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El Mito del Santuario


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#181 -Felipe-

-Felipe-

    Bang

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Posted 24 December 2014 - 11:52 am

Saludos

 

Desde que empecé a leer el remake, ya tenía dudas sobre si la saga de las Doce Casas podía reflejarse en un escrito sin perder su fuerza, y sobre todo si esa saga necesita algún cambio más allá de llenar algún que otro hueco argumental (como los que van a un Templo en específico sin ser detenidos en los anteriores*); y he tenido mis reservas con alguna que otra cosa, ya que con esta parte de Saint Seiya soy insufriblemente purista (?).

 

Pero creo que en estos capítulos has sabido trasladar el poder de Shaka de Virgo desde la animación hasta el escrito. Escena por escena he sentido esa forma tan particular de aplicar el poder que tiene Shaka, y que lo distingue aún de aquellos que están más allá. Uno entiende que el badass de Ikki sienta miedo, y es bueno que lo sienta, porque es eso lo que dará fuerza a lo que está por venir. Personalmente, considero que ver al héroe temer a su adversario la da a una batalla el sentido épico y ¿realista? que hace falta para que nos la tomemos en serio, y que la victoria parezca una gran hazaña, no un giro más del guión. Por supuesto, no sólo se trata de palabras, de ver al héroe decir/pensar que tiene miedo o que no puede ganar; se trata de que los hechos nos hagan pensar eso incluso antes de que lo diga. Eso es algo que el manga/anime logró con Shaka, entre otros; y diferencias aparte, creo que también se está consiguiendo en estos capítulos

 

Eso sí, luego de esto, costará expresar la superioridad de los dioses respecto de los humanos, destrucción de armaduras aparte.

 

*Eché en falta alguna explicación sobre por qué Ikki pasó los Templos sin más, pero pensándolo bien: a Mu le están ofreciendo ser la Mano del Rey; a Aldebarán ya le explicaron la verdad detrás de esa batalla; Deathmask está muerto; Aioria está soñando con whiskas. Y la ilusión del Templo de Géminis la detuvo desde la isla ¿Canon o Kanon?, como para intentar retenerlo allí estando Shaka disponible.  

Gracias por apreciar lo de Ikki, quise hacer a Shaka y Saga muy poderosos en este fic, solo que uno es un torturador psicológico y el otro un tanque. Me gustó mostrar a Shaka así, pero como dices, es muy posible que se me complique un poco la vida cuando llegue a Poseidón.

 

Sobre lo de Ikki pasando los templos, tú lo acabas de explicar xD Saga no se preocupó de detener a Ikki porque nunca lo vio llegar, estaba ocupado de lo que ocurría en Virgo y de sus propios problemas "personales".

 

Lo otro. Es isla "Canon". Mientras que el tipo que se aparece en los delirios del Pope es Kanon.

 

 

 

 

Ahora, el segundo de Ikki. Quiero dejar en claro de antemano que este y un par de cpaítulos más serán muy similares al clásico, no vi cosas que cambiar muy importantes, y tampoco quise porque me gusta como está escrito. De ahí (más o menos por Escorpio) ya volveremos a un remake más profundo.

IKKI II

 

15:45 p.m. del 11 de Septiembre de 2013.

La lluvia comenzó a caer al mismo tiempo que Phoenix. El Manto Sagrado legendario que antes se reconstruyó de los ínfimos pedazos en que lo había dejado el Exorcismo de Shaka, ahora había desaparecido por completo. Apenas quedó de él un poco de polvo que se dispersó por el aire húmedo del Templo de la Doncella.

—Imposible —dijo Ikki, tembloroso.

—No —replicó Shaka, imponente.

Aunque podía oír las aguas sobre el palacio, el piso y el techo desaparecieron, pero Ikki no cayó a ninguna parte, se mantuvo flotando. Los muros se separaron en cientos de cuadrados, mandalas y tapices religiosos de distintos diseños, la mayoría incluía iluminados encerrados en círculos, que a su vez eran rodeados por más anillos en perfecta simetría.

No había orientación. ¿Derecha? ¿Izquierda? No existían, ni tampoco norte o el sur. La presión era constante y enfermiza, como si un dios estuviera jugando con una mosca. Ikki de Fénix no era más que un insecto, era un objeto más del escenario de Shaka, a diferencia de las figuras budistas que danzaban a su alrededor.

El resto era oscuridad. Detrás de los mandalas no había más que un negro profundo, con dos focos de luz. No era el Manto de Oro...

—La Danza de la Rueda es una técnica que mezcla el ataque y la defensa en una armonía universal perfecta —dijo Shaka.

—Sus ojos... —era todo lo que podía balbucear Ikki.

Virgo había abierto los ojos, dos lentes celestes con un brillo más intenso que el de la armadura, como el cielo concentrado en agujeros de su rostro, como el sol... no. Como los dioses.

Ahora podía ver completamente sus expresiones faciales, pero nada había cambiado. A pesar del impresionante Cosmos que se había liberado, la cara de Shaka seguía calma e imponente, una más de las muestras de divinidad en su repertorio.

—No podrás moverte nunca más, Fénix.

—Miserable, t-te demostraré que n-no eres más q-que un... uh... —hizo el ademán de atacar, levantó el puño y trató de no pensar en el temblor de sus piernas, pero solo alcanzó a dar dos pasos sobre el fondo negro sin suelo. Se paralizó apenas Virgo hizo un gesto despectivo con la mano, como si le diera poca importancia.

—Como dije, nunca más. Espero que lo que acabo de hacer te haga sentir más cómodo, Ikki.

—No..., no siento nada. —«Ni frío ni calor, ni el aire ni dolor». No había nada, su sentido del tacto se había esfumado por completo.

—Te lo repito, la Danza es balance perfecto. No hay ataques, ni defensas, es solo armonía. No podrás huir tampoco, ni sentir dolor por el correr de tu sangre. Ve a una reencarnación más placentera, a un mundo mucho más cómodo —dijo Shaka, imperturbable. Sobre su frente ardía una llama roja.

—¿En qué momento me atacó? —Trató de moverse, pero no sentía sus pies, ni menos los músculos para saltar. Tampoco había superficie.

—Te advertí que no te acercaras o serías presa de las purificadoras fuerzas celestiales. Sin tacto no eres más que un cuerpo que ve y oye, poco más. Eso acabará pronto, no te preocupes.

Shaka levantó el dedo índice, y detrás de él, uno de los tapices brilló. En un abrir y cerrar de ojos, el Buda dibujado allí se desató de sus cadenas de pintura y realidad y creció de tamaño. Gautama, más colosal que el Templo de la Doncella, dobló el mismo dedo que el Santo de Oro. Se acercó a Ikki, cuyo cuerpo no le hacía caso. Los ojos de Buda eran del mismo tono celeste. «¿Acaso él también es Buda? ¿O un Deva

Buda le tocó la nariz. Y el aire lo abandonó.

—Sin olfato te costará respirar. —El Buda gigante había desaparecido, solo quedaba el que vestía de Oro—. Podría dejarte así hasta que mueras ahogado, pero no es mi idea torturarte. Soy piadoso desde el cielo hasta el infierno.

—¿Me quitó el olfato con un simple movimiento de la mano? —Había oído que algunos Santos podían quitar sentidos con fuertes golpes, dejar ciego a alguien con el escudo de Medusa, destruir la audición con ciertas melodías, pero nunca algo así. Nada con esa facilidad.

—Los sentidos del ser humano son obstáculos a la percepción de la verdad, no te sirven para nada ahora —reflexionó Shaka.

«Pero... sus ojos...»

—¡Espera!

—¿Vas a suplicarme misericordia, Fénix?

—¿Por qué sirves al Sumo Sacerdote? —se le ocurrió preguntar, de repente. No era algo en lo que hubiera estado pensando de antemano, ni que lo molestara de alguna manera, pero tras contemplar ese poder magnánimo, necesitaba saber—. Se supone que eres un ser iluminado, deberías conocer las verdaderas intenciones del Pontífice, y con tu poder podrías oponerte a él. O acaso aún al tanto de sus acciones y deseos, ¿has decidido apoyarlo? ¿Estás de acuerdo con él?

—Hm... —murmuró Shaka. Parecía pensarlo, lo miraba con calma pero no ejercía ningún movimiento. En sus ojos no se podía adivinar nada.

—¿Qué? ¿Ahora te comieron la lengua? Después de toda tu palabrería, al fin te quedaste mudo. ¿Es eso?

—No. Pero tú sí, Ikki. —Hizo otro movimiento con la mano, como el que se hace para espantar una mosca.

Junto a Ikki apareció otro Buda, más pequeño pero rodeado de seres alados. Le tocó el mentón, y una de las sacerdotisas que volaba en los mandalas le dio un suave y corto beso en los labios. No le supo a nada, pues Ikki se vio inmediatamente privado de sentir los sabores del mundo y...

«Tampoco puedo decir nada». La lengua se le había petrificado.

—Finalmente enmudeciste.

—Ugh, ah... —trató de protestar, sin éxito. No le quedó otra opción más que usar sus ojos, podía concentrar su Cosmos allí y...

—Lo entiendo. Aún con tres de tus sentidos menos me sigues desafiando con la mirada. Normalmente no abro mis ojos, pero tú, que no estás acostumbrado, de seguro tendrás una experiencia aterradora.

Y Buda se arrodilló y posó una mano con gentileza sobre sus ojos. No trató de alzar el vuelo, le parecía innecesario.

Después de eso ya no había nada. Nada más que oscuridad eterna. Ikki no podía oler ni respirar bien, ni sentir dolor ni el frío provocado por la lluvia incesante, ni hablar ni degustar el sabor del miedo, ni ver a su adversario o las maravillosas ilusiones que creaba. No había nada más que ruido, la voz de Shaka, los truenos que resonaban a lo lejos, y el coro de ángeles de su Cosmos.

«Jamás pensé que morir sería tan reconfortante», pensó. Quizás en el otro mundo podría volver a sentir cosas.

—Antes de que pierdas el sentido de la audición, responderé a tu pregunta. Tengo veintisiete años, y durante casi la mitad de ellos he cumplido con mi deber como Santo de Atenea. He vestido con honor mi Manto de Oro, he combatido por la justicia, he defendido el Templo de la Doncella, y he rechazado al mal incontables ocasiones. Pero también he comprendido que en la vida pocas cosas son reales. —A Ikki le pareció oír un tono de excusa en la voz de Shaka.

»Todo puede ser una ilusión, un engaño para nuestros sentidos. No se puede tener certeza absoluta de nada, excepto de nuestra propia conciencia y los cambios que sufre a través de la mundanidad. Por ello, no hay justicia absoluta, ni tampoco maldad absoluta. Pueden ser también ilusiones, como las que crees haber visto. Sé cuando alguien actúa con maldad, y según percibo, el Sumo Sacerdote lucha por la justicia. No veo razón para dudar de él.

«Es un imbécil», pensó Ikki.

—Ahora que he contestado tu pregunta, te permitiré ir al Más Allá. Caerás en una de las Seis Rutas según tu karma. Perderás la capacidad de oír y tu sentido del equilibrio. Fénix, desde ahora serás un muerto viviente.

Ikki oyó algo parecido al tintineo de campanas, y el mundo cesó.

 

Ya no había nada...

 

No sentía ni oía nada. No sabía si estaba de pie o derribado en el piso del palacio. Tampoco podía asegurar que estaba en completa oscuridad, ya que no veía nada. No había olores, ni frío, ni calor, ni ruidos, ni sabores. Nada.

Él mismo no era nada. Ni nadie. ¿Estaba muerto? Ni eso lo podía saber, era distinto a cuando creyó que estaba en el infierno. Éste parecía el verdadero infierno, una realidad donde solo existían sus pensamientos. Y su Cosmos. Aún lo sentía, era algo más allá del tacto, algo en conexión con su mente, su alma, su corazón y el propio universo.

Alejó su Cosmos de él mismo. Había cuatro presencias cerca. El primero debía ser Shaka de Virgo, aunque su energía no era para nada como la de antes. Era mucho menor, como la de un hombre que se ha entrenado muchos años para obtener un Manto de Oro y dominar el Cosmos, uno de los seres humanos más poderosos de la existencia, pero no un dios. Un hombre.

¿Por qué había sentido tanto miedo por un hombre?

 

Más allá encontró un Cosmos gigantesco, pero dormido. Otrora pacífico y suave, pero ahora enfadado. Shun. No. No podía dejar que Shun luchara en su lugar; si su Cosmos ardía significaba que estaba vivo, y por tanto combatiría hasta la última gota de sudor.

Pero había algo más. El Cosmos de Shun ardía con intensidad, incluso se notaban las fluctuaciones de un combate. Eso significaba que la Danza no había afectado a su hermano. ¿Acaso Shaka era selectivo? No parecía ser el caso...

Pero el Cosmos de Shaka ya no era igual que antes, ni siquiera al del inicio de la pelea. «Sus ojos». Seguía en su memoria el recuerdo de esos ojos que al abrirse descargaron una energía tan potente que redujo a Phoenix a polvo.

Ikki se concentró más. Había otras dos presencias, Seiya y Shiryu, pero no podía oír la voz física de los combatientes, aunque se podía conectar mentalmente con uno de ellos. Mantenía con Shun un vínculo tan recio que permanecía incluso después de tantas traiciones, llantos y dolor.

—¿Ikki? —pensó Shun. Funcionó, sin esforzarse demasiado.

—Sí, Shun, estoy aquí. Te prohíbo que luches contra él. Shaka es mío.

Pero... estás débil... estás muriendo. No quiero que te alejes de mi vida de nuevo. Si lo enfrentas, no te quedarán más opciones que morir.

—No. No se me han acabado los recursos.

¡No puedes vencer a Shaka solo con el pensamiento!

—No hablo de eso. Lo siento en mi interior... Siento algo más.

 

Algo ardía con fuerza en su corazón, un fuego más ardiente que las llamas en el infierno en su mente. Nada se comparaba a un calor así. Si Shun no hubiese actuado, jamás habría logrado ver esa flama, allí en el fondo de su cuerpo, en su propio universo interior. Solo tenía que hacerlo estallar, pero fallaba cada vez que lo intentaba. ¿Qué más podía...?

Levántate, Ikki. Enciende el fuego inmortal, el más ardiente de todos, que habita en tu corazón. No te rindas. Toma esa flama y sigue adelante —se comunicó con su aura una voz muy lejana, pero que tocó su alma.

—Eres...

«Esa chica. Saori Kido me está entregando parte de su Cosmos, pero ¿por qué? ¿De dónde...? —Lo meditó unos momentos, y pronto todo se hizo bastante claro cuando captó la llamarada que rodeaba a la mujer en el Templo del Carnero que Muu ocultaba—. Ya entiendo».

Ponte de pie y toma ese fuego entre tus manos. Solo un poco más cerca y lo lograrás. Tú puedes hacerlo.

—Es Atenea —descubrió Ikki, mientras estiraba el brazo hacia la llama de oro tan cálida en el centro de ese vacío. Estaba a punto de obtenerla, y sabía que al conseguirlo, se encendería con la vida de ella—. La chica... es Ate...

Pero de golpe, todo pensamiento cesó.


Edited by -Felipe-, 20 February 2016 - 14:47 pm.

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#182 -Felipe-

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Posted 27 December 2014 - 13:16 pm

SHUN IV

 

16:00 p.m. del 11 de Septiembre de 2013.

Ikki se quedó en silencio. La lluvia no.

—Noté en las fluctuaciones del aire su telepatía, Andrómeda. Ya no volverá a ocurrir —dijo Shaka. Con un simple gesto de la mano había lanzado al suelo a Ikki otra vez, quien había logrado estar de pie solo unos instantes mientras le hablaba a su Cosmos.

—¿Qué has hecho?

—Borré su sexto sentido —explicó—. Es primera vez en muchos años que me obligan a hacer algo así.

«Su Cosmos... es intenso, pero ya no se siente tan intimidante como antes de pelear con Ikki. Más aún, es...»

—Mi hermano no se rendirá. Seguirá peleando hasta su muerte —dijo Shun bajando las cadenas. Quería creerlo, necesitaba creerlo.

—No te confundas, trato de no ser brutal al matar, pero puedes considerar al Fénix muerto —reafirmó Shaka. Unas gotas de sudor corrían por su rostro como si estuviera cansado, se notaba el subir y bajar de su pecho—. La Danza de la Rueda Celestial elimina los cinco sentidos uno por uno, y con eso normalmente la gente se convierte en vegetales. Pueden seguir pensando, pero con el pasar de los minutos eso también los cansa, y así acaba. Tu hermano fue un admirable caso excepcional.

—¿Qué dices? —¿Cómo podía hablar tan soberbiamente de alguien que dio tanto de sí en la pelea?

—Quiso seguir luchando solo con el poder de su mente y el Cosmos que le quedaba, eso casi nadie lo haría. Por eso me vi forzado a eliminar su pensamiento.

«¿Forzado? Eso significa que trata de no hacerlo. ¿Por qué?». Aunque Shaka tenía los ojos abiertos, no sucedía lo que les advirtió Aiolia, las cosas no se estaban destruyendo, y a pesar de estar cerca, Shun no sentía un Cosmos muy diferente al de los otros Santos de Oro.

...Sh...

—¿¡Qué fue eso!? —exclamó de repente. Levantó las cadenas para atacar a Shaka, pero éste parecía tan desconcertado como él. Fue como un silbido en el viento o la caída solitaria y lejana de una gota tras la lluvia.

—¿Hm? Un Cosmos resonó de repente. —Shaka miró tanto a Shiryu como a Seiya, pero ambos seguían inconscientes después del Exorcismo—. ¿Quién fue?

...Shun...

Esta vez fue claro. Su nombre. Fuera quien fuera, no se estaba comunicando por medio de telepatía. Era otra cosa mucho más espiritual, más universal. Cósmica.

—¿Tienes miedo, Shaka?

El Santo de Virgo contestó con el primer atisbo de rabia de la batalla.

—Qué tontería. Tu hermano... —Desvió la mirada hacia el cuerpo inmóvil del Fénix, y sus dientes castañearon—. Ya veo, no le quité toda su mente.

Cuando levantó su mano y encendió su Cosmos, Shun rápidamente le atrapó la mueca con la Cadena Cuadrada. Shaka no alcanzó a reaccionar a tiempo, lo que sorprendió a ambos.

—¡N-no lo tocarás! —tartamudeó Shun, sin poder creer lo que pasó.

—Oh —soltó Shaka, contemplando con todo detalle su mano atada—. Ya veo, despertaste el Séptimo Sentido en tu pelea con Saga. Pero no te adules tanto, recién lo estás tocando.

—Saga de Géminis no estaba allí —le informó. ¿Acaso no lo sabía?

—Es un gran ilusionista —contestó, restándole importancia—. Tu poder te permitió detenerme, pero nada más. Has vuelto a ser un Santo de Bronce común.

 

...Igual que tú...

—¿¡Ikki!? —Esta vez lo oyó como si su hermano hubiera abierto la boca. Se estaba comunicando a través de algún tipo de vínculo místico, ya que sin sentidos, sin mente... ¿Qué más le quedaba?

—¡No puede ser! —exclamó Shaka, soltándose la cadena con un manotazo. Parecía desesperado, súbitamente.

«Acaso será...»

—¡Ikki! —gritó Shun. Del cuerpo de su hermano salía una energía de fuego tan radiante y llameante como una supernova. Su color de piel había tornado al rojo vivo, y su ropa era dorada como la armadura de Shaka.

—El Fénix... ¡Imposible! Su Cosmos crece hasta llegar al mío, un Santo de Oro... —Chispas transparentes corrían por el rostro de Shaka, y era evidente que no se debía al cansancio, sino a algo más. Algo que no parecía posible de ese hombre imperturbable que Shiryu no pudo tocar y que retornó la cadena a su dueño.

Shaka tenía miedo. Y dudas. Sabía lo que ocurría: ¡el Séptimo Sentido!

Cuando Shun pestañeó, Ikki ya no estaba en el suelo. Lo buscó con la mirada que la argolla de la cadena guio hacia Shaka. Su hermano mayor estaba detrás de él, con los brazos sosteniéndolo por las axilas.

Un temblor resonó en el palacio, Shun casi trastabilla al sentir un sofocante calor, seguido de una onda de energía que lo arrastró unos cuantos metros hacia atrás. Trató de reponerse, no debía perderlos de vista a Ikki y Shaka. Éstos se habían encerrado en una esfera de fuego que desprendía estallidos como los truenos sobre sus cabezas. Incluso, Shun pensó que los rayos aumentaron apenas Ikki se levantó. La presión se hizo agobiante, y ese poder no parecía provenir de Virgo.

El fuego resquebrajó los muros, el techo se trisó y los mandalas se rasgaron. Escuchó perfectamente el impacto de un relámpago contra una de las estatuas...

—¿Q-qué haces, Ikki? N-no puedo soltarme de..., ¿c-cómo es posible? —dijo Virgo, que perdió todo el control de la situación que tan fácilmente había obtenido. Dobló los dedos y trató de ejecutar su Exorcismo, pero Ikki lo tenía completamente aferrado, y selló completamente sus movimientos.

...Ciego... Aumentaste tu Cosmos... Danza...

—No puede ser —susurró Shun.

Aunque apenas había oído las palabras de Ikki, comprendió como por arte de magia lo que quiso decir, como si las palabras hubieran pasado por el filtro de su mente y oídos, y arribado limpiamente hasta su corazón.

