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Rosas desde el siglo XVIII


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94 respuestas a este tema

#21 unikron

unikron

    el iluminado

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Publicado 14 diciembre 2016 - 16:50

la historia se va desarrollando de forma interesante con esos dos hermanos a ver que sigue



#22 ℙentagrλm ♓Sнσgōкι

ℙentagrλm ♓Sнσgōкι

    The Digger

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Publicado 16 diciembre 2016 - 07:57

Hola a todos de nuevo. Como ya afirmé el día doce de este mismo mes, el veinticuatro me será imposible actualizar, siquiera entrar al foro (ya sabéis, nochebuena, familia, ¿os suena?) Así que será hoy cuando actualice, pero no sin antes responder comentarios. Nos vemos el 12 de enero del año nuevo.

 

Killcrom: Qué perro que sos, mi amigo. Me echas de menos, ya lo sé, pero ando liado, más de lo que querría. Ya hablamos, trolaso.

 

T800: Esa es mi intención, que cada uno se vea de una manera completamente distinta. Intento no hacer personajes planos. Un saludo T8.

 

Alfredo: La historia tiene que avanzar, y a veces los capítulos aburridos son necesarios para lograr una trama algo más entretenida, dinámica, explicada, al final del camino. Yo sé de buena tinta que no a todos nos agrada leer de cómo alguien camina templos arriba, peeeero es lo que hay que hacer por el momento. Lo bueno llegará pronto, o tarde. Te voy a spoilear, pues puedes tener por seguro que Luco no va a ser ningún caballero ni nada similar, ya que nunca practicó ni se entrenó para eso. Los jóvenes son completamente distintos cuando son, como bien dije, jóvenes. No te extrañes por eso. Un saludo Alfredo.

 

Unikron: Gracias por tu visita, intentaré seguir haciéndolo lo mejor que pueda.

 

-------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

 

Sage

 

La oxidada puerta comenzó a moverse emitiendo un chirrido agudo y desagradable a cada milímetro que se desplazaba. A base de pura fuerza, los hermanos lograron, con mucho esfuerzo, abrir de par en par los portones que les frenaban el avance. La luz les golpeaba de espaldas, produciendo una sombra alargada desde la cabeza a los pies. La sala patriarcal era una estancia grande y bien iluminada, pero completamente vacía. En el suelo había una alfombra roja que se extendía desde la entrada hasta un trono de oro, situado a diez metros de las puertas. En dicho trono había un hombre con los brazos apoyados en los reposamanos del asiento, con espalda encorvada y cabeza gacha. Llevaba una túnica blanca que cubría todo su cuerpo, desde el cuello hasta los tobillos. La testa estaba cubierta por un yelmo de un tono dorado embellecido con un águila cuyas alas estaban abiertas, como si de un momento a otro fuese a emprender el vuelo.

 

El silencio era tal que se podía escuchar hasta la débil respiración de los gemelos, esmerándose en hacer el menor ruido posible para no romper aquella estancia de paz. Decididos, se movieron juntos, dispuestos a atravesar aquellos diez metros que los separaban del trono. Lugonis, con gesto serio, dio el primer paso, mirando después a su hermano, buscando el apoyo para seguir adelante. A pesar de la valentía de Lugonis, Luco observaba reacio, con miedo e indeciso la figura que estaba sentada. Las piernas le temblaban y el corazón se le aceleraba. Soltó todo el aire de los pulmones, como si en ellos estuviese la carga que le impedía moverse, y avanzó junto a su hermano. Los pasos de los jóvenes sobre el suelo alfombrado eran lo único que sacaban aquella sensación de pesadez y agobio del ambiente. Tras unos diez metros que parecieron mil kilómetros, los gemelos hincaron la rodilla derecha en el suelo y agacharon la cabeza, algo que Luco le había implorado a Lugonis durante una de sus charlas antes de subir y que este había aceptado de mala gana.

 

―Patriarca ―dijo Luco, rompiendo el silencio extremo de la estancia; su voz reverberó en las paredes, produciendo eco―. Me llamo Luco, y este es mi…

 

―Aramar ya te está esperando, Luco. Continúa tu camino ―interrumpió una voz firme pero cálida a la vez que el hombre sentado erguía la cabeza, dejando a la vista un rostro lleno de arrugas por toda la cara, nariz chata y cabello largo, melenudo, cano por completo.

 

Luco no respondió. Se quedó parado unos segundos, como si aquella frase lo hubiese inmovilizado, no sabía si de la vergüenza o del respeto. Cuando salió de su estado de shock inducido, se levantó, le dedicó una mirada de soslayo a su hermano, que aún agachaba la cabeza, y atravesó el resto de la estancia saliendo por una puerta trasera que debía conducir a las estancias de la diosa Atenea, pues allí encontraría a Aramar.

 

El ambiente se tensó en la cámara patriarcal. Lugonis seguía mostrando sus respetos a la figura líder del Santuario, pero no sabía cuánto más podría seguir así. Su mente estaba entre estallar de forma rebelde o tragarse su orgullo. Cerró el puño, apoyándolo en el suelo. Levantó un poco la cabeza para ver el rostro del Patriarca, que «no era más que un viejo acabado».

 

―¿Un viejo acabado? Sí, quizás eso es lo que sea ―agregó el Patriarca, rompiendo el silencio incómodo, casi violento que se había creado. Lugonis parpadeó un par de veces, perplejo―. ¿Sorprendido, Lugonis de Hidra? Puedes erguirte, no quiero seguir hiriendo tu ego.

 

―¡¿Cómo te atreves, viejo?! ―exclamó el pelirrojo con furia a la par que se levantaba con energía, como impulsado con un resorte invisible que le hiciese saltar.

 

―Me gusta más que me llamen Sage ―respondió el Patriarca sonriendo de manera humilde―. ¿Sabes por qué te he llamado aquí hoy?

 

Lugonis no respondió, sino que lo escudriñó de arriba abajo mientras estiraba la espalda lo más que podía, poniéndose lo más recto que su espina dorsal le permitía, como si así fuese más duro o infundiese más respeto. Sus ojos verdes centelleaban y desconfiaban de Sage. El joven hizo un ademán de sonreír para hacerse ver más seguro, pero la presencia del Patriarca era demasiado fuerte, demasiado firme como para intentar hacerse el listo. Intentaba mostrarse tranquilo, pero su respiración se aceleraba al tiempo que su corazón, frenético por la situación, bombeaba al ritmo de un tambor. La perpetua tranquilidad de Sage era tan… desquiciante, tan poco natural… Era como si su única intención fuese sacarle de sus casillas, y si eso era un reto, Lugonis lo aceptaría encantado, pues nadie que lo retase lograba salirse con la suya. El silencio en la sala se intensificó durante unos segundos más, tiempo en el que el ambiente se hizo más pesado. Los dos intercambiaron miradas; la del Patriarca, serena y llena de bondad, chocaba con el brillo esmeralda envuelto en impaciencia del joven Hidra.

 

―¡¿Vas a decirme algo ya, viejo?! ―gritó Lugonis rompiendo la calma sepulcral que se había adueñado de golpe de la estancia; dio un paso adelante, como soltando la rabia que acumulaba en tan solo veinte o treinta segundos de silencio, y sus cabellos de color rubí se mecieron empujados por la inercia.

 

―¿Cuántos años tienes, caballero de Hidra? ―soltó de golpe el anciano, asiéndose con fuerza a los reposabrazos de su asiento.

 

―¿Eh? ―El joven levantó la ceja derecha, extrañado, sin dejar de observar a la respetuosa figura que le había formulado semejante pregunta―. Según los informes del Santuario, tengo trece, trece años.

 

―¿Trece años y ya tan orgulloso y altivo? ―preguntó de forma retórica el Patriarca llevando su mirada al techo―. ¿Y cuántos llevas siendo caballero de Hidra?

 

―Cinco… ―respondió Lugonis a regañadientes, claramente ofendido.

 

Y por primera vez desde que lo había visto, Sage se levantó, con una agilidad y rapidez dignas de un joven de veinte años. Unió sus manos a la espalda y bajó el escalón que lo separaba por una doble altura del resto de la estancia. El Patriarca era más alto de lo que parecía sentado en el trono, con la espalda encorvada y el cuello inclinado, y la tiara se asentaba de manera uniforme en su cabeza, dejando caer su largo cabello gris por la espalda. El blanco de la túnica resaltaba, como si de pronto el color brillase más; quizás fuese porque la luz incidía de lleno sobre la tela perfectamente cuidada o porque desde más cerca podía apreciarse mejor, la cuestión es que no había una mancha en aquella prenda impoluta.

 

―Tras cinco años, he seguido tu avance muy de cerca ―comentó Sage, observando los portones que permitían la entrada a sus dominios, dando pequeños pasos adelante y atrás―. He observado tu fiereza y tu ímpetu para conseguir la armadura que ahora vistes con orgullo. He comprendido que tu fuerza sale del corazón, así como de los deseos que quieres llevar a cabo. Tu poder es digno de elogio para ser un caballero de bronce, pero tu justicia interior me dice que eres un joven ambicioso.

 

―¡Y qué sabes tú de mí, viejo! ―exclamó el joven casi dando un pequeño salto de la rabia―. ¡No sabes nada, maldita sea! Yo he conseguido todo lo que tengo gracias a mi constante trabajo y perseverancia, ¡y ni siquiera se me ha ofrecido formar parte de la élite de Atenea!, ¡¿y al vago de Zaphiri lo obsequian con la armadura de Escorpio?!, ¡eso es lo que me hace arder de rabia, viejo!

 

Tras el pequeño discurso de Lugonis, se hizo un silencio incómodo en la sala. Lo que había estallado en una ruidosa tormenta pronto desembocó en una tensa calma. Los dos se observaban, intentando descubrir los más profundos pensamientos que escondían tras sus rostros, uno de parcialidad absoluta y otro de ira contenida. Sin darse cuenta, el joven apretaba sus puños como gesto rabioso continuo, sin apartar la mirada del combate que estaba teniendo con la de Sage, quien intentaba, sin éxito, apaciguar su mal enfocado resentimiento. Para Sage, Lugonis era un libro abierto, pero con las hojas en blanco, esperando para escribirse en esas páginas una gran historia. Poco sabía de su pasado, solo que sus padres, cuando los gemelos tenían cuatro años, habían aceptado un trato con unos negreros para venderlos como esclavos a un barón de Italia, pero de camino un santo de plata llamado Darío los liberó y los llevó al Santuario, dándoles comida, alojamiento y entrenamiento, convirtiéndolos en lo que eran. Por desgracia, Darío de Centauro había muerto cuatro años atrás de la picadura de una víbora mientras dormía.

