

—Queremos ayudarlos. Por favor, díganos qué...

Uno de los jóvenes soltó un alarido tribal para interrumpirlos. Rojo de cólera, arrojó una lanza que Yuan captó al vuelo, pero por una fuerza anormal lo derribó sorpresivamente sobre una de las raíces, con la cabeza en el río.

—¿Pero qué diablos…?

—¿Cómo es posible?

—¡Por favor, ayúdenos! —suplicó el anciano de pronto, justo cuando otros jóvenes gritaron algo parecido al primero y también probaron suerte con sus lanzas. Todas llegaron a las manos de los Santos, los arrastraron con una fuerza titánica—. ¡Ayuda! —rogó otra vez, traducido profesionalmente por Mlima.

—¡Nesra! —llamó Georg, y el Santo de Bronce captó el mensaje.

—¡Pisces Austrinus! —La Caja de Pandora en su espalda se abrió, y todos pudieron ver un pez azul danzando en el aire, que luego se separó en piezas de metal y cubrió el cuerpo de Nesra. La gran boca del animal se convirtió en su hombrera izquierda, y el río en la fuente de su telequinesis.

Su técnica se llamaba Cascada Ascendente, y se adaptaba mejor al agua que a cualquier otra cosa. Detectó a cada uno de los guerreros que, iracundos, seguían lanzando incluso piedras contra los Santos. Sabía que debía ser prudente, y confiaba en que ni siquiera una gota caería sobre los demás que, aunque aterrados, parecían haber esperado que algo así ocurriera, como Nesra pudo notar en las palabras en su rostro, en cualquier idioma significaban lo mismo. «No otra vez».

Los golpeó con sendos torrentes y los lanzó al piso cuidando de no ahogarlos con el agua en sus gargantas. Como esperó, Georg y Yuan, tan veloces que no pudo seguir su rastro, incapacitaron a los jóvenes mientras se cubrían desesperados del agua, con golpes certeros en el cuello.

Pero el Santo de Cruz no era conocido por perder el tiempo. Avanzó a largas zancadas hacia el anciano que yacía sentado en el piso por el asombro, y se arrodilló delante de él con un rostro de esos que intimidaban a varios Santos de Plata.

—Hable.

Los ojos negros y ojerosos del viejo se volvieron sinceros, y Mlima se acercó rápidamente para la traducción. Un par de niños se ocultaron detrás de su madre y los de la fogata la apagaron listos para huir, pero ninguno se movió de su lugar, solo se limitaron a temblar.

—Soy el cuarto líder que ha habido en estos días —confesó con pesar, en primer lugar. Eso explicaba que el jefe de la aldea fuera un hombre débil y enfermo, los demás seguramente ya no existían, como reconoció dos segundos después de un nuevo ataque de tos—. Al primero lo mató su hijo. Éste y otro se pelearon el puesto y mataron entre sí.

—¿Qué ocurrió?

—No lo sé. Todos los días pedimos a los dioses que no se repita, pero cada dos noches un grupo se levanta cuando las raíces despiertan, se pierden en la selva y muy pocos regresan, pero mueren desangrados.

—¿Cuándo las raíces despiertan? ¿Seguro que dijo eso?

—Sí, señor, eso dijo. —Los cinco Santos clavaron sus ojos en distintas raíces de las que había repartidas por toda la aldea. Oliver y Yuan jurarían ver que algunas se movieron, pero prefirieron confiar, en silencio, en que debió ser por el viento.

—¿Qué pasó recién con esos jóvenes? —siguió Georg con el interrogatorio, mirando de reojo los cuerpos inconscientes de esos guerreros que se levantaron en armas sin ningún motivo de un momento para otro.

—A veces, cuando brilla el sol, algunos se levantan, se vuelven muy fuertes y violentos, aunque podemos controlarlos. Pero en la noche es diferente, se vuelven sanguinarios y asesinos... No podemos huir de ellos —añadió el viejo tras una larga pausa, bajando la mirada para llorar—. No tenemos a dónde ir, solo podemos vivir.

«Esperan a que la muerte los lleve, tratando de vivir lo mejor posible antes de que llegue la noche y elija a los próximos lunáticos», reflexionó Yuan, conmovido, arrodillándose junto a ellos y alzando levemente la voz.

—No podemos permitir que continúe, son como cerdos en un matadero, es absurdo. —Yuan se golpeó el corazón con el puño—. Hoy todo terminará.

—No hagas promesas cuando hay posibilidades de fracaso, Scutum, pero en algo estoy de acuerdo contigo —replicó Georg, poniéndose de pie junto a su amigo y ayudando a levantarse al anciano—. Esperaremos hasta la noche, y si pasa algo, descubriremos qué es y por qué, antes de tratar de terminar con el problema.

—¿Terminar de raíz? —bromeó Yuan, y Georg estuvo tentado a sonreír. En su lugar, se volteó hacia los tres Santos de Bronce.

—Sepárense, vigilen los alrededores y regresen antes de la medianoche. Si notan algo sospechoso, regresen aquí de inmediato.

Tras asentir con la cabeza con perfecta sincronía, Mlima, Oliver y Nesra se separaron y desaparecieron en una abrir y cerrar de ojos en las copas de los árboles.

 

11:50 p.m.

Si todos los días los aldeanos se comportaban como si nada sucediera hasta la noche cuando eran sometidos a la voluntad de la muerte, esta vez no fue el caso. Temerosos, torpes, paranoicos, menos hambrientos y más alarmados con el pasar de las horas pasaban. Dos mujeres adultas soltaron un chillido cuando sus hijos les tocaron un brazo, y eso puso a Yuan en guardia hasta que volvió a sentarse frente a la pira, cansado de esperar.

—Dijo que ocurría cada dos días, ¿o no? —dijo Escudo, recostándose en la hierba con las manos detrás de la cabeza—. Si anoche hubo problemas, entonces hoy no pasará nada.

—Se paciente, Yuan. Según Mlima, lo que tradujo fue un término que podría tomarse como «de uno a tres días», por eso dijo que eran dos, pero es posible que hoy ocurra.

Escucharon un rumor en los árboles traseros, pero ninguno se preocupó, podían sentir de quién se trataba.

—Nada al oeste —informó el aludido, con la gruesa armadura de Bronce de Mesa cubriendo su cuerpo ya bastante pesado. Era gris y marrón, con cráteres en las perneras, brazales y hombreras. Su rostro desaparecía completamente tras el casco integral, lo que hacía reverberar su voz.

—Tampoco al norte. —Esta vez quien aterrizó en una perfecta postura de respeto fue Nesra de Pez Austral—. Pero hay algo extraño.

—¿De qué hablas?

—No vi a los guardias. Se suponía que estaban en la periferia, pero no me encontré con ninguno de ellos.

—Eso es extraño —reflexionó Georg, acariciándose la barbilla mientras veía al anciano líder de la aldea dejar una choza trastabillando—. Veintidós guardias no van a desparecer de un momento a otro, ni dejarían sus puestos sin informarnos.

—Mlima, ayúdame, ¿sí? —pidió Yuan, poniéndose de pie y acercándose al viejo con los brazos abiertos—. ¿Te sientes bien, viejo? Te ves m… ¡Ah! —protestó cuando tropezó con una gran raíz que no había visto antes, entre dos piedras.

 

Un grito aterrador se repitió de un lado a otro de la jungla, seguido por un murmullo grave y profundo al que continuó otra sucesión de gritos. Al mirar atrás, Yuan fue atrapado por los huesudos brazos del viejo, cuya fuerza era demoledora para su edad.

—¿Pero qué le…?

—¡Yuan! —exclamaron los Santos de Bronce, pero Georg tenía su Cosmos concentrado en el alboroto en el corazón de la selva. Las aves volaron despavoridas, los insectos comenzaron un insoportable zumbido al reunirse, y más gritos, algunos lejanos y otros no, se oyeron un par de veces.

De fondo solo había un concierto de hojas, ramas y troncos. Se oía el susurro de las plantas al ser mecidas fuertemente por el viento, de los árboles arrancados y la incesante danza de algo grueso, rasposo como madera, muy grande, levantándose en todas direcciones y avanzando por la espesura.

—Lo siento, señor, pero ante tanta fuerza solo me queda responder igual —dijo Yuan, empujando al anciano para impulsarse hacia su Caja de Pandora. Para su sorpresa, ésta yacía abrazada por una serie de ramas y raíces tan gruesas y negras como anacondas, e irradiaban brillos rojos iguales a los de las chispas que detonaban de los ojos cansados del anciano. Por sus labios derramaba saliva que no parecía pensar en limpiar—. Así que te eligieron, viejo... ¡Mesa, Pez, separen a la gente!

—¿Según qué? —preguntó Mlima.

—Según si son muñecas de estas raíces que están saliendo o si son inocentes, por supuesto. —Yuan consiguió arrancar algunas cepas y liberó el Cosmos rojo de su armadura de Plata.

El Manto de la constelación de Scutum era plateado como la luz de la luna, y contaba con bordes anaranjados en la falda segmentada, las hombreras dobles y en los alerones del yelmo. Tenía un peto de varias filas horizontales, cubiertas a su vez por una gran pieza octogonal de oricalco reforzado. Sin embargo, era el brazo zurdo el que llevaba el arma que le daba nombre a la constelación. El escudo era el más resistente entre los Santos de Plata, con tres capas de gamanio líquido encima, y tenía la forma de un hexágono alargado en cuyo centro lucía un círculo adornado con detalles florales.

Pero no necesitó la coraza para cortar las raíces que crecían cada vez más y salvar a los alarmados aldeanos que eran perseguidos por hombres, mujeres y niños sedientos de sangre. No pensaban ir a la ciudad todavía, al parecer...

—¿De dónde sacan tanta fuerza? —rezongó Nesra, quitándose a dos tipos de encima con cierta dificultad para que se alejaran de otro atrapado entre las cepas por la pierna. Al sacarlo, descubrió dos cosas: si hubiera tardado un segundo más, habría tenido que amputarle la extremidad; y también, que las ramas crecían y se movían por sí solas, buscando a sus presas con vehemencia.

—Es como si las raíces... elevaran al máximo potencial sus fuerzas físicas —dijo Mlima, que con sus músculos titánicos logró apilar diez personas al borde del río. Todos ellos se levantaron otra vez, mirándolo con odio y ojos rojos—. También su resistencia, creo...

—¡Lo siento, señora! —se disculpó Nesra al separar a una mujer de su hijo pequeño, que le mordió la mano cuando trataba de contenerlo. Lo agarró de un pie mientras se quitaba de encima una culebra de madera con el suyo—. De verdad lo siento, pero es peligroso dejarlo aquí.

—¿Qué hacemos, Georg? —Yuan oteó atrás cuando el líder de la misión no le contestó, lo que pareció entonces obvio, ya que se había esfumado—. “No van a desaparecer de un momento a otro, ni dejarían sus puestos sin informarnos”, claro... Maldito alemán hipócrita —terminó murmurando entre dientes, aunque alegre por al fin tener algo de acción—. Señores, lo mejor será alejar a estos tipos de la gente, así que todos a la selva, ¡ya!

 

Georg se había colocado a Crux, la armadura de la Cruz del Sur, plateada con detalles en rojo carmesí. En todos lados, aun en las hebillas, tenía cruces dibujadas, sobrepuestas y grabadas; las mismas piezas tenían forma de aspas, como el casco, el cinturón unido al peto y las espuelas de las botas.

Confiaba en que Yuan controlaría la situación en la villa, así que tras unirse al Manto Sagrado, se adentró en la jungla siguiendo el rastro de más gritos. Al cabo de unos minutos, todos se juntaron en una misma dirección.

«Esos son los alaridos de los soldados», pensó mientras evitaba un látigo de dos metros que trató de aplastarlo. Porque ya no solo eran los pozos de brea, los barrancos, los insectos, las lianas que parecían boas de diez metros, y las verdaderas boas de diez metros los obstáculos que debía sortear. El peor era la naturaleza.


Editado por -Felipe-, 17 abril 2016 - 13:00 .

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Publicado 02 mayo 2016 - 17:27

Seguimos, no tardé ni un mes. Espero sus reviews :)

 

 

CAPÍTULO 2

 

LA RISA DE LOS ÁRBOLES

 

00:20 a.m. del 7 de Junio de 2010.

La jungla se había tornado en una flora viva y violenta, cuyas ramas trataron de matarlo en dieciocho ocasiones antes de llegar a un breve bosquecillo en la zona más oscura, entre los árboles más altos y cuantiosos. La vegetación intentó ahogarlo, agujerearlo e incluso envenenarlo con unas esporas, pero evitó cada ataque —y unos cuantos animales salvajes como caimanes, boas e insectos desesperados— hasta que tuvo los gritos a dos metros.