—¿Cómo descubriste esto? —preguntó Shaka, que aparentemente también lo había oído.

Por supuesto. Como dijo Muu, las técnicas de Oro más espectaculares, las que parecen divinas, son armas de doble filo, implican un costo al ser realizadas por humanos, tal como Shiryu relató que eran las Ondas Infernales de DeathMask.

...Ahora soy superior a ti...

 

«Para incrementar el poder de su Cosmos, Shaka sella voluntariamente uno de sus sentidos, la vista. En ese estado limitado ya es uno de los Santos de Oro más poderosos, pero tiene una fase aún mayor», comprendió Shun.

Shiryu y Seiya se levantaron, y al ver lo que sucedía, dedujeron la situación y corrieron de inmediato hacia Ikki. Tal vez lo habían oído mientras dormían, o quizás fue instinto. Eso último fue lo que guio a Shun a usar sus cadenas para bloquearles el paso y evitar que una enorme viga del segundo piso les cayera encima.

—¡Shun! —gritó Seiya.

—El Cosmos de Ikki... ¡es mayor al de Shaka! —clamó Shiryu, que retrocedía lentamente. Aunque no veía, debía sentir perfectamente el caos que provocaban los dos contrincantes, amplificado por la tormenta, pues el palacio se remecía y las cosas caían y se rompían.

—Usaré la Danza contigo nuevamente. Con todos ustedes —retó Shaka.

 

...No puedes...

 

—No puedes —repitió Shun las palabras que resonaron en su corazón.

—¿Qué? ¡Shun, explícate! —Seiya tuvo que gritar cuando todo el palacio se empezó a derrumbar y hasta la lluvia se hizo infernal.

—Shaka se priva voluntariamente de uno de sus sentidos. Cuando abre los ojos, la onda de energía desplegada es inhumana...

—¡Como nos advirtió Aiolia!

—¡¡¡Suéltame, Ikki!!! ¿Qué intentas? —seguía gritando Shaka. Su Cosmos se empezó a igualar al de Fénix y lo superó por un momento...

...Hasta que volvió a descender.

—En ese instante Shaka se vuelve el hombre más poderoso de la Tierra, y es cuando ejecuta su Danza de la Rueda Celestial —explicó Shun, repitiendo las palabras de Ikki, que había decidido centrar su comunicación solo en su hermano. Lo oía con nitidez, aunque no le decía nada explícitamente. Era como si siempre hubiera sabido todo sobre Shaka, como un instinto básico.

»Hace que el enemigo se acerque al mandala para que reciba la mayor parte del despliegue de Cosmos y no se percate de la realidad: el Cosmos de Shaka baja demasiado. Aún más que en su estado inicial.

—¡Maldito seas, Ikki! —renegó Shaka, convertido en una persona diferente. Pero no parecía tan enfadado con Ikki como contra sí mismo, su expresión facial indicaba sorpresa, novedad, la primera vez que enfrentaba algo desconocido que no sabía manejar.

—Para destruir la Danza hay que superar el Cosmos de Shaka —entendió Shiryu con velocidad instintiva.

Unas estatuas cayeron sobre Ikki y Shaka, acompañados de un fortísimo trueno que retumbó quizás en todo el Santuario. Se hicieron polvo al hacer contacto con la esfera de fuego. La lluvia parecía acompañar la explosión de energía como una orquesta sin ritmo.

—Pero... ¿Cómo pudo Ikki...?

—Así como Shaka eleva su poder privándose de sus sentidos...

 

...Yo me privé de todos los míos para despertar un poder superior... dijo el Cosmos de Ikki en su corazón. No era su mente, se había apagado. Se trataba de su espíritu.

El Templo de la Doncella se convirtió en un horno. Shiryu usó su escudo para minimizar los daños sobre ellos.

—¿¡Qué!? No puede ser... —dudó Seiya, que a pesar de todo, aun trataba de acercarse al centro del caos y ayudar a su antiguo enemigo. O tal vez el término más adecuado sería «salvar».

—Con cada sentido que va quitando, el cuerpo de Shaka se cansa más ya que su energía disminuye. Por eso tuvo que forzarse a arrebatarle la mente a mi hermano —explicó Shun.

—Ningún Santo de Oro se habría dado cuenta de eso, ya que dominan sus siete sentidos —dijo Shaka, aventurando con menos ganas el zafarse del abrazo de Ikki, cuyo Cosmos asemejaba a una bomba de tiempo a punto de hacer volar todo el palacio—. Pero tú, que solo tenías seis, al perderlos despertaste el Séptimo Sentido de forma abrupta, superando el de cualquiera que vista el Oro, incluyéndome.

—Era la única forma de superar a Shaka —concluyó Shun cuando notó que las lágrimas caían por sus mejillas. Era el final lógico al que llegó desde el momento en que Ikki se levantó, pero solo en ese momento se hizo consciente de ello. Su voz se quebró, pero no calló—. Solo pudo lograrlo porque su fuerza de voluntad nunca se rindió. N-nada más le importó...

—Jamás nadie había logrado algo así... Pero Ikki, despertaste tanto poder al poseer un único sentido que de seguro te desvanecerás en la explosión. ¿Planeas matarme a costa de tu vida? ¿¡Qué sentido tiene una victoria así!?

En los ojos celestes de Shaka había tantas dudas que parecía una persona completamente diferente. Los de Ikki estaban cerrados, pero Shun sentía que todo el fuego provenía de ellos. Esos ojos de ira, justicia, pasión, todo mezclado en llamas de virtud inmortal.

 

¡Te llevaré hasta el punto más lejano del universo, Shaka, y nunca saldremos de allí!

Shun ni siquiera se molestó en traducirlo, se limitó a llorar. Ikki pensaba abandonarlo otra vez.

—¡Detente Ikki, maldición, no otra vez! —Seiya convirtió en gritos el pesar de Shun, como si hubiera leído su mente. Trató de avanzar a trompicones, pero su pierna herida y el inmenso Cosmos se lo impedían. La bomba había llegado al cénit.

—Ikki, no permitiré que te marches otra vez, ¿no piensas en tu hermano? —Ese era Shiryu, tal vez más preocupado por él que por Ikki, con todo el ánimo de separarlo de Shaka, pero seguramente a sabiendas de que era inútil.

—¡¡¡Ikki!!!

¡Pelea como un hombre hasta el final! Sobrevive...

 

Y explotaron. Luz y fuego combinándose en un abrazo iracundo, sonoro, destructivo e intenso. Para sacar a Shaka del camino y dejarles la vía libre a él, Seiya y Shiryu, Ikki decidió sacrificarse. Otra vez.

Cuando niño, siempre peleaba por Shun, lo protegía y recibía algunos golpes en su lugar. El golpe más fuerte se llamaba Reina de la Muerte. Cuando volvió de allí, lo hizo como un demonio sin sentimientos, un muerto en vida, sin alma. Pero ahora que había recuperado todo eso también recuperó las viejas costumbres.

Ni Ikki ni Shaka se veían ya entre tantos resplandores, ni se oía en los ruidos estruendosos, pero Shun sabía qué estaba haciendo. Sacrificarse era el destino de Andrómeda, no el del ave inmortal. Entonces, mientras lloraba y era protegido por el Escudo del Dragón, se dio cuenta de algo tan obvio como triste.

«Ikki... eres un idiota. El idiota más admirable que ha pisado la Tierra».

 

Dos minutos después.

Solo se oía la lluvia, pero no había rastro de rayos o truenos. El Templo de la Doncella estaba casi en ruinas: había pilares, estatuas, muros y piezas del techo por doquier, convertidos en escombros. Podían ver el cielo gris a través de los boquetes  sobre el suelo empapado. Lo único que se conservó en perfecto estado fue la puerta a la derecha del altar de Shaka, la que se oponía a la ruta de salida. Tenía una flor de loto dibujada en ella.

«¿De dónde salió esa puerta?», se preguntó. No había percatado en ella antes. Luego se sintió tonto. ¿Pensar en otro de los trucos de magia de Shaka para evitar hacerlo en el sacrificio que tuvo que presenciar?

No le tomó más atención desde que vio a la doncella dorada arrodillada. Parecía rezar con las manos entrelazadas, y tenía alas brillantes como el sol. En la superficie pulida del Manto Sagrado de Virgo Shun pudo contemplar sus propias lágrimas de debilidad. Cayó en cuenta, además, de que estaba de rodillas también.

—Ikki... ese imbécil volvió a ponerle el pecho a las balas por nosotros, igual que en el monte Fuji —dijo Seiya, apoyando una mano sobre su hombro.

—¿Quieres quedarte, Shun? —preguntó Shiryu.

“Sobrevive”, dijo al despedirse en el aeropuerto.

“Sobrevive”, dijo al dar su vida en el monte Fuji.

“Sobrevive”, dijo al desaparecer con Shaka.

—Por supuesto que no. Soy el hermano del Fénix. —No era para evitar la pena, sino para darse ánimos y convertirse en el hombre que debía ser. Por eso, y por el orgullo de tener un hermano como Ikki de Fénix, sonrió y corrió a la salida, tomando el pasillo izquierdo.

Había gotas en su rostro húmedo, pero eran producto de la lluvia incesante que caía, no de sus lágrimas. Estas no servían de nada para pelear como un hombre.


Edited by -Felipe-, 20 February 2016 - 14:48 pm.

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#183 carloslibra82

carloslibra82

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Posted 27 December 2014 - 19:49 pm

Muy emotivo el final de la pelea contra Shaka, aunque no entendí del todo lo q le pasó a Shaka, pero tengo la idea. Sigue así, amigo Felipe



#184 Patriarca 8

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Posted 29 December 2014 - 15:41 pm

me agrado la pelea entre ikki y  shaka y ojala shun cumpla su promesa y pelee como un hombre y no haga quedar mal a su hermano (los que han visto el anime y recuerdan la saga de las 12 casas entenderán)


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#185 -Felipe-

-Felipe-

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Posted 31 December 2014 - 10:55 am

Muy emotivo el final de la pelea contra Shaka, aunque no entendí del todo lo q le pasó a Shaka, pero tengo la idea. Sigue así, amigo Felipe

Gracias como siempre Carlos :)

Lo que le pasó a Shaka lo voy a explicar así (Es así en mi fic, no me golpeen xD):

Shaka normal: 2 (muy levemente superior a varios otros Dorados -a los que yo veo casi al mismo nivel-, pero promedio en general)

Shaka abre los ojos: 3 (muy superior a todo el mundo, pero solo dura unos instantes mientras se pone a destruir cosas y quitar sentidos)

Shaka después de un rato con los ojos abierto: 1 (igual o inferior al promedio de dorados)

 

Shaka se cansa más mientras más sentidos suprime, por lo que quitar el pensamiento supone un gran esfuerzo. Quitar el séptimo sería prácticamente un suicidio para él (aunque como es un sentido, podría ser capaz de hacerlo).

Si Shaka usara el TH contra otro Gold, para librarse tendría que aguantar hasta que el cosmos de Shaka disminuya, pero sería algo así.

 

Gold antes del TH: 1

Gold después del TH: 0... a menos que eleve su Séptimo más allá que el de Shaka cuando éste está en 1.

 

Allí está el secreto de Ikki. Siempre está enojado.

Shaka eleva, digamos, casi el doble su poder cuando abre los ojos ya que recupera un sentido con el cosmos acumulado por perderlo. Ikki pierde seis sentidos y despierta el séptimo, por lo que éste viene con el cosmos acumulado no de solo la vista, sino de cinco sentidos más. Los Golds normales no pueden hacer esto ya que ya tienen despertado el séptimo sentido desde hace años.

 

Finalmente, Ikki explota su Cosmos deseando llevárselo al mismo lugar al que Ikki fue cuando trató de escapar de él, a la mano de Buda.

 

Así es como entiendo el Tenbu Horin y el poder de Shaka. Al menos en este fic. Ojalá haya quedado claro :)

 

 

me agrado la pelea entre ikki y  shaka y ojala shun cumpla su promesa y pelee como un hombre y no haga quedar mal a su hermano (los que han visto el anime y recuerdan la saga de las 12 casas entenderán)

La idea es poner a Shun más cercano al del manga que el del animé, o incluso más. Marcar bien su desarrollo como guerrero, y este es el primer gran paso. Gracias por comentar, me alegra que te agradara.

 

 

***

Ahora vamos con el último capítulo de la tanda sin cambios relevantes del manga original. No vi cómo arreglar un asunto que ya de por sí está bien hecho por Kuru, aunque admito que en un principio estuve pensando dejar al ganso directamente en Acuario. Al final decidí dejarlo casi tal cual. Es un capítulo corto.

SHIRYU IV

 

16:15 p.m. del 11 de Septiembre de 2013.

La mitad de las llamas en el Meridiano se habían extinguido, que significaba que les faltaba la mitad del camino todavía, pero también el aire. Afortunadamente el trayecto desde Virgo a Libra era bastante más corto de los demás, les faltaba poco para llegar a su destino.

«Maestro...». Se detuvieron a descansar en una fuente aprovechando que la lluvia se había convertido en un suave chubasco. Ningún guardia fue a atacarlos, debido a que ningún Santo de Oro dio esa orden, como supuso Shiryu. El Santo de la constelación de Libra llevaba ausente del Santuario desde hacía muchos años, por lo que ningún soldado podía reaccionar.

Seiya bebía agua tan de prisa que se atoró dos veces, y se quejó de que luego le darían muchas ganas de ir al baño. Le preguntó a Shiryu si su maestro le permitiría usar el de su casa, pero no se molestó en responderle.

Shun estaba silencioso. Ikki había vuelto de la muerte una vez para intentar asesinarlos a todos, pero se sacrificó al final, en el derrumbe provocado por Misty de Lagarto. Y regresó nuevamente del mundo de los muertos, esta vez para ayudarlos... y nuevamente se sacrificó.

Shiryu y Seiya estuvieron inconscientes mientras duró la batalla, y cuando Ikki explotó llevándose a Shaka consigo, solo en ese momento despertaron. Shun les hizo comprender la situación, el despertar del Séptimo Sentido de Ikki al privarse de sus seis restantes. Fue una locura, pero era la única manera de derrotar a Virgo.

Si se ponía a pensar, Shaka fue el primer verdadero enemigo que tuvieron en todo ese largo camino por la Eclíptica. Muu estaba de su lado, Aldebarán nunca fue en serio, según Seiya; Saga no estaba realmente, DeathMask perdió su armadura y Aiolia tenía un conflicto interno. Shaka peleó en serio, y por eso pudo derrotarlos con esa pasmosa facilidad, mientras que Ikki...

—Shun, Seiya, es hora de continuar. —Probablemente en el Templo de la Balanza no tendrían inconvenientes, pero no era excusa para perder tanto el tiempo.

—Espera, espera, espera, deja tomar un poco más, a esta altura ya empieza a faltar bastante el aire —dijo Seiya, llena la boca de agua. Shiryu tuvo que esforzarse para traducir lo que dijo.

—Vamos... —concedió Shun, y avanzó con ellos.

 

No había presencia alguna al interior del palacio, la cadena de Andrómeda no enseñó reacción alguna, y el trayecto era limpio, sin laberintos ni ilusiones extrañas.

—Esto parece una pagoda, todo está lleno de cosas chinas —comentó Seiya, corriendo en primer lugar. El dolor de su pierna izquierda parecía haberse apagado, o al menos disminuido mucho.

—¡Seiya! —regañó Shun.

—Ah, sí, linda casa tiene tu viejo, Shiryu —se corrigió Pegaso.

—La temperatura está bajando —notó de repente, cuando doblaron en una esquina. Se le estaba erizando los vellos y sus dientes castañearon más con el paso de cada segundo, progresivamente.

—¿Eh? Hay algo por allá —alertó Seiya, aunque no en un tono alarmado.

—¿Qué es?

—No lo sé, es una cosa blanca, parece un congelador.

—¿Congelador?

—Está envuelto en un vapor blanco, de allí sale ese intenso frío, al parecer.

—¿Congelador? —repitió Shiryu. Prefirió confiar en los ojos de Shun.

—Es un cubo de hielo —dijo Andrómeda, sin alejarse mucho de la teoría de Seiya—. Uno enorme, llega hasta el techo del primer piso... Oh, no... ¡No puede ser! —exclamó, sobresaltado, y aumentó la velocidad.

—Shun, ¿qué pasa? ¡Seiya!

—¡Maldita sea, ya sé lo que es! —gruñó Pegaso, y aceleró también. A Shiryu no le quedó más remedio que apurarse, y de repente sintió algo que le estremeció, un resquicio de Cosmos agonizante, gotas de vida.

De pronto parecía que estaban en el polo norte. Hacía tanto frío que le costó caminar hacia la fuente de la baja temperatura, la que Shun tomó como un cubo de hielo y Seiya como un congelador.

—¿Chicos?

—Es un ataúd, Shiryu. Un ataúd de hielo frente a nosotros, en vertical.

—¿Ataúd? ¿Quién está adentro?

—Hyoga —respondió Shun, sin vacilar. Por supuesto, era su Cosmos, pero estaba tan débil, apenas una pizca agarrada desesperada a la vida, que bien podía pertenecer a un muerto, o al menos un moribundo.

—No está muerto todavía. —Sentía su Cosmos débilmente, pero lo sentía—. ¿Pero cómo llegó aquí? ¿Shun?

—Yo vi a la ilusión de Saga enviarlo a Otra Dimensión —explicó Andrómeda, confuso—, no sé cómo ni por qué está aquí, ni menos el motivo de su estado actual.

—Qué temperatura tan baja..., es algo que ni el mismo Hyoga podría hacer. ¿Quién sería capaz...?

—Mi maestro me habló una vez del amo del hielo —murmuró Shiryu, más para sus adentros que para ellos.

—¿Quién?

—No me dijo su nombre, solo que era un Santo capaz de congelar cualquier cosa, detener totalmente el movimiento de los átomos. Por sus estilos de combate, quizás era el maestro de Hyoga... —aventuró, aunque no tenía como estar seguro. Hyoga nunca habló de sí mismo, así que la conjetura era, en parte, intuición.

—¿El maestro de Hyoga? Pero... ¿por qué le haría algo así a su pupilo?

—No solo eso —dijo Shun—, también hay que pensar que para estar aquí tiene que ser un Santo de Oro. Evidentemente no el dueño de este lugar sagrado, pero aun así. ¿Cierto?

—¡Como sea! —gruñó Seiya—. Shiryu, ¿estás seguro de que está vivo?

—Por mi falta de visión creo que tengo una mejor percepción, pero sí. Está vivo, puedo asegurarlo.

—Entonces hay que sacarlo de aquí. —Seiya avanzó dos pasos y encendió su Cosmos. Era cálido como una fogata, templó con rapidez la temperatura del palacio.

—¿Qué vas a hacer? —preguntó Shun.

—Romper esta cosa a puñetazos, por supuesto, ¿qué más? Y pensar que este tipo trató de matarnos...

—Espera, Seiya —trató de advertir Shiryu, pero ya era tarde. Sintió la lluvia de Meteoros volar a través del aire congelado e impactar con fuerza contra el cubo de hielo. Golpeó una vez más y el ataúd emitió un crujido de resistencia. Una vez más, y otra... y se detuvo.

La temperatura seguía igual, no se oyó nada que se destrozara, o ni siquiera que temblara. Solo el dolor de los puños de Seiya y su posterior maldición.

—¡¡¡cain porqueria, dueleee!!!

—¿Cómo es posible que ni Seiya pueda hacerle un rasguño a ese ataúd? —inquirió Shun. Era una duda válida.

—¡Ah, no sé, porqueria, porqueria, porqueria! —refunfuñó Pegaso.

—Si esa cosa fue construida por un Santo de Oro, como supongo es el caso, entonces solo otro Santo de Oro, o alguien con poder semejante, podría romperla —explicó Shiryu lo mejor que pudo.

—Pero los tres hemos llegado al Séptimo Sentido... —dijo Seiya mientras se soplaba los nudillos.

—Pero no lo hemos despertado completamente, solo nos acercamos a él y lo tocamos brevemente. —Saga, DeathMask y Aiolia fueron testigos de eso.

—¿Y qué hacemos? ¿Lo dejamos aquí para siempre? No podemos abandonar a Hyoga a su suerte, Shiryu, después de todo es nuestro compañero. A estas alturas ya nos ha salvado el pellejo varias veces.

—No lo sé...

—Primero mi hermano, ahora también Hyoga. ¿Acaso el poder de los Santos de Oro es tan distante al nuestro? —lamentó Shun.

—No lo sé... —repitió.

—¿Quizás si atacamos los tres a la vez? —aventuró Andrómeda.

—¿Unir nuestros Cosmos en un solo punto? Tal vez, pero si fallamos...

Un crujido que se extendió por el palacio lo interrumpió; como si movieran tuercas o palancas, chirrió el piso, semejante a decenas de animales arrastrándose por abajo. Luego crepitó algo firme, como si desplazaran una gran puerta de piedra.

—¿Seiya? ¿Shun?

—Bueno, no te dijimos, creo, pero hay una balanza gigante en este lugar —contestó Seiya—. Parte de la decoración, supongo.

—¿Y?

—Y se está moviendo, girando, o algo así. Una de las pesas casi me... ¡Oh!

—¿Qué?

—Nos está mostrando la parte de atrás —-respondió esta vez Shun—. ¡Es otra balanza!