 

De pronto, un aroma floral inundó la sala. La fragancia era tan profunda y densa que podría tranquilizar a una jauría de perros rabiosos con solo aspirarla; invocaba a la paz y a la calma. Lugonis nunca había tenido el placer de degustar tan hermoso olor; sus sentidos se veían llamados a guardar silencio, a sentarse y disfrutar por toda la eternidad de aquel delicioso perfume. Sage esbozó una sonrisa ladina mientras dirigía su mirada trigueña a la puerta, como convencido de que «había llegado justo a tiempo». El joven, carcomido por la curiosidad, se giró de manera abrupta, esperando encontrarse a alguien o algo que emitiese tan penetrante olor, pero no había nada. Cuando de nuevo se volvió para mirar al Patriarca, pegó un brinco sobresaltado; entre Sage y Lugonis había una figura, un hombre o mujer arrodillado frente a la figura magna del Patriarca. ¿Pero cuándo había llegado, si solo un segundo atrás no había nadie más que ellos dos? El joven se revolvió intranquilo en su sitio, mirando al recién llegado, que iba cubierto con una capa blanca desde la cabeza a los pies.

 

―Has llegado en el momento perfecto, Gheser ―dijo Sage, instando al ataviado con aquella toga clara a levantarse y dirigiéndose al joven pelirrojo―. Este, Lugonis, es tu nuevo mentor: Gheser de Piscis.

 

Tras pronunciar su nombre, el apodado Gheser se giró sobre sus talones. Con rostro delgado, sereno, casi chupado, mirada de ojos negros como el ébano, mejillas blancas como la nieve y cabello rizoso, largo y rubio, el santo de Piscis parecía una mujer por su belleza, pero su cuerpo, sin ninguna curva, lo delataba como hombre. En su cara resaltaba un gesto pacífico y dócil, pero algo había en aquellos ojos suyos, tan oscuros como el carbón, que le daban un toque desvergonzado y apasionado. Estando ahora frente a Lugonis, este podía ver claramente cómo la capa blanca estaba atada al cuello por un nudo perfectamente ejecutado, y bajo esta llevaba una camisa de lino con cuello ancho desgastada y unos pantalones descoloridos, dando la impresión de ser un pordiosero de Rodorio más que uno de los hombres con más poder dentro del Santuario.

 

Gheser recorrió con la mirada a Lugonis de arriba abajo, el cual se estremeció al estar bajo la atención de aquellos penetrantes e inquisitivos ojos negros; había algo en ellos que le causaba una tremenda inquietud, algo que no podía explicar con palabras. El caballero no parecía ni sentir ni padecer frente a aquella noticia, solo se limitó a observar al joven durante unos segundos para luego darle la espalda y esperar las palabras de Sage.

 

Por alguna razón, a Lugonis no parecía agradarle la idea de tener de nuevo a alguien a quien hacer caso. Al recibir las buenas nuevas, casi podía verse en su rostro un pequeño gesto malicioso, como si planease una venganza por ser humillado y tener que resignarse de nuevo a cumplir órdenes; aquello no le gustaba al pelirrojo.

 

―Entendido, Patriarca. ―Las primeras palabras del caballero que el joven oía, y ya parecía conocerlo de toda la vida; aquella voz… era la voz de Darío, era exactamente igual.

 

Por primera vez en mucho tiempo, Lugonis comenzó a temblar; sus manos eran incapaces de quedarse quietas, un impulso las subyugaba. Las pupilas se le dilataron a la par que su corazón se aceleraba. Pero no podía ser…, pues el joven Hidra recordaba con pelos y señales a Darío. Era pequeño, de nariz torcida y pelo oscuro, todo lo contrario que aquel hombre tan hermoso que estaba bajo el título de Piscis.

 

Tras unas cortas despedidas y agradecimientos de parte de Sage, Gheser y Lugonis abandonaron las estancias patriarcales uno al lado del otro en completo silencio. Cada vez que podía, el pelirrojo lo miraba de reojo, contemplando su perfecto porte y degustando su perfecto aroma.

 

―Así que fuiste alumno de mi hermano ―dijo Gheser rompiendo el hielo de manera fulminante sin siquiera posar su mirada sobre su nuevo alumno.

 

―¿Hermano?, ¿te refieres a Darío? ―preguntó Lugonis, ansioso de quitarse aquella carga de encima.

 

―Darío de Centauro, un santo de plata dedicado completamente a su amor por la diosa Atenea, era mi hermano.

 

―Ah… ―sentenció el joven, como queriendo dar por acabada ya aquella conversación, hundiendo su mirada en las hermosas vistas que dejaba la altura.

 

―No pareces muy hablador. Y si vas a ser mi alumno, tendrás que empezar a expresarte ―comentó Piscis súbitamente.

 

―Entonces creo que vas a tener que buscarte a otro alumno ―espetó Lugonis sin el más mínimo cuidado, acostumbrado a ser maleducado, entrando ya en su naturaleza al tratar con desconocidos, aunque estos fuesen la élite del ejército de Atenea.

 

―Tus palabras son veneno puro ―respondió Gheser sin perder la calma que inundaba su tono de voz―. Veamos si ese veneno es tan fuerte como el que te voy a enseñar.

 

Y así continuaron descendiendo por las escaleras hasta llegar al templo de Piscis, entablando alguna que otra conversación corta, algo que a Lugonis molestaba sobremanera, como si tuviesen obligación de ser amables con él por algo. No le debía nada a nadie, y desde luego que no iba a dar nada por alguien que no fuese su hermano, el único que permanecía a su lado siempre. Pasaron las horas y Gheser se portaba como un tutor con su nuevo alumno: le preparó el cuarto, una comida y cena exuberantes y durante estas le pidió que se abriese con él, que le contase todo lo que quisiera y preguntase cuanta duda nublase su mente. En la mañana, el pelirrojo tenía una total y completa desconfianza en aquel desconocido, pero según fue entrando la tarde y la noche fue respondiendo a algunas de las cosas que su nuevo “padre” le preguntaba. Y cada vez que pensaba en ser amable con aquel hombre que sí lo estaba siendo con él, abandonaba todo lo que tuviese que ver con esa idea y se volvía un auténtico dolor. Sin embargo, el joven siempre tuvo una pregunta, una curiosidad que necesitaba vencer; se decía entre los caballeros de bronce que el veneno de Piscis era el más puro veneno existente, y Lugonis preguntó sin pudor si eso era cierto, a lo que Gheser sonrió y afirmó, contándole una historia de cómo aquel campo de rosas del que había oído hablar era tan cierto como la vida misma, así como que dichas rosas eran el pasaje más directo a la muerte que había en el mundo, mucho más efectivo que la picadura de una serpiente, mucho más doloroso que el veneno de un escorpión, y sin duda mucho más rápido que una puñalada directa en el corazón. Lugonis preguntó, curioso, con qué artefacto inoculaba el caballero de Piscis el veneno en sus presas, poniendo el ejemplo de las garras de Hidra, sus garras de Hidra, algo que hizo sonreír a Gheser pero perturbó al pelirrojo: el veneno corría por las venas del caballero.


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Ranking de resistencia dorada


#23 unikron

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Publicado 16 diciembre 2016 - 21:04

a ver como le va alugonis con su nuevo maestro y aver si se le quita un pococ toda esa arrogancia

 

slaudos



#24 Patriarca 8

Patriarca 8

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Publicado 17 diciembre 2016 - 14:53

me extraña saber que los caballeros no sabían que el patriarca era un anciano

 

¿y al vago de Zaphiri lo obsequian con la armadura de Escorpio?-----los de ese signo

siempre se la llevan facil-XD

 

ese alumno se comporta peor que seiya y koga


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#25 -Felipe-

-Felipe-

    Bang

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Publicado 19 diciembre 2016 - 17:28

Será muy interesante comprobar cómo se invierten los roles de Lugonis y Luco en el futuro para ser los que conocemos: un Santo respetuoso y elegante, sabio y sensato; y un Espectro ambicioso y peligroso.

 

También, genial los comentarios de Zaphiri y eso de decir "todo y nada". Me lo robaré.........

 

Finalmente, espectacular el viejo zorro de Sage. A él nadie lo engaña, es el manipulador por excelencia. Pensar que así como Lugonis y Luco, y Piscis y Centauro, también tiene un hermano. Será interesante ver los paralelos, semejanzas y diferencias de las distintas hermandades.

 

Como siempre, la redacción, ortografía y uso de vocabulario casi impecables.


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#26 ALFREDO

ALFREDO

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Publicado 21 diciembre 2016 - 10:35

Fue un cap interesante me sorprendió q existiese otro piscis, no se si debiese existir otro pero ya te riges por el lc. Si shiori lo hace, q mas da... Pero encontré un poco redundante q fuese el hermano del maestro anterior a lugonis. Es casi lo mismo q le sucede a albafica XD.
Quizás hubiera sido mejor q solo fuese el mejor amigo.

Algo q no entendí muy bien es por que se enfado tan rápido lugonis durante la conversación. Hasta consideró q sage tuvo razones de sobra para reprenderlo. Ya q le dijo viejo y acabado XD...

Bastante sobrevalorado el veneno de piscis en las ultimas fraces jeje.
Nunca se ha aclarado cual veneno es mas letal si el de las rosas o las agujas. Hubiera sido bueno verlo en el pequeño enfrentamiento entre zaphir y lugonis, pero no se dio.

Sin embargo ahora ese titulo quedó en manos de samael, la serpiente de ofiuco. Kuru nos sorprende jaja.

Bueno es todo por el momento, haber cuando haces una visita como regalo de navidad XD


Editado por ALFREDO, 21 diciembre 2016 - 14:15 .

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FANFIC: La condenación de los caballeros de Athena

Capitulo final N°66.- Publicado!

Fichas de personajes


#27 Αλάλα

Αλάλα

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Publicado 29 diciembre 2016 - 19:34

Hola, Pentagram.

 

Me animé al fin a leer tu fic.

Me encantó totalmente el prólogo, que es lo que leí.

Me he encontrado con muy buenos escritores en el foro, es una lástima que no tenga tanto tiempo como antes para poder leer las obras de todos.

 

Lo bueno es que al tener pocos capítulos es posible que me ponga a la par con tu escrito.

Me gusta de verdad la narración, buena descripción sin ser pesada, se definen los personajes con rapidez (y además me hizo olvidar el dolor de cabeza que tengo por un momento xD), además de que logras buena inmersión.

 

No tengo más que agregar, seguramente a medida que lea lo demás me va a agradar el modo en el que se desarrolla.

Tampoco he leído muchos fanfics sobre LC, así que será bueno entrar en esta zona.

 

En cuanto prosiga dejaré el comentario sobre lo leído.

Saludos!!


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#28 ℙentagrλm ♓Sнσgōкι

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Publicado 12 enero 2017 - 07:16

Bueno, ya es 12 de enero de nuevo. La verdad, he sido asaltado in fraganti por los exámenes y este nuevo capítulo es, quizás, algo más light o menos trabajado en el trasfondo histórico, si se le quiere llamar así. He tenido un mes de perros, la verdad..., pero bueno, no creo que hayáis venido aquí a escuchar hablar de mi vida, ¿cierto? Paso a responder.