La mayoría de los guardias yacía en la hierba, en las más insólitas posturas, sobre charcos de su propia sangre. Los otros intentaban clavar sus lanzas y espadas en un árbol enorme, sin hojas, con ramas como látigos y raíces como cuchillos. Su tronco abarcaba tanto como cinco robles juntos, y se mecía violentamente mientras se defendía de los ataques con las raíces y agarraba a los soldados con las cepas que alcanzaban veinte metros o más de altura, enroscándose entre las demás plantas. A uno de los guardias lo azotaba velozmente contra el suelo, y a otro le atravesó las piernas con los tallos. Parecían débiles de antemano. Debieron arrastrarlos, pensó el Santo de Plata, y por eso no avisaron de la emergencia.

—¡Retírense, yo me haré cargo! —ordenó Georg, y cuando los soldados se voltearon, presurosa, la ramificación los tomó por la espalda, salió por sus torsos y sus ojos se tornaron rojos como la sangre que los empapaba—. ¡¡No!!

Cuando las raíces los abandonaron, los guardias se enfrascaron en una pelea sangrienta unos contra otros tan desesperadamente como si se hubieran odiado por siempre. Aunque debían estarse desangrando luchaban con todas sus fuerzas. Georg trató de hacerse paso cortando las cepas con sus brazos, pero cada vez que rebanaba una, las dos mitades continuaban embistiendo.

Se adelantó y las raíces intentaron detenerlo con más vehemencia que antes. Al esquivar las primeras tres, algo líquido le cerró el ojo, y se desplazó a un lado para limpiarse una gota de sangre. Un grupo de cadáveres que colgaba de las copas de los árboles se estrelló sobre la hierba, cuando la flora se meció como un perro mojado.

«¿Pero qué demonios está pasando aquí?»

—S-señor Crux… —musitó alguien.

Georg, a toda velocidad, se metió en la confusión y tomó de las axilas a uno de los guardias que había caído como hoja en otoño, arrastrándolo lejos del baño de sangre. Aun respiraba, pero no le quedaba mucho tiempo, tosía sus últimos aires y una de las ramas le había perforado el pecho.

—Tranquilo, respira, respira…

—J-jamás había visto algo así… Los árboles nos sorprendieron… E-estoy… muriendo, señor —sollozó el hombre en sus brazos.

—Todo estará bien —mintió—. Cierra los ojos y descansa.

—L-los que mueren se levantan… otra vez… T-t-todos con ojos rojos y… Ah, duele tanto…

—Shhh, descansa —dijo Georg, cerrándole los párpados con una mano a la vez que esquivaba un peligroso asalto de un grupo de raíces.

—A-alguien los maneja… Alguien se reía de nosotros desde ese árbol…

—¿Qué? ¿Quién?

—C-cerca… d-de la… luz… —respondió el valiente antes de expirar. Georg dejó su cuerpo en el césped y brincó para evitar más embestidas que cortó lo mejor que pudo, pero las ramas no morían.

Al poner atención, entendió de lo que el soldado hablaba y aquello en que no había percatado. En el gigantesco tronco, doblado sobre sí mismo como un nudo, había un pequeño boquete de donde salió un resplandor dorado difícil de detectar por los movimientos agresivos de toda la selva; Georg aterrizó en un pantano para calcular el próximo movimiento. Tan cerca del tallo no podría salvar a esos hombres violentos que se arrancaban los miembros entre sí, las cepas lo impedirían, además  de que, desnudos de toda conexión con el Cosmos, tal vez ya no había nada que salvar. Pero le importaba lo que sucediera bajo tierra y sobre la alta frondosidad.

En el primer caso, las raíces debían extenderse hasta la aldea y quizás hasta dónde más, por lo que debía apurarse en destruirlas para que no alcanzaran la capital u otras zonas de la jungla. En el segundo, según el soldado había alguien riéndose de todos ellos, y debía descubrir de quién se trataba. Pero no podía hacer ambas al...

—¡Demonios! —gritó al esquivar un rayo de luz doblando su espalda. Al comprender la naturaleza de su Cosmos, rápidamente brincó hacia uno de los pocos árboles que no se movía para burlar el segundo golpe—. No puede ser.

La técnica se llamaba Reflejo Alfa (Alpha Reflex). Después del primer asalto retornaba por la espalda, y solamente un Santo de la constelación de Octans podía ejecutarla. Su discípulo, Oliver.

—Lo esquivaste… lo esquivaste —susurró el joven, luciendo su armadura de tonos morados y grises, trisada y maltratada. A Oliver le faltaban los dedos de la mano izquierda, pero con la derecha enfocaba nuevamente su Cosmos, con sus ojos rojos lo desafiaba, y con su boca tosía sangre.

—N-no… Oliver, no… —lamentó Georg, bajando la guardia un segundo que resultó con su pecho golpeado por el Reflejo, que se satisfizo solo con el primer asalto—. ¡¡Ah!! No…

—No lo esquivaste —gimió Oliver, preparándose otra vez justo cuando el brazo de uno de los guardias le golpeó la cara, y chilló como un animal antes de que su Cosmos se convirtiera en una llama enfurecida. Una que Georg nunca le vio.

—No es Oliver —se dijo en voz alta, tratando de creerlo—. Ya no.

Ji, ji, ji, ji —rio un arbusto, al noroeste del tronco gigante, lo oyó con toda claridad cuando musitó una orden—. Deprisa, mátalo.

 

Eso fue todo lo que necesitó escuchar. El trabajo de los Santos era mantener la paz y eliminar a las amenazas lo más rápido posible, a las personas no había que hacerlas esperar cuando sus vidas estaban en riesgo. Los Santos de Plata no existían para lamentarse y sollozar por horas cuando un compañero moría, sino que debían honrarlo con su propio poder.

Por eso esquivó el primer Reflejo Alfa y desvió el segundo hacia Oliver —o lo que quedaba de él—, quien fue golpeado por su propia técnica. No era más que un cascarón y debía convencerse rápido de ello.

Georg brincó y cruzó los brazos, uno en horizontal y el otro en vertical, para liberar un resplandor ígneo cruciforme. El Destello Ardiente (Feurig Blitz) utilizaba la electricidad de su interior para castigar al mal y dejarle en el pecho una cicatriz de fuego en forma del símbolo que daba nombre a su constelación.

Con ella arrasó con una serie de raíces y cuerpos de soldados, y se estrelló finalmente contra el arbusto risueño que se quemó al contacto. Una sombra salió de allí, pero no pudo tomarle mucha atención por culpa de otras ramas que lo atacaron furiosas. A todas ellas las convirtió en cenizas sin deshacer la postura de sus brazos.

Veo que eres más fuerte que los otros —dijo la voz, oculta otra vez. Era similar a la de una chica joven, pero en cada sílaba parecía tomarse su tiempo como una vieja.

—¡Sal de tu escondite, cobarde! —amedrentó, reuniendo una gran cantidad de Cosmos para atacar al árbol. Pero antes de eso, un puñetazo de Oliver lo sacó de ruta y terminó creando una gran fisura en la hierba, por donde cayeron algunos de los cadáveres de los soldados—. ¡Maldición!

El cuerpo de Oliver de Octante seguía levantándose una y otra vez, y del árbol continuaban brotando raíces y hasta unas esporas que antes había eliminado con una explosión de energía para no envenenarse, aunque no sabía cuánto podría evitarlo. La jungla danzaba frente a sus ojos, y unas cuantas raíces aparecieron desde las pozas pantanosas donde se había creído a salvo.

Hubo un brusco cambio en el flujo del Cosmos. Miró atrás de reojo, y notó que lejos, posiblemente en Kinsasa, había gente gritando y sufriendo, peleando. El Santo de Plata percibió el dolor concentrado en la ciudad, lo que significaba que las raíces habían llegado hasta allá.

Ups, parece que tardaaaste —se burló la voz, alargando las vocales.

Oliver y media docena de guardias caminaron hacia él, tropezando con cepas y superando dificultades físicas evidentes, y Georg se preguntó si debía calcinarlos hasta las cenizas. Eso conllevaría a que no tendrían un funeral decente, y dado su valor —y la estima que había sentido por su aprendiz— no era lo que merecían. Pero tal vez no tenía otra opción.

—Muy bien, prepárense. —Cruzó los brazos otra vez y preparó el Destello Ardiente, cuidando de apuntar en primer lugar hacia el brillo dorado al interior del tallo que se retorcía sobre sí mismo—. Honraré sus almas, se los prometo.

—Preocúpate de las ramas y nosotros de los demás, hombre.

 

Al escuchar esa voz, Georg esbozó una sonrisa poco común. Bajó los brazos y esquivó tres estocadas sin perder de vista el colosal tronco. Mientras tanto, Yuan le dio una feroz patada a un soldado que lo impulsó hacia otro grupo que cayó como piezas de dominó. Luego se detuvo frente a Oliver, cuya aura crecía a cada segundo, más allá de la que le correspondía o había llegado a poseer como Santo de Bronce. En su mano llevaba un libro que le entregó la hija del jefe de la aldea, y era la razón de que fueran tan celosos con los Santos. No lo había abierto, pues el caos ya era extremo, pero esperaba que el Sumo Sacerdote y la nueva Sextante se hicieran cargo en el Santuario. Solo le habían dicho que no era la primera vez que había Santos allí.

Mlima y Nesra, en las copas de los árboles, evitaron algunas cepas y con dos fuertes golpes echaron abajo uno de los árboles más caóticos, del que cayó el ser tan risueño de antes. Y era la cosa más extraña del día, sin duda.

Era una mujer joven, robusta y hasta subida de peso, de cabello y ojos negros como la noche, baja y de senos pronunciados, con una sonrisa forzada y aburrida, que llevaba una armadura que jamás había visto. Era roja con detalles en negro de flores y ramificaciones en toda la superficie, y parecía hecha de pétalos metálicos, con una falda parecida a una margarita y hombreras como claveles.

—Oooh, van a arruinaaaarlo, y me estaba divir… —se interrumpió la mujer, pero no por agentes externos, sino por un suspiro desganado que antecedió a un profundo bostezo.

—¿Quién eres tú? —preguntó Georg.

—Qué importaaa, qué importaaaa —fue la curiosa respuesta de la chica que acompañó con un gesto inapetente de la mano.

Eso provocó que el piso temblara, los lodazales se desbordaran y una serie de afiladas ramas de cinco metros saliera del piso en hilera, una detrás de otra a máxima velocidad, que rasgaron otros tallos y empalaron a los soldados, tanto muertos como los… no tan muertos.

Fue un ataque tan rápido que Yuan y Georg, en la retaguardia, a duras penas esquivaron. En el aire escucharon crujidos cada vez más lejanos, igual el desplome de muchos árboles. Después el sonido contrario, una marcha que se acercaba a toda prisa: pisadas, chapoteos, y el reptar de las raíces sobre la tierra.

—¡Ya vienen! —advirtió Nesra.

—¿Qué? —preguntó Georg.

—No qué, sino quiénes —corrigió Yuan, levantando la coraza para bloquear el Reflejo Alfa de Oliver—. Urgí a la gente de la aldea a que escapara, pero muchos se quedaron, y junto con los que ya se habían transformado en marionetas de las raíces, se volvieron locos. Son los que vienen corriendo.

—No, Yuan, no solo ellos. Hay pisadas diferentes, más acompasadas y duras.

—¡La gente de la ciudad!

—Ji, ji, ji, ji —rio la chica, sentándose sobre un tronco caído con delicadeza, acomodándose la falda de pétalos—. Con ustedes molestaaaando, lo mejor era traer a mis juguetes aquí, ¿noooo?

Como esperaban, pronto se hizo visible entre la espesura danzante. Una gran multitud de gente de edades y géneros distintos, todos con ojos escarlatas y sed de sangre, corriendo hacia ellos sobre raíces como anacondas que destrozaban la tierra.

Mientras tanto, las protuberancias puntiagudas les brindaron nuevas energías a aquellos que habían perforado, manejándolos como a títeres que reanimaron una vez más, con más fuerza que la que tendrían en toda su vida. ¿De dónde salía ese poder? ¿Qué diablos estaba ocurriendo? ¿Qué era ese brillo? ¿Quién era la mujer? Ésta disfrutaba del espectáculo y aplaudía lentamente.

—¡Maldita seas! —gritó Mlima, dando un gran salto para burlar al ejército de marionetas, sujetándose de una liana para tomar impulso.

—¡No, espera Mesa! —advirtió Georg, y Yuan habría hecho lo mismo si no hubiera estado ocupado esquivando la flora asesina y la fauna demente.