—¿Otra balanza? —En ese momento Shiryu sintió un gran Cosmos, calmo y relajante, pero muy intenso, tal como una cascada—. El Manto de Oro de Libra...

—No hay duda, es tan brillante como las demás, como si el sol se hubiera metido aquí dentro por una ventana.

—Es muy extraña, está llena de artilugios y herramientas: veo un tridente, y los platillos parecen escudos de guerra, son mucho más intimidantes que los de la otra balanza.

—Sí. —Lo sabía. Su maestro le había relatado la historia de Libra, igual que la de otras muchas armaduras, a pesar de no especificar que él era el mismo dueño del Manto—. Son las doce armas de Libra.

Shiryu se acercó con solemnidad hacia el Manto Sagrado de su maestro, Dohko de Libra, guiándose por el calor que había templado el frío del ataúd. Sintió la lluvia afuera, pero no era helada, sino relajante, como la leyenda del agua que cae desde la luna hacia la fuente...

—El Manto Sagrado de Libra es muy especial. ¿Notan su asimetría? —dijo Shiryu, recordando las palabras de su maestro.

—Sí, una de las hombreras en la base es redonda, y la otra cuadrada.

—La vara central no está nivelada tampoco.

—Eso es porque si bien Libra representa el equilibrio, sus platillos no están balanceados, ya que tienden a la justicia, simbolizado por el derecho.

—Uno de los doce Mantos de Atenea, la diosa que representa la justicia en nuestro mundo.

—Para acabar con el mal, al dueño de Libra se le entrega pleno derecho sobre las doce armas distribuidas al interior y exterior, seis pares de herramientas de ataque y defensa: Escudos, espadas, barras dobles y triples, tonfas, y lanzas. Esas son las armas de Libra.

—¿Por qué tiene tantas armas un solo hombre?

Shiryu tocó la dureza del yelmo de oro, en la base, que asemejaba la cabeza de un felino grande, como un tigre, y muchas cosas le hicieron sentido. Era muy famosa la dicotomía del tigre y el dragón.

—Eso es porque no son precisamente para él. Puede hacer uso de ellas, claro, pero las armas están destinadas a doce personas en particular.

—¡Los Santos de Oro! —captó Shun.

—Exactamente. —Shiryu acarició la filosa lanza de tres puntas, la estudió en silencio, y luego hizo lo mismo con la vara que equilibraba los platillos, los escudos y las armas internas—. Son armas tan poderosas que Atenea no permite su uso sin autorización. Solo el Santo de Libra puede definir cuándo pueden usarse, ya que es el encargado de discernir entre el bien y el mal.

—¿Una para cada Santo de Oro?

—Sí, aunque según mi maestro, hasta el día de hoy nunca los doce Santos de Oro han usado las armas al mismo tiempo. —Esta vez, se dirigió más al cielo que a sus compañeros, preguntándose si lo oiría—. Maestro, ¿por qué me ha entregado esto? Evidentemente usted le ordenó a su armadura que se presentara ante mí, pero yo soy solo un Santo de Bronce. —Fijó su vista en Hyoga nuevamente, el Santo de Cisne encerrado en su propia tumba congelada—. ¿Es para liberarlo?

Por toda respuesta, la armadura resonó nuevamente, parecido a la lluvia de afuera golpeando sobre la piedra. Aunque nunca acercó la mano, una de las armas doradas apareció en ella repentinamente, cargada por el Cosmos sereno del Manto.

—¡La espada de Libra! —dijo Seiya.

—Ya entiendo, esta sería la mejor opción para cortar el ataúd sin destruir a Hyoga también. Muchas gracias por brindarnos esta ayuda desde tan lejos, maestro. Usaré esta espada dorada por el bien de la justicia y la amistad que nos une.

Encendió su Cosmos, que resonó armoniosamente con el de la espada sujeta por ambas manos. Era una sensación serena y poderosa al mismo tiempo, como la lluvia trepidando sobre el mar bajo un cielo nuboso sin tormenta. Shiryu levantó el arma dorada sobre su cabeza, y advirtió lo ligera que era.

—¡Ten cuidado! —alertó Seiya—. Si esa espada es capaz de cortar el ataúd construido por un Santo de Oro, entonces imagina lo que haría con un humano.

—Está justo delante de ti, Shiryu —le avisó Shun, sirviéndole de ojos—. Un golpe certero bastará. Estoy seguro que si tu maestro te prestó esa espada, confió en que harías un buen trabajo.

—Con su permiso, maestro Dohko de Libra. ¡Ah! —Con un grito, Shiryu bajó el filo. Sentía tanto poder en sus brazos como para cortar planetas en dos, una tormenta de primavera impactó contra el ataúd helado—. ¡Vive, Cisne!

 

Crac. El crujido sucedió al sonido de algo afilado rozando el vidrio.

 

Crac, sonó otra vez.

 

Finalmente brotó un resplandor que hasta los ojos ciegos de Shiryu pudieron ver, algo tan intenso que oyó maldiciones de parte de Seiya. Algo parecido a un trueno le acompañó, pero no era cosa de la lluvia. Le siguió un temblor y pequeños carámbanos fríos que cayeron sobre sus pies.

Pasaron unos segundos durante los cuales nadie hizo movimiento alguno.

—Shiryu... lo lograste —rompió Shun el silencio con voz satisfecha así como incrédula—. L-lo rompiste.

—Parece sauna aquí, está lleno de vapor. El hielo se está derritiendo.

El Cosmos que había sentido antes se notó con más facilidad, pero también más débil aun. Cuando Shiryu corrió y se arrodilló ante el cuerpo de Hyoga, notó que apenas respiraba. Su piel estaba fría, como la de un muerto. Incluso sus otrora lacios cabellos se habían convertido en hielo. Su corazón no latía fuerte, tampoco.

—¡Maldita sea, se va a morir congelado! —maldijo Seiya, apoyando a Hyoga sobre sus brazos.

—Debemos ayudarle a recuperar el calor, pero...

—¡No tenemos tiempo, Shun! —rezongó Seiya—. ¡Es demasiado, ni siquiera puedo tocarlo cómodamente!

—No podemos quedarnos aquí a cuidarlo y esperar a que entre en calor. Podría tomar horas, o incluso podría no pasar —reflexionó Shiryu con tristeza. ¿Por qué le había entregado su maestro un arma si no podían salvar al Cisne? No se había puesto a pensar en las consecuencias de sacar a Hyoga del ataúd.

—Yo me quedaré —decidió Shun, como si algo así fuera fácil de concluir.

—Sí, claro, tú te... ¿¡qué cosa!?

—Tienen razón, Seiya, ya son más de las cuatro y media, perdimos mucho tiempo en un palacio sin guardián, y las próximas batallas serán más complicadas, seguramente. Deben subir y darse prisa.

—Pero... tú... —musitó Shiryu. Recordó algo que ya sabía, Shun era el Santo de la constelación de Andrómeda. ¿Sería que el destino le estaba guiando a una vía de sacrificio?

“¿Te conté la historia del viajero y los tres animales, Shiryu?”, resonó la voz de Dohko en su mente. Shiryu sintió achicársele el corazón, y le costó tragar saliva.

—Tampoco podemos abandonar a Hyoga aquí. Haré lo posible por ayudarlo para que los alcancemos pronto.

«Después de lo de Ikki, Shun parece más maduro... ¿Pudo haber sufrido un cambio así en tan corto tiempo? ¿O será...?»

—Está bien, Shun —resolvió.

—¿Qué? ¡Pero, Shiryu!

—Hay que confiar en Shun. Y en Hyoga también. Debemos tener fe en que los cuatro llegaremos al Templo Corazón vivos, Seiya.

—Sí, pero... ¿cómo le quitarás ese hielo de encima, Shun? Estamos hablando del famoso... ¿amo del hielo? Qué apodo tan...

—Mis cadenas pueden transferir mi Cosmos hacia Hyoga. Le daré parte de mi aura para que aumente su temperatura corporal, y ellas usarán su energía eléctrica para acelerar la recuperación.

«Shun... tú sabes que eso te quitará más que una parte de tu aura.»

—Bien, entonces. ¡Vamos, Seiya! —Debía confiar en Shun y Hyoga, no tenía más opciones. Eran las decisiones difíciles que debían tomarse en una situación de vida o muerte, donde el tiempo era fundamental.

—Con un dem... ¡Está bien! Te lo encargo, Shun.

Shiryu dejó la espada sobre la armadura. Un fugaz pensamiento se le pasó por la mente: si la llevaba consigo podría pelear en condiciones más igualadas contra los Santos de Oro, pero...

«No. Es el Manto de mi maestro, yo deposito mi confianza en Draco. No sería honorable usar la vestimenta de otro para luchar una batalla propia».

Siguió los pasos de Seiya dejando a Shun atrás, que ya desplegaba sus cadenas en el suelo. El calor reconfortante comenzó a sentirse de inmediato, pero ellos ya se dirigían rumbo a la salida del Templo de la Balanza, atravesando la niebla.


Edited by -Felipe-, 20 February 2016 - 14:48 pm.

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#186 Patriarca 8

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Posted 01 January 2015 - 09:47 am

me alegra que shun haya decidido salvar a su amigo usando sus cadenas

 

no se que mi@r#% habran estado pensando los tipos de trolei cuando decidieron adaptar el manga al anime y cambiar algunas cosas que si estaban bien echas o al menos no provocaban vergüenza ajena.

 

shun es uno de los protas mas fuertes cuando lucha en serio pero trolei no hiso mas que darle mala fama siendo salvado por su hermano a cada momento,llorando por cualquier cosa,su primera armadura tenia pechos de mujer en fin eso y muchas otras cosas mas.

 

menos mal que en tu fic al menos intenta combatir como un guerrero.

 

 


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Posted 04 January 2015 - 15:56 pm

Shu merece respeto. La verdad es que la versión manga es uno de mis personajes favoritos de la franquicia, y la del anmé no tanto justamente por esa obsesión de TOEI con hacerlo un personaje llorón y mediocre. Pero bueh... es uno de los cambios necesarios en el fic.

 

Seguimos con una de las peleas que más cambié del manga y animé original. Algunos saben que no soy particularmente fan del personaje de Milo, así que una de mis misiones fue darle una personalidad fija, única, que me agradara.

So, here it es.

SEIYA III

 

16:40 p.m. del 11 de Septiembre de 2013.

La lluvia había cesado, al fin.

El camino hasta el Templo del Escorpión estaba repleto de un ejército de guardias armados, ocultos al interior de un túnel de estilo griego, como una galería oscura que apareció sin avisar apenas doblaron una esquina en el camino, más allá de un portal en ruinas. Al mirar hacia atrás vieron que no podían salir del túnel y que los soldados los tenían rodeados.

«Una más de nuestras extrañas aventuras en la Eclíptica». Más aún, la Torre Meridiano había vuelto a cambiar de posición, ahora se veía no solo en la ruta contraria, sino que estaba... más diagonal que de costumbre. Como la torre de Pissa en Italia, el titánico reloj estaba inclinado pero no parecía dispuesto a caer. Lo único que no cambiaba su posición —esta vez— era el sol, oculto por las nubes grises.

—¡El señor Milo nos ha ordenado que no los dejemos llegar a su palacio! —gritó uno de los guardias poco antes de ser devorado por el dragón de Shiryu junto a una decena más.

—¡El señor Milo se enfadará mucho! —rezongó uno que se salvó de caer a un acantilado. Había muchos en esa zona. Seiya se limitó a dejarlo inconsciente.

—Necesitamos pasar, chicos y... ¡Bah! ¿No deberían obedecernos? ¡Somos Santos de Bronce y ustedes soldados! —Seiya recordó a Aiolia, que descansaba en el Templo del León, de quien creía que era un guardia como los que los amenazaban.

—¡Solo servimos a los verdaderos guerreros de Atenea, no a unos vulgares traidores, niño! —contestó otro. Le dedicó un tenue Meteoro para callarlo. Un buen guardia del Santuario, pensó, pero lamentablemente parado al otro lado de su brazo. De repente pensó en el nombre «Milo». Le sonó familiar, como si lo hubiera oído en alguna época lejana, tal vez en sus años de entrenamiento.

Salieron del túnel con guardias sobre sus espaldas, y se encontraron con una inmensa montaña al interior de la misma montaña. «Ah, por favor...». Un gran patio de combate antecedía el camino hacia el Templo del Escorpión, del cual apenas se le veía parte del techo, incrustado al interior del siniestro cerro oscuro que casi parecía un volcán por el calor que expedía. No fue una sensación agradable después de llegar del Templo de la Balanza, donde el frío era tal que podía congelarle las b...

 

Boom.

 

No fue algo que sonara. No físicamente, al menos. Más bien pareció una explosión de un Cosmos lejana, pero que percibió en su interior.

—¿¡Qué fue eso!? —Saltó sobre los guardias y subió al techo del túnel con apoyo de una de las lanzas que traían. Necesitaba total concentración, no quería creerlo, pero ese Cosmos era familiar. Muy familiar.

—¡Oye, baja de ahí, infeliz!

—Gracias por la ayuda, Seiya —protestó Shiryu con sarcasmo inusual, que forcejeaba con cinco soldados a la vez.

—Shiryu, ¿eso fue...? —Un resplandor verde lo cegó un instante, y cuando pestañeó, el Santo de Dragón ya estaba a su lado. Abajo, los guardias se arrastraban por el suelo, quejándose algunos, durmiéndose otros.

—Fue la energía de Shun.

—Pero... esa explosión... No. —«¿Qué hizo ese idiota para salvar al pato?», se preguntó intentando oírse gracioso, pero tenía el corazón en la garganta.

—Seiya. No te diste cuenta, ¿verdad? —le preguntó con los ojos cerrados, como un profesor demasiado sabio que no necesita buscar la verdad en el aire.

—¿Eh? —preguntó como el alumno más desinteresado del aula.

—Shun hizo explotar su Cosmos para revivir a Hyoga.

—Qué le... ¿¡Qué!? ¿Por qué hizo algo así? —No. Había otra pregunta más importante—. ¿Por qué parece que sabías que haría eso?

—Lo sabía —confirmó—. Pero, Seiya... —Shiryu suspiró, no parecía para nada de acuerdo con la idea de Shun, y hablaba como si algo le picara en el cuello—. ¿Has oído alguna vez la historia del viajero y los tres animales?

—No —respondió de inmediato, aunque quizás Marin se la relató alguna vez mientras él se ocupaba de hacerse el despierto.

—Había una vez un viajero que venía de una larga travesía, arrastrándose por el bosque, muerto de hambre y cansancio, cubierto de heridas diversas —empezó Shiryu, con su toque calmo habitual que ayudó a Seiya a imaginarse la escena, con la cara del anciano Kido para el viajero.

—Bien, suena inte...

—Tres animales se le acercaron —continuó su amigo—, y lo encontraron en pésimas condiciones, por lo que se separaron para buscar algún tupo de ayuda. El primero en regresar fue el oso, que valiéndose de su gran fuerza y vigor atrapó un pez en el río, y añadió algo de carne que guardaba para el invierno.

»El zorro, más astuto, consiguió las uvas más frescas de las hierbas más ocultas del bosque, sin que nadie lo notara. Él y el oso pudieron hacerlo gracias a sus habilidades naturales.

—¿Y el tercero? —Sintió que el Cosmos de Shun se había apagado, pero no dijo nada sobre eso; sabía que la historia lo explicaría por sí misma.

—Un conejo. Débil, pobre, sin demasiada inteligencia ni habilidades. No pudo encontrar nada para darle al viajero. —Shiryu hizo una pausa y clavó su mirada en Seiya a través de sus párpados—. Adivina lo que hizo entonces, Seiya.

—No sé, quizás fue a... a... ¡Oh no! —entendió de repente, y todo le hizo sentido. Tragó saliva con dificultad y se le retorció el estómago.

—Sí. El conejo se arrojó a sí mismo a una fogata y se sirvió como comida para el hambriento viajero.

—¿Y crees que Shun se sacrificó para salvar a... a Hyoga? —Preguntó con un nudo en la garganta—. ¿Pero por qué? El tipo intentó matarnos; aunque sea nuestro compañero ahora, no llevamos mucho tiempo juntos, y...

—Shun habría hecho lo mismo por cualquiera de nosotros. Recuerda que su constelación protectora es Andrómeda, la princesa etíope que se sacrificó para que un monstruo marino enviado por Poseidón la devorara, y así salvar a su pueblo de la ira del dios.

—Shun... ¿por qué...? —Seiya no logró formular el resto de la pregunta. Ese muchacho era tan bondadoso, tan puro, tan poco apto para la vida de la guerra y la sangre que no entendía su forma de pensar.

—Cuando todo esto acabe, y si sobrevivimos, me encargaré personalmente de que no vuelva a vestir su armadura —remató Shiryu. Seiya no se lo esperaba. Y, sin embargo, no pudo contradecirlo. Tenía razón—. Es una de las mejores personas que he conocido, si no la mejor. No está hecho para luchar, matar y sufrir, él merece una vida mucho mejor que la nuestra.

—Sí, puede que tengas razón. Volvamos a la Balanza.

—Sabes que no podemos, lo prometimos: no mirar atrás, ¿recuerdas?

—Sí. Ahora sí.

 

El Templo del Escorpión era muy oscuro, estaba rodeado de montañas y salientes rocosas afiladas que no dejaban pasar la luz solar. Parecía incrustado en un volcán ardiente, aunque no se veía ningún cráter. «Pero en un lugar tan raro, no me extrañaría que de verdad hubiera un volcán con magma y todo aquí».

Aunque no se distinguían bien, Seiya notó decenas de pequeñas estatuas de escorpiones distribuidas por la pequeña montaña, y algunas también sobre y a afuera del palacio como guardias y vigías.

Se constituía de un ala solamente. La entrada era un enorme portón rojo escarlata que aportaba más calor del que ya tenían, rodeado de pilares agrietados y muy altos. Entraron con dificultades, pues las rocas les entorpecían el paso sobre la larga escalinata.

Al interior estaba oscuro, la única luz provenía de una hoguera gigantesca al centro del salón, encendida como en un ritual religioso de esos de documentales tribales. Ese era el cráter. El pozo parecía llevar al mismo infierno, era un círculo rodeado por una reja de veinte centímetros de alto, tan negra como lucía el resto del palacio. Le parecía que había muchos pasillos laterales, olía una cocina a la derecha y se veía una gran puerta gris a la izquierda, pero nada más.

—Prepárate, Seiya, un Cosmos se acerca.

—Crucemos este palacio antes de encontrarnos con el enemigo, entonces. —No era cobardía, pero no veía motivo para esperar la llegada de un Santo de Oro si su meta era llegar con el Pontífice—. Pasaron junto a la pira y sudó con el calor como si hubiera peleado durante horas allí.

Un resplandor rojo como la sangre destelló en los muros, y le siguió un rayo que chocó contra el techo. Y que rebotó.

—¡Cuidado, Seiya!

—¿¡Qué es eso!? —exclamó cuando la flecha roja pasó por su derecha y se estampó con el muro de hierro. Rebotó otra vez, y la esquivó tan bruscamente que cayó al piso.

—¿Entran a mi casa como si nada? Los Santos de Bronce no tienen modales —se pronunció una voz orgullosa, férrea, muy confiada.

«Y con motivo para eso».

El chillido de Shiryu fue estruendoso. La flecha roja le golpeó en el hombro y lo arrastró varios metros hasta el pasillo de entrada, se estrelló contra una mesa y la quebró en dos.

—¡Shiryu!

—Les daré la opción de largarse —sugirió la voz. Esta vez estaba mucho más cerca, pero no podía encontrarlo en la oscuridad, y la pira no lo alumbraba.

—¿¡Cómo te atreves a...!?

—Qué tonto.

Otro resplandor, un láser carmesí, recorrió la estancia por su espalda. Rebotó contra la reja de las brasas y le dio en la rodilla. Se encontró con la cara en el suelo antes de que lo viera llegar. Jamás había sentido un dolor tan agudo, ni siquiera trató de contener el grito.

—¡¡¡Ahhhhhhhh!!!

—¡Seiya!

—Conozcan a la Aguja Escarlata[1], chiquillos de Bronce. —El agresor estaba a pocos metros de Seiya, pero todavía inmerso en las sombras—. La principal arma de los guardianes de este palacio a lo largo de la historia.

—¡Duele! —Recorría su cuerpo como el más horroroso de los cosquilleos, le erizaba los vellos de la piel y le entumecía los músculos rápidamente.

—¡Se me queman los nervios!

—Se supone que los de bajo rango deben presentarse en primer lugar ante sus superiores, pero veo que no conocen los modales, así que les enseñaré. Me llamo Milo, soy el guardián del Templo del Escorpión.

Seiya elevó con dificultad los ojos para encontrarse con el atacante. Tenía un Manto agresivo, con filos en las hombreras, codos y rodillas, decorado por gemas de rubí tan rojas como la Aguja. Desde el yelmo caía una larga trenza de bolas doradas que imitaba la cola del animal, culminando en un aguijón. Ocho patas descansaban sobre la pechera, y ocho también eran las puntas de la falda.

Tenía largo y ondulado cabello negro, de tonos casi morados; era delgado y algo alto, de rostro afilado y mejillas duras. Sus ojos eran celestes y acusadores como los de un juez; le iba bien su constelación guardiana.

—Milo... de Escorpio. —Y le sonaba. Aiolia debió mencionarle el nombre de su compañero de Oro alguna vez, pero no recordó en qué circunstancias. ¿Serviría saberlo? Probablemente no.