 

Unikron: Los jóvenes, jóvenes son. ¿Acaso no somos todos arrogantes cuando tenemos trece, catorce o quince años? Todo a su tiempo. Gracias por tu visita.

 

T800: Que no te extrañe. Esto es tiempo antes de la Guerra Santa, el Patriarca no tenía tanta relevancia (o al menos así quise pensarlo) para los santos que no eran de Oro. Sí, el comportamiento de Lugonis no es el mejor, pero algún día y de alguna manera cambiará. Gracias por tu visita.

 

Felipe: Ya sabemos bien a dónde nos llevan las prisas, ¿verdad, Felipe? Con eso quiero decir que no hay que correr. Un personaje tiene que desarrollarse de manera leeeenta, no que un día sea un malote y al siguiente capítulo un santurrón, y menos en un periodo tan corto de tiempo. Ya sabes cómo es Sage, él tiene ojos en todos lados, es un tío muy listo, así fue capaz de tenderle una trampa a Aspros el patán. Gracias por su visita, excelencia.

 

Alfredo: Es que tengo cosas pensadas para ello. Ya sabes, Sage y Hakurei son hermanos. Ilías y Sísifo son medio hermanos..., de eso hay mucho en el Canvas. En la obra de Shiori, las generaciones de dorados casi siempre estuvieron llenas, por lo visto. Desde Krest e Itía hasta Shion Patriarca y Teneo. Además, Lugonis, bajo mi punto de vista, no tendría manera de aprender las técnicas de Piscis si no tuviese un maestro Piscis. Lugonis es un marisabidillo, como se dice aquí. Así son los jóvenes. Te debo una visita, cierto. Es que este mes ha sido mortal para mí. Pero ahora ando más libre. Gracias por tu visita.

 

Raissa: Muchas gracias por animarte, la verdad es que tan gratos calificativos me hacen sentir realizado, y es por algo que uno escribe, pero así como también debe leer. Mi narración es ligera, quizás le falte un toque más denso, quizás no (le preguntaré al capullo de Killcrom). Gracias por tu visita y más gracias por la pedazo de firma que me has hecho, es una maravilla.

 

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Gheser

 

La luna aún brillaba gigante, blanca e impoluta en el cielo libre de nubes, cubierto por centenares de estrellas. La luz transparente, virgen y suave del satélite terrestre se estampaba contra la superficie pedregosa del templo de Piscis. Allí, en lo alto del Santuario, un fulgor rojo inundaba el ambiente; el rocío de la mañana se posaba con delicadeza sobre los pétalos carmesí de las rosas, dejando una imagen hermosa, incomparable a ningún otro lugar sobre la faz de la Tierra. De frente, el doceavo templo tenía forma comparable a la beldad y magnificencia del Partenón. Seis columnas, de acabado clásico y sin ningún decorado especial, sostenían la entrada. Arriba, grabado a cincel y martillo de manera concienzuda, estaba escrita la palabra Ιχθύες, Piscis en griego. A sendos lados había dos figuras, las dos iguales, pero opuestas en posición, condenadas a mirar al cielo por siempre jamás; dos peces retorcidos sobre su espalda, con la cola a la misma altura que la cabeza. Unos largos escalones que funcionaban tanto de salida como de entrada daban la bienvenida a uno de los lugares más misteriosos de la Tierra, pues solo unos cuantos hombres habían logrado atravesar dicha casa, y que se supiese, desde la mitología, aquellos artefactos tan mortales como hermosos, conocidos como Rosas Diabólicas, no habían dejado volver a ninguno de los intrusos. Sus huesos habrían servido, de seguro, como abono para las temibles plantas, o quizás no habían logrado soportar la toxicidad que desprendían y se deshicieron, tan pronto como la Luna relevó al Sol en su puesto. Tras aquellas seis columnas aguardaba, según múltiples dichos, la preciosa muerte, o la mort cramoisi, tal como había acuñado René Descartes, filósofo francés, al enterarse de que semejante tesoro podía existir, clasificándolo como “el mayor poder al que un hombre podría acceder” en uno de sus comentarios al visitar Grecia, diciendo que “si semejante habilidad tuviese fundamento, la Tierra podría volverse tanto un lugar más seguro como más peligroso”. Un jardín de rosas tan puras y vírgenes como una muchacha cuyo honor no ha sido mancillado aún, pero con un toque tan viperino y peligroso que se le consideraba como uno de los secretos más letales y mejor guardados de la humanidad.

 

Lugonis daba vueltas en la cama que su nuevo maestro le había preparado sin premeditación y con prisa mientras el pelirrojo cenaba enfurruñado mirando las paredes. Se había acostado tarde pues sus pensamientos le impedían cerrar los ojos y conciliar el sueño; pensaba en su hermano, y en todo aquello, que, lejos de ser algo nuevo para él, le parecía innecesario y abusivo, pues se veía cien por cien capacitado para llevar a cabo la misión de proteger el doceavo de los signos zodiacales. Con sus garras había perforado las pieles de muchos rivales, que habían muerto al no soportar la toxicidad de Hidra; para conseguir su armadura se enfrentó a diez hombres, todos más grandes y fuertes, y todos acabaron muertos, no siendo rivales para la furia desmedida que puso en el terreno el joven colorado. De pronto, la puerta del cuarto de Lugonis se abrió despacio. Sus ojos ya estaban hechos a la oscuridad de la habitación, así que pudo ver cómo su “maestro”, ataviado con una toga blanca y larga y cubriendo su cuello con un pañuelo rojo había irrumpido en su “paz”. El caballero dorado avanzó a paso lento por la habitación; pisó la alfombra con sus sandalias de suela desgastada y se acercó al cabecero de la cama.

 

―Eh, Lugonis ―dijo en un susurro, temiendo asustar a su nuevo pupilo―. Las cuatro de la mañana: es hora de entrenar.

 

Pero el joven se hizo el dormido. Cerró los ojos con disimulo y se giró sobre su costado derecho haciendo un movimiento exagerado, queriendo indicar que estaba profundamente dormido y que bajo ningún concepto despertaría. Unos segundos después entreabrió el ojo izquierdo para ver si se había ido, pues no escuchaba ningún ruido, pero pegó un salto cuando vio que tanto él como la cama estaban fuera de la habitación, en un pequeño claro a las afueras del Santuario.

 

―¿Pero qué dem…? ―balbuceó Lugonis extrañado, rodando la mirada por el lugar.

―Si no quieres venir a entrenar, el entrenamiento vendrá a ti ―respondió Gheser, que estaba apoyado con ambos brazos sobre el cabecero de la cama―. Ten, ponte esto, vamos a empezar. ―Y acto seguido dejó sobre las sábanas azules unas prendas de entrenamiento hechas de cuero; eran simplemente unas hombreras, una pequeña protección para el pecho y rodilleras.

 

―¿Dónde está la armadura de Hidra? Sin ella no seré rival para alguien como tú ―inquirió el pelirrojo como amenazante mirando aquellas rudimentarias ropas que lejos quedaban de la seguridad que su cloth de bronce le brindaba.

 

―Si no eres capaz de ser un santo sin un trozo de metal sobre tu cuerpo en el que confiar, entonces no tienes la fuerza necesaria para defender a la diosa Atenea ―espetó de improviso Gheser.

 

Lugonis salió de las sábanas y se colocó las prendas de combate mirando de reojo al pelinegro. En verdad, había algo en aquel hombre que le impedía levantarle la voz. En su lacio cabello negro acompañado de sus ojos oscuros vivía un brillo de bondad; aunque era pronto para confiar en su simple instinto, aquel hombre infundía respeto, uno que el pelirrojo aún no había visto en otra persona.

 

Tras acomodarse de manera adecuada todas las piezas en su cuerpo, se puso en pose de combate. Movió el cuello a izquierda y derecha, crujiendo en el acto. Dio un par de golpes al aire con los que este se cortó, siendo rasgado por sus puños, y después hizo un gesto con la cabeza, indicando que estaba preparado.

 

―¿Qué vamos a hacer?, ¿combate?, ¿entrenamiento de velocidad? La verdad es que quiero moverme tan rápido como tú ―comentó Lugonis esbozando una sonrisa socarrona a la par que sincera.

 

―Pues, por el momento, vas a intentar romper esto. ―Gheser sacó de su espalda una rosa, una de pétalos negros y espinas visiblemente afiladas; aunque fuese oscura, casi como una visión del inframundo, aquella flor brillaba por la luz blanca que la luna desprendía―. Esto que ves aquí es una Rosa Piraña.

 

Lugonis giró la cabeza mirando con desdén aquella planta, como si el caballero dorado se estuviese riendo en su cara. «¿Una simple rosa? Debe estar cachondeándose de mí.» Obviando la facilidad del ejercicio, el pelirrojo se apartó el flequillo de los ojos con un movimiento rápido de cuello y apretó el puño derecho, su mano buena. Cerró los ojos, como si se concentrase para ejecutar algo tan básico, quizás porque le ayudaba, o simplemente porque quería hacerse el interesante. El aire se quebró de nuevo en un silbido estridente por la fuerza del golpe.

 

El puño del joven se estampó contra la rosa negra, y quedó hecho añicos. No la flor, sino su mano, que sangraba como si se la hubiesen martilleado con violencia. Lugonis miró impávido cómo aquella planta le había roto la mano. Le dolía, y no poco, pero su rostro permaneció como si no hubiese pasado nada. La sangre recorrió los pétalos de la rosa y se deslizó por ellos, cayendo en forma de gotas que levantaron polvo al tocar el suelo. El colorado apretó los dientes en una mezcla de rabia e impotencia, coloreado todo ello con un dolor similar al que había sentido cuando…, bueno, eso no importaba en aquel momento.

 

―Has golpeado la rosa con toda tu furia, pero ni siquiera has usado tu cosmos ―analizó Gheser en un tono tranquilo, sujetando aún la flor negra como el carbón; su cabello oscuro se meció por un suave viento―. Dependes de la fuerza bruta para pelear, y eso te ha hecho perder la mano derecha. En un combate, ahora mismo estarías en desventaja.

 

Lugonis bajó la mirada mientras hacía fuerza con su puño ensangrentado; «La única forma de anular el dolor es sentir más dolor», se decía una y otra vez, intentando ignorar el daño recibido. Se sentía avergonzado y ridiculizado, humillado ante un hombre mucho más poderoso y, a su vez, por él. Todo era su culpa, ¿no? Enrabietado, el pelirrojo golpeó con el puño derecho la rosa de nuevo, pero solo logró que la tierra polvorienta se manchase de sangre una vez más; a la segunda no pudo evitar lanzar un grito de dolor desde lo más profundo de sus entrañas y maldecir por lo bajo a aquella rosa, que ni siquiera se fracturaba. Pero no estaba dispuesto a rendirse; una tras otra, arremetió con su maltrecha mano contra la flor irrompible, y todos los intentos terminaron en un rocío de sangre inútil.