El Santo de la constelación de Mensa dio unas volteretas en el aire y cortó algunas ramas, encendió su Cosmos y descendió a raudamente. Tenía varios trucos a su disposición, pero no pudo utilizar ninguno cuando se estrelló sobre la mujer, que detuvo su pie con una sola mano, y prosiguió a clavar un largo espino en su cuello, pasando la cepa de derecha a izquierda mientras lo paralizaba con su Cosmos, rojo y anaranjado como un atardecer.

—¡¡¡MLIMAAA!!! —exclamó Yuan, destruyendo unas raíces con la explosión de Cosmos y listo para vengarse, de no ser porque su compañero lo detuvo. No Georg, sino Nesra, audaz y rápido para retroceder.

—No lo haga, señor Yuan, ya no hay nada que hacer.

—Pero…

—Él tiene razón, he visto lo que pasará. —Y como si hubiera obedecido una orden, la mujer sonrió y retiró el espino del cuerpo de Mlima. Éste se volteó y sus ojos ya eran rojos, su alma se había esfumado.

—¿Qué eres, bruja? —preguntó el Santo de Escudo, incendiando su fuego. Y por primera vez, la mujer cambió su expresión y pareció ofenderse, su cara se puso tan roja como su armadura.

—¿Bruja? Cómo te atreeeeeeves, soy Socordia de Pereza, una Dríade. No… Tú serás el primer, ¡máteeenlo!

 

«¿Dríade?». Yuan nunca había oído ese término, y dada la cara de Georg, él tampoco. Aunque no era para nada normal acabar con un Santo así de rápido y despreocupadamente, ni siquiera si era de Bronce.

—¡Yuan, cúbrete! —dijo Cruz del Sur, involucrándose en una pelea desigual en cuanto a número con Mlima y Oliver, o sus cuerpos vacíos, más bien. Eran como zombies de una buena película del cable, no de esos lentos y descerebrados. La gente de la aldea lo había aprendido a la mala, incluyendo algunos niños que no llegaron a crecer. Fuera lo que fuese la Dríade, iba a pagar por ello.

—¡Ya lo sé, hombre! —La Capa Perfecta (Perfect Cloak) utilizaba la energía de la defensa más poderosa entre las armaduras de Plata, y con ella cubría su cuerpo, como si se bañara con una ducha cósmica que se pegaba a su piel—. Vamos, vengan a mí, no tengo nada más que hacer.

Gracias a ello resistió con facilidad la segunda ola de esas extrañas púas que trataron de empalarlo, y derribó sin esfuerzo a sus atacantes a pesar de sus energías amplificadas. Estaba haciendo un buen trabajo, dado el quejumbroso golpeteo de los gordos pies de la Dríade contra el tronco.

—Má…ten…lo. —Sí que era perezosa, como su nombre lo indicaba. No peleaba por ella misma, sino que usaba sus marionetas. O quizás no podía.

—¡Georg!

—Sí, ya sé.

Nesra, que debió entender con gran lucidez lo que iban a hacer, se hincó para que Georg usara su Destello Ardiente y se deshiciera de Mlima y Oliver, cuyos petos se hicieron polvo y sus pechos adquirieron tatuajes cruciformes en el pecho, marcados a fuego. Luego le tocó utilizar la Cascada Ascendente para limpiar con el agua y barro de alrededor el camino hacia el gran árbol y la tal Socordia junto a él. Usando gran parte de su Cosmos se deshizo de un alto número de plantas, tras lo cual cayó de rodillas al fango.

—L-listo —dijo, mientras trataba de ponerse de pie otra vez para alejarse de los hombres controlados por las raíces.

—Muy bien hecho —congratuló Georg. Era de esperarse de un compañero de Yuan, en todo caso.

 

Los Santos de Plata eran hermanos y, con algunas excepciones, disfrutaban trabajando juntos. Por eso en las misiones se construían grupos de pelea, hermanos más cercanos entre sí que de otros, por así llamarle.

Por más que Georg lo considerara insoportable y Yuan, a su vez, aburrido a él, los Santos de Plata de Cruz del Sur y Escudo se entendían perfectamente en el campo de batalla, y si habían resultado airosos de tantas batallas anteriores, se debía a su trabajo en equipo.

No había nadie superior en la defensa a Yuan, cuya mejor técnica era el Arco Gravitacional (Gravitation Arc), que hacía uso del rapidísimo efecto giratorio de su escudo y de sus pensamientos más intensos sobre el cuidado de la gente para que su Cosmos se convirtiera en un campo de fuerza magnético cuyas cargas giraban para repeler ataques enemigos, pero no para detener los embates aliados, si se usaban con la carga contraria adecuadamente.

Y de eso se encargaba Georg, que actuando de pararrayos permitió que un rayo le cayera encima aunque no había ni una nube en el cielo. Lo convirtió en una esfera de energía extremadamente luminosa que sostuvo y alzó con su mano, lo que llamaba Destello Espiritual (Geistig Blitz), un truco que Yuan agradecía no recibir al interior del campo de fuerza que los envolvía a ambos.

—¡Hazlo rápido! —animó Escudo, que se defendía elevando la velocidad, de los golpeteos de los soldados rasos casi revividos.

—Sé qué hacer, todo viene de ese brillo dorado en el árbol —meditó Georg, cuya mano ya había desaparecido entre esa luz cada vez más electrizante.

—Si puedes, acaba con ella también… Por ambos —dijo Yuan, refiriendo a los fallecidos discípulos de Georg y Retsu, que tras la muerte eran usados por una suerte de espíritu del bosque.

—Sí.

—A la de tres… ¡Tres! —Yuan siempre hacía la misma tontería de saltarse el uno y el dos, pero Georg estaba al tanto de ello.

Arrojó el Destello con una fuerza desmedida a través del Arco que se abrió por una centésima de segundo para que no tuviera que pasar el filtro y perdiera rapidez. No era necesario, pero Yuan a veces lo hacía, confiado en su habilidad para dejarlo como estaba.

La esfera de luz relampagueante deshizo las raíces que tuvo enfrente y, con toda la pena de sus corazones, cuatro soldados rasos cuyos nombres no recordaban pero que harían todo el esfuerzo posible en descubrir.

—¿Oooh? ¡No! —Socordia borró la sonrisa de su cara al sentir la cantidad de Cosmos que iba en ese disparo, y trató de bloquearlo con sus manos enguantadas de escarlata a la vez que desplegaba su aura por primera vez para contraatacar.

Ellos eran Santos de Plata, expertos del combate, habían predicho eso y solo pudieron sonreír orgullosos al confirmarse que ninguna de las dos cosas funcionaría. El Arco detuvo, a costa de perder velocidad, la proyección de energía; y el Destello la derribó a un lado e impactó ensordecedoramente contra el tallo a pesar de tratar de defenderse con sus cepas. Los rayos eléctricos se dispersaron por sus ramas, y un enorme boquete cambió irremediablemente la figura del árbol.

 

—N-no… ¿Qué hicierooooon? —sollozó Socordia, de espaldas en el piso y los ojos abiertos como platos, mientras chispas rojas le sacudían el rollizo cuerpo y le impedían levantarse. Los zombies de ojos rojos se habían paralizado.

—¡Mira, Georg! —Yuan apuntó con el dedo hacia el hueco que dejó un par de astillas casi para sostener el árbol. En ella, una pelotita amarilla emitía un destello extraordinario, y parecía deformar el aire a su alrededor.

—¿Qué demonios es eso? Parece una m… ¡¡¡Ahhhnn!!!

—¡Georg!

 

De súbito, sin un atisbo de aviso, un gran brote espinoso atravesó el costado del estómago del Santo de Plata, a la altura del páncreas, y este vomitó sangre tras su grito gutural. Se mantuvo en pie con la ayuda de Nesra, que acudió raudo a servir de bastón, y destruyó la raíz con un seco golpe de puño.

—Señor Georg, resista, por favor.

—Maldita sea, así que había más de ustedes, flores de m1erda.  —Yuan tuvo que mantener la guardia alta y se cubrió con la Capa Perfecta. Su mirada temblaba y su mandíbula castañeaba por el nerviosismo ante lo que enfrentaba.

Tal vez una docena y media de criaturas con armaduras rojas y negras surgió de bajo tierra y del interior de la frondosidad de la selva. Emitían un Cosmos difícil de imitar, y sonreían. Eso era lo peor. Sonreían a sabiendas de que pudieron ganar desde el inicio si hubieran aparecido.

La mayoría —que eran mujeres— era diferentes a Socordia, altas, esbeltas y de cabellos oscuros, rostros hermosos a la vez que siniestros. Los hombres eran fornidos, fueron los encargados de invocar las raíces que bailaban caóticamente no solo en esa área, sino que en toda la jungla, podían oír el grueso murmullo en todas direcciones. A Yuan le pareció ver una niña también…

Una mujer muy bella, casi desnuda de no ser por unas hombreras, un peto revelador y una falda corta, se arrodilló junto a la Dríade caída y le acarició el cabello con ternura.

—Hermana, despierta, tenemos que irnos.

—¿Ehhhh? Pero todavía puedo jugaaaaar, Ate —rezongó la mujer con aire infantil. Su Cosmos se apagaba poco a poco, pero no parecía importarle la muerte o siquiera entenderla.

—Los Santos no debían interferir, por lo que nos separaremos un tiempo. Además Madre desea viajar —explicó la tal Ate, mientras el resto de Dríades (eso debían ser todos, ¿no?) los vigilaban cuidadosamente, pero ni los Santos de Plata ni Nesra intentaron moverse.

—Hm… buenooooo. Si Madre así lo quiere…

—¿Quiénes son ustedes? —se decidió a preguntar Yuan, al fin—. ¿Por qué le hicieron esto a la gente? —indicó a los cuerpos petrificados de ojos rojos que antes los atacaron—. ¿De quién hablan?

—Ja, ja, muchas preguntas, hermoso. —Ate esbozó una sonrisa sensual y se acarició los labios con un dedo—. ¿Cómo debería matarte?

—Somos Dríades —contestó un hombre elegante de largo cabello azabache, en su lugar, clavando en Yuan los ojos más fríos que hubiera visto—. Socordia hizo esto porque le gusta usar semillas en sus esclavos para no pelear ella misma. Y sobre nuestra Madre, no tiene caso que sepas, no alcanzarás a conocerla.

—¡Demonios! —Yuan cerró los puños con fuerza y notó el libro todavía en su mano. Parecía tener información con un evento similar hacía muchos años, y uno o más Santos estuvieron involucrados, debía llegar al Santuario fuera como fuera. Si no, no entendía por qué la hija del jefe de la aldea se lo había entregado tan de mala gana, desesperada.

—¿Encontraron a Madre, entonces? —preguntó Socordia, respirando con dificultades. Otras dos Dríades, cubiertas con capuchas negras, tomaron a Pereza y la cargaron hacia atrás, lejos de la luz.

—Sí, está en Asia, nos separaremos para rastrearla —respondió Ate, que alzó una mano y una gran bola dorada se formó entre sus dedos, alimentándose de la pelota amarilla al interior del árbol directamente—. Aunque ahora está aquí, junto a nosotras, y desea asesinarlos ella misma. —Ate sonrió con una malicia que jamás ninguno de los tres había presenciado antes—. Y con ella vendrá la calamidad.

 

Nesra no fue capaz de comprender la totalidad del peligro de la situación que se avecinaba, pero sí Georg y Yuan, que encendieron sus Cosmos y se adelantaron, Cruz del Sur a trompicones. Una estela dorada, como un gas, flotaba desde el tallo y se pegaba a los dedos de Ate, que conjuraba ya una llamarada.

—¡Vete de aquí, Pez! —gritó Yuan, quien le lanzó el libro en la cara con una puntería pésima, dado su nerviosismo. Pocas veces había sentido un Cosmos así, era mucho mayor al de Ate o cualquiera de los otros entes oscuros de allí.

—¿Q-qué? Esto es…

—¡Largo! Llévalo al Santuario, deprisa, ¡los detendremos!

—Jo, jo, jo, quieren frenar el poder de Madre, qué adorables —rio la Dríade Ate, abriendo la mano.

—Es el infierno —susurró Georg, soltándose el abdomen e invocando otro rayo en su mano lo más veloz que pudo.

—¡¡¡Vete ya, pescado!!! —chilló Yuan, aterrorizado, pero aun así conjurando el Arco Gravitacional—. ¡Cumple con tu deber! —«Y no vuelvas aquí», pensó al final.

Ningún otro Dríade hizo el ademán de moverse, parecían susurrar entre sí algo sobre su Madre y su paradero, y que no había funcionado su plan. Yuan pensó que, en otras circunstancias, le hubiera parecido gracioso que pudiera oír tanta cosa al borde de la muerte. Porque de repente lo supo, no tenía escapatoria de allí, era el único con una técnica defensiva que pudiera darle tiempo a otro de ellos para viajar al Santuario a relatar lo que había pasado, y Georg estaba seriamente herido.