—Soy Shiryu... d-de Dragón —contestó su compañero, tambaleándose para  ponerse de pie, siempre tan estúpidamente honorable—. Y él es S-Seiya de Pegaso.

—Muy bien, al menos alguien aquí tiene educación. Seré franco con ustedes, a pesar de ser simples gusanos de Bronce, es admirable lo que han hecho en estas horas. Pocos a lo largo de la historia han logrado llegar hasta aquí, y no hicieron trampas tampoco. Subieron luchando, y por eso merecen mis sinceras felicitaciones.

—¿Nos felicitas? ¿Pero también nos atacas? —Cargó todo su Cosmos en su Meteoro de una sola vez, pero tenía el brazo paralizado y una puntada en el pecho.

—Una cosa no tiene nada que ver con la otra. Es admirable que lleguen hasta aquí, eso prueba que son guerreros fuertes, y también algo suertudos. Pero, por otro lado, mi deber es eliminarlos por rebelarse contra el Santuario y Atenea.

Tenía una sonrisa muy peculiar, como si fuera parte de su esqueleto, le salía de manera natural; era algo perversa y tan intimidante como sus ojos.

—Nosotros... no somos rebeldes.

—Es cierto, Atenea es...

—No me importa nada que digan. Son Santos, como yo. Desde el principio debieron obedecer las órdenes del Sumo Pontífice sin cuestionar ni inventar cosas como falsas Atenea y tonterías así. —Milo estiró el dedo índice. Su uña se extendió súbitamente y se tornó carmesí, liberando un aura como vapor escarlata—. Eso es lo que hace un Santo.

La Aguja Escarlata. Qué ataque tan devastador, arrojó dos rayos rojos que rebotaron en el suelo, y los estampó contra el techo; por un segundo estuvieron en el segundo piso. El dolor solo se intensificó como si le quemara internamente o le golpearan con hierros ardientes.

Antes de tocar el suelo, Seiya intentó olvidarse del dolor. Apoyó una mano abajo y brincó hacia adelante para romperle la cara al molesto griego. A su lado, Shiryu preparó la misma maniobra, su pierna derecha ardía con llamas esmeraldas.

«Estamos en sincronía, entre los dos podremos vencerlo.»

—Tontos de Bronce... Sientan el temor de enfrentarse al Escorpión. —Milo abrió los brazos, y Seiya y Shiryu se estrellaron en el piso en medio del salto. Por un momento vieron un resplandor rojo en su frente.

—¡No puedo moverme! —gritó Seiya, paralizado frente a la pira, incluso con la lengua entumecida. Era como si le hubieran entumecido los nervios, músculos y huesos. El sudor no dejaba de correr por sus rostros.

—Esa es la Restricción[2]. Imagino que tenían muchas ganas de hacer algo útil, qué lástima. ¡Este es el poder de un Santo de Oro! —Milo arrojó pequeñas saetas rojas, parecidas a las Agujas Escarlata, pero reducidas y numerosas con un barrido del brazo, como una lluvia roja.

—¡porqueria! —Escupió sangre que resbaló por su pecho. Las saetas clavaron a Seiya y Shiryu como cuchillos en muñecos vudú hasta que se evaporaron. El dolor era cada vez más intenso, esta vez más externo que interno.

—Qué técnicas tan veloces y efectivas —musitó Shiryu de rodillas, tratando de ponerse de pie por enésima vez.

—Esas son Agujas Carmesí[3]. Más fáciles de usar, igualmente eficientes que las Agujas Escarlata. Mis técnicas más básicas los tienen a punto de desfallecer, poco a poco van a perder la conciencia por el dolor, y eso que solo han pasado unos tres minutos desde que comenzamos. ¿No les dice nada eso?

—I-increíble, es... fuerte, m-muy fuerte...

—¿E-este es el poder de un Santo de Oro en serio? —Los pies le temblaron y tropezó por tercera vez en cinco segundos. El fuego le quemaba las entrañas.

—Ya se dieron cuenta, ¿verdad? Hasta ahora solo han estado de vacaciones y recreos, la han tenido fácil, o sería imposible para ustedes estar aquí. Cualquiera de nosotros, los Santos de Oro, podemos hacer esto, pero creo que ninguno quiso. —Aunque sonreía tenuemente, Milo no parecía burlarse, no era como DeathMask. Él se tomaba la pelea en serio, luchaba demostrando gran parte de su poder, sin dudar.

—Debemos hacer algo...

—Me pondré en pie tantas veces como sean necesarias —dijo Seiya, como un imbécil. Ni los tobillos le respondían, estaba cansado y brutalmente adolorido. Y sudaba. ¿Qué podía hacer si cada vez que abría la boca vomitaba sangre tan caliente que le quemaba el mentón?

La pira que hervía el aire como sauna sufrió una breve derrota cuando entró el aire frío por la puerta, una brisa refrescante en una mañana de otoño. Alguien se acercaba, pisando con firmeza y determinación dado el eco de las botas, no podía distinguirlo por la oscuridad, pero poco importaba.

Ese Cosmos tan frío solo podía provenir de una persona. Pero solo era una persona, y Seiya sintió una molestia más para la ya gran colección.

—¿Quién más se atreve a entrar sin mi permiso al Templo del Escorpión? —gruñó Milo, dándose media vuelta para enfrentar al intruso.

—Mi n-nombre es Hyoga, d-de la constelación... d-de Cisne —resonó la voz en cada esquina del palacio. Se escuchó entrecortada.

—Tienes modales... y un aura muy fiera, pareces enfadado.

—No te preocupes por eso. Solo debe importarte cómo sobrevivir a mí.

Ahora sí logró verlo, envuelto en un aura blanca, con su reluciente Cygnus acompañándolo, cargando el cuerpo de Shun en los brazos. Su rostro demostraba fuego y hielo mezclados, y sus ojos derramaban lágrimas que se congelaban al caer.

 

 


[1] Scarlet Needle, en inglés.

[2] Restriction, en inglés.

[3] Crimson Needle, en inglés.

 

***

Spoiler

 

Este es Milo. No me crucifiquen, no lo hice con muchas ganas, lo admito, y por eso esos fallos por ahí y por allá, no me dieron ganas de rehacerlo ni nada. Aunque claro, aún no escribía este capítulo cuando lo dibujé, hace ya muchos meses, casi un año, creo, cuando Milo me empezó a agradar xD


Edited by -Felipe-, 20 February 2016 - 14:49 pm.

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#188 Killcrom

Killcrom

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Posted 04 January 2015 - 20:31 pm

Buenas noches, Felipe.

 

Llevo como unas 6 horas y media intentando darte comentario, pero no hay manera. Entre visitas y salidas, al final no he podido. Leí el capítulo hace rato, pero he tenido la pantalla abierta esperando mis palabras todo lo que va de tarde y noche. Ahora es el momento, por fin, a menos que venga a visitarme la exsuegra. Esperemos que no...

 

Vamos a ver, hoy tenía previsto leer "Shiryu 1" (además de otros fics más que no voy a poder. Por si me leen: perdón a Mihca y el resto de users nuevos, porque ya hoy se me ha echado el tiempo encima).

 

Sin más, comento. Espero acordarme de todo lo que te iba a decir... Es broma. Tengo un archivo lleno de notas sobre las que hablar :lol:.

 

0.- He de serte sincero. Al principio del capítulo me he reído. Y mucho. No sé si te alegrará o no que me haya hecho reír una expresión. Te prometo que mi risa ha sido sana y sin malicia, y además, reconozco el excelente recurso que has usado para hablar del cambio de aires de Shiryu. Hablar de cómo China es distinta aludiendo al aire es un recurso que me ha encantado y lo usaré.

 

Pero... Killcrom tiene el romanticismo en el culo y se ha imaginado una situación ridícula (tengo el corazón roto. No esperes mucho de mí). Te la voy a explicar. Insisto: no te lo tomes a mal, porque sé que tu historia es seria. Tan solo lo leí y me acordé de la chinita del restaurante de abajo de casa cuando leí lo de "el viento le susurraba con otro tono de voz". Me dio por imaginarme a esa chinita preguntando "¿qué quele sená? ¿Pollo aglidulse o telnela culi?". 

 

Es una TONTERÍA. Lo sé. Pero mi ánimo estaba revuelto hoy. Reconozco que es un recurso maravilloso, pero por el contexto de mi día a día, me ha hecho reír mucho. Te agradezco ambas cosas: tanto el buen rato como una forma tan hermosa de narrar la diferencia entre países. 

 

Conste que AMO la comida china y japonesa. Y el primero en reírse de mí mismo soy yo. No pretendo ofender. Solo quería compartir este detalle contigo.  :lol:

 

1.- Eso es solo el primer detalle. Después de la idiotez diaria, me he puesto serio a leer. Y hay una frase del segundo párrafo que no me acaba de quedar demasiado clara:

 

"Allí había nacido, lo habían abandonado, había crecido, había aprendido y lo habían enviado lejos" --> Ese "habían enviado lejos" va unido a "allí", ¿me equivoco?

 

Se me hace una expresión extraña el resultado: "Y allí (a China) lo habían enviado lejos". Es un uso muy poético que no queda nada mal, pero llama bastante la atención. De todas formas, creo que tu propósito, marcar la casualidad de que su entrenamiento fuera en China, se cumplió, ¿verdad? De ser así, enhorabuena. 

 

2.- Continúo diciéndote algo positivo, aunque puedes interpretarlo como algo negativo. Según el prisma con el que lo mires. En otros capítulos he captado el tema de la narración desde el punto de vista del protagonista. Sinceramente, hasta la fecha, este es el capítulo que mejor ha sabido llegar al resultado que -imagino- quisieras conseguir. Estoy seguro de que habrá más capítulos tan logrados como este, pero en caso de que dudaras, aquí tienes una referencia de lo que sí hay que hacer. Tiene sus problemillas, pero creo que son más argumentales que otra cosa.

 

3.- Quería hacerte una pregunta sincera, porque se te ve una persona muy dedicada. ¿Has investigado sobre el monte LuShan? Tal y como te refieres al arte del dragón de dicho monte y luego escribes entre paréntesis "LuShanRyu" me hace pensar que hayas podido encontrar algo en la vida real relacionado con ese sitio y el arte marcial. De ser así, me encantaría saberlo, pues sé que Kurumada a veces tiene detalles como ese, que son pequeñas delicias.

 

Plasmarlo en tu obra, en caso de que sea mera ficción, ha hecho que me lo plantee. Creo que plantar la duda en un lector es un punto a tu favor. 

 

4.- El tema de las descripciones es algo que suelo decir mucho. Te salvas porque añades información adicional, pero caes en el mismo recurso del que la gran mayoría de "escribidores" abusamos (permíteme la palabra mal escrita para referirme a aprendices como nosotros).

 

Siempre acudimos a pelo y ojos para describir. Siempre. Comprendo que el pelo sea llamativo, comprendo que los ojos para el anime sean casi esenciales, pero estamos describiendo; esto es un libro (más o menos). Y lo visual nos gana la partida siempre. No podemos evitar pensar en nuestra obra como en un capítulo animado, y nos puede lo visual -insisto-. Al menos a mí me puede. Por lo que leo en tu historia, a ti también. 

 

¿Qué quiero decir con esta parrafada? Que estamos escribiendo; que tenemos miles de formas de evocar distintas al mero sentido de la vista. En el anime o en cualquier película, lo que destaca es el aspecto. Ves a un personaje y sabes que es el protagonista o un tipo importante. Pero no tenemos esa facilidad al escribir. Sí tenemos, en cambio, otras posibilidades: el olor, el tacto (como bien describías con el viento *jamás podré ver a la camarera del restaurante de abajo igual*)... ¿Cómo huele la cabellera de Shiryu? ¿De qué material es su traje? ¿Cómo suenan los sollozos de Seiya más allá de sus lágrimas? Y en una narración como la tuya, ¿qué siente el protagonista o qué parecen sentir los demás? Esto sí lo llevas mucho mejor.

 

Y conste que yo soy el primero que va a lo sencillo: digo "Iskandar llora". Nunca digo "Iskandar sintió agua salada en la comisura de los labios". Ahora, inserta ambas fórmulas en contexto: ¿cuál evocaría más? 

 

Hasta aquí llega esta monserga (si es que soy alguien que pueda permitirse el lujo de dar sermones, que tampoco lo creo). Paso al siguiente punto. 

 

Pero antes, resumamos: hay que usar todos los recursos que ofrece el arte de la escritura. 

 

5.- El tema de las introspecciones de Shiryu. Creo que en este capítulo lo haces muy bien. Comienzo por el pequeño matiz de "no querer meterse en problemas ajenos... a menos que haya alguien involucrado y pueda sufrir daño". Bien. Muy bien. Una posición que reafirma a tu personaje más adelante. 

 

Luego vienen los aforismos que seguro Shiryu aprendió de su maestro: "para los grandes sentimientos, grandes consecuencias", o "lo que provoca temor, atrae".

 

La única crítica aquí es que recurres mucho a la palabra del maestro como fuente de sabiduría. Parece que es la identidad de tu Shiryu. A menos que haya sido esa tu intención: mostrar a un Dragón que aunque sea sabio, lo es por las palabras de su maestro y no porque sea capaz de pensar por sí mismo. En ese caso, lo habrías hecho perfecto. Casi perfecto, porque la perfección en escritura no existe.  :lol:

 

6.- Hay un par de palabras que por motivos regionales me resultan extrañas. Lo mismo que me preguntabas esta tarde por el significado de "churrete" (según la RAE: "Mancha que ensucia la cara, las manos u otra parte visible del cuerpo") a mí me han parecido raras las expresiones "empuñar un puño" y "el pasto". 

 

La primera de ellas la usas para decir que el personaje cierra los puños. Pero no es un uso neutral. Yo he podido imaginarlo porque este tipo de expresiones me gustan y acabo usándolas como recursos adicionales. Siempre aprendo algo así contigo. De todas formas, quizá sería buena idea, de cara a la presentación más que nada, que aclarases el significado de alguna expresión que quieras utilizar, pero no estés seguro de si es neutral o no. Ya te digo: no es necesario. Yo no lo hago. Solo es una sugerencia.

 

Hay veces en las que queremos utilizar ciertas expresiones o palabras, pero no nos atrevemos porque sabemos que son solo de nuestros países. ¿Por qué censurarnos? ¡Tenemos las notas al pie de página! Usemos todo lo que esté a nuestro alcance. 

 

La segunda expresión era "pasto". Al parecer, con esta palabra te refieres sencillamente a la hierba. ¿Es correcto? En España el pasto es hierba también, pero como palabra, se emplea como comida de animales. Es muy chocante leer que en la casa de Saori hay comida para animales. Puedo hacer el esfuerzo de utilizar el diccionario o el sentido común, como he hecho.

 

De todas formas, sí te "recrimino" que hayas escrito: "la sangre manchó rápidamente el pasto de la mansión". Si no recuerdo mal, estaban en el jardín. Quizá deberías haberlo recordado. Es de sentido común, sí, pero una aclaración nunca viene de más. Puede que esta sugerencia te la haga por mi abuso de la narración. Eres libre de seguirla o no. 

 

7.- Seguimos con más cosas. En concreto, la expresión "la mansión Kido se encontraba al interior de un frondoso bosque". ¿Qué tiene de raro? En realidad, nada. Gustos personales. Siempre he preferido más "en+el" que "a+el (al)". No hay motivo, y según en qué contexto, una es más correcta que la otra. Hay casos neutrales como este donde me resulta más legible "en el". Minucias.

 

Simplemente opino sobre estos pequeños detalles porque lo demás lo dominas perfectamente. De hecho, la puntuación en este capítulo me ha parecido más organizada. 

 

8.- Otra expresión que no es ni tan siquiera incorrecta pero que me suena mal: "Los muros exteriores de la Mansión eran muy grandes y macizos". Quizá sea porque estás usando el punto de vista de Shiryu. Él no debería tener esa certeza. Quizá habría sido más apropiado lanzar una conjetura como "eran muy grandes y parecían macizos". 

 

9.- Tontori: Sigue igual. No pienso ni llamarla por su nombre. Creo que la plasmas igual de tonta que es en la obra clásica. ¿No hará nada útil?  :unsure:

 

Entiendo que  tu historia es un remake fiel al original. Pero compréndelo: tengo ganas de ver a Saori meterle la flecha a Tremy por el c**o, hacerse una gaita con los pulmones de Saga, limpiar el suelo con Julián Solo, y el báculo... bueno, encajaría bien en cierta parte de Hades. No creo que puedas cumplir este deseo... Ni un poquito, ¿no?  :unsure:  

 

10.- Falta una tilde en un pronombre. Es un dedazo sin importancia: "Les pregunté que han hecho". Tu propio personaje lo dije "les pregunté". Y los pronombres, en preguntas directas o indirectas, han de ser tildados.

 

_____________________

 

Todo esto son apreciaciones de ortografía y estilo. La verdad, es lo único en lo que me siento más o menos útil. En cuestiones argumentales, no sabría muy bien qué decirte. 

 

11.- Estás llevando bien esta parte. Incluso has ofrecido el Jabu VS Shun del manga (creo que era un combate de las "galacsian wars", ¿no? Debo reconocer que aunque Jabu tuvo su momento en el capítulo anterior, no me ha gustado verle humillado tan pronto. Es que cumplimos años el mismo día y siento cierta afinidad por él.  :unsure:

 

Aprovecho para preguntarte... ¿harán algo los bronces secundarios? Responde tan solo si no es mucho spoiler. 

 

Por otro lado, ¿Shiryu recordó a Shunrei al ver a Shun? Me parece que va a haber cambios en la casa de Libra, ¿no? Me dice Rexomega que ya vas por Escorpio. Eso significa que ya has escrito La Escena, ¿verdad? ¡Dios! Me encantará ver cómo afrontas algo tan incómodo como eso. 

 

12.- Para concluir, ¿qué técnica les has dado a los masillas negros estos? ¿No es demasiado potente como para doblegar incluso a santos de bronce? Me resulta interesante: parece una versión ¿alternativa? de la técnica de Fénix. Espero que des explicaciones. 

 

En resumen, un buen capítulo. Siento que narras poco y que la acción transcurre muy rápido. Lo haces bien, esto no es ninguna crítica. Es parte de tu estilo. A pesar de todo... me gustaría ver más de tu arte narrativo.

 

Hay partes en las que escribes genialidades y otras en las que no acabas de cuajar bien la descripción. Quiero ver cómo te enfrentas a un capítulo de transición o de introducción a algún lugar donde haya mucho que describir.

 

Sí, quiero verte al 99% de tu potencial. Si por casualidad fueras una chica, añádele un "en bikini"  :lol:.

 

Siento hacer estos reviews-ladrillo, pero creo que aunque te señale tonterías y minucias, si no lo hiciera, no estaría siendo honesto contigo. Hay cosas en las que eres muy bueno, pero otras -la puntuación- las tienes que mejorar. Confío en que con el tiempo mejores eso.

 

Estamos en periodo de aprendizaje. Siéntete libre de decirme todos mis defectos, porque si no, esto no tiene más sentido que aumentarnos el ego. 

 

Un abrazo y feliz año. ¡Hasta muy pronto!  :s45:

 

PD: Siento las partes que se ponen rojas y blancas al pasar el ratón. El foro me trolea. 


Edited by Killcrom, 04 January 2015 - 20:46 pm.

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(Parte 3 de 3)

Publicado: ?? de ? de 2018


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Posted 04 January 2015 - 20:52 pm

Buen capítulo, y a diferencia del anime, Milo ni siquiera se esforzó contra Seiya y Shiryu, ya que en el anime se lleva una cortada en la cara. Ahora quiero ver que pasa con Hyoga. Saludos!



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Posted 04 January 2015 - 23:01 pm

se ve que seiya aun no perdona al  anciano Kido XD

no es necesario que digas que no te agrada milo se nota cuando lo dibujastes ,esa cara que le pusistes XD

sobre el capitulo es paradojico que uno  de los dorados considerado como de nivel bajo en el anime en tu fic demuestre un gran poder no digo que este mal ,yo siempre he pensado que la mayoria de los dorados que custodiaban las 12 casas podrian a ver eliminado a los protas de haber luchado en serio desde el inicio

 

esperando el proximo capitulo donde lucharan el pato y el bicho el cisne y el poderoso dorado

 

Spoiler

 

 


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Posted 05 January 2015 - 18:28 pm

Me gusto la descripción

#192 -Felipe-

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Posted 06 January 2015 - 18:35 pm

Buenas noches, Felipe.

 

Llevo como unas 6 horas y media intentando darte comentario, pero no hay manera. Entre visitas y salidas, al final no he podido. Leí el capítulo hace rato, pero he tenido la pantalla abierta esperando mis palabras todo lo que va de tarde y noche. Ahora es el momento, por fin, a menos que venga a visitarme la exsuegra. Esperemos que no...

 

Spoiler

Gracias por tu habitual review, Killcrom, aunque como vas leyendo los primeros capítulos no sé si lees mis respuestas. Me disculparás por hacerlo en spoiler, pero es para que no quede tan largo junto a la publicación del capítulo de hoy.

Spoiler

 

 

Buen capítulo, y a diferencia del anime, Milo ni siquiera se esforzó contra Seiya y Shiryu, ya que en el anime se lleva una cortada en la cara. Ahora quiero ver que pasa con Hyoga. Saludos!