 

Pasaron las horas y Lugonis no cesaba en sus esfuerzos por siquiera agrietar uno de los pétalos malditos de aquella rosa, pero todo en vano. Aunque su puño temblaba y estaba envuelto en una capa carmesí de sangre, su corazón gritaba que no podía detenerse; era, simplemente, una cuestión de orgullo, por demostrarle a Gheser, que lo miraba inquisitivamente sin pestañear siquiera, que no podía subestimarlo nunca.

 

―Ya es suficiente. Has golpeado un total de cuarenta y seis veces, pero no has logrado siquiera rasgar uno de los pétalos, y la dureza de esta Piraña te han roto casi todos los huesos de la mano, dudo que pueda salvarse ya ―espetó Gheser tras un silencio que solo el impacto del puño contra la rosa deshacía.

 

El pelirrojo cayó de rodillas sobre su derecha, levantó el cuello y observó los gestos de su nuevo maestro. Parecía como si tuviese esperanzas en que lo lograse, pero sus labios torcidos reflejaban un reciente descontento con los resultados que estaba obteniendo, es decir, ninguno. El rostro del joven estaba empapado en sudor frío con gotas que recorrían sus gestos muy despacio. Con respiración agitada, pero ojos que brillaban como la llama de una hoguera, Lugonis volvió a ponerse en pie. Alzó el puño ensangrentado una vez más. El menudo y esbelto cuerpo del colorado se rodeó de un aura violácea que incrementaba por segundos. Parecía haberse enfocado, de un solo plumazo, en toda la ira que había ido acumulando aquella noche.

 

―«Este cosmos…, puedo ver cómo se concentra en su puño derecho. Sí, lo siento, siento cómo su cosmos fluye por cada nervio de su cuerpo ―pensó Gheser abriendo los ojos, muy sorprendido».

 

El puño del joven golpeó de nuevo la rosa, pero esta vez con una fuerza superior. El caballero de Piscis fue cogido de improviso y la inercia del golpe lo arrastró un paso atrás, algo que nadie había logrado antes. Lugonis sonrió, aunque de nuevo sufrió un daño atroz y la rosa no se rasgó siquiera; había hecho retroceder a un Caballero de Oro. Tras aquel esfuerzo, el pelirrojo flaqueó sobre su pierna derecha y cayó de bruces al suelo con el puño destrozado.

 

―¿Ha sido un golpe a la velocidad de la luz? Sí…, desde luego que sí. Un atisbo del Séptimo Sentido, pero tan inestable que apenas he podido percibirlo. Buen trabajo, joven Lugonis, tu entrenamiento de hoy ha sido satisfactorio ―dijo el caballero de Piscis como si su alumno lo escuchase, cosa imposible, pues yacía en el firme, desmayado sin remedio.

 

A las horas, el colorado se había recuperado. Gheser le aplicó un medicamento casero para que su mano no le doliese tanto. A la tarde, ambos charlaron sobre lo que el joven había hecho. Él, gallito, no dejaba de jactarse de que su poder era el necesario como para derrotar a un Santo de Oro de un golpe, y Gheser se limitaba a explicarle cómo lo había conseguido. Le habló del Séptimo Sentido, algo que iba más allá de todos los sentidos existentes, y de cómo aquella extensión de la fuerza humana era capaz de hacer a una persona alcanzar la velocidad de la luz, el límite propuesto por las realidades. Pasaban las horas y ellos seguían hablando del mismo tema; Lugonis, por primera vez en mucho tiempo, estaba fascinado. Ahora sabía de la existencia de un poder que rompía con la lógica. Sin embargo, en parte se sentía cómodo con su nuevo “compañero”, el maestro Gheser, que no lo forzaba ni lo reprimía, sino que lo animaba e informaba.

 

Los días pasaban y los entrenamientos se sucedían. La primera semana, Lugonis empezó a estudiar, algo que no había hecho en su vida. Sus conocimientos de las letras y el lenguaje no eran muy avanzados pues en su infancia todo había sido combate, peleas y esas cosas. Pero ahora se le habían confiado una serie de libros. Todos trataban sobre biología, partes del cuerpo humano y similares. Sin embargo, a Gheser se le coló, o eso creyó el colorado, un libro distinto, con letras en cursiva y muy adornadas. Se titulaba Ética de Platón, y fue algo que al pelirrojo le llamó mucho la atención. Se lo guardó bajo su cama y todas las noches lo leía a la luz de una vela. Al principio le parecía aburrido y pesado, pero pronto lo fue cogiendo con más ánimos, y cada vez que tenía un rato libre se escondía en su cuarto y leía hasta que lo reclamaban. Los demás títulos hablaban del cuerpo humano, de todos los huesos, venas, músculos y órganos que cada persona tenía o, al menos, debía tener. La verdad, le importaba bastante poco de qué estuviese hecho él mientras pudiese moverse, correr y saltar.

 

Cada día el entrenamiento era distinto. Gheser, a pesar de sus constantes ausencias debido a las misiones que el Patriarca Sage le encargaba, siempre estaba pendiente de su alumno. Cada minuto que pasaba con él era una motivación extra para su mente, pues se concienciaba de que sería un gran sucesor. El carácter del joven no cambiaba, seguía siendo arrogante, cabezota y en ocasiones, desobediente, pero progresaba adecuadamente y se notaba que, gracias a la paciencia y constancia que el caballero de Piscis depositaba en él, entrenaba más duro y con más ganas. 


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Publicado 12 enero 2017 - 08:23

muy buena la escena en que como despierta el prota de la historia

 

 

si la  rosa hubiese pertenecido a Afrodita,Lugonis la hubiese destruido fácilmente-XD

 

 

menos mal que también se intereso en aprender a leer


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Publicado 12 enero 2017 - 21:54

Se está instruyendo, aprende de Platón xD, está perdiendo una parte mínima de arrogancia, está progresando sin duda... pero le falta muchísimo para convertirse en su maestro. Me gusta ver cómo aprende, cambiando poco... muy poco a poco.

 

Buen trabajo, Penta. Esto es como ver Gotham jaja


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#31 ALFREDO

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Publicado 17 enero 2017 - 12:21

Hola Pentagram. 

 

Seguimos conociendo la infancia de Lugonis...

 

Fue interesante ver su duro entrenamiento, tratando de romper una rosa negra juju.

 

Gheser si que sabe atraer la atención de su alumno, mira q le inculcó que aprenda lenguas, jaja. Aunque claro la personalidad no cambiara hasta un par de años. Me pregunto cuando sera ese salton.

 

Ahora falta q introduzcas los antagonista, me da curiosidad quienes podrán ser.


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FANFIC: La condenación de los caballeros de Athena

Capitulo final N°66.- Publicado!

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Publicado 24 enero 2017 - 11:30

Bueno bueno, caballeros. Ya es día veinticuatro, turno de actualizar mi nuevo trabajo. La verdad, estoy sorprendido conmigo mismo, con la constancia y dedicación que le estoy ofreciendo a este proyecto, que, aunque esté lejos de ser popular, me está satisfaciendo del todo, pues encuentro creándolo la paz y pasión que me gustaría que Kurumada pusiese en el ND. Dicho esto, paso a responder comentarios.

 

T800: Se me ocurrió en la ducha, quizás. La verdad es que me vino de sopetón, quería hacer ver la arrogancia de la que está dotada Lugonis, y también que las rosas negras son tan fuertes que ni un millón de agujas escarlatas podrían con una sola. Eso era lo que me interesaba. Gracias por tu visita T8.

 

Felipe: ¿Gotham? Quizás, mi estimado compañero. La verdad es que hay una frase que no podría reflejar mejor la situación de Lugonis: "La ignorancia se cura leyendo; el racismo se cura viajando". No digo que Lugonis sea racista, pero..., you know. Gracias por el paseo Felipe.

 

Alfredo: La verdad es que estoy cien por cien obcecado en cubrir una parte amplia de la desconocida historia de Lugonis de Piscis. No tengo prisa, no quiero que quede mal y brusco el salto de la personalidad "mala", por decirlo de alguna manera, a la que conocemos de un santo con clase y sabiduría. Muchas gracias por tu visita Alfredo.

 

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Melisa

 

El invierno estaba cerca, y el cambio del viento, el frío de las noches y la corta duración de los días eran síntomas más que evidentes de que el final del otoño era cada vez más próximo. Los árboles amanecían desnudos, despojados de sus hojas, y las que permanecían en las ramas tornaban a un color negro insalubre. Los troncos, desprotegidos frente al gélido aire que los atormentaba en aquel periodo, perdían su marrón tan característico y se desteñían hasta quedar de un tono grisáceo. Las tormentas cada vez eran más comunes, y se sabía que llegaban cuando por el horizonte se oteaban unas nubes negras definidas, como si las hubiesen dibujado a lápiz. Por las mañanas, o a altas horas de la madrugada, pero sin que el sol estuviese presente aún, una neblina densa danzaba por los páramos y bosques, cubriendo también el poblado de Rodorio, apostado en las faldas del Santuario. No había ser humano capaz de soportar a la intemperie semejante frío nocturno, que calaba en los huesos como si centenares de flechas traspasasen sin piedad la piel. Se decía que, en las lagunas más profundas del monte próximo al pueblo, descansaban cadáveres, tanto de ladrones que se protegían en los más hondos recovecos del bosque y eran consumidos por la naturaleza como de los desertores del Santuario que, temerosos por seguir en aquel duro lugar, emprendían la huida a toda prisa cuando el sol no brillaba por aquellos oscuros y lóbregos caminos. Sin embargo, aquello eran solo mitos de la comarca y nunca se habían tornado ciertos o dado señales para ser tomados en cuenta.

 

Había llegado el mes de diciembre con extraña pesadez para el pelirrojo. Su rutina consistía en entrenar de madrugada, dormir dos o tres horas tras la comida y estudiar por la noche para después volver a echarse en su mullida cama y ser despertado a las cuatro de la mañana, para que su día comenzase de nuevo. Al principio lo cogió de mala gana: refunfuñaba, hacía caso omiso de lo que Gheser le decía y a duras penas lograba sacarle una palabra de conversación el Piscis al joven, pero conforme pasó la primera semana, Lugonis se fue acercando con ímpetu a sus recién adquiridas tareas. Gheser le había introducido en el combate cuerpo a cuerpo, y a pesar de que el joven era vigoroso, esbelto y con músculos definidos, siempre recibía unas palizas terribles, tanto, que el maestro tiraba la toalla para auxiliar a su alumno, pero este veía en dicho gesto su propia debilidad, y se las ingeniaba para persuadir a Gheser de que el combate continuase, y el santo de oro, condescendiente pero reticente, dejaba seguir la pelea. El pecho de Lugonis (sobre todo sus costados) se llenaron de moratones de un tono oscuro, casi negro. Sin embargo, hincar la rodilla en el suelo era un gesto que pocas veces se le veía hacer. Piscis era indulgente a la hora de pelear y medía la fuerza de sus golpes, pero estos seguían siendo demasiado potentes para un simple santo de bronce.