El fuego de Cosmos de Ate se desató sobre ellos, y al mismo tiempo que el Santo de Bronce de Pez Austral apartaba a manotazos a unos aldeanos con el libro en mano y las lágrimas en los ojos, Georg disparó su Destello Espiritual. La esfera de relámpagos pasó bajo la llamarada de Madre, y fue bloqueada sin problemas por una barrera conjurada por tres Dríades masculinos al mismo tiempo. Claro, eran varios.

¿Así acabaría todo? ¿Necesitarían a los Santos de Oro para enfrentar esa amenaza o ni ellos serían suficientes?

«No», entendió Yuan. Era cosa de estrategia. No podían pelear dos Santos de Plata contra tantos de esos misteriosos tipos juntos; simplemente estuvieron en el lugar equivocado sin saberlo. La suerte no les sonrió, pero no tenía nada que ver con sus acciones.

¿Y tenían que ser de Oro? Cuando el Arco Gravitacional, que aguantó veinte décimas de segundo activo, se destruyó en mil chispas, Yuan recordó que los Santos de Plata eran una familia, y que cuando algún miembro de ésta caía en cumplimiento del deber, protegiendo la paz, los demás se hacían todavía más fuertes para vengarlo. Y había unos cuantos que ya eran famosos por su destreza sinigual. La Dríade que desapareció —no sabía si estaba muerta— se divirtió por muchos días plantando semillas, aparentemente en esclavos humanos, pero pronto comprenderían, ella y los demás, que no era nada divertido meterse con los Santos de Plata.

 

 

(Dedicado a la memoria de Pimpoloco. Descansa en paz.)


Editado por -Felipe-, 02 mayo 2016 - 17:28 .

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Publicado 14 mayo 2016 - 23:37

CAMEOS. CAMEOS EVERYWHERE.

 

En serio. Es el mejor cameo que he escrito xDDD

 

Nada, aquí el capítulo 3 de este spin-off. Se aceptan sugerencias y todo tipo de críticas constructivas. En serio :D

 

CAPÍTULO 3

EL HOMBRE DEL ROSARIO

 

08:30 a.m. del 7 de Junio de 2010.

El sol tornaba la tierra de amarillo desde hacía poco cuando Nesra, Santo de Bronce de Pez Austral, arribó agobiado a las afueras del Santuario de Grecia, en las montañas secretas que guiaban al territorio sagrado, desde donde podía ver Rodrio, pero no la Eclíptica ni la periferia. Jamás la Caja de Pandora le había pesado tanto. No sabía cuánto lo golpearon mientras escapaba, pero percibió punzadas y algunos cortes en su carrera desesperada, además del Cosmos pisándole los talones mientras huía de la jungla asesina, corriendo más rápido que en toda su vida, con la imagen de dos compañeros en su cabeza.

Uno era su superior, pero también uno de sus mejores amigos, y el otro uno de los Santos de Plata que más respetaba en el Santuario. Le costó darse cuenta de que con las heridas de Georg y el Arco de Yuan, Nesra era la mejor opción para que se salvara, pero no dejaba de ser triste. Y sofocante. Jamás había sentido un Cosmos como el que salió de la mano de la tal Ate.

 

Se estremeció y trastabilló cuando una parte del camino se deshizo bajo sus pies. Cayó hacia el precipicio que tenía junto a él, y en condiciones normales habría resultado fácil impulsarse con alguna saliente o simplemente correr por la pared de piedra, pero estaba agotadísimo, y lamentó no poder llevar el libro al Santuario.

Pero, por alguna razón, sus ojos quedaron fijos en el suelo igual de lejano que cinco segundos antes, y su brazo colgaba de algo firme. Alzó la mirada y se encontró con un muchacho de doce o trece años que lo sujetaba por la mano con las suyas, y se enrojecía haciendo fuerzas para jalarlo hacia arriba.

—M-m1erdaaaaa, ¡qué pesado estás!

—Tú… ¿quién…?

—Vamooos, pon un poco de tu parte, hombre, ¡no te rindas!

“Cumple con tu deber”, le dijo Yuan antes de ser alcanzado por la bomba de energía. No acabaría con él un mísero barranco.

Apoyó un pie en la superficie de la montaña y se impulsó de un brinco hacia arriba con ayuda del chico. En el aterrizaje, la Caja casi le machaca la columna, pero aun así le tendió la mano a su salvador, sonriéndole con las pocas energías que tenía.

Debía ser un aprendiz de Santo, llevaba la armadura de cuero de ejercicios sobre sus ropas amarillas y verdes, salpicadas de barro. Tenía revoltosos cabellos marrones y ojos como castañas rasgadas, un rostro redondeado y una gran sonrisa complacida por lograr su cometido, acompañado de una respiración apresurada. En sus brazos y pecho se notaba lo duramente entrenado físicamente que estaba.

            —Ja, ja, ja, eso estuvo cerca, amigo, ¡vaya!

—¿Eres un aprendiz? ¿Q-qué haces por aquí? —preguntó Nesra como por casualidad mientras se ponía en pie, aunque en otras circunstancias habría hecho el interrogatorio serio que correspondía. Los discípulos tenían prohibido alejarse tanto del Santuario.

—Ah… eso no tiene importancia, ja, ja —contestó rascándose la nariz, como temía, riendo con nerviosismo. Pero Nesra no tenía ánimos de regañarlo por nada; de no ser por él…

—Muy bien, regresemos entonces a… ¡ah! —Al dar un paso hacia adelante, tropezó otra vez y el muchacho lo detuvo con una mano en el pecho. Luego cruzó su brazo sobre su espalda.

—Por más que seas un Santo de Bronce no llegarás a ningún lado así —dijo el chico, caminando lentamente junto a él, con cuidado—. No sé si eres de esos Santos orgullosos o con prejuicios por los orientales, pero si es el caso, vas a tener que dejarlo de lado hasta que te lleve al Santuario.

¿Por qué iba a discriminar a ese chico? Era cierto que algunos lo hacían, pero con él debían ser particularmente abusadores para que se lo advirtiera a un Santo de Bronce. Algún día tendría que hablar con los entrenadores para que prohibieran esa clase de tratos.

 

Tras unos quince minutos cruzaron la primera puerta, una deformación de roca en la montaña, y el Santuario apareció ante ellos. La montaña principal, la gran ciudadela, los Santos y aprendices repartidos por toda la periferia entrenando sus cuerpos y mentes. Tanto Cosmos reunido lo revitalizó, respiró el aire que le daba energías y lo animaba a informar de lo que ocurrió. A alertar sobre lo que ocurriría.

—¡Así que ahí estabas! —resonó una voz firme que reconocía desde hacía muchos años. La mujer más misteriosa del Santuario que ocultaba sus ojos tras una máscara, pero que no tendía a esconder su mal genio.

—¡¡¡Ahhh!!! —chilló el muchacho a su lado, soltándolo y agitando las manos de un lado para otro—. Hola m-maestra, qué l-lindo día tenem…

—¡Escapaste del Santuario otra vez! —La Santo de Águila, pelirroja y esbelta, con sus ropas de entrenamiento, sostenía un sable, y su postura corporal, gestos y voz imitaban perfectamente la apariencia de alguien que está a punto de matar a un desobediente, pero su Cosmos —que él sentía pero el muchacho no— indicaba que de verdad estaba enfadada, pero más por preocupación que por otra cosa, y claro, no iba a hacerle daño a su alumno… No tanto, al menos.

—S-sé, digo, sí, p-pero… solo di una vuelta y… —La expresión del pobre era francamente divertida, y hasta parecía estarla exagerando a propósito a juego con las risas por lo bajo —y otras no tanto— de la gente alrededor, que cuchicheaban y parecían acostumbrados a esa situación.

—Señorita Marin, le debo la vida a este chico, no sea tan… dura con él, por favor —dijo el Santo, usando todas sus fuerzas para mantenerse de pie.

—¡Nesra! —exclamó el Águila, recién percatando en él, cosa obvia dada la prevención que le regía por su discípulo. Enfundó el sable, se arrodilló y ayudó a guiarlo a la Eclíptica—. Apenas puedes respirar. ¿Qué sucedió en el Congo?

—Estamos en problemas, señorita Marin, un gran peligro se acerca…

—¿Y los demás? ¿Yuan, Georg?

Pero, aunque era su deber, Nesra no contestó. Se limitó a seguir caminando con la cabeza gacha. Marin volteó y soltó una última reprimenda al chico que los seguía lentamente.

—Después hablaremos tú y yo.

—S-sí, maestra…

Nesra detuvo sus pasos y le dirigió una mirada de reojo. Un buen muchacho, a pesar de su aparente hábito de romper las reglas, dada la reacción de todos.

—¿Cómo te llamas, chico?

—Soy… soy Seiya, señor.

—Seiya, je, je, muy bien. Señorita Marin, si no es mucho pedir…

—No te preocupes, yo pediré la audiencia con Su Excelencia en tu lugar.

—Se lo encargo. Y cuando la reunión termine, por favor entréguele este libro al Sumo Sacerdote, parece ser importante para nuestro futuro pero no merezco estar presente cuando los Santos de Oro lo lean… —dijo Nesra, avergonzado.

Marin tomó la pequeña libreta en sus manos y sintió un cúmulo de diversas emociones en su interior: miedo, alegría, angustia, que debieron ser ajenas a Nesra y los demás que lo habían tocado. Percibió lo que había escrito, rápidamente tomó una decisión, y asintió con la cabeza sin hablar, mientras se acercaban juntos a la Torre Meridiano.

 

En el Templo Corazón gobernaba el Sumo Sacerdote en nombre de la diosa Atenea, a quien nadie podía ver, con excepción de sus cuidadosamente elegidas doncellas secretas y él mismo, el máximo hombre sobre la Tierra.

Las primeras no existían y el segundo era en realidad Saga de Géminis, un Santo de Oro usurpador que había asesinado dieciséis años atrás al verdadero Pontífice para hacerse con el Santuario. Cabello teñido de blanco, ilusiones para que el casco ocultara más la falta de arrugas, otras para que vieran un guardián en el Templo de los Gemelos, y la fortuna de que ninguno de los presentes conocía bien al anterior Sacerdote como para reconocer el cambio de Cosmos. Solo tres personas contaban con esa suerte: su discípulo Muu, su amigo Dohko, y el viejo Nicole, pero los dos primeros eran unos cobardes que temían volver al Santuario, y el otro era un fiambre. Usaba las ropas ceremoniales a las que se había habituado hacía tanto: la sotana blanca, la estola dorada, el casco del águila y el rosario que no dejaba de acariciar con los dedos. Ahora estaba acompañado por tres personas que creían que su nombre era Sion, y que tenía más de dos siglos de edad.

El primero había sido por años una de las máximas amenazas a sus planes, pero con sumo cuidado y mucha astucia logró dominarlo para que no se pusiera en su contra. Shaka de Virgo, un Santo de Oro indio, de tez oscura, largo cabello rubio y los ojos permanentemente cerrados para almacenar su energía; normalmente no decía ni una palabra a menos que fuera estrictamente necesario.

El segundo era orgulloso e impetuoso, pero un Santo cumplidor y detallista que odiaría fallar en sus misiones, si es que alguna vez lo hacía. Uno de los jueces del Santuario, Milo de Escorpio tenía un rostro afilado de pómulos duros, era delgado y de reflejos veloces, lucía una melena negra hasta la cintura y sus ojos eran celestes y prepotentes. Sus uñas se tornaban rojas y largas para atacar, pero frente al Sumo Sacerdote se mantenían normales.

El último era quizás el más leal a su charada de Pontífice y su último guardia, Aphrodite de Piscis, a quien consideraban el más bello, y por eso el más temible de los Santos. Era alto, la armadura escamosa le daba un aspecto fornido; su cabello era rubio y rizado, y sus ojos focos celestes y orgullosos, uno de ellos cortejado por un lunar negro en la mejilla. Confiaba ciegamente en todo lo que decía, y alguna vez Saga se preguntó si seguiría trabajando para él si se enteraba de que su mundo era una mentira.

Ese era uno de los días en que Saga más sufría, pues un hombrecillo tonto y cobarde que lo había encerrado cuando niño, lloraba y pataleaba para decirle a todos la verdad, que era un usurpador y mentiroso, y debía controlarlo con una mano más firme. Ese hombrecito, también llamado Saga, vivía en su interior, y sus lloriqueos lo agotaban. Su ánimo había empeorado desde la visita de cuatro metálicas criaturas unas horas antes. Por eso, junto a esos tres Santos de Oro, se relajaba con la música del músico más virtuoso de Grecia, un Santo de Plata que rasgaba las cuerdas de un arpa que no solo servía para destruir enemigos.