Sí, aquí Milo es badass xD

 

se ve que seiya aun no perdona al  anciano Kido XD

no es necesario que digas que no te agrada milo se nota cuando lo dibujastes ,esa cara que le pusistes XD

sobre el capitulo es paradojico que uno  de los dorados considerado como de nivel bajo en el anime en tu fic demuestre un gran poder no digo que este mal ,yo siempre he pensado que la mayoria de los dorados que custodiaban las 12 casas podrian a ver eliminado a los protas de haber luchado en serio desde el inicio

 

esperando el proximo capitulo donde lucharan el pato y el bicho el cisne y el poderoso dorado

 

Spoiler

Lo sé, y Shura es el único que no he puesto, y créeme, no me quedó mucho mejor que el bicho escorpión. Sobre la mafia... he oído cosas, y he solicitado cosas a los grandes jefes, pero nada del otro mundo XD

 

Me gusto la descripción

Muchas gracias, me alegra que mi fic sea el primer comentario de alguien en el foro :)

 

 

 

Muy bien, ya con los comentarios respondidos, vamos con el siguiente capítulo. El ganso es el protagonista.

HYOGA III

 

Un calor eléctrico, como el que da una ampolleta encendida. Sería molesto normalmente, pero fue refrescante. Su cuerpo recuperaba paulatinamente energías y movimiento —¿lo habían paralizado?—. Los músculos también retomaban ímpetu.

Lo último que recordaba era la postura de Ejecución de Aurora de Camus, su maestro de Acuario, y luego dejarse morir. Pero si había muerto, ¿por qué sentía ese calor tan vivo?

—¿Las cadenas de Andrómeda? —preguntó en un débil susurro que nadie oiría, abrió los ojos y se encontró en el Templo de la Balanza. Apoyado contra uno de los hermosos pilares con diseño asiático del palacio, notó las armas rosáceas de su compañero atadas a sus brazos y torso, liberando brotes breves de electricidad de sus eslabones.

Shun estaba tirado boca abajo en el piso, a unos metros. Su Cosmos se había apagado tras una explosión. Además, el resquicio de una baja temperatura azotaba el aire... Sacó conclusiones.

—¡Shun! ¡¡¡Shun!!! —gritó, sin obtener respuesta. El joven que decía odiar las peleas estaba inmóvil, su corazón no latía, como si hubiera recibido la peor de las palizas. Pero Hyoga sabía que no era el caso. Lo había tratado de asesinar, igual que a los demás, con quienes compartió parte de su niñez. Los atacó, congeló y dejó a su suerte, mostrándose arrogante y superior hasta que Camus le enseñó la verdad. Su verdad: era un sentimental que conservaba tan cálido el recuerdo de su madre como el Cosmos de Shun en su cuerpo, y lo convertía en un blanco fácil.

Lo trataron de asesinar, y Shun lo salvó. Camus lo congeló, y Shun canalizó su calor humano a través de las cadenas para devolverle la vida y una oportunidad más de pelear. Se rindió cuando peleó con Camus, se consideró más débil que los demás y decidió abandonar a Seiya, Shiryu, Shun..., y a Atenea. Pero por más que detestara las acciones de su maestro, había algo que le enseñó muy bien, algo que no volvería a olvidar.

«Cumpliré mi deber».

 

16:55 p.m. del 11 de Septiembre de 2013.

—¿Sobrevivir a ti? No puedo creerlo, ningún Santo de Bronce puede ser tan estúpidamente arrogante —advirtió Milo de Escorpio, mirándolo de arriba a abajo como si lo estudiara—. Debes ser el que Camus dejó congelado en el Templo de la Balanza, ¿cierto?

—Sí.

—¿Cómo sobreviviste?

Hyoga miró a sus compañeros, los que estaban en el suelo con hemorragias en el pecho y abdomen, y también a aquel que sostenía en brazos, agonizando. Pudo sentir como todos lo ayudaron mientras dormía.

—Gracias a ellos —reconoció. Camus se habría quedado callado, pero debía aprender de una vez que él no era Camus. Nunca sería Camus.

—¡Hyoga! —dijo Shiryu.

—¿Y Shun? —preguntó Seiya, olvidándose de sus heridas. Esa debía ser la amistad involuntaria formada por la experiencia.

—Ofreció su vida para salvarme.

—¿¡Qué!?

—¿Shun murió?

—¡Ni lo piensen! —Sintió que se le humedecieron los ojos, pero no importó. No debía importar. Esos tres hombres, esos tres Santos de Bronce, lo salvaron. Se preocuparon por él, como lo hicieron su madre, su maestro, Isaak... y él trató de matarlos. Qué mal los había juzgado. —Llenó mi corazón congelado con el calor de su Cosmos, estoy más vivo que nunca. Gracias a ustedes, pero a él, más que nadie.

—¿Y qué? ¿Le darás tu Cosmos de vuelta? —preguntó el Escorpión, medio burlesco, medio en serio.

—Él es fuerte —replicó Hyoga, sin ánimos de meterse en una discusión que no llevaría a ninguna parte—. Demostró ser mejor que yo, sanará pronto. Así que mientras su corazón lata haré todo lo posible por él, incluso si lo tengo que cargar hasta el Templo Corazón yo mismo. Pero...

—¿Pero? —inquirió Seiya tras su pausa. Era confianzudo, pero si alguien se debía quedar ahí peleando, sería él.

—Pero por esta vez, necesitaré que tú hagas eso, Seiya. Tú y Shiryu salgan de aquí y suban hasta llegar con el Pontífice, llévense a Shun consigo. Me quedaré aquí un rato más para matar a este tipo.

—¿¡Qué!? Pero Hyoga, este hombre es...

—¡Ja, ja, ja! Muy bien, debo admitir que me gusta tu espíritu de batalla y tu confianza en ti mismo, eres digno discípulo de Camus —De pronto, Milo cambió la mirada alegre por una penetrante, intimidante y terrorífica—. ¿Pero qué te hace pensar que permitiré a alguien salir de mi casa así como así?

—Shiryu, Seiya, levántense de una maldita vez —dijo Hyoga, haciendo caso omiso de la amenaza—. Son heridas simples, no se queden ahí tirados.

—Es que... —Seiya se tambaleaba, le costaba apoyar las manos con firmeza en el piso caliente del palacio.

—Estamos muy... —Shiryu tenía el mismo problema, la sangre corría como una lluvia desde su cuerpo, por lo que resbalaba.

—¡Arriba! No me hagan repetirlo. Deben hacerlo y demostrar que están por sobre mi nivel, que soy yo el que debe alcanzarlos. ¡Santos de Atenea, arriba! —les ordenó. Y ellos obedecieron.

Dejando un charco escarlata más amplio, quejándose y tiritando, finalmente encendieron sus Cosmos para ponerse de pie. Hyoga le encomendó rápidamente el cuerpo de Shun a Seiya, quien se lo montó en la espalda. Luego les dedicó la mirada más seria de la que fue capaz, y ellos entendieron sus intenciones.

“Confiamos en ti”, le respondieron con un gesto.

—Vayan.

—¿Creen que lo permitiré? —Milo los frenó con la mirada apenas hicieron el ademán de correr. Algo los paralizó de golpe, como si hubieran dañado parte de su sistema nervioso.

—¡Es eso que hizo antes! —alertó Seiya.

—¡La Restricción! —explicó Shiryu, a gritos.

Solo con eso supo lo que tenía que hacer. Dispersó su aire congelante por todo el espacio desde ellos hasta el Santo de Oro, y se concentró en las ondas de energía entremezcladas con el frío y el calor del palacio.

—¿¡Qué demonios...!? —maldijo Milo, pestañeando rápidamente, sin creerlo. Tras los primeros cinco parpadeos, Hyoga y sus compañeros pudieron moverse—. ¿Cómo es posible?

—Largo —animó Hyoga, otra vez.

—Te lo encargamos.

—No vayas a morir otra vez, no tenemos tantas espadas, ja, ja.

—¡No los dejaré ir! —Cuando Milo intentó voltearse, Hyoga concentró todo el aire congelado que había dispersado, y lo enfocó directamente en el Santo de Oro, en cada centímetro de su Manto, en cada poro, y hasta en los mechones de cabello, tal como le había enseñado Camus.

Shiryu y Seiya, con Shun en la espalda, se perdieron en la oscuridad, y solo quedaron dos Santos de Atenea a la luz de la pira flameante.

—¿Un aro de hielo?

—Mi Anillo paralizó tus movimientos, Escorpión. Mientras más te muevas, más se crearán a tu alrededor hasta congelarte completamente. —Para ese entonces ya habían cinco Anillos.

—¿Es en serio? Solo me costará un par de segundos descifrar cómo funciona esta técnica.

Lo sabía. Era poco, y Milo inteligente. Si lo atacaba sería un suicidio.

—Ese es el tiempo que basta para que mis compañeros pasen.

—Ya veo, eres un buen guerrero, Cisne —sonrió de nuevo—, pero también tonto. Me muevo a la velocidad de la luz, no me costará ni un poco llegar a la salida antes que ellos. Son solo insectos de Bronce, no hay forma de que crucen.

Encendió su Cosmos y el ambiente se empezó a calentar, el aire frío regresó a la matriz de Hyoga. Tras un fogonazo, la hoguera ardió tanto que las llamas casi tocaron el techo del primer piso.

—¡Prueba el veneno del escorpión! —De su dedo salió un resplandor rojo al que siguió una flecha ardiente. Recorrió a toda velocidad el Templo del Escorpión y salió por la hombrera derecha de Hyoga en un abrir y cerrar de ojos.

¿Insectos de Bronce, dijo? Cuando abrió los ojos, Milo ya había empezado a perseguir a esos insectos por el corredor.

—No lo alcanzaré —reconoció Hyoga. Pero eso no significaba que no podía detenerlo. Apoyó una mano sobre el muro que tenía a un costado y lo enfrió. Lo enfrió todo.

«Tierra de Cristal...»

—¿¡Qué!? —se escuchó el quejido incrédulo de Milo, lejos en las sombras. Luego el quiebre de algo como el vidrio o el cristal... Avanzó unos pasos más, y una nueva maldición retornó.

—¿Pensaste que solo pondría un muro? —le preguntó a sabiendas de que lo oía. Comenzó a sentir el efecto que había pesado sobre Seiya y Shiryu antes, era un dolor intenso como el de una picadura venenosa. Llamas recorrían sus venas y las hinchaban hasta casi hacerlas estallar, pero sabía cómo enfrentarlo. Al menos su cuerpo, que se estremeció cuando se tomó el brazo.

—Mis más sinceras felicitaciones, Santo de Bronce. Lograste que esos dos se me escaparan con tus muros congelados —Al decir la última palabra, el rostro de Milo fue alumbrado por las brasas del centro del salón, las que volvieron a su vigor normal, y aunque permanecía su sonrisa, en sus ojos se reflejaba el orgullo herido.

—No... Pudiste continuar... —dijo Hyoga, intentando que el temblor en su voz no fuera notorio.

—Sí —admitió su oponente—. Pero eso habría hecho inútil tu esfuerzo, el cual como dije, fue digno de felicitaciones. Honré eso.

—Fallaste a tu deber.

—Estamos en guerra civil, las obligaciones cambian un poco en estos casos. Mi deber es que nadie llegue al Templo Corazón, y créeme que será muy difícil que esos dos pasen de Sagitario. Mi Aguja Escarlata daña el sistema nervioso de forma progresiva. —Sonrió perversamente, como se le hacía natural—. Perderán la vista y la audición en el camino, y finalmente morirán en la casa del Traidor.

—¿Aguja... Escarlata?

—Sí, lo que te lancé cuando hiciste tu truquito de magia. Me sorprende lo bien que lo has resistido, de verdad eres alguien muy peculiar.

 

Milo lo observó con intensidad nuevamente, como si hurgara dentro de él, a la vez que agudizaba sus sentidos para oír, sentir y conectarse con el flujo del Cosmos de mejor manera. Tras unos segundos ya lo había descubierto.

—No. Es otra cosa, lo que utilizaste para repeler mi Restricción, ¿cierto? Tu aire frío interno suaviza el calor de la Aguja Escarlata —captó el Escorpión, y como respuesta, Hyoga soltó un irritante quejido que se estuvo guardando mientras su frío trabajaba en su brazo—. Sí, imagino que aun así duele. Lo peor es que puedo lanzar esta técnica varias veces, ¡mira! —Enfocó el Cosmos en su uña, de dorado tornó a rojo, y volvió a disparar otra ráfaga.

Hyoga la esquivó con dificultades, pero el rayo parecía buscar a su objetivo sin fallar, y le atravesó la espalda tras dos toreos inútiles. El dolor fue tal que casi se desmaya, y eso antes de estamparse de cara contra el piso caliente.

Apenas podía articular, Hyoga solo balbuceaba algunos «ah» de cuando en cuando. Se arrastró de espaldas hasta que topó con uno de los muros. El fuego le recorría el cuerpo como si una salamandra se le hubiera metido por algún poro. Era una técnica horrible.

—Mientras más veces recibas la Aguja Escarlata, más te costará usar tu frío interno para disminuir el dolor. —El Escorpión se acercó a él, y preparó el cañón carmesí. Hyoga levantó un muro de hielo tan pronto como pudo.

Pero Milo no arrojó la Aguja Escarlata, sino que conjuró varios proyectiles de rubí que atravesaron como una lluvia de flechas la Tierra de Cristal y perforaron a Hyoga, clavándolo contra el muro. Sintió el sabor de la sangre agolpándose en su lengua. El Santo de Escorpio saltó por sobre los escombros congelados y se quedó de pie ahí, a centímetros escasos de su pierna derecha recostada en el suelo.

—Esas fueron Agujas Carmesí, atraviesan cualquier barrera como si fuera de papel. —Preparó su ataque nuevamente y Hyoga trató de hacerse a un lado, pero las piernas, entumecidas, no le respondieron. A pesar de la barrera glacial en Cygnus, las Agujas la perforaron sin ningún problema, dejando un rastro rojo en su pecho que no pudo contener con sus manos temblorosas, en medio de un combate.

«Debo hacer algo», pensó antes de que un cañonazo rojo lo aplastara contra el muro, atravesándole el lado izquierdo de la cintura. Una saeta más lo hizo cruzar la piedra y lo arrastró hasta otra habitación, donde una mesa con varias manzanas le sirvió de amortiguador. Éstas, tan rojas y limpias como la técnica torturadora, le cayeron sobre el regazo.

—Te ofrecería una de esas, pero dudo que sientas el sabor —se mofó Milo, entrando a la habitación casualmente por la puerta de madera al otro lado—. Con cada Aguja pierdes más la percepción sensorial, y ya llevas cuatro en tu cuerpo, si no me equivoco. La gente resiste una o dos Agujas, máximo, y los guerreros entrenados en el Cosmos, en promedio, unas seis o siete. Aunque esta es primera vez que las uso contra un Santo.

—No me rendiré solo por unos cuantos pinchazos. —Hyoga se tambaleó, pero el frío de su cuerpo seguía relajándolo, aunque no sabía hasta cuándo podría hacer ese truco.

Apenas levantó, lanzó su Polvo de Diamantes sobre la cara de su enemigo. La habitación se enfrió con la niebla que acompañaba la técnica para confundir la vista del rival. Se sorprendió cuando el remate fue un fuerte pinchazo en el esternón.

 

Se le dificultó por unos momentos la respiración, a su cuerpo ya le costaba neutralizar el calor de las Agujas Escarlatas, y seguía con las Carmesí enterradas en sus brazos y piernas, como dagas al rojo vivo. Pero no veía tan borroso como para no notar que había logrado algo: frente a él se erguía una majestuosa estatua de hielo, cuyos colores blancos y azules se mezclaban en una bella danza ante la luz de la fogata que cambiaba los calores naturales del palacio. Milo había sido paralizado con el brazo extendido, su larga uña roja apuntándole había tornado a blanco. Solo una parte de la larga capa se había salvado...

—¡No puede ser!

—Buen intento, Hyoga, muy buen intento... —susurró Milo desde el interior de la efigie azulada. Un brillo tan dorado y caliente como el sol surgió primero como una esfera pequeña de luz a través de un cristal que se deshizo, creció hasta abarcar por completo el cuerpo congelado del Escorpión y emitirse como ondas de luz.

—Su Cosmos... ¡está derritiendo el Polvo de Diamantes!

—Una brisa tan débil no puede congelar un Manto de Oro, y ni hablar de alguien que posee el Séptimo Sentido como yo. —El rostro y pecho de Milo ya eran libres de la prisión congelada, en el primero resplandecía una sonrisa arrogante, y en el segundo un rubí sin una pizca de azul o blanco.

—Debo atacar de nuevo —pensó, pues las palabras no salieron de su boca y su cuerpo se había quedado inmóvil, aunque no reconocía si se debía al frío de su propia aura, de alguna de las Agujas o de... otra cosa.

—Seis o siete suelen aguantar, veamos qué pasará contigo.

Milo esbozó una expresión llena de malicia, y apenas tuvo el brazo libre del hielo que ahora era un goteo tenue, disparó una vez más. Y otra más.

Cavó dos nuevos hoyos en su cuerpo, esta vez en las rodillas. Le levantaron las piernas con tanta fuerza que cayó de bruces en el suelo, rebotó, y Milo le agarró de la barbilla antes de la segunda caída. Sintió el calor de su dedo índice cerca de su estómago y pudo contemplar su rostro con toda claridad por el brillo dorado que emitía. El rostro de un hombre temible que estudiaba la reacción de su rival.

—Van siete Agujas. Aquí los enemigos empiezan a morir o a suplicar piedad. ¿Qué escogerás tú, Cisne?

—M-mientras mis alas v-vuelen, no me rendiré, n-ni suplicaré clemencia —respondió con franqueza. La lengua se le trabó apenas terminó, y su cuerpo ya no emitía frío. Al posar una mano en el suelo, pensó que había roto una tubería, pero pronto se dio cuenta de que ese líquido maloliente era su propia sangre, que manaba desde los siete orificios.

—Muy bien, eres digno de admirar. O quizás un tonto. Pero verás, aunque parece una técnica de tortura, la Aguja Escarlata es piadosa, te concede la opción para que te rindas. ¿Serás un buen Santo de Bronce y bajarás a la ciudadela en la periferia a esperar tu juicio por traición?

—Y-ya conoces... mi respuesta...

—Que así sea —-culminó Milo, y rápidamente se perdió de vista, soltando su rostro. Antes de que se estrellara, sintió el más horroroso dolor de estómago de su vida cuando un misil escarlata lo impulsó hasta atravesar el techo y hacerle impactar contra el del segundo piso.

Sin hacerse esperar, el Santo de Escorpio dio un gran salto a la velocidad de la luz y proyectó sus Agujas Carmesí para clavar al Cisne con tanta fuerza que casi sobrepasa el tejado y sale despedido hacia el volcán.

«No puedo perder así... Aún no logro hacer nada», meditó, mientras en su mente estaba la imagen de Shun salvándolo, y la de Seiya y Shiryu, motivados por su discurso. ¿Qué clase de hipócrita sería si las palabras se las llevara el viento?

—¡Seguiré combatiendo hasta el final! —se oyó gritar, sin pensar. Era lo que clamaba su corazón. ¿Cómo iba a rendirse así como así?

 

Se desprendió del techo propulsado por su aire frío y bajó a toda velocidad al suelo del segundo piso, donde Milo esperaba con paciencia tenebrosa.

—Eres resistente, ¡admiro eso! —Conjuró sus Agujas Carmesí, pero Hyoga ya se había adelantado a su movimiento.

Las pequeñas saetas rojas atravesaron un Cisne de cristal que fabricó para ocultarse y aprovechar el segundo de distracción. Materializó varios otros con su Tierra de Cristal para que el próximo Polvo de Diamantes se potenciara en ellos. Al bajar la temperatura y tras unas volteretas, disparó su técnica a la espalda de Milo.

Éste dispersó gran parte del aire frío con su capa, se volteó y se preparó para ensartarlo nuevamente. Dos proyectiles más en cada pierna que apagaron su truco de alivio interno, por lo que sintió el dolor acumulado de doce Agujas. En el salto, su propia sangre le salpicó a los ojos, así que, ciego por unos segundos, no pudo ver dónde, cómo o cuándo se estrellaría.

Derrumbó un muro e hizo pedazos un armario, dado los pliegues gruesos de abrigos y algunas camisas en su cabeza. Al limpiarse los ojos se encontró con la bota dorada de Milo que lo aplastó a través del piso de piedra. Aterrizó de cabeza a pocos metros de la pira, sobre ropa congelada.

Al mismo tiempo, el calor del aire era insoportable, como la sangre que salía a borbotones y la vista nublada, pero no tanto como el dolor agudo que recorría su cuerpo como insectos picándolo bajo su piel. Era similar al manejo de cristal que los Santos de hielo manejaban, pero que Camus le había prohibido. La tortura no era la manera de pelear de alguien con dignidad.

—Debo... p-ponerme de pie, esto no puede vencerme. —No sabía de dónde sacaba fuerzas, pero se motivó y logró sostenerse al menos unos segundos antes de tropezar otra vez, con una rodilla en tierra, alcanzada por las cenizas.

—Doce golpes, pocos aguantan eso. —Milo se acercó, su Cosmos ardía casi tanto como las brasas, su capa flameaba tras él desprovista de todo tipo de partículas de hielo—. Has demostrado ser más persistente que otros enemigos. —Su Manto, por otro lado...