 

A mediados de mes, el Patriarca llamó a Gheser a sus aposentos para encargarle una misión. Por lo visto, en las profundidades de la vieja Hispania había aparecido un ser mitológico castellano, del que solo se habían oído leyendas y nunca se pensó que fuese real; los nativos le llamaban Zarrampla, y según la descripción del anciano Sage, el monstruo tenía forma de gusano. Con la servidumbre y honestidad que acostumbraba, Gheser se encaminó hacia el lugar, no sin antes despedirse de su alumno; aunque a Lugonis parecía traerle sin cuidado lo que le pasase, Piscis confiaba en que, si algo le sucedía en alguna de sus idas y venidas, vestiría la cloth con el mismo propósito que él lo llevaba haciendo durante los últimos veinticinco años. Así fue como, con paso lento y vistiendo su prenda sagrada, adornada con una larga capa blanca que caía desde sus hombros hasta los tobillos y ondeaba con porte majestuoso a cada paso que su firme figura daba, Gheser se presentó frente a la puerta del cuarto de su aprendiz. Por la rendija de debajo brillaba una luz, símbolo de que el pelirrojo aún estaba levantado, muy probablemente estudiando, pues sabía que ahora lo hacía todas las noches. Sin pensárselo dos veces picó a la puerta de roble con la mano derecha, dando tres golpes con los nudillos. Dentro de la habitación se escuchó cómo la silla se arrastraba hacia atrás. Tras pasar unos segundos y no obtener respuesta, Gheser giró el pomo de la puerta y asomó la cabeza; la vela, encendida y colocada en el antepecho de la ventana, donde iluminaba toda la estancia, se consumía mientras el colorado se hacía el dormido, soltando algún leve ronquido para hacer más creíble su interpretación que, sin embargo, se veía afectada por ello. Gheser lanzó un suspiro al aire y, tras agachar la cabeza con evidente desánimo, cerró la puerta. Sin perder más tiempo, se encaminó a la salida de su templo, rumbo al lugar que le habían encomendado.

 

No pasaron veinte minutos y el granuja de Lugonis ya corría templos abajo; cuando su “maestro” (no le gustaba llamarlo así, no era eso para él) se iba, él aprovechaba para hacerle una visita a una moza que rondaba su edad, residente de Rodorio, llamada Melisa. Dada su agilidad y pequeño cuerpo le era fácil escabullirse de las patrullas que rondaban a la entrada, y dado que todos los templos salvo Leo, Escorpio, Capricornio y Acuario estaban desocupados, y en realidad pocas veces estaban sus guardianes, pues su huida no podría resultar más simple. A trote rápido, el colorado llegó a la base del Santuario y alcanzó el pueblo a través de un pequeño sendero que cruzaba el bosque.

 

Rodorio era una aldea pequeña y pintoresca, un lugar idílico para los bohemios y artistas renacentistas, que pintaban hermosos paisajes cuando el sol asomaba entre los riscos pelados sobre un denso monte de abetos y hayas. Sus calles estaban empedradas con esmero y las casas no eran más que edificios de dos pisos como mucho, todas pegadas entre sí, impidiendo la existencia de callejones colindantes a la vía principal. Como era típico en aquellas épocas, la neblina había cubierto la aldea por completo impidiendo la vista de algo que estuviese a diez pasos; aunque el cielo claro, producto de una potente helada, daba rienda suelta a que la Luna brillase con fuerza, alumbrando el paraje. Sin embargo, el espabilado joven sabía por dónde tenía que ir para llegar cuanto antes a su destino. Subió tres escalones a la carrera y giró a la derecha en el primer cruce. Después se paró frente a una casita de piedra de dos plantas, pequeña pero cuidada por fuera. Lugonis cogió tres piedrecitas del suelo y las lanzó a la primera ventana empezando por la derecha, situada en la parte superior del edificio. Las tres chocaron contra el cristal e hicieron un ruido característico. El colorado aguardó pacientemente, mirando a izquierda y derecha, observando las calles desérticas a aquellas horas; era más de medianoche, por la posición de la Luna.

 

A los treinta segundos, más o menos, la ventana se abrió y por ella se asomó una sombra, de la que poco o nada podía descifrarse más que la figura y el pelo largo que esta llevaba.

 

―¡Melisa! ―susurró el pelirrojo―, soy yo, baja y vamos a dar un paseo.

 

Tan pronto lo dijo, la ventana se cerró. A los dos minutos, la puerta se abrió y la misma figura de antes, ahora de cuerpo entero, se plantó ante el pelirrojo. Era de noche y había una bruma terrible, pero la luz que la Luna producía era suficiente como para dejar a la vista la beldad de aquella joven. De dorados rizos, piel pálida como la nieve, sonrisa candorosa y ojos grandes y claros, la susodicha era, sin ninguna duda, un regalo para la vista. Tan pronto vio al joven, la chica se lanzó a sus brazos dándole un fuerte abrazo.

 

―¡Lugonis! ―dijo ella, en un tono quizás demasiado alto―, hace semanas que no te veo. ¡Me tenías preocupada, papá dijo que de seguro estabas muerto en una cuneta!

 

―¡Bah! No le hagas caso a ese viejo ―resolvió el pelirrojo con una sonrisa socarrona a la vez que devolvía el abrazo, estrechando a la chica entre sus fuertes brazos.

 

―Te he echado de menos, ¿sabes? ―Aunque levemente molesta por aquel comentario, el ver a su amor adolescente le borró aquel pensamiento de su mente de un plumazo.

 

―Eh…, ¡gracias! ―A pesar de su aparente cariño por aquella chica, el joven no parecía muy dedicado a halagarla, sino más bien parecía evitar todo tipo de palabras afectuosas―. Ven, vamos al lago, que estoy necesitado de cariño.

 

Lugonis la agarró por el brazo derecho y ambos echaron a correr, sin que ella opusiese resistencia alguna. Atravesaron las calles frías y húmedas y llegaron a una pequeña charca a escasos cien metros del pueblo; allí era donde estaba el edificio del alfar. La helada empezaba a cubrir los verdes campos de blanco, y al lado del agua hacía aún más frío, pero a los jóvenes no parecía importarles aquel pequeño detalle. En cuanto llegaron, ambos se besaron con pasión contenida. Desde luego, por el proceder de ambos, estaba claro que no era la primera vez que actuaban de aquella manera. Lugonis, excitado, paseó las manos por el ancho vestido de Melisa, notando sus curvas definidas y sus pequeños pechos bajo sus manos, sintiendo cómo cada músculo del cuerpo de la mujer se contraía al paso de sus caricias, y eso le hacía querer más. Sin embargo, ella rechazó, con bastante pesar, al joven, que de nuevo se estaba propasando.

 

―Ya te he dicho que tienes que esperar a que nos casemos… ―dijo ella, apoyando su frente humedecida por el sudor de la situación contra la del pelirrojo, susurrándole a los labios―. Papá te matará, y a mí contigo, si se entera de que…

 

―¡Ah, ese maldito viejo! ―respondió Lugonis alzando la voz y dándole la espalda, visiblemente indignado, a Melisa―, ¡no llegará el día en el que se muera o se quede ciego el muy canalla, que no nos deja vivir la corta vida que tenemos!

 

―No seas así, Lugo… ―Melisa se había acomodado en una piedra, cercana a la orilla del lago, lo bastante ancha como para que cupiesen dos personas―. Ven, siéntate, vamos a hablar. Hace semanas que no te veo, cuéntame, ¿qué tal con tu nuevo maestro?

 

El joven, cabizbajo, se resignó y aceptó, otra vez, como otras tantas atrás, la compañía de su…, ¿amiga? Desde luego, pareja no. Se sentó en la fría y lisa roca. La Luna brillaba justo encima del lago, haciendo que se reflejase en el agua calma como un plato de sopa, que no se veía turbada en ningún momento de su apacible estado; a pesar de ser noche cerrada, no podía existir, para él, un lugar más calmo que aquel, ni siquiera su habitación, en el templo de Piscis.

 

―No es mi maestro, yo no tengo de eso ―espetó tajante el colorado―. Cuando él se muera yo estaré ahí para ocupar su puesto, nada más. Y cuanto antes sea eso, mejor para mí.

 

―Pero Lugo, yo creo que, según lo que me has contado de él, es un hombre bueno. Se preocupa por tu educación, te da de comer cuando tienes hambre, dices que te despiertas arropado cuando te duermes leyendo esos libros tan raros que te ha dado. Ni siquiera mi papá haría eso conmigo…, él está muy ocupado con la dichosa floristería.

 

―Intenta ser el padre que nunca tuve. Me ve como a un ser débil, y es por eso que es la persona que más detesto en este mundo. Además, es hermano de Darío… ―En las palabras del pelirrojo se podía vislumbrar un cierto sentimiento de odio y resentimiento hacia el santo de Piscis, sin embargo, ese sentimiento era algo que florecía de manera natural en su interior cada vez que alguien se le acercaba con buenas intenciones; se apartaba y se convencía de que era malo para sí, que el cariño no llevaba a más que dolor a largo plazo, solo que él no lo atribuía a eso, sino que pensaba que los que se portaban bien con él, como Gheser, eran de una calaña indeseable, gente de la que uno no podía fiarse.

 

La conversación siguió durante más o menos una hora. En ese tiempo charlaron de varias cosas, todas sin importancia, ya que Lugonis había dejado claro que no quería cruzar palabra acerca de Gheser, pues nada de lo que dijese en este mundo lograría cambiar la opinión que de él tenía. Había llegado al punto de mostrarse violento e iracundo si Melisa seguía mencionándole. Cuando la chica empezó a tener frío, resolvió pedirle a Lugonis que lo acompañase a casa de vuelta, y así fue. El pelirrojo dejó a la chica en su hogar y se encaminó de vuelta a su templo, bastante descontento con el desarrollo de aquella velada.

 

Con disimulo, traspasó las endebles defensas del Santuario y se coló de nuevo. A paso lento, sumido en sus pensamientos más oscuros, Lugonis llegó al templo número once sin nadie que le cortase el paso, pero su paz acababa allí.

 

Nada más poner un pie en el templo de Acuario, un frío, mucho más intenso que cualquiera que hubiese sentido hasta ahora, caló en sus huesos, dejándolo casi inmóvil. Un siniestro vaho helado comenzó a danzar por el lugar, como si se fundiese un bloque de hielo seco. El joven, con los músculos agarrotados, hizo acopio de todas sus fuerzas para intentar moverse, y lo logró a duras penas, pues sus piernas fallaron a mitad de camino: sus nervios se habían congelado y apenas le respondían.

 

―¿Dónde has estado? ―dijo una voz en tono autoritario.

 

El pelirrojo levantó la cabeza como pudo. Sus ojos rodaron de izquierda a derecha a una velocidad desorbitada. De entre aquella niebla surgió una figura humana, delgada y pequeña, con cuerpo de adolescente. El humo le impidió verlo bien hasta que se acercó. Llevaba una prenda larga hecha de piel, como un abrigo que llegaba hasta los tobillos. Con facciones juveniles pero rudas y fuertes, pelo negro corto y flequillo que caía sobre su ojo derecho, aquel chico parecía no inmutarse ante el tremebundo frio que aquejaba a Lugonis.