Orphée de Lira era más bajo y esbelto que el promedio de guerreros, pero era plenamente consciente de que eso poco importaba entre los Santos. Su cabello era rubio platinado, ondulado y largo hasta poco más debajo de los hombros. Tenía rasgos suaves y piel blanca, ojos celestes melancólicos, pestañas largas y un mentón puntiagudo y lampiño como el resto de su cara.

Su armadura poseía hombreras dobles bordeadas por trazos azul cobalto, un peto con forma de triángulo invertido sobre un protector segmentado que se unía a la falda de estilo egipcio con una gran joya de aguamarina. Los brazales eran gruesos y se unían a las pulseras de los antebrazos, y al igual que el gorjal, las manoplas y las perneras contaba con dibujos dorados de llaves musicales. El arpa era también parte del Manto, una lira antigua sin yugo, con una caja de un plateado más oscuro que la armadura, y ocho cuerdas brillantes. Shaka podía oír como que no, Milo escuchaba respetuosamente aunque no disfrutara la serenata, y a Aphrodite de vez en cuando se le escapaba un tarareo.

Orphée se detuvo cuando las puertas del palacio se abrieron y arribaron los que Saga esperaba. Vistiendo sus ceremoniales armaduras, dos Santos de bajo rango cruzaron la alfombra roja y se arrodillaron frente a él mientras los Santos de Oro se enfilaban cerca del corredor izquierdo y Lyra hacía lo mismo, escalones abajo.

—Su Excelencia —saludó Aquila, cuyas alas se posaron en reposo sobre el suelo—. Aquí está Nesra de Pez Austral, que acaba de regresar del Congo.

—Esta madrugada cuatro armaduras llegaron al Santuario, vacías y tristes —dijo Saga, o Sion, como lo conocían—. ¿Eres el único sobreviviente de la misión a la que los envié?

—El líder de la misión, Georg de Cruz del Sur, el Santo de Plata Yuan de Escudo, y los Santos de Bronce Mlima de Mesa y Oliver de Octante, murieron en el cumplimiento del deber —respondió Piscis Austrinus, con una expresión patética, culpable y dramática, sin levantar la vista—. También perdió la vida la mayor parte de la aldea que nos pidieron vigilar, así como posiblemente la gente de Kinsasa. —Por un segundo, el Santo de Bronce levantó el mentón cuadrado, pero la bajó otra vez, rápidamente, cuando sus ojos se humedecieron—. Me gustaría informarle a la diosa Atenea que la misión fue un fracaso.

«Ja, ja, Atenea». No pudo evitar que le hiciera gracia, aunque por supuesto no lo hizo notar.

—Siendo un Santo de Bronce tal vez no lo sabes, pero la actual encarnación de nuestra diosa vive en la dimensión del Ateneo, y no necesita bajar aquí. Pero te oye siempre, así que cuéntanos lo que sucedió.

—Sí, Su Excelencia.

El relato fue muy interesante, y comenzó con lo que había supuesto: en el mismo lugar donde había estado con el maestro Nicole diez años atrás, se repitió el evento y extrañas raíces le lavaron el cerebro a las villas. En esa ocasión no alcanzó a descubrir el origen del acontecimiento, pero ahora le quedaba claro que se debió a una de las Dríades, que tomó ese lugar por patio de juegos. Había usado una historia similar para explicar la muerte del Santo de Altar, nunca pensó que la fortuna le sonriera así y pudiera escudarse en la coincidencia.

—¿Para quién trabajaban estas Dríades?

—Hablaron de una tal “Madre” —contestó el Santo de Bronce, con temblor en la barbilla. Milo y Aphrodite dieron un paso adelante, visiblemente interesados, mientras Shaka se mantenía impasible, como era su costumbre. El Santo de Lira se tensó, como pudo notar en el flujo del Cosmos—. Podía canalizar su poder a través de la esfera dorada de la que le hablé, pero también parecían estarla buscando. Una de ellas comentó que la encontrarían en Asia, que se separarían para rastrearla y que traería la calamidad.

—Su Santidad —intervino Aphrodite, la sonrisa jamás estuvo tan lejos de su rostro como entonces—. Ramas, raíces, causar violencia entre civiles, calamidad… ¿No hay una divinidad que se relaciona con todo eso?

—Así es —contestó Saga, sin saber si reír o inquietarse, mientras deslizaba una cuenta del rosario con sus dedos índice y medio—. Aquella a quien llaman la Discordia, que fomenta la guerra y las batallas con crueldad; que ningún hombre sobre la tierra puede amar; a la que, no obstante, pagan con su deuda de honor. La Madre de los infortunios.

—La hija de la Noche. Eris. —Shaka por primera vez abrió la boca y se hizo un silencio de diez segundos que se harían menos si hubieran sido los ojos.

—¿Qué? Pero esa diosa… ¿en verdad existe? —preguntó Milo, abriendo los brazos, antes de darse cuenta de que la misma pregunta era idiota—. Sé que Atenea sí, pero esta Eris…

—Nunca hemos podido confirmar que esté involucrada en algo —explicó el Santo de Géminis, con su mejor voz de Sumo Sacerdote, suavizándola un poco y presionando una de las cuentas—. Si ella inicia algunas de las guerras en que Ares no se mete, entonces es más cuidadosa y trabaja en secreto, sin tanto escándalo, y regresa a los cielos tras terminar. Pero no podemos asegurar que realmente exista como Atenea; no podría llamarse una de sus enemigas declaradas.

—Si es real y por primera vez encontramos su cuerpo antes de que lo posea, podremos detener sus batallas para siempre —conjeturó Aphrodite.

—¿Dices que las Dríades se separaron? —No esperó la respuesta del Pez de Bronce—. Shaka, eres el más capaz.

El Santo de Virgo hizo una reverencia y se retiró lentamente del Templo, cerrando las grandes puertas de hierro tras de sí, sin que tuviera que decirle más.

—¿Él puede buscar al enemigo? —inquirió el Escorpión, desconfiado.

—Solo rastrear los puntos donde el caos comience, allí nos separaremos también para detener a las Dríades. —«Solo un dios puede asesinar a otro dios, y el humano que lo consiga se convertirá en un dios». Así decían los refranes sobre la humanidad y la divinidad, una contradicción, pues si solo un dios puede matar a otro, no hay forma de que un humano lo consiga para volverse uno.

Pero Saga había descubierto el secreto: el humano que asesina a un dios, a la vez se convierte en uno, exactamente al mismo tiempo. Por eso esperaba el retorno de Atenea al Santuario, para clavar la Daga de Physis. Empero, si Eris la diosa de la discordia era real, y no usaba un avatar sino que reencarnaba como Atenea, entonces con asesinarla conseguiría su objetivo más rápido de lo esperado.

—Su Excelencia, si me lo permite deseo partir en la búsqueda de esa diosa en Asia y detener a las Dríades —propuso Milo, ondeando su capa tras de sí. Eso lucía como una buena idea, él tendía a cumplir las misiones sin dudar.

—Muy bien, elige a los Santos de Plata que gustes y div…

—Disculpe, ¿Santos de Plata? —interrumpió el de cabello negro.

Un incómodo silencio se presentó en el Templo Corazón, y Saga deseó que Orphée se pusiera a tocar en vez de quedarse tanto tiempo en silencio.

—¿Tienes algún problema, Escorpión? —inquirió Piscis, como si la ofensa fuese para él.

—No quise ser irrespetuoso, Su Santidad, es que si viajáramos dos o tres Santos de Oro acabaríamos muy fácil con…

—Tienes un discípulo, ¿no?

—Sí.

—¿De qué rango es?

—Plata, Su Excelencia.

—Entonces debes considerarlos importantes, porque son tan aptos para esta tarea como cualquiera de Oro, quienes siempre deben estar con Atenea. —Lo cierto era que en cualquier momento Atenea, que ya debía tener doce años, podría atacar el Santuario si encontraba los aliados adecuados, donde fuera que estuviese, y para acabar con ella definitivamente requeriría todo lo que tenía. Y los Santos de Plata, ciertamente, podían encargarse si eran atentos de hallarla rápido para que terminara la mentira de ser solo Saga y se convirtiera en dios. Si ganaban, tendría a Eris cerca para matarla; si fallaban, se desharía de plateados inútiles y conservaría a los dorados que valían la pena en su ejército—. No los desprecies, menos cuando sus hermanos han caído. ¿Quedó claro?

—Sí, como ordene —aceptó Milo, que se recogió la capa, dio media vuelta y salió del palacio para esperar las indicaciones de Shaka, con el semblante forzado a verse serio y la piel ruborizada.

—Pisces Austrinus, si no tienes nada más que informar, ya puedes descansar. Regresa a la periferia. Tu misión todavía no puede considerarse un fracaso, si es que podemos detener a esas Dríades gracias a tu supervivencia y el noble sacrificio de tus compañeros.

—Sí. Muchas gracias, Su Excelencia —sollozó Nesra de Pez Austral, y el otro Saga se entristeció con él. Al tomar rumbo a la salida le dedicó una intrigante mirada a pelirroja de Águila, que se puso de pie con las manos en la espalda, aunque esperó a que la puerta se cerrara para ello. Se quedó allí de pie, demasiado rato, tal como si esperara instrucciones pero supiera que nunca llegarían.

Y Saga no podía saber lo que pensaba, menos con esa mirada oculta tras la maldita máscara. Había pensado usar la Ilusión Diabólica con ella alguna vez, pero por dentro sabía que, por alguna razón, no funcionaría. Solo lo sabía.

Optó por ser cauteloso.

—Aquila, ¿tienes algo más que informarnos?

 

Marin se estremeció pero consiguió, en una centésima de segundo, que no se notara. Sostenía el libro ya húmedo por su sudor, y registraba una y otra vez en su mente las palabras ahí escritas, deseando no creerlo.

—No, Su Santidad. Con su permiso —sentenció antes de retirarse.


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#476 Piscis no Afrodita

Piscis no Afrodita

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Publicado 16 mayo 2016 - 17:42

Con las buens buenas, como me le va señor Felipe, espero que bien, con muchor licor ardiente y mujerzuelas como Mhia Kalifa o Sasha Grey, comencemos a ponernos al dia pues:

No recuerdo exactamente donde me quede, pero yo lo lei desde Poseidon, y he de decir que como siempre, me ha parecido impresionante la forma en que logras retratar la personalidad del dios.

En principio no pense que fuera a ver algo que fuera mas alla de lo que esperaba ver, pero he quedado gratamente sorprendido

Me pregunto que tan dificil habra sido personificar a un dios, a un humano es mas facil, porque de cierta forma es mas compresible, pero un dios es... no se ¿un dios? No se que palabras usar, pero me ha gustado bastante

La mencion directa/indirecta de Hades me ha gustado, mas sin contar lo mucho que suma la profundidad que le das a el famoso pegaso que brilla en cada era "segun" siempre se hace ver

Y ya luego comenzamos por Saori, como siempre habra el insesante drama wue causa saori en cada aparicion, ¿Alguna ves alguien decidra romper esquemas kurumadescos y hara brillar a Athena como debe de ser, la Athena Promacos de los mitos? Nadie? Ok...

Pero el capitulo fue bueno

Kanon me ha gustado, la reivindicacion de el, fue uno de los huecos argumentales de la saga original, o mejor dicho, demasiado tosca como para cualquier persona con 4 dedos de frente, aca tiene un poco mas de sentido, pero sigue sin convencerme, prefiero que Seiya fuera el que recibiera el ataque y no Kanon, pero es cuestion de gusto

No tengo mucho que decir sobre el capitulo, o el mismo epilogo, muy buenos y buenos cierre, mas abiertos y humanos que los de cualquier mangaka (excepto en omega h Saintia Sho, hay todos si parecen humanos y no maquinas de guerra), asi que eso suma puntos.

Ya luego comenzamos con la tan hablada Saga de los 4 de oros, de los cuales, tengo muchas espectativas

El prologo, por alguna razon, comenzo coml el original, pero con la diferencia que le hace enfansis a los platas en ves de a los bronces, me lo imagine incluso como el inicio de la serie clasica, 10 puntos :D

Ya el primer capitulo, parece inicio de pelicula de suspenso y terror, tiene esos tintes misteriosos que bueno, con un poco de imaginacion seria el comienzo perfecto para el "Conjuro en el Santuario" :v

Que papel le daras a George y Yuan? Seran carnes de cañon para explicar la aparicion de Eris? A fin de cuentas si esto es un reboot, en el manga aparecen sus tumbas (segun), no seas malos y no los mates :(

Bueno, ha sido un comienzo no tan fuerte, pero nada que pase desapercibido lo cual me deja con buen sabor de boca ya veremos con vaya fluyendo y avanzando, luego dejare mis rewies de los siguientes capitulos un saludo y suerte con todo :)

#477 Fenrir de Arioto Epsilon

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Publicado 17 mayo 2016 - 09:57

Hola, me parece muy interesante la historia, sobre todo porque nunca ha habido protagonismo de parte de los plateados, en el anime casi desaparecieron. Cuando estos estaban en acción se les veía como los malos cuando en realidad estaban cumpliendo ordenes simplemente y nunca se mostró otra faceta de ellos.