—N-no me subestimes solo p-por ser de Bronce, E-Escorpión...

—Somos elegidos para portar armaduras de acuerdo a nuestro Cosmos, y eso determina nuestro rango. Así que no es cosa de subestimar o sobrestimar, sino que es un hecho.

—¿Qué estás...?

—Primero está la gran Atenea, invencible e inmortal. Luego el Sacerdote, que ninguno de nosotros podría vencer, cosa que algunos no parecen entender, como cierto par de hermanos —murmuró Milo, lo último más para sus adentros—. Le seguimos nosotros, los Santos de Oro, capaces de movernos a la velocidad de la luz y con control absoluto del Séptimo Sentido. Le siguen los de Plata y finalmente los de Bronce, ustedes. Son inferiores a nosotros porque el destino lo ha indicado así; no los demerito, es simplemente como los dioses lo han decidido.

—¿Y cómo explicas que el número de Plata haya bajado tanto?

—Mucha estupidez junta —replicó, seguro de sus palabras—. Se confiaron demasiado, resultó que tu generación es particularmente fuerte, son superiores a los Santos de Bronce comunes, y los de Plata no lo tomaron en cuenta. Pero yo no soy así: hago lo que debo hacer, nada más.

—¿Acaso nunca has cuestionado la veracidad de las palabras del Pontífice? —preguntó, desafiante. Un poco hipócrita, tal vez, pero no conocía al viejo tanto como un Santo de Oro.

—No me corresponde hacerlo. Mi deber es velar por Atenea.

—¡Atenea es Saori Kido!

—Silencio —sentenció Milo, con calma. Una calma que a Hyoga, entrenado por Camus de Acuario, le pareció bastante fingida—. No es momento de hablar, te daré la oportunidad nuevamente: ríndete y vete, o pierde la vida. Es simple.

—Ja, ja —rio Hyoga, aunque no supo por qué, pero tuvo muchas ganas de reír ante la perspectiva de la muerte—. Incluso si me voy, estas heridas...

—Sí, tal vez te maten de todas formas. Hay un margen de duda, pero... —De pronto, los ojos de Milo brillaron con un resplandor escarlata que indicaba un atisbo mínimo de duda, como si estuviera viviendo cosas de las que desconfiaba.

—¿Pero?

—Te lo advierto. Poseo una técnica más, una que es letal el cien por ciento de las ocasiones.

—¿¡Qué!? —«Imposible, nadie tiene un poder semejante.»

—El astro principal y centro de la constelación de Escorpio. La Antares[1]. —Su voz resonó como un eco a ritmo con las llamas de la hoguera que se mecieron y elevaron en un breve tornado.

—¿Antares?

—Para crear una técnica así, me juré que solo la utilizaría contra aquellos que se ganaran mi respeto, recibiendo y aguantando catorce Agujas Escarlatas antes, ya que en mi constelación guardiana arden quince estrellas. Pero viendo tu estado y rango... es muy difícil que ocurra.

—Me tiene harta tu arrogancia, Escorpión. ¡Mi Polvo de Diamantes acabará contigo! —Desde el suelo, sobreponiéndose al dolor del brazo, disparó su técnica favorita aliviándose con el poco hielo que pudo acumular en su hombro.

—¿Estás loco? ¿Cuántas veces tienes que lanzar esa brisa de aire fresco para darte cuenta que no funciona contra mí? —Levantó la mano abierta y detuvo por completo la ráfaga congelada. El ataque agitó su capa y sus cabellos sin congelar un ápice del rostro—. ¿¡Te está ganando la desesperación!?

«No. Nunca me desespero.»

—¿Crees que dispararía tantas veces para nada?

—¿Qué cosa? ¡Imposible! —gruñó Milo al bajar la mirada.

Sus pies habían sido cubiertos por una gran capa de hielo, un glaciar de hielos eternos que, como reflejaron sus maldiciones, no pudo derretir como antes.

Se estremecía de un lado a otro, pero el hielo no cedía. Había acumulado demasiado en las botas como para que se rompiera con tanta facilidad. No sabía cuánto aguantaría hasta resquebrajarse por el calor de la armadura de Oro, quizás un minuto, pero era todo lo que requería. Hyoga invocó el soplido de los vientos del norte y sus bríos.

—Te atrapé. ¡Recibe la técnica más poderosa del cisne que vuela sobre los cielos de la aurora! ¡El Tornado Frío! —Ante el rostro perplejo de Milo, los vientos alcanzaron su presión máxima y se arremolinaron en su puño antes de destrozar el glaciar en los pies de Milo, cuando el impulso del huracán helado arrastró al Santo de Oro hasta perderse más allá del Templo del Escorpión.

Las heridas de doce agujeros hicieron que Hyoga se desplomara en un charco de su propia sangre escarlata. Más agotado que nunca, con su único ojo abierto en las flamas bailarinas, se preguntó si Camus se enojaría por hacerlo esperar.

 

 


[1] Una de las cuatro estrellas más brillantes del cielo, distinguida por su tono rojizo. Su nombre significa «opuesto a Ares», en griego.


Edited by -Felipe-, 20 February 2016 - 14:50 pm.

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Posted 07 January 2015 - 21:33 pm

Has creado un Milo más duro que el original. Me gusta su actitud, no lo encuentro más arrogante que otros santos de oro. Aquí Hyoga disparó su máximo poder 2 agujas antes de Antares, me imagino que tienes tus propósitos. Saludos, espero la culminación de esta pelea!!



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Posted 08 January 2015 - 09:20 am

me alegro la pelea pero no creo que el bicho escorpion haya sido derrotado tan pronto

 

esperando el prox capitulo


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Posted 13 January 2015 - 13:07 pm

Gracias por los comentarios. Como ven, Milo no ha sido derrotado.

Y el siguiente capítulo, debo admitirlo, fue sacado de la manga. En todos mis planes previos a escribir el fic, e incluso mientras lo hacía, jamás tuve en mente escribir un capítulo desde el PdV del escorpión. Fue algo imprevisto, nunca lo consideré (o si lo hice, me deshice de esa idea al instante), pero aquí está, un capítulo que era originalmente de Hyoga. Me agradó.

 

MILO

EL JUICIO DEL RUBÍ

 

17:30 p.m. del 11 de Septiembre de 2013.

¡Qué golpe le dio! Casi le quiebra la barbilla en dos. Vio por unos momentos la montaña en la que su palacio estaba metido, majestuosa, ardiente, tan imponente e invulnerable, decorada con pequeñas estatuillas de escorpión, blancas como marfil.

Sintió el blanco Cosmos de Cisne descender bruscamente hasta casi apagarse completamente tras el remolino. Milo sonrió mientras los rayos del sol atravesaban las nubes negras que horas antes habían dejado caer una sonora e inesperada lluvia torrencial. En medio del aire se preguntó cuál era la motivación de los Bronces para luchar sin rendirse contra hombres tan superiores a ellos. Los Santos de Oro debían ser inalcanzables, pero ellos querían creer en alguna especie de milagro.

Milo bajó la mirada, quitó sus cabellos de los ojos y notó que Hyoga le había volado el yelmo con su Tornado Frío. Un espléndido truco, aunque innecesario. «Un milagro, ¿eh...?».

Lo quisiera creer o no, Hyoga y sus compañeros lograron impresionantes hazañas en poco tiempo. Acabaron con las Sombras sin alma ni orgullo de Reina de la Muerte, incluyendo a su líder, a pesar de que Seiya de Pegaso acababa de obtener su Manto —había presenciado su batalla contra el discípulo de Shaina de Ofiuco—. Vencieron a cada Santo de Plata que se les puso por delante, incluyendo a hombres cercanos al límite con el Oro, como Algol de Perseo o Sirius de Can Mayor.

Y aunque fuera difícil de comprender, consiguieron pasar siete de los doce Templos del Zodiaco. Claro, Muu y el anciano maestro no iban a ofrecer problemas, pero ¿qué había de los otros?

«El imbécil despreciable de Aiolia dejó a Seiya en pésimas condiciones, como si hubiera luchado con la intención de torturarlo». Eso no era su modus operandi. Pero Pegaso seguía vivo, así que no imaginaba que podía haber pasado en el Templo del León. «DeathMask perdió la vida con todas las de la ley. Aldebarán parece que se rindió, es demasiado gentil ese hombre... y no hay rastros de los Cosmos de Saga o Shaka». No entendía... o no quería entender lo que sucedía.

Milo de Escorpión siempre sospechaba de todo y de todos, pero nunca era elocuente al respecto. Su deber era pelear sin cuestionar, así que al menos debía dar la impresión de que era el soldado perfecto. Antes de descender, lanzó una última mirada a la Torre Meridiano, eternamente cercana en esa dimensión. Cruzó ambos agujeros en el palacio y bajó a metros del Santo de hielo, el discípulo de Camus, con quien había trabado cierto respeto mutuo durante la guerra con los titanes diez años atrás. Hyoga de Cisne tenía casi tanta frialdad en la batalla como el amo del hielo, pero a diferencia de este, un corazón latía en su pecho.

Cisne gemía y murmuraba algo inentendible, de boca sobre un lago rojo.

—¿Sigues vivo? —«¿Por qué aún tienes esperanza de ganar si la lógica te dice lo contrario? Para obtener la victoria necesitarías ayuda divina».

—T-te dije que... e-estas heri... das... no m-me detendrán...

—No seas tonto. —Notó en su tono de voz una ira que no pudo controlar, estaba incómodo con la actitud del Bronce—. La única razón por la que lograste conectar tu golpe fue porque me encerraste en el hielo. Aunque me elevaste alto, no es un poder suficiente para vencer a un Santo de Oro. Apenas puedes moverte. Si te levantas, las heridas se abrirán, empeorarán, y en pocos segundos perderás toda tu sangre. —No entendía, ¡no entendía nada!—. ¿Para qué sigues, entonces?

—Puedo... vencerte...

No eran palabras vacías, Hyoga de Cisne creía firmemente en que era capaz de derrotarlo, aunque no imaginaba de dónde venía la idea. ¿Era orgullo? ¿Era tan soberbio como un Santo de Oro? ¡No!

—No te levantes, no tiene caso.

Hyoga se agarró de la malla espinosa que rodeaba la hoguera y la congeló sin problemas, casi por casualidad. Al erguirse, lanzó un estruendo de suplicio.

—¡¡¡Ahhhhhhhhh!!! —La sangre empezó a chorrear como si saliera a presión, los muros cercanos se tornaron rojos, y la pira despidió un vapor vivo al contacto con el líquido. Aun así, Hyoga se mantuvo de pie.

—Terco, ¿cuántas ganas tienes de morir? Sabes que es inútil. —Descargó una Aguja Escarlata más, directo en su pierna derecha, presa de la furia y la ignorancia.

Hyoga se tambaleó pero ni siquiera dobló las rodillas. Su piel perdía color rápidamente, pero sus ojos ardían con un fuego helado, llamas azules que emanaban ciega determinación y firme confianza.

—Nunca será inútil si sigo vivo. —Se golpeó la pechera manchada de Cygnus, y algunas lágrimas se agolparon en sus ojos encendidos, que brillaron como zafiros—. Mis compañeros se arriesgaron mucho por mí, así que no me rendiré así como así. ¡Y todavía tengo que darle un puñetazo en la cara a Camus!

—¿A tu maestro? Soy yo tu oponente, ¡nunca desprecies a quien tienes en frente, insecto! —reprendió con el orgullo tocado, y poco control. ¿Qué le ocurría?

—Son lo mismo para mí, personas a quienes vencer. Demostraré ante todos que soy un digno Santo; si me dieron la nueva oportunidad de vivir la aprovecharé sin dudar, ¡así que si no quieres morir hazte a un lado! —Trató de darle un puñetazo debilucho que Milo esquivó dando un paso al costado, sin dar crédito a sus ojos.

Hyoga se preparó otra vez...

—¡Estás delirando! —Una nueva flecha salió del arco dorado de sus brazos, subió por uno de los boquetes del techo y descendió voraz por otro. Cuando le atravesaron la pierna izquierda, Hyoga fue arrastrado hacia el fuego, y con reflejos sorprendentes descargó una intensa corriente fría sobre la pira para instintivamente impulsarse hacia el techo, con el que chocó estruendosamente, dañándolo más aun. Aterrizó a espaldas de Milo.

—Te... venceré, te venceré... te... —repetía una y otra vez. Su Cosmos subía, podía notarlo, se incrementaba y su temperatura bajaba, pero no le quedaba mucho tiempo de vida, sin hablar de la sangre. Aunque lograra el milagro de vencerlo, nunca podría salir del...

«¿Vencerme? Este chico...»

—¡Hyoga, ya basta! —Afiló su uña índice, y enfocó allí todo su fuego. Ya era obvio lo que ese tipo quería hacer—. Cuando una persona logra aguantar catorce de mis ataques, se me es permitido arrojar la Antares, ¿acaso deseas eso?

Hyoga respondió con un silencio y una mirada desafiante. No podía modular con facilidad, tenía la piel pálida, sus labios estaban azules y sus brazos pendían a sus costados. Pero era su mirada la que solo se intensificaba, le indicaba que confiaba en una posibilidad de victoria, o incluso en una certeza.

—Tienes la opción de rendirte o seguir torturándote con más de mis Agujas Escarlata y Carmesí —añadió, intentando que desistiera, a Milo ya le era difícil pelear con un niño así… ¿Acaso buscaba su lástima? ¿Ese era su plan?—. Pero también tienes una tercera opción: morir.

Anta... —susurró, pero Milo hizo como que no lo había oído.

—¡Antares es el golpe final, con un índice perfecto de fatalidad! Quienes lo reciben sufren una tortura infernal de 60 segundos, que acaban en la explosión del corazón en un vórtice de fuego, pereciendo sin posibilidad de evitarlo. —Su voz era furiosa, no podía asumir que un Santo de Bronce estuviera ganándose esa opción, muy pocos en la historia habían llegado a ese punto—. ¿¡Eso es lo que quieres, bastardo!? ¡No seas terco y ríndete de una cain vez!

Hyoga era una cascada humana, de aguas rojas que brotaban a presión desde catorce orificios en su cuerpo.

—Haz lo que quieras... T-te acabaré. —Encendió su Cosmos. El muy tonto encendió su Cosmos blanco, ya tibio, sin manchas de sangre como su cuerpo. No debía ser capaz de ver ni oír bien, le faltaría el aire y pronto perdería cada gota de sangre en su interior. Él era... era...

 

«Orgulloso», concluyó. Decidió decirle algunas cosas y recuperar la calma en el proceso. Solo una cosa se le ocurrió.

—Camus... te perdonó la vida.

—¿Q-qué dices?

—Él pensó que aún te faltaba mucho para estar a nuestro nivel, y por eso te alejó de la batalla con su Ataúd Congelante[1]. Te perdonó la vida esperando que después de unos siglos fueras capaz de enfrentarte a nosotros y ser un hombre digno, un verdadero y frío guerrero de los hielos. Confiaba en que algún día serías capaz de salir de ese Ataúd Congelante por ti mismo.

—Camus...

—Si te perdonó la vida es porque es tu maestro y te tiene estima. Por eso, en su honor, también te otorgaré esa opción. —Milo le dio la espalda y se alejó a cortas zancadas, sabiendo que la mentira de que Camus realmente había hecho algo por él lo haría recapacitar—. Vete de aquí, Hyoga, y vuélvete más fuerte. En unos cuantos días de reposo serás capaz de recuperarte de tus heridas, siempre y cuando te vayas ahora mismo y contengas la hemorragia, tal vez en Rodrio.

Milo jamás pensó que se equivocaría tan rotundamente.

—No necesito su piedad —resonó la voz de Camus en los labios de ese niño rubio, fue idéntica—. Ni la tuya ni la de maestro, ni la de nadie.

—¿Qué demonios...? —Se volteó al sentir el poderoso Cosmos que emanó de la ira del Cisne, uno al que no se acercaría ni en sus sueños unos minutos antes.

—¿Crees que simplemente iré a descansar, o esperar en un cofre congelado a que haga quien sabe qué cosa? ¡No voy a tomar la vía de mi maestro ni hacer todo lo que diga! —Los vientos del norte soplaron otra vez desde su cuerpo como si en el palacio se metiera a la fuerza una tormenta, lo que significaba que intentaría una vez más su Tornado Frío.

—¿Es en serio...? —se preguntó Milo en voz alta. Ese chico era más que orgulloso, y más que un Santo de Bronce. Era mucho más.

—No me alejaré de la batalla mientras mis compañeros pelean sin descanso. Les debo mucho, y les pagaré con sobrevivir—. En vez de lágrimas, en su rostro se formaron trazos de cristal congelado, aunque su sangre abandonara por completo su cuerpo debilitado—. ¡Deseo vivir junto a ellos, seguir luchando por la paz en esta Tierra, como Santos de Atenea, juntos!

—Hyoga... —Milo hizo vibrar su Cosmos y lo proyectó arriba, tratando de alcanzar el del amo de los hielos—. Ya veo, con que es así. ¿¡Oíste!? Oye, Camus, ¿lo oíste? —preguntó, alzando la voz, y el Santo de Acuario contestó con aportar su aura... Parecía llevar mucho rato vigilándolos—. Para Hyoga es una vergüenza y un insulto rendirse, o que yo le perdone la vida. Demostró que me equivoqué: no por ser un Santo de Bronce se es una cucaracha, algunos pueden llegar a ser verdaderos Santos de Atenea, el rango no interesa.

»Este hombre está a nuestro nivel. ¡Hyoga de Cisne se ganó completamente mi respeto, se hizo merecedor de tu orgullo! ¿No es así? ¡Es un verdadero Santo que en esta batalla he llegado a admirar! Y por eso... —Milo alistó el golpe definitivo, la furia del ataque rojo al centro del escorpión celestial en su uña carmesí—. Por eso es que acabaré con él con todas mis fuerzas. Le arrojaré Antares, Camus, porque ese es el final digno que merece un guerrero tan orgulloso como el Cisne, y como sabes, al recibirla morirá en unos segundos.

Camus no emitió ni un sonido, pero esperó pacientemente, muy atento.

—Prepárate, Milo. —Y Hyoga seguía sin rendirse, avanzó hacia él con pasos torpes y lentos, pero los vientos eran bríos cada vez más bruscos. Su Tornado Frío sería su último intento por lograr un milagro.

 

La hoguera se estremeció y su fuego ascendió como la erupción de un volcán activo cuando Milo abandonó el piso que se desintegró y corrió hacia su oponente a toda velocidad. Se enfrentarían en un último impacto, y no iría fácil, lo golpearía con todo su Cosmos, como se hace con aquellos dignos de respetar por toda la historia. No le mintió a Camus, Hyoga de verdad... ¡Ese chico...!

De repente el Cisne bajó la guardia. En menos de un parpadeo de tiempo, los vientos tormentosos se detuvieron y la temperatura subió de golpe. Milo logró ver el puño de Hyoga lleno de partículas de cristal, también cambió su postura al doblar las rocillas e inclinarse. Un movimiento tan innecesario y lento solo facilitaría su obvia muerte. ¿Por qué haría una tontería así en su último suspiro? ¿O fue resultado de la ausencia total de fuerzas físicas?

«Al menos lo intentaste, Hyoga, y admiro eso».

Enterró el dedo justo entre el pecho y el ombligo, al centro del escorpión. Cisne soltó un suspiro desvanecido y se desplomó en el suelo ardiente, de espaldas. Una lluvia de ceniza cayó sobre él, fruto del despliegue de energías tan cerca de la hoguera, pero Hyoga no emitió queja alguna. De ningún tipo.

La Antares era el clímax tortuoso de la técnica maestra de Escorpio. Durante un minuto completo, el oponente sufría todo el dolor acumulado y amplificado de los catorce ataques previos, y al final el oponente perecía en angustia. Sin embargo, las víctimas jamás aguantaban esos sesenta minutos. El dolor era tan horrible que morían al cabo de diez o quince segundos, a lo más.

Era parte de la batalla a la que ambos accedieron, así que no aliviaría su sufrimiento por lástima.

—Luchaste con valor, Hyoga. Muere rápido para que no sufras más. Ríndete. Llamaré a uno de mis sirvientes para que te lleve al cementerio del Santuario y te entierre ahí como mer... pero qué... ¿¡Qué demonios es esto!?

Pensó que se le saldrían los ojos de la sorpresa, pero nunca esperó algo así: tenía nubes de energía congelante en varios puntos de su cuerpo, sobre Scorpius. No lucían al azar, las contó y se dio cuenta con horror de que eran exactamente quince puntos, los mismos que usó sobre Hyoga, exactamente en las mismas zonas que la Aguja Escarlata había acertado.

Milo solía disparar sus primeros golpes imitando la posición de las estrellas en la constelación de Escorpio como si estuviera proyectado en el cuerpo humano... El Cisne había hecho exactamente lo mismo en... ¿cuánto? ¿Una décima de segundo, una centésima? «Este hombre me golpeó quince veces sin que me diera cuenta, justo en los puntos estelares de mi constelación», reflexionó con una pizca de miedo que no reconocía.

Hyoga seguía en el suelo, temblando y retorciéndose por el pesar, pero en completo silencio. La laguna de sangre de desparramaba cada vez más, y ya habían pasado diez segundos. Hyoga aún no se rendía a morir... Más aún, se estaba girando. ¡Se estaba arrastrando!