 

―¿Quién eres tú? ―preguntó el colorado humillado, luchando por intentar levantarse.

 

―Yo he preguntado primero, y alguien tan miserablemente débil como tú no tiene derecho a saber siquiera mi nombre, o qué hago aquí. Alguien que ni se tiene en pie ante un poco de frío no es digno de ser un caballero.

 

El pelirrojo apretó los dientes sintiendo cómo aquellas palabras se clavaban en su gran ego. Apoyó el puño derecho en el suelo haciendo un esfuerzo para levantarse. Sus piernas le fallaban y no respondían al llamado, pero con constancia y dedicación consiguió su propósito. Se tuvo sobre sus pies y se concentró, haciendo fluir su cosmoenergía por todo el cuerpo, devolviéndolo a una temperatura normal y recuperando el joven la capacidad de movimiento.

 

―No hace falta que me respondas ―continuó el recién aparecido―, sé que has salido del Santuario, y también sé que lo llevas haciendo durante semanas, aprovechando la ausencia de Gheser. A mí me daba igual que fueses o vinieses, pero ahora, él me ha encomendado que me ocupe de ti el par de semanas que va a estar fuera. Así que se te acabó el correr, chaval.

 

Con paso resuelto y firme, el atacante avanzó con toda la calma del mundo hacia Lugonis, que permanecía a la espera de sus movimientos. Aunque su cuerpo ya se había desentumecido, la presencia de aquella persona le intimidaba. La brusquedad de sus gestos contrastaba con el tamaño de su pequeño cuerpo, como si dentro de tan poco cupiese una fuerza infinita y una fiereza sin igual.

 

El asaltante se puso a unos pasos escasos del pelirrojo y clavó su mirada de ojos negros ―unos muy parecidos a los del caballero de Piscis, pero más oscuros y siniestros― sobre los esmeralda de Lugonis. Ambos tenían la misma estatura, aproximadamente un metro sesenta; la diferencia entre uno y otro era que, seguramente, el caballero de bronce seguiría creciendo, y el otro no.

 

―Desaparece de mi vista y vuelve a Piscis si no quieres que la próxima vez que salgas de este Santuario sea en una caja de pino ―amenazó impertérrito el de cabello negro.

 

―C…, ¡¿cómo te atreves, niñato de medio pelo?! ―respondió Lugonis amedrentado, sintiéndose avergonzado por cómo le tenía contra las cuerdas con solo palabras―. Te voy a romper esa cara que tienes, ¡te vas a acordar!

 

Con toda la ira contenida que su delgado cuerpo podía soportar, el colorado lanzó un golpe de cosmos con su puño derecho cerrado. Lo cargó y, envuelto en un tono violáceo, hizo un movimiento de atrás hacia adelante de forma violenta, pero este se estampó contra el muro inamovible que resultaba ser la mano de su adversario, que sin parpadear siquiera atajó el impacto. Sin mover un músculo de su gélido rostro, comenzó a hacer fuerza sobre el puño del colorado, que empezó a crujir. Lugonis lanzó un aullido de dolor, se retorció e hizo muecas de todas las clases, pero nada de eso fue suficiente para que aquel chico de pelo oscuro cesase en su tortura.

 

―Nunca levantes el puño contra el que te enseña, ¡jamás! ―Por primera vez en su repentina aparición, el de pelo negro levantó la voz; su gesto serio no había hecho más que convertirse en uno de enfado.

 

―Yo no tengo a nadie que me enseñe ―respondió Lugonis, esbozando posteriormente una sonrisa sardónica; en su alocada mente de adolescente no se le ocurrió otra cosa que escupir de pleno a la cara a aquel que lo tenía dominado, y así fue como la saliva del colorado se estampó contra el ojo izquierdo de su rival.

 

 

En un visto y no visto, un puñetazo con fuerza suficiente para atravesar una pared de hormigón golpeó la sien de Lugonis, que cayó inconsciente nada más recibir dicho impacto, antes de tocar el suelo.


Editado por ℙentagram, 24 enero 2017 - 11:31 .

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#33 Αλάλα

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    Raissa Ozsari

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Publicado 24 enero 2017 - 16:31

Al fin saco algo de tiempo (es decir, saltándome lo que tengo que hacer xD)

 

Leí ya el capítulo de Lugonis.

En verdad me gusta mucho como narras, no me di cuenta que eran ya anoche las 7.30 y a esa hora me voy a ejercitar, de no ser por mi esposo quizá hubiera pasado al siguiente también.

 

Me agrada mucho los detalles que colocas, lo que piensan y cómo se sienten los personajes lo pones a lo justo, sin ser pesado pero lo necesario para meterte de lleno en la historia. Muy pocos fics me hacen tener una buena imagen en la mente, sea por el escenario, la descripción de los personajes e incluso el lugar donde están, pero el escrito tuyo es tan fluido que puede que me cuestione si leí o vi animado (pero como vemos, no hay muy buenas animaciones y ya recuerdo que es mucho para ser verdad xD)

 

Me dio lástima Potem, a mi me atrapan mucho los personajes tristes y en especial cuando su físico demuestra todo lo contrario, me dan ganas de acompañarlos e irles a pegar a personas como Caleb. (Y no se quedaría en solo pegar :v)

Pero sin duda fue bueno que reaccionara, sé lo malo que es guardarse las cosas y en especial siendo personas como Potem que pueden ayudar y lograr muchas cosas si se lo proponen.

 

Espero no tardarme mucho en leer el que sigue (Si, iba a terminar en año nuevo, claaaaro que sí xD--yo con mi proyecto). Pasaré entonces al leer de nuevo, saludos!

 


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#34 Patriarca 8

Patriarca 8

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Publicado 25 enero 2017 - 13:00

-menos mal que no le toco Guilty como maestro

 

-que bueno que Lugonis no es fail como algunos personajes del clasico

 

-Melisa es cruel---XD

 

-fue intrigante el final


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#35 Susanna

Susanna

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Publicado 25 enero 2017 - 16:32

Omoshiroi desu ne ^^



#36 -Felipe-

-Felipe-

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Publicado 26 enero 2017 - 22:45

Gran capítulo, Penta. Aprovecho para agradecerte (se me había pasado) el review que hiciste no de uno, sino de dos capítulos de mi fic, me alegro que te gustaran, especialmente el de Shaina.

 

Ahora a lo tuyo. Muchas cosas que mencionar... primero, que además de Krest, Ilias y Zaphiri (o el maestro de éste), hay un Caprino en el Santuario. Tal vez sea solo una mención al paso para meter más gente, pero me gustaría creer que lo vas a mostrar y tienes algo importante para él. Hasta hubo cameo de Sage!

Hablando del gran Krest que tanto aprecias, excelente aparición, mostrando personalidad, ímpetu, coraje y sabiduría a la brusca, como corresponde a un verdadero Hielo. A ver si logra controlar al niñato molesto que es Lugonis.

 

Porque es insoportable, pero (como te dije por el comentario de Gotham, que trata del joven Bruce Wayne), está destinado a ser un grande, un hombre noble y orgulloso, pero no arrogante como lo muestras aquí. Con su chica es un pesado, y ella lo sigue no sé por qué. Merece una buena lección física el joven Hidra.

 

Melisa, hija del dueño de la floristería... hm... Más allá de la relación con los dorados de Piscis, será alguna referencia a Agatha y su padre, quizás? Serán familiares? Porque no creo que un pueblito como Rodorio tenga demasiadas tiendas de flores, deben estar relacionados!

 

 

Bueno, eso sería por hoy. Como siempre, casi impecable redacción y puesta en escena, las descripciones tal vez fueron demasiado detalladas, pero precisas. Saludos, Penta!


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Publicado 30 enero 2017 - 16:00

¿Y los demás capítulos? ¿Para cuando los demás capítulos?  :unsure:


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Fanfic parodia: "Saint Effect"

Parte 1: La Misión Suicida Parte 2: El Regreso de Zeus


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Publicado 31 enero 2017 - 23:21

jujuju

 

Volví, y no en forma de fichas.

 

Luco:

 

Ha sido un capítulo tranquilo, de esos que sirven para presentar personajes, y el que hemos conocido a través de este capítulo ha sido Luco. Hermano gemelo de Lugonis, pero con una personalidad muy distinta. De momento Lugonis me provoca curiosidad... sin duda es un protagonista atípico. Por momentos se mostró celoso de su hermano... presiento que en un futuro estos dos tendrán un enfrentamiento fatal.

 

Me resulta curioso ese tal Aramar. En mi fic anterior tuve un personaje llamado Myosotis, curandero y experto en plantas del Santuario. Tiempo después apareció Odysseus, en un rol muy similar. En mi fic actual he decidido darle la constelación de Ofiuco a Myosotis (en el antiguo no llegué a otorgarle constelación), en fin, me estoy desviando del punto xD. El punto es... este tal Aramar será Ofiuco también por su relación con las plantas y todas esas cosas raras? juju Si es así, una razón más para creer que habrá un enfrentamiento entre ambos, veneno vs veneno jujuju.

 

La redacción impecable como siempre, las descripciones son una maravilla.

 

Saludos!


Editado por Cástor_G, 31 enero 2017 - 23:35 .


Capítulo 15: La Flor Sangrienta
(Pincha AQUI para Leer)

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Saint Seiya: COSMO WARS
Índice de Capítulos: Aquí

#39 ℙentagrλm ♓Sнσgōкι

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Publicado 12 febrero 2017 - 08:28

Ya es día doce. Para ser sincero, esperaba con ansia que llegase este día, pues creo que lo que he escrito a continuación merece ser publicado y compartido. No sé, quizás me esté volviendo pretencioso, o quizás simplemente esté empezando a amar lo que hago, y que esto sea por mí, no por compromiso. Primero de todo, ¡seis comentarios! Muchas, muchas gracias a todos. No sabéis lo que me anima a seguir ver palabras, ya sean de ánimo, de crítica, o de insulto, en esta historia, que parece gustar a la gente. Es algo que me llena el corazón de orgullo. Sin más, paso a responder.

 

Raissa: ¡Pero bueno, si está aquí mi fanartista favorita! Hola Raissa, muchas gracias por saltarte algo de tu tiempo para venir a ver lo que ofrezco. Eso significa mucho para mí. Muchas gracias por lo de la narración, señorita. En verdad, he ido puliendo el estilo, quizás fijándome en otros escritores del foro y grandes novelistas, que al fin y al cabo, todos tienen algo bueno que ofrecer. Jajajaja, no sea usted exagerada con lo de la imagen mental, que me va a sonrojar. Intento que todo se entienda lo mejor posible, pues al fin y al cabo este es el punto de escribir, ¿verdad? Potem es ese empleado al que le fuerzan a trabajar todos los domingos de su vida durante 80 horas semanales y al final acaba rebelándose. Todos sabemos cómo funciona eso. Cuando tengas tiempo, sin prisa. Muchas gracias por pasarte por aquí, Raissa, un abrazo.