Por eso ver su lado amable, su lado de justicia y honor, y su sentido de pertenencia a la orden de los santos, me genera grandes expectativas.

 

Felicidades y adelante



#478 Presstor

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Publicado 21 mayo 2016 - 18:20

hola felipe!! cuanto tiempo no? a ver si puedo comentar mas a menudo

bueno sobre la saga de poseidon en general me gustado mucho,hay mucha coerencia en la forma que narra esta historia

que en el manga original no era muy alla,me gusta la humanidad de los personajes aunque digo te pasaste un poco

con el castigo que recibieron los bronceados,aunque mi queja principal es por el fenix...pienso que en su batalla

su armadura debio haber terminado mas entera...por la razon de que un dios que mostraste endiabladamente poderoso

al que sujeta por la espalda no le convierte en polvo cosmico sin llevar ninguna proteccion.

aunque la verdad quiero que el personaje destaque y no sea lo es en la serie que no me gusta un pelo lo mal tratado que esta.

que si es un bad-ass es por que puede y no ir de duro  y cualquiera te parta la cara XD

aqui espero cuando vuelvas a ella verles un poco llevando vidas normales

 

me gusto como el cierre,has puesto como un evento como ese afecto al mundo,cosa que obvia totalmente la historia original

no se puede inundar el mundo y que las cosas sigan igual otro punto para tu historia...

 

y sencillamente tienes que contar algo del mito,una cosa que me gusta de tu serie es su prota,si.me gusta seiya,

al menos tu version...y eso que poseidon le odie de tal manera se tiene que contar

 

particularmente espero que hayan mas dioses que metan en la trifulca que vendra,ya sea directa o indirectamente

 

y bueno con ganas de leer como sigue.

 

y con esas vamos a por esa historia con plateados como protas,que tenia ganas de leerlo y de momento estoy muy

interesado,los tres capis van a buen ritmo,pobres yuan y george....

y encantado tu cameo,esta bastante chulo...y pensar que a esas edad en la serie original ya se curtia el lomo con los dorados XD

 

sobre el pdf,la primera parte la lei no se que paso pero me la lei de una sentada,lo mismo mi pareja ella dice

que no le gusta lo mal que lo pansan los protas y su favorito es hyoga....pero general le ha gustado

ella lo unico que ha visto de saint seiya es legend of santuary

 

la segunda parte la leeremos,estate seguro.

 

nada mas suerte y un saludo,hasta pel proximo capitulo



#479 Rinne

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Publicado 29 mayo 2016 - 15:23

Bueno, bueno. Me he pegado un mega maraton del fic, leido en una semana! Creo que es un buen tiempo. Me gusto mucho el enfoque de la historia, eliminando incongruencias a diestra y siniestra jaja. Me pareció muy bien llevado el primer arco, las batallas contra los de plata me gustaron bastante, dejan una mejor impresión que los debiluchos del MO, lo que eche en falta es que alguno aparte de Jamian sobreviviera pero bueno. Un detallazo que te mandaste fueron los meteoros de Seiya, la forma como vas diciendo exactamente el numero que lanza permite observar muy bien la evolucion de sus poderes haciendo que se noten, originalmente me parecia que simplemente tenian que recibir una paliza para adaptarse y superar al oponente. Otro de esos detalles tuyos y el que mas me ha gustado es la descripcion de las tecnicas, amolar, como alegran esas explicaciones! Originalmente uno podria creer que el Dragon Ascendente es un Cometa Pegaso en forma de dragon verde hacia arriba o algo por el estilo porque en la esencia del MO ambos son puñetazos imbuidos en cosmos que se lanzan en diferentes direcciones. Las nuevas versiones de las armaduras no me desagradan, tienen su encanto pero por ejemplo la armadura de Dragon, me parece demasiado "oriental" para ser una armadura creada hace como 4000 años en Grecia/Mu (?

 

La saga del Santuario me encanto, lograste representar correctamente el poder que se supone tienen unos seres capaces de moverse 300 000 000 kilometros por segundo, teoricamente estos deberian ser capaces de eliminar a un santo de plata con un dedo, a veces me parecia una exageracion que personas asi se vieran obligadas a utilizar tecnicas contra unos pobres santos de bronce (Aunque hayan vencido plateados). Dotaste de personalidad y realismo a los dorados, la personalidad de Milo hizo que se volviera uno de mis personajes favoritos, y la reafirmacion de que Shaka es indio y no se callo ahi desde un avion lleno de gringos rubios (?). Lo que eche en falta de nuevo seria que algun dorado hubiera sobrevivido, dandole algo de sentido comun a Camus o Saga, mira que suicidarse para que tu alumno termine siendo igual de fuertes que los demas y destrozarse el corazon para redimir tus pecados ..... -_-

 

Un detalle que no me gusto ... Asgard, los dioses guerreros son de mis favoritos, que aparezcan los de la peli no me gusto mucho, los de la serie tenian un buen transfondo, mejor diseño, tecnicas vistosas y armaduras que le daban mil vueltas a las de la peli. Pero bueno, disfute el arco de las misiones, muy bien llevado, te la llevaste con lo de Kitalpha jaja. La saga de Poseidon. Aplausos, sencillamente sublime, 1000 vueltas a la original. Como se planteo la guerra vs Pose fue genial, como un verdadero conflicto entre dioses. La inclusion de nuevos rangos y mas fuerza a los marinos, la verdad daban pena, menos que los dorados y encima mas debiles, era necesario un subidon para los pobres. Jojo! Dohko hizo algo! Uso su Susanoo para apalear al capitan marino ese, sensual poder de rozan. Capte enseguida lo de "Jano" el pillin romano de las encrucijadas y decisiones, parecido a cierto embaucador de dioses jaja.

 

La parte orgasmica, mi favorita de la saga y de las mejores del fic para mi, el enfrentamiento de Rodorio, por obra de Athena fue espectacular! Llevaba completamente la esencia de una guerra! Me imagino que lo bueno fue que no hubieran protas presentes, te daba libertad para desarrollar la batalla a tu gusto, matando a quien sea sin que eso pesara tanto para la historia en un futuro pero con la suficiente carga emocional para que esas muertes se vieran importantes  y tragicas. La batalla de Rodorio (Como me encanta llamarla asi) termino en derrota de los santos y eso fue un puntazo a favor, los santos no son invencibles, pueden morir y perder, el sentimiento de angustia se mezclaba perfectamente con lo debiles que parecian los santos de bronce contra los generales marinos. Luego se viene la continuacion de la batalla en el Santuario, como de impotente que me senti! y se aparece el Retsu,  crei que este estaria al nivel de los plateados mas o menos pero me decepciono un poco su batalla contra el despreciable capitan marino del que no recuerdo el nombre, esperaba que lo destrozara. Luego vienen y despachan a Aldebaran de forma heroica, me hubiera gustado que se llevara a todos los malnac1dos capitanes marinos con el, pero completamente acertado. De verdad te la comiste con Don Pose, lograste hacerme creer que era un ente completamente superior.

 

El Santuario ha quedado muy debilitado, la mayoria de plata, varios bronce y 6 dorados estan muertos. Diria que su fuerza esta reducida a la mitad en incluso un poco mas de su capacidad. La guerra contra Hades sera brutal, me imagino el mega reboot de esta saga, siento que vas a eliminar la resurreccion de los santos muertos, si esto fuera asi me dejaria un mal sabor de boca por no haber visto mas actuacion de estos pero seria completamente comprensible, en si, es una incongruencia que vayan por ahi debilitando aun mas el santuario en vez de decirle a los santos vivos el secreto de la estatua y a matar espectros con lo que queda de vida. Lo que si espero y se que no vas a decepcionar es batallas epicas para los dorados, en Hades brillaron pero aun asi los unicos con combates decentes fueron Shaka contra los darks, Mu vs Myu y Kanon vs Rada. Aioria y Milo tuvieron una paliza contra Rada y un choque de exclamaciones, el pobre Alde nisiquiera aparecio vivo en Hades. Estoy ansioso por la saga de Hades y por el hype que tengo hubiera preferido que la saga vs Eris hubiera quedado para despues, aun asi lo que va de esta me esta gustando, menos la muerte de George y Juan (Yuan aqui) -10 por eso papu jaja.

 

Una duda, la saga de Hades no sera el fin, cierto? Aun quedan muchos cabos sueltos, el mas grande seria el de Marin que me suena a Tenkai, llevaras a cabo la saga de Zeus? Si es asi siempre me gusto la idea de que este tuviera un ejercito como los einjerhar de Odin, osea los heroes mitologicos (Aquiles, Patroclo, Belerofonte, etc) sirviendoles despues de muertos, siempre ha sido mi sueño (?

 

En resumen, excelente fic Felipe. Tienes un nuevo lector. ^_^

 

PD: PDFs descargados, que salga el de Pose ya, los extras del final me consumen XD.



#480 -Felipe-

-Felipe-

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Publicado 07 junio 2016 - 20:39

Primero a responder los reviews. (Lo siento por la demora, pero la U me tiene atado).

Con las buens buenas, como me le va señor Felipe, espero que bien, con muchor licor ardiente y mujerzuelas como Mhia Kalifa o Sasha Grey, comencemos a ponernos al dia pues:

Saludos, caballero. Me gustaría aclarar que no conozco a la tal Kalifa (pero Sasha es un caso totalmente diferente xD)

Me alegra que te agradara mi manera de representar a Pose, era uno de mis grandes desafíos. Como bien dices, piensan diferente a los humanos, yo nunca quise representarlos como "humanos poderosos", sino como entidades distintas, muy superiores a la vez que inferiores en algunos aspectos (Los sentimientos).

Sí, mi plan es hacer brillar a Saori como la Atenea de los mitos, pronto. Pero no tan pronto. Sin embargo, ocurrirá. Sobre lo de Kanon, ¿sabes que hice un tema para que la gente opinara cuál sería mejor entre él y Seiya? Ganó Kanon, por eso lo usé; sino habría ido con mi opción favorita, que era el burro. El cliente (ustedes) se hicieron a notar al respecto.

 

Sí, a la primera parte quise darle un toque medio thrilleresco, qué bien que haya funcionado. Y si ya has leído hasta este punto, George y Yuan... bueno, digamos que sirvieron para mostrar el poder del enemigo a la vez que darle una motivación real a los Santos de Plata.

 

Saludos y gracias :)

 

 

Hola, me parece muy interesante la historia, sobre todo porque nunca ha habido protagonismo de parte de los plateados, en el anime casi desaparecieron. Cuando estos estaban en acción se les veía como los malos cuando en realidad estaban cumpliendo ordenes simplemente y nunca se mostró otra faceta de ellos.

Por eso ver su lado amable, su lado de justicia y honor, y su sentido de pertenencia a la orden de los santos, me genera grandes expectativas.

 

Felicidades y adelante

Sí, los Platas son irrelevantes en SS. Incluso los poderosos sirven como medio para hacer brillar a otros (como Algol, Misty, Shaina Omega, Pavlin, incluso los de Sho). En sí, los únicos que han servido como personajes por sí mismos son Suikyo y Hakurei (y el primero es un Espectro). Pero son parte del ejército ateniense, así que correspondía que tuvieran su lugar y así explicar eventos de la historia principal (La de Seiya y Saori).

 

Muchas gracias, y saludos :D

 

 

hola felipe!! cuanto tiempo no? a ver si puedo comentar mas a menudo

¿Qué hay, Presstor? Un gusto como siempre.

Sobre lo de los Bronces, sí, sé que me paso a veces con los daños pero es para darle epicidad xD. Ahora, lo de Ikki tiene una razón (sé que te gusta el Fénix jaja), y por eso la retraté desde el punto de vista del mismo Pose. El dios del mar estaba pensando en otra cosa, y seguía muy confundido por despertar de repente haciendo cosas que no entendía, por lo que Ikki era en ese momento un simple mosquito en su oreja. Cuando eso ocurre, uno no suele matar al mosquito, sino solo espantarlo con la mano. Eso es lo que hizo Pose, ni sabía qué diablos era lo que lo agarraba por la espalda.

Pero tranquilo, en la saga de Hades Ikki tendrá más de un momento para lucirse. Y sí, habrá una historia previa q retrate sus vidas normales, lo prometo. Me alegra que te gustara lo de los daños en el planeta, lo encontré necesario, y una gran falla de Kuru.