—¿¡Qué haces!? —preguntó Milo, incrédulo. Le quedaba poco menos de un minuto de vida, y aun así trataba de ir a la salida del palacio. Podía acabar con su miseria en menos de un instante, pero estaba inmóvil, perplejo.

Veinte segundos. Ya casi los treinta, y Hyoga seguía reptando hacia la salida de Escorpio, aunque apenas había avanzado un par de centímetros.

«Si llevara un Manto de rango inferior me habría matado con golpes certeros en mis puntos vitales. En el límite de la vida y la muerte, Hyoga despertó su Séptimo Sentido, se movió a la velocidad de la luz, y me superó mi rapidez al conectar la Antares». Pero Milo sabía que para lograr tal hazaña se requería algo especial, algo que le costaba tragarse, una idea que le había asomado por la mente unos minutos antes. Algo que le remecía el cerebro.

Ayuda divina. Estar del lado de un dios... o una diosa. Una verdadera diosa. Si Saori Kido era Atenea, entonces ellos, los Santos de Oro, eran la generación de insectos más despreciable de la historia, mientras que los enemigos, los Santos de Bronce, los héroes más dignos de los registros del Santuario.

Corrió sin pensarlo más hacia el pobre que se arrastraba, se arrodilló junto a él y lo acomodó en sus brazos, quitándole los cabellos de la cara para mirar su cara pálida, sus ojos desorbitados que se forzaba a cerrar, y su mueca desfasada. Y aun así exhibía una férrea determinación en la mirada.

«Te vencí, pero en realidad no obtuve la victoria». Quedaban diez segundos.

—Milo... —musitó, sin apenas respirar.

—Infeliz con suerte.

Tras un movimiento secreto que aprendió en sus primeros días entrenando, le sonrió y clavó su dedo sin Cosmos en su pecho, atravesando la débil armadura de Bronce temperada.

Emitió un quejido débil al pensar que su vida culminaba, pero el color de su piel comenzó a volver poco a poco. Al fin pudo abrir bien los ojos.

—Milo...

—Tranquilo, golpee tu centro sanguíneo. Detuve tu hemorragia, así que en unos minutos, después de beber líquido, recuperarás el flujo normal de tu sangre, así como también el control de tus órganos sensoriales.

—¿Por... qué...?

—No tengo la menor idea. Pero... tal vez deseo ver cuál es la verdad, Hyoga, y dudar. Han demostrado ser verdaderos Santos, así que quiero ver y conocer cuál es su verdadera capacidad.

Hyoga se levantó tembloroso y se acercó dificultosamente hacia la fuga de agua que salía del baño, que se había destrozado durante la batalla. Bebió y sin decir nada más, se dirigió hacia el portón de salida del Escorpión.

En ese momento, Scorpius comenzó a brillar con intensidad y a entonar un grito de guerra que hace años no oía. Se olvidó por un segundo de todo lo que había ocurrido en esa hora.

«Los doce se reúnen... ¿Ahora?».

 

 


[1] Freezing Coffin, en inglés.


Edited by -Felipe-, 20 February 2016 - 14:52 pm.

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Posted 14 January 2015 - 09:41 am

Vencieron a los Santos de Plata, incluyendo a hombres que rozaban el límite con el Oro,  Sirius de Can Mayor y Misty de Lagarto.

 

Que me late que Milo comparte los mismos vicios que Saga Jajaja

 

A parte de eso fue muy emotivo el enfrentamiento,esperando el próximo capitulo 

 


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Posted 14 January 2015 - 13:56 pm

Estoy disfrutando mucho de tu fic! Ansioso por lo que viene :)

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Posted 17 January 2015 - 10:59 am


Vencieron a los Santos de Plata, incluyendo a hombres que rozaban el límite con el Oro,  Sirius de Can Mayor y Misty de Lagarto.

 

Que me late que Milo comparte los mismos vicios que Saga Jajaja

 

A parte de eso fue muy emotivo el enfrentamiento,esperando el próximo capitulo 

Jajajaja bueno bueno, Milín es reconocido en este fic por su poco conocimiento sobre cosas que no sean de Oro, y los más reconocidos de Plata (en este fic) son Algol, MIsty y Sirius. En el caso de Algol, sí es poderoso, lo mismo Sirius (solo que le tocó con Seiya), pero el bicho no tiene cómo saber que el lagarto es un farsante xD

 

Estoy disfrutando mucho de tu fic! Ansioso por lo que viene :)

Muchas gracias :D

 

 

Ahora vamos con un capítulo de Shaina que sirve para cerrar la subtrama de las afueras del zodiaco.

 

SHAINA II

 

17:45 p.m. del 11 de Septiembre de 2013.

Se sacó de encima cuatro soldados más con su Trueno. El dolor muscular iba aumentando, pero debía impedir que la pelea se complicara al mismo tiempo que intentaba detenerla. Se ató el cabello en una cola de caballo intentando pensar en otra cosa, aunque por alguna razón eso solía intimidar a los enemigos también, que debían intuir que era tan fuerte como para hacer eso en un momento así. Claro. Desconocían que era simplemente una rutina.

—Shaina, no deseo combatir contra ti —dijo una voz a su espalda. Sería interesante verla pelear por primera vez, pero en otras circunstancias.

—Yuli...

—Voltéate, Shaina de Ofiuco. —amedrentó, y al obedecer, Shaina vio sus ojos celestes ardiendo con ira y pesar mezclados. Su voz temblaba, pero ya se había decidido—. Te castigaré por rebelarte contra Atenea, ya no eres nuestro superior.

—No hagas esto, Yuli, el Sumo Pontífice es el malo aquí. ¿No te diste cuenta cuando lo hablamos? No te ha pedido reportes sobre las estrellas, no desea a nadie cerca, o quizás no es capaz de hacer su trabajo.

—¿Qué insinúas?

—¿Has visto siquiera al Santo de Altar? —le preguntó, ignorando el segundo comentario que había propuesto. No estaba segura si era verdad, pero algo en el aspecto físico de un viejo de dos siglos de edad, en su cambio de actitud durante los últimos dieciséis años y la muerte de Aiolos... Sucedía algo extraño. Decidió seguir la discusión con Yuli sobre la ruta de la distancia del viejo con el resto del Santuario, mientras a su alrededor todo el mundo se daba palizas.

—No ha habido Santo de Altar en mucho tiempo —contestó como si aún estuviera en la biblioteca o hiciera una presentación formal—. Se registró la muerte por enfermedad de Nicole de Altar el 3 de mayo del 2000. No se ha escogido a otro asistente desde entonces, por eso yo lo reemplazo en la biblio...

—¿Por enfermedad? ¡Era el Santo de Plata de Altar! —Los combates seguían rugiendo a su alrededor, parecía que solo ellas dos estaban inmóviles. Un guardia cayó envenenado cerca de Shaina que debió apartar de una patada cuando le gritó a su amiga.

—Fue a una misión junto al Sumo Pontífice al Congo, y lo atacó un guerrero armado que podía usar su Cosmos en forma de veneno en medio de una revolución de la que no hubo origen.

—Por todos los dioses, ¿cómo puedes creerte eso? —No. La pregunta que debía hacerse era otra, pero la reservó para su mente. «¿Cómo pudo todo el mundo creerse eso? ¿Cómo pude yo creerme eso?».

Nicole de Altar tenía 70 años cuando murió, pero se le conocía como uno de los más fuertes en la orden, asistente y escriba del Pontífice y el oficial a cargo de la biblioteca. En esa época la generación de Santos de Plata era diferente, ninguno de los actuales lo conoció, con excepción de los más viejos como Sirius o sus alumnos.

¡Sus alumnos! ¿Cómo demonios pudo escapársele ese detalle? Conocía muy bien los registros de sus discípulos, los leyó una noche que se quedó dormida en la biblioteca: Saga de Géminis primero. Daidalos de Cefeo varios años después.

«Saga... ¡Y Daidalos!». ¡Esa era la pieza que no había logrado encajar!

 

Yuli concentró su Cosmos violeta en las manos y las separó una por sobre la otra. Era la técnica primordial del Manto de Sextante, una de las doce armaduras sin nombre que Atenea fabricó en la era mitológica para que algún día los astrónomos modernos decidieran qué veían en las estrellas. Finalmente ocurrió en el siglo XVII.

—No me arrepentiré, usaré el Ojo de Spindle[1]. Si es necesario atravesaré tu corazón —mintió. Quizás lo haría, pero sí se arrepentiría después. Si acertaba.

—No hagas esa estupidez, Yuli. Si lo intentas te atacaré, y soy más fuerte que tú, lo sabes perfectamente. Además eres una amiga —reconoció, y le sonó extraño, no estaba muy acostumbrada a hablar así.

—Pero... ¡Pero...! —Por un instante su aura disminuyó igual que su instinto de lucha, pero luego se incrementó de golpe y enfocó. Mientras mantenía el brazo derecho quieto, el otro lo movió de arriba a abajo, como buscando el punto que atacar. Debía ser una técnica de precisión, un golpe concentrado en un punto fijo.

—¡Maestra Shaina! —gritó alguien.

Shaina se volteó para encontrarse con algo tan absurdo que casi le dio ganas de reír. Dante, su discípulo, amenazaba con atacarla por la espalda con una enorme masa con púas amarrada a una cadena. Y al frente, su mejor amiga en el Santuario. Qué ironía tan ridícula le habían puesto los dioses... No Atenea, claro, esa se estaba muriendo, sino los otros.

—¿Qué haces aquí? —preguntó volviendo el rostro hacia Yuli otra vez. Su discípulo de varios años había aparecido con un ejército extra de soldados, aquellos que hacían guardia entre Aries y Virgo o Libra. Se asomaron desde las entradas de guardias como una plaga armada con lanzas, espadas y escudos. Sextante aún no se disponía a atacar.

—¡Llegaron más! —advirtió el Santo de Bronce de León Menor, un tipo de músculos que quemaba cosas, y que había arribado junto al Lobo como refuerzos frescos unos minutos atrás.

—¡Perfecto! No serán problemas para el gran Nachi —dijo el otro, un chico escurridizo y engreído de ojos pequeños.

—¡No se confíen, par de imbéciles! —reprendió el Oso, que seguía en pie a pesar de que apenas se podía las piernas y uno de sus brazos, su principal arma, fue inutilizado por Nesra y un garrote.

—¡El gran Ichi se encargará! —dijo el punk de Hidra justo antes de que la chica Camaleón lo derribara con su látigo, salvándole la vida de una lanza traicionera que apareció por detrás.

—Ugh... d-debo cumplir con... ah... —La boca de Nesra estaba agolpada con sangre que no dejaba de salir, y Piscis Austrinus estaba en pésimas condiciones.

Frente a él, Jabu de Unicornio resistía tal como debió enseñarle el Santo de Lince, Retsu, frente a un hombre que había sobrevivido a la primera incursión en la guerra con Eris.

—Es una tontería combatir entre nosotros.

—Entonces no debieron rebelarse.

—¡No nos rebelamos! Saori Kido es la verdadera Atenea, nos lo reveló hace tiempo con su Cosmos y no quedó espacio a duda —reafirmó el Unicornio.

—Peleamos por Atenea, nada más que por ella. —Pez Austral se puso en pie e intentó usar sus técnicas especiales, pero una nueva patada, aunque cansada, lo arrojó de vuelta al piso polvoriento del Santuario.

—Debemos estar juntos antes de que esto se salga de control. Un día vendrá otro enemigo de fuera del Santuario, y si sigue esta tontería estaremos diezmados —dijo Jabu, que cansado se desplomó con una rodilla en tierra mientras repelía a otros soldados con el poder de su Cosmos. Shaina no sabía cuánto duraría.

—Tanto fervor... Tanta determinación. ¿Es la manera de probar que ustedes dicen la verdad? —preguntó Nesra con la duda escrita con tinta en toda la cara cuadrada que tenía.

—No sé, simplemente pelearé por el bien de la señorita Saori, nada más me importa —contestó esbozando una medialuna de oreja a oreja, muy similar a la de otro Santo equino—. Le debo todo.

 

En tanto, Shaina tenía otra situación entre manos.

—No deseo matarlos, no me obliguen. —Esquivó la cadena arrojada por Dante y luego el Trueno que ella misma le había enseñado. Se había convertido, sin duda alguna, en uno de los mejores soldados en mucho tiempo. Lo había entrenado bien, y el orgullo le rascó la espalda con el pensamiento.

—¡Me enseñó a cumplir con las órdenes, maestra Shaina! —gritó Dante a la vez que retraía la maza—. Y las seguiré incluso si es usted quien las rompe.

—Yo aprendí lo mismo, ¡y no quiero creer en lo que dices! —Yuli disparó su rayo de Cosmos, su Ojo de Spindle, pero Shaina lo desvió con un fuerte manotazo.

«Son guerreros de honor, tal como Seiya, Jabu y los otros, pero pelean entre sí. Esa es la estupidez causada por pelear para los dioses». Pero no se arrepentía. Ella también era una Santo de Atenea, así lo decidió a los ocho años, y estuvo segura de ella cuando obtuvo la armadura a los catorce.

—Pero al menos duden, idiotas —les dijo a ambos cuando los golpeó a la vez con sus garras—. ¡Las acciones del viejo Pontífice son más que cuestionables!

—No sigas metiéndolo en la conversación, trabajo junto con él —contestó Yuli sin motivo mientras disparaba más rayos de energía, desperdiciando su Cosmos inútilmente, presa de las dudas.

—¡No lo haces, te tiene abandonada! Y mejor así, o serías un cadáver como el viejo Nicole.

—En el Santuario hay tanto poder reunido que es difícil creer lo que les dices —dijo la rubia de Camaleón cerca de ella al tiempo que su látigo danzaba por todos lados—. Santos de Oro, el Pontífice, tanta gente con poder espectacular. Necesitan pruebas para creer en algo todavía superior.

—¿Cómo te llamas, Chamaeleon?

—June.

La armadura verde amarillenta de la chica estaba trisada, del casco no había rastro por lo que su cola de caballa estaba manchada de fango, y el látigo no estaba tan intacto como parecía. En sus ojos celestes se reflejaba la experiencia del horror y la venganza mezclados.

Una explosión generada por el brusco impacto de León Menor contra un pequeño grupo de guardias formó una polvareda que las ocultó unos instantes ante los ojos sin manejo de Cosmos.

—Entonces ¿qué sugieres, June?

—Llevarlos con Atenea para que nos crean.

—Si los arrastramos al Carnero, cualquiera de ellos podría ser lo suficiente estúpido como para tratar de matarla, y todos fallaríamos. —«Muu de Aries regresó al Santuario»—. Y el guardián del palacio nos mataría a todos por pensarlo.

Había algo que planear y necesitaba comprar tiempo. Concentró su energía eléctrica en ambas manos tras liberarla de su cuerpo inmune, y se acercó lo más que pudo a Camaleón para que no se viera afectada por el Fragor de Asclepios[2], la técnica principal de la constelación de Ofiuco creada supuestamente por el primer Santo, un tipo del que no se tenía registro en ninguna parte porque había intentado ser un dios o una idiotez así. El truco no le gustaba, servía básicamente como medio pacífico para controlar masas, pero ya lo había utilizado un par de veces de manera agresiva.

Desplegó un impulso electromagnético como una esfera a su alrededor que se expandió en un radio de varios metros acompañado de un ruidoso chirrido que nunca pudo evitar. Todos los afectados perdían por unos momentos sus habilidades físicas básicas y quedaban temporalmente paralizados.

No se oyeron ni siquiera gritos.

—No quiero seguir así —sollozó de repente June, viéndose con tiempo para descansar—. Ya he visto demasiada gente morir sin necesidad. Demasiada.

Shaina recordó de golpe dónde se guardaba normalmente la armadura de Camaleón, y comprendió que fue una de las que se le escapó al Pez Dorado junto con uno de los amigos de Seiya.

—Isla de Andrómeda.

—El Santuario nos atacó bajo las órdenes de una falsa Atenea, Piscis asesinó a mi maestra y también a Daidalos, además de todos los postulantes que quedaron y entrenaron por muchos años. Ahora la gente seguirá muriendo por culpa de la burla de un viejo tirano.

A pesar de todo lo que decía, June sonaba firme, sin temblor en la voz. Era una mujer dura a pesar de ser de Bronce.

—Si no combatimos, perderemos, ese es el problema. —Jabu de Unicornio apareció cerca de ellas con la armadura hecha pedazos por el choque de ataques con Nesra. El Cosmos de Pez Austral se había esfumado—. Aunque no queramos hay que hacer nuestro deber.

—Pero no podemos hacer esto por siempre, estaríamos perjudicando a la diosa Atenea si ganamos pero quedamos sin gente por culpa de una estupidez.

—Llevarla con la señorita Saori no es una opción.

—Escuchen, ambos —los interrumpió mientras el polvo ya se dispersaba—. Necesitamos algo que pruebe que Saori Kido es una diosa. La conocen mejor que yo. ¿Qué se les ocurre?

Ninguno respondió. Pronto se vieron rodeados por una multitud armada hasta los dientes, furiosos, recuperando lentamente su movilidad. Entre ellos, Dante venía apoyado del hombro de un compañero y Yuli lideraba a un grupo de soldados. Como oficial del Santuario tenía fuertes relaciones con todo el mundo ahí, lo que no le convenía a Shaina para nada.

—Esto debe acabar, Shaina, por favor —rogó la muchacha de cabellos blancos. Su Cosmos estaba débil, no estaba acostumbrada a pelear, pero eso era consecuencia común de una situación límite.

—Estamos de acuerdo en eso, Yuli.

—Oiga... señorita Shaina... —susurró al oído una voz repugnante, un siseo como el de una serpiente que le causó un escalofrío en la espalda como si hubiera recibido también su propia técnica.

—Hydra. —No se volteó, pero era obvio que era él, se olía el aroma de su veneno a centímetros. No solo él, sino que el Oso, el Lobo y el León se les unieron y formaron un círculo improvisado.

—Sí..., soy yo...

—¿Qué quieres? —«Payaso».

—El cetro... de Atenea... —le dijo casi rozándole la oreja con los labios.

«No tan payaso, al parecer», concluyó, satisfecha. Sí que era una buena idea.

—¿Se rinden? —preguntó un Santo de Bronce, aunque no pudo reconocer el Manto por todo el polvo sucio que esparció por la lluvia reciente.

—¡Claro que no! —respondió Jabu.

—Soltaré mi Fragor de Asclepios una vez más y les daré tiempo. —«En ese rato podría matar a todos los guardias, ¿no? ¿Entonces por qué no lo hago?». No lo comprendía bien, pero de nuevo su cerebro estaba perdiendo la lucha contra su corazón. Ya iba un buen rato así, desde que se admitió a sí misma que amaba al tipo que se rompía la espalda en el Zodiaco

—¿Qué hacemos? —susurró también el Lobo.

—Uno de ustedes subirá al Carnero a buscar el cetro de Atenea, tal vez tú, Oso, que estás inutilizado. Eso debería servir para...

—¡Perdóname, Shaina! —interrumpió Yuli.

—¡¡¡Ataquen!!! —ordenó un soldado de alto cargo.

—¡No hay que seguir peleando!

—Detengamos esto.

—¡Ya basta!

—¡¡Mátenlos!!

Todos encendieron sus auras en un espectacular show de artificios o alzaron las lanzas. En círculo de esa forma podía ser una masacre muy confusa. Se preparó para desplegar la técnica de Ofiuco, y decidió que tendría que atacar a matar.

«Saori Kido o diezmar nuestras fuerzas». Debió elegir.

 

Un resplandor la cegó de repente, y no fue su descarga eléctrica. No hubo movimientos de ataque ni choques de armas, no hubo flujos en el Cosmos en los alrededores del Carnero. No, hubo uno, pero fue novedoso, un aura grandioso que se movió junto a ellos desde ninguna parte, como si hubiera salido del polvo.

—Se detendrán ahora —ordenó una voz tan serena y profunda que parecía venir de una dimensión alterna. La energía tampoco parecía muy terrenal.

—¿¡Qué rayos es esta cosa!? ¡No puedo ver mis hermosas garras! —lloriqueó el Santo de Hidra. Shaina comenzaba poco a poco a detestarlo y a agradarle a la vez, aunque decía la verdad. El resplandor no le permitía ni verse la nariz.

—Shaina, ¿qué hiciste? —preguntó Yuli, tras la cortina de luz—. ¡Shaina!

—¡No fui yo! —respondió con todas sus fuerzas.

—Apaguen sus Cosmos, esto no tiene por qué continuar.

La luz comenzó a difuminarse y los rayos de sol atravesando las nubes grises recuperaron el control del terreno. Lo primero que Shaina vio fue un hombre de espaldas, enorme, que se hallaba a sus pies.

Un cadáver. Le faltaba una oreja.

—¡C-Cassios! —se escuchó gritar, de rodillas. Estaba muerto, no quedaba ni pizca de Cosmos en él, y estaba chamuscado como si lo hubieran golpeado con las descargas eléctricas que reconocía al instante. «Aiolia».

—¡Es... es un Santo... de Oro! —exclamó alguien.

—Es verdad... ¡Es Aries! —gritó otro.

—Pensé que no había nadie ahí —dijo un tercero.

Cuando Shaina levantó la vista se encontró con un hombre de rasgos casi místicos, de piel blanca, rostro suave y triangular, cabellos violetas, ojos tranquilos y piadosos bajo dos puntos morados, portando un resplandeciente Manto de Oro.