 

T800: Tú siempre tan escueto pero tan gráfico, TOchio. Hay algo en los maestros crueles que no me llama la atención. Un profesor debe ser estricto y justo, pero a su vez dedicado y entregado. Recuerda, estamos en el Siglo XVIII, en ese tiempo, era pecado tener relaciones sin estar casado antes. Así que es normal lo que dice Melisa. Un saludo, T800, gracias por pasarte.

 

Susanna: Me alegro de que le parezca curioso, señorita. Gracias por pasarse y comentar.

 

Felipe: ¡Pero si es el autor del Mito del Santuario, un autógrafo por favor! No hay nada que agradecer ahí, Felipe, si me gusta leo, y puedes creer que disfruto leyendo tu versión de Saint Seiya. Bueno, veamos... No se te escapa una. Lo único que puedo decir del santo de Capricornio es que no se va a quedar en una simple mención por rellenar templos sin sentido, sino que va a ser importante en la trama, de hecho, bastante. En el grupo mejor que nadie sabéis cuánto me gusta Krest, cómo lo he defendido ante los malvados Kamd y compañía, que se esfuerzan por degradarlo. Mi versión del santo más frío es una extensión de lo que Shiori quizás no mostró. Tal y como has dicho, el pelirrojo está destinado a ser un maestro en lo suyo, con mucho estilo, clase y esas cosas. Pero de momento es un niñato malcriado. Vuelve a los 15, o en este caso, 13, que es cuando nosotros éramos jóvenes y nos parecía que todo el mundo estaba contra nosotros. Pues, ahora mismo, eso es él. Un amasijo de sentimientos y testosterona que no sabe por dónde salir. Con lo de Melisa... No se te escapa una, gran Felipe. No afirmo ni niego, la verdad, puede ser una catástrofe para el futuro. Quizás sea una coincidencia, aunque..., lo dudo. Gracias por tu pase, Felipe, comentarios como los tuyos siempre se agradecen.

 

Macairo de Cáncer: Para ahora, joven Ficker parodiano con Albiore en un AK47 de plata. Gracias por el interés mostrado, don.

 

Castor_G: Y yo que pensaba que me habías abandonado... ¡Pero dónde está Cosmo Wars! Cierto cierto, el segundo fue un capítulo de transición. No todo pueden ser golpes sin ton ni son, venidos de cualquier lado. La verdad es que a mí también me pareció bastante light pero bueno, hay que escribirlos al fin y al cabo. Lugonis es un muchacho celoso porque está malcriado, y eso le hace querer todo el botín. Ya sabes, cree el ladrón que todos son de su condición. Lo de Aramar... Hm... No digo nada, eso sería demasiado spoiler. Lo único que puedo revelar es que es un personaje importante para la vida de Luco. Muchas gracias por pasarte, Castor, ¡y a ver si actualizas ya!

 

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Krest

 

«Corro y corro, pero nunca alcanzo el final. La oscuridad es perpetua y ni siquiera sé si estoy siguiendo el camino correcto. ¿Tendré que torcer aquí a la izquierda?, ¿o quizás a la derecha? También puede ser la mejor opción continuar recto. Estoy cansado, mis piernas no soportan dar un paso más, pero aun así avanzo sin detenerme porque algo me persigue. No sé el qué, pero puedo sentir que si me paro aquí mismo me alcanzará con sus malévolas y putrefactas garras, llenas de ira y furia. No quiero mirar atrás, porque si está ahí me moriré de la impresión, con la perpetua sensación de que los ojos se fundirán en mis cuencas como si mirase directamente al sol, que mis extremidades se separarán de mi cuerpo como si estuviesen atadas a cuatro caballos que tirasen de ellas con la fuerza de un titán, que mi alma se desgarrará como aquel que, avaricioso, las arranca de los cuerpos sin vida para llevárselos a un lugar lejano y maldito. Nunca había sentido un temor parecido, algo que me atenaza, algo a lo que no puedo hacerle frente. Ya viene, se acerca, y es más fuerte que antes. Puedo sentir su respiración en mi nuca, cómo me persigue, cómo me observa…, cómo me detesta…»

 

Lugonis pegó un bote en la cama, como si un resorte le hiciese saltar. Su rostro estaba empapado de un sudor frío que pegaba sus cabellos pelirrojos contra su frente. Respiraba a grandes bocanadas, escudriñando la habitación en la que se encontraba con sus enormes ojos color aceituna. Inspiró y exhaló aire con pulso acelerado y observó sus manos, blancas como la nieve, que aún temblaban presa del pánico que ese sueño le había imbuido. Al fruncir el ceño sintió un dolor en la parte derecha de la cabeza, uno agudo y persistente. Se acercó la mano y palpó la zona, pero al tocar tuvo que retirarla inmediatamente, pues era como si le hubiesen dado con una maza. Se levantó sin hacer movimientos bruscos con la testa, poniendo primero el pie izquierdo en el frío suelo de piedra, para que luego le siguiese el derecho. A pesar de la terrible jaqueca, pudo reconocer sin dificultad su habitación en el Templo de Piscis; sus libros estaban como él los había dejado sobre el escritorio y la vela se había consumido dejando en el antepecho de la ventana un manchurrón blanco, producto de la cera derretida.

 

Se acercó a la ventana a paso lento y miró a través del cristal. El cielo estaba aturbonado, cubierto por unas nubes negras que indicaban tormenta, como el día anterior. Los rosales amanecieron blancos, producto de la intensa helada nocturna. Los vidrios estaban empañados por el frío, pero se podía ver a través de estos. Algunos cuervos paseaban sus oscuras y elegantes plumas por los escalones de acceso al templo; no era la primera vez que Lugonis se fijaba en ellos, cómo danzaban sobre sus delgadas patas de arriba abajo, dando saltos y graznando con violencia. Cuando era pequeño, su maestro Darío del Centauro le había concienciado de que los cuervos eran los pájaros del mal agüero, esos que traen malas noticias antes que los mensajeros más veloces. Era por eso que les tenía una profunda aversión mezclada con una pizca sutil de respeto, pues los veía como a los esbirros de la propia Muerte; «Con sus ojos curvos, pequeños y hostiles, actúan de vigías para la Parca» solía mencionar el pelirrojo cuando veía grandes concentraciones de ellos.

 

Caminó dando tumbos fuera de su cuarto, rascándose la nuca y desperezándose como un oso. La cabeza le latía por el golpe que tenía en la sien. Podía notar el calor que recorría aquella zona de su cuerpo. No lo recordaba con mucha claridad, pero en su mente se juntaban imágenes, todas ellas borrosas, de un muchacho de cabello negro, tan fiero como un ejército de cien mil hombres, con un carácter sumamente frío y áspero, que imponía respeto con solo el porte de sus andares. Pero lo que más impactaba a Lugonis era el rostro tan joven, pero a su vez tan viejo, de aquel chico. Tras su piel tersa, blanca y estirada, había un gesto muy anciano; quizás fuesen sus ojos, tan profundos, tan… temibles… El simple gesto de invocarlo en su mente le producía un escalofrío a lo largo de la columna vertebral.

 

Con parsimonia digna de elogio, Lugonis se hizo un desayuno ligero: unas piezas de fruta y un chusco de pan duro, pues no lo había del día. Luego se sentó a la mesa y, perdido en sus pensamientos, comenzó a degustar su poco elaborado alimento. Durante el resto de la jornada, Lugonis no salió del templo, sino que se encerró en su cuarto a estudiar. Cuando se acercaba el ocaso, sobre las seis de la tarde, el pelirrojo se hizo un precario vendaje en la cabeza, que cubría la mayor parte de su cráneo, al menos para disimular la tremenda protuberancia que el golpe le había creado. Un par de veces desvió la mirada del libro de ciencia del cuerpo humano para otear el horizonte que se dejaba ver por su ventana y pensar en Gheser, pero pronto recuperaba la concentración y seguía memorizando cada hueso, cada músculo y cada órgano existente. Cuando se hartó, sacó de debajo de su cama el ejemplar de Ética de Platón y, a la luz de una vela, leyó sus larguísimos y enrevesados comentarios. Muchas palabras escapaban a su pobre comprensión, pero gracias a su mente curiosa, pronto sacaba su significado por el contexto y, con tintero y pluma a su lado, los apuntaba a parte para recordarlas en el futuro. La sensación de conocimiento llenaba en su interior un pequeño vacío creado por la ignorancia de los que no se molestaban en aprender, o de los que sí se interesaban, pero fracasaban de manera flagrante; le hacía sentir poderoso y superior. «Ahora podré reírme aún más del ignorante de Zaphiri cuando lo vea de nuevo», pensaba el pelirrojo con una sonrisa burlona en su rostro, a medida que su mirada esmeralda recorría cada línea del texto.

 

De manera irremediable, la Luna salió y brillaba tras las oscuras nubes de aquel cielo nocturno. A medida que recorría su camino, la cera de la vela se deshacía producto del calor de la llama. Esa noche no se había echado a dormir antes de entrenar; en cierto modo, le aterraba tener que enfrentarse de nuevo a ese monstruo; a pesar de su confianza en sí mismo, sabía que no era rival para aquel tipo, ni aunque elevase su cosmos hasta el infinito. Las horas pasaron y dieron las cuatro menos cuarto de la mañana, pero Lugonis seguía despierto, mirando el libro mas no leyéndolo, sino con la vista clavada en un punto fijo, en una letra b que creaba la palabra bondad. Cualquier pequeño ruido le producía un espasmo que le hacía saltar de la silla; por primera vez en mucho tiempo, el valiente joven tenía un miedo que lo inutilizaba. Y lo peor era la espera, que machacaba sus nervios como si se tratase de un martillo golpeando una piedra hasta hacerla añicos. Cuando dieron las cuatro, Lugonis abandonó su asiento y se levantó para mirar la ventana que tenía encima del escritorio. Clavó su temblorosa mirada en el ascenso desde el templo de Acuario hasta el suyo y, como aquel preso condenado a morir ahorcado, esperó a su verdugo.

 

―¿Acaso esperas a la Muerte, chico? ―Una voz rompió el silencio que inundaba la estancia, era suave, pero estaba cargada con el mismo tono de responsabilidad que el de ayer.

 

Lugonis, asustado, se giró de forma brusca, tropezando con la silla que tenía tras de sí y cayendo al suelo de espaldas. Y lo vio, el porte más majestuoso y temible que había tenido el placer de contemplar. Su espalda estaba tan recta y sus hombros tan erguidos que parecía mucho más grande de lo que en realidad era, un crío flacucho y esmirriado. Iba cubierto con una túnica marrón que cubría casi todo su cuerpo, pero dejaba a la vista, en la parte baja, unas partes que relucían como el oro, e iban desde sus rodillas hasta los pies. De nuevo su cabello le tapaba el ojo derecho, pero eso no hacía que su mirada fuese más indulgente.