Sobre el mito... todo a su debido tiempo. El primer acercamiento ocurre al final del volumen 1, cuando Saori va a Delfos. Luego tenemos la primera visión real del Olimpo y sus habitantes, aunque de manera borrosa, de parte de uno de ellos, el mayor de los hijos de Chronos. Además, la primera instancia de revelar que Seiya no es cualquier cosa, de lo que ya había habido indicios en los volumenes anteriores. Va de a poco revelándose esto. Y siendo honesto, también me gusta este Seiya.

 

Curiosamente, como dices, en el cameo Seiya tiene 13 años, edad con la que en el mito de Kuru ya derrotaba Santos de Oro. Pero como sabes, no tenía lógica para mí lo de las edades, y el Seiya que vence a Saga tiene en mi mundo 16 años, 17 cuando le clava la flecha a Pose.

A tu pareja le gustó más Hyoga???? Woah, eso es nuevo. Ni siquiera me esforcé con el ganso ese que en la peli es motociclista xD Bueno, a ver qué les parece la segunda parte.

 

Saludos y muchas gracias :)

 

 

 

Bueno, bueno. Me he pegado un mega maraton del fic, leido en una semana! Creo que es un buen tiempo. Me gusto mucho el enfoque de la historia, eliminando incongruencias a diestra y siniestra jaja. 

NUEVO FAN!!!! :D

No sabes cuánto me alegra y motiva que alguien haya leído todo el fic de una sola vez.

Primero, qué bueno que te gustara la primera parte, tal vez la que más cambios tiene comparado con la obra original. Por cierto, Asterion también sobrevive, pero lamentablemente no pude hacer eso con todos. Junto a Shaina y Marin, los únicos otros sobrevivientes los verás en la obra actual, de los cuatro de oro blanco.

Lindo que te hayas fijado en el detalle de los Meteoros, creo que nadie lo había mencionado. Gracias! Con las técnicas y su mecánica me esforcé muchísimo.

... GRAN error mío el que mencionas sobre la armadura de Draco, y en el que no había percatado. Ya nada puede hacerse, pero tienes razón, es un error en toda regla. No debería tener ese diseño, aunque quizás alguna explicación pueda inventarle después ya que lo mencionas. Por lo demás, no pude reparar en salvar más dorados, aunque sí les di (creo) una explicación más válida a las muertes de Camus y Saga. El primero no se suicida, en la batalla final realmente trata de matar a Hyoga, pero éste lo supera. Mientras que Saga siempre quiso hacerlo, terminar con su tortura, pero su otra mitad se lo impedía.

 

Me alegra que te gustara la saga de Pose, que en mi opinión es la más floja de las 3 (porque en sí, en la obra original también lo es). Por cierto, no metí a los God Warriors del anime JUSTAMENTE por su rica personalidad. Además, haría demasiado larga la historia, le quitaría epicidad a la de Pose en sí, y en cuanto a formato es muy similar a esta y las de las 12 casas. Mi Dohko es lo más.

Debo decir que una de mis partes favoritas es la Batalla en Rodrio (gran nombre, por cierto). Sí, fue una forma de poder matar "buenos" sin afectar de más la historia, mostrando lo que pasa con la gente normal, y haciendo participar Gold Saints (y matar a uno). Bueno, Retsu en poder es el mejor Santo de Bronce, solo es superado por los cinco protas, es incluso mejor que Jabu y compañía, pero sigue siendo de Bronce, mientras que Leviatán está a niveles Plata-Oro.

 

Ojalá la saga reboot de Hades te deje conforme. En algunas cosas tienes razón, en otras ocurrirá algo que no te imaginas, o te equivocas, pero todo a su tiempo, y como siempre, con una explicación detrás. Los Golds, en particular, participarán aún más que en el obra de Kuru.

Lamentablemente, por tema de argumento, NO PUDE meter la saga de Eris antes, porque cosas que ocurrirán allí explicarán eventos de Hades y la saga posterior a ella. Paciencia.

Sí, habrá sagas después de Hades: una segunda de Eris (Saintia), dos de Omega, y posiblemente una del Olimpo entre medio. No voy a decir mucho, pero te acercaste mucho con algo, y eres el primero en mencionarlo o.O

 

Así que eso: gracias, gracias, y gracias. Saludos :D

 

 

CAPÍTULO 4

 

LA MISIÓN DEL SOLDADO

 

13:30 p.m. del 7 de Junio de 2010.

Podía sentir el Cosmos de Shaka elevándose, incluso desde dos palacios más arriba. Admitía que era impresionante, como correspondía al que consideraban el de mejor dominio de Cosmos de la generación actual, con la posible excepción de Saga, pero ese llevaba años sin hacer algo importante. En todo caso a Milo no le parecía la gran cosa comparado con él y los demás. La imagen de Virgo derrotando por sí solo a uno de los guardaespaldas de los Titanes con su Rueda Celestial sí era espeluznante, pero el Cosmos era infinito, y para los Santos de Oro superar a otros de rangos más bajos o de otros ejércitos era cosa de voluntad.

De lo que debía ocuparse era de escoger a los Santos que se separarían por Asia para detener a las Dríades de Eris… si es que era Eris. Podía enviarlos a todos para que probaran su valía, pero para eso primero debía conocer información detallada e importante sobre ellos. Saber cuántos eran sería un buen inicio, así que se dirigió al edificio más cercano al bosque Dodona: la biblioteca pública en el oeste del Santuario.

Era un edificio de mármol y piedra blanca de tres pisos, decorado en el techo por una estatua de Atenea de dos metros que supuestamente estaba de frente a la grandota en el Ateneo, que ninguno de los Santos de Oro había visto pues era el territorio de la diosa, una adolescente muy tímida en esa época, que se dedicaba cada día del año a rezar por la humanidad y salvarla de problemas, recluida como una monja —cosa que nunca se atrevería a decir en voz alta, por supuesto—. Bajó a la entrada con una antorcha tras saludar a los guardias y se encontró, claro, con la más afanada lectora de todo el Santuario.

Por lo que había oído, era hija y discípula de un Santo de Bronce retirado, y también la más joven en la historia en obtener ese rango, el año anterior. Al ser la Santo de Sextante le correspondía estar en el observatorio, al otro lado del recinto, cerca del cementerio, y no allí, posible razón de que se pusiera tan nerviosa cuando lo vio entrar con su capa dorada.

—¡S-s-señor Scorpius! —se levantó la muchacha, ruborizada y con ojeras por tanto leer. Milo se sintió como un inspector burocrático.

—Buenas tardes, Sextans —saludó, acercándose al escritorio donde la torre de libros que la chica pensaba leer alcanzaba más altura que ella—. Tranquila.

—S-sí, señor —contestó la muchacha, sentándose otra vez, sin despegar su mirada de él.

—Busco el Libro Plateado, necesito saber cuántos Santos de Plata hay en la actualidad. —No era cosa de solo buscar los últimos nombres escritos en el registro, ya que algunos de esos murieron, así que tendría que leerlos todos, y la velocidad de la luz no servía en los ojos.

—No se preocupe, señor —dijo Sextante, presionando un dedo contra su frente y cerrando los ojos—. Todavía no llega la actualización, pero por lo que se, anoche fallecieron dos, lamentablemente.

—Sí. —«Vaya, las noticias vuelan».

—Así que veamos… En este momento hay diecisiete Santos de Plata.

—Muy bien, pero necesito saber sus nombres.

—Se los escribiré. —La chica sacó un papel en blanco de un librero, tomó una pluma y comenzó a escribir con una letra tan perfecta que rayaba en el absurdo: todas las «o» eran completamente redondas—. ¿Puedo hacerlo por edad? —No esperó que respondiera—. El mayor es Sirius de Can Mayor… le sigue Babel de Centauro, luego… ehm… Daidalos de Cefeo…

«Qué prodigiosa memoria», pensó Milo. Tras dos minutos, Sextante anotó el nombre del más joven, Capella de Auriga, y le entregó ansiosa el papel, como si quisiera despegarse de él pronto. Se preguntó si conocería sus técnicas o los datos de los Santos de Bronce mucho más numerosos también, pero con eso era suficiente. Además, quizás sí se los sabía…

—Gracias.

 

14:10 p.m.

La policía de Atenas perseguía a una van roja por las calles cercanas a la playa de Varkiza, cerca de Sunión, arruinando el almuerzo de locales y turistas por igual, tras el robo de una joyería, metiendo a la fuerza el vehículo al pobre vidrio de una tienda. La ruta tenía muchas curvas y los criminales parecían conocerla muy bien, pues las sorteaban a toda velocidad, sin frenar ni una vez, a diferencia de los tres autos blancos de la policía helénica que respetaban, evidentemente, tanto la ley como la vida de los residentes, que se cruzaban menos preocupados de las mismas que de la próxima canción en sus audífonos.

Pero uno de ellos, un joven que se dirigía a trotar por la arena, sí se ocupó de lo importante y evitó la camioneta… diez metros antes de que un humano normal la oyera siquiera.

Tenía un rostro triangular, nariz pequeña, pómulos hundidos, inquieto y corto cabello plateado, con largas patillas. Gozaba de hombros anchos y contextura atlética. Sus ojos eran verdes y astutos, bajo cejas finas. Lo primero que hizo cuando vio pasar a la policía fue sonreír, y lo segundo correr detrás de ellos. Una niña pegó un grito cuando casi la arrollaron, y eso esfumó la sonrisa de su cara.

A toda velocidad saltó sobre las mesas de un restaurant y gente que nunca lo notó; burló tres autos y se pasó una luz roja posiblemente, pero en dos segundos y medio alcanzó la ventanilla del piloto de la van, que agarraba fieramente el volante como si temiera que fuera a salirse. El copiloto, sonriente y satisfecho, cargaba una ametralladora militar, y detrás, dos sujetos serios armados revisaban el contenido de las bolsas. Uno de ellos, de bigote voluminoso, fue el primero en notarlo.

—¿Pero qué m1erda? ¡Dimitrios!

—¡Tranquilo, dije! —replicó el piloto, con los ojos nerviosos saltando del camino al espejo retrovisor—. Nos metemos en la bodega al sur, no la conoc…

—¡Dimitrios! —repitió el de atrás, arrancándose los pelos del bigote en vez de tratar de usar el arma por la sorpresa.

—¿¡Qué quieres!?

—¡Hay un tipo corriendo junto a nosotros!

—¿Qué? —El piloto al fin probó una tercera cámara y se topó con los ojos juiciosos del joven, que no sudaba ni una gota para mantener la velocidad junto a la van—. ¿Quién carajos es este?

—Buenas tardes —saludó el chico con la mano. De sus dedos brotaron unas chispas azules que se convirtieron en una breve flama que contuvo sin quemarse—. Debo pedirles que se detengan, o tendrán problemas. Ahora.

—¿Qué esperas, Sofronio? ¡Dispárale a este monstruo! ¡Ya! —A pesar de los nervios, el hombre seguía manejando con destreza junto al mar brillante y bajo el sol ardiente, con lo que la policía iba quedando atrás, pero ninguno contaba con que él también era muy hábil.

Sin perder la velocidad, esquivó cada una de las balas rápidas que cruzaron el rostro del piloto, cuyo rostro esbozó la exclamación del ruido, antes de la del miedo. El muchacho se tomó la molestia incluso de atrapar dos de ellas que calentó con sus llamas azules y que luego lanzó a las rodillas de los pasajeros de atrás derritiendo el vidrio, antes de que dispararan también.

—Se los advertí —dijo el joven con calma, su voz mantenía fluidez a pesar de la carrera. Conjuró cinco llamas azules en los dedos de su mano derecha, y las unió para crear una esfera nacida del calor de su corazón. Sus Fuegos Fatuos (Ignis Fatuus), la técnica ardiente de uno de los Santos de Atenea.

Con el fuego hizo estallar los neumáticos delanteros de la camioneta, que se levantó y ejecutó una espectacular y ruidosa voltereta en la carretera. En el aire, los hombres al interior perdieron la noción de la realidad y dos de ellos pensaron que era un sueño, que un hombre no podía hacer algo como lanzar fuego de sus manos y burlar así a un vehículo tan grande. Tal cosa era imposible.

Por supuesto, ellos no sabían de lo que los Santos eran capaces. Una familia completa, con abuelos y algunos primos incluidos, se tomaban fotos frente al mar al borde del camino, justo donde se volcaría ese monstruo de metal, pero antes de que el sonido de sus alaridos llegara a los oídos de unos y otros, el velocista ya estaba de pie delante de ellos, con las manos arriba. Posiblemente la van lo arrastró dos o tres centímetros cuando chocó con sus dedos, pero seguía sin humedecerse su frente al abandonarlo con el techo en el piso, aprovechando la polvareda para alejarse hasta los roqueríos, más cerca del agua rugiente.