—Es Muu de Aries —informó Yuli, tenue sin el aura alrededor.

—El hombre que ven aquí era un guardia del Santuario como la mayoría de ustedes. Él deseó que las peleas entre miembros del mismo Santuario se acabaran, y por eso subió al Templo del León para detener la batalla entre un Santo de Oro y uno de Bronce —explicó Muu. Era extraño, se veía borroso, como si hubiera agua corriendo a su alrededor.

No. Era otra cosa. Qué estúpida era cuando el corazón azotaba al cerebro con un látigo como el de June. Se puso de pie y pidió información como la de más alto rango entre los contendientes.

—¿Aiolia de Leo lo mató?

—Era presa de algún tipo de control mental, y Seiya de Pegaso logró salvarlo gracias a la ayuda de este hombre. —Muu miró a los demás, tenía una voz pacífica pero sorprendentemente imponente—. Si un solo soldado logró darse cuenta de que no estaba bien lo que ocurría, entonces también ustedes.

Claro que se había dado cuenta, la acompañaba cuando leía en la biblioteca. ¿O hizo esa tontería por otra razón? Shaina no tenía ánimos de dar con la verdad.

—Pero..., con todo respeto, usted... —titubeó Nesra, acercándose en pésimas condiciones—. Usted abandonó el Santuario hace mucho. ¿P-por qué deberíamos confiar en lo que dice o... e-en las acciones de un solo hombre?

—¡Nesra! —regañó Yuli.

—Lograr detener la batalla entre el héroe de la Titanomaquia y el actual portador del Manto de Pegasus parece suficiente prueba, ¿no creen? —contestó Muu sin cambiar un ápice su expresión.

Nadie le respondió.

—Le falta una oreja. Es uno de los que compitió con Seiya por la armadura de Pegaso —reconoció Jabu, lo que significaba que Seiya lo recordaba. Siempre tan amable ese imbécil.

—Por lo pronto es normal que sean escépticos, pero la batalla debe terminar. El enemigo es otro. ¡Kiki! —alzó Muu la voz por primera vez, quizás un decibel.

—¡Sí! —Al igual que el Santo de Oro, un niño se apareció de la nada junto a ellos. Parecía un duende, y traía consigo un largo báculo de oro... Un cetro divino.

—¡Kiki, trajiste el cetro! —dijo Jabu, que aparentemente lo conocía.

—¡¡¡Bien hecho, enano!!! —rugió el Oso.

—Esto lo traía la diosa que duerme en mi palacio, herida fatalmente por una flecha sagrada —informó Muu, que se veía muchísimo más nítido que cuando llegó; ya no había agua alrededor.

—La hemos estado cuidado todo este tiempo, a diferencia de ustedes —dijo el pequeño gnomo, sorprendiéndolos a todos.

—¿Te llamas Kiki? —le preguntó Shaina. Sonó algo brusca, no pudo evitarlo.

—¿¡Eh!? S-sí, soy Kiki, señor... ¡Señora! —respondió temblando. Hubo unas risas en alguna parte, debió ser el punk que antes estuvo llorando. Por alguna razón el ambiente se relajó súbitamente, la tormenta amainó.

—Muy valiente —congratuló.

—Eso... es solo un cetro —dijo Nesra, dudando más. ¡Qué tonto orgulloso!

—¿Quieres tocarlo? Estoy seguro que todos lo sienten igual, el Cosmos de una diosa. Ni siquiera yo, un Santo de Oro, puedo aspirar a un aura semejante ni en mis sueños.

—¡Tal vez es el cetro de la verdadera Atenea que está en la cima! —aventuró alguien entre la multitud.

—Si fuera así no lo traería un Santo de Oro rebelde al Santuario —meditó cuenta Yuli con la mirada baja y los brazos entrelazados. Al fin.

—No puede ser... —Nesra trató de acercar la mano al báculo y se detuvo apenas hizo contacto con el aura impregnada como si hubiera tocado una estufa.

—Este es el báculo que traía Saori Kido, lo vi cuando lo trajo aquí —recordó un idiota que seguramente abrió la boca por primera vez en su tonta vida.

—Pero este Cosmos...

—Imposible, ¿por quién hemos estado peleando?

—¿Por quién nos hemos estado matando?

Jabu dio un paso adelante. Puso una mano sobre el cuerpo frío de Cassios, que conservaba algo parecido a una sonrisa en el rostro, y se semblante se serenó con dignidad.

—Llévense a este hombre al cementerio, y sepúltenlo como corresponde —ordenó a los soldados. Ninguno se atrevió a discutir.

«Bien hecho, aprovechó totalmente la situación», felicitó para sus adentros.

 

El cetro en las manos del pequeño Kiki soltó un resplandor sonoro. Cubrió todo el entorno con una luz celestial, no era cegadora, sino que parecía hacer más claros hasta los montes más lejanos. Al mirarse las manos, Shaina notó su piel más blanca y su armadura tan pulcra como si no tuviera una mota de polvo encima.

El sonido era como un clamor, un grito nostálgico, un llamado en coro. El Manto de Oro de Aries comenzó a vibrar con intermitentes destellos tan luminosos como el sol que desafiaba a las nubes, y también emitía el mismo resonar, algo que parecía una madre llamando a sus hijos. Así lo sentía en su corazón, tan idiotamente emocional como algunos de los presentes que hasta sollozaban.

—¡Maestro Muu! ¿Qué pasa? —indagó Kiki.

El Santo de Oro estaba sorpresivamente tan impresionado como ellos con la repentina situación, y sus rasgos faciales no se percibían bajo la luz que desprendía la armadura de Aries.

—No puede ser, esto solo ocurre cuando... —Alzó la vista, como llevado por una idea celestial, y todos los demás lo imitaron.

Una estrella fugaz dorada, pequeña pero refulgente, como un segundo sol que busca a su hermano mayor, cruzó volando el firmamento, de este a oeste. Se dirigía a algún punto muy lejano de la gigantesca montaña que correspondía a la Eclíptica, más enorme que lo que se veía, obedeciendo a sus propias leyes físicas, y se perdió entre las nubes.

—¿¡Qué porqueria fue eso!? —bramó el Oso.

—Ya veo... —murmuró Muu, con calma—. Parece que al fin los doce se han reunido en este Santuario.

Nadie hizo otro movimiento violento, las ideas y la verdad se habían aclarado a costa de sangre y sudor. Shaina miró el cuerpo de Cassios llevado por los soldados junto a una nueva lluvia borrosa sobre los ojos. Se desató el cabello para que sus mechones oscuros cubrieran su rostro.

Era un gesto rutinario.

 

 


[1] Spindle Eye, en inglés. El nombre viene de una galaxia situada en la constelación de Sextante.

[2] Asclepios Clamour, en inglés. Asclepios es en la mitología el dios de la medicina.


Edited by -Felipe-, 20 February 2016 - 14:53 pm.

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#199 Patriarca 8

Patriarca 8

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Posted 18 January 2015 - 21:26 pm

un capitulo un tanto regular aunque eso no signifique que este malo
 
 
-no entendí muy bien sobre la reunión de los caballeros dorados

 

Spoiler


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#200 -Felipe-

-Felipe-

    Bang

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Posted 19 January 2015 - 14:02 pm

un capitulo un tanto regular aunque eso no signifique que este malo
 
 
-no entendí muy bien sobre la reunión de los caballeros dorados

 

Spoiler

Gracias, lamento que no haya sido como otros capítulos, es lo que suele suceder cuando una se sale de la trama principal tan bruscamente, pero era necesario escribir este capítulo.

Sobre lo otro, no importa que se den cuenta de la traición, no sería útil que nadie subiera, aunque suene feo, solo serían estorbos. Por lo demás, aun queda que Aiolia se recupere de su daño mental, y que Alde y Milo estén totalmente seguros, y para que eso ocurra, más adelante habrá un capítulo que lo relate (que aún no escribo, a pesar de tener una decena más de capítulos disponibles no publicados)

 

Por lo pronto, un capítulo más antes de seguir con el siguiente templo. Nuevamente, la locura del Pontífice. Es corto pero, en mi opinión, interesante. Contiene sucesos del prólogo de este fic.

 

A diferencia del resto del fanfic, está basado en un episodio del animé.

 

PONTÍFICE II

 

18:08 p.m. del 11 de Septiembre de 2013.

Un resonar vibró en cada sector del Santuario, el ruido más insoportable que le dio pesadillas por dieciséis años, temiendo ese día. Los doce Mantos de Oro se reunieron en el Santuario otra vez, incluyendo a Sagittarius, que huyó con Aio...

«Aiolos de Sagitario», replicó el nombre en cada zona de su cabeza, con un sabor amargo en su lengua.

También Aries y Libra estaban en el recinto sagrado, a pesar de que Muu y Dohko, sus dueños, eran prácticamente exiliados. Los doce entonaban una melodía enfermiza que le recordaba una y otra vez que las cosas no le estaban saliendo como había planeado. Para peor, si Sagittarius había llegado al Santuario, ¿sería que Aiolos la había llevado? ¿Estaría vivo?

El Sumo Sacerdote soltó un grito desesperado. El sudor caía de su rostro y se estrellaba sobre la túnica negra como lluvia patética. Lo meditó: según Shura, Aiolos de Sagitario fue rebanado en piezas... pero nunca se encontró el cadáver. De alguna manera, la armadura que llevaba terminó en manos de un anciano japonés junto con la bebé. Con Atenea.

—Imposible, imbécil —reprendió el otro desde atrás de unos barrotes en el pasillo lateral del Templo Corazón. Era igual a él, aunque tenía el cabello más claro y vestía ropas mojadas. No lo vio llegar—. Piénsalo mejor, idiota.

—¿¡Cómo te atreves a hablarme así!?

—Ja, ja, ja, ja, es que es risible que creas que está vivo, tonto. Si lo estuviera... —El gemelo dejó que el Sumo Sacerdote terminara la oración con una sonrisa y una invitación de su mano sinuosa y astuta.

—Estaría presente junto con los chicos de Bronce.

—Muy bieeeen. Ya estás usando el cerebro.

El ruido aumentaba cada vez más, como si las campanas de todo el mundo celebraran la reunión de las doce armaduras más poderosas del ejército ateniense. El Pontífice se puso de pie, no supo cuándo, pero pronto se volvió a sentar. Necesitaba algo de relajo.

Su gemelo se fue también, y se llevó los barrotes consigo.

—Aiolos no puede estar vivo. ¡No puede!

“¿¡Pero qué demonios intenta hacer, Su Excelencia!?”, le gritó el tonto de Aiolos, apareciendo de la nada. ¿Cómo pudo ignorarlo? Estaba tan ocupado con intentar matar a la pequeña que no fue capaz de percibir su Cosmos.

“¿Aiolos? ¡Hazte a un lado, no te metas en lo que no te importa!”, contestó con el corazón en la garganta y la Daga de Physis en la mano.

“El Sumo Sacerdote siempre ha tenido ojos del color de las rosas”, dijo el arquero cuando le voló el casco de un golpe. Qué imbécil detallista, darse cuenta de algo así cuando sus ojos eran rojos en ese momento. ¿Qué diferencia podía haber con unos rosas? ¡Era ridículo! “Loco desquiciado”, añadió.

Loco desquiciado. ¿Cómo podía decirle así?

Loco desquiciado. Él era el Sumo Sacerdote. ¿Quién osaría insultarlo de esa manera en su cara? No estaba loco, el loco era el de los barrotes, y el cobarde que lloraba en su rincón.

No. Sagittarius debió haber llegado por sí solo al Santuario, llamado por el Cosmos agonizante de la diosa Atenea. Aiolos había muerto esa noche. Aunque no empezó todo ahí, ¿verdad? Todo empezó en el Monte Estrellado.

 

“Así que este es el destino, Saga”.

 

—¿Quién está ahí? —preguntó el Sumo Sacerdote. Alguien le dijo eso muy cerca, aunque el único ruido que sus oídos escuchaban era el del horrible canto de las armaduras de Oro.

«Saga es el Santo de Géminis, no yo. Nunca yo».

—Empezó antes, cuando peleaste con el otro —le recordó el cobarde del rincón, que siempre intentaba acercarse a la cuna de Atenea y agarrar la flecha para clavarla allá arriba, pero nunca lo lograba.

—Cállate, imbécil —reprendió, y el medroso refugió la cara en sus manos—. Tienes razón... Aunque por ese motivo lo encerré.

—¿Por qué lo encerraste? —le preguntó el otro, temblando de miedo.

—Por tratar de matar a Atenea.

—¿Estás seguro de que no fui yo el que lo encerró?

—¡Silencio!

El Pontífice concentró su Cosmos y lo guio hacia el universo del Santuario: la Eclíptica, los doce Templos. Pegasus, Draco y Andrómeda habían logrado acercarse al Templo del Centauro. «El de Aiolos de Sagitario».

—¿Aún le temes? —preguntó el inútil.

—El único que teme cosas eres tú. Aio... Aio... —se le trabó la lengua—. Es imposible que ese tipo me dé miedo, está muerto.

—Han logrado hazañas increíbles en estas horas.

—¿Hazañas? ¡Bah! —bufó con desprecio—. Esas no son hazañas. El traidor del Carnero los dejó pasar, y hasta les reforzó los Mantos. Ahora puedo sentirlo con los demás esclavos de Saori Kido. El idiota quiere dar toda la ayuda que no brindó durante dieciséis años.

—Aldebarán sí los enfrentó.

—No se atrevió a usar todo su poder. Y luego llegaron a Géminis, cruzaron a través de las ilusiones.

—Y Saga no estaba allí, ¿verdad?

—DeathMask perdió la batalla —siguió el Pontífice, haciendo caso omiso del cobarde—, lo mismo Aiolia. Hubo ciertos detalles que les quitaron ventaja, pero aun así, a esas alturas, esos tres chicos comenzaron a tocar el Séptimo Sentido, principal zona del Cosmos.

—Shaka los detuvo.

—¡Hasta que llegó el Fénix! —replicó—. Nunca pensé que seguiría vivo, ni que tuviera tanto poder acumulado. ¡Ja, ja, pero se terminó matando junto a Shaka!

—¿Te da risa que Virgo falleciera?

—Empezó a dudar, y si se ponía en mi contra me costaría mucho quitármelo de encima. Luego el anciano de LuShan los ayudó, y el incompetente de Milo le perdonó la vida al Cisne, que se escapó de mis garras y de la prisión de Camus.

—También tocó el principal Cosmos. ¿De verdad no tienes miedo?

—No.

—¿De verdad? —El cobarde se levantó con osadía, como si le aguantara un gesto así. ¡Qué absurdo!

—¡No!

 

Las grandes puertas del salón se abrieron de par en par. Tres muchachos ingresaron al Templo Corazón corriendo a toda velocidad, como un huracán. Uno llevaba el Manto legendario de aquel que golpeó a...

—¡Te tenemos! —gritó Seiya de Pegaso, ese chiquillo insolente. El Pontífice no pudo comprender por qué le entregó la armadura.

—No tienes a dónde escapar. —Shun de Andrómeda arrojó las cadenas y las hizo girar alrededor de su cuerpo. ¿Había logrado vengarse de Aphrodite? ¿¡Pero en qué momento!?

—Dinos como salvar a la señorita Atenea, ¡ahora! —desafió el Dragón, el alumno de Dohko, Shiryu. Sus ojos ardían con fuego verde.

—¿¡Cómo llegaron aquí, niños tontos!? ¡¡¡Fuera de aquí, es el Templo del Sumo Sacerdote!!! —les amedrentó con bríos, aunque todavía oía el canto de los Mantos de Oro con nitidez.

—Derrotamos a todos los Santos de Oro, ahora te toca a ti.

—¡¡¡Imposible, aún hay algunos vivos!!!

Shura de Capricornio, Camus de Acuario y Aphrodite de Piscis. Leales por siempre. Los tres aparecieron desde las cortinas de atrás, vestidos con sus Mantos de Oro, y sus auras resplandecientes con firmeza, frialdad y orgullo. Qué alivio sintió al notar que las armaduras permanecían en silencio, respetándolo. Estaban de su lado.

«Por eso no estaban en sus puestos de guardia, le rezaban a la diosa Atenea».

—¡Tres Santos de Oro!

—Así es, no podrán hacer nada contra ellos. Los dejarán convertidos en trozos, cubos de hielo y charcos de sangre, ja, ja, ja.

Varios Santos de Bronce más aparecieron por la puerta, como si alguno de ellos fuera un refuerzo digno. Le dio risa, sería inútil todo lo que hicieran. Sería el dueño del Santuario para siempre, se convertiría en un dios con la energía vital de Saori Kido en la flecha, y nada ni nadie podría detenerlo, ni siquiera alguien con las alas de Pegaso.

DeathMask de Cáncer, Shaka de Virgo, Aldebarán de Tauro, Aiolia de Leo y Milo de Escorpio se habían puesto de su lado también. Ingresaron por los pasillos laterales para arrinconar a los niños de Bronce. Sí, incluso si tenían que regresar de la muerte pelearían por él, se matarían por él una vez más. Solo faltaba Saga...

—¿Arrinconar? Vinimos por ti, tarado —sonrió con malicia el Cangrejo. A pesar de eso no veía su boca, su rostro era un vacío totalmente negro desprovisto de cualquier órgano humano. Lo mismo los demás.

—Pagarás por lo que le hiciste a mi hermano. —Aiolia despedía relámpagos tan oscuros como su cara. Ya lo tenía a pocos centímetros.

—¡Shura, Camus, Aphrodite! —llamó alarmado. No sabía si sería capaz de pelear con todos ellos al mismo nivel, tal vez necesitaría algo de asistencia.

Los tres últimos guardianes se dieron vuelta, mostrando cuencas vacías bajo los yelmos dorados, un espacio infinito sin estrellas. Se acercaron a él, intimidantes y terroríficos, acompañando a los Santos de Bronce.

—Este es su castigo divino, Su Excelencia —dijo con sorna el cobarde del rincón, que se había limpiado las lágrimas y lo miraba con seriedad.

—No, ¡no! Aléjense de mí, ¡fuera de mi vista!

Arrojó la mejor descarga de Cosmos en años, como si el universo fuera parte de su ser. Hizo temblar el palacio, derrumbó muros y pilares y arrasó con cada uno de los Santos, pero no pudo matar a ninguno de esos seres sin rostro. El Pontífice se dio cuenta de que requería tiempo, así que levantó del trono dorado y corrió tras las cortinas rojas.

 

Subió las escaleras a toda prisa, y en un parpadeo arribó al recinto principal, el Ateneo, la cúspide en el corazón del Santuario. Estaba de frente al ojo juicioso de la estatua de la diosa, aunque apenas alcanzaba para ver con claridad una parte de la falda. Pero sabía que la observaba, su cabeza estaba más arriba de las nubes grises, se perdía en su propia dimensión celestial.

La estatua, una Atenea Partenos, reposaba en un pedestal que flotaba sobre el vacío, y nada creado por el hombre era tan grande como ella. Pero había otro más, un gigante que brillaba como el oro, levitando cerca del escudo. Tenía cuernos sobre los hombros, largo cabello blanco y ojos como pétalos de rosa.

—Así que este es el destino, Saga.

—¡Saga es el Santo de Géminis, ve a hablar con él si quieres! —protestó. Odiaba que ese cordero estuviera allí aún.

—No. Tú no eres el Pontífice del Santuario, le pertenece a la diosa Atenea —replicó. ¿Cómo se atrevía a hablarle así si estaba muerto? ¡Le atravesó el corazón con sus propias manos!

—¡Cállate!

Un Cosmos lo hizo voltearse repentinamente. Dos personas ingresaron al Ateneo, dos seres que... temía. Saori Kido se había recuperado de milagro, y ni el sol ni la luna se comparaban con el espectáculo de su cetro dorado. El otro iba como su escolta, siempre tan justo y galante, tan correcto con sus alas al viento...

—¡¡¡Aiolos de Sagitariooooooooooo!!!

Atenea le lanzó un resplandor con el báculo de Niké. El báculo.

 

18:10 p.m.

—¡¡¡Ahí está!!! —gritó al despertar. Estaba aún sentado en el trono dorado del Templo Corazón. Sus ropas estaban húmedas, el pecho se le mecía desesperado.

—¿Un sueño? —preguntó alguien. No supo quién, no había nadie.

Estaba solo.

—No, una pesadilla. Pero al menos... —Contempló el techo del palacio con curiosidad. Se dio cuenta que al expandir su Cosmos logró percibir más cosas de las que había planeado—. Descubrí algo.

—¿Qué?

El resonar de las doce armaduras aún se oía en todos los rincones del Santuario de Atenea. Nada era tan desesperante como ese chillido como el rasguñar un vidrio, amenazaba con quebrarle el cerebro en trisas.

—Que la estatuilla de Niké que se perdió... Ya sé dónde está. La tiene Saori Kido, la convirtió en un báculo dorado.

Sonrió. Los sueños son sueños, la realidad es muy distinta. En la realidad él ganaba, y ninguno de los tres últimos guardianes perdería o se rebelaría ante él. En la realidad, él sería un dios, y tanto el cobarde como el tipo de los barrotes eran débiles defectos de su pasado.

«Con Niké, el Cosmos de Atenea y mis propios poderes, lo lograré. Todo resultará», pensó. ¿Para qué iba a decirlo en voz alta?

Estaba solo.

 

Siempre estaba solo.


Edited by -Felipe-, 20 February 2016 - 14:54 pm.

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