 

―Yo…, no, eh… ―masculló Lugonis buscando una palabra o una frase ingeniosa, pero todo fue en balde.

 

―Deja de hacer el idiota y vámonos ―resolvió el otro, que se giró sobre sus talones y se dirigió hacia la puerta, haciendo chocar las botas metálicas contra el suelo de piedra. Sin perder tiempo, el pelirrojo se levantó y lo siguió.

 

El frío era voraz a aquellas horas de la noche, pero los dos atravesaban la neblina sin siquiera tiritar. Uno al lado del otro, pero sin cruzar palabra, atravesaron los templos vacíos hasta salir del Santuario y llegar al claro en el que Lugonis se entrenaba con Gheser, día sí, día también. Allí, en medio del bosque, en aquella zona desprovista de árboles, nadie los molestaba y ellos tampoco lo hacían. El pelirrojo, nada más llegar, se ajustó sus piezas de cuero al cuerpo y apretó los puños en gesto de pelea. El otro se quitó la túnica con sumo cuidado y la dejó sobre unas rocas cercanas. Una armadura, una que incluso destellaba en la más profunda oscuridad, se dejó a la vista. Tenía unas hombreras anchas, largas y aplanadas; el pecho estaba resguardado por una placa simétrica con un dibujo arqueado; cubría una gran parte de su cuerpo, solo dejando al aire ciertas zonas de sus brazos y piernas. Era como una visión celestial, un ángel convertido en demonio.

 

―¿Pretendes que me enfrente a ti vistiendo esa Armadura de Oro? ―preguntó Lugonis, incrédulo; hasta el momento, Gheser había sido bastante claro con aquel tema, «es que para estar igualados en un combate, los dos pelearían puño con puño, sin que importase la cloth que vistiese», y le parecía una regla bastante respetable.

 

―¿Acaso crees que, si algún día llegas a ser un caballero dorado, tu enemigo se apiadará de ti, como hace Gheser contigo? No. Aprovechará la mínima ventaja para arrancarte la cabeza ―habló el otro con tono firme y autoritario, sin apartar la mirada del colorado―. Así que el tiempo que estés conmigo, intentarás superar a tu enemigo.

 

El pelirrojo hizo ademán de quejarse, pero pronto recapacitó y se echó atrás. En realidad, no le faltaba razón, pues según Gheser, el confiar todo tu potencial a la armadura que vistieses era un error, ya lo que de verdad importaba era cómo de fuerte ardiese el cosmos.

 

―Aún no me has dicho tu nombre ―soltó Lugonis tras unos segundos de silencio.

 

―Me llamo Krest. Krest de Acuario. ―En sus palabras no parecía haber ni orgullo ni entusiasmo, solo una respuesta a otra pregunta más. Su mirada oteó la vereda por la que habían venido―. Se acabó el tiempo de hablar. Durante las tres horas siguientes, entrenarás.

 

Lugonis no movió la cabeza ni hizo ningún gesto aprobatorio, pero en su mente se estableció esa idea; sabía que no había escapatoria. No quería ser llamado cobarde por suplicar por su vida, y aunque sabía de su fuerte temperamento y tenacidad, también tenía claro que todo hombre en la Tierra tenía un límite de sufrimiento, y que seguramente, el monstruo llamado Krest intentaría que el pelirrojo lo alcanzase.

 

En un movimiento rápido, el Santo de Oro golpeó con la plenitud de su puño en la boca del estómago del joven; en un velocísimo fulgor dorado que rompió la noche por completo, Krest no tuvo piedad al comenzar. A pesar de la tremenda potencia, Lugonis dio dos pasos, tambaleándose sobre sus piernas, pero contuvo sus ganas de caerse. «Eso sería darle lo que quiere», pensó en cuanto recuperó el aliento tras unos segundos. Otro rapidísimo gesto acompañado de un brillo cegador, como una estrella fugaz, pero muchísimo más intenso y breve, hizo que el colorado, esta vez sí, cayese al suelo con violencia. Rodó sobre el firme, levantando polvo y manchando el marrón de la tierra con un rojo intenso, color de la sangre; había sido golpeado en la parte izquierda del rostro, tan rápido, pero a su vez con tantísima fuerza… No se parecían en nada a los de Gheser, estos eran como una maza de cien mil kilogramos impactando con una fuerza de, al menos, quince mil hombres. En realidad, Lugonis no sabía, ni de cerca, la fuerza con la que le habían golpeado, sino que aquellos cálculos eran producto del aturdimiento temporal al que se veía sometido. Se llevó la mano derecha al rostro y palpó cómo la sangre corría por su frente, nariz, oídos y boca, manchando la blanquísima venda que se había puesto esa tarde. Luego, apoyó sendas manos en el suelo para intentar levantarse, sintiendo cómo la tierra húmeda se mezclaba con aquel líquido rojo y pegajoso que tenía en las palmas. Por un instante se sintió morir. El dolor y la desesperación lo invadieron por completo y su cuerpo empezó a temblar. Respiró hondo, aún con la mirada borrosa, y escupió un lapo[i] sanguinolento.

 

Cuando al fin logró controlar sus impulsos nerviosos y podía tenerse en pie, Krest ya estaba frente a él. Su rostro, tan frío e inexpresivo como un bloque de hielo eterno, aterraba; daba la sensación de que aquel hombre fuese a matarlo allí mismo, y que no le importaba cuánto tardase o cuánto hiciese de sufrir. El colorado sabía que, si se quedaba sin hacer nada, sería una presa fácil. «Si tengo que morir, que sea luchando», se repetía una y otra vez el joven. Apretó los puños con fuerza, toda la que sus músculos doloridos le permitían, y lanzó el golpe más potente que recordaba haber hecho jamás. Este chocó contra la cloth de oro, pero no le produjo ni un simple arañazo, sino que la mano del pelirrojo se había hecho añicos por el impacto. No estaba rota, pero no debía andar lejos. Krest lo observó con su habitual indiferencia, sin embargo, el brillo perturbador en sus oscuros ojos no cesaba.

 

Pasaron dos horas, quizás algo más, y durante ese tiempo, Lugonis había recibido una paliza semejante a la que resistían los esclavos cuando no obedecían. Sus vestiduras de entrenamiento, rasgadas, apenas protegían ya nada. Su ojo derecho estaba hinchado como si fuese una burbuja al punto de estallar. Tenía la ceja rota, y una gran cantidad de sangre resbalaba por su mejilla, mientras que la venda, que una vez fue blanca y suave, hecha de lino, ahora estaba roja por completo. Con la nariz partida y la cara del tono morado de los golpes, mezclado con el escarlata de la sangre, Lugonis aún se levantaba. Le parecía tener el brazo derecho roto, pero la tremenda cantidad de golpes recibidos en la cabeza le creaban sensaciones confusas; iba a perder el conocimiento; otra vez. Sus puños ya no se movían y su cuerpo estaba clavado en el suelo como si fuese una alcayata; solo se limitaba a encajar un puñetazo tras otro y levantarse para seguir sometiéndose al castigo, pero cada vez le costaba más erguirse. Por su mente empezó a aparecer la idea de rendirse, de suplicar por su vida, de implorar clemencia. A pesar de su orgullo inquebrantable y de su ego infinito, todo hombre tiene un límite.

 

El sol estaba a punto de salir por el este, por encima de los riscos pelados bajo los que se escondía Rodorio. Esa era la señal para que Gheser se diese cuenta de que era la hora de terminar: las siete de la mañana. Sin embargo, Krest no tenía intención de dejarlo ahí. Sucedía un golpe tras otro, sin importarle las veces que Lugonis se pusiese de rodillas, gritando y humillándose, para salvar su vida. Casi parecía enfurecerle más, pues golpeaba con más fuerza aún y causaba moratones más grandes. Fue entonces cuando, por primera vez en toda la noche, el santo de Acuario esbozó un gesto, uno de ira, pero no con su rostro, sino con sus palabras y movimiento. Como si fuese un garfio, enganchó al pelirrojo del cuello y apretó, cada vez ejerciendo más presión. Casi parecía ridículo que un muchacho de un metro sesenta y delgado como una hoja de papel levantase a pulso a otro con una sola mano. Lugonis luchó, de forma inútil, contra la mano de su agresor, pataleando como una cabra salvaje a la que van a capturar y arañando el durísimo oricalco con toda la fuerza de sus dedos.

 

―¿Sabes lo que veo cuando miro tus ojos? ―dijo Krest, que hablaba por primera vez desde que habían comenzado a entrenar―. Veo egoísmo, veo asco hacia la orden de Atenea. Veo odio hacia tus semejantes…

 

Unos lagrimones, gordos como puños, rodaron por la cara destrozada del joven.

 

―Y cuando miro a Gheser ―continuó el de cabello negro―, veo el orgullo y la pasión con la que ejerce su puesto. Veo a un santo valiente, al auténtico protector de la Casa de los Peces Gemelos, a uno que no veo desde hace mucho tiempo. ―Hizo una breve pausa mientras escudriñaba los acuosos ojos del pelirrojo―. Tú no eres digno de llevar una armadura, ni siquiera una de bronce… Mientras Gheser pone todo su empeño en convertirte en un hombre en el que podamos confiar, tú le escupes a la cara.

 

―¡Él me ve como a un debilucho! ―replicó Lugonis con la garganta en un puño. Cada vez la presión era mayor, y en sus ojos empezaron a aparecer unas manchas azules y moradas, producto de la falta de aire.

 

―¡Te equivocas, mocoso insolente! He visto cómo te observa, con la esperanza de que te convertirás en el hombre que cubrirá el ascenso al Salón Patriarcal, de que serás más fuerte incluso que él. Conozco esa mirada. Esa que un viejo amigo siempre me dedicaba… ―Por un instante, sus ojos se desplazaron por el suelo, como rememorando tiempos pasados, mostrando auténtica debilidad humana.

 

―¡No! ¡Él me odia! ¡Solo me entrena por orden del Patriarca!

 

―¿De verdad? Quizás deberías pensar en cómo va a verte cada vez que se va a una misión, deseoso de despedirse de ti por si es la última vez que te ve, y tú te haces el dormido… Eres patético… ―Las últimas palabras las soltó con un tono de desprecio que hería.

 

De golpe, la presión sobre su cuello cesó y Lugonis cayó al suelo como si fuese un muñeco de trapo. Llorando como un bebé y luchando por recuperar el aire, se arrastró sobre su cuerpo, mirando con su único ojo sano cómo la brillante armadura se alejaba y lo dejaba solo en la oscuridad que pronto se disiparía, pues los primeros rayos del sol ya se asomaban por entre las montañas con una luz verduzca que se tornaba naranja.


 

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[i] Salivazo


Editado por ℙentagram, 12 febrero 2017 - 08:30 .

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Ranking de resistencia dorada


#40 Chiporitos

Chiporitos

    estás muy buena, pero no eres Wonder Woman!

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Publicado 12 febrero 2017 - 08:56

No está mal


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