Cuando la policía llegó, siete segundos después, y retiraron a cuatro hombres aterrorizados y malheridos de la camioneta, solo entonces, por primera vez, el Santo de Plata de Orión liberó un suspiro y recuperó la sonrisa.

 

—¡Rigel! —se alzó una voz muy familiar, así que se volteó para esperar la reprimenda habitual.

—Maestro Milo —saludó respetuosamente a aquel que lo había instruido en el dominio del Cosmos por cinco largos años. Pocas veces pudo verlo sin su Manto ceremonial de Escorpio, y ese día fue uno: llevaba pantalones y zapatos de cuero negro, y una camisa gris oscuro debajo; lucía como una sombra de pie sobre una gran roca, con el sol encima como un foco teatral—. ¿No tiene calor con esa tenida?

—¿Otra vez, Rigel? Es la tercera vez en la semana…

—…Que usted ve —musitó Rigel, mientras el tipo de ojos celestes seguía su canción rutinaria.

—… que haces esto. Hace dos días un incendio en el centro, tres antes el chico atrapado en el árbol, el mes pasado otra persecución… —contó Milo con los dedos y los ojos penetrantes que asustaban a todos menos a Rigel—. Y puedo seguir hacia atrás cada dos semanas, cada dos días, cada dos horas. ¡Qué decir de tu primer día con armadura y la aventura con los traficantes de porno que metiste tras las rejas por la puerta trasera de la comisaría sin que lo notaran!

—Pornografía infantil —aclaró Rigel, ofendido por la eterna falta de tacto de su instructor—. Traficaban con niños y niñas.

—Y los dejaste sin posibilidad de tener los propios cuando los abandonaste en la puerta.

—¿Qué quería que hiciera, que los dejara así nada más?

—No es nuestro trabajo.

—¿No es nuestro trabajo mantener la paz y ayudar a la gente?

—Sí, pero esas cosas que haces… —Los ojos de Milo se desviaron hacia el cielo despejado igual que sus manos, ofuscado—. ¡Ah, sabes que es diferente, por todos los dioses! La policía puede hacerse cargo de esas cosas, pero tú parece que los buscas. Y entre tanto, ni siquiera te reportas al Santuario desde hace cuánto, ¿tres meses? ¿Más?

—No he tenido tiempo —contestó el Santo de Plata, restándole importancia.

—¡Porque estás haciendo todo esto! Escucha, claro que tenemos que ayudar cuando vemos problemas, pero tú actúas más como superhéroe que como Santo, uno que nadie conoce porque escapas de la escena para que no te vean. ¡Pero todos hablan de ti!, ¿o no lo sabías?

—Me gustaría que la gente creyera que a los de buen corazón le sonríen los dioses o la fortuna. Si puedo ayudar, lo haré.

—Debes tomarte más en serio esto, en cualquier momento las fuerzas del mal atacarán y te necesito allí en el campo de batalla. Ahí es cuando de verdad tú y todos los Santos debemos aportar.

—Donde daré todo de mí, maestro, no lo dude, y acabaré con todos los que amenacen la paz —repuso Rigel, sonriéndole para calmarlo y sostener su confianza. Él era un Santo, era consciente de sus deberes—. El Sacerdote me prohibió usar mi Manto y mi poder con motivos egoístas o personales, y cumpliré con eso a rajatabla. Atrapar a unos ladrones armados, detener a las Dríades para que no hallen el avatar de su Madre… —Su sonrisa se tornó más pícara, especialmente al notar el rostro compungido de su instructor—. Todo significa mantener la paz.

—¿Tú también? ¿¡Pero quién diablos corrió con el rumor, con un demonio!? ¿Marin? ¿Orphée? ¡Era un maldito secreto!

—¿La reina del misterio y el que prefiere hablar con el arpa? Claro que no, ja, ja, ja, tal parece que fue un chico, un discípulo; le sacó la información a Nesra que estaba en cama, recuperándose, y lo susurró a viva voz en el comedor, a la hora del desayuno. Fue cosa de tiempo para que me llegara el dato también. —La expresión divertida de Rigel cambió, y se convirtió en una mirada seria. Su mejilla fue rascada casualmente por uno de sus dedos—. Por eso me buscó, ¿no es así?

—Sí —respondió con la misma formalidad el Escorpión, el rato de regodeo había terminado—. Shaka busca rastros de las Dríades en Asia, y pronto sabremos a dónde ir. Quiero que lideres uno de los grupos.

—¿Qué? ¿¡Yo!? —Eso pareció tomarlo por sorpresa, cosa que Milo, en todo caso esperaba—. Pero yo…

—Elige lo que desees, Platas, Bronces, cuántos soldados gustes, y detén a las Dríades o a lo que sea que amenace la…

—¿Yo? ¿En serio? —interrumpió Rigel, sin creerlo aun.

—¿Cuál es el problema?

—No soy lo que se diga un líder, maestro… No mantengo mucha relación con los demás, tiendo a trabajar…

—Solo, sí, ¿qué más da? El Sumo Sacerdote me pidió que confiara en ustedes los Santos de Plata, y tengo fe en ti. Solo eso basta, no te estoy animando a que seas el amigo favorito del Santuario. —Ante las dudas de su antiguo discípulo, Milo se aseguró con algo certero, lo que repetía constantemente en el entrenamiento—. Es simple: ¿cuál es nuestro objetivo?

—Proteger a Atenea, y a través de ella, la paz y seguridad de la humanidad. Solo eso importa —respondió Rigel, de memoria, asintiendo implícitamente. Cerca, la policía se alejaba con los ladrones, pero la muchedumbre todavía no se movía, tal vez estupefactos ante el funcionamiento de la grúa que se llevaba la camioneta.

—Bien. Entonces ¿a quién vas…?

 

Milo… —murmuró el viento.

Al Escorpión le subió un escalofrío por el espinazo con el pensamiento de que el Santo de Virgo, famoso por su nulo conocimiento de protocolos sociales, apareciera ahí en la playa vestido solo con una sábana atada o alguna de esas cosas de monjes, con los ojos cerrados y un rosario en la mano.

Afortunadamente, se comunicó a través del Cosmos como un Santo normal.

—¿Maestro? —Rigel levantó una ceja ante el súbito salto de su instructor.

—Ah, disculpa, es que ese tipo me aterra —se excusó Milo antes de elevar la mirada y conectar sutilmente su Cosmos con el emisor—. ¿Qué encontraste, Shaka?

—Chiang Mai en Tailandia, Bagdad en Irak… Kyoto en Japón.

—¿Solo esos tres?

—Allí se concentra una gran cantidad de energía negativa, se siembran poco a poco conflictos en la población que podrían empeorar mucho.

—Bien. Gracias. Entonces…

Pero hay una fuerza extraña en otro lugar —añadió Shaka, que todavía no había concluido su discurso, aparentemente—. No es lo mismo, no es conflicto, al menos no aun, pero hay una gran sombra en el centro de China, un punto equidistante a las tres ciudades que te mencioné. Creo que debería investigarse también antes que nos traiga problemas, luce como zona de mucho riesgo.

—Bien, bien, si es tan peligroso lo haré yo mismo. Gracias, Shaka.

Y el Cosmos del Santo de Virgo se esfumó como la niebla ante el sol de la mañana, difuminándose de a poco, como si no quisiera irse completamente.

—Es… muy simpático con el señor Shaka, maestro.

—Oh, cállate. Ve a Kyoto, les pediré lo mismo a los otros líderes.

—Como diga.

—No, no, nada de «como diga» —repuso Milo, decidido ante el aura de su discípulo, tan intensa—. Eres un Santo como yo, somos compañeros ahora, vamos a trabajar hombro a hombro.

—Como comandante con solado raso, sí, claro —bromeó Rigel una última vez—. Si quisiera elegir Santos de Plata, supongo que no pueden ser los otros dos líderes de misión. ¿Quiénes son?

—Daidalos de Cefeo y Babel de Centauro.

—Bien. Entonces me prepararé, maestro.

 

16:00 p.m.

Esa noche, cuatro Santos fueron solicitados al Templo Corazón ante el trono del Sacerdote. Uno de Oro y tres de Plata. Quitaron sus cascos y se arrodillaron ante el líder del Santuario vistiendo sus ceremoniales armaduras.

El Manto Sagrado de Orión tenía rasgos algo cuadrados y triangulares, con salientes filosas al final de las largas hombreras que se doblaban hacia abajo, en las botas y rodilleras que representaban secciones más de las ya segmentadas perneras, y en los codos. Los brazales contaban con una segunda pieza en los antebrazos que reemplazaba los brazaletes que solían llevar los demás. Llevaba un gorjal luciendo el símbolo de la constelación, conectado al peto de tres piezas bordeado por trazos de color morado oscuro, unidos a la espalda por tres gruesas correas de gamanio en las zonas laterales del abdomen y bajo las axilas.

El magnífico cinturón que se representaba en el firmamento por tres astros alineados era una falda de cuatro piezas con un trío de joyas negras como obsidiana, y del costado colgaba normalmente una maza de púas, el arma del Cazador. Cada Santo de Orión podía optar por llevarla o no, como pasaba con muchas armaduras de Plata armadas, y Rigel pertenecía al segundo grupo, prefería usar sus puños.

A sus lados, dos Santos con los que no tenía mucha relación pero de los que sabía que eran buenos guerreros. Daidalos era, con veintiún años, ya maestro de un gran número de aspirantes en la isla de Andrómeda, donde lo tenían como estricto y duro. En el Santuario, con sus compañeros… podía decirse que se relajaba. Tenía buen humor y carisma.

El otro, en cambio, era siempre igual. Babel era un soldado disciplinado y de pocos amigos que solo pensaba en la rectitud y hacer lo correcto y legal, igual que el maestro que tuvo mayor tiempo, el Santo de Oro de Capricornio. Como Rigel, era capaz de manejar el fuego, aunque con características algo distintas.

Un trío desigual, sin duda, que aportaría su grano de arena para detener al mal, la meta común.

—Pase lo que pase, sea la Discordia o no, su deber es ponerle fin a todos los conflictos en las zonas que Shaka rastreó y acabar con las Dríades —dijo el Sumo Sacerdote, carraspeando de vez en cuando. A veces parecía hablar con dos voces distintas, pero todos se habían acostumbrado ya, eran cosas de la edad que no lo afectaban en cuanto a sapiencia y determinación—. Atenea está muy preocupada de la gente en Asia, y teme que haya un avatar de Eris en las cercanías. Deben traerla aquí si la encuentran, sana y salva, para resguardarla.

—¿Qué permiso tenemos, Su Excelencia? —preguntó Babel, sus ojos eran llamas que ardían tanto como su cabello rojo.

—Encontrar al avatar; derrotar a las Dríades —recapituló el anciano—. Para cumplir esas misiones pueden hacer uso de todos los medios posibles que no causen efectos adversos en la población.

«O sea que tenemos vía libre», tradujo Rigel, en su mente. Le gustaba buscar sinónimos simples a la palabrería elegante de las formalidades.

—Así se hará, Su Santidad —dijo Milo, alzándose antes que los demás, como indicaba el protocolo.

—Escorpión, liderarás a los grupos, rotarás en sus distintas locaciones para prestarles ayuda, y más importante, investigarás el origen de esto. Dispón de todos los recursos que desees para terminar con esta amenaza antes de que empeore.

—Todo lo que necesito es mi Cosmos y las oraciones de Atenea —contestó el Santo de Oro. Otra respuesta protocolar que Rigel tradujo como «me valgo solo».

—Reúnanse en sus grupos y viajen esta noche. —El Pontífice alzó su mano con el gesto de despedida correspondiente—. Que Atenea los proteja.

Los cuatro bajaron las escaleras en absoluto silencio, incluyendo Daidalos. La concentración era primordial, y por eso solo se despidieron con un gesto de cabeza y partieron a prepararse a sus casas en la periferia —o el Templo del Escorpión, en el caso de Milo—. En la puerta de una de las cabañas, uno de ellos se encontró con una visita inesperada que tenía una petición importante.

 

Horas después, madrugada del 8 de Junio.

Grupos. Recursos. Liderazgo. Todo eso estaba muy bien, pero lo único que le importaba a Rigel de Orión era llevar a cabo su misión y evitar que la gente se matara por una razón idiota. Y eso incluía todo lo que los pusiera en peligro.

Cuando arribó al aeropuerto internacional de Osaka, el más cercano a Kyoto en Japón, lo primero que hizo fue perseguir a un carterista. De acuerdo a algunos sabios, todo mal llevaba a la misma fuente de la que brotaban. Siguiendo el rastro, cumpliría con su deber y salvaría todas las vidas posibles.


Editado por -Felipe-, 08 junio 2016 - 18:37 .

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